La monotonía del séptimo arte. Mientras que gran parte del Hollywood contemporáneo -especialmente el que surgió en los márgenes independientes- divide su destino entre las películas con mensajes fastuosos, las cuales por cierto no llegan a sostenerse en términos narrativos, y el extremo opuesto, la sonsera pasatista centrada en productos cada vez más huecos y destinados a la espectacularidad vía CGI de cartón pintado; Joel y Ethan Coen siguen absortos en su camino tan particular, en el que la combinación de distintos géneros y una buena dosis de sadismo no deja lugar al onanismo cinéfilo de Quentin Tarantino o la pedantería de Steven Spielberg, dos ejemplos de autoindulgencia barata y pérdida de la chispa lúdica de la juventud (respectivamente). Si pensamos en el cine de los hermanos, nos encontramos en un terreno muy diferente ya que el delirio controlado siempre resulta vitalizante y permite una multitud de lecturas que no quedan aprisionadas en la nostalgia o la colección de citas, dos facilismos estructurales que vienen saturando todo el espectro del “cine de autor” desde hace -mínimo- tres décadas. ¡Salve, César! (Hail, Caesar!, 2016) no es la excepción en esta cadena prodigiosa porque aquí una vez más retoman el tono mordaz y caótico de otras propuestas de época, tan misteriosas como descontracturadas, en la línea de El Gran Salto (The Hudsucker Proxy, 1994) y ¿Dónde Estás, Hermano? (O Brother, Where Art Thou?, 2000): mientras que aquellas funcionaban como obras relativamente fallidas y/ o de transición dentro de la trayectoria de los directores, la película que nos ocupa eleva por un lado el nivel cualitativo pero al mismo tiempo se mantiene lejos de joyas como Barton Fink (1991), El Gran Lebowski (The Big Lebowski, 1998) y Un Hombre Serio (A Serious Man, 2009), todas obras maestras de la vertiente cómica de los norteamericanos. Hoy tenemos una suerte de relato coral que gira en torno a la figura del que fuera -en la vida real- uno de los ejecutivos más bizarros del Hollywood de Oro, Eddie Mannix, el encargado durante décadas de mantener a raya a las estrellas de la Metro Goldwyn Mayer, ahora rebautizada Capitol Pictures: en un período en el que la imagen pública de los actores y aledaños debía sí o sí concordar con los estereotipos del “american way of life” más conservador, el señor se la pasaba escondiendo los secretitos sucios de los susodichos a ojos de la prensa populista y del corazón. El Mannix de los Coen, interpretado estupendamente por Josh Brolin, no es un fantasma de la añoranza por tiempos pasados ni un zombie del refrito posmoderno: en esencia se mueve como un workaholic que en los años 50 duda entre abandonar su trabajo (frente a una oferta laboral en otro rubro, para colmo vinculado a la bomba atómica) o mantenerse en la industria del espectáculo (lo que implicaría continuar construyendo máscaras para la vida pública de cada uno de los involucrados en la maquinaría del séptimo arte). Hoy el acento ácido de otras épocas no lo es tanto y esto constituye una verdadera sorpresa, principalmente porque en ¡Salve, César! no predomina la parodia lisa y llana sino una especie de simpatía para con un trabajador fanático que saca adelante un entorno cada vez más complejo, dominado por la Guerra Fría y la crisis del mainstream ante el advenimiento de la televisión. A Mannix no le interesa absolutamente nada más allá de la finalización del péplum bíblico berreta de turno, intitulado por supuesto Hail, Caesar!, lo que a su vez nos reenvía a los pormenores que debe sobrellevar y los protagonistas de tales desventuras. Si bien el catalizador de la trama es el secuestro de Baird Whitlock (George Clooney), la estrella central de la epopeya en rodaje, aquí tenemos un verdadero desfile de conflictos: la actriz DeeAnna Moran (Scarlett Johansson) está a punto de convertirse en madre soltera, Hobie Doyle (Alden Ehrenreich) es obligado a pasar de los westerns -con un dejo musical- a los dramas taciturnos, el director Laurence Laurentz (Ralph Fiennes) se queja precisamente por el desempeño de Doyle, las gemelas “chimenteras” Thora y Thessaly Thacker (Tilda Swinton) amenazan con revelar distintos rumores que circulan en el ambiente, etc. Cada subtrama incluye una recontextualización -entre cariñosa y levemente sarcástica- del sistema de producción leonino de aquella etapa, una estrategia que ha sido administrada con tacto e inteligencia por los Coen, quienes evitan el cinismo y recurren nuevamente a la imprevisibilidad narrativa (cualquier cosa puede ocurrir en cualquier momento, aunque dentro de la lógica errante del film en su conjunto) y a las referencias sutiles al film noir (en esta oportunidad volcado más que nunca hacia el costado más adorable de ese atolladero existencial que le da sentido a los personajes). Otro punto a destacar son las maravillosas secuencias musicales/ coreográficas que condimentan los vaivenes de la historia; ayudando a balancear por un lado la mojigatería del período y los caprichos de las figuras del star system, y por el otro la monotonía profesional y toda la demencia que engendró el enfrentamiento entre Estados Unidos y la otrora URSS. El mayor mérito de ¡Salve, César! no se reduce simplemente a su condición de sátira afectuosa para con un ciclo histórico que quedó enterrado hace ya mucho tiempo, un mote que sin dudas le cabe a una infinidad de convites similares desde la década del 70 hasta el presente: aquí los Coen desnudan -a través de viñetas coloridas e hilarantes- las idas y vueltas de la manipulación, el escapismo y la soberbia, y cómo en ocasiones éstos pueden ir de la mano de las utopías, la imaginación creativa y la belleza que se deriva del placer estético. Más que versar sobre la bomba atómica o la soberbia sin límites del backstage, el último opus de los hermanos Coen es un lienzo disruptivo acerca de las contradicciones que movilizan al ser humano y al sistema productivo cinematográfico, ahora encarnado en la voluntad férrea aunque muy oportuna de un Mannix todo terreno.
En un fascinante y absurdo tour por el detrás de escena del mundo cinematográfico, los hermanos Coen vuelven a deleitarnos con una comedia disparatada e irónica con suficientes referencias para los amantes del cine y buen humor para el espectador casual. Otro acierto en sus filmografías.
Una mirada metacinematográfica. Aunque no se puede contar a ¡Salve, César! entre los grandes films de los hermanos Coen (Miller’s Crossing, 1990; Fargo, 1996), la película se destaca por la utilización de un lenguaje vedado hasta hace algunos años al cine norteamericano, por homenajear a la denominada “época de oro” de Hollywood en un tono socarrón y satírico, y principalmente por lograr un gran manejo de un estilo narrativo metadiscursivo, creando una historia con muchos guiños para el público cinéfilo. La historia de centra en el personaje de Eddie Mannix (Josh Brolin), un experimentado ejecutivo de los estudios cinematográficos Capitol Pictures que dirige el negocio empresarial de forma obsesiva, controlando las vidas privadas de los actores, manteniendo ocultas sus excentricidades y desviando la atención de los escándalos. La figura de Mannix, que fue un importante ejecutivo y productor de los estudios Metro Goldwyn Mayer por casi cuarenta años, entre las décadas del veinte y el sesenta, funciona como un catalizador que une todas las historias de un Hollywood en pleno éxito de su sistema de estrellas. Mientras que el protagonista se ve en la disyuntiva de continuar con su agotador trabajo de director del estudio o aceptar la tentadora oferta de Lockheed, una compañía norteamericana fabricante de aviones de guerra y armamento, el protagonista principal de un film sobre Cristo, Baird Whitlock (George Clooney), es secuestrado por una banda de guionistas comunistas dirigidos por un actor de musicales -al estilo de Fred Astaire- y un tal Profesor Marcuse. Las lecciones de materialismo dialéctico se mezclan con historias de actores con cierto talento para géneros específicos promovidos a proyectos para los que no son aptos, directores enervados por las decisiones de los estudios, discusiones extraordinarias entre representantes de todas las religiones que hacen recordar a escenas de La Vida de Brian (Life of Brian, 1979), del grupo cómico inglés Monty Python, o absurdos legales para esconder el embarazo de una estrella de cine. Entre escenas que homenajean a algunos géneros desaparecidos del cine de oro con una pizca de añoranza sarcástica, Joel y Ethan Coen regresan a la construcción de personajes entrañables y de carácter enérgico como Mannix para comparar el cínico presente del cine -que expone pornográficamente los escándalos de las estrellas como santo y seña de su estilo- con la inocencia de la protección de los actores ante sus pequeños deslices producto de la fama y el dinero. Las hermosas y divertidas apariciones de Frances McDormand y Tilda Swinton, y las extraordinarias actuaciones del resto del elenco de actores consagrados, apuntalan esta entretenida parodia de un Hollywood tan ficcional y a la vez tan cercano a la realidad. Las distintas historias que conforman este aleph cinematográfico funcionan como una serie de cuentos que se interrelacionan en tanto proyecciones ilusorias y utópicas de una realidad deformada por la sonrisa y la sátira consciente de su carácter de entretenimiento. El cine de los Coen así mantiene en ¡Salve, César! su búsqueda estética y una frescura ajena a la mayoría de las insulsas producciones actuales.
Un film pasatista y agradable de ver, sobre todo por la labor de sus protagonistas, con un humor muy especial que algunos disfrutarán de punta a punta pero otros terminarán aburririéndose durante...
Humor corrosivo y crueldad con sus personajes. Con estas marcas de agua, los hermanos Coen patentaron una fórmula que vienen utilizando desde su debut como directores allá por 1984, con Simplemente sangre. Puede que en sus historias haya mayor o menor piedad con los suyos, pero tampoco falta alguna dosis de violencia, otra de las características de su cine. ¡Salve, César!, que abrió la última Berlinale, condensa todos estos rasgos.
Et tu, Coens? Ambientada en la Edad de Oro de Hollywood, ¡Salve César! (Hail, Caesar! 2015) es una carta de amor de los hermanos Joel y Ethan Coen al cine clásico y el sistema de estudios que lo propulsó. Ésta era la época en que las productoras se adueñaban de sus estrellas y se las canjeaban como figuritas, probando y pegando donde quedaban mejor. El sistema podría ser descrito como mutuamente explotativo: las estrellas se dejaban usar cual muñequitos por los ejecutivos, y los ejecutivos iban encubriendo los escándalos de las estrellas. Todo en nombre de la ficción. La película sigue a uno de estos productores, Eddie Mannix (Josh Brolin), a lo largo de un día en los estudios de Capitol Pictures. La trama principal lo tiene intentando resolver el secuestro de una de sus estrellas más preciadas, Baird Whitlock (George Clooney), quien se encuentra a punto de terminar una épica romana titulada “Salve César”. Como en El gran Lebowski (The Big Lebowski, 1998) y Quémese después de leerse (Burn After Reading, 2008), el crimen inicial es una excusa para explorar el desaforado mundo de la película, y pronto se pierde en un mar de personajes pintorescos y viñetas cómicas que a menudo no llevan a nada. A diferencia de estas otras películas, ¡Salve César! se juega por algo más que la típica sorna nihilista de los Coen. Esto es, en parte, problemático. El mensaje de la película – una defensa del mérito artístico de la industria cinematográfica ante la inquisición de la teoría crítica frankfurtiana – sería más contundente si las numerosas subtramas sumaran hacia esta conclusión, en vez de existir como distracciones a lo largo de un paseo frívolo. No hay prácticamente relación, por ejemplo, entre la trama principal de la película y una extensa subtrama en la que Mannix debe reinventar la carrera del cowboy Hobie Doyle (Alden Ehrenreich), sacándolo de un Western y poniéndolo en un drama de recámara dirigido por el quisquilloso Laurence Laurentz (Ralph Fiennes). En otra subtrama aún más desligada del resto de la película, Mannix ayuda a encubrir el embarazo de la bailarina DeeAnna Moran (Scarlett Johansson). Entre una viñeta y otra hay resonancias temáticas, pero nada que avance la trama central. Hay secuencias enteras dedicadas a la recreación de números musicales dignos de la época – una danza de nado sincronizado con Johansson disfrazada de sirena y un intrincado número de tap a lo Gene Kelly con Channing Tatum vestido de marinero. Todo se filma como se hubiera hecho en la época – los mismos efectos, los mismos ángulos, la misma candorosa técnica actoral pre-Brando. Todo bellamente logrado, pero más que agregar substancia a la película la condimenta. Al final de todo nos preguntamos exactamente cómo es que la mitad de la película contribuye al saldo final, teniendo el final un mensaje tan claro en mente (en vez de “El Dude aguanta” y “¿Qué aprendimos? A no hacer esto de nuevo” de Lebowski y Quémese). El casting es, como siempre, impecable. Cada actor hace lo que sabe hacer mejor. Brolin es rudo y vulnerable, Clooney es un idiota, Fiennes es delicadamente británico, Johansson mezcla seducción y vulgaridad, Tatum baila y continúa haciendo guiños homoeróticos. Entre todo este talento, el neófito Alden Ehrenreich termina robándose la película como un sureño de madera que pasa intacto por la maquinaria pigmaliónica de Hollywood. La visión que los Coen tienen de Hollywood en esta película es considerablemente más alegre que la que presentan en Barton Fink (1991), de donde sacaron el nombre “Capitol Pictures”. De hecho es posiblemente una de las películas más luminosas y positivas que han hecho – una genuina celebración del poder de la mentira hollywoodense en todas sus formas y a todo costo. En espíritu se parece al melancólico repaso que hace Federico Fellini de la caótica Cinecittà en Entrevista (Intervista, 1987), con todas sus tangentes y ocurrencias súbitas. Fellini es posiblemente el mejor artífice del caos en el cine – sabía conjurarlo a voluntad y cruzarlo con vetas dramáticas. ¡Salve César! está inspirada en esa magia. Es una película sobre un tipo de cine que ya no existe más, hecha de una forma que ya no se usa más. Vale la pena verla en nombre de la cinefilia y la historia del cine, independientemente de todas sus falencias. Produce secuencias, escenas, tomas, personajes, diálogos y chistes memorables. Entre todas no componen, en sí, una película memorable. Las partes están todas adentro, diseminadas, y uno se queda mirando a la espera de qué sucede a continuación en la inmensamente placentera fantasmagoría de los Coen.
En ¡Salve César! los hermanos Coen retoman el género de la comedia para brindar una divertida sátira del cine hollywoodense de posguerra. Los directores eligieron un período histórico muy interesante en el que este arte sufrió una gran crisis debido a la aparición de la televisión. En consecuencia, la audiencia en las salas decayó a niveles que no tenían precedentes y muchos realizadores pasaron a trabajar en este nuevo medio que empezaba a surgir por aquellos días. Para mantener los espectadores en el cine, los grandes estudios apostaron a los espectáculos épicos y extravagantes, donde primaron las superproducciones bíblicas (como Ben-Hur y Los Diez Mandamientos) y los musicales de Esther Williams y Fred Astaire. En este contexto se desarrolla la vida laboral de Eddie Mannix (un excelente Josh Brolin), quien se destaca como uno de los directivos del estudio Capitol Pictures. Durante una estresante jornada Mannix debe lidiar con varios problemas en su trabajo. El embarazo de una estrella soltera de nado sincronizado (Scarlett Johansson) y el misterioso secuestro de uno de los actores principales del estudio (George Clooney) a cargo de una célula comunista. Aunque tal vez esta película no quede en el recuerdo entre las mejores comedias de los Coen, no deja de ser una muy buena propuesta de los directores por el modo en que abordaron esta temática. ¡Salve César! es un film que probablemente será más apreciado por los amantes del cine clásico hollywoodense, debido al retrato que se hace de esta era tan particular que vivió la producción norteamericana a comienzos de los años ´50. La película aborda con humor temas interesantes como el detrás de escena de las grandes producciones y el impacto que la Guerra Fría comenzaba a tener en este arte en ese momento. Si bien el conflicto central no es tan fuerte como el de otras comedias de los Coen, la película tiene numerosos momentos divertidos donde sobresalen pequeñas participaciones de grandes actores como Ralph Fiennes, Francis McDormand y muy especialmente Tilda Swinton. La gran revelación de esta película resultó Alden Ehereinch, un actor recordado por su horrenda interpretación en el fiasco juvenil Hermosas criaturas, quien acá sobresale como una estrella del western. Ehereinch tiene muy buenos momentos en esta película y termina siendo una de las figuras más destacadas del reparto. Lo mismo se puede decir de Channing Tatum, quien sorprende en una muy buena secuencia musical que evoca las películas clásicas de Fred Astaire. Si hubiera que resaltar la mayor virtud de ¡Salve César! creo que en este caso no pasa por el guión que escribieron los Coen, sino por la puesta en escena que ofrecieron los directores en esta producción. Desde los aspectos visuales el film es impecable por el modo en que se reconstruye el tipo de cine que se hacía en aquellos días, como los westerns, los musicales y las historias bíblicas, que acá brindan escenas magníficas. Reitero, para el público más cinéfilo el nuevo film de los hermanos Coen es una propuesta interesante que merece su visión.
Los Coen atacan de nuevo. En ¡Salve, Cesar! (2016), la nueva película del dúo irreverente Joel y Ethan Coen, conviven varias películas, por un lado el homenaje a la época dorada de Hollywood con base en los grandes estudios, el starsystem y los entretelones de mega producciones -como la del título- en plenos rodajes y por otro la excusa de una historia que entrelaza varios relatos para dejar en claro la mirada crítica sobre el sistema industrial y básicamente sobre la fagocitante Hollywood y su mundillo de negocios en detrimento del cine.
Mucho glamour, risas y misterio tras las bambalinas de la Era Dorada del séptimo arte. Una vez más, Joel y Ethan Coen mezclan géneros, y su distintiva impronta, para contar una historia plagada de misterios y momentos bizarros ambientada en el Hollywood de la Era Dorada, allá por la década del cincuenta. Todo gira en torno a la figura de Eddie Mannix (Josh Brolin), un hombre devoto y muy trabajador cuya tarea es “arreglar” cualquier inconveniente que surja entre las estrellas de Capitol Pictures. De entrada, los realizadores nos sumergen en el detrás de bambalinas de una época signada por el “star system” y el “studio system”, donde los ejecutivos eran amos y señores de sus “propiedades” y podían contralar cada aspecto de la vida de sus actores y realizadores. Un sistema bastante cruel, pero los Coen se encargan de jugar con la parodia, la crítica y, de paso, homenajear una de las épocas más fructíferas de la industria del séptimo arte: la de las grandes producciones filmadas en set magistrales y del glamour de sus grandes estrellas, que eran mucho más de lo que aparentaban delante de las cámaras. ¡Salve, César! (Hail, Caesar!, 2016) es de esas comedias que arrancan lágrimas y dolor de estómago por tantas risas, más allá de que uno entienda (o no) cada una de las referencias que los realizadores ponen en el camino. Cada personaje tiene su correlativo en la realidad, clásicas estrellas de Hollywood que no hace falta conocer para captar los chistes y el mensaje no tan sublime. En medio de los escándalos, los actores unidimensionales, los caprichos y la prensa entrometida, Mannix debe enfrentarse a uno de los mayores problemas cuando Baird Whitlock (George Clooney), la estrella más grande del momento, es secuestrado en medio de la producción más importante del año, “¡Salve, César!”, una monumental película épica que cruza la vida de un soldado romano y el Jesús más rubio de la historia. Ahí arranca una trama de misterios y conspiraciones con el trasfondo sociopolítico más inesperado que se les ocurra. En medio, tenemos musicales impactantes, jóvenes actores que intentan ampliar su rango de interpretación y a Mannix, que piensa seriamente abandonar este trabajo por uno mejor. La película lo tiene todo y se transforma en una superproducción (o varias), dentro de otra. Acá hay mucho amor por el cine como arte y el cine como industria, más allá de la sátira y las críticas justificadas. Los Coen juegan un ratito con estos modos de producción que fueron abandonados por productos más “naturalistas” y de “autor”, y se nota la nostalgia en sus imágenes. Hermosos fotogramas captados por la cámara de Roger Deakins que nos trasladan a una época para nada inocente, a pesar de lo que se contaba en la gran pantalla. Scarlett Johansson, Channing Tatum, Tilda Swinton, Ralph Fiennes, Jonah Hill y Frances McDormand, entre muchísimos otros, forman parte de un elenco donde todos se lucen, personajes bizarros y encantadores, como nos tienen acostumbrados estos hermanitos, a los que nos gustaría seguir viendo una y mil veces. ¡Salve, César! es el cine dentro del cine, pero también es comedia, es thriller, es musical y la dramática historia de un hombre que se debate entre hacer lo correcto y hacer lo necesario. Amamos a los Coen por estas gemas, más allá de que esta vez nos deben un buen baño de sangre.
El ojo del amo No son pocas las ocasiones en las que el cine nos presenta obras donde es más importante el cómo que el qué. Este es uno de esos casos. La historia transcurre a principios de la década del cincuenta y trata sobre Eddie Mannix, un obsesivo director de un estudio de Hollywood dedicado a cuidar tanto a sus producciones como a sus estrellas, al costo que sea. La propuesta es simpática y ofrece algunos momentos hilarantes; pero lo importante es cómo se nos cuenta esa historia. Y ahí es donde el factor Coen hace la diferencia. Desde el inicio todo se impregna de policial negro, con un Josh Brolin (Mannix) siempre ideal para el género. Que la trama tenga a un estudio de cine como escenario le permite a los Coen ensayar diversos estilos, y así pasan escenas que homenajean -no sin parodia- a los westerns de Roy Rogers, a las geométricas coreografías acuáticas que servían para el lucimiento a Esther Williams, a los bailes de Gene Kelly y a las fastuosas producciones de Cecil B. DeMille. El gran problema que se le presenta a Mannix es que la estrella de su filme más ambicioso es secuestrada. Se trata de Baird Whitlock (George Clooney), quien protagoniza una épica historia sobre Jesús que es la gran apuesta del estudio para ese año. Actores que no saben actuar, estrellas embarazadas que deben ocultar su estado, comunistas infiltrados, disquisiciones sobre el sistema capitalista y un hombre dispuesto a controlarlo todo para evitar el colapso de la "máquina de sueños" conviven en este filme por momentos caótico, pero siempre atractivo y entretenido. De impecable factura técnica, con actuaciones acordes al tono burlón del relato y una gran producción, los Coen ponen cierta distancia con su obra que la aleja de sus grandes trabajos, pero al mismo tiempo cumple con lo que esperamos de ellos.
El cine como religión Tras inaugurar en febrero el Festival de Berlín y luego de haberse estrenado ya en casi todo el mundo, finalmente se lanza en las salas argentinas la nueva película de los hermanos Coen. Se trata de una agridulce comedia con mucho de humor absurdo, pero también con un espíritu cinéfilo que homenajea -con más corazón que odio- al sistema de estudios de Hollywood en la década de 1950. Aunque no llega a ubicarse entre los mejores films de los creadores de Barton Fink, El gran Lebowski, Fargo y El gran salto, su espíritu lúdico y el aporte de un elenco que encabezan Josh Brolin, George Clooney, y Scarlett Johansson lo convierten en un divertimento entretenido y poco menos que irresistible. Un divertimento. Así se podría calificar a ¡Salve, César!, la nueva película de los hermanos Coen. Un film liviano en tono de comedia que intenta capturar el espíritu del Hollywood de la década de 1950 pasado por el tamiz ácido y crítico de los realizadores de Fargo. Los Coen más “livianos” y directamente cómicos, si se quiere, son los más irregulares: allí donde comedias como Educando a Arizona o El gran Lebowski funcionaron muy bien, otras como El amor cuesta caro, El quintento de la muerte o Quémese después de leerese fracasaron; en algunos casos, de manera estrepitosa. ¡Salve, César!, por más de un motivo, tiene similitudes con El gran salto, de 1994. Por un lado, porque ambas transcurren en la misma década y tienen escenarios, personajes y hasta situaciones parecidas. Y, por otro, porque ambas son películas de momentos, de pequeños hallazgo,s pero demasiado irregulares como para entrar en el panteón de las mejores de los Coen. En este caso, da la impresión que los hermanos hicieron una suerte de grandes éxitos, invitando a muchos actores conocidos a participar en roles menores y siendo un tanto menos condescendientes y más amables con sus personajes. Sin embargo, estos elementos que son más que bienvenidos en su cine –la ligereza en el tono y la empatía con los personajes– no redundan en un gran film, sino en uno apenas simpático con algunos extraordinarios (y absurdos, como sólo los Coen pueden ser absurdos) momentos. La película tiene como protagonista a Eddie Mannix (Josh Brolin), el encargado de que el estudio de cine Capitol funcione en el día a día, en 1951. No es el jefe ni el presidente, sino más bien el “encargado in situ”, el que trata de que todas las operaciones estén encaminadas, las estrellas no se metan en problemas y las películas estén listas en tiempo y forma. En lo que será una recurrente metáfora religiosa cristiana, Eddie –el “Cristo” de esta peripecia, el que absorbe los pecados de Hollywood– vive yendo a la Iglesia a confesarse por tonterías, cumple con las decenas de obligaciones paralelas de su trabajo y no tiene tiempo para su familia. Pero ama su trabajo. O, al menos, eso cree. ¡Salve, César! opera mediante varias subtramas paralelas del día a día de los estudios que en algunos casos se cruzan y contaminan unas a otras y en otros, no. El eje narrativo principal es que durante el rodaje de la película que da título a ésta (una épica de romanos encontrándose con Jesucristo a lo Ben Hur), la estrella de ese film, Baird Whitlock (George Clooney, a sus anchas y despatarrado como pocas veces) es secuestrado por un misterioso grupo que se hace llamar El Futuro y que, pronto sabremos, planea vengarse de los estudios por motivos políticos que será mejor no develar aquí. Eddie tiene que pagar el rescate, tratar de encontrar a su estrella y terminar la película. En paralelo, otros actores de su estudio están metidos en sus propios problemas. La estrella del rodeo Tobey (un excelente Alden Ehrenreich, que aquí conocimos en Tetro) pasa de los westerns a actuar en un sofisticado drama del estudio, pero el pobre no puede decir dos palabras juntas y menos aún cuando vienen de la pluma de Laurence Lorenz (Ralph Fiennes), un director refinado y gay que poco empatiza con este cowboy de Texas. DeAnna Moran (Scarlett Johansson) es la Esther Williams del estudio, la que se luce en películas que incluyen ridículas escenas de nado sincronizado. Pero la mujer ha quedado embarazada de un hombre casado y cae en los hombros de Mannix encontrar una solución al asunto. Y también está Burt Gurney (Channing Tatum), una bizarra versión de la típica estrella musical a la Fred Astaire/Gene Kelly, que tiene sus propios secretos, pero que baila y canta maravillosamente bien, aunque algo “pasado de rosca” para la época. En el medio, además, dos hermanas periodistas de la industria (ambas encarnadas por Tilda Swinton) amenazan, cada una con su estilo –ya verán– sacar al sol algunos trapitos oscuros del estudio, en especial los que tienen que ver con la por entonces muy bien escondida vida sexual de sus estrellas. Las escenas se suceden casi a modo de ensayo y error. Algunas no funcionan nada bien –como la reunión de religiosos para aprobar el guión de la película sobre Cristo o, llamativamente, la espectacular pero no del todo graciosa aparición subacuática de Johansson– mientras que otras son mucho más divertidas, en especial todas las relacionadas con Clooney y sus secuestradores, las secuencias con el tonto/buenazo cowboy y la antológica rutina de baile de soldados que capitanea Tatum. En el siempre muy sólido Brolin recae la “seriedad” de la película, su eje temático. Su Mannix es el típico sufrido antihéroe de los Coen, el que trata de hacer todo bien pero no siempre lo logra por designios que siempre parecen venir… del más allá. Con cameos de Jonah Hill, Frances McDormand, Christopher Lambert y otras figuras reconocidas del cine y la TV, ¡Salve, César! resulta demasiado episódica y sus escenas no son siempre tan efectivas como podrían serlo, como si por una vez una película de los Coen no tuviera el timing cómico preciso que acostumbran tener. Lo que es impecable, como siempre en sus films de este tipo, es la reconstrucción de época, ese un tanto exagerado Hollywood de los ’50 con sus Listas Negras, con su miedo a la llegada de la televisión, con sus cada vez más decadentes producciones (cuidadas al detalle) y su sistema de estrellas protegido casi policialmente que iba a empezar a desbarrancar, unos pocos años después, con la llegada de una nueva generación de actores, como James Dean y Marlon Brando. De una manera burlona, pero curiosamente –para ellos– afectuosa, los Coen parecen saludar a ese Hollywood clásico que iba desarmándose como factoría de protegidas celebridades para transformarse en otra cosa. Y lo hacen casi a costa de los que intentaban transgredir ese status quo tanto cinematográfico como político, los que cuestionaban ese sistema capitalista/religioso, ya que para ¡Salve, César! –o bien, para los Coen– no hay demasiadas diferencias entre una cosa y la otra. Un estudio de cine es, para ellos, un microcosmos del mundo, de entonces y de hoy. Y las películas son una religión que podrá considerarse otro opio de los pueblos, pero que también pueden llevar entretenimiento y fantasía a mucha gente. Siempre y cuando la estrella en cuestión se acuerde la letra y la película pueda terminarse… a la hora señalada.
Todo un acto de fe cinéfila De Barton Fink a ¡Salve, César!, el Hollywood de los Coen se ha vuelto definitivamente más amable. Ya no son tiempos de cine social, gangsters y luchadores, como allí, sino de westerns, musicales acuáticos, comedias de salón y superproducciones bíblicas. “El único tipo sano”: así definen los hermanos Coen a Eddie Mannix, protagonista de ¡Salve, César! (ver aparte). Y así es. Mannix es el primer tipo sano de una filmografía que abunda en psicópatas, descerebrados, corruptos, malos bichos y, en el mejor de los casos, sobrevivientes a como dé lugar. Pero buena gente no. Es tan sano Eddie Mannix, que en la escena inicial va a confesarse a las cuatro de la mañana porque ese día se permitió fumar dos cigarrillos. Conociendo a los Coen podría pensarse que se están burlando de este padre de familia creyente, practicante, pío y culposo. Y sin embargo no. Eddie Mannix es el héroe de ¡Salve, César! El que desface entuertos y no pide nada a cambio. El ejecutivo ejemplar del estudio. El que se pone de pie cuando habla por teléfono con su jefe. El que es capaz de trabajar día y noche, recorriendo toda Los Angeles para subsanar las macanas que se mandan los demás. ¿Un buen cristiano? Mmmhhh, tal vez. ¡Salve, César! (desgraciada traducción, en lugar del tradicional “¡Ave, César!”) representa la segunda ocasión en que los autores de Simplemente sangre, Fargo y Sin lugar para los débiles toman a Hollywood por protagonista. La anterior fue Barton Fink, que transcurría en el Hollywood de comienzos de los 40. Ahora el almanaque se corre diez años más adelante. Ya no son tiempos de cine social, de gangsters y luchadores, como allí, sino de westerns musicales, musicales tout court, musicales acuáticos, comedias de salón y superproducciones bíblicas. Los estudios Capitol –entidad de ficción creada por los Coen ad hoc–, se hallan en plena producción de películas de esos géneros y en todas ellas deberá intervenir Eddie Mannix (esa especie de Russell Crowe medido que es Josh Brolin). Mannix es lo que se llamaba un fixer, rol poco conocido que consistía en arreglar problemas. Estos pueden consistir en inventarle un padre falso al hijo de la diva acuática del estudio (Scarlett Johansson), injertar al joven cantante cowboy en la comedia sofisticada (y lograr que, por una vez en su vida, actúe), frenar a las dos hermanas mellizas, ambas periodistas de chimentos, que compiten entre sí (Tilda Swinton en ambos papeles) y, sobre todo, pagar el rescate que un grupo de guionistas comunistas pide por Baird Whitlock, máxima estrella del estudio (George Clooney), a quien secuestraron con sus ropas de centurión romano. De Barton Fink a ¡Salve, César!, el Hollywood de los Coen se ha vuelto definitivamente más amable. Ya no hay jefes de estudio groseros y dictatoriales. Ya no hay jefes de estudio, en verdad. No en cuadro, al menos. A Schenck, dueño de la Capitol, sólo se lo oye por teléfono, y no se escuchan gritos del otro lado de la línea. Las películas de la Capitol no son ridículas, como las de luchadores de Barton Fink, sino moderadamente entretenidas, aunque algo infantiles. El cowboy Hobie Doyle hace unas lindas acrobacias sobre su caballo, las coreografías acuáticas de las películas de DeeAnna Moran llaman al asombro, y el número musical con Channing Tatum es una maravilla de timing y coordinación. Todo ello, claro, espléndidamente iluminado y, sobre todo, colorizado, por el gran Roger Deakins, director de fotografía habitual de los Coen, que logra replicar al detalle los tonos del Technicolor (¡ir a verla al cine, por favor!). Tal vez el mayor reconocimiento que los Coen hacen del talento circulante en Hollywood es la brevísima escena en que, asombrosamente, Hobie Doyle finalmente actúa, aunque hasta entonces fuera un tronco hecho y derecho. Escena que lleva a evocar aquello que dijo John Ford cuando vio a John Wayne en Río Rojo, western posterior en más de una década a La diligencia: “Ah, pero entonces el hijo de puta sabia actuar”. No es que los Coen hayan perdido sentido del absurdo, y para probarlo está el grupo de guionistas comunistas secuestradores (¡que incluye a Herbert Marcuse!) o la genial escena del submarino ruso, llena por otra parte de un misterio nocturno y surreal. Pero el mundo, que hasta ahora era horrorosamente absurdo (Barton Fink, Fargo), despatarradamente absurdo (Educando a Arizona, El gran Lebowski, Quémese después de leer), horrorosamente despiadado (Simplemente sangre, De paseo a la muerte, Sin piedad para los débiles) o metafísicamente absurdo (Un hombre serio), aquí se ha vuelto práctico, a la medida del héroe. Necesitado de sus consejos ante la película bíblica que el estudio está filmando, Eddie Mannix se reúne con cuatro autoridades religiosas, pero en cuanto se enfrascan en un debate sobre la Santísima Trinidad les aclara que él de eso no entiende nada. Cuando una vez liberado Baird Whitlock vuelve maravillado con El capital, Mannix le da un par de cachetazos y lo manda a que trabaje otra vez de estrella. Junto con el pragmatismo y aunque parezcan inconciliables (y más inconciliables aún con el cine previo de los Coen), el otro valor en el que ¡Salve, César! parece creer es el de la fe. Fe religiosa en Mannix (la película empieza y casi termina en un confesionario), fe marxista en el grupo de guionistas secuestradores, fe cinéfila tal vez en los Coen, que aquí parecen amar un cine que Hollywood ya no hace.
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El cine dentro del cine. Todos los años los grandes estudios revisitan su historia, y si hace algunos años “The Artist” reveía la etapa del cine de Hollywood mudo, con su actor que luchaba por permanecer en la industria a pesar de todo, en esta oportunidad los hermanos Coen buscan justificar algunas decisiones políticas y temáticas de una época en la que el cine dominaba todo. “¡Salve César!” (Estados Unidos, 2016) de Joel y Ethan Coen reposa la mirada en un gran estudio llamado Capitol, y la lucha diaria de uno de sus más eficientes directivos , Eddie Mannix (Josh Briolin), quien debe lidiar con cada uno de los talentos, directores, músicos, periodista, que golpean a su puerta. Claro que cada uno que lo convoque tendrá sus razones para creerse el centro del mundo, y pese a esto, Mannix los aconseja y acompaña hasta donde sus habilidades de negociador le permiten llegar. Siguiéndolo desde una madrugada en la Iglesia (Mannix es ultracatólico y va a confesarse cada vez que hace algo que linda con el pecado o la mentira), con una descriptiva escena que celebra al filme noir y al policial, luego la acción se trasladará a los estudios, aquel lugar en donde los sueños y las ideas explotaban llenas de colores y potencia. Mientras por un lado debe asumir el padrinzago de un actor de Western devenido ahora en estrella de musicales (Alden Ehrenreich, quien debutó en el cine con Tetro de Copolla), pelearse con el director del filme (Ralph Fiennes) para convencerlo que debe apoyar al joven, ayudar a una actriz un tanto libertina (Scarlett Johansson) con una situación “embarazosa” que debe resolver, y, principalmente, encontrar a Baird Whitlock (George Clooney), quien, aparentemente fue secuestrado. Repartiendo, como puede, su tiempo entre todas estas tareas, además Mannix lidiará con unas crueles y déspotas hermanas periodistas llamadas Thora y Thessaly Tacker (Tilda Swinton), quienes lo extorsionarán para sacar su rédito sobre historias del pasado de los actores representados por los estudios. Y en el medio de todo esto, los Coen reflexionan con su humor y sagacidad sobre la religión y el comunismo, conectando, de manera caprichosa, pero única y precisa, todo con la impronta que las películas de esa época, y hasta en los musicales, se legaba al espectador subliminalmente mensajes. Mención aparte para Channing Tatum, una de las verdaderas estrellas del filme, quien desde la aparente ingenuidad de su personaje, un mastodonte devenido en Gene Kelly, hábil bailarín, protagoniza un número musical único, en donde la homosexualidad contenida de ese entonces explota en bajada de información sobre la negación de la verdadera cara de los actores de Hollywood. “¡Salve César!” es un filme abrumador, bello, filmado con una maestría y solvencia única, que impregna un clima festivo a todo el largometraje y que, además, se permite reflexionar y cuestionar sobre mitos fundantes de la industria del cine para reflejar alguna luz en aquellos tópicos sobre los que siempre uno se cuestionó. En el fondo la moraleja reposará en que las apariencias engañan, y que el entretenimiento, aún el más banal, siempre, en el fondo, esconde otra información, una mucho más interesante y que es negada para los espectadores menos avezados.
Los hermanos Coen tienen esa habilidad para atrapar al espectador en historias que son folletines, con mucho de farsa y misterio y en este caso hasta comunistas y conversos. En "¡Salve, César!" nos encontraremos con varios de sus actores fetiche como es el caso de George Clooney y también de Josh Brolin. Estrellas de la talla de Tilda Swinton, Frances McDormand y la agraciada Scarelett Johansson, visten la escena desde lo femenino. ¿La historia? Un disparatado día en la vida de Eddie Mannix, productor del Estudio de Cine Capitol en los años 50, desde cada set de rodaje, se presentará el conflicto de este hombre, un poco agobiado por los avatares de su profesión y a la vez, tentado para participar de un proyecto que podría sacarlo de esa locura y hacerle, según dice el tentador, disfrutar de su tiempo y disfrutar más tiempo con su famila. Como a caballo regalado no se le miran los dientes, Mannix, interpretado por Josh Brolin en un rol a su medida, se debatirá entre su fe, los chismes que amenazan con tirar abajo alguna de sus producciones familiares y la desaparición de Baird Whithlock, que es el actor que protagoniza, "¡Salve, César!", la película dentro de la película: un centurión romano que cae rendido ante el Mesías. La hipocresía del intérprete es tal que no se sabe si podrá hacer la escena de su conversión; sin embargo, su rapto deparará una sorpresa que hará repensar el camino para muchos de los que comparten el oficio. Un George Clooney que se ve distendido y divertido, ya no tan en postura de galán, sino en plano de simpático sinvergüenza que vale mucho para un grupo de comunistas molestos porque el cine de Hollywood está contagiando de capitalismo al mundo entero. La película recordará variados decorados, géneros, coreografías y estrellas que deslumbraron al público de esos años de comedias pasatistas, nado sincronizado a lo Esther Williams, tap y western. Alden Ehrenreich (que participara de "Adorables Criaturas" y "Blue Jasmine"), como Hobbie Doyle, es la figura joven, que fue descubierta por Mannix y es algo despreciado por la alta cultura, los grandes directores, por su acento y habilidades campestres y no tanto actorales; sin embargo, jugará un rol muy destacado en esas 24, 27 horas, de trajín cinematográfico entre el rodeo y Jerusalén. Un homenaje al cine en tono de parodia, no alcanza a "El Artista" pero tiene lo suyo si son seguidores de estos excéntricos hermanos que siempre nos sirven un cóctel provocador en la pantalla grande.
Los Coen le declaran su amor a la época de oro del cine Maestros de la sátira y del humor negro, los hermanos Coen regalan con ¡Salve, César! su película más amable, o al menos todo lo amable que pueden ser estos guionistas y directores que han hecho del cinismo y del patetismo dos características esenciales de su filmografía. ¡Salve, César! es también su largometraje más puramente cinéfilo, ya que se trata de un homenaje a la era de oro de los grandes estudios de Hollywood a principios de la década de 1950. El protagonista de esta tragicomedia es Eddie Mannix (Josh Brolin), inspirado en VP Mannix, quien se hizo famoso tapando escándalos y resolviendo conflictos durante varias décadas en la MGM. En verdad, nada de lo que ocurre en este nuevo film de los Coen que inauguró el último Festival de Berlín es estrictamente como ocurrió, pero casi todos los hechos y personajes tienen alguna conexión con la historia del cine. La película arranca (y termina) con Mannix confesándose en la iglesia. Las cuestiones de fe sobrevolarán todo el relato, pero aquí la verdadera religión es el cine, se trata de creer en el arte de hacer, vender y ver películas. El protagonista es el encargado de que todo funcione razonablemente bien en Capitol Films, un estudio en el que se están rodando varios proyectos de manera simultánea: desde un musical protagonizado por un Channing Tatum en plan Gene Kelly hasta otro con coreografías acuáticas con Scarlett Johansson como una suerte de Esther Williams, pasando por westerns liderados por el joven y popular galán Hobie Doyle (un brillante Alden Ehrenreich), que se convertirá en una pesadilla actoral cuando deba incursionar en un drama dirigido por un realizador prestigioso (Ralph Fiennes). Sin embargo, la gran apuesta de Capitol es ¡Salve, César!, épica de romanos a la Ben Hur que encabeza Baird Whitlock (George Clooney), la principal estrella del estudio. El problema es que en medio de la producción el actor es secuestrado por un grupo de guionistas comunistas y allí comenzarán a acumularse los problemas y, claro, los enredos que Mannix deberá sobrellevar con ingenio, astucia y aplomo. No todos los conflictos se resuelven ni todos los gags funcionan con la misma fluidez, pero la película nunca deja de entretener. Y, en medio de su espíritu coral, aparecen también desde Tilda Swinton (interpreta a dos hermanas gemelas que se dedican a la prensa de chismes) hasta Frances McDormand como una patética compaginadora.Así, los directores de Barton Fink y Fargo regresan al terreno de la comedia más pura y, aunque no llegan a las alturas de Educando a Arizona o El gran Lebowski, construyen un film leve, ligero, elegante y de indudable simpatía.
Salve Cesar, la nueva película de los hermanos Coen llega hoy a los cines. La nueva película de los hermanos Coen hace foco en 27 vertiginosas horas en la vida de Eddie Mannix, un ejecutivo del estudio Capitol, que debe lidiar con los problemas acaecidos en varias de las producciones que se están filmando. Por un lado Baird Whitlock (George Clooney) la estrella más grande de un gran espectáculo bíblico al estilo de Ben Hur o Los diez mandamientos, ha sido secuestrado al momento que quedan por filmar escenas cruciales de ¡Salve, Cesar!. Por otro lado, Dee Anna Moran (Scarlet Johansson) la blonda estrella de películas acuáticas, al estilo Esther Williams, está embarazada, con el agravante que es soltera, y el público ama su inocencia (en realidad es bastante mal hablada y dista mucho de ser lo que da en cámara), hay que buscarle una coartada o marido, urgente. Además un cowboy cantante, con un fuerte acento sureño, Hobby Doy le (Alden Ehrenreich) es llamado para que abandone las monturas y los lazos para cubrir un papel de neoyorquino de alcurnia en una película que está filmando Laurence Laurentz (Ralph Fiennes), un director europeo con pretensiones de hacer films de calidad. El muchacho de a caballo tiene serios problemas de dicción que sacan de las casillas a todo el set. En el medio de todo eso se entrometen dos hermanas periodistas y rivales, Thora y Thessaly Thacker (interpretadas ambas por Tilda Swinton) que ponen sus narices en los problemas de las filmaciones de Capitol y sus estrellas. En un momento en que los conflictos abundan. La idea de mostrar al cine como una fábrica, de ilusiones al fin, pero una industria como cualquier otra, sirve de marco a ¡Salve, César! para crear una galería de entrañables personajes y la vez recrear escenas de los géneros más populares en los ’50. Coreografías a lo Busby Berkeley en brillantes colores, en tomas cenitales que parecen imposibles. Un número de baile con reminiscencias a Gene Kelly en Levando anclas, llevado a cabo por Channing Tatum, con impecable destreza y un final homoerótico que se resignificará cuando se resuelvan los conflictos. El cowboy cantante tendrá su turno de lucimiento, cantando con la luna llena reflejada en un bebedero de ganado y haciendo gala de sus dotes con el lazo, hasta con un plato de espaguetis. Pero además de todo lo anterior que parece vertiginoso, aunque en rigor a la verdad, hay que decir que el ritmo de la película no lo es, los Cohen frenan ese derroche visual con reflexiones religiosas, Mannix es un católico que frecuenta el confesionario por pavadas e intenta quedar bien con todos (¿los públicos?) al organizar una reunión para evaluar el guión de la película bíblica con autoridades de cuatro religiones y la escena sirve de excusa para un paródico y cómico debate sobre los puntos de vista de la religión y la corporización de Dios. Así como también lo es la reunión de The future (la organización que secuestró al actor estrella), formada por guionistas comunistas, que debaten sobre el materialismo histórico, con una estrella hollywoodense, instalados comodamente en una casa a la orilla del mar, que tiene cierto parecido con la casa Vandamm, que aparece en Intriga internacional, de Alfred Hitchcock. Hay todo un cúmulo de referencias deliciosas al Hollywood clásico: el affaire a revelar sobre la estrella de la película On wings as eagles, del que hacen mención las periodistas basadas en Hedda Hopper y Louella Parsons, dos arpías de la prensa de esos años, remite a un rumor sobre la supuesta bisexualidad de Clark Gable en sus primeros pasos como actor; la actriz latina llamada Carlotta Valdez (como la protagonista de Vértigo) es una suerte de Carmen Miranda; el personaje de Ralph Fiennes podría ser tomado como una referencia a Laurence Olivier y así, el cinéfilo más avezado podrá descubrir otros paralelismos. Situada en un contexto histórico en el que la televisión amenazaba con quitarle su reinado al cine y la guerra fría comenzaba a insinuarse, los Coen enlazan las conflictos de las filmaciones a través de un personaje, el del fixer, ese tipo que lo arregla todo en la vida escandalosa de los demás (que tanto podría trabajar en cine como en cualquier otra empresa, no en vano, su propio conflicto es aceptar el ofrecimiento de otra “fabrica”, una de aviones). Y ese hombre es mostrado como un buen tipo, diseña estrategias para que todo sea plácido y disfrutable en el mercado en el que está involucrado. Y las cosas funcionan. Y así los realizadores de Fargo, presentan su visión de la vida, porque ellos mismos están muy alejados de las campañas de marketing o de ser divos que realizan declaraciones polémicas. Se dedican a los que disfrutan hacer: guiones con humor ácido y planeamiento de escenas. En un tiempo fueron célebres por sus movimientos de cámara y ácidos personajes. Ahora, con otra madurez, pero mimados por los premios más importantes y celebrados en los más prestigiosos festivales del mundo, les llegó el momento de homenajear, de agradecer. Cuando Hollywood satura con blockbusters de superhéroes, los ganadores del Oscar por Sin lugar para los débiles, quizás los más independientes de los realizadores hollywoodenses, entregan con ¡Salve, César! una carta de amor a los géneros que forjaron la industria del entretenimiento. Y el resultado, aunque desparejo, es altamente disfrutable.
Hollywood, pan y circo Nueva comedia de los creadores de “Fargo”, sobre un productor que salva todos los problemas de las estrellas. Los hermanos Coen pueden hacer genialidades desde el cine negro (Sin lugar para los débiles, Fargo, Simplemente sangre), joyas como Barton Fink, El hombre que nunca estuvo y Balada de un hombre común, y… comedias. Entre ellas, con algo de El gran Lebowski y no mucho de Quémese después de leerse, hay que incluir a ¡Salve César!, a la que por momentos cuesta comprender el grado de disparidad, no ya de disparate, en su narración. El protagonista no es George Clooney, que interpreta a un actor sin muchas luces al que un grupo de guionistas comunistas secuestran por 1951, sino un productor que se encarga de remendar, arreglar conflictos internos de las estrellas del estudio ficticio Capitol, por 1951. Lo primero que le oímos a Eddie Mannix es “Bendígame padre, porque he pecado”. Ferviente católico su visita al confesionario es diaria. Pero los pecados de Mannix son mínimos si se comparan con los descalabros que las estrellas realizan y que ya dijimos, el personaje de Josh Brolin (Sin lugar...) debe resolver. Entre ellos está el de rescatar a Baird Whitlock, protagonista de un filme bíblico precisamente titulado Hail, César!, pero que esconde más de un secreto. Y hay otras figuras que actúan como reflejos y referentes de íconos como los personajes de Scarlett Johansson (estrella de acrobacias en el agua como Esther Willimas), inconvenientemente embarazada, sin padre conocido, un bailarín de tap (Channing Tatum, que lleva a pensar en Gene Kelly) y decididamente el más logrado y gracioso, el cowboy que interpreta Alden Ehrenreich como si fuese Roy Rogers, y a quien están empecinados en moldear como actor de drama. Hay mucho del mundillo interno de cómo se trabaja(ba) en los estudios de Hollywood, con periodistas de chismes (las gemelas que interpreta Tilda Swinton remiten a los censores gemelos de Buenos días, Vietnam: ¡son todos iguales!) y un sinfín de mentiras en un mundo de frivolidad. Lo antedicho: hay momentos en que la película parece perder el rumbo, o no seguir una línea clara. Por suerte, allí aparecen Brolin o Clooney, que para los Coen evidentemente es un payaso, como demostró en ¿Dónde estás, hermano? y El amor cuesta caro, ¿se acuerdan?
¡Salve, César! es la nueva peli de los hermanos Coen y claro que es para recomendar. En esta oportunidad se adentran en el Hollywood de los años 50, época dorada del cine, para llevarnos de paseo por una galería de personajes que se van a ganar tu corazón al segundo de escucharlos hablar, o de bailar, o de nadar, etc, etc... Josh Brolin y George Clooney se ponen la camiseta de la película y lo bien que lo hacen... en el camino te vas a cruzar con Tilda Swinton, Scarlett Johansson (y su número acuático), Channing Tatum (y su número musical + su tapeo), Frances McDormand (y una de las escenas más simpáticas que tiene la historia), Christopher Lambert, Ralph Fiennes y muchísimos más. Sin dudas, los momentos que propone la peli son para disfrutar de principio a fin y más aún si sos fanático de la historia del cine como tal. El guión es ingenioso/inteligente y no aburre para nada. En síntesis: una peli que propone, por decirlo de alguna forma, frescura en la pantalla y eso se agradece.
Crítica emitida por radio.
HUMOR, NOSTALGIA, HOMENAJE Y TALENTO Es como si los hermanos Cohen, se alivianaran deliciosamente en este homenaje al cine de Hollywood de los 50, con el sistema de estudios (estrellas contratadas, con horarios, que saltaban de una película a otra, que casi no tenían derecho a la vida propia, “como el trabajo en una mina” definió Liza Minelli recordando a sus padres). Y si bien no es esta una de sus grandes películas, tiene momentos sublimes y un clima absolutamente imperdible. No faltan las escenas de nado a lo Esther Williams que interpreta Scarlet Johansson, ni las de baile tap con un adorable y equivoco Channing Tatum. Ni las periodistas chismosas, dos hermanas interpretadas por Tilda Swinton, ni el vaquero transformado en un elegante actor, ni el director gay. Pero por sobre todo un impagable y ridículo George Clooney como una Charlton Heston en una suerte de Ben Hur. Y comandando ese mundo una especie de Dios de ficción y realidad que está a cargo de los estudios para que todo funcione, aun lo imposible, hacer frente a un secuestro, a los pasos en falso de sus estrellas y a un sistema que años después estaba destinado a desaparecer. Y no importa que algunas situaciones, con grandes cameos funcionen algunas muy bien y otras no tanto. Porque, ver este filme es un placer del principio al fin. Con humor zumbón, no pocas ironías, hallazgos, brillo. No se lo pierda.
Una constelación de estrellas a las ordenes de los Hermanos Coen. Un hombre serio Joel y Ethan Coen probablemente sean dos de los más geniales y prolíficos artistas que ha visto el cine americano en las últimas tres décadas. La dupla ha sabido construir un estilo distinguible a partir de una deconstrucción cinéfila y filosófica de los géneros cinematográficos. Si uno se detiene a revisar la filmografía de los Coen por un momento, podrá observar una notoria variedad de películas: thrillers, film noir, comedias negras, comedias románticas, ciencia ficción, westerns y musicales. Todas ellas funcionan a la perfección ya que están magistralmente elaboradas por realizadores con experto conocimiento del lenguaje que las define estética y narrativamente. Es tal el entendimiento de los directores, que son capaces de doblegar las reglas del género para esconder sus abstractos conceptos en una capa de aparente entretenimiento estandarizado. Salve César!, el nuevo trabajo de los cineastas oriundos de Minnesota es un gran exponente de este procedimiento. El film nos introduce en la denominada “edad de oro” de Hollywood, un periodo previo a la Segunda Guerra Mundial y con un sistema de estudios fundamentado en la exclusividad de sus “estrellas”. Buena parte de nuestro imaginario clásico sobre la industria del cine proviene de este momento histórico y no es la primera vez que los Coen deciden revisitarlo (es el contexto de la excelente Barton Fink). Es en esta “fabrica de sueños” que existía un hombre llamado Eddie Mannix, un productor encargado de arreglar cualquier inconveniente que pueda imposibilitar la realización de las producciones del estudio; una especie de detective privado a lo Humphrey Bogart dedicado a arreglar cualquier cabo suelto con devoción casi religiosa. Los Coen tomaron a esta figura como su protagonista y lo involucraron en una compleja trama de crímenes y malentendidos. Eddie (Josh Brolin) puede convencer directores prestigiosos, arreglar problemas de casting, casar actrices, disuadir a la prensa e incluso negociar secuestros de actores imprescindibles como lo es Baird Whitlock (George Clooney). Este último, un actor exagerado y con manierismos ridículos, es la atracción principal de una epopeya bíblica sobre el poder transformador de Jesucristo hasta que se ve abducido por una excéntrica agrupación política. Pan y Circo Los Coen despliegan una historia dentro de un estudio hollywoodense para desarrollar su ejercicio metalinguistico e intertextual a múltiples niveles. Así es como vemos largas secuencias de musicales, dramas de época, rodajes de westerns; todo dentro de un relato noir. Al mismo tiempo, el guión expone pequeños guiños casi imperceptibles a otros films (nombres de personajes de Hitchcock) y estilos que florecieron durante este tiempo. No obstante, la película no es un homenaje nostálgico a una magia perdida, es más bien un análisis del propósito del cine en la sociedad capitalista y una analogía de éste con las historias que otorga la Biblia. Es decir, tanto la religión como el cine funcionan a través de la Fe, en la creencia de que aquello que estamos viendo/leyendo/escuchando es real, es factible, es verosímil; sin la voluntad de la Fe no existe el espectador ni el feligrés. La Biblia esta contada a partir de los Santos Evangelios y las películas a través de los guionistas; ambas historias serán contadas infinitamente porque su creador lo dispuso así. Mannix y Jeff “The Dude” Lebowski son esencialmente lo mismo que Moises y Jesucristo. Aún con esta densa capa teológica y filosófica, los hermanos se las ingenian para crear una cinta extremadamente entretenida, con todos los recursos que podría ofrecer una película clásica como pueden ser un reparto estelar, humor naive, slapstick, música, crímen, acción, romance, misterio y hasta una trama de conspiraciones. Y como siempre, todo sustentado por un brillante uso del sonido, una puesta excepcional y la bella fotografía de Roger Deakins. Es la gran contradicción del cine la que Joel y Ethan exponen con su guión, donde la misma fantasía escapista del capitalismo es la que manifiesta la verdad que quiere esconder. Allí en esa tensión paradojal reside el motor mismo de todas las historias, en nosotros está elección de creerlas o no. Conclusión Salve César! es una película entretenida, inteligente y corrosiva. Un film brillante que demuestra una vez más el genio y la agudeza de los hermanos Joel y Ethan Coen.
Una nueva obra de Ethan y Joel Coen muestra el detrás de escena del maravilloso mundo cinematográfico, con su lado luminoso y su lado oscuro, en una brillante comedia. La esperada vuelta de los hermanos Coen viene de la mano de un film cargado de humor negro y críticas a la industria. Está dedicada a todo tipo de público, desde los más entendidos del séptimo arte hasta los espectadores casuales a los que más de una carcajada le van a robar. Esta historia transcurre en los años 50 en Hollywood, precisamente en los estudios Capitol Pictures, donde la nueva producción “Hail, Caesar!” se encuentra en pleno rodaje con una de sus grandes estrellas de la industria: Baird Whitlock (George Clooney). En los últimos días de filmación, el actor es secuestrado, por lo que su productor y cabeza del estudio, Eddie Mannix (Josh Brolin), deberá emprender una búsqueda, mientras se encarga de cada una de las estrellas de su estudio. Hail, Caesar! (Salve César) quizás no sea la mejor película de los Hermanos Coen pero está cerca de serlo. No es una obra a la altura de El Gran Lebowski (The Big Lebowski, 1998), pero sí se hace frente a películas de su trayectoria como El Gran Salto (The Hudsucker Proxy, 1994). El guión responde a una estructura narrativa compleja: contiene una decena de personajes con los que lidia Mannix para solucionar sus problemas profesionales y personales, interpretados por un elenco de grandes renombres de Hollywood que se lucen en sus papeles. Las tramas tocan desde cuestiones políticas entre el capitalismo y el comunismo, como también el estereotipo que mantenía Hollywood en esa época dorada del cine, el llamado “star system” donde las estrellas de los films debía mostrar todo lo que estaba bien y así ocultar sus secretos sucios del público. Es allí donde el personaje de Brolin navega a lo largo de toda la película cruzándose con actores de larga trayectoria, otros que vienen de la transición del cine western al dramático, directores consentidos, guionistas olvidados y muchos, muchos extras. Entre escenas musicales y pintorescas escenografías, esta dupla de talentosos directores regala unos momentos memorables de comedia entre pequeños gags y guiños, como una carta de amor al cine de la “época de oro” con una excelente ambientación y una historia que saca a la luz la batalla de ideologías que se vivía en los 50′.
“Si el cine consigue que un individuo olvide por dos segundos que ha estacionado mal el coche, no ha pagado la factura del gas o ha tenido una discusión con su jefe, entonces el cine ha conseguido su objetivo.” Billy Wilder. La cuarta película de los hermanos Coen, Barton Fink (1991), planteaba un Hollywood asfixiante e infernal que oprimía a su protagonista, un escritor de la costa este norteamericana que llegaba a la meca de los sueños en los 40 y sufría un bloqueo creativo, el mismo que los Coen habían padecido en la escritura del intricado guión de su maravillosa De Paseo a la Muerte (Miller’s Crossing, 1990). ¡Salve, César! (Hail, Caesar!, 2016), su film número 17, funciona como su contratara, un trabajo más amable y cariñoso con el Hollywood de antaño, que sin dejar de lado la parodia, recrea momentos que todo cinéfilo guarda en su cabeza. Así, en lugar de extrañamiento y rechazo se genera complicidad con el espectador. Milímetro a milímetro y con una impecable dirección de arte y sobre todo de fotografía (obra del gran Roger Deakins, habitual colaborador del dúo) reaparecen en la pantalla las coreografías acuáticas de Esther Williams, los deliciosos pasos de baile de los films de Gene Kelly y Fred Astaire, las acrobacias de un vaquero del oeste o la fábula bíblica de gran producción. Podríamos decir que este armado del film contradice en parte declaraciones hechas por ellos mismos en el pasado respecto a su cine: “Planteamos cierta subversión de los géneros. No hacemos pastiches, pero tampoco aceptamos etiquetas.” Eddie Mannix (Josh Brolin) es como un Super Mario Bros., un arreglador dispuesto a maquillar, ocultar, develar o fabricar la vida de las estrellas de Capitol Pictures, el estudio que alberga a grandes figuras como Baird Whitlock (George Clooney), quien sufre una situación de secuestro por parte de un grupo de guionistas adoradores de Karl Marx y dispuestos a enfrentar la explotación a la que son sometidos por el sistema. Mannix será el encargado de devolverlo a la realidad luego del pago del rescate y su vuelta al trabajo mediante unos cuantos sopapos que romperán con el encantamiento, ese Síndrome de Estocolmo de una de las estrellas más populares del Estudio. Mannix es un héroe “limpio”, casi inmaculado, que va al confesionario para declarar que su pecado máximo es no poder abandonar el cigarrillo, cuando le prometió a su mujer que dejaría el hábito. La película discurre con gracia entre una serie de cuadros donde campea la ironía, sí, pero no el cinismo. ¡Salve, César! demuestra una vez más el buen pulso de dos hermanos que continúan con su mirada de cineastas independientes. Las actuaciones, brillantes, revelan los típicos personajes de los Coen, más cercanos en este caso a los de la fallida El Gran Salto (The Hudsucker Proxy, 1994) o El Gran Lebowski (The Big Lebowski, 1998). “Cada una de nuestras películas supone un esfuerzo por conseguir algo diferente por completo a la película precedente”, dirán en una ocasión, agregando que “no sabemos si podríamos hacer una película del espacio. ¡O una de perros!” ¿Film “menor”? ¡Para nada! La cinta discurre entre risas y homenajes, pero como siempre en el cine de los hermanos, hay más para escarbar debajo de la superficie y reflexionar sobre lo visto. ¡Un placer!
Divertida sátira-homenaje de los Coen al viejo Hollywood Décadas despues de "Barton Fink", los hermanos Coen vuelven al estudio de cine imaginario Capitol Pictures, esta vez para enfocar los problemas cotidianos de un personaje real, Eddie Mannix, el ejecutivo de la MGM especializado en arreglar los escándalos provocados por la vida disipada de sus astros y estrellas. Josh Brolin es Mannix, retratado por los Coen como una especie de buen samaritano hollywoodense cuyo principal pecado, según cuenta en el confesionario a un cura un poco cansado de tanta confesión insustanciosa, es mentirle a su esposa con respecto a haber dejado de fumar. Mannix debe tratar, entre otras cosas, con el embarazo de la estrella de musicales acuáticos, el secuestro de un famoso actor que protagoniza una superproducción épica estilo "Ben Hur", e incluso con problemas menores, como los de un monosilábico actor de westerns para componer un dandy de clase alta a las órdenes de un refinadísimo director. Sin olvidar a dos hermanas gemelas que escriben chismes hollywoodenses y se odian mutuamente. En medio de estas y otras subtramas hay escenas muy divertidas y con una increíble riqueza visual, que recuerdan grandes comedias de los Coen como "Educando a Arizona" y "El gran Lebowski", empezando por dos o tres parodias de los musicales de Busby Berkeley, y todas las variantes de cine dentro del cine planteadas en un film con más referencias de las que el ojo más cinéfilo pueda reconocer a simple vista, de Cecil B. DeMille a Esther Williams. Pero a diferencia de las mejores comedias de los hermanos Coen, aquí falta un guión que logre enfocarse en una historia realmente concreta y coherente. Dado que lo lógico es medir una película por la excelencia de películas como "Fargo" o "Miller's Crossing", la verdad es que con todos sus momentos geniales aislados esta nueva comedia casi es un fiasco, con un argumento que por momentos no sabe bien qué dirección tomar. Claro que un semifiasco de los hermanos Coen puede ser lo mejor que se haya estrenado en nuestros cines en varias semanas, y basta mencionar el intermitente brillo del impactante elenco (en el que se lucen la acuática Scarlett Johansson y el cowboy Alden Ehrenreich) como una de las muchas razones que justifican el precio de la entrada.
¡Salve, César! es un homenaje de los hermanos Coen al cine épico de la época dorada de Hollywood. En medio del rodaje de un filme de corte bíblico, el actor principal es secuestrado, desencadenando el caos en el Estudio Productor. Apelando a sus actores fetiches: George Clooney (deliciosamente sobreactuado), Josh Brolin (en una gran performance), Frances McDormand y estrellas como Scarlett Johansson y Ralph Fiennes, los hermanos más mimados de la Meca del Cine construyen una historia sólida, entretenida, clásica, con momentos de comicidad absurda y ciertos toques de nostalgia. Una película coral imprescindible para los cinéfilos, que hallarán además, infinidad de guiños y referencias a todos los géneros clásicos. Aunque puede resultar un tanto elitista para los espectadores más tradicionales, es una gran muestra del "cine dentro del cine". Su estreno comercial, aunque tardío resulta gratificante.
Declaración de amor al Hollywood de oro, la nueva película de los hermanos Coen funciona más como homenaje a aquellas superproducciones rocambolescas y maravillosas de sirenas a lo Esther Williams o romances con bailarines de tap a lo Gene Kelly, pasando, claro por los grandes tanques históricos, como Salve César, el fim que se rueda en uno de los estudios Capitol cuando a su estrella -un cómico George Clooney en sandalias-, la secuestra un grupo de comunistas: por supuesto, escritores. Sátira anárquica del cine de los grandes estudios hecha desde el cariño, es imposible no disfrutar de su humor y su simpatía, aunque no todos los chistes funcionen.
¡Salve, César! es una pequeña gran película del cine, dentro del cine, sobre el cine. Cuando Hollywood “homenajea” a Hollywood, cuando esta gran usina cinematográfica decide mirarse a sí misma... [Escuchá la crítica completa].
Si te suelen gustar las historias de los hermanos Coen en esta oportunidad tenes que aprovecharla y vuelven a convocar actores que ellos ya conocen y se entienden. La conforma un gran elenco. Distintas situaciones, diversidad de personajes, absurda, con enredos, guiños de otros films, humor negro, disparatada y toques para la nostalgia. Entretenida para ver el cine dentro del cine. Ideal para fanáticos.
Los Coen lo hicieron de nuevo. 32 años y 17 películas después de su debut, están en la mejor forma posible y, lo que es mejor, siguen fieles a su estilo irónico y burlón y a su jugueteo con los géneros cinematográficos. Pero el tiempo, como a todos, les ha dado sabiduría y sensibilidad, y aunque están lejos de hacer una película en donde primen los sentimientos, en ¡Salve, César! sus personajes son queribles. El cinismo está desapareciendo. Eddie Mannix (Josh Brolin) trabaja en Capitol Studios, un estudio cinematográfico que a comienzos de los años ‘50 empieza a atravesar la crisis de todos los grandes estudios de Hollywood ante la llegada de la televisión. Su trabajo es lidiar con las estrellas: sacarlas de problemas, casarlas si se embarazan, ocultar sus adicciones, contener sus caprichos. Baird Whitlock (George Clooney) es una de esas estrellas. Está protagonizando la película Hail, Caesar! (“A Tale of the Christ” es el subtítulo, en obvia referencia a Ben-Hur), una de esas películas de romanos tan comunes en los '50. Cuando falta rodar la escena final, clave porque es el momento en el que el protagonista se encuentra con Jesucristo, Whitlock desaparece. Este es, de alguna manera, el puntapié inicial, aunque es apenas una excusa de los Coen-guionistas para poner en marcha a una galería de personajes extraordinarios y para jugar a recrear escenas de distintos géneros de películas de la época: musicales, melodramas, westerns. Si algo se le puede criticar a la película es eso: no hay mucha cohesión, la historia principal está casi en segundo plano y los personajes secundarios aparecen como en episodios. Pasan así DeeAnna Moran (divertida y desatada Scarlett Johansson), una especie de Esther Williams con su correspondiente escena de baile en el agua; Burt Gurney (Channing Tatum) y su escena musical; Laurence Laurentz (Ralph Fiennes), director de melodramas; Hobie Doyle (Alden Ehrenreich, la sorpresa de la película), actor de westerns clase B. También tienen su escena Jonah Hill, Frances McDormand y Tilda Swinton. Como se ve, un verdadero seleccionado que desfila -y el verbo no es casual porque eso ocurre: vienen uno después de otro- por la pantalla para hacer sus gracias. Y la verdad que funciona: pocas escenas son más efectivas que la de Fiennes tratando de enseñarle a Ehrenreich a actuar en un melodrama; pocas tan encantadoras y sutilmente graciosas como el número musical de Tatum. Y la historia principal, aunque en segundo plano y sin demasiada importancia, también es de una ironía finísima: hace referencia a los Hollywood Ten, el grupo de guionistas simpatizantes con el comunismo que entraron en las listas negras, y se anima a encarar el tema con un tono liviano, disparatado y fresco. Este año se estrenó Regreso con gloria, otra película que transcurre en la misma época y toca el mismo tema. Resulta mortal la comparación: Regreso con gloria es a la vez solemne y apolítica; ¡Salve, César! es delirante pero pone en discusión las condiciones de trabajo de los actores durante la época de los grandes estudios.
La nueva película de los Coen carece de la habitual misantropía de los hermanos y tiene dos o tres apuntes de gran lucidez y varios momentos de gran placer cinematográfico Hay una escena magnífica casi al final de ¡Salve César!, la nueva comedia (marxista) de los hermanos Coen. Baird Whitlock, el actor que interpreta George Clooney, tiene que proferir un monólogo frente al Hijo de Dios crucificado. Vestido de romano, empieza su alocución y la fuerza de la interpretación se impone: los actores en la escena se emocionan, también los técnicos secundarios que cumplen con sus insípidas labores en el rodaje. La escena del filme en el filme debe ser una de las pocas escenas en la filmografía de los Coen en la que los trabajadores comunes no son burlados sino reconocidos e incluso amablemente respetados. En el clímax de la escena Whitlock se trabará; no podrá decir la palabra clave del filme de los Coen: fe. En efecto, ¡Salve César! comienza y culmina en un confesionario, y el problema de la fe subyace a la trama, aun en forma de chiste, como cuando un conjunto de teólogos discute la naturaleza del presunto Hijo de Dios frente a un proyecto cinematográfico centrado en la figura de Cristo. ¿En qué creen los que hacen películas? Los referidos teólogos no dicen nada al respecto, y los Coen especulan bastante jugando con varias hipótesis hasta identificar dos opciones antitéticas tensándolas al servicio de una perpleja comicidad. Por un lado, el cine distrae y adapta a las grandes masas a participar de la timba universal llamada capitalismo; por el otro, el cine puede ser vehículo de nuevas ideas, acaso puede incitar a la praxis política o al despertar de la conciencia; un estímulo popular para un cambio profundo de cosmovisión. ¿Todo esto suena demasiado intelectual? Uno de los personajes secundarios se llama Herbert Marcuse, y los conceptos “dialéctica”, “medios de producción” y “leyes de la Historia” pueblan el discurso en un par de escenas. El cine se concibe como una sagrada fábrica de sueños. La época elegida es el inicio de la década del ‘50; la “iglesia” se llama Capitol; su hijo dilecto, un tal Eddie Mannix, algo así como un director general –en inglés, el “fixer” de la compañía–, alguien que tiene que lidiar con todos los problemas de producción de varias películas en rodaje y que también contempla desde las travesuras narcisistas y caprichosas de los actores hasta un secuestro en manos de una asociación de guionistas de izquierda que quieren reclutar al famoso que han raptado y por el que piden una suntuosa recompensa. (El personaje de Eddie, encarnado por el estupendo Josh Brolin, remite a un director de la Metro-Goldwyn-Mayer del mismo nombre. Los homenajes y citas indirectas son muchos). La trama carece de un gran ingenio, no así muchas secuencias, que vistas por separado fulguran y encantan. Las partes son aquí más importantes que el todo, ya que por cada personaje que se suma al relato los Coen visitan algún género cinematográfico y demuestran un cabal conocimiento del cine. El placer es entonces inmenso: primero una maravillosa escena de un western, después otra de un musical acuático, luego un pasaje épico de un filme de época; son pequeños bloques de memoria de la historia del cine que reviven en el filme. El mejor momento coincide con la aparición de Channing Tatum, canalizando la agilidad de Gene Kelly y bailando tapping como en las películas de antaño, lo cual resulta también una rectificación de lo mal que se suele filmar hoy cualquier secuencia de baile ¡Bastan un par de planos generales y un montaje mínimo que garantice coherencia visual! De lo que se trata en cualquier tramo con bailarines y música es de entender el movimiento de los cuerpos en el espacio y la gracia de vencer la torpeza anatómica adoptando figuras simétricas en conjunto. Adjudicarle a ¡Salve César! ser un mero e inocuo ejercicio de nostalgia es un atajo y un reflejo de pereza en el análisis. La ligereza ubicua en su tono general no prescinde de una concisa lectura sobre los fines del cine que está siempre presente. ¿Entretenimiento? ¿Entrenamiento? El cine ha sido desde su inicio una eficaz usina de creencias diversas. De eso habla, sin muchas sutilezas pero con inesperada probidad, la última película de los hermanos Coen. No es poco en tiempos cínicos y supersticiosos.
Un divertido homenaje y parodia al mismo tiempo de la industria Hollywoodense de la década de los 50 del siglo pasado, cuando los grandes estudios rodaban inolvidables musicales, westerns clase B, dramas ligeros y películas épicas, con el ingenio e ironía característica de los Coen. Si en 1991 los hermanos Coen, ganadores de cuatro Oscar por cintas como Fargo y Sin lugar para los débiles, nos mostraban en Barton Fink las entrañas y bambalinas de la industria del cine Hollywoodense convertido en un infierno desde la perspectiva de un guionista, ¡Salve, César! funciona como otra mirada, mas divertida y ligera de la edad dorada del cine americano. La omnisciente voz del narrador abre el relato en el que Eddie Mannix -interpretado por Josh Brolin- es un productor que trabaja día y noche para uno de los estudios más importantes del Hollywood de la década de los 50 -Capitol Pictures, exactamente el mismo para el que escribía Barton Fink-, encargado no solo de que se hagan las películas sino de arreglar todos los malentendidos de un universo tan caótico como estrafalario. Desde salvar a estrellas de medio pelo, enmascarar la mala reputación de divas embarazadas, cubrir estrellas caprichosas, adictas y descerebradas de periodistas insaciables, proyectar a la estratosfera a un cowboy cantante que apenas sabe hablar y hasta luchar contra un grupo de comunistas que se hace llamar “El Futuro” que secuestra a Baird Whitlock -George Clooney-, la estrella más grande del estudio. Un desgaste físico y moral que sólo lo equilibra mediante la confesión diaria que lo convierte irónicamente en una especie de santo de los estudios, que mientras absorbe los pecados del circo se cuestiona su trabajo y se replantea aceptar una jugosa oferta de la industria aeronáutica. ¡Salve, César! se mueve entre la ironía y la admiración a aquel Hollywood, con el personal y reconocible estilo de los Coen, que saben moverse muy bien en el cine dentro del cine y con gran vocación satírica del lugar y la época que retratan. Con guiños a prácticamente todos los géneros cinematográficos y fragmentos de películas que iluminaron el Hollywood de los cincuenta, como melodramas de George Cukor, coreografías acuáticas de Esther Wiliams, el cine bíblico de Cecil B. DeMille, western serie B, números musicales -la escena de Channing Tatum vestido de marinero cantando y bailando a lo Gene Kelly y jugando con la ambigüedad sexual es tan graciosa como genial en cuanto a homenaje por como esta filmada- y hasta la presencia del Film Noir con la con Femme Fatale incluida, ¡Salve, César! sabe como reírse de aquello a lo que representa y divertir al espectador con maestría y gracia. Los Coen saben rodearse de un ensamble de encantadoras estrellas que dan vida a los incontables estereotipos en un relato en el que cada uno tiene su momento estelar, incluidos la galería de secundarios y cameos tan bien aprovechados. Desde Josh Brolin, en el papel de Eddie Mannix -el hombre orquesta-, pasando por un George Clooney en modo bufón; Scarlett Johansson como la célebre y malhumorada actriz y Femme Fatale; Ralph Fiennes como un exigente director europeo de pasado oscuro; Channing Tatum bailando disfrazado de marinero gay y bolchevique ; Tilda Swinton en un doble papel de gemelas periodistas de chimentos, Frances McDormand como la montajista con aires psicóticos y hasta Alden Ehrenreich, interpretando a un actor de western que no sabe hablar a quien el estudio ha decido convertir en actor de drama, entre otras actuaciones. Sin la profundidad dramática de otros films de los directores pero más profunda de lo que aparenta y con más gags que trama, ¡Salve, César! tiene tanto de critica como de añoranza y la perspicacia propia de los hermanos Coen, que siguen siendo cínicos con los mercenarios métodos de Hollywood y lo ridículos habitantes de ese universo. Mención aparte para tres de las secuencias mas ingeniosas y divertidas de la película que quedaran en nuestras retinas; Una reunión de los líderes espirituales y popes religiosos con Mannix, para debatir si el tratamiento de Jesús en el filme ofende a su respectiva fe; la reunión de guionistas comunistas fieles a las doctrinas de Marx y a su interpretación del capitalismo, concientizando a Clooney para la formación de el hombre nuevo -en clara referencia a la Guerra Fría y lo que terminaría derivando en la Caza de Brujas de McCarthy-, y la de Channing Tatum huyendo en alta mar con su perro.
Desde lejos no se ve Si hay una constante en el cine de los Coen, es la distancia. En sus películas los personajes siempre parecen ser observados por los directores desde lejos. Obviamente, no por una mera cuestión física, de posición de la cámara, sino una distancia retórica y emocional, como el que mira desde la vereda por el ventanal, incapaz de involucrarse completamente con los sucesos. Por esta razón sus películas son mejores conforme los hermanos se alejan del humor. En las comedias, este distanciamiento se convierte en cinismo y crueldad. Se ríen de sus personajes y no con ellos. En sus dramas, sin embargo, esta burla hacia sus propias creaciones no está presente. ¡Salve, César! es el regreso de los Coen a la comedia después de varios de sus mejores films. Su última visita al humor, Quémese después de leerse (y acá sospecho que coincidimos defensores y detractores por igual), fue la peor de todas sus películas. Y esta nueva comedia confirma dos cosas: el cariño de los Coen por el cine y la incapacidad de establecer una conexión con sus personajes. Ambientada en un estudio cinematográfico ficticio durante la década de los cincuenta, ¡Salve, César! les sirve de excusa a los Coen para jugar con el mundo del cine. Los segmentos que disfrutan estas posibilidades son hermosos homenajes a la época dorada de Hollywood, particularmente el que evoca los musicales de Gene Kelly y Vincente Minnelli. Pero el problema es, justamente, que el film sea una excusa. Como si al guión le faltara un golpe de horno, la trama que supuestamente hila estos segmentos a partir de un actor (George Clooney, que nunca actúa tan mal como cuando lo dirigen estos muchachos) secuestrado por comunistas, jamás logra tomar las riendas del film. Desde el habitual desapego de los Coen, los personajes de ¡Salve, César! carecen de vida propia, son apenas un desfile de caricaturas de personajes de la época, sin tiempo para desarrollarlos (la mayoría aparecen en una o dos escenas cada uno) y con caracterizaciones y diálogos muy poco inspirados. Eventualmente, lo único que queda es un aburrido ejercicio que consiste en ver cual es el próximo famoso en aparecer. Como si tuviesen miedo de perder el carnet de cancheros certificados, no se comprometen con el film y prefieren mirarlo desde arriba. El amor de los Coen por el cine que les precede es evidente en ¡Salve, César! Una lástima que no logren demostrar estos mismos sentimientos por sus propias películas.
Los hermanos Coen han construido su obra alrededor de la mezcla de burla y drama, con tendencia a la primera. Si se los mira con simpatía -a veces, cuesta-, son los satiristas más cumplidos de Hollywood, incluso cuando parece que hacen dramas. Pero tienden también a ubicarse por encima de sus personajes, construirlos para burlarse de ellos. Aunque ¡Salve...! no es la excepción, su mirada sobre el Hollywood en crisis de los años 50 y el manejo de los chistes y los actores riéndose un poco de todo le insufla a la película una simpatía notable y una ligereza que parece no formar parte del proyecto original. Un productor (Brolin) tiene que enfrentarse al secuestro de su estrella (Clooney) mientras sostiene el ego de varios otros personajes. El resultado es dinámico, tiene momentos muy buenos y personajes un poco desbordados (aunque valen: ver Channing Tatum) y se acerca a lo más humano que los realizadores hayan concretado en su carrera.
Los Coen y una mordaz declaración de amor a Hollywood Eddie Mannix (Josh Brolin), es un laborioso ejecutivo de Hollywood que orquesta el correcto desempeño de Capitol Pictures en la década de 1950. No sólo eso, sino que su infatigable compromiso implica también resolver los problemas de grande las estrellas en la industria que trabajan para el estudio. En las visitas que el buen Eddie Mannix realiza a los diversos sets de los estudios Ave, César! ofrece una deliciosa reconstrucción y detrás de escena de los procesos de producción y filmación de dicha época. Salve César! es una declaración de amor de los hermanos Coen a la época dorada de Hollywood, además ofrece un registro que aborda con plena fascinación e ironía los diversos géneros de la época: el drama romántico de teléfono blanco, el western, el musical y el péplum. A lo largo de la historia, diversas capitales del mundo han efectuado rimbombantes muestras de poder y devoción por el cristianismo, realizando desmesuradas catedrales persiguiendo la admiración, estatus y trascendencia. En el siglo XX dicho centro de poder y admiración encontraría en Hollwood su lugar en el mundo. Por entonces cambió también el modo de ofrendar adoración a la fe cristiana y la biblia, dado que ya no era necesario erigir grandes construcciones de hormigón que alcancen los cielos, sino que resultaría mucho más efectivo convocar a las más rutilantes estrellas de la industria del cine para realizar la más majestuosa versión fílmica de las sagradas escrituras. Ave César! es una placentera combinación de humor y sátira elegantemente ataviada como un thriller de misterio, el cual encuentra sus mayores y destacadas virtudes en el absurdo de las obsesiones propias de la era dorada de Hollywood. La última producción de los hermanos Ethan y Joel Coen narra las desventuras de Eddie Mannix haciendo frente como intermediario y responsable del buen funcionamiento de todos los engranajes en la filmación de Salve César! la gran épica bíblica de los estudios Capitol, cuando la estrella del estudio, Baird Whitlock (George Clooney) es secuestrado por un grupo de comunistas integrado por diversos intelectuales y guionistas. Mientras tanto el infatigable Mannix tendrá que lidiar con diversas producciones que no escatiman en generar problemas que harían un banquete para la prensa amarilla, como por ejemplo el caso de DeeAnna Moran (Scarlett Johansson), la estrella de escenas de nado sincronizado al estilo Esther Williams, una gloriosa sirena malhumorada y con estilo de vida turbulento. 13091572_10209451268502474_1867690355_o Cabe destacar que los Coen otorgan al joven Alden Ehrenreich un papel clave -junto a Brolin y Clooney- como Hobie Doyle, un galán del cine de Cowboys con habilidades acrobáticas, voluntarioso y con heroico espíritu, pero cero ideas respecto a la actuación. Ehrenreich junto a Ralph Fiennes, quien personifica al minucioso realizador Laurence Laurentz, ofrecen notables pasos de comedia cuando pacientemente el realizador pretende hacer memorizar los textos de la escena al inepto Hobie. Párrafo aparte merece Channing Tatum, a quien los Coen supieron exprimir todo su carisma y talento para el canto y el baile en una secuencia que resulta un glorioso homenaje a las películas de Gene Kelly. En tanto que Frances McDorman como una atribulada editora de los estudios y Tilda Swinton como unas gemelas que pululan por los sets de filmación en busca de chismes para diversas columnas de espectáculos, componen personajes que resultan elegantes caricaturas de la época. Salve César! es una película de exquisitos matices donde los hermanos Cohen no temen meterse e ironizar acerca de diversos “Ismos”: Ya sea en la referencia directa al Capitalismo de modo explícito desde el nombre del estudio cinematográfico Capitol donde todo acontece: además es allí donde atestiguamos el detrás de escena y los trapitos sucios del estilo de vida y sueño americano. Se aborda también al Comunismo, referenciado mediante humildes teóricos de la doctrina que ofician como mártires de una causa, en clara referencia a “los 10 de Hollywood”, aquel reconocido grupo de guionistas, entre los cuales estuvo el mismísimo Dalton Trumbo, a propósito de la faceta más nefasta de Hollywood, cuando el Macartismo comenzó una cacería de brujas. Es de la partida el Catolicismo, acaso uno de los ejes centrales del relato, no solo por la ostentosa producción cinematográfica bíblica, sino también en la figura de Eddie Mannix, quien carga con los pecados o excesos de celebridades y del mismísimo estudio, por lo que recurre en reiteradas oportunidades a confesarse a la iglesia más cercana, azorado por la culpa y en busca de expiación del peso de la culpa. El talento de los Coen es inmenso, capaz de extenderse en una película que apela al humor más desenfadado, pero no obstante Salve César! se reconoce como una obra de matices cuya magnitud implica una declaración de amor mordaz a la edad dorada de Hollywood y una crítica imperante a la exploración del tumultuoso escenario sociopolítico de los años cincuenta.
La fuerza del cariño Con los hermanos Coen me pasa algo particular: en repetidas ocasiones no entiendo de qué están hablando en sus películas, sobre qué versa ese existencialismo entre fatalista y sardónico del que abundan sus personajes en los tantos diálogos crípticos que acumulan film tras film. Claramente si bien en su obra hay ejes temáticos u obsesiones que se repiten un poco dispersamente, la cuota autoral habría que buscarla más en sus formas, en los géneros que suelen frecuentar (un poco de neo-noir y otro tanto de comedia negra con pose satírica), y en una serie de personajes amorales, mayormente neuróticos destruyendo los plácidos espacios de diseño que sus puestas en escena virtuosas planifican. La mayor crítica que puede recaer sobre los Coen es que son más escritores que realizadores, que se evidencia demasiado la manipulación sobre los personajes y que el maltrato hacia los mismos resulta a estas alturas patológico: ¿qué creador dedicaría tanto tiempo a construir criaturas patéticas y dignas de burla? Sin embargo, aún sobre los lineamientos de una filmografía sólida en cuanto universo reconocible, lo que diferencia la genialidad de la banalidad en su cine resulta un acto abstracto. Con el mismo nivel de absurdo y desidia por una lógica narrativa, los Coen son brillantes en El gran Lebowski y canallas en Quémese después de leerse. ¡Salve, César! viene un poco a trazar una medianía saludable en su cine porque, hay que reconocer, tiene una multiplicidad de ideas (políticas, cinematográficas, ideológicas, culturales) que es también una marca en el orillo: buenas o malas, sus películas siempre tienen cientos de ideas sobre las que se construyen. Esta nueva película tiene la acumulación de criaturas habitual de los Coen (y con ello el desfile de estrellas que a veces resulta antojadizo) y una amplia galería de personajes entre torpes y estúpidos, pero sin embargo se ve ganada por algo inusual hasta el momento en el cine de los hermanos: el cariño por el universo que vienen a retratar, en este caso el Hollywood de la década de 1950. Si bien es cierto que existe una cuota de cinismo en la reivindicación que hacen los Coen de la industria (son los mismos directores que fueron impiadosos con el mundo del cine en Barton Fink, por ejemplo) y del sistema de estudios, se trata de un cinismo autoconsciente en el sentido de que acepta una mentira como forma de subsistencia, ridiculizadas las ideologías y las creencias religiosas. Con un afecto impensado (aunque se pueden hallar rastros de eso en el epílogo de Temple de acero), los hermanos aceptan el entretenimiento industrializado y de masas como un espacio de fantasía que, en todo caso, desarrolla con el ciudadano un pacto de suspensión de la incredulidad mucho más justo que el del capitalismo o el cristianismo. El meollo de ¡Salve, César! es la desaparición de una estrella de Hollywood mientras está rodando un péplum a lo Ben-Hur, y el punto de vista que se sostiene es principalmente el de Eddie Mannix (Josh Brolin), nombre de film noir y especie de investigador privado de un estudio de Hollywood: claro, la película es una mezcla de ese tipo de policial con la sátira impiadosa de los hermanitos. El trabajo de Mannix es mantener bajo control a las estrellas del estudio, manejar sus vidas privadas o aquello que trasciende a la prensa, en un momento donde la vida privada de los actores y actrices era controlada con pulso de hierro. Era una sociedad que no estaba preparada para soportar algunas sordideces que podían surgir con correr un poco la cortina. Y ahí aparece Mannix cumpliendo el rol del fixer, una figura que -dicen- era habitual por aquellos años de cazas de brujas: le busca un padre al hijo de la actriz que quedó embarazada soltera, coloca a un joven carilindo en una comedia que exige algo de talento, construye un romance entre dos estrellas jóvenes, negocia el rescate del actor que ha sido secuestrado. Lo curioso de Mannix, una especie de Cristo del sistema de estudios, alguien que en definitiva sacrifica hasta su propia vida por mantener el secretismo sobre las figuras del cine (y de ahí que funcione totalmente la parábola sobre el film cristiano que es ¡Salve, César!), es que se trata del personaje más moralista en la historia del cine de los Coen, si no el único: el tipo va al confesionario porque no puede dejar de fumar, es buen padre y se preocupa por su esposa. Sin dudas una rareza absoluta, aunque es habitual que los hermanos decidan sumar pequeños elementos disruptivos dentro de la lógica de su filmografía. Característica que mantiene la estampa independiente de su cine. ¡Salve, César! funciona en un par de niveles. El primero de ellos es el más explícito, la forma en que los Coen miran aquellos años con una nostalgia muy vívida para recrear, desde la notable fotografía de Roger Deakins, los diversos géneros y subgéneros que la industria de Hollywood producía a repetición, con especial lucimiento en un cuadro musical a lo Fred Astaire que protagoniza el cada vez más lúcido Channing Tatum. Y el otro nivel, es la sátira menos destructiva que afectuosa que desarrollan esta vez los hermanos. Como si la nobleza de Mannix, ese hombre que absorbe todos los pecados porque básicamente cree en eso que hace y decide sostenerlo a como dé lugar, inundara el espíritu de la película. Pero -y siempre hay un pero-, está claro que para ¡Salve, César! ese universo de fantasía y potenciador de sueños es aquel Hollywood que hoy luce lejano en un tiempo donde la frivolidad terminó con la elegancia, con aquel tipo de elegancia. Claro que el film es desparejo, que es inevitablemente fragmentario, que hay personajes que se terminan perdiendo porque son puramente herramientas del guión, pero es en esos momentos de lucidez -que son mayoría- donde la película marca la diferencia y se presenta como la obra de unos tipos siempre atendibles, aún con sus vicios y sus excesos autoindulgentes.
En la cocina de Hollywood Satírica y coral. Sarcástica y heterogénea. La nueva película de los hermanos Joel y Ethan Coen continúa con el humor negro que caracteriza a los directores de “Fargo”, “El gran Lebowski” y “Quémese antes de leerse”, entre otras. A través de un relato desordenado, “Salve César” se sumerge en el universo de los estudios de Hollywood, con todo lo que ello significa: la decadencia de sus estrellas, la vanidad de los grandes, la frivolidad y la carrera incansable por el éxito. La acción se ubica en la década del 50, en el estudio Capitol Films, donde se están rodando varias películas en simultáneo. El protagonista es Mannix (Josh Brolin) un productor que se encarga de solucionar los conflictos de las estrellas del estudio en medio de los sets de filmación más bizarros. Desde un western protagonizado por el galán Hobie Doyle, (gran interpretación de Alden Ehrenreich), que tiene serias limitaciones a la hora de decir sus líneas, pasando por un musical de marineros protagonizado por Channing Tatum, hasta otro con coreografías acuáticas liderado por la diva Scarlett Johansson. Pero el plato fuerte de esta productora es “¡Salve, César!”, un filme épico de romanos protagonizado por Baird Whitlock, un chistoso George Clooney, que es secuestrado por un grupo de guionistas comunistas con sed de venganza contra la industria cinematográfica. Un filme simpático para los fanáticos de los Coen en plan de comedia coral.
HOMENAJE SIN SOLEMNIDAD. Hollywood, años ’50. El encargado de un estudio de cine lidiando con las exigencias de los popes de la industria y los problemas de sus estrellas y directores, más algunos incidentes casi surrealistas que se interponen en los planes de trabajo, como el secuestro de un actor por un enigmático grupo con fines ideológicos, o la molesta aparición de dos periodistas de espectáculos mellizas en busca de revelaciones. Con este punto de partida, los hermanos Joel Coen (1954) & Ethan Coen (1957) despliegan una mezcla de homenaje y crítica al cine fulgurante de aquellos tiempos. Y lo hacen a su manera: sin hondura pero con sentido del humor, sin un guión extraordinario pero con una calidad técnica y formal desacostumbrada en el cine actual, sin pretender algo excelso pero consiguiendo un film altamente disfrutable. No es fácil explicar la obra de los hermanos Coen. Su ya extensa filmografía incluye notables ejercicios de estilo con elementos del cine negro (Simplemente sangre, De paseo a la muerte, Barton Fink, El hombre que nunca estuvo) junto a disparates inocentones y pródigos en proezas visuales y actores maravillosamente entregados a una veta graciosa (Educando a Arizona, El gran salto, Fargo, El gran Lebowski). Sus últimos trabajos no estuvieron a la altura de las expectativas que generaban. Con ¡Salve, César! recobran energía y se muestran menos crueles con sus personajes y con los espectadores. Nadie es demasiado malo en este film, y aunque circulan todo el tiempo –en medio de los fastuosos decorados y las oficinas de los estudios– hipocresías, rencores y mezquindades, se mira con piedad a esos hombres y mujeres que funcionaban como engranajes de la enorme maquinaria del cine. La star forzada a repetir una escena que frustra, una y otra vez, ya se ha visto en La noche americana (1974; François Truffaut), aunque aquí no se trata de una actriz veterana sino de un joven dando el díficil paso de silencioso cowboy a galán romántico (enfrentado, además, a un director poco paciente). Tampoco es original la manera con la que una dama rubia provoca, con palabras de sinuoso significado, a un interlocutor demasiado correcto: el film noir ha brindado muchos ejemplos de conversaciones como ésta. Y sin embargo, en el conjunto esos elementos divierten una vez más. Si bien en ¡Salve, César! hay caricaturas demasiado fugaces (como la proyectorista de Frances Mc Dormand) o desaprovechadas (las periodistas inquisidoras, encarnadas ambas por Tilda Swinton), y algunos gags demasiado cándidos, vale su homenaje al cine de Hollywood de la época de los estudios, esmeradísimo en la reproducción de decorados, rebosante de guiños y radiante en su colorido despliegue. Uno de los puntos fuertes del film es la cadena de situaciones en torno a la realización de una superproducción sobre la historia bíblica: la discusión entre representantes de distintos credos no tiene desperdicio, como tampoco las alternativas que debe atravesar el actor principal, encarnado por un George Clooney a quien se ve muy cómodo en el juego propuesto por los Coen. Cada palabra del diálogo entre dicho actor (después de haber tomado conciencia sobre la función de su trabajo gracias a la intervención de personajes de los que resulta mejor no adelantar demasiado aquí) con el ejecutivo del estudio (Josh Brolin), cerca del desenlace, es otro estimulante momento de Salve, César!, en el que la estrella es reprendida sin que a Clooney (estrella también, del Hollywood actual) le moleste que aparezca humillada su hombría. No deja de ser un acierto, a su vez, que nunca se vea el rostro de quien hace de Cristo, ése a quien alguien le pregunta, en un momento de confusión, si es extra o protagonista. Finalmente, las recreaciones del western y el musical (hay uno rebosante de sonrientes bailarinas en el agua y otro con marineros bailando prodigiosamente en un bar) reflotan algo de la belleza plástica y felicidad encantadoramente artificiosa de aquellos films de sesenta o setenta años atrás. Ayudan mucho, en esos segmentos, la gracia de Scarlett Johansson, Alden Ehrenreich y Channing Tatum: si bien la destreza de los dos primeros, a diferencia de sus pares de antaño, depende de los efectos especiales, los tres aportan simpatía y agregan nuevas piezas a este fresco liviano y amablemente capcioso.
Con una larga y exitosa filmografía los hermanos Coen (guionistas y directores) nos presentan “¡Salve, César!”. El film cuenta la historia en primera persona de Eddie Mannix, encargado y responsable de una mega productora de cine de la década de los 50′. Tiene montones de problemas y temas a resolver, entre ellos, que le han secuestrado al protagonista de una super producción que se esta rodando. Pero no es lo único de este gran guión. Pasarán varias historias en simultáneo, con mucha ironía, humor negro y autocrítica como nos tienen acostumbrados este dúo de realizadores. Hay situaciones tremendas y tragicómicas, como ser cuando vemos reunidos en una oficina de los grandes estudios a Eddie y a los cuatro referentes mas importantes de las iglesias, convocadas por el primero, tratando de ponerse de acuerdo sobre la mirada de un film de Jesús que esta pronto a rodarse. Si bien hay muchos films, incluso argentinos, que posan la mirada sobre la propia realización de un largometraje y los inconvenientes que trae, “Salve, César!” no deja títere con cabeza, les pega hasta a los “extras”. Con un gran elenco, altamente recomendada para pasar un momento genial. Y si eres parte del medio… imperdible. Los hermanos Coen volvieron a hacerlo.
El feliz desmoronamiento del cine Con astucia, colores vivos y alegorías, ¡Salve César! mira con ironía a Hollywood. Personajes estrafalarios, alguno más o menos digno, persecuciones ideológicas y grandes películas. Todo con el estilo vertiginoso y el sello de los hermanos Coen. Cuando el cine visita al cine, o cómo una película puede ser agente metalingüístico del mismo e intrincado laberinto fílmico en el que se inserta. En última instancia, Hollywood sabe cuándo y de qué maneras contar su historia, con conveniencia y astucia, sin evitar que otros interesados puedan revisitarla. (Es cierto que hasta ahí nomás, Kenneth Anger no ha publicado una tercera parte de su Hollywood Babilonia por temor a las demandas.) Entre estas dos premisas se sitúan los hermanos Joel y Ethan Coen, sea por su inserción en la industria, pero sin perder la mirada marginal, de cuño independiente, que le han situado como artífices del mejor cine contemporáneo. Dentro de su filmografía, el cine negro es la categoría ejemplar: ya patente en el primer film, Simplemente sangre, con continuidad en otros: De paseo a la muerte, El hombre que nunca estuvo, Fargo, Sin lugar para los débiles. También presente en el clima de ensoñación rara propuesto por El gran salto, con reminiscencias al cine de Frank Capra. Seguramente, el título que mejor expone esta manera particular de hacer cine, que ha hecho de estos hermanos figuras referentes y autorales, sea Barton Fink. El gran cine de los años '40 aparecía como telón de fondo para la crisis de un dramaturgo devenido guionista, nada peor. Un enrarecimiento gradual envolvía a personaje y espectadores en este film magistral. Si se contrasta aquellos tonos oscuros, caídos, con los alegres valores saturados -símil technicolor- de ¡Salve César! y sus años '50, aparece una paradoja perfecta, que delinea el trazado cinematográfico que surge al contemplar las dos décadas. En este sentido, vale destacar que es el gran Roger Deakins quien sigue a cargo del apartado fotográfico, así como en Barton Fink, y que si hay algo que éste sabe capturar, es la ironía festiva de los hermanos. Por eso, a no creer demasiado en el clima de luz cálida y brillos que la nueva película de los Coen ofrece sino, antes bien, en lo que repta por debajo. El cine negro, otra vez, toca con astucia una nota de angustia. Es decir, los años '50 son parte de lo que se entiende como "época dorada", pero también son el momento de la caída, de la debacle de Hollywood. La televisión está tomando el relevo, en consonancia con el clima moral conservador. No falta, en este sentido, una oferta que seduzca a Eddie Mannix (Josh Brolin), el ejecutivo que sabe cómo lidiar con los caprichos, desmanes y talentos, de las estrellas y producciones fílmicas. Mannix es una especie de salvavidas que mantiene a flote lo que no se sabe cuánto más durará. Otro ofrecimiento de trabajo le mantiene en vilo, porque le significaría el retiro de este mundo "frívolo", tal como le dicen. El diálogo tiene lugar en un restaurante, exótico, con una ventanita que media entre los actores y oficia como falsa vista al mar. Pero previamente, atención, los Coen se regocijan en la recreación de un momento musical acuático, con reminiscencias a Busby Berkeley y Esther Williams, acá en la piel de una Scarlett Johansson iracunda, un deleite. Lo que aparece majestuoso, como homenaje sentido a esa fuga a mundos imposibles que los musicales de la MGM significaban, no deja de rebotar contra esa ventanita huraña, de corset televisivo, que apretará lo que en la gran pantalla es gran espectáculo. En este sentido también significa el momento musical superlativo, que corta al film como momento de celebración, en donde marinos sin mujeres lamentan su última noche en tierra con pasos de baile y referencias gay. Quien guía el asunto es Channing Tatum, y lo hace a partir de una coreografía con escobillón -guiño a Fred Astaire- y vestuario que replica los que usaran Gene Kelly y Frank Sinatra en Un día en Nueva York. Está claro que ¡Salve, César! está plagada de referencias cinéfilas, y lo hace desde la admiración a un cine que ya no se hace. Grandilocuencia y artesanía que no esconde, por otra parte, los entresijos raros, siniestros, entre los cuales ocurre verdaderamente la película de los Coen. De esta manera, y de modo inevitable, el macartismo de la época es transgredido en ¡Salve, César! como asunción literal de sus bravuconadas paranoicas, al instrumentar un comando de guionistas comunistas que secuestran a un actor estrella (George Clooney), artífice principal de la película de romanos en cuestión: una recreación monumental de los tiempos de Cristo -así como se anunciaba la misma Ben-Hur, nada casualmente en tren de remake, por estos días-, cuyo pase privado omite la representación divina porque, para eso, mejor que Mannix hable con los representantes de los diferentes credos y encuentre un acuerdo compartido. El momento es magnífico, debe verse. En suma, y entre tanto más, ¡Salve, César! oscila entre la admiración por el Hollywood del siglo pasado, la denuncia de sus artimañas políticas y cómplices, y la pregunta sobre el devenir del cine (acá está el interrogante mayor, que nada tiene de paródico mientras dice sobre el momento actual del séptimo arte). Allí donde la voz en off alerta sobre la función catártica, de letargo social del cine, habrá que leer sin la sorna adrede. Hollywood produce un adormecimiento manipulador, sólo los Coen son capaces de decir algo semejante. No sólo eso, además incorporan en sus diálogos términos como "dialéctica" a la par de prédicas comunistas que serán reiteradas por el actor secuestrado, de "cerebro lavado", pero sin un ápice de inteligencia artística en su medio de trabajo, una marioneta. Pero a no preocuparse, Mannix resolverá el entuerto, mientras confiesa en la Iglesia su adicción al cigarrillo y mira continuamente su reloj, como si el tiempo acortase lo que inevitablemente ocurrirá: el desmoronamiento de Hollywood. ¿Será verdad?
Durante la época dorada del cine norteamericano (década del 50’) y en un clima de creciente persecución ideológica y artística por la guerra fría, Eddie Mannix (un excelente Josh Brolin) es un manager de la MGM que debe lidiar con todos los problemas del espectáculo incluyendo el secuestro de una superestrella como Baird Whitlock (un acertadísimo George Clooney en versión tonta) que se encuentra rodando una superproducción llamada Hail Caesar (muy similar a Ben Hur) , a todo eso súmenle la suculenta propuesta de un Holding de otro rubro que lo preocupa y lo desvela. hail-caesar ¡Salve, César! es la película numero 17 de los hermanos Coen a 32 años de su debut con “Simplemente Sangre” (1984) han producido magníficos films valorados tanto por el público como por la crítica destacándose Fargo (1996, Premio de la Academia al mejor guión original), Sin lugar para los débiles (2007, tres premios de la Academia en las categorías de Mejor Guión Adaptado, Mejor Película y Mejor Director), Quémese después de leerse (2008), Un hombre serio (2009) y Inside Llewyn Davis (2013 seguramente un clásico futuro con el debut en un protagónico del talentoso Oscar Isaac). ¡Salve, César! es un film de fina nostalgia de una época dorada pero con una dosis de parodia deliciosa sobre el divismo actoral y con notas absurdas sobre lo estúpido de cualquier fanatismo ideológico sea del signo que sea. hail-caesar 1 Eddie Mannix está inspirado en un ejecutivo de la MGM del mismo nombre que intenta “barrer bajo la alfombra” el lado B de las estrellas: alcohol, adulterio, drogas, promiscuidad, etc. para eso tiene una relación aceitada con ciertas columnistas de chismes gemelas (ambos interpretado por Tilda Swinton) a quienes les proponía silenciar ciertas cuestiones a cambio de primicias. Eddie Mannix es un personaje que muestra la bisagra de los productores en Hollywood y de la crisis en el que entró la industria cuando aceptaron la intervención y la censura de los gobiernos anticomunistas ya que debieron desprenderse de gente muy valiosa en todos los rubros (principalmente guionistas y directores) y además puso foco en la creación de productos escapistas: wésterns, espectáculos acuáticos y de danza altamente coreografiados y películas épicas sobre los romanos como las que refiere el titulo. trumbo saluda en los oscar Trumbo , estreno de hace unas semanas, expone la misma desde la óptica del perseguido que no cedió a la delación para salvarse y padeció cárcel, destierro y pobreza, pobreza que también replicó en Hollywood en sus propuestas estéticas claramente superadas por el cine de Europa en donde se respetaba la libertad de los nuevos directores (De Sica. Antonioni, Fellini, Truffaut, Bergman, Leone, etc,) que eclipsaron a la meca del cine. Parodia-amorosa , parodia-homenaje, reproducción calificada de escenas icónicas del cine de Hollywood con un toque dislocado donde lo que se agrega es una sutil incorrección política mediante referencias sexuales inusuales para la época más victoriana de Hollywood en los 50’. hail-caesar-anchors-aweigh Algunos ejemplos, como el de Channing Tatum (que baila como los dioses) realiza junto a un grupo de marineros una escena de baile claqué en un bar donde ya el nombre de la coreografía (“Sin Damas”) es de clara referencia homoerótica, inspirada en el famoso film Leven Anclas de Gene Kelly y Frank Sinatra. hail-caesar-esther-scarlett O Scarlett Johansson realiza en una composición caleidoscópica y enguatada en un traje de Sirena (del cual se quejara por la estrechez de su “culo de pescado”) que los Coen toman prestado de Escuela de Sirenas de Esther Williams. hail-caesar-hobie-doyle Y para finalizar como una estrella del rodeo y del western (Alden Ehrenreich haciendo de Roy Rogers) implantado en una historia de amor sofisticada cuyo director (Ralph Fiennes) detesta. ¡Salve, César! Lleva el homenaje hasta en la forma en que fue filmada ya que usaron película desechando el digital. Los Coen habían dicho que su anterior película, Inside Llewyn Davis, sería su última película filmada mediante cinta, pero dada la temática filmar en película era una elección evidente y el talentoso director de fotografía Roger Deakins estuvo de acuerdo con intentarlo una vez más aún cuando tuvieron que lidiar con la escases de celuloide. 282396_coen Buena parte de las películas de los Coen transmiten cierto espíritu de “Inmadurez idiota” como si hubieran juntado a los espíritus de Forrest Gump con el del genial Witold Gombrowicz, sino recordemos El Gran Lebowski ó algunos personajes de Fargo. Según los Coen ¡Salve, César!, es parte de la “Trilogía estúpida” con Clooney como actor, comenzando con ¿Dónde estás hermano? (2000) y El amor cuesta caro (2003) aunque finalmente sería la cuarta película de la trilogía con Clooney ya que se sumaría Quémese después de leerse (2008): La llamamos trilogía, porque es una trilogía cabeza hueca. Y sólo ese tipo de trilogía puede tener una cuarta parte, comentó Ethan. coen Para los que gustan del perfil Noir de los Coen (como Simplemente Sangre, Fargo o Sin lugar para los débiles) ¡Salve, César! pueda no parecerles uno de sus mejores films, pero será un placer enorme para los amantes del viejo Hollywood. Cuando alguien parodia un tipo de cine majestuoso y lo hace con la calidad que lo hacen los Coen, la conclusión es instantánea: Esta gente hace todo bien y no hay película discreta en esta Paleta fílmica brillante que es el repertorio de Joel y Ethan.
DEMASIADO AMABLE Homenaje demasiado leve y amable al Hollywood del ayer. Y al cine, como vendedor de una realidad postiza, con sus divas extravagantes y su ídolos a ras del suelo. El film es una sucesión de apuntes humorísticos que se parecen más a un juego. Pocas veces los Coen lucieron tan ingenuos y tan poco exigentes, sobre todo teniendo en cuenta que el libro pivotea sobre un personaje real: Eddie Mannix, el ejecutivo de la MGM especializado en arreglar los entuertos de las estrellas, sus escándalos y sus caprichos. De cualquier forma, más allá de la falta de un libro más consistente y de una trama mejor desarrollada, los Coen nunca defraudan del todo. Y hay algunos hallazgos a la hora de parodiar, pero con mucha calidez, a los films romanos, a las estrellas, a las danzas acuáticas tipo Esther Willams, a los western, a las comedias musicales y al comunismo del Hollywood aquel.
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“¡Salve, César!” (“¡Ave César!”-“¡Hail,Caesar!”), la nueva producción de los hermanos Ethan y Joel Coen, ambientada en el Hollywood de los ‘50, es sin lugar a dudas un homenaje a las décadas enmarcadas entre preguerra, guerra y postguerra, cuando en el mundo se había implantado el cine de comedias tontas, grandes escaleras y teléfonos blancos. El instrumento para hacer olvidar el dolor, la muerte y la hambruna que había provocado el enfrentamiento bélico en Europa y América del Norte, fueron las comedias musicales como: “Leven anclas” (“Anchors Aweigh”,1945), en la que Gene Kelly baila junto al ratón de “Tom y Jerry”, o “Escuela de Sirenas” (“Bathing Beauty”, 1944), ambas del director George Sidney. A éste último filme, los Coen, le rinden su homenaje a través de una Scarlett Johansson (magnífica) que rememora a la mítica Esther Willians, quien por primera vez en ese filme era presentada en un rol estelar. Pero en realidad es también un homenaje Howard Hawks, Preston Sturges, Mitchell Leisen, Leo McCarey, Gregory La Cava, Frank Capra o George Cukor, cineastas a los que son afectos los Coen. “¡Salve, César!” no posee la acidez ni la atmósfera angustiosa de “Barton Fink” (1991), obra un tanto kafkiana de los Coen que les valió la Palma de Oro del Festival de Cannes, en el cual también se habían sumergido en el mundillo de la meca del cine que había sobrevivido pese a la caza de brujas del macartismo, y más tarde a la incipiente la televisión. “¡Salve, César!” posee una endeble y poco creíble línea argumental, y tal vez sea la más caótica de la serie de personajes tontos creados para George Clooney: “¿Dónde estás hermano?” (“¿O Brother, Where Art Thou?, 2000), “Quémese después de leerse” (“Burn After Reading”, 2008). En ella se entremezclan las historias de Baird Whitlock (George Clooney, parodiando a Robert Taylor), el actor estrella que es secuestrado en medio del rodaje por un grupo comunista de guionistas, y las vicisitudes del productor en jefe de “Capitol Studio”, Mannix (excelente Josh Broslin), al tratar de concretar la gran producción que estaba planeada sobre Jesucristo. En estas inconexas escenas se rescata aquellas cintas sobre el tema: “¿Quo Vadis?” (Mervyn LeRoy,1951), “El manto sagrado” (“The robe”,Henry Koster, 1953), “Ben Hur” (William Wyler,1959). En medio del secuestro existen otros problemas en los sets del Capitol Studios (recreados en la actual Warner Bros): el de la promesa del mundo acuático DeeAnna Moran (Scarlett Johansson) que no quiere convertirse en madre soltera y debe aparentar una inocencia que no posee, y por la cual el productor en jefe conseguirá un marido a su medida. Luego en el camino aparece un actor que es el vaquero de moda, (a semejanza de Kirby Grant, actor de cine de acción de clase B), Hobie Doyle (un encantador Alden Ehrenreich). Es una transición difícil, al ser derivado a hacer una comedia musical a la manera de “Footligth Parade” (Lloyd Bacon, 1933), en especial para el director de Hobie, el amanerado Laurence Laurentz (Ralph Fiennes), que trata de lograr que la voz del vaquero tenga cierta intencionalidad en una lección de la elocución que lo convierte en un dúo muy divertido e ilustra la magia de Hollywood en su disimulo mejor. También entre los desastres casi se ahoga con su propio pañuelo enrollado en la moviola la montajista (Frances McDormand), y para colmo de males las gemelas (Tilda Swinton clonada) que a la manera de Heda Hopper y Louella Parson se pelean por las primicias, y no dan respiro al pobre productor. En el múltiple y variado casting de los Coen aparecen sorpresas como la de un casi irreconocible Christopher Lambert, Jonah Hill o John Bluthal. En realidad lo que plantean los Coen es el cine dentro del cine, con la excusa de una epopeya romana torpe al estilo de “La vida de Brian” (“Monty Python's Life of Brian”, Terry Jones, 1979), pero siguiendo la trama del secuestro semejante a la de los nihilistas del “El gran Lebowsky” (“Big Lebowky”, (1998). Su estructura es un gran canavá a modo de la Comedia dell´Arte en la que ellos van rellenando, los pequeños detalles, con secuencias muy divertidas como la de la reunión con las jerarquías de las religiosas: Católica, Protestante, Judía y Ortodoxa, para debatir el tratamiento de Jesucristo y los elementos teológicos del filme que están rodando. Otra de las secuencias disparatadas es el desayuno que se proporciona a los extras, o la reunión y debate de los comunistas con Clooney. Curiosamente la realización despliega elementos ya contenidos en clave biográfica en “Regreso con gloria” (“Trumbo”, Jay Roach, 2015): política anti roja, columnistas de chismes, psicópatas, productores de películas, filisteístas de ejecutivos que intentaron capturar el mercado. Pero a diferencia de “Trumbo” deja de lado el tono pedagógico y se encarrila hacia una mezcla de absurdo circense con pinceladas naïves, dándole a la película un ligero tono de cuento de hadas. A los hermanos Coen no les importa el ritmo ni demostrar que su filme es orgánico, están más interesados en lo que se puede lograr en su fábrica de sueños, que por otra parte es un reconocimiento a la brillantez de aquellos estudios que dieron tanta relevancia a Hollywood. Y para ello nadie más competente que su protagonista, Mannix, que a pesar de su religiosidad, su fe está invertida en Capitol Studio. Los Coen una vez más desmitifican la esencia de Hollywood al mostrar el auto-engaño y auto-mitología de la industria que se mantiene mediante un ejecutivo que sostiene contra viento y marea una visión del mundo según las reglas de la industria. Pero a la vez enfrenta con malicia a otra mirada, la de los guionistas comunistas que son verdaderos creyentes de una cultura diferente y de un dios cuya raíz está en el hombre mismo. El resultado es que todos tienen algo que decir: los religiosos, un talento, un extra, un dios, Mannix, y en verdad, el modo en que cada uno se expresa, es el concepto de entretenimiento puro en el que creen los Coen.
SALVE, CINE! Salve, Cesar! es lo nueva comedia de los hermanos Coen , protagonizada por Josh Brolin, George Clooney y Scarlett Johansson Por Lisandro Gambarotta Cuando las salas cinematográficas dan la oportunidad de ver a un director de referencia histórica es una oportunidad para aprovechar. Y es más especial la situación si son hermanos, con un trabajo en común de varias décadas. Joel y Ethan Coen forman parte de ese selecto grupo, con más de quince películas y varios premios oscar y en festivales internacionales. En apariencia sus films suelen ser situaciones graciosas y algo delirantes, pero van por mucho más. Sus historias, son también los guionistas de la mayoría de sus largos, tienen varios niveles de interpretación, utilizando como recursos el humor ácido e irónico, sin dejar de lado la crítica social. "Salve César" es su nueva obra, con un amplio elenco de reconocidas estrellas de Hollywood: Josh Brolin, George Clooney y Scarlett Johansson, entre otros. Se ambienta a principios de la década del '50, con Brolin interpretando al administrador de un importante estudio de filmación. Su jornada laboral no tiene descanso, con distintas actividades a su cargo: cuidar la vida íntima de las estrellas, mantener el ritmo de trabajo de los varios films en realización, aceptar con una sonrisa los requerimientos del dueño del estudio, e incluso evadir a las periodistas de chimentos ansiosas por tener primicias. Y por si fuera poco uno de sus galanes, protagonista de una súper producción, ha sido secuestrado y se exige un importante rescate. Pero el film es en esencia una gran homenaje al cine de aquella época. Diversos géneros audiovisuales, que ya no existen o han cambiado, son recreados, por ejemplo los que incluían ballets acuáticos, y es Scarlet Johansson la responsable de homenajear a quien fue la gran figura: Esther Williams, alias la "Sirena de América", inolvidable en sus emblemáticas coreografías grupales. Además del recuerdo se plantea que en la vida de las estrellas no había espacio para la intimidad, y mucho menos si iba en contra de las estrictas reglas morales del estudio. Reconoce también este nuevo film a un subgénero muy particular del western, llamado singing cowboy, donde actores poco conocidos pero sí hábiles con la guitarra y los caballos protagonizaban films románticos y entretenidos. Y no podían faltar las grandes producciones basadas en hechos emblemáticos de la Biblia, como fueron "Los 10 mandamientos" o "Quo vadis". Entonces George Clooney interpreta a un actor que personifica a un general romano, quien comienza persiguiendo a los seguidores de Jesús pero termina arrodillado ante él. El humor Coen, con una fuerte carga filosófica, hace una doble jugada aquí: Brolin reúne a sacerdotes de diversas religiones para asegurarse que todos apoyan su representación de Dios, lo que deviene en un delirante debate sobre qué y cómo es él. Además los directores aprovechan para mostrar otra realidad más allá de los reflectores, recordando a los guionistas que en la década del '50 fueron encarcelados e incluidos en listas negras por su relación con el comunismo (como retrata el reciente film "Regreso con Gloria"). Entre sonrisas, el film pone en cuestión qué entendían estos escritores de los planteos de Marx y cómo se planteaban ponerlos en práctica. Los hermanos Coen han logrado mantener a lo largo del tiempo un estilo que los distingue por su originalidad, humor y elaboración artística, en el marco de una industria escasa de talentos.
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Hollywood tiene una suerte de sub-género autorreferencial en el cual disfruta de contar historias que pasan o pasaron tras bambalinas de sus propios estudios. Joel y Ethan Coen sin demasiado esfuerzo y con sus colaboradores habituales delante y detrás de cámara, despliegan su destreza para llevar la romantizada historia de un típico productor de la industria de cine más prolífica de los años 50. Los seguidores del exquisito y complejo cine de los hermanos Coen encontrarán semblanzas en Barton Fink, pero solo desde la temática. Salve, Cesar! tiene un tono completamente distinto y resulta ser una cinta mucho más directa y sencilla que aquella liada historia de cine dentro del cine. Repleta de homenajes y sátiras a películas clásicas de la época dorada de los estudios (justo al comienzo de su competencia con la televisión y en pleno conflicto Macartista), los hermanos Coen se las arreglan para mezclar su propia película con las otras producciones que se realizan en los estudios en donde sucede la acción principal, dando como resultado varias historias dentro de una sola. Los westerns, musicales, dramas de sociedad y por supuesto la gran epopeya a lo Ben-Hur a la cual remite el título, interrumpen la narración demostrando lo todo terreno que son los realizadores. Y además es la excusa perfecta para que cameos de la talla de Scarlett Johansson, Ralph Fiennes, Tilda Swinton, Frances McDormand, Jonah Hill y Channing Tatum (entre otros) se paseen por los estudios de Capitol Pictures. Lejos de alcanzar los picos más altos de la extensa filmografía de acaso los realizadores más interesantes de los últimos 30 años, Salve, Cesar! resulta una película muy fácil de disfrutar por su amplio despliegue acompañado por el circulo de virtuosos que siempre acompañan a Joel y Ethan Coen.
Elegía al studio system El cine vuelve sobre sí mismo en muchas vías, en los últimos tiempos. Lo hace cuando retoma sus propias historias clásicas: hemos reflexionado en estas páginas sobre aquellos cuentos e historias sobre los que edificó parte de sus relatos. También cuando reversiona (con mayor o menor suerte) las historias originales creadas para la pantalla (o al menos lo suficientemente apropiadas como para ser consideradas como tales). Las celebridades que le dieron impulso y carnadura también son reconstruidas, como en “Una semana con Marilyn”, “El aviador”, “Hitchcock” o “Trumbo”, por apuntar un par de ejemplos recientes. Pero atrás de esas “leyendas del celuloide” había un mundo, una cosmovisión, unas relaciones materiales de producción (al decir de Karl Marx) en la que se gestó buena parte del imaginario colectivo del siglo XX: el studio system, un entramado de productores, estrellas, directores y técnicos, todos empleados de los grandes estudios, en el doble sentido: al mismo tiempo grandes compañías y vasta sucesión de sets donde conviven westerns, musicales, dramas románticos y relatos bíblicos (en un perfeccionamiento del cine de género, que alguna vez fue para nuestros abuelos “de tiros”, “de amor” o “de convoys”). Una industria que se pensó “factoría de sueños” para las clases trabajadoras, releída como “mistificación de masas” para filósofos críticos como Max Horkheimer y Theodor W. Adorno. El “fixer” Parece que nos fuimos de mambo, pero no: la última creación de los hermanos Ethan y Joel Coen se mete hasta el hueso con esa era (el Hollywood de posguerra) en todas sus significaciones: ya el relato en off (un recurso de cine noir) a cargo del veterano Michael Gambon habla de “fantasías para la agotada masa trabajadora” o algo así, y el frankfurtiano Herbert Marcuse (encarnado por John Bluthal) tiene su aparición como líder espiritual de los guionistas comunistas, graciosa estilización de aquellos que, como Dalton Trumbo, fueron pasto de las fieras liberadas por figuras como el senador Joseph McCarthy en la “caza de brujas”. Los Coen retoman su veta más humorística, después de un par de cintas más “duras” como “Balada de un hombre común” y “Temple de acero” (justamente, una remake del tándem John Ford/John Wayne). Y parecen retomar cierto espíritu del extinto Robert Altman, al convocar a una miríada de actores célebres en papeles más o menos pequeños en lo que se constituye como una mirada melancólica sobre un tiempo ido. Basaron su protagonista más o menos libremente en un personaje histórico, Eddie Mannix, un “fixer” del estudio Capitol Films (que se lo inventaron ellos en “Barton Fink”). ¿Su función? Aceitar todos los engranajes para que la maquinaria no pare: desde organizar cronogramas de rodajes múltiples (que las tomas de una locación sirvan para otra película) hasta lidiar con la imagen pública de esas estrellas que deben permanecer impolutas para los lectores de una prensa ávida de escándalos. En medio de una crisis sobre su vida personal y laboral, Mannix se encuentra con un problema peculiar: Baird Whitlock, célebre actor que se encuentra protagonizando una cinta sobre Jesucristo desde la óptica de un general romano (algo que recientemente se hizo), ha desaparecido. Después descubriremos que ha sido secuestrado, y en la resolución de su rescate el ejecutivo se irá cruzando con otras figuras de ese mundo que lo ayudarán o lo complicarán en la tarea, odisea que debe terminar también en una resolución del propio dilema: ¿quedarse en ese mundo de frenesí y mascaradas o usar esos talentos en otro tipo de industria? Representaciones El juego de representación se desarrolla en varios niveles, como una torta de casamiento o una cebolla, para usar metáforas particularmente remanidas. Hay un nivel de fino retrato del mundillo específico y su época; hay un primer acercamiento visual “desde afuera”, cuando vemos las escenas que los protagonistas ruedan: el western acrobático, el musical de tap (necesariamente con marineros, como Frank Sinatra y Gene Kelly en “Levando anclas”), el ballet acuático a lo Esther Williams; y hay un tercer nivel, en el que el tramo final se apropia de esas estéticas para contar la propia historia (la forma de filmar la persecución, el modo en que es representado cierto vehículo naval). Lo que detalla una inmersión total en un repertorio estético que, aunque sea subconscientemente, el cinéfilo medio tiene en su bagaje visual (ahí están los fanáticos, buscando referencias a actores y situaciones reales). Por cantidad En cuanto al elenco, obviamente los ejes dinámicos son Josh Brolin como el atribulado Eddie, con George Clooney como el despreocupado Baird, susceptible de ser convencido de cualquier cosa y cómico en su permanente vestuario del romano Autólico Antonino. Alden Ehrenreich tercia al darle carnadura a Hobie Doyle, el cowboy devenido en galán. En torno a ellos gira una fauna variopinta: Channing Tatum, como la estrella del musical Burt Gurney, con varios secretos encima; Scarlett Johansson, en la piel de la diva acuática DeeAnna Moran; Tilda Swinton, en el doble rol de las caricaturescas hermanas periodistas Thora y Thessaly Thacker (basadas en la rivalidad de las columnistas Hedda Hopper y Louella Parsons); y Ralph Fiennes y Christopher Lambert, como los mañosos directores Laurence Laurentz y Arne Seslum. El ascendente Jonah Hill, la abonada Frances McDormand, Geoffrey Cantor, Emily Beecham y el histórico Clancy Brown tienen su lugar en el cast, entre muchos otros. Con estos elementos, Joel y Ethan Coen nos cuentan un cuento que, más allá de su resolución, entraña un mensaje: hubo un tiempo en que el show business, los imaginarios sociales, el capitalismo y nosotros mismos fuimos más inocentes... y hoy podemos ver con ternura aquellas contradicciones.
La película Salve César! es un homenaje con humor a la era dorada de Hollywood Denise Pieniazek Salve César! (Hail, Caesar!/, 2016) es la última película de los reconocidos hermanos Ethan & Joel Coen. Los célebres creadores de largometrajes como Fargo (1996) El gran Lewoski (1998), ¿Dónde estás, hermano? (2000), Sin lugar para los débiles (2007) y Quémese después de leerse (2008), entre otras, nos brindan en esta oportunidad un homenaje tanto crítico como nostálgico al cine clásico de Hollywood. El cine clásico norteamericano ubicado entre 1930 a 1950 aproximadamente (a partir de los´40 ya comienzan a surgir fracturas dentro de ese clasicismo), tenía una serie de peculiaridades que los hermanos Coen utilizan como tópico para su último film, deslizando así mediante cameos, guiños a la historia del cine. Salve César!, un film especialmente para cinéfilos pero no limitado a ellos, nos situará en un estudio de cine llamado Capitol liderado por el agente de estrellas- interpretado de forma brillante por Josh Brolin- Eddie Mannix (apellido también utilizado recientemente por Tarantino en The Hateful Eight). No es casual la elección del nombre Capitol para el estudio ya que un grupo de guionistas comunistas la enunciarán como un instrumento del capitalismo, parodiando así las listas negras del Macartismo de la época en cuestión. Mannix se encargará de la construcción de los texto-estrella de los actores más importantes del estudio. Como bien se dijo anteriormente el cine clásico de Hollywood posee tres tipos de sistematizaciones acerca de las cuales reflexiona el film: star system, studio system y el sistema de géneros. Mannix manejará la espectacularidad de sus actores desde su apariencia, su vida personal y sus personajes. Tal como plantea Manetti (1999)1 las estrellas atraían al público y eran ancladas a arquetípicos personajes y géneros, de esta forma eran más que actores: eran texto estrella construidos mediante los primeros planos, la iluminación y el maquillaje, logrando así mitificarlos. Por aquel entonces por lo general cada estudio se ocupaba de determinados géneros cinematográficos, en Salve César! se hará un pasaje por algunos de ellos como el épico, el western, el musical y el melodrama, éste último basado generalmente en reconocidas obras literarias europeas. No es casual que los géneros tomados posean gran espectacularidad y puesta en escena, ya que ese es uno de los conflictos expuestos en dicho largometraje: exponer los trasfondos del detrás de escena y sus avatares, evidenciando así el artificio. No es la primera vez que presenciamos el cine en el cine, es decir el metalenguaje del cine reflexionando sobre sí mismo, lo hemos visto en films como Cantando bajo la lluvia (1952), Sunset Boulevard (1950), La noche americana (1973), La rosa Púrpura del Cairo (1985), Good Morning Babilonia (1987), Las reglas del juego (1992), El artista (2011), entre tantos otros. Pero la peculiaridad de los hermanos Coen reside en hacerlo con mucho sentido del humor y sarcasmo acompañados de una bellísima puesta en escena. El espectador estará entretenido paseando por los sets de filmación pasando del film épico protagonizado por Baird Whitlock (encarnado por George Clooney, uno de los favoritos de los Coen)-cuya puesta en escena y telones pintados nos remitirán a Ben Hur (1959), Los diez mandamientos (1956) o a las posteriores Espartaco (1960) o Cleopatra (1963). Misteriosamente Whitlock, la mayor estrella del estudio desaparecerá durante el rodaje. En otro plato veremos a un joven actor bien parecido muy virtuoso en el western, pero Mannix decidirá cambiar su imagen llevándolo a otro género. Tal como explica Morin (1964)2 los argumentos se preparan a medida de la estrella, éstas tenían estereotipos de personajes que les eran adjudicados y temáticas pensadas especialmente para ellas. En consecuencia, el joven protagonista del western pasará al melodrama, pero no le resultará tan sencillo ya que cada género requería una actuación codificada, y deberá pasar del caballo del desierto a un sillón en un elegante salón aristócrata. Allí en el set un director europeo nos hará reír como sólo Ralph Fiennes sabe hacerlo, con las indicaciones cliché que le dará al actor. Incluso se le indicará con quien debe frecuentarse, entonces le presentarán a una actriz cuya caracterización enseguida nos remitirá a Carmen Miranda. Con respecto a los planos apoteóticos del cine clásico veremos una escena totalmente sublime en una piscina, protagonizada por una especie de Esther Williams, interpretada por Scarlett Johansson (quien cambiará su tono habitual de voz para el personaje), en donde mediante la angulación cenital de la cámara la escena tendrá una belleza onírica inigualable. Emanando igualmente a la espectacularidad del género musical veremos una escena de marineros que cantan y bailan, remitiendo al cine de Gene Kelly y Fred Astaire. En consecuencia, la narración se apoyará en el montaje alterno entre set y set, para evidenciar la complejidad del trabajo de Mannix. Otro tema que se pondrá en cuestión en la película es la representación de Cristo, con quien se abre y estará presente en todo el film, no solo en ese cine dentro del cine, sino también en la subjetividad de Mannix. Para cerrar su reflexión metadiscursiva los hermanos Coen terminarán con un plano de los estudios que encuadra un plano con la leyenda “Be hold” en un tanque de agua, la cual significa “mirad” o en un sentido más específico con Salve César!, significa observar a una persona especialmente notable o impresionante, tal como las estrellas de cine. 1Manetti, Ricardo (1999): “El melodrama, fuente de relatos. Un espacio para madres, prostitutas y nocherniegos melancólicos”, en Cine clásico. Industria y clasicismo. 1930-1957, vol. II, Buenos Aires, Fondo Nacional de las Artes. 2 Morin, Edgar (1964): La estrellas de cine, Buenos Aires, Eudeba.
No hay cosa más bella en el mundo del séptimo arte como cuando el cine decide hablar sobre sí mismo. Lo que podría llegar a ser considerado como un acto egocentrista sirve para entender más a fondo el funcionamiento de la industria y el entorno que lo rodea. Casos como Sunset Boulevard (Billy Wilder, 1950) o Singin’ in the Rain (Stanley Donen, 1952) podían dar un vistazo (idílico o no) del mundo entre sets. Centrándose en la época que dio vida a esos films, y a una vasta cantidad de tantos otros, los hermanos Coen sitúan su nueva obra en un día cualquiera dentro de la vorágine productiva de los grandes estudios de los cincuenta. Así como Wilder sacaba a la luz maravillosamente la maldición de la industria sobre las estrellas, los Coen toman la edad dorada del cine Hollywoodense para demostrar que todo lo que reluce no es oro, ni antes, ni ahora. Hail, Caesar! deposita su atención en un extenso día en esa maquinaria insaciable de hacer películas que es Capitol Studios (que bien podría llamarse Warner o Paramount). Si bien ese es el eje central del film, el mismo no posee una historia en particular como impulso de los hechos. Claramente destaca la figura de Eddie Mannix (Josh Brolin), la cabeza a cargo de todo lo relacionado a las producciones cinematográficas y el secuestro de la gran estrella Baird Whitlock (George Clooney) por parte de un grupo comunista que ataca a la industria desde adentro. Si el star system y los grandes estudios se vieran envueltos en un policial negro, Mannix sería el detectivesco antihéroes que nunca duerme y los villanos secuestradores los extras que no se diferencian del decorado (“Entre caras conocidas, los extras nunca se sabe quiénes son, van y vienen”). Es en la mezcla donde el film acierta y sale perdiendo un poco a la vez. Por momentos es un western, por otros un musical o un melodrama. Cada secuencia presenta breves apariciones como las del director Laurence Laurentz (Ralph Fiennes), la hermosa pero nada agradable actriz DeeAnna Moran (Scarlett Johansson), las hermanas periodistas Thacker (ambas interpretadas por Tilda Swinton) o la la experta editora relegada a trabajar en tinieblas C.C. Calhoun (Frances McDormand). Todas sus escenas en conjunto no llegan a cumplir ni la mitad de duración del film. Entre tanto gag suelto e intercambio de géneros, los Coen no tienen un único film como resultado sino el pequeño vistazo a muchos de ellos y por cada uno de ellos una gran serie de ideas satíricas que evitan salir insatisfecho al finalizar. El desarrollo narrativo ante esta mecánica del relato por momentos puede resultar algo disparejo, como si los hermanos cineastas no supieran cómo acomodar sus geniales ideas. Pero eso afortunadamente es lo que prevalece, la genialidad inventiva, la sátira, el absurdo y la artificialidad como puntos de unión entre cada una de las pequeñas historias dentro de la historia sin fin que es la vida de Eddie Mannix.