¿Scorsese llevando al cine una historia infantil? Si. El alguna vez considerado realizador de “films violentos”, catálogo que también se le ha puesto a DePalma, Walter Hill y tantos otros, por el calibre violento de algunos de sus trabajos, pero quien con el correr de los años, no ha dejado duda que como realizador bien podría aventurarse en cualquier género dentro del que desee incursionar.
Luego de adentrarse en mundos violentos, en la psicología del hombre y en historias con acción, suspenso, mafia y humor negro, Martin Scorsese se aleja un poco de esos géneros para desarrollar una película que le rinde homenaje al cine y que, en especial, redescubre la magia del séptimo arte y le brinda al espectador una de las más puras, originales y bellas obras de los últimos años.
Una película impecable y excelente para disfrutar a pleno tengas la edad que tengas. Y un consejo: no te prives de ver esta maravilla en el cine. Sabemos que cuando un film parte de un buen relato y un buen guión ya se tiene el 50% ganado, así que si a éstos les agregamos dirección, actuaciones, elenco, ambientación, vestuario, efectos especiales , fotografía, banda...
Todo el Cine en una Sola Película Solo 126 minutos le alcanzan y sobran al Profesor Martin Scorsese para dar una clase ejemplar de Historia del Cine, y de dirección cinematográfica. No es novedad que el director de Calles Salvajes es un confeso enamorado del 7º Arte. Robert De Niro dijo alguna vez que había visto videos en You Tube donde su amigo le estaba haciendo el amor a material fílmico. En 1995, Scorsese dirigió Un Viaje personal a través del Cine Estadounidense, de las grandes obras que lo criaron, y en 1999, hizo lo mismo relacionado con el cine italiano, en Mi Viaje a Italia. Directores tan cinéfilos como Martin Scorsese no deben existir. Es por eso que, tras muchos años de realizar películas de ficción influidas por todo el cine que mamó desde su infancia, cuando siendo monaguillo, se escapaba de la iglesia para meterse en una sala cinematográfica, a pesar que estaba convencido que se convertiría en cura, soñaba con agarrar una cámara y reproducir todo aquello, que le provocaba emocionarse con una imagen en movimiento. La filmografía de Martin Scorsese está marcada por un instantáneo amor por el cine, la pintura, el arte en general, y se ha convertido en un protector, defensor acérrimo de las instituciones que se dedican a conservar y restituir material fílmico y celuloide, para que todas las obras realizadas a partir de 1895, sean resguardas, permitan copiarse y exhibirse a las nuevas generaciones. Es realmente increíble, que hoy en día, un estudiante que pretende ser director de cine no sepa quién fue o que realizó Georges Meliés. Es irónico que alguien se dedique a estudiar efectos especiales o animación y nunca hayan visto, aunque sea Viaje a la Luna, la obra más emblemática acaso, por la revolución visual, sus efectos especiales, y la fascinación que existía por las novelas de Julio Verne. Es una vergüenza que alguien quiera ser director de cine y nunca haya leído novelas de Verne, el gran narrador de fantasía y literatura científica que haya existido, empecemos por ahí. Hasta el momento, Scorsese solo había llevado su fanatismo cinematográfico en documentales, de forma implícita en todas sus películas o con la biografía de Howard Hughes en El Aviador, en donde director y personaje empatizan en los diversos niveles de perfeccionismo y obsesión. Pero el film con Leonardo Di Caprio no se salía de la típica biopic. Siendo una obra bastante subestimada y con mayores valores que los que se le adjudicaron (todo lo que respecta a la filmación de Los Ángeles del Infierno tiene un valor cinematográfico e histórico increíble), no se trata tanto de la admiración hacia el cine en sí, como hacia la obsesión y psicología de un personaje contradictorio. La Invención de Hugo Cabret, basada en la novela de Brian Selznick del 2004 (primo del mítico David O, productor de Rebecca y Lo que el Viento se Llevó), es una declaración de amor al cine a través de la figura de un huérfano, hijo de un relojero que vive en la estación de Montparnassé. Hugo entabla amistad con Isabelle, una chica de su edad, que vive con su padrino, dueño de una juguetería en la misma estación. Ella nunca vio una película, y Hugo escapa de su trabajo para llevarla a ver un Festival de Cine Mudo en París, ya que su mejor recuerdo con su padre fallecido, es haber ido al cine. Entran a la sala clandestinamente y se emocionan viendo a Harold Lloyd en Safety Last. Nada de esto que acabo de describir, pertenece a la línea argumental principal del último film de Scorsese, pero es donde los cinéfilos, que amamos la trayectoria de este realizador, y nos preguntábamos hasta entonces, porque había elegido esta película, que podría haber dirigido Steven Spielberg, comenzamos a entender, que este proyecto es prácticamente una autobiografía, como una precuela de Calles Salvajes. El personaje marginal que tiene que hacer frente a la autoridad (en este caso, el inspector de la estación) es Martin Scorsese cuando tenía 12 años. Podemos imaginar al pequeño Martin, emocionado frente a Harold Lloyd colgando de un reloj. A partir de ahí, todo lo que veamos será una reproducción de la primeras películas mudas de la historia. Pasarán Chaplin, Keaton, los Hermanos Lumiere y, por supuesto, George Meliés en carne y hueso. Más allá de las anécdotas románticas que tiene el film, y todas las subtramas que confluyen armónicamente en el resultado final (la historia de Hugo con Isabelle, y de dos parejas que se quieren juntar entre sí), el mayor amor, es que el existe entre Scorsese con el cine mudo, y el tributo hacia la figura del mago, ilusionista, genio, innovador George Meliés. El guión de John Logan tiene una progresiva evolución, donde a través de los ojos de este niño que guarda reminiscencias con David Copperfield y se esconde dentro de un reloj, vamos conociendo una mirada romántica de París como no veíamos desde… Medianoche en París de Woody Allen. Parece que los dos cineastas neoyorquinos más famosos, necesitaban viajar a la ciudad luz de principios del siglo XX para crear sus mejores películas en muchos años. La magia se impregna desde el primer fotograma en que el efecto tridimensional permite que la nieva de la ciudad invernal traspase la pantalla, transmitiendo la misma sensación que en 1895 crearon los Hermanos Lumiere cuando filmaron el Tren Llegando a la Estación, la primera película de la historia del cine. En ese momento, todo el público pensó que el tren traspasaría la pantalla. Hoy en día, podemos tocar la nieve y no nos asombramos. La primera secuencia confirma que Hugo debe ser vista en formato tridimensional y que no es necesario realizar un film animado para lograr un plano-secuencia imposible, soñado (o sea, Scorsese mejora lo que Spielberg hizo en Tintin). El recorrido por toda la estación de Montparnassé, a través de los ojos de Hugo, conociendo a cada personaje que influirá en su vida, es una extensión de lo que el director ha hecho en Buenos Muchachos o Calles Salvajes a la hora de presentar a los protagonistas de sus obras. El resto es una fábula mágica, donde los chicos protagonistas deberán descubrir el secreto del juguetero. Entre sueños y cinefilia nos emplazamos 90 años al pasado y Scorsese da cátedra del nacimiento del cine, mostrando como buen profesor fragmentos de todos los films emblemáticos de las tres primeras décadas del celuloide. Honestamente, poder ver a Keaton, Chaplin, Griffith y especialmente los films de Meliés en tres dimensiones, justifican, incluso narrativamente, porque Hugo fue pensada para este formato. Tanto Herzog con La Cueva de lo Sueños Olvidados como Scorsese recurren al 3D para revivir el pasado, y convertir en realidad el sueño de los primeros artistas y cineastas que tuvo a humanidad. Solo, pensémoslo así. Los artistas de las cuevas del sur de Francia eran documentalistas tridimensionales. La intención de los Hermanos Lumiere era exactamente la misma: que una imagen fija cobre vida a través del movimiento y de la sensación al espectador de que está palpable frente a sus ojos. No quiero matar las sorpresas que tiene La Invención de Hugo Cabret, pero realmente tiene tantos detalles cinéfilos, que provocará la locura de los amantes del cine, desde el primero hasta el último fotograma. Pero más allá de las citas y el mensaje de conservación, y preservación del material fílmico, Hugo es una obra inolvidable, emocionante, perfecta en cada rubro. No solamente adolece de misterio, entretenimiento, pasión y ternura, sino que además está pensada como un cuento para ser admirado por toda la familia. No comparto que sea una película infantil. Se trata de la primera película del director, que puede ser visto por menores de 12 años. No es violenta, tiene un discurso directo, aunque también se permite ser poética, metafórica y precisa. A pesar de tener una enorme producción y gran despliegue de efectos especiales, no peca de pretenciosa. Es tan mágica como una obra de Burton o Spielberg. Scorsese es un narrador increíble y acá lo demuestra con un relato vigoroso, vibrante, atrapante y clásico a la vez. La emoción es genuina, no se fuerza al espectador a llorar, pero lo logra, especialmente al cinéfilo. Por la descripción y los personajes que se van sucediendo, Scorsese emula un poco al mundo que construyó Steven Spielberg en La Terminal. Al igual que el film del 2004, hay un prófugo que debe vivir clandestinamente en la estación y ayuda a que los personajes se relacionen y acerquen, mientras escapa de un inspector de estación, que Sacha Baron Cohen interpreta con una gracia digna de un policía de Mack Sennet, o la elegancia y torpeza de Jacques Tatí. Porque si no fuera poco que la cálida fotografía de Robert Richardson o la meticulosa, espectacular reconstrucción de París a principios del siglo XX a cargo de Dante Ferretti (habituales colaboradores de Scorsese) sean maravillosas, que los efectos especiales permitan visualizar a la Torre Eiffel apuntando a la luna como si fuera un cohete, o que Scorsese nos deleite con una historia sensible, el director realizó un cuidadoso casting y una vez más, tenemos un elenco soberbio encabezado por Asa Butterfield (el mismo de El Niño con el Piyama Rayado), Chloë – Grace Moretz (Kick Ass, Déjame Entrar), dos niños que actúan como adultos y tiene un rostro tan expresivo que no necesitan emitir sonidos para comprender como piensan, puros, abiertos a la fantasía y la aventura. En los roles adultos, además de Baron Cohen (que repite el acento del barbero de Sweeney Todd), se destacan Christopher Lee, Richard Griffiths, Emily Mortimer, Frances de la Tour, Helen Mc Crory y el gran Michael Stuhlbarg (otro personaje alter ego de Scorsese, el protagonista de Un Hombre Serio). Y Ben Kingsley. El actor de Gandhi, nuevamente lleva su expresividad y naturalismo a otro desafiante personaje. No solamente interpreta al personaje más importante, sino que además al más real de todos, y guarda un increíble parecido con el verdadero George Meliés. La transformación física y esa mirada llena de energía de Kingsley, lo confirman como uno de los mejores intérpretes contemporáneos. La Invención de Hugo Cabret es sin duda, una carta de amor genuino de Martin Scorsese por el cine. Obra maestra le queda chica. Nota al Pie: La idiota carrera por el Oscar Este año se ha dado la “casualidad” que al menos cuatro de las nueve obras nominadas mejor película para el Oscar presentan un profundo homenaje y amor por el cine y el arte de las primeras tres décadas del Siglo XX: La Invención de Hugo Cabret, El Artista (única que no vi hasta el momento), Caballo de Guerra y Medianoche en París. Es una carrera absurda, donde tenemos films que no se pueden comparar entre sí. Si a eso le sumamos la majestuosa e innovadora El Árbol de la Vida, nos encontramos con una gran disyuntiva. ¿Qué preferimos? Todos son films que tienen el atributo de la nostalgia. Si bien la más superficial me pareció Medianoche… es indiscutible que el mensaje de la última de Allen (todo tiempo pasado fue mejor) se confirma con estas obras. Hugo es la que tiene lenguaje más accesible de todas, y a la vez la más profunda. El Árbol es una película críptica y lenta, que no atrae a público masivo. Sin embargo, a nivel personal me quedo con Caballo de Guerra. No se trata de fanatismo hacia Spielberg, sino porque se trata de un verdadero espectáculo cinematográfico artesanal. Hugo, a pesar de su sensibilidad está construida sobre una París de maqueta, artificial, mientras el film de Spielberg se mantiene fiel a la estética fordiana y utiliza los efectos de forma indispensable. A esto sumemos, que el diálogo queda relevado por las miradas, que utiliza el recurso fuera de campo para evitar caer en la violencia, y que se trata de un film repleto de sutilezas. Pero más allá de gustos personales, estas obras, no pueden competir entre sí. Merecen ser atesoradas, verse una y otra vez, aprender de ellas.
Nada mejor que un genio del cine como Martin Scorsese para homenajear a un pionero en la materia y, de paso, realizar la más hermosa declaración de amor al séptimo arte: La Invención de Hugo Cabret.
Reactivo Vi La invención de Hugo Cabret de Martin Scorsese la semana pasada, luego de conocer las opiniones muy entusiastas –y hasta extasiadas– de no pocos críticos, varios de ellos de El Amante. Como editor de la revista tengo que tener en cuenta esas opiniones (las de los redactores de El Amante), y por eso la película fue a una de las tapas. Dos aclaraciones. 1. La otra tapa fue para Caballo de guerra, de Steven Spielberg. 2. El número de El Amante que sale hoy es el último en papel, el de marzo ya será digital. La misma El Amante pero en bits. Volvamos a La invención de Hugo Cabret: además de editar, en El Amante también hago crítica. Y, como crítico, escribí una nota en contra de la película. A más de una semana de haberla visto, tengo cada vez más objeciones. Las que siguen pueden leerse de forma independiente o como complemento a la nota publicada en El Amante. 1. La película aparece con varios títulos: Hugo, Hugo Cabret, La invención de Hugo Cabret. Me confirmaron que acá se estrenaba con la opción más larga, pero la opción más corta aparece en varias carteleras. En fin, el título más corto me parece más acertado. Porque “la invención” refiere a algo que vaya a saber uno qué es. Cuando la vean y, si saben, me avisan cuál sería la invención de Hugo. A la vez, el título largo está más a tono con la pomposidad de la película. 2. Que quede claro para los que se ofenden: Scorsese es un gran cineasta, cuya última gran película es de 1995 (Casino). Hubo después momentos, logros aislados en diversas películas, y su mejor trabajo de ficción post Casino me parece Los infiltrados, una remake. De todos modos, pocas veces Scorsese hizo una película tan poco vital y energética como Hugo (tal vez La última tentación de Cristo). Hugo es un monumento a los artistas, un monumento autocomplaciente, grandilocuente y plúmbeo como monumento fascista, por momentos absurdo en su llanura y en sus declamaciones. La película es un homenaje a Georges Méliès y a los pioneros del cine. Pero no hay juego, no hay fantasía: la película lo dice de frente. Es una película de un fetichismo primario: se ve el fragmento del reloj de Un hombre mosca en apuros con Harold Lloyd y más tarde Hugo repite la acción, así, sin más que pura reproducción, el cine se conecta con la vida del personaje para delicia de los cinéfilos que “reconocen”. Más que primario, el fetichismo en espejo de Hugo es de jardín de infantes o de guardería, no materno-infantil sino paterno-infantil, porque esta es una película sobre el padre. Obsesión católica y obsesión cinéfila. Combo Scorsese, que hasta mete en crucifijo bien visible en la casa de Méliès. 3. En el librito Cine de poesía contra cine de prosa - Pier Paolo Pasolini contra Eric Rohmer (Anagrama), Rohmer decía “cuando digo que puede existir un cine moderno que no sea una reflexión sobre el cine, eso no significa que sea un cine ingenuo. Yo distingo dos cines, el cine que se toma como objeto y como fin, y aquel que toma al mundo como objeto y es un medio.” Rohmer prefería el cine que tomaba al mundo como objeto. Hugo es una película, por el contrario, recontra reconcentrada sobre el cine. Cada dos minutos (o menos) hay alguna referencia a otras películas (además de fragmentos de varias). Desde Metrópolis a Los 400 golpes. De hecho, Hugo es una relectura de esta última. Pero la ópera prima de François Truffaut fue una película fundamental de la apertura hacia la ciudad: Antoine Doinel descubría la vida en las calles parisinas. Iba al cine, pero también buscaba el mar. Hugo vive en una estación de tren, y se estaciona en el cine, y Hugo se encierra en el llanto huérfano, en la búsqueda del cine como cobijo y en celebración de “los artistas” (por momentos, la película es tan simplona como esa canción de “quedan los artistas” que interpretaba Enrique Pinti moviendo frenéticamente un brazo en el teatro). Hugo es algo así como “la cinefilia explicada a los niños” (no, no voy a decir “cinefilia for dummies”): los cinéfilos somos buenos, somos justos, el mundo nos amenaza, y andamos buscando un padre. Por favor no me incluyan en ese colectivo. 4. La película está actuada con solemnidad, también por ese actor espantoso llamado Sacha Baron Cohen, que tal vez inaugure con este personaje la solemnidad de crueldad farsesca 3D. Su personaje aparece a intervalos regulares para intentar darle un poco de falso brío a la película, para “poner en peligro” a Hugo. Como los momentos de tensión, todo es terriblemente mecánico: las maneras de hablar, los flashbacks, los sueños. El diseño de producción está por encima de la fluidez y el 3D se usa para que los críticos digan que está bien usado. Es decir, sin grandes alardes como tirar cosas hacia la platea, pero con gran profundidad de campo y con travellings hacia adelante. Lo mismo que Scorsese hacía sin el 3D. Me sigo preguntando porqué ha gustado tanto a tantos críticos esta película. Rohmer ya tenía la respuesta. En una entrevista, citaba grandes películas que hablaban “más del mundo que del cine” y luego decía: “me doy cuenta, a menudo, que los críticos admiran muchos de los films que he citado, pero no saben muy bien qué decir de ellos, mientras que cada vez que un film toma al cine como objeto, se puede hablar de él, se habla mucho.” Tal vez, entonces, Hugo sea tan festejada porque se sabe qué decir sobre ella. Pero no se debe confundir la abundancia de reacciones con la calidad del reactivo.
Erase una vez en el cine No todas las máquinas son malas, no todos los circuitos son fríos, no toda rutina es destructiva, no todo camino es casual. Martin Scorsese es uno de esos directores cuya obra está dominada por la ignominia de los sistemas. En Después de hora, sin ir más lejos, inventa un dispositivo kafkiano, cíclico, donde el reloj es la máquina dominante que controla todo. En La invención de Hugo Cabret, las cosas no son muy distintas. También hay relojes, pero forman parte de otros circuitos cerrados, de otras máquinas (el cine, el autómata-mcguffin de la película pero también el tren, los tres interrelacionándose). La gran idea que desarrolla Scorsese en este caso es la de construir un mundo artificioso y maquinal para hablar sobre lo humano y sobre la familia, otro sistema que la película presenta como destartalado. Hugo (llamémosla por su más breve título original) trabaja con distintos niveles interconectados y logra, tal como lo anticipara en el primer parágrafo, que las máquinas sean el principal vehículo para acercarse a las personas. Es la perfecta inversión de las expectativas tradicionales y el lugar simbólico que le otorgaríamos culturalmente. En el centro de esa inversión está la gran máquina, el verdadero autómata, aquel que vive con un organismo perfecto: el cine. El cine (la máquina, pero también las imágenes obviamente conjugando lo onírico y lo concreto, de ahí la importancia de la presencia de Georges Meliés) es ese organismo autónomo, es el verdadero autómata que salva a los personajes. De ahí que un recurso que puede resultar cursi sea considerablemente aplicado: la llave que activa al autómata es un corazón y la misión del autómata es reparar los corazones rotos de los personajes que pululan por la película entre su soledad y sus fracasos. Y así surge el artificio, la irrealidad y la imposibilidad de que ese espacio del París de los años 30 diga menos sobre la “realidad” y la historia del cine (que son algunas de las críticas que ha recibido la película) que sobre la imposible redención, sólo posible en las ficciones. Por eso es notable y coherente la elección de Scorsese para activar los niveles de la máquina: París como una gran maquinaria, los trenes como elemento clave de esa maquinaria, el reloj como dictador de esa maquinaria y el cine como redentor. En medio del relato (de hálito dickensiano, sin dudas), el uso del 3D multiplica el costado artificioso contrario a darle cualquier clase de realismo. Scorsese logra que nunca molesten las decisiones folletinescas de la película ni el falso tono conciliatorio ni moralista del final, ya que la misma película se erige explícitamente bajo el formato del cuento (ahí está el inicio y el final, con su narración enmarcada casi de relato navideño), inverosímil, bigger than life, tan Frank Capra, tan ¡Qué bello es vivir!. Con Hugo, Scorsese vuelve al redil de un cine más personal, pero desde perspectivas insólitas para el espectador acostumbrado a un cine de autor más adocenado. No deja de ser, al mismo tiempo, parte de ese grupo de películas melancólicas (que no nostálgicas, por ejemplo la reciente Los Muppets) de los últimos años que se despiden de un(a idea del) mundo (y una sensibilidad) que ya no existe. En este caso, Scorsese se despide del mundo finisecular del siglo XIX y de la primera mitad del siglo XX. Marty está viejo y hace algo parecido a un testamento fílmico. Dudo que lo sea, pero al menos conmigo consiguió conquistarme. Con cerebro y con corazón.
El cine dentro del cine El nuevo film de Martin Scorsese, nominado a 11 premios Oscar de la Academia de Hollywood, entre ellos el de "mejor película" y "mejor director", no es otra cosa que el eterno juego del "cine dentro del cine". Al igual que en Cinema Paradiso, Hugo es un aceitado mecanismo de relojería filmado en 3D donde los recursos del formato están aprovechados al máximo. Sólo basta con sumergirse en la secuencia inicial que comienza con la vista panorámica de la París de los años 30 y termina en los ojos del protagonista, Hugo, encarnado con emoción por el niño Asa Butterfield (el mismo de El niño de piyama a rayas). Hugo es un huérfano, ladrón, que hace de la estación su bunker y se ocupa de los relojes del lugar. Nadie tiene acceso a los laberínticos pasadizos que se encuentran detrás de las paredes: ni el torpe inspector (Sacha Baron Cohen) escoltado por su doberman, ni tampoco está a salvo el juguetero que aguarda ser asaltado por el intrépido personaje. Pero las cosas cambian cuando Hugo es descubierto por una excéntrica chica (Chloe Moretz, la revelación de Kick-Ass) junto a quien vivirá una increíble aventura. La película hace gala de sus excelentes rubros técnicos (la dirección de producción de Dante Ferretti, la fotografía rica en claroscuros de Robert Richardson o la impactante música con aires parisinos de Howard Shore) para contar una historia que fusiona la aventura, el drama y la magia que surge al relatar a través de imágenes. Ese es el punto fuerte de Hugo y Scorsese se lanza sin red en un relato que atrapa, seduce y emociona a través de la situaciones que presenta. El homenaje al séptimo arte dice presente con el personaje de George Meliés (Ben Kingsley), el realizador de Viaje a la Luna y sus inacabables trucos de magia aplicados al cine; la sorpresa de los espectadores ante La llegada del tren, de los hermanos Lumiére, o la comicidad de Buster Keaton, colgando de un gran reloj, e incluso una referencia a Vértigo, de Alfred Hitchcock. Basada en la novela infantil de Brian Selznick, la película recurre a imágenes de archivo, en blanco y negro y también coloreadas, a la sucesión de figuras fijas que dan la idea de "movimiento" y permite el lucimiento de grandes actores en roles secundarios: Christopher Lee y Richard Griffiths, quienes pasean sus contrastantes figuras por la estación de tren y...un cameo del mismísimo Scorsese como un fotógrafo. Todo está colocado al servicio de la evocación y de la nostalgia en esta trama cuyas piezas se irán uniendo con el correr de los minutos. Entre mecanismos de relojería, un robot y una llave que abre secretos, Scorsese también tiene acceso al corazón del público.
La mejor película de la Historia del Cine Para quien sea amante del cine, de su historia y sus creadores, La invención de Hugo Cabret (Hugo, 2011) será un placer sin igual. La nueva película de Martin Scorsese es un sentido homenaje a George Méliès -precursor del cine espectáculo- y al séptimo arte en general: su poder, su magia y sobre todo, su pasión. Presten especial atención a los engranajes de la historia –de la película y del cine- para entender más aún la pasión que el film transmite. Hugo (Asa Butterfield ) mira como un voyeur lo que sucede en la estación central de París de la primera mitad del siglo XX. Oculto detrás de los relojes, busca engranajes que le ayuden a reparar un “autómata”, robot que su padre también relojero, no llegó a recomponer antes de morir. En la París de ensueño –o de película- Hugo dará con George Méliès (Ben Kingsley), un juguetero de la estación de tren, que esconde un secreto de su pasado ligado al cine. La mirada de Hugo es la de un niño ingenuo ante el descubrimiento y la fascinación del cine (¿un juvenil Scorsese?). De un chico que busca desesperadamente el engranaje a ese otro universo, donde todo es posible, donde la magia cobra fuerza, en fin, al mundo del cine. Un mecanismo con forma de corazón es el elemento más importante para hacer funcionar al autómata en la película, y para comprender a la historia del cine en sus inicios. Historia basada en leyendas, fábulas, cuentos cargados de tintes mágicos que mitifican los acontecimientos reales. Todo lo que se sabe del George Méliès verdadero es tal cual sucede en la película. Pero no importa demasiado para Scorsese, que en una entrevista una vez dijo “El cine son 24 mentiras por segundo” retomando una frase de Jean-Luc Godard. Y es así porque no importa la representación real de los acontecimientos en la historia del cine, sino su legado, su poder, capaz de hacer los sueños realidad. Así lo entendió Méliès a principios del siglo XX, y así lo entiende Scorsese a principios del XXI. Por ello, Scorsese incursiona por primera vez con la tecnología 3D con un homenaje a Méliès, el padre de la magia en el cine. Pero también recupera un trozo de la historia del cine, un fragmento olvidado al cual rendirle homenaje, y la clave para hacerlo es una llave con forma de corazón, o mejor, la pasión necesaria para materializar los sueños. La invención de Hugo Cabret es una delicia para los amantes del cine, pues rememora el placer del espectador ante el espectáculo. La fascinación por dejarse llevar dentro de una sala de cine por los acontecimientos fantásticos que suceden en la pantalla. Pero también, es una demostración de la pasión de Martin Scorsese -uno de los mejores directores contemporáneos- por el séptimo arte, su historia y sus inventores.
Tiempos modernos La última película del gran Martin Scorsese es una fabula en 3D impensada. El director de Buenos Muchachos, Casino, Pandillas de New York, La Isla Siniestra (y un extenso etcétera) nos presenta una historia a lo Dickens y nos convence desde el primer instante. Comienza con un niño que observa, que vive con los ojos, escondido en una estación de trenes de París donde mantiene los relojes de la estación. Observa ávido al enigmático propietario de una tienda de juguetes. A este juguetero (un siempre convincente Ben Kinsgley) se le cae una pieza de sus invenciones, Hugo (ese es el nombre de este niño escondido dentro de las paredes) corre a su búsqueda. El encuentro con el juguetero será determinante para la vida de ambos. Scorsese lanza en La Invención de Hugo Cabret una enorme declaración de su amor por el cine, por su pasado y por que no sea olvidado (indispensable para entender este amor es ver su documental Un viaje personal con Martin Scorsese a través del cine americano). Utiliza entonces lo nuevo para recordar el pasado. Decide rememorar el comienzo del cine a puro 3D. Este truco técnico que hoy acercó a la sala de cine a un público deseoso de la novedad. Trucos del cine como los que se utilizaron desde siempre para sobrevivir a la televisión, al video, a la piratería. Entonces la historia de este niño huérfano que desea recuperar a su padre encontrara (como lo hizo Scorsese) en la pantalla grande un nuevo hogar. Este film de alguna manera es terrible, la desolación de Hugo es abrumadora, su obsesión por tratar de recuperar a su padre es asfixiante, nosotros compartimos ese dolor, una tristeza que en un determinando punto nos romperá el corazón. El padre de Hugo (Jude Law), maestro relojero, trabajaba junto a él en la reparación de un autómata estropeado (un hombre mecánico capaz de escribir con un pluma estilográfica) cuando sobreviene su fatal destino. Hugo espera de alguna manera encontrar en esa reconstrucción del autómata una razón que de sentido a su vida. Esta imposible epopeya conmueve de tal manera que se hace imposible no sentirse devastado por esa búsqueda de una señal divina, de un pater frankestein. La historia de ese juguetero llamado Georges también está vinculada con una enorme perdida, la de Hugo es de un padre, la de Georges es la de una herencia. El sueño, el truco, la magia que es el cine los unirá para siempre. Esta cercanía entre Hugo y Georges será posible por la ahijada del anciano, Isabelle (Chloe Moretz) una apasionada lectora que encontrará en Hugo la oportunidad de una aventura más allá de las frías páginas de los libros. En la estación de trenes también habrá un villano de caricatura, encarnado por el guardia de la estación (Sacha Baron Cohen) y su doberman. Este personaje es el que carga con el humor físico del film. La sombría fabula (que Scorsese no oculta en lo más mínimo) es una donde las obsesiones están a flor de piel, mostrando su faceta más apasionada y destructora. Esa mirada del niño (que es la de Scorsese y la de todo amante del cine) sobre la pantalla grande es impecable, entregando una pasión de la que cualquiera que vaya al cine no podrá escapar.
Mucho se ha hablado de Hugo previamente a ser la película con más nominaciones a los premios Oscar. No se si eso le puede jugar en contra hacia los cinéfilos. Pero sí para el público que no sabe distinguir entre Cuevana y una sala de cine. Confieso que en el arranque de la película sólo me cautivó la realización 3D. Desde el vamos deja en claro que la película fue concebida de esta manera y se optimizó todo el relato en torno a eso. No con la pavada que salga de la pantalla…no se busca que la gente vea la diferencia entre 3D y 2D…se buscó darle volumen a todo. A mirar por la ventana, a observar este mundo de Hugo. Parecía un cuentito más. Pero sólo sucede al comienzo… Ese sensación de simpleza se transformó, dos horas después, en un enamoramiento pleno hacia la película, su historia, su realizador y los protagonistas. Hugo es la celebración del cine mismo. Es un homenaje a los genios que están detrás de cada gran película. Quizás sea loco, pero esta película es ARTE sobre el entretenimiento. Y eso es lo que me terminó de enamorar. Y que Scorsese la haya hecho 3D, es subir un escalón más. Él muestra como en el comienzo del cine se mataban para hacer efectos especiales y lograr que la gente se maraville. Ahora él muestra a esa gente en 3D. Me encantó ver la escena contada infinidad de veces sobre una de las primeras filmaciones con la historia del tren llegando a la estación y la gente asustándose. ¿Era necesaria dentro de la película? Seguramente no para una película simple, pero si para Hugo y su objetivo. Que distancia con el cine actual…ahora si no sale algo de la pantalla, algunos se quejan de haber pagado por una entrada 3D. Desde su comienzo simple, hasta el final encantador, Scorsese hace un trabajo perfecto. Su elenco es maravilloso. Desde el chico protagonista, que deja en claro que su elección no fue casual, hasta la increíble Chloe Moretz, el payasesco Sacha Baron Cohen y terminando en el emocionante Ben Kingsley. Y como es habitual, hasta el mismo Scorsese aporta lo suyo! Y nunca mejor ubicado que esta vez. Si no te emocionás con Hugo, si no entendés el fin de este cuento, no vuelvas al cine. Quedate en tu casa y mandá un SMS a algún reality de la tele. Yo me abrazo a Hugo y le digo GRACIAS SCORSESE por la magia.
Formol en 3D La invención de Hugo Cabret es la adaptación de una novela de Brian Selznick que cuenta la historia de un chico huérfano que vive en una estación de tren en la Montparnasse de los años treinta y descubre que el señor que atiende el puesto de juguetes es un cineasta olvidado, Georges Méliès. Para Scorsese, el cine ya se murió una primera vez en 1930. Un cineasta ya tuvo tiempo de caer en el olvido y es necesario recuperar partes de películas dispersas en los sótanos para reconstituir su obra. Esta visión del cine como arte prematuramente viejo, siempre en vías de extinción, es la que lo lleva a convertir muchas de sus películas en una especie de enciclopedia viva del séptimo arte. Hugo es el doble de Scorsese, un niño maravillado por la técnica que desea dar vida a sus sueños y que observa el mundo por medio de rendijas, del mismo modo que un director recoge imágenes con su cámara. La invención de Hugo Cabret es una gran máquina que desborda buenos sentimientos en tres dimensiones, pero con resabio a viejo. La ficción infantil se mezcla con la novela sobre el realizador pionero hasta que Méliès revela su identidad y, entonces, Scorsese se desinteresa del niño y se concentra sobre el anciano en piyama. El director parece demasiado preocupado por el aspecto técnico y se olvida de darle un poco de magia y sentido al conjunto. Algunas buenas ideas se integran en una estructura sobrecargada de efectos y globalmente desequilibrada. El carácter maquinal de la película se expresa con personajes que se asemejan a autómatas, actuaciones frías y desencarnadas. La falta de espontaneidad y de un verdadero aliento creativo se traduce en un esquema narrativo sin sorpresas y con roles secundarios mal explotados (los sainetes en torno al jefe de estación interpretado por Sacha Barón Cohen resultan bastante inútiles). El director parece constantemente perdido en este mundo infantil donde pretende proyectarse como autor, sin conseguir controlar una maquinaria cinematográfica que funciona de modo automático. Las reconstrucciones de las películas de Méliès son sorprendentes pero simbolizan el giro que tomó la obra de Scorsese desde hace varios años: un cine de reproducción y simple homenaje, privado de originalidad. Una regresión inquietante.
La magia del cine, de la mano de Martin Scorsese. Uno de los principales problemas que tiene la película es su promoción, que pareciera etiquetar al film como una película de niños, lo cual es tan soso como pensar que Cinema Paradiso es también una cinta infantil, cuando en realidad ambas películas sólo emplean a niños como un punto de partida, para presentarnos una historia mucho mas compleja y sustancial, cuyo verdadero protagonista es la historia del cine. Hugo (Asa Buterfield) es un niño huérfano, sí, pero ante todo es un explorador e inventor y el presentarnos estas cualidades del personaje central (no principal) es la verdadera intención de la película. Hacer ver al espectador que todo el mundo es part de una gran maquinaria y que todos tienen un propósito por mas que este no sea evidente a simple vista. Pero como mencionaba, mientras el personaje central de la película es Hugo, el personaje principal es Georges Meliés (Ben Kingsley), ya que es la vida y obra de este director de cine, la que sirve de hilo conductor para desentrañar los misterios que rodean al pequeño. Es el inexplicable retiro de este genio de la cinematografía, inventor, mago y ahora acabado juguetero, lo que impulsan a Hugo en un sinfín de aventuras por desentrañar los misterios que rodean a un autómata que fue el último trabajo en el que su padre (Jude Law) laboró. En esta odisea, nuestro héroe se aliará con la nieta del cineasta, Isabelle (Chloe Moretz) una voraz lectora que ayudará al protagonista a escapar del amargado inspector (Sacha Baron Cohen) de la estación de trenes en donde Hugo habita y da mantenimiento a los relojes. Visualmente la película es una obra maestra, donde cada engrane, tornillo y bisagra de cualquier reloj de la estación de trenes y del autómata son fotografiados, representando cada una de las partes del film que ensambla una máquina espectacular y perfecta para el espectador. Pero es el homenaje al cine de Meliés donde la cinta encuentra su mayor virtud y es en la yuxtaposición de una película moderna con una hechura impresionante contra el cine fantástico y surrealista del director francés, que Martin Scorsese logra atrapar al público y reafirmarse como realizador en un generó poco explorado para él. Hugo es una película de un gran realismo mágico, donde los dibujos vuelan y cobran vida, donde los inventos del pasado se ven tan innovadores y fantásticos como en esa época y donde los espacios confinados se transforman en laberintos de un gran misterio y de una mayor aventura, atrapando y cautivando por completo a los espectadores. La única nota falible que se puede encontrar en la adaptación de libro de Brian Seltznic, es que el director no logra decidirse sobre en cual de los dos personajes realmente definir la atención, lo cual evita que uno pueda conmoverse tanto por el drama del huérfano, como por el abatido espíritu del viejo director. Hugo, de Scorsese, no es ni por mucho el Viaje a la Luna de Meliés, pero si es una visión fresca sobre los inicios del cine, del cual muchas personas serán beneficiadas de recordar a estos pioneros de una industria en donde no solo hicieron cine, también hicieron historia y sobre todo hicieron magia.
La máquina de soñar Desde que se anunció que Martin Scorsese filmaría en 3D, la industria quedó expectante hasta ver los resultados que un artista podía obtener de este artilugio. Si "Avatar" es el folleto con el que James Cameron mostró a la industria su nuevo juguete, "La Invención de Hugo Cabret" es la pieza maestra con la Scorsese demuestra que con sensibilidad y talento se puede ir más allá del mero efecto. Un niño, hijo de un maestro relojero, queda huérfano y al cuidado de un tío alcohólico que hace el mantenimiento de los relojes de la estación central de trenes de París. El tío en cuestión desaparece y Hugo, tal el nombre del niño, se encarga de mantener él mismo todos los relojes. Las salas de máquinas son a la vez su escondite, donde puede matenerse a salvo del policía que custodia la estación y gusta de capturar huérfanos para enviárlos al reformatorio. Hugo no está solo, lleva con él un artefacto extraño, una especie de autómata que su padre rescató de un museo y que con dedicación intenta restaurar. Para ello se vale de piezas que roba de una juguetería atendida por un biejo gruñon. Cuando este hombre atrapa in fraganti a Hugo le obliga vaciar sus bolsillos y allí descubre una libreta que definitivamente cambiará el rumbo de la historia. ¿Por qué este hombre se mostró tan contrariado ante esa libreta y los dibujos que había en ella? Scorsese parte al relato en dos, primero nos presenta al niño y su aventurera vida, luego nos revela una historia mucho más interesante aún que tiene al anciano como protagonista. En el todo, asistimos a un homenaje al cine y en especial a aquellos pioneros en el arte de plasmar lo imposible. El viejo Martin se da el gusto de insertar piezas documentales al relato y hasta convertirlo en un aviso en favor de la conservación y restauración del patrimonio fílmico mundial. No es extraño, Scorsese es miembro de "The Film Foundation", organización que trabaja en la recuperación de películas. "Las películas son los recuerdos de nuestra vida. tenemos que mantenerlos vivos". Con esas palabras Scorsese da la bienvenida a los que entran a la web de la fundación. Es, sin dudas, esa determinación el motor que llevó adelante la realización de "Hugo". Su visión en 3D le permitirá al espectador tener un mayor nivel de detalle sobre el excelente trabajo de los diseñadores de arte, los escenarios, engranajes, las distancias, la casi corporización de los personajes. Son antológicas las actuaciones de Ben Kingsley y, aunque de menor participación, la del legendario Christopher Lee. No se queda atrás Sacha Baron Coen, quien interpreta al policía de la estación dotándolo de acertados matices. El pequeño Assa Butterfield irrumpe en la industria por la puerta grande bien acompañado por la ya experimentada Chloë Moretz que tan bien nos impresionara en "Kick Ass".
La invención de Hugo Cabret, libro de Brian Selznick que hace años está disponible en las librerías y nadie en los medios le dio pelota hasta ahora, es una de las obras literarias más extraordinarias que surgieron en los últimos años. Un libro especial que combinó la literatura de prosa con el arte del cómic en una propuesta interesante. Su lectura es fascinante porque cuando abrís el libro no tenés la sensación de estar leyendo una típica novela, sino que en realidad te ponés a disfrutar de una película muda que cobra vida en tus manos. Hugo Cabret es un libro loquísimo por la manera en que el relato es narrado y en ese sentido la adaptación cinematográfica presentaba un interesante desafío que Martin Scorsese logró superar con creces. No deja de ser llamativa la impunidad con la que algunos críticos califican sin escrúpulos este film como “la película infantil de Scorsese”, algo que me parece un enorme disparate. Con ese criterio entonces el Disney Channel debería emitir más seguido Cinema Paradiso y Sunset Boulevard ya que son filmes que están a la par de este estreno. La verdad que Hugo es tan infantil como “La guerra de los botones” de Louis Pergaud. Si bien para el amante del cine la propuesta puede ser una experiencia inolvidable como propuesta familiar, que es como se la intenta vender desde la campaña de marketing, puede resultar complicada. De hecho, creo que los chicos menores de 12 años van a pegarse un embole padre con este film producto de estas confusiones. Lo mismo pasó con el libro, cuyo seguidores más entusiasta son adolescentes o personas adultas que tenían la madurez para disfrutar mejor la propuesta de Selznick, pero el marketin de la editorial estaba dirigido a chicos de 9 años que obviamente no le dieron bola a esta historia. Hugo es un tributo sentimental y romántico a la historia del cine. Muy especialmente a los comienzos de este arte cuando la gente recién empezaba a descubrir un nuevo medio donde se narraban historias. La trama no deja ser también un emotivo y original homenaje a uno de los grandes magos del arte y padres del cine pochoclero, como fue George Méllèis. Un artista que creía en la magia y la trabajaba en sus producciones que son recreadas con mucho cariño por Scorsese, quien además en esta producción brinda un mensaje poderoso y contundente sobre la preservación del cine. Desde los aspectos técnicos la película es increíble y el director da una cátedra sobre como sacarle provecho a las herramientas modernas como la animación computada y las tres dimensiones (que no es igual a la que se trabajaba hace 30 años) que en este caso están al servicio de una buena historia en lugar de limitarse a ofrecer un cotillón visual; la esencia del cine de Mélliès que en la actualidad olvidan muchos cineastas. El plano secuencia (una de las grandes especialidades de Scorsese) con el que se inicia este film es contundente al respecto. El 3D en este caso tiene la función de acentuar con mayor profundidad de campo las imágenes que le permiten al espectador apreciar al máximo todos los detalles de la espectacular dirección de arte que te dejan con la boca abierta en más de una escena. La única objeción que se le puede hacer a Scorsese en el tratamiento de esta historia es que en la película, desde el momento en que aparece Ben Kinsley en la trama, Hugo queda pintado al olio y su historia personal termina por perder fuerza y no resulta tan emotiva como en el libro. Los protagonistas Assa Butterfield y Chloe Moretz están muy bien en sus personajes y se destacan también Sacha Baron Cohen y Ben Kingsley dentro del reparto. Hugo representa otra muy buena película de Scorsese que se suma a la cartelera y que me atrevería a decir es de visión obligatoria en una sala de cine.
Sobre relojeros, jugueteros e ilusionistas Hugo (Asa Butterfield) vive detrás de las paredes de la estación Montparnasse, en el París de 1931. Allí donde cualquiera vería tan sólo muros sólidos, hay en realidad pasajes, escaleras, y un niño que, silenciosamente, mantiene funcionando con puntualidad los relojes del lugar. Aprendió ese oficio de su padre y, al quedar huérfano, su tío lo llevó a vivir en esa morada tan particular, donde también aprendió a volverse casi invisible. El tesoro más preciado de Hugo es un autómata o muñeco mecánico, que su papá había rescatado del olvido de un museo y que ambos habían comenzado a reparar juntos: el chico sigue trabajando afanosamente, confiado en que, cuando lo haga funcionar, el robot le traerá algún mensaje, alguna conexión con su progenitor. Para ello, ocasionalmente le roba pequeñas piezas a un viejo juguetero que tiene un puesto en la estación. Cuando éste lo descubre y, más tarde, lo lleva a trabajar con él, comienza una aventura de magia y revelaciones que involucrará al niño y su amiga Isabelle (Chloë Grace Moretz), al autómata y a ese ignoto viejecito que –al igual que Hugo- insiste en pasar desapercibido y ocultar un pasado que le duele recordar. La película, basada en el libro de Brian Selznick "La invención de Hugo Cabret", gira primordialmente en torno a los mecanismos, al valor que cada minúsculo elemento tiene en la constitución del todo. En ese sentido funcionan los movimientos de cámara desde la ciudad a sus calles, desde la estación a sus transeúntes, desde los pasadizos en el revés de los muros hasta los delicados mecanismos de relojería. Un viaje continuo desde el exterior hacia las entrañas, un adentrarse en las partes, al que la tecnología 3D dota de especial dinamismo y profundidad. La Invención de Hugo Cabret trata sobre relojeros y jugueteros, personas que manipulan pequeñas piezas para construir otras mayores, individuos aparentemente minúsculos e insignificantes, que resultan desempeñar papeles vitales en la inmensa maquinaria del mundo. Así es como el film termina apuntando al propósito de cada ser humano, y hablando sobre cómo la pérdida de ese leit motiv hace que la vida carezca de sentido y que el hombre se transforme en una máquina que no funciona y necesita ser reparada, curada. Para este fantástico trabajo, el primero que realiza en 3D, Martin Scorsese eligió una historia que trae del olvido de una juguetería vieja nada menos que a “papá Georges”, a Georges Méliès, el ilusionista que en los albores del séptimo arte intuyó antes que nadie que el increíble aparato creado por los hermanos Lumière no sólo serviría para registrar el movimiento, sino también para recrear los sueños. La decisión no es azarosa, por supuesto, sino que constituye una declaración de amor y un sentido homenaje al cine. Scorsese recorre aquellos primeros films y se da el gusto de trabajar sobre esos materiales primitivos, repasándolos, pero además nutriendo con ellos su propia historia. Cuando Hugo se cuelga de la aguja del reloj de la estación para ocultarse de su perseguidor, como Harold Lloyd lo había hecho momentos antes en la pantalla grande, el realizador funde la experiencia del protagonista con las películas y expresa de ese modo hasta qué punto el cine, sus héroes y sus mitos han marcado nuestras vivencias y nuestros recuerdos. Cuando el niño sueña con el descarrilamiento del tren, la imagen no sólo cita la de La llegada de un tren a la estación (el primitivo film de los Lumière cuya proyección es luego recreada por los recuerdos de Méliès) sino que, hábilmente, reedita en los espectadores actuales la impresión y el sobresalto de aquéllos de los primeros tiempos. Nada ha cambiado, parece decir Scorsese. En medio de tanto bombardeo de imágenes y tanta sobrecarga de información vacía de significado, nuestra capacidad de asombro prueba estar intacta, esperando ser convocada por un buen truco, una vuelta de tuerca inteligente, o por cosas tan inesperadas como un viejo juguete de cuerda. La Invención de Hugo Cabret –que obtuvo 11 nominaciones para los premios Oscar, incluyendo las de Mejor Director y Mejor Película- es, finalmente, una conmovedora reivindicación de los olvidados, de los pioneros, de los inventores, de los orígenes. Un film sobre la paciente búsqueda y la cuidadosa reparación. Sobre reencontrar el hogar. O simplemente, como lo expresa papá Georges -fantásticamente interpretado por el talentoso Ben Kingsley-, sobre un niño que encontró una máquina que no funcionaba, y se propuso repararla.
El material del que están hechos los sueños La Invención de Hugo Cabret es ni más ni menos que una declaración de amor a la máquina de la invención de los sueños, una oda al amor, un relato fantástico y mágico, una reflexión sobre el paso del tiempo, la nostalgia y la necesidad de conservar las obras de arte. Martin Scorsese consiguió otra obra maestra, lo que no es poca cosa si tenemos en cuenta que estamos hablando del director de Taxi Driver, Buenos Muchachos, Toro Salvaje y Los Infiltrados. A diferencia de esos films, este es el primero apto para todo público, en el sentido más amplio de la palabra. Lo disfrutarán en su máxima expresión aquellos familiarizados con la historia del cine, pero también es una opulenta carta de presentación para aquellos interesados en acercarse los films clásicos de fantasía. La película centra su núcleo en la historia del joven huérfano Hugo Cabret (Asa Butterfield), escondido en los ductos de una red laberíntica en una estación parisina. El plano secuencia de introducción establece una singular conexión entre este jovenzuelo escurridizo como un roedor y un juguetero amargado (Ben Kingsley). Pero también envuelve la historia de un guardia bastante severo y rígido (literalmente) interpretado por Sacha Baron Cohen, en un distintivo uniforme azul, la pequeña nieta del juguetero (Chlöe Grace Moretz, la perturbadora belleza de Déjame Entrar y Kick-Ass) una niña que desconoce el verdadero significado de las aventuras más allá de los libros y hasta las breves pero loables apariciones de Jude Law, Christopher Lee y Michael Stuhlbarg (Un Hombre Serio) como el historiador René Tabard. Todos estos son personajes unidos por un singular amor. Cada uno tiene varias aristas, aunque al principio se revelen como meros comic-reliefs. Pensemos, por ejemplo, en el obstinado guardia con cazar al pequeño Hugo. La revelación del trasfondo emocional de este personaje es típica, es un clisé, pero realmente lo creemos cuando lo vemos enamorado, torpe, dominando los cinco tipos de sonrisa. Incluso el ritmo cómico es soberbio, en la misma escena donde él trata de acercarse a la florista y queda abochornado por el claqueteo metálico de su pierna. El más interesante de todos es aquel interpretado por Kingsley, porque es un hombre con miedo, derrotado por la vida y resentido con su propia obra, a la que alguna vez amó. No es una casualidad que hasta los personajes secundarios más secundarios, estén en busca del amor. ¿Amor por qué? Hugo Cabret trata de encontrar la llave que hará funcionar al autómata -único legado de su padre antes de morir- que tiene forma de corazón. Las máquinas, por más cursi que suene, también necesitan amor para funcionar. El ferrocarril siempre estuvo ligado a la historia y los comienzos del cine. Desde El Gran Robo Al Tren (cuyo primer plano de un hombre disparando a la cámara espantaba a la audiencia en 1903, por mencionar un caso que no aparece en este film) pasando por El Maquinista De La General (Buster Keaton y acaso, los mejores gags que se hayan visto en la pantalla) hasta, bueno, la mismísima La Invención De Hugo Cabret. El cine es una combinación de distintas formas artísticas, pero también complementa las artes humanísticas con maquinarias de ingeniería. Nos asombramos cuando vemos un corredor girar, porque creemos que Fred Astaire desafía la gravedad o que Joseph Gordon Levitt realmente está en los sueños de otra persona. Si las referencias literarias del autor original del libro (Brian Selznick) se pueden encontrar en Charles Dickens, por citar alguno, sería imposible mencionar todas las referencias más o menos directas, visuales y sonoras con las cuales Scorsese rinde homenaje a otros grandes directores. Buster Keaton, Harold Lloyd, los hermanos Lumiere, Georges Mélies y hasta Alfred Hitchcock (la famosa toma de Vértigo). Todos, empezando por el director, están en la cima de su juego. Thelma Schoonmaker, la multipremiada montajista; Dante Ferreti, el diseñador de producción, quien junto a Francesca Lo Schiavo, seguramente termine ganando el Oscar por estos escenarios fantásticos; Robert Richardson que mantiene la magia y el color aún cuando el 3D parece oscurecer la fotografía; Howard Shore, colaborando con Zaz para componer no sólo la banda sonora, sino el tema de los créditos. Quizás el trabajo más objetable de todos sea el de John Logan. La adaptación es maravillosa, pero a veces se puede volver un poco solemne, otras veces los personajes tienen diálogos demasiado explicativos...... en fin, detalles que no afectan al todo. La Invención de Hugo Cabret entiende el pasado mirando el presente. Por eso es, desde Avatar, la película que mejor utiliza el 3D, del cual que tantos agoramos la pronta muerte. Como en la película de James Cameron, la profundidad de campo es más importante que los objetos que salen de la pantalla. Estamos inmersos en la película y no al revés. Incluso por momentos ayuda a crear cierta atmósfera mágica, como si estuviéramos delante de figuras troqueladas. Hay varias secuencias espectaculares, pero no vale la pena mencionarlas, para evitar arruinar la sorpresa. Sí aclarar que causó un efecto en mí que hace años no sentía: el asombro, la maravilla. Mientras veía esas imágenes tan bonitas, tan poéticas, tan -perdonen la reiteración- maravillosas, me preguntaba si algo así debían sentir los espectadores que iban por primera vez a soñar a una sala de cine. Esta no es una película que imagine viendo fuera de otro lugar que no sea el cine, ni en otro formato que no sea en 3D. Porque de eso se trata el cine: de una experiencia colectiva. Y qué experiencia más maravillosa que poder soñar junto a otras personas. Ni más ni menos, lo que nos propone Scorsese.
Un homenaje de Scorsese al mago y pionero del cine George Méliès Los grandes directores (Martin Scorsese, sin dudas, es uno de ellos) son capaces de transformar un material ajeno (en este caso, un guión de John Logan basado en una novela de Brian Selznick) en una película muy personal. En su nuevo largometraje, el creador de Taxi Driver , Toro salvaje y Buenos muchachos concreta un homenaje a un pionero del cine como Georges Méliès y una carta de amor al séptimo arte que incluye una advertencia sobre un tema que lo obsesiona: la preservación del patrimonio fílmico. Quienes crean que estamos ante un sesudo y aburrido tratado cinéfilo, deberán saber que La invención de Hugo Cabret es una bella y épica fábula para toda la familia que narra la historia de un huérfano de 12 años que vive escondido dentro de una estación de trenes (la Gare de Montparnasse) en la París de 1931. En otro rasgo distintivo de sus múltiples capacidades, Scorsese incursiona por primera vez en la tecnología estereoscópica y logra aprovechar el 3D, ya no como un simple juguete al servicio de tanto colega caprichoso (que luego la industria capitaliza cobrando entradas más caras), sino como una manera de ampliar la profundidad de campo y la espectacularidad de los complejos, vertiginosos y virtuosos travellings y de las tomas aéreas. En este sentido, La invención de Hugo Cabret es una de las películas que mejor explotan las posibilidades narrativas del 3D en términos casi coreográficos luego de Avatar . Puede que el relato resulte un poco largo y complejo para los más pequeños, que los toques cómicos en la más pura línea del slapstick (humor físico) que propone el personaje de Sacha Baron Cohen (un inspector de la estación rengo que se dedica a perseguir con su Doberman al escurridizo Hugo) no siempre funcionen, que por momentos caiga en cierto regodeo visual artificioso o en una exaltación melancólica un poco exagerada, pero en buena parte de sus 126 minutos Scorsese nos regala una película fascinante, entrañable, con algunas de las escenas más hermosas (el pequeño protagonista colgado del reloj de la torre, los rodajes y la quema de las copias de los films de Méliès para ser usadas en la industria del calzado) vistas en el cine reciente. Película de juguetes a cuerda y relojes, de magos y robots, La invención de Hugo Cabret resulta un engranaje casi perfecto, que remite a clásicos fundamentales como Metrópolis y Tiempos modernos , entre otros. Una superproducción de 170 millones de dólares de presupuesto que utiliza los mejores recursos de las nuevas tecnologías para reconstruir los inicios del cine, para sacar del olvido y reivindicar a esos grandes artesanos que enseñaron el camino cuando todo estaba aún por inventarse.
Una emotiva declaración de amor al cine Máxima aspirante al Oscar, con once nominaciones, entre ellas a la mejor película y director, La invención... rinde homenaje a Georges Méliès, el célebre “mago de Montreuil”. Que es un modo de rescatar los comienzos del séptimo arte. Hay una sustancia genuinamente emotiva en La invención de Hugo Cabret –máxima aspirante al Oscar, con once nominaciones, entre ellas a la mejor película y director– y es la desembozada declaración de amor al cine que ofrece Martin Scorsese en su primera película en 3 D. Cinéfilo perdido casi desde niño, coleccionista compulsivo (tiene su propia filmoteca con copias 35mm de grandes clásicos) y activo promotor de políticas de recuperación del patrimonio fílmico universal, desde su World Cinema Foundation, el director de Taxi Driver siempre pareció vivir por y para el cine. Pero en esta adaptación de una novela gráfica de Brian Selznick va más allá de la erudición cinéfila que siempre fue notoria en su obra para proponer, sin rodeos, con una inocencia casi infantil, un homenaje a los comienzos del cine, al deslumbramiento de las primeras imágenes en movimiento y a uno de sus grandes demiurgos, Georges Méliès, el célebre “mago de Montreuil”. La excusa es una aventura fantástica, con ecos dickensianos. A fines de los años ’20 del siglo pasado, Hugo, un chico de unos diez años, huérfano de padre y madre, vive clandestinamente en las alturas de la inmensa estación de ferrocarril de Montparnasse, en París. Su tío –relojero de la estación y borracho perdido– lo ha abandonado a su suerte, pero Hugo (interpretado con energía y sensibilidad por Asa Butterfield) ha mantenido, secretamente, todos los relojes de la estación en marcha, gracias a los conocimientos mecánicos que heredó de su padre. Y no es su única herencia: técnico restaurador de un museo de la ciudad, fallecido en un incendio, el padre (Jude Law) le legó una suerte de robot mecánico, con un complejo y sofisticado mecanismo de relojería que no termina de funcionar, porque le faltan algunas piezas, entre ellas la principal, la llave que lo ponga en marcha. Allí hace su aparición un viejo amargo, solitario y gruñón, dueño de una pequeña juguetería de un rincón de la estación. Experto en engranajes, mecanismos y trucos, ese anciano resentido parece tener alguna relación con el extraño “automaton” que Hugo guarda celosamente en su altillo. Su nieta Isabelle (Chloë Grace Moretz), otra huérfana, será quien intente ayudar a Hugo a develar el misterio, en medio de ese mundo dentro del mundo que es la gran estación, plena de todo tipo de historias y personajes, entre ellos un siniestro vigilante a cargo de la seguridad del lugar (Sacha Baron Cohen), que persigue a los niños huérfanos como luego, unos años más tarde, la policía de Vichy perseguiría a los judíos. Una pierna mecánica, consecuencia de su paso por la guerra, produce a su vez el contraste entre ese hombre de carne y hueso sin corazón y el robot de Hugo, que parece esconder un alma. Por momentos deliberadamente naïf y en otros lúgubre a la manera de Oliver Twist, la nueva película de Scorsese es quizá la más difícil de asociar con su obra previa, con la que a priori parece tener poco que ver, por ese carácter de film para toda la familia que nunca fue precisamente una especialidad del director de películas tan oscuras como Toro salvaje o La isla siniestra, por citar apenas dos ejemplos muy disímiles. Pero se diría que la personalidad de Scorsese, su pasión incluso, se manifiesta plenamente cuando el film descubre la identidad de ese anciano desencantado de la vida, que no es otro que Géorges Méliès (Ben Kingsley, tan parecido al original como en su momento lo fue a Gandhi), el primer ilusionista del cine, inventor de fábulas, trucos y ensoñaciones. Con el mismo espíritu con el que Méliès encaró el nuevo medio, Scorsese aprovecha ahora las posibilidades que le ofrece no sólo el cine digital, sino también la tridimensionalidad para crear su propia fábula, basada en hechos estrictamente reales en lo que a Méliès concierne, que fue olvidado, que vio destruida casi la totalidad de su obra cuando no había conciencia de su arte y que luego alcanzó a ser reconocido y homenajeado poco antes de su muerte, en un happy end que Scorsese se encarga de subrayar, a la manera de un cuento de Navidad, en el que después de las penurias llega la recompensa, como en las tragedias optimistas de Frank Capra. Es evidente el gusto con el que Scorsese recrea la agitación que rodeaba a la factoría Méliès y toda su ebullición creativa. También la exaltación que le infunde al descubrimiento del cine por parte de Hugo e Isabelle, cuando se quedan boquiabiertos frente a las acrobacias de Harold Lloyd colgado de un reloj (una pirueta que el chico tendrá en cuenta cuando deba escapar de su perseguidor) o de Buster Keaton subido a una locomotora. La máquina de citas es imparable y van desde la evocación del genial guitarrista gitano Django Reinhardt tocando en un bar de la estación a un conductor de locomotora que remeda a Jean Gabin en La bestia humana (1938, Jean Renoir). Tampoco parece una casualidad que aparezca el histórico Christopher Lee, icono de la Hammer Films, como un adusto librero, que inicia a Isabelle en esa pasión que corre paralela a la del cine y es la de la lectura. Film de homenajes, de celebraciones, de epifanías, La invención de Hugo Cabret no será uno de los mejores films de Martin Scorsese, pero sin duda es uno de sus más sencillos y emotivos, como si –al borde de los 70 años– lo hubiera concebido como un legado para su hija de doce, su “consultora técnica” según la entrevista que publicó ayer Página/12 pero, sobre todo, la destinataria –y con ella todos los niños– de esta suerte de catecismo cinéfilo.
¿Realmente nos debería sorprender que un niño pequeño, curioso, inquieto, ingenioso y escurridizo como Martin Scorsese, nos cuente una historia sobre un niño pequeño, inquieto, curioso, escurridizo e ingenioso? ¿Debería sorprendernos que, a su vez, la historia relate de qué forma ese sencillo e imaginativo niño descubre el cine y todo su artilugio por primera vez en su vida? ¿Y que, por último, paralelamente, se nos acerque con majestuosidad a presenciar el nacimiento del séptimo arte?...
La emoción de aquellos pioneros Martin Scorsese realiza en su primer filme “para la familia” y en 3D un entrañable homenaje al cine. De un mago a otro, de un artista pionero a uno que tomas las herramientas heredadas de aquél, más las nuevas del 3D para realizar un enorme, magnífico y emocionante homenaje al cine. La invención de Hugo Cabret está hecha por y para quienes sienten que el cine es el reflejo de sus vidas íntimas, que lo conectan con sus propias vivencias y emociones. Martin Scorsese tributa a Georges Méliès basándose en la novela gráfica de Brian Selznick. Hugo (un maravilloso Asa Butterfield) es un chico de 13 años, huérfano, que vive solo entre las alturas de los relojes de una estación de trenes parisina, por los años ’30. Su tío borrachín aceita los relojes, y andar entre mecanismos de precisión es algo que corre por la sangre de la familia. El padre de Hugo (Jude Law) era relojero, y en un museo había encontrado un autómata abandonado, que necesita reparación. El padre muere sin poder arreglarlo, dejando unas instrucciones que Hugo atesora como el mapa de un tesoro. Cuando éstas lleguen a las manos de un hombre mayor (Ben Kingsley), que tiene un puesto en la estación de trenes en la que remienda juguetes, resurgirá, cómo no, la magia. Algunas criticas han develado cierta información que, si bien sorpresiva, el espectador la advierte promediando la proyección, y quien esto escribe no cree necesario revelar. Sin ella, es más natural el adentrarse en la historia, es como dejarse llevar por los magos que nos asombran con cada paso que dan. Por qué perder esa fascinación. Sí podremos hablar del fantástico mundo que ha pergeñado Scorsese, con varios de sus habituales colaboradores, como el iluminador Robert Richardson y su montajista de toda la vida, Thelma Shoonmaker. Uno es clave en la transformación y ambientación de la estación de tren, sea entre los andenes o las galerías, o ya entre los mecanismos de relojería, y otra es herramienta fundamental para recrear el mundo del cine mudo. Hay mucho de Dickens, y no sólo por la irrupción del a primera vista maléfico inspector de la estación (al que Sacha Baron Cohen, con pierna ortopédica chirriante, sabe sacarle el mejor jugo), que persigue huerfanitos o ladrones para llevarlos a un orfanato. Hugo mismo es un ser dickensiano, e imposible de no tener empatía con él. Por varios motivos. Está solo, no tiene familia, descubre una amiga (la ahijada del personaje de Ben Kingsley) y apretuja esas instrucciones de su padre como único y último recuerdo que tiene de su ser amado. Si la película tiene muchos apuntes scorseseanos (el amor por el cine y la necesidad de preservar las películas originales es el más directo y atendible), no habrá quien mire al filme con extrañeza antes de sentarse en el cine. ¿El director de Taxi Driver y Toro salvaje detrás de un filme familiar, y en 3D? ¿Y por qué no? La utilización del 3D es similar a la que realizaron Spielberg en Las aventuras de Tintín y James Cameron en Avatar : necesaria, no superflua. Es una invitación a recordar los primeros pasos del cine, y cómo experimentamos eso que nos hace aún hoy en día suspirar en la oscuridad de una sala.
La aventura es casi infinita Con una muy buena fotografía, magníficos planos de cámara y gran estilo narrativo, el filme tiene además sorprendentes actuaciones de Asa Butterfield, como Hugo, Ben Kingsley (Mélies) y Sacha Baron Cohen, como el inspector de la estación. El libro de Brian Selznick en el que está basada esta película, le resultó ideal a Martín Scorsese para incursionar por primera vez en el cine 3D. La historia de ese niño huérfano, al que su padre -un restaurador de nivel museo-, le deja como herencia una muñeca mecánica, a la que el chico intenta hacer funcionar, porque cree encierra un secreto, le permitió al director de "El aviador" mostrar una historia trascendental sobre los orígenes del cine. Con esta película, Scorsese que se permite redescubrir la figura de Georges Mélies, el pionero de la narración cinematográfica, que parece querer decirnos que más allá de los avances de la técnica y la tecnología, si la imaginación del director y guionista no tienen nada que decir los que hacen pierde su mayor significado: trasladar al espectador a otros mundos, invitarlo a vivir una aventura irreemplazable a través de imágenes animadas, de sonido y voces. RARA HERENCIA Hugo Cabret -quien parece extraido de "Los miserables" de Víctor Hugo o de alguno de los libros de Dickens-, luego de la muerte de su padre, es adoptado por un tío borracho, que al poco tiempo muere, pero le deja como herencia al niño el oficio de mantener en horario los relojes de la estación de Montparnasse, en el París de las décadas de 1920 y 1930. En ese lugar, en una tienda de juguetes, que Cabret entabla relación con Georges Mélies. A partir de ese encuentro vivirá una serie de aventuras que lo llevarán a enfrentarse a un divertido inspector de la estación en cuyo laberíntico techo el niño vive. Asimismo se hará amigo de la hija adoptiva del bondadoso dueño de la juguetería; de un fanático coleccionista que le hará descubrir no sólo el secreto de su muñeca sino que lo iniciará en los orígenes del cine con las maquetas animadas de Mélies y con los primeros documentales de los hermanos Lumiere. MUNDO INTERMINABLE "La invención de Hugo Cabret" es como el acto de un ilusionista, en el que el espectador, a través de los ojos del niño va descubriendo un "mundo" infinito y abierto a riesgosas travesuras. Esta nueva película de Scorsese es un homenaje a la familia, a los sueños de la niñez y permite el reencuentro con un realizador admirable por su capacidad narrativa y por como utiliza la técnica y la pone al servicio de una historia nada convencional. Con una muy buena fotografía, magníficos planos de cámara y gran estilo narrativo, "La invención..." tiene además sorprendentes actuaciones de Asa Butterfield, como Hugo, Ben Kingsley (Mélies) y Sacha Baron Cohen, como el inspector de la estación.
Atractivo homenaje al cine primitivo Tarda en arrancar y da muchas vueltas, pero termina bien, tiene su emoción, buen uso del 3D y un especial olorcito a Oscar esta aventura melancólica ideal para niños grandes, conozcan o no la obra del personaje real que la inspira. Por supuesto, los conocedores la disfrutarán con más ganas. La acción, con algo de fábula, transcurre en Montparnasse, 1931. Entre los enormes relojes de la estación ferroviaria, acechado por el inspector que quiere llevarlo al orfanato, vive un pibe cuyo único tesoro es un muñeco autómata que comenzó su padre. Ahora quiere arreglar y completar su mecanismo. Así es como (de la peor manera) conoce al viejo que atiende un kiosko de caramelos y juguetes, y a su ahijada. Ella le enseña unas cosas, él otras, y cuando el muñeco está listo se llevan una sorpresa, porque, con ayuda indirecta de dos conocedores, descubren que el viejo fue un genio exitosísimo, al que ahora muchos daban por muerto, y que ni él ni su esposa quieren recordar los tiempos de gloria. Con ese esquema propio de cuento fantástico, o de cuento de iniciación con buena pintura del alma humana, Brian Selznick hizo un libro ilustrado para niños. Martín Scorsese lo leyó con su hija menor, y lo llevó al cine. O, visto de otra forma, lo devolvió al cine. Porque el viejo se llama Georges Mélies. Y es linda la segunda parte de la obra, y bien matizada con fragmentos de, entre otras, «El viaje a la luna», «El reino de las hadas», «El melómano», «Carabusse», y, de paso, «El hombre mosca», con Harold Lloyd, y «La llegada del tren a La Ciotat», que encuadrada en 3D nos hace entender un poco la sensación que habrán tenido los primeros espectadores del cine (eso que la vieron en pantalla plana, sin colores ni sonido). La película luce una estética digital moderna, el autómata tiene una forma inverosímil para la época, lo de Mélies va en versión libre, etc., pero igual es un lindo homenaje al cine primitivo, y a tantas personas brillantes que terminan olvidadas. Para ellas también es este cuento desparejo pero muy agradable donde, para mayor placer, las generaciones se unen, la gente es agradecida, y nadie es tan malo como parece, ni siquiera el inspector que persigue al huerfanito. Todos en tren al Oscar. Postdata para interesados. Mélies, máximo productor y artista en 1903, quebró y se redujo a simple kioskero en 1923. Allí lo descubrió en 1928 León Druhot, director de «Cine-Journal». Le armaron un homenaje en la gran sala Pleyel, Louis Lumiere le dio la Legión de Honor, etc, y en 1932 lo llevaron con esposa y nieta al asilo de artistas de Orly. Cuando murió en 1938 había vuelto a ser olvidado. Dos cortos evocan esa época silenciosa en Montparnasse: «El gran Mélies», de Georges Franju, que iba a visitarlo al asilo, y «Pamplinas», de Javier Garrido, Argentina, que culmina diciendo «Entre 1896 y 1913 hizo cerca de 500 maravillas. Después se puso un kiosco». Qué tanta lástima.
Demiurgo Scorsese ¿Por dónde empezar cuando se tiene poco tiempo, mucho para decir y una sensación de incapacidad para describirlo todo? Empezar diciendo que no tuve la suerte de ver La Invención de Hugo Cabret en 3D (aún, porque pienso hacerlo), sería una aclaración válida dado que en este caso no se trata sólo de la utilización de un efecto con el propósito único del entretenimiento, sino que es parte funcional del discurso completo de la obra.
EL ESLABÓN PERDIDO El testamento cinematográfico de Scorsese llega justo a tiempo, pero sus intérpretes y destinarios hace rato que han dejado de ser inocentes. Martin Scorsese nos tenía acostumbrados a una cinefilia escrita con sangre. ¿Qué ha sucedido, entonces, con esta nueva película? Se dirá que la vejez, una vez más, ha suavizado al autor más genial de su generación en su país. ¿Cómo es posible que de la misantropía de Taxi Driver se culmine en este cuento de cine adocenado y sentimental? Tal vez peor: Scorsese se ha spielbergizado y ha cedido, dócilmente, a esa ternura demasiado humana que sólo garantizan los alienígenas; La invención de Hugo Cabret sería su ET, en sintonía perfecta con el corazón del cine norteamericano: el encuentro con el padre o, más bien, su ausencia y la concomitante desesperación para el héroe de ocasión, un huérfano universal. Nada más alejado de la realidad. Basada en una novela gráfica para niños de Brian Selznick, con título homónimo al de la película en su versión castellana, La invención de Hugo Cabret centra su relato en una obsesión temprana: Hugo Cabret es un niño y su padre ha muerto misteriosamente; juntos intentaban reparar un autómata, una pieza mecánica con figura de hombre y que en este caso particular podría llegar a escribir. Tal vez un mensaje tardío de su padre se revele si logra hacer funcionar al autómata; la esperanza mecanicista de Hugo tiene un objetivo preciso: conjurar el desamparo. Destinado a vivir con su tío, encargado de los relojes de la estación de tren parisina de Montparnasse, el alcoholismo de su único pariente, siempre ausente, lo empuja a hacerse cargo del tiempo y a ser su propio tutor. No es fácil porque el guardia de la estación, con su dóberman, equipara a los expósitos con ladrones. Sin hogar, el reformatorio es un destino; son otros tiempos: 1929 A Hugo le gusta espiar. La estación es un cosmos miniaturizado y desde atrás de los inmensos relojes de la estación observa a los transeúntes, y en especial a un viejo llamado George, dueño de una juguetería y con un semblante adusto. Hay un hilo secreto y contingente que vincula al niño con ese viejo amargado, el olvidado George Méliès, el primer gran director de cine, inventor de formas, acaso el eslabón perdido entre el primer impulso cinematográfico, casi científico, de registrar el mundo y la industria del relato en imágenes y sonidos. En ese cruce vital entre Hugo y George, Scorsese firma (y filma) su legado. En primer lugar, dosifica su erudición y sintetiza una historia del cine para todo público. Ver las dos primeras películas de los Lumière, a Harry Lloyd colgado de un reloj en El hombre mosca, a Keaton y Chaplin, entre otros, y algunas secuencias, a veces recreadas, de filmes de Méliès, en especial Viaje a la luna, constituye una doble advertencia: el cine tiene una historia y las películas (incluso en la era digital) pueden morir, perderse y quedar en el olvido, como las del propio Méliès. Se trata de una política de la memoria: restaurar y conservar para poder fijar la materia cinematográfica y saber que el cine tiene una genealogía, una historia, una escritura, un principio. En este sentido, además, Scorsese señala la relación, siempre problemática, entre el cine y la literatura. Que la nieta de Méliès ame los libros (y jamás haya ido al cine) no es un dato trivial. La clienta predilecta de la librería de la estación, administrada por el sabio Monsieur Labisse (Christopher Lee), tiene asignada una misión insustituible: señalar el instinto narrativo, esa habilidad evolutiva de la especie que consiste en fabricar relatos y exorcizar con esto la naturaleza muerta del instante y su repetición. Esa fascinación por las máquinas (aquí el tren), los autómatas y el cine, que dan cuenta de un universo sin espíritus, es decir el asentimiento cabal y lúcido frente a una cosmología mecanicista infranqueable, encuentra en el cine un modo de resistir el costado sombrío de ese paradigma en sus propios términos. La fábrica de sueños, la emancipación de la imaginación que lleva a poner en escena un viaje a la luna o a escalar un edificio vestido de oficinista, la obstinación por contar historias de todo tipo en un par de horas, es una estrategia de disimulo (y un acto de creación ligado a la mecánica): existe una falla y debemos repararla, y lo que se sugiere aquí es que el cine es un noble y gran embuste con el que corregimos a medias un desperfecto mecánico entre nosotros y todo lo que nos rodea. De allí la relación de Méliès con la magia, lo que Scorsese incluye en un segmento clave en el que se repasa a través de un flashback didáctico cómo el mago se convirtió en cineasta. Y una hipótesis más se tendrá en cuenta: la relación de los mecanismos de la psiquis y el trabajo onírico como reparación de la trama simbólica ligados casi naturalmente a los mecanismos del cine. Dos secuencias oníricas, ejemplos elegantes de puesta en abismo, se construyen a partir de un posible choque entre la máquina y un cuerpo o, directamente, el cuerpo que deviene en máquina. Tal vez el antecedente de La invención de Hugo Cabret habría que buscarlo en Kundun, su biopic sobre el Dalai Lama, y uno de sus filmes más menospreciados. Aquel film no era en 3D, pero, sin duda, el formalismo de Scorsese, intentando, entre otras cosas, imitar la percepción budista del mundo, se desplegaba en varias direcciones insólitas; además, aunque no lo parezca el Dalai Lama era un cinéfilo y amaba las películas mudas. Pero hay algo aquí que no se debe desdeñar. Más que nunca, el medio es el mensaje. ¿Por qué en 3D? Sin duda, porque el imperativo de la industria, que olvidó hace más de medio siglo a Méliès, obliga al cine estereoscópico digital, y los cineastas acatan sin pensar en la forma, resolviéndolo todo a golpes de efectos. Scorsese responde a esto de varias maneras. El primer plano de un dóberman y la subjetiva del perro corriendo por la estación son modalidades ingeniosas para estimular el goce de la percepción, al igual que el lento movimiento del rostro de Sacha Baron Cohen literalmente saliendo de la pantalla para posicionarse casi frente a nosotros (una dimensión conocida del dispositivo, pero aún explorada con pereza). Scorsese parece comportarse como sus colegas, pero no del todo: piensa la técnica y la conquista en su propia lengua, más bien pronuncia un dialecto. Así como Wenders descubría, en su sobrevaluada Pina, cómo dar cuenta del volumen del cuerpo humano en movimiento al ras del piso, Scorsese identifica una modalidad de registro del rostro de los hombres. Hay algo novedoso en cómo Scorsese mide la distancia para encuadrar a sus intérpretes. El extenso travelling digitalizado del comienzo finaliza en el rostro de Hugo, y de allí en adelante los planos generales –a veces concebidos en picado (en la habitación de Méliès antes de abrir una caja prohibida atestada de recuerdos), o cenitales (en la librería)– y los primerísimos planos del rostro se van alternando. Se trata una vez más de un llamamiento al costado perceptivo del cine, o cómo el cine ha delineado y alterado nuestro modo de mirar. En ese vaivén Scorsese parece estar buscando algo y, sin que quede del todo explícito, una vez más supedita el medio a una forma. El modo como Scorsese concibe la profundidad de campo es aún menos evidente. En general, cuando el niño espía la vida de la estación se pone en juego la extensión del espacio. Esta dimensión clave y potencial en el uso del 3D adquiere mayor protagonismo cuando Scorsese recrea algunas escenas de Méliès, como si estuviera sugiriendo en esta yuxtaposición que el secreto del dispositivo consiste no tanto en la gloria mecánica de la técnica sino en cómo se traduce en un lenguaje específico. Es que los antepasados, los Méliès, los Renoir, los Ivens, ya filmaban en 3D, y de eso se trata: establecer un lazo entre el pasado del cine y su devenir digital estereoscópico. Por otro lado, nosotros, los espectadores que ya no esperamos sorpresas frente a la pantalla (bastó uno o dos años para que el 3D se naturalizara), gracias al 3D quedamos sorprendidos de cómo nuestros ancestros, no mucho tiempo atrás, se asustaban frente a un tren que parecía venirles encima. La famosa secuencia del tren llegando a la estación de Ciotat de la segunda película de los hermanos Lumiére, que en el filme se incluye como escena fundacional y mítica en el momento que sucede por primera vez y los espectadores se asustan, al verla (y vivirla) en tres dimensiones, de algún modo nos permite debilitar la brecha entre un espectador pretérito que ya no existe y un espectador consumado, nosotros, que ni siquiera reacciona plenamente frente a los objetos y sujetos que se escapan de la pantalla. A riesgo de ser confundido con un cineasta académico y sensiblero, Scorsese apuesta todo. Filmar el asombro, una experiencia ya desaparecida frente a las imágenes, es casi imposible. Pero no del todo: La invención de Hugo Cabret es la proeza de invocar la prístina experiencia de mirar en una pantalla el mundo en movimiento.
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Por amor al cine Paris 1920/30 – Hugo Cabret es un niño que luego de la muerte de su padre es llevado por su tío a vivir en los techos de la estación de Paris y trabaja sin que nadie lo sepa, ya que su tío lo abandono ahí, manteniendo en hora y en funcionamiento los relojes. Se alimenta de lo que puede robar y su gran pasión es tratar e arreglar un autómata (robot de forma humana) en el que estaban trabajando con su padre cuando este falleció. Cuando quiere robar un juguete a cuerda para conseguir piezas para su autómata, e atrapado por el dueño de la tienda que lo leva a trabajar con él. El niño no imaginará que quien le dio el trabajo e ni más ni menos que uno de los pioneros del cine de todos los tiempos : George Méliès. Se podría contar mucho más de este film pero muchas veces las palabras no alcanzan para describir la belleza, la nostalgia y el, sentido homenaje al cine que logró Martín Scorsese con este film. “La invención de Hugo Cabret” es mucho más que una simple fábula de homenaje, es todo eso llevado a lo esencial del cine : el hacer sentir y extasiarse con las imágenes. Scorsese logra, como lo hiciera Winders en “Pina”, darle un sentido artístico al 3D llevándolo a cumplir con su cometido : un desarrollo técnico para acompañar y exaltar lo artistico visual y creativo. De ser posible, la belleza y la creatividad de un artista. Esto también lo logra Scorsese. Pero el director cuenta a su vez con un elenco sin fisuras donde todos y cada uno de ellos realizan actuaciones fantásticas. Igualmente uno no deja de sorprenderse que al ser “La invención de Hugo Cabret” la película más nominada para los próximos premios Oscar (11 nominaciones : Película, Director, Guión Adaptado, Dirección de Arte, Fotografía, Vestuario, Edición, Música Incidental, Edición de Sonido, Mezcla de Sonido y Efectos Especiales) se quedara afuera de esta lista Ben Kigskley quien en el papel de Georges Méliès logra uno de las mejores interpretaciones de los últimos tiempos. “La invención de Hugo Cabret” es para aquellos que se quieren sumar a este homenaje a los franceses que crearon el cine representados por el gran Georges Méliès. La invención de Hugo Cabret” es sin lugar a ninguna duda para todos aquellos que quieran apreciar la belleza artística del cine.
EL SENTIDO DEL CINE La invención de Hugo Cabret es un emocionante y bello film, en el cual el director Martin Scorsese expone sus temas y obsesiones personales a la vez que realiza una enorme y espectacular oda al cine y su importancia en nuestras vidas. El ser humano es una máquina imperfecta y su destino, un misterio. Es posible que la naturaleza sea sabia, pero desde la toma de conciencia acerca de su existencia, el ser humano está enfrentado a preguntas sin respuesta. Cada generación se enfrenta a los mismos conflictos y los vive como si fuera la primera en hacerlo. Lo cierto es que cada generación vive solo una vez y cada persona experimenta en soledad sus angustias existenciales. Esas máquinas imperfectas no lo son necesariamente desde su funcionamiento mecánico, sino desde sus fallas emocionales. Sus piezas faltantes, aquellas que parecen tener la respuesta para la pregunta acerca del sentido de nuestra existencia, pueden encontrarse en cualquier lado, pueden llegar desde los espacios más inesperados. De eso, en parte, trata La invención de Hugo Cabret. Hay películas que tienen un encanto irresistible. Películas cuyas historias nos conmueven y sus imágenes nos transportan. La invención de Hugo Cabret, de Martin Scorsese es una película luminosa, una de esas combinaciones que producen un efecto casi mágico. Su director, famoso por hacer film duros y violentos, es sin duda uno de los profesionales más prestigiosos y probados del cine contemporáneo. Scorsese se ha lucido con obras maestras como Taxi Driver, Toro salvaje, El rey de la comedia y Buenos muchachos. Y llegó a ganar un postergado Oscar por Los infiltrados, a mediados de la década pasada. Scorsese renuncia aquí a toda la violencia que caracteriza su cine pero no a sus temas favoritos. El encanto de la película consiste en la genuina inspiración que el tema principal le produce al director. Hugo, tal es el título original del film, cuenta la historia de un niño huérfano que vive en la torre de una estación de tren en Paris. Sin que nadie sepa que él es quien hace que el reloj de la estación se mantenga en funcionamiento. Los tiempos de los demás están regidos secretamente por el niño. Pero hay algo que lo obsesiona: un autómata que su padre ha dejado a medio reparar y que el pequeño Hugo desea volver a poner en funcionamiento. El está convencido de que cuando el autómata funcione, será capaz de transmitir un mensaje de su padre muerto. Pero la máquina no funciona, hay una llave que Hugo no posee, y sin ella toda la maravilla del autómata no logrará jamás desplegarse. (A partir de este momento se adelantarán elementos de la trama de la película) La pregunta es cuál de los personajes de la historia es aquel con el que Martin Scorsese se identifica más. Hay varios, muchos, más allá del protagonista. Lo cierto es que todo gira en torno a la vocación, a la pasión que anima a las personas hacia alguna tarea en particular. Hugo busca en ese autómata una respuesta, él busca una respuesta, la respuesta será, para los personajes principales de Hugo, el cine. Pero no es necesario ser cinéfilo para entender que en la vocación de las personas muchas veces suele hallarse el sentido de su existencia. ¿Es Hugo Cabret el alter ego del director? También podría ser René Tabard, el cinéfilo historiador, admirador incondicional de Georges Meliés. Y el propio Méliès es un personaje scorsesiano por excelencia. Un visionario incomprendido, un apasionado y lúcido hombre adelantado a su tiempo, un carácter muchas veces retratado en el cine de Scorsese. O tal vez es Isabelle, quien parece destinada a ser quien cuenta la historia de todos, como el propio director de la película. Es cierto que el film es un homenaje al pionero más entrañable de la historia del cine, pero más que un homenaje esto es un excusa a través de la cual el director nos dice cómo el cine –o cualquier otra cosa que nos apasione- es la llave que termina abriendo las puertas de nuestra esencia. Ese corazón que finalmente nos explica quiénes somos y para qué hemos venido al mundo. No es tampoco un recorrido histórico sobre la carrera del director de Viaje a la luna (1902) ya que las licencias poéticas que la película necesariamente se toma la alejan de cualquier recorrido riguroso acerca de su verdadera carrera. Para muchas personas, Scorsese entre ellas, el cine es el medio a través del cual uno puede hacerse las preguntas sobre la existencia y ensayar respuestas incompletas, que nos ayudan a sobrellevar nuestras angustias. Esa máquina fría –la cámara, el autómata, el cine- tiene la capacidad de expresar todos nuestros sentimientos, nuestras ambiciones, a la vez que nos deslumbra, nos abre el apetito por la aventura e incrementa nuestro gusto por la belleza. Belleza, aventura, emoción, ideas, todo lo que el cine ha sabido darnos desde sus comienzos. El cine ha sido para muchos de nosotros un espacio de revelaciones. Un lugar donde nos hemos visto reflejados, donde aprendimos a explorarnos. Cada nueva película, cada nueva escena, podría ser la que tenga esa respuesta aún no hallada, la llave de aquello que todavía no hemos podido abrir. Scorsese nos brinda un regalo más: además de sus temas, la película tiene la inocencia de quien descubre el mundo. Un director veterano nos lleva al corazón del cine y nos hace vivir la historia con ojos inocentes, ansiosos por ver. Eso la hace emocionante y entretenida, además de todo lo ya dicho. El despliegue visual de Hugo es deslumbrante y arrebatador. Incluso el uso del 3D es el más notable visto hasta la fecha. La película no solo explora el sentido de la existencia y del cine mismo, sino que además es en sí misma una experiencia inolvidable.
LA INVENCIÓN DE HUGO CABRET Martin Scorsese tuvo que esperar 26 años, desde sus primeras nominaciones a “El toro salvaje”, para que una película suya ganara los Oscars a la mejor película y director. Fue en el año 2007 en que “Los infiltrados” recibió esos premios así como dos estatuillas más, sobre un total de cinco posibles. Apenas cuatro años antes, “Pandillas de Nueva York” tuvo once nominaciones y se fue con las manos vacías, algo que pocas veces había ocurrido previamente (caso prácticamente idéntico fue el de Spielberg con “El color púrpura”). Luego de cinco años de ausencia vuelve a la contienda nuevamente con once nominaciones, una más que su más próximo rival (“The Artist”) y todo parece indicar que entre ambas producciones se llevarán un porcentaje importante de los galardones otorgados por la Academia. “La invención de Hugo Cabret” (“Hugo”) tiene suficientes atributos y guiños cinéfilos que permiten asignarle chances de ser la vencedora el domingo 26 de febrero. Y sin embargo, la historia y la suerte algo esquiva de su director plantean razonables dudas a la hora de las predicciones. Es muy curioso que las historias de las dos producciones estén ambientadas en épocas similares (segunda mitad de la década del ’20 y principios de los ’30), pero mucho más que ambas aludan a la era del cine mudo. No terminan allí las coincidencias ya que a modo de espejo mientras que “The Artist” es un film mayoritariamente francés pero filmado en Hollywood, la de Scorsese es una producción norteamericana pero que transcurre en Francia (Paris) y con reparto mayoritariamente europeo (en este caso inglés). Hay mezcla de ficción y realidad en “Hugo” y todo indica que el personaje central, un huérfano que vive en una estación de tren de Paris (se trata de Montparnasse, aunque cuánto se parece a la Gare du Nord!) sería producto de la imaginación de Brian Selznick, autor de la novela. Hugo Cabret, una excelente actuación del joven actor inglés Asa Butterfield (“El niño con el pijama de rayas”), recala allí cuando su padre (Jude Law, casi un cameo) muere. Es llevado a la estación por su alcohólico tío Claude (Ray Winstone, otro actor inglés a quien Scorsese ya había dirigido en “Los infiltrados”), responsable de que los relojes de la estación estén siempre en funcionamiento y en hora. Aparece entonces en escena otro personaje central a la historia, el inspector de policía que junto a su temible y voluminoso perro es el guardián del orden dentro de la Terminal ferroviaria. Sacha Baron Cohen, recordable en “Borat” y en la finalmente no estrenada y aún más zafada “Brüno”, compone a esta temible figura con una pierna mecánica articulada cuyo mayor placer parece ser atrapar niños sin familia para enviarlos a un orfanato. Lo que no sospecha es quien ahora “da cuerda a los relojes” ya no es el tío Claude, que murió al borde del Sena, sino su escurridizo sobrino. Pero, la historia sufre un giro importante cuando irrumpe en escena otro personaje, éste real y que hoy aún es reconocido en Francia y en el mundo como “el que llevó la magia al cine”. Nos referimos a Georges Méliès, que estuvo presenciando la función inaugural de los hermanos Lumière y que luego dirigió muchos cortometrajes, con la incorporación de historias y los primeros trucos del cine. “El viaje a la luna” es quizás su obra más popular y algunas escenas aparecen en “Hugo”, así como la recreación de su filmación. Es una pena que el inglés Ben Kingsley, que ya había ganado el Oscar por “Gandhi”, no haya sido seleccionado esta vez como actor de reparto. Al personaje de Méliès lo encarna en la época posterior a su fracaso en cine (y antes de su redescubrimiento) cuando realmente tenía un quiosco de golosinas y juguetes en la estación de tren. Su destino se cruza con Hugo, que intenta cobijarse del asedio de la policía. Al principio lo rechaza pero pronto se interesa por la capacidad inventiva del niño, quien había heredado de su padre un muñeco mecánico (“autómata”) que tendrá un rol decisivo hacia el final de la película. Hay aún otro personaje interesante tanto por lo que representa al ser un experto en libros, como por quien lo interpreta. Nos referimos a un señor actor (otro inglés más) que el 27 de mayo próximo cumplirá 90 años y que está más activo que nunca. Lejano está el tiempo en que personificaba a Frankenstein o a Drácula (una decena de películas). Christopher Lee, en la década pasada, estuvo en grandes producciones (“El señor de los anillos”; “Star Wars”) e incluso en “Charlie y la fábrica de chocolates”. Se recuerda su paso por el Festival de Cannes hace algunos años y la generosa atención que prestaba a miles de fans que lo querían saludar o le pedían firmara un autógrafo. Un mínimo reparo a la película podría ser la vinculación que tendrá el policía (Baron Cohen) con la joven Emily Mortimer (“La isla siniestra”) en la segunda mitad del film, pero es apenas una pequeña concesión a una historia llena de logros. Por último cabe señalar que para los cinéfilos, ésta es su película con imágenes de films clásicos de Buster Keaton, Douglas Fairbanks o Chaplin. Y también de Harold Lloyd, colgado de la inmensa manecilla de un reloj, una situación que en la historia de Hugo tendrá su réplica. Se verá tanto en 3D como en 2D y si bien es preferible la primera opción, ambas se disfrutan. Publicado en Leedor el 7-02-2012
Me cuesta ver entre tanta “lata escenográfica, tanta fotografía de época y tanta actuacion telenovelesca aquela sutileza que parecía inextinguible y que Scorsese mostraba en la fínisima A leter to Elia, con su aproximación al cine de Elia Kazan ,o ese otro sincero documental, analítico y deconstructivamente sensible que era A Personal Journey with Martin Scorsese Through American Movies. en el que se entraba con placer a la revision personal y cinéfila del cine norteamericano de todas las épocas. Scorsese está en el Olimpo de la historia del cine, muchas pelíclas lo comprueban: Quién golpea la puerta, Taxi driver, Toro salvaje, Buenos Muchachos, Casino o la misma un poco más discutida Isla Siniestra. La pertenencia a este Olimpo cinéfilo es sustentado además por una militancia del rescate del cine antiguo, la conservación de films de la época muda y sonora, su consecuente restauración a traves de la Film Foundation. Insisto, me cuesta ver en esta megaproducción portentosa que levanta polvareda por su multinominación a los Oscar y que le permite a Scorsese coquetear con el 3D, la sutileza, aún la potencia que lo caracteriza. Es tanta la obviedad de las escenas, la previsibilidad de los diálogos y las reacciones de sus personajes, los gestos que encadenan la operación causaefecto del montaje narrativo hollywoodense que toda la belleza de la profundidad de campo o de los planos secuencias, de estética excesivamente digital, quedan como funcionales a esta historia edulcorada demasiado maniatada al punto de vista de un niño no tan niño, y no tan inocente. Un niño en busca del secreto de su padre muerto, para lograr hacer funcionar a un autómata al que le falta una pieza del mecanismo. Esto lo lleva, en la Estación Montparnasse de la década del 20´a conocer a un hombre que finalmente le abrirá un mundo de ensueños. Ese hombre resulta ser Georges Meliés, el mago, el primero que explota las posibilidades de la ficción en el cine, el francés que fue arruinado por las políticas de distribución de empresas norteamericanas como la de Edison que exhibían su material sin regalías, para el francés, claro Scorsese en Hugo es Hollywood, y aún cuando Melies no lo era en el 1900 en pleno apogeo de su imaginario, aquí es vilmente fagocitado por la necesaria explicación de su decadencia tras la Primera Guerra Mundial, la celebrada reaparición de sus películas en el homenaje de los últimos momentos de Hugo. El cine fue sólo negocio durante mucho tiempo, y olvidó el rescate esencial de las películas del pasado, durante por lo menos 80 años, aún cuando las cinematecas o los archivos existen desde los 30. Cuando la película se concentra en este tema, no pierde de vista al niño que nos hace entrar en con su mirada esa operación de rescate. Hacia el final el punto de vista narrativo de la niña que comienza a relatar la historia dispersa, confunde pero a esta altura todo terminó. En este mundo de porcentajes, la película que en Argentina se llama La invencion de Hugo Cabret roza el 100% del gusto de muchos críticos en EEUU relevados por rotten tomatoes, seguramente Todaslascriticas, nuestra version vernacula de los tomates repite esa temperatura. El espectáculo y la grandilocuencia del 3D se comió el arte de Scorsese mostrándolo como el director más obvio del mundo. Pero como la ilusión sigue funcionando, para algunos eso está más que bien. Publicado en Leedor el 10-02-2012
Más nostalgia que invención Hay en esta nuevo largometraje de Martin Scorsese (1942, New York, EEUU) un claro propósito de volver la mirada a los comienzos del cine –rescatando el recuerdo de las sensaciones que provocaban las primeras proyecciones y el empeño creativo de sus pioneros– conectándolos, en cierto modo, con el cine contemporáneo. Los sobresaltos de los espectadores ante el acercamiento del tren registrado por los Lumière se repiten con otro tren, que parece echarse ahora encima gracias al 3D, y lo mismo ocurre con el vértigo que debe haber experimentado el público del cine mudo al ver a Harold Lloyd colgando de las cuerdas de un reloj en los altos de un edificio, o la sorpresa ante la graciosa luna de Georges Méliès: ambos vuelven a cobrar fuerza, un siglo después, gracias a los progresos tecnológicos actuales. Acoplando el pasado con el presente, Scorsese pareciera estar uniendo dos puntas, aunque hay, también, otros guiños igualmente disfrutables, como cuando el niño protagonista hojea con su amiga un libro sobre la historia del cine y aparecen fugazmente fragmentos de antiguas películas. Esos momentos, que pueden parecer triviales señas para iniciados, permiten apreciar porciones del cine mudo en condiciones ideales, agregándose referencias a las consecuencias de la indiferencia en la preservación del material audiovisual, todo lo cual no es extraño teniendo en cuenta que Scorsese, además de ser un inquieto cinéfilo, lidera la World Cinema Foundation, destinada a ese fin. Para plasmar estas reflexiones y evocaciones, el director-productor se valió de una novela gráfica de Brian Selznick, sobre un chico huérfano llamado Hugo Cabret, que se oculta en una estación de trenes en la París de los años ’30 y que, de manera fortuita, descubre que un hosco comerciante resulta ser un cineasta olvidado. Los primeros tramos del film no se separan del pequeño Hugo, injustamente maltratado por casi todos, moviéndose en ámbitos cargados de relojes, muñecos, juguetes antiguos, pequeños objetos, puestos de flores, calles nevadas y personajes pintorescos, adoptando una estética que parece cruzar a Oliver Twist con Amélie. Un poco como ocurre en Las aventuras de Tintín, la meticulosidad de la dirección artística y el exceso de detalles llevan al espectador a la sensación de estar frente a una mesa repleta de manjares que cambia cada cinco segundos, sin saber cómo hacer para aprovecharlos sin perderse ninguno. El refinamiento con el que Scorsese despliega tantas piezas trae el recuerdo de La edad de la inocencia (1993), aunque en algunas de sus películas más recientes, como El aviador (2004) o La isla siniestra (2010), exhibía, de la misma manera, una puesta en escena cargada de pormenores. Afortunadamente, en La invención de Hugo Cabret no hay abuso de travellings aéreos ni de escapes a toda velocidad, aunque hubiera sido deseable evitar la frialdad de algunas reconstrucciones, la omnipresencia de la música y un final en el que todos (incluyendo el policía maltratador de niños) quedan cubiertos por un manto de nobleza. El film se presenta con la exquisitez de un antiguo libro de cuentos ilustrado, luciendo mejor como homenaje que como relato. No es esto lo que más puede discutírsele, sin embargo: si declara su amor a los comienzos del cine, cuando todo era original, creativo y audaz, cabe preguntarse por qué Scorsese lo hace recurriendo a una historia tan tradicional, casi didáctica. Las herramientas que utiliza pueden ser equivalentes a las que empleaba en su tiempo Méliès para sorprender a los espectadores, pero sin el espíritu libre, lúdico, intuitivo, del ilusionista francés. Se diría que su admiración por Méliès lo lleva a recrear la existencia de aquél haciéndola popular y seductora, pero no a tomarlo como ejemplo y aportar algo nuevo. Ilustrar con encanto una buena historia es meritorio, pero más lo hubiera sido servirse de las enseñanzas del biografiado para lanzarse con menos cálculo al riesgo y la aventura.
Anexo de crítica: -La película de Scorsese es una historia del cine y de sus comienzos contada con el deslumbramiento de un niño, que lejos de enquistarse en la cinefilia que lo caracteriza, une en un relato artesanal y maravilloso la experiencia de ver cine con la insuperable vocación de hacer cine y es por ese motivo que las ventajas de la tercera dimensión ensanchan la ventana por dónde mirar pero al mismo tiempo nos retrotrae en un viaje por el tiempo a aquel momento de la primera vez que estuvimos frente a algo único e inimaginable: un sueño en celuloide dentro de otro sueño que, una vez encendidas las luces de la sala, se acaba.-
Decir que una película resulta “infantil” es ambiguo: tanto puede aplicarse a un film pueril como a uno pensado para un público de menos de 12 años. “Hugo” es un film de la primera categoría basado en un libro de la segunda, que confunde ambas cosas. Martin Scorsese, autoconvertido en guardián de la Historia (canónica, incuestionable, broncínea) del cine, toma como excusa una fábula un poco dickensiana ambientada en París -un París de fantasía que de todas formas, con calzador, homenajea a la Nouvelle Vague- y con secuencias diseñadas solo para el despliegue 3D, con una visión acartonada y sentimentaloide (porque no es sentimental, solo se le aproxima) de los orígenes del cine. Esta combinación de cuento para chicos -con todos sus estereotipos, con lo peor de Disney en “carne y hueso”- y documental para escuelas sobre el Séptimo Arte, tiene como defecto sustancial una solemnidad enorme, incluso en sus pretendidos momentos cómicos. Raro, porque Scorsese -hizo “El rey de la comedia”, hizo “Después de hora”- sabe de obsesiones y de comicidad cruel. Film fúnebre -el cine es algo así como una pieza de museo que sólo se justifica en la fantasía, el cine es un refugio aparte del mundo que no celebra nada de la vida real, atroz e insoportable- cierra con coherencia la carrera hasta aquí de un cineasta más preocupado en conservar el arte que ama, que en mostrar el mundo -incluso a través de la metáfora- en que vive.
Magia en estado puro El gran Martin Scorsese nos tiene acostumbrados a un cine polémico, casi siempre violento y descarnado, pero nunca intrascendente. Sin embargo, con "La invención de Hugo Cabret" nos regala una clase magistral de cine familiar, repleto de ternura, magia, melancolía y belleza sin tiempo. La película, que consiguió 11 nominaciones al Oscar, es en rigor un sentido homenaje a George Méliès, precursor del cine como espectáculo. Aunque, por extensión, también rinde un tributo al arte en general y sobre todo a la literatura. De hecho no hay una sola escena en la que no haya alguna referencia explícita a los orígenes de leyenda que tiene Hollywood o a las obras de escritores como Julio Verne. Hugo, un huérfano que vive oculto de la Policía, pasa sus días mirando como un voyeur lo que sucede en la estación central de París de la primera mitad del siglo XX. Allí busca engranajes que lo ayuden a reparar un complejo robot "autómata" que su padre relojero no llegó a componer antes de morir. Atormentado por la pérdida de su progenitor y perseguido por el guardián de la estación, el pequeño busca desesperadamente encajar en el engranaje de la vida y supone que la respuesta está en el autómata. Es en esa París de ensueño -en la que los niños huérfanos son tratados como delincuentes juveniles- donde Hugo se encontrará con Papá George, un juguetero de la estación de tren que esconde un secreto de su pasado ligado al cine. Con una narración impecable, una banda sonora perfecta -enorme Howard Shore-, una fotografía deliciosa y un montaje a veces difícil de creer por su planificación, Scorsese nos entrega dos horas de magia en estado puro en las que, entre otras cosas, podemos deslumbrarnos ante el mejor homenaje jamás rodado de la llegada del tren a la estación de la villa de Ciotat o con un increíble paseo por los tiempos de Méliès de la mano del arrebatador Ben Kingsley. Por momentos la película recuerda levemente a "Cinema Paradiso", el filme de Giuseppe Tornatore que también rindió un nostágico e inolvidable tributo al cine. Sobre todo cuando aparecen algunas escenas de filmes de Chaplin o del mismísimo Méliès. Es en estos momentos cuando la historia adquiere ribetes de antología y la fantasía comienza a fluir a borbotones, como si se tratara de un río incontrolable. Un devenir incesante de la imaginación en el que hay algunos clichés, como los personajes de la estación (los viejos enamorados, la florista, el guarda) o escenas previsibles (como el momento en el que Hugo casi es arrollado por un tren). Sin embargo, semejantes deslices no alcanzan a opacar el inmenso brillo de esta película. Eso sí, uno se queda con las ganas de ver más al mítico Christopher Lee, en el rol del bibliotecario misterioso que ayuda a desplegar la fantasía de Hugo. Al final, el mensaje es claro y contundente: toda vida tiene un propósito. Y, por eso, tenemos que animarnos a vivir nuestros sueños. Mención aparte merece el formato en 3D, herramienta ya prácticamente desvirtuada por su abuso comercial pero que en esta película está puesta al servicio de la fantasía. Tremendo regalo. Y una recomendación: se trata de una película familiar, pero son los adultos los que mejor podrán disfrutar de toda su exquisitez.
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Anexo de crítica: -Hermoso homenaje al cine y a sus pioneros. Scorsese contagia su cinefilia en esta historia que narra los últimos años de la vida del gran George Méliès (mago, director, actor, narrador y creador del trucaje cinematográfico). Aunque el relato está articulado a partir de un personaje ficticio, Hugo Cabret, la representación de los hechos vinculados a la vida de Méliès (aunque relativamente edulcorados) guardan una muy digna fidelidad. El film presenta, como es habitual en el realizador, una serie notable de homenajes a la historia del cine, con bellísimas imágenes recreadas por Scorsese, entre las que destaca la representación del célebre estudio de vidrio de Méliès.-
Hugo Cabret tiene 12 años y es huérfano. Vive en unos cuartos olvidados en una estación de tren de París, y, fiel al oficio de su familia paterna, es quien se encarga de mantener a los relojes de la estación funcionando. Su discreta existencia es descubierta por un viejito del puesto de reparación de juguetes, a quien hace tiempo que Hugo viene robando. Cuando lo detiene, el señor le pide que le entregue todo lo que tiene en los bolsillos: para su sorpresa, piezas metálicas y engranajes. Y en el otro bolsillo, una libretita con dibujos, esquemas e indicaciones, que parecen trastornar al hombre, que no se la devuelve, a pesar de los ruegos del chico. En su afán por recuperar esa libreta, Hugo (Asa Butterfield) se hace amigo de la ahijada del viejo, Isabelle, junto a quien descubrirá que ese ser arisco y amargado es, nada más y nada menos, que el “cinemago” Georges Méliès. La película, adaptación de la novela homónima de Brian Selznik, nos muestra el camino de Hugo para recuperar ese objeto que es más que una libreta, es la llave al funcionamiento del “autómata”, el artefacto que estaban intentando reparar con su padre, cuando éste murió. Hugo entonces, se aferra al ser metálico como lo último que tiene de una familia de verdad. Las peripecias incluyen enseñarle a Isabelle de qué se trata el cine (su padrino ha cuidado mucho que ella no viera jamás una película), y la “reparación” de Méliès, a quien Hugo considera otra máquina rota, porque “no hace lo que se supone que tiene que hacer”. Hay una secuencia maravillosa en la película, cuando Hugo e Isabelle van a la biblioteca de la Academia de Cine, y, asesorados por el librero de la estación (Christopher Lee), encuentran un libro sobre la historia de la industria. Aquí Scorsese se preocupó no sólo de mostrarnos las fotos de las películas nombradas, sino de editarlas para que podamos ver la entrada del tren a la estación en la pantalla grande, como en 1895. En un compilado que me recordó al de los besos prohibidos de Cinema Paradiso, se ven películas, actores, escenas desde los comienzos del cine hasta ese momento (fines de los años ’20, principios de los ‘30). Algunas de esas escenas serán “revividas” por Hugo en distintas situaciones, reales u oníricas (también remitiendo a Méliés: “si te preguntás de dónde salen tus sueños, bueno, yo los fabrico”). Tal vez las elegidas sean algunas de las más obvias, entiendo que tal vez haya sido a propósito para no dejar afuera al público no experto en cine. La intención, entonces, es clara: homenajear a la invención del cine, a través de los últimos años de uno de sus pioneros, George Méliès (interpretado por Ben Kingsley). La historia está basada en la vida real del cineasta, y sus invenciones, con la excusa de la aparición de Hugo como hilo narrativo. La película remite a la presencia del cine en la vida. Desde su privilegiada ubicación en lo alto de la torre del reloj de la estación, Hugo observa todo lo que sucede abajo como si fueran películas. Películas mudas, claro. En las que a veces se suceden gags como en las comedias de slapsticks. Y donde también a veces, ocurren los finales felices. El aspecto más maravilloso para encuadrar esta historia es la dirección de arte (a cargo de Dante Ferreti). Como en Pandillas de Nueva York, Martin Scorsese eligió para la ambientación de una ciudad en el pasado una paleta de colores especial. Sobresalen los ocres, marrones y dorados, y algo de azul oscuro y apagado, que por oposición destacan tan fuertemente el uniforme turquesa brillante del inspector de la estación (Sacha Baron Cohen), que hizo de la persecución de huérfanos, por ende de Hugo, la misión de su vida. Sin embargo a diferencia de Pandillas, donde el efecto era casi árido, de una ciudad apenas en principios de desarrollo, en esta ocasión, París queda irreal, ideal, bellísima. La representación histórica está más que cuidada, y muchos objetos (los juguetes del puesto, las cámaras de cine, los engranajes de los relojes) mostrados con tal delicadeza, que resultan en una gran belleza visual, que supo ser bien aprovechada en la versión 3D, una de las que mejor maneja el recurso, creando un increíble efecto de profundidad (no es tanto que los objetos salen hacia afuera, como se está viendo mucho, sino más bien es el espectador quien se introduce en la imagen). El punto flojo de la historia es que al principio parece como si le costara arrancar, la introducción se hace bastante lenta. Y luego, por momentos, se vuelve algo reiterativa: la reticencia del viejo, las corridas para escapar del Inspector, tal vez no era necesario prolongar tanto la película por ese lado. Creo que todos los que nos apasionamos con el cine salimos de la sala emocionados, no tanto por el relato en sí, sino por ese agregado que tiene como homenaje: las secuencias de películas viejas, los recuerdos de las hazañas de los pioneros, la expresión en el rostro de Isabelle cuando ve la primera película de su vida. Como tal vez fue la expresión de cada uno de nosotros, cuando alguien nos sentó en una sala oscura, con una maravillosa historia para ver, y, aún sin decirlo, nos abrió las puertas para comenzar a soñar.
Una maravillosa excusa ¿Se trata de las aventuras de Hugo, un niño huérfano en el París de los años 30, o de un homenaje a George Méliès, el pionero del cine fantástico? En el inicio, el filme se centra en la historia del chico, su relación con el padre muerto, con una máquina que busca reparar; luego, de su vida marginal en la torre del reloj de la estación de trenes y su vínculo con el misterioso dueño de una juguetería. La historia asoma entre romántica y emocionante. Pero luego se vuelve evidente que a Scorsese no le interesa tanto Hugo como Méliès, y la historia del pobre chico aparece como un mero pretexto para narrar en 3D y con la tecnología más avanzada la historia del director de los primeros tiempos del cine. Desde el aspecto de vista técnico, el filme es sobresaliente.
Scorsese corazón Sin haberse nunca especializado en cine de acción (seguramente Los infiltrados haya sido lo más cerca que estuvo del género), el cine de Martin Scorsese ha sido siempre un cine viril, físico, masculino. No obstante, hubo siempre una sensibilidad en sus películas: ya sea en la conflictiva relación de sus protagonistas con las mujeres como en la presencia explícita o tácita del cine como un soporte desde el cual proyectar el mundo (recordar cómo a partir de la cinefilia podía funcionar y expandir sus niveles un film como La isla siniestra). No sorprendo a nadie ya si digo que Scorsese es, para los norteamericanos, la figura principal en lo que tiene que ver con la conservación del cine histórico. Estudioso y obsesivo, se ha preocupado desde siempre por contribuir a que las nuevas generaciones sepan que hace mucho ya se contaban historias, se las filmaba, y que mucho de lo que hoy reluce como novedoso, se hizo antes, que todo es una enseñanza del pasado que se concibe en forma de loop constante. Y si uno está atento a esas cosas, no se sorprenderá tanto ante una película como La invención de Hugo Cabret que no parece, en la superficie, una película suya. Sin embargo, el film sí tiene elementos constitutivos de su cine y esta vez el homenaje al séptimo arte es por demás explícito en la figura de ese niño de 12 años, hijo de relojero y obsesionado con los dispositivos mecánicos, que logra conectarse con los orígenes de este arte. Cuando nos enteramos que Scorsese iba a filmar La invención de Hugo Cabret, todos quienes no teníamos idea del libro original de Brian Selznick nos preguntábamos qué demonios hacía el director de Toro salvaje involucrado en un film infantil, en 3D, con olor a cuentito navideño. Una posible respuesta era que el hombre ya se había dado todos los gustos y que quería probar algo nuevo, diferente. En parte, hay algo de eso, pero también cuando vamos descubriendo la información que se va abriendo progresivamente en el film, nos damos cuenta que muchos de los materiales que se contienen aquí dentro son parte de sus obsesiones. Claro que por tratarse de un cuento naif, hay elementos habituales que surgen excesivamente licuados: La invención de Hugo Cabret si bien se parece en parte por esa presencia omnisciente del tiempo y la ciudad a Después de hora, carece de maldad, cinismo o virulencia sardónica. El mal representado aquí es el del inspector de la estación de trenes donde el film se centra, interpretado por Sacha Baron Cohen, un perseguidor más zonzo que el Coyote, un malvado que oculta su corazón lo más que puede. Hay claro que sí un aire dickensiano, con el huérfano hostigado por las instituciones, pero eso no deja de ser una referencia intelectual desde la que Scorsese parte para ubicar al espectador conceptualmente. Los dos componentes extraños aquí, dijimos, en el marco de la filmografía de Scorsese, son lo infantil y el uso de una tecnología como el 3D. Aunque de lo primero, podríamos decir que más que lo infantil, lo que está presente de manera constante es lo naif, y esto se sostiene por una cuestión de concepto: el espíritu que campea, es el del cuento. Por eso la París que se ve a través de ventanas y en algunas callejuelas, es una París plástica, ficticia, como extraída de una fantasía. Es la París de Moulin Rouge! y de Ratatouille, y también un poco la de Amelie, aunque a diferencia de aquella tontería francesa aquí Scorsese es totalmente consciente de la distancia que hay entre lo cinematográfico/ficticio y lo real. Precisamente, esa es la materia que impulsa el film, y la que hace que ese final ultra feliz sea justificable. Al igual que en La isla siniestra, la presencia explícita de lo cinematográfico sirve para delimitar de alguna manera la frontera entre lo real y lo imaginario. Sin embargo en esta oportunidad esas diferencias se sostienen menos por una cuestión psicologista retorcida y oscura, y más como una forma de hacer transparente la anécdota de la película: cómo el arte sirve para mejorar la experiencia que es la vida. Y más aún: cómo el cine, específicamente, es un fenómeno técnico que tiene la capacidad de generar emociones, de imprimir de alguna manera lo humano. Pero para que todo esto se resignifique y se potencie, Scorsese tuvo que hacer uso de una tecnología como el 3D, a la que se acerca por primera vez. Como pocas veces, como siempre que la utiliza un tipo con una mirada autoral (James Cameron, Steven Spielberg), aquí lo técnico no es un capricho: que una película que conecta a sus personas con los orígenes del cine (por más que se haya dicho en muchos lados, prefiero mantener el misterio sobre qué es lo que pasa en la película) esté rodada en 3D, es un gesto mayúsculo. Que el que lo haya hecho sea Scorsese, un proteccionista del cine clásico y un director más cercano al cine de autor que al mainstream, es un gesto más grande aún. Esta técnica, anunciada como el futuro y, más en sorna, como la forma que encontraron los estudios para combatir la piratería y volver a llenar los cines, devuelve aquí la idea de sorpresa que alumbró a los fundadores ante el nacimiento de las imágenes en movimiento. Los chicos protagonistas de La invención de Hugo Cabret se sorprenden de la misma manera que lo hacemos nosotros ante el film. La sorpresa, no un valor artístico pero sí un estado emocional que denota cierta sensibilidad para emocionarse con estímulos simples, es algo humano, básico, que nos devuelve a nuestros orígenes, a nuestra propia infancia. Y eso, en pleno siglo ya-perdí-la-cuenta, es algo que debemos agradecerle a Scorsese. Más allá de cierto ritmo que tarda en convertirse en mecanismo de relojería (como sí lo es el film una vez que revela su secreto) y de unos personajes secundarios algo bobos que no suman y sólo demoran un poco la acción principal, La invención de Hugo Cabret puede no ser la mejor película de Scorsese, pero sí es una muy personal y particular. Es una obra que sorprende a la vez que abruma, pero no por su diseño de producción que es como una golosina para la vista, sino por cómo un director puede ser tan autoconsciente de su obra anterior y capaz de conceptualizar sus temas y deconstruirlos en cualquier territorio. Hasta su habitual cameo es aquí un plano muy pensado, reservándose el lugar de observador e impresor de la historia, de la leyenda. Puede que uno vea como demasiado egocéntrico ese lugar en el que se coloca Scorsese, pero si lo hace en el marco de una película tan querible como esta, poco es lo que uno puede decirle. La invención de Hugo Cabret tiene la extraña capacidad de ser académica y popular, de disparar quinientas referencias cinematográficas y literarias, pero siempre desde lo narrativo y desde el homenaje pleno y sincero. Una película con miles de pliegues y con un corazón enorme por las imágenes: protegiendo las viejas, imprimiendo las nuevas. Un corazón enorme y a cuerda, que no para de bombear ideas.
Harold Lloyd se aferra a las manecillas del reloj para evitar la muerte. He allí una de las analogías más contundentes de la vida, y también una de las más hilarantes. Por que del otro lado de la ventana hay un gordo que no pretende ayudarte, sino cagarte a piñas. El viejo Georges no se aferra a los relojes pero vive rodeado de elementos que funcionan a cuerda. Es su manera de sobrellevar el presente y de sepultar el pasado. Sin embargo, del otro lado (del mostrador) no hay un gordo con ganas de fajarlo si no un preadolescente que le reclama una libreta que conserva los pasos a seguir para elaborar el duelo que lo dejó huérfano. Un autómata funcionará como vehículo en este repaso de la historia –cinematográfica- en la que casi todos nuestros apetitos personales (musicales, cinematográficos) crecen conforme avanza el cuento, para dejarnos con hambre de seguir viendo, escuchando y sintiendo. Por si no fuera suficiente, incluso hay medialunas (croissants) tamaño godzilla que parecen salir de la pantalla para seguir cebándonos el bagre. Hablar del film resultaría contraproducente cuando deseamos detenernos exclusivamente en Martin Scorsese para pronunciar lo siguiente: La vitalidad de este señor es increíble. Deseamos de todo corazón que no se muera nunca, por que no queda nadie (nadie) que filme así, que dirija así, que arme y disponga así. Su incursión en el 3D es de lo mejor que se haya visto, así sin más. Nuestro débil intelecto nos impide comprender el motivo ó los elementos que llevaron a ciertos críticos del palo serio a ponerle un “Regular” a Hugo, de Martin Scorsese. A nosotros nos pareció maravillosa, emocionante, necesaria, imprescindible. Como Z, de Costa-Gavras, pero en plan bálsamo. Alguien incluso nos recordó (para bajarnos a la tierra) que uno de los desencadenantes de la bancarrota depresiva de Melies fue “Bombita” Edison, que básicamente proyectaba las fantasías fílmicas del buen Georges sin pagarle regalía alguna. Interpretamos dicho comentario como una tirada de orejas injusta, un intento Cefyl de ensuciar a Scorsese porque que no recordó incluir el hecho real de que un paisano suyo se mofó de Georges y no le pagó lo que le correspondía. Les faltó decir que si Georges estuviera vivo votaría a favor de la Ley SOPA. Zonafreak se conformó con oír la voz en off de Ben Kingsley afirmando que el cinematógrafo lo parieron los Hnos. Lumière. Sea cierto o no, lo consideramos suficiente para tapar el oscuro, sesudo, letradísimo datito de las putas regalías que no pagaba Edison. Vayan a ver Hugo, por Dios. En un momento triste en el que la gente se ahoga y se muere podemos permitirnos sumergirnos en una pecera preciosa llena de brillantes sardinas que no duelen. No perdamos la chance.
Mucho homenaje y no tanta magia No hay que confiar en los trailers: cualquiera que haya visto el avance de esta película podría pensar que se trata de un entretenimiento familiar, orientado especialmente a niños, repleto de aventuras, fantasía y escenas de acción. Pero esas presunciones no serían acertadas; lejos de ser recomendable para pequeños, -o al menos niños habituados, para bien o para mal, a la estructura dominante de entretenimiento, a escenas ágiles y dinámicas, al chiste constante y al montaje hiperfragmentado- esta película propone un elegante, estilizado y de a ratos reposado homenaje a uno de los grandes directores del cine silente. Es el comienzo de la década del treinta, en París. La innovación del cine sonorizado no calaba hondo aún, y en las salas podían verse películas de Harold Lloyd, Charles Chaplin y Buster Keaton. Hugo es un huérfano que vive escondido entre los recovecos y las olvidadas habitaciones de una estación de trenes. Y en su refugio guarda un tesoro, heredado de su padre: una especie de autómata metálico, hecho de complejísimos y pequeños mecanismos que él mismo ha logrado reparar, y sabe que el muñeco es la clave de un misterio, quizá hasta el vehículo para obtener un mensaje de su padre fallecido. El destino lo colocará junto al gran Georges Meliés, pionero de los efectos especiales, autor que se desempeñó en unos 500 cortos entre fines de 1890 y 1913. La película tiene puntos a favor, muchos y muy consistentes. La selección actoral es grandiosa -últimamente Scorsese sólo trabaja con los mejores- y entre ellos se cuentan el pequeño Asa Butterfield, Jude Law, Ben Kingsley, Helen Macrory, Ray Winstone, Christopher Lee, Michael Stuhlbarg y Sacha Baron Cohen (Borat ni más ni menos). La dirección artística recargada y barroca de Dante Ferreti dispone una estación de ensueños, con relojes inmensos, escaleras interminables y ventanales que redimensionan vistas citadinas. Hay memorables momentos que dan cuentas de la singular inventiva de Scorsese, como varios planos secuencia iniciales a través de la estación, una escena en que se muestra el deterioro a lo largo del tiempo de un set íntegramente vidriado, un par de estremecedoras pesadillas, y varias explicaciones de tipo documental sobre Mélies y sus métodos. Scorsese, en este pretencioso y deslumbrante homenaje, habla de la necesidad y el placer de conectar con la historia y con el pasado. De recuperar la mirada inocente, desprejuiciada, de dejarse seducir y llevar por un rico patrimonio fílmico, por esas imágenes primitivas pero innovadoras, bellas y rebosantes de creatividad. Lo que puede ocurrir es que algunas de las expectativas, en parte alimentadas por la misma película y sus diálogos, se vean frustradas. La ominosa presencia del autómata promete un misterio, una conexión sobrenatural, una inteligencia latente y una explicación que, cuando finalmente aparece resulta insuficiente. La amiga del protagonista, inspirada en los clásicos de Stevenson, Julio Verne y Dickens, espera entusiasmada una “aventura” que finalmente queda trunca, con alguna escena de persecución forzada como para cumplir con la cuota de dinamismo necesaria. La invención de Hugo Cabret es una película irregular, bellísima pero arrítmica, imponente pero algo tramposa, sincera pero un poco machacante en cuanto a lo que verbaliza acerca de la magia, los sueños, la maravilla de ir al cine y todos esos rollos. Esto último, en todo caso, si es algo que se siente no es necesario que sea explicitado.
En busca de aquellos mágicos orígenes La vida de un jovencito muy imaginativo, escondido en una estación de trenes, que logra conmover los recuerdos y sensaciones más remotos de la niñez. Una melancólica y reparadora historia de amor en la París de los años '30. "¡Pasen señoras y señores, y vean...están invitados los niños, pasen ya!". Esta era una de las voces que a diario se escuchaba, cuentan las crónicas de época, en las puertas del Teatro Robert Houdini de París, ya sobre el final de la tarde, en los últimos años del siglo XIX, cuando aún todavía la Torre Eiffel no había encendido sus luces. En su interior, el mago, el ilusionista George Méliès, orquestaba hipnóticas pruebas de encantamiento con reflejos de espejos, luces de velas y telones negros. Y allí estaba el público, expectante, asombrado, reviviendo esa magia que les había sido propia a través de tantas noches pobladas de cuentos infantiles, de historias de hechicerías, de fantasmas, de niños embarcados en riesgosas aventuras, de viajes a los confines del mundo. Ya en el inicio de esta nueva década, a cien años del estreno de uno de los últimos films de George Méliès, La zapatilla prodigiosa, Martin Scorsese nos propone recuperar la capacidad de maravillarnos como aquel espectador de antaño, a través de una aventura que invita a que redescubramos a ese niño que nos habita, para que nos dejemos transportar a ese universo literario creado desde la pluma de Charles Dickens, Víctor Hugo y Julio Verne; para arribar desde la estación de trenes de Montparnasse, en el París de los años '30, a los pasadizos secretos de los sueños que pendulan en historias del pasado. El celebratorio film de Scorsese no oculta en más de un pasaje su exposición didáctica respecto de la figura de Geore Méliès, con el ánimo de que su film pase a ser considerado un legado generacional. La película se abre desde ese personaje huérfano llamado Hugo Cabret que habita de manera clandestina un espacio secreto de esa abarrotada y cósmica estación de trenes, atendiendo el funcionamiento de los relojes, poniéndoles en horas, moviéndose en una rutina de engranajes, divisando el mundo desde los cuadrantes, entrando y saliendo de allí mediante escapadas y artimañas, huyendo de las botas y silbatos de un violento guardia de estación. Y al mismo tiempo, tratando de cumplir y completar el sueño de su padre, siguiendo paso a paso su cuaderno de notas y diseños para dar vida al Autómata. Este es un personaje que parece asomar desde la silueta de Oliver Twist. Nuestro joven protagonista, de pantalones cortos, poco a poco, y desde diversas acciones marcadas en diferentes tonos, llegará a ese espacio que nos conecta con la galera y el universo de artificios y trucos de George Méliès, quien tras haber asistido a la primera función de los hermanos Lumiere, y de recibir una irónica respuesta sobre el futuro del cine, realizó cientos de films durante toda la primera década del siglo XX. Sobre el destino de esta saga, el film de Scorsese, ofrece al telespectador una meláncólica y reparadora historia de amor muy bien contada. Basado en la novela gráfica homónima de Brian Selznick, editado en el año 2007, el film del director Martin Scorsese escenifica su condición de cinéfilo desde un procedimiento tecnológico que hoy está particularmente extendido, el sistema 3?D. Ya, desde muchos meses antes del estreno, defendía su implementación en este film y recordaba el impacto que como espectador, a la edad de once años, había experimentado ante el estreno de Museo de Cera, de André del Toth, con ese gran ícono del género que es, fue y será Vincent Price. Ante el fallecimiento de éste, días después del rodaje de El Joven ManosTijera, de Tim Burton en el '90, Martin Scorsese contrató a uno de sus compañeros del género para interpretar al Sr. Labisse, el bibliotecario que les abrirá las puertas de un fascinante mundo de lecturas a Hugo y a su compañera de esas inquietantes aventuras, Isabelle. Como asistente durante el rodaje, Martin S. contó con la guía de su hija de doce años, a quien el realizador, quien ha presentado en estos días un film sobre el compositor e intérprete George Harrison, le preguntaba sobre el itinerario a seguir, dudas, comportamientos, respuestas, reacciones, de sus dos jóvenes protagonistas, Hugo e Isabelle. Desde la situación de ambos, el mundo se presenta como un mapa a explorar, marcado por tensiones, por ese deseo de un querer saber más allá de ciertos límites y silencios. Es, a todas luces, un film que nos lleva a conmovernos y hacernos partícipe de una búsqueda no sólo hacia los momentos fundacionales del cine, sino al corazón mismo de los más entrañables afectos, La invención de Hugo Cabret despierta por igual, en diferentes públicos, de diferentes de edades, alegrías y lágrimas. Y aplausos, como los que se pueden escuchar en más de una función. En su texto "Mis placeres culpables", de 1987, Martin Scorsese nos revela que fue el momento de un film el que lo decidó a ser realizador. En ese momento su vocación oscilaba entre ser sacerdote o ubicarse detrás de la cámara; pero una secuencia del film La caja mágica (The magic box), de John Boulting, de l95l, le disipó la duda. En ella, tras continuas noches de desvelos, un afiebrado Friese Greene logra capturar y reproducir el movimiento. Y entonces "esa escena en la que él, interpretado por Robert Donat, enseña su película al policía, que no es otro que el gran Laurence Olivier, lo dice todo sobre todo el cine. Abre la puerta del mundo mágico del cine. Y te dan ganas ahí mismo de entrar en el juego. Y si tenés, nueve años como yo tenía en ese momento, te arrebata el deseo de ser cineasta", ha dicho.
Con la discutible pátina de film apto para todo público o directamente infantil, La invención de Hugo Cabret es en realidad una película destinada al más incondicional y militante cinéfilo en estado puro. Con lo cual, queda claro que un niño se va aburrir a los pocos minutos de verla, por más que un personaje de su edad la protagonice. Dejando en claro este detalle, el último trabajo del gran Martin Scorsese es un descomunal homenaje al cine, quizás uno de los más abarcativos que ha dado la cinematografía en su ya no tan corta historia. El director de Cabo de miedo, como parte de un giro expresivo que está llevando a cabo en los últimos años, desarrolla en este film temáticas casi nunca exploradas en su fértil y febril trayectoria. Con la presdigitación de un mago, como lo fue en sus orígenes Georges Méliès, principal destinatario del gran tributo que representa Hugo (a secas, en su título original) va construyendo su acto de hechicería buscando el más depurado arte y virtuosismo. A pesar sus denodados esfuerzos, no siempre lo consigue a lo largo del metraje, pero sin dudas que alcanza picos de altísima calidad técnica, visual y expresiva en su obra, imposible de ser apreciada en otro ámbito que no sea una sala cinematográfica. Porque La invención de Hugo Cabret es la más excelsa ofrenda a los inicios de ese vehículo audiovisual que tuvo varios nombres hasta ser denominado como cine. Queda claro que Scorsese hace años guardaba en su alma la chance de plasmar su propio Cinema Paradiso, incluyendo el protagonismo de un niño, cosa que concreta con una trama distintiva de la inolvidable pieza de Giuseppe Tornatore, cuyo espíritu flota sin dudas en el apasionante desenlace. Con interpretaciones soberbias de Ben Kingsley, Sacha Baron Coen y otros talentos, Hugo pudo haber dado aún para más, pero nada ni nadie le va a quitar su propiedad de obra que, con pocos parangones en la historia, homenajea el indudable legado del séptimo arte.
Madadayo Debo confesar que nunca fui un gran defensor, por no decir un gran detractor, de los avances tecnológicos en el cine cuando estos eran/son utilizados sólo como soporte de promoción y venta de un producto que debería mostrar cualidades de otra naturaleza. Posiblemente más cercana al arte. En este rubro me daba la sensación que la nueva vedette de la cinematografía, el tan mentado 3D, cumplía a rajatabla con esa premisa que tanto me molestaba particularmente, sobre todo cuando iba en detrimento de una elaboración más acabada y profunda de la verdadera chispa o hálito de vida de la cinematografía que es el guión. Como decía el Gran Akira Kurosawa, “...es factible hacer una mala película de un buen guión, pero es imposible hacer una buena de un mal guión…” Pero en ese camino del puro esteticismo vacuo circulaba el 3D. Tuvieron que aparecer grandes autores para demostrar que es posible utilizar los adelantos técnicos en el aprovechamiento total del producto, sin descartar sus posibilidades su función artística. Así es que, primero fue Wim Wenders con su espectacular “Pina” (2011) quien demostró como es posible utilizar el 3D en privilegio claramente discursivo-estético de la construcción de una imagen. Luego Werner Herzog nos dio un excelente ejemplo con “La cueva de los sueños olvidados”, toda una lección de cine, y de utilización del 3D en función narrativa y constructiva del relato, sin dejar de lado lo ideológico y lo estético, utilizándolo a favor del objeto mismo del conocimiento, de manera similar a lo que querían mostrar las pinturas rupestres y la técnica utilizada por aquellos primeros artistas plásticos. Ahora le llego el turno a otro de los grandes, Martín Scorsese, de hacer uso y docencia de cómo llevar cuestiones técnicas al rango de rentabilidad artística. Entonces surge la primera pregunta en relación a la elección de filmar en 3D, o no. Scorsese no sólo conjuga a la perfección los parámetros descriptos y enseñados por Wenders y Herzog sino que más allá, le agrega además un, o varios, plus a su favor. El primero, es en relación a su sabida cinefilia, ese mismo amor que lo llevo a elegir ser realizador cinematográfico y encontró en este texto la forma de homenajear a muchos de sus productores de “sueños”. Es así que los espectadores de “La invención de HugoCabret” tendrán la oportunidad de ver a Harold Lloyd, a Max Linder, o al mismísimo Buster Keaton en formato digital 3D, entre muchas otras joyitas que van constituyendo al filme desde un gran homenaje en una pequeña obra maestra. En esta realización, el autor de “Taxi Driver” (1976), cambia de rumbo, deja de lado aquellos que lo sumo al Olimpo de los grandes directores para realizar un filme para toda la familia. La historia, basada en el texto de Brian Selznik, narra la historia de un niño huérfano, de profesión relojero, heredado de las enseñanzas de su padre, que termina viviendo, por avatares del destino, en la estación de tren de Montparnasse, donde se hizo cargo de mantener en funcionamiento los relojes de la terminal. Pero él tiene una obsesión, quiere hacer funcionar un muñeco mecánico muy deteriorado e inconcluso sobre el cual había observado trabajar a su padre hasta su fallecimiento ¿Una forma de reparar la perdida? Para ello debía reemplazar los elementos rotos, y estos los encontraría entre los juguetes del comercio dedicado a esa actividad en la estación de tren. Robaba juguetes para desarmarlos y utilizar las piezas necesarias. En ese continuo deambular por la estación Hugo Cabret (Asa Butterfield) conoce a Isabelle (Chloe Grace Moretz), la nieta de George (Ben Kingsley), el juguetero al que Hugo le “roba” un juguete cada vez que pude. Situación en la que al ser descubierto es perseguido por el policía de seguridad de la estación (Sacha Barón Cohen), quien a su vez esta perdidamente enamorado de Lisette (Emily Mortimer), la florista del lugar. Y como en el cine nada es casual, menos aún la inclusión de estos personajes y su forma de presentarlos y describirlos, se podría decir que a través del policía Martín Scorsese podría estar citando a Max Senett desde la imagen, o a Chaplin desde las acciones, pero es indudable que el personaje de Lisette es una clara alusión al personaje femenino de “Luces de la Ciudad” (1930) de Charles Chaplin. En este sentido la lista de homenajes va teniendo forma de preservación de un cine que se esta olvidando, situación contra la cual pone mucho empeño el director ítaloamericano, ya sea como patrocinador de organizaciones que se dedican al cuidado, restauración y preservación del material fílmico, como desde su propio accionar investigativo. Es en este punto es en que al igual que Woody Allen en “Medianoche en Paris” (2011) vela por el bien de la cultura contra el olvido y se terminan incluyendo ellos mismos, algo así como dijeran no nos olviden, aunque por lo visto Scorsese intenta emular la profesor de la película de Kurosawa, que cuando le preguntaban cuando se retiraría contestaba Madadayo, es decir “todavía no”. Volviendo a la historia que narra la producción en cuestión, Hugo es lo más parecido a un personaje salido de alguna novela de Charles Dickens, sea Oliver Twist o David Copperfield, en realidad todo el filme transpira al novelista ingles. Contar demasiado respecto de la trama siempre es un pecado, pero digamos que se podría justificar el título con el que se estrena en estas playas (originalmente se llama sólo “Hugo”), o sea “La invención de Hugo Cabret”, hace alusión directa a que éste personaje dicksoniano por antonomasia, se inventa a si mismo, y en ese inventarse, descubre que ese viejo juguetero con rostro malvado, es nada más ni menos que George Méliès, el creador del espectáculo cinematográfico. Deteniéndonos un instante para presentar al personaje George Méliès, no es el único que existió en la vida real al que se alude en la trama, también lo son su mujer y su nieta. Habiendo sido un hombre rico, cae en desgracia y pierde su fortuna. Estaba transcurriendo la última etapa de su existencia, en la década del 20, olvidado y atendiendo un local de juguetería (en la realidad había sido un quisco de golosinas) que su segunda esposa tenía dentro de la estación, lugar donde es redescubierto en 1928 por León Druhot, director de la publicación “Cinema Journal”. Pero antes, mucho antes, en 1896, según el texto de Manuel Villegas López, en una tarde como cualquier otra, a Méliès se le revela accidentalmente lo que sería el origen del trucaje en el cine. Mientras filmaba en la Plaza de La Opera se traba la cámara, y en el tiempo que le demoró destrabarla para retomar el rodaje el transito callejero continúo su natural circulación. Cuando revela el material descubre, con natural sorpresa, que bruscamente un ómnibus Madeleine-Bastilla se transforma en un carruaje fúnebre. He aquí el segundo truco, y primer FX, en la historia del cine (el primero data de 1895, cuando Lumiére proyecta “La reconstrucción de un muro”, mediante el rebobinado invertido). La posibilidad descubierta por Méliès, en manos de ese gran mago del cine, da lugar a que semanas más tarde, empleando ese efecto, presente “La dama desaparece”, efecto al que desde entonces se reconoce como “truco de sustitución”, que hoy se sigue utilizando perfeccionado por las nuevas técnicas. Todo lo que se muestra en esta superproducción esta puesto en función del proyecto, lo que termina produciendo un filme estéticamente muy bello, eso gracias a la dirección de arte, principalmente a la delicada forma de iluminar en tonos pasteles del director de fotografía de Robert Richardson (“Bastardos Sin Gloria”, 2009), quien podría haber cruzado la delgada línea entre trabajar desde la empatía en relación a la historia, tal como lo logra, o convertir a la misma en un texto lúgubre. Lo mismo ocurre con el diseño de sonido, o más específicamente la música de Howard Shore (“Promesas del Este”, 2007), que constituye un acompañamiento sutil de la imagen, fundida en una rica banda de sonido, transformándose, aunque no lo sea, en diegetica, es decir relativa a la historia, lo que termina por instalarse a partir del montaje, clásico pero eficaz. Todo se encuentra sustentado principalmente por las excelentes actuaciones, desde el gran Ben Kingsley, quien se torna extremadamente parecido al verdadero Méliès, o el gran despliegue físico e histriónico de Sacha Cohen en el personaje entre perdedor y antihéroe del policía, hasta la florista pero, destacándose particularmente los adolescentes Asa y Chloe. Lo que termina por conformar un filme cautivante, emotivo, por momentos en tono de comedia, poético, subyugante. Todo esto lleva a hacerme pensar en esa primera pregunta que me hacia, ¿Por qué en 3D? Si bien el interrogante ya está respondido en parte al comienzo de la crítica, quedaba un plus explicativo. Nadie podría afirmar que sin Méliès los efectos especiales en cine no existirían, si puedo confirmar mi teoría que se hubiesen demorado un poco más entonces la utilización de ese recurso (el 3D) termina a la sazón siendo en forma prioritaria, un homenaje en si mismo, a George Méliès, el primer gran mago del cine, el padre de los efectos especiales en ese arte que comenzaba a nacer, y del cual Scorsese es uno de sus grandes hacedores modernos. (*) Realizada por Akira Kurusawa, en 1993.
Obra maestra que opera como un espejo del alma de Scorsese Hugo Cabret (brillante actuación de Asa Butterfield) es un chico que vive entre las paredes de una estación de ferrocarril. En la primera escena la cámara viene del aire y va adentrándose como rápida testigo de la vida cotidiana de la terminal: gente que viene y va, sube y baja, compra boletos, flores, souvenirs, toma café o lee el diario; vendedores, clientes, guardias y... un reloj. Hasta allí llega el travelling, hasta un número 4 detrás del cual el protagonista encuentra su lugar en el mundo, al lado del engranaje de un reloj de estación recorrido al detalle, para dejar en claro que para éste director "ver" y "hacer" cine son parte de un mismo evento artístico y revisten el mismo grado de importancia aunque sean cosas distintas. Hugo transita su vida buscando poder completar el armado de un Automatón (un muñeco de metal) dejado por su padre (Jude Law) a medio terminar antes de morir. Para ello debe conseguir las piezas que faltan. De hecho, cuando Hugo es obligado por George Meliés (Ben Kingsley) a vaciar sus bolsillos, considerándolo un ratero, no vemos dinero, ni joyas, ni comida, vemos tornillos, tuercas, arandelas, en fin, piezas de un mecanismo, y un libro con instrucciones para el armado final. Por si faltara alguna referencia a homenajear, el realizador le guiña el ojo a Hitchcock y nos presenta un McGuffin casi perfecto, pues lo importante no es "el objeto" en sí, sino para qué creemos que sirve. Este es sólo uno de los cientos de homenajes presentes a lo largo del film, donde el autor de la obra explota su enrome cantidad de recursos como artista, además de su costado melómano, amante de la memorabilia (los juguetes en el negocio de Meliés son una invitación a la nostalgia), y sobre todo ferviente guardián del material fílmico de toda la historia del sétimo arte. Hugo (y Scorsese) encuentran en Isabelle (Chloë Grace Moretz) la aliada ideal para unirse en la cruzada por la restauración, la misma que desde hace años ha encarado el director para recuperar películas. Ambos personajes mantienen un diálogo funcional al arte y a una declaración de principios: Ella (mostrándole obras de Verne, Stevenson y otros): -¿Nunca leíste un libro? En tanto él se sorprende: -¿Cómo es que nunca viste una película? Para luego ambos colarse en un cine y ver a Keaton, Chaplin y otros. El nexo entre ambos es un bibliotecario, que además trabaja como leyenda viva del cine fantástico. Como vemos, esta es una realización para que el espectador se sienta parte de ella dentro y fuera de la pantalla. Se trata de una aventura para toda la familia, en donde la utilización del 3D tiene vida propia y se constituye en un elemento fantástico que suma. Resulta un fabuloso recorrido por el mundo de los lenguajes cinematográficos. Es el parque de diversiones con todos los juegos en un sólo lugar, y cuando nos damos cuenta del truco de magia renunciamos automáticamente a la tentación de saber conocer como se hace para seguir disfrutando de la ilusión que nos propone. “La invención de Hugo Cabret” está muy lejos de cualquier cosa que Scorsese haya hecho antes, pero a la vez es un espejo de su alma. Todo el elenco hace maravillas al servicio de la historia, especialmente un contenido Sacha Baron Cohen en el papel del guardia de estación quien mientras tiene todo bajo control busca en su sonrisa algún atisbo de corazón (¿homenaje al “Mago de Oz”?, de 1939). La utilización de CGI, efectos visuales, la fotografía del maestro Robert Richardson,y la extraordinaria partitura de Howard Shore son elementos fundamentales en el armado de la obra, a partir de un sólido guión, de cuyo desarrollo narrativo no me parece oportuno revelar más que lo ya expuesto. Mejor comparta la aventura descúbralo, compruébelo y disfrutarlo. Los que amamos al cine nos llenaremos la boca durante meses hablando de esta producción, bien o mal, pero tenga la seguridad que no pasará desapercibida. Al momento de escribir estas líneas la habré visto al menos dos veces (de varias más), pero es importante comunicarle, caro lector, que deje de lado todas las palabras que lea y escuche. Usted no necesita saber de cine para ver esta obra maestra. Con haber cometido alguna vez la hermosa travesura de una escapada a una proyección alcanza. Va ser difícil olvidar “La invención de Hugo Cabret” de Martin Scorsese. Es un índice temático de lecciones de narración fílmica; un homenaje a los primeros creadores desde el punto de vista histórico/romántico; un autorretrato en que él mismo realizador abre su corazón como artista y como espectador; una declaración de amor al espectáculo de magia más impresionante que el hombre ha sido capaz de inventar: el cinematográfico.
Reflexiones sobre la eterna magia del cine por un realizador talentoso y sensible El talentoso director Martin Scorsese, más conocido por sus dramas y thrillers violentos, ha hecho por primera vez, y a pedido de su esposa, una película que pudieran ver sus nietos. Así surge “La invención de Hugo Cabret”, basada en el libro de Brian Selznick, y nominada nada menos que para 11 premios de la Academia de Hollywood. Todo un récord para Scorsese, nominado en varias ocasiones y ganador de un Oscar por “Los infiltrados” (2006). Con este film deja un legado de su amor por el cine a sus nietos, a los niños en general, y también a los adultos, de aquel cine que lo conmovió cuando era chico, como así mismo de aquello que lo mueve de adulto: la importancia de la recuperación de filmes clásicos, cabe recordar que es el presidente de The Films Foundation, dedicada al rescate, restauración y preservación del material fílmico. En su primera película, de aventuras y fantasía, en 3D, todo gira en torno a Hugo, un niño huérfano que vive en una estación de tren en el París de los años 30. Gracias a su padre, relojero, fallecido trágicamente, ha aprendido todo sobre mecanismos de relojes y juguetes. Habiendo crecido entre poleas y engranajes sueña con reparar un misterioso muñeco autómata que su progenitor ha encontrado abandonado en un museo. Nadie sabe de su existencia hasta que lo descubre una niña muy particular, y con ella empezará a vivir una increíble aventura en la que se cruzará accidentalmente con nada menos que George Méliès (interpretado por el excelente Ben Kingsley), mago, director y actor de cine, que murió en 1938, y fue el pionero en la creación del cine fantástico, los primeros trucos visuales y también el primero en colorear a mano –fotograma a fotograma- sus películas. Lo maravilloso de este film es que Scorsese se vale de las técnicas cinematográficas más modernas (el cine 3 D y una increíble producción visual), para gratificarnos con lo más antiguo del cine: sus orígenes con los documentales de los hermanos Lumiére, la magia de los filmes de George Méliès y los primeros cómicos del período silente. Es asombroso que el recurso más utilizado en el cine 3D actual (el lanzamiento de algún objeto hacia la cámara como si fuera a estrellarse contra el espectador) es el mismo efecto logrado por los hermanos Lumiére cuando en la primera función de cine (28 de diciembre de 1895) exhiben “La llegada del tren a la estación”, a la cual Scorsese le rinde un tributo reproduciendo la anécdota de que los espectadores asustados intentaron esquivar a la locomotora (filmada) que se les venía encima. Ese primer público no estaba acostumbrado aún a la impresión de realidad que nos da el cine. Parece increíble que más de cien años después de aquella experiencia estemos buscando de nuevo esa impresión de realidad a través de 3D. Ilusión o realidad, el eterno debate ya estaba presente en los albores del cine: ¿El documentalismo de los Lumiére o la magia de artificial de los filmes de Méliès? Es Martin Scorsese, otro mago del cine, quien ha logrado conjugar ambos brindándonos una hermosa ilusión aunque basada en la historia real del arte cinematográfico. Los espectadores del siglo XXI agradecidos.
La muerte de su padre marcó la vida del pequeño Hubo Cabret. Acostumbrado a la vida alegre que ambos mantenían en la relojería familiar, las desagradables vueltas del destino quisieron que Hugo quedara a cargo de su alcohólico tío, responsable de los relojes de la terminal de trenes de París. En las interminables horas de soledad, acompañado únicamente por un robot empeñado en no funcionar, el joven huérfano intenta hallar las piezas necesarias para que su amigo de hojalata funcione y le demuestre que la magia existe, aún en los lugares más solitarios del planeta. Martin Scorsese, ganador del Globo de Oro a la mejor dirección por este filme, debuta en el género familiar con una historia que es la celebración pura y máxima por el cine. El amor por el celuloide se cuela en cada uno de los fotogramas en tres dimensiones que conforman esta emotiva película que homenajea a uno de los grandes precursores del cine en general y de la ciencia ficción en particular. Basado en el best-seller de Brian Selzknick, en La Invención de Hugo Cabret Scorsese utiliza las nuevas tecnologías como casi nadie lo ha hecho. La manoseada técnica del 3D adquiere aquí una nueva definición al ser implementada en cada una de las secuencias para aumentar la profundidad de campo y permitir así que la audiencia esté inmersa en el set a lo largo de toda la historia. Los grandes momentos del relato no serán revelados aquí, pero si hay algo certero es que nadie podrá salir indiferente (menos aún si se ama al cine) luego de ver esta magnífica propuesta.
En su libro ¿Qué es una buena película? el crítico francés Laurent Jullier establece seis criterios para tratar de abarcar el tema del juicio del gusto si de cine hablamos: Éxito del film, técnica, edificación, emoción, originalidad y coherencia. La última cinta del gran Martin Scorsese, cumple muy bien algunos de estos criterios; ha provocado un entusiasmo importante por parte de la crítica marcando un éxito asegurado, no puede negarse que su técnica visual es impecable, tampoco que causa en la mayoría una emoción significativa y que gracias a esa emoción muchos se sentirán edificados con la historia. Sin embargo aquellos que tuviesen en cuenta objetivamente todos los criterios juntos, posiblemente no se vieran cautivados casi tan fanáticamente por un film que presenta algunos fallos importantes. He llegado a leer ciertas críticas en la que se compara esta incursión de Scorsese por el cine de “aventuras” como una forma de haberse spielbergizado (término tomado tal cual rezan algunos artículos) por sus grandes cuotas de sentimentalismo . Sin embargo creo que lo que justamente le faltó a esta adaptación de la novela de Brian Selznick es la verdadera emotividad y magia que desplegaría muy bien, un tanto manipuladoramente para qué negarlo pero efectiva, Spielberg. Scorsese es un magnífico narrador, un puntilloso cineasta que esta vuelta no ha logrado, al menos a esta humilde servidora, ofrecer un mundo tan fantástico y seductor como el que propone con su homenaje al cine. En una historia con un protagonista casi dickensiano, el relato se escinde en dos partes bien diferenciadas que no pueden pasarse por alto conformando, más que dos capítulos de una misma historia, un quiebre narrativo singular. Lo que comienza siendo la historia de un niño por aferrarse a la memoria de su padre fallecido termina por mudarse a la historia de uno de los primeros realizadores de cine como fue Georges Méliès. Así es como un elemento narrativo en un principio importante que marcaría un aparente punto de inflexión, como es el autómata, finalmente se reduce a un simple MacGuffin que pierde por el camino cualquier atisbo de magia. Es cierto que muchos adoradores del séptimo arte no podrían menos que sentirse emocionados con esos flashbacks en que presenciamos prácticamente el nacimiento del cine, pero la realidad es que otros tantos sentimos que si hay algo que le falta al film es alma, una coherencia clara a la hora de contar que llegue a causarnos la identificación necesaria para desprender la misma cantidad de lágrimas que sus protagonistas. La invención de Hugo Cabret como se la conoce en español y como iba a llamarse en un principio es un homenaje a medias aun cuando decidamos hacer la vista gorda a la cantidad de imprecisiones biográficas que ofrece. Es un intento de preservar en la memoria la magia del cine pero sin verdadera magia. Incluso la cantidad de personajes livianos con las que se sirve el director para ilustrar tanto época como contexto de la historia abren engañosos relatos tangenciales que no aportan más que eso: pura atmósfera que dilatan el paso de una primera parte a la segunda. El guardia de la estación,por ejemplo, un caricaturesco villano bastante insulso en la piel de Sacha Baron Cohen, otorga muy fríamente el marco de riesgo con el que debe vivir Hugo su día a día; un poco como esa primera impresión de tipo huraño con que se nos presenta Mèliés que finalmente queda en poco más que un recurso para dibujar un enigma a través de una libreta perdida que a poco conduce a la resolución final. Debo admitir que me encanta el cine de aventuras, los relatos nacidos de novelas infantiles, que Scorsese es uno de mis favoritos por lejos; sin embargo Hugo se me hizo por momentos un relato demasiado dilatado, bastante irregular en sus contenidos y con una serie de personajes con los que no llegué a identificar del todo. Aburrida por momentos, incluso, no podía dejar de pensar en que si de grandes homenajes al cine hablamos, Hugo quedaría en una escala muy por debajo de otros films, incluídos The Artist, uno de sus grandes competidores en esta próxima entrega de premios, más sencilla en lo que cuenta, quizá, pero a la vez mucho más honesta y directa. Scorsese juega a ser niño otra vez, viaja en el tiempo para tratar de hacernos sentir la maravilla que ese ahora curador del museo sintió cuando de niño conoció a Mèliés en su esplendor, relaciona no en vano literatura y cine en varias de las escenas, todo el tiempo, pero no llega a plasmar por completo la verdadera magia y energía que muchos de los originales. Incluso la técnica del 3D, aquí utilizada soberbiamente al servicio de la narración y no al simple artilugio del truquillo fácil, no deja de ser después de todo una ilusión más que despliega visualmente lo que no logra el guión. Un film hecho más con el intelecto que con el verdadero corazón de un cinéfilo queriendo hacer honor a su objeto de deseo.
El film de Martin Scorsese tributa un homenaje maravilloso al séptimo arte a la vez que deleita con el uso de la tecnología 3D a todas las edades El cine tiene la maravillosa cualidad de dejarnos pasar a un mundo otro. Sí, esto es un ya sabido. Pero ¿quién no atravesó el umbral de una sala de cine para olvidar al menos por 120 minutos la desastrosa vida real que le tocaba vivir? La maravillosa maquinaria cinematográfica desde su comienzo ha hecho vibrar a los más variopintos espectadores porque puede hacerlo todo realidad. Y allí radica el homenaje que el gran Martin Scorsese, le tributa a un Arte del que conoce mucho. La historia tiene visos de cuento inglés del XIX. Hugo, pequeño huérfano vive escondido detrás de los relojes de la estación, su vida consiste en espiar y en buscar de modo denodado una pieza que le permita armar una suerte de robot que su padre le legó sin terminar antes de morir. Basada en el libro homónimo de Brian Selznick y guionada por John Logan, La invención de Hugo Cabret alcanza momentos notables porque como historia es sólida (aún en su extensa duración: 126 minutos) y por que la tecnología 3D está puesta a disposición de hacernos soñar, ampliando la profundidad de campo y llevándonos de viaje junto a Hugo en hermosos recorridos. Es París, 1931, es la magia del cine la que se homenajea a través de una historia repleta de recovecos porque todas las estaciones albergan historias, magias y miserias, que permiten que el director de Taxi Driver o Buenos Muchachos, nos inunde de poesía cuando pensábamos que no era posible. A la mano firme de Scorsese hay que sumarle las tareas brillantes de Asa Butterfield, como Hugo, Ben Kingsley como el maravilloso George Mèliés, Chloë Grace Moretz como la compañera de aventuras y nieta huérfana también, del juguetero gruñón y mágico que guarda celosamente su secreto de historias de cine y Sacha Baron Cohen como el vigilante fatídico de la estación, entre otros. Lo cierto es que La invención es mucho más que una historia, es un homenaje al cine, es una recuperación de lo que de coleccionista, en el buen sentido y no en el decadentista, tiene Scorsese y además es un film en el que la magia del cine se despliega de un modo conmovedor y muy logrado. Adiós, por esta vez, a la violencia y el pathos de antaño, y hola a la ventura de la imaginación.
Es factible que más de uno haya sentido desconcierto ante los ahora lejanos adelantos que Hugo ofrecía, ya que más allá de ser un film en 3D basado en una novela infantil, es una película de Martin Scorsese, y como tal supone un marcado volantazo en su filmografía. Cuando las primeras imágenes nos adentren al maravilloso mundo de Hugo Cabret, esa incertidumbre inicial hará paso al más puro asombro, al de los ojos frescos, al de los niños ante la magia, al de los espectadores de fines del siglo XIX ante otros magos, los Lumière y Méliès. El buen Marty propone así dos viajes, uno para su joven protagonista, una expedición de reconocimiento (hay cierto parecido con Extremely Loud & Incredibly Close) cuya principal intención es la del añorado contacto paterno, el otro, el más memorable, para toda la audiencia. Scorsese pilotea el cohete cinematográfico que transporta al público 110 años atrás en un viaje hacia la cara más conocida de la Luna, aquella que papa Georges marcó a fuego en la historia del séptimo arte. Ilusionista como aquel que homenajea, disfraza con un sencillo (enfatizando lo de sencillo) cuento de niños, una de las mayores reverencias al cine. Méliès toma el control de la película como lo hubiera hecho un siglo atrás, y así decorados, disfraces y máquinas son desplegados delante de cámara, reviviendo aquella magia hoy centenaria. El deleite visual que Scorsese propone, un 3D utilizado con maestría (los grandes, como él y Herzog saben aprovecharlo) y una estética steampunk muy lograda, es solo superado por su sentido respeto al trabajo del francés, ante el cual no duda en hacerse a un costado a la hora de recuperar sus obras. Como esas partículas de polvo o copos de nieve que bañan la estación de trenes, la magia del cine acaba por imbuir la totalidad del film. Barrer la superficie para hallar el simple relato infantil que Hugo cuenta, es ignorar que esta se hace presente en cada fotograma de esta maravillosa obra. Si la duda original era el por qué Scorsese llevó adelante una realización así, la respuesta es de una claridad absoluta al finalizar su metraje: porque solo un verdadero conocedor, un apasionado por el arte y un amante del cine podía hacerlo así.
HOMENAJE DE SCORSESE A OTRO GRANDE DEL CINE Habiendo crecido en un sector de la ciudad de Nueva York conocido como La Pequeña Italia en los 1940s y ‘50s, Martin Scorsese halló un vínculo intenso dentro de las salas de cine de esa época, no sólo por la experiencia de ver las películas, sino también por un acercamiento a su padre, quien se sentaba junto a él, fomentando el naciente amor del futuro cineasta por este tipo de arte. “La invención de Hugo Cabret” es un bello homenaje del realizador, dedicado al séptimo arte, y más especialmente, a uno de los directores pioneros de la Historia del cine: el francés Georges Méliès. Pero el filme no se centra en esta mítica figura histórica, sino que posa su cámara sobre un niño huérfano que vive en una estación de trenes parisina, rodeado de diversos personajes algo estrafalarios y queribles. Es relojero, como su padre fallecido, y también ladrón (ya que debe robar para poder comer), y a partir de conocer a una niña que va a la estación a diario, comenzará una aventura que lo unirá con un pobre viejo triste, que es nada menos que ese legendario ilusionista y mago que había sido Méliès, ya olvidado en la París de los años 30. El filme incluye memorables momentos que reflejan el nacimiento del cine en 1895, la primera función con público que miraba azorado una pantalla con imágenes en movimiento, y también relata, en un trascendental flashback, el desarrollo de Méliès dentro del mundo del cine y su famoso filme “Un viaje a la Luna”. Convencido de las posibilidades de futuro del invento, adquirió una cámara cinematográfica, construyó unos estudios en los alrededores de París y se volcó en la producción y dirección de películas. Pero su éxito fue moderado porque no pudo competir con las grandes productoras, y en la década del 30 pocos lo recordaban. Scorsese reclutó una vez más a Ben Kinglsey para este legendario rol (habiendo participado en la anterior “La isla siniestra”), construido con mucho amor, representando al triste director francés que supo ser feliz en un pasado. Para el protagónico Hugo se decidió por Asa Butterfield, conocido por el filme "El niño con el pijama de rayas, un actorcito de 14 años que lleva en sus hombros el hilo de la trama, secundado a la perfección por Chloë Grace Moretz, que ya había sobresalido en títulos como “Déjame entrar” y “Kick ass”. Lo mejor del filme es su dirección artística, su puesta en escena y los movimientos de cámara que aprovechan la tecnología del 3D para brindar un espectáculo audiovisual único. Los cinéfilos empedernidos y estudiantes de Cine se toparán (alegremente) con escenas que recrean con inusitada belleza lo que los libros de Historia relatan en sus páginas, nunca antes mostradas en una película de esta manera. Ése es un plus que se agradece, porque logra emocionar el hecho de ver en pantalla toda la magia (poéticamente hablando) que significó el nacimiento del Cine y los logros de quien fuese considerado por muchos como el padre de los géneros de la ciencia-ficción, la fantasía y las películas de terror. Lo peor del filme es cierto aletargamiento en el ritmo, ya que Scorsese se toma casi toda la primera hora para meternos de lleno en lo que realmente importa de este guión, haciendo que la segunda parte sea más interesante que la primera. El riesgo que se corre es que, demorando tanto la acción, con la inclusión de secundarios que no aportan más que un contexto para el día a día de Hugo (el guarda de estación de Sacha Baron Cohen, la florista de Emily Mortimer, el librero de Christopher Lee), es que cierto público ya haya perdido la paciencia y no se deje llevar por el enternecedor tributo de Scorsese al arte que más ama, como muchos de nosotros…
CINEFÍLIA MON AMOUR Desde principios de la década pasada, las aventuras literarias juveniles han intentado abrirse paso por el cine y triunfar en la taquilla. Algunas lo han logrado, pero ninguna ha llegado al lugar al que LA INVENCIÓN DE HUGO CABRET (HUGO, 2011) se encuentra en este momento. Con 11 nominaciones al Oscar, la primera película en 3D del director Martin Scorsese (TAXI DRIVER, LOS INFILTRADOS) ha dejado de ser la adaptación más de un libro para chicos, para convertirse en un imperdible, emotivo y encantador viaje al corazón del espíritu humano y del cine mismo. La novela homónima de Brian Selznick (la cual leí y se las recomiendo) cuenta básicamente la misma historia. Agregando uno que otro personaje, situación o detalle (y quitando otros), el entrañable guión escrito por John Logan (GLADIADOR, SWEENEY TODD: EL BARBERO DEMONÍACO DE LA CALLE FLEET, RANGO) tiene como protagonista a Hugo Cabret, un niño huérfano que vive en la estación de trenes de París, en los años 30, manteniendo los relojes funcionando. Con la ayuda de una niña con sed de aventuras, el pequeño Hugo intentará resolver un misterio relacionado con una llave en forma de corazón, un juguetero con un pasado que desea olvidar y autómata que le dejó su padre antes de morir, el cual ocultaría un mensaje secreto. Seguramente se estarán preguntado donde encaja el cine en esta trama. Si bien el film comienza como una aventura más, al develarse uno de sus secretos (¿Qué mensaje esconde el autómata?) la narración cambia de carril para convertirse en un homenaje a los orígenes del 7° arte y a aquellos pioneros que convirtieron al cine - un invento que, según sus creadores, no tenía futuro -, en una fábrica de sueños. Esta nueva trama podría llegar a desilusionar a aquellos que esperaban ver más aventuras relacionada con el autómata. Si bien este sigue presente a medida que avanza la narración, su participación disminuye de manera considerable ya que no es más que el McGuffin que hace que la trama se mueva. Aun así, creo que este le favorece al film: ¿De verdad querían ver ooooootra aventura más protagonizada por nenes? Algunos podrían considerarlo a este giro en la trama el punto más flojo del guión. Yo creo que es el momento en que LA INVENCIÓN DE HUGO CABRET deja de ser lo que todos esperaban que sea, para volverse algo único: Una hermosa película dirigida con tanta eficacia como precisión, con el mejor uso del 3D en muchísimo tiempo, una bella fotografía y banda sonora, y un elenco sobresaliente en el que se destacan el pequeño Asa Butterfield y el enorme Ben Kingsley; y en menor medida, Chloë Moretz (sobreactúa en algunas escenas, pero creo que es parte de su personaje) y Sacha Baron Cohen (absolutamente genial en las partes cómicas, y una sorpresa en sus escenas de drama). El resto (Ray Winstone, Emily Mortimer, Christopher Lee, Helen McCrory, Jude Law, Richard Griffiths y Michael Stuhlbarg) es una colección de intérpretes muy talentosos, que lamentablemente no pudieron ser aprovechados lo suficiente. Obviamente, el lado cinematográfico de la historia podría dejar de lado a varios espectadores que no conocen mucho sobre el tema. A algunos podría frustrarlos y otros mantenerlos interesados mientras se va revelando el misterio detrás de ese tal George Méliès. Pero LA INVENCIÓN DE HUGO CABRET no es solo cine dentro del cine, y presenta un subtema que se encuentra presente en las historias de todos sus personajes: ¿Por qué estamos aquí? ¿Cuál es mi propósito en el mundo? ¿Cómo puedo hacer para funcionar correctamente? Semejantes cuestionamientos dan paso a escenas llenas de honestidad y corazón, en los que la fragilidad de cada uno de ellos es puesta al descubierto. LA INVENCIÓN DE HUGO CABRET tiene escenas dramáticas, pero los momentos de aventura (pocos, pero visualmente asombrosos) y humor (inocentes pero graciosísimo, la mayoría aportados por el inspector de seguridad y su pequeña historia de amor) son también varios. Críticos, directores y más miembros del ambiente cinematográfico amaron LA INVENCIÓN DE HUGO CABRET por la forma en que nos recuerda con cariño las raíces de la industria. No solo tenemos para ver de vuelta en pantalla gigante (¡y en 3D!) clásicos cómo VIAJE A LA LUNA (1902) o el recordado plano final del western ASALTO Y ROBO A UN TREN (1903), sino que Scorsese también se da el gusto de mostrarnos una escena de SAFETY LAST! (1923) en la que Harold Lloyd está colgado de un reloj en un edificio, solo para repetirla varios minutos después, ahora usando su tecnología contemporánea y a Hugo - lo mismo hace con la llegada del tren en una de las primeras filmaciones de los Lumiere, y más adelante con la impactante escena del sueño -. Esa es la forma que tiene este legendario director de demostrarnos que, si bien las películas cambiaron a lo largo de los siglos, nosotros nunca dejamos de ser lo que realmente somos. Está bien, tal vez ya no nos asuste (tanto) ver en pantalla un tren llegando a una estación, pero en el fondo siempre seremos lo mismo: hechiceros, sirenas, viajeros, aventureros, magos. Todos funcionando dentro de la misma maquinaria que es el cine.
Cuando alguien ama las películas, se siente en cada fibra de su ser y de sus expresiones. Scorsese tiene una pasión desenfrenada por el cine y, en “Hugo” nos lo hace saber. Scorsese nos mete en la vida de Hugo Cabret, un huérfano apasionado relojero como su difunto padre, que vive con la idea de reparar un autómata que su padre le dejo antes de morir. En medio de su búsqueda, se cruza en su camino con George Melies, uno de los pioneros del cine. “Hugo” nos devuelve al asombro inicial por las películas. Nos transmite esa sensación de admiración al ver lo que pasa en la pantalla. Que delito es ver esta película en un televisor, o en una computadora en cuevana, o en cualquier lugar que no sea un cine y en 3D. Por que la película esta hecha justamente para que el publico redescubra (y esto va a sonar a cliché pero es así) la magia del cine. El ritual de sentarnos en un teatro oscuro, junto a un montón de extraños, y dejarnos llevar a otro mundo en el momento en que el proyector se enciende. Scorsese en el curso de “Hugo”, nos lleva directamente al inicio del mundo de la cinematografía, con los hermanos Lumiere y sus vistas a momentos de la vida cotidiana, como “la salida de la fabrica” o la “llegada del tren”, en la cual el publico, totalmente asombrado por la novedad de estas imágenes en movimiento, se corrían y gritaban al ver llegar al tren en la pantalla. Eso es lo que busca Scorsese con “Hugo”, devolvernos a ese momento inicial de inocencia extrema, de deslumbramiento. Por eso la decisión de filmarla en 3D, por que es la (por así decirlo) maravilla de este tiempo (que resurgió, por que en realidad el 3D esta en las películas desde la década del 20 mas o menos). El uso del 3D, es magistral, la introducción a la estación de trenes donde vive Hugo, es genial, es un clase de como presentar una película. Donde sin una pizca de dialogo entendemos todo lo que pasa, quien es quien en ese lugar. Donde Scorsese va de lo general, con un travelling interminable hasta lo mas pequeño en la estación, un número de un reloj por donde Hugo espía lo que pasa (algo muy típico de Hitchcock). Ahora pasemos a los personajes. Hugo es un huérfano que luego de quedar en la custodia de su tío borracho, toma el trabajo de darle cuerda a los relojes de la estación. Es como el operador de los proyectores, donde permanece en el anonimato, siempre espiando, y observando como todo toma vida al mover un mecanismo. Hugo busca arreglar el autómata que le regalo su padre, como una manera de mantener su memoria viva. Hugo es protagonizado por Asa Buterfield, que esta increíble en su papel. Acá voy a coincidir con Macu, que siempre dice que la mano de los grandes directores se nota en los chicos, y eso es una verdad absoluta. Chloe Moretz también esta muy bien, es una actriz que tiene tanto futuro, y esta demostrando que no se va a quedar en estrella infantil y nada mas. Sacha Baron Cohen (o también conocido como Borat) esta perfectamente elegido para el papel del, por momentos, despiadado guardia de la estación. Su personaje es una caricatura del malhechor que persigue huérfanos. Cohen lo lleva muy bien, y le da ese toque de actor caricaturesco, pero sin llegar a lo burdo de los inicios de Jim Carrey. Pero quien se devora esta película es el genial Ben Kingsley, quien interpreta al legendario George Melies, el padre de todo lo que vemos actualmente en la pantalla gigante. El fue uno de los primeros en utilizar el invento de los Lumiere y contar una historia, generando una puesta en escena. Siempre con motivos fantásticos, el fascinaba a la gente con sus historias. Melies es reconocido por su famosísimo “Viaje a la Luna”, todos recordaran la imagen inolvidable de la Luna con un proyectil clavado en el ojo. Una secuencia por demás innovadora en esa época, con un travelling y con la técnica implementada por él, de sustitución de elementos. Un pionero, quien fue perjudicado en Estados Unidos por los técnicos que trabajan con Edison, en la distribución de sus películas. Fueron un éxito en USA, pero no le dieron ni un peso. Realmente es un personaje que merece un “Educando al Soberano” y si, ya se, esta critica se esta extendiendo demasiado. Obviamente “Hugo” esta mal catalogada como película para chicos. Yo diría mas bien que es para todos aquellos que amen el sentarse a ver una película, que se transporten al mundo del filme que están viviendo. “Hugo” es una obra maestra de Scorsese, es sin dudas su película más personal, y más arraigada a sus vivencias de niño y sus primeras experiencias en un cine. A uno lo deja como a un chico, embelezado frente a la pantalla…. PD: esta es una critica a la gente del Cinemark de Palermo: mejoren la insonorización de la sala!!. En un silencio de la película escuchamos la publicidad de la camioneta de Volkswagen, y realmente (por lo menos a mi) me saco del ambiente de la película. No fue solo una vez, si no que 2 o 3 veces mas que los sonidos de otras salas se filtraron. Muchachos, por 45 mangos la entrada, lo mínimo que pretendo es no escuchar las otras salas cuando estoy viendo mi película. Gracias!.
En busca de la fábrica de los sueños Martin Scorsese es conocido como uno de los grandes luchadores por la conservación y restauración de las grandes y pequeñas obras de la historia del cine. Del cual además siempre fue un estudioso: junto con sus amigos Steven Spielberg y George Lucas integran la primera generación de realizadores hollywoodenses formados en escuelas de cine, conocedores por igual de las obras de Godard, Griffith, Murnau y, ya que viene al caso, Georges Méliès. Así que de algún modo en “La invención de Hugo Cabret” (“Hugo”) se haya uno de sus grandes gustos: tributar a un pionero del cine, a uno de los primeros que vio el potencial del invento de los Lumiére para desarrollar una nueva forma de magia, un lugar donde se inventen los sueños de miles. Quizás por esto (y para hacer una película que pueda ver su hija menor, tal como ha dicho riéndose) decidió llevar a la pantalla la adaptación que John Logan hizo del libro de Brian Selznick “The Invention of Hugo Cabret”. Y para sorpresa de muchos, se animó al 3D, una tecnología sobreexplotada por el cine más comercial (y a veces con resultados poco convincentes). Sin embargo, como Tim Burton en “Alicia en el País de la Maravillas” logra sacarle al recurso el mejor lucimiento para la estética propuesta, y además honra la memoria del homenajeado de la historia, siempre a la vanguardia de la experimentación técnica. El relato La historia cuenta sobre Hugo, un huérfano que como otros sobrevive en la estación de trenes de Montparnasse, robando aquí y allá en algunos puestos de la gare, con la diferencia de que (aunque nadie lo sabe) es el encargado de hacer funcionar todos los relojes de la terminal. Todos creen que esa tarea la sigue cumpliendo el borracho de su tío Claude, que un día lo abandonó allí, luego de hacerse cargo de él tras la muerte de su padre (de la muerte de la madre no se habla mucho). Lo único que le queda de su padre es el oficio de relojero y un autómata a medio reparar, un hombrecito mecánico de cara triste que supuestamente tiene la habilidad de escribir. Repararlo es para Hugo obtener algún tipo de compañía, y la posibilidad de un postrer mensaje de su padre. En su búsqueda de piezas de repuesto, chocará con un oscuro juguetero que tiene su tienda en la estación, que tiene muchos secretos, empezando por una conexión con el autómata. A partir de allí, Hugo comenzará a desentrañar la cadena de misterios, de la mano (literalmente) de la ahijada del hombre, Isabelle. Luces y sombras La experiencia le da a Scorsese la oportunidad de jugar un poco a ser otro sin dejar de ser él mismo. Si en “La isla siniestra” se animó a montar su propia versión de la fuga psicogénica que animó la última (abstrusa) trilogía de David Lynch, en el presente trabajo hay cierto sabor al ya mencionado Tim Burton: hay un huérfano de cara tierna, un inventor misterioso, una damisela impúber, un inspector imposible, escenarios opresivos llenos de vapor, muchos mecanismos de relojería, y una fotografía que juega con colores hiperrealistas y reflejos forzados (el reloj de la estación en el ojo de Méliès, por ejemplo), detalles estos últimos que ganan con el 3D. Quizás por todo esto Johnny Depp (uno de los fetiches de Burton, junto con su esposa Helena Bonham Carter) es uno de los productores del filme. Y por supuesto (y para regodeo del director) están los fragmentos de los filmes de Méliès (también los habrá de otros referentes del cine mudo), con toda su belleza arcaica y su estética particular, que luego Scorsese recrea a la hora de narrar las filmaciones. Por lo demás, hay un despliegue visual que se esfuerza en retratar la París de los ‘30 (a vuelo de pájaro), las particularidades de los recovecos de la estación como un microcosmos (en el que Django Reinhardt puede lucirse con algunos tangos), y apuesta a los rostros y las expresiones de unos actores que soportan holgadamente los primeros planos. Los rostros El hallazgo indispensable para que una película como ésta funcione es el niño protagonista, y Asa Butterfield cumple con creces, con sus ojos celestes y su cara de “yo no fui”, que puede convertirse en un generador de pena en instantes. Por supuesto, el mismo casting encontró su contraparte en la Isabelle de Chloë Grace Moretz, un interesante hallazgo al estilo Emma Watson (inexplicablemente, siendo americana, y siendo una francesa, habla aquí con algo de acento británico).111 Viene aquí el lugar de los actores mayores. Y por supuesto es Ben Kingsley quien da una cátedra de actuación, componiendo a ese complejo Méliès, atormentado por el pasado, el juguetero hosco, y a la vez ser el mago radiante de los flashbacks: tampoco funcionaría mucho este filme sin un actor de su descomunal talla. El resto del elenco incluye a un moderado Sacha Baron Cohen, que construye sin excesos a un personaje de cuento (el inspector de la estación) pero con un dejo de humanidad (la escena “romántica” con Lisette es de una profundidad que hay que saber apreciar); a una tierna Helen McCrory, como “Mama Jeanne”, la esposa del cineasta; y la breve pero correcta aparición a cartel francés de Jude Law, como el padre de Hugo. Entre los secundarios, está un pulcro Michael Stuhlbarg como René Tabard, académico del cine y admirador de Méliès, la bondadosa Lisette forjada por Emily Mortimer y la maestría sutil de Christopher Lee como el librero Monsieur Labisse. También hay un lugar para dos veteranos actores británicos como son Frances de la Tour (Madame Emilie) y Richard Griffiths (Monsieur Frick), con su propio juego de afectos distantes. La magia Resulta interesante que dos de las grandes competidoras en la próxima entrega de los Oscar sean una película francesa sobre el antiguo cine estadounidense (“El artista”, de Michel Hazanavicius) y una película estadounidense sobre el antiguo cine francés (la que nos ocupa). Y tal vez sea importante que el cine vuelva sobre sí mismo, sobre aquellos tiempos en que no se encontraba tan atrapado entre la megaindustria y el Arte con mayúsculas: aquellos tiempos en que era una novedad, una magia de celuloide, una fábrica de sueños.
La Magia del Cine Hugo es la nueva obra maestra del afamado director Martin Scorsese, responsable de films como "Taxi Driver", "Casino", "Pandillas de Nueva York" y "Los Infiltrados". En esta ocasión deja bien en claro la versatilidad y la increíble calidad que puede mantener más allá del género que decida filmar, ya sea una historia violentísima, una biografía o una de aventuras. Todo en esta cinta es magnífico y pulido, desde la trama que resulta apta para todos los públicos sin insultar la inteligencia de nadie, los aspectos técnicos de efectos, sonido, vestuario y fotografía, las actuaciones impecables de todo el cast y ese "ángel" que nos convence de estar frente a un clásico del cine. Si me preguntan a mí, creo que el Oscar 2012 debería debatirse entre esta película y "Los Descendientes" de Alexander Payne, haciendo a un lado a la favorita "El Artista" que siendo muy buena película, creo es inferior a los dos títulos citados. Hugo cuenta la historia de un niño que queda sólo en este mundo, 1ro al morir su madre y luego la trágica muerte de su padre en un incendio. Hugo era extremadamente unido a su papá (Jude Law) y juntos estaban reconstruyendo un robot autómata que podía escribir por sus propios medios. Al fallecer su padre, el niño decide continuar con la tarea, robando si es necesario, para conseguir todas las piezas y dar vida a este amigo mecánico con el objetivo de no sentirse tan solo y triste. En el camino conocerá a un puestero de la estación de tren en la que vive y a su nieta, interpretados por Ben Kingsley y la ascendente Chloë Moretz respectivamente. A partir de ahí, comenzará una aventura que lo llevará a descubrir ciertos secretos que tratará de sacar a la luz con el fin de sanar las heridas de personajes olvidados y rescatar una partecita importante de la historia. Un film brillante, que divierte y enternece, que demuestra que la magia está en las cosas cotidianas de la vida si uno se decide a descubrirlas. Un trabajo que viene a decirnos que el cine es magnífico, que cumple un rol fundamental en la vida de las personas y que es el instrumento para dar vida a nuestros sueños. Un gran homenaje al séptimo arte que se merece sin dudas, mi recomendación.
Lecciones del pasado La mayor ceremonia de autocelebración de la industria cinematográfica está a la vuelta de la esquina, y como es costumbre nuestras carteleras se encuentran inundadas por sus principales candidatos: Hollywood se recicla año a año con los Premios Oscar y para estas fechas parece volver a nacer, aunque las novedades que suele prometer luego se conviertan en meros espejitos de colores. Este año difícilmente sea la excepción, aunque sí hay alguna película por allí a la que vale la pena prestarle atención, sobre todo la última de Martin Scorsese (aunque también la de Alexander Payne, Los descendientes) que se desmarca sutilmente de la lógica dominante en el mercado actual -aquella que intenta llevar al cine a una nueva era de ensueño (digital)- y discute lúcidamente con ése paraíso prometido. Hablamos de La invención de Hugo Cabret, que por varios motivos constituye una curiosidad: es la primera película de Scorsese filmada en 3-D, precisamente con tecnología digital, y es también su primer filme dedicado a la infancia, que se puede encuadrar en aquél resbaloso género llamado “cine para toda la familia” (es también la máxima aspirante al Oscar en esta edición, con once nominaciones, aunque esto no es más que una anécdota). Fábula iniciática de inconfundible tono dickensiano, legítimo homenaje a los inicios del cine y a la era mecánica que lo parió, lo más curioso es precisamente que Scorsese recurra a la última tecnología disponible para reivindicar aquellos viejos tiempos donde el paradigma de la perfección era un reloj a cuerda. No resulta casualidad sin dudas su elección, así como tampoco lo es que su protagonista sea un niño huérfano, que en la película redescubrirá la infancia del cine y a su mayor creador, el olvidado Georges Meliés, al mismo tiempo que encuentra su lugar en el mundo. Y es que la película toda constituye una sutil lectura del presente, un llamado de alerta sobre la necesidad de recordar los orígenes, sobre la importancia de volver a los padres fundadores para iluminar este futuro que se abre ante nosotros pleno de incertidumbres, donde el cine ha terminado de independizarse del mundo que lo contiene y ya no lo necesita para existir. No es que Hugo (como se conoce en el original) sea un panegírico del realismo en el cine, más bien lo contrario: Scorsese reivindica enfáticamente la famosa idea del cine como una máquina de sueños, al servicio de la ilusión y la fantasía colectivas, donde incluso los hombres pueden encontrar sosiego a su realidad (lo que podría ser el primer mandamiento de Hollywood). Pero el director de Taxi Driver advierte que el cine está en problemas, y su respuesta es (significativamente) una fábula que nos devuelve a los inicios para advertir que allí, en las obras olvidadas de Meliés, Chaplin, Keaton o Renoir (entre otros directores citados) hay respuestas y lecciones para volver a aprender. Adaptación de una novela gráfica de Brian Selznick, el filme se centra en Hugo Cabret (Asa Butterfield), niño huérfano que vive en las estructuras secretas de la monumental estación de ferrocarril de París, en los años ’20. Hugo ha heredado la pasión por el oficio de su padre, relojero mecánico de profesión cuya única herencia es un misterioso autómata, un robot mecánico que nuestro protagonista pretende reparar, ya que intuye que allí puede haber un mensaje de su progenitor. Además, Hugo mantiene secretamente andando los relojes de la estación para evitar que descubran que su tío, un alcohólico perdido responsable de ésa tarea, lo ha abandonado, algo que lo condenaría al orfanato. Para colmo, en la estación hay un peligroso guardia de seguridad (Sacha Baron Cohen) que, secundado por su perro dóberman, está obsesionado con capturar niños huérfanos para enviarlos al servicio social. Eventualmente, Hugo tomará contacto con un anciano gruñón que posee una juguetería en la estación, ni más ni menos que Georges Meliés (que efectivamente terminó allí), y con su nieta Isabelle (Chloë Grace Moretz), también huérfana, quien intentará ayudarlo a poner en marcha a ése autómata, ligado secretamente al gran director (interpretado por Ben Kingsley). Formalmente elegante, Scorsese utiliza por momentos el 3-D como una declaración de principios: los planos secuencia que abren la película (sobre todo aquél donde Hugo recorre las instalaciones de la estación), así como el uso de la profundidad de campo en varias secuencias, despegan a la película de la frivolidad dominante en el medio actual, y acaso la liguen secretamente con aquéllas tradiciones que intenta homenajear. Basta ver las recreaciones de las filmaciones de Meliés para comprobar el sincero amor que Scorsese profesa por ese pasado cinematográfico (así como también los continuos homenajes y citas, a veces exagerados, como el de Django Reinhardt), y comprender el mensaje que tiene para sus coetáneos. Su descarada artificialidad, su final feliz y al borde del sentimentalismo, son coherentes con la propuesta (que es una declaración de amor al cine), pero Scorsese se cuida de apelar a la nostalgia o la melancolía: Hugo es un filme que se dirige al presente, y por tanto no deja lugar a esos golpes bajos. Por esto mismo, la música grandilocuente que la recorre se vuelve un gran problema, pues sofoca a la propia película y contradice las intenciones del autor. Claro que ese atisbo de solemnidad es contrapesado por la nobleza de la propuesta, que en la sencillez de su trama encuentra un espacio común para unir a grandes y chicos, sin abandonar sus aspiraciones de reivindicar un pasado de lucidez para el cine moderno. Por Martín Iparraguirre
Llena de fantasía, esta fábula conmovedora constituye uno de los homenajes más sentidos, instructivos y celebratorios del cine. La invención de Hugo Cabret (Hugo, 2011) es una fábula conmovedora pero también es uno de los homenajes más sentidos, instructivos y celebratorios del cine desde Cantando bajo la lluvia. "Dickensiana", llena de fantasía, magia, pedagogía, culpa y redención, la película desarrolla el fenómeno de la filiación, de la transmisión genética de las preferencias, del posicionamiento familiar, a partir de formulaciones clásicas. En tanto que la aproximaci?n estereosc?pica aplicada por el director, Martin Scorsese, resulta decisiva en la instalaci?n de un gran efecto de ilusi?n. Una ilusi?n justificada -m?s all? de los requerimientos del sub g?nero infantil- toda vez que los designios del personaje de Hugo (el ni?o hu?rfano del Par?s de entreguerras) y el descubrimiento de su lugar en el mundo, resultan siendo tambi?n los designios del cine. Encarnados en la m?tica presencia de Georges M?li?s, uno de los grandes y seminales pioneros del cine. Y porque al recrear las asombradas sensaciones de los primeros espectadores, Scorsese establece un puente con los espectadores de este tiempo, asombrados tambi?n y sin enterarse de la modernidad del pasado. La invenci?n de Hugo Cabret es tambi?n una pel?cula sobre la modernidad. Y el cine, como expresi?n acabada y representativa de la modernidad tecnol?gica; como arte-espect?culo finisecular, constituye un t?rmino de referencia muy importante en la pel?cula. Scorsese, quien desarrolla una encomiable labor de supervisi?n del gui?n; de conducci?n y estrategia de la puesta en escena; y de composici?n del encuadre en tercera dimensi?n; privilegia en todo momento ?ya en la construcci?n del relato, ya en el dise?o de la caracterolog?a de los personajes- la influencia del cine en el cine. Ese gran mecanismo cultural que suspende el tiempo; que emplea luces y sombras m?gicas; y dispone convenientemente ?como todos los artefactos de la modernidad- de la observaci?n, de la imaginaci?n sin l?mites, del utilitarismo, del sentido pr?ctico, de ocio y del anonimato para fabricar sue?os. En proporci?n directa al maquinismo, a la expansi?n industrial, a la mec?nica ferroviaria, al daguerrotipo, al urbanismo, a la novela decimon?nica, a la ?pera, a la luz incandescente, a la telegraf?a, a las tecnolog?as qu?mica, el?ctrica, petrol?fera y del acero; el cine afecta y est? afectado por las tradiciones culturales de la sociedad. La invenci?n de Hugo Cabret afecta y est? afectado por la historia, por los personajes, por la Historia del Cine, por la erudici?n del director, por su vocaci?n magisterial donde el cine es la materia de conversaci?n y el interlocutor a la vez. Luego de que el personaje de Georges M?li?s (interpretado por el actor Ben Kingsley), un anciano y amargado vendedor de juguetes en la estaci?n de trenes de Par?s, le arrebata a Hugo su libreta con anotaciones mec?nicas, sigue un camino ficcional angustioso, lleno de culpa y extrav?o. Al igual que en Taxi driver, Toro salvaje, El rey de la comedia y La ?ltima tentaci?n de Cristo, desde ese momento se van descubriendo designios, vinculaciones geneal?gicas, afinidades quebradas, hallazgos mundanos, fatalidades. Las caracterolog?as de Hugo Cabret y al resto de los personajes. Casi engranajes desencajados y an?rquicos en el gran mecanismo de la vida; que acallan o reservan para s? mismos grandes ilusiones. Por ejemplo, recuperar la libreta y echar a andar al aut?mata; recordar al padre a trav?s del cine; supervisar la mec?nica del reloj de la estaci?n de trenes, disfrutar la compa??a de Isabelle (la linda Chlo? Grace Moretz); encontrar la llave que activa al aut?mata; en el caso de Isabelle es leer, descubrir la naturaleza humana y convertirse en una escritora; en el caso del torpe gendarme de la estaci?n, es enamorar a la vendedora de flores y atrapar a los ni?os vagabundos; respecto de George M?li?s la ilusi?n tiene visos de resignaci?n; es decir, sobrellevar la vejez en compa??a de su esposa y de su hija adoptiva, renunciando al pasado culposo, lleno de cat?strofes econ?micas y contradicciones personales; acallando secretamente su ilusi?n de ser redescubierto por las nuevas generaciones. La invenci?n de Hugo Cabret es una pel?cula absolutamente scorsesiana e imprescindible.
Martin Scorsese nos regala una película deslumbrante. Allí en esa historia, está el homenaje al cine, a los pioneros, en especial al gran ilusionista que fue George Meliès, pero también revaloriza su otra pasión; la investigación y el recupero de viejas películas, la celebración de la vida a través del cine y la reinvención de la utilización del 3D. Todo eso que se transforma en una verdadera celebración para el espectador. Grandes actores (un elenco encabezado por Ben Kingsley) y una historia poderosa de un chico huérfano que vive en una estación de trenes y cree que si repara un robot encontrado por su padre tendrá una conexión con él, despertó en Scorsese el eco de su propia infancia, de su conocida historia. Es una película para chicos, pero también para todos nosotros que no podemos vivir sin el cine. No pueden perdérsela. (####)
Para el cine, con amor. Marty. Una de las películas más esperadas y comentadas de esta temporada resultó ser la apuesta de Martin Scorsese por un cine más familiar, sencillo y limpio. Es así que Hugo (2011) quedó en boca de todos no sólo porque el director de Taxi Driver, Godfellas o The departed olvidó por un segundo a Leonardo DiCaprio y fue en busca de jóvenes actores para ilustrar una trama vestida de infantil, sino porque en ella también volcó sus ánimos más cinéfilos para una película que se planta como una de las declaraciones de amor más grandes al cine como el artificio más espectacular de la historia. Hugo es lenta, por momentos aburrida, pero ahí está siempre la impronta artística imponiéndose por sobre la trama, con el desprolijo pero característico montaje típico de Marty y un deslumbrante diseño de producción para recrear la Paris de los 30. Y todo esto la hace inmensa, gigantezca, aunque nunca más que el aprecio que tiene el realizador por lo que está haciendo. El homenaje constante a la figura de Georges Méliès (una descomunal interpretación de Ben Kingsley) y sus incursiones a la magia y la cinematografía (si es que una no quita a la otra realmente) no es más que una fachada que cubre el verdadero propósito de esta aventura fílmica: el propio asentimiento de devoción hacia un mundo, un estilo de vida. Una semblanza que se dibuja con ese mecanismo precioso del séptimo arte (símbolo del Autómata), con sus idas y vueltas, muchas veces, sí, desilusionante, pero siempre esperanzador, rejuvenecedor, activo y creativo. Los talentosos aportes de Asa Butterfield y Chloë Grace Moretz inundan de radiante frescura una pantalla que por momentos se opaca un poco por un complicado andar en los primeros treinta minutos de metraje, invadidos por cierta sonsera y sobreactuación -tal es el caso de Sasha Baron Cohen y las breves intervenciones de Frances de la Tour y Richard Griffiths con su innecesaria historia de amor canino-, que desdibujan la propuesta para llevarlas a una cosa aniñada y desorientada, que finalmente evoluciona a lo que termina siendo Hugo, una delicia. Así como el niño Cabret se esconde tras las maquinarias de los relojes para ver las historias que se suceden en la estación de trenes, el espectador quedará embobado con una película maravillosa y una trama que va in crescendo para llegar a su propósito, homenajear al cine, venerar el ritual de los cinéfilos, y preservar a los grandes como Méliès en un tiempo en que, como lo dice el personaje de Michael Stuhlbarg, "el presente trata mal al pasado".
EN DONDE SE FABRICAN LOS SUEÑOS El cine según Scorsese O de cómo Martin nos engañó a todos. No hace falta decir lo que significa Scorsese para el cine y el cine para Scorsese. Se trata de una de las grandes personalidades del cine norteamericano, uno de los miembros de aquella gran camada- los hijos de la guerra- que tomaron al séptimo arte por las astas y lo llevaron a uno de sus máximos niveles en la década de los '70. Es uno de los pocos directores de cine actuales que puede darse el placer de contar con un presupuesto de 170 millones de dólares y hacer una película íntima, personal por donde se la mire, plagada de referencias al cine y a su propia vida. Lo que podría aparentar en primera instancia ser una película "familiera" y de entretenimiento resulta ser otra cosa, casi un testamento de vida- una distinta clase de espectáculo. Mago, ilusionista, artífice, llámeselo como se quiera. Porque el cine es magia y la magia es arte, y nadie mejor que Scorsese para mostrarnos eso, nadie más apropiado que la cabeza detrás de clásicos como lo son Calles Salvajes, Taxi Driver, Toro Salvaje, Buenos Muchachos. Y para esto, para mostrarnos qué entiende él por cine, utiliza como medio a uno de sus padres y (claro está una vez terminado el film), grandes ídolos: Georges Méliès. Tomado de la novela "La invención de Hugo Cabret", de Brian Selznick, el relato se centra en la historia de un joven huérfano que vive en una estación de trenes, encargándose del mantenimiento de todos los relojes de la estación, legado de su difunto padre y de su tío, ambos relojeros. Este protagonista vive entre las paredes, en estructuras subterráneas y dentro de las torres de relojes que se yerguen dentro y sobre la estación, de cara a un París fantasioso y melancólico de fines de la década del '20. Hugo (con notables similitudes con Quasimodo, el jorobado de Nôtre Dame- atenti a su nombre, posible alusión a Víctor Hugo) posee una notable destreza para arreglar cualquier mecanismo y una obsesión por conseguir las distintas piezas (incluída una llave con forma de corazón) que le faltan para arreglar un misterioso autómata, recuerdo de su padre. Así, entre engranajes y máquinas en continuo movimiento, el protagonista (nosotros) observa(mos) detenidamente a cada personaje de la estación- en secuencias con reminiscencias de La Ventana Indiscreta, de Hitchcock-, quienes se nos presentan a través del lente deformante de la percepción de un niño, es decir, exagerados, casi caricaturescos, con rasgos sumamente distintivos. Este acto de observar está continuamente resaltado por diversas y reiteradas tomas en las que se recurre al plano detalle de los ojos de Hugo, siempre observando a traves de relojes y de diversos mecanismos, con los movimientos de los engranajes remitiendo a la continua obturación de una cámara cinematográfica reflejados sobre su rostro. Así, en esta suerte de panóptico, diversas situaciones se nos presentan, y de esa manera nos ubicamos en el punto de vista del niño, por lo que todo el relato adopta, ya desde el comienzo, una textura inocente y naif. Hugo Cabret (Asa Butterfield) intenta a toda costa arreglar al autómata, el único recuerdo de su padre. Hay diversos elementos que hacen que la trama y la historia funcionen, no sin caer en clichés sino logrando aprovechar varios de los temas que vemos en el film (la relación de padre/hijo y la orfandad, por sobre todas las cosas). Hacen a la historia y al relato; logra que sean necesarios. En primer lugar, el espacio de la estación como lugar de gran parte de la acción es majestuoso y complejo. Su inmensa cantidad de maquinarias, pasadizos, y engranajes metálicos funcionan casi como un autómata gigante y como metáfora de que la vida se rige por estos mecanismos, de que mientras que Hugo continúe aceitando y dando cuerda a los diversos aparatejos entonces todos seguirán su rumbo, algunos corriendo algún tren, otros bajando de alguno. Una gran masa de gente caminando por distintas plataformas con un aparente destino, sin notar, siquiera por un instante, la acción de Hugo. De hecho, el único momento en el que el guardia de la estación (un gran personaje caricaturesco interpretado por el imprevisible Sacha Baron Cohen) nota la ausencia del tío Claude es cuando uno de los relojes se detiene. Allí, en ese instante en que la vida (de la estación) parece detenerse porque su alma (el reloj) no funciona, es cuando se hace notoria esta ausencia. En este espacio, a su vez, Scorsese tiene la habilidad de implantar, casi a escondidas, a diversos personajes famosos de la historia mundial. Así, podemos ver a Django Reinhardt tocando la guitarra en un bar de la estación, a James Joyce con sus inconfundibles anteojos y a Winston Churchill entre la multitud. Funciona casi como único escenario; de hecho, casi no existe el afuera. El afuera es frío, es oscuridad. Hugo va de la estación a la casa de Méliès, siguiéndolo por calles cerradas y sofocantes, con sus pantalones cortos. Parece que va a morir del frío. A la estación y a la casa de Méliès se le suma la biblioteca, resguardada por nada menos que Christopher Lee (el inmortal). Así, en esos tres interiores es en donde transcurre la mayor parte del relato, y el afuera se hace presente en aisladas ocasiones, siempre con las mismas características: oscuridad y frío. La ciudad de París es vista por Hugo protegido detrás del vidrio de un enorme reloj, en donde el frío no se siente y la ciudad se encuentra iluminada por los autos que transitan las calles; se trata de un espectador constante, un voyeur de los clásicos. Otro rasgo distintivo que me parece determinante en este film, alejándonos de la puesta en escena y acercándonos más al guión, es la oposición de visiones. Esta característica es la que lo convierte en un film complejo, a pesar de parecer simple. Se trata de una narrativa de constantes y certeras contradicciones. Desde lo formal ya es evidente un rasgo de la película: el uso del 3D. ¿Cómo hacer que un film cuyo tema central es hacer un homenaje nostálgico a los inicios del cine congenie con el uso de una técnica que fue estandarizada tan recientemente, y que hoy en día viene incluido dentro de cualquier paquete de acción pochoclero? Scorsese sabe lo que hace. En un momento de la película, uno de los personajes se detiene a contar la conocida anécdota de la proyección de La llegada del tren de los hermanos Lumière: la gente de ese entonces, al ver al tren dirigiéndose hacia la cámara, se espantó terriblemente porque pensaron que el tren se los iba a llevar por delante. En este caso, el tren casi nos lleva puestos literalmente, gracias al excelente uso del 3D, no sólo por su gran factura técnica, sino por su adecuación y congeniación con el guión. Otra oposición de las que hablamos se encuentra en el corazón del film: al verlo, no podemos menos que tener sensaciones diversas. Por un lado, el relato tiene un tratamiento, como dijimos con anterioridad, que destaca la visión del niño, tanto en las situaciones como en los personajes. No podría ser más clásico. Así, nos sumergimos en un universo dickensiano hasta la médula en el que conviven el amor y la violencia. Pero en la otra mano, es una película muy madura, realizada por alguien que sabe de lo que habla. Quizás, contra todas sus apariencias, una de las más maduras de Scorsese, y sin lugar a dudas la más personal. Es decir, dudo seriamente que Scorsese hubiera querido hacer este film hace veinte años. En lo que respecta a los rasgos formales del film, se destaca principalmente la fotografía; la composición de cuadro es sumamente compleja y vistosa, y los planos secuencia (ya una marca de autor en las películas de Scorsese) son sumamente elaborados, ensalzados aquí por la maestría con la que está manejado el 3D. Los engranajes y las máquinas son una presencia constante en el film. Grandes actuaciones de todos los involucrados, en particular del joven Hugo, Asa Butterfield, y, en contraposición, del gran Ben Kingsley, un actor que logra que todos los papeles que realiza parezcan hechos para él. En este caso, dejando de lado el parecido físico con el auténtico Méliès, su labor es perfecta. En todo el primer tramo del film, su mirada destila una mezcla de pena, resentimiento y olvido, todo eso con un solo movimiento de ojos. Luego, su evolución es notoria. Aquello que no quería recordar vuelve a él, y se alza como quien verdaderamente es. Un mago. Como Scorsese. Un verdadero ilusionista. Porque el detalle que hace que Hugo no sea una película más, es su característica de espectáculo. Al comienzo de este análisis mencionaba que este film era todo menos uno familiero y de entretenimiento. Scorsese mismo mencionó en una entrevista que, a su parecer, la única película de su factoría que tiene una trama es Los Infiltrados. Creo entender a qué se refiere. Muchas veces los personajes de sus películas divagan entre una serie de situaciones, o incluso se encuentran rodeados de hechos que les son ajenos y de los que no pueden escapar. El caso de Hugo es distinto, pero no es muy lejano. Es más una sensación lo que mueve al film, una pulsión constante que no recae en mecanismos narrativos sino en una convicción: la certeza de que no hay ni habrá jamás nada tan mágico como el cine. Este amor pasional que nos transmite Scorsese se ve claramente en la cantidad de material original de Méliès que incluyó en el corte final (hay un momento en el que la película roza el documental). Son artificios los que nos muestra, todo el film se erige como un gran espectáculo circense. Y la noción de fantasía, de ilusión, que tiñe a todo el film se ve resaltada innumerables veces, porque eso es lo que, me atrevo a decir, le importa al director. Demostrar que saber el truco no basta para que la magia deje de fascinar. Ben Kingsley encarna con mano maestra a Georges Méliès, uno de los padres del cine tal como lo conocemos. Y así, nadie podría filmar la juguetería de Méliès como lo hace Scorsese. Se mete dentro de la misma y se ocupa de crear, de la nada (de la galera), un espacio tan lleno de sensaciones y de nostalgia que parece ser el lugar de la infancia de todos nosotros. La conciencia de origen del cine y de su esencia, la desmitificación de un arte que los tiempos han convertido en "inalcanzable" y la invitación a que veamos cuál es la verdadera esencia de esto que llamamos cine. Entre mecanismos y engranajes que funcionan como un gigante cinematógrafo, Scorsese no deja de hablar ni un segundo sobre el cine, no quita la lupa de esa condición mecánica del séptimo arte y de cómo, a través de los ojos, a través del mirar, ese acto mecánico y aparentemente carente de vida se transforma en algo más. Ilusión o magia verdadera, nada de eso nos importa. No estamos buscando las costuras, sólo queremos sorprendernos, entusiasmarnos. Quizás por eso es tan emocionante ver a Méliès, casi como un niño, creando ilusiones con su cinematógrafo, jugando a crear universos inimaginables, mundos subacuáticos, dragones que lanzan fuego y esqueletos que bailan. Ese hincapié en la motivación, en la sorpresa (en el dejarse sorprender) es en donde vemos una declaración de principios del propio Scorsese, casi una carta de amor a ese amante caprichoso que, desde hace 40 años, frecuenta este hombre que, pareciera, no se irá de (detrás de) la pantalla hasta que se lo lleven contra su voluntad. Y contra la de todos nosotros.
Spoiler Alert! Si hay algo que podemos decir de la nueva película del gran Scorsese es que no ha pasado desapercibida: desde antes de su estreno el film causó curiosidad y posterior a éste arrasó con la premiación de los Oscars; ciertamente, podemos decir, de forma merecidísima. Hugo (Martin Scorsese, 2011), va un paso más allá y desafía al espectador de diversas maneras al tiempo que le ofrece un mundo al que resulta imposible resistirse. Hugo (Asa Butterfield) es un huérfano que vive en la estación de trenes de París y que, a partir de la muerte de su padre se ve envuelto en una aventura para descifrar el misterio del autómata que éste le dejó. En la aventura lo acompaña Isabel (Chlöe Grace Moretz), una niña que parece poseer la clave que lo lleve a descubrir el enigma. Podemos decir que Hugo se convierte en una excusa para realizar una biopic. Scorsese nos cuenta la vida y obra de Geroge Mélies (Ben Kingsley) de forma camuflada y desde la excusa del misterio del autómata. Si bien esto parece ser el punto central del film, en mi opinión, todo termina resumido en la vida del innovador cineasta y es ésta la que nos disipa todas las incógnitas. La obra de Mélies es la llave que desentraña el enigma. Esto hace que la historia tenga varias puntas y que por momentos no sepamos exactamente cuál es el tema central. Pero podemos decir que el film se resuelve de forma muy inteligente, conectando cada parte de la historia con el tópico de la magia. Toda la explicación necesaria (sobre el autómata, el cine, la vida de Mélies, etc.) reside en lo mágico. En un primer momento parece un poco desorientadora la historia, porque no sabemos exactamente a dónde nos llevan, pero al instante que aparece el personaje de Mélies y todos los signos alusivos a su obra cinematográfica, la película cobra forma y cierra de inmediato todos los cabos de una manera maravillosa. Es la vida y el trabajo de Mélies, sus aportes al cine lo que nos explica todos los interrogantes, es por eso que considero que es una biopic, sólo que contada de una forma muy poco tradicional, casi circunstancialmente. El film se presenta como un gran estímulo visual permanente: asistimos a un despliegue de técnicas que se orientan a perpetuar la magia que esconde el cine. Sólo por estar hecha en formato 3D ya nos sumergimos en una atmósfera onírica que se completa con los alucinantes vestuarios, la terminal de trenes de ensueños y ese fascinante París de los años ’30. Estéticamente estamos frente a una obra maestra y muy finamente cuidada. La estación de trenes es un espacio que se comporta como personaje indispensable en la película. Mientras Hugo observa todo desde un enorme reloj, vive las peripecias de la rutina que es lo que le agrega el tono cómico al film: el malhumorado inspector de la estación (Sacha Baron Cohen) que persigue a los huérfanos e intenta conquistar a la florista (Emily Mortimer), el enamorado de Madame Emilie (Frances De La Tour) con sus acompañante caninos, etc. La estación es el mundo al que Hugo está reducido hasta que aparece la aventura que lo lleva a viajar en el tiempo, conocer sobre los orígenes del cine (que son exhibidos de forma muy didáctica para el espectador), sobre literatura y sobre la magia detrás de todas las cosas. Dos niños buscando una aventura que los lleve a descubrir el misterio, hace ingresar al espectador en la ésta, vivirla desde la mirada infantil que se convierte en un espacio fundamental dentro del film. Martin Scorsese, cual mago, nos invita a explorar, desde los ojos de un niño, el maravilloso mundo del cine, los misterios que éste encierra y la magia que lo devela todo. La magia es el principio, el enigma y es también la solución. Encontramos la magia detrás de cada invención.
Inocencia y magia en un cálido homenaje al cine Cuento tierno, filme de aventuras, conmovedor homenaje al cine y a sus ganas de enseñar a soñar, vistoso canto a la magia y a la inocencia. Martin Scorsese, tras muchos años de explorar rincones turbios, vuelve a la niñez para rescatar la memoria de un arte que a su niñez le dio sueños y que hoy le tributa inspiración y gracia a su vida. El 3D le agrega otra textura a un cine vertiginoso, visualmente seductor, que cuenta las andanzas de este par de huérfanos en una estación parisina de finales de los años 20: Hugo e Isabelle deben ajustar cuentas con los relojes (el tiempo y la vida) y con una existencia llena de pérdidas pero también de sueños. Pero el personaje que ocupa el centro de la historia es Georges Melies, el primer director de cine que dejó a un lado el registro básico de los pioneros, para ir a buscar en la magia y la imaginación la sustancia de este arte que estaba naciendo. Melies la pasó mal. Fue ignorado y gran parte de su obra se ha perdido. La película lo muestra como un viejo cascarrabias que tiene un puesto de relojería en esa estación y que al final será rescatado del olvido por una máquina que viene a salvarlo. Ese robot y Hugo lo pondrán otra vez en escena para que el cine -máquina al fin- pueda recuperar su carga de magia y fascinación. Todo rueda en este filme emotivo: el cine, los trenes, los relojes, hasta el robot. La existencia es un engranaje; y las casualidades y los olvidos, las pérdidas y los reencuentros forman parte de su mágico andar. Scorsese acaso quiera decirnos que la vida está llena de piecitas que deben ser ajustadas para que nada se detenga.
Publicada en la edición digital de la revista.
Homenajes Por más que lea y relea las críticas que abundan en los medios, deslumbrados por la última película de Scorsese, no he sido capaz de hacer coincidir tantos halagos con mi experiencia durante el visionado del filme. A los que se les hace agua la boca por Hugo, hablan básicamente de tres cosas: 1) homenaje, 2) emotividad y 3) impacto visual. Solo puedo decir que coincido con el último item, pues técnicamente, La invención de Hugo Cabret es sencillamente maravillosa. El homenaje -en este caso a George Melies, uno de los pioneros del cine- está presente a tal punto que Melies es el personaje principal de la segunda mitad del metraje, lo cual evidencia algunos problemas en el guión de John Logan (también responsable de Gladiador y El aviador). Por último, suena extraño decir que la historia de un huérfano que vive escondido en una estación de trenes en Paris tratando de descubrir una forma de reconectarse emocionalmente con su padre muerto a través de una especie de robot es poco emotiva, pero es la pura verdad: la historia de Hugo es sosa y fría, la conexión del autómata con la memoria de su padre está completamente agarrada de los pelos y a eso se le agrega el "peligro inminente" de que un guardia de la estación -interpretado payasescamente por Sacha Baron Cohen- lo atrape y lo envíe a un orfanato. Todo en la historia de Hugo es rebuscado y poco convincente aún para una película con tintes fantásticos. Padre, hijo y autómata: una relación caprichosa No es difícil elogiar a Scorsese, un verdadero maestro del cine contemporáneo, que con esta incursión en las películas aptas para todo público (¡y en 3D!), ya se puede decir que lo ha hecho todo. Y tampoco es difícil halagar a un filme que homenajea a un artista fenomenal, al primer tipo que pensó el cine como una forma de entretenimiento: George Melies inventó los efectos especiales, la compaginación y hasta podríamos decir la ficción en el cine que hasta ese momento tenía una función experimental y más ligada a lo "documental". La recreación de sus películas dentro de este filme es, sin dudas, sensacional y es un placer poder disfrutar de fragmentos (ya sean reales o reconstruidos) de aquellos filmes de fines del 1800 y comienzos del 1900. Sin embargo, no es suficiente como para aseverar que Hugo es una gran película, en especial porque toda la historia de este huérfano genio es una excusa para contar la historia de Melies. Tal es así que el protagonista pierde terreno sobre el final y es desplazado por la figura del viejo cineasta. No queda más que quitarse el sombrero con el apartado técnico del filme: el diseño de los escenarios y el uso del 3D es simplemente majestuoso. Scorsese juega mucho con planos secuencias y travellings larguísimos que atraviesan cosas, pero principalmente le da gracia a cada plano con una profundidad de campo impactante que nos hace sentir que el artilugio de las tres dimensiones es algo más que objetos flotando fuera de la pantalla. Muuuuucha profundidad de campo en las escenas, lo mejor del filme. El elenco cumple una muy buena tarea: cada intérprete logra hacer lucir a sus personajes pese a que el marco general en el que interactúan no les brinde tanto espacio para el lucimiento. El ejemplo más claro es el de Sacha Baron Cohen, quien logra un personaje simpático pese a que no tenga razón de ser dentro de la historia. La amenaza del guardia y su perro, apuntada hacia lo grotesco aunque resulte un peligro que se supone serio para el protagonista, no parece haber sido construída de la mejor manera, puesto que este doble juego entre cómico y peligroso termina por no funcionar ni para un lado ni para el otro. Mientras tanto, la posibilidad de un interés amoroso para este hombre es un hilo que el guión abre caprichosamente, tan solo para que sobre el final el personaje pueda demostrar la compasión que no tuvo durante todo el resto del metraje. Si Hugo no genera emoción es porque su guión es trunco e intermitente y carece del vuelo narrativo necesario. Claramente no es por culpa de Asa Butterfield (El chico del pijama a rayas), que hace todo lo que debe para generar empatía con un personaje que, en definitiva, nos deja de importar a medida que avanza el relato. Algo similar sucede con Chloe Moretz (Kick-Ass, Let me in, 500 días con ella) quien también logra un buen trabajo como para confirmar que no es una casualidad la cantidad de elogios que ha cosechado durante sus últimos filmes, pero cuyo papel termina siendo de mero instrumento dentro de una historia que está hecha para otro. Su personaje termina narrándonos la historia con una voz en off que nunca antes apareció durante el filme, lo que nuevamente demuestra un capricho de guión innecesario y difícil de explicar. Finalmente, Ben Kingsley y Helen McCrory, como Melies y su esposa, quienes logran las performances más eficaces, no porque sus performances sean tanto mejores a las de los demás, pero sí porque el guión les brinda la posibilidad de tener situaciones protagónicas de mayor dramatismo. Sin embargo, el peor pecado del guión no son sus caprichos, su arbitrariedad, su falta de emoción y hasta de aventura (¿lo peor que le puede pasar a Hugo es que ese guardia tontuelo lo atrape?), sino su falta de sorpresa. La invención de Hugo (¿qué invención? ¿acaso inventa algo?) es una película absolutamente predecible en donde sucede todo lo que se supone que va a suceder, pero con un ritmo denso y carente de fuerza. Visualmente imponente, Hugo es un filme digno de verse, sin duda, pero que adolesce de todo tipo de atractivo narrativo como para sostener tamaño artificio estético.
Basada en la novela gráfica homónima escrita por el autor e ilustrador de libros para niños Brian Selzknick, la nueva película del genial Martin Scorsese (merecidamente nominada a once premios Oscar, entre las que se incluyen mejor película, mejor director y mejor guión adaptado), es un claro, sentido y emotivo homenaje a los inicios del cine y en especial al mago e ilusionista George Méliès, quien junto con los Hermanos Lumière, es uno de los pioneros de la cinematografía. Esta producción, que se exhibirá en formatos 2D y 3D, transcurre en París de los años 30 y nos presenta la historia de Hugo (gran desempeño actoral de Asa Butterfield), un niño huérfano que vive oculto dentro de las paredes de una estación de tren de la mencionada capital francesa y que ante el desconocimiento de los demás, sobre todo del inspector del lugar (Sacha Baron Cohen), se dedica a darle mantenimiento a los relojes de la parada Montparnasse. Merodeando por la estación, el pequeño busca y roba, además de comida para sobrevivir, engranajes y partes que le permitan reparar un "autómata", una abandonada figura impulsada por un mecanismo de relojería interno que fue recuperada de un museo por su fallecido padre (Jude Law), un relojero que deseaba poder arreglarla junto al joven protagonista de este mágico relato, quien conserva esta especie de robot como único recuerdo de su progenitor. Un descuidado encuentro con un amargado reparador de juguetes (Ben Kinsley), dueño de una tienda dentro de la estación central de ferrocarriles, y con la nieta de éste, Isabelle (Chloë Grace Moretz), una niña amante de los libros, conducen a Hugo a resolver un misterio que lo llevará precisamente a encontrarse con los mismísimos orígenes del cine... y una llave en forma de corazón es la clave. Ésta, la primera película familiar del realizador de "Taxi Driver" -y la primera con la que incursiona en la tecnología 3D- no sólo está dirigida a un público infantil que tenga una edad para comprender la historia desarrollada sino que es un producto hecho para todos los amantes del cine, ya que Scorsese recupera, en forma de fábula, aquellos inicios de la magia del séptimo arte que han sido olvidados por muchos. Con una dirección artística increíble, una bonita fotografía, una música incidental preciosa a cargo de Howard Shore, actuaciones destacadas de todo el elenco (de los más grandes como Sir Ben Kinsley hasta los más pequeños como los talentosos Butterfield y Moretz) y un excelente guión de John Logan, "La Invención de Hugo Cabret" no hace otra cosa que regalarnos dos horas de magia y emoción. Al verla está la prueba del porqué de sus once aspiraciones al máximo galardón de la industria. Una joyita.
Publicada en la edición digital #1 de la revista.
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La Invención de Hugo Cabret es la incursión de Martin Scorsese en el género de la fantasía. Para la mayoría de los cinéfilos que vivimos sobre el planeta Tierra Scorsese es el gran maestro del cine de gangsters, dando a luz obras maestras como Taxi Driver, Buenos Muchachos, Casino e Infiltrados. El tema es que Scorsese nunca quiso el encasillamiento y siempre buscó bandearse hacia otros géneros probando la comedia, el drama biográfico, el drama de época y hasta el musical. En lo personal los filmes de mafiosos siguen siendo lo que más me gusta de su obra, aunque el tipo tiene talento para llenar estadios enteros y hacer filmes impecables del tema que se trate. Aquí Scorsese se mete con un libro infantil, el cual le sirve de excusa para despacharse con un sentido homenaje hacia uno de sus ídolos cinematográficos: Georges Melies, el padre fundador del cine fantástico. A principios del siglo XX Melies rodó cerca de 800 filmes de fantasía, ciencia ficción y aventuras, desarrollando un lenguaje visual y una caterva de efectos especiales (efectos de edición, miniaturas, perspectiva forzada, pinturas matté, etc) que se siguen utilizando hasta nuestros días. Pero, mas que la técnica, lo fascinante de Melies era su imaginación salvaje, plasmando en celuloide fantasias de todo tipo y creando un lenguaje visual onírico nunca antes visto. Tal como dice la película, Melies se fundió, quedó en el olvido y sólo fue redescubierto en los años 30, obteniendo premios y reconocimientos de todo tipo, y siendo su obra rescatada y revalorizada, reconsiderándolas como auténticas piezas de arte. Mientras que el propósito es noble, lo cierto es que la trama elíptica de La Invención de Hugo Cabret se siente por momentos pesada y estirada. Es realmente un animal de especie única: el héroe olvidado que Asa Butterfield descubre en la antigua estación de tren no es Superman, Perseo o Napoleón sino George Melies, un nombre muy importante en la historia del cine pero que sólo el 5% de la audiencia del filme es capaz de reconocer. Vale decir, el filme peca muchas veces de intelectualmente pretensioso - más aún al ver al pedante personaje que compone Chloe Grace Moretz, incapaz de expresarse como una persona corriente - y cae en el error de encriptar algo que debería ser mas sencillo. Muchos de los personajes actúan por capricho, y las motivaciones de su encierro - de Moretz, Kingsley, el mismo Butterfield - permanecen herméticas e inalterables hasta los minutos finales. El drama también es artificial - justo el autómata tiene memorizado un fotograma de Un Viaje a la Luna (1902) -, y la presencia del banal personaje del inspector (interpretado por el siempre insufrible Sacha Baron Cohen) tampoco ayuda; es un forzado intento de preparar algún tipo de conflicto para montar una insipida persecución final. Yo creo que el filme hubiera sido mucho mas redondo si lo hubieran despojado de Hugo, sus relojes y el zóologico humano de la estación de trenes (que, por momentos, parece inspirado en los filmes de Jacques Tati), y se hubiera centrado en hacer lisa y llanamente una biopic de George Melies. Uno se da cuenta que como filme infantil es lento y espeso, y parece mas una fantasía orientada a adultos cinéfilos, generando un hibrido imposible de clasificar. No deja de ser buen cine - Scorsese arma tomas interminables; las perfomances son formidables (incluso de Ben Kingsley, quien abandona su caterva habitual de bodrios series B y demuestra que es capaz de dar una buena actuación cuando el proyecto lo amerita); hay un sentido homenaje a los pioneros del cine mudo (además de Melies están Harold Lloyd, Charles Chaplin, Buster Keaton y un largo etcétera), y por momentos la magia es palpable -; pero también no deja de ser una historia travestida, en donde la supervivencia heroica del protagonista termina siendo opacada por la redención artística de un viejo showman, el cual era el personaje secundario de la trama. En todo caso la pasión cinéfila de Scorsese le ha librado una mala pasada, traicionando el espíritu de la obra, y dejándose llevar por el tributo en vez de hacerle justicia al sufrido protagonista.