Lejos de la revolución James Cameron aseguró en infinidad de testimonios que, luego del inmenso éxito de Titanic, se vio obligado a esperar más de una década para concretar Avatar -la película más cara y una de las más ambiciosas de la historia del cine- porque las herramientas tecnológicas disponibles en ese entonces no eran suficientes como para desarrollar el nuevo mundo que él imaginaba y quería plasmar en la pantalla. La espera llegó a su fin. Avatar ya es una realidad (virtual) y, aunque el omnipotente Cameron se llene la boca hablando de película "revolucionaria", estamos ante un film con aciertos parciales y que -entre su notable acabado visual y los desniveles de su historia- resulta un producto más para admirar que para sentir. Cameron -un director que, aclaro, me gusta- nunca ha sido un artista demasiado sutil, pero sí un potente narrador, de esos capaces de manipular (generalmente con buenas armas) al espectador y llevarlo así a los terrenos artisticos y a las dimensiones emotivas que él busca. Avatar tiene múltiples elementos que la vinculan con su obra anterior (hay conexiones visuales y dramáticas con Aliens, El abismo, Terminator y Titanic), pero carece de la enjundia, de la solidez, de la fluidez y de la potencia de la mayoría de sus trabajos previos. Si uno se quedara en las limitaciones de su sinopsis, en sus alegorías obvias, en su espiritualismo de manual, en su corrección política (con mensaje antibélico y ecologista incluído) y en su mirada naïf con toques new-age sentiríamos que Avatar es una profunda decepción. Pero también creo -y no se trata de "salvar" a Cameron- que la película merece otras miradas y lecturas. Y allí es donde aparecen los méritos, que no sólo tienen que ver con sus proezas formales. Leí por ahí (creo que en Slant Magazine) que Avatar es más Pocahontas (Disney) que El Nuevo Mundo (Terrence Malick) y es muy cierto, pero más allá de sus obviedades y torpezas, de su tono aleccionador para preadolescentes (y casi risible para los adultos), también se respiran en varios de sus extensos 162 minutos momentos de gran cine, en los que Cameron se permite jugar (y reinventar) los géneros. Avatar es, por supuesto, una película de ciencia ficción, pero también un western hi-tech revisionista (con los humanos como cowboys codiciosos y los nativos del planeta Pandora como indios pletóricos de sabiduría), un film bélico a-la-Apocalipsis Now que nos remite a la Guerra de Vietnam (y a Irak), un melodrama romántico con dos protagonistas de etnias diferentes en tiempos de xenofobia, y un thriller sobre los enfrentamientos entre la corporación militar-empresarial por un lado y los cienfíticos (con los que se identifica el director) por el otro. ¿A esta altura tiene sentido que les cuente de qué va la película? Prometo no anticipar ningún secreto / misterio (igual, aclaro, no hay demasiados). Año 2154. Jake Sully (Sam Worthington) es un marine que ha quedado paraplégico, pero es enviado a Pandora en reemplazo de su hermano gemelo, asesinado, ya que así podrán aprovechar su Avatar creado con la mezcla del ADN humano y del de algún integrante de la tribu local de los Na'vi. Luego de 6 años en criogenia, Jake despierta en destino y se encuentra en medio de una disputa entre empresarios y militares mercenarios que están allí para explotar a sangre y fuego un preciado mineral y los científicos que intentan descifrar los conocimientos de esa raza que convive en armonía con la flora y la fauna de una impresionante selva tropical en la que todo es enorme y exótico: animales, plantas luminosas, árboles, cascadas y hasta montañas flotantes. Es aquí -en la creación de esta nueva civilización- donde aflora lo mejor de Avatar. Entre el diseño de producción de Rick Carter y Robert Stromberg y los efectos visuales hipersofisticados de BETA, pero que al mismo tiempo remiten al legendario Ray Harryhausen (especialmente en la lucha entre criaturas salvajes), Cameron concibe un universo totalmente novedoso, bello y fascinante. Otro gran hallazgo del film tiene que ver con el uso inteligente y funcional de los recursos del cine 3D, que le otorgan a cada escena la profundidad de campo necesaria pero que no caen en el regodeo efectista del truco fácil. Avatar es un maravilloso espectáculo visual y un relato lleno de cursilerías, una película donde conviven la mirada más inocentona con las búsquedas expresivas más audaces, las metáforas pedestres con el más alto vuelo estilístico. Así de contradictorio resulta este esperado y arriesgado regreso de Cameron al cine.
El ayer, fue hoy... mañana es ahora Avatar es un espectáculo, y hay que tomarlo como tal. Visualmente propone ser el futuro del 3D (y, si nos ponemos en vanguardistas, el futuro del cine), en tanto presenta novedades desconocidas para la platea mundial: un tipo de animación de avanzada nunca antes vista. Su carácter innovador aporta prodigiosas dosis de realismo, manteniendo a la audiencia excitada hasta el final (experiencia exacerbada por la calidad de las tres dimensiones y el sonido envolvente). Jake Sully (Sam Worthington) es un marine parapléjico que reemplazará a su hermano en una misión secreta como infiltrado de los Na’vi, una colonia de extraterrestres que ocupan el planeta Pandora, para obtener un preciado oro valuado en millones de dólares. Cuando Jake comienza a aprender el puro sentido de vida de los Na’vi, sus pensamientos y sentimientos virarán contra los de los terrícolas y sus intereses capitalistas. Poco y mucho podemos saber acerca del futuro. La paradoja supone un destino para todos compartido, el del caos en los tiempos que vendrán. La culpa no es otra que la del hombre y su codicia. El precio a pagar puede ser altísimo pero, parece, poco importa con tal de tener y conservar un estilo de vida perecedero y derrochero para con la naturaleza. Así, Avatar atraviesa la crítica de una sociedad impulsada por un macguffin estúpido e ineficiente: el poder del dinero. Narrativamente la película funciona perfecto en un nivel cinematográfico (actual). La primera hora muestra la destreza visual alcanzada por el moderno CGI (computer generated-imagery), sosteniéndose en el devenir natural de los hechos. En el segundo acto, la película alcanza el summum llegando a mostrar una de las mejores escenas de acción jamás filmadas (una sangrienta guerra entre los humanos y la civilización Na’vi). Para los amantes de la ciencia ficción, todo lo contiene: pensamientos filosóficos (dicen que la filosofía es, un poco, sci-fi), altas dosis de fantasía y exploración del espacio sideral. Cameron vuelve al mainstream de Hollywood, a lo grande. Las performances de los actores son correctas (se lucen Worthington y la morena Zoe Saldana como Neytiri, la heroína de la historia). Queda desaprovechada una Sigourney Weaver deambulando por la pantalla como un insert fashion en revista de fútbol. Su actuación no brilla como sí lo hace la del resto del cast. Por ahí, una lástima. La chica de Alien, el octavo pasajero (Alien, 1979) cumple con su patrón pero sin onda. De seguro, la película le encantará al público “de acción”. Ese regodeo de los marines en decir frases carentes de contextualización pero fuertes en sátira (“Matémoslos a todos antes de la cena”) promete hacer delirar a quien se preste al juego. Para esta tarea, el largometraje cuenta con el notorio aval de Sthepen Lang (un actor duro de roer que siempre oficia como tal, ejemplos sobran: Jack Bennet en D-Tox (2002), con Sylvester Stallone; Charles Winstead en Enemigos Públicos (Public Enemies, 2009); mismo su Coronel Miles Quaritch en la última de Cameron) quien fomentará el espíritu enaltecedor de los soldados –como de costumbre, carente de neuronas y excedidos en esteroides- bajo el afán de destruir lo-que-venga. La nueva obra del director de Titanic (1997) y de Terminator 1 y 2 (The Terminator, 1984; Terminator 2: Judgement Day, 1991) posee con una importante (y poderosa) campaña mundial de marketing que ayudará a convertirla en uno de los blockbusters más grandes de la década (colaboran la fórmula ganadora y el hecho de que es una idea grandilocuente para el presente). Marche otro Óscar para James “soy el rey del mundo” Cameron, ¿apostamos?... Un entretenimiento asegurado. Una larga y absoluta demostración del poderío tecnológico de la raza humana. La oportunidad para ver el futuro, ahora.
“Había una vez un planeta…” Así debería empezar James Cameron su Avatar. Los cuentos más fabulosos de los abuelos, siempre fueron los que más cosas inventaban. Los que provocaban e incentivaban nuestra imaginación. A James Cameron seguramente sus abuelos le contaron muchas historias de chico. Cuando creció y vio Star Wars se dio cuenta que su futuro tenía que estar en el cine. Y en Avatar su imaginación se conectó con el guión y él se sincronizó con la cámara y salió algo que cuesta mucho describir. Avatar hay que vivirla. El tipo está hace años haciendo esta película. Me lo imaginé siempre como Leo DiCaprio en El aviador, encerrado en un microcine cambiando cosas todo el tiempo. El resultado lógicamente generaba muchas dudas. ¿Loco demente o genio rey del universo? Yo me incliné siempre por la primera. Todo lo que mostró previamente, me asustaba también. ¿Me va a dar 2h 40 de Beowulf 2??? Y por suerte no es así. Esta película lleva a un nuevo nivel la animación por captura de movimientos, y la sincronización de la misma con los actores reales. No hay una película que mejor muestre esta tecnología. Es impresionante. El guión no es revolucionario, es simple, pero pese a ser algo predecible, lo cual hasta de cierta manera es totalmente lógico en una producción así, es muy llevadera y atrapa. Hasta el punto que si una novia acompaña al muchacho amante de la ciencia ficción a verla, seguramente hasta saldrá más entusiasmada que el. La historia en si se acerca más a una Corazón valiente, con momentos de una Gladiador. Es un héroe que lucha por algo en particular en un mundo sorprendente. Tolkien hubiera amado ver esta película. Los actores están muy bien, porque no solo en los momentos de “carne y hueso” se ven sus interpretaciones, cuando son los avatares también se aprecia su trabajo. Los personajes que inventó Cameron están muy bien elaborados en su mayoría. Suena raro lo que voy a decir, pero me encantó odiar al malo… tiene momentos geniales, de mucha locura, que lo hace creíble para un rol militar como él tiene. Pero me enamoré de la técnica que tanto miedo me generaba. No quería ver Final fantasy. Y Avatar logra que uno se meta en la película y pierda la noción de si está viendo lo “virtual” de lo real. Uno se confunde con los personajes al mismo tiempo. Y todo el mundo creado, se vuelve impresionantemente real. Sus texturas, sus colores, los movimientos! Visualmente es una obra maestra que será difícil de igualar. Además la combinación de los planos, los movimientos, las explosiones, los ataques, son de un genio. El momento del arbolito… es un plano que vale la película! Tienen que inventar la categoría en los Oscar a “mejor compositor multimedial”, porque hay que premiar ser el director de una orquesta tecnológica y artística. Realmente la disfruté mucho, y quiero aclarar que si bien el 3D es fabuloso por el hecho de que ayuda a construir y mostrar ese mundo con profundidad, la película se puede ver de manera “plana” porque tiene una historia para contar. Si tienen que elegir, recuerden que fue pensaba 3D y así la quiere mostrar el director preferentemente. Va a llegar el punto en el cual nos dividamos en Cine 3D arte o Cine 3D arroja cosas… lo de Cameron es arte puro. Lo que siempre cuesta satisfacer en estos casos es la duración, y creo que unos 15-20 minutos le sobran. Tiene algunos pocos momentos que baja bastante la película, pero las remontadas son tremendas y el final es al palo, logrando olvidar o dejar de lado esas cositas. Avatar es impresionante, no le cabe otra palabra. Uno no se puede mantener ajeno. Con Titanic gritaste que eras el rey del mundo… You are the king of the big screen! Y eso es mucho más importante. Gracias Cameron por lograr algo así en el cine.
Avatar es una película un poco inflada que marca el regreso a la pantalla grande de James Cameron después de 12 años. Se trata de una muy buena propuesta pochoclera que para mi no produce una bisagra en el cine como se venían anunciando en los medios norteamericanos en el último año, pero sumerge a la gente en una experiencia visual maravillosa. El director brinda una película sumamente entretenida que sobresale por toda la creatividad que Cameron despliega en ese universo que inventó en su imaginación y retrató en el cine. Las naves, los aliens y su cultura y espiritualidad estuvieron muy bien elaborados y junto con las espectaculares secuencias de acción representan el mayor logro de este film. Desde la realización es soberbia y no se le puede objetar nada. De hecho, la película está mucho mejor de lo que mostraban los trailers, que dejaron la sensación que los estudios Fox o el propio director no tenían idea por donde vender el film. Aclaro esto porque Avatar realmente está mucho mejor de lo que se esperaba. El gran problema con este estreno para mi pasa por el guión. Si la tengo que comparar con esa joya que disfrutamos haces unos meses llamada Sector 9, la verdad que es una pendejada. Es decir, el universo en el que se desarrolla el cuento es excelente, pero el conflicto que presenta y la mayoría de los personajes son bastantes flojos. Yo no tengo duda que el guión de GI.Joe no tiene absolutamente nada que envidiarle al de Avatar. El coronel villano, por ejemplo, que cobra más presencia hacia el final tranquilamente podría haber formado parte de GI.Joe o Meteoro. Los buenos son muy buenos y honorables y los villanos malísimos y crueles. Todo es blanco o negro, los grises no existen para Cameron, por eso hay personajes que parecen salidos de dibujos animados. En consecuencia, como ya los vimos infinidades de veces en otras películas la trama se vuelve sumamente predecible. En Sector 9 hasta las últimas escenas uno no sabía si el protagonista iba a llegar vivo al final de la historia, además que tenía todo un comentario social inteligentemente elaborado. Por ese motivo, en este género, creo que es el mayor logro realizado en la última década. Avatar es mucho menos compleja y se apoya principalmente en los efectos especiales, que es donde Cameron, claramente aplicó su atención. El trabajo que hicieron con la animación computada es brillante y la experiencia de disfrutarla en un cine es muy grossa. En este punto disiento con mi amigo Chandler. Yo creo que Avatar es obligación verla en 3D ya que la opulencia visual y la dirección de Cameron es el fuerte de esta propuesta que vas a disfrutar a pleno en ese formato, ya que la historia es pobretona. De hecho, creo que la película animada de la Mujer Maravilla para adultos que este año estrenó Warner en dvd tuvo un guión mucho más maduro y mejores diálogos. El tema es que si los efectos no los sostenés con un buen conflicto, la película pierde fuerza, que para mi es lo que le ocurrió a Avatar. La historía en lo personal me aburrió bastante, sobre todo porque me gustó más como la contó Kevin Costner en 1991. Avatar básicamente es Danza con lobos en el espacio. Inclusive el director Edward Zwick hizo algo parecido en El último samurai que tiene una escena similar a este estreno. Pero bueno, los guiones nunca fueron el fuerte de Cameron. En su último trabajo hay diálogos entre los actores que parecen salidos del dibujito animado Ben 10. De James “Fucking” Cameron, “King of the World” y “Padre de Terminator” jamás hubiera esperado un villano digno de 100 por ciento lucha como el pedorro Coronel Quaritch. El film está más en sintonía con la última Viaje a las estrellas que también estuvo muy bien hecha y brindó un gran entretenimiento. Creo que Cameron hizo filmes mucho mejores en el pasado. De todas maneras está bueno tenerlo de vuelta en las salas con este gran espectáculo pocholero que brinda un excelente entretenimiento, que no es poco.
Luego de estar doce años en el freezer después de la arrolladora Titanic (1997), James Cameron ha regresado y en gran forma. Ciertamente el paso de semejante lapso de tiempo hacía pensar de que "el Rey del Mundo" había entrado en cierta etapa de parálisis creativa - se había limitado a producir documentales y experimentar con cámaras digitales -. Las buenas nuevas es que, a diferencia de otros directores semirretirados - como Richard Donner, que hizo un regreso sin gloria -, Cameron ha mantenido los músculos creativos intactos. El único detalle es que, mientras que Avatar es visualmente impresionante y está filmada como los dioses, por otro lado no termina de contar nada completamente original. Como Cameron suele abrevar (por no decir copiarse) de otras fuentes - en general, de la sci fi literaria -, aquí parece haberse inspirado parcialmente en el cuento Call Me Joe de Poul Anderson y que data de 1957. Allí había un astronauta en silla de ruedas que controla a una forma de vida artificial (el Joe del título) y que puede sobrevivir en la hostil atmósfera de Jupiter. Como su nave aparece cada mañana seriamente dañada (y no puede regresar a la estación orbital), le envían un ingeniero, quien termina por descubrir que la mente del astronauta está migrando hacia la de Joe y éste se está convirtiendo en un ente independiente cada vez más independiente - el que, inconscientemente, provoca las fallas diarias al cohete para evitar el retorno -. El cuento termina con la fusión total de sus mentes, y el surgimiento de Joe como una nueva forma de vida. Pero Cameron no se contenta con eso, y empieza a tirar dos millones de ideas e influencias en la licuadora, que van desde la más obvia como Danza con Lobos hasta El Ultimo Samurai, Identidad Sustituta y una pizca de Apocalipsis Now. La escena en que el avatar de Jake Sully es cubierto con semillas vivientes del árbol sagrado es casi un calco de Kevin Costner rozando la punta de los trigales en Dance With Wolves. Las semejanzas con el filme de Costner no terminan allí; sustituyan a los Na´vi por Sioux (u otra tribu india norteamericana), y verán que el 90% de la trama de Avatar corre por los mismos carriles. El forastero que descubre nueva sensaciones con una cultura aborigen a la que termina por abrazar; el cumplimiento de los rituales tribales para ganarse el respeto; el renegamiento de sus orígenes y su paso a la rebeldía frente a sus pares... súmele a esto alguna profecía tribal sobre un líder guerrero, y verán que Avatar es eminentemente predecible. Lo cual no significa en absoluto que sea mala. En compensación por la falta de originalidad, Cameron se ha despachado con una parafernalia visual abrumadora, que debe ser la más shockeante que uno haya visto en pantalla desde El Señor de los Anillos: El Regreso del Rey. Aquí el director se manda con una cámara prototipo que él ha inventado, y le suma el hecho de estar filmada en 3D. El 70% del filme son CGI impecables de altísima definición. Pero a su vez, tiene el excelente tino de ralentizar la acción cuando corresponde, a efectos de que el espectador no se abrume con los FX y puede seguir a los personajes en medio del caos visual. El tipo es un maestro en rodar acción - todos los filmes de James Cameron, desde El Abismo hasta la fecha, son producciones extremadamente complejas de planificar y rodar, con presupuestos altísimos y abrumadora cantidad de FX - y eso queda demostrado aquí una vez más. Estéticamente Avatar parece una versión hiperpotenciada del videojuego Halo. Hay montañas flotantes, criaturas fabulosas de colores fosforescentes - que al principio resultan chocantes, ya que se ven muy plásticas; pero después demuestran una enorme expresividad y uno termina por olvidarse de su apariencia - y un mundo poblado de vegetación gigante que parece el sueño alucinógeno de cualquier diseñador gráfico. Por otro lado, la historia apunta a explotar esa imaginería visual en pos de un mensaje ecológico. La compenetración de los Na´vi con el entorno es directamente física gracias a un apéndice nervioso que poseen en su cabello - y que les permite conectarse mentalmente con plantas y animales -. Por contra, los humanos son la civilización corruptora e industrialista; a ellos sólo le interesa obtener el dichoso metal unobtainium sin importar las vidas y planetas que deban aplastar. Los diálogos son realmente buenos. El carácter de Jake Sully es muy desacartonado, lo cual es de agradecer. Lamentablemente el resto de los Na´vi cumplen con todos los clichés de los papeles de los indios del género western, con lo cual no tienen demasiada personalidad propia. Por el otro lado, los papeles secundarios humanos son muy buenos, y el gran ladrón de escenas es el rol del coronel Quaritch - interpretado por Stephen Lang, a quien sólo lo tengo del papel del fiscal corrupto de la serie Historia del Crimen -. Lang se devora la pantalla cada vez que hace acto de presencia, y parece sintonizar a Robert Duvall en Apocalipsis Now - otro de esos militares que mama la guerra como única forma de vida -, lo que termina por proveer un villano realmente sólido a la historia. Avatar es un muy buen filme, pero no uno excelente. La tonelada de millones de dolares que se gastó Cameron en la producción - unos 300, sumados a 200 de la promoción y que la convierten en el filme más caro de la historia (este tipo vive batiendo sus propios records) - transpiran en cada fotograma. La historia es muy buena, la acción es notable, y los personajes son interesantes. El problema es que a los 10 minutos de comenzado el filme, el espectador puede anticipar todo el derrotero de la trama - y eso le quita algo de la efectividad emocional que uno debería sentir por el choque entre los débiles nativos y los invasores hiperarmados -. Hay algunas sorpresas pero son muy menores. Si no fuera por esa predecibilidad, Avatar podría haber sido todo un clásico.
Y por fin llegó esta peli tan esperada de James Cameron, una con más de 10 años en el tintero. Y la espera valió la pena. 'Avatar' quizás no va a ser la película que rompa todos los moldes pero de seguro va a arrasar en la mayoría de los rubros técnicos de los próximos Oscar y asegura un gran entretenimiento a pesar de sus casi tres horas de duración. O sea una marca registrada de Cameron. El espectáculo es continuo y magnifico. 'Avatar' es un enorme Frankestein de todas las tecnologías desarrolladas en los últimos años pero cuidado al máximo. Por ejemplo es perfecta la interacción entre los actores reales y los filmados con 'performance caption'; todos se mueven en escenarios digitales que realmente se sienten e interactúan con ellos. Cada pisada, cada movimiento tiene una consecuencia en el entorno. Y la historia esta bien, no resulta aburrida pero tampoco es nada original. Es un pastiche de 'Corazón valiente' con 'Danza con lobos' pero no importa, al igual que las actuaciones; no son malas y el elenco es bueno, pero lo que a Cameron le importa es sumergirnos de lleno en este mundo fantástico. Y bien que lo logra.
Ayer finalmente ví "Avatar" película esperada por la mayoría de los cinéfilos. La ví en IMAX 3D, lo cual seguramente influye, y mucho, en lo que voy a escribir a continuación, así que tenganlo en cuenta. Sin dudas, en estos últimos meses se generó gran expectativa por esta película entre el público que disfruta del buen cine y de las películas de ciencia a ficción (aunque no catalogaría a "Avatar" en ese género...). Y personalmente no creo que sea bueno que suceda eso con las películas, porque uno tiende a ir predispuesto a ver cierto estilo de película, cierta trama...Por esta razón, me mantuve ajena a varios temas relacionados, para poder ir a verla "sin saber nada". En cuanto a lo visual me encontré con una película que explota al máximo el 3D, pero no el 3D en donde salen volando cosas de la pantalla y uno tiende a correrse, sino otro 3D. La piel de cada uno de los personajes y/o criaturas que aparecen a lo largo de la película, es realmente impresionante, se notan a la perfección las diferentes texturas, los colores, etc. (Repito, si no la ven en IMAX no es lo mismo...). Los diferentes paisajes que se ven, están creados de una forma bastante innovadora, sobre todo por la gama de colores que se logra ver, es algo que vale la pena disfrutar en la pantalla grande para apreciarlo al 100%. Tenía cierta idea acerca de la trama, y realmente (antes de ver la película) creía que iba a ser mucho más original. Por momentos me pareció estar viendo una escena de Jurassic Park, y luego una de Star Trek, pero creo que a esta altura en ese "rubro" se ha inventado de todo, y hay que esperar un poco más para ver algo realmente innovador. Pero por otra parte, tiene escenas de acción/persecusión (sin autos eh!), realmente espectaculares, y sumamente reales. Y esto lo balancea con otras escenas, un tanto más sentimentales, y que apelan a lo clásico pero siempre efectivo. Las actuaciones en general estuvieron muy bien, pero me gustó mucho la actuación de Sam Worthington, a quien anteriormente ya había visto en otras películas, y creo que sacó lo mejor de su personaje, y verdaderamente se nota. Realmente no coincido con aquellos que dicen que hay un antes y un después de "Avatar" (salvo que se refieran únicamente al uso del 3D, pero aún así tengo mis dudas). Creo que "Avatar" es una película con una historia entretenida, muy buenos efectos visuales, y pequeñas novedades a nivel 3D.
¿El rey del universo? James Cameron hundió el Titanic, inmortalizó a la teniete Ripley, convirtió a una máquina en un ser (bueno, casi) humano, levantó el escote de Jamie Lee Curtis y mostró una criatura CGI como un alienígena de las profundides. Se llevó varios Oscar, y actualmente (sin ajustar la inflación) se da el lujo de tener a su (ante)última película como la más taquillera de la historia. Bien. Haciendo una revisión de su trabajo pasado, no caben dudas de su maestría para entretener. Se podrá criticar, por ejemplo, la historia romántica entre el pobre y la rica de Titanic, pero el despliegue visual y la energía que pone el director en pantalla, la convierten en un gran entretenimiento. Con esto quiero sintetizar: el acierto del director es disponer de tecnología avanzada y crear una montaña rusa totalmente divertida. No es poca cosa: hay que saber filmar la acción, y hay que saber manejar presupuestos desorbitantes. Es así, que en épocas donde el 3D resucita para combatir la crisis financiera (y una crisis que viene afectando al cine desde hace rato: la piratería) pero dista de ser algo esencial para la película en sí (es un artilugio más de marketing que otra cosa, salvo películas que lo utilicen de manera sútil e inteligente, como Up) Cameron decide probarse una vez más y demostrar que es el rey del mundo en tres dimensiones. Como diría Roger Ebert, las películas ya tienen 3 dimensiones, sin necesidad de anteojitos. James Cameron se pasó 15 años elaborando la historia que, según él, iba a ser la revolución del cine moderno. La que iba a marcar un antes y un después. Después de haber visto la película, no tengo dudas que Avatar es toda una proeza técnica: los efectos visuales son maravillosos, y se llevarán el (los) Oscar. Pero en cuanto a la originalidad de la historia... La cosa es así: Jake Sully (Sam Worthington, Terminator: La salvación) es un marine discapacitado, que llega a Pandora, un planeta extraterrestre, de abundante y letal vegetación para el hombre. Digamos que el ecosistema de Pandora, además de ser una maravilla visual, con animales enormes y diminutos, es una maravilla creativa. Los efectos de las hojas, cercanas a la cámara, en 3D, no distraen: al contrario, uno se siente aún más inmerso en esa selva. Se nota que hay una gran elaboración detrás de todo este mundo (incluso, los nativos, los na'vi, tienen un lenguaje propio). Algo así como un Tolkien menor, se deberá sentir Cameron. Menor, porque si bien los animales, por ejemplo, son notables, al rato ya se repiten y son el deus ex-machina para el climax de turno. Ok, sigo con la historia: El marine tiene la oportunidad de controlar un avatar, un na'vi artificial. Un grupo de científicos y guerreros buenos (la heroína del cine de acción, Sigourney Weaver, y la chica ruda, simpática, linda y varonil de turno, Michelle Rodriguez, entre otros) quieren que Jake se infiltre entre los na'vi para, claro, investigar sobre su vida. Pero la realidad es que los financistas del proyecto son inescrupulosos humanos que quieren un metal (o algo así) precioso porque, claro, vale millones. En el cine de Cameron no es díficil encontrar esta dicotomía entre los científicos buenos y los corporativos malos (¿se acuerdan de Paul Reiser en Aliens?). Hay un milico fascita como en Sector 9, aunque acá es mucho más carismático (es el Coronel Quaritch/Stephen Lang). Lo que sigue en Avatar es un poco del problema climático que atraviesa esta década (algo que ya preocupó a Al Gore y WALL-E), diálogos y situaciones dignas de Pocahontas o Danza con lobos (los na'vi son los indios, y los humanos, o la "gente del cielo" los conquistadores europeos). Si bien Cameron tiene un excelso pulso narrativo, uno no puede dejar de preguntarse si esto no hubiese sido una obra maestra con un poquito más de sutileza en ciertas ocasiones. No lo digo porque Avatar sea totalmente predecible, sino porque ya me molesta ver situaciones donde, para demostrar la desigualdad de la batalla, se pone en imágenes (¡y hasta en diálogos!) a los na'vi tirando flechas contra las naves ultra-tecnológicas y blindadas de los humanos. Gracias a Dios, esto no se vuelve insoportable (sí risible, por momentos), y los baches quedan más o menos tapados por las impresionantes secuencias de acción. Hay, también, claros homanjes a películas esenciales como El retorno del rey (los planos de ejércitos masivos), Apocalipsis Now (el voice-over del soldado) y claro, la trama y la intelectualidad (reciclada) de la película de Kevin Costner, Danza con lobos. A pesar del avance tecnológico que supone Avatar, todavía no estoy seguro del 3D. Sigo creyendo que es una atracción momentánea, y que la verdadera revolución, podría darse, cuando el espectador elija qué y cómo ver, desde qué ángulo prefiere, y posición. Sí: ya desde el principio, donde los marines descanzan, las tres dimensiones abundan en espectacularidad (uno casi siente que está ahí), pero no mucho más. Eso es porque Cameron es, sin dudas, un gran director y lo que logra es que la película no se sostenga en el 3D, sino que sea un efecto más. A ver: cuando alguien mira El mago de Oz, a pesar de vivir en una época en la que la mayoría de las películas son a color, no deja de sorprenderse y maravillarse por el cambio del blanco y negro al furioso multicolor de la tierra de Oz. Hay documentales donde se habla de la fascinación que causó en la época ver a Dorothy abrir la puerta a ese maravilloso mundo colorido. Las intenciones de Cameron son más o menos parecidas (incluso Quaritch arenga a sus tropas: "Ya no están más en Kansas" en obvia alusión a la frase inmortal de Dorothy). Pero con todo, sigo siendo escéptico. Sin dudas, Avatar tiene un despliegue técnico enorme, fascinante (incluso James Horner se da el lujo de componer una de sus mejores bandas sonoras), que nos hace olvidar la historia pobretona. La perspicacia del "rey del mundo" Cameron para hacer llevadera cualquier película la convierte, incluso, en un producto que se deja ver, aunque perderá mucho, en un futuro, en cualquier pantalla chica, con sonido apenas aceptable y sin 3D. Incluso antes mencioné a Sector 9. Avatar está emparentada con esa película (y no sólo por el hecho de que romperá récords) sino porque se llena de alegorías (en este caso, sobre el cuidado al medio ambiente) para llegar al tercer actor y llenarlo de acción, con tiros y explosiones. En ambas hay extraterrestres, y en ambas, parecen más humanos que seres de otra galaxia o planeta. Sí, están muy lejos de la sutileza (¡y eso que también tenía rasgos humanos) del E.T. de Spielberg. Aunque parezca, a este punto que la crítica no coincide con el puntaje, hay que repetir que las dos horas y media del largometraje no se hacen pesadas. La animación de los na'vi (ah, faltó aclarar que Avatar es más una película animada que una "real") es tan buena, que uno se olvida que son personajes animados. El secreto de sus ojos es, claro. Pero eso ya habìa quedado claro con Gollum y algún personaje con tos de George Lucas. Igualmente, vale la pena ver que bien combinan los efectos visuales. Creo que si hay que hablar de "revolución" como a Cameron le gusta decir, es en ese aspecto. Vuelvo a mencionar que el 3D no es el que "arroja objetos" (aunque hay un par de momentos) sino que le da a la película una mayor profundidad de campo. Uno se sorprende, a mitad de película, totalmente inmerso en Pandora, y olvidando que la cámara del director parece que estuviera ahí: en el medio de la jungla. Rótulo incómodo, pero que Avatar, superproducción de casi 300 millones de dólares, parece validar: el cine mainstream de Hollywood es pobre a nivel de ideas, pero rico en cuanto a técnicas visuales y sonoras. Hay que aprovechar, ir al cine (y aceptar las intenciones, por esta vez, del 3D) y disfrutar Avatar. Quien escribe pudo contemplar el poderío visual y sonoro de la película en Imax 3D. Si tienen dudas, acá se acaban: tienen que verla ahí (o en un cine 3D). No cambiará la manera de aproximarse al cine, pero por lo menos, uno se va a ir contento, de ver una más que entretenida película. ¿Si es de lo mejor del año? La película deja con ganas de secuela.
Las películas de James Cameron parecen todas sueños irrealizables. Con “Terminator” y su secuela probó que podía mezclar el thriller, la ciencia ficción y el romance y transformar alternativamente a Arnold Schwarzenegger en héroe y villano. En “Aliens”, descubría el costado maternal de la dura teniente Ripley. En “Titanic”, finalmente, logró otro registro en base a la tragedia del célebre transatlántico: un culebrón sublime. Cameron siempre ha contado con presupuestos generosos, pero más allá de los efectos especiales, lo que las convierte en sucesos es la pasión que les imprime. Y “Avatar” no es la excepción. ¿De qué se ocupa? Quizá de lo mucho que nos hemos equivocado hasta ahora los humanos, y de la necesidad de barajar y dar de nuevo. La acción se sitúa en el año 2152. En la Tierra ya casi no quedan espacios verdes. Jack Sully, ex infante de marina, herido en combate, ha quedado parapléjico. De pronto, es seleccionado para participar en el Programa Avatar, que puede lograr el milagro de que vuelva a caminar. A cambio, deberá cumplir una riesgosa misión. Será trasladado a Pandora, la luna de un planeta recién descubierto, donde se encuentran todos los recursos que les están faltando a los humanos para sobrevivir. Habrá que enfrentar y derrotar a los Na vi, infiltrándose entre ellos de una manera nada frecuente. Jack y sus soldados trasladarán sus cerebros a unos Na vi creados genéticamente para así penetrar las líneas enemigas. No cuentan con que Jack acabe enamorándose de una hembra Na vi, Neytiri, detalle que cambiará sus planes. Visualmente asombroso.
Una pantalla al mundo nuevo James Cameron entrega un filme de ciencia ficción en 3D impactante y técnicamente revolucionario. Cuando se pensaba que James Cameron no podía apostar a hacer algo más grande que Titanic -o que había perdido la razón en el intento-, doce años después de aquel éxito aparece Avatar, una película que deja, al menos en tamaño, a aquel clásico como un filme pequeño ... y hasta es probable que lo supere también en taquilla. Cameron tenía todo servido para el gran fracaso: el tiempo transcurrido hacía pensar que se había enredado en una lucha tecnológica imposible y los adelantos vistos con las criaturas azules que pueblan el filme (los Na'vi, habitantes del planeta Pandora) eran risibles. Pero no hay más que calzarse los anteojos 3D, sentarse frente a la pantalla y las dudas desaparecen: Cameron está de vuelta. Y su regreso es más que bienvenido. Avatar cuenta una historia simple y de manera bastante tradicional, al punto que definirla como "Danza con lobos en el espacio" no es tan reduccionista como suena. El filme se centra en Jake Sully, un marine lisiado (Sam Worthington) enviado a Pandora en una misión especial: reemplazar a su hermano gemelo, un científico que ha muerto, como parte de un equipo de investigación en la cultura Na'vi. La forma de hacerlo es a través de un "avatar": el hombre se coloca en una camilla, su ADN es transportado al cuerpo inerte de un nativo y así puede ingresar a la increíble "caja/mundo" de Pandora. Pero, como Jake es marine, los militares apostados allí quieren utilizarlo para otro fin: convencer a los Na'vi de dejar su tierra ya que debajo del gigantesco árbol que les sirve de "hogar" hay una importante reserva de unobtanium, valioso material que quieren llevarse. Tras una serie de accidentes (cuando Sully pasa a su cuerpo azul y gigante se entusiasma con la posibilidad de correr), su avatar termina con los Na'vi, entra en su asombroso mundo (una mezcla de selva amazónica con pecera psicodélica que contiene la flora y la fauna más extravagante jamás vista) y, a lo largo del filme, deberá debatirse entre cumplir su misión militar o la científica. En el medio habrá espacio para una épica romántica (Sully se enamora de la Na'vi Neytiri), una bélica (será inevitable la batalla y la invasión militar), un recorrido geográfico-cultural (Neytiri le muestra a Sully, y a nosotros, los hábitos, costumbres y criaturas de Pandora y sus habitantes) y un combate entre varios mundos: el de la ciencia (con Sigourney Weaver a cargo del programa), el militar (con Stephen Lang como el comandante invasor, un Bush con esteroides) y el espiritual/ecológico que profesan los habitantes de Pandora, conectados a la "Madre Tierra" de una manera, digamos, inusual. Más allá del aspecto "virtual" de Sully que lo obliga a una extraña doble vida, hay muy poco en Avatar que escape a la estructura tradicional de un western o un filme bélico. Podrían hacerse lecturas del filme como una crítica a la política invasora de los Estados Unidos (de Irak para atrás, toda comparación funciona), tanto en lo militar como en lo cultural ("¿qué podemos ofrecerle a ellos? -se pregunta Jake en su videodiario-. ¿Jeans y cerveza light?"), al punto que uno se pregunta si lo que sucede en la Tierra, paralelamente (corre el año 2154), no se parecerá al futuro visto en Terminator. Lo que sí es diferente, revolucionario en el sentido de iniciar un cambio tecnológico clave, es su formato tridimensional y sus personajes digitales. En el primer caso, Avatar es un triunfo absoluto. Cameron ha creado un 3D inmersivo que permite al espectador ser casi otro "avatar" de todo el proceso, un participante más del asombroso universo de un filme hecho en base a incontables transferencias (psicológicas, físicas, metafóricas). Y lo hace casi sin apelar a los trucos de lanzar objetos al espectador: el 3D en Avatar engorda la pantalla, le otorga volumen, la expande. Cameron sabe que hay mucho en el cuadro para observar y tiene la discreción (o el clasicismo narrativo) de, más que tirárnoslo por la cabeza, hacernos entrar como en un encantamiento. Donde la película no termina de "revolucionar" es en el tema de los personajes digitales. Los Na'vi son un gran paso en ese camino, pero sigue habiendo algo indescifrable en ellos y resulta complicado meterse emocionalmente en la historia de la misma manera que se lo haría con actores. Sin embargo, el poder narrativo de Cameron es tal que, al ver el filme más de una vez, uno empieza a olvidar esa extrañeza y logra compenetrarse con esas criaturas gigantes, más allá de que se los pinte con un dejo de condescendencia (o inocencia, o decisión política) y un tufillo new-age. Avatar es un cúmulo de contradicciones. Una película ecologista y defensora de la naturaleza hecha casi toda digital, virtual. Un filme sobre el respeto a la identidad cultural de los pueblos que aterriza en los cines de todo el mundo a la manera de un ejército invasor. Una apuesta a una revolución técnica armada con una estructura narrativa propia de la literatura del siglo XIX. Una épica de motivos cristianos para una película que abraza una suerte de panteísmo científico. Y así se podría seguir al infinito. Sin embargo, todas esas contradicciones, más que arruinar la experiencia, la expanden, enriquecen sus lecturas. Sí, es una película con momentos y escenas cursis, con otras prestadas (de King Kong, Matrix, Pocahontas, El Rey León, Tarzán... Los pitufos y se podría seguir, interminablemente) y una buena cantidad de autocitas (Terminator y Aliens en lo audiovisual; El abismo en lo filosófico). Pero su poderío visual y narrativo procesa todo ese material sin fagocitárselo, sin llevárselo por delante. Cameron cuenta, seduce, involucra e impacta. Por momentos exagera y se le va mano, es cierto, pero en tiempos de entretenimientos que se esfuman en el momento en que la pantalla se pone en negro, uno agradece y celebra el exceso.
Avatar, la última gran aventura de Cameron Un film entretenido, lleno de efectos especiales. La promoción de Avatar insiste y promete que éste es el film que cambiará para siempre el modo en que vemos y disfrutamos del cine. Una enorme expectativa que la película, mal que le pese a su director, James Cameron, no cumple. Avatar es muchas cosas, muchas buenas y hasta muy buenas también, pero ciertamente no revolucionará el cine. Al menos no más de lo que lo hicieron en su momento El abismo , Terminator y hasta Titanic, por citar algunas de las mejores y más exitosas películas del director. Todos films que, como éste, pretenden impartir una lección sobre el uso irresponsable de la tecnología y las terribles consecuencias que podría enfrentar la humanidad -y la ecología- si se entusiasma con lo que es capaz de hacer y deja de pensar en si debería hacerlo. Y todo utilizando los más nuevos e impresionantes efectos especiales que las computadoras supieran conseguir. El de Cameron siempre fue y sigue siendo un cine de mensajes contradictorios y algo superficiales, y sin embargo extremadamente entretenido. Avatar no es la excepción, sino parte de esa regla, de ese estilo, que incluye, sobre todo, imágenes impresionantes, sorprendentes y, algunas veces, como es el caso, bellas en extremo. El director -fiel a su fama de megalómano, también se ocupó del guión y la edición- creó Pandora, un planeta que en el año 2154 está al borde de ser colonizado por inescrupulosos humanos en busca de un mineral que transformará el lugar de paraíso espiritual a infierno industrial. Con vegetación, paisajes y unos nativos más que exuberantes ?montañas flotantes, pterodáctilos de colores y árboles luminiscentes?, este nuevo mundo es materia ideal para el uso del 3D. Y, a diferencia del resto de las películas que utilizan la técnica sólo para impresionar al espectador como si se tratara del truco de un ilusionista, en Avatar funciona como un puente tendido para acercar lo que se ve en la pantalla a las butacas de la sala de cine. Lo que Cameron no logra con el guión algo previsible y unos diálogos que por momentos parecen dictados por Greenpeace lo consigue con sus imágenes, que incluyen a los Na?vi, habitantes originarios del mundo Pandora. Los gigantes azules de rasgos felinos, largas colas y cabello trenzado con unas prácticas terminaciones nerviosas en las puntas fueron diseñados con una tecnología similar al film de animación digital Los fantasmas de Scrooge. Claro que los personajes de Avatar están tan lejos ?y por encima? de los de la película de Disney protagonizada por Jim Carrey como la Londres victoriana del espacio exterior. Amor azul La historia que cuenta esta película de ciencia ficción comienza con la llegada de un grupo de mercenarios a la base humana en Pandora. Allí, una corporación prepara la definitiva conquista del suelo y de los habitantes del planeta, que aprendieron a desconfiar de los pequeños pero destructivos hombres. Así, para lograr que se rindan sin pelear, un grupo de científicos se acercarán a ellos transformados en versiones Na?vi de sí mismos creadas en un laboratorio. Entre los exploradores estará Jake Scully (Sam Worthington), un ex militar parapléjico que reemplazará en la misión a su fallecido hermano gemelo, un científico listo para integrar el equipo de la doctora Grace Augustine, experta y admiradora del nuevo planeta. Interpretada por Sigourney Weaver, la heroína de la saga Alien (cuya segunda entrega dirigió Cameron), Augustine se suma a la lista de mujeres poderosas, sensatas y sabias que el director suele poner al frente de sus relatos y de sus protagonistas masculinos. Y no es la única en Avatar. Para dar lugar al romance que sus films siempre incluyen aparece Neytiri, una suerte de princesa Na?vi, que será la encargada de enseñarle a Jake los usos y costumbres de los suyos. Con la voz y muchos de los rasgos de la actriz Zoe Saldana (Viaje a las estrellas), a este personaje le tocará transmitir las premisas new age que son el costado más flaco de la película, aunque lo hará desde el lugar de poder que antes ocuparon la Sarah Connor de Terminator, la teniente Ripley de Alien y el personaje central femenino de El abismo. Entretenimiento puro Si bien el director parece tener una habilidad especial para escribir mujeres creíbles y a veces más profundas que las tramas que protagonizan, no parece suceder lo mismo con sus contrapartes masculinas. El personaje de Scully, interpretado con solidez por Worthington, no logra mucho más que cumplir con el estereotipo del converso, mientras que al villano de la historia no le va mejor. El coronel Miles Quaritch (Stephen Lang) es un militar irracional, casi demente, cuyo único objetivo es destruir al enemigo con todas las armas a su disposición, sin aceptar más grises en su razonamiento que el de las bombas que está ansioso por lanzar. Sin contar con un guión especialmente original ni sutil en sus intenciones, Avatar es, de todos modos, un espectáculo cinematográfico alucinante, un viaje a un mundo que al final de las entretenidas más de dos horas y media de metraje al espectador le costará dejar atrás.
A vender pochoclo que se acaba el mundo Cuenta la leyenda que el público asistente a la función donde se proyectó "La Llegada del Tren a la Ciudad" de los hermanos Lumiere huyó aterrada de la sala al ver como una locomotora se les venía encima. Era 1895 y la imagen en movimiento sobre una pantalla era algo novedoso. El desafío pasó a ser, a partir de entonces, lograr algo más que una sorpresa temporal y poder contar historias más allá del efectismo. Un siglo después se sigue en la búsqueda de la sorpresa y la innovación. James Cameron, hombre de la industria, sabe de qué se trata. Sus filmes consiguen combinar espectacularidad y contenido. Habilmente ha sabido contar historias apoyado en las herramientas que él mismo desarrolla. Hombre de la industria al fin, la dota de los elementos que puedan garantizarle más y mejores réditos al tiempo que entretiene a la audiencia. "Avatar" no es la excepción. Cameron creó nuevas cámaras y formas de trabajo para una industria necesitada de novedades para atraer público a las salas cada vez menos concurridas. El negocio ya no cierra solamente con las proyecciones tradicionales, ahora hay que filmar en 3D y hacer metrajes de larga duración que hagan sentir al espectador promedio que el dinero invertido valió la pena. Así es que el director de "Titanic" presenta una historia donde un grupo de mercenarios al servicio de una empresa extractora de metales se instalan en un planeta llamado Pandora. Su misión es despejar el área de extracción de los habitantes del lugar, llamados Na´vi. Para conseguirlo por vías pacíficas, un grupo de científicos crean "avatares", réplicas de los seres de Pandora que pueden ser controlados mentalmente por terrestres. Uno de ellos es el soldado Jake Sully, parapléjico y en silla de ruedas, quien al manejar su avatar redescubre la posibilidad de caminar al tiempo que se infiltra entre los Na´vi para conseguir información. Como es de prever, la vía pacífica no funciona y los mercenarios deben hacer el trabajo sucio. Para entonces, Sully ya no estará en el bando inicial. Los aspectos técnicos del filme son sorprendentes, en especial el sistema de captura de movimientos perfeccionado en lo facial. Si bien la película fue creada para su visión en salas 3D, la mayoría del público, por disponibilidad de salas y por cuestiones económicas, la verá en 2D y la experiencia desde lo visual es igual de interesante. Cameron presenta un mundo parecido al nuestro en la prehistoria, sus seres son primitivos y viven en un ambiente virgen. Narra el cuentito alla Disney, con malos muy convencidos de serlo -el militar compuesto por Stephen Lang es tan básico que da risa - y otros cuya maldad es fruto de su propia ignorancia y estupidez. El contraste con los buenos es de una simpleza tan infantil que molesta, mientras los hechos son presentados con un maniqueísmo a esta altura desconcertante en el realizador que creó "Terminator". Con un ecologismo propio de una mala publicidad de Greenpeace, Cameron hace un elogio de lo primitivo, un canto a la pacha mama trunco, ya que su épica sólo cobra sentido si un marine estadounidense consigue posicionarse como líder de una comunidad incapaz de generar sus propios héroes. Fábula simplista que hace agua gracias al vicio constante del cine industrial yanki, el de no poder prescindir de los heroismos personalistas.
La corrección política más básica La nueva película del director de Titanic costó 237 millones de dólares, pero es un exceso de presupuesto y de talento al servicio de muy poca sustancia: el “mensaje” antibelicista y ecológico del film en 3D es demasiado elemental. Doce años después del éxito de Titanic, James Cameron no podía volver a poner su firma en una película que no estuviera a la altura –o más bien al tamaño– de su fama. Y de su autoestima. Al fin y al cabo, él mismo, en aquella titánica ceremonia del Oscar en la que recogió estatuillas como si fueran las fichas de un jugador que había acertado un pleno en la ruleta, se había autodenominado “Rey del Mundo”. Fruto de esa megalomanía, llega ahora Avatar, una superproducción de 237 millones de dólares y promocionada por la 20th. Century Fox como la película capaz de revolucionar la experiencia cinematográfica en el siglo XXI. Parece mucho decir. En todo caso, se podría pensar que en Avatar la espectacularidad técnica (que aprovecha al máximo, como nunca hasta ahora, las posibilidades del 3D digital) es inversamente proporcional a su elementalidad dramática. Quizá nunca hubo tantos recursos económicos, tanto despliegue material, tanto talento, incluso, al servicio de tan poca sustancia. Es algo paradójico, si se tiene en cuenta que James Cameron se formó en las entrañas del cine clase B junto a Roger Corman. Y que sorprendió al mundo con Terminator (1984), una película de escaso presupuesto, que con el tiempo adquirió estatus de clásico no por sus efectos especiales –hoy envejecidos– sino por la impresionante tensión de su puesta en escena y, sobre todo, por la imaginación y la originalidad de la que hacía gala su historia. No es el caso de Avatar, por cierto. En el comienzo de los 163 minutos que dura Avatar es imposible sustraerse al magnetismo que ejerce la pantalla. Es tanta la información que extiende Cameron en su lienzo, tanto el movimiento dentro del cuadro y tan eficaz la tridimensionalidad (utilizada siempre en función dramática y no para arrojarle objetos por la cabeza al espectador) que hay que dedicarle un tiempo a habituarse a esa realidad virtual que propone la película. Al mismo tiempo, y a medida que se va desarrollando el relato, se impone paulatina pero persistentemente una sensación de déjà vu, de haber estado allí antes, de que muchas sino todas las ideas de guión provienen de otros films (los suyos incluso), que contaban un poco lo mismo pero mejor, como si Cameron –a la manera del doctor Frankenstein– hubiera creado un nuevo monstruo al que se le notan las costuras y los tornillos. Estamos en el año 2154 y una nave espacial estadounidense se dirige al lejano planeta Pandora, pero la voz de la conciencia del soldado Jake Sully (Sam Worthington) recuerda inevitablemente a la del capitán Willard en Apocalypse Now cuando se sumergía en el corazón de las tinieblas de Vietnam. Si por sus pecados a Willard le habían asignado una misión, la de Sully (un joven marine que ha quedado parapléjico y se desplaza en silla de ruedas) es incorporarse al ejército de ocupación que intenta doblegar la resistencia de los Na’vi, el pueblo nativo de Pandora, para apropiarse de un valioso mineral que se esconde en sus suelos (cualquier semejanza con el petróleo de Irak es pertinente). El hecho de que Sully alguna vez haya muerto y de pronto lo despierten de su sueño criogenético para lanzarlo en un planeta hostil como miembro de una tropa brutal al servicio de una compañía privada en busca de réditos económicos refiere a su vez a Aliens, del propio Cameron. Referencia que no hace sino reforzar la presencia en Pandora de Sigourney Weaver, ahora en el papel de una científica llamada Grace Augustine (no faltará quien encuentre en el nombre relaciones religiosas y filosóficas), pero que se comporta como la legendaria Ellen Ripley de la nave Nostromo. Hasta allí, todo bien. Pero ya cuando Sully presta su conciencia para habitar un nuevo cuerpo, el de un “Avatar” (una encarnación virtual de un Na’vi con el que piensa infiltrarse en sus filas), los flashes de su mente parecen clones de los de los astronautas de 2001: Odisea del espacio, de Stanley Kubrick. Y la exótica flora flúo y la fauna retro de Pandora dan la impresión de haberse escapado no tanto del Libro de los seres imaginarios, de Borges, como de Las crónicas de Narnia en su versión Disney. Hay más, sin embargo. No bien Sully se interna en territorio Na’vi y conoce, de entrada nomás, a su más bella princesa, no se puede dejar de pensar en la leyenda de Pocahontas. O en su reformulación cinematográfica, El nuevo mundo, de Terrence Malick. Ya se sabe que allí surgirá indefectiblemente un romance y que Sully –quien con su nuevo cuerpo parece haber adoptado también una nueva alma– deberá cambiar no sólo de costumbres sino también de lealtades, como le pasaba a Kevin Costner en Danza con lobos. Así como los momentos puramente de acción –que tardan en llegar– lucen irreprochables, a la altura del vértigo y la intensidad que se podía esperar de un director como Cameron, todo lo demás en cambio parece más bien vulgar, pedestre, incluso cursi: desde los diálogos hasta las escenas de amor bajo la luz de unas luciérnagas generadas por computadora (un poco como el final de Abismo, que en su puerilidad derrumbaba toda la densidad dramática que había elaborado hasta ese momento). En lo ideológico, no se puede sino adherir, por supuesto, al “mensaje” ecologista y antibélico que anida en el centro de la película. Pero justamente el problema está en la forma de enunciar ese mensaje, al que Hitchcock hubiera preferido dejar en manos del cartero. La corrección política de Avatar parece demasiado básica, elemental –algo así como la guerra de Irak explicada a los niños– como para despertar alguna conciencia. Pero si se considera el descomunal éxito que la película ya está teniendo en los Estados Unidos, sería una felicidad equivocarse.
Dinámica, Descomunal, Deslumbrante Estimados lectores: se han disipado las conjeturas y dudas que allá por el 2005 un tal James Cameron sembrara, luego de un prolongado distanciamiento de los Estudios, tras haber realizado en 1997 una de las mega-producciones más taquilleras de la historia del cine: la ya clásica moderna Titanic. Por aquellas épocas, el “Proyecto Avatar” significaba por un lado la incorporación de una nueva tecnología al servicio de la imagen 3-D, y por otro para el director de Terminador y Aliens el desafío de superar cinematográficamente a su opus de ficción previo. Por estas y otras tantas razones las expectativas sobre el estreno del film más esperado del año tenían bien diferenciados a los detractores y a los incondicionales de JC, ambos con el mismo nivel de convicción, y desde luego la propuesta no le resultaría indiferente a los neutrales. Entonces, ¿qué es Avatar? La respuesta más sencilla es la que propone su argumento: un cuento épico donde un pueblo oprimido resiste los embates de otro clan con intenciones de conquista. Una tribu de humanoides habitantes de una luna llamada Pandora, los Na’vi, viven en comunión con la naturaleza y lejos de los mayores depredadores naturales: la raza humana, que por su ambición desmedida pretende robarles sus recursos minerales y sojuzgarlos hasta exterminarlos definitivamente. Como en toda historia de estas características, donde chocan culturas y modos de ver la vida, existe un personaje nexo que tarde o temprano se convertirá en el héroe; este es quien experimentará la transformación ya sea por un vínculo emocional o amoroso. En este caso se trata un ex-marine hemipléjico, Jack Sully (Sam Worthington), cuya doble misión es infiltrarse entre los nativos para, por un lado, estudiar al enemigo y aprender sus maneras, y por el otro lograr persuadirlos de mudarse de su bosque de residencia natural, ya que los Na’vi tienen raíces sobre uno de los lugares más ricos en un valioso mineral que resolvería los problemas energéticos del planeta Tierra; éste último se está muriendo y resulta el motivo por el cual los humanos habrían arribado a Pandora en primer lugar. Pero el aire de Pandora es tóxico para los humanos; por ello, la corporación detrás de la misión desarrolló un programa llamado Avatar, cuyo objetivo es lograr enviar a seres humanos directamente a explorar Pandora sin restricciones. Los Avatar son seres creados genéticamente con una combinación de ADN humano y de los nativos, a ser controlados vía remota por su huésped sanguíneo, de quienes los Avatar tienen trasladadas las funciones cerebrales. De este modo cuando Jack Sully, este soldado paralítico, entra en el programa "virtual" Avatar su mente se traslada al cuerpo de este ser azul de más de tres metros de altura listo para sobrevivir en Pandora con una fortaleza física que Jack sólo podría soñar. Lo que sigue es la historia de Pocahontas pero multicolor y teñida de azul (pigmento cutáneo de los Na’vi). Además, el remanido tardío aprendizaje sobre la ecología y la espiritualidad que sintetizan de alguna forma el trasfondo de esta historia, apunta más a la majestuosidad visual y a la empatía emocional con el público que a la lección de vida hollywoodense. Quien quiera buscar una alegoría política o tender una red de implicancias socio políticas (indios, afganos o iraquíes invadidos) en un relato tan sencillo, tan esquemático, estaría forzando los acontecimientos al punto tal de definir a Cameron de algo que no es. Baste con repasar el ABC de sus obras anteriores para encontrar los mismos vicios y tópicos, como por ejemplo el uso de la tecnología con fines poco nobles sin establecer un verdadero juicio de valor al respecto, o bien la importancia de las heroínas femeninas, todas ellas masculinizadas por cierto; desde la teniente Ellen Ripley de la saga Alien (Sigourney Weaver, también en el reparto de Avatar) hasta la presente princesa Neytiri (Zoe Saldana). Heroínas siempre avanzando en un mundo dominado por el machismo devenido militarismo. Esos grandes rasgos constituyen el universo conceptual de un film orientado a la aventura, narrado con prolijidad pero -es justo aclararlo- con un dejo de desgano. Ahora bien, resulta indiscutible que estamos frente a una película de una factura técnica asombrosa; con un descomunal despliegue de las posibilidades visuales del 3-D en cuanto a relieves y profundidad de campo, que le permitieron al director crear el mundo imaginario de Pandora, su flora y fauna hasta el mínimo detalle sin dejar de lado su mayor logro: los habitantes del lugar con su gestualidad y expresividad a flor de piel. La dialéctica entre los dos mundos se apoya en los contrastes, como suele suceder en las producciones de Cameron; es decir, el apagado y metálico escenario habitado por los terrestres frente al colorido y fresco paisaje selvático atravesado por una atmósfera irrespirable para cualquier humano. Sin embargo, aquella gran virtud que traza un punto de inflexión como preludio del cine que se viene, puede transformarse en un boomerang si se toma en cuenta que solamente se disfrutará realmente de Avatar en su versión de 3 dimensiones y más aún en el sistema IMAX (la experiencia vale el precio de la entrada). Mucho se escribirá a favor y en contra de este “Blockbuster” impecable; incluso ya corren versiones que acusan al director de plagio, que no hacen otra cosa que atizar las brasas de un marketing que a fuego lento amenaza con arrasar en taquilla batiendo todos los récords posibles. Lo cierto es que a la D mayúscula del dinero James Cameron le sumó otras tres: Dinámica, Descomunal, Deslumbrante.
La película que supuestamente reiventará el cine es simplemente un bosquejo millonario de algunas posibilidades de las tres dimensiones de la imagen y un buen ejercicio secundario en biología de ficción. Después de un “retiro” de 12 años, “el rey del mundo” ha regresado. El hundimiento de un transatlántico, soberbio ícono de la segunda revolución industrial, ha quedado atrás. Si Titanic cerraba el cine del siglo XX, ahora con Avatar James Cameron viene a bautizar un nuevo siglo y un nuevo estadio del cine. Avatar es mucho más que un filme en 3D sobre el apocalipsis de una civilización alienígena, no muy distante de una comunidad neolítica de nuestra especie en el alba de nuestra colonización de la biósfera. Esencialmente un western (en el espacio), aunque situado en el 2154, Avatar arranca como si fuera una versión pop e hiperreal de Metrópolis de Lang y culmina como si se estuviera recreando la invasión a Irak por otros medios. El militarismo yanqui y el corporativismo capitalista son el villano de la película. Los científicos terrícolas son el único orgullo de la Tierra. La misión es sencilla: arrasar con una forma de vida en otro planeta para extraer un misterioso mineral. Nuestro planeta es una tierra baldía, no así Pandora, un mundo poblado por diversas criaturas en donde los Na’Vi, una suerte de aborígenes humanoides turquesas con ojos y rabos felinos, viven en completa armonía con el resto de las especies. La táctica es reconocible: introducir un espía. Es así que Jake Sully, un marine paralítico, reemplaza a su hermano, un científico involucrado en el Programa Avatar, por el cual se ha creado un híbrido entre los hombres y los Na’Vi. Compartiendo material genético, a cada hombre le corresponde su versión extraterrestre, que se llama avatar. En una expedición, Jake se pierde en la selva. Y será rescatado por Neytiri, una bella mujer Na’Vi. Como sucedía con Costner en Danza con lobos, la “salvaje” le enseñará un mundo, y, lógicamente, esto se coronará con una historia de amor, aunque Neytiri desconoce el objetivo militar de Jake y su perversa recompensa: volver a caminar, una operación posible pero económicamente imposible para un soldado. Avatar será abrazada por la clase media New Age planetaria como la película que visualiza el imaginario utópico de una cosmovisión matriarcal espiritualmente elevada. Los Na’Vi creen en la interconexión de todos los seres vivientes. Todos somos hijos de Eywa, una deidad femenina omnipresente, incompatible con nuestra teología dominante, semita y masculina, y el darwinismo desacralizante. Los ritos de los Na’Vi son identificables: cánticos y sentadas grupales a la vieja usanza de un retiro semanal en algún ashram de un gurú de turno, y una versión espiritualizada de una conexión USB, aquí entre seres vivientes y no entre máquinas de almacenamiento de información. Todos somos uno. Esta versión reduccionista de un universo organizado en clave feminista podrá ruborizar al espectador con excesos de testosterona, pero Cameron explota, a propósito de la conversión de Jake en un verdadero miembro de los Na’Vi, el arquetipo del héroe y su viaje de iniciación, un giro narrativo que le hubiera fascinado a Joseph Campbell. Avatar es profundamente estadounidense: los sioux, los hopis, la filosofía de Emerson, Pocahontas, Schwarzenegger, los hippies del 60, los piratas de la Casa Blanca reverberan en todos los planos de Avatar. En este sentido, es pertinente comparar Avatar con La princesa Mononoke (y Laputa) de Miyazaki, filme superior en todos los sentidos con el que Avatar comparte su tema central: la ruptura de un orden cósmico y su equilibrio. El ecologismo trivial de Cameron y su concepción moral maniquea, protegidos por un despliegue técnico colosal y una eficacia constructivista de la belleza, no permiten pensar su propensión a la caricatura y a la simplificación extrema de su relato y de su supuesta crítica política (en ese sentido, Titanic, exponía una división de clases, cuya correlato era la distribución de camarotes, de abajo hacia arriba, en el barco). El lugar común cósmico de Avatar es parte de una cultura que ha despolitizado el dilema ecológico. Los buenos y los malos son estereotipos, el discurso que articula las acciones de sus personajes sentencias de un manual de autoayuda. Renunciar a la complejidad en aras de clarificar un mensaje es cosa de pastores, no de cineastas. Por eso, quien haya visto La princesa Mononoke podrá constatar otra aproximación a la naturaleza. El animismo de Miyazaki remite a otra tradición del mundo biológico y, sin participar de la metafísica hollywoodense, propone una interacción entre las especies que va más allá del “todos somos uno” (la interdependencia de las especies no es sinónimo de un monismo difuso, típico de la New Age). Además, todos los personajes tienen sus razones válidas para actuar como lo hacen. No hay buenos y malos, hay propósitos encontrados, choque de intereses, necesidades incompatibles. Narrativamente esquemática y estéticamente esplendorosa, Avatar es el inicio esperanzador de una interacción entre lo analógico y lo digital, capaz de materializar cualquier universo imaginario. Coraline y Avatar y, a juzgar por el tráiler en 3D, Alicia en el país de las maravillas, de Tim Burton, son las primeras películas que muestran y demuestran cómo el 3D puede reinventar el espacio cinematográfico. La profundidad de campo, ese concepto clave para pensar el cine de Renoir y Welles hace ya casi 70 años, vuelve inesperadamente en este ostensible progreso técnico con implicancias formales. El fondo y el frente del plano se alteran para siempre. Y aquí Cameron deja un precedente: sus logros en la materia están subordinados al relato. Para los amantes del cine, el evangelio de Cameron podrá ser indiferente, pero los placeres sensoriales del mundo que ha imaginado serán inolvidables. La fluorescencia de las noches de Pandora es un prodigio técnico incuestionable. Quizás el mantra de la sabiduría New Age “vender inteligencia y comprar asombro” se justifique en esta ocasión, ante el poder visual de Avatar. Quizás. Roger Alan Koza / Copyleft 2010 Nota aclaratoria: cuando escribí mi crítica sobre Avatar el pasado 1 de enero, la que fue publicada tanto en versión en papel como en su versión web en La voz del interior, califiqué a la película con un Muy buena; era, sin duda, una evaluación excesiva, e intenté contrarrestar mi consciente decisión de ser generoso con el film con una crítica más larga en la web que diera cuenta de mis vacilaciones sobre el film de Cameron. Esa crítica extensa jamás se publicó, probablemente por su extensión. Durante toda la película tenía la impresión de estar viendo un film visualmente sorprendente y conceptualmente nulo. El tiempo ha pasado y creo que me equivoqué rotundamente en la calificación: un buena, un 6 es más que suficiente. Lo que se puede leer a continuación es la crítica completa, tal cual la redactara durante el primer día del año. Sólo agregué algunas oraciones menores.
Grande a veces significa bueno Cada tanto aparece un director visionario que cambia los parámetros conocidos, que crea una película de esas que algún gran productor del Hollywood clásico calificaba de más grandes que la vida. Avatar tiene ese sino porque James Cameron es uno de esos directores que buscan ser inspiradores y clásicos, pero a la vez intentan correr las fronteras de lo tecnológico. Las imágenes de Avatar son bellas, el relato es fluido, la historia es clásica, lo que se ve en pantalla es por un lado clásico pero por otro novedoso y deja al espectador con la boca abierta. Es cierto que por momento es un patchwork que une Nacido el 4 de julio con Forrest Gump y La guerra de las galaxias, pero la innovación tecnológica, y los FX de última generación elevan la película a otro nivel. Jack Sully es un marine entrenado para actuar y no para pensar, que sufre una lesión en combate y es puesto en suspensión criogénica; pero la muerte de su hermano gemelo, un científico brillante, le da una nueva posibilidad al marine cuya lesión es curable si se tiene dinero pero eso es casi imposible para un cabo. El asunto es que el hermano de Jack estaba trabajando sobre un proyecto de un contratista del ejército para explorar el planeta Pandora. En el lugar hay un grupo de humanoides llamados Na´vi que tienen su hábitat justo encima de la mayor cantera de un mineral que en la Tierra es carísima. El proyecto Avatar implica la creación de humanoides manejados por humanos, igualitos a los Ná´vi, con la idea de meterlos entre los originales. Jack entra al proyecto sin el entrenamiento necesario y choca con la directora científica del proyecto, nuestra vieja amiga Sigourney Weaver (Ripley en la saga Alien cuya segunda parte y acaso la mejor, fue dirigida por Cameron), el marine y la científica no empiezan con el pie derecho mientras que el jefe militar de la operación conecta con Jack y le propone que sea su espía a cambio de conseguirla en la Tierra piernas reales. Por supuesto, el infiltrado ignorante de todo, se infiltra y parece ser un elegido. Se enamora de una nativa, conoce la cultura Na´vi y graba en una especie de confesionario de Gran Hermano sus impresiones. Todo marcha tranquilo hasta que la empresa contratista decide que ya es tiempo de ir por el mineral y decide arrasar el bosque en el que viven y tirar abajo el gran árbol de la vida en el que viven los nativos. Jack, que en su vida como Avatar es casi un Na´vi más, tiene que darse a conocer para decirles a los humanoides que los van a arrasar. La empresa decide atacar por uno de sus informes que había dejado grabado Sully, que además de ser un topo tampoco es un tonto y se da cuenta que no hay nada que los humanos tengan para darles a los Na´vi, que viven conectados al bosque en el que viven de manera muy concreta a través de terminales que los hace ser un parte de una especie de red de redes natural: ¿van a cambiar eso por una gaseosa ligth? se pregunta retóricamente el marine convertido ya en un miembro más de los Na´vi. La lucha de los nativos contra el imperio es contada con ampulosidad, lujo y nervio narrativo, no importa demasiado que las cosas no cierren, que Cameron de repente parezca más cándido que el Spielberg más naïf o que realmente funcione cuando el CEO de la empresa contratista los escucha a Jack y a la científica explicar lo de la conexión con la naturaleza se ríe y les pregunta: ¿que estuvieron fumando allá afuera? Es que más allá de la cuestión hippie del asunto, Avatar no es ni más ni menos que la vieja historia del mal contra el bien narrada con maestría por ese clasicista que es Cameron, que una vez más corre el límite de la técnica para contarnos una historia más grande que la vida y de paso echar una mirada sobre los efectos de la esencia imperial de los Estado Unidos. Como lo hicieron Star Wars, Apocalipsis Now y El Padrino, a través de una mirada supuestamente inocente e infantil al estilo Forrest Gump, que por momentos y por más sorprendente que sea lo que muestra la pantalla se pone un poco melosa y acaso intragable cuando la luz sobre la pantalla desaparece y el espectador vuelve al mundo real.
Ni más ni menos que un nuevo comienzo para el cine La nueva apuesta del director de Terminator y Titanic ya recaudó 800 millones de dólares en sólo 13 días. La integración de actuaciones con animaciones es tan asombrosa que ya es posible hablar de un nuevo mito, con la más sofisticada tecnología jamás imaginada. Cuesta no ser hiperbólico a la hora de describir Avatar, porque el film lo es en el sentido más literal de la palabra. Fue creado por un domador de gigantes llamado James Cameron, un realizador a quien la crítica melindrosa coloca en el lugar de un Cecil B. De Mille vertiginoso (y eso con suerte, habida cuenta de que el cine del realizador de Los diez mandamientos no carece de algunas excelencias), cuando en realidad está en otro nivel, el de Coppola u Orson Welles. O, especialmente, el de Howard Hawks, otro domador de gigantes, un tipo capaz de terminar una película (El Dorado, otra que mienta un territorio mítico, ni más ni menos) con Robert Mitchum y John Wayne rengueando y que esos rascacielos no pierdan la dignidad. Hawks, y Hitchcock, y Minelli, y Welles, y Coppola y hasta –sobre todo– el propio Griffith creían que el cine era (debía ser) más grande que la vida. Avatar lo grita con una pasión oceánica. Avatar no sólo es más grande que la vida: es un nuevo comienzo para el cine. Es imposible agotar en un texto “de diario” todas las ideas que el film genera. Dado que el lector, a esta altura, quiere saber si tanta bambolla previa tiene sentido, aseguramos que sí: que incluso si no gusta de la fantasía, la ciencia ficción o la animación, Avatar va a depararle, en lo inmediato, una cantidad de diversión y entretenimiento por encima del costo de la entrada. Y aseguramos una segunda cosa: incluso si no gusta de ninguno de esos géneros cinematográficos, las imágenes van a quedarse en su memoria y crecerán hasta generarle cada vez más recuerdos e ideas. Como Titanic, aquel film que era chic despreciar por sus “lugares comunes típicamente hollywoodenses” (volveremos sobre esto), se irá transformando poco a poco en un mito, en aquella película que puede describirse como el origen de algo, el nacimiento –no “renacimiento”, porque Avatar presenta algo totalmente nuevo– para otro cine. Avatares de la historia. Jake Sully (Sam Worthington) es un ex marine, lisiado. Su hermano gemelo fue asesinado en la calle de alguna ciudad para robarle la billetera. Es el año 2154, es decir, hoy. A Jake se le presenta una oportunidad: su hermano estaba destinado a viajar a Pandora, un satélite lejano parecido a la Tierra, habitado por una raza humanoide llamada Na’vi y que una “compañía” quiere conquistar en busca de un raro mineral de precios siderales. Hay una avanzada militar, pero también El Programa Avatar: seres humanos que se conectan mentalmente con cuerpos hechos a partir de su propio ADN y de ADN Na’vi, que les permite sobrevivir en la atmósfera de Pandora y comunicarse con los nativos, los “avatares”. Jake tiene el mismo ADN que su hermano; Jake se convierte en avatar de su hermano, ocupando su lugar como parte de ese programa. Jake, que no puede caminar con sus propias piernas, comienza a hacerlo con las piernas Na’vi. Jake, además, fue marine e informa a la avanzada militar ahora a sueldo de la “compañía” (“estos tipos se enrolaban para luchar por algún ideal –piensa Jake–; ahora son mercenarios nomás”) de las costumbres de los nativos. Problema: Jake es educado e integrado a la cultura Na’vi por Neytiri, una mujer hija del líder de una tribu. Mientras los humanos viven conectados a toda clase de tecnologías y monstruos metálicos, los Na’vi viven en absoluto equilibrio con la naturaleza de su planeta, todo él, en realidad, una inmensa red pensante. Hay un conflicto final entre terrestres y Na’vi y Jake se transforma, ahora sí, en último avatar de sí mismo (es interesante ver las conexiones del término “avatar” con las religiones de la India y los ciclos de muerte-renacimiento) pasando definitivamente del lado de los nativos contra su raza de origen. La metáfora o “aplicabilidad” política (Irak, Vietnam, la conquista del Oeste, cualquier otra acción bélica estadounidense) es evidente y “sirve” de coartada para que Cameron muestre otras cosas mucho más importantes, mucho más pertinentes al arte. Vivan los lugares comunes. Todas estas alternativas forman parte de la literatura y el arte más “bajo”, de las novelas pulp de ciencia ficción (Cameron cita como una de sus fuentes de inspiración el Edgar Rice Burroughs de Tarzán y, especialmente, John Carter from Mars, ambas obras perfectos nutrientes de Avatar), del western (sí, los Na’vi son los indios y los marines son la caballería, e incluso la batalla final es, vista por fin del lado ganador, la debacle de Custer), del film romántico –eso sí, con un personaje femenino ultrafuerte como Neytiri, belleza creada más por Zoe Saldana que por los efectos especiales–, de la fantasía cinematográfica, del dibujo animado “a la Disney”, del cuento de hadas. Y, por supuesto, de los mitos primigenios, ésos que dieron origen a todas las grandes narraciones, desde la Ilíada hasta el libro de Job. Cameron hace algo importantísimo que los críticos de cadena de montaje no alcanzan a ver: sabe perfectamente que su material narrativo no es precisamente original, que en ese departamento nada lo es. Pero que lo que importa no es su novedad sino su verdad: cuando Jake y Neytiri aparecen ante nosotros como seres reales, lo que les pasa nos conmueve aunque les haya pasado a 100 millones de personajes antes que a ellos. Ellos son la novedad, Pandora es la novedad. La verdad absoluta de esos movimientos y esas emociones son la novedad. Desdeñar un film por sus lugares comunes (que no lo son: son arquetipos en este caso y Cameron los trata así, recuérdese que estamos viendo el origen de un nuevo planeta, literalmente) es como decir que el Evangelio está bueno pero no es más que una remake del mito de Osiris, o dejar de comer pizza porque uno ya sabe a qué sabe la muzzarella. Hollywood forjó un lenguaje también de estos elementos narrativos: cuando se usan por vagancia y se aplican como prótesis a un guión (ver El Código Da Vinci o Ángeles y demonios –films o novelas–, donde los “enigmas”, pura pereza, están a la altura de la última página de la vieja Anteojito), hieren al espectador de modo inmediato “expulsándolo” del mundo del film. Cuando quienes los viven nos transmiten la verdad de su existencia, son arquetipos. Son, ni más ni menos, avatares del mito. Entrar en la pantalla. Para que todo esto se nos comunique de manera directa, Cameron puso en escena un esfuerzo tecnológico impresionante. El mismo esfuerzo tecnológico –a escala– que el Sistema Solar puso en escena para crear la Tierra: después de todo, Cameron crea un mundo completo y nos permite recorrerlo siguiendo a su héroe, comprenderlo, incluso amarlo. Para eso es necesaria la tecnología estereoscópica, porque ese mundo es tan nuevo que debe rodearnos, debe darnos toda la sensación posible de la realidad. Lo interesante es que para que eso parezca natural, para que hasta el más cómico de los inventos (unos raros bichos que tienen una hélice espiral en la nuca, por ejemplo) funcione, tiene que emplear toda clase de artificios. Artificios que no son sólo las maravillosas técnicas de integración de la animación digital y la actuación (a la altura, y en algunas secuencias por encima, de lo logrado por Peter Jackson en El Señor de los Anillos con Gollum) ni los escenarios virtuales que se comportan como reales (de hecho, si quiere comprar la entrada para no seguir la trama y sólo ver el mundo del film, la inversión quedará justificada, aunque ese mundo está hecho para contener esa trama, esa trama y esa historia, ciertos juicios, y todo va junto). Es también la idea de que el artificio debe de ser tan evidente como para no verse (una lección aprendida de Disney, que por eso fue el mayor amigo y, al mismo tiempo, el peor enemigo del dibujo animado, artificio ostensible por naturaleza). Por eso es necesario ponerse los anteojos y rodearse de Pandora: porque el film nos transforma en avatares de sus héroes y sus villanos y nos permite pensar en lo que ellos piensan, sentir lo que ellos sienten. Que en Pandora o en Lomas de Zamora es lo mismo: en el fondo, qué es lo que nos permite vivir y seguir siendo humanos, qué nos trasciende y qué nos justifica. Para Cameron, siempre, esa dimensión espiritual se manifiesta a través de la imaginación y la acción física (como para Hawks, ni más ni menos). Y si el arte implica una distancia, sabiamente Avatar nos obliga a mantenerla: aunque parece que entramos, aunque su universo nos rodea y nos cautiva –literal y metafóricamente– aún no podemos modificar su drama. Es ése el privilegio del artista y la ilusión del cine. Epílogo/Prólogo. De Avatar se pueden escribir (como de Titanic, Terminator o Aliens, las tres –hasta ahora– grandes obras maestras de James Cameron) muchas páginas. Se puede hablar de la relación entre naturaleza y tecnología en el film, de su compleja visión religiosa en doble perspectiva (parece panteísta, pero es otra cosa más sutil), de sus metáforas, de su poesía, de su aspecto lúdico, de sus conexiones con la historia del cine, de su mirada política, de sus actores, de su aliento épico, de las raíces populares de su puesta en escena, de sus secretos. No lo haremos aquí: Avatar sí es la revolución tan anunciada, sí es esa película que nos obliga a volver al cine y que nos lleva a pensar que todo vuelve a nacer, a reencarnarse. Avatar es el nuevo avatar del cine, otra vez recomenzado.
Avatar técnicamente es impecable, pero el argumento no tiene nada de original. A los 10 minutos de comenzada nos damos cuenta que si no fuera porque se está hablando del futuro y de viajes en el espacio hacia otros mundos, estaríamos viendo otra película americana que narra la clásica historia de...
El regreso de un gigante Doce años tuvieron que pasar hasta que el autocoronado (justificadamente) “rey del mundo” del cine volviese a hacer de las suyas, para demostrar no sólo que el rey no ha muerto, sino que difícilmente será olvidado. Después del mega éxito de Titanic, ¿qué más podía ofrecerle James Cameron al noveno arte? Ya había marcado un antes y un después en materia de efectos especiales, producción artística y marketing multitarget, al tiempo que, sin descuidar el guión (por más que sencillo), había conseguido emocionar a todo tipo de espectadores por distintos motivos, y todo eso concentrado en una sola película. Si el realizador de joyas como Terminator, su primera secuela, y El Abismo quería volver detrás de cámaras, le esperaba un enorme desafío: satisfacer la enorme expectativa naturalmente generada. Y lo logró. O al menos, puede a lo sumo decirse que estuvo muy, muy cerca. Quienes conozcan la historia de Pocahontas sabrán ya cómo comienza y concluye el film de Cameron: un conquistador en apariencia ignorante (aquí, un ex marine lisiado) será enviado con una misión belicista al nuevo mundo (el planeta Pandora), para enamorarse de una nativa y cambiarse de bando a tiempo y evitar el caos, fruto de la codicia humana. Hasta aquí, una fábula de película, con algún que otro tinte ecologista que por momentos hace pensar que Al Gore ofició de segundo guionista en la cinta. Pero hay mucho más que simplemente eso. Avatar no será un clásico del cine, pero sí un hito. Y es que es, salvando las distancias, el equivalente casi exacto a Titanic en esta prácticamente conclusa época. Las similitudes encontradas no son caprichosas: hay una majestuosidad visual nunca antes vista, hay una historia muy sencilla (se ha dicho jocosamente que el film es "Danza con Lobos Extraterrestres”), hay una prolongación importante del film para nada innecesaria (casi tres horas de duración que no se sienten como tales) y hay, también, moraleja simplona pero efectiva, personajes básicos pero reales, y un sinfín de momentos de pura poesía visual, desconocidos, hasta ahora, por el ojo común humano. Faltaría un galán de la talla de Leo di Caprio, claro, pero en su reemplazo podríamos argumentar que allí está el gimmick 3D para llenar el vacío - y más butacas-. La necesidad ridícula de parte de la prensa, trabajando codo a codo con el marketing oficial de 20th Century Fox, de afirmar que “Avatar es una revolución para el Séptimo Arte”, se torna un tanto absurda al analizar el film y encontrarle sus falencias (que, como toda gran obra de arte), pero es justo reconocer no solo que no estamos ante cualquier película, sino ante una que, si bien no logra estar a la altura de todas sus pretensiones, aporta tanto a la historia del cine como lo hizo en su momento aquel transatlántico irrompible que no pudo evitar hundirse. No es poco, sobre todo cuando pocas megaproducciones de Hollywood hoy logran mantenerse a flote. Bonus Track - Cuesta creer que absolutamente nada del Planeta Pandora existe en la realidad y que todo se trata de un cuidado CGI (Computer Generated Images). -Sí, vale la pena verla en 3D y se nota que así Avatar estuvo pensada. - Para el momento en que se redactó este artículo, Avatar ya se ubicaba como la cuarta película más taquillera de la historia alrededor del mundo, y se estima que en menos de una semana estará apenas detrás de Titanic (también de James Cameron), film que también puede ser destronado de acuerdo a los analistas de Hollywood.
El soldado que se cambió de bando Una épica de proporciones gigantescas. Cuando el enfrentamiento entre los Na'vi y humanos se produce, sabe uno entonces que la película nos estuvo preparando gradualmente para ello. Tomas de cámara extraordinarias, aves gigantescas que sobrevuelan la sala en 3D, con jinetes azules también enormes, más la artillería militar que destila fuego y misiles entre tanto verdor y paraíso, vuelto ahora infierno de la guerra. Allí también el meollo de la cuestión, el conflicto en su clímax mayúsculo. El héroe -soldado arrepentido que decide su voluntad de ser pero desde el otro lado del umbral, para asumirse como Na'vi, para representar el papel que la leyenda augura: venido del cielo, sabrá recuperar la grandeza aborigen para mantener un equilibrio cultural y ecológico. Cristianismo, conquistas, genocidios, resistencias, mesianismo, capitalismo, ecología, todo mezclado en este film de tecnología megalómana. Narrado de manera atractiva, sin dudas y de acuerdo con la mayoría de las películas de su realizador, James Cameron, Avatar sin embargo no deja de ser una historia simple, de rasgos fáciles de digerir, pero con el favor de una puesta en escena desbordante y digital. En este sentido, tal vez sería más correcto señalar Avatar como film de animación. El argumento de Avatar se asocia y nutre de más y más plots de tantos libros y autores de ciencia ficción tales como, imposible no pensarlo, la dualidad literaria de Philip Dick, la dialéctica pro militar y zen de Robert Heinlein, o la hermandad humano vegetal de Orson Scott Card en La voz de los muertos. Ahora bien, la imaginería puesta al servicio de Pandora y los aborígenes Na'vi es una mezcla superlativa. Allí está presente el espíritu del Tarzán de Edgar Burroughs, más el colorido de tantas portadas de revistas y libros de ciencia ficción, más los mundos de flora y fauna libres y europeas de cantidad de álbumes de historietas. Es un descubrimiento deslumbrante el que el film permite al espectador, además de adentrarlo en una mirada de aprecio y de educado respeto ecosistémico. Todo ello, gran background digital millonario, para permitir que sean los indígenas los que ganen, aunque sea, por una vez. Acá ¿cómo evitar mencionarla? la hipocresía de la película. Su prédica correcta, de respeto por el otro, se muerde la cola dentro de una industria que se estructura desde la más obscena parrafada de dinero. Para el caso, mejor será recordar otro film, maldito y de poco presupuesto, que baraja una temática similar y que dirigiera John Carpenter. En Fantasmas de Marte (2001), los colonizadores humanos no encontraban manera alguna de lidiar con el espíritu rojizo, de antepasados tribales, que los asola. El indígena aparece en su máxima expresión: derruido, diezmado, pero reencarnado en esta ánima de rebeldía sin tiempo. La incomodidad del film de Carpenter se diluye en los rasgos atractivos de los héroes de Avatar, modélicos tanto para los muñequitos de vitrina como para el respeto por el medio ambiente.
James Cameron se declaró Rey del Mundo allá hace poco más de una década cuando ganó todo gracias a Titanic, pero ya formaba parte al menos de la realeza de Hollywood gracias a las dos primeras Terminator. El director de Aliens vuelve con una película épica, que se vende como la más cara de la historia y que cambiaría el uso del 3D, del cual el cineasta es pionero, pero lo importante no son esos slogans sino las virtudes de Cameron a la hora de filmar. Desde lo audiovisual, Avatar es una película sino revolucionaria al menos inolvidable. Y la película se ve tan bien y su estética similar a las figuras “glow in the dark” es tan hipnótica que poco importa su pátina new age y su mensaje ecologista que esquiva cualquier tipo de complejidad. Como nadie diría mejor que Cristian Castro, Avatar es “tan pura y tan azul que embriaga el corazón”.
A la hora de hablar de Avatar no hay que darle muchas vueltas. La película es puro show. Desde su concepción está pensada como un entretenimiento alevoso que aprovecha al máximo las nuevas tecnologías para recrear, casi por completo, el mundo de Pandora, tierra de los Na’Vi, lugar en donde se encuentra enterrado una especie de oro, muy caro y codiciado por los humanos, que irán con todo a la carga para obtenerlo y los “avatares” harán lo propio para defenderse. El director, James Cameron, es un tipo que nació para filmar películas grosas. Con grandes títulos en la espalda como son la súper taquillera Titanic, Terminator 2 o Alien, el tipo tiene el crédito suficiente para hacer lo que quiere. Se demoró diez años en presentar este film alegando que la tecnología no había progresado lo suficiente para recrear el “mundo” de Pandora. Y no estaba vendiendo verdura, generó expectativa con la demora y no defraudó. La trama me pareció mejor de lo que esperaba, generalmente en este tipo de propuestas sci-fi uno no se encuentra con un buen relato y se conforma con unos lindos efectos. En cambio, James Cameron escribo una buena historia que mezcla romance, aventura e intereses políticos que acompañan bien a la estrella del film que, sin duda, es la propuesta visual. A la película, prácticamente no se le puede recriminar nada. Cumple al cien por ciento con su objetivo, que repito es deslumbrar visualmente. Es poco probable aburrirse con este film, puede que a alguien no le guste la historia pero dentro de todo se hace llevadera, y eso que dura casi tres horas. Hay que tener en cuenta que esta película es para verla en el cine, y si es en una sala es 3D mejor aún. Nunca falta el tipo que se compra un DVD trucho, filmado por un celular y después de verla en el living de su casa dice que no le gusta. Es obvio que no le va a gustar, lo bueno de esta película está en ver los mínimos detalles de los rasgos de los “avatares”, la perfección y el cuidad de cada centímetro del paisaje de Pandora. Ahí está el potencial de Avatar. En síntesis, sin contar con grandes estrellas, ni con una historia distinta pero si con una buena billetera, Avatar va a marcar la corta historia del cine. Es muy probable que con el tiempo salgan otras que la sobrepasen, tanto en contenido como a nivel visual (esperemos que sea así, por el bien del entretenimiento), pero esta tiene el plus de ser pionera, la primer película que visualmente patea el tablero y muestra algo totalmente nuevo.
Buenos efectos, pero ninguna revolución A fines de los años ’50, el alejamiento de la gente de las salas cinematográficas por el rotundo éxito de la televisión como medio masivo de comunicación, llevó a probar tácticas que hicieran del cine un espectáculo más atractivo y poderoso, agigantando la pantalla y agregando sonido estereofónico con el Cinerama, o agrandando las dimensiones de la imagen con el CinemaScope. Fue en esos años que despertó el 3D, pero, si bien hubo experiencias interesantes (como algún corto experimental de Norman McLaren), el cine tridimensional fracasó rápidamente. Uno de los motivos fue la incomodidad de fabricar y usar lentes especiales; otro, la necesidad –como registra Homero Alsina Thevenet en uno de sus libros– de “arrojar al público toda clase de objetos excepto un relato interesante”. En efecto, aquellas películas en 3D de medio siglo atrás eran una acumulación de viajes, vuelos, corridas de toros y recorridas frenéticas por pistas de carreras y parques de diversiones. Intentando competir no tanto ya con la televisión sino con el dvd y con Internet (y agregando nuevas invenciones de orden informático y digital), hoy la historia se repite. Si la sujeción del cine a la espectacularidad y los despliegues estereoscópicos es preocupante, lo es más cuando, como en el caso de esta película de James Cameron (1954, Ontario, Canadá), se asevera que se está gestando una revolución. La sensación de grandeza y de importancia viene de los ampulosos comentarios periodísticos referidos a los gastos que requirió la realización, de las declaraciones del propio Cameron, y hasta de ese título de una sola palabra (enigmático pero inteligible en todos los idiomas y fácil de recordar, como Titanic). Por supuesto que, como entretenimiento, Avatar cumple con las expectativas generadas: hay algo ciertamente maravilloso en la creación de ese mundo distinto (el planeta Pandora), al que accede el protagonista (un soldado enviado allí para aprovecharse de los nativos). Debe reconocerse, asimismo, que Cameron sabe cómo conducir los elementos con los que cuenta hacia el terreno de la diversión y la aventura. Sin embargo, como en algunas de sus películas anteriores (El abismo, Titanic), convierte todo en un ovillo en el que se enmarañan escenas de acción + una historia de amor + heroísmo políticamente correcto + lucha de intereses. La música es omnipresente y redundante, en tanto el diseño de lugares y personajes apela a unos tonos azules y rojizos saturados. Además, hay que decir que bajo su apariencia bienintencionada oculta un mensaje tramposo: es cierto que los militares con vocación conquistadora y materialista son los malos de Avatar, pero no son los Na’vi (equivalentes a indígenas y comunidades colonizadas en distintas épocas y circunstancias) quienes adoptan una postura revolucionaria uniéndose contra aquéllos, sino que es uno de los militares (arrepentido) quien los lidera. “Soy un guerrero que viene a traerles la paz”, dice en un momento, como si estuviera en Vietnam o Irak. Es a ese joven marine estadounidense, bastante irresponsable en un comienzo (“No pensé que tuviera algo en el cerebro”, dice la científica interpretada por Sigourney Weaver, como sólo ella sabe decirlo), a quien la película acompaña y con quien se busca la identificación de los espectadores. Suena contradictorio, por otra parte, alzar tan ambicioso panfleto ecológico con un producto fuertemente artificioso desde su concepción y su estilo. El tiempo dirá si el cine en 3-D seguirá siendo algo cercano a un espectáculo de feria. Por ahora, y tal cual lo demuestra Avatar, parece certera la reflexión del legendario crítico Fernando Chao cuando tres años atrás –en una entrevista que puede leerse aquí–, con la experiencia de sus 94 años, nos decía “El cine comenzó siendo lo que es ahora: un espectáculo para niños”.
Se centra en el personaje de Jake Sully (Sam Worthigton), un marine estadounidense que fue herido en batalla y se traslada en silla de ruedas y es llevado al programa “Avatar”, un experimento científico donde los humanos manejan cuerpos de seres extraterrestres. Estos seres son los “Na’ vi “ habitantes de “Pandora” un mundo distante en el que viven pacíficamente y según sus ancestrales costumbres tribales. Los científicos yankis mandan una misión a este planeta con el propósito de juntar una piedra preciosa llamada “Unobtanium” que vale miles de millones el kilo. Pero el problema es que la tribu de los “Na’ vi” tiene su asentamiento justo sobre la mayor concertación subterránea de este material. Los científicos intentaran convencer a los nativos de reubicar su aldea pacíficamente . Pero pisándoles los talones estará el nunca lento ni perezoso “ejército americano” comandados por el sanguinario Coronel Quaritch (Stephen Lang) que solo quiere guerra. Jake y su compañero Norm, son entonces conectado a sus Avatares que son copia del ADN de los Na’vi mezclado con humano con un tiempo de tres meses para cumplir su misión de reubicación pacífica. Jake logra entrar en la tribu Na’ vi, llevado por Neytiri (Zoe Saldana), hija de Eytukan, el jefe nativo, ya que ella ve en el una especie de conexión con “Eywa” le enseña las costumbres de su pueblo desde colgarse de una liana hasta volar sobre una especie de dragón. Al principio Jake colabora con ambas causas, con los científicos liderados por la Dra. Grace Augustine (Sigourney Weaver), quién está obsesionada por la biología del lugar y estudia una especie de simbiosis entre todos los seres vivientes del lugar que supuestamente se conectan mediante “Eywa” una deidad de la naturaleza. Y también ayuda a los militares dándoles precisiones sobre partes que los radares no pueden ver a causa de la presencia de un “vórtice”. El dilema ocurre cuando Jake pierde la noción de la realidad, se adentra demasiado en su avatar con el cual puede caminar, correr , trepar, etc., y prefiere esto a ser un militar discapacitado. Para colmo de males se enamora de Neytiri y es correspondido, pero justo en ese momento, se cumplen los tres meses y los Na’ vi sufren un ataque por parte del ejército yanki. Allí es Cuando descubren que “JakeSully” sabía que esto pasaría y colaboraba con los atacantes, entonces es echado de la tribu. Pero Jake ya se siente parte de este mundo, quiere ser uno más y hará todo lo posible por vencer al ejército y convencer a los nativos de que no se rindan. Excelentes colores, ambientación, “cada ser viviente tiene su propia luz”, desde las hojas de los árboles hasta las criaturas mas grandes. Una película hecha sin dudas para ver en 3D, recomiendo esta opción para disfrutarla a pleno, sin dudas una experiencia irrepetible, Avatar no es solo una película más, es todo un mundo aparte. Lo que si se nota que esto es solo el comienzo, que el “3D” todavía está en pañales, todavía se pueden apreciar algunas imágenes que están en efecto “muy delante” o “muy detrás” quedan fuera de foco, pero es y será un icono de la cinematografía que demuestra que el 3D, llegó para quedarse, perdurar y seguir sorprendiéndonos.
Excursiones. I. La última película de James Cameron es un corolario de toda su obra cinematográfica anterior: el mundo en el que despierta Jake Sully recuerda al automatizado y agresivo futuro de Terminator 2; el paso de un plano ecológico a otro remite a El abismo, donde también son necesarias prótesis para poder aventurarse en las profundidades del mar; la agresividad de los Na’vi, sobre todo la de Neytiri al principio, cuando todavía no sabemos nada de ella, hace pensar en la ferocidad irracional y primitiva, animal, de los aliens; a su vez, Grace y Neytiri, como todas las mujeres cameronianas, son verdaderas guerreras, fuertes y orgullosas a más no poder; y muchas criaturas de la superficie de Pandora tienen un increíble parecido a las encontradas por Cameron en los documentales subacuáticos como Ghosts of the Abyss y Aliens of the Deep (por eso es que en el mundo de Avatar no hay mares o ríos –solamente vemos un lago pequeño-, porque lo que podría llegar a ser la vida acuática está integrada estéticamente a la de la superficie). Estas son algunas de las conexiones con otras películas de Cameron que traza el gigante azul Avatar. II. El cine de Cameron habla siempre de lo mismo: del hombre y la tecnología y de la relación conflictiva entre ambos, del papel de las instituciones militares y científicas en la sociedad, del deseo de aprender que raya en la conquista y dominación de la naturaleza. Pero hay algo, una corriente subterránea que recorre silenciosa toda su filmografía para evidenciarse en los documentales subacuáticos y estallar en Avatar, y es la exploración del mundo. Un poco a la manera de Flaherty, Rosellini, Carl Sagan o Herzog, desde El abismo en adelante el cine de Cameron parece reconcentrarse en el gusto por el descubrimiento, una expedición a lo desconocido. Avatar es la culminación de esa tendencia, en la que conviven y retroalimentan algunas de las corrientes más significativas de la historia del cine: la ficcionalización y cálculo de Flaherty (Avatar es, después de todo, una película animada, es decir, puro cálculo y puesta en escena), el didactismo amigable y respetuoso de Rosellini (presente sobre todo en India o La toma del poder de Luis XIV y que puede apreciarse en el aprendizaje sobre Pandora al que es sometido Jake) o la admiración frente a la naturaleza de Werner Herzog o de Sagan y su serie Cosmos (Avatar está plagada de momentos de revelación, de puro asombro frente al mundo que se descubre). III. Menospreciar a Avatar por el trazo grueso de su mensaje antibélico y ecologista es no saber leer entre líneas. No discuto que la crítica al ejército y su vínculo con el poder económico sea un poco simple (aunque valoro la intención política del relato), o que el ecologismo de la película por momentos no despegue de la corrección más crasa (me molesta sobre todo la música ritual de los Na’vi, una especie de rejunte de melodías new age con sonidos pintorescamente africanos –alguien me dijo a la salida de la función que si un cineasta va a crear un mundo nuevo, la banda de sonido también debería serlo). Pero todo esto no es en absoluto el verdadero centro de la película. Para comprobarlo basta una simple operación matemática: determinar aproximadamente cuánto espacio en plano ocupan los Na’vi en las secuencias animadas (podría decirse que relativamente poco, salvo en los planos de la tribu donde hay muchos de ellos), restar esa cifra estimativa al total de los cuadros y el resultado que vamos a tener es que el universo de Pandora es el verdadero protagonista por lejos de la película. Alguien podría decir que con ese razonamiento un escenario siempre acaba siendo el centro de cualquier película, pero en Avatar hay un elemento extra: la animación. Nada de lo que vemos fue capturado por estar frente a una cámara, así que cada pequeño detalle, incluso el más insignificante, ya sea el paisaje de unas montañas al fondo o las hojas de los árboles, todo es una decisión de puesta en escena, estrictamente cinematográfica. En Avatar nos enfrentamos a un universo con un dinámica propia que se devela ante nuestros ojos y con el que tenemos que lidiar sin poder refugiarnos en la comodidad de las cosas del mundo: el detalle más diminuto, como cualquiera de las hojas que se agitan detrás de los protagonistas, no estaba en un principio allí, fue creado especialmente para ocupar ese lugar, cumple una función específica, y el poder llegar a apreciarlo tanto o más que a los conflictos entre militares, biólogos y tribus extraterrestres, depende de nuestra capacidad (e interés) para leer entre líneas. IV. Para muchos espectadores (con los que hablé) y críticos (a los que leí) el gran problema de Avatar no es la poca sofisticación a la hora de construir personajes como el del militar, el ejecutivo que hace Giovanni Ribisi o de narrar de manera grandilocuente escenas como la del enfrentamiento entre el ejército y los Na’vi, sino que esos elementos pareciera que están refiriendo a temas de la actualidad internacional. El peor problema sería, entonces, no lo rudimentario de una parte del andamiaje narrativo, sino la lectura que se propone desde el guión: así, mucha gente hizo la sencilla operación de reemplazar Pandora por Irak y el mineral precioso del planeta por petróleo. Me pregunto: ¿qué pasaría si no hiciéramos ese reemplazo, tan simple y evidente? ¿Qué ocurriría si nos aguantáramos las ganas de unir los puntos, de agregar sentidos ya conocidos y probados a lo que estamos viendo? ¿Y si pudiéramos asistir a Avatar como a un relato más, sin necesidad de aplicar lecturas sobre el mundo contemporáneo, el imperialismo estadounidense, etc. etc; un relato con villanos fanáticos, héroes y valores incólumes? ¿Sería tan grave, entonces, la simpleza con que Cameron construye algunos personajes y conflictos? ¿No podría decirse, en cambio, que estamos frente a una manera de contar específica, propia del lenguaje de los géneros, común en una industria que desde hace casi un siglo es la responsable de varios de las más grandes narraciones de la historia del cine, en la que muchas veces la solemnidad y la exageración son recursos válidos? No niego que es la misma película la que trata de llevar la interpretación hacia el terreno de la actualidad política y ecológica, pero también es cierto que como espectadores podemos elegir a dónde dirigir nuestra atención: el quedarse atado al discurso grandilocuente de Avatar y perderse de recorrer libremente el increíble y asombroso mundo de Pandora es una decisión del espectador y no una imposición de la película. El que no alcanzó a disfrutar de Pandora por estar distraído con la batería discursiva del film no tiene excusa alguna.
Crítica que no siente Muchas de las críticas que leí sobre Avatar coinciden en un punto: los aspectos técnicos y visuales de la película son impresionantes, se trata verdaderamente de un espectáculo para la vista, pero la historia es banal y trillada, las actuaciones malas y el guión deficiente, plagado de lugares comunes. En este tipo de críticas parece existir el presupuesto de que una película puede dividirse en los distintos factores que la componen –cosa que indudablemente es cierta en el momento de escribir una crítica, pero no en el momento de la recepción. Por esa forma de descuajeringar una obra es que llamo a estos textos “la crítica de los ítems” (por acá el contenido y la historia, por allá la fotografía y el sonido, y suele no faltar una mención especial a la actuación de alguien). Por otra parte, suele decirse que todas las historias, si se pela la cáscara que las reviste de características particulares y las sitúa en un tiempo y espacio determinados, si se saca la pulpa que pone variaciones en el contenido, se reducen a dos o tres historias antiquísimas de las que surgen todas los demás. Esto se acepta muchas veces como una verdad universal, pero jamás, jamás, sirve como punto de partida para la crítica de una película en particular. Muy por el contrario, no es ni siquiera un punto de llegada, sino más bien un callejón sin salida. “La historia es siempre la misma, se trata del choque entre dos civilizaciones, etc.”, se dice, y entonces se meten en la misma bolsa relatos de lo más disímiles, a los que no les sirve para nada estar en una bolsa. Estoy rabiosamente en contra de esa visión por la cual las historias son siempre las mismas y sólo hay dos o tres relatos básicos que no hacen otra cosa que variar a lo largo del tiempo, como si las variaciones en la técnica no transformaran radicalmente el contenido de esos relatos y los vincularan a una época. Desde esa perspectiva, Avatar cuenta una historia bastante conocida, estamos de acuerdo. Sólo que una película no es una historia. Pienso que una película es ante todo una experiencia, tanto intelectual como sensual y física, completa, y en ese sentido, Avatar es una experiencia nueva. La historia es la de nuestra civilización humana –personalmente no acuerdo con estos términos generalizadores, que no hacen otra cosa que ocultar las diferencias al interior de esa civilización- que después de haber destruido a su madre, la tierra, se vuelca hacia otros planetas para explotar sus recursos naturales, devastación de por medio. Sí, es innegable todo lo que semejante ecologismo soslaya, pero este punto de partida le sirve a Cameron para mostrarnos otro mundo que se llama Pandora. En Pandora –la que ofrece todos los dones, que es lo que el nombre significa- viven los Na´vis, una población que aprendió a dominar a la naturaleza pero respetándola y agradeciendo todo lo que obtienen de ella como algo que no les pertenece, que se les da en préstamo y que después tendrán que devolver. Todo esto es bastante básico, insuficiente sin lugar a dudas para cualquier cabeza más o menos intelectual que haya leído un poco de filosofía y religión. Pero Pandora se vuelve una experiencia, y hasta una experiencia de lo sagrado, por la manera en que Cameron nos hace caer las semillas blancas del árbol sagrado encima, nos hace sobrevolarla montados en los banshees y ver cómo Neytiri dobla delicadamente el capullo curvado de una flor para tomar el agua que está adentro. Cuando vemos cómo el cadáver del hermano de Jake, envuelto en una bolsa de plástico marrón, es entregado a las llamas en una caja, sin ceremonia, sin darle ninguna importancia, igual que se deshecha una bolsa de basura, y vemos mucho después el entierro de un Na´vi al que sus compañeros cubren de flores para devolver a Eywa, la tierra, no hacen falta más que esas dos imágenes para hacer una reflexión sobre la manera de procesar la muerte en nuestra cultura. ¿Qué tiene que ver “un buen guión” con todo esto? Avatar cuenta una historia conocida pero en mi opinión lo que marca la diferencia en esta película es que nos ubica completamente del lado de los otros para vivirla. Leí críticas de la película en las que se dijo que había un uso interesante del 3D, pero nunca se dice muy bien adónde reside ese interés. En mi opinión, es muy claro que Cameron usa las tres dimensiones para situarnos en el punto de vista de los Na´vis, para ponernos del lado del otro. Para dar sólo un ejemplo: cuando empieza la guerra, el ejército norteamericano dispara sobre los Na´vis y las bombas vienen hacia nosotros, porque somos ellos. Nos sentimos atacados. De hecho en Avatar hay una frase parecida a la que destaqué en Let the right one in (Eli le decía a Oskar “Sentí lo que yo siento”). En este caso es la doctora Augustine (Sigourney Weaver) quien le dice a Jake (Sam Worthington), durante su entrenamiento en la cultura Na´vi a cargo de Neytiri, “Tenés que aprender a ver el bosque con los ojos de ella”. Tan completo es el cambio de bando de Jake que ese abrir los ojos que comentó mi compañero constituye el nacimiento del personaje a otra vida, completamente nuevo, convertido en otro, después de abandonar su cuestionable humanidad. Que el cine pueda instalar por un segundo ese deseo en nosotros, no me parece poco. Jake puede hacer esa experiencia porque existe un adelanto técnico llamado avatar que le permite conectar su sistema nervioso con el de una criatura que se parece a él pero que tiene otro cuerpo, un cuerpo que puede recorrer Pandora, sentir la tierra (correr es lo primero que hace Jake cuando prueba su avatar, y vemos los pies hundirse en la tierra con un placer enorme), vivir lo que viven los Na´vis. Nosotros podemos hacerlo porque existe el cine, que también es avatar, y en este caso porque existe el 3D. En una de esas hay que estar un poco loco de amor por el cine y ser bastante ñoño para conmoverse con esa experiencia, pero hagan la prueba, visiten Pandora y vuelvan un poco más maravillados con todo lo que existe.
Ojos que no ven Un abrir y un cerrar de ojos. Con esa imagen comienza y finaliza el nuevo opus de James Cameron, Avatar. Tanto se habló de este film antes de su estreno, que la tecnología iba a revolucionar el séptimo arte, que los efectos 3D iban a causar en el espectador una sensación jamás vivida delante de una pantalla de cine, y muchas cosas más. Es que esto es lo que genera el director de Terminator, Aliens y Titanic antes de cada nueva película suya. No contento con haber realizado la película más cara y taquillera (aún hasta hoy) de la historia, Cameron se tomó mas de 10 años para concebir su nuevo film, esperando, según sus propias palabras, que la tecnología esté al alcance de su visión original para su realización. Era tanta esa anticipación, que una vez mostradas las primeras imágenes y avances era inevitable la sensación de desilusión que iba a producir en ciertos sectores del público, incluido quien les escribe. ¿Qué eran esos alienígenas azules mezcla de Thundercats y Pitufos? Los avances parecían mostrar más un videojuego costoso antes que la nueva película del creador de uno de los mejores tanques hollywoodenses de la historia. ¿Lograría Avatar superar las expectativas creadas por el mismo director todos estos años, o estábamos ante otro blockbuster vacío y lleno de efectos especiales como nos tiene acostumbrados Hollywood hoy en día? Hablaba al principio de ese abrir y cerrar de ojos, y es que en esos dos planos está perfectamente resumida la intención del director con este film. Avatar es para ver con los ojos bien abiertos, para asombrarse con el grado de detalle e imaginación con el que Cameron concibió ese planeta extraterrestre llamado Pandora, para regodearse con el imaginativo uso de los efectos 3D para que nos sintamos adentro de ese universo, y para sentirse extasiado con las excelentes secuencias de acción que ocurren a lo largo del film. Y nada más, porque si bien Avatar es una delicia para los ojos, y es definitivamente un paso adelante en cuanto a utilización de efectos creados por computadora y captura de movimiento se refiere, los aspectos que tienen que ver con la trama y sus protagonistas dejan que desear bastante en algunos aspectos. No es que estamos ante un relato mal contado, Cameron ha demostrado con el tiempo ser un eximio narrador cinematográfico (vean sino la que para mí es su mejor película, El Secreto del Abismo). El problema reside en que esta historia, la del hombre que se cruza con una cultura en principio enemiga a la suya para después aprender sus costumbres y terminar aliándose con ellos, ya se ha contado mil veces, siendo Danza con lobos, Pocahontas, El último samurai y El nuevo mundo sus ejemplos más recientes. Cameron nunca fue un cínico, eso es sabido mirando su filmografía entera, y ese aspecto a veces le juega a favor y otras en contra en algunos pasajes del film. Cuando muestra los ritos y costumbres de los Navi’s, esa tribu alienígena concebida por el director y con muchas similitudes con los antiguos mayas e indígenas, uno ve que Cameron realmente cree en lo que está contando. Cuando muestra al detalle la exótica flora y fauna de Pandora, o los maravillosos planos de los Navi’s surcando los cielos arriba de unos bichos alados llamados Banshees, ahí se puede ver al realizador impactando y cautivando al espectador. Es en cuestiones formales como los diálogos fáciles (“vamos a combatir el terror con el terror” dice el líder militar a cargo de desalojar a los Navi’s de Pandora), la cantidad innumerable de clichés (como el papel del burócrata inescrupuloso que hace Giovanni Ribisi, similar al que Paul Reiser había interpretado en Aliens) o la poca dimensión de los personajes (solo Sigourney Weaver y Zoe Saldana parecen algo parecido a un personaje con profundidad en el relato) lo que por momentos amenazan con tirar al film más abajo que al Titanic luego de chocar con un iceberg. Poco ayuda la presencia bastante poco carismática de Sam Worthington en el papel principal, y mucho menos los monólogos internos que le toca decir en algunos pasajes del film. Pero cuando el Cameron guionista falla, aparece el Cameron director, ése que a lo largo de los años supo cómo montar un gran espectáculo ante su audiencia. Los momentos en donde los efectos especiales se lucen, como los detalles de las criaturas que habitan Pandora, o la increíble expresividad de los rostros de los Navi creados a través de la técnica de motion capture, es donde el realizador se siente más a sus anchas, culminando con una épica batalla final en donde los humanos y los alienígenas se enfrentan por el dominio de Pandora. Es en esos instantes donde Cameron pone en vergüenza a los Michael Bay, Stephen Sommers y Robert Zemeckis del universo cinematográfico. Si tan sólo le hubiera puesto la mitad de la dedicación que le puso a los efectos visuales en armar un guión más interesante, estaríamos hablando de un gran paso adelante para la ciencia ficción. Así como está, estamos ante un buen film que nos entretiene y hasta nos impacta en algunos pasajes, pero cuyo efecto duradero en nuestra memoria será tan largo como el de un abrir y cerrar de ojos.
Continuando con la puesta al día de Cine Nicasio me dispuse a ver Avatar. El regreso del director más taquillero de la historia está a la altura de su leyenda. Cameron conoce el paño como un jugador experto, y decidió embarcarse nuevamente en otra mega producción que creo revolucionará el sistema de control de movimientos y las películas en 3D con un contenido apto para gente adulta. Como si no hubiera bastado con los increíbles efectos que poseía Titanic, el realizador de las mejores ediciones de Terminator, decidió doblar la apuesta y llevó a la máxima expresión la estimulación visual por medio de un hermoso planeta llamado Pandora. Es imposible relatarles la belleza que posee esta obra, creo que más que nunca hay que ver para creer, debido a que yo era uno de los que no creía que semejante idea era posible de plasmar en la pantalla y ahora tengo que aceptar que James Cameron hizo lo que prometió. El mundo creado es fascinante y hermoso. Realmente me cuesta mucho imaginar como pudo imaginar en su cabeza toda esa cantidad de plantas, animales y esa raza llamada Na 'vi, a la que encima dotó de costumbres atrapantes y conmovedoras. El guión es el punto más flojo y aunque aporta lo que la película necesita, no me gustó que por momentos recurra a ciertas frases bastante escuchadas y se vuelva algo predecible en varios segmentos. Esperemos que en la secuela que nos llegará aproximadamente en dos años el realizador apele más a su ingenio para mejorar este pilar para que el resultado final sea una verdadera obra maestra. Es dificil hablar de las actuaciones cuando en gran parte de la película los protagonistas están sumergidos en la tecnología de captura de movimientos, pero más allá de eso en los momentos que los mismos aparecen en carne y hueso cumplen al pie de la letra sin destacarse por encima de lo que el director quería que es que todos habláramos del apartado gráfico del film. Avatar es una cita obligatoria en 3D para los amantes y los detractores del gran James Cameron, quien lamentablemente no pudo lograr una obra maestra porque no supo dotar al guión con el mismo ingenio con que supo crear ese bellisimo planeta llamado Pandora.
¡Hay que ver Avatar! La semana que viene prometo completar mi lista de mejores y peores películas de 2009, pero ahora es necesario hablar de Avatar, una película que en muchas partes del mundo se estrenó en diciembre de 2009 pero que para nosotros ya pertenece a 2010 porque se estrenará este 1 de enero. La nueva película de James Cameron (a 12 años de Titanic) es un acontecimiento gigantesco en muchos sentidos. Estas son algunas primeras impresiones. 1. Con planos de impresionante profundidad de campo, Cameron pone a las imágenes 3D en un nuevo nivel. No hay en Avatar esos juegos con “cosas que salen volando hacia el espectador” sino un uso del 3D como inmersión. En Avatar realmente estamos en el mundo de la película, al que sentimos presente y táctil al punto de que si alguien se mueve en las butacas de adelante puede llegar a parecernos un simulacro. 2. Ese mundo al que nos transporta Cameron es un mundo lejano en el futuro y lejano en el espacio. Y es también un mundo que nos mantiene asombrados durante todo el relato. El bosque y los habitantes de esa luna de un planeta lejano nos impactan de tal manera que sus ecos nos acompañan largo rato después de ver la película. La refulgente naturaleza en majestuosas formas animales minerales y vegetales, los colores, la interconexión: Avatar desarrolla un mundo consistente, un mundo nuevo, extraordinario. 3. Pero Cameron no es solamente un gran creador de mundos nuevos a partir de los usos más nuevos e inteligentes de las más nuevas y mejores tecnologías disponibles. Como lo demostró en Titanic, es un gran narrador, y las casi tres horas de Avatar cuentan una historia compleja que jamás se hace confusa, y desarrolla acciones de enorme atractivo. Cameron sabe filmar el movimiento como muy pocos otros directores actuales (tal vez pueda mencionarse a Mel Gibson en Apocalipto): los personajes saltan, corren, “vuelan” y viajan de diversas formas en un espacio puesto en escena con claridad y sentido narrativo. 4. Y además de plantear un mundo nuevo y de ofrecer una narración apasionante en la tradición del mejor cine de aventuras, Avatar es un ataque furibundo a la política (o mejor dicho la política económica corporativa) exterior de los Estados Unidos. Hasta podría decirse que Avatar puede interpretarse como un alegato contra la minería a cielo abierto. Y hay mucho más para derivar de la película: como el mejor cine clásico, en Avatar hay, tras las acciones filmadas con extraordinario talento, niveles simbólicos de extraordinaria riqueza. 5. Cameron, que dijo que era el rey del mundo cuando ganó todo con Titanic, tiene otra vez con qué respaldar su megalomanía.
Es imposible no hablar de Avatar. Es imposible no hablar de ella, porque, antes que nada, es imposible perdérsela. Sabemos desde hace bastante que James Cameron es un experto en lo que a experiencia cinematográfica se refiere. Ver una película de Cameron, especialmente los grandes tanques que tanto adora realizar, como las dos primeras (y mejores) Terminator o Titanic, supone asistir a experiencias cinematográficas únicas, donde el espectáculo es rey, y el prodigio visual y narrativo no se queda atrás. Ya que hablamos de experiencia cinematográfica, la experiencia particular de ver Avatar en salas especiales, como las IMAX o las 3D Digital, es algo que difícilmente pueda divorciarse de la película en sí. Primero porque en Avatar Cameron probó con un tipo especial de cámaras que venía desarrollando desde hace unos años, denominado Reality Camera System o Fusion Camera System, cámaras con las que experimentó en los últimos documentales que realizó, y que ya utilizó Robert Rodriguez para sus películas infantiles en 3D. Dichas cámaras permiten un registro específicamente preparado para una visualización estereoscópica, lo que generó que gran parte de los espectadores que Avatar llevó al cine se hayan volcado por primera vez a este tipo de proyecciones, y demuestra que ciertas películas se conjugan de tal manera con las circunstancias de su proyección, que difícilmente puedan ser apreciadas en copias piratas, filmadas en el cine y visualizadas en cualquier televisor. Yo la vi en 3D, y más allá de que haya ciertas cuestiones de esta técnica que demuestren que aún le falta para llegar a la perfección (como la necesidad de profundidad en planos cerrados, lo que provoca que dos personajes que hablan uno junto al otro parezcan estar a kilómetros de distancia), la espectacular experiencia es el condimento ideal para semejante película, aunque lo novedoso de esta proyección por momentos llegue a opacar al propio film. Otro dato ineludible es que ya aseguran que Avatar se convirtió en la película más taquillera de la historia, superando el record de Titanic, y si a este dato le sumamos que Terminator 2, al momento de su estreno, se convirtió en la segunda película más taquillera de la historia, detrás de E.T., podemos empezar a comprender el ojo que tiene Cameron a la hora de llevar a la pantalla el mejor cine espectáculo que podemos ver hoy en día. Sí, podrán decir que el guión es básico, que esta historia ya se ha visto en Pocahontas, o en alguna que otra ignota película de aventuras. ¿Acaso tiene sentido esta discusión? ¿Alguien puede por ello afirmar que Avatar es un plagio hecho y derecho? Cuando el espectador promedio anuncia algo así, lo hace intentado derribar el monumento construido en torno a la obra exitosa, suponiendo que éxito es sinónimo de originalidad o perfección. Avatar no es original en su relato, por la sencilla razón de que ningún relato es puramente original (mucho menos un relato fantástico, que suele regirse en base a preceptos concretos), pero Cameron, que sabe y mucho de ciencia ficción, no desmerece el relato en ningún momento. Concebir un guión chato y predecible no es desmerecer el relato, porque el mismo no está apoyado en la originalidad del conflicto, sino en la particular construcción del universo fantástico de Pandora, y Cameron no se queda en una trama previsible, sino que aprovecha ese universo para un discurso alegórico claro. Avatar puede leerse como un relato antibélico o antiimperialista explícito, y como una invitación a sumergirse en la fantasía pura, abandonando todo atisbo de realidad. Si la primera lectura es “para adultos”, la segunda es universal, y es el concepto que rige esta producción, destinada directamente al entretenimiento puro. Un entretenimiento que nos atrapa en Pandora, deposita nuestra conciencia en un avatar y nos hace huir a la par de los nativos de la mano destructora del hombre. De ahí que el 3D sea un elemento inherente a la idea esencial sobre el espectáculo que expone Cameron en su última película. Si nos ponemos a pensar, en Titanic, exceptuando la clásica y simple historia de amor, al realismo y la espectacularidad de la secuencia del hundimiento del barco sólo le faltaba el 3D. Claro que para ello hubiéramos tenido que colocarnos los lentes en la última parte, mientras que aquí el 3D es permanente, porque la aventura, la acción y el espectáculo no dan tregua en ningún momento. Avatar tiene un maravilloso diseño de escenarios y de personajes, eso salta a la vista, y muchas escenas regidas por la enorme pericia visual de Cameron, pero no nos podemos quedar allí. Lo que tenemos con Avatar no es sólo la primera parte de lo que podría llegar a ser una monumental saga fantástica, sin una base literaria rígida como El señor de los anillos, sino una nueva apuesta por la aventura más sólida y potente, un notable ejercicio de espectáculo, que nos adentra como pocas en un mundo fantástico redondo. Difícilmente podamos comparar esta película con algunos de los últimos tanques que hemos visto, desde ya que un James Cameron da sobradas muestras de que tiene mucho por enseñarle a directores poco competentes Michael Bay, que creen que un espectáculo gigante se basa en marearnos con secuencias incomprensibles. En el otro extremo del militarismo radical de Bay, se encuentra este Cameron pacifista y hasta ecologista, que no sólo se ha despachado con una superproducción desmesurada para decirnos que el ser humano debe optar por dejar vivir en paz a los que son diferentes o no piensan igual que ellos, sino que cree verdaderamente lo que está diciendo, porque este discurso ya se encontraba en el desprecio de la clase alta a la clase baja en Titanic, o en la idea de que el humano es gestor de su propia destrucción, en Terminator. Gracias, Cameron, por decirnos eso, que aunque suene muy ingenuo, no deja de ser válido, en un envase de aventura pura, que explora al máximo la facultad del cine de poder sumergirnos en un universo que sólo puede ser diseñado por el cine. Si Avatar es el camino que seguirá el cine para volver a llenar las salas y hacernos abandonar la modorra a la que nos llevan nuestros “home theaters”, entonces bienvenido Avatar, bienvenido el cine y bienvenido el 3D.
El mundo según James Cameron Recién empezamos el año y ya los críticos están cayendo en malentendidos. Ahora realizaron otra construcción irreal de James Cameron, idearon una serie de expectativas en base a eso y le empezaron a tirar palos al director de Titanic, pidiéndole algo que él nunca puede ni debe dar. Es que Cameron nunca fue un tipo con un gran vuelo poético ni metafórico. Tampoco sus ideas están compuestas de una gran cimentación filosófica. Pero es directo y simple en su composición del relato, nunca se va por las ramas y maneja con una habilidad prácticamente sin igual la técnica cinematográfica, en pos de dar un gran espectáculo, de crear experiencias nunca antes vistas. Ni Aliens, ni las dos primeras Terminator, ni Mentiras verdaderas, ni Titanic son películas sutiles o rupturistas, sino más bien clásicas. La única que se aparta un poco del molde a nivel narrativo es El abismo –no casualmente, su única película que no tuvo éxito en la taquilla-, que sin embargo no dejaba de ser una historia de amor y redención, en un contexto de ciencia ficción, donde el mayor peso experimental estaba volcado, cuando no, en los efectos especiales y las técnicas de filmación submarina. Avatar no se aparta en lo más mínimo de las formas y temas trabajados por Cameron. Si la historia de amor de Jack y Rose en el Titanic era una transposición del relato de Shakespeare Romeo y Julieta, el vínculo amoroso entre Jake Sully (Sam Worthington) y Neytiri (Zoe Saldana) remite claramente a la leyenda de Pocahantas y su encuentro con el capitán Smith. Estamos hablando de literatura y mitos transitados una y mil veces. Pero eso no les quita vigencia, al contrario, porque por algo se han sostenido en el tiempo: son cuentos, vicisitudes, acontecimientos, personajes, que impactan con fuerza en nuestra humanidad, que en la transparente empatía que nos despiertan adquieren una notable complejidad. El cine de Cameron es (siempre lo ha sido) como adentrarse en las novelas de Shakespeare, los mitos engendrados durante el descubrimiento de América o la obra de Julio Verne: sin vueltas, directo al grano, marcado por la simplicidad. Y, al mismo tiempo, brutal y desmesurado en su ambición, con una potencia y un convencimiento inusuales. Si Verne tenía todo el vigor de su prosa, Cameron pone todo su conocimiento de la forma cinematográfica al servicio de lo que está narrando. De ahí que una vez más tengamos varios personajes femeninos fuertes (Neytiri y su madre; la soldado interpretada por Michelle Rodríguez; la científica que encarna la siempre estupenda Sigourney Weaver; incluso la mismísima Eyra como deidad máxima). O que haya un fuerte contrapunto entre el lenguaje científico y el militar, con prejuicios de ambos lados, con la corporación como institución que se alimenta negativamente de ambas miradas sobre el mundo. Es verdad que Cameron vuelve a decir cosas, señalar cuestiones y realizar alegorías –sobre la política bélica norteamericana, la guerra de Vietnam e Irak, la ecología, la destrucción de la Naturaleza, los modos de vida potencialmente más armoniosos, etcétera- que no son precisamente nuevas. Pero eso no significa que hayan perdido vigencia. Además, Cameron, como siempre, va con los tapones de punta. Señala con el dedo de forma explícita, sin indirectas. Lo mismo había hecho en Terminator en lo que se refería a las conductas hiperviolentas de la humanidad, o en Titanic con respecto a las diferencias y enfrentamientos entre los estamentos sociales. Por último, Cameron realiza algo especialmente significativo: crea un mundo, totalmente de la nada, que incluye una biología, habitantes humanos, castas particulares, una mitología, un lenguaje, deidades y hasta una justificación científica que engloba todo lo anterior. ¿Cuántos pueden darse el lujo de presumir de eso? Ni Tolkien, con la Tierra Media, llegó a tanto. Con lo cual, volvemos a los críticos. Esos mismos que no le criticaron para nada a Terrence Malick el volver a abordar la leyenda de Pocahontas en El nuevo mundo (tampoco vamos a pretender lo contrario), que pasaron por alto buena parte de la misoginia y el conformismo que atraviesa buena parte de ¿Qué pasó ayer? y aplaudieron las simplicidades de Rescate del metro 123. Y que ahora se escandalizan porque Cameron en Avatar “es muy políticamente correcto”, “sus conclusiones son obvias” o “volvió a contar la misma historia de siempre”. Gente, ya todas las historias fueron contadas, es cada vez más difícil no decir algo que ya fue dicho hace rato y la verdad es que en estos tiempos posmodernos, según el punto de vista, todo es políticamente correcto e incorrecto a la vez. El quid de la cuestión pasa por cómo decís lo que decís, qué herramientas tenés y hacia dónde apuntás. Y James Cameron sabe bien qué decir, cómo decirlo y hacia dónde se dirige. Y siempre acierta al blanco, haciendo estallar las taquillas por los aires. No será el Che Guevara, como algunos pretenden, pero bien que millones y millones de espectadores se están yendo con él a “hacer la revolución”.
El regreso del verdadero cine espectáculo Sencillamente...impresionante!. “Una aventura que va más allá de la imaginación” no es sólo parte del slogan publicitario, sino que felizmente se percibe en una historia de casi tres horas que dejará con la boca abierta al espectador. El regreso de James Cameron generó expectativas por varios motivos: se trata de un director que brilló en sus diferentes propuestas, desde El Abismo, pasando por Aliens y Terminator 2 hasta Titanic. En mayor o menor medida, en todas desplegó la parafernalia visual como pocos, pero también se vio respaldado por buenas historias, referencias bíblicas y homenajes que le permitieron ser eximio en lo suyo. En AVATAR, nada está librado al azar. Jake Sully, un soldado que quedó parapléjico en la guerra, es enviado al planeta ´Pandora´ con la apariencia de un ´Navi´: una raza humanoide que habita este lugar. Su misión consiste en infiltrarse entre los nativos para eliminar su resistencia ante la colonización humana. En ese sentido, la mirada antibelicista, la interrupción de la vida idílica de comunidades indefensas, la “doble” vida que llevan adelante los personajes (que hacen en una realidad paralela lo que no pueden en la vida diaria) y los fines ecológicos, son parte del mega espectáculo que ofrece AVATAR. Impecable y contundente desde lo visual, combina a la perfección la acción en vivo y la animación realizada con la técnica de captura de movimientos; y resulta vertiginosa como una montaña rusa, con acción, aventura y magia. Pero todo esto no serviría de nada si el film no tiene emoción. Y es lo que sobra entre tanto vuelo de aves, máquinas peligrosas y super armadas, y caídas en lianas. Sus personajes resultan creíbles y queribles. La cita es imperdible. Y la diferencia se nota. No sólo son efectos, es la vuelta del cine a gran escala...
Vale empezar con ciertas aclaraciones. No soy fan de James Cameron, Titanic jamás me deslumbró y Terminator es un clásico de esos que a mi papá le encanta ver pero que yo recuerdo como esas pelis que de chiquita me espantaban. Por lo tanto, me enteré de la existencia de Avatar hará unos seis meses y hasta el día de hoy no sé muy bien la génesis de este proyecto ni por qué tardaron tanto en concretarlo y todas esas cuestiones “burocráticas”. Así que mi expectativa sobre esta película era moderada y aumentó conforme creció la campaña de prensa que se montó en los últimos meses. Lo que quiero decir con esto, es que no tengo demasiados preconceptos y tal vez este sea uno de los comentarios más objetivos que he escrito hasta ahora… o no, todavía no lo sé. Para mí, algo cambió cuando vi aquel adelanto de 15 minutos en ese histórico “Avatar Day”, el 21 de agosto, en simultáneo con el resto del mundo. Ahí recién supe de qué venía la historia y entendí un poco por qué tanta expectativa. Al margen del argumento –que en tan breves minutos no se pudo vislumbrar demasiado–, lo primero que me atrajo fue la utilización del efecto 3D: por primera vez noté que se estaba usando en pos de acompañar la narrativa del film y no sólo para bombardear al espectador e invadirlo con objetos que vuelan a cámara para que todos nos quedemos con la boca abierta, mientras la historia que pasa detrás no tiene demasiada trascendencia. Punto a favor, eso ya me dejó encantada en primera instancia. Además, esos seres azules me parecieron sumamente tiernos. Entonces, a medida que se acercaba el estreno, mis ganas de verla aumentaban exponencialmente. Tanto que decidí estar una hora y media antes de la función en la puerta de la sala para conseguir la mejor ubicación. Y todo salió a la perfección y ampliamente superado. Conseguí un sitio privilegiado dentro de la sala y mis primeras impresiones sobre el film fueron confirmadas en los primeros 10 minutos: el trabajo con el 3D es lo mejor que se ha visto desde que se popularizó el efecto, ya que trabaja más con la profundidad de campo que con el relieve, por eso no tiende a alejarnos de la butaca sino a provocar la cercanía necesaria para adentrarnos al mundo mágico de Pandora. Quizás es una percepción mía nada más, pero noté que en las escenas que transcurren en el mundo de los humanos, el 3D se vuelve un poco más invasivo: vemos las pantallas de las computadoras que parecen estar sobre nuestras narices y todos los demás artefactos electrónicos que manejan son mucho más voluminosos que la frondosa vegetación de Pandora. Todo está puesto en función de que nos enamoremos de esos paisajes y de sus habitantes para comprender la actitud del avatar protagonista Jake Sully, que elige convertirse en “uno de ellos”. En cuanto a la trama, podrán decir que la vimos mil veces, que Danza con Lobos, que Pocahontas, que El nuevo mundo, hasta Matrix, etc etc etc… Escuché por ahí que también se la acusa de naif, de “new-age”, como si todo eso fuera para desmerecerla… Que digan lo que quieran; en mi humilde opinión, siento que Avatar es una película que está en perfecta sincronía con las necesidades actuales de la humanidad. En tiempos en que cineastas, escritores, periodistas, científicos y otros, se dedican a lucrar indiscriminadamente con el miedo al fin del mundo, esta película se juega a volver a las raíces, a enseñarnos el amor por la tierra, a comprender que en nuestra conexión con ésta radican todas las respuestas, todos los poderes. En la película, los humanos al fin encontramos otra tierra habitable; Pandora tiene agua y al margen de algunas limitaciones, es el paraíso ideal para volver a empezar… Pero el mensaje de Cameron parece ir más allá: ¿para qué volver a empezar cuando aún estamos a tiempo de salvar nuestro propio planeta? La historia de Avatar transcurre en un futuro algo incierto, pero esta película la estamos viendo Hoy, Aquí y Ahora, por eso podemos todavía podemos aprender a conectarnos con nuestra Tierra, que siente y vibra por y para nosotros, aprender a escucharla y entender sus mensajes. Cameron entendió que nuestro mundo está cambiando y Avatar es una película para esta Nueva Tierra. Ahora sí lo entiendo. Abramos sin juicios el corazón, dejémonos sorprender con ojos de niño y recibamos el 2010 con esta maravilla que tardó, se hizo esperar, pero llegó en el momento preciso para todos.
Debido a encontrarnos en plena temporada de premiaciones y nominaciones, llámese Globos de Oro, Asociaciones de Críticos de medios gráficos alrededor del mundo, Oscars, etc., ésta, constituirá una crítica realizada a partir de comparaciones entre el film a reseñar versus un film que viene perfilándose como una de las posibles ganadoras de este año. La razón: The Hurt Locker, perteneciendo a un género completamente distinto en comparación con Avatar, posee según mi criterio, una óptica demasiado contraria sobre un mismo tema, diferencias notables y semejanzas también. Comencemos por sus directores, Kathryn Bigelow (The Hurt Locker) y James Cameron (Avatar), en la actualidad no solo comparten un gran momento como directores sino que el pasado los unió en el voto marital: Cameron, tres años mayor formalizó en su terceras nupcias con Bigelow. Ambos han demostrado devoción por films de acción en sus haberes, ciencia ficción y terror. Han compartido elección de actores para sus proyectos (Bill Paxton, Lance Henriksen, Jenette Goldstein). Bigelow dirigió una historia escrita, producida y editada por Cameron, un excelente film de ciencia ficción: Dias Extraños. En relación a sus últimos films, The Hurt Locker constituye un drama bélico acerca de un soldado perteneciente a una brigada de desarme de explosivos asentada en Irak. James Cameron, por su lado, en Avatar, presenta a un soldado inválido del ejército a quien también le ha tocado explorar un territorio desconocido con una misión, en este caso, un nuevo planeta. En ambas reina una organización militar, destinada a la conquista, invasión a causa de un objeto material de valor, preciado, que, para las economías de sus países constituye una de las mayores fuentes de riqueza: petróleo y piedra. Tanto el Sargento William James en THL como Jake Sully en Avatar, cumplen un doble rol, son héroes y antihéroes. En ambos films se vislumbra la pérdida del costumbrismo social, la herencia de una cultura a partir de los invasores / conquistadores, más aun en Avatar, donde se hace conocer una bajada de línea, Cameron se juega en plantearnos temas inherentes al medio ambiente, la colonización, desde su punto de vista, en un género de ciencia ficción, juega y denuncia. Cuestión en la que Bigelow queda como aludida, no toma partida, no define su posición, algo que en la conferencia de prensa al presentar su film en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, he estado presente al impetuosamente habérsele preguntado al respecto, su contestación: “A veces, no hay por qué tomar partidos.”. Bigelow solamente quiso mostrar una realidad y he aquí mi consternación con The Hurt Locker, siendo un film completamente duro y audaz, pierde gran parte de su valor al no poder definirse. ¿Acepta Bigelow, al no contestar, una posición política personal sobre la Guerra en Irak? Explayándonos más sobe Avatar, Cameron crea sin dudas, un universo que impacta visualmente, no encuentro registro de una puesta de animación de tal belleza en la utilización de colores en el ambiente creado. Cameron juega, un relato con connotaciones a la historia de Pocahontas, la de un hombre que insertado en una sociedad y poniéndose en el lugar del otro, toma partido. Avatar es un compendio de sus otros filmes, contiene marcados elementos de Terminator, Aliens, Abismo, Mentiras Verdaderas e inclusive Titanic, colores, maquinarias, transportes aeronáuticos, el score musical. La experiencia es vertiginosa, la adrenalina fluye en las corridas por los arboles, la incesante y responsable liga con la naturaleza. La acción arrogante de la milicia frente a la investigación científica. Dentro de los posibles lecturas del film, también podemos contemplar el anhelo del hombre por poder concretar algo de lo cual puede sentirse extremadamente alejado, por imposibilidades varias, vinculando al espiritu humano, donde no hace falta otra cosa que la comprensión y la utilización de la “mente”. Con todas sus buenas intenciones, Avatar, no obstante, tiene grandes cuestiones a debatir. Argumentalmente abundan los exabruptos en el guión, estereotipos de personajes, momentos que son increíblemente desarrollados y otros que se dan maravillosamente con rapidez, en hechos muy similares. Alguna mención romántica y sensiblera demasiado forzada, como así, un increíble vuelco y contradictorio comportamiento animal dentro del nuevo planeta. Dentro de la utilización del 3D, podemos aclarar que acompaña a la experiencia cinematográfica en carácter adicional, no es invasiva en absoluto, no fue creada con esa intención, solamente resalta particularidades estéticas, creando campos, que, luego de transcurridas decenas de minutos, olvidamos por completo su implementación. Avatar no es un film que vaya a hacer historia, pero si, un logrado film de entretenimiento masivo, efectivo, donde brilla lo visual y las creaciones por ordenadores ya han llegado a un nivel de aceptación increíble gracias al detalle minucioso.
Proyect 880 James Cameron concibió Avatar hace quince años. Luego de terminar Mentiras Verdaderas, e influido por la ciencia-ficción que había leído de pequeño —sobre todo Edgar Rice Burroughs y su saga de John Carter—, se puso a escribir una suerte de novela de 220 sobre una raza alienígena similar a la humana. La historia trazaba un paralelo con la invasión del Hombre Blanco a las culturas indígenas, en los tiempos de Colón y compañía, y que solían implicar el exterminio de los aborígenes. Enseguida supo que no contaba con la tecnología indispensable para dar vida cinematográfica a sus nuevas criaturas. Entonces se dedicó a triunfar con Titanic y a filmar documentales, ambientados mayormente en las profundidades marinas. Todo cambió cuando vio a Gollum en la trilogía de El Señor de los Anillos. Un ser computarizado, perfectamente convincente... En 2005 Cameron puso manos a la obra y anunció no uno sino dos proyectos que incluían personajes animados de manera digital y serían filmadas en 3D: Battle Angel, adaptación de un manga ambientado en el siglo XXVI y protagonizado por Alita, una ciborg (Por si no se dieron cuenta, Jim es un enamorado de la sci-fi) y Proyect 880, luego conocido como Avatar. En una entrevista realizada por Sebastián Tabany para la revista La Cosa, el director contó: “Estuvimos desarrollando Battle Angel y Avatar simultáneamente, escribiendo y diseñando ambos proyectos a la vez. Pero cuando probamos nuestra tecnología de captura de movimiento, la pregunta en un momento fue: ‘¿Hacemos una prueba de Battle Angel o de Avatar?’. Al principio no me podía decidir del todo, pero después pensé que debíamos iniciar nuestras pruebas con una escena simple, así que me puse a buscar una en la que los personajes hablaran Y como había una escena así en Avatar, dije: “Filmemos esa escena”. Y ahí sí se decidió. A pesar de ser, junto al fallecido Stan Winston, creador de la empresa de FX Digital Domain (que terminó vendiendo a un grupo encabezado por Michael Bay), Cameron recurrió a Weta Digital, creada por Peter Jackson, y justamente culpable de Gollum. Además, supo que trabajaría con la Fusion Camera, una versión de la cámara Sony Alta desarrollada por él mismo para filmar en tercera dimensión. Es sabido el espíritu innovador de James Cameron, principalmente en lo que se refiere al aspecto visual. Pero no por eso deja de ser perfeccionista en el terreno narrativo. Para desarrollar el lenguaje y la cultura de los Na’vy, recurrió a Paul Frommer, lingüista y director del Centro de Gestión de Comunicación en la USC. Y con la finalidad de crear la cultura musical de los ET’s acudió a la etnomusicóloga Wanda Bryant. En cuanto al argumento de Avatar, fue secreto se sumario hasta hace unos pocos meses, cuando empezaron a aparecer detalles de la historia y de los personajes. El rodaje se llevó a cabo en locaciones de California, Wellington (Nueva Zelanda) y Hawai. Si bien Cameron es un semidios del cine, el autor de varias de las películas más entretenidas de las últimas décadas, varios cinéfilos dudaban. La premisa (humanos haciendo contacto con extraterrestres) fue explorado por el dire por última vez en El Abismo, que, a pesar de ser de lo mejor de su obra y un prodigio técnico —sobre todo la serpiente hecha de agua—, en su momento fue considerada un fracaso. Y la capacidad de Jim a la hora de manejar una historia de amor en Titanic sigue sin ser muy bien vista. Pero ya se acabaron las especulaciones. El día del estreno ya llegó. “Pero, ¿y qué te pareció?” Avatar es una experiencia. Seguro es una frase ya usada para referirse a esta película, pero es así. Una experiencia visual, como pocas. Un viaje a un Edén interplanetario, fascinante, vertiginoso. James Cameron vuelve a demostrar su amor por el género y por los detalles. Basta con admirarse con la flora y la fauna de Pandora. Se reconocen plantas y animales de la Tierra (basados en dinosaurios, lobos y caballos, entre otros), pero con un giro en su apariencia, y algo más original incluso: una suerte de dispositivo que permite la conexión entre cada elemento de la Naturaleza Pandoreña (¿?) con los Na’vy, conformando un todo. Por eso a cada-ser-tipo-pterodáctilo le corresponde determinado aborigen. Y nada es nunca ornamental ni un mero paisaje ni hay regodeos geográficos: todo está en función de algo. Como pudieron notar cuando leyeron la sinopsis, la historia es hartoconocida. Ya la vimos en, Danza con Lobos, El Último Samurai... aunque el ejemplo más claro y más mencionado es Pocahontas. Pero esto no es una mala crítica para Cameron ni para su película. Al contrario. Siempre es muy bueno disfrutar de un cuentito que seguro no sea genial pero sí clásico, bien contado, entretenido, repleto de impactantes enfrentamientos y de dramáticas batallas, antes que padecer una desmesura pretenciosa y soporífera. El bueno de Jim sigue fiel a sus obsesiones. Para empezar el color azul, presente en toda su obra. Ahora los Na’vy son directamente de ese color. Luego está el alarde tecnológico, evidente tanto en los laboratorios como en el campo de batalla. El agua, aunque no hay tantas secuencias que la involucren. Si bien no aparecen sus típicos actores fetiches —Lance Henricksen, Bill Paxton, Michael Bienh, quien casi hace del milico malo—, está Sigourney Weaver, a quien dirigiera en Alien: El Regreso. De hecho, Cameron repite varios elementos de ese film: los gigantescos robots-uniformes, la violencia encarnizada entre humanos y alienígenas. Por su parte, la oficial varonil que interpreta Michelle Rodríguez remite a la soldado Vázquez (Jenette Goldstein) de la secuela de Alien: el Octavo Pasajero. Sam Worthington es Jake, quien, una vez avatarizado, entra en confianza con Neytiri y su gente, y hace del doble papel de colaborador de los científicos y espía de las fuerzas militares (hasta que descubre de qué lado quiere estar). Este actor australiano —algo inexpresivo, pero confiable— va camino a ser el héroe de acción de la nueva década. Ya fue un robot bueno en Terminator: la Salvación, y se lo verá como Perseo en la remake de Furia de Titanes, dirigida por Louis Leterrier, y es candidato a protagonizar una nueva versión de Mad Max. Zoë Saldana le aporta un aire salvaje y a la vez compasivo a su Neytiri. Debido a su descendencia de dominicanos (el castellano fue su primer idioma), le resultó fácil adaptarse al idioma Na’vy, una mezcla de lenguas tribales de tribus de Indonesia, Brasil y de partes de África. Igual, la actriz —físicamente muy parecida a una redactora de A Sala Llena— dijo: "Hablar inglés en un acento Na’vy fue lo más difícil creo que para todos. Me salía mejor saltar desde caballos y tirar con el arco que esto”. 200 marcó el regreso a lo grande de Stephen Lang. El actor neoyorkino apareció recientemente como un duro texano en Enemigos Públicos. En Avatar compone al Coronel Miles Quaritch. Sobre su personaje confesó: “Muchas veces los personajes de villanos son pintorescos y el mío en Avatar posee un sentido de la misión y de la protección, protege a su gente, es leal. Es interesante ese tipo de cosas. A veces los buenos no son interesantes”. Si bien es verdad que tanto este personaje como el inescrupuloso empresario interpretado por Giovanni Ribisi están bastante estereotipados, nunca perjudica a la narración, que sigue funcionando como una ambiciosa puesta al día de los clásicos de Sábado de Súper Acción. Como el padre de Neytiri podemos encontrar a Wes Studi. Un enorme actor, muy desaprovechado aquí, y que supo actuar de indio en obras como... ¡Danza con Lobos! Avatar también incluye una bajada de línea antibélica y proecológica (de hecho, se dice que la vida en la Tierra es casi historia debido a que arrasaron con sus recurso naturales, cosa que pretenden repetir en Pandora con tal de conseguir unos minerales demasiado valiosos). Y es verdad que hay situaciones que no estuvieron del todo bien trabajadas desde el guión. Pero, una vez más, nada de eso opaca el sentido del espectáculo. Eso sí: la única manera de disfrutar de la Experiencia Avatar es en 3D, sobre todo en Imax. Así fue como Cameron la concibió, y verla en otra clase de pantalla carecería de sentido. La idea de JC (Jesucristo no, James Cameron) es filmar un documental en la Luna, él mismo. Seguro que esa también será el escenario de algún futuro proyecto de ficción. Porque Cameron no conoce límites, ni siquiera en el espacio de verdad. Por suerte.
Primera Parte: Las Expectativas Como empezar la crítica de la “película más esperada del año”, me preguntaba. No suelo escribir críticas de forma tan urgente, pero Avatar no es una película más. Los seguidores de James Cameron han esperado con ansias este momento. Han pasado 12 años desde que el Titanic coronó a Cameron con más de 600 millones de dólares solo en Estados Unidos. En el medio pasó el fracaso de la serie Dark Angel, los documentales sobre el Bismark, los Fantasmas del Abismo, acerca de los misterios subacuáticos y uno sobre el telescopio Hubble. Pero ninguno llegó a estrenarse comercialmente con demasiado éxito. Rumores de que dirigiría las secuelas de las exitosas Terminator, Alien y Mentiras Verdaderas rondaron las páginas de webs y revistas cinéfilas… hasta que se anunció Avatar. Proyecto postergado, con tecnología innovadora, especialmente filmada para ser exhibida en cines IMAX y 3D. Se filtró que el presupuesto rondaría cerca de los 350 millones de dólares, lo que la etiquetaría como la película más costosa filmada hasta la fecha. Las expectativas eran altas y la información sobre el argumento reducido: una historia de ciencia ficción en un planeta con una civilización para la que se tuvo que crear una naturaleza, una cultura, e incluso una lengua diferente. Se decía que iba a ser la película que cambiaría la manera de ver el cine. Que el cambio que generaría la película sería comparable a la que generó la innovación del sonido en 1927 cuando se proyectó por primera vez El Cantante de Jazz con Al Johnsson. Que la ciencia ficción no sería lo mismo, con una transformación e impacto comparable a la que generó 2001, Odisea del Espacio de Kubrick. ¿Sería para tanto? Hace una año la expectativa era enorme. Spielberg y Lucas habían afirmado que vieron algunas escenas y quedaron deslumbrados. “Esto es el futuro del cine” ¿Tanto? ¿Cameron volvería a llenarse los bolsillos con titánico proyecto? Las expectativas bajaron cuando se vieron las primeras imágenes. El trailer de tres minutos y medio, la función especial en 3 dimensiones de 15 minutos de duración para la prensa y privilegiados. Los críticos bajaron las expectativas de golpe, los cinéfilos empezaron a tener dudas. “¿Tanto para esto? dijeron. Está bueno, sí. Pero, en esto se invirtieron 350 millones?” Dudas. Expectativas. Intriga. Misterio. El elenco no era demasiado prometedor (exceptuando a Sigourney Weaver). Y con la temporada de premios, en Estados Unidos, Avatar empezó a levantar nuevamente. Por tanto, ¿estábamos ante una nueva maravilla como lo fue en su momento Terminator, su innovadora secuela, Aliens, o mi favorita, El Abismo? Es sabido, que a excepción de Terminator, narrativamente hablando Cameron deja bastante que desear. Es un buen narrador, pero muy básico. Nunca llegaría a “romper la cabeza” como lo hizo Kubrick, a hacer un productor genuinamente intelectual, y menos con semejante presupuesto, pero también es cierto, que ya tiene el dinero y la libertad creativa necesaria para darse el lujo de experimentar un poco más a nivel narrativo. ¿Ahora bien, que hizo Cameron con Avatar? Segunda Parte: La Función y la Crítica Llegó el día. Espero que ésta sea una de las primeras críticas nacionales (sueño con que sea LA primera). Afuera del Cinemark Palermo, se agolpan puntualmente a las 9 de la mañana, los más reconocidos críticos de los principales medios nacionales. Se solicitan los nombres (mucho control) de los espectadores. El desayuno es tradicional. Se agolpan todos. Un muchacho joven le pega sin querer a Condito. Nervios. Expectativas. Antes de entrar, se regala un paquete de pochocho y coca grande para cada miembro de la prensa. Gentileza de Cameron. Todos aceptan, aunque transcurridas las 2 horas 40 minutos de película, varios habrían de arrepentirse de agarrarlos (también se obsequiaron gorras y pósters al finalizar la función). Al fin y al cabo, se trata de la película más costosa del cine, la más pochoclera desde 2012. “¿Por qué no ser pochoclero también?” dice un crítico. Ahora sí. La película. No voy a dar demasiados detalles, pero se puede decir, que al igual que Spielberg, Lucas, Zemeckis y Jackson, Cameron mantiene indemne su impronta narrativa clásica. Un gran narrador. Desde el primero hasta el último minuto, Avatar es una montaña rusa de emoción y adrenalina. Quizás me animaría a decir, es la película más entretenida y pasatista de su realizador. Aventura, acción, momentos de humor y ciencia ficción como no se veía hace rato. Quizás, el espíritu me hizo recordar más al George Lucas de la primera trilogía galáctica, más que al de la última, más allá de que 75% de la película está generada por computadora. Cameron se mantiene fiel a sí mismo sobretodo. Abundan robots y naves espaciales que hacen recordar a Terminator y principalmente a Aliens (incluso en su argumento). Los personajes femeninos tienen la impronta rebelde, masculinizada, dura, que tanto le atrae a su realizador. Solo basta ver a Trudy (Michelle Rodriguez) y encontrar en ella una cruza entre la Sarah Connor de El Día del Juicio Final con la Ellen Ripley de Aliens (los cinéfilos disfrutarán un guiño que hace Cameron a los seguidores de la secuela de la película de Ridley Scott). Por suerte, hay poco de Mentiras Verdaderas o Titanic. Visualmente hablando es realmente maravillosa, mas no asombrosa o tan innovadora como esperaba. Es bella. Sí. La creación de la selva, las rocas colgantes y la noche de Pandora son maravillosas. Vegetación marina en la tierra, animales y aves con demasiadas remanencias prehistóricas (sin Jurassic Park nunca hubiese existido Avatar). La geografía imaginada, cultivada, creada íntegramente por Cameron y equipo es realmente admirable. Los efectos donde se cruzan live action (los actores) con los avatares y Na’vi son deslumbrantes. Es verdad. La diferencia entre la interacción creada en post producción y realidad es prácticamente invisible (aún se nota un poquito). Es evolución visual. No se ha llegado a la perfección, pero sí, se podría decir que la animación creada por Cameron supera la de la mayoría de las películas hechas hasta el momento. Los efectos 3D por momentos aportan que el espectador se sienta dentro de la selva, pero aún creo que todavía, el 3D no avanzó lo suficiente. Esperaba que Avatar sea la mejor película no creada únicamente para cines con este requisito que me “volara la cabeza”. Pero no lo fue. En ese sentido, fracasa. Sigue siendo una película convencional. Pero lo que creo que, principalmente, fue lo que me provocó un distanciamiento, o mejor dicho, que no pueda creer en semejante innovación, fue la historia y el guión. Como ya dije, cuanto más énfasis pone Cameron en revolucionar la tecnología, en ser un innovador, menos pone en el proceso narrativo, y es ahí donde la película fluctúa. No porque el guión tenga baches o desniveles. Todo lo contrario. Está demasiado medido. Previsible. Demasiado clásico, y sobre todo, visto. Aunque un poco simplista y banal en su estructura. Básicamente, Avatar no es una historia original siquiera. Se inspira en personajes reales de la historia estadounidense como lo fueron Pocahontas y John Smith (no por nada, el protagonista lleva las mismas iniciales que este último). La historia es exactamente igual, por lo tanto el que la conoce, se imaginará aproximadamente en donde termina todo. En este caso los conquistadores británicos son los militares estadounidenses que van en busca de Unobtanium (fundamental para conseguir energía para la Tierra) en vez de oro (o petróleo si lo comparamos con la Guerra de Irak). Jake Sully (Worthington, mejor que en Terminator Salvation, pero todavía no puede sostener él solo un protagónico) un militar parapléjico pasa su mente a una mezcla entre Na’vi avatar y tiene que interceder entre los hostiles nativos, que al final no son tan malos. Los Na’vi están caracterizados igual que los Powatan de Pocahontas. La lengua creada por Cameron y equipo son similares a la de los pueblos indígenas del noreste americano, incluso en el vestuario, formas de caza y tradiciones. Cameron no se aparta de ningún estereotipo de personajes ni situaciones. Apela a cada diálogo sensacionalista e inverosímil de todas las películas épicas de líderes revolucionarios históricos (Gladiador, Corazón Valiente). No hay lugar común, clisé, momento sentimental que trata de esquivar. Los personajes son buenos o malos. La banda sonora de Horner (con tempos que recuerdan a Titanic) engrandece hasta la situación más mínima. Incluso la canción “I See You” de Leona Lewis recuerda a la ya clásica “My Heart Go On” de Celine Dion. Abundan momentos lacrimógenos, que no tienen genuina emoción porque, a excepción de los personajes de Pixar, no hay personajes animados que logren transmitirnos llantos creíbles. El elenco tampoco ayuda demasiado. Animados resultan más sobreactuados que en cuerpo. Los “buenos” no despiertan demasiado interés tampoco. Resulta desilucionante ver a una Sigourney Weaver tan intrascendente como en esta película. En cambio mucho mejor está el villano de turno interpretado por el renacido Stephen Lang (ya se había destacado en Enemigo Público). Jim Carrey como Scrooge resultaba más creible que Zoe Saldana o Wes Studi. También resulta verosímil, el empresario capitalista que interpreta Giovanni Ribisi (con pequeña pero destacada participación en la película de Mann también). Mezcla de géneros clásicos, ciertas cursilerías, tecnología de última generación. Pienso que una película que busca innovar visualmente debería hacerlo también desde el punto de vista narrativo como lo hizo 2001. Cameron no lo logra esta vez. Lo narrativo no está a la altura del aspecto visual. A pesar de que no se puede decir que Avatar es la película que me cambió el año, la vida o la percepción del cine como decían que lo iba a hacer, aunque tampoco lo esperaba, es innegable que se trata de una de las mejores y mayor logradas películas de aventuras de los últimos años, con algunos momentos independientes de la película en sí que son extraordinarias como la caza del pájaro gigante o la ceremonia de reencarnación. Sin una bajada de línea demasiada obvia, aunque con un notable mensaje ecológico y antibelicista, Cameron cumple con las expectativas pero no las supera. No se trata de una obra maestra, tampoco merece ser despreciada. Solo esperemos que la próxima película del “¿gran?” James Cameron no tarde 12 años más. Por lo menos así, las expectativas no van a ser demasiado altas con respecto al resultado final. Consejo: si quieren mirar la película completa y/o no tener “accidentes” no tomen demasiada Coca Cola en caso de verla sin intervalos.
En los últimos días de la primera década del siglo XXI (18/12/09 en el mundo y 01/01/10 en Argentina), James Cameron, uno de los directores emblema del cine norteamericano y su poderosa industria, estrenó "Avatar", su tan esperado regreso al largometraje de ficción para cine (ahora en 3D), luego de la supertaquillera "Titanic" en 1997. La película mixtura dos elementos opuestos en el siguiente sentido: uno es completamente nuevo y el otro es un lugar común. Hablo del trabajo creativo en lo visual, y de la linea narrativa. El planeta Pandora, con su fauna, flora, paisajes y habitantes originarios es un mundo nunca visto, original, maravilloso, deslumbrante, fruto de una imaginación (colectiva) frondosa y estimulante. La lista de adjetivos sería inacabable, no hay más que disponer de dos horas, sentarse en una sala, y disfrutar de las imágenes. Ahora, la historia, el relato, el accionar de los personajes, en general es previsible y no aporta novedad alguna. A pesar de que en el guión hay elementos rescatables y momentos que generan emoción, hubiera sido soberbio un nivel de creatividad más parejo. Solo por dar un ejemplo: nadie puede decir que la crítica a un imperio violento e inescrupuloso no es necesaria, pero cuando ésta aparece en la película más costosa de la historia (y quizá la más taquillera), y de una manera tan lineal y conocida, surge una paradoja que empuja al espectador (por lo menos a quien escribe éstas lineas) a definir el filme como un acto más de corrección política quizá solo efectivo para el público infantil, que poco tiene que ver con una autocrítica real. El cine se nutre de la experiencia virtual, y lo virtual define el nuevo cuerpo. Ya sea en la forma en que fue realizada la película (todo el universo visual es fruto de un extenso y meticuloso trabajo digital) o desde el mismo título, el filme anticipaba la inclusión de códigos del mundo virtual: se denomina avatar a la representación virtual de un sujeto real. Por ejemplo en Second Life (SL, un mundo virtual 3D y en tiempo real, una especie de super red social en internet) nuestro avatar sería nuestro yo virtual. El sitio web de SL explica que “En un mundo virtual, un avatar es una persona digital que puedes crear y personalizar. Sos vos, solo que en 3D. Puedes crear un avatar que se parezca a tu vida real o crear una identidad alternativa…”. En lo cinematográfico, desde las primeras proyecciones de los hermanos Lumière en 1895, donde la llegada de aquel tren provocó pánico en aquel público francés, el realismo fue, y sigue siendo, uno de los géneros más comunes. Pero en "Avatar" podemos descubrir nuevos códigos, relativos a lo digital y lo virtual. Una breve reseña de algunos elementos centrales: En el año 2154 una empresa norteamericana, de la mano del ejército estadounidense, debe ingresar al planeta Pandora (habitado originalmente por los Na'vi), cuya atmósfera es tóxica para los humanos, para extraer un mineral muy valioso. Para ello, introduce la consciencia de un ex marine en silla de ruedas (Jake Sully) en un avatar, según la sinopsis oficial “un cuerpo biológico controlado a distancia que puede sobrevivir en el aire letal”. Tanto en ésta ficción, como en la realidad virtual de Second Life, el avatar funciona como el cuerpo-llave que abre las puertas de ese otro mundo, de otra forma inaccesible. Aquí resuenan las palabras de Paula Sibilia, antropóloga y licenciada en Comunicación, que en el libro “El hombre postorgánico: cuerpo, subjetividad y tecnologías digitales” (FCE, 2005) expresaba: “Lanzado a las nuevas cadencias de la tecnociencia, el cuerpo humano parece haber perdido su definición clásica y su solidez analógica: en la esfera digital se vuelve permeable, proyectable, programable”. La sinopsis oficial de la película también dice: “Renacido en su forma de avatar, Jake puede caminar de nuevo”. Vemos como aparece lo digital como prótesis, como extensión que trasciende, complementa y fortalece lo biológico. Sibilia anticipaba esto cuando decía: “En este contexto surge una posibilidad inusitada: el cuerpo humano, en su anticuada configuración biológica, se estaría volviendo obsoleto". Comentario elegido de Twitter por cenko2 "Avatar is a fantasy in which history of colonization is rewritten for white people living with a heavy dose of liberal guilt" "Avatar es una fantasía en la cual la historia de la colonización es reescrita por gente blanca viviendo con una pesada carga de culpa liberal". Curiosidades El personaje de Sigourney Weaver fuma sin parar. Esto hizo que una ONG norteamericana denuncie a Cameron por promover el tabaquismo.
Finalmente tras 12 años, desde su ultimo film "Titanic", el director James Cameron estreno su esperado film "Avatar". Según Cameron, la tecnología necesaria para los efectos especiales no estaba lo suficientemente desarrollada para crear la visión que él tenia. Valió la pena tanto tiempo de espera? Sin dudas!! En este caso hay que arrancar hablando de la tecnología. Tras su trabajo en varios documentales 3D, Cameron diseño esta película para que sea vista en ese formato. Yo tuve la oportunidad de verla en IMAX 3D y la experiencia es increíble. Los primeros trailers del film no le hacían justicia, ya que no se podía apreciar lo que el tipo hizo en una pequeña pantalla de PC o TV. El 3D no es algo que me entusiasme, solo lo justifico en casos puntuales como este o alguna película de animación tipo Pixar. Hay mucho en 3D que no vale la pena y sigo prefiriendo el tradicional cine 2D para el resto de las películas. Pero en este caso es imprescindible. Esta no es una película para ver en DVD en casa, se pierde muchisimo. Hay que verla en la pantalla mas grande que se pueda y bancarse los anteojitos (que son bastante molestos) para disfrutar del efecto 3D. Acá el director no lo usa para "tirar" cosas al publico, sino que le da profundidad y relieve a las imágenes. El mundo de Pandora es algo impresionante: los paisajes, las bestias, las naves, los insectos y las expresiones faciales de los Avatar son algo nunca visto. Sin dudas marca un antes y un después en los efectos especiales. La historia es donde falla un poco. Tiene mucho de "Dances with Wolves" adaptado al espacio. No faltan los malos diálogos o algún que otro personaje medio ridículo, pero esto es algo típico en sus films y uno se lo acepta. La verdad es que podría haberle dedicado un poco mas de tiempo al guión en estos 12 años. El otro punto es que dura 2 horas 40 minutos y tranquilamente le sobran 20/30 minutos. Pero igualmente no decae nunca y es entretenida en todo momento. La ultima media hora de batalla te hace olvidar cualquier punto flojo de la historia. Mucho de las actuaciones no se puede rescatar ya que gran parte del film esta enfocado en los Avatar, osea animación. Sam Worthington apunta a convertirse en la nueva figura de acción, después de "Terminator Salvation", "Avatar" y la próxima "Clash of the Titans", el perfil le da. Sigourney Weaver tiene el mejor papel como la Doctora a cargo de los Avatar. Stephen Lang interpreta al Coronel a cargo de la Invasión, un personaje ridículo pero es el que mas resalta. En síntesis, muy, muy entretenida. Una verdadera experiencia visual.
Después de Titanic, James Cameron tenía el deber y la obligación de impactar. Después de más de 10 años sin dirigir una película, y luego de que su última realización fuese la más taquillera de la historia y ganadora de una pila de premios, éste director evidentemente tenía que presentar algo a la altura de su última realización. Será por eso que se hizo esperar tanto. Y la espera realmente valió la pena. Sin dudas, Avatar es el mejor film que éste director ha realizado hasta ahora. Aunque dista un poco de ser la mejor película del año, como algunos piensan en catalogarla. Hasta hace poco, Hollywood siempre nos había mostrado aquella posibilidad de que los humanos fuésemos invadidos por hostiles extraterrestres que violentamente buscaran exterminarnos de nuestro propio planeta. James Cameron le da un giro a la cuestión y nos pregunta ¿qué pasaría si fuésemos nosotros los alienígenas? ¿Cómo se comportaría la raza humana siendo invasora? Y la respuesta es como imaginamos: muy cruelmente. Con esto, James Cameron logra, además de concretar una idea única, que el espectador se ponga en el “lugar de” y que se de cuenta que es más probable que los humanos seamos así de hostiles, porque esa realidad ya la conocemos, ya la hemos vivido. Desde la fantasía nos muestra nuestra cotidianeidad. Estamos en el año 2154 y los seres humanos han descubierto el planeta Pandora. Allí, científicos y militares están desarrollando el programa Avatar, un proyecto que transporta la mente de los científicos a unos cuerpos artificiales de la raza nativa de este planeta: los na'vi. La idea es lograr establecer una buena comunicación con ellos, ya que se encuentran asentados en un gigantesco árbol debajo del cual se encuentra un mineral muy cotizado que supondría la solución para los problemas energéticos de la Tierra. Jake Sully (Sam Worthington), un militar parapléjico, es seleccionado para participar del programa pero poco a poco se irá dando cuenta que las cosas no son tan sencillas. Y será allí donde los seres humanos muestren su costado más oscuro. Algo negativo que posee el film es la extensa escena final, típica de cualquier película de acción que desea lucirse en efectos especiales. Esto es innecesario para Avatar, ya que hasta ese momento la película nos había logrado convencer de que la técnica utilizada es excelente. Las interpretaciones tampoco son sobresalientes, pero el estilo 3D empleado y la trama tampoco plantean grandes desafíos a los actores. Las imágenes son deslumbrantes. Avatar realmente hace que el espectador se sumerja en un nuevo mundo.
DE RITOS, ARQUETIPOS Y SALVACIÓN La esperada y ambiciosa nueva película del director de Titanic vuelve a poner de manifiesto la genialidad de un autor que en toda su carrera aún no ha dado un solo paso en falso. Un relato fantástico y épico que crea un mundo arcaico y mítico a través del cual se mira y analiza, críticamente, la civilización occidental moderna. 1) En el principio fue David W. Griffith; ahora, en el final, es la autoconciencia de James Cameron. Eso es el cine y esos nombres representan sus dos extremos temporales. La tendencia estética que el primero le impuso al mundo occidental moderno -y que selló a fuego, y para siempre, la condición polémica del cine para con su época- se percibe viva, latente y obrante en el nuevo film del segundo. Y así como el padre fundador se servía de un invento mecánico-industrial para contraponerse a las tendencias mentales y espirituales imperantes, Cameron utilizada la tecnología más avanzada y sofisticada para imaginar una civilización a partir de la cual mira y juzga a la suya. Claro que lo hace por medio de un relato fantástico y épico. 2) Podríamos decir que las ideas que fluyen detrás de las impactantes imágenes de Avatar (ya sea en 3-D o no) surgen justamente de contraponer a la "civilización humana" que llega al Pandora con la originaria de ese planeta: la de los los Na'vi. Mientras que una es materialista, inmanente, crasamente histórica, y se rige según los intereses de la explotación capitalista, la otra vive en un constante sentido de trascendencia, según una tradición que se mantiene a partir de repeticiones rituales. Todo esto deriva en algo fundamental: el hecho de que los Na'vi reconocen y adoran a un Dios creador o Diosa creadora (es lo mismo) de todo lo que es en su planeta, ellos mismos incluidos. Y a partir de esa fe viven una realidad absoluta: o sea, poseen una cosmovisión que ordena el universo. En cambio, los invasores, que representan el futuro de una humanidad occidental postcristiana, pretendidamente secular, es dispersa: por un lado los representantes empresariales sólo quieren conseguir lo antes posible el producto deseado (un mineral), los militares son simples mercenarios y carecen de un fin trascendente por el cual usar sus fuerzas y por lo tanto son incapaces de alcanzar lo heroico; finalmente están los científicos, que en su afán por conocer todo lo nuevo que ante ellos se les presenta entran en conflicto con los intereses de la compañía explotadora. Los humanos que llegan carecen de una cosmovisión, de un orden. Esta civilización que Cameron imaginó, lejos está de ser un delirio new age, o cualquier cosa por el estilo, sino que responde a arquetipos tradicionales. Por ejemplo una lectura de las obras del sabio Mircea Eliade serviría para fundamentar esta afirmación. Pero veamos algunas características de los Na'vi que son similares a las de las sociedades humanas tradicionales. Estos seres originarios de Pandora están totalmente ritualizados. Por ello todos y cada uno de sus actos están en función de algo superior, trascendente. Por ejemplo, el cazador no sólo tiene que ser certero con su arco y flecha para lograr una "muerte limpia", sino que además, en el momento de la muerte del animal, debe decir unas palabras consagratorias en las que se menciona a Eywa (la Diosa creadora y dadora de bienes). Agregamos que un cazador es considerado como tal una vez que puede dar lugar a una muerte limpia, como bien le dice a Jakesully (el protagonista) su iniciadora y luego pareja Neytiri. Este hecho es en realidad uno de los varios pasos que el protagonista debe dar para poder formar parte del clan. Recordemos que en su primer encuentro, Neytiri estuvo a punto de matar a Jakesully (un invasor) pero una señal divina (la aparición de una semilla de un árbol sagrado) la hizo volver tras sus pasos. A partir de ello, y luego de que intervengan el líder del clan y la chamán y analicen lo contado por la cazadora, ésta quedará designada como la guía de Jakesully, para que él pueda formarse como Na'vi. Así, el protagonista y futuro héroe de la historia irá pasando una por una las pruebas necesarias. Además de aprender a cazar según la tradición, deberá también dominar un animal parecido a un caballo y luego a otro volador, feroz y bestial. Aquí tenemos otro elemento arquetípico tradicional: el paso iniciático que implica el imponerse sobre una bestia. Todo esto, reiteramos, es, ni más ni menos, que una serie de pasos rituales que repiten arquetipos, que actualizan una tradición, que fueron establecidos por los antepasados desde tiempos inmemoriales (desde "las primeras canciones" diría Neytiri) y por ellos se trata de una realidad sagrada. Jakesully completará estas pruebas, logrará dominar y volar sobre la bestia, aprenderá a cazar como un experto, conocerá el bosque y así logrará ser aceptado como uno más del clan. Finalmente esto dará lugar al ritual final de la iniciación, cuando es consagrado como un Na'vi más (bellísima y gráfica imagen la de la red de seres que se encadenan en ese momento de consagración). A partir de ahí, Jakesully pasará a ser otro. Hay un paso más en ese derrotero de Jakesully que no hemos apuntada aún: el momento del acto sexual y su unión con Neytiri. Este se da una vez que el protagonista ya superó todas las pruebas, y por lo tanto está en condiciones de elegir una mujer. Otra vez la cosmovisión de la civilización de Pandora: la cópula, la unión entre el hombre y la mujer es también un paso ritual, y tal unión se da ante Eywa, algo que también será dicho por Neytiri. 3) Un tema fundamental en la película, y sobre el cual se han hecho ya varias especulaciones es el de la relación entre los Na'vi y su medio ambiente. Habrá que ser cuidadoso el respecto y no apresurarse a sacar conclusiones erradas, como decir que en Avatar hay un simple mensaje ecologista. Cameron, en todo caso, va más allá. Los Na'vi ven todo lo que los rodea como sagrado porque ha sido creado por Eywa, y no porque caigan en un romanticismo de la naturaleza (tampoco en el panteísmo). Si el medio ambiente no debe ser destruido, ni explotado es porque ello fue hecho por la Diosa creadora. Está visión de los Na'vi es muy diferente a nuestro ecologismo progresista, que abolió toda idea de verdadera trascendencia. Los Na'vi no son ecologistas: son una civilización que rinde culto a su Diosa y la Creación (aquí es bueno recordar algo que ya mencionamos: los habitantes de Pandora cazan animales para alimentarse, no son vegetarianos ni padecen de ningún otro trance culposo para con la naturaleza que compense la falta de un sentido trascendente de la vida ya que viven lo cultual de manera constante, y la cacería forma parte de ello y se acepta su necesidad trágica). Siguiendo sobre este punto sería bueno destacar un pequeño detalle, una pista, que Cameron nos da para que entendamos que lo suyo no es mero ecologismo. El personaje que interpreta Sigourney Weaver (Grace Augustine), la científica humana que está enfrentada con la compañía explotadora, fuma todo el tiempo. Y de hecho sus primeras palabras son para reclamar un cigarrillo. Justamente uno de los personajes más heroicos del film, que no sólo muestra interés por Pandora y los Na'vi sino que también dará su vida para defenderlos, tiene como hábito una de las acciones sobre las cuales más ha caído el progresismo ecologista. Cameron y Avatar no tienen nada que ver con ello. 4) Decíamos al principio que a partir de la creación de una civilización de características arcaica, Cameron mira y juzga al hombre moderno que cree haber creado una realidad inmanente. Pero además, esa civilización representa, simbólicamente, aquello que el hombre aún puede alcanzar si está dispuesto a tomar el camino de la salvación. Si esto es así, entonces el héroe del relato tiene que ser, fatalmente, aquel que es capaz de seguir ese camino. Y ese es Jake Sully, quien renacerá luego en Pandora como Jakesully. Por eso todo Avatar es un viaje iniciático aún mayor, más amplio, que aquel que describíamos algunos párrafos atrás. Lo que antes comentábamos eran los pasos iniciáticos que tiene que llevar adelante el avatar que controla -desde una máquina- Jake. Pero en la totalidad de la película eso es solo una parte, ya que Jake cumple con una iniciación mayor -ontológica, espiritual- que lo termina convirtiendo en un héroe que reactualiza un mito sagrado de los Na'vi y que los conduce a la liberación del enemigo. Para ello, poco a poco, habrá dejado atrás todas las taras humanas con las que cargaba, y así, el último acto es el de abandonar definitivamente su cuerpo humano. A partir de ese momento, ya no necesitará de una conexión artificial para vivir en Pandora, sino que, una vez consagrado a Eywa, tendrá un nuevo nacimiento como ser completo (y así lo filma Cameron). Pilar fundamental del imaginario cinematográfico, el camino del héroe es en definitiva lo que signa todo el andamiaje narrativo de Avatar. 5) Quedan muchísimos puntos por ver, analizar, profundizar. Entre ellos podemos mencionar los símbolos tradicionales que aparecen en el film (por ejemplo, los árboles como centro del mundo, como verticalidad), también el papel de los científicos, quienes no pretenden otra cosa más que comprender la Creación, o sea poner en términos dados por la ciencia aquello creado por Eywa (aquí podríamos pensar en la obra del Padre Teilhard de Chardin); también en el sentido cristiano del relato, que a diferencia de otros films de Cameron donde esto era más transparente (Terminator, Titanic, Aliens), aquí parece estar más encriptado. Sobre esto último nos permitimos destacar un detalle fundamental: el nombre Grace (Gracia) Augustine (Agustín), que nos lleva a pensar, sin más, en San Agustín, a quien se lo conoce también como el Doctor de la Gracia. Poniendo esto en perspectiva con las obras anteriores de Cameron, es imposible creer que dicho nombre es mera cuestión del azar. Porque en realidad cuando un autor tiene características de genio, el azar tiende a cero. Y Avatar es otra muestra de ello.
Dibujar y documentar Pido un imposible. Despojémonos por un momento de la idea de las imágenes tridimensionales, corrámonos de la onda expansiva del marketing y de la necesidad de saber si estamos ante algo revolucionario o no. Una vez ahí, veamos qué cuenta Avatar y cómo lo cuenta. James Cameron, quien vuelve después de 12 años de ausencia tras el megaéxito de Titanic, llega para renovar el lenguaje cinematográfico uniendo las dos puntas del siglo: la que comenzó a indagar en la forma de crear imágenes y la que ahora concreta nuevas formas para esa construcción. El camino que traza Avatar, tras su arquetípica historia de invasiones, es un resumen del siglo y da pie para lo que viene. Es por eso que Avatar se convierte en un hito, más allá de sus resultados: porque plantea un nuevo punto de partida para el cine. Avatar es una película y a la vez un fenómeno industrial. Su promoción se basa en la utilización del 3D. Es, como el cine en sus comienzos, un avance tecnológico que se traduce en arte: y esto es así porque Cameron tiene el talento como para que la novedad no minimice el resto, que es un magnético film de aventuras plagado de emociones. Pero la relación entre los comienzos del cine y lo que pasa ahora con Avatar va más allá. Cameron experimenta, como en los comienzos de las imágenes en movimiento, con la animación: casi todo lo que se ve es invención -el film justifica acabadamente su despliegue técnico-. Pero por otra parte, en vez de avanzar sin pensar, lo que hace es registrar el mundo que acaba de inventar como un documentalista. Avatar es al Siglo XXI lo que el registro de la salida de los obreros de la fábrica de los Lumiere fue el cierre del Siglo XIX. Esta puesta en escena documental por un parte tiene el acierto de meter al espectador de lleno en el relato: Cameron sabe que el fuerte de su película son las imágenes, y por eso las registra con el afán de seducir al espectador. Y allí, la forma se imbrica con el fondo: así como el espectador se fascina con lo que ve, le ocurre lo mismo a Jake Sully (Sam Worthington), el protagonista, quien no puede avalar la avanzada militar/empresarial sobre Pandora. Muchos han criticado la simpleza de la historia de Avatar sin notar que la complejidad está dada por las imágenes. Y ahí, otra cuestión: ¿cómo justificar que una película totalmente ficticia y generada a puro píxel pueda ser una defensa de la naturaleza? Cameron no se pregunta sobre la naturaleza de las imágenes, sino sobre su propiedad. Ese cuidado en lo que dice y cómo lo dice es parte de su genio creador: no hay aquí un dispendio de tecnología. Animación y documental, en realidad, no son utilizados como géneros por Cameron, sino que lo que hace es aprovecharse de sus formas para, ahí sí, construir un relato que se adscribe al más puro cine de aventuras. Algo similar hacía Werner Herzog, aunque con otras herramientas, en The wild blue yonder donde una serie de imágenes reales sobre el universo submarino se reconvertían por obra y gracia del falso documental en escenas de un espacio desconocido e inhóspito: pero allí jugaba la ciencia ficción. Es sabido que Cameron, al igual que Spielberg, es un director que aprovecha de la modernidad sólo las herramientas tecnológicas que esta le aporta. Pero su manera de contar tiene que ver con lo clásico (por eso también que sus películas sean minimizadas por las generaciones de jóvenes espectadores): es por esto que Avatar no innova en la forma de contar. El camino es más o menos conocido, incluso las imágenes cuanto esencia son lo mismo (por ejemplo el descubrimiento de volar sigue construyéndose a partir de una sucesión de planos amplios y planos cortos que amplifican el placer del héroe), pero la novedad aquí es cómo nos involucramos ante esto. Es ahí donde el director hacer su apuesta. Avatar, por si fuera poco, además nos dice que en un tiempo donde el cine es pura imagen, hay que redoblar la apuesta y que esas imágenes tengan un real sentido cinematográfico. Y que eso no es malo si se corresponde con una pulsión narrativa que se expresa en emoción. También, que el marketing no tiene por qué ser malo por sí mismo, sino que puede rodear, a veces, productos masivos, populares y complejos: la promoción, entiéndase, es una de las formas de llegar a la gente (diferente es la propaganda). En ese contexto, ingresan también las fobias habituales a todo lo que se resuelve por la vía tecnológica, también de lo que tiene una tendencia ecologista o new age (bien expresada, con coherencia y respetando una lógica interna, cualquier idea puede ser plasmada en el cine). Hay un falso progresismo que teme de todo aquello que son las nuevas formas. Por un lado creen que estas formas sólo pueden estar dadas en cinematografías periféricas, sin descubrir que el cine mainstream es un lenguaje en sí mismo, que necesita y puede tener, actualización. Avatar demuestra todo esto. Y Cameron, además, nos pone en la encrucijada, tan terrible para el crítico cool, de reconocer que tanto Titanic como Avatar son dos grandes películas a pesar de ser las más taquilleras de la historia. Vaya figura la de Cameron, que casi concluye el cine del Siglo XX con Titanic y que ahora, valientemente, aporta una nueva visión al cine que viene. Hoy Avatar es una obra maestra, puede que dentro de varios años, con el lenguaje ya incorporado, sólo sea vista como aquella que sentó el precedente. Sea como sea, es un film que pide a gritos despojarse de prejuicios y animarse a disfrutarlo y. más aún, recorrerlo y vivirlo.
Avatar: un éxito mundial (con buenos deseos) Si ya han dicho los productores de Hollywood que en tiempos de crisis e incertidumbre -como es el actual, a causa principalmente de la crisis económica internacional iniciada en 2008- el público se vuelca masivamente a las salas de cine; la inclusión de la nueva tecnología 3D permite que, a la vanguardia de otras industrias culturales (como la de música o la editorial), ésta tome la delantera: Avatar ha logrado batir todos los récords de audiencia en el mundo, y ya se anuncian decenas de nuevas producciones, como Alicia en el país de las maravillas del genial Tim Burton. La tecnología 3D unida a los efectos especiales ha comenzado a “recuperar” la industria cinematográfica. Y el film de James Cameron, que produjo en el pasado otros éxitos como Terminator y Titanic, fue el primer producto. Allí se cuenta la historia de Jake Sully, ex soldado que se suma al proyecto de conquista de los recursos de Pandora, un planeta donde los seres viven en completa armonía con la naturaleza. Jake convive entre algunos pocos científicos, un empresario ansioso de hacerse de materia prima (el unobtainium) y tropas militares mercenarias: para ello han credo cuerpos iguales a los de Pandora, que controlan mentalmente para introducirse allí. Y como en otras películas (Danza con lobos) Jake cambiará de bando, defendiendo al pueblo de Pandora, luchando con ellos -tras enamorarse de la nativa Neytiri y “comprender” el equilibrio natural del planeta-. Ahora bien, haciendo un paréntesis en cuando a tecnología y efectos (que son realmente impactantes), tenemos que decir que la historia no va mucho más allá. Por otra parte, Avatar ha recibido críticas “por derecha”1. Veamos algunas. Una industria que recrimina a otra Dentro de los mismos EEUU se ha criticado que la película denuncia a los militares: “Esta es la única vez en la que me he sentado en un cine donde la gente vitoreaba los bosques y la gente azul (de Pandora) y atacaba a los ex marines”, dijo Tom Roesser, activista conservador. Y agregó: “esa es la visión que Hollywood tiene de nosotros. Que nosotros somos explotadores. Que somos agresores preventivos”2. Justamente, hay en el film una recriminación (de un sector) de la industria del cine al complejo militar-industrial. Cameron ha hecho una “denuncia” que deja muy mal parados a los militares que actualmente, en la vida real, están en Irak y Afganistán –además de decenas de misiones y ocupaciones en otros países, como Haití-. Y la archirreaccionaria “industria espiritual de Dios” también se pronunció, al ser Avatar un éxito de concurrencia masiva: L’Osservatore Romano, órgano oficial del Vaticano, dijo que es “una superficial parábola antiimperialista, antimilitarista”. Y Radio Vaticano la calificó de hacer “un guiño a las seudodoctrinas que han hecho de la ecología la religión del momento”. Como siempre, cualquier actividad que no sea la “mansa ida del rebaño” al “templo de Dios” merece ser criticada. La rebelión no debe ser “promovida” Este es el pensamiento de la casta burocrática de China, que ha prohibido a poco de su estreno Avatar ya que “podría incitar a la revolución y a la violencia”. Claro: hay escenas donde el pueblo de Pandora, ante la invasión de los “hombres del cielo”, decide unificarse y combatirlos. Este “mal ejemplo” es el que la podrida burocracia china –que viene hace décadas abriendo su economía al capitalismo internacional y lanzadondo brutales represiones a campesinos y obreros- no quiere siquiera que sea visto en una ficción3. Film-símbolo de la encrucijada de EEUU Avatar es un film “para grandes y chicos”, con escenas intensas (desde la historia de amor entre dos seres de diferentes planetas hasta luchas despiadadas –que incluyen “combates” contra las fuerzas de la naturaleza, cuando Jake es entrenado para ser un na’vi, y las feroces batallas contra la ocupación militar-) que atrapan al espectador durante 3 horas sin pestañear –una buena muestra del “logro 3D”-. Pero no pasa de ahí. Cameron ha querido hacer una especie de “autoexamen de conciencia”; una “crítica” al deseo imperialista norteamericano de ocupar otro país para hacerse de sus recursos4. La lucha del pueblo de Pandora es una especie de recordatorio del fracaso militar y político en Vietnam (donde la tecnología militar perdió ante la resistencia nacional: una abrumadora mayoría de decididos combatientes); podría decirse que, pasando por la (traumática) experiencia de Asia en los ’70, Avatar intenta señalar los límites (y/o el fracaso) del poderío militar yanqui, tal como le ocurre hoy en Medio Oriente. Tal vez sea este el rasgo más o menos explícito que tiene la película, desde el punto de vista político. Pero además los personajes no tienen mayor profundidad psicológica (Jake es un tipo medio tonto que juega al inicio para “los malos” y luego se pasa a “los buenos”; el na’vi prometido de Neytiri es alguien que reacciona con celos y violencia elementales contra Jake, mientras que nuestro héroe actúa con calma y honor, teniendo éxito en su “objetivo amoroso” y luchas), y el relato de conjunto está pre-direccionado: un camino recto hacia el happy end, sin muchas opciones para el espectador. En síntesis, Avatar es una suerte de utopía feliz, donde –pese al primitivismo del simpático pueblo de Pandora- se podría vivir en armonía con la naturaleza... en un planeta “imposible” (que no es el nuestro). Es, más que una película “con programa”, un film-símbolo.
La genialidad no cabía en este mundo, por eso se buscó (inventó) otro... Partiendo desde una premisa más que trillada, y apoyándose en un relato lineal y convencional, James Cameron se (auto)proclama nuevamente como el rey de un mundo. Pero no de la Tierra, como gritaba a pulmón Jack en Titanic, sino el rey de Pandora, la luna de un planeta gaseoso similar a Saturno (aunque tiene el ojo de Jupiter...) en el sistema solar Alfa Centauri. El que quiera saber de qué va la película, búsquela en internet. No me voy a poner a contar la trama, porque para eso hay gente a la que le pagan por redactar sinopsis. Me remitiré a contarles lo que me transmitió esta orgía visual de dos horas y media, totalmente impactante desde el apartado técnico (una de las mejores direcciones del año, y ni que hablar de la fotografía, la manipulación de CGI, o incluso la musicalización tan buena que tiene) y tan atrapante a pesar de su guión cuadrado ya antes visto en filmes épicos como Pocahontas o El planeta de los simios. Es que ese es el mejor logro de Cameron: hacer de un grano de arena una playa preciosa en la que durante un buen rato uno se detiene a reposar para admirar todo el encanto y la poesía de sus imágenes, en este caso demasiado ficticias pero no por eso inverosímiles (más bien, mete miedo como los "muñecos" Na'vi ponen en jaque las interpretaciones de Sam Worthington, Zoe Saldana o Sigourney Weaver, haciendo de ellos y otros tantos del reparto casi entes prescindibles para la historia). El universo que JC crea para el espectador es, además de imponente y descomunal por donde se lo mire, una obra maestra a nivel icónico. Y los detractores saldrán con todo para hundir esta película que no es más que un blockbuster demasiado bueno que arrasará en taquilla y será un punto de inflexión en el uso de las nuevas tecnologías, aún cuando todo morirá según la capacidad económica del que después dará de comer al producto y su creador. Avatar es, principalmente, una película muy entretenida, con personajes estereotipadísimos (el personaje de Stephen Lang es casi una burla) encarnados por un elenco que si se mira bien no es la gran cosa, y que además se ven opacados por tanta innovación puesta al servicio de la imágen. Lo cierto es que, será repetitiva, cautivante, descepcionante -por qué no, para muchos-, demasiado fantasiosa, y hasta con ciertos baches imaginativos como el hecho de que se llegue a otro sistema solar en 6 años y no se haya descubierto la forma de albergar vida en un lugar más cercano como Marte o la Luna, pero es un ejemplo a nivel técnico y una genialidad por parte de un tipo que reinventa el cine a cada película que saca. Le agradezco una obra como esta. Le podríamos poner un 1, un 0, o ninguna estrella, lo que quieran. Podrán decir lo que sea en su contra. Pero nunca vamos a negar que Cameron tiene su propio mundo, hecho con esfuerzo, dedicación (obviamente, mucho dinero) y buen gusto, que nadie le podrá quitar jamás. Ahora sí puede decir "I'm the king of... Pandora".
En el siglo XXII, una poderosa corporación multinacional coloniza el tóxico planeta de Pandora para extraer un mineral que pondría fin a la crisis energética de la tierra. Los marcianos son azules, muy altos y difíciles de matar por lo que los humanos deciden mezclar ADN alien con el de un marine y enviar al clon resultante, el susodicho Avatar, en una misión suicida. Enervantemente naif y con un speech grandilocuente y pretendidamente profundo, la acción y grossos FXs, dignos de James Cameron, no la salvan de ser un magnífico bodriazo. O sea, solo para fans.
En la historia del cine de ciencia-ficción o de anticipación hay un puñado de películas emblemáticas que parten de Metrópolis, pasan por La guerra de los mundos, La máquina del tiempo y El día que paralizaron la tierra, y llegan a títulos más contemporáneos como 2001 Odisea en el espacio, Encuentros cercanos del tercer tipo, Star Wars, Blade Runner y Matrix. Privilegiado inventario de films futuristas que va a incluír sin dudas a Avatar por sus avances técnicos y narrativos y su historia dotada de poderosos apuntes filosóficos y espirituales. La nueva obra de James Cameron transporta al espectador a otro universo, a otra realidad, como pocas veces antes el arte cinematográfico pudo plasmar, en la extraordinaria recreación de una lejana luna llamada -no casualmente- Pandora donde vive una tribu de criaturas azules de gran estatura rodeada de una deslumbrante fauna y flora. Allí descansa una de las potencialidades expresivas del film del autocalificado “rey del mundo” (o del cine), que como autor y director dejará sentada una postura ecologista y antimilitarista sencilla, pero impregnada de un altísimo voltaje emocional y audiovisual. Aún dentro de su trama singular y atrapante Avatar traerá a la memoria otros films, algo casi inevitable en el género; inclusive a algunos que se remontan al pasado como El último samurai de Edward Zwick. Pero nada disminuirá un impacto que recuerda el asombro que en su momento provocó el estreno de la primera Jurassic Park de Steven Spielberg o la que logró el propio Cameron, con con su poco reconocida El abismo. Sam Worthington, quien tuvo hace poco un flojo protagónico en Terminator 3, logra transmitir muy bien complejas sensaciones, alcanzando una empatía con el espectador que resulta fundamental en el andamiaje de esta monumental producción, dentro de un elenco convincente –algo inédito desde la implementación de las técnicas digitales en el cine- tanto en intérpretes virtuales o de carne y hueso. Inolvidable para los fanáticos del género e imperdible para cualquier tipo de espectador, Avatar propone una experiencia que no sólo hay que visualizar, sino vivenciar.
I SEE YOU, JAMES CAMERON A lo largo de su historia el cine nos ha llevado a lugares inimaginables, y tan lejanos e increibles como exóticos. Pero nadie nunca nos había llevado tan lejos. Nadie hasta ahora lo había hecho de la forma en que lo hizo el director James Cameron (THE TERMINATOR, ALIENS, TERMINATOR 2, TRUE LIES, TITANIC). Él, junto al mejor equipo de expertos en efectos especiales, ha logrado crear la película perfecta para terminar una década y empezar otra, ya que AVATAR es una notable evolución en la tecnología digital y un salto adelante en el modo de ver, hacer y sentir las películas. Estando ahí sentado uno sabe que está ante algo vanguardista, que está presenciando algo que lo cambiará todo, algo nunca antes visto, un espectáculo visual que recordará por siempre y un film que de ahora en más juega el rol más importante en lo que al futuro del cine respecta. En el pasado hemos visto films como estos que, con su innovación en el modo de contar historias y crear mundos marcaron el camino que siguieron sus contemporáneos. El cine y su evolución en efectos especiales ha conocido nombres que, de no haber sido por ellos, el séptimo arte no sería lo que hoy es. Georges Méliès (VIAJE A LA LUNA), George Lucas (STAR WARS), Andy y Larry Wachowski (MATRIX) y, de ahora en mas, James Cameron. Esos son los directores que tuvieron que dar un paso adelante para que el cine no se quedara atrás, que desafiaron lo imposible y lo impensable para concretar su sueño. Gracias a ellos el séptimo arte es lo que hoy es y gracias a uno de ellos tenemos AVATAR, y AVATAR lo es todo. AVATAR es la historia de una flota de naves terrestres que durante años ha intentado extraer los valiosos recursos naturales del exótico planeta Pandora. Pero la presencia de los hostiles nativos, los Na’ Vi, pone en riesgo su operación. Por esto, un ex-marine paralitico llamado Jake Sully (Sam Worthington de TERMINATOR SALVATION), es llamado para que forme parte del proyecto Avatar. Este consiste en trasladar su mente al cuerpo de un alienígena para infiltrarse entre ellos, aprender desde adentro e intentar así encontrar una solución diplomática. Pero cuando los Na’ Vi lo acepten como uno de los suyos, estos le harán ver un increíble y bello planeta que protegerá a toda costa cuando los terrestres decidan conquistar las tierras. Atrapado entre dos mundos, la guerra comenzará. Ignorando la no muy original y no muy compleja historia, la carencia de diálogos sustanciales, algunos momentos previsibles y ciertos personajes estereotipados (el empresario avaricioso, el militar rudo y violento, el héroe y sus inseparables aliados), James Cameron exprimió al máximo todo su talento y creatividad para crear un film espectacularmente épico, maravillosamente emotivo, perfectamente entretenido, narrativamente correcto y visualmente increíble. El guión bien construido nos adentra en una aventura que nunca cansa ni aburre, atrapante e interesante, que posee lo necesario para mantener contento al espectador durante sus dos horas y cuarenta minutos. La trama logra balancearse a la perfección entre momentos emotivos, entretenidos e intensos, cautivándo constantemente con los majestuosos paisajas de Pandora, los asombrosos diseños de su flora y fauna, y la interesante cultura de los Na’Vi. Un arduo trabajo realizado tan bien detalladamente que logra una credibilidad instantánea. Todo esto, sumado al hermoso y asombroso manejo de los colores, hace que nos enamoremos incondicionalmente de Pandora, dándonos a entender que los coloridos y atrapantes paisajes del exterior son naturaleza y libertad, todo lo que los grises y azulados tonos de las naves terrestres no son. Después de todo, AVATAR posee un mensaje ambientalista y anti-bélico que se hace mas evidente cerca del final y que trata de rescatar ese respeto y conexión por la naturaleza que se ha perdido. Los avanzados efectos visuales y el excelente uso que Cameron le dio a la tecnología de captura de movimiento es algo nunca antes visto en el cine. La flexibilidad del cuerpo, la textura de la piel y los detalles de la cara de los alienígenas son asombrosos y extremadamente realistas, y la manera en que interactúan con los humanos hacen pensar que de verdad existen y están ahí. El film Incluso logra sostener su credibilidad por varias escenas sin tener nada que no sea creado por tecnología digital alrededor: Solo los Na’Vi y Pandora, como una película animada pero que se siente real todo el tiempo. El resto, las naves, el agua, los animales, los paisajes, nuevamente diseñados y creados con el mas minimo detalle, complementan algunas escenas de acción impactantes que te quitan el aliento, llenas de adrenalina y perfectamente filmadas (Cabe destacar el vuelo sobre los Banshee y la espectacular y larga batalla final). Claro que la experiencia de AVATAR solo puede estar completa si se ve en cines y en 3D ya que, sin distraerte o molestarte en ningún momento, la nueva tecnología en tres dimensiones del film (la mejor que vi hasta ahora en una pelicula) hacen que uno en verdad se siente dentro del mundo, rodeado por las plantas y los insectos. Claro que AVATAR no es solo efectos. El ojo de Cameron le aporta a la película dinamismo, fuerza, belleza y emoción, tomandose muy en serio los momentos tanto dramáticos como entretenidos. Logra también buenas interpretaciones dirigiendo a los actores entre los que se destacan Sam Worthington (Jake Sully), Zoe Saldana (Neytiri), el grosísimo Stephen Lang (Coronel Miles Quaritch) y Sigourney Weaver (Dr. Grace Augustine). Todos aportan lo suyo y le dan solidez a una pelicula compuesta por una gran banda sonora, épicas escenas, bellos paisajes, una historia de amor entrañable y para nada cursi, y una historia de guerra sobre la crueldad y la bondad en los hombres, la discriminación, el aprecio por la naturaleza, la aceptación, la igualdad y los avatares de la vida. AVATAR llegó para cambiarlo todo y de paso se convirtió en una imperdible obra de arte atemporal y un indudable e instantaneo clásico del cine con los mejores FX hasta el momento. AVATAR es poesia visual, es atrapante, emocionante, bella, trágica, entretenida e inolvidable. AVATAR es una experiencia fantástica simple pero brillante. Algunos dicen que es ciencia ficción, otros la llaman space opera. Yo simplemente digo que AVATAR es el futuro.
Tanto en Internet como en otras tecnologías de comunicación actuales, se denomina "avatar" a una representación gráfica que se asocia a un usuario para su identificación. Estos pueden ser fotografías o dibujos, y algunas tecnologías permiten el uso de representaciones tridimensionales. En la película de James Cameron, el avatar en cuestión es el que usa Jake Sully (Sam Worthington), un marine parapléjico, que ocupa un avatar que resulta de una mezcla entre humano y na'vi, los aborígenes del planeta Pandora. Allí, un consorcio corporativo está extrayendo un raro mineral que será clave en la solución de la crisis energética de la Tierra. Como la atmósfera de Pandora es tóxica, han creado el Programa Avatar, en el que "conductores" humanos tienen sus conciencias unidas a un cuerpo biológico controlado de manera remota que puede sobrevivir en el aire letal. Ayudado por la Dra. Grace(Sigourney Weaver), se le asigna a Jake la misión de infiltrarse entre los na'vi, que se han convertido en un obstáculo importante para la extracción del preciado mineral. Pero una hermosa nativa salva la vida de Jake, y esto lo cambia todo, ya que éste comienza a debatirse entre seguir con su misión o formar parte del planeta Pandora para siempre. La experiencia 3D en esta cinta no tiene precedente; técnicamente es sobresaliente y eso tendrá sus dividendos obvios en las entregas de premios más importantes del mundo. Lo peligroso es que no sólo está recibiendo premios en cuanto a lo técnico, sino que tanto su director como el filme mismo están ganando cada vez más galardones y, sinceramente, este filme vale más como experiencia cinemtaográfica 3D que como un interesante y reflexivo drama. En ese aspecto, la pretenciosidad de Cameron resulta exagerada: "Avatar" es una olvidable película que, aunque muy cuidada en cuanto a la creación de un mundo único y original audiovisualmente, sólo resulta disfrutable durante su proyección tridimensional.
Abrimos el 2010 con la video reseña de un film taquillero: Avatar de James Cameron. Uno de los films que no pueden dejarse pasar en el cine. Junto a Jaime de escritor de Oficio así abrimos el año de las video reseñas.
Revoluciona la experiencia cinematográfica Luego del impresionante éxito de ‘Titanic” (1997), James Cameron (James Francis Cameron, canadiense de 55 años) regresa a la dirección con “Avatar”, un ambicioso proyecto destinado a romper la taquilla. Cameron se vio obligado a esperar más de 10 años para concretar este proyecto, porque las herramientas tecnológicas disponibles en ese entonces no eran suficientes para desarrollar el mundo que él imaginaba y quería modelar en la pantalla grande. El responsable de “Aliens, el regreso”(1986), “El abismo”(1989), “Terminator”(1984), “Mentiras verdaderas” (1994) y “Titanic”, ideó un film bajo una premisa apoyada en el desarrollo de la tecnología aplicada al mundo del séptimo arte. La magia del cine en 3D Sin dudas, Cameron buscó y logró a través de “Avatar” cambiar el modo de disfrutar el espectáculo dentro de una sala cinematográfica. Uno de los principales logros de esta producción es su empalagoso despliegue visual. La realización de Cameron destruye categóricamente la idea de que se puede ver cualquier película de cualquier manera o formato. Este film cachetea a la piratería. “Avatar” sólo puede verse en el cine para disfrutarla como se debe. Para éste cineasta la tecnología es fundamental, tanto para la concepción como para la visualización de la obra, obligando al espectador a ir al cine sí realmente quiere deleitarse por completo. 100% cine. Al film de Cameron se lo ha acusado de ser un relato lleno de cursilerías, de ser poseedor de una mirada inocentona, de estar repleto de tópicos de distintos géneros cinematográficos, de estar sobrecargado de obviedades y torpezas. Sin embargo, más allá de estas arbitrariedades “Avatar” es, por supuesto, una película de ciencia ficción llena de aventura, vértigo, adrenalina y puro entretenimiento, logrando que los 162 minutos de duración sean fáciles de digerir sin tener la necesidad de un intervalo. Sin dudas, éste realizador bebe el modo de hacer películas de directores que aseguran el disfrute del arte cinematográfico como George Lucas, Steven Spielberg y Peter Jackson. Cine político Cameron también comparte el concepto de revolucionar la cinematografía desde la innovación de la tecnología puesta al servicio de la emoción de los espectadores. Por eso, “Avatar” es una película política. Busca romper ciertas tendencias que alejan al público de las salas cinematográficas. Tengamos en cuenta que históricamente, el séptimo arte tuvo que enfrentar retos con la aparición otros tipos de dispositivos que competían para captar al público, tal fue el caso, por ejemplo, el nacimiento de la televisión en blanco y negro, luego a color. Por eso, el cine debe reinventarse constantemente. Hoy, Internet, el precio de las localidades y el negocio de la piratería amenazan la experiencia del espectador en una sala de cine. Por esto mismo, “Avatar” es un maravilloso espectáculo visual que, como dijimos anteriormente, se disfruta en una sala de cine 3D y que “obliga” al espectador a asistir a para verla a allí a través de un notable despliegue de imágenes que revolucionan la manera de ver el cine. La historia Año 2154. Jake Sully (Sam Worthington) es un marine que ha quedado paraplégico, pero es enviado a Pandora en reemplazo de su hermano gemelo, asesinado, ya que así podrán aprovechar su Avatar creado con la mezcla del ADN humano y del de algún integrante de la tribu local de los Na'vi. Luego de 6 años en criogenia, Jake despierta en destino y se encuentra en medio de una disputa entre empresarios y militares mercenarios que están allí para explotar a sangre y fuego un preciado mineral, en tanto los científicos intentan descifrar los conocimientos de esa raza que convive en armonía con la flora y la fauna de una impresionante selva tropical en la que todo es enorme y exótico: animales, plantas luminosas, árboles, cascadas y hasta montañas flotantes. “Avatar” es un maravilloso espectáculo visual y un relato lleno de cursilerías, una película donde conviven la mirada más inocentona con las búsquedas expresivas más audaces, las metáforas pedestres con el más alto vuelo estilístico. Así de contradictorio resulta este esperado y arriesgado regreso de Cameron a la cartelera.
James Cameron es un explorador incansable de las posibilidades del cine. Cada película suya es un viaje, y cada viaje suyo conduce a un lugar nuevo y sorprendente. Sus universos son fantásticos, titánicos, visualmente impactantes, pero además son coherentes y verosímiles debido a a la fluidez y la precisión con que funcionan. Muchos verán en Avatar una historia simple y trivial, casi la excusa para un despliegue tecnológico sin precedentes. Parafraseando a la protagonista de El Abismo, “hay que mirar con mejores ojos”. La película es la edificación detallada de una nueva especie de seres que tienen historia, mitos, ancestros, creencias, un hábitat tan atractivo como inhóspito y una poderosa energía vital. Es la construcción de una pareja –un clásico del realizador- a la par de la lucha por la supervivencia. Es la historia completa de un pueblo expresada a través de símbolos y criaturas singulares, todos ellos prolijamente ordenados en una puesta en escena sin fisuras. Desde las imponentes montañas flotantes hasta el más pequeño animal del territorio de Pandora, todo tiene una función determinada en el relato. Ninguna explicación redunda, ninguna revelación es azarosa. El despliegue visual es realmente alucinante, pero lo más importante es que nunca es gratuito. Avatar es un prodigio de la tecnología puesta al servicio del cine. Y el cine, en manos de Cameron, no es otra cosa que el mejor medio para desplegar el viejo y querido arte de contar historias...
Nota aclaratoria acerca de Avatar - Edición Especial El 23 de septiembre de 2010 se reestrena en Argentina la colosal película de James Cameron con nueve minutos de metraje adicional, lo que lleva la duración total a la friolera de 171 minutos: así regresan el indigenismo, la sátira a las invasiones norteamericanas, la defensa del ecosistema, la crítica a la mecanización desmedida, la guerra de guerrillas contra las fuerzas de ocupación y esa saludable radicalización anti-militarista. Para los verdaderos fans que la han disfrutado más de una vez aquí explicitaremos las seis novedades que juzgamos más significativas: 1- El descubrimiento inicial pasa por una serie de tomas descriptivas de la fauna de Pandora durante la primera y fallida expedición del Cabo Jake Sully (Sam Worthington). 2- Flamante escena dentro del colegio derruido de la Doctora Grace Augustine (Sigourney Weaver). 3- Secuencia de cacería posterior al dominio del “declan”, la criatura voladora símil pterodáctilo. 4- Ampliación del encuentro sexual entre Jake y Neytiri (Zoe Saldana). 5- Escena desde el punto de vista de los invasores humanos luego del ataque de los nativos a sus máquinas, previa al comienzo de las hostilidades. 6- En el final, monólogo conclusivo a cargo de Tsu´Tey (Laz Alonso), el antagonista de nuestro héroe en la tribu de los Omaticaya. Por supuesto que en su momento estos “bonus tracks” no fueron más que descartes por redundancia aunque hoy brillan por su buen gusto, corrección y coherencia dentro de la estructura narrativa general. En suma, la Edición Especial funciona sobre todo como una excusa para explotar comercialmente la multiplicación a nivel internacional de salas 3D: circunstancia que nos permite a los amantes de la ciencia ficción revisitar una vez más en pantalla grande esta extraordinaria obra maestra que no da respiro al espectador…
Una exhibición visual con una historieta de fondo Desde hace mucho que escuchamos hablar de la película que revolucionaría el cine. La vuelta de James Cameron a la dirección después de muchísimos años, demasiados para un director de su envergadura. Avatar llegó a nuestro país para demostrar que, si bien probablemente no sea merecida la cantidad de premios Globo de Oro que se llevó, es un espectáculo visual soberbio. De eso no cabe ninguna duda: desde el punto de vista técnico, Avatar es impresionante, imponente e hipnótica. Y no se puede dejar de pensar de esa forma cuando uno se imagina que cada uno de los fotogramas que transcurren en Pandora están modelados por computadora. Pero su mayor virtud es, quizás, su mayor inconveniente: promediando el metraje, el espectador empieza a sospechar de que Avatar no es más que una exhibición de la magia que su director supo lograr a través de la magnífica puesta en escena virtual. Un segmento importante de la película es dedicado a mostrarnos cómo el protagonista explora y conoce este maravilloso mundo nuevo. Y cada nueva escena es aún más espectacular que la anterior. La historia que relata es por momentos algo compleja y por momentos demasiado pobre. Ambientada en el futuro, cuenta que los humanos han descubierto un planeta llamado Pandora, en donde existen cantidades de un precioso metal que vale millones cada kilogramo. Es imperioso conseguirlo, pero para ello hay que desplazar (o aniquilar) a los habitantes nativos (unos humanoides azules de tres metros de altura y cola de gato, llamados Na'vi). Entonces, mientras que los militares quieren utilizar la fuerza, hay científicos que prefieren buscar la manera de convencer a estas poblaciones de que se muden para que ellos puedan quitarles el mineral. Para contactarse con ellos, los humanos se "disfrazarán" de Na'vis conectándose virtualmente (casi como en Matrix...) a unos cuerpos artificiales nativos llamados avatares. Sam Wortington interpreta a un soldado que se mete en el proyecto avatar y será el encargado de conocer a los nativos un poco más. Con sólo leer esta breve sinopsis y calcular el tiempo que se toma el director para exhibirnos, pasarnos por nuestras narices, su maravilloso Pandora, se imaginarán por qué el filme dura casi tres horas. Aun si el único problema del filme fuera esta debilidad de regodearse en sus propias ventajas, es probable que merecería ganar muchos premios Oscar, pero lamentablemente no es así. Cameron logró representar un mundo imposible, pero a la hora de contar la historia se quedó bastante corto. El guión tiene varios agujeros difíciles de entender, explica poco donde debería explicar más y, para colmo de males, es bastante predecible en su progresión narrativa y remite constantemente a una infinidad de películas (Matrix, Jurassic Park, Alien I y II...). Entre los "plot holes" podemos contar que nunca queda demasiado clara la relación entre los humanos y sus cuerpos de Na'vi, los avatares. Supuestamente, cuando los avatares duermen, los humanos se desconectan de ellos, y sus ficticios cuerpos azules quedan durmiendo en Pandora. Pero eso recién se aclara al final, cuando eso ya sucedió varias veces y nadie nos contó que pasaba con los avatares durmientes en medio de la población de Na'vis que se preguntarían si se pasaron con el Melatol o vaya uno a saber qué... Hay quienes ven en los sosos mensajes que dispara el filme -el peligro de la avaricia humana, la barbarie de los exterminios de pueblos nativos, la sacra conexión de los Na'vi con la naturaleza y su costado espiritual- un motivo para enaltecerla. Será por esas moralejas que Avatar, por momentos, parece una película de Pixar. Ni hablar de algunos de sus personajes, como el Coronel Quaritch (Stephen Lang) o la soldado Trudy Chacon (Michelle Rodriguez): ambos son casos paradigmáticos de personajes lineales, áridos, cuadrados, lisa y llanamente espantosos y, por ende, poco creíbles. El Coronel Quaritch tiene que ser el peor villano (de una película medianamente seria) de los últimos tiempos: es indefectiblemente, insoslayablemente, 24 horas al día malísimo. Nunca deja de ser malo un rato para ser traicionero, vil, embustero, es únicamente muy malo, ridículamente malo. Y con Trudy pasa exactamente lo contrario: es tan buena que abandona al ejército en pleno bombardeo, con la frase: "Yo no me enlisté para esto". Casi tan ridículo como que el mineral se llame "unobtanium" ("inconseguibleum") y el personaje del heroe nativo (digamosló, los na'vi son como cualquier pueblo indígena pero azules y grandes) se llame Jake Sully, según los na'vi "sheiksulí", casi casi Shaka Zulu... Algún sabio dijo que Avatar era "del director de Terminator y el guionista de Titanic". La historia de Avatar camina por la cornisa mucho más que la de Titanic por el mero hecho de que tiene que inventar cosas de un mundo que no existe y en la de Di Caprio nos contaban como dos jovenes se enamoraban en un viaje en barco. Sin embargo y pese a todo, Avatar en 3D no deja de ser una película de vista obligatoria para cualquier cinefilo y casi para cualquier mortal. No porque de mirarla surjan las ideas para la revolución o porque no verla sea tan grave, sino simplemente porque es visualmente impactante, inabarcable, inolvidable y porque es un buen entretenimiento. Si merece o no Oscares y los Golden Globes que ganó, es otro asunto.
Una aventura épica Corría el año 1997, y el señor James Cameron ya estaba pensando en su próxima película, en vistas de estrenarla en 1999. Después de haber regresado a la vida al gigantesco Titanic, quería llevar todo a un nivel mayor todavía: crear un nuevo mundo. Se puso a hacer números y se dió cuenta que iba a necesitar unos 400 millones de dólares aproximadamente para poder hacer lo que quería, algo 100% imposible e irrisorio (al menos hace 13 años) así que decidió esperar. Pasaron los años, y se estrenó una película en la cual cobraba vida un personaje totalmente de fantasía con un nivel de detalle y realismo nunca antes visto: Gollum en “El Señor de los Anillos”. Al ver esto el hombre dijo “Joya, ya puedo empezar a darle forma a mi idea”, y comenzó, en el 2007, 10 años después de haber concebido su historia, a desarrollar “Avatar”, su producción más ambiciosa hasta el momento, donde se dispone a crear un nuevo mundo. Colgate la máscara de oxígeno y acompañanos a internarnos en este universo inexplorado… hasta ahora. You are not in Kansas anymore Jake Sully es un ex-marine que, debido a una lesión de batalla, quedó cuadripléjico. En esas épocas (año 2154) es posible reconstruir y curar casi cualquier problema físico, pero requiere de mucho dinero y el seguro social para ex-soldados no lo abarca, por supuesto. Es por esto que, cuando le llega la posibilidad de cubrir el puesto que tenía su hermano (antes de morir) en el proyecto “Avatar”, decide mandarse sin pensarlo mucho. Es así como llega a Pandora, un satélite que posee una característica muy preciada para la corporación RDA (sus empleadores): Unobtainium, un mineral que se vende a 20 millones de dólares el kilo en nuestro planeta. Para lograr obtenerlo, esta compañía emplea dos frentes: El diplomático, por medio de un grupo de científicos que desarrollaron el programa en el que Jake Sully es partícipe, que consiste en la creación de réplicas orgánicas de los habitantes de este planeta (los Na’vi, unos seres azules muy fuertes de 3 metros de altura) llamadas Avatar, que son controladas a distancia mediante un linkeo cerebral por los humanos y posibilitan una oportunidad para relacionarse con los nativos. ¿La otra opción? La fuerza, a través del General Quaritch y su grupo de mercenarios. Esto plantea una dicotomía para Jake. ¿Sigue las indicaciones del general, quien le promete devolverle sus piernas si le pasa información que lo ayude a derrotar a los Na’vi? ¿O juega a favor de la opción pacífica, comprendiendo y defendiendo los intereses de los nativos? avatar_big "Vaaaamoooo' lo piiiibeeeeeeee'!!!" Como muchos ya habrán pensado al leer esta intro, la historia que se plantea en la película posee mucha reminiscencia a la invasión de los colonos europeos en busca de oro en América, que tuvieron como resultado la aniquilación de colonias indígenas enteras. Pero, al estar trasladada la acción a otro mundo, la referencia cobra un sentido un tanto diferente, ya que nosotros (como espectadores) pasamos a ser parte del invasor, nos introducimos en este nuevo mundo sin conocer sus reglas y sus características, sintiéndolo como un lugar inhóspito, y vamos aprendiendo sobre él de la mano de Jake y sus distintas incursiones entre los nativos. Algo que, en Pocahontas (la referencia más directa de esta historia, que todo el mundo se encargó de remarcar) ya se da por sentado desde su comienzo. Esta pequeña característica, por más diminuta que parezca, es la dota a esta producción de su caracter único, ya que definitivamente este nuevo mundo es el total protagonista de la historia, incluso por encima de los avances tecnológicos, por encima de los increíbles mechas (cuyo diseño es una directa referencia a “Aliens”), las naves y los helicópteros. Desde el arranque nos vemos transportados a este nuevo entorno, que Cameron nos va introduciendo poco a poco. Conocemos su sistema biológico, su coherencia estructural, su fauna, flora, la forma en que sus habitantes se relacionan con él y conviven diariamente. Toda esta construcción (producto de todos los diseñadores y artistas que metieron mano seguramente, además del propio Cameron) es maravillosa, no solo por su magnitud, sino también por su coherencia. Nada resulta descolgado, nada parece falso o artificial. Todo se ve tan natural que al final de la película se siente como si la historia hubiera transcurrido en algún lugar de la tierra que podríamos visitar en nuestras vacaciones. Solo por ser testigos de esta creación ya vale la pena la película. El nuevo integrante de la Selección Nacional de Basquet El nuevo integrante de la Selección Nacional de Basquet Encuentros cercanos del tercer tipo Hay varias cosas en las que hace incapié la película, algunas con resultados más felices que otras. Lo que a mí me pareció mejor resuelto (y lo más logrado) es lo referente al choque de dos culturas. Este punto en especial se ve potenciado por lo que decía en un comienzo: nosotros tampoco conocemos la cultura Na’vi, por lo tanto lo vamos descubriendo junto con los protagonistas. Es lógico que en este tipo de películas siempre se busque colocar al espectador del lado de los indígenas, pero en este caso en particular esto se logra de una forma progresiva y natural, no forzada como suele suceder, a través de largas escenas donde vamos descubriendo la idiosincrasia de su sociedad, como se conectan con la naturaleza y de qué forma ven el mundo que los rodea los nativos. Así, a medida que el mismo protagonista va cambiando su forma de pensar, también lo hacemos nosotros, y vamos tomando partido con conocimiento de causa, con verdaderas razones. avatar_neytiri_jake_660 Incluso a pesar de lo estereotipados que son los personajes, que es donde radica uno de los puntos más flojos. Ninguno presenta una faceta más de lo que se ve a simple vista. El General Quaritch es malo porque es malo, el dueño de la compañía es avaro porque sí, los mercenarios son todos sanguinarios y repulsivos, los científicos son todos amantes de la paz y de la naturaleza, y así podría seguir. Esto podría hacer peligrar el disfrute del film, si no fuera porque allí están los Na’Vi para sacar las papas del fuego. Si bien estos también cumplen papeles estereotipados (el jefe de la tribu sabio, su hija que es quien termina conociendo al protagonista, la futura pareja de la muchacha que le tiene bronca al extranjero, etc) el hecho de aportar nuevos puntos de vista en cuanto al mundo y a su forma de vivir, los dota de una particularidad especial, que se acentúa todavía más en comparación con los personajes humanos quienes, en su obviedad, terminan ayudando a que nos resulte mucho más interesante este nuevo mundo que los Na’Vi nos están presentando. Obviamente, la historia tampoco se salva. Desde el comienzo de la película ya se puede describir todo lo que va a suceder, quienes van a vivir, quienes van a morir, de qué forma van a morir, etc, etc. La historia base es completamente predecible, y no vamos a encontrar ninguna especie de “giro revelador” ni nada por el estilo. A medida que se van presentado distintas situaciones ya sabemos que en algún momento de la película van a tener algo de peso, quienes van a intervenir y de qué manera. Pero, con esto en mente, me pregunto lo siguiente: ¿Funcionaría de la misma manera el film si tuviera una historia repleta de retórica, simbología poco clara y con personajes que presenten distintos niveles de lectura? Tenemos tanto que asimilar, tanto que conocer y que racionalizar en cuanto al mundo de Pandora, que si a esto se le sumara un guión tremendamente enrevesado, la película terminaría haciendo agua por todos lados, sin lograr meternos en la historia ni tampoco en el mundo en el que tiene lugar. Y definitivamente esto termina garpando al final del film. Cameron y el laboratorio científico en Pandora Cameron y el laboratorio científico en Pandora Épica por donde se la mire Me imagino lo que muchos estarán pensando; una película con un gran despliegue visual pero con un guión básico y predecible es una buena forma de describir a boñigas como 2012 o Transformers 2, que acá hemos vapuleado en repetidas ocasiones. ¿Por qué este caso debería ser diferente? Dos palabras: James Cameron. La forma en que este señor nos cuenta esta historia, nos muestra su mundo y nos lleva a lo largo de las más de dos horas y media de película es de una maestría impresionante. Este director en general suele tener guiones dentro de todo flojos, pero la tiene tan clara al momento de elegir que decir y que no, que mostrar y como mostrarlo, como manejar los ritmos, que la película se te pasa en un segundo. Hay escenas en las que tenemos a los Na’Vi, los soldados, los mechas, aviones, naves y aves gigantescas, todas luchando entre sí y sin embargo toda la acción es clara, a todo momento sabemos donde estamos parados y donde se encuentran ubicados los protagonistas. En cambio, a tipos como Michael Bay se les complica con 4 robots, algo que termina siendo una mezcla de hierros y óxido imposible de distinguir. Cameron logra deslumbrar a cada minuto que transcurre, no solo por el increíble despliegue visual que genera, sino por su habilidad para guiarnos dentro de este mundo. Queda en evidencia que es uno de los más grandes narradores que hay en la industria cinematográfica norteamericana, dando vida a un relato que no tiene un segundo de aburrido, ni una pizca de artificialidad, que invita a que creamos en todo lo que nos dice y que, por dos horas y media, volvamos a ser chicos y nos maravillemos con esta gran creación.
El primer día de 2010 se estrenaron en Argentina Avatar y Rosetta, dos films que representan dos modelos en pugna, de cuya batalla final resultará que el cine -ese arte del siglo XX- logre perdurar en el nuevo siglo, o bien deje definitivamente atrás lo que supo ser (un avatar esencial de la modernidad) para volver a sus orígenes como mero espectáculo de feria. Pues este Avatar (que algunos proponen como el futuro del cine, cuando -por el contrario- viene a acelerar su disolución) es una monumental maquinaria cuya laboriosa tecnología de última generación no solo desmiente su moraleja ecológica, sino que –antes bien- representa el triunfo de la lógica imperial que la carcome: su conquista global de las pantallas es en sí una omnímoda y ominosa visión del futuro, como lo fue La guerra de las galaxias a mediados de los ‘70. (Se podría decir que Avatar es a La guerra de las galaxias lo que la Segunda Guerra Mundial a la Primera: su inevitable secuela, pero a una escala de destrucción mayor.) Porque si el film de Lucas negaba su contenido contracultural a través de su infantilización formal, el de Cameron hace algo más que jibarizar el cine clásico: destruye la esencia misma de la imagen cinematográfica al desrealizarla mediante el 3D/digital. Pues el imperialismo global de Avatar y su colonización del cine no es sólo la negación de la “ecología” cinematográfica, sino que -a través de su artificial concepción formal- el cine mismo es despojado de su condición ontológica (como fantasmagórica exploración de lo real) para convertirse en pura negación de la realidad (a través del mundo feliz de la sociedad del espectáculo devenida en matrix). Rosetta es, por el contrario, la última obra maestra debida a la irreductible fe en el bazinismo (es decir, en la capacidad del cine para decir algo sobre el mundo): un cine que busca el despojamiento para acercarse al enigma de lo real (sin llegar nunca a totalizar una imagen de la realidad). El cine de los Dardenne, aun sin alcanzar la radicalidad de Costa) es uno de los ejemplos más notorios de esa persistente resistencia contra el paradigma posmoderno impuesto por cierto cine contemporáneo (en su omnipresente animación digital o en su contracara no menos conservadora: el eterno retorno al pasado, a través de un primitivismo trivial que reniega de la historia, del cine moderno. La sencilla resistencia de Rosetta se basa justamente en el viejo paradigma clásico revisado por el cine moderno (de Rossellini a Bresson), mientras que la invocación faci(li)sta de Avatar se hace en nombre del porvenir de una ilusión (cuyo evidente paradigma es el museificado clasicismo de los conservadores años ’80, destruido de plano en plano por la irrealidad digital). Cameron (con su megalomanía de iluminado que propone la redención a través de la inmolación, cual Jim Jones cinematográfico) es el definitivo terminator del cine. Pues si Rosetta basa su potencia en una relectura contemporánea de la tradición (base sobre la que descansa todo el proyecto del cine moderno, o el proyecto de la modernidad en el cine), Avatar desmiente su promesa revolucionaria con un imperialismo formal anclado en el pasado (el viejo MRI sometido ante las nuevas tecnologías digitales). Y es que tras la unión del nuevo universo digital (cuyas posibilidades destructivas ya han sido desarrolladas por Zemeckis) con el viejo 3D (cuya imposición viene fracasando desde los ’50, pero que ahora pretende formatear toda imagen), lo único que existe es la voluntad de consolidar la vieja visión del mundo basada en el eterno poderío redentor del sueño americano. (Si Titanic narraba el hundimiento del viejo mundo europeo y su reconversión en la épica americana -el renacimiento de una nación, digamos-, Avatar profetiza el fin del mundo y su redención a través de una utopía neoamericanista: como en 2012 y otras visiones apocalípticas del fin del mundo, la única salida parece ser más de lo mismo, disfrazado de idílica vuelta al origen…. Avatar es en ese sentido la realización de la mala conciencia del cine (como parte del proyecto inconcluso de la modernidad), representada ante todo en el género de ciencia ficción (que no en vano tuvo su época de oro en los ’50, en plena “guerra fría”): desde mediados del siglo pasado, el género tuvo un viraje fundamental, abandonando el espacio exterior (y la creación de mundos imaginarios) por la exploración del “espacio interior” (y la construcción de la subjetividad). No casualmente los únicos grandes escritores que ha dado el género -Bradbury, Ballard, Dick- fueron precisamente los que empezaron a interrogarse, antes que sobre la conquista del espacio (y las stars wars), sobre las fronteras de lo humano y lo social. Y si el cine y la ciencia ficción se unieron desde el inicio (basta recordar el Viaje a la luna de Melies), fue porque ambos expresaron la “pasión de lo real” que cimentó la modernidad: por eso un film como Matrix expresaba la opción entre “el desierto de lo real” y la “fábrica de sueños” que Avatar viene a actualizar (y que algunos críticos trasnochados festejan) como “fin de la historia” cinematográfica, el avatar final de esa aventura moderna llamada cine. Podríamos pensar este enfrentamiento final como la reactualización del primigenio agón entre Lumiere y Melies (entre la realidad y el sueño), pero –como ya demostró Godard- la relación entre ambos es mucho más complejo (ya que hay sueño en Lumiere y realismo en Melies…). De hecho, el mejor cine contemporáneo se basa precisamente en la puesta en crisis de esa diferencia (como podemos ver en el cine de Costa o Apichatpong), en tanto que pretende superarla. Mientras que el poder (del mainstream, establishment, o como quieran llamarle a esa innegable suma de fuerzas) propone un nuevo paradigma (cuyo relativismo total apunta a la pura negación de todo lo que se le pueda oponer), y que en el caso del cine va más allá de una mera reactualización de una imagen vicaria, para convertirse en un verdadero anonadamiento. Si el 3D fracasó históricamente fue porque esa innovación no se asimila a la búsqueda de mímesis del arte occidental: el cine puede prescindir de él porque no tiene nada que ver con la humana percepción de la realidad, mucho más cercana a la “falsa” profundidad de campo de la pantalla de dos dimensiones (el cine es “tuerto”, y por eso mismo humano: no puede compensar sus faltas, mucho menos con efectos lisérgicos). Pero esa batalla ya no es meramente económica (devolver espectadores a las salas frente a la competencia de la TV e Internet), sino política (dar “liquidez” –en todo sentido- al sistema de creencias): con la ampliación de la “sociedad de la imagen” a una escala nunca vista (gracias a la proliferación de pantallas personales en la era digital) el campo de batalla pasa a ser la construcción de subjetividades afines al flujo posmoderno (de imágenes-bienes que fetichizan el incesante y “eterno” movimiento del capital), en una etapa signada por una crisis de hegemonía del pensamiento único. En ese contexto (como en los tiempos de la contrarreforma), el dominio de las imágenes vuelve a ser esencial para disciplinar (mediante el goce extático de un nuevo opio de los pueblos). Si el cine construyó su clasicismo en un período en el cual el paradigma mismo de la modernidad estaba en lucha (al menos hasta la victoria del “realismo”, tanto en la URSS como en los EEUU, tras la primera gran crisis mundial de la década del ‘30), hoy asistimos al intento final de reducir lo que fue un medio de conocimiento (el cine como parte esencial de la modernidad) a un ingenuo juego en un megaparque de diversiones que nos promete (gracias a la nueva matrix del complejo industrial-cultural) la inserción en un mundo de sensaciones creado ya no sólo para el “adormecimiento de conciencias” (bajo el utopismo de la virtualidad y la corrección política) sino para la destrucción simbólica de cualquier otro “futuro” posible (más acá y más allá de la pantalla). Es por eso que frente a estos virtuales Goliats (que no dejarán de inundarnos), un pequeño gran film como Rosetta representa la resistencia del cine y el cine de la resistencia (cuya sola existencia, por minoritaria que sea, representa una esperanza). Porque lo que se juega es mucho más que el incierto futuro de ese arte del siglo XX: es la ontología de la imagen cinematográfica, y su capacidad para proponer otra visión del mundo (que no pretenda suplir o condonar la realidad, sino cambiarla).