En una entrevista concedida para el diario del Festival, el director francés Oliver Assayas, invitado al evento donde se proyectan algunos de sus filmes, expresa lo siguiente: “Estoy muy aburrido del indie rock, no tenés ni idea. Se ha convertido en muzak. Está en todas las películas. En la película más estúpida tenés alguna banda de moda para darle brillo indie.” Podría decirse que Moonlight brilla por su espíritu indie y que algo de lo que se ve está impregnado con algunos signos viciados que marca Assayas, sin embargo, eso no quita que contenga puntos interesantes. Para expresarlo concretamente, se trata de una historia fuerte que tiene como protagonista a un joven afroamericano inmerso en un duro contexto tanto familiar como social. Dividida en tres partes según va creciendo, el filme explora las dificultades para desarrollar su identidad sexual y vencer los obstáculos de una vida hostil. Hay un equilibrio logrado entre ciertos mecanismos reparadores propios del cine mainstream y una potencia visual y emotiva que no necesariamente cae en los lugares comunes. Un ejemplo de cine indie digerible (y no es un reproche necesariamente sino un estado de la cuestión, en todo caso, que atraviesa gran parte de lo que vemos en las competencias de los festivales y hace posible que el público no se divorcie de las pantallas). El marco genérico que adopta Jenkins es el de los relatos de aprendizaje y para ello conjuga dos niveles muy bien ensamblados: el social (las arduas condiciones de vida de un niño al que le toca vivir en la hostilidad tanto escolar como familiar) y el privado (su identidad sexual, el hecho de tener que lidiar con aceptar ser gay en un contexto denigrante). Lo que singulariza la mirada del director es su acercamiento poético, envolvente, donde los hechos no son atrapados por una rigurosa cronología. Se trata más bien de tres momentos en la vida de un personaje narrados con elipsis inteligentes y subtramas que se resuelven sin perder de vista al protagonista y a su cerrado universo emocional. Chirón se llama y le dicen “pequeño”. En medio de una persecución en la que huye de tres compañeros del colegio, refugiado en un antro de adictos conoce un dealer que lo adopta prácticamente. De ese modo, el niño alterna entre su fatídico hogar cuya madre es drogadicta y el cariño de Juan, su protector. Claro está nada será fácil ni la bondad llega para quedarse cuando la vida es particularmente dura y entonces Jenkins deja traslucir ciertas tesis sociológica fundada en la repetición cuando aborda la adultez del protagonista, sin embargo, guarda su mejor carta en una secuencia final, íntima y conmovedora. Pese a los subrayados emocionales y a esa música indie que remarcáramos en el comienzo de esta reseña, Moonlight es un acto de amor con tintes autobiográficos, consagrado a un personaje sin la urgencia de arrojarlo al pantano de las miserias para siempre. Por Guillermo Colantonio @guillermocolant
Blackboyhood Moonlight (2016) es un film constituido por tres segmentos temporales dentro de la vida de un joven afroamericano, en los que el propio director (Jenkins) suma vivencias propias fundidas con la base autobiográfica de la obra del autor, McCraney. La película retrata la vida de Little. Primero, parte de su niñez, regida por una disfunción familiar causada por la ausencia de un padre y la ¿presencia? de una madre adicta al crack. En una de sus escapadas, encuentra refugio en la casa de un extraño vendedor de drogas. Al empatizar con él, lo asiste amablemente. Por medio de una placa que determina un corte, accedemos a una nueva etapa sobre Little, ahora con nombre propio (Chiron), de la que poco intuimos, y tras la que ha transcurrido una equis cantidad de años. A modo de Boyhood (2014), pero sin la osadía de contar con un mismo actor protagónico, se va conformando el perfil personal de un ya adolescente frente al recuerdo de su conflictiva infancia. Y en esta nueva etapa se suman secuelas de bullying escolar, maltrato físico y psicológico, junto a un comienzo de determinación de inclinación sexual. La vida de Chiron se rige por la ausencia de cariño, su imposibilidad para socializar y la pérdida de la imagen paternal suplente que lo marcó en el primer segmento. Nueva placa y segmento, con un Chirón ya adulto -de quien tardamos unos segundos en reconocer por su estado físico y temporalidad- se parte hacia otras características del personaje en esta etapa; una muestra del resultado de las dos variables anteriores, y a partir de las que se va cerrando la personalidad y las cicatrices del pasado. Aquí es cuando Jenkins engloba axiomas de los que no deja en claro su posición acerca de cierta resolución, ni por qué en el film -situado en la ciudad de Miami- no aparece una sola persona caucásica, o hasta el atisbo de si una elección sexual está apoyada erróneamente en una incapacidad. La segmentación como estructura narrativa en el film es prolija, simétrica, y eso establece una coherencia tal que nos da pase libre para entrar de lleno en el recorrido que propone Moonlight. Sin incluir golpes bajos en semejante historia, el film se perfila para ser uno de los más importantes en lo que atañe a este año.
El exilio interior Los diferentes aspectos de la soledad y la edificación de un mundo íntimo propio son los dos ejes de Luz de luna (2016), una propuesta brillante que traza una serie de puntos en común entre la familia, el barrio, el colegio y ese amor arrastrado a lo largo del tiempo… La segunda película de Barry Jenkins luego de su ya lejano debut, la correcta Remedio para Melancólicos (Medicine for Melancholy, 2008), supone un progreso enorme en términos narrativos y en lo que atañe al enfoque macro de su obra: Luz de Luna (Moonlight, 2016) es una rareza para los estándares del cine norteamericano actual porque recupera en parte la entonación del indie de las décadas de los 80 y 90 y hasta se permite alguna que otra referencia -en el campo espiritual, si se quiere- a la Nouvelle Vague. Estamos ante un film bellísimo que analiza la maduración psicológica/ de género de un joven afroamericano que vive en los suburbios pobres de Miami, en donde de manera directa o indirecta debe lidiar con la drogodependencia, el maltrato en el colegio, el abandono familiar y las crisis propias de las distintas etapas que conforman el proceso de construcción de la identidad particular. Dividido en tres capítulos intitulados “Little”, “Chiron” y “Black” respectivamente, según los dos seudónimos y el nombre del protagonista principal, el relato nos ofrece la niñez, adolescencia y adultez de Chiron (interpretado por Alex R. Hibbert, Ashton Sanders y Trevante Rhodes), quien convive con su madre abusiva y adicta al crack Paula (Naomie Harris). La historia comienza cuando Juan (Mahershala Ali), un traficante de drogas, lo descubre escondido en una casa deshabitada luego de ser perseguido por un grupo de compañeros de escuela. Frente al mutismo del pequeño, el hombre lo lleva a su hogar, le da de comer y le presenta a su novia Teresa (Janelle Monáe), lo que de inmediato se convierte en el preludio de una amistad entre Chiron y la pareja. Otro cable a tierra es Kevin (Jaden Piner, Jharrel Jerome y André Holland), su único contacto concreto con alguien de su edad. En todo momento el opus de Jenkins juega a la par con las tribulaciones de la comunidad de Miami y la alienación del protagonista, haciendo que ambos territorios se crucen y se retroalimenten en función del progreso de la trama. El laconismo de Chiron y su pasividad durante buena parte del metraje calzan perfecto con los acentos poéticos que el realizador suele insertar en determinados puntos del desarrollo, redondeando personajes de una generosa humanidad gracias a -precisamente- sus paradojas (tanto Juan como Paula nunca merecen una condena absoluta porque muchas de sus actitudes dejan entrever una búsqueda constante de redención y amor). Este es quizás el gran dualismo detrás de la faena: por un lado tenemos el arrepentimiento de todos los personajes que rodean a Chiron y por el otro la falta de realización como individuo del muchacho, siempre al borde del colapso rotundo. Hay que concederle a Jenkins el mérito que le corresponde porque el cineasta consigue aunar influencias tan disímiles como la nostalgia etérea de Wong Kar-Wai, las epopeyas de reconciliación del Pedro Almodóvar más maduro y hasta esos retratos totalizadores de los ghettos del comienzo de la carrera de Spike Lee. La dinámica general de los vínculos es francamente exquisita ya que aquí prima la interrelación entre seres heterogéneos con una enorme riqueza emocional, en consonancia con una dirección de actores que obtiene un desempeño excelente por parte de todo el elenco. La verdad cassavetiana a la que aspira Luz de Luna difumina la condición de “negro pobre” de Chiron y su inclinación hacia la homosexualidad, apostando en cambio por un naturalismo de trasfondo universal que pretende poner en el centro de la escena a las inquietudes y cuentas pendientes afectivas. Ahora bien, los únicos detalles flojos del guión del director, a partir de una historia original de Tarell Alvin McCraney, se dan con motivo del atropello escolar, el cual apela a algunos estereotipos de la reestructuración de personajes vía bullying (en especial el caso del amigo que se transforma en abusador por las presiones de la coyuntura social). A diferencia de casi todo el cine contemporáneo, la violencia en esta oportunidad aparece mayormente solapada y reconvertida en angustia interior, una suerte de exilio del mundo a través del encierro anímico en uno mismo. La fotografía de James Laxton y la música de Nicholas Britell -ambas construidas con retazos, superposiciones y un apego minucioso hacia la intimidad- son los comodines que utiliza Jenkins para apuntalar un trabajo extraordinario que nos ayuda a entender la complejidad del derrotero formativo de nuestra idiosincrasia…
Mejor Película Dramática. Moonlight participó de la Competencia Oficial del 31º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata el año pasado. Sorprendentemente solo Mahershala Alí se llevó un premio a mejor actor, de un personaje que aparece en menos de la mitad de la película. En la 74º edición de los Globos de Oro, los premios que entrega al cine y la televisión la Asociación de Prensa Extranjera en Hollywood, Moonlight fue elegida mejor película dramática. Su director Berry Jenkins ha declarado que no hay una sola escena de la película que no haya vivido tanto él como su guionista Tarell Alvin McCraney. En su momento, a raíz del festival, publicábamos el siguiente artículo: “Es un gran plano secuencia. Juan (Mahershala Alí), un afroamericano pandillero baja de su excéntrico auto para controlar la venta de uno de sus empleados. Ahora la cámara no para de girar en torno a ellos. Parece empezar una nueva versión del GTA sino fuera por las actuaciones, nuestros personajes son reales, y por el hábil despliegue, ya que al girar se va alternando el foco a cada personaje. Sutilmente, muy lejos, fuera de foco, vemos pasar otro afroamericano en cuero y con jeans. El dealer empleado grita “¡Sí, agárrenlo!”. Ya estamos en el bajo mundo: negros, drogas y armas. Pero en realidad esta película no es sobre Juan, se trata de Chiron. Y no es una película de pandilleros, es una de amor. Chiron es un niño discriminado. Es tímido y sus compañeros de escuela le gritan “maricón”. Salvo uno, que lo incita a pelear para que Chiron demuestre su valentía. Pero empieza la pelea y los planos se hacen densos, el clima también; algo ha sucedido. Ya adolescente Chiron y su amigo tienen un hermoso encuentro sexual, pero fugaz. Los años pasan, ahora Chiron es lo que debía ser, se ha convertido en Juan, un traficante. Pero nunca dejará de pensar en ese encuentro. No es que el amor sea más fuerte dice Moonlight, sino que, el deseo es inquebrantable, a pesar de que tu madre sea adicta al crack, tu protector sea un dealer macho y pandillero, el deseo no se acobarda, no puede elegir acobardarse. El amor no gana, sino que nos gana el deseo.”
Una luz que te ilumina Luz de luna (2016), en la Competencia Internacional del 31 Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, transita un relato pleno en emociones; construido con honestidad brutal pero sin subrayados. A partir de una pieza teatral escrita por Tarel McCraney, el realizador Barry Jenkins (responsable de Medicine for Melancholy, película que compitió en Mar del Plata hace ocho años) realizó un film que en otras manos hubiera podido significar un dramón de trazo grueso. Tanto McCraney como él vivieron a pocas cuadras de distancia y asistieron a la misma escuela, y sus respectivas madres fueron drogadictas. Curiosamente, según sostiene Jenkins en el catálogo del Festival, nunca se conocieron. Esas experiencias de vida son transmitidas en la obra y en la película. El resultado es subyugante. Luz de luna explora el microcosmos de un Estados Unidos negro (casi no se ven personas blancas en toda la película), sumido en la violencia y en el contacto diario con las drogas. También se mete en el mundo del bullying, la vinculación con la identidad homosexual, y la imposibilidad (o no) de forjar un destino que supere esa dura cotidianidad. Si la película aborda todos esos temas sin caer en el reduccionismo, es porque se concentra en el territorio emocional. Dividida a tres partes, cada una de ellas se focaliza en distintas etapas de la vida de Chiron, hijo de una madre soltera adicta que sufre de las burlas de varios compañeros violentos. “Maricón”, suelen decirle. Escapando de ellos llega a una casa abandonada en donde es encontrado por un dealer que, de alguna forma, ocupará un rol paterno hasta aquel momento ausente. Jenkins no sólo demuestra tener una sensibilidad descomunal para abordar el drama interno del personaje principal (que, por otra parte, se caracteriza por hablar poco y nada); también conduce con solvencia a sus actores. Para el tipo de material con el que trabaja, la forma de graficar la violencia es “medida”, pero no por eso menos contundente. Por otra parte, la fotografía de su película cumple un rol esencial; trabaja con las tonalidades y el fuera de foco de una forma magistral, y evidencia una notable funcionalidad para retratar la curva emocional de los personajes. No sería inexacto equiparar la función de la luz y el encuadre de este film con el de Con ánimo de amar (2000, Wong Kar-wai), otra radiografía emocional del dolor, la memoria, y –claro- el amor. Con este segundo largometraje, Jenkins se consolida como un realizador a tener en cuenta. Luz de luna demuestra tener una solidez y una identidad sobresaliente en el actual panorama cinematográfico de su país. Habrá, entonces, que seguirle los pasos.
Las reglas de la abuela Al igual que en el extraordinario film Boyhood (2014) de Richard Linklater, el realizador norteamericano Barry Jenkins traza en su segunda película los vaivenes de la construcción de una identidad como una alegoría sobre las etapas de la vida de un hombre a través de encuentros significativos, traumas infantiles y estímulos sociales que lo rodean. A partir de un drama teatral del joven dramaturgo norteamericano Tarell Alvin McCraney, In Moonlight Black Boys Look Blue, Jenkins realiza su adaptación cinematográfica mezclando crudeza y calidez, en una combinación que busca en la trayectoria de una vida los momentos que definen la personalidad. El film recorre la vida de Chiron, un joven afroamericano, desde su niñez hasta su vida adulta, pasando por su adolescencia junto a su amigo Kevin, su madre Paula, y la amistad y los cuidados de un traficante de drogas y su novia, que se encariñan con el chico. A medida que el tiempo pasa y los parámetros sociales se van repitiendo, los atropellos que Chiron sufre en su infancia se transforman en abuso violento durante la adolescencia y del miedo surge la furia que lo transformará en adulto. La primera parte muestra al niño buscando escapar de la bipolaridad de su madre, una adicta que lo maltrata cuando consume drogas. En medio de la tragedia familiar, conoce a Juan, un traficante que se encariña con él y lo cría como si fuera su hijo. Durante su adolescencia, Chiron es tomado como débil y acosado por varios jóvenes de su escuela que se aprovechan de su talante taciturno y pacifico. Ya convertido en un traficante, se reencuentra con Kevin, su mejor amigo desde la niñez, con el que tuvo un encuentro homosexual años atrás. En medio de los atropellos, el cariño y la ternura de los recuerdos serán lo único que logre traspasar la corteza traumática que lo ha convertido en lo que es. Jenkins trabaja alrededor de la marginalidad de una comunidad afroamericana y su relación con el abuso de drogas duras para crear una obra sobre la relación entre los adictos, los vendedores y las víctimas de un círculo infinito de pobreza y violencia. En este contexto se dan encuentro el machismo exacerbado de la cultura de la droga, con la introducción del componente homosexual, que funciona como una ruptura que contrasta la candidez de la relación con la brutalidad que la rodea. Las actuaciones extraordinarias de todo el elenco son maravillosas. Mahershala Ali, Trevante Rhodes, Alex R. Hibbert, André Holland, Janelle Monáe, Naomie Harris, Jaden Piner, Ashton Sanders y Jharrel Jerome convierten cada personaje en un protagonista inolvidable de una historia prohibida en tres capítulos que se desarrolla con una soltura impecable. De esta manera, Luz de Luna (Moonlight, 2016) arremete con primeros planos que interpelan al espectador a través de gestos sutiles, silencios significativos y discursos lacónicos, que crean una atmosfera de penurias hereditarias que se acumulan como sedimentos que el mar no puede horadar. La crudeza de la vida emerge con un ímpetu ligero y grácil en un film de autodescubrimiento que conmueve a partir de descolocar la mirada para redirigirla de la violencia hacía la calidez de un cariño amoroso fatuo, tal vez la única válvula de escape de un mundo desgarrador.
Una exquisita película que no podés dejar de ver . Lo que cuenta es sencillo, pero tan real y tan sentido, que logra que ese chico que va creciendo delante de nuestros ojos durante toda la proyección se perciba más como...
Por más que estemos en el año 2017, hay algunas temáticas que siguen siendo... delicadas, polémicas. No avanzamos tanto en materia de tolerancia y aceptación como deberíamos haber hecho. Y si bien las minorías están cada vez más integradas, la brecha sigue existiendo. Este es el hilo conductor de Moonlight: tres episodios de la vida de Chiron, signados no solo por su pertenencia racial, sino también por su homosexualidad. Luz de luna, la película dirigida por Barry Jenkins (que acumula varios premios importantes, como ser el Golden Globe a Mejor Película Dramática), cuenta tres episodios bien delimitados que se desarrollan en un barrio pobre de Miami (alejado del color y el libertinaje del "¡Maeameeee!" del Comandante). Arrancando en los años '80s, Chiron es apodado "Little" (Alex Hibbert), y no solo es dejado de lado por su madre que desarrolla una adicción al crack, sino que también es víctima de bullying por parte de sus compañeros. En este entorno ingresa en su vida Juan (Mahershala Ali), un traficante de drogas que se erige como figura paterna, y a quien plantea sus principales dudas sobre la homosexualidad; la frase "Y... ¿cómo sé si soy homosexual?" es parte de un diálogo que te pone la piel de gallina. En la secundaria ya lo llaman Chiron (Ashton Sanders), mientras sigue sufriendo del acoso de sus pares y un grado de violencia cada vez más grande por parte de su madre, ya completamente fuera de control. Y, es en este contexto, donde tiene una primera y breve experiencia homosexual. Pero a pesar de todo lo que sufre, cuando finalmente decide defenderse de los abusos, quien termina en prisión es él. Ya de adulto es Black (Trevante Rhodes), un gigantón musculoso con fundas de oro en los dientes. Estas fundas, justamente, pueden tomarse como metáfora de la coraza de rudeza detrás de la que esconde su introspección y su sensibilidad. La película está narrada lentamente, marcada por el ritmo interno de los distintos procesos de comprensión, sufrimiento y aceptación por los que va pasando el personaje. La iluminación de cada secuencia refuerza fuertemente cada sensación interna, siendo mayormente atmósferas nostálgicas, apesadumbradas. Es muy sencillo identificarse con un héroe, con un personaje que a priori refleje de alguna manera lo que quisiéramos ser. Sin embargo, es el minucioso trabajo que hace Jenkins al describir cada estadio de la vida del protagonista lo que logra que, aunque seamos diametralmente opuestos a Chiron, nos veamos invadidos por sus miedos, sus inquietudes y sus dolores como si fueran propios. Lo importante de la película no pasa por los hechos, sino que los hechos están elegidos y contados en función a la construcción de la identidad de Chiron; una identidad propia, humana, real, alejada de cualquier estereotipo y golpe bajo. VEREDICTO: 9.0 - IMPECABLE Por momentos cruda, realista y poética, Moonlight se transforma en un preciso relato social de un sector prácticamente olvidado por el cine. Respetuosa y alejada de cualquier golpe bajo o sensacionalismo, es sin lugar a dudas uno de los mejores films del año. Aunque recién estemos en Enero, sí.
Mar del Plata 2016: casas, fantasmas, fugas y rebeldías. Moonlight (Barry Jenkins) es un drama parcialmente autobiográfico, con un pibe que crece sufriendo humillaciones de sus amigos, problemas familiares e indefinición sexual. Con actuaciones medidas, miradas cargadas de preguntas, escenas tensas e interferencias musicales que suman fuerza emotiva (hasta Caetano Veloso asoma por ahí), el film avanza manipulando a sus personajes (¿por qué el protagonista no encuentra ayuda en casi nadie? ¿se justifica la venganza violenta como el único camino?). El actor estadounidense Mahershala Alí, conocido sobre todo por sus trabajos en TV, mereció el Premio a Mejor Actor.
Barry Jenkins es un artista. Narra la historia de “Luz de Luna” con imágenes bellas, que contrastan con la dolorosa historia de su protagonista, una persona que ha debido luchar contra sus fantasmas, los ajenos y pararse frente a la vida sin poder detenerse a pensar realmente qué es lo que quería hacer para sí mismo. Profundo y sentido tríptico sobre la identidad, el amor, el dolor, el desapego, la resilencia, “Luz de Luna” supera prejuicios a fuerza de pasión por la historia que cuenta sin eufemismos, golpes bajos ni lugares comunes. Historia sentida sobre un hombre, su pasado, su presente y su futuro para reflexionar y repensar.
Luz De Luna: Encontrarse con uno mismo. Moonlight es la nueva película del director Barry Jenkins (The High Five) nominada a seis Globos de Oro y premiada a Mejor Película Dramática, . Basada en el libro In Moonlight Black Boys Look Blue del escritor Tarell Alvin McCraney. Además se consagró como ganadora de cinco categorías en los Dorian Awars (premios otorgados por la GALECA (The Gay and Lesbian Entertaiment Critics ) ¡También nominada a los Oscar! En ocho ternas incluida a Mejor Película y Mejor Director. Pero vamos a lo importante… Crecer para Chiron no es fácil. Vivir en Miami, tener compañeros que le hacen bullying, una madre drogadicta -interpretada por Naomi Harris, nominada como Mejor Actriz de Reparto en los premios Oscar- y un padre ausente, hacen que este film brille por su delicadeza y esencia. Naomi Harris se destaca por su papel de ser la “mochila” constante que lleva Chiron y que en un punto no se quiere convertir. Esta historia está dividida en tres partes (como se puede ver en el póster), sólo tres momentos que juegan un rol importante en la vida de Chiron. Su infancia, adolescencia y madurez. Cada una interpretada por diferentes actores: Alex Hibbert, Ashton Sanders y Trevante Rodas. En la infancia del personaje, descubrimos quien es, un niño indefenso que convive con problemas de adultos. Conoce de casualidad a Juan (Mahershala Ali) , nominado a Mejor Actor en los premios Oscars. De apoco empieza a encajar en la familia de él y a verlo como un padre. Juan se vuelve muy importante ante Chiron, pero sin idealizar, ya que de apoco se va dando cuenta qué tipo de trabajo hace Juan para ganar dinero. Durante su adolescencia (la parte más difícil para él) se plasma el despertar sexual, sus dudas, la presión de cuidar a su madre y de no poder hacer nada por ella . El protagonista descubre quién es, pero no se anima a aceptarse. Siendo burla de otros, acosado, golpeado, Chiron es fuerte. En la madurez, Chiron no es más que un reflejo de Juan. Se convirtió en un dealer, tiene dinero y apariencia. Pero todavía no sabe lo que quiere hacer con su vida. Luz de Luna es un gran film que explora de manera delicada el despertar sexual de un niño afroamericano. “A la luz de la luna los niños se ven azules”, Durante sus 111 minutos se puede sentir, de manera muy real, cada momento por lo que pasa el protagonista. Para los que no son de ver dramas porque temen que sean aburridos, Luz de Luna no tiene nada de eso. La historia precisa acapara los momentos más importantes de una persona y los transfiere a la pantalla de una manera real.
Mi nombre es lo único que tengo Hay muchas maneras de encarar un relato iniciático, muchas otras de tomar una obra de teatro y traducirla a un lenguaje cinematográfico lo suficientemente fuerte para no traicionar la esencia del original. Luz de luna no es una película original en cuanto a la temática abordada pero resulta atractiva en términos cinematográficos. A la mezcla catártica del propio director Barry Jenkins le sirve de plataforma la obra teatral In Moonlight Black Boys Look Blue, de Tarell Alvin McCraney para encontrar en la estructura del corte por etapas la buena predisposición de la historia para el desarrollo dramático. Así las cosas, a la inocencia interrumpida del protagonista Little (Alex Hilbert) en un apartado que es un combo de disfuncionalidad con infancia problemática se le adosa la madurez de Chiron (Ashton Sanders), en un contexto de supervivencia y búsqueda de la identidad en dos rumbos paralelos, la identidad constitutiva y la sexual. El ritmo pausado al servicio de la gestualidad no ampulosa de un elenco ajustado, una puesta en escena prolija y la excelente fotografía de James Laxton le aportan a Luz de luna plasticidad en contraste con la sequedad de ciertas acciones y la violencia a nivel dramático en otras. Sin embargo, el realizador no sacude el encuadre ni cae en lo frenético para dejarse llevar por un relato que sabe manejar los tiempos muertos y es sumamente generoso con la performance de sus actores.
Rompiendo con el arquetipo de personaje afroamericano que el cine comercial nos tiene acostumbrados, muñido de buenas actuaciones y una gran fotografía, "Luz de luna" narra con sutileza y sensibilidad el paso desde la infancia hasta la adultez de un niño combinando momentos crudos y realistas, reflejo directo de una situación social determinada, con momentos casi poéticos. El nuevo film del director Barry Jenkins, ganador del premio a Mejor película Dramática en los recientemente entregados Globos de Oro, y que formó parte de la Competencia Oficial del ultimo Festival Internacional de Cine de Mar del Plata llevándose el premio a Mejor Actor por Mahershala Ali, es una adaptación de la obra de teatro de Tarell Alvin McCraney "In Moonlight Black Boys Look Blue" -cuyo título hace referencia a un dicho que afirma que los chicos negros parecen azules bajo la luz de la luna- y se estructura alrededor de tres momentos clave en la vida de un protagonista afroamericano desde su infancia hasta la adultez. La infancia de un pequeño y retraído Chiron -gran interpretación de Alex R. Hibbert, un niño cuya mirada y gestualidad transmiten todo-, que padece a una madre -Naomie Harris- adicta al crack y es víctima del bullying de sus compañeros, e irónicamente encuentra amistad y contención familiar en un amable traficante interpretado por Mahershala Ali -House of Cards- y su novia Teresa -la cantante Janelle Monae-. Ya en la adolescencia, Chiron -interpretado por Ashton Sanders- sigue sufriendo el acoso escolar y continua descubriendo su propia identidad y despertar sexual, silenciada en parte por el duro contexto social en el que se va criando. En el tramo final, Chiron -Trevante Rhodes- ha cambiado su físico y no solo adopta el apodo Black, sino también el estilo y la forma de ganarse la vida de su salvador en la infancia, aunque su interior no es menos confuso ni retraído, sobre todo, cuando vuelve a encontrarse con su antiguo amor. Luz de luna combina momentos crudos y realistas, reflejo directo de una situación social determinada, con momentos casi poéticos sobre lo que este personaje vive y debe enfrentar. La película supone una ruptura con el arquetipo de personaje afroamericano que solemos ver en el cine y no se enfoca en el problema racial, sino en temas como el reconocimiento de la homosexualidad en un entorno conflictivo, el acoso escolar y las familias rotas por las drogas, pero fundamentalmente en como cada individuo, a pesar de su pasado, puede elegir forjarse por caminos diferentes o repetirlo. El sutil y sensible tratamiento de las relaciones amorosas, con diálogos precisos y un reparto de uniforme solvencia -sobre todo la gran interpretación del pequeño Alex R. Hibbert-, hacen de Luz de luna un film interesante y emotivo que, tal vez, hacia el final extiende demasiado su resolución, y al que las ultimas tendencias lo ubican como uno de los títulos más fuertes para recibir varias nominaciones en los próximos premios Oscar.
Luna roja, sobre el mar negro. Moonlight nos presenta a Chiron, un nene con problemas para relacionarse en un difícil barrio de Miami. Por esas cosas de la vida se cruza en el camino de Juan (Mahershala Ali), un cubano exiliado quien oficiará de padre sustituto, mientras el pequeño aprende a hacerle frente a las adversidades. La cinta está dividida en tres capítulos, los cuales cuentan tres etapas de la vida de Chiron: niñez (Little), adolescencia (Chiron) y adultez (Black). En cada uno de ellos, Chiron está interpretado de gran forma por Alex Hibbert, Ashton Sanders y Trevante Rhodes respectivamente. Los movimientos de cámara y planos cortos hacen que nos compenetremos de forma directa con Chiron, por lo que la cinta se convierte en un retrato íntimo de la transformación de un pequeño con problemas de integración a un adulto que, a pesar del paso del tiempo, sigue buscando su lugar en el mundo. A pesar de que el metraje de Moonlight ronda las dos horas, su duración no se siente en absoluto. La gran dirección a cargo de Jenkins nos permite involucrarnos con el protagonista, sumergiéndonos en la historia apenas transcurridos los primeros compases del primer acto. Sin embargo, a pesar de la brillantez de los dos primeros capítulos, el tercero -el cual narra la adultez de Chiron- se siente un poco estirado, dejando la sensación de que le sobran algunos minutos, prolongados con escenas bastante superfluas. Si bien no deja de ser interesante, carece de fuste comparado con los dos primeros capítulos de esta historia. Conclusión: Moonlight, es sin lugar a dudas una de las propuestas dramáticas más interesantes en lo que va del año. Una historia narrada de forma magistral, brillantes actuaciones, planos y movimientos de cámara que exprimen al máximo el drama -y no drama- del relato. La decisión de haberla elegido como apertura de la Competencia Internacional fue acertada y es una gran candidata en su categoría. Totalmente recomendable.
Luz de Luna: Crecer y desarrollarse. Barry Jenkins nos acerca en su segunda película una fuerte historia, la cual, según palabras del mismo autor, resulta ser autobiográfica. El film obtuvo ocho nominaciones a los Oscars y es el gran competidor de La La Land en la próxima entrega de premios de la Academia de Hollywood. Poética y conmovedora, Moonlight o Luz de luna nos muestra las penurias y adversidades que transforman a los individuos de clase baja en el primer mundo: Chiron es un joven afroamericano con una difícil infancia, adolescencia y madurez que crece en una zona conflictiva de Miami. El chico es víctima del bullying que luego se relaciona directamente con su despertar sexual. La película se divide en tres partes donde podemos ver la niñez, la adolescencia y la llegada a la adultez del personaje. A medida que pasan los años, el joven se descubre a sí mismo y encuentra el amor en lugares inesperados. Al mismo tiempo, tiene que hacer frente a la incomprensión de su familia y a la violencia de los chicos del barrio. Jenkins relata con un increíble manejo de la cámara, utilizando planos que resultan ser realmente artísticos, cargados de subjetividad, poesía y emotividad. Algunos de los mejores momentos del film se dan cuando Chiron comienza a entablar una relación con Juan (Mahershala Ali), un vendedor de drogas, que empatiza con la situación que rodea al chico y ocupa el lugar de una figura “paterna”. Ali tiene una participación corta en pantalla pero su trabajo fue tan fuerte y fundamental que probablemente le valga el Oscar a Mejor Actor de Reparto. Nos encontramos con una propuesta brillante que aborda diversos temas como la violencia, las drogas, los problemas familiares, el amor, el autodescubrimiento, el bullying, sin caer en el sensacionalismo ni el golpe bajo. Moonlight es un drama que toca varios temas sensibles, pero logra narrarlos con maestría. Con su estructura narrativa segmentada, el film consigue narrar distintos períodos de la vida del personaje principal de forma prolija y proporcionada, logrando una excelente coherencia y cohesión de los sucesos desarrollados. Un film que se perfila como para ser uno de los relatos más trascendentes y emotivos del año.
Mirada sobre la maduración Escrita y dirigida por Barry Jenkins, Moonlight está basada en la obra teatral autobiográfica "In Moonlight Black Boys Look Blue", de Tarell Alvin McCraney y cuenta la vida de un pequeño niño afroamericano en las afueras de Miami. En esta película nos encontramos con una construcción de personajes que parece el cine haberse olvidado hace un buen tiempo. Es sutil, paciente. No se toma prisa para transmitir esas angustias que sufre el personaje. Como en la película de Richard Linklater, cuenta el crecimiento de un joven desde la infancia hasta la madurez. Pero las similitudes llegan hasta ahí, porque Moonlight es un drama lírico sobre el reconocimiento de la homosexualidad en un entorno por demás conflictivo. El film se divide en tres capítulos: “Little”, #Chiron” y “Black”. El primero y el último son apodos y el del medio es el nombre del niño, a quienes pocos lo llaman de esa forma y es quien le da su identidad. Chiron vive en un mundo propio contaminado por el bulling de sus compañeros en la escuela y su madre drogadicta. Las imágenes fuertes y llenas de crudeza no se hacen esperar para introducirnos en la historia. Alex Hibbert es quien personifica de forma magistral a este niño, inocente, encerrado en su propia cabeza sin saber mucho hacia dónde ir. Ashton Sanders es Chiron en su adolescencia, quien transita por los cambios hormonales y comienza la búsqueda de su sexualidad. Y por último tenemos a Trevante Rhodes, quien pasados los treinta años ya tiene claras sus definiciones. Entre los personajes secundarios que mejor saben llevar sus roles no se puede dejar de mencionar a los femeninos, donde encontramos a Janelle Monáe como Teresa y Naomie Harris como Paula, su madre. Moonlight es una película pequeña que escapa a los estereotipos que vemos usualmente en pantalla. Es un drama duro en donde la cámara mira continuamente al personaje sin desprenderse de él, y sufre junto a él en los momentos en los cuales Chiron soporta las situaciones más terribles y sin desesperar pone la otra mejilla. Son esos momentos donde es notoria la sensibilidad del director, quien curiosamente creció a 100 metros de lugar donde transcurre su película, y vivió en carne propia mucho de lo que vemos en ella. Será por eso que nunca cae en los golpes bajos y respeta a sus personajes. Moonlight es una de las gratas sorpresas del año. Un retrato intimista de una vida que no tiene nada de extraordinario pero nos enseña la importancia de la niñez para formar nuestra adolescencia y adultez.
El director y guionista Barry Jenkins tenía un solo largometraje en su haber y muchos años de experiencia que le dieron forma a esta nueva historia basada en algunos aspectos de su propia vida, problemas y situaciones que tuvo que atravesar, tanto él como su coguionista Tarell McCraney, en los barrios menos privilegiados de Miami, donde se crió. Este es el mismo entorno con el que lidia Chiron (apodado “Little” por su contextura enclenque), un pequeñito afroamericano, habitante de los barrios más marginados de Florida, donde la criminalidad está a la orden del día. El director decide relatar tres etapas fundamentales de la vida de su personaje, desde la niñez hasta la adultez, tocando temas como el abandono, la falta de una figura paterna, el bullying, el despertar sexual, la amistad masculina y un montón de conflictos que le van dando forma al carácter de este jovencito que sólo intenta pasar desapercibido y sobrevivir en un mundo bastante desfavorable. “Luz de Luna” (Moonlight, 2016) viene pegando fuerte en los círculos festivaleros y se convirtió en una de las principales candidatas a llevarse algunas estatuillas doradas en la próxima entrega de los Oscar. Jenkins y McCraney optan por un relato crudo y directo, tal vez ajeno a nuestra cultura, pero del cual no podemos mantenernos ajenos, aunque queramos. La historia de Chiron parece demasiado pesimista, pero es una realidad para ciertos sectores de la sociedad norteamericana. El chico se pasea por las calles tratando de huir de una madre distante y un tanto abusiva cuando se encuentra bajo la influencia de las drogas (Naomie Harris); de las golpizas de sus compañeros de escuela, que perciben su fragilidad emocional, y encuentra un poco de consuelo en la figura de Juan (Mahershala Ali), el narcotraficante del barrio que, al menos, se preocupa de su seguridad y bienestar. Estos años marcarán el futuro del joven que debe encontrar su propia identidad. Como dicen: “Chiron puede abandonar el barrio, pero el barrio no puede abandonar a Chiron por más que se lo proponga. Tres son los actores que le dan vida al protagonista a medida que va creciendo, conformando así, un elenco sólido y contundente que conmueve con muy poco. “Luz de Luna” es una película de palabras escuetas, con una gran banda sonora y una fotografía impecable cortesía de James Laxton. Es la apuesta “independiente” de la temporada, y la mejor respuesta al #OscarSoWhite del año pasado. Aunque la historia de Jenkins tiene muchos méritos en sí misma, más allá de la “corrección política” que pueda vislumbrar la Academia. Tal vez, no es la obra más destacada dentro de las nueve nominadas, pero cada uno de sus candidaturas las tiene bien merecidas. “Moonlight” es una película sobre la búsqueda de la identidad, la exteriorización de los sentimientos y la aceptación, la propia y la de los demás. Todos podemos parecer iguales bajo la luz de la luna, pero hay pequeños matices que nos diferencian.
Tres veces Chiron. Tres etapas en la vida de un hombre. Su infancia, su adolescencia y su adultez. Tres espacios delimitados por claros carteles que dividen a la historia en los mismos tres actos de cualquier relato clásico. En un comienzo el pequeño protagonista, apodado Little, sufre la ausencia de su padre y una madre adicta. Sobrevive porque encuentra en un vendedor de drogas, Juan, y a la novia de este, Teresa, quienes se ocupan de él y lo protegen, brindándole amor y cuidado en un mundo hostil. Solo tiene un amigo, llamado Kevin. El nudo del film es la adolescencia, donde la figura de la madre aun sigue siendo un problema por la profundización de sus adicciones, pero Chiron –el nombre que ahora tiene Little- ya no es tan vulnerable a ella. Tiene problemas de bullying en el colegio, lo que desencadenara el desenlace de esta segunda parte que incluye el despertar sexual de Chiron junto con su amigo Kevin. La tercera parte es la adultez, donde Chiron, ya más fuerte pero igualmente retraído, recibe un llamado de Kevin que hace mucho tiempo que no ve. Los méritos de la película son más por lo que no hace por lo que hace, aun cuando detrás de su simpleza despliegue un abanico de lugares comunes y prejuicios. El tono sobrio y por momentos lírico se sostiene, manteniendo algo de melancolía a lo largo de toda la película. También es destacable la ausencia de explicaciones y cierres, para que sigamos centrados en la figura del protagonista. La apuesta es fuerte y algo de distracción puede producir. La sobriedad mencionada por momentos resulta ser una meseta sin interés, como si el exceso de delicadeza significara no ir un poco más allá en los temas. Algunas actuaciones son brillantes y otras son un lugar común de la vieja escuela, en particular la madre adicta como era de esperarse. No tiene mayor importancia hablar de las nominaciones y los premios a la hora de analizar la película pero sin duda quedar claro que la única posibilidad de estreno que tenía Luz de luna estaba directamente vinculada con el Oscar. No dice nada de la película, así que no sería justo preguntarle a un film tan pequeño que intenciones o que agenda oculta tiene. No las tiene a la hora de disfrutarla o sufrirla, evitemos esa lectura. Que de eso se encarguen los que se dedican a las estadísticas.
Es una película sobre el dolor, mostrado de tal manera que se hunde en el espectador, pero también conmueve con las mejores armas de la empatía, sin golpes bajos, con un lirismo que llega, por capas, al mejor entendimiento. Básicamente es la historia de un niño negro que vive en un barrio pobre, con una madre adicta y sufre la persecución, el bullyng, de sus compañeros. Una situación que se agrava en su adolescencia donde toma conciencia de su sexualidad y lo oculta en el mayor de los secretos, luego llegara el estallido de violencia y por fin la adultez, su cuerpo transformado, es un vendedor de drogas como su protector, pero con sus llagas intactas hasta la posibilidad de una redención. Pero la película dirigida y co-escrita por Barry Jenkins basada en la obra de Tarell McCraney va mucho más allá de estos temas tan terribles, de ese camino de profundo sufrimiento, del desamor, de la desesperación, de pocos destinos que cumplir. Crea climas, texturas, momentos únicos, algunos tan sensibles que incomodan al espectador, y además es técnicamente muy lograda. La película tiene tres capítulos, interpretados por distintos actores, que ni se parecen, pero que logran tal sintonía con el personaje que uno puede creerles de inmediato. Con ocho nominaciones para los Oscar 2017, dos grandes actores Mahershala Ali y Naomi Harris, el director, la película, el guión, la fotografía, el montaje y la banda sonora, además de un recorrido de premios impresionante, el film llega precedido de elogios merecidos. Con un lirismo único hecho de situaciones delicadas y puro sentimiento, su contenido perdurará hondamente en cada espectador, mucho después de terminada su visión.
Luz de Luna, es una película escrita y dirigida por Barry Jenkis que no solo trata el tema de la identidad, el ser homosexual en un barrio pobre de Miami, sino que va más allá con una profundidad que deja un sabor amargo. La historia de vida de cada ser humano puede ser tan profunda, situaciones que marcan a las personas y que uno no tiene idea. A la hora de relacionarnos, no pensamos por todo lo que pudo haber atravesado la persona que tenemos enfrente. Quizás nunca recibió una caricia o amor. Algo así te deja este film. Luz de Luna es un tríptico, tres caras de un mismo personaje a través de los años. Lo vemos en su infancia interpretado por Alex R. Hibbert, en su adolescencia con Ashton Sanders y en su adultez de la mano de Trevante Rhodes. Todos ellos con pocas palabras, silencios y miradas dan vida a Chiron, un niño/adolescente/adulto criado en un barrio pobre y violento de Miami, con una madre drogadicta, compañeros que le hacían bullying y un amor imposible (o posible). La cosa será permitirlo. Con un relato bastante lento – por momentos me hubiese gustado que la historia avance, que tenga más ritmo – conocemos en profundidad los sentimientos de Chiron y vivir con él sus etapas, a mi forma de ver bastante sufridas. El director se da el tiempo para contar cada escena, en su niñez cuando pregunta qué es ser marica, en la adolescencia: la escena de la playa, en su adultez: la escena del restaurante. Cada una genera de alguna forma tensión, ganas de gritar. Un gran logro. Luz de Luna, puede generar muchas cosas, y según el tipo de público va a impactar de diferente manera. Algunos se sentirán identificados, otros se movilizarán o quedarán con un sabor amargo hacia el final. Imperdible film, candidato a ser ganador del premio mayor de los Oscar.
Haz lo correcto. Reflexiva y sensible sin ser sensiblera, la película faro del cine afroamericano en el Oscar es, a pesar de su corrección política, una película en serio. Y por momentos bastante buena. Que una película sobre un homosexual de raza negra coseche ocho nominaciones al Oscar (entre ellas las de mejor film, director y guión adaptado) apenas un año después del escándalo por la ausencia de intérpretes de color en los rubros actorales, es cuanto menos sospechoso. Y si se tiene en cuenta que hay un total de 17 afroamericanos entre los candidatos a alzarse con alguna estatuilla en la noche del 26 de febrero, la catalogación de ese film como estandarte de una suerte de #Oscarsoblack que se contraponga al #Oscarsowhite de 2016 resulta inevitable. Pero Luz de luna no es el crowd-pleaser que uno podría esperar de una entidad con la corrección política siempre a flor de piel (y, al menos en esta temporada, dispuesta a hacer las paces) como la Academia de Hollywood. Tampoco el típico exponente indie que gira en derredor de un concepto y hace de la superación personal y el punteo de las emociones adecuadas en los momentos más oportunos dos normas inquebrantables. Íntima, reflexiva y sensible sin ser sensiblera, Luz de luna es, antes de todas las connotaciones políticas que quieran buscársele, una película en serio. Y por momentos bastante buena. Parte de la Competencia Internacional de la última edición del Festival de Mar del Plata, el segundo largometraje de Barry Jenkins presenta tres fragmentos de la vida de su protagonista. En el primero es Little, un nenito que atraviesa su proceso de crecimiento en los suburbios de Miami de los años ‘80. Que el film ilumine solamente sus zonas más oscuras (la primera escena lo encuentra escapando de una paliza segura) preludia un relato lleno de golpes bajos y que se regodeará en la miseria de las criaturas que lo pueblan, una suerte de una reversión genérica de Preciosa, de Lee Daniels. Y algo de eso se atisba en el recorte de Little como víctima del bullying, hijo de una madre drogadicta (Naomie Harris, nominada a Actriz de Reparto) y un padre ausente, y carente de cualquier contención emocional. La diferencia es que aquí los personajes no escupen máximas ni son arquetipos, sino que respiran, exhiben sus dobleces, son contradictorios, grises, plenamente conscientes del entorno y sus particularidades. Jenkins muestra con delicadeza y sin apremios la construcción de un vínculo si se quiere paterno entre Chiron y Juan (el también nominado Mahershala Ali, conocido por su lobista Remy Danton en la serie House of Cards), el vendedor de drogas más auténticamente humano que se recuerde. Por allí también anda Kevin, un vecino y compañero de colegio que, en la segunda parte, aquella que encuentra a Little convertido en el adolescente Chiron, servirá como objeto de deseo sexual. Porque Chiron no sólo es negro, sino también homosexual: una condición de doble minoría que invita al relato hundirse en las profundidades de la denuncia social. Jenkins es consciente del poder radioactivo del arco dramático, y antepone una férrea perseverancia en acompañar a sus protagonistas sin jamás levantar el dedo acusador ni utilizarlos como vehículo de ideas aun cuando estén en un contexto adverso, crítico, que los margina sin ofrecerles contención alguna. La tercera y última parte es la mejor por la sencilla razón de que Jenkins tiene el ojo entrenado para captar la fragilidad generalizada que anida en los silencios y miradas durante el reencuentro entre Kevin y aquel niño devenido en un poderoso dealer local rebautizado Black. Un autazo y los dientes de oro vuelven a encender las alarmas de una potencial acumulación de lugares comunes que, sin embargo, queda otra vez en eso, la amenaza de algo que finalmente no es. Como en Tangerine, de Sean Baker, película con la que el tercer acto de Luz de luna encuentra varios puntos de contacto, una cafetería servirá como espacio de revelaciones y sinceramientos, permitiéndole al registro poético del film alcanzar el máximo nivel de depuración, y a sus protagonistas desnudar sus sentimientos justo allí, donde el tiempo parece detenerse en una noche infinita.
Luz de luna: cómo sobrevivir en este mundo con todas las cartas en contra Inspirado en la obra teatral autobiográfica In Moonlight Black Boys Look Blue, del dramaturgo Tarell Alvin McCraney (a la que el guionista y director Barry Jenkins le agregó algunas experiencias y recuerdos personales), este segundo largometraje del realizador de Remedio para melancólicos narra la vida de Chiron, un niño, luego adolescente y finalmente adulto que es negro, pobre, homosexual e hijo de una madre soltera y adicta a las drogas duras. Si todas esas características reunidas en un protagonista pueden parecer en primera instancia como un golpe bajo difícil de soportar, como una acumulación exagerada y manipulatoria para lograr la compasión políticamente correcta del espectador, hay que indicar que Jenkins maneja la mayoría de los conflictos con bastante pudor y elegancia. Hay varias escenas de bullying escolar, violencia contra el que piensa distinto y contra la mujer, abusos varios y situaciones incómodas en un contexto de fuerte marginación, pero Jenkins nunca deja de respetar siempre, por momentos de querer y como mínimo de entender a sus personajes. Película en la que prácticamente no aparece ningún personaje blanco ni siquiera en segundo plano (toda una decisión artística y política), Luz de Luna nos sumerge en un mundo desconocido (sórdido y fascinante a la vez), con una narración que va de lo emotivo y lo visceral (con excelentes resultados) a ciertos pasajes líricos que resultan un poco forzados. Los tres actores que encarnan a Chiron en el lapso de 16 años (el niño Alex Hibbert a los 10, el adolescente Ashton Sanders a los 16 y el joven Trevante Rhodes a los 26) alcanzan a transmitir todas las sensaciones (y contradicciones) de un antihéroe que va creciendo a los golpes en un contexto desolador tanto en la ciudad de Miami como luego en Atlanta, muy bien acompañados y complementados en distintos momentos por notables intérpretes de mayor experiencia como Mahershala Ali, Janelle Monáe, Naomie Harris y André Holland. Una película bella y noble (podría verse como una suerte de Boyhood en versión afroamericana), aunque lejos de ese espíritu poco menos que revolucionario que tantos críticos estadounidenses y la propia Academia de Hollywood (tiene ocho nominaciones a los premios Oscar) exaltaron.
Para saber cómo es la soledad Esta película, que tiene ocho nominaciones al Oscar, cuenta la vida de un chico pobre en una Miami desconocida. Olvídense de la Miami de los shoppings y los hoteles cinco estrellas, de Susana Giménez y Ricardo Fort, de las playas relucientes y los autos de lujo. Bienvenidos a la Miami de casas prefabricadas, narcotraficantes de poca monta, colectivos que pasan cada muerte de obispo, adictos irrecuperables. En esta Miami cruda crece Chiron, un negro pobre, sin padre biológico y a la sombra de una madre más preocupada por sus dosis de crack que por su hijo. Una vida sin salida a la vista. Luz de luna le cayó como maná del cielo a la Academia de Hollywood para recomponer su imagen, abollada en los últimos dos años por las acusaciones de racismo. Se sabe que los premios son arbitrarios, caprichosos, dignos de desconfianza. Pero si aquí las ocho nominaciones –incluida mejor película- están bajo sospecha de corrección política, hay que decir que se sostienen (también) por la calidad de la película. No sólo cuenta la historia de un marginal que refleja las penurias de una gran parte de la población negra de Estados Unidos, sino que lo hace con una sensibilidad poco frecuente en el cine estadounidense, una ternura poética que sólo aparece de vez en cuando en algunas producciones independientes. El director, Barry Jenkins -cuarto negro en la historia en ser nominado al Oscar a mejor director- y su coguionista, Tarell Alvin McCraney, pusieron gran parte de sus biografías en juego: los dos crecieron, bajo la tutela de madres adictas, en Liberty City, el mismo barrio pobre donde tuvo lugar la mayor parte del rodaje. Pero esto no les impidió mantener la distancia necesaria para poder narrar esta historia sin estridencias, tintas sobrecargadas ni golpes bajos, sino con un pulso ascético, casi documental. El relato está dividido en tres actos: la infancia, la juventud y la adultez de Chiron. Pero a diferencia de otras películas de aprendizaje, donde suele haber una evolución positiva, ésta parece un estudio sobre qué le sucede a alguien que crece sin cariño y que sólo recibe hostilidad e indiferencia. Salvo alguna excepción, como el vínculo con un narco de barrio (Mahershala Ali, conocido por su Remy Danton de House of Cards) que funciona como una figura paterna. Una relación que regala algunas de las mejores escenas de la pelícua. Así, Luz de luna es una minuciosa descripción de cómo la indefensión lleva a construir caparazones para sobrevivir. Y de cómo esas armaduras pueden actuar tanto para el mundo exterior como el interior, bloqueando el deseo y la capacidad de comunicación, tal vez para siempre.
ILUMINANDO EL GHETO El director Barry Jenkins (Remedio para melancólicos), sin anestesia nos mete de cabeza en la vida de Chiron, un niño segregado, en una sociedad segregada, un niño abandonado, en una sociedad abandonada, en el Miami, marginal, muy distante de los grandes hoteles, muy distante de los grandes malls. Chiron es hostigado por sus compañeros de escuela, por una madre en deriva a la adicción del crack. Hasta que se cruzar con un distribuidor medio de droga, que lo apaña y comienza a darle las primeras enseñanzas que daría una padre. El derrotero de Chiron, seguirá igual, crecerá y seguirá siendo un excluido, su timidez guarda un secreto: una homosexualidad latente, que lo persigue y le teme tanto como a los extraños que lo hostigan. Hasta allí el film, inspirado en la obra In Moonlight Black Boys Look Blue, de Tarell Alvin McCraney, funciona porque nos permite conocer un sector marginal de esa sociedad norteamericana que insiste en esconderlo, disimularlo. Chiron, que ya es un adolescente, terminara preso tras una violenta agresión contra una de sus compañeros. De la prisión, sale un adulto duró, y despiadado, con el mismo “oficio” de su padre simbólico. En ese punto el film pierde interés, el duro traficante, buscara su primer y único amor homosexual, un compañero de escuela con quien no se ve desde diez años atrás. A quien le declarara su amor, para sorpresa del espectador, porque el director no ha dejado una señal que un fortuito encuentro amoroso, en una playa solitaria, haya despertado una pasión que se mantendrá intacta por tanto tiempo. Moonlight, funciona a la manera de Secretos de la montaña, en clave de ghetto negro, y no mucho más que eso. Floja de merecimientos aspira a varios Oscar, que para este crítico no significa gran cosa. LUZ DE LUNA Moonlight. Estados Unidos, 2016. Guión y dirección: Barry Jenkins. Elenco: Alex R. Hibbert, Ashton Sanders, Trevante Rhodes, Mahershala Ali, Janelle Monáe, Naomie Harris y André Holland. Fotografía: James Laxton. Música: Nicholas Britell. Edición: Joi McMillon y Nat Sanders. Diseño de producción: Hannah Beachler. Duración: 111 minutos.
Temas serios, pero dañados por un sentimentalismo duro Asuntos sórdidos y graves como el bullying, la homofobia y la adicción al crack, se mezclan en esta película con elementos formales bastantes pretenciosos y apuntes románticos sumamente cursis. Este drama realista sobre un vendedor de drogas negro, que asume su homosexualidad desde la niñez y adolescencia hasta que se convierte en adulto, incluye temas sórdidos y graves como el bullying, la homofobia y la adicción al crack, mezclados con elementos formales bastantes pretenciosos y apuntes románticos sumamente cursis, por lo que el resultado deriva en una película casi perfecta para los miembros de la Academia. Por eso no sería de extrañar que gane varias de sus ocho nominaciones al Oscar, que van desde mejor película y guión adaptado a mejor actor y actriz de reparto. "Moonlight" está dividida prolijamente en tres partes que muestran al protagonista como niño, adolescente y adulto. El primer segmento lo muestra como un chico pobre al que llaman "Little" (pequeño), perseguido por sus compañeros y rescatado por un dealer adulto bien intencionado que trata de ayudarlo, y medio lo adopta incitándolo a comer y enseñándole a nadar. El hecho de que este buen samaritano sea el dealer de la madre de Little da un giro interesante al asunto, pero no muy bien aprovechado dramáticamente. La segunda y mejor parte tiene que ver con el descubrimiento del primer amor en medio de la peor homofobia, y situaciones extremadamente crueles tanto en el colegio como en su desquiciado hogar. Esa crueldad deriva, curiosamente, en una edulcorada tercera parte con el personaje ya adulto retomando su identidad sexual de un modo tan ñoño como poco verosímil. El cambio de estilo no sólo es pueril sino que, además, atenta contra lo que se vio antes, ya que un film sobre conflictos sociales con resolución ecuménica suele tener una buena dosis de hipocresía. A favor de "Moonlight" hay que reconocer que hay buenas actuaciones y excelentes imágenes surgidas de la notable fotografía de James Laxton, también nominado al Oscar.
“¿Quiénes somos?” y “¿Cómo llegamos a ser lo que somos?” son dos de los interrogantes centrales que atraviesan de cabo a rabo la nueva propuesta del guionista y director Barry Jenkins. En ese sentido, puede considerarse a Moonlight como un ensayo íntimo y realista sobre la identidad, que problematiza de modo inteligente la influencia del entorno social en el desarrollo de una persona y la definición de su personalidad. Lejos de la grandilocuencia, Jenkins apuesta al relato minimalista para abordar esta compleja temática. Basada en una historia de Tarell McCraney -y nominada a ocho premios Oscar-, la película narra la vida de Chiron, un joven afroamericano y homosexual que habita en una zona pobre y marginal de Miami. De personalidad introvertida, con una madre drogadicta y una figura paterna ausente (que sólo es cubierta por Juan, un narcotraficante “bondadoso” que lo cría a medias), Chiron crece entre tormentos familiares y maltratos escolares, completamente falto de amor y contención, en un contexto de inestabilidad emocional abrumador. Su único cable a tierra es Kevin, un amigo del colegio que lo marcará de por vida. En tanto, la relación que mantiene con Juan y su esposa Teresa es más compleja pues, si bien éstos le ofrecen un escape a la violencia hogareña que vive diariamente, Chiron también los culpa porque son ellos mismos los que le venden droga a su madre. El relato se estructura en tres capítulos: ”Little”, “Chiron” y “Black”, los cuales se corresponden respectivamente con momentos claves en la infancia, adolescencia y adultez de nuestro protagonista. En cada etapa, y de modo casi omnipresente, Jenkins retrata la búsqueda desesperada de Chiron por encajar en un mundo que lo rechaza sistemáticamente y que muchas veces lo fuerza a ser algo que no es. Con semejante crisis identitaria a cuestas, Chiron pasará de la incomprensión a la culpa, de la pasividad a la reacción y de la represión a la aceptación. La solidez de Moonlight como producto cinematográfico se asienta sobre muchos pilares, pero sin dudas uno de los más importantes es el actoral. En efecto, no es fácil lograr que tres artistas distintos interpreten de modo convincente y verosímil a un mismo personaje. En ese sentido, los tres actores que le dan vida a Chiron (Trevante Rhodes, Ashton Sanders y Alex R. Hibbert) logran complementarse a la perfección, componiendo un personaje frágil y vulnerable que, además, se enriquece con los matices que le aporta cada uno. El mismo elogio le cabe a Mahershala Ali (quien compone al conflictuado y contradictorio Juan) y a Naomie Harris (la adicta madre de Chiron), ambos nominados en los Oscar a mejor actor y actriz de reparto. Las deslumbrantes actuaciones se nutren también del indudable talento de Jenkins para reconstruir la marginalidad en la que crece Chiron, un barrio olvidado de clases bajas en donde el horizonte de posibilidades es limitado y las oportunidades, escasas. El realismo estético que le imprime Jenkins a la historia y la cercanía emocional que logra con el espectador es tan potente que sólo se compara con la sutileza y sensibilidad con la que describe el despertar sexual de su protagonista. Justamente, lo extraordinario de Moonlight es que ejecuta su abordaje narrativo evitando reduccionismos facilistas y eslóganes rimbombantes, afrontando la complejidad de la temática que toca sin caer en golpes bajos o efectismos lacrimógenos. Aún con un final que no cierra demasiado en términos narrativos, es innegable su capacidad para conmover a cada instante. En definitiva, Moonlight es una historia que aborda la marginalidad y la discriminación de un chico pobre de Miami, pero fundamentalmente es una historia sobre la aceptación de lo que somos, la búsqueda humana de ser en sociedad y las fachadas que muchas veces construimos para conciliar lo que somos frente a lo que la sociedad espera que seamos.
Moonlight (Luz de luna, tu título en Argentina) es una historia de amor. Otra entre millones de las que Hollywood viene produciendo desde el comienzo de sus días. Pero más allá de los lugares comunes del género, más allá de que el melodrama no tiene nada por inventar y más allá de que lo que se cuenta apenas altera el cómodo caminar de la industria, Moonlight acierta en un par de cosas que vale la pena atender. El gol olímpico del film dirigido por el cuasi desconocido Barry Jenkins ocurre en el último tercio del relato, cuando lo construido a lo largo de más de una hora de drama clásico cierra por fin en una conclusión de elaboración psicoanalítica sin manuales ni lenguaje críptico. El problema de Moonlight, sin embargo, es precisamente eso que podría darle su Oscar, ya que la dos primeras partes del film (dividido en tres exactos tercios) recorre el camino del samurai sentimental a puro golpe de efecto, empezando por una madre alcohólica y decadente (casi copia fiel de la encarnada en Precious por la gran Mo'Nique) y siguiendo sobre todo por la redención del narco que aparece en la narración salvándole la vida al protagonista y educándolo para que su vida valga la pena. Un narco de bajo perfil, claro, apenas capanga de barrio, a cargo del siempre efectivo Mahershala Ali (House of Cards, Luke Age) que pese a lo cuasi ridículo del asunto logra darle credibilidad al encargo. El avance narrativo del chico devenido adulto con conflictos es correcto aunque siempre a caballo de los clics con los que Hollywood se alimentó y dio de comer a varias generaciones durante décadas. Que más tarde las preferencias sexuales del sufrido muchacho se transformen en un par de muy buenas escenas, es todo eso que la Academia podría agradecer de forma sorpresiva con una estatuilla que todo parece indicar que irá a parar a la bolsa de premios de La La Land.
Con un presupuesto acotadísimo, un rodaje que duró poco más de 20 días y un cast y un crew compartiendo un único VR para vestuario y maquillaje, Moonlight (Luz de Luna) conquistó los corazones de audiencia y crítica por igual, gracias a un relato que al mejor estilo Boyhood (2014) está contado en tres actos; uno para cada etapa de la vida del protagonista. La historia de Chiron, personaje al que interpretan los actores Alex R. Hibbert (debutante), Ashton Sanders y Trevante Rhodes, no tiene efectos especiales ni escenas coreografiadas, pero se mete con un conflicto de minorías que desde siempre es la piedra en el zapato para muchos. No sólo se trata de un joven afroamericano viviendo en un barrio conflictivo al sur de Florida, sino que además su despertar sexual y la pérdida de la inocencia se vuelve el centro de la trama, cuando descubre que no le atraen las mujeres. La película está llena de etiquetas, una realidad que es lamentable para los tiempos en que vivimos. Palabras como fagot, nigger, junkie (maricón, negro, drogadicto), y más, resuenan a lo largo del relato, y todavía hoy cuesta librarse del prejuicio público. El film está basado en una obra de teatro llamada In Moonlight Black Boys Look Blue, que nunca fue estrenada, y que fue escrita por Tarell Alvin McCraney. Su título hace alusión a una pequeña historia cubana en la que se decía que los hombres de piel negra, a la luz de la luna se ven de color azul. El encargado de explicar esto es el propio Mahershala Ali (Juan), que apenas aparece en el primer capítulo, pero que tiene merecidísimas todas sus nominaciones, pues su performance se destaca. Moonlight no tiene ningún protagonista real, sino uno ficticio, que comienza llamándose Little, luego Chiron, y por último Black. Gran logro el de Barry Jenkins al hacer que ninguno de los tres se cruzara en el set, con la intención de que cada uno construyera una personalidad única para el yo niño, el yo adolescente y el yo adulto del personaje. Y hablando de su director, el mismo se inspiró en su madre adicta para contar el drama que rodea al joven. De hecho, su infancia la pasó en Miami, rodeado de los hermosos paisajes que se ven en pantalla, pero también viviendo en un contexto difícil de noches oscuras, en todo sentido. Por su parte, la actriz Naomie Harris (Paula), nominada al Oscar, al Globo de Oro y al BAFTA por su rol en reparto, es la única en aparecer en los tres actos, y lo curioso es que los rodó en tres días. La novedosa narrativa del film nace de un proyecto taiwanés llamado Zui hao de shi guang (2005), que en inglés se traduce como: Three Times, y que fue dirigido por Hsiao-Hsien Hou. La gran diferencia yace en los períodos temporales, comenzando en 1911 y finalizando en 2005. Otro punto a favor para Moonlight es la música. El compositor Nicholas Britell optó por mezclar desde orquesta hasta piezas de sonido oxidado, dando lugar a una banda sonora única y especial que eleva cada sentimiento planteado. Con algunas dosis de violencia que son la contracara de la personalidad de Chiron, y lecciones de vida para cualquiera que haya nacido en este mundo loco, Luz de Luna podría considerarse la película más “pequeña” en colarse en esta temporada de premios, una tendencia que por suerte está cada vez más instalada.
Otra de las nominadas al Oscar. Y esta es la que viene con el mote de “película racial” y lamentablemente creo que debo suscribir a esa premisa. Ojo que esto no quiere decir que el film sea malo porque no lo es y más abajó lo analizaré pero ahora me voy a referir sobre la cuestión expuesta. Desde hace mucho tiempo los premios de la Academia traen controversia por sus nominaciones (o mejor dicho falta de ellas) a los realizadores e intérpretes afroamericanos. Y sin ir más lejos el año pasado hubo una campaña muy fuerte bajo el lema #OscarsSoWhite (Oscars demasiado blancos), y parecería que Luz de luna es la respuesta a esa campaña. Su nominación a mejor película encuentra cabida de esa manera porque de otra forma no se entiende. Asimismo, también he leído y escuchado que si esta misma película hubiera sido protagonizada por actores blancos hubiese quedado en el olvido y estoy en desacuerdo porque tal película no existiría. A la gente blanca en Estados Unidos no le sucede lo que se relata en esta cinta. Aclarado esto, destaco que el gran fuerte que posee el film son sus actores, que en su mayoría son ignotos y sin embargo los dos que están nominados (en la categoría reparto) son los que ya tienen una carrera: Mahershala Ali y Namomi Harris. El elenco principal, que son los que más se lucen, no recibieron nada. Este estreno está dirigido por Barry Jenkins (también nominado) y presenta un correcto trabajo desde lo formal pero nada que llame la atención como para destacar más allá del manejo excelente de actores y ejecución del guión. Luz de luna tiene unos cuantos golpes bajos, busca el efecto y lo consigue a tal punto que el espectador llega a preguntarse: “¿tantas cosas le pueden pasar a una persona?”, por lo tanto no se pasa un buen momento en el cine. En definitiva, nos encontramos ante una candidata al Oscar (merecedora o no de tal categoría) que debe ser vista como deber cinéfilo y que sin dudas conmoverá por sus enormes actuaciones.
La vida de un joven afroamericano de clase baja que debe enfrentarse al abuso escolar y teme explorar su sexualidad tiene todos los elementos para ser un drama de esos que buscan que el espectador derroche paquetes de pañuelos descartables. Pero gracias al trabajo del director Barry Jenkins, Luz de luna (Moonlight) es mucho más que los problemas de su protagonista. Se apoya en una sensibilidad que conmueve con su lenguaje visual y su guión despojado de lugares comunes.
Es temporada de Oscars y como todos estos últimos años la diversidad cultural aparece en las nominaciones, a veces con esa leve sospecha de compromiso como sucedió con películas como Preciosa (2009), y otras para premiar ese tipo de dramas como 12 años de esclavitud (2013) que proclaman su importancia en cada escena, cada imagen. Moonlight está nominada a varios Oscar (Mejor película, Mejor director, Mejor actriz y actor secundarios y Mejor fotografía, entre otros) y si disuena en esta pequeña lista improvisada de películas protagonizadas por negrxs y que retratan experiencias específicas de esa comunidad, es porque se desvía una por una de las expectativas que la historia y sus temas podrían plantear. Protagonizada exclusivamente por negrxs y ambientada en Miami, la película retrata tres momentos en el crecimiento de un chico llamado Chiron -que desde muy temprano se pregunta si es gay-, pero apenas se ocupa de pensar la negritud y la homosexualidad. Y cuando lo hace es con un poco de poesía y otro poco de máxima simpleza: “Somos millones de negros, y nosotros estuvimos antes en el mundo”, le dirá al protagonista un personaje que funciona a modo de padre. Y también le dirá, cuando el nene le pregunte “¿Soy un marica?”, que en todo caso puede ser gay pero marica es la palabra que inventaron para hacer sentir mal a la gente que es gay. Eso es todo. Y lo demás en Moonlight es puro cine, un lenta construcción a través de imágenes y miradas que tiene como centro a Chiron y su incómodo estar en el mundo. Moonlight está dividida en tres partes que se corresponden más o menos con la preadolescencia, la adolescencia y la adultez de Chiron. Cada una de las partes, a su vez, recibe el nombre de los nombres sucesivos con que se va nombrando el chico: Little, Chiron y Black. Tironeado entre los compañeros de la escuela que lo persiguen y la convivencia extraña con una madre adicta que solo de vez en cuando saca la cabeza del agua para hacer de madre, Chiron encuentra sus momentos de reposo en jugar a la pelota con sus pares o en pasar tiempo con Juan, un dealer al que conoce por casualidad y pronto se convierte en una especie de padre por elección, un remanso de comprensión y tranquilidad que es casi extraterrestre. Más que narrarlas, Moonlight muestra con belleza esas relaciones de Chiron, cuando flota en el mar junto al cuerpo fuerte y firme de Juan, cuando se trenza en un abrazo-pelea con un amigo, que lo deja satisfecho y asombrado, o cuando participa con los compañeros del colegio en una ronda de mostrarse los pitos, siempre registrando con cierta distancia y como al pasar esos instantes de verdad que no ocupan el centro de la escena. La película incluso logra sortear con bastante dignidad sus momentos más efectistas, donde el drama de Chiron maltratado por la madre se trata de enfatizar con ralentis y una música cargada de solemnidad. Y a su manera extraña, indirecta, se convierte en una película romántica sin romance, erótica (casi) sin sexo, intensa sin que una pueda poner el dedo y decir exactamente en qué momento se produjo la alquimia que convirtió a Chiron en el centro de un mundo rudo que sin embargo tiembla de fragilidad. Porque al Chiron adulto -que se parece en todo a Juan, el hombre que le acompañó el crecimiento, salvo por una expresión en la cara que parece esconder detrás de mucha timidez una desesperación profunda y antigua- no le pasaron cosas tan grandes ni tan dramáticas salvo quizás lo peor que puede pasarle a cualquiera de nosotrxs, que es no encontrar cómo ser. Algo que Moonlight pone de manifiesto en una secuencia final hermosísima y sutil, cargada de romance mudo y también de algo tan básico y puro como ese poco de bondad -la de alguien que pueda verlo bajo otra luz, como sugiera el título- que Chiron siempre parece haber, más que buscado, recibido desde chico como algo rarísimo, lunar. Como una joya.
Los Premios Oscar venían cargados de polémica porque el año pasado ninguna película sobre problemas raciales, ni actores principales y de reparto de color, quedaron nominados. En el caso de Moonlight hay todo aquello que a la Academia le gusta: un personaje acechado por la sociedad y por la lucha interna entre ciudadanos afroamericanos en los suburbios de una Miami conflictiva. A priori, se puede decir que tiene todos los condimentos necesarios. También levanta sospechas sobre algún tipo de compensación respecto al año pasado porque compite con otras dos historias sobre afroamericanos, como Fences y Hidden Figures. Pero Luz de Luna, por suerte, logra correrse de ese lado y despoja de sí cualquier tipo de prejuicio. Al fin emerge una película que logra diferenciarse por sus virtudes de otras que abordan el mismo problema social.
Se estrena otra de las grandes candidatas a ganar varias estatuillas en la próxima entrega de los premios de la Academia Moonlight (su título original) cuenta la difícil infancia, adolescencia y madurez de un chico afroamericano que crece en una zona conflictiva de Miami. A medida que pasan los años, el joven se descubre a sí mismo y encuentra el amor en lugares inesperados. Al mismo tiempo, tiene que hacer frente a la incomprensión de su familia y a la violencia de los chicos del barrio. Dirigida por Barry Jenkins, la película dividida en tres momentos de la vida del protagonista, nos hace testigos de su exploración personal, de cada una de sus frustraciones, su despertar sexual y de los distintos conflictos a los que debe hacer frente. Uno de los grandes secretos del filme, además de su realismo casi documental, es la simbiosis que hay entre el trío de actores que deben encarnar a Chiron, el protagonista de la historia, en las distintas etapas de su crecimiento. Y si hablamos de crudeza y realidad, tampoco hay que dejar de destacar que el director compone momentos de pura poesía fílmica. Secuencias cargadas de intensidad y lirismo. En momentos donde los crímenes de odio racial, la segregación y la homofobia hacen estragos en el mundo que vivimos, enfrentarnos a una cinta tan bella y emotiva resulta una caricia al alma. Una película que brilla con luz propia, con la intensidad que solo puede dar la luz de la luna.
Contada en tres tiempos, esta es la historia de un joven negro que descubre su identidad a través de diferentes experiencias y encuentros. Hay un retrato de la marginalidad, toca temas importantes como el bullyng o el tráfico de drogas, y tiende a la imagen poética. Pero nada de eso diluye una poesía de lo inmediato que surge en los momentos menos esperados, una belleza no calculada que le otorga fuerza a una historia, en el fondo, convencional.
Crítica emitida por radio.
Crítica emitida por radio
Muy elogiada por la crítica estadounidense, y con un tema especialmente delicado en ese país como es -al igual que en Talentos ocultos- la cuestión racial, Luz de luna es la historia de Chiron desde su infancia hasta su adultez. Un niño que crece con una madre adicta y enemigos en el colegio, que lo rechazan por su tímida homosexualidad. Un niño que crece en un lugar donde nada que no sea convertirse en dealer o delincuente, si no muere en el camino, parece posible. Dividida en tres capítulos, tres etapas de esa vida, Luz de luna tiene un tono seco, minimalista, y construye su retrato con una serie de escenas en las que sobran las palabras, como un espejo de su personaje, al que le cuesta expresarse. Son entonces algunos gestos, miradas, silencios o brotes de violencia los que puntúan esta crónica de crecimiento. La puesta recuerda a cierto cine independiente norteamericano, con secuencias en las que aparentemente no pasa nada y se dice menos, y la tremenda melancolía de lo que se muestra aparece clara y pura, sin necesidad de explicaciones, música, ayudas. Así, desde el lado de un personaje que no se esfuerza por comprarnos con simpatía o carisma, Luz de luna cuenta cómo es hacerse hombre cuando todo está en contra. Pinta esa proeza, con semejante valentía y ausencia de demagogia, y pintarás este mundo.
Pequeño (así lo llamaban) es negro, pobre, gay, semi huérfano (padre ausente y madre drogona y perdida). Vive, es un decir, en los arrabales ruinosos de Miami. Su vida es un constante padecer. El film se abre cuando una bandita de compañeros de escuela lo persigue para darle una paliza. Algo de todos los días. Bullyng, golpes, humillaciones varias rodean una infancia absolutamente desamparada. El film lo retrata en tres tiempos: como niño, como adolescente y como adulto. Siempre víctima. La adolescencia le depara alguna tregua porque al menos le dan la posibilidad de definir su sexualidad. Y en la adultez lo vemos caer en ese submundo que alguna vez odió, como para decirnos que lo que mal empieza, mal acaba. Film monocorde y manipulador, que no conmueve, siempre exagerado (el narco protector es el traficante más bueno del mundo), con personajes estereotipados, con muchos lugares comunes y el menguante logro de querer aportar una mirada lírica entre tanta sordidez. Cuenta la trayectoria de un luchador al que nada lo doblega y que se “salva” cayendo en el infierno de las drogas. Un destino casi prefijado lo condena a vivir en un escenario recargado de soledad y pesares. Una película sobria, melancólica, dura y muy sufrida. El nene golpeado se pasó la vida buscando afectos. Al final, en los brazos de su amigo, encontrará sino el amor al menos algo de esperanza.
Va narrando las experiencias de un niño hasta llegar a su adultez. Es un niño introvertido, sufre situaciones de bullying, no tiene padre, su madre es una drogadicta y un día se escapa de su casa. Termina viviendo en la casa de un narcotraficante, sufre el maltrato constante de sus compañeros, de adolescente va descubriendo su sexualidad y hasta le toca sufrir una pérdida importante. Aquí se vuelven a tocar temas como: el abuso, la marginalización, las drogas, y la homosexualidad. Este es un relato duro y conmovedor. Cuenta con 8 nominaciones a los premios Oscar 2017.
El ampuloso plano secuencia inicial es sospechoso. ¿Por qué filmar así a dos hombres que están hablando? Los intrincados movimientos circulares pueden ser vistosos, pero transmiten más un capricho que una lógica de registro (algunos ralentís posteriores también lucen forzados). Menoscabar las elecciones formales de un film conduce al habitual error de pensarlo como una máquina de ilustración de mensajes. Afortunadamente, todo lo que viene después en Luz de luna es exactamente lo opuesto: elipsis justas, circunspección sentimental, secuencias discretamente hermosas. La película está filmada como si todo surgiera de la nobleza y la timidez de su personaje.
Crítica emitida en Cartelera 1030 –Radio Del Plata AM 1030, sábados de 20-22hs.
CRECER EN BARRIOS BAJOS Luz de luna nos pone ante una historia que posiblemente ya hemos visto pero lo interesante reside en cómo su director, Barry Jenkins, cuenta un relato cargado de sensibilidad y duro a la vez. Y es que este cineasta es experto en dramas reflexivos, como lo demostró tiempo atrás con su Medicina para la melancolía (2008). Por esa sensibilidad pasa el canal que nutre a Luz de luna con 8 nominaciones al Oscar (más un Globo de Oro en su poder como mejor drama), que puede sentar batalla a la magnífica La La Land en la noche de los premios. Estamos ante un film que genera una montaña rusa de climas y emociones desde posturas y movimientos de cámara, la fotografía espectacular de James Laxton, hasta la inclusión acertada de una precisa banda sonora que acompaña fielmente a la imagen. La historia se centra en los distintos períodos de vida de Chiron, un joven afroamericano que vive en los barrios bajos de Miami. Un personaje cerrado, triste y solitario que se debate entre las adicciones de su madre, su identidad sexual y el bullying de sus compañeros de colegio. Sumado al contexto violento de la delincuencia y las drogas de las zonas críticas de la ciudad. Jenkins retrata a la perfección en tres grandes bloques la maduración del personaje. Los nombres de cada episodio equivalen a cómo es denominado Chiron por el mundo que lo rodea. Así como también el poster del film es un collage fragmentado de tres rostros distintos pertenecientes a un mismo protagónico durante su niñez, adolescencia y adultez. ¿Cómo se puede encontrar amor en un mundo que excluye su presencia? ¿Cuál es la identidad genuina de ese ser protagónico que no expresa? O tal vez sí, sin decir nada o poco tan sólo con un gesto no verbal, lo esté diciendo todo. Algo está emergiendo de su ser contra su crudo alrededor. Jenkins demuestra con altura de forma suave y seductora una historia de compasión con individuos que piden a gritos un poco de amor. Basada en la obra teatral de Tarell McCraney, Luz de luna es un proyecto ambicioso bien llevado actoralmente por un sólido reparto en el que se destaca el dealer del crack y a la vez un tipo tierno de Marhershela Ali (House of cards). Pero también hacen a la historia un conjunto de actores que con soberbia destreza acompañan el desarrollo personal del protagonista principal. Jenkins logra rápida conexión con el espectador en un drama que sólo crece y crece: Luz de luna es producida por Plan 9 de Brad Pitt que ya logró en el 2013 arrasar en los Oscar’s con 12 años de esclavitud, otra vez ligada a la comunidad afroamericana. Con la crítica americana a su favor luego de su paso por festivales como el de Toronto y Telluride y con una valoración mejor posicionada que La La Land en varios portales web especializados en crítica, Luz de luna se define como candidata principal para este 26 de febrero. Y mientras tanto, recomendamos su visionado en el cine que será un placer a la vista y de una carga emotiva acertada.
Tras recibir ocho nominaciones a los premios Oscar, llega esta película acerca de la complicada vida de un joven afroamericano de un barrio pobre de Florida quien no encaja dentro de los parámetros establecidos en su comunidad. Mahershala Ali, Naomie Harris y André Holland –junto a los tres actores que encarnan al protagonista en distintas edades– protagonizan esta dolorosa, melancólica y poética historia de crecimiento. Desde el momento en que comenzó la campaña #OscarSoWhite criticando la ausencia de afroamericanos en los premios de la Academia de Hollywood que la prensa norteamericana no ha cesado en su esfuerzo por destacar y remarcar cada película hecha por un director negro con la intención de que sea tomada en cuenta en los próxima entrega. Comenzó con THE BIRTH OF A NATION, en Sundance, que fue comprada por millones de dólares y alabada hasta el cansancio. Seis meses después, antes de su estreno comercial, salió a la luz que su director había sido acusado, juzgado (y exonerado) por violar a una chica en la universidad y, de golpe, la película dejó de ser tan genial para esa misma prensa que la había elogiado. Finalmente fue un fracaso de taquilla, no recibió ninguna nominación al Oscar y pocos hoy se acuerdan de ella. El caso THE BIRTH OF A NATION –una película definitivamente menor– da para analizarlo más en profundidad en otra ocasión, pero aquí sirve como contexto: para la misma época en que esa película se caía del mapa porque su director ya no era “defendible” como causa noble aparece en Toronto MOONLIGHT, que tiene todos los pergaminos para ser su reemplazante: película sobre la comunidad negra pero poética y sensible, sobre un joven gay, hecha por el director de la muy buena MEDICINE FOR MELANCHOLY. Otra vez, la crítica explotó de algarabía: aquí la película que tiene que ganar el Oscar. Solo falta entrar a alguna página como Metacritic para ver las alabanzas que la película tiene desde entonces, alabanzas que suenan más a campaña que a otra cosa. Esas excesivas loas no le sientan bien a MOONLIGHT, rebautizada para su estreno local como LUZ DE LUNA. Es una película, sí, que apuesta a mostrar el lado sensible y emocional de la cultura masculina negra, algo que no usualmente se ve en el cine y, aparentemente, tampoco en la vida real. Es cierto que hay una fuerte impronta en la cultura negra de clase baja que tiene que ver con sobrevalorar la masculinidad, la virilidad y la fuerza, por lo que una película sobre un chico que es, en principio, todo lo contrario llama la atención, más sobre uno al que golpean y maltratan en la escuela, jamás se defiende, casi no habla y llora casi todo el tiempo. Su nombre es Chiron. Vive en un barrio pobre de Miami con su madre (la nominada al Oscar Naomie Harris), que es una enfermera muy ocupada hasta que empieza a caer en el consumo de crack. El chico empieza a pasar cada vez más tiempo en la casa de Juan (Mahershala Ali, el Remy Danton de HOUSE OF CARDS, también nominado al Oscar y el candidato más firme en su categoría actor de reparto), el mismo dealer que le vende a su madre. El hombre se convierte en una figura paterna para él, ya que fuera de su actitud pública de capo de la cuadra resulta ser un tipo amable y sensible que lo cuida y trata de ayudarlo a defenderse, aunque resulta muy dificil sacar al chico de su encierro. La película salta a la adolescencia de Chiron: su madre ya parece irrecuperable, la situación con su amigo drug dealer ya no puede ser la misma y en la escuela el chico la pasa muy mal. Tiene solo un amigo pero ese amigo debe disimular y hasta negar serlo ante los demás, los clásicos bullies de secundaria. Pero entre ellos hay una conexión que los lleva a tener un acercamiento sexual. Pero no se lo pueden permitir ni admitir por lo que es mejor hacer silencio. La segunda parte termina con una situación traumática y en la tercera nos reencontramos con ambos ya adultos y con sus vidas (especialmente la de Chiron) muy cambiadas. Ese reencuentro será el centro y la clave de la película. LUZ DE LUNA está filmada en un registro poético caro a ciertos cineastas jóvenes norteamericanos, herencia del cine de Terrence Malick y cierto “estilo Sundance” (Jenkins, de hecho, cita mucho a Wong Kar-wai, como inspiración visual). La cámara se mueve permanentemente, la fotografía está a la caza de la mágica luz del anochecer y el lugar físico cobra una importancia enorme. Pero lo central es el opaco protagonista y cómo trata de lidiar con una personalidad (y, potencialmente, una sexualidad) que no es acorde a lo que se espera de él mientras crece. La película logra no caer en el melodrama excesivo de filmes como PRECIOUS (aunque por momentos queda cerca) pero tampoco logra reemplazarla por otra cosa, cayendo muchas veces en situaciones previsibles, solo que dramáticamente asordinadas e inusualmente pacatas. Lo más interesante de LUZ DE LUNA es su idea de las máscaras, de cómo para sobrevivir en una cultura hace falta vestir las ropas al uso, comportarse de la manera obligada y ocultar para la privacidad todo tipo de fragilidad, inseguridad o miedos, especialmente los ligados a la sexualidad. El “closet” de Chiron no solo tiene que ver con ser o no gay sino con ser o no él mismo, admitirse y ser admitido socialmente como tal, al punto de que no lo queda otra que adoptar las formas que le exigen hasta tornarse irreconocible, al menos exteriormente. La película logra convencernos que esto es así, al menos en ese ambiente, pero hemos visto en otros lados (en la serie ATLANTA, por ejemplo) que hay otras formas de evitar ese choque cultural. El mundo de LUZ DE LUNA parece no tener lugar para los grises. Ni para el humor: la película es de una gravedad que por momentos agobia. LUZ DE LUNA es una película con algunos grandes momentos, otros muy buenos y unos cuántos endebles. Y no le hace nada bien ser hoy el centro de atención de una crítica mayoritariamente blanca y culposa que la necesita como bandera (y más ahora en tiempos de Trump), crítica que encontró acá una especie de titular políticamente correcto. Es un filme melancólico, triste, poético y por momentos bello acerca de la dificultad de crecer sabiéndose diferente a los demás y no poder hacer nada para evitar las humillaciones del caso. Son emociones universales y no específicas. Jenkins no descubre nada nuevo aquí. Solo pone la mirada en una cultura que prefiere no hablar de eso.
Es una película sólo interpretada por actores afroamericanos, donde el protagonista central es apocado y gay, donde el espectador asiste a tres instancias de su vida y cada una es traumática. La película tiene ocho nominaciones al Oscar. ¿Es otro desafío de Hollywood a Donald Trump, justicia pura o ambas? Ambas, seguramente. Porque Luz de luna es una de las más poéticas aproximaciones a la dura realidad de ser un outcast en la América contemporánea. Y porque su llegada coincide con la emergencia de una idea, encarnada en alguien (un presidente, ni más ni menos), acerca del peligro de ser distinto. Chiron tiene la mala suerte de ser distinto a los demás. Criado por una madre adicta y desamorada, su poca estima es olfateada por la manada desde pequeño, y se lo persigue como a un patito feo que causa diversión a los demás. Juan, un adulto, dealer de este barrio marginal de Miami (dealer de la propia madre de Chiron), adopta al chico como un padre postizo; no le enseña a defenderse físicamente: le enseña la poesía, el placer de las palabras y el de flotar en el mar. En la segunda instancia Chiron es un adolescente que recibe el bullying de sus compañeros de clase, en particular de uno con rastas y apodado Little. A poco de tener su primera aproximación sexual con Kevin, su único amigo, Chiron tropezará con lo inverso, la experiencia traumática. Como si olfateara que algo bueno le ocurre a la víctima, Little, que con su mera toxicidad manipula al entorno, presiona a Kevin para golpear repetidas veces a Chiron, en uno de los momentos más tensos de la película. Pero luego Chiron reacciona, descubre su violencia interna, y años más tarde lo vemos en su tercera instancia, convertido en una suerte de gangsta de luxe, con dientes de plata y un cuerpo completamente transformado, trabajado en el gimnasio, medianamente acaudalado y dueño de su propio negocio paralelo. Una noche recibe el llamado telefónica de Kevin, a quien no ve desde su exilio en Atlanta. Kevin es ahora un cocinero que ama su trabajo y Chiron regresa en auto a Miami para un reencuentro en el restaurante que emplea a su amigo. La escena es digna de Carver. Al verlo, lo primero que Kevin le dice es: “ya no sos el chico delgaducho pero hay algo que no cambió; seguís diciendo dos o tres palabras”, a lo cual Chiron baja la cabeza, ruborizado en su cuerpo de superhéroe. En este segmento nocturno se condensa todo el encanto de la película. Todas las pequeñas lecciones de Juan reaparecen en los breves instantes que apreciamos de Chiron y Kevin juntos. La brevedad expresiva de Chiron sobreabunda en sentimientos e irradia cada una de las escenas carverianas. Uno hubiera deseado que la película se explayara más en esta tercera parte, que hubiera gozado de mayor duración. Pero era necesario todo el calvario previo para "Luz de luna" alcance este momento sublime. Como una "Boyhood" de personajes marginales, al tiempo que terriblemente reales, con su segundo largometraje en ocho años el director Barry Jenkins consiguió una obra maestra del cine contemporáneo.
lega a las carteleras Moonlight, la película de Barry Jenkins con un gran recorrido en la temporada de premios que cierra con ocho nominaciones a los Oscars. Una película pequeña y llena de emociones sobre un joven negro en el Sur de Florida a través de tres momentos claves y definitorios de su vida. Hay algo de Boyhood de Richard Linklater en Moonlight de Barry Jenkins. La idea de mostrar la vida de un joven desde que es niño hasta que se convierte en el adulto que se supone que tiene que ser. No obstante, acá el retrato termina sintiéndose bastante más crudo y doloroso, aunque igual de emotivo. Tres episodios y tres actores le sirven a Jenkins para delinear a su personaje principal. Alex R. Hibbert, Ashton Sanders y Trevante Rhodes son Pequeño, Chiron y simplemente Negro. Tres formas de llamar a un mismo personaje. Un niño callado que se escapa de su casa y en una situación de bullying (una constante en su vida) es rescatado por un traficante de drogas cubano (un estupendo Mahershala Ali) que se contradice con su propia profesión, dándole el refugio y el cariño que su madre drogadicta (una Naomie Harris alejadísima del glamour de las James Bond que rodó durante el corto rodaje de esta misma) no le da. Un adolescente que en pleno despertar sexual sigue siendo acosado y llevado hasta el extremo por sus propios compañeros, a la vez que sufre una pérdida muy dura. Un joven que se hizo fuerte porque no encontró otra salida y hoy es un traficante de drogas a la vez con un enorme vacío emocional esperando ser llenado. Algunas situaciones que retratan podrían haberse convertido de manera fácil y rápida en golpes bajos, Jenkins las narra con soltura y con cierta melancolía, como el azul con el que decide teñir algunos planos y, de una manera más metafórica, a su personaje principal. Cada uno de los tres actores protagonistas le imprimen su sello al mismo personaje. Los temas que trata el film son a veces tan gastados en el cine, como la marginalización, las drogas, el abuso y la homosexualidad, pero lo que podría haber resultado en un empalagoso melodrama termina rompiendo toda expectativa (y para mejor, como no suele suceder) y haciendo de Moonlight una película con un corazón enorme. Una experiencia demoledora y conmovedora al mismo tiempo. Imperdible.
“El cine tiene un poco más de cien años de edad, y mucho de lo que hacemos se basa en emulsión de película. Esas cosas fueron calibradas para la piel blanca. Siempre hemos colocado el polvo en la piel para embotar la luz. Pero mi recuerdo de crecer en Miami tiene una piel negra húmeda y hermosa, y esta película está destinada a reflejar la conciencia del personaje, tanto como la de Tarell y la mía, para ser honesto. Así que usamos aceite sobre las pieles. Quería que la piel de todos tuviera un brillo que reflejara mis recuerdos”. Luz de luna es un largometraje tan único como sugieren las palabras de su director Barry Jenkins, que el crítico y programador Diego Trerotola transcribió en este artículo imperdible. Sin dudas, el trabajo fotográfico de James Laxton en pos de una estética cinematográfica distinta de aquélla concebida para personajes caucásicos honra no sólo los recuerdos del realizador y del autor de la historia personal convertida en guión -el mencionado Tarell (Alvin McCraney)- sino la identidad de esa Miami morocha que no muestran ni las producciones de Hollywood, ni los afiches de agencias de turismo, ni los folletos de agencias especializadas en inversiones offshore. Bajo la luz mencionada en el título de este film que produjo Brad Pitt, avanza el proceso de sospecharse, saberse, asumirse homosexual en un contexto hostil, en este caso tributario de un origen desafortunado: nacer negro, pobre e hijo único de madre soltera y adicta al crack. El proceso lleva sus dolorosos años; de ahí la decisión de narrar esta crónica de supervivencia en tres tiempos: infancia, adolescencia, adultez temprana. A cada instancia le corresponde un actor protagónico distinto. El niño Alex Hibbert y los jóvenes Ashton Sanders y Trevante Rhodes encarnan con consistencia rasgos diferentes y coincidentes entre las tres versiones del mismo personaje que -dicho sea de paso- también muda de sobrenombre: primero Little, luego Chiron, por último Black. Jenkins y McCraney evitan el exceso de dramatismo que ha malogrado tanto (tele)film sobre la violencia que los chicos homosexuales enfrentan en sus hogares, barrios, escuelas. El desempeño de los actores protagónicos y de los secundarios Mahershala Ali, Jharrel Jerome, André Holland, Janelle Monáe y Naomie Harris es acorde a esta aproximación tan delicada como la canción almodovariana que integra la banda sonora. La película de Jenkins conmueve especialmente a los espectadores atentos a la estrecha relación entre piel y memoria. Acaso esta porción de público encuentre alguna influencia proustiana en la estrategia de untar aceite en los cuerpos para convertirlos en pantallas lustrosas donde proyectar recuerdos. Luz de luna se estrenó el primer jueves de febrero en las salas porteñas. Es de esperar que las nominaciones a ocho premios Oscar la mantengan en cartel hasta -por lo menos- el jueves siguiente a la ceremonia de entrega.
La Sensibilidad del Insensible Luz de Luna es una de las nueve películas que compiten para llevarse el Oscar este mes. La misma cuenta la historia de Chiron, un joven afroamericano homosexual que tiene que lidiar con las desventuras de su vida; siendo acosado por sus compañeros, teniendo que convivir con una madre drogadicta y aguantando su propia soledad, Chiron intenta soportar la vida mientras pasa, recurriendo a la ayuda y el confort de los personajes que se van cruzando en su vida. Cabe destacar que esta película está ambientada en tres épocas distintas, la niñez, la adolescencia y la adultez. El director Barry Jenkins busca así, de alguna manera, que podamos descubrir como los episodios de una vida pueden transformar a la persona que los ha vivido. Por desgracia, la película se queda bastante corta en cuanto a la originalidad de la que hacer alarde. La cinematografía es excelente pero con su narrativa es insulsa y recurre todo el tiempo al golpe bajo. La película pareciera todo el tiempo querer sensibilizar al espectador de una manera burda, como si se esforzara demasiado en buscar hacernos emocionar y/o llorar abusando de los lugares comunes. Las situaciones de bullying tanto por parte de los compañeros del protagonista como por parte de su madre son ejemplos de esto. No soy un partidario de que cada película tenga que tener algo 100% nuevo en cuanto a narrativa. Soy consciente de que a veces, es fácil caer en lugares comunes, y es más, a veces, es necesario para hacer que el espectador empatice más rápido o comprenda con mayor facilidad lo que se le está presentando. Pero este film, no sólo cae en estos, sino que no busca darles alguna vuelta interesante, y pareciera no cansarse de utilizarlos a lo largo de todo el film. Esto vuelve a la película una obra realmente predecible, lo cual desemboca en al aburrimiento del espectador. Luz de Luna pareciera querer sensibilizar al espectador de una manera un tanto burda. La factoría técnica es impecable. La fotografía y el uso del color encajan a la perfección entre sí para llevarnos dentro de la mente de nuestro protagonista, a través de su dolor y su necesidad de congeniar con otro ser humano. Desde la presencia del color azul a lo largo de todo el film, hasta el uso de planos subjetivos, todo se utiliza a la perfección para expresar lo que Barry Jenkins quiere expresar, es por esto que me da aún más pena ver que toda la destreza cinematográfica del director no haya bastado para darnos una película decente, todo por su mediocre guion. Así, una de las más prometedoras del Oscar, ha logrado decepcionarme. Ojala a ustedes no les pase lo mismo.
¿Cómo se llama la obra? Primer acto: Chiron no habla mucho, no parece tener amigos y hasta su propia madre es decididamente hostil con él. Pero siente que hay algo en Chiron que es distinto. Segundo acto: diez años después, Chiron no habla mucho, no parece tener amigos y hasta su propia madre es decididamente hostil con él. Pero siente que hay algo en él que es distinto. Tercer acto: diez años después, Chiron habla bastante, hace chistes y es el encargado de una red de tráfico de drogas y su madre es amable con él. ¡Bien! Hasta que se queda solo y no habla mucho, no parece tener amigos y sabe que hay algo en él que es distinto. Lo que hace que Chiron sea distinto a los ojos de sus pares es que es gay. Chiron es gay y vive en un ambiente (pareciera, pero tampoco está realmente demostrado) decididamente homofóbico. Chiron es gay, negro y pobre. Esos son los tres elementos que definen, según la película, al protagonista. Que sea negro tiene implicaciones sociales en su vida y naturalmente en su desarrollo como persona, pero no es una cualidad particular suya (menos si todos los personajes de la película son negros). Que sea pobre, también. Es una condición económica, social, cultural, pero no lo define como persona. El único rasgo que lo distingue de los demás es su homosexualidad. Fuera de eso, Chiron es una hoja en blanco. No hay ningún motivo para empatizar con Chiron más allá de que es maltratado por los demás de manera gratuita. En su intento por ser una película con “conciencia social”, Moonlight logra exactamente lo contrario a lo que, asumo, apunta. Chiron es una hoja en blanco porque cualquier intento de delinearlo como personaje implicaría alienar a una porción de la sociedad a la que la película busca representar, pero el resultado de eso es un personaje que está definido por su orientación sexual y ninguna otra característica. La orientación sexual no define a las personas, no es una característica suficiente para determinar qué tipo de persona es alguien, mucho menos un personaje de ficción. No hay matices en Chiron, no hay relieves, no hay contradicciones, no hay nada más que su homosexualidad. Llenar al personaje de situaciones trágicas en un contexto supuestamente hostil (ser pobre, segregado, gay en un contexto aparentemente homofóbico, sin padre, con una madre drogadicta y negligente) no lo conforma como personaje, solamente otorga un contexto para que él se desenvuelva y resalte. Pero Chiron no hace nada. Moonlight peca a lo largo de toda la película de querer representar a un sector no representado de la sociedad, pero finalmente no representa a nadie porque sus personajes no son reales. Lo peor de Moonlight, igual, es que todo esto no importa. Ni siquiera logra ser lo suficientemente mala como para generar indignación. Es una película cuya historia y cuyo protagonista carecen de cualquier tipo de interés. Está ahí, existe, pero no hace nada más que ocupar espacio.
Berry Jenkins filma con una delicadeza pocas vistas en Hollywood, se detiene, observa y nos hace percibir los sentimientos y las emociones de los personajes a través de la poesía de su imágenes. Así lo hizo con Remedios para melancólicos en el 2008, su opera prima y lo retome en Luz de luna, película basada en el libro Moonlight boys look blue de Tarrell Alvin McCraney. En su nuevo metraje Jenkins cuenta la historia de Chiron, un chico afroamericano, desde su infancia hasta su adultez. Algo así como Boyhood de Linklater pero mucho más salvaje y brutal. Chíron tiene una madre adicta a las drogas -brilla Naomi Harris en el papel- y es víctima de las burlas y el bulling de sus compañeros del colegio. Chiron, diminuto, pero con esos ojos inmensos, se la pasa sufriendo gran parte de la película, pero su calvario encuentra paz cuando conoce a José y Teresa, una pareja de treintañeros que lo contiene y lo escucha y lo aconseja en su viaje iniciativo desde la infancia hacia la adolescencia. La escena en donde Chiron aprende a nadar de la mano de José es de una ternura increíble, Jenkins sumerge la cámara, pero también se sumerge con ellos, mete el cuerpo junto con los protagonistas y en esa entrega logra una de las mejores escenas de estos premios Oscar. Chiron esta feliz con José - Mahershala Ali nominado a mejor actor de reparto- lo ama y lo idealiza y encuentra en su persona el padre que no tuvo, con él discute sobre qué significa ser homosexual. Porque Chiron vive una historia de amor con Kevin un compañero del colegio, con quien mantiene su primer encuentro sexual. Un hecho trágico interrumpe su adolescencia y el director nos lleva a la etapa de Chiron en su vida adulta. Ese flacucho se ha transformado en un hombre bien parecido que vive en una absoluta soledad, un llamado por teléfono y el encuentro con Kevin le devolverán a la película la fuerza de la primera parte. Esa cita entre ambos se convierte en una comunión de miradas, el deseo de la niñez sigue intacto. Kevin lo mira con una seducción infinita y Chiron, hombre de pocas palabras, le devuelve todos los guiños. De fondo suena Hello Stranger de Barbara Lewis, Chiron vuelve a ser feliz. Con un final al estilo de Carol de Todd Hynes, uno sale movilizado de ver Luz de Luna, una película que explora los sentimientos y los deseos humanos.
Un devenir bajo el sol Más allá del papelón con las tarjetas que pasará a la historia de los Oscar, la cosa es que “Luz de Luna” logró alzarse con el Premio de la Academia a Mejor Película, además del de Mejor Guión Adaptado para el director Barry Jenkins y Tarell Alvin McCraney, autor de la obra teatral original (“In Moonlight Black Boys Look Blue”, algo así como “A la luz de la Luna los chicos negros se ven azules”) y el de Mejor Actor Secundario para Mahershala Ali. Durante la ceremonia se recordó, precisamente, una frase de Alfred Hitchcock en la que el pícaro maestro del suspenso afirmaba: “Para que una película funcione hacen falta tres cosas: un guión, un guión y un guión”. Y por allí parece pasar el fuerte de la cinta, aunque no deje de arrimar la bocha a algunas de sus rivales en otros terrenos. Como “Un camino a casa”, se lanza a construir la unidad del personaje central a través de más de un actor (tres en este caso). Y como “La La Land” cierra una propuesta estética clara, apoyada en una fotografía “verista”, pero algo fría, en los momentos diurnos, en contraste con una “noche americana” luminosa (como para que los muchachos negros luzcan azules) y más cálida. Quizás porque la playa sea el lugar del remanso y la escuela, el lugar del padecimiento. Derivas Volviendo sobre el guión, éste plantea la narración como un devenir, y se aleja de una narrativa que se proyecte hacia un punto de llegada, o intente dejar un mensaje edificante. Por ende, las circunstancias son atípicas y los personajes se corren de los roles actanciales esperables, lo que les brinda un espesor extra. Esa misma ruptura con los lugares comunes empieza por el lugar: es un relato sobre chicos negros en el Miami que estaba detrás de Don Johnson y Phillip Michael Thomas, y no otra historia del Bronx. Y ahí se cuelan los elementos tomados de la vida material, ya que tanto McCraney como Jenkins fueron chicos negros de Miami, hijos de la generación que vivió el boom del crack y salió adelante de la mejor manera que pudo. La narración se estructura en tres episodios, cada uno bautizado con uno de los apelativos del personaje central: “Little” (“Pequeño”, la forma en que los otros chicos lo llamaban en la niñez), Chiron (su verdadero nombre, para el tramo adolescente) y “Black” (“Negro”, el apodo que se da en años más maduros). Vemos al principio el tramo formativo de Chiron, hijo de una madre soltera adicta al crack, que no encuentra reposo ni en su casa ni en la compañía de otros chicos, para los cuales el silencioso niño es un “diferente”. Solamente tres personas le dan cobijo: Kevin, el único amigo de su edad; Juan, un traficante de origen cubano que se convierte en una figura parental y afectiva para el pequeño, de la mano de su novia Teresa. “¿Has visto alguna vez cómo camina? ¿Vas a decirle por qué los otros chicos le patean el culo todo el tiempo?” le dice en algún momento Paula (la madre) a Juan, quien debe responder a las preguntas del niño, motivadas por esas ideas “maternales”: “¿Qué es un maricón? ¿Soy un maricón?” “En algún momento tienes que decidir quién quieres ser. No puedes dejar que nadie tome esa decisión por ti”, será una de las principales lecciones del “buen criminal”. En una segunda instancia se ve la agudización de las situaciones durante la adolescencia: el conflicto con los otros, la ausencia de Juan, la decadencia de Paula y el cambio de relación con Kevin, en una mezcla de emociones propias de la edad, entre la atracción y la traición. Tras la resolución traumática de esa etapa, hay una última parada en el viaje, donde Chiron y Kevin puedan contrastar sus vivencias a la vuelta de los años. Los saltos temporales refuerzan el impacto de las decisiones de vida, o las “no-decisiones” (especialmente entre la segunda parte y la tercera). Llamamos aquí “no-decisiones” a lo que en realidad son una retahíla de pequeñas decisiones no del todo sopesadas, que van formateando la existencia. V. I. Lenin planteó alguna vez que “en su actividad práctica, el hombre se ve ante el mundo objetivo, depende de él y determina su actividad de acuerdo con el”, pero a la vez reconoció que “el ‘mundo objetivo’ procede por su propio camino y la práctica del hombre, ante ese mundo objetivo, encuentra ‘obstáculos en la realización’ del fin, e incluso ‘imposibilidad’”. Quizás haya un pivote (dialéctico, gritaría desde su mausoleo el precitado autor) entre el devenir vital y la idea de imposibilidad. Chiron deviene exteriormente algo parecido a Juan, pero como cáscara exterior que protege la criatura frágil que nunca dejó de ser: ni siquiera se lo puede sindicar en el marco de la identidad sexual que su madre “predijo” o estigmatizó. Del otro lado, Kevin aparece como su opuesto, alguien que a su manera ha resuelto su identidad social y sexual. Espesor Mahershala Ali se llevó el oro académico por un personaje que aparece durante un tercio de la cinta, pero de alguna manera es una distinción a un elenco bien ajustado. Ali usa recursos expresivos conocidos para quienes vieron su Remy Danton en “House of Cards” y su Cornell “Cottonmouth” Stokes en “Luke Cage” (su risa villanesca mirando de costado, la manera de masticar las palabras) pero le da otra significación, al construir un personaje tridimensional: el más temido criminal en las calles puede ser el más cariñoso. Él florece como exponente en una sucesión de trabajos acotados en el metraje pero de alto impacto, como la Paula encarnada por Naomie Harris: temible, intensa, penosa, hambrienta de redención. Su contracara está en la Teresa construida por Janelle Monáe (también parte del elenco de “Talentos ocultos”, doblete para un buen año en su carrera), un remanso para el muchacho y la única herencia de Juan. Como dijimos, hay un trabajo sobre los tres actores que le dan cuerpo a Chiron: el silencioso Alex R. Hibbert como el niño de nueve años, Ashton Sanders vibrando como el contenido adolescente y Trevante Rhodes como el ampuloso y languideciente adulto. No menos vigor tienen los tres avatares de Kevin: Jaden Piner como un niño pícaro pero bien llevado, Jharrel Jerome como el adolescente tensionado por sensaciones y lealtades, y André Holland como un hombre asentado, no carente de sus propias heridas de guerra. El manso, melancólico reencuentro entre los dos viejos conocidos no parece ser una puerta a otro episodio. Sí, quizás, un cierre narrativo para que Chiron tome la pluma y empiece a escribir una historia propia.
La búsqueda de un lugar en el mundo es el motor de “Luz de luna”. El filme, cuyo título original es “Moonlight”, se nutrió en las historias de infancia y juventud del director Barry Jenkins y del guionista Tarell Alvin McCraney para contar una trama de bulling y elección sexual. Chiron es un niño negro de los suburbios de Miami que es frecuentemente golpeado y ninguneado por sus compañeros de colegio, simplemente por ser diferente. Encima tampoco entra en el corazón de su madre, dado que es drogadicta crónica y es capaz de dejar durmiendo afuera a su hijo para tener una noche de sexo y crack. Chiron, un paso antes de ser adolescente, tendrá un breve romance con un amigo de la escuela que lo marcará para siempre. Ya en la vida adulta, su madre está en rehabilitación y demanda un amor que nunca dio, mientras él tratará de sobrevivir en un submundo de narcos, aunque sin consumir. La vida le ofrecerá una nueva oportunidad de cerrar aquel romance pendiente de niño y quizá esta cita le permitirá reencontrarse con su verdadera esencia. Sin golpes bajos y con actuaciones logradas, el director hecha luz sobre el valor de los vínculos afectivos y aquellos nocivos legados familiares. Para disfrutar y no dejarla pasar.
El clásico filme independiente, pequeño en tanto producción, a primera vista con intenciones de rupturas narrativas, que debe estar dentro de las nominadas al premio de la academia de Hollywood de cada año. Obviamente dependía de estas para que su estreno por nuestras latitudes se haga posible. No porqué le falten meritos sino porque su presentación no es atractiva, per se. Digamos, sólo una actriz conocida, la británica Naomie Harris, todavía no incluida en el star system hollywoodense de manera definitiva, y un segundo largometraje de un director desconocido por el gran público. La realización se establece como el devenir de la vida de un personaje, dividido en tres episodios; niñez, adolescencia (parece el titulo del texto de L. Stone y J. Church, pero no me haga caso, es sólo deformación profesional) y adultez. Tres segmentos bien definidos y prologados por un titulo cada uno, siempre es el nombre del personaje a medida que transcurre su vida. Tenemos “Pequeño” en la etapa en que debe crecer en un barrio que no le es agradable, perseguido por otros chicos, su madre drogodependiente en plena decadencia, un sólo amigo, Kevin, tan desguarnecido como él, y sólo el acercamiento de Juan, el dealer de la zona, hará su existencia un poco más tolerable. Luego, y sin mediar nada, un poco se agradece, nos encontramos con “Chiron”, el niño ya adolescente, esmirriado, con la misma madre rodeándolo todo, un sólo amigo, el mismo Kevin, el despertar sexual de manera muy implícita y jugando como “chivo expiatorio” de las dramáticas vidas de muchos que concurren a su escuela. Con otro salto temporal nos encontramos con “Black”, ya establecido como el sucesor de Juan, recibe el llamado de Kevin, muchos años después, para dar cierre a una historia que decae en lo políticamente necesario y correcto de la actualidad cinematográfica, pero que no termina. Filmada con delicadeza desde las imágenes, bella en su composición pero cruenta desde el relato. Su estructura, si bien no es la acostumbrada, de clásico nada, tampoco es original por antonomasia.
Cuando pasen algunos años, Moonlight será más recordada por la accidentada forma en que recibió su Oscar a Mejor Película tras la confusión de sobres con La La Land, que por su trascendencia cinematográfica. De antemano, este estilizado drama dirigido por Barry Jenkins, se presentaba como la única contrincante de peso frente al multinominado musical al que se le terminó resbalando la codiciada estatuilla de las manos. Resulta llamativo que en medio del empeño de la Academia por borrar el mote de los "Oscar tan blancos" del año pasado; el galardón políticamente correcto haya llegado al destinatario final de un modo tan fallido. Así son las cosas. El premio máximo de la industria fue para una película con una performance de taquilla por demás moderada, y su reconocimiento no sólo sirvió para lavar las culpas ante la comunidad negra; sino de paso para extender una "palmadita de hombro" al colectivo gay. Con el antecedente de la elogiada Medicine for melancholy, el guionista y director Barry Jenkins construye el derrotero de la vida de Chiron, un chico negro que vive en un barrio marginal de Miami. El film está dividido en tres capítulos, abarcando la niñez, adolescencia y adultez de un personaje vulnerable al que le tocó crecer a los ponchazos en un contexto ultra machista y violento. Teniendo en cuenta que Chiron atraviesa su niñez bajo el calvario de una madre adicta al crack, y más tarde el despertar de una identidad sexual gay sofocada a trompadas por el bullying escolar; la película podría regodearse en cuanto golpe bajo emocional se cruce en su camino. Sin embargo, opta por un tono mesurado, aunque por momentos cargado de solemnidad; y un concepto visual afectado por un excesivo despliegue de virtuosismo. No toda historia de corte realista dotada de una fuerte connotación social, debe apostar por una estética áspera y documentalista. Pero el nivel de preciosismo del que alardea Jenkins con sus caligráficos y ultra calculados movimientos de cámara, por momentos enfría demasiado el nervio dramático del relato. Mucho se ha hablado sobre paralelismo estético entre esta creación y algunos títulos de Wong Kar-wai, Terrence Mallick y referentes del cine indie americano inclinados hacia una concepción poética. La fusión entre ese paradigma estilizado y la brutalidad del trasfondo de buena parte de este relato, pareciera oficiar más que nada como un paleativo digitado para hacer la película más accesible a las retinas cinéfilas de clase media blanca. Más allá de que Tarrel Alvin McCraney y Barry Jenkins hayan construido una narración basada en sus conmovedoras vivencias en el mismo suburbio donde vivieron, el film no termina de respirar una verosimilitud plena. Tampoco le dedica el suficiente tiempo a sus personajes y conflictos. El dealer que rápidamente se transforma en una suerte de padre sustituto de Chiron - Mahershala Ali (ganador al Oscar a Mejor Actor de Reparto) - desarrolla un cálido instinto protector que requería mayor tratamiento. En tanto que la madre adicta del niño y la mencionada secuencia del bullyng escolar, son presentadas desde el lugar común, aunque aderezadas con algunas metáforas visuales y acordes musicales ampulosos. Como toda obra episódica, hay segmentos que logran remontar más vuelo que otros, como por ejemplo la logradísima atmósfera homoerótica de la primera experiencia sexual de Chiron junto a su amigo Kevin. Sin embargo más tarde, en la última parte, allí donde Moonlight debería cobrar más entidad y consistencia, vuelve a asomar cierta tentación al estereotipo. Más allá del aura intimista que sobrevuela en la resolución, el dolor se vuelve más diseñado que nunca bajo una desabrida pátina cool. Dos días después de que Moonlight recibiera el Oscar, Calvin Klein publicó una hedonista y elegante producción con los protagonistas del film posando en ropa interior. Una sesión que no desentonaría del todo como bonus track de los créditos finales de la oscarizada película. Moonlight / Estados Unidos / 2016 / 111 minutos / Apta para mayores de 16 años / Dirección: Barry Jenkins / Con: Alex Hibbert, Ashton Sanders, Trevante Rhodes, Mahershala Ali, Naomie Harris y André Holland.
En la contemplación de esas pieles neones, brillosas en su mezcla de sudor y lágrimas, Moonlight hace del cuerpo un centro de irradiaciones que destellan en sus múltiples resonancias. En un camino entre el deseo que se reprime o aquel que se expulsa en incontenible violencia, que retumba entre la sexualidad de retaguardia en technicolor glitter de Kenneth Anger y el calor a flor de piel del Wong Kar-Wai de Happy Together, Barry Jenkins transforma al cuerpo de su protagonista en una trilogía de transfiguraciones por las que se expresan los diversos procedimientos mediante los que se busca ocultar al deseo de saberse distinto y no poderlo expresar. Pisando con deliberada cautela esa porción del infierno que le tocó en suerte, el pequeño Chiron solo busca hacerse de refugios posibles donde pueda escapar de los obstáculos cotidianos. En principio, de los ataques de sus compañeros de escuela pero principalmente de la sombra de su madre, de la que le será imposible esconderse. Solo encontrara una breve calma en la contención de Juan y su mujer Teresa, cuyos nombres bíblicos ya bien expresan su condición de ángeles guardianes de Chiron, dos presencias con las que no solo podrá contar durante su camino a la adolescencia sino en las que basará el resto de su vida, transformándose ya en su adultez en un reflejo viviente de Juan, su continuación inevitable, aún sabiendo que bajo ese disfraz ajeno no hace más que volver a esconderse, armando un nuevo refugio esta vez con su propio cuerpo que oculta entre esos músculos la verdadera condición de su ser, que late eternamente buscando la fisura por la que pueda explotar.
Una historia de transformación "Moonlight" es uno de esos pequeños grandes filmes que aparecen todos los años y amenazan el reinado de las grandes favoritas de la crítica y el público en la temporada de premios. El gran monstruo de este año es la película "La La Land" que tiene 14 nominaciones a los premios Oscars y se perfila como cómoda ganadora en la terna de Mejor Película. Si me preguntan a mí, creo que "Moonlight", trabajo del director afroamericano Barry Jenkins, debería ser considerada por encima del musical de Damien Chazelle por varias razones que ampliaré a continuación. Lo primero que debo resaltar de este film es la importancia de su temática, lo trascendental de reflejar lo que sucede en un ser humano cuando este es llevado al límite y cómo el amor puede devolver todo lo bueno que ese ser humano puede haber perdido en el camino. Acá el drama de Jenkins le gana ampliamente a un "La La Land" cuya temática es más light. El relato sigue la transformación de un inocente e introvertido niño afroamericano de clase baja en un ampón temido y respetado en los proyectos bajos de Miami. Acá tenemos uno de los pilares fuertes del guión. Jenkins nos hace partícipes de lo que sufre una gran parte de la población afroamericana en Estados Unidos y que es extensible a las clases bajas de la mayoría de los países de América. El flagelo de la miseria, las drogas, la falta de oportunidades y los baches del sistema de educación, entre otras cosas. Todo el mal que pueden hacer estas cuestiones en nuestra formación como seres humanos. Por otro lado, "Moonlight" también es una historia de amor en varias de sus manifestaciones, de pareja, familiar y fraternal. Es el viaje de Chiron (Alex R. Hibbert - Ashton Sanders - Trevante Rhodes), nuestro protagonista, a través de la tragedia y el amor teniendo que decidir por cual de los dos caminos va a transitar su vida. El hecho de ser un joven afroamericano gay en una sociedad cerrada es algo fresco de ver y que llama a la reflexión. En este sentido creo que a Jenkins le faltó jugarse un poco más al momento de comprometer al espectador con la elección sexual del personaje principal. En lo que a interpretaciones se refiere, hay un gran trabajo de todos los involucrados, desde Naomi Harris como la trágica madre de Chiron, pasando por Mahershala Ali como el tutor Juan, y los tres actores que interpretan al protagonista en sus tres etapas de vida que vemos en pantalla. La mano de Jenkins detrás de cámara es simplemente genial, regalándonos momentos lindísimos de cine con alma. Nos logra transmitir todo, desde los momentos más desgarradores a los momentos más dulces, todo con una sensibilidad extraordinaria que no cae nunca en el golpe bajo. Totalmente recomendable!
Todo comienza cuando un niño apodado “Little” es perseguido por sus compañeros de escuela y se tiene que esconder en un departamento abandonado. Allí lo encuentra Juan, un cubano afroamericano y narcotraficante, con el cual entablará una relación que lo marcará por el resto de su vida. “Moonlight” de Barry Jenkins plasma en la pantalla grande cómo es ser un afroamericano en el primer mundo y cómo deben vivir y adaptarse a las diversas circunstancias de la vida que les toca transcurrir diariamente. La película presenta tres divisiones para darnos un pantallazo sobre las etapas de la vida de “Little”: cuando es un niño, cuando es un adolescente y cuando es un adulto. Y allí podremos ver las diversas dificultades por las cuales tiene que transitar. Un recurso muy acertado por parte del director, utilizando tres actores distintos para encarnar a “Little” (se debe destacar la labor de los actores). Además, el director se centró en otro punto importante de la vida humana: el despertar sexual que atravesando estas distintas etapas de una persona y que lo definen y atormenta dentro de un grupo social. “Moonlight” es una película fuerte, pero que no busca los golpes bajos, sino que te muestra que el contexto y las relaciones sociales nos terminan definiendo y creando nuestro propio destino. Por más de que uno intente tener otra calidad de vida, si uno nace en una determinada clase o realidad social, va a tener una tendencia mucho mayor a ser de una forma preestablecida. En resumen, “Moonlight” es una película conmovedora que trata temáticas socialmente importantes, como las determinación de una clase social, la orientación sexual, las dificultades que tiene que atravesar una persona en pleno crecimiento. Una apuesta fuerte dentro de la Competencia Internacional del Festival de Cine de Mar del Plata. “Moonlight” forma parte de la Competencia Internacional dentro del 31° Festival de Cine de Mar del Plata. Puntaje: 3,5/5
El cine afroamericano no solo fue una expresión estética vinculada a la movilización social, cultural y política de esa parte de la sociedad estadounidense que en el pasado fuera sometida a todos los vejámenes que suponen la esclavitud sino también una reacción a los estereotipos del black people que producía el Hollywood blanco y racista desde su nacimiento como industria.killer_of_sheep_2_1024x1024 - Publicidad - Entre finales de los setenta con Killer of Sheep(Charles Burnett, 1978) y comienzos de los noventa con Haz lo que debas (Do The Right Thing, Spike Lee 1989) toda una generación de directores afroamericanos comenzaron a gestar una mirada realista sobre los conflictos sociales/raciales de su comunidad a las puertas del Imperio. do-the-right-thing Moonlight del director afroamericano Barry Jenkins también escarba en los márgenes de la opulenta y festiva Miami la situación de los afros pero lo hace desde una sensibilidad diferente (algunos han visto en este film destellos del maestro chino Wong Kar Wai) porque Jenkins no solo busca hablarle a su comunidad, su film dialoga con una estética que pretende (con los riegos que eso conlleva) estilizar el drama humano. Su protagonista, Chiron, es un niño muy vulnerable que no solo es maltratado por los demás niños del barrio sino que debe convivir con una madre drogadicta que no puede entender ni proteger a su pequeño hijo.MOONLIGHT_BlogPost_600x300 John (Mahershala Ali), es un dealer del barrio que no ha sido padre y cuando rescata al pequeño Chiron también encuentra su propia salvación, ambos se necesitan ya que Chiron no sobrevivirá sin una figura paternal como guía. John lo cuida, lo orienta y le ofrece junto a su novia Teresa (Janelle Monáe) algo parecido al hogar que su madre le niega en los hechos. moonlight-barry-jenkins-pitches-intersectionality-his-latest-movie-r El film buscará mostrar esa evolución de niño desvalido a joven endurecido a través de tres actuaciones descomunales de los jóvenes Alex Hibbert, Ashton Sanders y Trevante Rodas que encarnan al niño/adolescente/joven como si realmente fueran uno solo actor, llevando en sus rostros el sentimiento reprimido y ahogado de Chiron por toda la cinta. Moonlight, con ocho nominaciones a los premios Oscar, se puede dividir claramente en tres con cada actor/estado de Chiron y funciona muy bien en los primeros dos pero no resulta tan bien estructurado dramáticamente en el último ya que el encuentro de su amor homosexual resulta insípido, sin emoción como si el director no supiera como filmar las pasiones. No parece creíble esa historia de amor que no estructura el film y que solo aparece en el pequeño Chiron como discurso y que luego se manifiesta en su adolescencia con un beso ocasional de su amigo/amor de la infancia. Jenkins saca de la galera esa pasión soterrada y la mete en el freezer estilizado de sus imágenes donde demuestra, queridos lectores, que el romanticismo melancólico y postmoderno de Wong Kar Wai es una materia que aún le falta aprobar al bueno de Jenkins.
Por Lucía Salas, en contra Hay un tipo de crítica prescriptiva cuantitativa que extrae una especie de esqueleto tipo cinematográfico de una película (o audiovisual, depende de la calidad de la película y la crítica) pensando en si sería bueno que hubiese más películas como tal o cual. Por ejemplo, Do the right thing está buena y (porque) estaría muy bien que existieran más como esa. Es una idea noble si pensamos que el mundo está constantemente formando un hongo nuclear de muerte, destrucción, racismo, misoginia, homofobia, odio de clase (de las altas a las bajas) y distribución cada vez más desigual de la riqueza. No se si la historia del cine funcione bien de esa manera. Quizás lo contrario. Que un tipo cinematográfico (no un género o un régimen de representación sino algo más chico y transversal, algo que es formal y temático todo junto) se vuelva canónico no necesariamente instala una forma más justa de representación, por ahí incluso la hunde y la transforma en una cáscara para copiar, como dibujar uniendo los puntos sin más que eso. Por el contrario, está el efecto El diablo viste a la moda, esa idea de que para que vos tengas ese sweater violeta que compraste sin pensar en Wall-Mart sin demasiado interés, hay una historia de la moda que decantó en que exista y que en el cine de estudios oscarizable funciona un poco igual, sobre todo con las películas de los Oscars con conciencia social: son más un ejemplo de película que una película, una especie de copia pastiche de una idea de arte cinematográfico culto mezclado con cierta independencia económica y concepto generalizante de una moral de la representación. Pasa también con algunos recursos o procedimientos generales a los que se les da más valor que a otros, como cuando un actor para su trabajo en determinado film (por ejemplo Andrew Garfield en Hacksaw Ridge) se aprende un acento de alguna zona del mundo y lo repite como de memoria: una especie de esquizofrenia donde el acuerdo está dado de antemano, una afirmación previa en la cual si se transforma el habla, es bueno. En otros casos como las representaciones de minorías, se supone que la presencia en la pantalla significa visibilidad. Pero no se si la visibilidad es una cosa tan sencilla que tenga que ver únicamente con lo que aparece en el cuadro y no que no (de hecho Lion tapa con su forma más de lo que muestra). Es una forma un poco fóbica de pensar el fuera de campo: creer, al revés, que si no se ve no se hace visible. Por ejemplo, a los 25 minutos de Denzel Washington hablando sin parar en Fences, con ese hiperrealismo teatral hastiante al cual es imposible prestarle atención por completo, una de las preguntas que apareció en mi mente fue si habrá una película en la que este tipo actúe del millonario que es. Pero mi idea tenía un error (varios por ahí) y es que aunque esa película no exista no significa que eso no aparezca representado. En Fences, 12 años de esclavitud, o hasta Lion, hay un circulo lejano de la onda expansiva del fuera de campo en la cual Nicole Kidman, debajo de esa peluca rarísima, es la millonaria cadavérica que roba plata con la buena consciencia de haber sentado un ejemplo. Un robo a mano armada disfrazado de biografía con un CBU para hacer depósitos como título final. moonlight No soy fan de Maradona pero hay una frase suya que me dijo mi amigo Martín Emilio Campos que me acompaña seguido: lástima a nadie, maestro. La lástima es miserable y me avergüenza. Las películas de conciencia social de Hollywood chorrean lástima y debe ser difícil arrancar una película que cuente una historia triste o terrible con ese yunque sobre la cabeza. Lonergan lo resuelve con ascetismo y ritmo. Lion, Talentos ocultos y Fences son obvias en cuanto a sus designios malignos. Moonlight no es el enemigo, es el signo de refinamiento del enemigo. Tiene la tranquilidad de la parcial independencia y de la originalidad del moderado esteticismo, con la efectiva daga venenosa de los violines. Comienza con un plano secuencia como supuesta afirmación bazineana: esto es una calle real de Miami real, con actores conversando en tiempo real. El movimiento constante que deja siempre un frente cubierto (y por fuera uno sin cubrir, al que corre inmediatamente, dejando un nuevo bache de punto ciego y así en un péndulo infinito de desconfianza) es como un grito de atención más un desprecio por la tensión de lo inmóvil. Su realismo pasa rápidamente al de los temas: al tiempo y espacio se le suma la realidad real. La raíz del prescriptivismo cuantitativo: la realidad excede a la representación (Viola Davis en el discurso de su premio: la única profesión que celebra lo que significa vivir una vida – la representación como reflejo fijo de la realidad). Después, la esquizofrenia representativa de pasar de un realismo a otro saltando entre adornos rítmicos y musicales, el impacto del plano fuera de la narración con interpelación directa al espectador mirada a cámara mediante. El sujeto, coloreado, ralentizado, sin voz, con adornos que son hasta la sangre, con el ojo puesto hacia el exterior de la pantalla se transforma en un objeto. Con hay sujeto. Cuando el centro está puesto en impresionar a otro, disfrazado de causar un shock por estar frente a una realidad otra, ahí hay una traición, un utilitarismo. Ahí está el problema: no es vivir una vida, es percibirla. No es una experiencia estética consciente, es un simulacro de realidad estetizada (en un mal sentido, existe uno mejor), la imitación de una vida y no el traspaso de la experiencia de pensarla y crearla materialmente. Esto se pone en pausa en dos partes. En la primera, parcialmente: la escena de los amigos en la playa, con la experiencia sensible de la mano cubierta de semen (no visible pero visibilizado) pasando por la arena. La segunda, completa, el amor: ambos amigos en el bar, comiendo y charlando. La experiencia de dos personas, sujetos complejos, en un espacio también complejo, con tiempo, con luz, con sentido. Rivette decía en el capítulo de Cineastas de nuestro tiempo que le hicieron Daney y Denis que ya no se podía ir de Miami a Nueva York en una hora cuarenta de película, que ahora hacía falta como mínimo dos horas y media. Tampoco los periodistas se casan tan fácil con millonarias. Lo que pasa es que con el tiempo también cambian los usos y costumbres de la imagen cinematográfica. Si uno ve un plano de Sucedió una noche de Capra parece como si el cuadro directamente se llenara de otra forma, como si tuviera otra densidad más baja pero con volúmenes más abultados. También, más intensidad. La luz, la cantidad de destellos por centímetro cuadrado de rostro, era mayor. Quizás porque la pantalla era siempre grande y el tamaño de las cosas se consideraba distinto. No sólo es la figura humana la que mide el plano sino también el formato de destino. Una de las cosas que pasó entre Sucedió una noche y la entrevista a Daney es que Hollywood importó una idea de modernismo del cine como tipo, una cáscara que dotaba a las películas de una especie de halo de sobriedad o seriedad, de importancia. Algunas parábolas moralistas con actuaciones estridentes y evidentes pretensiones formales como The children’s hour. Lo que pasa con la escuela del “bueno, por lo menos…” del prescriptivismo cuantitativo es que no ve que en este caso el antecedente de Moonlight es ese quizás primer infiltrado, esa primera farsa del arte culto, del formalismo vacuo disfrazado de estilo, del dilema, de la falsa verdad revelada. Lástima, a nadie, maestro.
Moonlight se puso en el spotligh cuando ganó como mejor película dramática en los Globos de Oro. Hasta ahí, era un film que pasaba desapercibido entre tantos brillos y tanto despliegue de sus competidoras. Lo más lindo de esta película es que efectivamente es una historia. No hay parafernalia, no hay nada que distraiga de un cuento sobre una vida en un espacio inimaginado que encuentra la magia para avanzar. Nuestros personajes están en Miami, pero no en esa de los grandes yates y las playas. Está en la Miami que queda como resabio de todo eso. Chiron crece ahí, sin padre y una madre que no puede atenderlo ni cuidarlo por su adicción a las drogas. Pero es, ante todo, un relato que cala en lo hondo de cómo el entorno termina destruyendo hasta a lo más puro. Este chico, que crece sin amor, solo encuentra en un mentor un vínculo saludable, pero que por la naturaleza de que éste es un narcotraficante siempre hay un tinte trágico en todo lo que se cuenta. Así, Chiron se va armando una coraza, una forma para sobrevivir aislándose del mundo. Hay que reconocer que el estilo de Barry Jenkins para dirigir, elevan a esta historia, donde se mete con problemas sociales, drogas, adicciones, homosexualidad y el mal trato a la mujer sin que termine siendo un catálogo de golpes bajos, sino un retrato de una sociedad sin muchas opciones disponibles. Algunos temas que impactan en particular son que los tres actores que encarnan a nuestro protagonista, se presentan con los mismos gestos lo cual habla de una magistral dirección de actores. No debe dejarse de lado que estos chicos no tienen una formación actoral, de manera que es instintivo lo que muestran. Y eso traspasa la pantalla. Algunas maneras de construir la magia que puede ir encontrando este chico muestran, por ejemplo, a un narcotraficante que le enseña a nadar, aunque todas las escenas de la playa en general, como si fuera un espacio catártico donde el personaje puede mostrarse como quién es.