El hombre de pie “Soy maestro. Enseño redacción en un pequeño pueblo llamado Adley, en Pennsylvania. Llevó once años en la escuela Thomas Alva Edison. Entreno al equipo de beisbol en primavera. Allá en casa, cuando le digo a la gente de que trabajo me dicen: “Sí, me lo imaginaba”. Pero acá parece ser un gran misterio. Así que debo haber cambiado. A veces me pregunto si habré cambiado demasiado y si mi esposa me va a reconocer cuando vuelva. Y si alguna vez podré hablarle de días como el de hoy. De Ryan no sé nada ni me interesa. No significa nada para mí. No es más que un nombre. Pero si por llegar a Ramelle y encontrarlo me gano el derecho de volver junto a mi esposa, entonces esa es mi misión.” Capitán John Miller (Tom Hanks) en Rescatando al soldado Ryan (1998) de Steven Spielberg Puente de espías cuenta la historia de un abogado de seguros, James Donovan (Tom Hanks), al que le dan la tarea de defender a un hombre acusado de ser espía soviético. Lo que empieza como una formalidad para demostrar que Estados Unidos es un país con un sistema más justo que el de la Unión Soviética termina convirtiéndose en algo más complicado al hacer Donovan su trabajo de forma profesional y seria, y no solo como un trámite. Luego se verá sumergido en una trama dentro del corazón mismo de la Guerra fría. El lector que no quiera saber nada sobre la trama antes de ver la película, deberá avanzar sabiendo ahora que en esta crítica se cuentan elementos importantes de la historia, incluso el final del film. El cine Steven Spielberg es el más simple del mundo. Resulta casi incomprensible que exista alguien en el mundo que no se sienta cinematográficamente feliz al ver algo filmado por él. Porque más allá de los gustos, la destreza narrativa que Spielberg tiene lo sigue colocando en un lugar de privilegio en la historia del cine. Su cine se ve simple, pero es de una enorme complejidad. La frase citada arriba, parte clave de Rescatando al soldado Ryan, resume algunas de sus temáticas recurrentes, de sus obsesiones morales. La simpleza de las palabras que Miller les dice a sus soldados encierra una idea del mundo, una cosmovisión que hace que Spielberg sea también en ese aspecto un autor incomparable. Puente de espías (Bridge of Spies) sigue la línea directa de La lista de Schindler, Rescatando al soldado Ryan, Munich, Lincoln. No por nada todas tienen un fuerte marco histórico. El Holocausto, el Desembarco de Normandía, la Masacre de Munich y la proclamación de emancipación durante el gobierno de Lincoln. Como un John Ford contemporáneo, recorre la historia y la ve con una perspectiva trascendente, completa, observa los hechos y reflexiona sobre ellos. Spielberg, como Ford, no es el director de moda, no es el nuevo vendedor de espejos de colores que cada dos o tres años aparece. En comparación con esos cineastas, Spielberg es tan superior que asombra. Ya no está de moda amar el cine. Mucho menos la ética clásica. Spielberg no idealiza el mundo, Spielberg es pudoroso, sobrio, respetuoso, y mucho más adulto que tantos autores de prestigio. Desde las épocas de John Ford, Howard Hawks y Frank Capra, los cineastas no efectistas, los que no se entregan a la sordidez o el escándalo, sufren una mirada obtusa y sin matices. No es cuestión de reclamos, es destacar que el cine sigue de pie y que es Steven Spielberg el mejor cineasta en actividad. Cada elemento del montaje, cada encuadre, cada resolución visual lo siguen colocando a él en ese espacio único que es el de entender cómo se escribe el lenguaje del cine. No hay una duda, no hay una contradicción, no le tiembla el pulso visual en las dos horas y veinte minutos que dura Puente de espías. Sabemos perfectamente que los cineastas de trucos berretas llaman más la atención. ¿Cuántos cineastas a la moda pasaron mientras el mundo miraba con indiferencia a los grandes maestros clásicos? Lo mismo puede ocurrir hoy con Spielberg. Pero si abandonáramos la gramática del cine y nos concentráramos en el contenido, en los temas, ahí el director seguiría siendo el número uno. Spielberg tiene ideas, Spielberg tiene moral, tiene valores, tiene una mirada completa y sofisticada del mundo. Cree en algo, propone algo, defiende algo. ¿Y en qué cree Spielberg? En la frase citada de Rescatando al soldado Ryan Cree que quien asume la responsabilidad de su tarea, quien hace su trabajo, se gana el derecho a volver al hogar orgulloso y satisfecho. Un ejemplo es el plan final de Abraham Lincoln sereno, yéndose al teatro, en la biografía que Spielberg realizó sobre él. Esa es la imagen perfecta de la tarea cumplida. Lincoln ha logrado aquello por lo que entrará en la historia, pero por encima de todas las cosas, ha hecho lo correcto. Enfrentó con coraje y contra viento y marea todos los problemas que surgieron, resistió de pie, de forma estoica hasta cumplir su tarea. En ese caso se trata de un prócer, de alguien famoso, pero el capitán que busca a Ryan, el único hermano sobreviviente de cinco, es un simple maestro de escuela. Lo acompaña otro grupo anónimo de personas que ha decidido que deben ganarse su día realizando una tarea. Discuten la validez de rescatar a un soldado en una guerra en la que se pierden millones. Pero Miller les contesta con esa contundencia y esa convicción que hace que todos sigan adelante. A ellos se les asignó rescatar a Ryan, no al mundo. Como en la legendaria Fuimos los sacrificados de John Ford, ellos tienen un rol lateral, menos heroico a los ojos de la historia, pero definitivo en el orden moral. El anillo que los sobrevivientes del Holocausto le entrega a Oskar Schindler, con la famosa frase del Talmud “Quién salva una vida, salva el mundo” lo resume. El Capitán Miller, el abogado James B. Donovan, tienen una misión al costado de la historia, pero la realizan con esa convicción. Es su misión en la vida. Sí, es concretamente su misión, porque se las asignan, pero también es la metáfora del trabajo y la carga que nos ha sido asignada. Podrán ser famosos o desconocidos, pero gracias a lo que ellos hicieron, la humanidad se ha salvado. Lincoln dice “No solo por los millones ahora esclavos, sino por los millones aun no nacidos que vendrán”. Itzhak Stern le dice A Schindler: “Habrá generaciones por lo usted ha hecho”. También vemos a la familia del soldado Ryan, numerosa, acompañándolo a ver la tumba del Capitán Miller. Miller ha hecho su trabajo, Donovan ha hecho su trabajo. Ryan se para frente a la tumba preguntándose si ha hecho su trabajo. “¿He llevado una vida digna? ¿He sido un buen hombre?” le pregunta a su esposa. Donovan, un abogado lejano a cualquier conflicto internacional, ha realizado una tarea extraordinaria. Le pidieron que salve a una militar, pero él salva a un militar y a un estudiante. Ha realizado un acto heroico más allá incluso del cumplimiento del deber. Ha puesto en riesgo su vida, se ha esforzado al máximo para ganarse el derecho a caer tendido, satisfecho, en el lecho de su dormitorio. Su familia orgullosa lo sabe héroe, su esposa conmovida ve el cuerpo agotado de su marido y siente una profunda felicidad. Qué vuelva de semejante misión con un portafolio en la mano, como un trabajador más, como alguien que se ha ganado su jornada lo hace a un más conmovedor. Donovan siempre hizo lo correcto. Hizo lo correcto que lo convirtió en un paria dentro de su país, y luego siguió haciendo lo correcto convirtiéndose en héroe. A veces ser un héroe no otorga prestigio, a veces hacer lo correcto convierte a alguien en el enemigo del pueblo. Le asignan un caso y él lo hace bien. Sí, defiende a un espía soviético durante la Guerra fría, y eso hace que la opinión pública y sus colegas lo condenen. Pero si esa es su misión y es lo correcto, él lo hace. Luego ocupará el lugar contrario, y todos entenderán su grandeza. Bien podría no haber pasado esto último y Donovan seguiría siendo una persona extraordinaria. Su historia es recuperada por este film, pero tampoco es que sea una persona de gran fama. Se dice que es un personaje como los de Capra, pero ya es hora de decir que es un personaje como los de Spielberg. Hace más de cuarenta años que él viene realizando grandes films, ya no es necesario seguir comparándolo para darle grandeza. “Quién salva una vida, salva al mundo” es una gran frase, pero Donovan cree en ella de verdad y por eso le salva la vida a un espía soviético. Ese espía es un hombre tranquilo, sereno, que realiza su trabajo de forma profesional y que no tiene fisuras. De una segura pena de muerte es salvado por Donovan y eso encadena una serie de hechos terminan salvando a un piloto norteamericano y a un estudiante, además de evitar mayores problemas entre ambos los países que se enfrentan durante la guerra fría. Rudolf Abel nunca pierde la compostura, ni cuando está a punto de ser enviado al cadalzo ni cuando regresa a su país con serias posibilidades de ser recibido como un traidor aun sin serlo. Donovan le pregunta una y otra vez porque no se altera, ni se pone nervioso ni se enoja. Y Abel siempre contesta “¿Ayudaría en algo?”. Esa serenidad, esa seguridad, ese aplomo de quien entiende las cosas atraviesa todo Puente de espías. También, claro, una enorme melancolía, como suele ocurrir con muchos films de la Guerra fría y del propio Spielberg. Y acá no hay nada de timidez ideológica. La película puede ser muy crítica de Estados Unidos pero deja muy en claro la diferencia entre los países que protagonizan el conflicto. Donovan cree en los valores que su país defiende y Spielberg también. Tal vez el propio país no los defienda siempre, pero no por eso son valores equivocados o menos valiosos. Una vez más, Spielberg muestra tener una mirada trascendente y abarcadora de la condición humana. No titubea a la hora de plasmar sus ideas porque está convencido de ellas. Y se enorgullece de sus personajes hasta el final. Qué además de eso es el mejor director del mundo, eso es algo que al menos yo creo. Y su cine sigue siendo el mismo. Fácil de ver, fácil de disfrutar, con una fluidez narrativa que nadie ha tenido jamás, como un amor por el cine y un respeto por el espectador absolutos. Sigue siendo el único cineasta del mundo que siempre, pero siempre, parece hablarle a todos y cada uno de los espectadores directamente. Como los retratos que jamás dejan de mirarnos a los ojos no importa desde donde los veamos, el cine de Spielberg nos habla directamente a cada uno de nosotros, en cualquier tiempo y lugar que disfrutemos de sus increíbles películas.
ADORABLE PUENTE El mejor film de Spielberg desde “Munich” (2005) derrocha seguridad en su narración, solidez en los diálogos, madurez en la dirección, belleza en la fotografía y contención en las actuaciones. No es poco. Construir un film sobre negociaciones de escritorio que mantiene al espectador en el borde del asiento es el enorme mérito del director de “La Lista de Schindler”. La historia real hubiese resultado narrativamente más plana, Spielberg le escapa al documental y carga a su film con detalles y “floreos” que deleitan a quienes queremos notar la “mano” del director en una película, y además se permite una escena de acción memorable. “Puente de espias” podrá esta situada en la guerra fria, pero tiene algo para decir acerca de la política internacional del EE.UU. actual, y como se trata aún hoy a los prisioneros de guerra. La trama es muy simple, Jim Donovan, un abogado neoyorkino (Hanks, excelente como siempre) acepta defender a un topo ruso capturado en tierra norteamericana, lo cual lo lleva al centro del conflicto mundial de aquél momento entre la URSS y Estados Unidos. En medio del muro levantado en Berlín en 1961, deberá negociar el intercambio del topo por un piloto espía norteamericano caído en tierra enemiga. Nadie hace a un decente mejor que Hanks, y Donovan lo era, lo cual agiganta el desafío al estar rodeado de pragmáticos y reaccionarios de ambos lados. La fotografía de Janusz Kaminski hace que cualquier otro film que uno vea después de este luzca pobre y mal iluminado. El guión de Matt Charman fue “retocado” por los hermanos Coen y se nota en algunos momentos de humor seco que funcionan muy bien. Spielberg es un humanista, como lo era Donovan, cuando el hijo le pregunta “porque defendes a un comunista si no lo sos?” queda claro como entienden al mundo, y la importancia de este ejemplo en el contexto global actual resulta inconmensurable.
Puente de espías es un film "a la antigua", apasionante, cautivador, inteligente y sobrio que desde el primer fotograma toma posesión del espectador y sólo lo libera en el último segundo. El ritmo, la estética y el aspecto físico de Tom Hanks nos hacen olvidar absolutamente que estamos viendo una película producida en...
Va a ser hermoso hacer un puente. No es ninguna novedad que la extensa filmografía de Steven Spielberg resulta difícil de catalogar si uno piensa en términos de tiburones, extraterrestres, dinosaurios, campos de concentración, caballos de batalla y conflictos bélicos, para nombrar tan sólo algunos de los universos creados por uno de los directores más determinantes del cine moderno. En esta ocasión lo tenemos nuevamente embarcado en una obra basada en hechos históricos, los cuales tienen lugar durante uno de los picos más altos de la Guerra Fría. Puente de Espías (2015) cuenta la historia verídica de James Donovan (Tom Hanks), un abogado neoyorquino encargado de defender al ruso Rudolf Abel debido a los cargos en su contra por espionaje contra los Estados Unidos, hecho que convierte al abogado y su familia en parias ante los ojos de la sociedad. Cuando un piloto norteamericano, Francis Gary Powers, es derribado en territorio enemigo, la CIA convoca a Donovan para negociar un intercambio entre Abel y Powers en territorio de Alemania del Este. Esta cuarta colaboración entre Spielberg y Hanks marca el regreso del director a los dramas históricos despojados del costado bélico y más enfocados en la problemática coyuntural de una época determinada, más en sintonía con Munich (2005) y Lincoln (2012) que con Rescatando al Soldado Ryan (1998) y Caballo de Guerra (2011). Sin duda se nota su mano en cuanto al nivel de recreación de época, visible hasta en el más mínimo detalle, y en la magnitud de un rodaje entre Nueva York, Alemania y Polonia. Como en muchas obras de antaño, se inspiró en parte en la historia de su padre, un ingeniero que viajó a Alemania en el momento preciso en el que el avión de Powers fue capturado, experimentando de primera mano la hostilidad del ambiente. En esta colaboración entre el director y los hermanos Joel y Ethan Coen -en el rol de guionistas- el drama también hace lugar al humor negro, palpable en cada uno de los diálogos, desnudando en forma crítica la lógica del pensamiento de un momento histórico en el que cada palabra, cada acción y cada idea podían ser interpretadas como un acto conspirativo: había que ingeniárselas para lograr los objetivos entre tantos obstáculos físicos, diplomáticos e ideológicos. Las extensas escenas de diálogos, acuerdos y negociaciones recuerdan un poco a lo hecho hace unos años, en la ya mencionada Lincoln, por el mismo Spielberg. Estamos ante un relato liviano en cuanto al nivel de tensión durante los casi 141 minutos de película, a excepción de la escena final. Pero esto no hace menos atrapante al film, sino simplemente pone el acento en otro lugar. Un film histórico llevado adelante con firmeza de la mano de un director épico que se apoya en la performance de Hanks como centro del relato, convirtiendo a su James Donovan en el corazón indiscutido de la historia.
Mr. Hanks goes to Berlin Puente de espías (Bridge of Spies, 2015) es un thriller político “con corazón”, una cruza entre el sentimentalismo patriótico de Frank Capra con el friolento mundo del espionaje de John le Carré. La película está dirigida por Steven Spielberg, quien canaliza muy bien el puritanismo americano de Capra. Sus última películas, Caballo de guerra (War Horse, 2011) y Lincoln (2012), son prácticamente ejercicios hechos en esa misma clave. El protagonista es Tom Hanks, digno heredero de la figura del “everyman” estadounidense inmortalizada por Henry Fonda y James Stewart; el guión fue escrito por Matt Charman y reescrito por los invaluables Joel y Ethan Coen. Hay Dream Team. “Basada en hechos reales”, la historia abre en Nueva York 1957, con el FBI siguiendo y arrestando a un tal Rudolf Abel (Mark Rylance), acusado de ser un espía comunista. La primera parte de la película se centra en su abogado, James Donovan (Hanks), quien muy a su pesar es asignado a defender a Abel. La segunda parte acompaña a Donovan rumbo a la Alemania Oriental, donde intenta negociar el intercambio de Abel por un piloto americano en cautiverio. La trama consiste, esencialmente, de una serie de reuniones en las que Donovan debe manipular a hombres más poderosos que él para obtener lo que quiere. De entrada le vemos litigando con un colega, utilizando la semántica para desarmar sus argumentos (un recurso muy Coen). Más tarde tiene un ingenioso diálogo en el que explaya su idealismo ante un cínico esbirro de la CIA, y viene a funcionar como el mantra de la película. El personaje de Hanks es inmediatamente simpático porque se encuentra solo en su misión; solo se enfrenta a su propia firma, a la Corte Suprema y a la CIA. Pronto se torna en una persona non grata a ojos de una sociedad que sólo quiere ver cómo cuelgan al espía que está defendiendo a pie de la letra; lo que empieza siendo una desagradable tarea burocrática se convierte en una cruzada por hacer valer su idealismo en la ley. Esta es la parte más sentimental de la película, la cual culmina con un dolido monólogo que seguramente pasarán en los próximos Academy Awards cuando nominen a Mark Rylance como Mejor Actor de Reparto. La segunda parte repunta al sacar a Donovan de su elemento (su país, su ley) y enfrentarlo a los capos estatales de la República Democrática Alemana. Se rompen las reglas de juego a las que Donovan está acostumbrado, y su cruzada se convierte en un absurdo kafkiano, repleto de burócratas elusivos y burocracia mezquina. Sentimos el esfuerzo del personaje al remar solo ante Rusia, Alemania y su propio gobierno. Aquí entran en juego los biliosos diálogos de los Coen, que de alguna forma han pasado toda su carrera enfrentando al hombre pequeño con el hombre detrás del escritorio, y sacando drama y comedia de ello. El final de la película es un problema. Es uno de esos finales que sigue de largo y se pierde varias oportunidades del desenlace perfecto, acoplando epílogo tras epílogo hasta que se vuelve intolerable. Lincoln hizo lo mismo. Muchas personas probablemente tomen a Puente de espías por “ese dramón que Steven Spielberg hace cuando no está dirigiendo una de aventuras”. La verdad es que es de lo mejor que Spielberg ha producido por el estilo, encontrando un preciado balance entre el drama histórico y el drama del héroe, y gozando del candor cómico de Tom Hanks y los hermanos Coen.
Spielberg hace rato que nos tiene acostumbrados a la épica y a los temas históricos. Esta historia en particular, que reunió a varios ganadores de premios Oscars, Golden Globes, Tony (para el teatro de EE.UU.), se las trae trayendo hechos verídicos de la mano de un guión escrito por los hermanos Ethan y Joel Cohen, y un elenco que incluye a Tom Hanks, a Alan Alda y Mark Rylance, un lujo. La verdadera épica aquí está en que un hombre común, con una vida común, termina realizando un hecho fenomenal, saltando la cerca de la cotidianeidad y viendo al otro como una persona que necesita ayuda. Lo cierto que James Donovan (Tom Hanks) es hasta cierto día un asesor y abogado de seguros de una gran compañía de Nueva York. Una mañana se levanta y un agente de la CIA lo convoca para que sea el defensor de un espía ruso, Rudolf Abel (Rylance). El asunto es que Rudolf, también parece un hombre normal: tiene un atelier donde lo vemos pintar sobre lienzos y sin embargo, el hombre, está tomando información que pasa por medio de una moneda hueca. El gobierno de EE.UU., en plena guerra fría -donde las palabras eran el arma que se disparaba para hacer amigos, enemigos, difundir el terror sin disparar una bala-, quería montar un teatro con un proceso que pareciera justo para este particular espía, un hombre mayor. Donovan, a riesgo de ser tratado como un traidor, no sólo por el público en general sino por su propia esposa (Amy Ryan) que le reprocha que se ponga al servicio de alguien como Abel. EE.UU., por su parte, sabe que el topo Abel no es el único espía en este juego. Ellos mismos tendrán a alguien en Rusia, un aviador, Francis Gary Powers (Austin Stowell), al que Spielberg conoció por el relato de su padre, cuando se produjo el episodio de su derribo en territorio enemigo sacando fotos desde un avión a 7000 pies de altura. Habrá un tercer inocente y un pueblo que sufre las consecuencias de la división: un estudiante norteamericano que queda atrapado en Berlín Oriental, por querer ayudar a su novia a cruzar del otro lado del recién construído muro. En este punto, aparecerá Wolfgang Vogel (Sebastian Koch), otro abogado, que para que el mundo reconozca que existe una Alemania "democrática", complicará la negociación primaria que es un intercambio de espías. La primera parte de la película presentará a cada personaje y su personalidad. Abel aparece pintando un autorretrato propio y la cámara y la trama varias veces se posará en esta cuestión: cómo nos ven los otros y sobre todo en una situación como la que se vivió en este tramo de la historia donde en la URSS, los soviéticos condenaban al espía y exhibían sus petenencias y las partes rescatadas de su avión como un trofeo y para demostrarle al otro lado ejemplarmente que esto no debía suceder más. Del otro, Donovan, que tiene un diálogo con el querellante de una causa donde el número de delitos es multiplicado por las personas que fueron afectadas y Donovan que retruca que no, que es un solo delito que afectó a 5 personas. Luego, cuando vea la realidad detrás de la cortina de hierro y conozca al otro lado, su discurso servirá para llevar a cabo una negociación que vaya más allá de lo que quieren los políticos. Mientras tanto y cuando se conoce que defenderá al topo, todos lo miran raro y su hijo más pequeño está asustadísimo por los documentales con precauciones sobre los daños que puede hacer una bomba atómica. No es curioso que EE.UU. supiera lo que significaba el poder atómico luego de arrojar 2 bombas sobre Japón... El fino humor de los Coen viene de maravillas para ponerlo en boca de estos personajes que están viviendo un gran drama pero con la esperanza de que están poniendo lo mejor de sí: en algunos casos la lealtad, en otros la perseverancia y la valentía para superar el conflicto. Alan Alda, como el jefe de Hanks, en esta peli, le toca un papel pequeño, pero enseguida uno descubre al gran actor que la juega de Poncio Pilato, entregando a un buen abogado que cumplirá su trabajo, al menos eso es lo que él cree. y porque para la CIA, si algo sale mal, la historia nunca se contará, nunca habrá exisitido y ellos menos que menos habrán tenido la culpa. Una gran película, quizá con un atisbo de "La Lista de Schindler" y que nos sirve a todos pues uno nunca sabe, si se levantará como una persona común y terminará el día siendo un héroe, alguien que hace la diferencia.
Tomando a la guerra fría, aquella que enfrentó a las dos potencias nucleares y armamentísticas más importantes del siglo XX, “Puente de Espías” (USA, 2015) la última producción de Steven Spielberg trabaja con el imaginario relacionado a los agentes infiltrados que posibilitaron la trasmisión de información entre países de una manera sutil y controlada y que, justamente, fueron las claves para poder realizar la tarea de “hormiga” en relación a la venta y control de “secretos” en el mercad internacional. La acción del filme comienza bien arriba, con Abel (Mark Rylance) un hombre mayor que dedica sus horas a la pintura, pero que aparentemente esconde algo, mientras es seguido de cerca por la CIA para descubrir sus verdaderas intenciones. El seguimiento de Abel por parte de los “buenos” del filme, genera una dinámica impecable, para un primer momento de “Puente de Espías” en el que no hay diálogos, sólo imágenes y una música incidental que acompaña la persecución a pie del anciano. Cuando finalmente Abel es apresado, pero no del todo confirmada su participación como espía ruso en los Estados Unidos (porque con habilidad, esmero, y mucha paciencia, ha eliminado las pruebas), tocan a la puerta del despacho del abogado James Donovan (Tom Hanks) para que sea el encargado de la defensa del hombre, con la clara intención de no ser visto el país como unos bárbaros que no le otorgan la posibilidad de un juicio transparente para el traidor. A regañadientes acepta la tarea, con la clara convicción que el caso será una bisagra en su carrera y vida personal, pero sin saber del todo los alcances de estar defendiendo a un espía ruso en su propio país. Pero mientras avanza en la tarea, y cada vez más miradas se posan sobre él y su familia, juzgándolos, amenazándolos y dejando en evidencia la poca empatía y compasión sobre ellos, algunos sucesos internacionales desencadenan que detrás de esa defensa, que en principio era más una cuestión de deber moral ante los ojos del mundo, sea, gracias al trabajo y esfuerzo de Donovan (impecable Hanks), la posibilidad de poder recuperar con vida a dos ciudadanos (un piloto y un estudiante) norteamericanos del extranjero. En “Puente de Espías” la trama se va complejizando a medida que la narración de los hechos reales, y que encontraron en ese puente la resolución a una de las muchas contiendas más políticas que bélicas y que enfrentaron a países durante varios años. Spielberg cuenta la historia apoyado en una reconstrucción de época única y en la que la imagen, con una clara reminiscencia al film noir (algunos planos son cuadros e ilustraciones de este tipo de género, y poseen una belleza sublime), va desandando los pasos de un abogado que supo relegar a su familia para cumplir, al 100 por ciento con una tarea que sabía que iba a terminar en colocarlo en un lugar que esperaba. “Puente de Espías” es una película histórica, que sabe que entretener suma, razón por la cual deja este punto en un primer plano, logrando una tensión y un suspenso increíbles y necesarios para mantener en vilo al espectador a lo largo de los 141 minutos de duración. Spielberg lo hizo de nuevo.
Un puente histórico. Pasaron diez años para que Tom Hanks vuelva a ser dirigido por el inigualable Steven Spielberg, su último trabajo en conjunto había sido en el 2004 en la recordada y correcta La Terminal. Esta vez el binomio de actor y director se reúne para contar la historia de James B. Donovan (Hanks), un abogado de seguros a quien el gobierno de los Estados Unidos le encarga un trabajo que terminará convirtiéndose en una misión diplomática, dejando huella en la historia mundial. Basada en hechos reales, y con colaboración de los hermanos Coen en el guión, la historia se sitúa en la década del 60, en plena Guerra Fría entre EE.UU. y la Unión Soviética. En este contexto el FBI captura un espía soviético, a quien Donovan deberá defender, aunque con la firme intención por parte del gobierno de condenarlo a la pena de muerte. Primero reticente a hacerlo, el abogado crea una relación de empatía con su defendido, priorizando -como debe ser- las leyes ante cualquier acusado de un crimen. Esto lo llevará a ser visto como enemigo por sus propios colegas y toda la sociedad norteamericana, sufriendo incluso atentados violentos contra su familia. En la contemporaneidad de este caso, el piloto americano Francis Gary Powers es capturado por la Unión Soviética, con lo cual Donovan tendrá ahora una nueva y más arriesgada misión: llevar a cabo la negociación entre los dos países para hacer un intercambio de prisioneros, con el agregado que dicho intercambio se llevará a cabo en Berlín Oriental, una ciudad en pleno caos. Aquí Spielberg vuelve a lo que tanto disfruta recrear, el mundo de la guerra sin mostrar la guerra en sí. Estamos ante un relato de espionaje bien llevado, de manera lineal, el cual nunca cae en un pozo argumental pero tampoco logra un mayor nivel de tensión. Con su maestría en el manejo de los tiempos de la narración, el correcto uso del montaje y el pulso formidable de los diálogos, Puente de Espías merece ser vista, desde sus personajes bien construidos hasta la recreación de época, que a esta altura el director domina a la perfección: todo nos lleva a una película donde la historia nos atrapa de la mano de un Tom Hanks que por suerte nunca decepciona.
Lección de civismo y cine no parecen ser dos términos que se lleven de manera del todo natural. Pero siempre hay gente como Steven Spielberg que tiene el talento suficiente –el genio, habría que decir– para hacer que esas dos cuestiones no solo puedan convivir en una película sino empujarse una a otra, de una manera a la que se me ocurriría definir como “intelectualmente propulsiva”. Sí, es una trama de espionaje internacional, pero son pocas las escenas (apenas tres, pero extraordinarias) en las que la película se hace cargo de la parte más “excitante” del género. Más bien, PUENTE DE ESPIAS hace recordar más a la adaptación al cine de EL TOPO, de John Le Carré que a cualquier heredero de James Bond. Pero ni siquiera esa comparación le hace justicia del todo a la película, ya que Spielberg no hace “una de espías” en la cual observamos solamente ese turbio, oscuro y complejo mundo durante el pleno auge de la Guerra Fría, sino que introduce un personaje –un fish out of water, en la piel de Tom Hanks– que no pertenece a ese mundo y que intenta manejarse allí adentro usando un “sistema” que excede a los espías de un lado y del otro. Llamenlo integridad, decencia, humanidad, compasión. PUENTE DE ESPIAS es, más que nada, una película sobre esos valores, sobre la posibilidad de que aún en el más turbio y pantanoso mundo de la política internacional haya un espacio para “los valores” que nos hacen ciudadanos de un mismo mundo. bridge3Como decía antes, PUENTE DE ESPIAS es –como lo era también LINCOLN y varias películas suyas más, si uno las mira en detalle– una suerte de lección de civismo, la lectura política del pasado pero mirando al presente de un hombre como Spieberg que cree en la civilización, en el diálogo, en el respeto por el otro, en la inteligencia y, sobre todo, en las cosas que, más allá de las diferencias específicas, todos podemos tener en común como habitantes de una sociedad. Como LINCOLN, la película cuenta también una trama de negociaciones en cuartos cerrados y oscuros para lograr algo que aporte al bien común, algo superador. En este caso, el desafío tal vez sea menor –se trata de un intercambio de espías/rehenes entre Estados Unidos y el bloque soviético–, pero los ingredientes son los mismos. El secreto de Spielberg es tomar la situación como una más de las historias que ha filmado. No hay diferencia de tono excesiva entre este tipo de filme y, digamos, LA TERMINAL. Hay espacio para el humor y para la liviandad –imagino que ahí aportaron algo los hermanos Coen, que figuran como coguionistas– y para el suspenso en el modelo más clásico. Pero sobre todo –y aquí Steven es inimitable– para la emoción, para que la suerte de un pequeño grupo de personajes siendo intercambiados entre dos potencias mundiales, un hecho menor en la historia política mundial, estruje los corazones y transforme el mínimo gesto o línea de diálogo en un ataque directo pero sutil al corazón. bridge4Tom Hanks encarna a James Donovan, un abogado de seguros de una firma neoyorquina al que, en 1957, le dan –le encajan, habría que decir– una tarea por demás incómoda: debe defender a un detenido espía ruso (la escena/lección de cine que abre la película) en el juicio que se le hará. Le piden que haga su tarea solo para dar la apariencia de que el sistema funciona, pero nadie –ni sus jefes, ni el juez ni mucho menos la paranoica “opinión pública”– está interesado en que realmente lo defienda. Pero Donovan no puede no tomarse en serio su tarea y, pese al odio de muchos, hace todo lo posible por liberar a este hombre. Motivos tiene y lleva el caso hasta la Corte Suprema, pero en los Estados Unidos de fines de los ’50 no alcanza con ser decente o citar la Constitución. Lo principal, sin embargo, es la relación que establece con Rudolf Abel, el espía ruso que tan bien interpreta el británico Mark Rylance, acaso el arma secreta de este filme, un hombre que hace su trabajo bajo los mismos conceptos (inteligencia, ingenio e integridad para con su propia causa) que Donovan. No son tantos los diálogos ni las escenas que tienen juntos (uno desearía que fueran más), pero alcanzan para establecer ese lazo que se extiende a lo largo de los 140 minutos del filme y que es su corazón, lo que lo hace palpitar. bridge2Luego de la resolución del caso y la vuelta a la normalidad en la vida de Donovan, empieza otra película, la que se acerca más al título: a partir de su relación con el ahora encarcelado Rudolf y su supuesta habilidad en el trato con los soviéticos, en 1961 lo envían a Donovan a Berlín, en plena época de la construcción del Muro, a negociar el intercambio de Abel por un piloto norteamericano que fue detenido y acusado de espionaje por los soviéticos (segunda extraordinaria escena de suspenso y acción). De aquí en adelante comenzará otra película (acaso un tanto menos sólida que la primera en cuanto a las idas y vueltas del guión) que estará relacionada a las negociaciones de Donovan por lograr, otra vez, un poco más de lo que le piden que haga. Pero el eje es el mismo: ingenio e inventiva de abogado para sacar máximo provecho a las situaciones, sí, pero sobre todo un respeto por la integridad de la vida humana que la mayoría de los espías que operan con él en estas negociaciones no tienen. PUENTE DE ESPIAS, pese a su temática y formato clásico, pese a transcurrir en los ’50 y los ’60, habla de hoy. Es la manera en la que Spielberg entiende que su país debe conducirse internacionalmente: no mediante la fuerza ni la presión sino a través de la negociación, el diálogo y apelando a lo mejor de unos y otros. Es una lección que funciona en muchos sentidos (solo basta pensarla en la Argentina de hoy, en la que el respeto por el otro no es moneda corriente) y que Spielberg logra transformar en atrapantes confrontaciones que son puro cine, que jamás ceden ante la tentación de la simple “bajada de línea”. Sí, es cierto, las hay. Pero –como en LA LISTA DE SCHINDLER, otro filme sobre un negociador que intenta salvar vidas humanas– esas “lecciones” humanistas están inteligentemente ensambladas con las peripecias dramáticas de los protagonistas. Cada decisión ética está ligada a un disparador narrativo cuyas consecuencias son imprevisibles, lo cual vuelve a la película un relato de suspenso hecho y derecho más allá de su tono, si se quiere, calmo y pausado. bridge-of-spies-03_0Hanks vuelve a estar perfecto como el everyman americano, esa suerte de representación de valores acaso perdidos u olvidados pero que el cine –desde los tiempos de Capra, Ford y otros– mantiene vivos en el imaginario tal vez más que en la realidad. Es la clase de tipo que cree y cita la Constitución, el que no dirá a su familia en los problemas que se ha metido porque prefiere ser discreto y no asustarlos, y el que enfrentará las situaciones más difíciles con la integridad del “hombre de pie”, el tipo que prefiere romperse antes que doblarse y que se mantendrá apegado a sus principios civiles hasta el final, cueste lo que cueste. Algo similar pasa con Abel, al que Rylance encarna como una suerte de eco, espejo y doble del personaje de Hanks (ver sino la brillante escena inicial): un hombre de principios que sostiene su integridad ante cualquier circunstancia. Acaso algunos personajes que sobre el final cobran más relevancia (los americanos que Donovan tiene que intercambiar, por ejemplo) queden un poco desdibujados en la narrativa del filme, pero es en un punto entendible. El eje que Spielberg construye es entre Donovan y Abel, y el resto de los personajes cumple una función narrativa un tanto menor en relación a ellos. Sobrio, elegante, clásico, inteligente, atrapante, PUENTE DE ESPIAS es un filme hecho por adultos y para adultos, pero con alguien al mando que no perdió del todo la mirada un tanto infantil (naive o inocente) de cómo debería funcionar el mundo… y el cine. Un poco como la reciente LA CUMBRE ESCARLATA, es una película que parece salir de otra época, una en la que los personajes y las historias se profundizaban a lo largo del tiempo produciendo los suficientes shocks de adrenalina al espectador como para mantenerlos en vilo pero sin olvidar que, más allá de esoss hitchcockianos McGuffins, la verdadera historia, los verdaderos temas, estaban en otra parte. Son dos películas si se quiere un tanto retro hechas por cineastas considerados como autores de cine masivo y popular y que se ubican entre lo mejor del año apostando por apartarse mucho de los modelos cinematográficos de esta década. Eso, en algún punto, debería hacer reflexionar al espectador acerca de los dudosos caminos del cine contemporáneo.
Como las películas de antes, donde un hombre común, fiel a sus valores, se enfrenta a las estructuras del poder. Todo es old fashion, vistoso, emotivo, con un guion de los hermanos Cohen que pone acento en los individuos y sus convicciones. Un abogado que debe defender a un espía ruso, en plena guerra fría, que luego se transforma en negociador de intercambio de prisioneros. La pintura de una época, con grandes actuaciones.
Espías y secretos Es habitual que el trabajo bien hecho y realizado sin estridencias pase inadvertido. Como el avión que llega a destino, no llama la atención, forma parte de esa apacible rutina en la que no hay espacio para sobresaltos. Así es esta película dirigida y producida por Steven Spielberg, realizada con precisión, con una dirección de arte que no busca estar por encima del relato, sino al servicio de él. Todo en este filme está en función de lo que se quiere contar. Estamos ante la historia de James Donovan (Tom Hanks), un abogado neoyorquino dedicado a los seguros a quien se le asigna un caso ajeno a su especialidad. Un hombre ruso llamado Rudolf Abel ha sido arrestado por el FBI acusado de espionaje. Donovan debe defenderlo. El relato, basado en hechos reales, transcurre durante la guerra fría, en 1957, cuando EE.UU. y Rusia mantenían una tensión constante, amenazándose mutuamente con el uso de armas nucleares. Donovan participó como fiscal en los juicios de Nüremberg, por eso el gobierno asignó al estudio donde él trabaja el caso del espía ruso. Lo que sucede es que a partir de que Donovan toma el caso no inicia solo un juicio, sino dos. Uno se resolverá en los tribunales de justicia, pero el otro lo tendrá al propio Donovan como acusado, y su jurado será ni más ni menos que aquellos que le rodean; su familia, los que viajan con él en tren, la sociedad que no le perdona que se preste a defender a un enemigo de la nación. Sin embargo, más temprano que tarde, Donovan tiene la oportunidad de demostrar lo buen negociador que es cuando un piloto estadounidense es atrapado en territorio ruso mientras realizaba tareas de espionaje. La balanza se equilibra, nadie es inocente, excepto un estudiante estadounidense que cae prisionero de los alemanes mientras estos construían el muro que separaría a Alemania. La negociación se complica. Excelente es la reconstrucción de época, que como se mencionó antes se pone al servicio del relato sin distraer. El guión no pierde ni por un momento el objetivo del protagonista, y tiene la cualidad de no ser redundate en tiempos donde todo se explica demasiado. Se nota, eso sí, cierto maniqueísmo al mostrar el comportamiento del FBI en comparación al de la KGB; unos educados, estrictos y respetuosos ante la ley, y los otros más despiadados, sin llegar a lo caricaturesco. Spielberg junto a los guionistas Matt Charman y los hermanos Coen, consiguen un filme sin fisuras y, dentro de lo dramático, con buenas cuotas de humor que tienen en Hanks al intérprete preciso, un actor de amplio registro que se encuentra en una madurez interpretativa digna de ser más explotada. Sobresale la labor de Olivier Mark Rylance, como Rudolf Abel. Con un suspenso bien manejado y el dramatismo justo, Spielberg nos lleva sin prisa pero sin pausa a una época no tan lejana para tratar, una vez más, temas que hacen a la condición humana. Nadie como él para hacernos reflexionar mientras nos entretiene.
El hombre de pie Thriller en plena Guerra Fría, es un filme humanista, pero también innecesariamente maniqueo. Cuando muchos directores afamados y afianzados en sus carreras, se repiten, Steven Spielberg cambia. Podría quedarse en el cine de aventuras, acción con suspenso, que es el que mejor sabe manejar y con el que más se divierte -él y la platea-, pero el director de Tiburón pegó un volantazo hace décadas con El color púrpura, y desde allí, sigue filmando como pocos –bien- y cambiando la manera de hacerlo. Si Lincoln, su anterior filme, era extrañamente muy dialogado para lo que suele dirigir el realizador de 68 años, con Puente de espías vuelve a mirar la época de oro del cine hollywoodense -como con Caballo de guerra- con un personaje en el que Tom Hanks se siente a sus anchas y recuerda, cómo no, al James Stewart con que tanto se lo supo comparar. Pero también Spielberg cambia la manera de relatar. La primera escena toma a un hombre sentado, de espaldas. No le vemos el rostro, de frente, sino que lo conocemos por su reflejo en un espejo y porque está pintando un autorretrato. Como avisándonos que nadie tiene una sola cara -por más que se trate de Rudolph Abel, un espía- y que la multiplicidad de miradas también tendrá que ver con descubrir quién es este personaje. Y no es el único. Porque el abogado de seguros Donovan (Hanks), al que le encargan defender en un juicio al espía ruso que pintaba en el comienzo, también jugará a más de una punta. El Gobierno elige a Donovan para que se sienta al lado del ruso en lo que debe aparentar un juicio correcto. Corre 1957, es la Guerra Fría, y el pueblo -al que Spielberg maniqueo muestra en un tren leyendo el diario- desearía que lo ahorcaran, por traidor. Pero Donovan, que advierte que el juicio es una pantomima, que puede apelar la sentencia por muchísimas irregularidades cuando aprehendieron a Abel, terminará en una función más importante. Cuando Francis Gary Powers, un piloto estadounidense, que espiaba y fotografiaba desde el aire a los rusos, cae en poder de los soviéticos, Donovan será enviado a negociar el intercambio de prisioneros. Aparentar. Hipocresía. Dualidad. Honor. Verbos y sustantivos que impregnarán muchos fotogramas de Puente de espías, que si no es una película más redonda, y mejor, es porque Spielberg también demuestra el maniqueísmo y un patriotismo innecesario. No es la banderita flameando al final de Rescatando al soldado Ryan, también con Hanks. Es mostrar lo bien que lo tratan a Abel (gran labor de Mark Rylance) en prisión, y el maltrato a Powers y a un joven, capturado del otro lado del muro de Berlín, por error. “¿Serviría para algo?” es la frase que reitera una y otra vez el ruso a Donovan, cuando éste le cuestiona lo que fuere. La misma pregunta debió formularse Spielberg al ser tan maniqueo. Pero la maestría está en la paleta de colores con que, desde la imagen, muestra a los EE.UU., la Berlín Occidental y la Oriental. En cómo la tensión se crea a partir de los diálogos. Hablábamos de James Stewart y podríamos mencionar a Henry Fonda. O a Frank Capra, o a William Wyler como referentes para Spielberg. ¿Otro cambio en Spielberg? La música siempre fue importante en su cine. Y aquí, los primeros acordes recién se escuchan casi llegada la primera media hora. Son casi 30 minutos sin reforzar lo que cuenta en imágenes. Sí utiliza brillantemente el sonido ambiente. La precisión con la que cuenta es tal que nos hace sentir allí, presentes en el departamento de Abel, o en el de Donovan, o en el estudio de abogados. Donovan es apodado por el ruso El hombre de pie. Allí la metáfora es clara, explícita, pero resume a un (dos) personaje(s), y pinta lo que Spielberg siempre busca contar: a un hombre bueno inmerso en circunstancias extraordinarias.
Buscando claves en la historia Durante la última década, con películas como Munich, Caballo de guerra y Lincoln (antes lo había hecho también con La lista de Schindler o Rescatando al soldado Ryan), Steven Spielberg revisitó la historia con la premisa de encontrar allí algunas claves para comprender las crisis del presente. Son films que comparten y transmiten una moral, unos valores, una cosmovisión que el director quiere recuperar y reivindicar. En ese sentido, Puente de espías no es una excepción, sino una pieza alegórica más que se suma al engranaje, al rompecabezas ético que con los años ha ido armando este brillante cineasta. Elogiar a esta altura las habilidades de Spielberg es redundante, pero vale indicar que el arranque de Puente de espías se ubica entre lo mejor de su filmografía. La forma en que presenta a los dos protagonistas -el abogado del rubro de seguros James Donovan (un sobrio Tom Hanks) y un espía soviético llamado Rudolf Abel (Mark Rylance, notable) que es atrapado por el FBI en la Brooklyn de 1957- resulta un ejemplo de cine puro, sin alardes ni pirotecnias, con una narración cristalina y contundente. Esa precisión se mantendrá durante buena parte de las más de dos horas de este relato que reconstruye un caso real ocurrido en plena Guerra Fría (Donovan terminó defendiendo a Abel y en 1962 fue la clave para la negociación de un intercambio de prisioneros entre los Estados Unidos y la Unión Soviética). Spielberg revive la maestría formal (esa que hace fácil lo difícil) de los grandes directores (aquí hay algo de Alfred Hitchcock, Howard Hawks y sobre todo de John Ford y Frank Capra) en un intento por volver a un clasicismo que ya pocos cultivan (Clint Eastwood podría ser otro de los "resistentes"). A partir de un guión de Matt Charman que reescribieron los hermanos Coen (aunque aquí no hay ni una pizca de cinismo), Spielberg habla de la honradez, el idealismo, la nobleza, la integridad de un padre de familia, un hombre ordinario al que le toca atravesar situaciones extraordinarias. Alguien que es capaz de enfrentarse con el sistema (judicial, político, de inteligencia) con el único objetivo de hacer lo que es justo y correcto. La película no necesita caer en el subrayado discursivo para llegar a buen puerto. Si bien es cierto que funciona mejor cuando opta por los grises, cuando explora las contradicciones y apuesta por los matices que cuando cae en cierta solemnidad, didactismo y algunos planos obvios (los fusilamientos, por ejemplo), nunca deja de ser entretenida, con una construcción del suspenso y una elegancia visual que la convierten en digna heredera del expresionismo de los thrillers de los años 40. Spielberg en su mejor versión.
Una de esas películas que ya nadie hace El director estadounidense encuentra en Tom Hanks el intérprete ideal para James B. Donovan, un abogado de rígido código moral enredado en el caso de un espía soviético en Estados Unidos. Un caso que se irá complejizando a medida que avanza el metraje. Basado libremente en un episodio de la vida real de James B. Donovan –abogado neoyorquino convertido por las circunstancias en exitoso negociador político al servicio de la CIA, durante los años más duros de la Guerra Fría–, el último largometraje de Steven Spielberg lo encuentra, como suele ser la costumbre las más de las veces, en pleno control del ritmo y la estructura narrativa. Al mismo tiempo, su mirada sobre aquellos años de tangibles peligros nucleares reemplaza las complejidades políticas de su anterior Lincoln por un universo donde los tonos grises resultan más bien escasos. La primera, magistral secuencia (por la perfección de su sencillez y la profundidad de sus implicancias) descubre el hobby del espía soviético que será atrapado algunos minutos después gracias a un ligero movimiento de cámara: al reflejo de su rostro en un espejo le sigue su propia imagen y, a ella, un retrato al óleo al cual le está aplicando los últimos retoques. La presentación del personaje de Rudolf Abel (Mark Rylance) podría volver a filmarse y editarse de otras maneras, pero en la elección de Spielberg –un único plano resuelto con trazos mínimos y sutil elegancia– se describen sin palabras los múltiples juegos de máscaras y fachadas (y sus consecuencias sobre la vida privada) de aquellos que practicaban el espionaje en aquellos arduos tiempos de intrigas internacionales.Entra Tom Hanks en la piel de Donovan, quien acepta no sin reticencias defender al espía ruso, a sabiendas de que su popularidad como abogado de casos civiles (pólizas de seguros, ese mal necesario) puede sufrir alguna importante mella. Donovan según Spielberg es alguien que siempre hace lo que debe hacerse, un hombre que sigue sus preceptos éticos sin dudarlo siquiera un instante, incluso si el contexto es adverso. Con la Constitución en una mano y su código de conducta en la otra, Donovan es un digno heredero del joven Lincoln de John Ford o del Señor Smith de Frank Capra en Caballero sin espada (o del Capitán Miller de Rescatando al soldado Ryan, por caso): idealistas pragmáticos orgullosamente estadounidenses que, en su interior, conjugan lo mejor del “ser americano”, a tal punto que son capaces de inocular su esencia en instituciones ligera o profundamente corrompidas, trocando cinismo por franqueza y los fríos números por la más cálida humanidad. Donovan según Hanks es ideal: férreo pero cálido, artero pero nunca cínico, seguro de sí mismo pero temeroso de las consecuencias que sus actos pueden tener en los suyos.Puente de espías es indudablemente dos películas en una. La primera de ellas –y tal vez la mejor– involucra el caso judicial, la difícil defensa ante un jurado, un juez y un público que quiere ver al soviético colgando del extremo de una soga y el inicio de una relación personal entre abogado y cliente en la cual lo humano comienza a vencer prejuicios y miedos. Spielberg echa mano al más básico pero efectivo montaje paralelo para presentar a otro personaje que tendrá radical importancia en la segunda película, un joven piloto derribado en territorio de la URSS durante un vuelo de reconocimiento espía. “No podemos juzgar como traidor a este hombre, se ha comportado como un verdadero soldado”, dice Donovan –palabras más, palabras menos– frente a una Corte Suprema sin demasiadas ansias de morigerar la sentencia de Abel. En privado (desde luego: imposible pronunciar esas palabras en público), el personaje interpretado por Hanks afirmará que “nosotros hacemos exactamente lo mismo que los rusos”. Lo cual se confirmará con creces cuando la posibilidad de recuperar al aviador aprehendido pase por un intercambio de prisioneros en Berlín Oriental, durante la construcción del muro que dividiría a la ciudad durante casi treinta años.Esa magnífica primera hora de película, en la cual el drama personal va de la mano de un tenue suspenso y en donde Spielberg hace gala de un minimalismo dramático no siempre evidente en su cine (los primeros compases de la banda de sonido compuesta por Thomas Newman se escuchan recién a los cuarenta minutos de proyección) es seguida por la secuencia de derribo del avión espía. Pura adrenalina y acción física, la improbable maniobra del soldado en caída libre marca un quiebre y anticipa un cambio de tono para el resto del film. Donovan es enviado a Europa extraoficialmente por el gobierno de su país para encargarse personalmente del trueque de espías, a quienes se les suma un tercer peón en el tablero: un joven estudiante detenido por la policía de la RDA. El film ingresa gradualmente en el terreno de la fantasía realista, transformándose en un film de espías a la vieja usanza, apoyado por una fotografía de Janusz Kaminski que, en varias escenas, desangra la paleta de colores hasta lograr un tono casi monocromático.Podrá pensarse que ya nadie hace películas como Puente de espías en el Hollywood del siglo XXI y la idea sería ciento por ciento acertada. Con su cruza de tensión, aventura de baja intensidad, intriga, pequeñas pinceladas de humor y un trasfondo histórico real, el último Spielberg se toma el tiempo necesario para la construcción de la historia y navega en contra de la corriente del mainstream contemporáneo. Paralelamente, a medida que la ingenuidad ingeniosa de Donovan va venciendo toda clase de enemigos (internos, externos, temporales, físicos), el film abandona algunas de las sutilezas que había cimentando al tiempo que se hace más evidente la acumulación de contrastes entre ambos lados de la Cortina de Hierro (sus cárceles, el tratamiento dispensando a los espías) y las diferencias culturales se transforman en llanos estereotipos. Consciente o inconscientemente, Spielberg entrega un film de propaganda como los de antaño, aunque definitivamente aggiornado. Sobre el final, la bandera roja, azul y blanca flamea en el patio de una casa de Brooklyn y un grupo de chicos salta velozmente una verja, disparador de recuerdos y metáforas que vuelve a demostrar los límites del realizador cuando intenta reflexionar sobre el mundo real. Aunque, como en el caso del personaje de Donovan, lo cortés nunca termina de quitar lo valiente.
Puente de espías es otro gran aporte que Steven Spielberg incorpora al lado B de su filmografía. Son esa clase de producciones que están impecablemente filmadas, cuentan una historia interesante con un gran reparto, pero no es una propuesta que te inspire a verla más de una vez en el cine como suele ocurrir con los títulos más populares de este director. En la misma línea podríamos incluir a filmes como Atrápame si puedes, La terminal, Caballo de guerra y Lincoln. Todas grandes producciones dentro de los géneros que abordaron, pero no son películas que quedarán asociadas con los trabajos más importantes de Spielberg. No obstante, dentro de los últimos filmes que hizo el director Puente de espías es probablemente su labor más interesante por el modo en que construyó la narración de la historia. Spielberg tomó el caso real de un abogado que negoció el intercambio de prisioneros entre Estados Unidos y Rusia en 1960 y lo convirtió en un fabuloso thriller ambientado en la Guerra Fría. A diferencia de Munich, acá no hay escenas de acción ni operativos militares y todo el conflicto consiste en largas escenas de conversaciones que mantienen los protagonistas. En este punto encontramos uno de los aspectos más fascinantes de la película. Spielberg te cuenta un thriller con una serie de personajes que se sientan a negociar cuestiones políticas en una mesa. Desde esa gran secuencia inicial, donde el director parece rendirle un homenaje a Contacto en Francia de William Friedkin, hasta la resolución del conflicto, Puente de espías es un film que logra ser atrapante durante un poco más de dos horas. Más allá de la narración del director, esta producción se vio favorecida por los trabajos de Tom Hanks y Mark Rylance (Las hermanas Bolena) y el guión de los hermanos Coen. La dupla Hanks-Spielberg ya brindó grandes resultados en el pasado y acá funcionó otra vez. Desde la primera escena en que aparece el abogado James Donovan, el actor logra que el espectador simpatice con el protagonista de inmediato y se mantenga interesado por la experiencia histórica que le tocará atravesar en su vida. Uno de los grandes aciertos de Puente de espías es el modo en que los Coen le añadieron humor a esta historia. Se trata de diálogos y situaciones graciosas muy sutiles que aparecen en el momento indicado y contribuyeron a darle más humanidad a los personajes y descomprimir la tensión del conflicto. Me encantó como se trabajó el humor en este film sin que la historia perdieran suspenso y dramatismo. Como mencioné al principio, Puente de espías tal vez no quede en el recuerdo entre los grandes títulos que brindó Spielberg en su carrera, pero es una gran película que sobresale claramente entre las producciones que hizo en el último tiempo y merece su recomendación.
Crítica emitida por radio.
Puente de espías se basa en la historia real de James Donovan, un abogado que en plena guerra fría es enviado por la CIA a negociar la liberación de un piloto en manos de Rusia. Todo el oficio de Steven Spielberg y el carisma de Tom Hanks al servicio de una interesante cinta de género, con intriga, política, espías y bastante dosis de suspenso. En dos horas y media de metraje, el guión escrito por los hermanos Coen se desarrolla de manera amena y entretenida, sin perderse en vericuetos políticos ni intrincados giros dramáticos. Excelente iluminación y dirección de arte, el director de fotografía habitual de Spielberg Janusz Kaminski utiliza acertadamente diferentes paletas según en donde se desarrolle la historia, así en el bloque comunista todo será rojo y amarillo, mientras que en el sector occidental las escenas estarán teñidas de un azul profundo. Un thriller con cierto aire de melancolía, una película clásica que atrapa y emociona.
Publicada en edición impresa.
Steven Spielberg vuelve a juntarse con Tom Hanks y entregan un thriller rico y entretenido en Puente de Espías. En medio de la Guerra Fría, un supuesto espía ruso es descubierto por el gobierno americano. Para dar una buena imagen, le ofrecen como defensa un talentoso abogado (pero mayormente de temas relacionados a seguros), éste interpretado por Tom Hanks. Una vez más, Spielberg sitúa a su protagonista (una vez más también basándose en hechos reales) en una situación aparentemente pequeña que luego termina tornándose mucho mayor. James Donovan es un abogado con mucha cancha y convicción a la hora de dar sus testimonios, es también un hombre de familia y una persona normal que a veces sólo quiere disfrutar de un buen desayuno. El destino, o mejor dicho el gobierno, lo introduce en el caso de este espía ruso (interpretado por Mark Rylance) y Donovan no pretende ser una simple marioneta por lo que efectivamente le brinda una defensa justa, mal vista por todos hasta el punto de convertirlo en uno de los hombres más odiados del país. Pero así como las intenciones de Donovan no son malas, su talento para negociar, para convencer, sumado a su deseo de hacer las cosas bien, implicando en este caso un intercambio de rehenes que traería no a uno, como le exigen, sino a dos norteamericanos a casa, lo llevan a Alemania donde el terror de la Guerra le da un golpe en la cara. Puente de espías podría haber sido un drama más cercano al tono televisivo, o podría haber sido un thriller mucho más oscuro, sin embargo Spielberg dota a su nueva película de ritmo y a sus personajes de corazón, brindándole al resultado final gotas de humor que alivianan y enriquecen mucho la historia que se propone contar. Si bien dura más de dos horas, la película nunca se torna ni larga ni pesada. Probablemente el guión, escrito por Matt Charman junto a los hermanos Coen, ayude mucho a que así sea. Pero sin dudas éste es un Spielberg maduro y siempre muy fiel a sí mismo. “Quien salva una vida, salva al mundo entero”. Imposible no recordar la ya mítica frase de la película La lista de Schindler a la que a esta película le funcionaría casi del mismo modo. Con un Tom Hanks tan efectivo como siempre (y un Mark Rylance que no se queda para nada atrás), capaz de generar simpatía y a la vez mostrar el dolor en su rostro al descubrir una terrible escena (o incluso recordarla en una situación espejo), Puente de espías es una película entretenida y bien hecha, de lo mejorcito que Spielberg nos entregó en los últimos tiempos. Sí, cae en algunas escenas predecibles cerca del final pero justamente, no esperábamos otra cosa.
Steven Speilberg y Tom Hanks se vuelven a juntar para hacer lo que mejor les sale: cine puro. “Puente de Espías” está basada en hechos reales, pero no necesita de artificios para atraparnos con una historia tan contundente como emotiva. Pasaron casi sesenta años de dichos acontecimientos, pero el mensaje se nos presenta más actual que nunca Steven Spielberg es capaz de hacer cualquier cosa, al menos cinematográficamente hablando. La última vez que irrumpió en la pantalla grande, lo hizo con “Lincoln” (2012), y logró arrancarnos lágrimas con una porción de la historia norteamericana que, admitámoslo, no nos toca muy de cerca como “ciudadanos”, pero nos concientiza como “individuos”. Esa es la virtud de este gran realizador: tomar cualquier idea y transformarla en un relato único cargado de emociones, imágenes y sonidos, sin importar a qué público está dirigido. Sus historias son universales, ya sean sobre un tiburón asesino, en extraterrestre perdido en la Tierra o un abogado de seguros en medio de un conflicto político. Detrás de todas ellas está lo más importante, el factor humano, y “Puente de Espías” (Bridge of Spies, 2015) sabe muy bien como aprovechar este “recurso”. Arrancamos en Nueva York en el año 1957. Plena Guerra Fría y terror atómico. Rudolf Abel (Mark Rylance) es arrestado en Brooklyn por sospechas de espionaje soviético. El gobierno, los medios y la sociedad ya se encargaron de enjuiciarlo, condenarlo y colocar la soga alrededor de su cuello, incluso, antes de celebrarse cualquier proceso jurídico. Ahí es cuando entra en juego James Donovan (Tom Hanks), un prestigiosísimo (y aún más sagaz) abogado de seguros de una importante firma de la ciudad. A Donovan se le pide, como un favor personal, que se encargue de la defensa del sospechoso, aún sabiendo que todas las probabilidades están en su contra. Esto es un mero formalismo para demostrarle al resto del mundo que los enemigos de la nación son tratados con igualdad y justicia, a pesar de sus actos maquiavélicos. Pero lo que menos abunda en este caso es “igualdad” y “justicia”. Básicamente, a Donovan se le pide que no haga nada, mucho menos, cuestionar la falta de evidencias y las anomalías que se producen durante el proceso. James es un patriota, obviamente, el típico americano con una bella familia y una casita en los suburbios, pero también es un respetuoso de la ley y la constitución, de las cuales se piensa agarrar para defender cuanto pueda a su cliente. Claro que está acción no es bien vista ni por sus socios, ni por el gobierno que presiona sin descanso, ni por sus vecinos que, en seguida, empiezan a cuestionar su verdadero amor a la patria. “Es la obligación del patriota proteger a su país de su gobierno”, recitaba Thomas Paine, uno de los padres fundadores allá por finales del siglo XVIII, y la frase no deja de tener vigencia. Acá también está en juego la moral y la conciencia de un abogado que sabe muy bien como diferenciar estas entidades tan complejas. Abel es encontrado culpable, más allá de las apelaciones, pero Donovan consigue convencer al CIA de conservarlo como moneda de cambio, por si llegado el momento, tuvieran que negociar con los rusos por la liberación de alguno de sus propios agentes. Claro que a los ojos de la sociedad, Estados Unidos no tiene espías, esto hasta que se produce un incidente, y uno de estos “pilotos imaginarios”, Francis Gary Powers (Austin Stowell) y su U-2, es derribado tras las líneas enemigas. Como si pudiera vaticinar el futuro, Donovan pronto es arrastrado hacia un conflicto y una misión mucho más compleja: negociar la liberación del piloto americano con los rusos, entregando a cambio a Rudolf ante las autoridades alemanas. Ahí es donde la película comienza a cambiar de tono. Lo que empezó como un relato procesal, pronto vira hacia una trama de espionaje hecha y derecha (cruda y visceral), sólo que en vez de un agente experimentado y lleno de truquitos, tenemos a un abogado tratando de hacer su mejor esfuerzo sin morir en el intento, en una Alemania que está experimentando uno de los cambios más abruptos y violentos de su historia. “Puente de Espías” es muchas películas en una y puede equilibrarlas a la perfección gracias a la maestría de Spielberg para contar historias, al afiladísimo guión de Matt Charman –con la colaboración de los hermanos Coen- y a un protagonista como Hanks que no necesita esforzarse en ningún momento dentro de la cáscara de un personaje íntegro de esos que le calzan como anillo al dedo. Ni hablar de una contraparte como Rylance, todo un hallazgo cinematográfico. De repente tenemos ante nuestros ojos los relatos de cuatro personajes y sus vicisitudes que se entrecruzan sin ningún problema. Todo encaja al dedillo, nada sobra y cada frase podría estamparse en piedra. Parece un film sencillo, de esos que uno encuentra en el cable zapping mediante, pero la historia de Spielberg esconde mil capas y, al igual que “Lincoln”, se las ingenia para retratar el estado actual político de su país, aunque tome sucesos ocurridos hace ya varias décadas. La justicia, la moral, la ética, los derechos humanos, las causas justas… son tópicos que no pasan de moda, y no deberían tomarse a la ligera. Steven Spielberg lo sabe y se junta con Hanks -su mejor aliado cuando se trata de estas cosas- para volver a regalarnos una hermosa clase de historia y de buen cine, ese que viene ostentando desde hace más de cuatro décadas. Dirección: Steven Spielberg Guión: Matt Charman, Joel Coen, Ethan Coen. Elenco: Tom Hanks, Amy Ryan, Alan Alda, Eve Hewson, Mark Rylance, Billy Magnussen.
Un Spielberg que cumple con lo que promete pero no mucho más. El espionaje que tanto nos apasiona y que ha nutrido las miles de películas que conocemos sobre el tema ha tenido su auge de popularidad durante la llamada Guerra Fría entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, que llegó a su punto de mayor tensión en los años 60. Con Puente de Espías, el galardonado realizador Steven Spielberg se mete con una historia dentro de este conflicto que si bien tiene un valor narrativo acorde a alguien con su trayectoria, no suscita tanto interés. Do svidaniya James Donovan es un abogado de Nueva York que recibe la peculiar oferta de representar legalmente a Rudolf Abel, un inmigrante ruso acusado de espionaje. Lo que es en principio una defensa publicitaria para quedar bien, termina salvando a Abel de una posible ejecución dado a que algún día puede servir como ficha de intercambio al caer algún norteamericano en manos rusas. La estrategia rinde frutos, y cuando un avión espía norteamericano cae en Rusia, quedará en manos de Donovan la negociación final para que ambas partes sean devueltas sanas y salvas a sus respectivos países. El guion de Puente de Espías está decentemente estructurado, pero no puede evitar cierto tono de patrioterismo que se infiltra en la narrativa. Es una historia sencilla de predecible final feliz, aunque hacen esfuerzos denodados para que podamos ver el peligro que se corría en todo momento. La película también hace hincapié en la total falta de consideración hacia la santidad de la vida humana por parte de los servicios de inteligencia, considerándola poco menos que una ficha en un juego de mesa. Pero lo que pasa es que Puente de Espías lo muestra como una novedad, y muchas películas ya han ilustrado esto a lo largo de los años. No tiremos tomates a los Coen por favor. A ojo de buen cubero, les puedo garantizar que la mano de los hermanos esta exclusivamente en los pocos momentos de humor que tiene la cinta. Por el costado técnico, tiene una gran fotografía y una monocromática dirección de arte que sabe poner en el clima del aparente peligro que experimentan los personajes. La dirección de Spielberg es adecuada y fiel a su estilo (tomas largas que son editadas cuando es necesario) se limita a hacer lo que sabe y no mucho más. Actoralmente hablando Tom Hanks obra de oficio y se queda en un molde específico. Si buscan algo en el nivel de esta película que destaque por encima de la media, lo van a encontrar en Mark Rylance que da vida al Profesor Abel. Conclusión Puente de Espías es una de esas películas que como reza el viejo adagio no es “ni tan fea que espanta ni tan linda que enamora”. Que posee una impecable realización esta fuera de toda discusión, lo que se le achaca es que no vaya más allá. Si la eligen, mal no la van a pasar, pero si no, no se están perdiendo de nada.
Panorama desde el puente Aunque Puente de espías puede ser interpretada de manera totalmente válida como una película de Steven Spielberg, si la pensamos un poco, no deja de ser también un film de Tom Hanks. Las colaboraciones previas que tuvieron -Rescatando al Soldado Ryan, Atrápame si puedes y La terminal- siempre abordaron la cuestión del profesionalismo como sostén de valores, perspectivas e instituciones. Ambos son figuras artísticas preocupadas no sólo por los mensajes que pueden transmitir sus films, sino también por las formas en que esos contenidos son transmitidos. Desde su brillante comienzo, filmando metódicamente a un tipo metódico, Puente de espías va trazando su tesis con sutileza, pausadamente, confiando en lo que tiene para decir y en cómo llegar al espectador. La secuencia inicial termina con la captura de un espía soviético en Estados Unidos llamado Rudolf Abel (brillante Mark Rylance, desde lo corporal, la mirada, el gesto, la entonación, todo, absolutamente todo) y será tarea de un abogado privado, James B. Donovan (estupendo Hanks, haciendo fácil lo difícil), quien usualmente se dedica a los casos de seguros, el defenderlo, básicamente porque Estados Unidos debe demostrar, en el momento cumbre de la Guerra Fría, que es capaz de diferenciarse de la Unión Soviética al cumplir con todas las garantías procesales. Para todas las partes involucradas todo no es más que una parodia, un juego de máscaras, una mera puesta en escena, porque la intención es aplicarle a Abel la sentencia de muerte, excepto Donovan, porque es un hombre que cree en las leyes, en los preceptos constitucionales que rigen su nación y que es la preocupación por cada persona lo que hace mejor a su país. Luego todo adquirirá nuevas tonalidades cuando un piloto estadounidense es derribado con su avión espía en el territorio de la Unión Soviética y Donovan sea reclutado de manera extraoficial para negociar el rescate en Berlín usando a Abel como moneda de intercambio, con el asunto complicándose aún más, ya que Donovan también buscará rescatar a un estudiante que fue apresado en la parte oriental, justo en el momento en que comenzaba la construcción del Muro, acusado arbitrariamente de espionaje. A Spielberg -y con él Hanks- le pasa algo similar a Clint Eastwood: sus films más políticos son muchas veces invalidados por amplios sectores de la crítica internacional -e incluso de su propio país- por sus posicionamientos, sin tomar en cuenta la forma en que adoptan esas posiciones. Esto quizás no es casualidad: ambos directores han establecido una vía de intercambio entre ellos -Spielberg le produjo a Eastwood el díptico conformado por La conquista del honor y Cartas desde Iwo Jima, y el segundo tomó la posta de la realización de Francotirador, que era un proyecto originalmente a cargo del primero- pero además suelen recurrir a procedimientos similares de puesta en escena. Ambos trabajan desde la sutileza, desde una cámara en constante movimiento, pero que se traslada sólo lo necesario, sin hacerse notar, porque es consciente de que lo importante está en el plano, de que ahí suceden los hechos, con los sujetos y las acciones involucrados. En el caso de Puente de espías, lo que adquiere mayor importancia es la mirada, pero no en un sentido pasivo, sino como instancia previa al accionar, a hacer algo, a buscar cambiar las cosas, con lo que la contemplación ingresa en una vertiente transformadora. Es la mirada que establece un vínculo, que se hace cargo, en la que cada individuo puede hacer su pequeña parte, aportar su granito de arena, tenderle la mano al que está cerca y necesita su ayuda. Algunos podrán ver esto como una apología del intervencionismo -es decir, cómo Estados Unidos se mete en todas partes del mundo con la excusa de que no se puede quedar estático ante lo que considera injusticias-, pero se estaría -una vez más- malinterpretando y hasta subestimando a Spielberg, y también a Hanks. Lo que se impone en Puente de espías es una visión cercana al idealismo, a lo que ellos suponen que representó -y podría volver a representar- el gran país del Norte. Si no fuera así, sería difícil de explicar el análisis despiadadamente paródico que hace la película de los actores intervinientes en todo ese berenjenal que era la Guerra Fría -ni las instituciones soviéticas ni las estadounidenses quedan bien paradas, siendo expuestas en su cinismo y hasta exponiéndolos en sus frágiles mascaradas-. Lo que nos tiran Spielberg y Hanks en la cara era lo absurdo de ese momento político, el odio que no terminaba de estallar, traducido en un miedo que llevaba a situaciones tan insólitas como terribles. Parecieran decirnos, silenciosamente, que la idea de construir un muro separando a una maravillosa ciudad como Berlín es la peor idea de todos los tiempos, el extremo de lo inexplicable. Frente a esto, lo que prevalece en el film son determinados valores vinculados a lo afectivo, a la aceptación del otro, a la conciencia plena del deber ético y moral. Puente de espías es una película esencialmente sobre la amistad nacida de ese reconocimiento de un igual en cuanto a determinados principios cuando a primera vista podría ser un enemigo, sobre cómo lo que importa es tener la certeza de que se hizo todo lo que se pudo, sobre aferrarse a esas creencias que preservan lo humano. Y claro, sobre mirar, y hacerse cargo de qué es lo que se está mirando, sobre ser un espectador activo y permitirse que esa mirada transforme lo que se está contemplando. Sí, Spielberg y Hanks -en su mejor trabajo conjunto- nos hablan a nosotros, espectadores, pidiéndonos que nos hagamos cargo de qué estamos mirando, de qué es lo que ha sucedido antes para tomar conciencia del panorama actual, para activar y transformar. De eso también se trata el cine. Y Puente de espías es cine.
De haber podido hacerlo, creo que tanto Steven Spielberg como Tom Hanks hubiesen hecho Bridge of Spies dormidos. La película tiene una esencia tan propia de ellos dos que está más allá del bien y del mal, lo cual puede ser un arma de doble filo. No es ni el mejor ni el peor de los trabajos del cineasta y el actor, pero en ningún momentos alcanza esos niveles de efervescencia que las filmografías de estos veteranos del medio han presentado antes, y en mayores cantidades. En papel, la historia de un abogado estadounidense que tiene que enfrentarse primero a la Justicia americana para que un supuesto espía soviético tenga un juicio justo, y luego para mediar el intercambio de dicho espía con su contraparte norteamericana atrapada en tierras rusas es interesante, y más en manos de un consagrado director como Spielberg. Por desgracia, la dramatización de tales eventos nunca llega a vislumbrarse del todo en pantalla, ya que desde el guión de los hermanos Joel y Ethan Coen todo se reduce a muchas negociaciones detrás de bambalinas, encuentros que parecen no ir hacia ningún lado y algún que otro estallido de adrenalina aquí y allá, pero que poco se acomodan a la intriga internacional que propone la trama. El formato le vendría bien a un documental, pero incluso con la mano maestra de Spileberg y compañía, el resultado es bastante frío y francamente no tan fascinante como otros proyectos del director. Incluso Lincoln tenía más sensación de emoción que la presente, y eso que dicha película involucraba los esfuerzos del presidente americano por generar una nueva Enmienda en la Constitución del país. Con esto no quiero decir que Bridge of Spies es un bodrio hecho y derecho. Todo lo contrario. El carisma inherente de Hanks remonta cualquier escollo que la trama pueda presentar, y toda escena con él y Mark Rylance en pantalla es maravillosa, donde dos actores de talento se sacan chispas con sus idas y vueltas verbales. Son esos pequeños momentos que Spielberg siempre logra en sus películas, lo que vale realmente la pena. A nadie le calza mejor el papel de honrado bonachón más que a Hanks y el actor cumple llenando esos zapatos tan nobles que la historia requiere. Entre tantas charlas, idas y vueltas, y demás, las negociaciones no presentan una trama cinemática como dije previamente, pero eso no quita que Spielberg entregue un producto de calidad. La reconstrucción de época y la alucinante fotografía de Janusz Kaminski logran pasajes sobrecogedores y muy vistosos, que seguro lograrán a futuro rascar alguna nominación en los premios venideros. Bridge of Spies tiene un claro sector demográfico que sin dudas disfrutará a pleno de este estreno, pero el resto quizás se quede afuera de los entretelones políticos que presenta la película. Al igual que Clint Eastwood, Spielberg se ha abocado de lleno a un estilo de cine que puede parecer pasado de moda, pero que en definitiva sólo generará bullicio entre aquellos acostumbrados a éste tipo de films.
Imperdible viaje a la Guerra Fría Spielberg y los hermanos Coen llevan al espectador en un viaje imperdible por la Guerra Fría que tiene todos los condimentos, aunque es mucho mas que una película de espías. Sobre todo, "Puente de espías" es un film histórico que narra con lujo de detalles los pormenores de un famoso episodio de la Guerra Fría, el intercambio de un espía soviético infiltrado en los Estados Unidos por un piloto estadounidense capturado cuando los rusos derribaron un sofisticado avión espía. El gran truco de la película y del guion de los hermanos Joel y Ethan Coen es contar los eventos desde el punto de vista de un hombre común que por pura casualidad se vio metido en las difíciles e inéditas negociaciones que dieron lugar a ese intercambio. La película empieza en 1957, muy al estilo de films de espías de esos tiempos (uno podría recordar "El ladrón", con Ray Milland convertido en un espía que nunca habla) con la detención del coronel Rudolf Abel (Mark Rylance), que mientras simula pintar paisajes, recoge secretos atómicos escondidos cerca de su atril. Pero la detención implica un juicio y el abogado experto en seguros que interpreta Tom Hanks es prácticamente obligado por los dueños del estudio donde trabaja para que defienda al espía ruso. Es un pedido del Gobierno, para simular de juicio justo. Al personaje de Hanks no le dan opción, pero una vez enfrentado al caso se toma el asunto totalmente en serio, con el riesgo de convertirse en una de las personas más odiadas de los Estados Unidos. Como experto en seguros, el abogado defensor construye una tesis acerca de la posibilidad de que, del mismo modo que EE.UU. pueda tener capturado un agente ruso, los rusos puedan capturar un agente norteamericano, generando así la idea de un intercambio que en ese momento casi parece un ardid para evitar la pena de muerte de su defendido. Sólo que en forma paralela a estos eventos que tienen lugar en Nueva York, en Pakistán hay unos pilotos de la CIA aprendiendo cómo sucidarse si los rusos los atrapan mientras hacen vuelos de espionaje con un sofisticado avión que vuela a gran altura y que tiene como nombre código "El artículo". Con una minuciosa técnica de montaje paralelo Spielberg vuelve fluida y entendible una maraña kafkiana aprovechada al máximo por el humor absurdo de los hermanos Coen, que especialmente cuando la acción se traslada a las dos Alemanias justo después de la instalación del Muro- aplican todo su talento a describir personajes y situaciones estrafalarias, pero no por eso menos reales. Y a decir verdad, sin esta dosis de sentido del humor, "Puente de espías" seria oprimente hasta lo insoportable. Tom Hanks, con el riesgo de ser más él mismo que otra cosa, es el que consigue que el espectador se identifique con tantos personajes misteriosos de la compleja historia. Luego, Mark Rylance se roba cada escena como el espía ruso que no se preocupa ante nada. Y entre los numerosos personajes que empiezan a aparecer cuando la acción se muda a Berlin, el que se destaca es Sebastian Koch como un enigmático abogado de Alemania Oriental que quiere que su país también participe del intercambio. "Puente de espías" realmente logra transportar al espectador a la Guerra Fría, con humor, pero sin ahorrar horrores. En este sentido, las imágenes son desoladoras, con climas en los que el talentoso cinematographer Janusz Kaminski se ha lucido antes, y también vuelve a lucirse ahora.
¿La dupla Spielberg / Hanks puede fallar? Claro que no. En esta oportunidad volvemos a tener el placer de disfrutarlos juntos y nos ofrecen una película super interesante, hecha para vivir de otro intenso Tom, en esta oportunidad, como abogado. Aviso: es una historia con mucho mucho mucho diálogo y que quizás se te puede tornar muuuy larga en un momento, pero llegando al final vas a ver que cierra el porqué de tanta charla y sobre todo, emociona (Spielberg sabe donde apuntar). Historia de espionaje, rodada de forma clásica y con la mirada indiscutida de Steven. Seguramente en unos cuantos días nos sorprenda con alguna que otra nominación, por eso, corré al cine y sacá tu entrada. ¡Vale la pena!
Una fórmula indestructible Hoy en día es una rareza que Steven Spielberg dirija una película, ya que últimamente lo hemos visto en innumerables proyectos como productor ejecutivo. Si hay una fórmula es la que no falla con Tom Hanks, cuando de películas bélicas se trata. En esta ocasión, Puente de espías, Spielberg nos muestra la labor en la que se enfrenta el abogado James Donovan al defender a un hombre acusado de ser espía ruso, en plena Guerra Fría. Esta producción es apta para aquellos que no quieren saber la trama de entrada; para aquellos que no son ansiosos, ya que la película avanza de a poco y nos revela las tramas hacia el final. Esta estrategia la vuelve imprevisible y fascinante a la vez, algo que muy pocos directores pueden hacer y salir airosos. La cuarta colaboración de Spielberg con Hanks no defrauda y mantiene en vilo al espectador, no se centra en la guerra, sino que nos muestra la psicología del personaje. Este punto es fundamental para una buena historia, ya que representa el corazón del film. Sumado a las decisiones de su protagonista, estamos ante muchos momentos de tensión que, minuto a minuto, el espectador desconoce el rumbo que pueden tomar los personajes. Los 144 minutos de película no se resienten, al film no le sobra nada y tampoco presenta fisuras desde el guión o en los rubros técnicos. Spielberg demuestra seguridad en cada plano, en cada escena y eso no se ve todos los días. Todo director tiene a su actor fetiche, así como Scorsese rara vez ha fallado con Leonardo Dicaprio o Burton con Johnny Depp. La pareja reseñada aún no ha pasado por un trago amargo, pero a juzgar por los productos brindados parece que están muy lejos de hacerlo.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
"Puente de espías", suspenso y paranoia Siempre es un placer que las salas de cine se engalanen con algún estreno del director Steven Spielberg. Sus películas sencillamente no tienen forma de pasar desapercibidas, y tenía abandonado a su público desde hace tres años cuando realizó "Lincoln" (2012). Esta vez, con "Puente de espías" (Bridge of Spies, 2015), vuelve a meterse con la historia mundial pero con un hecho en particular conocido como "El incidente del avión U-2". El 1 de mayo de 1960 una de estas aeronaves espías, comandada por el piloto Francis Gary Powers, fue derribada mientras sobrevolaba la Unión Soviética. Powers sobrevivió, fue encontrado y arrestado y se lo sentenció a tres años de cárcel y siete de trabajos forzados. Por supuesto que entre ambos gobiernos hubo negaciones, desmentidas e incluso se hicieron los mayores esfuerzos para cubrir este incidente que, tranquilamente, podría haber sido el disparador para una Tercera Guerra Mundial. Esto, claro, no terminó así y el piloto retornó a su país. ¿Cómo? El 10 de febrero de 1962, en el puente berlinés de Glienicke, fue intercambiado por el espía soviético Rudolf Abel, que el 21 de junio de 1957 había sido capturado por el FBI en Nueva York y que estaba cumpliendo una sentencia de 30 años en los Estados Unidos. Estos hechos famosos fueron retratados en el filme para televisión Francis Gary Powers: "The True Story of the U-2 Spy Incident" (1976), protagonizada por Lee Majors. Y también se puede ver algo en "El FBI en Acción" (The FBI Story, 1959), una película que tocaba "El caso de la moneda hueca" (Hollow Nickel Case), título que se le dio al resonante caso de Abel. Lo cierto es que Spielberg toma esta historia y la cuenta desde el punto de vista de James B. Donovan, el abogado que llevó a cabo las negociaciones de intercambio. Dato: en 1965 Gregory Peck quiso filmar la historia. Él iba a personificar a Donovan, Alec Guinnes a Abel, y el guión lo iba a escribir el gran Stirling Silliphant. MGM decidió no hacerla porque estaban en medio de la Guerra Fría y la productora estaba reticente a meterse en una trama tan política. James Donovan (Tom Hanks) es un abogado especialista en seguros al cual le encargan asumir la defensa de Rudolf Abel (Mark Rylance), un espía soviético. El letrado hace buenas migas con su defendido y eso, más las habilidades que muestra en el juzgado, servirán para que sea reclutado por la CIA para que negocie el intercambio de un prisionero norteamericano con la URSS. Esta película pide a gritos nominaciones al Oscar. Por empezar tiene, tanto enfrente como detrás de cámaras a un "dream team": Spielberg como realizador, los hermanos Coen guionistas, Janusz Kaminski director de fotografía, Thomas Newman música, Tom Hanks, Amy Ryan y Mark Rylance demostrando sus tremendas dotes actorales. Perfección a la carta. El director, más allá del tópico histórico, también elige contar lo que se vivía en ambos países, las sensaciones, miedos e incluso paranoias, algo que él experimentó siendo niño. Hanks emociona sólo usando su mirada y ratifica su lugar en el podio del Top 5 de los mejores actores de la actualidad. Tal vez se le podría criticar la mirada un tanto "norteamericana" del hecho, pero eso no quita que esta sea una gran película en todos sus aspectos. Lo mejor que pueden hacer es regalarse la posibilidad de ver este largometraje. Steven Spielberg es, por lejos, el mejor director existente y con cada obra lo demuestra. Esperemos que nos siga entreteniendo más… Mucho más.
El mejor estreno de la semana, sin duda, es Puente de Espías. Esta película marca el regreso de Spielberg a la pantalla grande luego de Lincoln y con el querido Tom Hanks. Esta dupla, que tantos buenos recuerdos ha dejado en la memoria de todos, vuelven con un thriller hablado: una historia ambientada a fines de los 50, en plena Guerra Fría, donde todo el caso se relata en largos diálogos del abogado protagonista, James Donovan. El film se centra en la historia real de James Donovan, un abogado de Nueva York que se encuentra sumido en el centro de la Guerra Fría cuando la CIA lo envía en una misión casi imposible de negociar: la liberación de un piloto estadounidense que fue capturado. Donovan recibe la peculiar “oferta” de representar legalmente a Rudolf Abel, un inmigrante ruso detenido en Brooklyn, que fue acusado de espionaje y ahora enfrenta la pena de muerte. Lo que en principio era una defensa publicitaria, luego se convierte en una chance para realizar un intercambio que quedará en manos de Donovan. Cine clásico en su esplendor. Eso es lo que plasma Steven Spielberg en esta película que recuerda a grandes cineastas que marcaron a fuego la historia del cine mundial: Alfred Hitchcock, Howard Hawks y John Ford, entre otros. No solo por la narrativa transparente y el nulo uso de la tecnología CGI, sino por el excelente uso narrativo de la fotografía. Calidez, frialdad y tensión, todo eso es reflajado a través de la luz de esta cinta que entretiene durante más de dos horas de metraje. No es para menos, Janusz Kaminski, habitual colaborador de Spielberg en este área y ganador del premio Oscar por su labor en Rescatando al Soldado Ryan (Saving Private Ryan, 1998) y en La lista de Schindler (1993), se hizo cargo de la iluminación del film. Toda una obra de arte. Para las personas de la generación de Spielberg, los primeros años de la era nuclear y el enfrentamiento entre los Estados Unidos y la Unión Soviética representan una parte importante de la infancia. Con el paso del tiempo, es posible que esas historias se hayan aferrado a su inventiva o hayan dejado una deuda por saldar con la humanidad aunque sea en la ficción. Esto es lo que arrastró todos estos años Spielberg: se encargó de contar, como director de cine, diferentes historias para interpretar el por qué el mundo está en la situación actual. Puente de Espías no es la excepción. Tom Hanks vuelve a trabajar bajo las órdenes de Spielberg por cuarta vez. Rescatando al Soldado Ryan, Atrápame si puedes (Catch Me If You Can, 2002) y La Terminal (The Terminal, 2004) fueron las anteriores ocasiones y todo es color de rosa en el historial. Diferentes films, mismo resultado. En esa ocasión, Hanks no se guarda nada. Desde la primera escena en la que aparece el abogado Donovan, especialista en seguros, el actor impregna a su personaje el interés por el poder que éste posee, gracias a la palabra que utiliza a la hora de defender un caso. El trabajo del actor es excelente, y a su vez se ve potenciado por el del otro protagonista, Mark Rylance. No muy reconocido en el cine, Rylance, quien interpreta al coronel Rudolf Abel es considerado como el más grande actor de teatro de su generación. Ha disfrutado de una carrera que hasta ahora lo tenía alejado de Hollywood, pero a partir de Puentes de Espías, eso se terminó. En la primera escena de Abel, se pueden ver tres versiones de él en un cuadro: el propio coronel sosteniendo un pincel, su imagen reflejada en un espejo, y un autorretrato que él está pintando cuidadosamente. Spielberg demuestra una vez más que todavía le sobra talento para reflejar las diversas identidades que tiene un agente secreto en plena Guerra Fría. El inicio ya da muestras que lo que se viene, tanto para el actor como para el film en general: algo emocionante. Durante todo la película, Rylance mantiene esa frialdad y pasividad tan arraigada que genera altos niveles de curiosidad. Con el guión de Matt Charman, reescrito por Joel y Ethan Coen, el film logra la completud. Lejos de ser una unión azarosa, la colaboración de los hermanos Coen le aporta a la historia ese toque de humor que tan bien le hizo a la estructura de la película. Como se mencionó antes, el metraje supera las dos horas y no se siente cansancio ni aburrimiento. Puente de Espías, aunque polémico, puede situarse entre los mejores estrenos del año. Sin caer en el tono político profundo ni en enfrentamientos armados, el film explota en esa combinación de humor y suspenso cuando explora las contradicciones de la política, la guerra y el honor. Nunca deja de ser entretenida y las actuaciones elevan el film entre los mejores de Spielberg. Cine en estado puro.
El mejor Spielberg en mucho tiempo “Puente de espías” (“Bridge of Spies”), la película número 29 de Steven Spielberg, o trigésima si incluyéramos el telefilm “Reto a muerte” (“Duel”) con que se hiciera conocer mundialmente, está entre lo mejor que el director de “La lista de Schindler” ha realizado en los últimos veinte años. Es además su cuarta colaboración con Tom Hanks y probablemente una nueva nominación al Oscar para éste. Hasta podría ocurrir que, luego de ganarlo dos veces con “Forrest Gump” y “Filadelfia”, el actor hiciera triplete y por primera vez lo obtuviera en una película de Spielberg. Muy pocos directores son capaces de mantener la atención del espectador durante más de dos horas (ésta dura 140 minutos), pero es bueno recordar que la inmediatamente anterior (“Lincoln”) la excedía en diez minutos y que “Schindler” sobrepasaba las tres horas de duración. Hay un hecho muy significativo a señalar al producirse por primera vez un cruce entre Spielberg y los hermanos Coen, quienes aquí son los coguionistas junto a Matt Charman. Es decir: un verdadero “dream team”. La trama, basada en hechos verídicos, se desenvuelve a lo largo de un quinquenio (1957-1962), época marcada por la célebre “guerra fría”. Fue un tiempo muy angustiante cuando las dos grandes potencias (Estados Unidos y Rusia) se amenazaban mutuamente con ensayos atómicos y el peligro de una guerra nuclear estaba latente. El notable actor inglés (básicamente de teatro) Mark Rylance interpreta a un espía soviético (Rudolf Abel) que fue arrestado por el FBI y a quien se le asignó como abogado a James Donovan (Hanks), en verdad un especialista en seguros, con la idea de una rápida condena. Lo que nadie esperó era que el aparentemente inexperto leguleyo tomara tan en serio la defensa. Y lo otro que pocos vieron venir (Donovan sí) era que Abel sería más útil vivo que muerto. En efecto poco tiempo después ocurrió un hecho que tuvo mucha trascendencia mundial (este cronista lo recuerda bien), cuando el piloto Francis Gary Powers que comandaba una nave a mucho mayor altitud que la habitual de los aviones comerciales y con, para entonces, poderosos sistemas fotográficos de espionaje fue abatido en territorio soviético pero lograr salvar su vida. Es una de las escenas más impactantes a la que sigue su detención y juicio en la ex Unión Soviética. A partir de allí la acción se trasladará a Berlin, tanto occidental como oriental, adonde será enviado Donovan para intentar un canje de prisioneros y el lugar del posible intercambio explica el título del film. La excelente reconstrucción de ambos lados de Berlin gracias al trabajo del habitual director de fotografía Janusz Kaminski se enriquece con la recreación de la erección del muro de Berlin. Y da pie a la aparición de un tercer “espía”, que el espectador desde el principio sabe que no lo es sino apenas un estudiante norteamericano que se está capacitando en una ciudad a punto de ser dividida en dos. Es una pena que el proceso de subtitulado local haya omitido traducir los diálogos en alemán y también en ruso. Hay particularmente una situación que fluctúa entre lo cómico y lo dramático cuando Hanks (Donovan) ingresa a Berlin riental y se encuentra con una patota de jóvenes que codician su costoso abrigo “Saks Fifth Avenue”. No es que el espectador se quede sin comprender lo que le acontece al abogado, pero pierde parte de los jugosos comentarios de quienes ya no pueden acceder a los bienes que sus vecinos occidentales disfrutan. “Puente de espías” es una de las películas menos maniqueas en toda la carrera del director de “Rescatando al soldado Ryan”, película que estaba más bien en las antípodas desde ese punto de vista. Y se engrandece aún más al plantear una cuestión moral que consiste en un proceder similar frente a sus respectivos espías y al no vacilar, llegado el caso, en pensar en sacrificar a una persona inocente (el estudiante). A destacar finalmente varios actores secundarios como los alemanes Sebastian Koch (“La vida de los otros”) & Burghart Klaussner (“Goodbye Lenin”) y los norteamericanos Alan Alda & Amy Ryan. Pero sobre todo a Hanks y Rylance que seguramente, juntos a Spielberg, serán alguno de los nominados a la hora de los Oscar.
Vuelve Steven Spielberg a la pantalla grande luego de tres años, junto con un gran guión los hermanos Coen y con Tom Hanks como protagonista. Nada podía salir mal. Para hablar de esta película debemos pararnos en todos los puntos que se puedan, guión, dirección, montaje, actuaciones, uso de determinados lentes, etc. Hicieron todo tan bien desde el vamos, que se podría hacer una review que sólo diga “Tenés que ir a verla”. En plena guerra fría, un espía ruso es atrapado en suelo americano y el gobierno decide ponerle un buen abogado para que parezca que lo trataron como a cualquier persona. Desde la CIA le hacen ir a negociar con Rusia en Alemania por el intercambio de un soldado americano por el soldado ruso. Además, se mezclan los intereses de la URSS y de una Alemania dividida por el muro. Tom Hanks le da vida a James Donovan, el responsable legal del agente ruso, un hombre de familia, que a diferencia del resto, pone primero a su honor y su amor por el trabajo que a los intereses del país. Un país que le recuerda todos los días lo que está haciendo. La gente lo mira y lo trata como si fuese un traidor, su familia también sufre el precio de lo bien que James Donovan hace su trabajo. Es increíble como desde el guión se trabaja sobre lo que se dice, lo que no se dice y lo que en realidad se está diciendo. Durante toda la película vemos un tire y afloje entre los distintos países. Son muy entretenidos los diálogos porque el soldado americano se apellida “Powers” y cuando hablan de él se escucha “¿Quién tiene poder? Nosotros queremos poder” y cosas por ese estilo que se aprovechan a la perfección. También se puede notar el uso del objetivo gran angular, que Spielberg lo usa en momentos determinados para agigantar (en mi opinión) todo lo que hace referencia a la justicia. Cuando vemos los juicios, el uso de ese tipo de objetivo hace que las columnas sean gigantes y da la sensación de “la justicia está en un nivel superior al nuestro”. El trabajo que se hace desde el montaje es genial, se pueden ver algunas técnicas de montajes paralelos, de esas que te enseñan cuando estudias cine pero hay que saber usarlas y sin duda saben cómo hacerlos. La película dura casi dos horas y media y no aburre en ningún momento, no se hace larga y siempre te mantiene tenso. No hay dudas que Tom Hanks es un gran actor, lo vimos a hacer muchos personajes, desde joven demuestra su talento y los años sólo hacen que se acerque más y más a la perfección. A él se le suman un grupo de actores que aunque no tengan un cuarto del tiempo que él tiene en pantalla, cuando aparecen lo hacen de la mejor manera posible. Faltan algunos meses para saber quiénes formarán parte de las nominaciones en los Oscars pero desde todos los aspectos hay alguien que podría ganar un premio.
Tras su última colaboración en "La Terminal", Steven Spielberg y Tom Hanks suman a la infalible dupla de los hermanos Ethan y Joel Coen en el guión para dar forma a "Puente de espías", un film de espionaje que remite a los grandes clásicos de la guerra fría pero que termina siendo más un drama judicial que de intriga. Contextualizada en plena Guerra Fría y la llamada “caza de espías” entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, Puente de espías se inspira en un caso real transcurrido desde 1957 hasta 1962 conocido como “el incidente U-2”, en el que un abogado de seguros de Brooklyn es asignado para defender a un espía de la URSS apresado en Estados Unidos y posteriormente hacer de mediador para intercambiarlo por otro espía norteamericano atrapado en suelo Ruso. Tom Hanks encarna a este abogado de Brooklyn que se ve súbitamente inmerso en las entrañas de la Guerra Fría, primero cuando es asignado como abogado estatal de un presunto espía soviético -magistralmente compuesto por Mark Rylance- que deberá defender ante el rechazo generalizado, inclusive de su familia, y luego cuando la CIA lo envíe para negociar la liberación e intercambio de un piloto -Austin Stowell- de un avión U-2 estadounidense capturado por la Unión Soviética. Spielberg captura la atmósfera de la Guerra Fría, al estilo visual de las clásicas películas de Hollywood de entonces, recreando los escenarios tanto de Brooklyn como Berlín y esos personajes con abrigos, sombreros y paraguas operando bajo las sombras. Pero en esta oportunidad no abra un James Bond ni agentes contrabandeando información con estrafalarios dispositivos técnicos, ni tampoco atentados con bombas o tiros.La historia se centra tanto en Hanks y su personaje como el del espía soviético -Mark Rylance-, donde recaen los mejores momentos de la película, que contraponen el valor del juicio ético y/o moral sobre el juicio legal y en cuyos escuetos diálogos quedará expuesto tanto el choque ideológico de sus respectivos países como las dosis de humor inteligente de los Coen. Gran trabajo de Tom Hanks y sobre todo de Mark Rylance, que a partir de su química logran transmitir la conexión que surge entre estos dos seres humanos que se descubren a través de la mirada, los gestos, la confianza, el honor y la dignidad. A pesar de ser un relato donde todo se va resolviendo de manera predecible, el excesivo discurso patriótico que escapa en algunas de sus escenas, y no lograr momentos o escenas realmente memorables, el gran trabajo en la ambientación de la época, la fotografía, puesta en escena y dirección de arte, sumado a dos grandes interpretaciones, hacen de Puente de espías una película efectiva, fluida y entretenida, que seguramente dirá presente en la venidera temporada de premios Oscar y afines.
El heroísmo y la patria ‘Puente de espías’ es un relato fascinante y perfecto con un héroe clásico y una mirada extraordinaria sobre los conceptos de patria e individuo. Hace un año y medio se dio a conocer la noticia: los hermanos Coen iban a escribir el guión de una película de espías ambientada en la Guerra Fría, la iba a dirigir Steven Spielberg y la iba a protagonizar Tom Hanks. En ese momento dije: ya es un 10. Esa película ya existe, se llama Puente de espías y se estrena hoy en Argentina. ¿Es un 10? Las expectativas eran demasiado altas. ¿Cómo podrían convivir el clasicismo optimista de Spielberg con el humor negro -o gris- de los Coen? En primer lugar, hay que decir que el guión es de un tal Matt Charman y que los Coen sólo lo revisaron y pulieron. Se pueden encontrar huellas de los hermanos en algunas líneas de diálogo agudas y quizás en una segunda o tercera visión puedan encontrarse otros rastros, como si de una excavación arqueológica se tratara, pero Puente de espías es una típica película de Spielberg de principio a fin. La historia está basada en un hecho real y se puede dividir en dos partes claras. Al principio amaga con ser una película de juicio y después pega un volantazo y entra de lleno en el género de espías. James Donovan (Tom Hanks) es un abogado especialista en seguros al que Spielberg presenta es una escena extraordinaria como un experto en esgrima verbal: Donovan es nuestro héroe y ese es su poder. Los jefes del estudio donde trabaja le encargan un caso atípico: tiene que defender a Rudolf Abel (Mark Rylance, a quien le pongo fichas para el Oscar), un espía ruso. La defensa es una cuestión formal como para hacer honor al carácter democrático norteamericano, pero lo cierto es que en plena Guerra Fría un espía ruso es el peor de los criminales y hasta el juez que lo va a juzgar sabe de antemano que no queda otra que condenarlo. Pero Donovan se toma su tarea en serio y está decidido a defenderlo de verdad, aunque se transforme él mismo en un enemigo de la sociedad y su propia familia sufra las consecuencias. En su novela El impostor, Javier Cercas define al héroe como alguien que dice no cuando todos dicen sí y esa acepción es la primera que me vino a la mente al ver el devenir de Donovan. Nuestro héroe le dice que no al juez, a su mujer, a sus jefes, incluso a su defendido, para seguir su camino, su misión. Pero después el héroe entra en su aventura: se va del mundo corriente y entra a una región de maravillas sobrenaturales. La cita es de Joseph Campbell, célebre mitólogo que famosamente definió al héroe, y en este caso la región de maravillas sobrenaturales es la Berlín partida en dos por el muro, que es espejo del mundo partido en dos, y las “fuerzas fabulosas” a las que se enfrenta no son otras que las de los dos gobiernos o regímenes. Ahí empieza la segunda parte de la película, en la que Donovan tiene que negociar con espías orientales el intercambio de prisioneros. Tal vez por lo apasionante de la primera parte, esta segunda palidece un poco en comparación. Está lejos de ser mala o regular o incluso estándar: Spielberg es un genio que maneja el relato como pocos, Donovan es un personaje extraordinario y hay dos o tres escenas de esas que es imposible encontrar en otras películas. Pero pienso en Argo, por ejemplo, y a este capítulo de espías le falta un poco de la tensión que podria haber tenido y de la que Spielberg es tan capaz. Creo que Puente de espías sufre de lo mismo que sufría otra película de guerra (no fría): Nacido para matar, de Stanley Kubrick, con esa primera parte ultraintensa y una segunda más convencional. Más allá de esta pequeña salvedad, que de todas maneras no empaña una narración que avanza con seguridad y parsimonia, Puente de espías es una película fascinante y perfecta acerca del heroísmo, la patria y los efectos que los gobiernos, como Dioses griegos, ejercen sobre los individuos.
Spielberg en la verdadera Guerra Fría. Numerosos espectadores se acomodaron el jueves dispuestos a ver una película de acción. O un thriller de trepidante suspenso. Ni una cosa ni la otra: “Puente de espías” retoma la tradición de un cine que Hollywood prácticamente no financia... salvo que Steven Spielberg, Tom Hanks y los hermanos Coen figuren en los créditos. Sostenida en largos, precisos y filosos diálogos -escritos por los Coen junto a Matt Charman-, el filme se toma casi dos horas y media para narrar una historia verídica: la de un intercambio de prisioneros entre Estados Unidos y la ex URSS. Todo en tiempos en los que la amenaza nuclear pendía sobre la humanidad como de un hilo delgadísimo. “Puente de espías” toca numerosas cuestiones. Manos sabias y confiables como las de Spielberg y los Coen evitan que ese gigantismo temático se convierta en un pastiche pretencioso. La película habla del miedo (el de la clase media estadounidense al enemigo comunista), de la desconfianza, de los prejuicios. No juzga una época compleja; más bien la pone en perspectiva con rigor histórico. Tom Hanks está muy bien como Jim Donovan, lo más cercano a un héroe que puede encontrarse en una historia donde todos circulan por la vida vestidos de gris. Aquí no hay villanos, sólo soldados, políticos e intereses en juego. Fue la verdadera Guerra Fría, años tensos, peligrosos, dramáticos, propios de espías oscuros y de abogados puestos a negociar, como el Donovan de Hanks. Para ver a James Bond habrá que esperar a la semana que viene. La película articula dos segmentos. En el primero, Donovan defiende a Rudolf Abel, el agente soviético al que todos quieren ver en la horca. El segundo nos lleva a Berlín este, cuando la construcción del muro potenció la crisis. Allí, Donovan intentará canjear a Abel por Gary Powers, el piloto cuyo U-2 fue derribado en plena misión. Sobre un puente, a la madrugada, puede definirse el futuro del mundo.
Resulta interesante como el director presenta esta historia que se encuentra basada en hechos reales. Con el correr de los minutos va atrapando al espectador pero también se siente que le sobran algunos. Hay algunas escenas poco creíbles, con toques melancólicos y con un final que emociona. Uno de los puntos más altos que tiene el film es la actuación de Hanks, es posible que sea nominado a los Premios Oscar, también está muy logrado el personaje Marcos Rylance como el espía soviético Rudolf Abel. Muy buena iluminación, dirección de arte, una buena paleta de colores para ir resaltando cada momento.
Volver a casa con el deber cumplido Sólo Spielberg es capaz de acudir al clasicismo mejor para contar a lo largo de dos horas una historia de aventuras, acción, intrigas, con toques de humor, mucha historia y. Los héroes del cine “histórico” de Spielberg (Lincoln, El Soldado Ryan, Schlinder) siempre transmiten orgullo y dicha por el deber cumplido. Enfrentan con una decisión absoluta las exigencias de un mundo que pide que cada uno haga bien su parte. Y ponen nobleza y entrega en ese cometido. Escenas rotundas, personajes bien presentados, un guión que fluye con naturalidad, nada escapa al pulso firme d este fenomenal relator que, sin necesidad de saltos de tiempo ni fuegos artificiales, con serenidad, claridad y profundidad, va dando espesura moral y sensibilidad a sus criaturas. El protagonista es el abogado James Donovan, típico héroe de Spielberg, un profesional que se limita a hacer su parte en este mundo de la forma más digna, un jefe de familia que hace lo correcto y que al regresar a casa con el deber cumplido siente que le ha dado sentido a su existencia. Donovan defiende a Rudolf Abel (un estupendo Mark Rylance) un espía ruso capturado en Estados Unidos. Y después tiene a su cargo un intercambio de espías en Berlín. Estamos en de plena guerra fría. Pese que todo el mundo le reprocha defender a un enemigo de Estados Unidos, los argumentos que da Donovan son incuestionables. Es un idealista que mira más allá. Y cree que si se ejerce dignamente la defensa, Estados Unidos le podrá dar un ejemplo al mundo. Además explica que a su defendido no se lo puede acusar de traidor porque hizo por la Unión Soviética lo que un leal espía americano hubiera hecho por Estados Unidos. Abel es, según lo ha definido Spielberg, simplemente “un hombre que hace su trabajo”. Y para él, estos pequeños héroes son ejemplares. Spielberg pone otra vez a sus personajes por encima de la trama y traza con aliento humanista una parábola sobre el deber y la responsabilidad de moral de cada uno, cualquiera sea el lugar que se ocupa. Un film claro, sobrio, pudoroso. Es mejor en la primera parte porque cuando se traslada a Berlín algunos clisés empañan su imagen. Pero nada consigue restarle valor a esta epopeya sobre gente que puso entrega, inteligencia y coraje para hacerle frente al mandato del destino. Spielberg, como ellos, puede volver satisfecho a casa. Otra vez hizo las cosas bien
Steven Spielberg vuelve a unirse con Tom Hanks para Puente de espías. Y el resultado es otra vez positivo. Un episodio de la Guerra Fría idealizado es lo que ofrece Steven Spielberg en Puente de espías. Reconstruye, por no decir mitologiza, dos momentos históricos vinculados por un mismo protagonista: el abogado mediador James Donovan, interpretado por Tom Hanks, siempre en ese estado de gracia que tanto le ha servido para representar al norteamericano bueno. Donovan fue el hombre que defendió ante los tribunales de los Estados Unidos al espía soviético Rudolf Abel (un inolvidable Mark Rylance), a fines de la década de 1950, y llevó el caso hasta la Corte Suprema. Si bien perdió por cinco votos a cuatro, evitó que el espía fuera ejecutado. Unos años después, en 1962, Donovan fue el negociador principal en un intercambio de prisioneros que involucró a Estados Unidos, la Unión Soviética y la República Democrática Alemana y en el cual los norteamericanos entregaron precisamente a Rudolfo Abel a cambio del aviador Francis Powers y del estudiante de Economía Frederic Pryor. En términos cinematográficos, Spielberg conecta una película de tribunales con una película de espías, y lo hace con el virtuosismo que lo caracteriza para contar historias, sean puramente ficcionales o basadas en hechos reales. Con un relato clásico, que tal vez respeta más la sensibilidad que la inteligencia del espectador, vuelve a un momento crucial de la historia del siglo 20, la época en que el mundo estaba dividido en dos frentes y la peor fantasía de la humanidad era desaparecer de la faz de la tierra por una conflagración atómica. Pero el espíritu de ese retorno no es revisionista sino moralista, con la moral un tanto voluntarista pero a la vez necesaria de los derechos del hombre. Si en Bastardos sin gloria y Django desencadenado Quentin Tarantino vuelve atrás las páginas del tiempo para que las víctimas del nazismo y del racismo sean redimidas en una historia paralela, Spielberg lo hace para empapar esas páginas de su propio humanismo. En Puente de espías, ese humanismo se impone a las razones de Estado como una razón más profunda, pero como Spielberg no es un filósofo -y tampoco intenta serlo- sólo puede exponer sus ideas en la forma más básica del relato norteamericano: el individualismo. Donovan sostiene su concepto de justicia y de humanidad contra la presión familiar, social y política y el único que parece entenderlo en el fondo es el espía soviético, quien de hecho provee la metáfora central de la película: la del hombre que se vuelve a parar una y otra vez sin importar cuántos golpes recibe. En ese sentido, tanto la elección de Hanks (inadecuada desde el punto de vista de la edad pues Donovan tenía poco más de 40 años en esa época y el actor ya cumplió 59) como la de Rylance resultan perfectas para evitar la sobrecarga de solemnidad patriótica y de tensión dramática. Lo mejor de la película son los sutiles virajes hacia la comedia que en la segunda parte, cuando Donovan ya está en Berlín, tienen algo de humor kafkiano apto para todo público. Por suerte, la necesidad de dejar un mensaje humanista nunca le ha impedido a Spielberg contar bien una historia, y en este caso está tan bien contada que uno deja pasar las obvias manipulaciones ideológicas e históricas y hasta le perdona su inconmovible fe en el norteamericano bueno.
Muy pocos filman y narran de manera tan diáfana como Steven Spielberg. Esta película prueba que está en la cima de sus posibilidades técnicas, que no puede colocar la cámara donde no es pertinente. Su cine es transparente, de un clacisismo que transforma lo extraordinario en natural. Porque todas sus películas tratan de un elemento extraño, fantástico, casi sobrenatural, en el orden de las cosas. Aquí es un abogado (Tom Hanks) contratado por el Estado norteamericano para defender a un ruso acusado de espionaje (superlativo Mark Rylance) en plena Guerra Fría, bajo la idea de hacer propaganda y demostrar que hasta un espía ruso, en los EE.UU., tenía un juicio justo. Pero eso deriva en la estigmatización de este hombre que -lo fantástico- hace su trabajo con celo y justicia, basado en lo que realmente cree. Esto deriva luego en negociar intercambio entre espías (el caso detrás del film es el del U2 derribado en la URSS en 1960) y nuestro abogado, primero enfrentdo ante el autoritarismo larval de los Estados Unidos, termina enfrentado a la burocracia soviética. Se cuenta mucho más que esto (amistades, cuestiones familiares, un enorme trabajo de reflexión política) con el tono de una comedia de aventuras. Todo funciona y la película resulta emotiva por los motivos adecuados: cuando nos hace lagrimear es cuando descubrimos que lo único que declara la película es que toda vida es sagrada y que la justicia, se esté de cualquier lado del muro, nos iguala y nos protege.
Cómo no amar a Steven Spielberg. Es casi como no amar al cine. Y es una definición simplista, sí, pero este espacio impone ser breve. Al igual que en “La lista de Schindler”, “Rescatando al soldado Ryan”, “Munich” y “Lincoln”, Spielberg retoma en “Puente de espías” su “cómo contar la historia” sin perder filo ni estilo. Aquí se apoya en un caso real que ocurrió en plena Guerra Fría: un abogado tan eficaz como idealista (un papel justo para Tom Hanks) decide tomar el caso de defender a un espía ruso atrapado en EEUU, con todo lo que eso conlleva. Y después, como si fuera poco, tendrá un rol esencial en una misión secreta para rescatar a un piloto americano atrapado en territorio soviético. Lejos del cine vertiginoso y efectista que abunda en Hollywood, Spielberg se mantiene firme en un formato clásico que potencia sus virtudes: ese arte de que parezca simple lo complejo, su narración precisa y su naturalidad para combinar suspenso, tensión política y acción sin dejar de lado el pulso emocional de sus personajes y hasta algunos toques de humor. “Puente de espías” es casi minimalista por momentos, nunca cae en trazos gruesos ni se excede en la banda sonora. Sobre el final puede incomodar cierta solemnidad, lo cual es sólo un detalle al lado de la decisión de Spielberg de exponer valores y defenderlos a través de su protagonista. Además su lectura de la historia es tan abarcadora que hasta puede ser pensada desde la Argentina de hoy.
Un puente sobre el mar A comienzos del nuevo milenio, Tom Hanks y Steven Spielberg se juntaron para llevar adelante Atrápame si Puedes (Catch Me If You Can) y La Terminal (The Terminal). El resultado es conocido: una obra maestra absoluta y una buena película, respectivamente. Ahora, a más de 10 años de aquella unión, vuelven a ponerse delante y detrás de la cámara para brindar con Puente de Espías (Bridge of Spies) otra gran propuesta. James Donovan (Hanks) es un exitoso abogado de seguros. En plena Guerra Fría, Estados Unidos atrapa a Rudolf Abel, un espía soviético. La estrategia del gobierno yankee es demostrar al mundo que Abel será enjuiciado justamente, y le encomiendan su defensa al bueno de Donovan. Lo que parecía una mera formalidad -ya que la condena de Abel se ve venir de lejos- empieza a complicarse por algunas fallas en la detención del ruso, a las que se agregan la obstinación (en el buen sentido de la palabra) de Donovan por otorgarle a su cliente todas las garantías constitucionales. La rectitud de éste le trae como premio (PONELE) mediar para la CIA el peligroso intercambio de Abel por un piloto americano derribado en suelo soviético y un estudiante injustamente detenido en Alemania. Spielberg es uno de los más grandes directores de todos los tiempos. El tipo es un animal cinematográfico y su presteza narrativa es abrumadora. Puente de Espías sigue en esa línea: el tipo jamás le erra en el relato, y ya hasta resulta obvio adularlo sobre ese apartado; aunque no por ser “obvio” hay que dejar de destacarlo. Steven Spielberg es un animal cinematográfico cuya presteza narrativa es abrumadora. Cualquier otro realizador que hubiese tenido en manos la historia de este film hubiese llevado adelante un panfleto patriótico insoportable. Por suerte Spielberg balancea la crítica/elogio hacia los bandos enfrentados (Estados Unidos vs Unión Soviética) para evitar inclinar el peso de la película hacia un fervor demasiado patriótico. Hay en Puente de Espías esa línea del Spielberg más moral y reivindicador de valores, como en Munich o Lincoln: ese Spielberg que disfruta de poner a disposición una gran película que, además de entretener, pueda dejar bien claro su visión de la historia; y que de alguna manera intenta transpolar esa visión a la actualidad. Acá pone a su protagonista (un, como casi siempre, inmenso Hanks) en situaciones límite, donde cada decisión tiene un peso sobre la conformación moral del personaje. Donovan todo el tiempo se está jugando su nombre y reputación, pero el tipo jamás deja de lado su integridad u honradez para zafar del contexto adverso en el que se va metiendo poco a poco. Puente de Espías es un film que pareciese pertenecer a otra época del cine y no a la que transcurre en estos tiempos. Es una película que camina con la tranquilidad y la conciencia de saber que está haciendo siempre lo correcto, lo que la ley y la honestidad indican; pero –ojo- sin dar lecciones ni apuntar con el dedo, sino mostrando con sabiduría que el camino hacia la paz -o el de no desencadenar una guerra- se tiene que transitar recto y por la senda que corresponde.
El amigo ruso Con asistencia en el guion de Joel y Ethan Coen, Steven Spielberg reflota un hecho real de posguerra que exhibe su madurez narrativa. En 1957, en uno de los momentos más tensos de la Guerra Fría, el espía soviético Rudolf Abel es capturado en Nueva York y, como muestra de transparencia del lado occidental, le es asignado un abogado en legítima defensa. El leguleyo nombrado es James B. Donovan (Tom Hanks). Al principio reluctante, Donovan siente curiosidad por el impasible Abel (una gigante composición del actor Mark Rylance) y esa curiosidad, paulatinamente, va tornando en simpatía. Claro que el gobierno, así como el norteamericano promedio, que todas las mañanas mira con desprecio a James en el colectivo, desea que Abel sea colgado. Pero ya no es fácil convencer al abogado del fin de su pantomima. La trama tiene su previsible desenlace cuando un soldado norteamericano es capturado en Rusia, y Donovan, que salvó a Abel de la parca, tiene ahora la oportunidad de devolverlo a su patria, haciendo un intercambio de agentes en el puente Glienicke de Berlín. Pese a momentos (pocos) en los que al autor de Tiburón, Indiana Jones y La lista de Schindler se le escapa algún artero ataque sensiblero, Puente de espías es una de sus producciones más contenidas, áridas (lo cual no es poco para alguien que hizo de los efectos especiales casi su nom de guerre). Si bien la historia es otra miniépica, Spielberg filma con severidad, y cuando muestra virtuosismo lo hace en escenas clave (como la persecución inicial, donde una cámara en mano se pierde entre el congestionamiento del subte neoyorquino en horas pico). Hanks, por su parte, también se anima a un protagónico medido, de expresiones calculadas, y su participación es fundamental para que Puente de espías sea una obra digna del gran director norteamericano.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
El cine de Spielberg goza de madurez, solidez, prestancia y capacidad narrativa Si hubiera que segmentar la filmografía de Steven Spielberg se podría decir que en estos últimos diez años, se ha decidido por revisar la historia lo ha hecho para contar el cuento, sí, pero también para sentar posición y su visión de los valores y las miserias humanas mirando el pasado para explicar el presente y acaso preguntarse por el futuro. La intolerancia y el odio en “Munich” (2005), la fidelidad y la amistad en “Caballo de guerra” (2011), y la lucha ideológica de la igualdad de derechos en ese largo registro de sesiones del congreso que fue “Lincoln” (2012). Ahora es el turno de la ética, la honestidad y las convicciones puestas en el personaje principal. James Donovan (Tom Hanks) es un abogado común. Destacado en el conocimiento de la ley, pero más que nada un ferviente creyente del sistema judicial como defensa de la justicia universal y de los valores amparados y promulgados por los “padres de la nación”. Rudolf Abel (Mark Rylance) es un espía soviético instalado en Estados Unidos. Ambos personajes son presentados de una manera particular, magistral. transparente y contundente. A Abel lo vemos reflejado en un espejo, en el óleo de un autorretrato que él mismo está pintando. Tres maneras diferentes de ver a una misma, sin embargo nunca de frente. Lo contrario sucede con Donovan porque lo hace en forma natural, sin rimbombancias. Ahora, por puro lenguaje cinematográfico, intuimos la manera de comportarse de cada uno. Pero falta un actor más. Uno omnipresente que se va a interponer entre la incorruptibilidad del abogado y su tares: el factor de poder. La tarea que “se le encomienda” al abogado es la de defender al espía luego de su arresto. Tremenda sorpresa le da el juez y el sistema al no escuchar la irregularidad jurídica de todo el procedimiento. Irónicamente hay algo kafkiano en su dilema y su accionar, aunque acá no hay mucho lugar para la reflexión porque gracias a un argumento casi inobjetable en 1957, respecto de la conveniencia de mantener a Abel con vida, la misión “por la patria” cambia de objetivo y de escenario. Ahora deberá haber un intercambio en Alemania Oriental, y adivinen quién está a cargo del asunto… Pasadas varias horas de la proyección, y luego de un debate interno y externo, las virtudes de “Puente de espías” afloran y maduran como los buenos vinos. La Norteamérica que muestra Steven Spielberg está escéptica y sufre de lavado de cerebro anti-comunista, como se ve en un diálogo magistral entre Donovan y su hijo. La paranoia por el invasor y por la bomba ya está sembrada y cosechada en las siguientes generaciones. Por eso hay poco lugar para la sonrisa y en una primera visión hasta pareceríamos estar frente a una obra “desangelada”. Pero el golpe viene por el costado estético. Todo es frío en “Puente de espías”: La cárcel, el estudio de abogados, la gente, el subte. Se respira una atmósfera de sospecha, de juzgamiento. Todos leen el diario y todos condenan a partir de los titulares. Los medios y su influencia en la opinión pública también caen bajo la lupa del cineasta. Por si fuese poco el talento, se establece una clara diferencia entre los escenarios y las culturas donde ocurren los hechos. Si USA está fría, Europa está congelada en todo sentido. Aquí la gran estrella, y clara candidata al Oscar, es la fotografía de Janusz Kaminsi junto a la edición (otra vez) de Michael Kahn. Entre ambos se conocen de memoria y generan los climas necesarios para retratar una época oscura, llena de sospechas y de temores colectivos. También es cierto que el guión de Matt Charman, Joel y Ethan Cohen pasa por alto el conflicto interno de Donovan. Es extraño porque allí radica una fuerza especial que enfrenta a un hombre y sus convicciones contra un sistema que por conveniencia va contra los derechos universales que la propia forma de vida estadounidense pregona a viva voz. En cambio, se profundiza en otros aspectos (no menos destacables, por cierto) que no tienen, para el personaje, la misma fuerza. Tal vez la explicación a este detalle esté justamente en los autores. Los hermanos Cohen han hecho casi siempre un cine que, desde el texto, ponderó más la circunstancia que el hombre, tales los casos como “Fargo” (1994) o “De paseo a la muerte” (1992). No por esto hay que interpretar incompatibilidad. Es una gran primera colaboración de realizadores que se han admirado mutuamente. Podría achacarse una exacerbada muestra de idolatría por Estados Unidos, subrepticiamente impuesta al espectador por comparación entre escenarios y su gente, pero rara vez Spielberg se ha corrido de la corrección política. La única vez que lo hizo fue con “El color púrpura” (1985) y la academia le dio la espalda a las once nominaciones que tuvo ese año. Como sea, el manejo del ritmo está abordado de una manera tradicional, a puro poder de imagen que los años y la sabiduría han convertido a la narrativa del creador de “Tiburón” (1975) en una experiencia más refinada y de sabor a clásico. Si había algún momento para comparar a Tom Hanks con la prestancia de James Stewart, ese momento son las dos horas veinte de “Puente de espías”. Hay una herencia implícita en la forma de abordar el personaje, en especial cuando su Donovan se enfrenta con la impunidad y si bien Mark Rylance ofrece un trabajo magistral basado en una austeridad de gestos y movimientos muy difícil de sostener durante tanto tiempo, en tiempos de carrera por el máximo galardón no extrañaría tener dos candidatos aquí. El cine de Steven Spielberg goza estos días de madurez ofreciendo solidez, prestancia, y una capacidad de contar el cuento de la que ya no hay.
Storytelling Desde que empecé a escribir para Hipercrítico numeré los textos. No hice eso con otros medios. Pero aquí siempre los numeré. Claro, el número no se ve acá, pero está en el nombre del archivo que envío (o comparto, porque ahora Google Drive). En fin, que esta es la columna número 300. Hace un tiempo pensaba en hacer alguna especie de balance por el número redondo. Pero justo cayó el 300 para la semana del estreno de Puente de espías, de Steven Spielberg. Desde febrero de 2013, es decir 32 meses, que no teníamos un estreno del señor Spielberg. Desde su Lincoln, que era una gran película. Y Puente de espías es aún mejor. La nueva de Spielberg es una de esas maravillas que nos ubican de inmediato: nos gusta el cine en gran parte porque existen estas películas, porque existen relatos con esta tersura, con esta fluidez, con esta mano maestra. Porque mientras vemos Puente de espías sentimos que narrar historias en cine puede hacerse con esta aparente sencillez, con esta contundencia, con la potencia y brevedad del término storytelling en inglés. Storytelling: una sola palabra, de sentido contundente, con la fuerza de la unión de sus componentes. Tres palabras para el sentido en castellano: narración de historias. Spielberg narra, cuenta: la historia progresa, y la historia del mundo, la opresión totalitaria, opera sobre los personajes. La Guerra Fría, la U.R.S.S., los espías, el miedo ante el comunismo, el delirante muro de Berlín, la RDA, etc. Y un hombre que decide hacer lo correcto. Una película de resistencia política, una resistencia que se liga con la responsabilidad, con el rechazo del cinismo y la conveniencia, con la claridad necesaria para saber que lo mayoritario no es necesariamente lo mismo que lo justo, lo legal, lo que se ajusta a las reglas que definen las bases de un país. El abogado James B. Donovan sufre por hacer lo correcto, y se aguanta el sufrimiento, y sigue, y persevera. Y la posibilidad de que al final la realidad se defina a su favor es nuestra esperanza; pero él no lo hace por eso, no puede saber el resultado. Lo hace porque es lo que debe hacer. Puente de espías es una película sobre las decisiones que nos constituyen. Un no, un sí. Una manera de plantarse aunque se pierdan amistades, relaciones, aunque haya más por perder que por ganar. El qué es el cómo para Puente de espías. Lo es siempre para los directores cabales. Spielberg, narrador consumado, siempre lo supo. Otra cosa distinta son las ideas que se derivan de las acciones de los personajes, de sus objetivos. Lincoln era una película más enredada políticamente, su tesis era más sucia, más llena de barro: importaba más el objetivo, importaba menos tanto cómo se llegaba a él. De alguna manera, Puente de espías es una respuesta a Lincoln, una opción distinta, una película que exhibe un camino que algunos verán como inocente, o maniqueo, o “demasiado” altruista. En el cambio de protagonista, de Daniel Day-Lewis a Tom Hanks, en su naturaleza actoral, en la mayor oscuridad del primero y la honestidad que irradia el segundo, se profundizan también las diferencias. Spielberg, una de las mayores inteligencias que ha dado el cine, cuenta. Pone el storytelling por delante. Decide no bombardear la esperanza, la perseverancia de su protagonista. Sigue, cuenta, dispone los elementos para que todo fluya, para que siempre tengamos ganas de saber qué pasó después. Hace una película de juicio, una de negociación, y muchas otras. No debemos ni queremos contar el argumento. Podemos maravillarnos por la reconstrucción de Berlín dividida. Sabemos cómo terminó ese muro que entonces empezaba, y podemos mirar al pasado con la tranquilidad de conocer el fin. Spielberg construye, cincela sus personajes, los define una y otra vez desde diferentes ángulos, diferentes luces. Cuando llegamos al final del camino por un lado queremos que siga el storytelling y por otro nos damos cuenta de que cuando se haga finalmente público el resultado de la perseverancia y de hacer lo correcto, no quedará más remedio que emocionarnos. Spielberg ha hecho otra obra maestra sobre el hombre americano -como La guerra de los mundos-, una película que presenta sus ideas sin que se noten, con su integración a una narración, a un storytelling que demuestra, una vez más, la sabiduría del director para entretenernos mientras nos cuenta el mundo, su mundo, uno en el que -justamente- la RDA no es un ideal de libertad.
En el filo de la moneda En otras ocasiones no tan lejanas en el tiempo, hemos comentado en estas páginas sobre cierto reverdecer de las películas de espías, recuperando el vigor que supieron tener en otros tiempos. Las hay de todo tipo, desde franquicias históricas como “Misión: Imposible” y el infatigable James Bond (pronto a regresar) a renacimientos como Jack Ryan y “El agente de Cipol”. Más allá del tono más o menos verídico o aventurero, todas buscan recuperar la figura del espía clásico en el terreno, figura que la historia reemplazó (como tuvo que hacerlo después el cine) por el analista de la era de la inteligencia electrónica. En la entretenida “El agente de Cipol”, Guy Ritchie reconstruía vívidamente la Berlín dividida de los ‘60, mientras que “El Topo” de Tomas Alfredson mostraba el mundo de la inteligencia durante la Guerra Fría, con aquellos espías estadounidenses que cantaban el himno soviético en Navidad. Es que si la Segunda Guerra Mundial fue “la madre de todas las guerras”, las que más historias por contar sigue dando, las primeras décadas de la Guerra Fría fueron la época más mítica del espionaje, donde las dos potencias plantaban espías y podía haber “bajas colaterales” como el matrimonio Rosenberg, o destaparse agentes dobles como “Los cinco de Cambridge”. Steven Spielberg vuelve a meterse con la historia, y en buena medida desde la misma perspectiva que lo hizo en “La lista de Schindler”, “Múnich” y “Lincoln”: es decir, desde la mirada de un hombre llevado por las circunstancias a situaciones extraordinarias. En ese sentido, el James B. Donovan de “Puente de espías” se parece más a Oskar Schindler: es un padre de familia que se ve llevado a lo más álgido de la contienda secreta entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Defensor La historia transcurre entre los años 1957 y 1962, aunque la espiral dramática se terminará centrando en un par de semanas de ese último año. Todo comienza cuando el supuesto pintor Rudolf Ivanovich Abel (no era su nombre real) es atrapado por el FBI, y se decide buscarle un abogado, para demostrar que Estados Unidos es la tierra de los juicios justos, aunque todos quieran ejecutarlo lo antes posible. La Barra (Colegio) de Abogados de Nueva York le propone la tarea a Donovan, que por ese entonces se especializaba en seguros. Fue como una especie de condecoración de plomo: un gran honor pero con una carga social negativa. Sin poder negarse, Donovan se involucra tanto en la defensa del espía que empieza a hacerlo muy bien, buscando un juicio justo en serio. Paralelamente, se nos introduce a Francis Gary Powers, un piloto de aviones espía que más tarde fue derribado sobre territorio soviético, y por ahí aparecerá un jugador menor: el guión escrito por Matt Charman junto a los célebres hermanos Ethan y Joel Coen nos propone entre las historias paralelas la de Frederic Pryor, un estudiante de intercambio que quedó atrapado en plena construcción del Muro de Berlín y acusado de espionaje. Antes de darse cuenta, Donovan se convierte en agente “independiente” para canjear espía por piloto, con el estudiante en la negociación y la aparición de una tercera pata: la República Democrática Alemana, que necesita reconocimiento internacional del Occidente y pararse mejor frente al gigante rojo. La película gana en la combinación de recursos (los “fundidos narrativos”, como cuando el juez dice “de pie” y vemos a una clase de primaria pararse), que permite ir abriendo todas las historias, con la puntillosa reconstrucción visual de época, con especial lucimiento para la Berlín dividida con su Muro, su Checkpoint Charlie y su puente Glienicke (la unión de Berlín Occidental con la Postdam comunista), unos pocos metros de no man’s land donde podían interactuar en las sombras los mismos que podían volarse mutuamente en el fuego nuclear. Y también hay pinceladas de aquella Generación Silenciosa criando a los Baby Boomers con el miedo al hongo atómico y sus instructivos de supervivencia. Registros Quizás Tom Hanks abuse un poco aquí de su archiconocido repertorio expresivo, pero se las arregla muy bien para sostener un relato que sí o sí debe girar en torno suyo, como el abogado que no entiende mucho qué pasa (ni los riesgos que toma) pero que usa su capacidad en los arreglos extrajudiciales para negociar a tres bandas entre potencias hostiles. Mark Rylance construye un Abel de gestos parcos y medidos, mientras que a Austin Stowell le toca bancarse la sufrida situación de Powers. Amy Ryan luce “terrenal” como Mary Donovan, la esposa del abogado, su ancla en el mundo real. Sebastian Koch (uno de los actores alemanes adoptados por el cine angloparlante) pone toda su aspereza en su Wolfgang Vogel, abogado y mediador de la RDA, contracara del más parismonioso Ivan Schischkin, negociador de la KGB, interpretado por Mikhail Gorevoy. Y por supuesto, el eterno Alan Alda tiene sus minutos del lucimiento como Thomas Watters Jr., cabeza del estudio donde ejerce Donovan. No lo vamos a contar aquí, pero algunas monedas especiales tienen mucha importancia en la historia del espía y del piloto: quizás porque son una metáfora del mundo bifronte de aquellos años, donde algunos pocos debieron moverse en el filo de la moneda para evitar que el mundo se jugara a cara o cruz.
Lo primero que hay que decir de Bridge of Spies es que, a pesar de lo que diga su título, no es una película de espías. Como otras películas de Spielberg es, o intenta ser, un drama social detrás de los acontecimientos políticos. Pero parece inverosímil que el mismo director que realizó películas conmovedoras desde todo punto de vista, tales como La lista de Schindler o Amistad, sea el mismo de El puente de espías. La película cuenta la historia real de un abogado de Nueva York, James Donovan (Tom Hanks), quien primero debió defender en la corte a Rudolph Abel (Mark Rylance) de realizar espionaje en los EEUU durante los años más álgidos de la Guerra Fría y luego colaboró con la CIA para que Abel sirviera de intercambio con un piloto norteamericano capturado por la Unión Soviética. Toda la película se apoya en la relación que se va creando entre Donovan y Abel, y ese es uno de los pocos puntos a favor del film. Como siempre, Tom Hanks hace su trabajo de manera impecable y el actor inglés Mark Rylance es, al menos para mi, una gratísima revelación y posiblemente el punto más alto del film. Desde lo formal, otro punto a destacar es el realismo para representar toda una época aunque, en mi opinión, ese realismo no se corresponde con algunas situaciones de la historia. Quizás los hechos se desarrollaron tal como se describen en la película, pero que un simple abogado que pocos días atrás era visto casi como un traidor a la patria por representar legalmente a un espía ruso termine dándole instrucciones a la CIA, me parece demasiado. Justamente, una de las cosas que más me llamó la atención de esta película es la pobreza del guión. Los hermanos Cohen, que nos tienen acostumbrados a historias intrincadas -cuando no absurdas- donde un plan simple se va complicando cada vez más hasta venirse en contra del protagonista o de los protagonistas, terminaron escribiendo un guión demasiado simple y demasiado lineal. Con poquísimos matices. Si la historia cuenta las tensiones entre EEUU y la Unión Soviética que podrían haber llevado a una guerra nuclear, eso no se siente en ningún momento del film. En definitiva, y esto es un pedido formal y hasta desesperado, que alguien le haga llegar una brújula al queridísimo Steven Spielberg; últimamente, tanto en la dirección como en la producción se está alejando mucho de las maravillas de las que él es capaz. Y lo necesitamos.
El libro de las reglas. Crítica a ‘Puente de espías’ Como es común, Spielberg genera muchísimas expectativas, a esto se suma la interpretación de Tom Hanks y el barullo de la crítica que se ha mostrado muy inclinada a considerarla la película del año. El entusiasmo por el film se sostiene en una narrativa impecable y una cinematografía mayor. En términos generales el film es una obra maestra indiscutible, pero para el crítico insidioso es necesario dar cuenta de ciertos aspectos, al menos, cuestionables.
La guerra fría según Spielberg. La última década en la cinematografía de Spielberg no ha sido del todo célebre. Sin necesariamente hacer películas malas (a excepción de la última Indiana Jones), el director no había logrado en más de diez años alcanzar ese umbral de excelencia que supo apuntalarlo como uno de los mejores realizadores de la historia del cine. Bridge of Spies rompe esa tendencia y demuestra que el amo y señor del cine sigue más vigente que nunca. Cuando Spielberg quiere contar una historia que le apasiona, es inigualable. Bridge of Spies, por supuesto, consta de esa perfección cinematográfica tan característica en la filmografía del director. Fotografía milimétrica, planos elocuentes, edición creativa y filtros de imagen acordes con la época. Pero por sobre todos los detalles técnicos, el enorme mérito del filme proviene de un guion fantástico, que atrapa al espectador y no lo suelta durante casi dos horas y media. Spielberg no sólo triunfa en narrar soberbiamente una serie de hechos increíbles e inspirados en la vida real, sino que también consigue retratar, y en ocasiones ridiculizar, una época tragicómica de la historia mundial. Bridge of Spies no es una entrega más, sino una de las mejores películas que he visto acerca de la guerra fría en mi vida. Sin dudas es, también, la mejor película del director desde Munich. Steven Spielberg vuelve a demostrar su versatilidad y su compromiso no sólo para con el cine, sino también para con la historia.
Dos para una Mentira La fructífera relación cinéfila que mantienen Tom Hanks y Steven Spielberg se manifiesta en este atrapante thriller ambientado en plena Guerra Fría. Para todos los admiradores de la dupla Tom Hanks y Steven Spielberg, que tan buenos momentos nos proporcionaron con Rescatando al Soldado Ryan, Atrápame Si Puedes y La Terminal, regresan al ruedo con Puente de Espías, una prueba manifiesta de que ambos se encuentran más en forma que nunca. En esta cuarta instancia de la fructífera colaboración entre el cineasta vivo más importante de los últimos 40 años y el ganador de dos premios Oscar de la Academia de Hollywood, la historia nos lleva a 1957, en plena era macartista, cuando el gobierno de los Estados Unidos buscaba incesantemente –y no sin razón- cualquier signo de actividad comunista en el país. En ese ámbito, la CIA detiene a Abel, un espía que se hace pasar por pintor pero trabaja para el gobierno de la Unión Soviética. Como una forma de mostrarle al mundo las virtudes del sistema legal norteamericano, el gobierno contrata a un poderoso estudio de abogados para que defiendan al espía y aquí es donde entra a jugar el ambicioso letrado James Donovan, interpretado por Hanks. Sin embargo, y a pesar de ampararse en la ley para ganar juicios de seguros, Donovan se rige por un estricto código de honor que le lleva a entablar una insólita amistad con su defendido y supuesto enemigo de su nación, y trabajar en pos de evitar su segura ejecución, superponiendo "lo que hay que hacer" por sobre "lo que se debe hacer" y el "qué dirán" sus compatriotas. Sin embargo, al otro lado del Océano Atlántico, varias sorpresas le cambiarán la vida a Donovan que de un minuto a otro se verá involucrado en una compleja negociación en la Alemania oriental en la que se pondrá en juego no sólo la libertad de Abel, sino también la de un joven piloto de la Fuerza Aérea norteamericana y un estudiante de ciencias económicas que fue encarcelado bajo cargos de espionaje. Como en todas las películas del creador de Tiburón, las circunstancias terminan superando a la persona y por eso Donovan no dudará un minuto en poner en riesgo su propio libertad, e incluso su propio pellejo, en pos de salvar todas las vidas que pueda. A pesar de su título, este nuevo trabajo de Spielberg no es una película de espionaje propiamente dicha sino un thriller de negociación, de esos en los que cada personaje puede tener la clave para destrabar una negociación imposible y que mantiene al espectador atrapado desde el primer minuto merced a unos diálogos que continuamente dejan continuamente expuestos lo ridículos términos en los que se libró la Guerra Fría, que duró hasta 1989 con la caída del Muro de Berlín y los tecnicismos del mundo legal. Sin embargo, y a pesar de algunos detalles que así lo sugieren, el filme no busca convertirse en una propaganda ni mucho menos y en más de una ocasión el director demuestra la plusvalía del sistema soviético como cuando el piloto norteamericano es condenado a prisión ante los festejos de los rusos. La actuación de Hanks es impecable, y continúa la tradición en la que se maneja este actor, ya acostumbrado a dar vida a personalidades extraídas de la realidad como el Capitán Phillips del la película homónima o el astronauta ... de Apollo XIII. Sin embargo, Hanks no está solo en esta tarea y es así que lo acompañan ... y ... en papeles igualmente conmovedores. En el plano técnico, la reconstrucción de la Berlín de la Guerra Fría es impecable, Spielberg ubica la historia en la época en la se comenzaba a levantar el muro y utiliza de manera magistral la escenografía para ambientar la historia en una y otra mitad de una nación todavía devastada por la Segunda Guerra Mundial que comienza a ponerse de pie a pesar de encontrarse dividida. La fotografía del filme es otro punto destacable ya que la ambientación obtenida con la iluminación da lugar a una sensación de opresión constante en la ciudad de Berlín y aumenta la empatía con el protagonista, amén de la textura del film, que remite al cine de la década de 1950, gracias a los filtros agregados a la cámara. En definitiva, Puente de Espías es otra de esas inolvidables citas cinéfilas de este año plagado de tanques y superproducciones, que demuestra que una historia que sabe conmover siempre es superior a cualquier recurso técnico del que se pueda disponer.
Trilogía de talentos "Bridge of spies" es lo nuevo del gigante director Steven Spielberg ("Schindler`s list", "Saving private Ryan") y ese actor enorme que es Tom Hanks ("Forrest Gump", "Saving private Ryan"). Esta es la cuarta colaboración de ambos como director y actor respectivamente, y ya se podría decir que esta mezcla prácticamente asegura una película de calidad. En esta oportunidad nos ofrecen una historia basada en hechos reales que tiene como eje el conflicto de la guerra fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética. James Donovan (Hanks) es designado abogado defensor de uno de los peores criminales que podían haber a finales de los sesenta, los espías soviéticos. Primero renegando de la mal vista tarea que le habían encomendado, conoce al espía en cuestión, el enigmático Rudolf Abel (Mark Rylance), con el cual establece de a poco una relación más cercana, llegando a entender que este hombre tenía derecho a una legítima defensa ante un juicio por el cual podrían darle pena de muerte. A partir de aquí, se teje una trama de negociaciones, engaños, puja de fuerzas, política burocrática y finalmente el triunfo de la justicia. Completan el dream team los hermanos Coen ("Fargo") en modo escritores, lo que definitivamente subió la calidad de esta historia, una narración que ya hemos visto y que podría haber sido uno más de muchos relatos, pero con esta espléndida trilogía de dirección, interpretación y guión, logró convertirse en un entretenimiento que resulta atrapante y revelador. Es increíble como Spielberg sabe crear ambientes y atmósferas, nos traslada a esa época y a ese juego de ajedrez político entre dos potencias que no se querían ni un poco. Mención aparte merecen Hanks y Rylance que están fabulosos, tanto que este último recibió una nominación para el Oscar. La película logró 6 nominaciones en total y se configura como una de las mejores propuestas del año. Como suele suceder muchas veces, el fanatismo de los críticos no suele coincidir tanto con el de los espectadores. Al público en general que suele gustar más de la montaña rusa de emociones, le parece un buena propuesta aunque quizás un tanto plana, con una recepción parecida a lo que fue "Caballo de guerra". Mi consejo es prestarle mucha atención y dejarse encantar por los detalles que la trilogía director, escritores y actores, le imprimió a esta propuesta de buen cine.
Hace ya 12 años de la recordada The Terminal, última colaboración entre el prócer Steven Spielberg y el no menos prócer Tom Hanks. Nominada al Oscar como Mejor Película, Puente de Espías tiene mucha expectativa puesta encima. ¿La cumple? Tom Hanks es James Donovan, un abogado neoyorkino de seguros, que tiene que defender a un espía ruso (Rudolf Abel, en la piel de Mark Rylance) tan solo por la formalidad del sistema de justicia estadounidense: es una defensa que debe dar automáticamente por perdida. Pero Donovan es un humanista, que puede ver la persona detrás del espía: un simple ser humano que cumplía funciones y que, más allá que sus tareas durante la guerra hayan atentado de manera directa contra la patria estadounidense, no deja de merecer una defensa legítima, con su interés puesto en él como persona y no en dar una muestra de patriotismo. Donovan, más que a la patria, le juró lealtad a su tarea como abogado (necesitamos muchos como él, aquí y ahora, de verdad) y por eso pone su foco y su conciencia en estar defendiendo a una persona, no a una nación ni a una institución. Es esa humanidad, y ese supuesto talento para tratar con los soviéticos, que le depara otra aventura a partir de la mitad de la película, más específicamente la misión que da nombre al filme: lo envían a la Unión Soviética para que coordine un intercambio de prisioneros de guerra (que sucede en un puente, claro). Spielberg se luce enmarcando una historia individual, de un personaje con principios, valentía y convicciones, en medio de un hecho histórico reconocible, un hecho con tanta fuerza histórico-política que absolutamente cualquier individualidad queda opacada, olvidada, diluida. Y ahí está la mano del director haciendo lo que más sabe hacer: contar historias sobre personas. Es más, a pesar de ser una historia situada en las décadas del '50 y el '60, al focalizarse en las personas y no en las circunstancias, Puente de Espías logra ser completamente actual: hoy pasa lo mismo con los terroristas, los prisioneros de guerra, los hackers: reciben condenas ejemplares en pos de defender el territorio, defender la patria, marcar terreno. Y es que en la condena de crímenes políticos, se busca más advertir a futuros criminales que castigar a los que están en el banquillo. VEREDICTO: 9.0 - SPIELROCK IS BACK Técnicamente perfecta (y sí, es Spielberg, chicos), sabe lograr momentos de suspenso, con pequeños toques de humor (indudablemente la mano de los hermanos Coen detrás del guión), y se convierte en una cinta profundamente emotiva. Porque no nos importa el contexto, la guerra, los buenos o los malos: lo repetimos una vez más, se trata de personas. E identificar al espectador con los personajes y atravesar a la par suya todas las emociones de una circunstancia extraordinaria es el mayor talento del director. Y a sus 68 años, sigue más vigente que nunca.
En varias ocasiones, Steven Spielberg ha revisado hechos históricos para construir una serie de películas en clave de firme declaración de principios. En ese apartado se encuentran títulos como La lista de Schindler, Rescatando al soldado Ryan, Munich, Caballo de guerra y Lincoln. A veces cayendo en cierto exceso de solemnidad, otras tentado por el subrayado discursivo; el gran cineasta finalmente da en la tecla justa con Puente de espías y logra su film más clásico, sobrio y elegante. Tom Hanks interpreta al abogado James Donovan, un hombre dotado de un gran sentido de ética profesional que recibe el trabajo menos deseado: defender a un espía soviético que ha sido capturado por el FBI en Brooklyn, hacia fines de los '50, en pleno pico de la Guerra Fría. Ni su familia ni la mismísima patria simpatizan con esta causa, pero Donovan se aferra a su única premisa moral: hacer lo correcto. Un poco más tarde, un piloto americano es derribado cuando sobrevuela cielo ruso tomando fotografías de las bases nucleares de aquella nación enemiga. El intercambio de rehenes se erige como la gran opción para que ambos bandos recuperen a sus ciudadanos. Y Donovan será el hombre clave en esa negociación que tendrá como escenario una gélida Alemania. La primera parte de la película apuesta por un clima más bien intimista, con unas sutiles charlas entre el defensor que interpreta Hanks y Rudolf Abel, el espía soviético que encarna un Mark Rylance que va camino al Oscar por su precisa actuación. En este tramo, el guión de Matt Charman, que contó con la eficaz reescritura de los hermanos Coen, se encarga de establecer un pacto entre los personajes que va más allá de las palabras. Para sellar esa alianza de lealtad, Spielberg no necesita regodearse en dramas personales, ni en forzar una situación de empatía entre sus criaturas. El vínculo entre Donovan y Abel mantiene el pudor y la distancia que amerita el crudo entorno político que los rodea, pero así y todo, queda en claro que la confianza que se profesan tiene un verdadero propósito. Mientras dos super potencias protagonizan una desmesurada escalada armamentista que las colocará al borde del estallido, Donovan comprende que la clave de todo está en la negociación y el diálogo. A nivel formal, el director se muestra más riguroso y medido que nunca. La música de Thomas Newman aporta un apoyo discreto, lejano a la orquestación recargada que ha sido tan frecuente en la filmografía de Spielberg. La fotografía del polaco Janusz Kaminski, habitual colaborador del realizador, es de un grado de exquisitez inusual en el cine industrial de hoy. Las texturas logradas en la escena del intercambio, sobre un puente alemán en una madrugada bajo la nieve, se presentan como una verdadera cátedra de cine depurado al que se le agrega un toque exacto de potencia teatral. Para aquellos que esperen una propuesta adrenalínica y pirotécnica, vale aclarar que este no es un relato dominado por vertiginosas escenas de acción. Tampoco se erige como un compleja y sesuda lectura de acontecimientos históricos. Steven Spielberg logra actualizar esos hechos y personajes basados en la realidad, y omite el ejercicio de exaltación nacionalista. Más allá de un par de subrayados, vinculados con los fusilamientos de quienes intentaron saltar el muro de Berlín, y una que otra escena en la que muestra a su patria más civilizada y cuidadosa que la super potencia enemiga; el realizador avanza sobre la idea de que hoy somos ciudadanos del mundo. La escueta presencia de símbolos nacionales flameando, está en plena concordancia con una historia que postula a un hombre común que logra mantenerse en pie frente a todo ese absurdo de poder y prepotencia. Las banderas son trapos que los gobiernos manipulan para incrementar su poderío a costa de los méritos de tipos como Donovan, que salen de su casa cada día con maletín en mano, sin otro objetivo que el de hacer lo que corresponde. Bridge of spies / Estados Unidos / 2015 / 141 minutos / Apta mayores de 13 años / Dirección: Steven Spielberg / Guión: Matt Charman, Ethan Coen y Joel Coen / Con: Tom Hanks, Mark Rylance, Alan Alda, Amy Ryan, Eve Hewson y Peter McRobbie.