La falacia de la escalera social En ocasión de Parasite (Gisaengchung, 2019), sin duda una de las mejores películas de lo que va del Siglo XXI, su director y guionista Bong Joon-ho regresa a sus obsesiones temáticas de siempre, en especial la inequidad, la exclusión, los abusos, la inoperancia, los secretos y la posibilidad de resistencia social, todos tópicos que ha examinado de manera muy detallada y sardónica en sus otras propuestas, las recordadas y también excelentes Barking Dogs Never Bite (Flandersui gae, 2000), Memories of Murder (Salinui chueok, 2003), The Host (Gwoemul, 2006), Mother (Madeo, 2009), Snowpiercer (2013) y Okja (2017), distribuida por Netflix. A diferencia del fundamentalismo de Hollywood en cuanto a los géneros clásicos y la ausencia contemporánea de un mínimo interés vinculado al ardid de introducir ingredientes novedosos que nos rescaten de la mediocridad de la era de las franquicias, el cine asiático en general y el surcoreano sobre todo continuamente tienden a amalgamar géneros a priori dispares sin necesidad de mayores justificaciones formales y amparándose en una valentía artística que casi siempre redondea muy buenas transiciones entre los diferentes registros; algo que aquí vuelve a ocurrir porque de hecho el realizador se pasea -vía ciclos narrativos sucesivos- por la comedia negra cuasi costumbrista, el thriller de invasión de hogar, el drama de corte comunal, los vericuetos del horror y hasta las parábolas de odios acumulados a lo largo del tiempo y en función de pequeñas faltas de respeto que terminan apuntalando esas ganas locas de querer cargarse a la contraparte en plan de justica social, suerte de diminuta reparación/ compensación que trabaja sobre el campo individual lo que no puede hacerse sobre el colectivo, a escala de todo el sistema. La película en sí cuenta con dos partes bien marcadas y es de esos opus de los que conviene no dar demasiadas precisiones acerca de su trama desde la base del relato en adelante, por lo que sólo explicitaremos cómo Bong da forma a los cimientos de la historia: Kim Ki-taek (Song Kang-ho) es la cabeza de un clan de Seúl que en conjunto vive en la miseria, ha pasado por un sinfín de trabajos, sobrevive como puede armando cajas de cartón para una pizzería y gusta de robar señal de wifi a los vecinos de arriba del departamento en el que viven, una especie de sótano muy pequeño que da a la calle a la altura del suelo. La familia, que se completa con la madre Choong-sook (Jang Hye-jin) y dos hijos que ya terminaron el colegio secundario y también están desempleados, el varón Ki-woo (Choi Woo-shik) y la chica Ki-jung (Park So-dam), encuentra un filón laboral inesperado cuando un amigo de Ki-woo, Min (Park Seo-joon), le propone recomendar al muchacho como reemplazo de sí mismo en calidad de tutor de inglés de la hija de un matrimonio de la alta burguesía compuesto por el marido Park Dong-ik (Lee Sun-kyun) y la mujer Park Yeon-kyo (Jo Yeo-jeong), padres asimismo del revoltoso purrete Da-song (Jung Hyun-joon) y la susodicha adolescente, Da-hye (Jung Ji-so). Ki-woo consigue el puesto de profesor de inglés y mete en la lujosa casa de los Park a su hermana Ki-jung bajo el mote de docente encargada de implementar una “terapia artística” sobre el hiperquinético y pintorcillo ocasional Da-song. La chica sigue la cadena y hace despedir al chófer de la parentela dejando su bombacha en el asiento trasero del auto, así la pareja contrata por recomendación a Ki-taek, quien sin haber conducido nunca un bello Mercedes Benz de inmediato se convierte en el reemplazo. Choong-sook, el último eslabón de la familia Kim en ingresar a la residencia de los Park, amerita un plan mucho más minucioso porque lo que los flamantes empleados pretenden es intercambiarla por la actual ama de llaves de la morada, Moon-gwang (Lee Jung-eun), una mujer que “sobrevivió” al cambio de dueños del inmueble porque fue la gobernanta del propietario anterior, nada menos que el arquitecto que concibió la casa, un profesional famoso llamado Namgoong que se las recomendó en su momento a los Park: gracias a que comienza una relación romántica con su alumna Da-hye, Ki-woo se entera que Moon-gwang es alérgica a la pelusa del durazno y aprovecha el dato para que su padre, el cual lleva al supermercado y trae a Yeon-kyo con el Mercedes Benz, simule haberla encontrado de casualidad en un hospital y haber escuchado que está enferma de tuberculosis, por lo que la Señora Park pronto decide despedirla por miedo al contagio de todo el clan. Con la entrada de Choong-sook en el domicilio se cierra el primer acto del film ya con los espejos sociales bien definidos y las cuatro relaciones de aparente complementariedad finiquitadas, léase Ki-taek/ Dong-ik, Choong-sook/ Yeon-kyo, Ki-woo/ Da-hye y Ki-jung/ Da-song. La segunda mitad de la propuesta se mete con una doble sensación de peligro, por un lado la que surge de la misma necesidad de los Kim de tener que aparentar frente a los Park ser servidores ascéticos, pedantes y experimentados de la oligarquía empresaria (el Señor Park es CEO en una compañía llamada Another Brick y gana fortunas y su esposa, una tontuela igual de crédula y snob), y por otro lado la que aparece de improviso bajo la sombra de la competencia intra clase (otros lúmpenes desesperados pretenden ocupar el rol de los Kim). El guión de Bong y Han Jin-won va pasando de la comedia de integración paulatina de los comienzos a ese tono posterior cada vez más oscuro y sobrecargado, síntoma de que a los miembros de la estirpe protagónica no les queda otra que caer en el crimen para sacarse de encima a la competencia y hasta ejercer justa venganza sobre unos Park que pueden llegar a ser en verdad repugnantes de la mano de su catarata de soberbia, caprichos, estupideces varias y un asco/ antipatía apenas disimulada hacia sus empleados, en el desarrollo retórico simbolizada de manera muy clara mediante el malestar que siente Dong-ik ante el olor corporal de Ki-taek; aroma que se debe al hecho de vivir hacinado junto a los suyos en ese semi sótano con aires lejanos de vivienda y plagado de cucarachas, desde el cual ven una y otra vez cómo los borrachos del barrio suelen orinar detrás de un contenedor de basura que da justo a una ventana de la habitación donde comen. La referencia al parasitismo del título juega con la ambigüedad y con la distancia que separa a la superficie de lo que ocurre en realidad, empezando por esos Kim que se sirven de la ingenuidad de los Park para luego dejar explícito que los verdaderos explotadores -porque detentan el poder del entramado capitalista- son los Park, en especial durante la gloriosa carnicería del final y su denuncia del egoísmo y la falta de apego a la vida del prójimo por parte de la alta burguesía, esa que cuando las papas queman siempre opta por sacrificar a sus “esclavos útiles” asalariados, incluso a los que se piensan a sí mismos unos pasos por delante de la horrenda patronal (la picardía a la hora de sobrevivir como sea de las clases populares, condensada en Ki-taek, su mujer y su prole, eventualmente muta en rencor por la desigualdad y el atropello de fondo). Más allá de las diferencias de turno entre los sujetos individuales, en donde más se destaca el film de Bong es en el análisis de la falacia de la escalera social, en términos prácticos la noción -cual zanahoria colgada adelante del burro- que el emporio del capital le pone enfrente al pueblo para que acepte su destino de bajezas y su existencia subyugada en función de la promesa de un ascenso futuro -casi por arte de magia- dentro de la estructura general de la pirámide social plutocrática, eterna justificación conceptual que se mueve en el campo de la cultura y habilita enfrentamientos como el aquí retratado en pos de hacerse de los pocos puestos laborales disponibles en un sistema que hace rato reemplazó al trabajo por la dialéctica de la especulación, las apariencias, los engaños, la levedad y el dinero que genera dinero ya sin ninguna intervención humana, por lo que paradójicamente los bípedos se transforman a ojos de los bípedos en estorbos para sus ambiciones ya que hoy casi nadie desea lidiar con la voluntad del otro, sus exigencias y el marco jurídico que dice ampararlas desde la hipocresía. A la par de poner en primer plano la banalidad de las clases altas y las ingeniosas estrategias que las capas populares suelen implementar con el fin de disfrutar de una mínima revancha contra esos parásitos que -con suerte- pueden llegar a arrojar unas moneditas/ sueldo a cambio de vidas entregadas al grito de “por favor, explótenme”, la realización además subraya los puntos en común entre familias de enclaves comunales opuestos pero con un andamiaje muy semejante, uno quizás orientado a la afectación hiper ridícula y otro más volcado al rebusque pero ambos similares a escala de su quid intrínseco, detalle que se suele pasar por alto en fábulas de ensimismamiento clasista como la presente. Todo lo hecho por el elenco es prodigioso y se agradece en especial el regreso del querido Song Kang-ho, con quien Bong ya había trabajado en Memories of Murder, The Host y Snowpiercer, un actor sublime que se acopla de maravillas a la progresión narrativa de la que echa mano el director para construir su sátira política, económica y social de impronta sutilmente solapada, por momentos parecida a Nosotros (Us, 2019) de Jordan Peele aunque sin aquellos automatismos -simpáticos pero bastante reduccionistas para con el contenido ideológico concreto- del cine de género hollywoodense. Recurriendo a una puesta en escena compleja y claustrofóbica que afortunadamente evita todo planteo de índole teatral en relación a la disposición de la acción dentro de la mansión modernista de los Park, sede de buena parte del metraje y de las batallas y el suspenso angustiante del segundo acto, Parasite señala el hambre, las contradicciones y el absurdo de la dependencia general entre órdenes sociales contrapuestos que se detestan de manera recíproca sin darse cuenta que uno no existiría sin el otro; en esencia debido a que hablamos de un aparato público de generación de pobreza endémica y fortuna de lo más altisonante, una que termina en manos de un puñado de psicópatas -o imbéciles, como en este caso, considerando las pocas luces de los Park- que concentran y controlan el grueso del poder nacional en el contexto de regímenes occidentales y orientales posmodernos proclives a hacer de la democracia una parodia de sí misma que condena a la indigencia a la enorme mayoría de los mortales a través de la ausencia absoluta del Estado, casi siempre cómplice por desidia del martirio y/ o garante de un condicionamiento cultural tendiente a la sumisión colectiva ad infinitum.
Parásitos viene de la mano de Bong Joon Ho, un tipo con muchísimo talento al cual no le gustan los encasillamientos. Hizo fantasía (Okja), kaiju eiga (The Host) y ciencia ficción (Snowpiercer), película última con la cual Parasite tiene puntos temáticos en común. A Bong Joon Ho le encanta hablar de la lucha de clases en escenarios excéntricos – en un caso, los obreros de mantenimiento de un gigantesco tren, único medio de supervivencia en una devastada tierra post apocalíptica, los cuales se rebelan contra los ricachones que viven con todas las comodidades en primera clase; acá, con una familia de vividores y embaucadores que están en la miseria y que se anotan como los sirvientes de una familia surcoreana acomodada, diciendo mentiras de todo tipo para que los contraten y actuando como si no fueran de la misma familia – y acá tiene un argumento para esgrimir sobre las diferencias sociales en la actual Corea del Sur. Para Bong Joon Ho los pobres son supervivientes que rascan la olla y subsisten gracias al engaño, y los ricos son una clase de gente superficial que compra la honestidad de la gente por los títulos que poseen (la chapa) antes de corroborar si son ciertos. Aprovechando semejante dejo de ingenuidad, la familia Kim (encabezada por el pirata Kang-ho Song, vago, mentiroso y vividor) arma un engaño: el hijo mayor Ki-Woo (Woo-Sik Choi) encuentra un trabajo en una familia adinerada, una recomendación dada por un amigo universitario para que le enseñe inglés a la hija de los Park, una adolescente calenturrienta que no duda un segundo en enamorarse de su mentor. Al conocer la superficialidad de la dueña de casa (Yeo Jong-yo), decide recomendarle una profesora de arte para su travieso pibe, el cual hace unos dibujos horribles a los que todos tildan de obra maestra. Así acomoda a su hermana (So-Dam Park) como una amiga especialista en el tema (con títulos falsos elaborados por ella misma en el Photoshop de un cibercafé!), y comienzan una larga, silenciosa y sutil tarea de infiltración metiendo a su padre como chofer y a su madre como ama de llaves. Claro, semejante operación se cobra sus víctimas – el anterior chofer, al que le pusieron una trampa para que parezca que tiene relaciones en el coche del patrón; la antigua ama de llaves, a la cual le simulan una tuberculosis terminal sin muchos miramientos -, lo cual genera un karma que tarde o temprano será cobrado. Y de ese modo se convierten en los parásitos del título, viviendo a expensas del arquitecto y su disfuncional familia, usando identidades falsas y títulos inventados. Al principio Parásitos funciona como una deliciosa comedia negra. Estos vagos y atorrantes montaron una de Misión Imposible para hacerse con unos empleos bien pagos para los cuales obviamente no están capacitados. Cuando los dueños no están, aprovechan para devorar los costosos manjares y las buenas bebidas de la casa, amén de sondear los diarios íntimos de los Park para conocer mejor a su víctima y así timarlos mejor. Pero es allí donde Parasite pega un salto y se transforma en una montaña rusa, comenzando a saltar de un genero a otro con una facilidad pasmosa y sin que el espectador sepa muy bien como diantres se va resolver todo esto. Porque en la noche de parranda los tipos descubren un compartimiento secreto en la cocina, y un hallazgo con el cual no deberían haberse topado. Imposible revelar mas sin arruinar las sorpresas que Bong Joon Ho le tiene reservadas a la platea. Lo que puedo decir es que el filme se bandea hacia el thriller, el drama y la tragedia – mientras sigue metiendo chistes negrísimos – con una facilidad pasmosa. Aún cuando sean unos rufianes, es difícil no sentir empatía por los Kim. Son tipos que miden el peso, manguean WiFi gratis y viven en condiciones deplorables haciendo trabajos que nadie querría – como plegar miles de cajas de pizza por día para juntar unos billetes -. El plan que se les ocurre es tan supremo como ridículo, y solo funciona por la credulidad de la gente rica. Pero a su vez los ricos no caen bajo una buena óptica ya que se los ve despreciativos y manipuladores – no la simplona ama de casa sino el arquitecto Park, el cual puede detectar a los pobres por el olor de su ropa -. Y la revelación de la cocina demuestra de que los Kim no son los únicos que trazaron un plan semejante para subsistir a costillas del arquitecto y su pedante familia. En todo caso es una comedia sobre las miserias de la condición humana – el mantener el trabajo bien pagado y los beneficios que conlleva impulsan a los Kim hasta al crimen; los ricos no captan a sus empleados como personas sino como herramientas para satisfacer sus caprichos y desestiman sus necesidades -, lo que termina en una batalla entre las clases que se suponía eran simbióticas. Hay un trueno en el paraíso y el equilibrio de antes jamás podrá ser restaurado. Parasite es un dechado de originalidad por donde se la mire. Las perfomances son excelentes, pero el timing cómico y las ocurrencias de Bong Joon Ho lo son todo. Es un número puesto para el Oscar ya que nunca vi una película así; y si se lo niegan, será otro de esos robos a los que nos tiene acostumbrado la Academia.
Parasite es un film singular; consigue comunicar la calamidad del mundo contemporáneo sin hundirse en una ciénaga pesimista. Tampoco anuncia un porvenir amable, casi lo contrario. La resistencia es apenas un gesto, un signo, una carta que tal vez ni siquiera llega a destino. Pero se escribe, alguien insiste y un cineasta desea filmar la única y verdadera grieta de todas las sociedades, la grieta entre los que dan órdenes y los que acatan.
Parasite: Familias al límite. Con un gran aparato mediático, varios premios encima, varias nominaciones a los premios Oscar y ya con una ¿remake? ¿serie? por parte de HBO, llega a cines argentinos el último opus de Bong Joon-Ho: Parasite (2019). «¿De qué te reís?» «De vos… de todos nosotros me río». –Esperando la carroza (1985)– No es novedad que el cine coreano es uno de los mejores del mundo y, en estos últimos años, tuvo un crecimiento exponencial y una mayor visibilidad sobretodo gracias a directores como Park Chan-Wook y, quien nos compete hoy, Bong Joon-Ho. Bong es quien, quizás, más ha entendido la forma de transmitir historias universales y codearse con Occidente, mediante películas que abarcan diferentes temáticas como el policial, la ciencia ficción o la comedia negra, sin olvidarse de sus raíces y las historias que emanan de su querida Corea. Así, tenemos un realizador que ha vagado en diferentes géneros desde Memories of Murder (2003), quizás el mejor thriller policial de este milenio; pasando por el terror kaiju de The Host (2006), el drama en Mother (2009), la ciencia ficción post-apocalíptica en Snowpiercer (2013), la fantástica Okja (2017) y, hoy, el menjunje de todas ellas en Parasite (2019). Hay una temática recurrente, sin embargo, en el cine de Bong Joon-Ho; una línea que circunda la narrativa y que le es propia, una crítica socio-política al sistema de vida coreano y al capitalismo salvaje, un cáncer que sufre el país oriental y que deja a millones de habitantes en la pobreza extrema mientras que la minoría vive la opulencia descarada sin siquiera mosquearse por el prójimo. Parasite (2019) es una de esas películas de las cuales es muy difícil hablar sin caer en el spoiler, no obstante en esta review, trataré de escribir algunas líneas dando pequeños indicios de las razones por las cuales hoy es la favorita de la temporada de premios y la más aclamada película extranjera en el círculo hollywoodense. Desde la primera secuencia del film se nos muestra a la familia Kim, compuesta por el padre, la madre y dos hermanos ya bastante grandecitos, viviendo en una casa por debajo de la calle, casi como un subsuelo. Poniéndonos en contexto con la realidad social en la subsisten. Los jóvenes de la familia tratan de robar wi-fi de una cafetería con bastante éxito, dándonos así a entender desde el primer momento quiénes son los parásitos (supuestamente) de los que habla el título del film. Los Kim viven de trabajos precarios como el armado de cajas para una pizzeria, cosa que vemos también al principio de la cinta. La suerte cambia (literalmente) cuando el amigo universitario del joven le pasa la posta para que sea tutor de inglés de una adolescente de familia adinerada. Si bien, Ki-woo tiene los elementos por haber dado varias veces el examen de ingreso, no tiene los títulos por la falta de herramientas económicas necesarias para realizar carrera alguna. Lo mismo sucede con su hermana, Ki-jung (o «Jessica»), quien es una experta en informática a tal grado que falsifica un título para su hermano en un Cybercafé en cuestión de minutos. Min, al llegar a la casa de su amigo, Ki-woo, le lleva de regalo una gran piedra que su abuelo le legó. Según dice, trae buena fortuna a los que la poseen. La familia Kim queda azorada y el joven de la familia no parará de decir que el elemento es «muy metafórico». Claro, en la película se suceden varios hecho que llevan lo metafórico al paroxismo. Hay que estar bastante atento a que esta piedra terminará siendo el peso de los pecados cometidos. Un peso, también, que el hijo varón de una familia asiática siempre lleva consigo. Cosas culturales, «muy metafóricas», digamos. Cuando Ki-woo se presenta en la casa para trabajar, la matriarca de la familia Park lo recibe, primero con cierta cautela, pero al ver el trabajo con su hija, incluso llega a pagarle más que a Min. Ésta, y otras acciones que hacen a la señora de la casa una persona demasiado crédula, es el caldo de cultivo para que los Kim vayan apoderándose de la casa paso a paso y uno a uno. Hablar más de Parasite (2019) sería arruinar la experiencia y la sorpresa que conlleva el film y como el guion del propio Bon Joon-Ho, en conjunto con Han Jin-won, nos va llevando de la mano hacia senderos que nos interpelan de manera personal; pasando de la comedia negra casi costumbrista a un thriller sin respiro con toques de horror, pero siempre haciendo foco en la crítica social. Todos es perfecto en el film de Bong, desde las actuaciones (mención especial siempre al actor fetiche Song Kang-ho, haciendo de padre de los Kim), la música extradiegética que acompaña la acción en momentos en que la tensión va en aumento o el drama se acopia en la pantalla, así como también las decisiones con respecto a la fotografía: hay momentos donde una simple línea en una ventana separa a los pobres de los acaudalados. Hay varios momentos donde Bong recurre a ciertos elementos en donde se nos subraya la diferencia de clases, escaleras o caminos que suben y bajan, los colores e iluminación que se eligen para representar el ambiente de las dos familias, sumamente diferentes, etc. En síntesis, Parasite (2019) es todo lo que se dice que es, una obra sumamente completa donde el entretenimiento enmascara un mensaje que sumamente actual y que transgrede toda cultura, como lo es la lucha de clases y como el el que tiene menos recursos es pobre no por falta de educación, sino por falta de recursos; y como el más pudiente puede ser lo más despreciable, aunque también, lo más naif y crédulo que se podría esperar. Al fin y al cabo, las dos partes terminan necesitándose para subsistir, una más que otra en diferentes situaciones. Por ende, el momento de la vida en el que se desarrollan las acciones y sus posteriores consecuencias, nos darán a entender quien es más parásito que el otro.
on perdón de quienes consideran que la crítica de una película no debe empezar con la mención de otra, la autora de esta reseña siente la imperiosa necesidad de relacionar la premiada, nominada y esperada Parásitos con Los dueños, que se estrenó en abril de 2014. Seis años antes que el surcoreano Bong Joon Ho, los tucumanos Agustín Toscano y Ezequiel Radusky convirtieron la casa de una familia adinerada –una estancia, concretamente– en escenario para una representación satírica de la lucha de clases en el siglo XXI. También jugaron con la ambivalencia del título elegido: ¿quiénes son los verdaderos dueños en esa crónica de una disputa por la propiedad y el poder? El humor juega un papel clave en uno y otro largometraje, pero varía el estilo. Mientras Toscano y Radusky desarrollaron una veta más bien simpática, Bong apostó a una versión negra, corrosiva, con grandes salpicones de violencia explícita. Esta característica lo aleja de la dupla argentina y lo acerca al japonés Takeshi Kitano y al estadounidense Quentin Tarantino. Aún bajo la luz de referencias virtuosas, el nuevo film del realizador asiático parece insuperable. Por un lado, el guion escrito con Han Jin-won derrocha precisión en cuanto a la caracterización de los personajes y a la superposición de capas narrativas que sostienen el duelo progresivo entre los Kim y los Park. Por otro lado, los actores ofrecen un desempeño individual y colectivo notable: nadie desentona en esta fábula feroz sobre la desigualdad social y su contracara, la fantasía de (meritorio) ascenso piramidal. El también autor de Snowpiercer invita a reconocer la grieta sociológica a través de tres sentidos: visual (contrasta la espaciosa residencia de los Park con la suerte de sótano comprimido e inundable que habitan los Kim), auditivo (el uso de expresiones en inglés impostado en boca de la familia burguesa) y olfativo (en al menos dos ocasiones los patrones aluden al perfume de su chofer). La idea de un plan en este contexto invita a la reflexión filosófica: quizás el discurso de Kim Ki-taek sobre la incompatibilidad de la vida con las estrategias habría llamado la atención de Jean-Paul Sartre y Albert Camus. Aquí también vale preguntar quiénes son los verdaderos… parásitos en este caso. Antes de arriesgar una respuesta, los espectadores harán bien en esperar que Bong exponga todas sus jugadas, que son originales, variadas, inteligentes y por lo tanto poco o nada previsibles. El realizador parece haber pegado un gran salto cualitativo desde su película anterior, Okja. Aunque muy ocurrente, aquella otra fábula que también cosechó nominaciones y premios transita un camino menos sorprendente. Obra redondita por donde se la mire, Parásitos también alude a la división irreconciliable entre las dos Coreas. La imitación de un conductor de noticiero de la República Popular Democrática alimenta la sensación de que Bong entiende que la mejor manera de abordar el presente –local y globalizado– es con un sentido del humor descarnado. Días atrás, The Hollywood Reporter informó que HBO inició negociaciones para producir una versión televisiva de Gisaengchung (así se pronuncia el título original). El proyecto de mini-serie hablada en inglés quedaría a cargo del mismo Bong y de Adam McKay, productor de la exitosa Succession. A priori esta sociedad creativa suena auspiciosa para quienes celebramos la película surcoreana y la serie estadounidense. Dicho esto, conviene ver la primera antes de que la adaptación para TV le retacee singularidad.
Los unos y los otros. Aunque cuando el film comienza no se sospechan las derivaciones que tendrá la trama, ya aparecen delineadas varias coordenadas. A través de esa familia que vive en un sucucho bastante revuelto, aceptando módicos trabajos para sobrevivir y recibiendo imprevistamente los efectos de una fumigación destinada a insectos de la ciudad –mientras intenta aprovechar el wi-fi del vecino–, se revela como eje de la película la humillación a la que conduce la desigualdad social y económica, no únicamente en Corea. Como en anteriores películas de Joon-ho (Mother, The Host), hay un punto de partida realista que va desviándose hacia algo más lúdico y excesivo, logrando en este caso algo parecido a una fábula negra o una sátira endiabladamente divertida, con la violencia y el suspenso combinándose con un disfrutable sentido del humor y progresivas peripecias. Joon-ho no es Buñuel, desde ya: en sus films la visión mordaz sobre la sociedad se confunde con los códigos de la cultura popular de estos tiempos (el comic, el cine gore, la estética de la publicidad), lo cual incluye su merodeo por distintos géneros. Parasite es muchas cosas al mismo tiempo, sin que eso atente contra su vivacidad y su precisión narrativa. En principio, es una película sobre las diferencias de clase. La ropa, las comidas, los modales e incluso los olores marcan esa oposición, que no resulta burda porque los privilegiados, aunque viven en su limbo, no dejan de brindarles ciertos beneficios a sus empleados, quienes a su vez aprovechan cualquier oportunidad que se les presenta para sacar tajada (en este sentido, hay dos momentos en los que se dice mucho con pocas palabras: cuando la madre habla de la amabilidad de los ricos y cuando su hijo se admira por cómo lucen siempre, dudando poder integrarse a ese grupo social). Los mecanismos por los que las injusticias generadas o permitidas por el sistema capitalista pueden conducir al enfrentamiento de pobres contra pobres, mientras los miembros de la clase alta hacen la suya, se insinúan en Parasite sin expresiones admonitorias, mientras entretiene con sus sobresaltos. Es también un film sobre el engaño, casi un un juego de máscaras con personajes que mienten, falsifican documentos y representan roles cambiantes sin que eso afecte demasiado sus rutinas; sobre la arquitectura, con Joon-ho llevando de las narices al espectador por las calles, los túneles y los diversos ámbitos que atraviesan una gran ciudad (confrontando, en un momento, la moderada preocupación que puede provocar una tormenta en la vida de una familia adinerada con los catastróficos efectos que produce en los habitantes de un barrio); sobre la modernidad, con teléfonos celulares, computadoras y visores asimilados a la vida cotidiana; sobre la familia, núcleo de contención y alienación, al mismo tiempo; y, finalmente, sobre la mirada: son muchos los momentos en los que se mira con atención un dibujo, una piedra, un lugar o una persona tratando de controlar, de entender o de aprender, entre la desconfianza y la curiosidad. Los desplazamientos de cámara, el trabajo de edición, el uso de la música, las locaciones sagazmente elegidas o diseñadas: todo resulta funcional para esta provocadora montaña rusa. Si hubiera que dar un ejemplo de solidez, basta recordar la ajustada coreografía de movimientos tras el inesperado llamado de la dueña de casa anunciando con displicencia su regreso. Es notable cómo –a diferencia de lo que suele verse en el cine argentino– la desigualdad se expresa sin personajes fascinados con el robo o el dinero, y, asimismo, cómo el guión, escrito por el propio Joon-ho junto a Jin Won Han, adopta sin complejos la visión de la familia de clase media-baja, siguiendo especialmente al joven y bienintencionado Ki-woo (Woo-sik Choi, visto anteriormente en Invasión Zombie). Como es de esperar, la tensión implosiona en determinado momento: a quien cuestione el desenlace de esa secuencia habría que recomendarle ver o rever La ceremonia (1995, Claude Chabrol), por ejemplo; en todo caso, puede objetarse que el estallido no derive en un tipo de ataque más original. Si en ese último tramo Parasite se trivializa un poco, resulta más que oportuno su cierre. En ese último plano no hay un propósito neciamente conciliador ni una descarga vengativa, sino la ilusión, el deseo o la necesidad de creer que, sólo con buena voluntad, es posible ascender en la pirámide social. Por Fernando G. Varea https://www.parasite-movie.com/home/
UN FILM PARASITARIO Si no hay nuevas formas para buscar una determinada representación crítica de un constructo histórico espiritual, entonces todo lo que se pretende expresar se traduce de manera informe, -tanto como no-forma y como mera información-, y desde luego fracasa en su intención. Así, como nos enseña la vida vegetal y animal, se busca adherirse a una criatura mayor para vivir parasitariamente a sus expensas. Ver un film de Corea del Sur que busca reproducir la comedia de ciertas instancias históricas, ya efectivamente juzgadas en sus representaciones, y además a través de los filtros de otras tardías representaciones, hace recaer en esos informes de modernidad tardía que tan vulgarmente se manifiestan en los borradores de Almodóvar que, a su vez, buscan re-producir, mejor dicho parasitar algo de Cukor o Minnelli. Al igual que esos asombros madrileños de tres o cuatro décadas atrás, por contestadores telefónicos, destapes, y cosas semejantes, en este Parasite desde el mismo comienzo se busca más que subrayar, directamente gritar la existencia de redes sociales, así como de casas con porteros eléctricos sofisticados y demás emolumentos de un capitalismo tardío, pero ya global en lugares como Corea del Sur. De allí la carencia absoluta de puesta en escena que delata este film segundo a segundo. No puede com-prender en una representación propia el diluvio de la modernidad tecnocrática. Com-prender es también aquí la noción de realidad escrutada por una razón crítica, pero también la sumersión plena, es decir como vida cotidiana de esa realidad escrutada. Corea del Sur -es más que sabido- ha pasado desde hace poco a ser un país capitalista industrial avanzado. Es un país que a diferencia de su vecino e histórico enemigo, el Japón, no ha tenido siquiera tiempo de sentir un sentimiento nostálgico por su pasado; como es ya más que evidente en toda la filmografía de posguerra de Ozu. Ese salto industrial se ha visto reflejado de consuno con una producción cinematográfica avanzada en cuanto a industria, que implica producción y publicidad por todos los medios y gran presencia en los festivales; lo que se consigue, desde luego y desde siempre, mediante un gran poder económico. El tema es que Corea del Sur ha pasado al capitalismo global desde la miseria agrícola cercana a la esclavitud. Es decir, se han saltado los pasos de capitalismo-acumulación originaria, fase superior imperialista, y movilización total. Esta carencia histórica, un poco similar como adelantábamos a cierto cine español de las últimas décadas, hace que el modo de representación de tal sociedad no avanzada sino empujada a un salto sin los practicables previos, no pueda verse reflejada en su objetividad, sino fabricándose una realidad falsa que se traslada sin más al concepto del cine: y que no puede llegar a funcionar con rigor, porque se le ha quitado el sustento histórico-objetivo necesario. Dos temas. El uso maniático, hartante del teléfono celular dentro de la trama, refleja la novedad de la mentalidad que su director representa por el goce de un artefacto casi emblema de la industria de su país. Tanto como pasa con el nuevo rico que exhibe tilingamente sus recién adquiridos artilugios técnicos. Sin juzgarlos en su objetividad (1). Y de allí se anuda el siguiente paso de la confusión de este director -luego hablaremos de la puesta en escena- que al no saber, por no tenerlo eficientemente elaborado históricamente el concepto de clases sociales y de luchas de clases, se refugia en el estadio representativo anterior a esta dinámica, que es la burla sentimental a los ricos y la exaltación demagógica de los pobres; lo que se llama “pobrismo”. Es decir también que como no puede elaborar expresivamente el concepto de libertad, tanto en sentido marxista como agustiniano (2), recae o se refugia malamente en un vetusto maniqueísmo. Desde luego a esta maratón maniquea en relación a los ricos estúpidos y vacuos, debe corresponder un opuesto “pobre” dotado de toda la elemental panoplia del pobrismo y la mendicidad. Es curioso, ya que estamos, como se tiene aquí a la burguesía por un lado y al subproletariado por otro, sin imaginar a la clase obrera. La picaresca familia de cuatro miembros se muestra como unos astutos embaucadores que usurpan las cuatro respectivas funciones de toda casa burguesa tipo. Chofer, ama de llaves, profesores particulares, dibujo para el menor e inglés para la hija mayor. Toda esta sección del film que se extiende por una interminable hora -de las más de dos de duración-, es jugada en clave grotesca, burda y calculadamente bufonesca. Por ejemplo el largo festín que se dan los cuatro cuando los integrantes de la familia se hallan ausentes, jugado con los brochazos más elementales. Algo que, admitamos, ya era un vetusto clisé en la Viridiana (1960) de Buñuel. Al fin y al cabo, ¿qué es la picaresca y sus tics trasladados a la sociedad moderna más que un manotazo figurativo, cuando no se tiene un concepto de clase trabajadora previamente delimitado? Esto por cierto es algo que deberían tener en cuenta -si ello es posible todavía- tanto guionistas, directores y actores argentinos cuando se dan a pergeñar personajes de clase trabajadora. Allí lo pobre es sinónimo de “grasa”. Todos ellos faltos de eses finales en las palabras, a medio afeitar o con ruleros, y en batón o en camiseta. Un eructo cada tanto, es opcional. Veamos una escena. El niño que se ha vuelto autista o algo así, siempre disfrazado de indio, duerme en el jardín por razones inescrutables, salvo que esto intente ser una crítica sutil a los westerns de Hollywood. Los padres se ponen a dormir en un sofá. Debajo de la mesa ratona, el padre de los impostores se oculta y oye (junto con el espectador desde luego) lo siguiente: Que éste, el que está bajo la mesa, huele mal, pero que sabe mantenerse en su lugar. El matrimonio, desde luego vestido con pijamas de seda -¡que más!- comienza, digamos, a tener sexo manual hasta que la mujer tal vez como compensación a las manualidades maritales, pide a los gritos que le compre drogas… y con el pobre debajo de la mesa oliéndose la camiseta. Es así: los pobres huelen mal -aún debajo de la mesa- y los ricos se pervierten manual y mutuamente cubiertos de mórbidas sedas. ¿Lo entendió usted, señora, señor? No se preocupe, enseguida se lo volvemos a alegorizar… Luego de una más que lánguida hora de muecas pobristas, surge una sorpresa un tanto desbocada, que hace que el film se arroje de cabeza al thriller y hasta al terror, sin mediar el necesario “shifter” (embrague 3) que sirva para señalar el cambio de velocidad del film. Lejos de ello, este director se engolosina con pasadizos en rápida recorrida visual, embute a un personaje encerrado allí desde años, mezcla de “El conde de Montecristo” y Tu Sam y luego ¡celular mediante! una situación de suspenso, ya no distante de la mínima credibilidad, sino de toda trama urdida con decoro. No es que tan solo descendamos a golpes de cámara hacia un sótano, si no al abismo de los golpes bajos. Golpes bajos que en su carnicería final llegarán al paroxismo: en esto recuerda a engendros de Kurosawa, donde un Mifune disfrazado de samurái, meditaba interminablemente hasta que al final terminaba destripando a medio mundo, sin decir siquiera “sayonara”. Antes de esto asistimos a un diluvio de aguas cloacales que desbordan de inodoros en estado precario de plomería. La mierda parece sumergirlo todo en sus aguas turbulentas y purulentas, y el espectador ingenuo es llevado a pensar que esto tiene que ver con algo “apocalíptico. Debería recordar el breve esbozo del inodoro desbordando sangre de La conversación (1974) de Coppola, por ejemplo. Pero este director coreano, como todo nuevo rico, tiene que hacer ostentación de su derroche; aún de la propia mierda… El diluvio cloacal lleva a que el pater familias que hasta ese momento resultaba tan solo un pícaro falsario y encima un venenoso difamador de sus iguales en actividad servil, por otro capricho del director se convierte en todo un meditador zen con sus koanes ya redonditos. ¿Cómo? Chi lo sà Nótese que en ese balbuceo dice que prefiere no tener plan alguno. Sin duda una confesión del propio trabajo del director que anda a los tumbos. Poco antes de la masacre final, donde se presenta a los invitados al garden party como unos subnormales, el hijo del cuarteto de impostores se acollara con su alumna, que desde luego es también una infradotada. En vez de seguir con sus arrumacos, el muy tonto se pone a mirar por la ventana y a decir, nada menos que, “cómo saben organizar las cosas los ricos” Y ya en sociólogo, “nunca podré encajar en este ambiente”. Cosa que a la niña rica le importa tres belines y lo conforma para seguir con el anterior estado de clinch. Lo estúpido de las situaciones, la indiferencia por toda realidad, así como también de toda fantasía, hace retroceder el film hacia el esbozo borroneado que se tuvo presente, y desde luego partiendo de un locus classicus del fantástico. La invasión a un interior-propiedad hasta entonces seguro. Por ejemplo el más o menos argentino Cortázar, se hizo repetidamente citado por su breve relato “Casa tomada”. Aunque allí se estaba a favor de los propietarios. Para seguir con la puesta en escena. El director no sólo nos sitúa la mayor parte del film en esa casa de cuidada geometría y simetría, sino que se apoya en esa arquitectura para adosarle algo que no se corresponde. Digamos que el autor de la puesta en escena es el arquitecto y no el director. Desde luego que este error existe desde siempre. Lo cual no hace que ese error sea menor, sino mayor por no haberse aprendido nada. Que haya escaleras y escaleritas, sótanos y demás no necesariamente significa que haya ejes verticales en el sentido en que lo empleamos en nuestra teoría. Tampoco una simetría es una mera repetición de cosas y de objetos. En esto, seguramente, deberé emprender una crítica de mi mismo -como diría Croce-, por no haber explicitado teórica ni prácticamente el empleo de tales conceptos. Pero algo más; imaginemos que aquí sí hay ejes verticales y simetrías. Eso sólo no hace el concepto del cine Y si el guion es caprichoso, arbitrario, los personajes son al ras. Si se pasa de una forma a la otra, porque sí. Comedia negra, thriller y reflexión seudo filosófica en off. Si esto sucede, los posibles ejes y simetrías, se convierten tan sólo en construcciones materiales, como la propia casa de estilo geométrico-minimalista que el director usa ad nauseam para esconder malamente que no lo sabe hacer a partir de su propia diégesis. Se nos podría objetar, de manera atendible, que en este film tenemos la enorme piedra verde, que el joven falsario carga y el director hace aparecer repetidas veces. Bien, cierto. Ahora que en una de las veces, cargue con la piedra en la mochila y la lleve a cuestas en fin… Compárese con el diamante en Titanic. Sencillamente y para resumir, cuando el director la hace aparecer en el bolsillo del abrigo que carga Rose, sabemos por qué está allí: porque se ha creado un plot adecuado para ese hallazgo. En cambio que en este Parasite lo carga encima vaya uno a saber porqué; es un dislate, o mejor dicho, una falta de sentido de la simetría por carencia de puesta en escena. Es un film, como intuyo que buena parte de esa reciente cinematografía, totalmente parasitario. No entrega, porque no las tiene, las dos cosas fundamentales que tiene el arte, al menos actual, para darnos. Placer, es decir forma, ya que Parasite es una serie de informes superpuestos. Pero tampoco algo para pensar, porque también en esto se limita a parasitar los más vetustos resortes de sentimentalismo maniqueo. Reduce a los ripios ya más que desgastados la relación entre las personas, ricos y pobres, a los que intercambia como fichas inanes de su juego irresponsable. Y eso es una bajeza ética que no tiene atenuantes. 1: como hemos señalado, repetidas veces, en uno de los primerísimos films de Griffith The Lonely Villa (1908-9), aparece ya en su diégesis, tanto el teléfono como el automóvil. Desde luego esto ya puesto en una escena doméstica, sólo podía suceder en Estados Unidos. Si bien ambos artefactos técnicos son mostrados y puestos en escena en cuanto a su uso habitual (índices), ambos son puestos en cuestión crítica, al demostrar que no son necesariamente algo “superador” en lo ético, como acciones y decisiones humanas. El cable telefónico es cortado por ¡los que intentan invadir el hogar!, así como el automóvil se queda sin combustible cuando el protagonista intenta ir al rescate de su familia en peligro. 2: para San Agustín libertad es la posibilidad de conocer el bien. Para Friedrich Engels, libertad es la necesidad entendida, o mejor dicho la comprensión, el comprender la necesidad. 3: por ejemplo en Los imperdonables (1992), cuando el protagonista se toma de un tirón una larga media botella de whisky, antes de decidir -y el director- con él, cambiar de velocidad el film en marcha.
por Laura Pacheco Mora "Metáfora de una incómoda realidad" Para comprender este film desde el corazón del guion, es pertinente aclarar que su esencia radica en la casa de los millonarios, desde esa premisa, intentaremos observarlo desde un punto de vista cercano al guionista. Esa casa representa a la sociedad y al guionista, todo lo que exista y suceda fuera de allí, es una mera excusa, para que exista la casa. Su arquitectura, sus escaleras, los ventanales, la frialdad, la soledad, la larga mesa, las divisiones de sectores, el silencio, las palabras justas, las paredes, las relaciones humanos, los animales, los colores, los vacíos, la decoración, lo que se aloja arriba y abajo, los secretos, nada es inocente, todo tiene un porqué aquí y comunica de manera simbólica. Gracias a este director que nos regala una lección de cine simbólico y una mirada de la sociedad un tanto pesimista, aunque real para muchos. Supo transformar en arte de manera extraordinaria. Nada es casual, y no sólo es una crítica a la sociedad, sino también, habla del conflicto profundo de cada individuo y de las maneras de existir. Todos estamos unidos a través del cine, nos recuerda Boong Joon Ho. PARASITE (2019), la mundialmente aclamada película del Director surcoreano Boong Joon Ho (Memorie of murder, 2003) Tanto Gi Taek (Song Kang Ho) como su familia están sin trabajo. Cuando su hijo mayor, Gi Woo (Choi Woo Shik), empieza a dar clases particulares en casa de Park (Lee Sun Gyun), las dos familias, que tienen mucho en común pese a pertenecer a dos mundos totalmente distintos, comienzan una interrelación de resultados imprevisibles. Bong, vuelve con una comedia retorcida, combinando thriller, drama familiar y crítica social. Es un director que se ha caracterizado por el humor negro, por saltar entre géneros y por enroscar las historias con giros atípicos y personajes conducidos irremediablemente al extremo. Aquí, hay una intención por exponer aspectos incómodos de la nación surcoreana, como la notable diferencia de clases y el miedo constante a sus vecinos de Corea del Norte. Al respecto, recomiendo ver una excelente y terrible mirada en The net (2006), del director Kim Ki-duk. Bong no solo se destaca en dirección, sino en su guion que junto a su impecable estética, consigue comunicar más allá de lo expuesto a simple vista, de un detallismo admirable, armonioso y digno de un análisis interesante para los estudiantes de cine o los interesados en la comunicación sutil e inconsciente. Las interpretaciones impecables de todo el elenco, hablan de un ida y vuelta con un director-guionista que tenía muy claro lo que quería comunicar y de seguro, esta trama está relacionada a vivencias propias, además existen reminiscencias a Psicosis (1960), por la casa, las escaleras y la verdad que se encuentra solo allí... Hay muchísimo para decir sobre Parasite, sin embargo, prefiero recomendar esta brillante lección de cine, -en especial el guion- y que cada uno saque sus propias conclusiones. Otro acierto del guion, es que bien podríamos decir que tenemos dos películas, lo más genial, es que ambas películas tienen el mismo mensaje. Realmente no sé cómo logró esto Bong, solo lo aplaudo, y por otra parte, festejo que el cine oriental, tenga más alcance a cierto tipo de público que diez años atrás, no hubiese pagado por ver una coreana en cine, con lo que sus mensajes universales, llegaban a un público muy reducido. Cuando uno ya estaba satisfecho por otra gran película coreana, el director avanza un paso más que nos sorprende a todos y es que claramente tenía algo más que decir. La forma sutil que elige para comunicar, es emocionante. Un elemento que desde el comienzo pensamos que significaba algo sagrado, es utilizado para dar paso a la resolución y a la única manera violenta de resolver un inevitable y necesario encuentro. Los antiguos enamorados del cine oriental, recordamos nuestra primera película, como a un amor a primer vista y es que a eso que no logramos decir, pudimos por primera vez, verlo o escucharlo en una palabra, una mirada o el color de una flor. Poesía pura, simpleza, expresión honesta, eso quizás describiría algo de este tipo de cine que simplemente invita a sentir y experimentar sin pensar e interactuar, desde un lugar intuitivo,y, a amar por lo que la entrega deber total. Calificación: 10/10 FICHA TECNICA Título original: GISAENGCHUNG Título en inglés: PARASITE Género: Drama Idioma: Coreano País de producción: Corea del Sur Director: BONG Joon Ho Guion: BONG Joon Ho, HAN Jin Won Producción: KWAK SIN AE, MOON YANG KWON Producción ejecutiva: MIKY LEE Director de Fotografía: HONG KYUNG PYO Diseño de producción: LEE HA JUN Diseño de vestuario: CHOI SE YEON Música: JUNG JAE IL Edición: YANG JINMO Empresas productoras: Barunson E&A, CJ Entertainment Año de producción: 2019 Duración: 131 min Distribuye: Impacto Cine
por Celeste Herrera "Casa tomada" Una historia que no tiene conflicto, no es una historia y vaya que Bong Joo- Ho lo sabe. La séptima película del surcoreano, ganadora de la Palma de Oro en el pasado Festival de Cannes, es el paradigma del guión que lo trasciende y se transforma en una maravilla de la narrativa cinematográfica. En Parasite (2019), Ki-taek Taek (Song Kang-Ho) y su familia están sin trabajo. Pero un día su hijo mayor Gi Woo (Choi Woo-Shik) comienza a dar clases particulares en casa de la adinerada familia Park. Y a puro ingenio, el joven consigue ganarse la confianza de la señora de la casa, e introducir poco a poco al resto de sus familiares en diferentes tareas domésticas. Dando inicio a una serie de eventos, de los cuales nadie saldrá indemne. Es admirable y placentero, ver como Bong Joo- Ho nos cuenta la lucha de clases fusionando como pocas veces se ha visto una chorrera de géneros. Éstos funcionan como un reloj que siempre da la hora exacta. Ya lo habíamos visto en la estupenda Okja (2017). De este modo la comedia negra, da paso al thriller para culminar en drama cada vez que los giros argumentales se presentan. Nos dejamos llevar por este director que jamás pierde de vista lo que pretende contar haciendo gala de su oficio. Cada plano está potenciado por la impecable fotografía y lo metafórico de su puesta en escena, cada secuencia es un película en si misma, las locaciones adquieren entidad de personaje y el manejo coral que hace del elenco confirma el pulso del sur coreano, imponiendo la empatía por sobre los prejuicios, delineando exquisitos personajes tan humanos que nos reconocemos en sus defectos y sus virtudes. "La majestuosidad de Parásitos se haya en la universalidad de sus personajes y en el tema que aborda. Si el último tramo del filme puede jugarle en contra para no alcanzar el título de película perfecta, pues está bien, el espectador ya se ha reído, se ha dejado llevar por la intriga y la tensión, y va siendo hora que el drama nos espabile un poco antes de los títulos de crédito. Porque al salir de la sala y antes de subirnos al subte, al colectivo o a nuestro auto último modelo, seguramente nos detengamos un instante para ver si conseguimos una red libre de Wi-Fi y compartir en las redes que acabamos de ver la mejor película del 2019." Clasificación: 9/10 FICHA TECNICA Título original: GISAENGCHUNG Título en inglés: PARASITE Género: Drama Idioma: Coreano País de producción: Corea del Sur Director: BONG Joon Ho Guion: BONG Joon Ho, HAN Jin Won Producción: KWAK SIN AE, MOON YANG KWON Producción ejecutiva: MIKY LEE Director de Fotografía: HONG KYUNG PYO Diseño de producción: LEE HA JUN Diseño de vestuario: CHOI SE YEON Música: JUNG JAE IL Edición: YANG JINMO Empresas productoras: Barunson E&A, CJ Entertainment Año de producción: 2019 Duración: 131 min Distribuye: Impacto Cine
“Más vale tarde que nunca” reza un dicho popular… aunque en este caso podría modificarse al lenguaje cinéfilo con: “más vale nominaciones al Oscar que salas” porque costó… pero llegó. Finalmente Parasite, la nueva obra de Bong Joon Ho (The Host, Snowpiercer, Okja) se estrena en el circuito de cines comerciales de Argentina, luego de haberse pre-estrenado en el Festival de Cine de Mar del Plata y de estar a la mano de los cinéfilos acérrimos en plataformas de dudosa precedencia en el sub-mundo de la internet. Pero… Es menester verla en pantalla grande. ¿De qué va la película? La sinopsis reza lo siguiente: “Tanto Gi Taek (Song Kang Ho) como su familia están sin trabajo. Cuando su hijo mayor, Gi Woo (Choi Woo Shik), empieza a dar clases particulares en casa de Park (Lee Sun Gyun), las dos familias, que tienen mucho en común pese a pertenecer a dos mundos totalmente distintos, comienzan una interrelación de resultados imprevisibles.” Pero este estreno es mucho más que eso, es una experiencia cinematográfica deliciosa capaz de tomar por sorpresa a les desprevenides que vayan buscando “una de los Oscars”, o a aquelles que ya conozcan el cine de Bong. Parasite es incategorizable, resulta complejo estancarla en algún género en particular, va fluyendo y encontrando diferentes tonos navegando en el mundo incómodo donde no existen los blancos y negros, pero sí muchísimos grises. Y qué difícil encontrar relatos audiovisuales actuales que trabajen en esos grises… El cine actual se encuentra en una discusión constante producto de los grandes monopolios, los problemas de presupuesto, de distribución y esa tendencia que viene hace años que solo existen producciones chicas o gigantescas (los famosos “tanques”). El objetivo es recuperar de manera rápida la inversión, apostando por universos compartidos que permitan un ventaneo más claro de distribución, manteniendo “atado” al espectador y ayudando a “masticar” mejor sus productos. Esto deparó en un acalorado debate que se da hace tiempo entre el “cine de entretenimiento” y el cine “artístico”, que se reflejó claramente en el Scorsese-gate. Pero esto es algo que ocurre… en el cine industrial occidental, que está cooptado mayoritariamente por Estados Unidos. ¿Entonces, que representa Parasite? Otro modo de ver el cine, Bong siempre pudo jugar con los límites: en Snowpiercer usó un juego de anillos dantescos para hablar sobre la pirámide social, en Okja se fue a un futuro muy cercano para discutir sobre el veganismo… a pesar de estar dentro del sistema ofrece un matiz, algo diferente… único. La nueva película de este director es un drama, una comedia, una de terror por momentos. Es una crítica al sistema clasista, evitando caer en subjetividades dónde un lado de la balanza es el bueno y el otro el malo. Es una historia sobre el amor: entre jóvenes, familiar, entre parejas eternas. Es una crítica mordaz al arte, al consumismo y al capitalismo. Incluso durante mucho metraje es una película sobre atracos, con un plan y un montaje similar a otras películas de este género. Inclasificable, altanera, mordaz, graciosa, incómoda… humana. Parasite es un producto extraño, que logró atravesar la cadena de producción del cine “convencional” que consumimos regularmente, demostrando que existe otro modo de ver el cine, otros relatos, nuevas direcciones… aunque necesitemos subtítulos y tengamos que confiar en ellos ciegamente. Y a pesar de venir de Corea del Sur Parasite parece más Argentina que el dulce de leche, si uno está conectado con la empatía social se va a ver altamente interpelado: la dignidad del trabajo, la falta de recursos, las necesidades básicas del post-modernismo (como el wifi), el flagelo de las inundaciones, el arreglarse con lo que se tiene permitiéndose mentiras piadosas en pos de sobrevivir… si la nueva película tuviese una remake en Argentina, grabada en el tercer cordón del conurbano y dirigida por Adrian Caetano a nadie le sorprendería.
Dog eat dog En un momento muy convulsionado de nuestro continente (y mundo), llegó “El Guasón” (2019) como símbolo para hacerse parte de algunas de las protestas que se están dando en Chile, Ecuador, Hong Kong o Líbano. Si bien el mensaje de la película fue bastante directo y literal deja varias aristas que dan lugar para la discusión. Quizás el problema de este film al analizar los estallidos sociales es que en las sociedades – o la política – no hace falta un clima muy tenso ni una desigualdad tan evidente para que ocurra el desencadenante, Chile es el ejemplo más evidente al respecto. Las tensiones muchas veces están tan ocultas y la desigualdad está tan naturalizada que el desencadenante es imprevisible. Parasite (2019), la última película de Bong Joon-ho y ganadora de la Palma de Oro en Cannes, es un claro exponente de este tipo de choques sociales porque muestra cómo todos los estratos sociales luchan entre sí para mantenerse y no es necesario poner el dedo en una parte del sistema para demostrar que falla por todos lados. El film expresa esto con una variedad de registros que va desde la comedia, la parodia, la tensión y la acción, el drama, el gore y el terror, y un final tan triste como desolador. También una puesta en escena en la que ningún elemento está puesto al azar y una fotografía muy bien lograda. El film retrata como protagonista a una familia de bajos recursos de Corea, en la cual sus integrantes viven con un trabajo ultra precario, como pueden, hasta que Min (Park Seo-joon) amigo del hijo de la familia, Kim Ki-woo (Woo-sik Choi), le ofrece un trabajo como tutor de inglés de la hija mayor en la casa del señor Park (Lee Sun-kyun), una familia adinerada y de muy buen pasar. Lentamente, Ki-woo verá que se generan oportunidades de trabajo para el resto de su familia (algunas abiertas de forma poco ortodoxas) y de a poco se irán acoplando a la vida. El giro de la película es delirante in crescendo y todo lleva a un final inesperado, dramático y fuerte, que deja pensando demasiadas cosas relacionadas con la clase de seres humanos que somos en general, tanto en oriente como occidente. La cuestión que se pone en tela de juicio es el egoísmo en general, la ambición y la falta de empatía, sin necesidad de hacer una crítica puntual o social. En “Parasite” no hay héroes, no hay víctimas, no hay bien y mal, son todos personajes despreciables por un motivo u otro. Desde la familia sin escrúpulos que miente constantemente para conseguir un beneficio y un nuevo trabajo, la familia rica sin ningún tipo de empatía por lo que la rodea que deja sin trabajo a la gente dejándose influenciar por cualquier tipo de comentario, sin comprobar nada. El engaño como método constante de supervivencia, ya sea para autoconvencerse de que las cosas son perfectas, para engañar a los demás, o para sacar ventajas. Después está la representación de determinadas cuestiones más relacionadas con lo que es la sociedad coreana, la mención a Corea del Norte, los problemas en los barrios más humildes y la falta de contención del Estado, en menciones sutiles pero contundentes. El símbolo visual y estético de la película es la escalera, en todo momento los personajes suben y bajan de un ambiente a otro para esconderse, y simbólicamente subir en la escala social. Una forma de querer escalar a la fuerza, un procedimiento para lograr lo que quiere y hundir al otro. Un error y sos descubierto, una falla y no hay lugar en el sistema. No se trata de una película de denuncia con un mensaje social. Se trata de un enredo de humor negro y suspenso que no deja respiro y mantiene la tensión en todo momento. Pero el mensaje que brinda va más allá de lo literal y eso es lo más destacable.
En "Parasite" de Bong Joon Ho, el realizador nos presenta a manera de parábola un ajustado caso de dominación de clases en clave de comedia con viraje súbito al drama más lacerante y descarnado y todo ello filmado de una manera sorprendente y magnética.
El consenso es algo que debilita la cinematografía, y más cuando como bola de nieve algunas propuestas como “Parasite” llegan precedidas de premios, debates, discusiones, que no hacen otra cosa más que acrecentar una película que atrasa conceptualmente y en la que su director no aparece como en otras producciones. Aquello que se celebra como el reconocimiento de la industria a un director que viene generando un sinfín de propuestas mucho más interesantes que ésta (The Host, Memorias de un asesino), en realidad termina por esconder un fenómeno que tiene que ver con su homogeneización. Ya no es autor transgresor. En la historia de dos familias, una rica, una pobre, que terminan fagocitándose entre sí, hay un vodevil latente que bien podría haber sido escrito y filmado hace más de cuarenta años, pero se lo hizo ahora, con un atraso conceptual importante. En la puesta al día de la lucha de clases a partir del engaño, el ocultamiento y el armado de un siniestro plan que luego termina por desencadenar un espiral de violencia incontenible, “Parasite” no hace otra cosa que debilitar un contenido que se disfraza de alegato social y que podría haber reforzado algunos conceptos importantes. Pero en el trazo grueso con el que Bong Joon Ho decide presentar a los opuestos, la obviedad con la que desarrolla el encantamiento de unos sobre otros, y el desenlace plagado de violencia y dolor, no sólo imposibilitan una reflexión sobre los mismos, sino que, además, pretende reflejar un estado de cosas que nada tiene que ver con la realidad. Los pobres huelen mal, roban internet, no tienen trabajo, engañan para sobrevivir. Los ricos, son ingenuos y se permiten oler como dioses, vestirse aún mejor, y dejar en manos de otros sus destinos, incluyendo sus vidas. Claro, esto es cine, y si limitamos esa confrontación, engaño y posterior revelación de un estado diferente de las cosas, no estamos siendo fieles a la idea que “Parasite” termina por representar: la de una sociedad dividida, lamentable, parasitaria, en la que nadie tiene nada ganado, ni aún pagando por su felicidad. El artificio de “Parasite” se revela ante los ojos del espectador a los pocos minutos de iniciada, y en la recurrencia de ese loop de engaño/revelación/engaño/revelación eterno, se pretende innovar en una estructura narrativa clásica de tres actos convencionales y aburridos. “Parasite” interpela con su aire de película de autor y novedad, pero esconde en su discurso un mensaje mucho más aterrador que las acciones de los pobres contra los ricos y viceversa. La idea de una comedia vodevilesca, en donde quien esconde mejor sus secretos puede triunfar en un mundo tirano y cruel, aplasta sus preceptos, convirtiéndose en nada más ni nada menos que un universo ficcional ya visitado con anterioridad por producciones mucho más heterogéneas y sin pretensiones de ser LA VERDAD sobre nada. POR QUE NO: «Bong Joon Ho ya no es un autor transgresor»
Arriba y abajo. Viendo Parasite lo primero que viene a mi cabeza es la fuerza de la retroalimentación cinematográfica. Y es que aunque cada película sea un mundo, puesto que todos sus detalles dependen de una infinitud de personas diferentes más allá de la figura director, es inevitable establecer comparaciones y similitudes entre las mismas. De hecho la comparación es el algo que los seres humanos extrapolamos a todos los aspectos de nuestra vida diaria, mucho más allá del cine. Pero esto, claro está, es otro tema. La nueva obra del surcoreano Bong Joon-ho llega a las salas un año después de que lo hiciera Somos una familia, del japonés Hirokazu Koreeda, filme con el que comparte una atmósfera y unos personajes similares. Ambos directores retratan a la clase baja desde una visión irónica y crítica del sistema de clases sociales. El hecho de que hagan esto en los dos países asiáticos más occidentales, ricos y poderosos potencia la acidez de su mensaje. Pero a pesar de esa coincidencia de base, el tono y el desarrollo de sendas películas es completamente distinto. Y en este sentido, la obra de Joon-ho presenta ciertas conexiones con otros filmes como pueden ser Hierro 3 del también coreano Kim Ki-duk, Visitor Q de Takashi Miike o incluso Teorema de Pasolini. En todas estas películas uno o varios individuos se introducen en diferentes hogares provocando un cambio en los mismos, cambio bien físico en la propia casa o bien psicológico en los habitantes de la propia. Parasite lleva además lo anterior al extremo, porque en este caso es una familia entera la que se infiltra en el hogar de otra. Los manipulan para colarse en su mundo y así aprovecharse de ellos. Y todo ello cobra una nueva perspectiva cuando descubren que ya había alguien que hacía eso antes que ellos. Aquí empieza una lucha para ver quién se mantiene en el poder, quién controla a los ingenuos ricos y a su excesivo despilfarro de dinero. Y esto es precisamente uno de los dos puntos que me han parecido algo flojos: el hecho de que se simplifique tanto el sistema de clases y la mentalidad de sus integrantes. Los ricos son egoístas, clasistas e ingenuos. Los pobres son egoístas, envidiosos y astutos. Entiendo que Joon-ho necesita hacerlo para centrarse en lo que le interesa y no perder tiempo con lo demás, pero eso no quita que siga siendo una presentación muy simple de sus personajes y su entorno. El segundo de estos aspectos es la tensión obligatoria. Me explico. Desde el momento en que se empieza a hacer evidente que Joon-ho quiere jugar con el suspenso, el filme me ha desenganchado un poco. Esto se debe al hecho de que noto qué es lo que el director quiere que me suceda como espectador, y eso es algo que nunca me ha agradado. La propia manipulación a la que someten unos de sus personajes a otros es la que el cineasta coreano trata de ejercer sobre mí. Lo mismo me suele suceder siempre que un director busca despertar una sensación o emoción concreta. Es por eso que no me suelen gustar, por lo general, la mayoría de comedias o de películas de terror. Porque la intención y los artificios en estos dos géneros son muy evidentes. Creo que un cineasta no debería pensar en lo que quiere que le suceda al espectador, sino en su (no) historia y en sus (no) personajes. Lo que estos provoquen en el público dependerá de cada persona. Y es que lo bonito del cine y del arte es que quien completa la obra es el receptor, quien la consume. Cuando no nos igualamos ante esa persona estamos perdiendo el respeto hacia la misma. Nos situamos por encima como artistas y buscamos manipularla. Queremos que entienda nuestro mensaje de forma cerrada, cuando la riqueza radica precisamente en que cada uno pueda otorgar su propio mensaje a la pieza. Con esta última digresión no pretendía machacar el filme de Joon-ho, ya que no creo que sea su caso por entero. A pesar de que esos aspectos comentados no me hayan convencido creo que la película funciona bien y que tiene detrás a un realizador con ganas de contar algo, a un director muy preocupado por lo que cuenta y por cómo lo cuenta; en resumen, a un cineasta.
El prolífico realizador coreano, Bong Joon-ho («The Host», «Memories of Murder»), nos brinda uno de los trabajos más notables de su carrera y uno de los films más interesantes del año. No por nada, la cinta se alzó con el máximo galardón del prestigioso Festival de Cannes en 2019 y ahora está nominada a los Oscars como Mejor película extranjera, Mejor director y Mejor película. Bong Joon-ho nos ofrece un film de género con una fuerte metáfora social hacia la cultura coreana, las formas de vida, la distinción de clases y muchas otras ricas cuestiones. Una obra potente, impactante y vertiginosa que no para desde que inicia hasta su fin, llevando al espectador a ser testigo de un acelerado e impredecible relato donde se lucen sus intérpretes y un maravilloso guion. El largometraje cuenta el presente de Gi Taek (Song Kang Ho), que tanto él como su familia se encuentran desempleados. La sociedad coreana moderna los tiene marginados sin posibilidades de insertarse en el sistema, y logran subsistir a base de pequeñas changas que realizan los distintos miembros del clan familiar. Cuando el hijo mayor de Gi Taek, Gi Woo (Choi Woo Shik), empieza a dar clases particulares en casa de Park (Lee Sun Gyun), las dos familias, que tienen mucho en común pese a pertenecer a dos mundos totalmente distintos, comienzan una interrelación de resultados imprevisibles. Básicamente la historia gira en torno a una familia de clase baja que termina trabajando para una de clase acomodada, siendo que los integrantes de la primera van recomendando a sus propios parientes a llenar los espacios vacíos en los distintos empleados que va requiriendo la familia rica (con algún que otro fraude mediante). Ahí es donde se presenta el tono sardónico e irreverente del director que busca teorizar sobre la desigualdad y otros tantos temas que sobrevuelan la escena sociocultural del mundo capitalista. La capacidad narrativa de Bong Joon-ho es inconmensurable, nos sumerge inmediatamente en un atrapante e intrigante relato del cual somos rehenes hasta su culminación, algo similar a lo que sufren sus personajes que no pueden o no tienen las herramientas necesarias para escapar a sus propios destinos que parecen estar prefijados. No obstante, se va cosechando poco a poco una atmósfera opresiva que además de tener un aire enrarecido va agregando cierta cuota de imprevisibilidad. Este nuevo opus del realizador coreano mezcla la comedia con el drama e incluso el thriller para mostrarnos que sus films comprenden un género en sí mismo. Algo que ya podíamos inferir en películas como «Memories of Murder», donde también se coqueteaba con la comedia y el comentario ácido en medio de un aura oscura y contemplativa. Incluso desde su título ya plantea la ironía del asunto. En los aspectos técnicos se destaca la fotografía de Kyung-pyo Hong, quien trabajó con Bong Joon-ho en «Mother» y «Snowpiercer» y en grandes relatos como «The Wailing» y «Burning». Esta alianza entre el director y Kyung-pyo Hong comprende un gran acierto para crear ese clima denso pero a la vez sugerente, logrando un verdadero triunfo en lo que comprende a la estética visual. «Parasite» es una obra maestra, un relato salvaje e impiadoso que se nutre de una excelsa dirección, una maravillosa puesta de cámara y un elenco espectacular (con varios actores recurrentes de Joon-Ho) para erigir esta fábula social sobre la estratificación y la distinción de clase.
Este jueves 23 de enero se estrena Parasite (2019), del notable realizador de Memories of a murder (2003), The host (2006), Mother (2009), Snowpiercer (2013) y Okja (2017), . Humor negro y crítica social en el último opus de Bong Joon-Ho, ganadora de la Palma de Oro en Cannes y nominada a 6 premios Oscar de la Academia. - Publicidad - Tras haber dirigido dos películas fuera de su Corea del Sur natal, Bong Joon-Ho regresó a su mejor forma. Su cine (meticuloso, implacable, cómico) tiene indudablemente una impronta popular, entendiéndola como una apuesta capaz de interpelar emociones primarias (no por eso menos profundas) en una amplia porción de la sociedad. En Parasite el relato muestra dos mundos: el de los ricos y el de los pobres, cuyo epicentro es Gi Woo, el hijo mayor de una familia que vive hacinada y subsiste armando (mal) las cajas de una cadena de pizzerías. De forma absolutamente casual, el muchacho llegará a ser profesor particular de los hijos de la familia adinerada (fraude de un título de grado mediante). Bong no es condescendiente ni con unos ni con otros; su nivel de mordacidad y de detallismo se percibe en el retrato de las dos familias, exponentes de la desigualdad social de su país. Son múltiples los puntos de giro que tiene la película, esencialmente concentrados en la forma en la que toda la familia de Gi Woo (madre, padre, hermana) comete pequeñas pero contundentes estafas para ser contratada por los ricos, en distintos roles. El momento más álgido en términos dramáticos aparece cuando se revela un secreto que estaba ahí, a escasos metros de todos, un “as bajo la manga” del guion que resignifica lo visto y desestabiliza el clásico esquema dual al que apela buena parte de la película. En esta despiadada guerra de ricos contra pobres (en definitiva, una metonimia de la sociedad y su eterna lucha de clases) hay espacio para el humor negro, el erotismo y la corrosión que el film explora sin dejar adoptar una postura crítica sobre los modos de mirar, de distribuir espacios, incluso de olfatear (prestar atención a este aspecto) en el universo capitalista. En definitiva, una oportunidad para reencontrarse con el mejor Bong Joon-Ho, quien compitió en Mar del Plata años atrás con Mother, otra de sus grandes obras. Esta nota se publicó durante el 34 Festival de Mar del Plata
Bong fue parte del jurado de Mar del Plata en 2013, donde pudimos ver sus películas (Perro que ladra no muerde estuvo en el tercer BAFICI). Más allá de la imperdonable falta de entusiasmo con que se recibió el estreno comercial de The host, no necesitamos de los Oscar para darnos cuenta de que estamos ante uno de los grandes directores de la actualidad...
Si desde Chile hasta Francia, pasando por Colombia, Ecuador, Líbano y China, las noticias sobre protestas, revueltas, exigencias de cambio y denuncias ante la desigualdad son el tema del momento, el reconocimiento que empezó el año pasado nada menos que con la Palma de Oro en Cannes 2019 y la nominación al Oscar, parte de la certeza que con Parasite el surcoreano Bong Joon-ho logró capturar el estado de las cosas en buena parte del mundo, a partir de una sátira social, tan devastadora como risueña, una de esas comedias para reír con la mandíbula definitivamente tensa. El camino pendular elegido de la narración lúgubre entre el trhiller y la comedia disparatada no hacen más que potenciar el tono oscuro y la bufonada histérica, un relato que habla de la brecha social entre ricos y pobres desde la ciudad de Seúl, capital de un país pequeño pero orgulloso de su desarrollo ultra capitalista y ultra innovador, pero también ultra clasista y profundamente desigual. En el comienzo está la familia Kim, con un hogar miserable -el inodoro ubicado en un lugar imposible es la prueba más flagrante de su devastadora precariedad- y casi subterráneo en los suburbios, en donde el padre, la madre y sus dos hijos sobreviven armando cajas para una cadena de pizzerías mientras con enojo y resignación, observan por una única ventana ubicada al ras de la calle cómo los borrachos hacen sus necesidades en el callejón en donde está ubicada la casa. Son desagradables, su pobreza tan brutal como absoluta es casi un cliché que inicia el camino de la comedia. Pero el hijo consigue trabajo como profesor particular de una niña de una familia adinerada, los Park, con una casa soñada, modales de la alta burguesía y una vida sin sobresaltos. Ese será el escenario de un thriller improbable pero verosímil, en donde poco a poco el resto de la familia Kim se convertirá en viral para totalizar el personal de servicio de los Park: chofer (el padre, interpretado el extraordinario Kang-ho Song, una súper estrella del cine coreano), cocinera (la madre) y psicoterapeuta artística (la hija). Y no, no son parásitos, son lúmpenes a la fuerza que ven una oportunidad y la toman, sin detenerse en cuestiones morales y éticas. No cuentan con ese beneficio. Pero se trata del cine coreano y Bong Joon-ho (Memories or Murder, The Host, Okja) también introduce lo fantástico dentro de esa mansión hípermoderna, con otros desesperados que precedieron a la familia invasora y que también son parte de la ecuación ricos vs. pobres, en donde el resultado necesariamente va a ser negativo para todos. Con su mirada cáustica y desencantada, Bong parece decir “son ellos o nosotros” y transita por la certeza de que la convivencia no es posible y la prueba está ahí, en el relato que intenta encajar dos realidades sociales diferentes, con una intensidad que va subiendo, un desenlace que se encamina hacia el abismo y una tragedia que sorprende que no se traslade masivamente a todo el mundo. Aún. PARASITE Gisaengchung. Corea del Sur, 2019. Dirección: Bong Joon-ho. Guión: Bong Joon-ho y Han Jin-won. Intérpretes: Song Kang-ho, Jang Hye-jin, Choi Woo-shik, Park So-dam, Park Seo-joon, Lee Sun-kyun, Jo Yeo-jeong, Jung Hyun-joon, Jung Ji-so, Lee Jung-eun. Producción: Bong Joon-ho, Jang Young-hwan, Moon Yang-kwon y Kwak Sin-ae. Duración: 132 minutos.
Fue galardonada como “Mejor película extranjera” en los Globos de Oro y está nominada a los Premios Oscar como "Mejor Film". Sin embargo, las expectativas con "Parasite", una producción de Bong Joon-ho, son tan altas que terminan superando un poco la realidad. La trama es interesante e inteligente: representa a una familia coreana de clase baja que busca con desesperación conseguir un buen trabajo sin importar a costa de qué ni de quién. Así tengan que sufrir las consecuencias de sus actos. Pero el desarrollo de la historia es bastante extenso y con escasez de escenas que atrapen. Y esto hace que, por momentos, la película termine resultando un poco tediosa. No obstante, en las 2 hs 15’ que dura la cinta, el director y guionista logra incomodar al público para luego impactarlo. Un recurso notable que definitivamente hace que este film haya llegado a lo más alto del cine internacional. A pesar de la poca fluidez, tiene muchos factores positivos: la ambientación está bien lograda y es a través de los diferentes espacios que consigue transmitir tanto la tristeza de vivir en la marginalidad, como los lujos y privilegios de quienes viven en la clase alta. Otro punto a resaltar son las actuaciones de todos de los personajes. Cada uno de ellos lleva adelante su papel de una manera muy correcta. Sobre todo sus protagonistas Choi Woo-shik, Park So-dam y Song Kang-ho. Aunque esperaba más, lo cierto es que el autor tiene una marca personal muy particular -a destacar- que queda plasmada en este thriller que mezcla drama y acción, con terror y hasta un poco de comedia. De todas maneras, no creo que sea una película para aquellos que buscan distenderse un rato sino más bien para quienes estén dispuestos a poner toda su atención en una historia diferente a todas las que se vieron antes. ---> https://www.youtube.com/watch?v=-XdqnFV_trs TITULO ORIGINAL: Gisaengchung DIRECCIÓN: Bong Joon-ho. ACTORES: Kang-ho Song, Sun-kyun Lee, Yeo-jeong Jo. GUION: Bong Joon-ho. FOTOGRAFIA: Kyung-pyo Hong. MÚSICA: Jaeil Jung. GENERO: Nominada al Oscar , Drama , Comedia . ORIGEN: Corea del Sur. DURACION: 132 Minutos DISTRIBUIDORA: Impacto FORMATOS: 2D. ESTRENO: 23 de Enero de 2020
Crítica de “Parasite” de Bong Joon-ho. Un juego de rol que interpela los valores de la sociedad y la búsqueda del ansiado sueño americano. Ganadora de la Palma de Oro en Cannes 2019 y del Globo de Oro a Mejor Película Extranjera, llega la esperada película del director surcoreano Bong Joon-ho. ¿Qué más se puede decir sobre esta película que no se haya dicho? Un film que ya se ha convertido en un clásico histórico del cine por el solo hecho de ser la primera película asiática nominada al Óscar en el rubro Mejor Película. Pero si uno viene viendo cine asiático puede advertir lo prolífico y y excelente que está siendo este siglo para ellos. Con solo recordar los últimos años se puede encontrar dos grandes historias sobre relaciones de familia, amistad y clases. Dentro del trípitico que completa “Parasite” de Bong Joon-ho podemos encontrar dos grandes obras como “Burning” de Lee Chang-dong y “Shoplifters” (Asunto de Familia ak) de Hirokazu Koreeda, de similares características. Pero no solo esas películas dialogan con diferentes temáticas sociales, la filmografía entera del director Bong Joon-ho tocan temas como la desigualdad y problemáticas humanas. Desde su primer película, “Barking Dog Never Bite” del año 2000, hasta la maravillosa “Memories of the Murder”, e incluso la apocalítica “Snowpiercer” abordaron las diferencias de clases dentro del relato. Pero esta vez el surcoreano fue por más y construyó un relato donde el humor negro, la violencia explícita y simbólica está presente, sumado a vueltas de tuercas varias que hacen de la película una obra maestra merecedora de tantos premios. La historia esta vez gira en torno a Ki Taek (Song Kang-ho) quien, junto a su familia están sin trabajo y viven en un sótano en un barrio humilde. Su triste vida dará un giro cuando su hijo mayor, Ki Woo (Choi Woo-sik), empieza a dar clases particulares a una joven de clase alta en casa de Park (Lee Seon-gyun). Las dos familias, que tienen mucho en común pese a pertenecer a dos mundos totalmente distintos, comienzan una interrelación de resultados imprevisibles. Como una especie de “Casa Tomada” de Julio Cortázar nos muestra a personajes interpretando otros papeles para conseguir sus propios propósitos. Donde todos, incluso los personajes más vulnerables, mienten para defender lo que más quieren, u ocultan información importante con el fin de no verse comprometidos. Rodada con una precisión maravillosa y mucho ritmo “Parasite” es una obra con connotaciones sociales, filosóficas y morales que mezcla temas universales e inmortales con otros de nuestro tiempo. Puntaje: 100/100
Después de abordar el género policial (Memories of Murder), la monster movie (The Host) y la ciencia ficción distópica (Snowpiercer), Bong Joon-ho pone su laboratorio de invenciones fílmicas al servicio de una dramedy familiar. Un acercamiento a las peripecias de dos clanes antagónicos (uno adinerado, el otro mendicante) que, como suele ser habitual en la trayectoria del surcoreano, despliega altas dosis de impureza genérica. Aquí la ácida radiografía de la institución familiar se formula desde lo satírico, lo caricaturesco, y termina desembocando en una salvaje disección de la lucha de clases. La idea de lo social como brutal campo de batalla ya vibraba con fuerza en Snowpiercer, mientras que el interés de Bong por la realidad marginal puede atisbarse en todas sus película. En Parasite, el responsable de Mother abraza el relato de siervos y capataces, de oprimidos y opresores, para componer un laberíntico, vivaz y demoledor retrato de una sociedad deshumanizada y abocada a la autodestrucción Sin miedo a caer en el esperpento, Bong construye la rocambolesca trama de Parasite a partir de un sólido esqueleto arquitectónico. La familia pobre malvive en un subterráneo donde subsiste, al límite de la esclavitud, gracias al empleo basura. Por su parte, la familia adinerada vive en una mansión palaciega diseñada por un prestigioso arquitecto. La alarmante diferencia entre estos dos modus vivendi empezará a resquebrajarse cuando el hijo de la familia pobre consiga entrar, a golpe de mentiras, en el servicio del clan snob. El modo en el que la aparición de este sujeto anómalo desestabiliza el orden burgués hace pensar tanto en Teorema, de Pier Paolo Pasolini, con la figura del joven apuesto que destruye la armonía de una familia acomodada, como en El sirviente, de Joseph Losey, con su retrato claustrofóbico de cómo un mayordomo acababa sometiendo a su señor. En Parasite es el conjunto de la familia humilde la que consigue, a golpe de picaresca, inmiscuirse en los territorios de la alta sociedad, aunque ese camino de conquista inclemente, de asalto desesperado al poder, acabará con la dignidad y el bienestar de todos los implicados en esta fársica contienda social.
Tras desatar (involuntariamente, por supuesto) hace dos años con Okja la batalla entre Cannes y Netflix que por ahora no tiene visos de encontrar una tregua, Bong Joon-ho regresó a la Competencia Oficial del festival -donde terminaría ganando nada menos que la Palma de Oro- con una película que ratifica su maestría narrativa, su inventiva visual y su desparpajo y capacidad de provocación a la hora de exponer vicios y miserias de la sociedad surcoreana. El film describe en principio las muy disímiles realidades de dos familias: una de clase baja (viven en un sótano lleno de bichos, se alimentan con comida chatarra, sobreviven doblando cajas de cartón para una pizzería y se la pasan robando el wi-fi de los vecinos) y otra de clase alta que disfruta de empleadas domésticas y una hermosa casa con jardín, obras de arte y todos los detalles de diseño que puedan imaginarse. Cuando el brillante hijo de la familia de bajos recursos reemplaza a un amigo para darle clases de inglés a la hija adolescente de la familia millonaria ambos mundos se encuentran. Al poco tiempo -estafas mediante- todos los integrantes del primer grupo terminarán trabajando para el segundo, pero -claro- la armonía no durará demasiado. Puede que algunas metáforas y alegorías resulten un poco obvias (Bong Joon-ho nunca busca la sutileza y, en cambio, siempre da rienda suelta a su espíritu satírico y a una violencia de cómic), pero la película tiene una potencia, un vértigo, un virtuosismo, un desenfreno y una picardía incómoda que convierten al maestro coreano en uno de los más impiadosos observadores de las profundas desigualdades que genera el capitalismo salvaje. Como sostenía el otro día en Twitter, no creo que Parasite sea la mejor película del director, pero si esta "moda" sirve para ubicar al cine coreano en general y a Bong Joon-ho en particular en el lugar que siempre mereció en el ámbito internacional y ahora también en la consideración de Hollywood, bienvenidos sean todos estos premios.
Los perversos mecanismos del capitalismo. Comedia satírica, metáfora social, thriller, también cinta de horror… todo esto y mucho más es Parasite de Bong Joon-Ho, la ganadora a Mejor Película Extranjera en la última edición de los Globos de Oro, y que cuenta con ¡seis nominaciones a los Premios Óscar!, más que merecido para este relato inclasificable y original. El coreano nos manipula a su antojo (de buen modo) como lo hacen sus protagonistas y alter egos. La trama sigue a la familia Kim, desempleada y ansiosa por una oportunidad para reunir un poco dinero. El patriarca, Kim Ki-taek, junto con su esposa y sus dos hijos, arman cajas de pizza para subsistir. Un día surge una oportunidad para Ki-woo, el hijo varón, cuando un amigo lo recomienda como su reemplazo para ser tutor de inglés de la hija de una familia extremadamente adinerada: los Park. Una vez que se instala en su nuevo y elegante trabajo, a Ki-woo se le ocurre una idea: ¿y si logra engañar a los Park para que contrate a toda su familia? Y efectivamente, cual parásitos, cada miembro de los Kim se emplaza en el organismo huésped, proveedor. El director comienza relatando una comedia satírica, plagada de humor, que a medida que avanza se convierte en una verdadera pesadilla. Todo esto gracias a una narración y una puesta en escena impecable, sin dejar de lado las solventes actuaciones. Parasite, brinda una visión dura y poco sentimental de estas personas que hacen lo imposible para sobrevivir. Bong mezcla tonos, estados de ánimo y géneros, con una precisión hitchcockiana. Muy pronto nos daremos cuenta que el comportamiento parasitario no es solo por parte de los Kim (quienes actúan por necesidad, están invisibilizados), sobre todo es de los Park, cuya vida extravagante representa el flagelo moral y financiero de una sociedad que exterioriza los síntomas del capitalismo tardío. Bong Joon-Ho no se privada de nada, y eso nos encanta.
Kim Ki-taek y su familia se encuentran desempleados y viviendo al borde de la indigencia. Su hijo, Kim Ki-woo, consigue empleo en la lujosa casa de los Parks, una familia adinerada. Poco a poco Kim Ki-woo va logrando que su hermana, su madre y su padre se introduzcan en esa familia para realizar diversas tareas, pero las mentiras de los Kim Ki van a traer consigo resultados inesperados. Parasite llega a nuestros cines un poco tarde, ya que estamos hablando de unas de las mejores películas que nos dejó el 2019 y una de las grandes candidatas a ganar el Oscar a mejor película. El film es dirigido por Bong Joon-Ho y protagonizado por Kang-ho Song, Sun-kyun Lee y Yeo-jeong Jo. La dirección de Bong Joon-Ho es realmente muy buena, pero además debemos darle el mérito de crear una historia de lo más interesante. En ese sentido, y con estos dos factores, logra crear una cinta que atrapa al espectador desde el primer momento y lo que comienza como una comedia pasa a convertirse en un drama para terminar en tragedia. Una de las cosas principales por las cuales el cine es considerado arte es por la transferencia de sentimientos y Parasite realmente te hace ir de un extremo al otro, logrando conmovernos. Para el público argentino es posible que los primeros cuarenta minutos le recuerden a Esperando la Carroza, ya que maneja un humor similar al film argentino, pero poco a poco la cosa va cambiando para volverse cruel y siniestra. El manejo de cámara y la excelente puesta en escena es uno de los puntos fuertes de Parasite y, según este humilde redactor, la mejor dirección de la filmografía de Bong Joon-Ho. En tanto a las actuaciones debemos marcar que Parasite tiene un elenco sólido. Kang-ho Song ya nos tiene acostumbrados como actor de renombre, pero todos los demás acompañan muy bien, quizás los más flojos son Hye-jin Jang como la esposa de Kim Ki-taek y Ji-so Jung como la hija de los Parks, ojo no son malas actuaciones solo que hay mejores en el elenco como por ejemplo la de Yeo-jeong Jo como la señora Parks, la cual logra transmitir una inocencia que nos hace apenarnos de ella al igual que logramos odiar a Sun-kyun Lee como su marido. Woo-sik Choi y So-dam Park hacen una excelente dupla como los hermanos Kim Ki. Tal vez el único punto negativo que le encontramos a Parasite es su final debido a su falta de claridad, aunque tal vez el malestar que nos dejan esas dudas sea adrede por parte del director y guionista. En fin, Parasite es una película casi obligada de ver en el cine que nos conmueve y que además interpela al clasismo sin poner el foco en una moralidad plana, sino que complejiza los estragos que puede generar las diferencias económicas y sociales.
Con Parásitos el surcoreano Bong Joon-ho está haciendo historia para el cine de su país, sumando premio tras premio internacional, algo que comenzó con su première en Cannes donde se alzó con la Palma de Oro y que puede terminar hasta con más de un Oscar en su cosecha el domingo 9 de febrero. Parásitos, como si hiciera honor a su título, va mutando de género, trascendiendo la comedia dramática, y hasta la sátira social, para transformarse en una pequeña gran obra. Los protagonistas son los miembros de dos clanes, dos familias surcoreanas. Las dos son familias similares, pero a la vez, antagónicas, compuesta por padre, madre, hijo e hija. Lo que cuenta Bong Joon-ho, en definitiva y en el fondo, es una lucha de clases, pero matizada con rasgos individualistas, más que individuales. La película abre con los Ki-taek, humildes, pobres pero no honrados, como se verá, que (sobre)viven en un sótano en una zona algo marginal. Sus ingresos son por trabajos básicos y rudimentarios, y que les dejan poco dinero, como armar cajas de pizza. Hasta le roban el wifi a los vecinos. Los Park pertenecen a la clase alta, tienen una casa hipermoderna con enorme jardín y ama de llaves incluida. Se sabe que los parásitos necesitan apenas un resquicio, una hendidura, una oportunidad en el cuerpo para poder desarrollarse. Cuando el joven Ki-woo Ki-taek logra ingresar a la mansión como reemplazo de un amigo para enseñarle inglés a la hija adolescente de los Park, el camino empieza a abrirse. Y, de a uno, irán ingresando su hermana menor, como terapeuta de arte del hijo más chico; su madre en lugar de la ama de llaves; y el padre, como chofer del Sr. Park. No les importa mentir, abrirse paso engañando y dejando sin trabajo a gente, se presume, más decente y recta, y dejándolos en la misma situación en la que estaban ellos. Y se preocupan porque los Park no sepan su parentesco común. Bong, que en sus filmes anteriores utilizó, por ejemplo, la ciencia ficción para hablar y criticar al capitalismo y la jerarquía de clases (Okja o hasta The Host), aquí apunta al realismo social, y a los efectos morales que cualquier acto individual puede ocasionar. ¿La ética es flexible? Maestro del suspenso (Memorias de un asesino), en cierto momento la película, como decíamos, muta. Hay un click, un cambio de registro, un hecho que desconcierta. Y que es aprovechado por el director para redondear, como a él le gusta llamarla, “una tragedia sin villanos”. No es la mera historia de “marginados sociales” versus la “clase dominadora”, porque aquí hay de todo y se mezcla bastante. La polarización y la grieta no son exclusivamente argentinos. Si la alegría no es solo brasilera, la tragedia no es exclusivamente argentina. Hay un contraste visual entre los hábitats de las familias, no sólo espacialmente, entre lo minúsculo y lo amplio. Y lo que comienza como una comedia reidera, humillaciones y aprovechamientos mediante, va dejando lugar a la violencia cuando la desigualdad se sienta, se huela en el aire. Song Kang-ho, actor fetiche de Bong, es el padre de la familia pobre, y no es el único que cumple una labor estupenda. Se diría que todo el elenco es parejo en esta película divertida, sí, pero que deja mucho espacio para la reflexión y el debate. Porque como las buenas películas, permite diferentes capas de lectura.
Las seis nominaciones al Oscar obtenidas por Parasite ya constituyen un éxito histórico, más allá de los eventuales resultados que la película consiga en la noche del 9 de febrero. Pero a la luz de lo que está ocurriendo esas candidaturas pueden resultar apenas un anticipo de lo que muchos ya imaginan como una noche única para la película y para el cine de Corea del Sur. Hoy, buena parte de los analistas y los observadores más agudos de la actualidad hollywoodense y, en especial, de lo que ocurre en cada temporada de premios le adjudican a Parasite muy fundadas posibilidades de llevarse la recompensa mayor (el Oscar a la mejor película) por primera vez en la historia en el caso de una producción realizada fuera de los Estados Unidos, además de tener casi asegurada la estatuilla a la mejor película internacional de este año. Podría explicarse que tarde o temprano ocurriría algo así porque la Academia de Hollywood se está convirtiendo en una institución globalizada en todo sentido, pero lo notable es el entusiasmo que Parasite está despertando cada vez con más fuerza entre los propios votantes del Oscar de origen estadounidense. Ese fervor encuentra varios fundamentos muy notorios en la nueva película de un realizador consagrado desde hace mucho tiempo en el circuito cinéfilo internacional. Después de Snowpiercer y Ojka, Bong Joon-Ho construye aquí un poderoso e intenso cruce de géneros, temáticas y observaciones que se agigantan y adquieren pleno sentido conforme avanza un relato lleno de riquísimos detalles. Parasite es un film que responde a un clima de época sin mostrar un ápice de oportunismo. El vínculo entre la familia que sobrevive como puede en un barrio de clase baja y encuentra, de a poco, el modo de vampirizar a otra familia de vida holgada queda expuesto y desarrollado a partir de una puesta en escena que va desplegando, en paralelo con ese "copamiento", un esquema narrativo riguroso y completamente original. Hay aquí crítica social, humor negrísimo, melodrama, filosos toques de comedia y una mirada agudamente crítica hacia la conducta humana que en términos políticos nunca adquiere el perfil de una declaración. Lo más atrayente de esta obra provocativa y llena de virtuosas e inesperadas vueltas de tuerca aparece en aquellos momentos en los que todo lo que parecía encaminado se transforma en error, crisis y conflicto. Allí afloran la violencia y el terror ante una cámara que bascula entre diferentes escalones (tangibles y simbólicos) ocupados por seres humanos que estallan cuando sus miserias quedan a la vista. No hay fisuras ni en la puesta ni en el desempeño del elenco, en una obra que perdurará en la memoria mucho más allá del final.
Texto publicado en edición impresa.
EL ARBOL Y EL BOSQUE Luego de su flirteo con Netflix y la producción de Okja, el surcoreano Bong Joon-ho regresa a su país con Parasite, una comedia negra sobre una familia de clase baja que engaña a una de clase alta y termina ocupando su mansión de diferentes formas, con actividades cercanas a la servidumbre o la generación de servicios: sirvienta, chofer, profesor de inglés, son algunos de los intercambios posibles entre clases. Parasite es una comedia picaresca que a medida que avanza va virando hacia la negrura más absoluta, y que en el camino va dejando entrever las distancias económicas que existen en una sociedad partida, de inicio, por el acceso a lo tecnológico. En su narración, centrada casi en el único espacio de esa gigantesca casa, hay mucho de vodevil, incluso en algunas resoluciones sumamente antojadizas. Porque Parasite, en el fondo, vuelve a la vieja disquisición entre el árbol y el bosque: el árbol es su perfección narrativa que nos envuelve y nos lleva de las narices; el bosque, una película de guión, una serie de giros inverosímiles y una representación social que recurre al trazo grueso. La película de Bong Joon-ho puede ser amada u odiada, y aporta material tanto para quien se quede con el árbol como para quien prefiera ver el bosque. Es un poco lo que eligen los ricachones de esta historia, incapaces de ver más allá y descubrir lo que está sucediendo a su alrededor. Muchas veces al borde del candor, eso sí. Indudablemente que Parasite quiere asumirse como una sátira social, y al igual que Guasón ofrece elementos para la lectura sociológica fácil y un poco complaciente sobre los males del mundo. Hay detalles que están demasiado subrayados (y hasta presentan ciertas aristas discutibles) como el aroma de los representantes de la clase baja, pero otros más interesantes, relacionados con la propia geografía de la ciudad y cómo ello condiciona la existencia de cada sector social. En la ciudad que presenta Parasite están los de abajo y los de arriba, en una distancia social y cultural que es marcada por lo material y por la ambición de dinero. Escalar esa distancia es lo que nuestros antihéroes pretenden. Sin embargo, y también como la película de Todd Phillips, la película presenta una serie de variantes que permiten el disfrute más allá de sus símbolos y eso tiene que ver con la habilidad del director para construir un universo que nos encierra y nos seduce. Y nos deja, otra vez, mirando el árbol. La sátira social y familiar, oculta en los pliegues de una película de género, es algo que Joon-ho ya había hecho, por ejemplo, en The Host, aquella película de monstruos que tenía como fin último el rearmado de una familia disuelta en un contexto realmente salvaje. Pero el cambio de tono en Parasite es evidente, de aquel retrato amable y cariñoso sobre los personajes el director pasa a un cinismo que bordea por momentos el miserabilismo y lo deja a centímetros de un Iñárritu, como sucede por ejemplo con la secuencia de la inundación (un problema de la película es que resulta imposible tener empatía por algún personaje). Claro está, el surcoreano es un director con una mirada cinematográfica y eso, en algún momento, se impone. Y Bong Joon-ho va aplicando giro tras giro, hasta retorcer la historia al límite de sus posibilidades. Parasite, con sus constantes vueltas de tuerca, pone en alerta al espectador, lo hacen mover dentro de la trama (de esa casa), también lo incomoda y lo hace esperar el próximo evento que renueve la atención. Bong Joon-ho es un gran narrador y la variedad de recursos que pone en juego en esta historia son incontables, incluso aquellos que están para distraer y perdonarle algunas imprecisiones. Porque Parasite es una película de guión, pero con la virtud de que no se nota demasiado. Hacia el final (en un epílogo absolutamente anticlimático), la película termina evitando la condescendencia y se vuelve un poco más compleja. Sin embargo, si por algo recordaremos a Parasite será por todo lo que la antecede, por ese divertido rompecabezas que Bong Joon-ho va armando, incluso hasta quebrando el verosímil, y que una vez que encastra termina estallando en un festival gore. Y así nos quedamos (ad)mirando el árbol ante un bosque que, sí, no ofrece tantas novedades.
Una sociedad circularmente parasitaria Este jueves se estrena en Argentina la esperada película Parasite, la cual cuenta con seis nominaciones a los premios Oscars, y ya ha ganado un Golden Globe a Mejor Película extranjera y la Palma de Oro en el Festival de Cine de Cannes, entre otros reconocimientos internacionales. Por Denise Pieniazek Parasite (Gisaengchung, 2019) fue estrenada previamente en Argentina en el Festival Internacional de Cine de Mar Del Plata y durante la semana del Festival de Cannes llevada a cabo en el cine Gaumont (Espacio INCAA), y afortunadamente su estreno comercial se da en más de 60 salas del país. El largometraje de Corea del Sur, Parasite (2019), escrito y dirigido por Bong Joon Ho –Okja (2017), Snowpiercer (2013), Mother (2009)- , cuyo título en español significa “parásitos”, inicia con la presentación de una “familia tipo” que posee un peculiar estilo de vida. Al comienzo los hábitos de dicha familia parecerán ser una inocente costumbre parasitaria de los recursos ajenos, con el fin de vivir sin el menor esfuerzo. Según irá avanzando interesantemente el relato, la manipulación de este clan familiar, que actúa de forma tal que todo parece una especie de puesta en escena, llegará a sitios insospechados al inicio del filme, y ahí reside la originalidad y audacia de su realizador que nos sorprenderá hasta el final del relato. En un nivel más profundo de análisis Parasite, demostrará en primera instancia que siempre hay alguien peor y dispuesto a “caer más bajo” en cuestiones morales. En dicho largometraje los lindes de lo que se considera moralmente aceptable son cuestionados constantemente, por esta familia que parece no tener límites. Pero fundamentalmente Parasite apunta a hacernos reflexionar sobre la sociedad actual, donde la brecha entre ricos, la clase media y los pobres es cada vez mayor. Por sobre todo, puede leerse en la película una fuerte crítica a la cuestión clasial en el que las clases bajas siempre permanecerán en un “sótano” es decir por debajo, evidenciando la circularidad y crueldad del sistema social en el que vivimos. Es decir, que la construcción espacial -mediante el gran diseño escenográfico- que propone el filme es una metáfora del cruel sistema piramidal social. La familia, compuesta por estos cuatro integrantes, siempre vive por debajo del nivel del suelo, incluso en una brillante escena podemos observar que literalmente puede taparlos la cloaca, pueden ser “fumigados”, y el agua puede llegarles hasta el cuello ahogándolos. El largometraje sin dudas invita a la reflexión, a partir de ella nos preguntaremos, entre muchas otras cuestiones, ¿a quién refiere realmente el título de la obra? Teniendo en cuenta que el significado de parásito es parafraseando “un organismo que se alimenta de otro causándole algún daño” ¿quiénes son los parásitos de este microcosmos realmente? ¿Los ricos que tienen a las clases bajas por sirvientes o las clases bajas que creen aventajarlos y sacarles provecho? Para obtener respuestas, se les recomienda vean esta propuesta innovadora de Bong Joon Ho, la cual reflexiona también sobre los excesos, las apariencias, y la hipocresía de dicha sociedad, mediante un poético epílogo que resignifica todo el relato.
El olor de las clases sociales “Parasite” no sólo viene a encumbrar años de calidad del cine coreano, sino también la carrera de un director tan versátil como interesante como es Bong Joon-ho. Después de películas como “Memories of Murder, “The Host”, “Snowpiercer” y “Okja”, construye una historia poderosa que cruza géneros, temáticas y observaciones sobre la lucha de clases en la sociedad coreana actual. Como en la mayoría de sus trabajos, “Parasite” es una película que cambia constantemente de una escena a la otra. Es un drama familiar, es una comedia muy negra, conlleva crítica social y también tiene forma de thriller. La hablidad del director es la de cambiar de género sin que el espectador sé de cuenta donde ocurrió. ¿Cómo llegamos aquí? En “Parasite”, uno se ríe hasta que deja de hacerlo. Sorprende. La historia sigue al joven Gi Woo y su familia, de origen pobre, quienes viven en un lugar subterráneo, de los más humildes de su zona. Pero todo cambia cuando empieza a dar clases de inglés en la casa de una familia muy adinerada, donde se comenzará a ver las realidades diferentes que atraviesan los personajes y como, con inteligencia y picardía, los más pobres intentan obtener un poco de ese mundo tan ajeno para ellos. Bong Joon-ho se desenvuelve sin fisuras en la puesta en escena -así como la fotografía de Kyung-Pyo Hong- y en la manera en que su cámara se mueve, especialmente dentro de la casa de la familia rica. En este punto, se erige el diseño de la moderna y fría mansión. De igual forma, el elenco de esta cinta realiza un trabajo excelente, difícil para lo que representa sostener una trama como la propuesta por el director, destacándose las interpretaciones de Song Kang-ho y Choi Woo-sik. Sin dudas una película que logrará hacer crecer dentro del público distintos tipos de sentimientos del mismo modo que lo llevará a reflexionar mientras ríen, se sorprenden y sufren con una historia entretenida. Un film que seguirá en el recuerdo de todos, más allá del final. Puntuación: 8,5 / 10 Por Federico Perez Vecchio
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Las consecuencias del capitalismo “Parasite” (Gisaengchung, 2019) es un thriller surcoreano dramático y cómico dirigido y producido por Bong Joon Ho, el cual también se encargó del guión junto a Jin Won Han. El reparto incluye a Kang-ho Song, Yeo-jeong Jo, So-dam Park, Hye-jin Jang, Ji-so Jung, Hyun-jun Jung, entre otros. El filme tuvo su premiere mundial en el Festival Internacional de Cine de Cannes, lugar donde se convirtió en el primer largometraje coreano en ganar la Palma de Oro. Además, en los Globos de Oro ganó en la categoría de “Mejor Película en Lengua No Inglesa” y consiguió seis nominaciones a los premios Óscar, incluyendo “Mejor Película”, “Mejor Director” y “Mejor Película Internacional”. La historia gira alrededor de la familia Kim, compuesta por los padres Ki-taek (Kang-ho Song) y Chung-sook (Hye-jin Jang) y los jóvenes hijos Ki-woo (Woo-sik Choi) y Ki-jung (So-dam Park). Los cuatro integrantes viven en un empobrecido semisótano donde se dedican a armar las cajas de cartón de las pizzas, labor por la cual reciben un ínfimo salario. Con la visita de de un amigo de Ki-woo, éste último le cuenta la difícil situación económica que está atravesando su familia. Como el amigo se está por ir a estudiar afuera, se le ocurre una gran idea: que Ki-woo ocupe su lugar como tutor de inglés de una adolescente de clase social alta. Haciéndose pasar por un chico con título universitario, Ki-woo conoce a la adinerada familia Park. A medida que pasan los días, los Kim idearán estrategias para conseguir diferentes trabajos dentro de la casa de los Park, sin que éstos sepan que son familiares y que en realidad sus currículums son un engaño. Luego de “Snowpiercer” (2013), película en donde el mundo estaba congelado y las únicas personas sobrevivientes vivían en un extenso tren con una marcada división entre ricos y pobres, y la desgarradora “Okja” (2017), filme que nos dejaba una gran crítica hacia la industria alimentaria, Bong Joon Ho vuelve al ruedo para darnos una trama que inteligentemente mezcla varios géneros, manteniéndonos siempre atentos gracias a los impredecibles giros narrativos de un guión súper bien elaborado. De un primer acto marcado por su eficaz comedia, aspecto que nos sumerge al cien por ciento en el relato, Bong Joon Ho va planteando un escenario oscuro que funciona muchísimo más si no se sabe nada al respecto a la hora de entrar a la sala. Con unos movimientos de cámara que da gusto ver, un espléndido montaje y una fotografía que capta a la perfección las extremas diferencias que existen entre las personas que lo tienen todo y las que apenas consiguen llegar a fin de mes, “Parasite” nos deja reflexionando mucho después de acabados los créditos en cómo el capitalismo afecta negativamente a la sociedad. Gracias a que cada mínimo detalle del filme está pensado para dejar un mensaje, como por ejemplo la ubicación de las casas o su respectivo diseño, la cinta funciona aún más en un segundo o tercer visionado, ya que tiene bastantes elementos para descubrir y analizar. En cuanto a los personajes, el director sabe darles su espacio para que puedan ser desarrollados y que, como espectador, logremos empatizar por más que sus acciones falten a la ética y la moral. Tanto los actores de la familia adinerada como los de la de clase baja funcionan de maravilla, en especial Yeo-jeong Jo como la crédula e ingenua Park Yeon-kyo, la astuta hija de los Kim que se hace pasar por tutora de arte y el señor Kim (Kang-ho Song), que con solo sus gestos faciales logra transmitir toda la tristeza, bronca y decepción que le producen los hirientes comentarios de su jefe Park Dong-ik (Sun-kyun Lee). Magnética desde el diseño de producción como desde la historia en sí, “Parasite” sin lugar a dudas fue una de las mejores películas de 2019. Que por fin se estrene en nuestro país es para celebrar y no dejar pasar. La secuencia de la tormenta en pantalla grande adquiere otra dimensión, pero más que nada, “Parasite” se disfruta de principio a fin por la visión de un director al que le interesa contar historias relevantes y críticas de nuestra sociedad actual.
En una casi perfecta analogía con la temática que trata, el film surcoreano del director Bong Joon-ho se instalo en Hollywood haciendo historia con un éxito sin precedentes en las ceremonias de premiación de Hollywood. Ganador de la Palma de Oro en Cannes, lleva ganado casi US$140 millones en taquilla a nivel mundial, se a mantenido por 18 semanas seguidas en exhibición en Los Ángeles, en los Globo de Oro se alzó con la estatuilla a mejor película de habla no inglesa y fue nominada en otras dos categorías. Se convirtió en la primera película de habla no inglesa en ganar el premio más importante de los que entrega el Sindicato de Actores de Estados Unidos y recibió seis nominaciones a los premios Oscar, incluida mejor película. Pero a diferencia de sus protagonistas el film goza de sobrados fundamentos para merecer el éxito.Bong Joon-ho construye un sagaz y demoledor relato con una critica social y jugando con el modelo de familia tradicional en lo que parece ser un perverso juego de reflejos que deviene en una divertida sátira social.Y no se limita a abordar un sólo género sino que combina a la perfección y en su justa medida el humor negro, el drama, suspenso y hasta por momentos se permite jugar con el terror. Parasite tiene como protagonista a una familia acostumbrada a malvivir en un sótano a base de micro trabajos temporales y precarios cuya suerte cambia cuando el hijo sustituye a un amigo como profesor particular de inglés de una niña de familia rica. A partir de allí la familia pobre planifica y comienza un proceso de infiltración y conquista en el que los distintos miembros familiares irán asumiendo posiciones de servicio dentro de la mansión de los ricos hasta hacerse cada vez más imprescindibles para sus dueños. La escena inicial en la que la familia en el sótano se paraliza ante la imposibilidad de seguir robando una señal wifi a la vecina y desviviéndose en busca de otra señal con acceso a Internet, describe con gracia y pena, a la vez, y con un poder de síntesis espeluznante estos Parásitos que componen el primer eslabón de una cadena por la cual continuaran con otros huéspedes. Vulgares y oportunistas, pero astutos, los Parásitos operan a plena vista y fingiendo compasión por sus víctimas, explotando los miedos, inseguridades y aspiraciones de unos patrones esnobs y condescendientes incapaces de realizar alguna tarea del hogar ni educar a sus hijos. Pero la simbiosis comienza con la coexistencia de clases que se explota mutuamente, invadiendo tanto la intimidad como la propiedad privada de los ricos hasta que descubren algo que volverá a cambiar sus planes. Bong hace una puesta en escena de la desigualdad social y casi todas las secuencias de Parasite trasladan estos conceptos al plano de lo visual -La misma lluvia torrencial que los Park contemplan desde su sala como si fuera un espectáculo, inunda el sótano de los Kim-, y muy pocas veces la verbaliza -Como cuando el millonario Park dice que no soporta a los empleados que “cruzan la línea” o la referencia a ese preciso e insoportable olor de pobre.-. Pese al absurdo de algunas escenas y en el que entra la historia sobre todo hacia el desenlace, Bong construye la trama partiendo de un guión arquitectónico, planificando al milímetro la perversa escalada de acontecimientos y un recorrido vertiginoso de géneros, tonos y referencias a otras películas, incluidas las del director, que genera sorpresas, diversión y reflexión. Pero fundamentalmente Bong cimienta la verosimilitud del relato en sus personajes, no idealizando ni satanizando a ninguno y creando distancia emocional entre los personajes y el espectador.Gran trabajo actoral para quienes tienen que interpretar a estos personajes que habitan en una zona gris, compuesta por adorables pero insaciables Parásitos, y mezquinos pero amables y condescendientes huéspedes. Incómodamente divertida Parasite es una verdadera joya, que sin dejar de lado el entretenimiento e incluso por momentos inquietante, entrega una verdadera critica social sin aburridas ni pretenciosas lecciones, pero que dejan la reflexión en el espectador y seguramente entrará en la historia del Oscar.
Entre las muchas virtudes del film, esta esa capacidad inagotable para plantear preguntas entre estas dos familias, una de vida paupérrima que sobrevive en un sótano lleno de insectos y otra que se aloja en una mansión de diseño.: ¿Quiénes son los parásitos?,. ¿cuáles son sus capacidades para devenir rápidamente en monstruos?, ¿la casa de los ricos es un paraíso aspiracional o una fortaleza y una cárcel?, ¿Quiénes son los que tienen derechos o solo se trata de sobrevivir no importa quien caiga?. Plantear una visión de una diferencia de clases de manera tan contundente, donde un sistema económico saca lo peor de todos, pero mostrarla como una comedia negra con un humor espeso y con momentos de terror donde la humanidad se confunde con fantasmas molestos, suscita en el espectador una incomodidad constante y bienvenida. Un adolescente que consigue de casualidad un trabajo de maestro particular para la que no está capacitado, es el puntapié inicial. Él tiene la epifanía de conseguir de inmediato un trabajo para toda su familia. En un operativo planificado que nos e detiene en crueldades. Todos trabajan en la mansión donde son despreciados por su “aroma”, donde disfrutaran de momentos breves del lujo, filosofando sobre la riqueza que permite a quienes la poseen ser amables, porque ese poderío actúa como “una plancha que retira todas las arrugas” .Las vueltas de tuerca de la trama no deben contarse. Ocurre lo que se espera y lo que desconcierta, con una cuota de ternura final un tanto postiza. El elenco de primera línea, la narración, los enfoques, la fotografía, son absolutamente disfrutables en un film que puede desatar no pocas polémicas.
El pasto siempre es más verde en la vereda del vecino. El guion está dividido en dos claras mitades. Una donde la familia invasora, lentamente (cual el Parásitoaludido en el título), empieza a ocupar lugares como servidumbre de la familia dueña de una lujosa casa; y la segunda donde experimentan inesperadas consecuencias por sus acciones. La primera parte tiene la faceta de una comedia tradicional, mientras que la segunda, conforme se hacen más violentos los hechos, el humor se vuelve más negro. Aunque Parasite tiene un claro énfasis sobre las diferencias de clase, el verdadero foco está en la idea de los planes que tenemos los seres humanos, y cómo raras veces salen como esperamos. Incluso hasta podemos decir que cada mitad de la película señala los pros y los contras de semejante postura. Sin embargo, también podríamos decir que se trata de los planes en cuanto a sueños o ambiciones, y esto está claro desde la primera escena. Vemos a los hijos frenéticamente tratando de buscar WiFi gratis: la lástima del espectador resulta inmediata, pero se termina pronunciando más cuando en su búsqueda la cámara descansa en la medalla olímpica que ganó la madre alguna vez. Ese sótano derruido no es lo que ambos padres tenían en mente tras semejante logro, y es por esta puerta donde toma pista la crítica social del film. Los logros como garantía de progresar en la sociedad y lo que ocurre cuando eso resulta no ser suficiente, cuando de hecho no valen nada. Cuando se instala la creencia de que el éxito, si ha de estar en alguna parte, debe ser en otro país y no en el propio. Es esta misma imagen exitista a la que se aferran los hijos para ingresar a la casa. Saben que tienen el talento que se requiere de ellos pero ninguna certificación académica. Entonces deben recurrir a falsificaciones e investigaciones de Google que la dueña de la casa cree como genuinas, ya que piensa que salen de boca de dos chicos egresados de prestigiosas instituciones extranjeras. Esta puesta en escena de la familia invasora también denota otra cuestión social: la necesidad de pertenecer, cosa que el hijo mayor pone en duda en el tercer acto, en el contexto de una fiesta de cumpleaños donde los padres de ambas familias se disfrazan de indios apache. Mayor metáfora de la invasión y lo extranjerizante, imposible.
En la lista de los grandes estafadores del cine la familia Kim ya se ganó un merecido puesto entre los más notables que aparecieron en la última década. Parasite ofrece una experiencia especial que está a la altura del hype que obtuvo en los medios de comunicación, desde que ganó la Palma de Oro el año pasado en el Festival de Cannes. En lo personal me encantó y la disfruté muchísimo por las diversas emociones que me hizo vivir durante el desarrollo de la historia. A lo largo del film solté más de una carcajada con el absurdo de algunas situaciones, luego me puso tenso la construcción del clímax y también me resultaron emotivas las escenas más dramáticas. La belleza de Parasite reside en ser una película que trasciende la clasificación de géneros, debido a que el relato del director Bong Joon-Ho fusiona diversas temáticas en un mismo conflicto. La trama se desenvuelve entre la comedia de enredos, el thriller, la heist movie con estafadores, el drama de reflexión social y por momentos el cine de terror. Por otra parte, resulta un enorme placer poder disfrutar una película donde su realizador no toma por idiota al público. La nueva obra del cineasta coreano no está exenta de un fuerte comentario social, que expone esa brecha que existe entre las clases más pudientes del país asiático y los que sobreviven como pueden y rara vez tienen su representación en las series de televisión o la imagen que brinda de esa nación un canal de televisión como Arirang. Si uno se deja llevar por las telenovelas o las comedias románticas parecería que Seúl es el paradigma del desarrollo y el director de The Host muestra otra realidad sin la necesidad de taladrarle la cabeza al espectador con un burdo panfleto político. Bong Joon-Ho trabaja su relato con personajes complejos que tienen diversas capas emocionales y una mayor ambigüedad moral donde no se divide al mundo entre héroes y villanos. Por supuesto el subtexto político está presente en el conflicto, pero el director no impone sobre el público sus convicciones ideológicas sino que permite que cada espectador saque sus propias conclusiones. Parasite es esa clase de filmes que más se disfruta cuando tenés una mínima información sobre la historia. Lo ideal es no conocer más que el concepto que transmite la sinopsis. En el pasado este realizador ofreció producciones excepcionales que ya trabajaban la fusión de géneros con mucha solidez, como ocurrió con Memories of murder (2003), The Host (2006) Mother (2009) y Snowpiercer (2013). No obstante, con su nueva obra repiten una experiencia similar con una película más sofisticada que consigue algo que se perdió en el cine occidental, más obsesionado con el adoctrinamiento de la corrección política. Me refiero a la incertidumbre de no poder predecir de un modo obvio el destino de todos los personajes. Durante dos horas el espectador atraviesa diversos estados emocionales con una historia que resulta completamente cautivante e impredecible. Desde la presentación de los protagonistas hasta el modo en que maneja el humor con una sátira de las clases sociales, el film te mantiene hipnotizado en la pantalla con un conflicto que con el correr del tiempo se vuelve más intenso. Todo esto no significa que uno no pueda disfrutar propuestas más pochocleras que tienen otros objetivos, sin embargo son películas como Parasite las que tocan una fibra emocional y nos recuerdan por que amamos el cine. En lo referido al reparto las interpretaciones son todas fantásticas pero se destaca especialmente el vínculo padre-hijo que representan Choi Wook-shik (Train to Busan) y ese actorazo que nunca defrauda, Song Kang-Ho, clásico colaborado del realizador. Un gran estreno que finalmente se concretó en la cartelera local y no se puede ignorar.
Aunque en nuestro país se estrene recién ahora, Parasite es la mejor película de 2019. Está logrando cosas increíbles en la temporada de premios pese a la barrera del idioma y levanta la gran incógnita de qué pasará en los Oscars con todas sus nominaciones. Bong Joon-ho conocido para muchos por Snowpiercer (2013) u Okja (2017), pero los más cinéfilos que consumen cine coreano ya están familiarizados con su obra, siendo The host (2006) la más popular. El director rompe con todos los esquemas y presenta una película totalmente diferente en tonos y género. Es muy difícil de definir porque como espectador te pasa de todo, te reís, te indignás, te sorprendés y te emocionás. Ninguna sinopsis ni descripción le va a hacer justicia. La experimentación va a ser única y quedará en cada uno que tanto le pegue, pero seguro que no pasará inadvertida. Aparenta arrancar como una comedia para luego dejar entrar a lo oscuro y lo grotesco. Pero a la vez hace una lectura social tremenda. Es una película que se anima a hablar de las clases sociales, de la pobreza y del trabajo. Un tabú que Hollywood no ha derribado y que no aborda como lo hace con otros temas, ya sean raciales o de género. En este caso se ejemplifica no solo por la vida de la familia protagonista, sino también por la casa de la familia millonaria. Aquí Bong Joon-ho deja bien en claro a través de las dimensiones obscenas de aquella mansión la mala distribución de la riqueza. Los muy pudientes versus los anhelos de las clases más bajas Asimismo, la puesta, el montaje y el score son espectaculares. Nada falla en este film. Cada uno de los elementos están conjugados a la perfección y nuestra atención es total. Algo muy destacable más aún teniendo en cuenta el idioma, porque estamos acostumbrados a subtítulos en películas en inglés pero no en coreano. Pero ello el elenco se destaca todavía más. O sea, aquí no hay estrellas ni ultra famosos y encima no estamos familiarizados con su lengua, pero nos deslumbran en cada escena. Parasite es una experiencia alucinate para vivir como espectador, tanto dentro de la sala de cine como fuera por los debates que da a lugar. Ojalá sirva para que descubramos otros films distintos y nos abra hacia más culturas.
Un barrio de Seúl multitudinario, pobre, donde la gente se apiña en viviendas económicas casi bajo tierra. Gente como la familia del adolescente Ki Woo, que quiso hacer estudios superiores pero fue bochado y ahora está siendo chupado por esa miseria en que cayó la familia. Porque ellos no eran así, hasta tuvieron un pequeño negocio, pero esa economía inestable los hizo degradarse hasta vivir en una madriguera. Cuando todo parece andar mal y hasta el negocio de doblar envases de pizza les falla, surge la idea del engaño. ¿Por qué no aprovechar los conocimientos de Ki Woo y fraguar un falso diploma para obtener un buen empleo? La casa de los nuevos ricos Park es la antítesis de la del adolescente que busca empleo, una mansión de líneas sofisticadas con amplísimos ambientes, un jardín interior y objetos de arte. Ki Woo se convierte en ayudante didáctico de la hija de los Park y confidente de la esposa del dueño de casa, un arquitecto de moda. Poco a poco el joven irá ampliando el radio de dominación con la incorporación de toda la familia. Como los parásitos, que requieren un huésped viviente para sobrevivir, la familia invasora se adhiere a los Park. Hasta el ama de llaves, que maneja la casa con eficiencia, será puesta en la calle para que el resto de la familia se apodere del espacio ajeno. DEL HUMOR AL HORROR El surcoreano Bong Joon Ho ("Okja", "Madre") arma una historia donde conviven los géneros. Si el realismo y el humor son la base de la familia de Ki Woo, la sofisticación y el esnobismo se enseñorean con los Park. En ellos convive la credulidad, la desubicación y esa lejanía que los separa de la gente que no pudo llegar a su estatus económico. Una narración que simplemente parece marcar una historia de ascenso y engaño, da un profundo viraje cuando una piedra ancestral y el secreto del placard de la cocina, como en las novelas de Agatha Christie, se convierta en la clave de lo que viene. Elemento clásico en los relatos orientales, la presencia fantasmática ("el kaidan") ingresa a una historia en que las clases no pueden tocarse, y convierte desafíos y engaños en un relato de horror, donde la violencia y la sangre tiñen de rojo esta colmena de zánganos y obreros en que hasta el olor de la piel parece ser un virus no tolerado por determinadas castas. Tensión y sonrisas, crítica y misterio, todo puede ocurrir en la acristalada mansión, ésa habitada por impecables señores que encerrados entre tanto lujo ignoran a cualquier otro que intente compartir su destino. Filme de extremos, donde la pobreza y la riqueza se enfrentan pero llamativamente pueden cambiar de dueños por un golpe de fortuna o de Bolsa. Relato de horror donde lo peor es que cualquiera puede precipitarse al abismo y llegar al fondo de la pirámide luego de haber estado en la cumbre. Bong Joon Ho, como en el comienzo de su película, convoca imprevisibles "parásitos" que siempre estarán dispuestos a encontrar un huésped viviente, hasta el momento en que el huésped caiga en la cuenta de que él mismo los ayudó a nacer.
"Parasite": los de arriba y los de abajo La ganadora de la Palma de Oro del Festival de Cannes 2019 es una sátira social que propone una representación geométrica de la sociedad. Isidoro Blaisten tiene un cuento famoso llamado “Los tarmas”, protagonizado por una familia que vive de los velorios ajenos. El clan protagónico de Parasite(¿por qué Parasite y no Parásito, que es lo mismo pero en castellano?) es algo así como un primo (lejano, teniendo en cuenta que son de Corea del Sur) de aquel producto de Casa Blaisten. En su caso no se trata de velorios sino de hacerle el “entrismo” a una familia de muchísimo dinero, a cuyo servicio los miembros del desharrapado núcleo protagónico van consiguiendo empleo, de a uno y hasta completar los cuatro (se trata de una familia tipo, desde ya), casillero por casillero. ¿Llegarán a ocupar su lugar? Si el caos lo permite. Todas las películas de Bong Joon-ho son sátiras apenas veladas, y todas ellas son también comedias sociales. De la torpeza policial de Memorias de un crimen (2003) hasta la alegoría anticipatoria de Snowpiercer(2013), pasando por el film de monstruos The Host (2006) y el retrato de una madre contra la corriente de Mother (2009), una idea del caos --que es en parte metafísica y en parte social-- atraviesa todos estos relatos. Con su ostentosa contraposición de clase, entre una familia de clase alta y una de clase media-baja, Parasite --ganadora de la Palma de Oro en Cannes 2019 y nominada a seis Oscars-- es la más social de todas. La familia protagónica, con su mezcla de dejadez, ineptitud, carácter impresentable y victimización social real, evoca también una versión light de aquellos Feos, sucios y malos de Ettore Scola. A través de su ventanal observan cómo un muchacho, excedido de cervezas seguramente, hace pis contra unos tachos de basura que están junto a su casa, y celebran la “fumigación gratis”. Sin trabajo, se les presenta la oportunidad de hacer unos wons armando cajas de pizza, y las arman mal. El hijo varón, Kim Ki-woo (Choi Woo-sik) ya rindió cuatro veces el examen de ingreso a la facultad, y su hermana, que se hace llamar Jessica (Park So-dam) le falsifica el documento para que pueda intentarlo por quinta vez. El padre, Kim Ki-taek (la estrella del cine coreano Song Kang-ho, que actúa por cuarta vez vez con Bong) trabajó como chofer, como empleado de playa de estacionamiento y como repostero, y la madre (Jang Hye-ying) no se sabe. Ahora se le presentó a Kim Ki-woo la oportunidad de trabajar para los Park, una familia de nivel ABC1, que vive en una supercasa diseñada por el padre arquitecto, y no va a permitir que la ocasión “muera” en él. Pero allá por la mitad del metraje, la acción dará la razón a aquello de que siempre hay un roto para un descosido, y allí es donde la teoría bonguiana del caos hará su aparición. Bong le pone música barroca al aspecto de museo moderno que tiene la casa de los Park (parece el Malba hecho casa) y le contrapone los sótanos de la mansión, pasadizos oscuros donde casi literalmente cualquier cosa puede suceder, sin que nadie se entere. Es una representación geométrica de la sociedad coreana, que se parece a algunas novelas de ciencia ficción: arriba los ricos, abajo los pobres, y hay un “más abajo”. Geométrica es también la oposición entre la casa de los Kim y la de los Park. Ambas tienen sendos ventanales. Uno da a los tachos de basura, el otro a un parque soñado. La palabra que más veces se menciona en la película es “plan”. Todos tienen, o tienen que tener, algún plan. Aunque es probable, anuncia el filósofo ¿zen? Kim Ki-taek, que a la larga todos los planes se desbaraten. A eso tiende tiende Bong en su fábula, enchastrando con sangre y cuchilladas una fiesta de cumpleaños infantil. Lo que Bong no permite es que la propia película se le desbarate. Ganadora de varios premios al mejor guion, Parasite tiene un plan así llamado y lo cumple estrictamente, desde el primer al último plano.
Parasite” (Gisaengchung, 2019) es un thriller surcoreano dirigido y producido por Bong Joon Ho, quien también se encargó del guión junto a Jin Won Han. El reparto incluye a Kang-hoSong, Yeo-jeong Jo, So-dam Park, Hye-jin Jang, Ji-so Jung, Hyun-jun Jung, entre otros. Dio la sorpresa durante la entrega de los Globo de Oro al ganar en la categoría de “Mejor Película” en Lengua No Inglesa” y consiguió seis nominaciones a los premios Óscar, incluyendo “Mejor Película” y “Mejor Director”. La familia Kim, compuesta por los padres Ki-taek (Kang-ho Song) y Chung-sook (Hye-jin Jang) y los hijos Ki-woo (Woo-sik Choi) y Ki-jung (So-dam Park). La familia vive en un precario sótano donde, todos, se dedican a armar cajas de pizza, un trabajo bastante malo, por la cual reciben centavos a cambio . Un amigo de Ki-woo llega de visita y tiene la idea de que Ki-woo ocupe su lugar como tutor de inglés de una adolescente de la clase alta. Gracias a una falsificación del título universitario, Ki-woo se presenta ante la familia Park. Con el paso de los días y la adquisición de confianza, Ki-woo y su familia logran distribuirse estrategicamente para con los distintos trabajos en la residencia Park. Bong Joon Ho nos sirve en bandeja una trama que logra la estabilidad entre distintos géneros, manteniéndonos siempre alertas ante los plot twist que se desarrollan a lo largo de la cinta. El director sienta las bases a lo largo de la película para que el espectador se vaya sorprendiendo ante cada acto. Y lo logra, de una manera perturbadoramente increíble. La clase alta y la clase baja, los ricos y los pobres, son un argumento que se vio hasta el, cansancio tan “cliché” que el destino de “Parasite” no parecía llegar a buen puerto. Pero una vez más, Bong Joon Ho y su espectacular reparto nos da un sacudon de realidad en cómo el capitalismo afecta e influye de una forma devastadora a la sociedad. Desde los pósters hasta la ubicación de los casas, todo lleva a la clase social de ambas familias. Sin dudas, estamos ante lo mejor del año 2019 y es como una bocanada de aire fresco cada película, como en este caso , distinta e incluso con un final bastante impredecible. Calificación 9/10
La crítica social a flor de piel “Son todos, hombres, mujeres y niños, meros instrumentos de trabajo, entre los cuales no hay más diferencia que la del coste”. (Karl Marx) Se estrenó mi película ganadora de 2019, esa a la que yo le entrego mis respetos por ser la mejor propuesta cinematográfica del año. Los méritos son enormes, cumple con todo los ítems necesarios para ser la mejor, narrativamente es impactante, cautiva desde una puesta tan simple como ostentosa, logra en las actuaciones un punto elevadísimo que enaltece mucho más el resultado final. Nunca estuve más de acuerdo en la entrega de los Golden Globes cuando su director Bong Joon-Ho dijo “Que los subtítulos no sean una barreras”, las barreras que el cine no debe ni necesita tener. Parasite es una extraordinaria crítica social; es una metáfora tan frontal como perspicaz. Es una de esas historias que te interpelan desde la sabiduría de la construcción de diálogos y la amplitud actoral. En 2006 conocía The Host, luego vendrían Morher (2009) y la excelente Snowpiercer (2013). El talento del realizador surcoreano es innegable a lo largo de su maravillosa filmografía; con una forma intrínseca para mezclar drama con comedia pero siempre con la crítica social a flor de piel, poniendo en eje central la problemática de un país muy tradicionalista y con un claro crecimiento artístico en el último siglo. Cualquiera que vea sus obras descubre tramas muy similares a las que pueden transcurrir en tu barrio y eso habla de la importancia de contar una buena historia, de saber dotar no solo de artilugios sino de puro pragmatismo a la orden del arte. La película narra más desventuras de una familia hundida en la miseria viendo la vida pasar en esa especie de alcantarilla que tienen por ventana esperando que una situación logra hacerlos emerger, aunque eso cueste hundir a otros; y esos otros no tardarán en aparecer como una familia rica tanto en estratificación social como en ingenuidad. La incomodidad es casi obligatoria y las cosas irán cada vez más cuesta abajo al punto de sentir los dedos en torno al cuello. No es casual que dos de las mejores películas del año sea en de otra lengua: tanto Parasite como Dolor y Gloria merecen estar en lo más alto de los galardones, que el mundo de una vez por todas entienda el lenguaje universal del cine y abrace propuestas por sobre emociones pasajeras y simples. Pienso que hace falta más que efectividad y elocuencia para triunfar, hace falta arriesgar rompiendo desde lo primigenio para lograr trascender un momento de un cine abyecto de carácter, hacen falta directores como Bong Joon-Ho, tipos como Pedro Almodóvar que no se dejan vencer ni aún vencidos. ¡Qué decir de Martin Scorsese! Un hombre que jamás se antepuso a su obra y mierda que ha prevalecido no solo a los tiempos del cine, se ha moldeado en torno a cada bendito siglo. Esperemos que pase otra temporada de premios y los ganadores seamos nosotros, que en 2020 haya talentos ocultos capaces de cruzar mares y fronteras con obras tan únicas como Parasite.
El espacio como metáfora social Para ser justos y estar a tono con la película que nos trae aquí, voy a ir desgranando mis sensaciones al respecto yendo fuerte, al hueso. No se cuántos de quienes hablan hoy, a partir del estreno de Parasite (la película de Bong Joon-ho que viene ganando premio tras premio, festival tras festival, y que tiene seis nominaciones al Oscar) saben cómo se siente encontrase privado de cosas mínimas aunque sea de manera temporal, saberse necesitado y no poseer lo suficiente para hacer frente a alguna que otra cuestión básica sabe siquiera de cerca de qué se trata esa sensación. Dada la vehemencia con la que hablan de ello, pareciera otra cosa más que la que se ve en la realidad. La tan mentada agenda mediática no es solamente medios que evitan hablar de los problemas que nos atañen como sociedad, o instalar otros un poco idiotas, menores, de manera burda, para no hablar de las cuestiones necesarias; también es hacer uso y abuso de esos temas sensibles y de los que es necesario ocuparse, haciéndolo adrede de manera idiota, maniquea, cuando ya el agua servida no se puede contener más y arrastre las pocas pertenencias y llegue al cuello; entonces ahí sí, el tema de la semana llegará ocupándolo todo porque ya es irremediable, pero se va a contar adaptado para que pase y a la semana siguiente ya nadie lo recuerde, tomados por la indignación pasajera que luego se ocupará de darnos un nuevo objeto de preocupación tratado livianamente para que no podamos profundizar lo suficiente y gritemos nuestra opinión en la redes como energúmenos. Todo este preámbulo es necesario, según creo, para ayudar a entender la temática que la película aborda desde un ángulo de drama angustiante y comedia negra, con práctico equilibrio entre ambas. Alguna vez, un creador cuyo nombre y ocasión debo admitir no recordar pero se me quedó grabado en algún lugar de una memoria cada día más frágil (no todo es posible obtener a un clic de búsqueda de Google) dijo que la construcción de una obra artística deja, queriendo o sin quererlo, no nos engañemos, un mensaje para quienes serán espectadores de ella; para el autor, simplemente es una experiencia creativa a la que hay que dejar libre, mientras ve, a lo lejos, cómo se transforma a través de las sensaciones de quien se torna en un constructor sutil, un “dador” inesperado pero no tanto, a través de la percepción de su realidad y la de otros que lo realimentan, modificando lo que ve, dándole un toque final, cerrando el mensaje. Un mensaje que a veces se vuelve tranquilidad de conciencia. Y eso es lo que pasa con Parasite; es, justamente, un mensaje sencillo, una pintura certera, una demostración directa aunque tal vez un poco maleable, sin estridencias ni críticas demasiado marcadas sobre el deseo de obtener cosas, status, ser más, alimentado en varias tipos de formas de sociedad y modos de vida o de gobiernos diferentes, y la sensación de no poder alcanzar ese lugar en que la comodidad y la tranquilidad se acomodan en el sofá de tienda de diseño en el que las penas y el vacío se esconderán mientras se come lo mejor o se usa la última novedad tecnológica, desapegados del mundo real. Un mundo real cada vez más lejano, al que algunos a veces nos aferramos usando algunos pocos recuerdos que se escurren entre nuestros dedos como arena, mientras vemos como para algunos no significan nada. Ese mensaje ya no es del creador, ya no pertenece ni a él ni a nadie, aunque los galardones lluevan a su nombre; porque los retratados en la historia que cuenta, la de estos desposeídos que se miran en el espejo de los ricos a los que quieren parecerse (los extremos se tocan, de modo que, aunque ninguno de ellos lo sepa, se parecen bastante ya) es deglutida por la comodidad interpretativa y se sube a la agenda de “lo que hay que hablar”. Ya no es posible esconderlo. Es el mensaje que no está bueno que se sepa. Tomemos ese mensaje que no se puede ocultar y hagamos un engrudo que luego no sirva para unir nada. Que el status quo no se toque. Luego, bueno; si seguimos desarmando la estructura, podemos ver cómo el director coloca a sus personajes enfrentados de manera armónica, en una especie de ballet macabro que no muestra su horror hasta que no es necesario; es oportuno, inteligente, sabe cómo armar la idea. Tal vez, dada la tradición de la producción audiovisual surcoreana, Parasite resalte por la diferenciación en cierto armado de lo que se desea contar a través de las herramientas estilísticas, sin perder por ello de manera absoluta la identidad desde la que proviene. Y es como esos golpes de efecto que llegan en el momento justo y ponen ciertas cuestiones en el tapete, pero los dejan flotando a la deriva hasta que desaparecen. Hay que ver si esa era solamente la pretensión. Es necesario saber si calará más hondo en nosotros, si algo se modificará, si será algo más que premios o si simplemente certificará que aún soy (somos) entes naif; si dejaremos de masticar una idea sensible que rápidamente el monstruo del que formamos parte va convirtiendo ante nuestros ojos en una caricatura pasajera, o en una serie, o en una colección de pinturas cuya interpretación se puede adaptar a lo que el espectador necesite creer, (o sea necesario para quien desgrana dicha interpretación) tal como las pinturas de Da-Song, el niño caprichoso con el miedo latente a aquello que no se ve. Parasite es una película técnicamente correcta, con algunos puntos ingeniosos, drama y comedia negra en dosis balanceadas adecuadamente, que roza el gore emocional (y no tanto) si nos ponemos finos, y deja a disposición del monstruo dinámico social que retrata la digestión del mensaje.
Bong Joon Ho es uno de los directores más talentosos del siglo XXI. Con una filmografía sólida, coherente y ecléctica a la vez, ha construido una obra que vale la pena ver. Desde su primer film Barking Dogs Never Bite (Flandersui gae, 2000) Bong Joon Ho ha demostrado oficio de cineasta y un gran talento para sorprender y deslumbrar a los espectadores. Parasite es la gran explosión de su cine a nivel mundial, incluso por encima de The Host (Gwoemul, 2006) que aunque es su obra maestra, tuvo una repercusión mucho menor fuera del ámbito de la cinefilia. Parasite ha recorrido un camino que posiblemente la convierta en la película más prestigiosa y conocida de toda la historia del cine coreano, más allá de la valoración que podamos tener de ella. Ki-taek (Kang-ho Song) vive con su esposa y sus dos hijos grandes en un piso bajo en Seúl, sobreviven como pueden a base de trabajos precarios y robando el wi-fi de los vecinos. La situación familiar cambia un día en el un amigo de su hijo lo recomienda a este para dar clases particulares de inglés en casa de los Park, una familia de clase adinerada que habita en la parte alta de la ciudad. Utilizando su astucia y mintiendo desde el comienzo, el joven conseguirá ganarse la confianza de la señora de la casa, y así irá introduciendo, poco a poco, al resto de sus familiares en distintos trabajos del servicio doméstico. El joven se convierte en tutor de la hija mayor de los Park, su hermana será profesora de pintura del niño menor, Ki-taek será chófer del padre y finalmente su esposa será la cocinera y empleada doméstica de la familia. Pero los cuatro mentirán acerca de su parentesco, actuando como si no fueran familiares. Es el comienzo de una historia de humor negro que se va enredando escena tras escena, narrada con maestría por Bong Joon-ho. Como un Claude Chabrol brutal y desatado, la lucha de clases aparece en los films de Bong Joon-ho una y otra vez. Sus películas siempre tienen apuntes políticos, a veces más sutiles, a veces más explícitos. Snowpiercer (2013) y Parasite son las más directas en ese aspecto. Pero mientras que Snowpiercer usaba reglas clásicas para contar la historia, usando un tren en movimiento para retratar el mundo, Parasite busca una forma algo más moderna o tal vez un poco menos clásica. Snowpiercer tenía la idea de La diligencia (1939) de describir al mundo y a sus personajes, pero sin descuidar jamás la acción y el movimiento. Salvando las distancias obvias, Bong Joon-ho aparece menos optimista que Ford en un comienzo, pero luego termina abriendo una puerta de optimismo. No creo que Bong Joon-ho haya evolucionado en su mirada como los grandes maestros, pero en Parasite abandona el período de títulos más universales de Snowpiercer y Okja (2017) para retomar algo de la locura de sus films anteriores. Tampoco es que haya un título del director que sea del todo tradicional, así como tampoco tiene títulos que descuiden la habilidad narrativa y el entretenimiento. No le asustan los géneros cinematográficos y se sirve de ellos con respeto pero sin dejarse amedrentar por sus reglas. Cine de género y un cine personal que conviven de forma visible, no sutil. Con poco preocupación por el realismo, más allá de lo creíble que puede resultar cada escena en sí misma. La familia de Ki-taek vive prácticamente en un pozo, un departamento por debajo de la calle donde la única vista es la de los borrachos haciendo pis a metros de la ventana. Ki-taek golpea con sus dedos a un insecto que se posa en su mesa y luego le dice a su familia que no cierre las ventanas cuando pasa un camión que fumiga. La suerte de la familia parece cambiar cuando el hijo recibe una piedra que trae fortuna y que va de la mano de la recomendación para un trabajo. Esa piedra de la suerte será su condena, como la pata de mono del famoso cuento. La familia Park vive en la parte alta de la ciudad, en una casa lujosa y amplia, con un hermoso jardín y escondida detrás de un gran paredón. Los Park también son cuatro. Cinco si contamos a la empleada doméstica, fiel vigilante de la familia, aunque esconde un terrible secreto. La lucha de clases entre ricos y pobres incluye también la lucha entre pobres y pobres por ocupar un lugar junto a los ricos. Se dice que Parasite tiene elementos del cine de Luis Buñuel. Del director español tiene la idea de que los pobres no son buenos y que la pobreza –contrario a lo que cree, por ejemplo, la iglesia- no es un estado de pureza, sino de brutalidad. Desde luego no hay ninguna idea de religión en Parasite, ni siquiera en contra. Pero a diferencia del anticlerical y virulento Luis Buñuel el humor desaparece para generar una bajada de línea, dejando a Bong Joon-ho en un lugar menos polémico y ambiguo. (Atención Spoilers) El pesimismo del director en Parasite es total. Las diferencias de clase no cambiarán nunca. Los pobres siguen siendo pobre y el buscar un atajo para escalar socialmente no funciona tampoco. La brutalidad de la clase baja es total. Los ricos los desprecian y los ignoran, pero no hay en la película un ataque real hacia ellos. La acumulación de ese desprecio es lo que estalla en el final. Los pobres sumisos se rebelan contra los pobres arribistas y esto explota en la felicidad superficial de la fiesta de cumpleaños. El hijo sobrevive a duras penas y decide que la piedra de la fortuna debe volver al rio, que las cosas sigan adelante sin atajos, soñando con un ascenso social genuino y honesto. Pero claro, el director nos muestra que eso es prácticamente imposible. La manera brillante y potente en la que filma Bong Joon-ho es el máximo valor que tiene la película. Desde el inicio de su obra, con Barking Dogs Never Bite o la sobriedad impecable de Memories of a Murder, el director ha mostrado habilidad para diferentes tonos, capacidad para narrar y deslumbrar con escenas inolvidables. Sus movimientos de cámara ya son su firma, así como los momentos de peleas y choques entre los personajes que han dejado ya varias escenas notables. Sus ideas políticas son simples y, a pesar de todo, tranquilizadoras. Los que ven su cine están en la parte privilegiada del mundo, pueden reflexionar, tomarse la barbilla y seguir adelante. Tal vez por eso Parasite funcionó también en la temporada de premios. Pero sería injusto reducir el cine de Bong Joon-ho a eso. Sus películas muestran imaginación y originalidad. Y su misantropía es tan válida como la de cualquier otro artista. Un cineasta enorme que merece el reconocimiento que tiene. Pesimista la mayor parte del tiempo, pero no siempre, dejando algunos espacios de luz para sus personajes en algunas de sus películas. El cine coreano hace mucho tiempo que es extraordinario. Las salas de estreno no le dan mucho espacio. En Buenos Aires se hace todos los años una semana dedicada a ese cine y por supuesto en los festivales aparece, pero hay que buscar y ver no solo todo el cine de Bong Joon-ho, sino el de muchos otros grandes cineastas por conocer. Mientras tanto Parasite es una buena muestra para comenzar a meterse en esa cinematografía. Deslumbrarse con el talento de directores que mantienen vivo el lenguaje cinematográfico y todas sus posibilidades. Una película impactante e inolvidable.
El olor de la sociedad. El director surcoreano Bong Joon-Ho ha sabido demostrar con cada una de sus piezas cinematográficas el balance perfecto que puede lograr entre su atrapante cine de entretenimiento y la incisiva crítica social. Con Parásitos, su más reciente film, no sucede lo contrario y le da forma a una historia que, al igual que la transformación de sus personajes, va mutando a medida que se desarrolla. El director, arquitecto de su obra, concibe los espacios en los que centra la trama —principalmente un refinado hogar de clase alta— como separación de los estratos sociales, mientras que la variedad de géneros deposita al espectador en el terreno de lo imprevisible; arquitectura de la imagen, orquestación de la ambición. Con un humor que ironiza y a la vez invita a la toma de conciencia a través de los personajes y su entorno, la historia centra su mirada en una familia de clase baja que vive en las llamadas casas “semi-sótano”, buscando ganar dinero armando cajas para pizzas y paseándose por cada habitación intentando captar algunas señales de wi-fi. Entre una unión de suerte y viveza, el núcleo familiar se empieza a conformar como un grupo de inteligentes estafadores. Cuando el hijo mayor Woo (Choi Woo Shik) es recomendado por un amigo para darle clases de inglés a la hija de una familia privilegiada, es a partir de allí que de manera encadenada cada miembro de la familia desempleada torcerá las cosas a su favor para tomar los trabajos de otros y hacerse con un lugar dentro de estrato social diferente. Lo que comienza como una recomendación, con mentiras de por medio —que pasa de Woo siendo profesor de inglés, el cual, a su vez, sugiere a su hermana Jung (Park So Dam) como profesora de arte para el travieso hijo menor— se convierte paulatinamente en un manipulador plan que deja en la calle al chofer y la ama de llaves, para que sus lugares sean ocupados respectivamente por sus padres, interpretados por el actor fetiche del director, el actor Song Kan-ho y la actriz Lee Jung-eun, algo que el director crea de manera exquisita con una fluidez orquestal que resulta cómica y trágica a la vez. Bajo el prisma de una absurda desesperación, el espectador se vuelve un divertido testigo y cómplice de estos personajes que hacen hasta lo más malicioso para obtener un sentido de pertenencia. Si bien los Park, la familia que emplea a los protagonistas, es descrita con ingenuidad y la típica frivolidad de quien vive en un mundo ajeno a la conciencia de clase, no hay verdadera maldad en su trato como sí ocurre con el resto. Y es cuando la familia de clase alta se va de viaje, cuando el espacio del hogar es ocupado por los empleados bajo una falsa idea de que todo les pertenece y pueden hacer lo que quieran, impunemente. La maldad de esta familia se ve ligada a la desesperación y al alcance de un modo de vida que, por errores propios o por la carencia de posibilidades, se le fue negado, marcado principalmente por la invasión del capitalismo que impone un muro alrededor del mundo, imposible de derribar. Esto, a su vez, hace que el film sea mucho más universal de lo que en principio aparenta. Es así como el film se compone magistralmente de un uso de los espacios como reflejo de la separación de clases. Comenzando con la casa “semi-sótano” donde los personajes viven por debajo de alguien, pasando por el hogar de clase alta construido en lo alto de una colina, y por último el revelador búnker del mismo hogar. Dicho espacio marca un punto de quiebre en el relato y de manera sutil convierte lo que venía siendo una comedia negra en un film de suspenso y, por momentos, de terror. La revelación de que el marido de la antigua ama de llaves ha vivido por años en el búnker secreto de la casa, concatena una serie de eventos puramente de tensión donde los pertenecientes a una misma clase se atacan entre sí. No hay lugar para ayudarse entre sí, el desprecio y la competencia es el alimento de la desesperación que sólo fortalece al sector privilegiado. Bong Joon-ho se sirve del subgénero home invasion para lograr con cada espacio un verdadero y crítico reflejo de la sociedad y el comportamiento humano, incluyendo también lo sensorial a través del olor, un elemento más para denotar la separación constante y la imposibilidad de pertenecer. El olor de la pobreza aquí solo es tapado por otro tipo de aroma: el de una invasión colonial que atenta con toda posible unión y de la cual los que más pierden son aquellos que menos tienen. Parásitos le da forma a su poderosa arquitectura cinematográfica sostenida por un ritmo in crescendo al que el espectador jamás puede adelantarse, y que solo puede optar por disfrutar la tensionante construcción que también invita a tomar posición de manera reflexiva. Las cercanías y distancias del espacio funcionan como terreno donde el desprecio y la falta de empatía se vuelven los verdaderos protagonistas. Cada hogar es un mundo, y este en particular expone la cruel verdad del mundo que todos habitamos.
por Rami Pizá Desde abajo El aclamado film relata las astucias y las complicidades de una familia para salir adelante a costa de los otros. Los amores y las catástrofes nos conducen a secretos y revelaciones inesperadas. Parasite,(2019) es un largometraje coreano dirigido y escrito por Bong Joon Ho y Han Jin Won; ya ganó la Palma de Oro a mejor largometraje en Cannes y tiene seis nominaciones en los Oscar, entre ellas, mejor película del año. La familia de Kim Ki-taek (Song Kang Ho) vive con lo justo y necesario en un semisótano, ninguno tiene trabajo. Por esas vueltas de la vida, su hijo mayor (Choi Woo Shik) empieza a dar clases particulares a la hija menor (Jung Ziso) de Park Dong—Ik (Lee Sun Kyun). Él y su familia son nuevos ricos y habitan una casa lujosa. Poco a poco, el resto de la familia pobre ocupa las vacantes ofrecidas por la familia adinerada. Un día la antigua mucama (Lee Jung Eun) de los Park regresa inesperadamente a la residencia fastuosa. De acá en más, se desatan problemas jamás previstos en los planes de todos, incluso de los espectadores. La estética del film es sobresaliente, pues se vale de muchos recursos: montaje interno al cuadro, profundidad de campo, planos-secuencia, rallentis… y la lista sigue. Incluso se hacen referencias a pinturas famosas como La última cena, (1498) de Leonardo da Vinci. El otro pilar de esta obra es la banda de sonido; dado el gran esmero de los músicos y los técnicos, las emociones están a flor de piel y el suspenso flota en la pantalla de principio a fin. Las locaciones elegidas provocan todo tipo de sensaciones al espectador, como el encierro y la apertura, incluso sus olores. El argumento es sólido, avanza a un pulso constante y trata temas de todo tipo: los vínculos con la tecnología, la tolerancia, la otredad y la política internacional. Los diálogos son sueltos, tienen astucia y picante en su justa medida. Los intérpretes son excelentes, pues generan contrastes emocionales en cada escena y aprovechan al cien por ciento las contradicciones internas y las reacciones de sus personajes. "Con el suspenso y el humor negro de Belleza americana, (1995, Sam Mendes), “Parásitos” es un antes y un después en los melodramas cinematográficos; los límites entre lo que está bien y lo que está mal son empujados al máximo. Es más, deja entrever que la vida pasa mientras nos ocupamos en hacer proyectos. Se puede vivir sin pensar." Calificación: 10 Título original: GISAENGCHUNG Título en inglés: PARASITE Género: Drama País de producción: Corea del Sur Dirección: Bong Joon Ho Producción: Barunson E&A, CJ Entertainment Año de producción: 2019 Duración: 131 min Distribuye: Impacto Cine Genero: comedia, drama, thriller Intérpretes: Song Kang Ho (Kim Ki-Taek, PADRE POBRE), Choi Woo Shik (Kim Ki-woo, HIJO POBRE), Park So Dam (Kim Ki-jung, HIJA POBRE), Chang Hyae Jin (Kim Chung-sook, MADRE POBRE), Lee Jung Eun (Moon-gwang, SIRVIENTA), Myeong-hoon Park (Geun-se, ESPOSO DE SIRVIENTA), Lee Sun Kyun (Park Dong-Ik, PADRE RICO), Cho Yeo Jeong (Park Yeon-kyo, MADRE RICA), Jung Ziso (Park Da-hye, HIJA RICA), Hyun-jun Jung (Park Da-song, HIJO RICO), Seo-joon Park (Min, AMIGO).
Parasite viene arrasando en la temporada de premios y finalmente llegó a nuestras salas!
Tras alzarse con la Palma de Oro en el Festival de Cannes de 2019, el director surcoreano Bong Joon-ho, hilvanó un tendal de premios en distintos certámenes mundiales hasta llegar a las seis nominaciones a las que aspira con Parasite en la próxima entrega de los Oscar. El film ya tiene prácticamente garantizado el galardón a Mejor película internacional, aunque también podría dar la sorpresa en alguno de los otros rubros, entre los que se destacan: Mejor película, Mejor director y Mejor guión original. Con un vibrante pulso narrativo que se mantiene de comienzo a fin, esta provocadora tragicomedia urbana hinca el diente en las diferencias de clase entre dos familias: una que sobrevive en una minúscula vivienda bajo el asfalto con pequeñas ventanas que dan a la calle, y otra que habita en una lujosa mansión provista de enormes ventanales con vista a un gran jardín. Oscilando entre el humor incómodo, el suspenso vertiginoso y salpicones de violencia catártica, Parasite retoma el abordaje de la sátira social que el aclamado realizador oriental ya había practicado en títulos como The host y Memorias de un crimen. La receta una vez más apuesta a la mixtura de códigos genéricos para derivar en un suculento banquete que estalla frente a los sentidos de la platea. De la trama, lo único que es prudente anticipar es el plan que traza el clan en desgracia para infiltrarse como trabajadores en el gran caserón. Ese primer tramo, está dominado por un tono juguetón y voluntariamente previsible. Sin embargo, una vez que el cuarteto de ricos queda bajo el mismo techo que el cuarteto de pobres, la película cobra un rumbo imprevisible y perturbador. Si la falta de sutilezas y el subrayado en otras películas sobre desigualdades sociales resultan absolutamente tediosas, aquí varios conceptos que aparecen enunciados explícitamente logran escapar al lastre de la solemnidad apostando a un vibrante ejercicio de desmesura. El mayor triunfo de Parasite reside justamente en la falta de temor a la hora de transitar sus momentos más tensos y afiebrados, zambulléndose de lleno en situaciones exuberantes en las que el absurdo y la tragedia colisionan, no para llegar al regodeo en el cinismo, sino para que como platea seamos testigos y partícipes de la espectacular tragedia existencial en la que vivimos, tanto desde la mareada óptica de nuestra realidad cotidiana, como desde esa mirada que parcialmente sobrevolamos a través de titulares en los medios. El talentoso realizador surcoreano no necesita ponerse en pontificador. A pesar de su hondo contenido, Parasite jamás pretende erigirse como una película de denuncia. Estamos frente a un recargado banquete, en el que la descarnada carrera por la riqueza material se estrella contra el sinsentido de un mundo que ha perdido toda capacidad de empatía. Hay quienes auguran que este film podría dar la sorpresa llevándose el codiciado Oscar a Mejor película, pero no nos engañemos. Los miembros de la Academia habitualmente se inclinan por títulos más académicos. En este sentido, a través de algunas premiaciones previas a la que se entrega el próximo 9 de febrero, 1917 parece ser el exponente ideal a la hora de ungir esa mezcla de virtuosismo y valores confeccionados a la medida del máximo galardón de la industria. Mientras tanto, tres films con suculentas dosis de irreverencia como Guasón, Había una vez... en Hollywood y Parasite; van por la cabeza del Oscar. Ya es hora de darle a ese hombrecito dorado algo de entidad y nobleza cinematográfica. Gisaengchung / Corea del Sur / 2019 / 132 minutos / Apta para mayores de 13 años / Dirección: Bong Joon-ho / Con: Song Kang-ho, Lee Sun-kyun, Jo Yeo-jeong, Choi Woo-sik, Park So-dam, Lee Jeong-eun, Jang Hye-jin.
Hay dos premisas fundamentales en la última película de Bong Joon-ho que, de alguna manera, alinean la base de esta historia sorprendente. Por un lado la ideológica —con un fuerte y corrosivo sentido de crítica social—, y la de una construcción narrativa sencillamente magistral. Ambas están diseminadas a lo largo de todo el film, y en especial en dos parlamentos —una especie de monólogo de los protagonistas— que refuerzan estas ideas. - Publicidad - Por un lado la creencia inocente —casi naif— de que el dinero todo lo puede. “El dinero todo lo plancha”, dice Choon-sook (Jang Hye-jin), la cabeza femenina de una familia compuesta por su marido Kim Ki-taek (Song Kan-ho) y sus dos hijos: el mayor llamado Ki-woo (Choi woo-shik) y la menor Ki-jung (Park So-dam). “El dinero plancha todas las arrugas, plancha todos los dobleces, deja todo liso y perfecto”, continúa Choon-sook a lo que toda su familia asiente como si estuviesen ante una gran revelación que no puede ser refutada. Claro, el contexto de esta familia, que vive al borde de la inanición, en un sótano lleno de insectos y que sobreviven con lo poco que les pagan por doblar cajas de cartón para una pizzería, se entiende y se justifica. Sumergidos en lo más bajo de la escala social, cualquier atisbo de mejora es algo invalorable. Por otro lado —y dejando de lado la esencia misma del filme— está la estructura narrativa, que es lo que está haciendo furor en todos los ámbitos de la crítica especializada y del público. En un pasaje, Kim Ki-taek, le dice a su hijo: “Para que un plan sea efectivo, solo hay que hacer una cosa, no tener ningún plan. De esa manera uno nunca puede defraudarse”. Esto es tan así en la película de Boon Joon-ho— Memories of Murder (2003), The Host (2006), Mother (2009), Snowpiercer (2013) y Okja (2017) — que a medida que vamos adentrándonos en la historia, nada de lo que supuestamente intuimos que va a suceder, sucede. Nuestros planes o ideas preconcebidas se desmoronan continuamente y vamos descubriendo nuevas y sorprendentes aristas en una trama que parecía a simple vista previsible y simple. Es decir, nos sentimos defraudados —en el mejor sentido de la palabra— porque lo que sucede secuencia tras secuencia no está dentro de nuestros planes. No hay que hacer planes para ver esta película, parece decirnos el director coreano, simplemente dejarse llevar como si estuviésemos en una montaña rusa. La caída puede dejarnos sin aire, pero bueno, es la idea de lo impredecible. La película está segmentada en dos bloques bien diferenciados. La primera parte puede inscribirse dentro de la comedia costumbrista, plagada de engaños, de mentiras y de una picardía que no escatima recursos en pos de una ventaja económica y social. Es así que vemos cómo esta familia pobre y desclasada va tomando posiciones dentro de otra familia —los Park— adinerada y con un status social elevado. Y lo hace a través del engaño. Primero el hijo se presenta como profesor de inglés para la adolescente hija de los Park, Da-hye (Hyun Seung-min) que logra no solo enseñarle cómo debe encarar los exámenes sino que logra que se olvide de su anterior pretendiente y se enamore de él. Luego ingresa la hermana de Ki- woo —haciéndose pasar por una amiga de su prima— como psicóloga para el hijo pequeño de los Park. Luego hace su aparición el padre que lo contratan como chofer y por último la madre como ama de llaves. Es así que en el lapso de pocas semanas, la mansión de los Park se encuentra invadida por otra familia muy diferente a la suya, aunque mucho más inteligente. Claro que para ellos son todas personas competentes y profesionales que de manera fortuita —eso es lo que suponen— fueron incorporándose a su rutina. Hasta aquí todo marcha sobre ruedas a través de un mecanismo de relojería que —internamente— queremos que funcione. Deseamos que a esta familia le vaya bien y hacemos fuerza para que no los descubran, claro que esta empatía primeriza se va a ir desvaneciendo en el transcurso de la segunda parte del film. Una segunda parte en donde este mecanismo estalla. Ya nada sigue por los carriles imaginados. Y comienza la debacle. No puede aventurarse nada sin caer en el spoiler que restaría sorpresa a la segunda parte de la película, pero sí podría decirse que el engaño al que fueron sometidos los integrantes de la familia Park se va a ir desentrañando de manera violenta y cruel y no por ellos mismos sino por terceros que irrumpen de una manera nunca imaginada. La fotografía, la música incidental y la edición son impecables, pero es en la actuación en donde Parásitos reúne uno de sus verdaderos logros. Cada uno de los personajes logra algo muy difícil de transmitir: que no empaticemos con ninguno. Claro que esto tiene que ver mucho con el guión —también escrito por el director—, pero notamos —con asombro— cómo a medida que se desenvuelve la psicología de los integrantes de las dos familias, más nos alejamos de ellos. Nada hay para que nos identifiquemos, aunque sea a través de algún acto redentor, con ninguno de sus móviles, ni de sus actos, ni de sus pensamientos. Parásitos (2019) —ganadora de la Palma de Oro en el Festival de Cannes y con seis nominaciones al Oscar— es una gran película de género que aborda la problemática social —como en su momento lo hiciera Nosotros, de Jordan Peele— que no se amilana en coquetear con el thriller más sangriento, el horror sobrenatural —el pequeño de la familia Park quedó traumatizado por un fantasma que vio salir de un galería oscura— y el suspenso al mejor estilo Hitchcock. Y lo hace de una manera tan fluida e inteligente que pasamos de una comedia de enredos —con toques de humor negro— a una cacería despiadada y brutal sin que nos diésemos cuenta, o sí, pero ya es tarde para volver atrás. Porque si hay algo que el director coreano logra hacer en esta especie de subida a lo más alto de la escalera es que si miramos para abajo vemos que con gran disimulo le fue sacando los escalones, es decir, no hay marcha atrás; las criaturas de Boon Joon-ho no pueden sino avanzar, a pesar de que ante cada avance encuentren la perdición de sus propias almas. Detalle a tener en cuenta: La llegada de los parásitos se da a través de un amigo de Ki-woo quién lo recomienda a la familia Park para que lo reemplace como profesor de inglés de su hija mayor. A su vez le obsequia una piedra que representa a la Fortuna. Este objeto —metafórico como dice en su momento el joven Ki-woo— va a ser el causante de su propia ruina. Una especie de pata de mono —aquel espeluznante objeto presente en el cuento de J.J. Jacobs— en que la fortuna anunciada por un amuleto casi mágico se convierte, luego de un primer atisbo de felicidad, en un definitivo descenso a los infiernos.
Una película inclasificable, en la que Bong Joon-Ho no tiene miedo a transitar por todos los géneros desde el drama, hasta la sátira social, pasando por momentos que podrían ser sutilmente encuadrados dentro de la violencia del gore, con un ritmo de thriller sostenido y un humor corrosivo y cínico que recorre y atraviesa toda la trama. La ductilidad con la que trabaja varios géneros al mismo tiempo y la feroz mirada sobre su propia sociedad y sobre el capitalismo (en un producto proveniente de Corea del Sur, precisamente) hizo que la película pudiese tener perfectamente una relectura en cada país donde fue estrenada y donde la diferencia de clases está cada vez más marcada y más incomprendida, donde el propio sistema tiende a confundir víctimas y victimarios con bastante frecuencia. La metáfora de una sociedad fuertemente estratificada, aún con ciertos subrayados y lugares comunes –sobre todo en el retrato de la clase alta-, es sin dudas impactante, y mediante diversos giros del guion logra involucrar (manipular?) a los espectadores dentro de ese juego de poder que se entabla entre los personajes, que hacen que involuntariamente como público, tomemos partido. Luego de toda una primera parte en donde un familia de bajos recursos logra ir apoderándose de la casa de una familia rica –impactante trabajo de diseño de arte de Lee Ha Jun que deslumbra tanto en cada uno de los detalles de la casa lindante con las cloacas como cuando nos introducimos a la casa/mansión de la familia rica-, una sorpresa que se “esconde” en el sótano hará cambiar el giro de la trama y dar una nueva lectura en la que no solamente Bong Joon-Ho intenta retratar el mundo de “ricos contra pobres” sino la guerra más violenta y revulsiva se desata, como es habitual y podemos verlo cotidianamente en los “pobres contra pobres” que intentan con manotazos de ahogados y sosteniendo en cierto modo aquello de que “el fin justifica los medios”, encontrar una posibilidad de ascenso social donde el director clava profundamente el bisturí y esgrime una impiadosa crítica. Mientras todo un sistema monta lo que conocemos como “el sueño americano” frente a los ideales de éxito y de prosperidad, la película de Bong Joon-Ho expresa a través de sus personajes que no existe el plan perfecto, que muchas veces los planes más elaborados terminan naufragando por cualquier otra causa ajena y que la vida jamás funciona así. De esta manera “PARASITE” no sólo expone su crítica al sistema sino que se opone a esta idea romántica de ascenso social ganado como si verdaderamente existiese una igualdad de oportunidades y plantea justamente la tragedia que se cierne ante la flagrante desigualdad y las luchas de poder. Como un campo minado shakesperiano, la tragedia arrasa e iguala a todos y aún luego de ese fuerte cierre, en donde Bong Joon-Ho despliega todas sus habilidades con la cámara y su virtuosismo como director –como si con las escenas anteriores quedaba todavía alguna duda- todavía quedará pendiente un epílogo que nos deja pensando si, en cierto modo, ascender socialmente, implicará pagar el precio de convertirse en ese “monstruo” que antes, desde otro lugar, había sido tan repudiado.
La definición de la palabra “parásito” para la Real Academia Española es la de un “organismo animal o vegetal que vive a costa de otro de distinta especie, alimentándose de él y debilitándolo sin llegar a matarlo”, esta definición encierra parte del significado del título del filme que se sumerge en las aguas del mundo parasitario que habita nuestra sociedad contemporánea. Desde esa idea disparadora surge con fuerza la trama del último y potente filme de Bong, donde una familia de clase baja invade el status quo de una familia de clase alta y la imagen de lo parasitario se nos instala entre los “desclasados” y los “elegidos” por el sistema, pero la verdad es que el fagocitamiento no termina allí, sino que solamente empieza. Si los pobres intentan ser los parásitos de los ricos, los ricos son los parásitos del sistema, los parásitos del poder del gran fantasma “el capital” y así se arma una cadena de oprimidos y opresores que forman un esquema reiterativo y absurdo: quienes se comen a quienes, quien “parasitan” a quien, sin duda un espejo caricaturizante de la realidad y del esquema de funcionamiento de nuestra sociedad en su costado más patológico. En Parasite la familia marginal vive en un sótano, o sea en los mundos subterráneos en el “por debajo de la línea de la tierra”, y los ricos viven “escaleras arriba” allí donde podríamos pensar que su jardín se parece a un préstamo transitorio del paraíso en la tierra. Pero esa casa majestuosa, es a la vez un mundo infernal. En sus propios sótanos y pasadizos internos se esconde otra vida marginal, la vida de otros parásitos que competirán con la nueva familia invasora. Cuando esto se descubra, en medio de una fiesta familiar, se desatará la tragedia total de esa lucha de clases, los pobres se amasijarán entre pobres y el pater familia de los ricos morirá acuchillado en esa puja de poder, porque es el pater opresor. Ni los ricos son buena gente, ni los pobres son santificados por tener una moral incuestionable, tal cual lo vaticinó Luis Buñuel en su filme ateo Viridiana la vida del mendicante puede llegar a límites de crueldad y de invasión inimaginables. Cuando tomamos lo ajeno como propio el resultado es la inevitable caída hacia la destrucción. La voracidad sin límites destruye a todas las clases sin piedad ni distinción de ningún tipo. Es la puerta abismal hacia una decadencia moral irreversible. Si para estas dos primeras décadas del siglo XXI Parasite se propone como un retrato satírico de nuestra dialéctica contemporánea coreografiando un retrato del discurso del amo y el esclavo, podríamos trazar un lazo con el filme que ya en los años 60 se planteaba como precedente cinematográfico esencial El sirviente (1963) de Joseph Losey, una adaptación cinematográfica de la obra teatral de Harold Pinter guionada por el mismo Pinter, que es sin duda una joya cinematográfica. Bong no propone la misma parábola del amo y el esclavo que Losey pero sus similitudes temáticas y morales son inevitables. Así como Dirck Bogarde, el futuro mayordomo que deviene luego en nuevo amo, viene de las claocas, la familia de este filme viene del sótano, del subsuelo del mundo. En ambos casos los valores metafóricos de la casa, las conexiones explícitas entre el arriba y el abajo funciona simbólicamente de maneras similares. La casa de Bong y la de Losey reflejan las contradicciones sociales y humanas, el carácter de los personajes, y como sus protagonistas parecen atrapados en ella, incapaces de salir y cambiar el orden establecido por ese esquema de poder. Una diferencia sustancial es que así como Losey se refugia en el drama oscuro más radical, Bong Joon negocia el territorio del verosímil, y las absurdidades de trazo grueso amparándose en la narrativa de una comedia negra, absurda y anti naturalista. La parábola de Bong Joon, aún recorriendo un camino muy opuesto estéticamente al de Losey, arriba a una triste conclusión similar: todo lo que ambiciona el esclavo es llegar a convertirse en el amo. Y así, la promesa final del hijo a su padre nos revela la encrucijada social en la que vivimos, donde la liberación del oprimido, aún en sus propias fantasías es la de ser “el otro”. Por Victoria Leven @LevenVictoria
Con su estreno en el 34º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, llega a los cines comerciales del país “Parasite”, la película favorita de la actual temporada de premios, una cítrica comedia que funciona como crítica social no sólo en Corea, su país de procedencia, sino en el mundo entero. Dueña de un increíble marketing y con una posible remake estadounidense en formato serie, ganadora de la Palma de Oro en Cannes, el Globo de Oro y con el peso de haber sido este domingo la primer película de habla no inglesa en ganar el SAG Awards, se postula como preferida para el Oscar en la categoría Mejor Película de Habla No Inglesa. El director surcoreano Bong Joon Ho (“Memorie of murder”, 2003), sigue la historia de dos familias que tienen mucho en común pese a pertenecer a mundos totalmente distintos, en una comedia que combina suspenso, drama, y denuncia social sobre la diferencia de clases y el salvaje capitalismo. Bong se caracteriza por jugar con género dentro de género, por criticar ferozmente a la sociedad y por el humor ácido. Hoy, con varios años ya como director consagrado, sumando además de la ya mencionada, “The Host” (2006), “Mother” (2009), “Snowpiercer” (2013) y “Okja” (2017), Bong arriba a la pantalla grande con una película que parece sencilla, pero es tan fuerte como real, y con un minucioso trabajo de fondo que la convierte en una obra maestra del Séptimo arte. Ya catalogada como un suceso cinematográfico imparable, “Parasite” expone la real y terrible diferencia de clases surcoreana, la locura por el capitalismo extremo y el miedo sin sentido a los vecinos de los barrios más bajos, en una comedia con mezcla de thriller que puede ser fácilmente asimilable a cualquier otro lugar del mundo en el que vivimos. Se entiende por parásito a todo organismo que vive a costa de un ser vivo de otra especie, alimentándose del organismo invadido, debilitándolo gradualmente hasta llevarlo, en ciertos casos, a la muerte. Y este tipo de relación se puede ver en el film, entre la familia Kim y la familia Park. Igualmente, con el pasar de los minutos, uno se pregunta ¿Quiénes son los parásitos? La familia Kim, se encuentra viviendo en una casa por debajo de la línea de la vereda, ahí donde están los desagues, donde cae el agua sucia, en un barrio marginal, claro. Los cuatro miembros de la familia (madre, padre y dos hijos) viven hacinados entre cajas de pizza, amontonamiento de objetos, trofeos de otra época, tratando de robar la señal de wifi de un bar cercano, como parásitos, ya que ninguno tiene trabajo formal y se la rebuscan como pueden. Todo cambia cuando un amigo del adolescente Ki- Woo, le ofrece su lugar como profesor particular de una chica de una acaudalada familia, trabajo al que él no hubiese accedido por su cuenta debido a la falta de título universitario. De igual manera sucede con Ki-Jung, su hermana, quien tiene facilidad para falsificar documentos y le crea un título a Ki-Woo para que pueda ingresar a trabajar con la familia Park, y luego entra ella también. Así la familia Kim irá fagocitando a la gente adinerada para la que trabajan, creando un ambiente enrarecido en el que unos se comen a otros, a partir de engaños y mentiras. Toda esta aventura denota la desesperación por pertenecer, por ser o parecer alguien que no se es. La historia se ve fortalecida a partir de algunos recursos que el director utiliza para crear esa atmósfera: las escaleras como elemento arquitectónico que marca diferencias sociales, se puede subir a las celestiales habitaciones de la mansión o descender a los infiernos del sótano ennegrecido. Además, se vislumbra la diferencia abismal entre la forma de vida casi en madriguera de la familia Kim, como en un sótano; y la familia Park, en lo alto de la colina, rodeada de verde, no de basura y borrachos. Bong Joo- Ho narra la lucha de clases a partir de la fusión de géneros cinematográficos distintos que convergen en esta explosiva comedia negra con thriller, crítica social y drama. Su ritmo no decae en ningún momento, y se vuelve tan universal que no importa en qué lugar del mundo te encuentres, los tópicos tratados nos tocan a todos como propios. Verla es una experiencia que atraviesa todos los sentidos. Las actuaciones, la fotografía y la música son, sencillamente, brillantes. “Parasite” (2019) es fascinante como y donde se la mire. Realidad feroz, con una narrativa y puesta en escena de primerísima calidad. La película no juzga: todos estamos enfermos por el infame capitalismo Entretenimiento con un rotundo mensaje social. Obra maestra.
Tras varios años abriéndose camino en la escena mundial , llegó «Parasite» y el cine coreano finalmente captó la merecida atención internacional. ¿Qué es esta película coreana de la que todos hablan? ¿Cómo obtuvo 6 nominaciones al Oscar y le arrebató el Premio del Sindicato de Actores a la creme de la creme de Hollywood? Hace unos 15 años, un profesor de la facultad nos dijo que viéramos «Oldboy«. Aquel film de 2003 fue el primer gran paso para que hoy el cine coreano reciba graduación con honores. ¿De qué se trata «Parasite»? Una familia pobre se va metiendo en el seno de una familia rica. ¿Quién es bueno y quién es malo? ¿Quién víctima y victimario? La definición de la RAE da cuenta de lo acertado del título: Que se alimenta de las sustancias que elabora un ser vivo de distinta especie, viviendo en su interior o sobre su superficie, con lo que suele causarle algún daño o enfermedad. Bong Joon-ho y el cine coreano Bong Joon-ho ya filmó películas con actores de Hollywood («Snowpiecer», «Okja», que está en Netflix) y, bastante antes, la genial «Memorias de un asesino». Con la experiencia de haber transitado relatos de lo más diversos y considerado hace tiempo uno de los máximos exponentes del cine coreano, Bong presenta «Parasite», una historia de apariencia sencilla pero profunda y, sobre todo, universal. La lucha de clases en clave de comedia, drama y suspenso, porque si algo sabe hacer el cine coreano es mezclar géneros. La historia desborda ingenio. Te reís, sentís vergüenza, satisfacción, bronca, miedo. Todo junto, mientras ves a unos y otros luchando por el espacio con el mismo ímpetu con el que luchan por el wi-fi. Ahí están, estos y aquellos, devorándose con sutileza. Podríamos hablar del excelente reparto encabezado por el experimentado Song Kang‑ho, del fabuloso manejo de los espacios, del guion de telaraña y de cómo la película te mantiene atrapado en cada minuto. Pero en casos como estos, no queda más que recomendar y buscar los adjetivos pertinentes: original, inesperada, incorrecta, lúcida, molesta, astuta, sorprendente, ingeniosa. Así es «Parasite». No te la pierdas. Puntaje: 10 / 10 Duración: 132 minutos País: Corea del Sur Año: 2019
¿Por qué los secuestradores prosperan? ¿Por qué sonríen los diputados? Tienen plan. Vos no tenés plan. Vicente Luy En la actualidad, la desigualdad social es presentada en el discurso audiovisual desde varias aristas que invitan a reflexionar acerca de los modos en que la violencia se puede percibir a través de diferentes modalidades. En los últimos años, la institución familiar ha resultado ser un fundamento para exponer este tema logrando la atención de críticos y festivales reconocidos. Sin ir más lejos, Shoplifters, de Hirokazu Koreeda, logró la Palma de Oro en el Festival Internacional de Cannes 2018 a partir de presentarnos a una familia no tradicional de la clase baja japonesa, mientras que en 2019, el premio mayor lo obtuvo Bong Joon-ho quien se sirve de esta institución, para retratar dos mundos opuestos que convergen en Corea del Sur.
Narra las vivencias de Kim Ki-taek (Kang-ho Song), que se puede parecer a cualquier habitante de cualquier país moderno que se encuentra sin trabajo. Su hijo Kim Ki-woo (Woo-sik Choi) da clases particulares a Park (Lee Sun Gyum) integrante de una familia de posición económica holgada. Rápidamente notamos las diferencias entre ricos y pobres, situación que está marcada a lo largo de todo el film, al igual que la humillación y desprecio hacia el otro. La clase baja está condenada a continuar siempre igual, a vivir a disposición de los ricos, a ser esclavos del capitalismo y a vivir como si fueran parásitos. Esta es una comedia negra que contiene un fuerte contenido tanto desde lo social como desde lo político y a medida que corre la cinta se genera tensión e intriga, es inquietante, perturbadora y te lleva a una profunda reflexión. También se da sus tiempos para el humor, los enredos, la tragedia y la emoción. Cuando nos acercamos al final pasamos a un thriller fuerte y audaz. Impecable el manejo de cámara con diferentes tipos de planos para acentuar los distintos acontecimientos y escenarios naturales expresando como los ricos viven bien arriba en la cima y los pobres abajo casi en lugares profundos y oscuros. Otro de los puntos para destacar son las muy buenas actuaciones, la dirección Bong Joon Ho (Mother, The Host y la más reciente Okja) y la fotografía, entre otros elementos. Nos encontramos ante una de las mejores películas del año y por suerte tenemos la posibilidad de verla en nuestro país luego de haber pasado triunfante por Festivales, como el de Cannes y el de Toronto, además de recibir varios premios internacionales como el Globo de Oro en la categoría de “Mejor película Extranjera” entre otros.
Las clases sociales en la mira Esta película obtuvo seis nominaciones a los óscar, pero no justamente en categorías menores: mejor película, mejor película extranjera, mejor dirección, mejor guion original, mejor montaje, mejor dirección artística. Cartón prácticamente lleno en los rubros clave de la creación cinematográfica. El hecho de competir como visitante es, además, especialmente meritorio, considerando que, con suerte, una sola película extranjera (léase, de cualquier parte del mundo exceptuando Estados Unidos) logra semejante privilegio cada año. 2019 fue el año de Roma, ahora le tocó el turno a Parásitos.
Después de ganar en el Festival de Cannes la Palma de Oro y cosechar varios premios en las recientes entregas, llega a los cines de Argentina el film coreano Parasite de Bong Joon Ho. La historia de Parasite nos presenta a dos familias. Por un lado, una de clase media baja integrada por el padre, la madre y sus hijos adolescentes. El hijo mayor, Gi Woo, empieza a dar clases particulares en casa de una familia acaudalada y ve la posibilidad de darle trabajo a cada uno de sus parientes (sin mencionar que lo son y mintiendo sobre su experiencia). De esta manera comienzan a manipular a la familia rica y tratan de conseguir los empleos. De ahí la película escala a otros misterios y cuestiones que tienen que ver con quién tiene el control de cada situación. Bong Joon Ho vuelve a presentar una historia sobre división de clases (ya lo había hecho en Snowpiercer basado en la novela gráfica del mismo título). Como gran parte del cine coreano de los últimos años los géneros se mezclan en una cinta que conjuga el drama y la comedia, dos cánones separados en los guiones más comunes pero que, hábilmente, se fusionan en Parasite. El argumento lleva al espectador y a los protagonistas de la mano en una espiral que los hace descender en esta lucha de clases donde presenta los miedos y deseos de cualquier ser humano que puede aspirar a ser más de lo que es. Desde el punto de vista técnico, Parasite hace uso de la intrincada construcción de la casa principal para crear el ambiente para que todos los personajes pueden entrar en cuadro haciendo diversas cosas. Las edificaciones, las calles, las viviendas en sótanos, remarcan a trazo grueso la temática social que presenta el film. Un ejemplo también de esto es el descenso de los personajes en las calles inundadas con planos largos, una cámara que continúa descendiendo junto a ellos y un golpe de realidad que los vuelve a poner en su sitio. Toda la película tiene un ritmo controlado pero hay que hablar del montaje en dos escenas que son más emblemáticas. Una colaboración entre Bong Joon Ho, el encargado de la edición Jinmo Yang (con quien ya había trabajado en Okja) y la banda sonora a cargo de Jaeil Jung (también se suma una parte de la ópera Rodelinda de Georg Friedrich Händel). Esta conjunción de artes marca en escenas de pocos minutos una serie de situaciones que escalan la tensión y que son, en gran parte, los detonantes de las consecuencias que llevan a la conclusión del film.
¿Quiénes son los parásitos? Primavera, verano, otoño e invierno. Ya Vivaldi nos sacudió con eso. Ya el clima definió los tiempos entre solsticios y equinoccios. Aquellos países que gozan, o sufren, de estos cambios trimestrales podrán dar fe de que este orden natural formó sus sociedades: la época de la siembra, la preparación y planificación de los recursos a futuro; la época del cuidado, del mantenimiento; el tiempo de la recolección; y el invierno, el más duro, hecho para sobrevivirlo. Ciclos de los que los tropicales no sabemos nada, y que forman una rutina sutil de preparación: hay señales de la vida, en el viento, en el agua, en las miradas, las casualidades, que nos avisan qué vendrá, y la historia: la memoria oral o escrita que da fe de lo que ha pasado.
El director Bong Joon-ho no es tan conocido en el ámbito local como lo sería un Scorsese o un Clint Eastwood pero en el círculo de cinéfilos es toda una celebridad merced a films superexitosos como El Huésped (The Host) y otros marginados en las salas locales pero igual de buenos como Snowpiercer (2013), Okja (2017) y...
Parasite combina humor negro, crítica social y suspenso para explorar las divisiones de clase en Corea del Sur. Pero no solo captura la realidad social en su país de origen, sino que lo hace a nivel global.
Tanto Gi Taek como su familia están sin trabajo y logran subsistir en un sótano que tienen como casa, hasta que su hijo mayor, Gi Woo, empieza a dar clases particulares a domicilio a la hija de los adinerados Park y encuentran una nueva forma de vivir que tendrá resultados imprevisibles. Hablemos de Parasite, una película coreana que se convirtió indudablemente en la mejor del 2019. Esta fue dirigida por Bong Joon - Ho, a quien probablemente reconozcas de forma inconsciente por su trabajo en Memories of Murder, Okja, The Host, Snowpiercer, entre otras. Un director impresionante, que te hace vivir la película, te lleva por la historia como un personaje más que siente todo y que maneja el desarrollo del film y las motivaciones de los personajes con maestría. Ahora sí, veamos algunos puntos que convierten a Parasite en una obra maestra. Parasite es un film cuyo título obviamente hace referencia a la historia que transcurre en la casa de los ingenuos ricos que están totalmente desconectados de la realidad que los rodea, mientras que los pobres se aprovechan de esto. Trata la crítica social entre la clase alta y baja, marcada en cada detalle, principalmente en el ambiente de cada familia y en la actitud de estas respecto a determinadas situaciones. Pero también va más allá de eso. Para comenzar, hablemos del atractivo principal: los personajes, que están perfectamente construidos. Desde los diálogos y las acciones hasta los detalles que rodea a cada uno. Fueron tan bien ideados y realizados que llegando a la mitad de la película ya sentís que los conoces de siempre, y podes saber cómo va a actuar cada uno. Incluso podemos reconocer a la casa como un personaje más, construida y pensada para esta función. Siguiendo con otro punto, el que ya leyó algo mío alguna vez sabe que los detalles llenos de simbología y referencias son mi debilidad, y esta película está hasta en lo más mínimo. Como se trata el tema del olor, la imagen de los insectos, la piedra que le regalan a Ki-woo, el reflejo de la tormenta y sus consecuencias en cada situación, como los ricos y pobres se perciben entre ellos, siendo los ricos personas crédulas y estúpidas, y los pobres sucios y dóciles. Meticulosa, bien cuidada y totalmente metafórica. La película da un giro donde el género cambia totalmente y te mantiene en un hilo agresivo lleno de suspenso que culmina en un desenlace muy a lo Tarantino. Y por si hay alguien en la sala que no termino de entender el final, el mismo Ki-taek te lo explica previamente: “Ki-woo, ¿sabes qué tipo de plan nunca falla? Ningún plan. ¿Sabes por qué? Si haces un plan, la vida nunca funciona así. Mira a nuestro alrededor. ¿Acaso pensaron esta gente en "¿Pasemos la noche en un gimnasio"? Pero mira ahora. Todos están durmiendo en el suelo, nosotros incluidos. Por eso la gente no debe hacer planes. Sin un plan, nada puede salir mal. Y si algo se sale de control, no importa. Ya sea que mates a alguien o traiciones a tu país. Nada de eso importa. ¿Entiendes?” Este diálogo, en conjunto con la toma final de la cámara bajando desde la ventana del semisótano hasta Ki-woo, presentando la misma imagen que en el comienzo pero con una tonalidad más oscura, nos cuenta absolutamente todo. Esa historia de esperanza, en la que él estudia, trabaja y logra comprar la casa para reunirse con su padre, jamás pasará. Todo cierra al final, todo tiene un motivo, no hay escenas “gratis” o de relleno. Desde un principio se marca como es cada familia y cómo será la trama. Excelente historia, excelentemente narrada. Cada departamento de la producción se destaca sin dejar mucho que desear. Dirección, arte, fotografía. Es insuperable. Una clase para quien estudia cine. Sin dudas el sur de Asia se puede quedar con el merecido reconocimiento de haber realizado la mejor película del año y es hermoso ver que, finalmente, un film extranjero pueda ser valorizado como tal. Por Estefanía Da Fonseca
Y el Oscar es para… esta sorpresa surcoreana llamada Parasite de Bong Hoon Jo. Quién se hubiera imaginado la instancia en la que todo el glamour del mainstream, el cine de los tanques y los millones de dólares se opacara por la aparición de un director, casi diríamos un indie, que les robó el protagonismo de la noche a los actores de siempre por una buena razón. Gracias a Harvie Weinstein y sus escabrosas aventuras que desencadenaron el movimiento del MeToo, no sólo se hicieron visibles los abusos en la industria del cine sino que parecen haberse terminado las presiones de los productores sobre los jurados. Sí, señores y señoras, se hizo justicia y ganó el cine como arte porque Parásitos es una joyita, un reloj suizo que funciona en todo lo que debe. Quizá a muchos espectadores no les resulte simpática pero está contando una realidad social-económica y cultural que atraviesa a nuestra humanidad. Es un grito ahogado en las miserias de los poderosos y también de esas pequeñas estafas y corrupciones que marean a los que creen que pueden vencer al sistema de cualquier manera o con un plan. Hoon-Jo ya había llamado la atención cinéfila con Okja que tenía muchas fichas para llevarse todo. El pecado fue que la estrenaron sólo por streaming en Netflix y de allí toda la polémica entre el cine del living y el de las salas comerciales. Mucho se habló del mensaje que transmitía este filme y que se centraba en la industria alimenticia y algunos desatinos gigantes como los cerdos que alimentarían a millones de personas por su tamaño. Con ciertos toques de La Naranja Mecánica de Kubrick en su disonancia entre imagen y sonido creó una historia con mucho de fábula ecológica que nos concierne a todos los habitantes del planeta Tierra. En Parásitos se distinguen influencias de Hitchcock, según propias palabras del director en el suspenso y también de Tarantino o Scorsese, por el lado de la violencia. Tiene otros caminos para llegar a esos momentos duros y hace que la película se disfrute de principio a fin. La fotografía es fundamental a la hora de retratar a los personajes y los escenarios donde se mueven. Un sótano en un barrio bajo y un caserón con amplios ventanales y mucha luz natural, que esconde un oscuro secreto. La primera residencia pertenece a los que prejuiciosamente tildaremos de parásitos sociales pues irán de a poco y por invitación de un amigo del hijo de los Kim, metiéndose en la vida de la familia Park. Los dos son apellidos comunes en Corea del Sur. Los Kim verán que la familia Park es permeable a los servicios que ofrecen. Lo que no tendrán en cuenta es que la vida que asumirán les demandá ser más que simples actores. El lujo y las comodidades irán fagocitando a los en principio simpáticos estafadores y mostrarán a los monstruos en los que los puede llegar a convertir ese cuento el que se metieron de lleno. Todas las casas y las escaleras que vean en la peli fueron construidas especialmente para la película. Mr. Bong Hoon-Jo dijo que nunca había construido tantas escaleras en su carrera y menos en su vida. El esfuerzo valió la pena como así también el trabajo con los actores que demandó mayores marcaciones que en sus anteriores realizaciones para que las escenas tuvieran precisióm milimétrica por la necesidad de luz natural de los ventanales y la posibilidad de filmar las escenas en una sola toma para aprovechar estos aspectos. Los cuatro premios que se llevó de la noche del Oscar fueron históricos y debe ser que Bong Hoon-Jo sabe cómo retratar a las familias ya que filmaba casamientos y hacía fotografía de sociales. Cuando estuvo en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata recordó este trabajo y que nunca dejaba pasar las lágrimas de las madre frente al acontecimiento nupcial. Creo que tanto esta ocupación y la de haber sido tutor de niños como lo es uno de los personajes hizo que su película tenga un alto nivel de creencia en lo que vemos en pantalla. Aprovechen a verla en el cine ya que vale la pena en todos sus detalles. Un brindis por el buen cine.
La gran sorpresa de Corea del Sur Con ingenio y maestría a la hora filmar, Bong Joon-ho es el director revelación de esta temporada de premios. Candidata al oscar, la película que llega este jueves a los cines argentinos es una de las favoritas de los críticos. Viene de sumar premios por todos lados y es una de las favoritas para los Oscar, ceremonia en la que hasta podría llevarse la estatuilla como Mejor Película. La historia es la de una familia de clase baja que logra meterse a trabajar dentro de la casa de unos millonarios, pero sus tiempos de prosperidad se chocan con la realidad y un oscuro secreto. ¿Por qué todo el mundo habla del filme de Bong Joon-ho? "Parasite" es una comedia que de formar natural y magistral se transforma en un thriller. Que dentro de esos géneros que transita se eleva por manifestar un espíritu de crítica netamente política y social sobre las estructuras, la discriminación y los prejuicios en Corea, pero que puede valer a nivel mundial. Y que, con un guion original, un elenco de actores y actrices que están en un registro que a veces no podemos comprender (culpa de ver tanto cine occidental), en cada plano logran retratar un ánimo, una sensación y un momento de tensión.
Un filme bello, carnavalesco, sarcástico y desgarrador La forma de vida de dos familias que habitan en mundos diferentes es la problemática del filme “Parasite” (“Parasite” o “Gisaengchung”) de Bong Joon Ho. El guion se destaca por la sencillez y la originalidad de su propuesta estética y narrativa. El punto de vista que adopta es el de la concepción de un espejo de la realidad en dimensiones paralelas. Parte del principio de que dos mundos conviven, comparten costumbres, que son ancestrales, practican estilos de vidas diferentes y se complementan con un cierto grado de equilibrio. La gran diferencia entre ellos es que determinados acontecimientos transcurren en planos opuestos. El mundo de los ricos está encuadrado dentro de una decoración minimalista, que el espectador va observando lentamente a medida que los personajes transitan por ella. La casa, casi cuadrada, de grande ventanales que dan a un inmenso jardín, está oculta detrás de un murallón de cemento al que se llega a través de una vacía y empinada calle. El universo de los pobres es Kitch, muy cursi y sostenido por el recuerdo de una medalla obtenida en algún campeonato, enmarcada y colgada en la pared principal del sucucho donde viven. Para llegar él deben descender por una calle atestada de escaleras, cables, ropa colgada en los balcones, guirnaldas de colores y pintorescos comercios. Su situación familiar es muy dura y sus circunstancias más difíciles. Por lo tanto estos personajes están obligados, para poder subsistir, a colgarse del Wifi o la luz de los vecinos, a luchar con los borrachos que orinan en su ventana, esperar la fumigación vecinal para que mate a las cucarachas que pulan por todo el cuarto, y a sostener una búsqueda permanente de trabajos a corto plazo, entre ellos doblar cajas para pizzas. “Parasite” es mucho más que una simple película de división de clases, debajo de una superficie aparentemente lineal existe un filme de detalles, de gestos, de homenajes, especialmente a Alfred Hitchcock, en el recodado “Pacto siniestro” (1951), cuyo clímax sucede en un parque de diversiones real, y Bong Joon- Ho lo recuerda en la subida y bajadas de las escaleras hacia el infierno de los pobres. En “Parasite” el espectador sentirá que se montará en un tren fantasma que vertiginosamente lo llevará en un recorrido cuyas paradas incluyen referencias a distintos filmes, incluidos los del director (“Perro que ladra no muerde”, 2000, “Memories of murder” – “Crónica de un asesino en serie”, 2003 -, “The host” –“El anfitirion”, 2006 -, “Mother” – “Madre”, 2009, “Snowpiercer” – “Rompenieves”, 2013 ) y en cada una de ellos un nuevo giro provocará siempre sorpresas. Nada es lineal en la realización, ya que es como un enorme rompecabezas cuyas piezas van armando, con brutal humor negro y pequeñas dosis gore, el cuadro general. “Parasite” es una obra tragicómica y emocional que gira en torno a la complejidad de sus personajes, sus naturalezas contradictorias y a veces paradójicas, a su capacidad para herirse y sostenerse unos a otros y, súbitamente, enfrentarse a ellos mismos. Bong Joon-Ho se preocupa más por plantear temas que atañen al conjunto de la sociedad planetaria, en la que se refugian los sin techos, los inmigrantes, los desclasados, los marginales, los burócratas, y los ricos: pero no tanto, es decir una alta burguesía en algunos casos inculta y pretenciosa. Bong Joo Ho construye un filme circular, cuya metáfora está en la escena de apertura donde aparecen unos calcetines colgando de un carrusel frente a la ventana del sótano, que por las rejas más bien parece una alcantarilla, donde vive la familia Kim. Y en la escena final retoma la misma escena del comienzo, pero en un tono más oscuro y los calcetines en primer plano. Nada ha cambiado, sólo la luz que se ha tornado oscura que los envuelve por la trágica muerte de la hermana y la desaparición del padre. Bong Joo Ho parte de lo naïve para construir desde las primeras secuencias hasta qué grado la humillación a las que son sometidas los personajes o personas, puede llevar a cruzar límites impensables y provocar la destrucción de sí mismas. Informa a través de planos medios y con figuras fragmentadas el proceso degradador que atraviesa el filme. Al mismo tiempo y por contraste la voz narrativa se vuelve más reflexiva y se dinamiza en un mundo carnavalizado. Bajtín señala claramente que el carnaval, en contrapunto con la cultura oficial, crea transitoriamente un ámbito de subversión en la medida en que transgrede el orden, pone en diálogo los sectores antes separados por las diferencias sociales y las relaciones se humanizan pues el hombre se vuelve sobre sí mismo entre los demás hombres. “Parasite” está creada sobre una distopía, pero además sobre una crispada estética de lo insólito, cada secuencia se sostiene sobre absurdas actitudes de los personajes, y sobre contrastes arquitectónicos muy marcados. El hibridismo abstracto de los interiores de los Park, frente a la nauseabunda atmósfera del sótano de los Kim, magistralmente retratados por la fotografía de Kyung Pyo-hong, apoyados por la circense y barroca música de Jaeil Jung. Bong Joo Ho quiso en “Parasite” mostrar un universo a través de ventanas cuyos vidrios poseen deformidades, que a veces son transparentes (la de los Park) y otras nebulosas (la de los Kim), pero al mirar por ambas no se ve que cambie la naturaleza del mundo. El mundo está plagado de reptaciones e hipocresía. La belleza de “Parasies” radica en qué Bong Joo Ho es un prestidigitador que crea ilusiones en mundos transversales para sorprender y divertir con sarcasmo. Pero a la vez es un poeta que capta el mundo minúsculo siguiendo el hilo de los acontecimientos de sus personajes y ofrecer al espectador la imagen más frágil de cada uno de ellos.
Obra única y autosuficiente en términos de personalidad De vez en cuando nos sucede este ejercicio de mirar el panorama global de la experiencia de ir al cine cada año, y lo cierto es que los números sorprenderían a más de un desprevenido que intente adivinar a cuantas proyecciones asistimos. El año pasado, en el caso de quien escribe, fueron más de quinientas setenta películas entre los estrenos locales, festivales, muestras y aquellas repetidas que uno suele volver a ver ya en plan de paseo, salida con los chicos o alguna cita. Sin entrar en detalles la cuenta promedio dará un mes y pico de 2019 dentro de una sala cinematográfica, y mejor no seguir sumando porque es para el diván. Esta reflexión viene a cuento de preguntarse: ¿cuántas de estas producciones quedan realmente en la memoria física y emotiva? ¿Cuántos de estos filmes permanecerán ahí indelebles para tenerlos a mano cada vez que se hable de un tema u otro en alguna reunión? Pocos. Como si se tratase de una opinión coyuntural sobre el mundo occidental y sus desigualdades, se podría decir que llegó el turno de los espectadores argentinos de analizar la enorme cantidad espejos en los que se pueden ver reflejadas las miserias humanas. Nos llegó el turno de ver “Parásito”, una sátira rabiosa sobre las estructuras sociales. Este opus de Bong Joon-Ho que ya había puesto foco en la desigualdad en “Okja” (2017), tiene un comienzo demoledor al presentar los personajes y su hábitat en una secuencia en la cual, además de mostrar el departamento-sótano donde está instalada la familia Kim, nos introduce en el tipo de humor negro y crítico con el que decide registrarla. “Ki-taek” (Choi Woo-sik), su esposa Chung-sook (Hye-jin Jang), y sus dos hijos, la autodidacta Ki-jung (So-dam Park) y el joven Ki-woo (Woo-sik Choi), apenas si pueden alzar sus cabezas a la altura de la calle a través de esa pequeña ventana que da a los tachos de basura. Y desde ese lugar, robando wi-fi al vecino y doblando cajas de pizza como una de las tantas changas, intentan encontrar cuanta ventaja puedan sacar de cada oportunidad que se presenta. Son supervivientes y como tales, vivos, pícaros, y dispuestos a correrse de andarivel moral si es necesario. Al irse de viaje de estudios, un amigo de Ki-woo le pregunta si conoce a alguien que sepa enseñar inglés para una niña estudiante particular de clase muy alta. Aparece la chance. El propio Ki-woo se hace pasar por profesor, pero esto que parece una ocasión para uno de ellos se convertirá en un espiral de astucia y falta de escrúpulos para que toda la familia, tramoyas y teorías conspirativas para influenciar a los ricos, ocupe un lugar en esa casa. El humor de los textos de todas estas situaciones va mutando levemente hacia lugares cada vez más oscuros y siniestros, sin embargo el equilibrio entre el humor y la crítica social es perfecto, porque para cuando esperamos que el brillante guión, del propio director en colaboración con Han Jin-won, siga por ese camino, “Parásite” introduce giros sorpresivos que llevan la historia hacia lo inesperado. pero incluso para cuando nos damos cuenta de la fusión de varios géneros que aportan a la escalada de violencia, la película nunca pierde su norte ni su intención de generar intriga. A medida que avanza iremos de sátira a thriller social. Esta obra nominada a seis Oscars, incluyendo mejor película internacional y mejor película a secas, apuesta por artilugios narrativos de puro lenguaje cinematográfico. Es notable, por ejemplo, como la dirección de arte logra que el contraste de los espacios entre casa pobre-casa rica no sólo no resalten y estén incorporados a la imagen sin maniqueísmos, sino que se transformen en personajes en sí mismos. o al menos en estructuras icónicas de la falta de equidad, base fundamental para el funcionamiento del capitalismo. Un elenco superlativo que funciona como un relojito, sin estridencias pero preciso en la dosificación de emociones hasta que dan la orden de hacer estallar a sus composiciones. Podría citarse (no sin caer en caprichos) algunas referencias a otros cineastas, pero la realidad es que Bong Joon-Ho ha hecho una película única y autosuficiente en términos de personalidad. Es cierto que quedarán varias situaciones rebotando en la mente del cinéfilo (la inundación del baño, la del chofer en su primer día), pero más que eso aún, para quien se siente en la butaca y se deje llevar por el dinamismo del relato, la estrella de “Parásite” es la capacidad de sorprender con algo nuevo a cada rato. ¿Cuántos de estos filmes permanecerán ahí indelebles para tenerlos a mano cada vez que se hable de un tema u otro en alguna reunión? Pocos. Este es uno de ellos.
Seguramente ya saben que medio universo considera “Parasite” como de lo mejor estrenado en el mundo en el último año. Que tiene seis nominaciones al Oscar (fuertes y principales), que ganó Cannes, etcétera. Que es de Bong, el genio detrás de The Host y Memorias de un asesino, dos obras maestras del cine reciente. Ahora seguramente quiera saber qué es “Parasite” y tenemos problemas: podemos contarles que es una sátira social y una especie de thriller de suspenso donde una familia de desempleados que hace lo que puede para subsistir encuentra la posibilidad de paliar su precaria situación conchabada por una familia rica y simpática. Pero todos los personajes de la película tienen un secreto, algo que ocultar, que incluso se vuelve de un absurdo casi surrealista. Lo raro de esta película inclasificable, sátira y melodrama y fantasía y denuncia al mismo tiempo todo el tiempo, es que incluso con tantos elementos en apariencia disímiles tiene una cohesión de acero inoxidable. Justamente en esa fluidez del relato y esa transparencia residen su fuerza y su atractivo. Bong, y ya se notaba sobre todo en “Okja”, su film anterior, tiene un gran interés por lo político o lo social (también se nota en el resto de sus películas, aunque más asordinado). Sin embargo, no permite que la ideología o la denuncia se imponga al relato, y eso le otorga a “Parasite” una ambigüedad moral saludable. Un film divertido: esa diversión es, como en todo gran arte, el vehículo de la idea.
El equilibrio y los malos olores La película más reciente del director surcoreano, ganadora en Cannes y favorita en los Oscar, ofrece un fresco de división social en armonía hipócrita. Si se ha visto algunos de los films de Bong Joon-Ho (The Host, Madre, Okja), se sabe que a lo previsible no le espera buen puerto. En su cine el sendero dramático puede que adquiera un cariz más o menos reconocible, pero mejor atender a las hendijas, porque es por allí donde la película hará florecer otras y raras flores. La obra del realizador surcoreano ya tiene una fisonomía ganada y celebrada. Parasite, entre otros méritos habidos y por haber (seis nominaciones al Oscar, incluyendo Mejor Película), obtuvo la Palma de Oro en el último Festival de Cannes. De parábola urgente, Parasite apela a la crisis social como escenario cotidiano. Escenario que si bien hace foco en la sociedad de Corea del Sur, son demasiadas las coincidencias como para no vincularlas con violencias cotidianas de por aquí cerca. El film de Bong Joon-Ho hace pie en una familia cuya morada linda entre la superficie y el abajo. Un especie de casa que hunde sus pies bajo tierra, desde la cual la familia que habita atisba la superficie. La supervivencia requiere de maniobras hábiles, que permitan hacerse con dinero rápido así como de una señal gratuita de wi-fi. Los bichos y las fumigaciones, en tanto, adornan los días. El primer movimiento de cámara de la película ya es elocuente. Desciende, mientras mira por esa ventanita que linda con la superficie. De este modo, Bong Joon-Ho deposita la mirada del espectador en consonancia con la de la familia protagonista, mientras lo lleva al descenso al que invita. Desde ya, el (precario) equilibrio entre la línea que divide el arriba y el abajo ha sido trabajado siempre por el cine, con Metrópolis como una de sus películas emblema. Una composición gráfica que es también división social simétrica. Quienes se saben abajo, y quienes se saben arriba. Una suerte de naturalismo asumido que lleva a propios y ajenos a protegerse entre sí. En este sentido, hay un egoísmo asumido, que la película pone en cuestión mientras desarrolla los avatares que llevan a esta familia “parásita” a ocupar, paulatinamente, la casa de otra, adinerada y luminosa. Como piezas de encastre, cada uno de los correspondientes integrantes de los grupos familiares, entrará en relación recíproca: hijos con hijas, maridos con esposas. El lazo vincular estará dado por la mentira: hacerse pasar por profesor de lo que no se es, o chofer de experiencia consumada. Mientras estos espacios son ganados, otras personas serán desplazadas. Llegado el momento celebratorio, en donde pareciera que la casa está a merced de estos habitantes fraguados, la preocupación por qué será de la suerte de aquellos, de los trabajadores anteriores, hace eco. Pero dura poco. Mejor preocuparse por uno mismo, por nosotros, tal como lo exige la hija adolescente. Pero ese llamado de atención es el que dispara a la película hacia otro camino. Al menos desde la propuesta estética, porque lo que se narra sigue siendo lo mismo. Es decir, si por medio de una serie de piezas de dominó, que caen con ritmo regular, Parasite ofrece una divertida situación de sustitución de identidades, en donde los que menos tienen se ceban en los que más, los puntos suspensivos de la pregunta por quienes antes estaban –los ahora desempleados, vueltos figuras “fantasmas”– suscita un cambio de rumbo. Lo que parecía una cosa, ahora es otra. La comedia troca en thriller. Y no faltará demasiado para que éste devenga en terror. Esta variación genérica es santo y seña del director, capaz de alternar o conjugar diferentes tópicos dentro de la misma propuesta. Como capas simultáneas que cobran mayor espesor según el deseo narrador. Hasta llegar a momentos grotescos pero nunca librados al azar. De este modo, hay señales que avisan sobre lo que sucederá: el trauma del niño en su cumpleaños, las heridas sin explicación en el rostro de la empleada despedida, el vagabundo borracho que orina la casa. Detalles que abren para luego cerrar, exacerbados y despiadadamente. La película cobra, así, estructura, mientras abreva de los géneros narrativos y deposita su ardid en una piedra simbólica –regalo o maldición–, proveedora de fortuna material, según se dice. El resultado final es brutal, porque Parasite arremete con furia y artesanía dolorosa. Algunas imágenes son terribles. Tanto como la falta de solidaridad entre pares. De todos modos, algún resabio de algo similar sucede. Hay que esperar el momento para leerlo entre líneas, y sin perder el horror en la mirada. Así como tampoco el sentido del olfato. Porque el olor tiene un protagónico importante. Olor que es consecuente con la deriva sinuosa pero abismal que Parasite propone. Hasta llegar, literalmente, a las aguas servidas. Contrapunto de distancia con aquella otra que viene del cielo. Todo lo que cae se percude. Tanto el agua como las personas. Llegado el momento del desenlace, cuando la furia amanse, las cosas deberán volver al carril habitual; quienes detentan el lugar social alto harán lo que mejor saben: celebrar y decidir por sobre la suerte y vida de los otros. Lo “parasitario” obtiene, así, doble sentido. En todo caso, es una sociedad que se carcome, mientras persiste en las comodidades de unos y las humillaciones de otros. Rasgos de un comportamiento que transgrede las clases sociales. En este sentido, vale reparar en el ofrecimiento del trabajo primero, el que abre a la película en su totalidad: no hay partícipes ingenuos en este juego de armonía mentida. Por último, otro plano y movimiento de cámara similar al del comienzo se reitera. Es cierto que da cierre simbólico al film, aunque tal vez de un modo innecesario, porque subraya lo que ya quedaba claro: una fantasía en donde los desposeídos se hacen con lo que no tienen. Lo terrible es cómo esta fantasía no hace más que reiterar los mismos comportamientos de esa clase de la que no se es parte. Algo así como una fascinación por quienes más tienen. Ser como ellos. De allí, también, hacer lo que ellos dicen.
La nueva película del realizador coreano deja en claro que es un género en sí mismo: esta mezcla de comedia, drama, terror, suspenso y acción, con un importante costado político, solo podría venir del director de «The Host». Nominada a 6 Oscars, incluyendo mejor película, director y película extranjera. El cine del realizador coreano Bong Joon-ho es, a la vez, inclasificable y reconocible al instante. Esas son las marcas claras de un autor, un hombre que ha hecho de su estilo casi un género propio que toma de otros circundantes (suspenso, acción, aventuras, ciencia ficción, policial, terror) para crear uno propio y personal. Además de las cuestiones estilísticas, hay otras, temáticas, que se encuentran de manera aún más legible en todas sus películas, desde MEMORIES OF MURDER a OKJA pasando por THE HOST y SNOWPIERCER. Algo que podría definirse como «conciencia social». Si algo une a todas sus películas es una mirada consciente de las clases económicas y de las tensiones (transformadas en situaciones de suspenso) que se juegan entre ellas. Desde su propio título, con su lectura un tanto irónica, PARASITE puede verse como un thriller social o bien una comedia dramática negra sobre la disparidad económica en Corea. Los protagonistas son dos familias. Una de ellas, de bajísimos recursos, vive en una especie de subsuelo, todos apretados sin trabajo más que doblar cajas de pizza para una pizzería cercana que les paga algo de dinero por hacerlo. No tienen wi-fi (algo casi impensable en ese tipo de países) ni acceso a los bienes económicos que son normales allí. Tras una jugada que incluye falsificar papeles, Ki-woo, el hijo varón de esa familia, consigue trabajo como tutor de inglés de la hija adolescente de una familia rica que vive en una moderna mansión a años luz de su pocilga. De a poco, Ki-woo irá haciendo entrar a sus familiares a esa casa: su hermana hará lo propio enseñando arte al hijo menor de la familia rica, cuya madre considera un prodigio pero es, más que nada, un niño muy caprichoso. Y luego al padre, como chofer. Y así, pronto, la familia entera (ocultando su relación) estará viviendo «parasitariamente» de los millonarios en cuestión, que viven un poco en las nubes pero no son necesariamente villanos clásicos. De ahí en adelante pasarán, principalmente en esa lujosa casa, un montón de situaciones que irán de lo cómico a lo trágico, de lo liviano a lo violento, con la aparición inesperada de otros personajes. Con toda la inventiva visual que es característica de Bong, PARASITE tendrá también, a menos a juzgar por las risas histéricas de los espectadores coreanos cercanos a mí en la sala de cine, una cantidad de humor verbal que se nos pasa un poco de largo a los que no manejamos el idioma. Es una película graciosa, sí, pero claramente más para ellos. A mí, por momentos, la verborragia un tanto intensa de los personajes, se me volvió algo agotadora. PARASITE es una película inteligente, ingeniosa, sutil por momentos y más «obvia» en otros, enredada en algunas cuestiones narrativas y a la vez muy clara y específica en el manejo de las escenas de acción, violencia y suspenso. Sin perder jamás la empatía y la comprensión de todos sus personajes (de uno y otro lado de la escalera social), Bong arma un thriller que es también una tragicomedia sobre los lugares a los que pertenecemos y a los que queremos pertenecer. Y a sus diferencias evidentes y más ocultas similitudes.
Estrenada reciente en las salas argentinas, y ganadora de La Palma de Oro de Cannes, Parasite es el séptimo largometraje del director de cine y guionista surcoreano Bong Joon-Ho, responsable de películas tan irregulares como las recomendables Crónica de un asesino en serie o Madre, o las no tanto Okja o The host. Otro de los puntos previos a resaltar de esta nueva cinta del cineasta surcoreano es que logró hacerse un lugar entre las siempre infladas producciones norteamericanas, e incluso llegar a ser nominada como mejor película para la próxima entrega de los premios Oscar, algo que sucedió pocas veces con filmes de habla no inglesa, como sucedió en los casos recientes de Roma de Alfonso Cuarón o Amour de Michael Haneke, y otros más lejanos, como La vida es bella de Roberto Benigni, sin olvidar el extraño caso de la ganadora El artista del realizador francés Michel Hazanavicius. La historia de Parasite gira en torno a la compleja vida de la familia Kim, la cual intenta subsistir pese a la falta de trabajo y con escasos recursos económicos. La misma está compuesta por un padre (Song Kang-ho), una madre (Hye-jin Jang), un hijo (Woo-sik Choi) y una hija (Park So-dam). La oportunidad de un cambio a la floja estabilidad familiar llega cuando un amigo del joven Gi Woo le comenta que está por irse al extranjero y le ofrece la oportunidad de que sea su reemplazo enseñando inglés a la hija de la adinerada familia Park. El hijo de los Kim accede, y una vez dentro de la casa de los Park, percibirá que no solo es una gran oportunidad para él, sino para el resto de su familia. Mediante una estrategia, la siguiente en entrar en el terreno de confianza de la acomodada familia será su hermana, recomendada para trabajar con las complejidades que atraviesa el hijo más pequeño de los Park. A medida que avanza el plan que entrecruzará a ambas familias, y dará una favorable posición económica a los Kim, la situación irá por lugares imprevisibles y sin punto de retorno. Parasite no solo es la obra maestra de Bong Joon-ho, sino que es una de las mejores películas de la década. Todo está en su sitio, y eso es algo complejo de lograr en sí. La historia, salvo por un pequeño desliz que se da previo al final, y que es la única falla del filme en cuestión, no presenta fisuras. Todas y cada una de las actuaciones están a la perfección, con una musicalización acorde en todo momento, una fotografía sobresaliente y una puesta en escena descollante, sin pasar por alto como Joon-ho utiliza y se nutre de los recursos y avances tecnológicos para darle una mayor dinámica y fuerza a la narración. También vale destacar la forma en que el realizador surcoreano entrecruza a las antagónicas clases sociales en todo momento, reflejando en diversos pasajes el exceso de comodidad de las personas de clase alta, y la precariedad que atraviesa una familia de clase baja, jugando por momentos con cierta ironía, que funciona perfectamente con el carácter dramático del filme, demostrando una impronta formidable en el entrecruce de géneros. Otro punto fuerte de Parasite es como a su manera cuestiona el mal proceder de ambas, la falta de ética, las diversas malas actitudes y formas en que se manejan, que evidencian por un lado la carencia de tacto y empatía de los Park, así como su marcada hipocresía, y la ambición por parte de los Kim, siendo este el motor que llevará la historia por su tramo más oscuro; se podría decir que hasta cierto punto juega con la idea de equilibro social, y la trama se empieza a desbalancear cuando justamente por esa ambición, sobrepasa la barrera de una supuesta equidad/igualdad, transformado automáticamente en un «enemigo» a aquel que es un perteneciente de su mismo estrato social. Podemos citar algunas películas que se pueden emparentar con Parasite, como Funny Games (Horas de terror) de Michael Haneke, La vida es un río tranquilo de Etienne Chatillez o De tal padre, tal hijo de Hirokazu Koreeda, pero al margen de cualquier clase de proximidad en la temática, Bong Joon-ho toma su propio camino. Otro punto también para dejar en claro que las grandes cintas del cine moderno deben trabajar sobre las cuestiones de índole social; en eso se apoya la estructura de Parasite.
“Parasite”, la multipremiada obra maestra en la que el espectador pasará de la risa al llanto De Corea, llega un filme increíble, una fusión de géneros atrapante, irresistible e inolvidable sobre la desigualdad social, un clásico instantáneo Ki-taek es el patriarca de una familia pobre que habita en un piso bajo en Seúl y que sobrevive a base de trabajos precarios. La vida de este clan humilde cambiará radicalmente cuando el hijo consiga trabajo como profesor de inglés de un niño en una casa de clase alta. Parasite ya recibió varios reconocimientos: ganó la Palma de Oro en el Festival de Cannes; el elenco fue distinguido en los SAG Awards; obtuvo un Globo de Oro como película extranjera. Además está nominada a seis estatuillas en los Oscar: mejor película, película extranjera, director, guión original, diseño de producción y montaje. Bong Joon-ho es uno de los cineastas más deslumbrantes de los últimos años. Con solo siete películas en su haber, ha logrado trascender las fronteras de su país natal y conquistar el corazón de los espectadores alrededor del mundo. A pesar de transitar por distintos tipos de géneros, hay temas recurrentes en la filmografía del realizador coreano como la unidad familiar (en The Host) o la lucha de clases (en The Snowpiercer) que también están presentes en Parasite, su obra más notable sin dudas. Play El tráiler de "Parasite" Es difícil catalogar este largometraje, la infiltración que hace la familia de clase baja en la mansión de los millonarios, está narrada con gracia y utilizando varios pasos de comedia. Pero Joon-ho decide en un momento cambiar el registro, salir de la sátira y darle paso a un segmento de tensión y suspenso, que deriva en secuencias de horror explícito. Todo este encadenado de estilos y géneros se da con tanta naturalidad que el espectador pasará de la risa, al llanto y al espanto sin solución de continuidad. Si el filme resulta tan hipnótico es por un guión elaborado en el que cada diálogo y secuencia fluye naturalmente. Además, la exquisita dirección de fotografía que pasa de la sordidez del sótano en un barrio pobre a la magnificencia de una mansión que es puro lujo y diseño, nos permite palpar, sentir, las texturas, los colores y los climas que las conforman y que las diferencian. El elenco de la película fue distinguido en los SAG Awards ( REUTERS/Monica Almeida) El elenco de la película fue distinguido en los SAG Awards ( REUTERS/Monica Almeida) Está claro también que todo funciona porque el elenco es notable y cada uno de los actores cumple a la perfección con su papel. Espléndido Kang-ho Song como el padre pobre, cuyo olor corporal lo hace único y Choi Woo-shik como su primogénito que irrumpe en un hogar de clase acomodada para ponerla “patas para arriba” emulando a Terence Stamp en Teorema, la película de 1968 de Pier Paolo Pasolini, a la que Parasite sin dudas le debe inspiración. El ritmo del metraje es perfecto, y el entretenimiento no impide descubrir las múltiples capas que la historia contiene, una trama muy elaborada que permite varias lecturas. Los “parásitos” a los que refiere el título, bien podrían ser los humildes que se quieren aprovechar de los ricos, como también los millonarios que no mueven un dedo por comodidad y delegan en sus “sirvientes” las tareas más mínimas. Por otra parte, no hay estigmatización en el filme, los pobres de Bong Joon-ho son personas inteligentes que no han tenido oportunidades, inocentes en busca de un poco de dignidad. Parasite es una obra maestra que marca una época, una película destinada a perdurar en el tiempo, una parábola social actual, inquietante y cercana.
Una lectura mordaz sobre la problemática de clases en Corea del Sur con la firma de Bong Joon-ho. Comienza desplegando cierta comicidad y un desarrollo distendido para luego instalarnos en un ambiente tensionado. El hype era cierto.
Una buena pateada de tablero Justo cuando empezaba a pensar que la industria del cine ya no tenía nada nuevo que ofrecer, aparece un título como ''Parasite'' que patea el tablero y maravilla por su increíble vocación para contar una historia tan atrapante como poco convencional. Aplaudo la gran decisión de la Academia (Oscars) de darle no sólo el premio a la Mejor Película Internacional, sino también como Mejor Película (a secas) del 2019, llegando a hacer historia en la industria. Ya se lo que pensarán algunos que leen esta reseña... ¿Cine coreano? ¿En serio? Si son bastante cinéfilos ya deben conocer algunos buenos títulos coreanos como ''Oldboy'', ''The Host'' u ''Okja''. Hay varios directores coreanos a los cuales seguir de cerca porque están haciendo películas geniales. Algunos de ellos son Park Chan-wook, Kim Jee-woon y Bong Joon-oh, este último a cargo del título de la reseña. El cine coreano está ofreciendo buenas historias, muy bien contadas en pantalla y con temáticas que se salen del molde. Para los que no han visto nada de cine coreano y están abiertos a salirse de la lógica del cine estadounidense, les recomiendo que empiecen con algunos títulos. ''Parasite'' sería uno muy bueno porque si bien mantiene el sello de cine independiente, también incluye algunos recursos cómicos, de narración y visuales que la hacen menos complicada para el espectador que sólo consume Hollywood. Creo que es una buena oportunidad para ver un poco de cine distinto. En este caso particular, Bong Joon-oh nos cuenta la historia de dos familias muy distintas en una Corea del Sur cada vez más dividida en sus clases sociales. Una familia en el piso de la pirámide social y otra en lo más alto. Ambas con características divertidas y a la vez tristes de cada posición. Este fenómeno creo que caló muy bien en el público porque es algo que está sucediendo en muchos lugares del mundo; nuestro país Argentina, es otro ejemplo de ello. En fin, nos cuenta la historia de una familia desempleada, inconforme con su situación pero poco dispuesta a cambiarla por las vías estándar (estudio y trabajo), que utiliza todo su ingenio para tratar de volverse, mediante engaños elaborados, parte de la vida de una excéntrica familia acomodada y adinerada. Lo que comienza como una comedia casi ligera, va subiendo la temperatura hasta volverse una comedia negra y finalizar como un drama crudo acerca de las diferencias de clases en el país asiático, y porque no, el mundo. Tiene algunos elementos que marcan estas diferencias de manera magistral. Esto es algo muy bueno de la propuesta, porque pasea al espectador por distintos géneros y logra que todo se sienta cohesionado, especialmente diagramado para suscitar distintas reacciones de acuerdo al análisis personal que cada espectador haga. Por otro lado, el guión es excelente. La historia está muy bien pensada, desde los diálogos filosos al comportamiento corporal de los protagonistas, desde el punto de partida del relato al final poético al que arriba la película en su desenlace. Acá no va a haber efectos visuales impactantes, muchas escenas de acción (aunque hay algunas) o golpes de efecto de manual. En ''Parasite'' se puede disfrutar de una historia original bien contada, con mucha vocación de cine y un pulso muy preciso para llevarnos por una experiencia incómoda y satisfactoria a la vez.
Impactante y genialmente elaborada, “Parásitos” es una sátira muy llamativa y crítica con la división de clases. Frenética, brillante e inclasificable, se enmarca dentro de los cánones de la comedia oscura de atípica resolución, con una mordaz crítica hacia la clase de géneros. Es la deslumbrante sátira social dramática que cobra pertinencia social, aspecto que no sorprende: Bong Joon Ho siempre se ha caracterizado por el humor negro, por mixturar géneros y por rizar las historias con giros atípicos y personajes conducidos irremediablemente al extremo. El director surcoreano vuelve luego de su éxito con “Okja” (ya disponible a través de Netflix) con una comedia retorcida donde hay espacio para el thriller, el drama familiar y la crítica social. Este director de cine y guionista surcoreano que se distinguió por trabajos como “Memories Of Murder” (un drama criminal real de 2003), el film de monstruos que también escondía una fábula social “The Host” (2006) y la película de acción y ciencia ficción “Snowpiercer” (2013) se consagra obteniendo el Oscar al Mejor Director y al Mejor Guión, también obteniendo los galardones de Mejor Película y Película Internacional. Un hito nunca antes logrado por una película extranjera, si bien previamente films de lengua no inglesa habían estado nominados en ambas categorías como “La Gran Ilusión” (Jean Renoir, 1938) y “Roma” (Alfonso Cuarón, 2018). “En “Parásitos”, dentro de un tono burlón, hay una intención por exponer aspectos incómodos de la nación surcoreana, como la notable diferencia de clases y el miedo constante a su vecino país de Corea del Norte. Se trata de una película sumamente pertinente; no solo por el mensaje ideológico que porta, sino por la cuidada utilización de la puesta en escena, el trabajo de planos y la simétrica arquitectura de sus decorados en su minuciosa recreación, aspectos que nos hablan a las claras de que Bong Joon Ho es un purista del lenguaje cinematográfico. Observamos una buena conjunción entre contenido cinematográfico y metáfora social y política. Como mencionado anteriormente, el director es muy hábil y versátil para trabajar diferentes registros genéricos, fluctuando desde la comedia sarcástica al drama desgarrador. “Parásitos” es impactante, es incómoda, es impredecible. Sabe cómo indagar un abanico de sensaciones en su público y crear atmósferas que, tanto en esta película como en sus films anteriores, son un pasaporte a pensar alguna cuestión social que elípticamente será cuestionada. Pensemos en la citada “The Host”, quizás su más paradigmática obra hasta el momento de estrenada esta reciente y oscarizada película. Su nueva criatura audiovisual nos habla de un momento político que se puede extrapolar en variadas situaciones del presente, viendo espejado su impacto también en nuestra coyuntura social latinoamericana y el abismo existente entre clases sociales, aún reconociendo distancias culturales, diferentes arquetipos e idiosincrasias con aquellas latitudes. Por otra parte, podemos encontrar una analogía con los enfrentamientos entre Corea del Norte y Corea del Sur y esta especie de invasión ‘vampírica’ que acontece en la película. También, el film celebra el hito que representa una evidente apertura ideológica de Hollywood a reconocer este tipo de propuestas en pos de una mirada menos conservadora a la de antaño. Se puede analizar también por qué impactó tanto en la industria americana y se convirtió en la primera película extranjera en ganar en su categoría y también como mejor película. Y que lo haya hecho una película oriental no resulta un dato menor. Bong Joon Ho conquista el cine de Occidente con esta gesta, cuyo mensaje ideológico no eclipsa el valor cinematográfico que intrínsecamente posee la obra. Esta virtud no nos priva de la subjetivización de toda mirada, valor intrínseco que debe conservar todo ejercicio audiovisual. “Parásitos”, lejos de todo absolutismo, no subestima al espectador y su inteligencia para crear su propio juicio. El mensaje de actualidad social que provee como móvil otorga profundidad y relevancia a una película (como síntoma de un momento histórico en donde nos replanteamos como sociedad antiguos valores impuestos), cuyo uso del lenguaje cinematográfico es utilizado como motor y potenciador de una narrativa que se abrirá a múltiples sentidos. Reflexionando sobre la verdadera naturaleza del intruso social, este éxito coreano resguarda ese vital espacio de libertad en donde el espectador pueda bucear, a través de los entresijos de una expresión artística y extraer sus propias conclusiones.
Crítica emitida al aire en Zensitive Radio Nordelta