La violencia omnipresente I, Tonya (2017) analiza una de las vidas y uno de los episodios más bizarros del deporte de las últimas décadas, tan insólito que resulta sorprendente considerar que recién ahora Hollywood haya craneado una película acerca del tópico: hablamos del devenir profesional y privado de Tonya Harding, una talentosa patinadora sobre hielo norteamericana, y su participación en el ataque del 6 de enero de 1994 a Nancy Kerrigan, su competencia directa en el equipo de Estados Unidos que estaba a punto de viajar a los Juegos Olímpicos de Lillehammer, en Noruega. La realización, dirigida por Craig Gillespie y escrita por Steven Rogers, adopta un enfoque casi tan inusual en este tipo de biopics mainstream como la propia Harding, apostando a una combinación explosiva entre entrevistas símil documental expositivo, interpelaciones a cámara por parte de los personajes y un tono narrativo cercano a la comedia negra basada en un montaje que enfatiza los contrastes entre la hipocresía del ambiente del patinaje artístico y la condición de “redneck/ white trash” de la protagonista. Para que quede claro desde el vamos, la propuesta no se anda con sutilezas y por ello mismo se sumerge de cabeza en el cinismo prototípico de las sociedades contemporáneas, pero a diferencia de tantas obras que se mueven en la misma sintonía, el film que nos ocupa por lo menos no nos embauca con moralinas y desenlaces maniqueos ya que aquí lo que prevalece es una sinceridad muy inteligente que lleva hasta las últimas consecuencias su postura ideológica, lo que de por sí constituye un soplo de aire fresco (o un balde de agua helada, depende la ocasión). El credo de fondo es sencillo, se reduce a tres conceptos centrales: todos los ciudadanos son unos imbéciles, se viven canibalizando entre sí y sólo los más “aptos” -en este darwinismo social exacerbado- pueden llegar a sobrevivir. Desde pequeña, Tonya (Margot Robbie) sufre una colección de negligencia, maltrato psicológico y violencia física de manos de su madre LaVona Golden (Allison Janney), una camarera que destina gran parte de su magro salario a pagarle lecciones de patinaje a su primogénita. Entre insultos entrecruzados, una actitud abiertamente confrontacional, la vaga noción de convertir a Tonya en una “luchadora” y una frustración enorme por un matrimonio que eventualmente llega a su fin, Golden marca el carácter de la protagonista, quien asimismo se transforma en una puteadora compulsiva con una autoestima fracturada y tendiente siempre al conflicto, en una eterna búsqueda en pos de la legitimación de los payasos del patinaje artístico (un enclave en el que los vestiditos y las patinadoras family friendly pesan más que la técnica y la destreza propiamente dichas) sin tener ni los recursos ni la paciencia necesarias para ello (sus escasos ingresos, su idiosincrasia aguerrida y su condición de marginada -esa que arrastró desde los comienzos- le complicaron la senda hacia el éxito porque no cuajaba con las féminas “vendibles”/ de cartón pintado del rubro). A pesar de coronarse como una de las mejores patinadoras de las décadas del 80 y 90, tanto en su tierra como en el extranjero, todo se vino abajo por la agresión contra Kerrigan (Caitlin Carver). La violencia y el delirio, factores vinculados a un estado permanente de los personajes, en la historia toman la forma de la relación entre Harding y su esposo Jeff Gillooly (Sebastian Stan), un enlace sadomasoquista -tracción a golpes y amenazas- que ella soporta bajo la misma lógica que la llevó a aguantar las palizas de su madre, porque son consideradas una suerte de señal de cariño/ interés/ preocupación. De hecho, el retrato de nuestra antiheroína no incluye un ensalzamiento barato ni la pose cool típica de Hollywood ya que apunta directamente a presentarnos la perspectiva de Harding sin romantizaciones, abrazando su dialéctica y poniéndola en interrelación con el ataque de turno: como bien dice Tonya, ella se pasó toda la vida cosechando moretones y no puede entender el por qué de tanto escándalo por haber aporreado a una burguesita boba. Como toda película sin resonancias “políticamente correctas”, a una primera mitad humorística -y muy negra- le sigue una segunda parte más gélida que a su vez deriva en un final trágico desde todo punto de vista. Sin dudas el guión de Rogers se juega por la hipótesis más extendida en lo que atañe al asalto a Kerrigan, a quien un tal Shane Stant (Ricky Russert) golpeó en una pierna con un bastón retráctil para incapacitarla, un episodio que en vez de romperle la extremidad sólo logró lesionarla. Harding pretendía unas bellas amenazas de muerte contra Kerrigan pero el bestia de Gillooly, en colaboración con su amigo y supuesto guardaespaldas de Tonya, el mitómano Shawn Eckhardt (Paul Walter Hauser), contrató a Stant y Derrick Smith (Anthony Reynolds), un chofer para la fuga posterior, con el objetivo de que llevasen las cosas un poco más lejos. I, Tonya no deja pasar la oportunidad de disparar munición gruesa contra el circo que los medios de comunicación armaron a partir del suceso y el cruel escarnio popular y del sistema judicial contra ella, poniendo el acento en reconfigurar la desgracia de Harding en tanto metáfora de ese otro tipo de violencia, la institucional, y ese canibalismo de las sociedades de nuestros días al que hacíamos referencia con anterioridad. Gillespie, conocido sobre todo por Lars y la Chica Real (Lars and the Real Girl, 2007) y Noche de Miedo (Fright Night, 2011), lleva adelante un muy buen trabajo que por momentos resulta un tanto caótico a nivel del desarrollo aunque su prepotencia y energía constituyen también su principal virtud, consiguiendo un dinamismo contagioso cuyos pivotes centrales son el desempeño de Robbie y Janney: el director enfatiza a la súper jetona actriz australiana con un maquillaje recargado que ella complementa sin prejuicios a través de escenas gloriosamente sobreactuadas que calzan perfecto con el sustrato ridículo de las situaciones, y Janney por su parte ofrece una arpía controladora con algunos puntos lejanos en común con su homóloga de El Ganador (The Fighter, 2010), aquella otra “madre tremenda” interpretada por Melissa Leo, pero esta vez más volcada a los intentos explícitos de sabotear la carrera de su hija. El film es en última instancia un retrato acertado de la estupidez -y no de la manipulación lisa y llana, porque aquí predominan los sectores marginados y no la burguesía acaudalada- detrás de un país injusto que vive pulverizando sueños de progreso y verdadera independencia económica, ahora con el agregado de un plan absurdo visto desde afuera aunque “coherente” según los ojos de Harding y su familia/ séquito de desequilibrados… allí mismo encontramos el mayor logro del convite, en el hecho de profundizar en esta mirada herida y transformarla en una cruzada sin parangón.
Lo bueno, lo sucio y lo malo. Esta película, basada en un hecho verídico y dirigida por Craig Gillespie, sirve como reflejo de una sociedad y cultura que permite aproximarse a encontrar los indicios que determinaron que el millonario Donald Trump se alzara con la presidencia de los Estados Unidos. La masa white trash, integrada por parias tanto masculinos como femeninos, encajarían perfecto en el grupo en el que se instala Craig Gillespie con su película I, Tonya, que recorre en una biopic anárquica el derrotero de la patinadora norteamericana Tonya Harding. La historia detrás de Harding tiene como punto de partida un pasado de violencia psicológica a cargo de una madre perversa y un presente de violencia física, la ahora en boga violencia de género que movió los cimientos del cínico Hollywood para ganar territorio en medios y redes, además de hacer foco en la comunidad de mujeres actrices encabezada por referentes como Ophra Winfield. En primer lugar la idea de introducirnos en esta historia trágica a través de una puesta cuasi documental televisivo expone diferentes argumentos y puntos de vista para retratar de manera descarnada el tipo de personaje con el que nos vamos a encontrar. Este presente del film conecta la trama hacia el pasado no con el efecto de contraste, sino en complementación con el relato narrado a cámara. Entre confesiones, puteadas y crudos descargos donde existe muy poco margen para lo emocional se va construyendo la figura de la protagonista, a quien la actriz australiana Margot Robbie le dedica cuerpo y alma. Se logra vislumbrar en ese tono combativo a cámara, en esa suerte de desprolijidad desde lo estético, la enorme tristeza de perder el único sueño que no es otro que haberse consagrado como patinadora y ser la mejor entre las mejores. Claro que desde pequeña, la concepción inculcada de rivalidad para la adolescente Tonya estaba directamente arraigada al concepto de enemiga, a quien según su madre en la piel de la experimentada Allison Janney había que destruir sin importar el método. Todo, según ella, se debía resumir a ganar para así comenzar a recuperar el dinero invertido en clases y equipamiento para su indeseable hija. Pero tal como se ve a lo largo de este anómalo film, por momentos imbuido del tono ascético y distante para con su galería de personajes impresentables, brutos y ambiciosos por excelencia, pero por otros empático con la suerte y la desgracia de este joven talento del patín artístico absolutamente desperdiciado por sus malas decisiones a la hora de intentar encajar en un mundo donde las apariencias son más importantes que las destrezas físicas sobre hielo. Queda muy bien expuesto el nivel de fragilidad psicológica de Tonya Harding, su acotado margen para sobrevivir a los sabotajes de su madre y de su propia pareja, quien descargaba todas sus frustraciones frente a ella y contra ella, a riesgo de arruinarle para siempre una carrera y el físico a fuerza de golpizas para terminar acribillada -mediáticamente hablando- tras su escándalo en el que Nancy Kerrigan, una de sus rivales del patín, fuera víctima en 1994 de un ataque con el objetivo de dejarla sin posibilidades de volver a las pistas. Un gran ejemplo de cine sin concesiones, donde la incorrección política no es una pose snob sino una verdadera actitud, que encuentra su razón de ser en un discurso sin maniqueísmos ni “happy endings” aliviadores.
“I, Tonya” resulta ser otra grata sorpresa dentro del terreno de las biopic. Generalmente, estas películas son vehículos para que solo se destaquen sus intérpretes y consigan nominaciones a los premios más importantes de la industria del cine. Estos films son conocidos vulgarmente como “Oscar Bait” que podría ser traducido literalmente como carnada para Oscar. Con el estreno de “Darkest Hour” vimos que esto no era tan preciso, porque la cinta presentaba ciertos aspectos narrativos, estéticos y técnicos destacables que dejaban el molde para ofrecernos algo más que propuestas que podrían ser obras de teatro con el agregado de la filmación. Con “I, Tonya” pasa algo similar. Si bien los aspectos más destacables del largometraje podrían verse en las interpretaciones de Margot Robbie (“Suicide Squad”), Sebastian Stan (“Captain America”) y Allison Janney (“The Help”), quien seguramente se quede con el Oscar a Mejor Actriz de Reparto por la composición de la madre de Tonya Harding, la película toma diversas decisiones narrativas que ayudan a generar una obra con carácter, aspectos distintivos y un estilo propio. El largometraje cuenta la historia de Tonya Harding, una patinadora artística que fue la primera estadounidense en completar, en 1991, un triple salto axel en competición. Más allá de su vida profesional, el film profundiza en el trasfondo social y familiar que rodeaba a la deportista olímpica en esa época. Su intimidad estuvo plagada de violencia doméstica por parte de su madre y luego de su esposo, y todo ese entorno terminó trasladándose al ámbito competitivo cuando se produce “el incidente” que acabó por concluir su vida como deportista profesional. La película utiliza testimonios ficcionales, dotando al relato con un aire a documental apócrifo de carácter expositivo. Además, en diversos momentos los personajes interrumpen la escena para romper la cuarta pared y hablarle a cámara. Estos detalles, junto con un estupendo trabajo de cámara que incluye algunos mini planos secuencia y travellings realmente logrados durante las recreaciones de las coreografías sobre patín, hacen que la cinta se destaque y le agreguen una impronta que elevan al producto por sobre otras obras del mismo estilo. El director, Craig Gillespie (“The Finest Hours”, “Lars and the Real Girl”), hace un excelente trabajo al construir una narrativa atractiva, interesante y lograda para contar la historia de esta mujer cuya existencia fue un arduo camino que la llevó desde la fama hasta el juzgamiento público. Una vida complicada que tuvo altibajos producto de las malas influencias familiares, las malas decisiones personales, la violencia, las manipulaciones y el periodismo que muchas veces realza a un personaje para después condenarlo al ostracismo. “I, Tonya” representa un film bien construido, donde su antiheroína y su madre se destacan por sobre el resto del elenco gracias a un buen guion de base, una excelente narrativa y una buena dirección por parte de Gillespie. La película resulta ser una atractiva propuesta que llama nuestra atención mediante una estructura enredada pero efectiva, el estilo característico de comedia negra del realizador y un enfoque poco usual en este estilo de biopics mainstream.
Imperdible! Una película excelente la mires por donde la mires. El guión está tejido de manera impecable ya que une la comedia, el drama, el suspenso y el policial con una gran destreza. El modo casi cómico en que está narrada la historia, ya desde el ...
Yo Soy Tonya: Esa maldita rodilla. Una de las deportistas más polémicas de la historia moderna del deporte llega a la pantalla grande en esta producción ganadora del Oscar. Una joven que nació con el mundo en contra, y todos los obstáculos que intento sortear para que se la recuerde no por su habilidad sobre el hielo sino por una rodilla ajena. Yo Soy Tonya será la primera película en estrenarse con el fresco sello de “GANADORA DEL OSCAR” este año. Los premios de actuación siempre atraen la atención del público, pero hace falta más que gente muy bonita diciendo palabras de forma excepcional para obtener la atención que esta divertida recreación de uno de los incidentes deportivos más famosos de la historia supo tener, aún compartiendo momento con tanques de críticas positivas. Toda película basada en una personalidad histórica empieza con una batalla ya ganada, y esta cinta no se queda atrás ofreciendo un relato que gira alrededor de una figura tan polémica como misteriosa y simpática a la vez. Del director de Lars and The Real Girl y la sorprendente remake de Fright Night, Craig Gillespie, llega un film cuya protagonista tuvo que producir para asegurarse que llegara a la gran pantalla. Margot Robbie produce y protagoniza como Tonya Harding, patinadora olímpica estadounidense famosa por las razones equivocadas cuando en 1994 su mayor rival fue atacada de forma brutal justo cuando debían decidirse quienes representarían a la tierra de la libertad y las águilas en los Juegos de Invierno. Una niña que refleja el groso de la población norteamericana al mismo tiempo que todo lo que no quiere proyectar un deporte como el patinaje sobre hielo… y que terminará protagonizando uno de los mayores escándalos de la historia moderna del deporte. El film introduce entrevistas en la actualidad de la ficción, en las que los protagonistas comenzarán a deconstruir como Harding se convirtió en una de las figuras más polémicas de un deporte históricamente sobrio aún antes de que le hayan destruido la rodilla a una inocente joven. Fue criada de forma sorprendente (por todas las razones equivocadas) por su madre, papel que le valió el Oscar como Mejor Actriz de Reparto a Allison Janney, hasta el momento en que conoció a su primer amor y futuro esposo/cómplice/culpable. Tanto su madre como su esposo mantenían una relación de abuso para con Tonya, y parte del hostil encanto del film es que trata estas relaciones tan violentas con la naturalidad asumida por la propia Harding tras vivir sin conocer otras formas en sus primeros 20 años de vida. Aunque mucho se hablo de las actrices que de forma muy merecida se encuentran bajo los reflectores, una de las sorpresas más gratas son las actuaciónes de Sebastian Stan y Paul Walker Hauser como el dúo de la pareja de Harding con su mejor compinche panzalegre. En cuanto a la estructura, la película advierte que todos los testimonios recreados se contradicen constantemente, y mantiene (especialmente durante sus inicios) una entretenida dinámica entre hechos, narraciones y entrevistas. Aquí es dónde entra en juego otra de las facetas celebradas de Yo Soy Tonya, habiendo sido también nominada a Mejor Montaje en los Oscars. No esta de más aparte la ayuda que proporciona una muy buena banda sonora, pero aún cuando uno se va a encontrar varias veces siguiendo el ritmo con la cabeza o los pies es la rítmica visual la que lleva la historia. Constantemente en movimiento, no solo avanzando sino saltando de presente al pasado, de supuestas verdades a directas fabricaciones, y siempre manteniendo tanto la energía como la gracia que la dirección de Gillespie logra sacar de un gran elenco sostenido por un ambicioso guion. Pero la ambición no siempre termina siendo positiva. En esta ocasión nos encontramos con un film que aunque siempre entretenido y ocasionalmente potente, termina victima del ímpetu que tanto Gillespie como el guionista Steven Rogers tienen por hacer de esta un películon para el recuerdo. El problema radica en que la forma utilizada para hacerlo es imitando películas que ellos disfrutan rememorar. Las entrevistas contradictorias que introducen la narrativa son un recurso que hacen recordar una larga lista de éxitos de Hollywood. Pero en este caso no tienen ningún peso real. No introducen tensión alguna y lo único que logran es justificar momentos en los que sus personajes realizan actos ficcionales de forma alevosa, sin la mínima intención de que el público se pregunte que es real y que no. Aunque la dirección de Gillespie combine lo funcional con los fuegos artificiales que el público cinéfilo tanto sabe disfrutar, termina cayendo al igual que el guion en las ganas de hacer de esta su máxima obra. La realización en general se siente falta de maduración, casi precoz, y aunque gracias a eso termine ganando unos cuantos pros también la deja repleta de puntos flojos. Se nota demasiado que es el primer guion que intenta ser “serio” y de un calibre importante en la filmografía de Rogers, y asimismo se siente como un salto en falso que intento dar Gillespie en una carrera que hasta ahora había sabido construirse de gran manera con pasos cortos pero firmes. Tal cómo su protagonista se resistió siempre a entender; son las formas las que terminan ahogando las bondades del film. Pero lo intrigante de su protagonista y la calidad que logra encontrar por momentos hace que el constante entretenimiento que ofrece alcancen para redimir una experiencia que sabe ser grata. Porque no, incluso quizás llegue a ser mínimamente memorable.
Es tiempo de amar Tonya Harding apareció en los Simpsons. Y si no la recuerdan, la serie la retrató con ropa de patinaje y una barra de hierro en sus manos. Allá por 1994, la patinadora profesional se vio envuelta en una polémica: Nancy Kerrigan, su principal competidora, fue golpeada en las rodillas repetidas veces con una barra de hierro por un hombre que huyó tras el ataque. Tonya, de origen humilde y entorno violento, resultaba beneficiada con la lesión, lo que la convirtió en sospechosa. Craig Gillespie tomó un guion de Steven Rogers y bajo el ala de una Margot Robbie productora y protagonista logró una película biográfica oscura que no abusa del dramatismo. La narración comienza mostrándonos una Tonya de cuatro años, que no es aceptada por la entrenadora de su ciudad por ser aún muy pequeña. Envalentonada por su madre LaVona Fay Golden (Allison Janney), deslumbra a la profesora, quien la acepta entre sus filas. Hasta aquí, todo parece indicar que estamos ante una historia típica de personajes de origen humilde con un talento excepcional que termina triunfando a pesar de todas las dificultades. Pero no. El entorno de Tonya, primero a través de su madre y luego de su marido Jeff Gillooly (Sebastian Stan) se vincula con ella a través de la violencia tanto psicológica como física. Tonya desarrolla una personalidad que pensaría que, como dice un meme que circula hace poco, “para qué resolver las cosas hablando si se pueden resolver a los tiros”. El contexto de ella se vuelve entonces, complejo. Porque si no fuera por el constante planteo de desafíos, no hubiera llegado tan lejos como llegó. Pero, con relaciones menos tóxicas, sin estar todo el tiempo angustiada, enojada y a punto de explotar todo el tiempo, hubiera llegado más lejos aún. El punto fuerte de la película es sin lugar a dudas el montaje. Dinámica, entretenida, hilvanando entrevistas a Tonya, Jeff y LaVona con flashbacks marca un ritmo que la acerca más a una comedia negra que a un drama profundo. La banda sonora, compuesta por temas de los 90, imprime una alegría y una energía que se suelen contraponer con el estado anímico de la patinadora. Y claro que por más que la película haga un muy buen uso de los recursos técnicos, si no hay buenas actuaciones no termina de funcionar. Margot Robbie está tan bien en el papel que incluso, en algunos momentos de cansancio y agotamiento, parece fea, demacrada, algo que uno pensaba que era imposible. Allison Janney acompaña en el mismo tono, lo que les ha valido a ambas múltiples nominaciones. Frente a Nancy Kerrigan, elegante, sonriente, con aspecto de princesa, la mayoría de los espectadores vamos a identificarnos con Tonya. Y, a pesar de su fuerza, su empuje y su capacidad para reinventarse, terminás la película sintiéndote derrotado. No es tu culpa como espectador: te educaron diciéndote que los buenos ganan. Pero…¿Tonya era buena? ¿Fue la víctima a pesar de ser señalada como una de las culpables? No olvidemos que en función del incidente su carrera quedó trunca, y Nancy siguió compitiendo.
Yo soy Margot Se estrena en la Argentina uno de los films protagonistas de la última ceremonia de los Premios Óscars. Nos calzamos los patines, pisamos firme sobre el hielo y te contamos de que va Yo soy Tonya (I, Tonya, 2017). Margot Robbie es una de las estrellas del momento. El eclipse que genera es tal que hace que, al término de las películas que la involucra, se proceda a hablar de ella, de sus personajes y sus escenas. No tenemos que ir muy lejos para esto. El lobo de Wall Street (The Wolf of Wall Street, 2013), Focus: Maestros de la estafa (Focus, 2015) y Escuadrón Suicida (Suicide Squad, 2016) son claros ejemplos de sus virtudes. De todas formas, algo faltaba en su prometedora carrera: no había asumido un rol de protagonista, que el peso del film recaiga en ella y le pueda otorgar prestigio. Una verdadera prueba de fuego. Con Yo soy Tonya, Margot Robbie demuestra que no es solo una cara bonita, sino que es una actriz que hay que seguir bien de cerca. Tonya, llevada a cabo por Robbie, es una patinadora sobre hielo que sueña desde pequeña con hacer lo que ama. Allison Janney interpreta a su madre, la cual cría a Tonya a pura exigencia y maltrato. Y, sumado a todo esto, Tonya se enamora de Jeff – llevado a cabo por Sebastian Stan – y hace que la violencia sea un denominador en común en la vida de la joven patinadora. El reparto es estelar y posibilita que cada uno se destaque de manera radiante en su papel. Allison Janney tiene muy merecido su Óscar por este personaje. Se muestra oscura, firme, violenta, despreocupada y desalmada. La actriz de Mom demuestra que encaja de manera perfecta también en los roles dramáticos. Ambientada entre las décadas de los 80 y 90, el film logra un repaso inverosímil sobre la carrera de Tonya y cada obstáculo que se le presentó. Craig Gillespie consigue una obra notoria ya que entretiene, no pierde en ningún momento el hilo narrativo y mantiene en vilo al espectador. Yo soy Tonya logra empatía con el público: planos de los personajes rompiendo la cuarta pared y hablando a cámara, preguntas sin respuestas para que saquemos nuestras propias conclusiones y un humor negro que hace que más de uno mire de reojo hacia su costado. Sin dudas Yo soy Tonya fue una de las grandes ausentes en la nominación a Mejor Película pero sus reconocimientos interpretativos son suficientes. Sebastian Stan brinda una brillante actuación pero Margot Robbie es la gran estrella. La actriz de Escuadrón Suicida traspasa la pantalla, se afea para ser aún más hermosa e irradia esperanza para las jóvenes actrices. Nominada al Óscar como Mejor Actriz y ganadora del Globo de Oro a Mejor Actriz de Comedia, el 2017 es un antes y un después en su carrera. Con cierta similitud a La batalla de los sexos (Battle of the sexes, 2017) por ser un largometraje sobre el deporte, la lucha por la igualdad y los destratos por parte del género masculino, la película de Gillespie es una bocanada de aire fresco, de aire de hielo, en medio de tanta película seria y sin emoción que solo busca ganar premios. Es una película libre de prejuicios. Es una obra que realza los valores, el amor por contar historias y la necesidad de que surjan nuevas estrellas. En un futuro, casi con seguridad, Margot Robbie va a estar híper agradecida a Yo soy Tonya ya que, de ahora en más, ella va a poder decir “Yo soy Margot”.
Relatando una increíble historia real, llega a las salas Yo soy Tonya, una comedia dramática sobre la violencia, el deporte y cómo la realidad supera la ficción. De qué se trata Yo soy Tonya Tonya Harding (Margot Robbie) es una niña con innegable talento para el patinaje sobre hielo. Su sádica madre (Allison Janney) está dispuesta a que su hija triunfe como sea. Tras hacerse adulta y conocer a Jeff (Sebastian Stan), la cosa no mejora. La presión y el maltrato forman el carácter de Tonya, quien logra triunfar como patinadora pese a su posición social, los jueces y sus allegados. Pero llegar a la cima solo será el comienzo. Romper el hielo Yo soy Tonya es una acertada biopic que nos presenta una historia que, si no supiéramos que de verdad pasó, dudaríamos de su verosímil. Acá no se trata de ver esas imágenes soñadas de patinaje sobre hielo, con traje divinos y un aura especial sobre nuestra protagonista. Na. Tal como muestra el afiche, si Tonya hubiera sido música, hubiera sido rockera. Desprolija, irreverente pero absolutamente capaz de ser la mejor patinadora de Estados Unidos, el film muestra la vida de Tonya Harding más allá del “incidente” que la hizo famosa (la acusaron de romperle una pierna a su máxima competidora, Nancy Kerrigan). Es un film sobre una niña de clase baja que es cualquier cosa menos la encarnación del sueño americano y cómo esta condición determina su vida. Veremos cómo su madre, la peste misma, la destruye cada vez que puede. De qué forma su primer amor la envuelve en una relación enferma y violenta. Y de qué modo la estupidez humana demuestra una vez más ser infinita. Razones para ver Yo soy Tonya Margot Robbie está estupenda como Tonya Harding. Creíble, desgarrada, impotente, poderosa, violenta: es mil y una a la vez, y le creemos siempre. Allison Janney es una maravilla en el papel de la madre. Absolutamente memorable. Pese a todo lo dicho, podrás pensar que Yo soy Tonya es una película deprimente y dramática, pero nada más falso. El director Craig Gillespie tuvo la inteligencia de crear un film lleno de humor negro, miradas a cámara y momentos absurdos. No vas a llorar, te lo aseguro, pero si habrá carcajadas. El relato fluye de maravillas y cuenta lo que tiene que contar, haciendo que cada escena tenga una razón de ser y algo que aportar. Buena ambientación, arte, vestuario y, por supuesto, esos peinados de los ’80 y ’90. Inteligente y mordaz, así es Yo soy Tonya. No te la pierdas. Puntaje: 9/10 Duración: 121 minutos País: Estados Unidos Año: 2017
Nominada a tres premios Oscar y ganadora de uno (el de Mejor Actriz de Reparto para Janney), esta biopic sobre la tristemente célebre patinadora Tonya Harding resulta una tragicomedia potente y casi siempre fascinante, aunque también con algunos excesos morbosos y manipuladores. Esta película fue filmada por el australiano Craig Gillespie (Enemigo en casa, Lars y la chica real, Noche de miedo, Un golpe de talento, Horas contadas), pero parece dirigida por Joel y Ethan Coen. La mirada cínica, despiadada y el humor negro que por momentos se regodea en el patetismo remiten en varios aspectos a los creadores de Fargo. La película arranca como un falso documental en el estilo de Christopher Guest con los protagonistas siendo entrevistados dos décadas despúes de los hechos y la narración pendulará varias veces entre esos testimonios y la realidad (de la ficción, claro). Lo que (re)construye Yo soy Tonya es la historia de Tonya Harding (Margot Robbie), una patinadora profesional que llegó a ser campeona en su país y competidora olímpica, pero cuya "celebridad" pública se debió especialmente a su vinculación con un atentado que sufrió su rival Nancy Kerrigan. El por qué, el quiénes, el cuándo y el cómo son interrogantes que la película irá respondiendo durante sus apasionantes dos horas. El film cuenta la historia de su niñez en el seno de una familia (disfuncional) con una madre (Allison Janney) controladora y manipuladora hasta el sadismo, su matrimonio (también disfuncional como todo en su vida) con un tipo perdedor y abusivo (Sebastian Stan) y sus vaivenes deportivos que la llevaron varias veces del esplendor y la fama al escarnio público, y viceversa. Margot Robbie -que ya había deslumbrado en El lobo de Wall Street- está muy convincente en el papel de Tonya, una mujer impulsiva que en un determinado instante parece estar en control de todo y al siguiente se desata por completo: víctima y victimaria, ángel y demonio, es un personaje lleno de seducción y violencia, de atractivos y contradicciones, que la actriz -también australiana- sabe cómo exprimir y explotar al máximo. Los peores pasajes de Yo soy Tonya tienen que ver, como quedó dicho, con algunos caprichos y cierto regodeo subrayado con los aspectos más detestables de los personajes. Está claro que los hechos son por sí mismos fascinantes debido en parte a sus elementos morbosos, pero algunas decisiones artisticas le quitan sutileza, espesor y matices. De todas formas, en la mayoría de las escenas Gillespie y sus intérpretes logran atrapar al espectador y sumergirlo en los terrenos más oscuros, absurdos y demenciales del comportamiento humano.
‘I, Tonya’ (Yo soy Tonya) aborda uno de los mayores escándalos en la historia del deporte estadounidense. Tonya Harding (Margot Robbie) era una de las patinadoras más prometedoras de Estados Unidos, pero su rivalidad con su compatriota Nancy Kerrigan (Caitlin Carver) amenazaba sus posibilidades de cara a los Juegos Olímpicos de Lillehammer. Poco antes del inicio de la competición, Kerrigan es agredida y la sombra de la sospecha cae sobre el entorno de Tonya, desde su ex marido Jeff Gillooly (Sebastian Stan) hasta su guardaespaldas, Shawn Eckhardt (Paul Walter Hauser) Desde que Margot Robbie aparece por primera vez en pantalla, nos deja claro que Yo soy Tonya es una película cruda y sin filtro. Caracterizada como Harding en la actualidad, en una cocina maltrecha, con campera de jean y prendiendo un cigarrillo, mira con impaciencia a la cámara. Todos los personajes involucrados en la vida de Harding muestran esa misma crudeza y desenfado. Con actuaciones destacables de todo el elenco, incluyendo a la Allison Janney como LaVona Harding, papel que le valió el galardón a mejor actriz de reparto en los Oscars 2018, la película cuenta la historia de Tonya desde que comienza a patinar, con sólo 4 años, hasta el juicio que le costó su carrera profesional como patinadora artística con una crudeza y un humor oscuro que le sienta muy bien tanto a Robbie como a Sebastian Stan. La película en ningún momento se siente forzada ni aburrida. A pesar de ser una comedia, hay momentos muy fuertes que a más de uno le van a tocar un nervio. Sin embargo, no son momentos de violencia gratuita, sino que hacen al relato y muestran no sólo el carácter, sino la resolución y fortaleza mental de Harding ante las adversidades. En general, es una película muy bien lograda; con un reparto talentoso, un guión interesante y una dirección impecable, Yo soy Tonya es sin duda una película que merece ser vista
Es la historia de uno de los escándalos mediáticos más grandes de EE.UU antes de la llegada de Internet. Ocurrió en 1994 cuando una patinadora sobre hielo, en las eliminaciones de las olimpíadas de esa disciplina es acusada, sin haber tenido que ver directamente con el hecho, que implica a su guardaespaldas y su esposo, de herir a su más importante competidora. Cierto o no Tonya fue crucificada pública y legalmente. El director Craig Guillespie (“Lars y la chica real”) utiliza el formato de un falso documental donde todos hablan a cámara y con el tono de una alocada comedia negrísima que muestra una realidad provocadora. Es que Tonya impulsada por una madre monstruosa que guarda un rencor profundo por la vida, que sabe transmitirle a su hija como motor de una competitividad sin límites, es bruta, casi analfabeta, violenta. Un digno exponente de lo que en la sociedad de EEUU se denomina “white trash” (basura blanca). Ella tiene como única motivación esa furia interna, agresiva, mal hablada que la impulsa a una competitividad sin límites, sin códigos éticos o de convivencia. El director con el guión de Steven Roger hurga critico, irónico pero sin concesiones, en ese mundo de mal gusto, gritos, violencia, insultos en que se mueve la protagonista. Ella tiene un orgullo intocable: haber sido la primera norteamericana en efectuar una dificilísima pirueta, el salto “Axel” o triple que muy pocos profesionales se atreven hacer. Allison Janney flamante ganadora del Oscar como mejor actriz de reparto compone a la perfección a esa madre infernal, incapaz de cualquier lugar común que se le atribuye a la maternidad. Una composición sin fisuras. Margot Robbie, también productora del film, se afea, se apropia del personaje y entrega una gran actuación premiada y nominada. Lo mejor que ha hecho en su carrera.
Sobradora, patética y canchera, la biografía de la tristemente célebre patinadora Tonya Harding solo cuenta en su favor con un par de notables actuaciones. Por lo demás, es una brusca y condescendiente comedia sobre gente horrible haciéndose cosas horribles los unos a los otros. Hay algo irritante y molesto –al menos para mí– en propuestas como la de YO SOY TONYA. Es una cuestión de tono, una herencia del cine de los Coen (o de nuestros Cohn-Duprat) pero sin el virtuosismo cinematográfico que a los hermanos les permite salir a flote muchas veces con propuestas imposibles. Llámemoslas “películas cancheras”: sobradoras, fastidiosas, condescendientes, que se centran en un grupo de idiotas haciendo tonterías todo el tiempo para que el espectador pueda reírse de sus autoprovocadas desgracias. Es un cine, finalmente, fácil: todo consiste en guiñar el ojo al espectador y poner a ridículas marionetas a chocarse entre sí. En el caso de YO SOY TONYA hay, sí, un par de diferencias con otras películas de este tipo y está en el cuidado y cariño que el director tiene por su protagonista y solo por ella. Más allá de su propia idiotez, lo que queda claro en el filme es que ella es la víctima de una serie de criaturas monstruosas (madre y pareja, principalmente) o estúpidas (los craneos del crimen) que le arruinaron la vida de diversas y crueles maneras. Aunque ella también hizo lo suyo, seamos claros… Los que tienen más de 40 años probablemente recuerden el hecho por el que se hizo tristemente célebre (los que no quieran saberlo pueden considerar lo que sigue como SPOILER). Harding era una muy buena patinadora artística cuya difícil vida personal y sus gustos, estilo y modales algo bruscos de clase baja (una típica white trash) no tenían mucho que ver con la disciplina supuestamente refinada que practicaba. Tenía muchísimo talento pero en contra tenía a la elite de ese deporte que no quería ver a una chica tan poco elegante y educada como su representante olímpica. Y a su temible madre, de esos personajes tan horrendos y crueles que parecen sacados de fábulas infantiles sobre villanas y brujas. Su gran rival era Nancy Kerrigan, muy buena patinadora pero no mejor que ella, que sí daba el tipo buscado por jueces y autoridades. Y su rivalidad era fuerte. Tan fuerte que Tonya terminó involucrada –según el filme, sin saber bien del todo cuál era el plan– en un brutal intento por lesionarla partiéndole la rodilla. Claro que su equipo (su pareja/manager y amigos) eran tan torpes que nada salió bien y Tonya terminó convertida en la villana competitiva que intentó destrozar en pedazos a su rival. El filme de Gillespie (que dirigió la muy buena LARS AND THE REAL GIRL) intenta contar la vida de Tonya desde pequeña, usando por momentos un estilo de falso documental, con los personajes hablando a cámara recordando y comentando las situaciones, y usando textos supuestamente reales, tomados de entrevistas. Allí vamos viendo cómo la temible LaVona va llevando a su hija con su brutal y confrontativo estilo (con ella y con todos) de las narices hacia el éxito: el clásico progenitor que maltrata a su hijo/a para “sacarlo bueno” en algún deporte. Pero lo de LaVona es particularmente bestial: es una persona que jamás tiene un gesto no digamos noble sino mínimamente decente. Para escapar de su brutal presencia, Tonya se fuga de su casa a los 15 y se va a vivir con Jeff, un chico de 19 que parece un tanto más sensato pero pronto prueba ser un abusador y golpeador tan o más temible que la madre. Pero Tonya también tiene lo suyo (no se victimiza nunca) y su relación de transforma por momentos en batallas campales de golpes, cuchillos y armas que Gillespie juega en un tono de comedia muy incómodo, llevando al espectador a ver esa situación como si fuera lo más divertido del mundo observar a dos personas de pocos recursos y no demasiada educación molerse a golpes todo el tiempo. Y así es toda la película, una catarata de agresiones y tonterías, un plan ridículo organizado por el ser humano más idiota sobre la Tierra (un amigo de Jeff), con las previsibles consecuencias. Si la película tiene algún que otro punto a favor habría que buscarlos en las escenas de patinaje, muy intensas y bien montadas; y especialmente en las actuaciones. La australiana Margot Robbie es una tromba humana, casi irreconocible, en el papel de Tonya, llevándose el mundo por delante y chocando casi inconscientemente contra todo y todos. Y la ganadora del Oscar Allison Janney está muy bien también, pero su papel es casi una caricatura que le permite ese tipo de frases bestiales y gestos terribles que hacen ganar premios. Ya verán cuáles son. Gillespie guarda su pequeño grado de compasión por la propia Tonya, a quien la historia dejó parada como villana y la película intenta reconvertir en víctima de una madre y un marido abusivos, además de un grupo de delirantes que los acompañan. Pero esa compasión no alcanza y se parece más a una suerte de condescendencia. Todos en el filme (también el establishment del patinaje) son odiosos y ella también lo es, solo que la película le encuentra un par de justificativos para que la entendamos. Pero es poco y es tarde. Para cuando llega su desenlace, todo en YO SOY TONYA es tan cruento y sobrador, tan patético y falso, que nos importa poco y nada la suerte de sus marionetas. Perdón, de sus personajes.
Lars y la Chica Real (2007), aquella pequeña película indie protagonizada por Ryan Gosling, planteaba la posibilidad de que un hombre, Lars, se enamorara de una muñeca a tamaño real. En su segundo largometraje, que hoy es una película de culto, Gillespie toma una otredad –no fantástica, sino más bien absurda– que es absorbida por esa comunidad tan bien retratada de un pueblucho solitario de Wisconsin. Aquí el relato no se detiene puntualmente en definir la rareza, lo otro, aunque esa sea la característica que afecta a todos los sucesos; no se enfoca en el hecho en sí, sino en la adaptación que hace su entorno en relación a dicha extrañeza. De manera humilde, esta película reflexiona sobre las relaciones humanas y no sobre las nuevas posibilidades de la tecnología en nuestro tiempo. Es una película de cómos más que de qués. Diferenciémosla con un ejemplo más popular: aquel capítulo de la segunda temporada de Black Mirror llamado “Be Right Back” donde una chica compungida por la muerte de su pareja ordena por teléfono una especie de autómata con sentimientos, físicamente igual a un humano, que reemplace a su difunto compañero. Aquí, por caso, el énfasis está puesto justamente en el hecho presuntamente trascendente de la posibilidad de encargar por internet una persona. No sólo resulta ser un mal chiste, sino que ese chiste, efectivo en una primera instancia, se repite demasiadas veces. La solemnidad habitual de esta serie ya apropiada por Netflix se hace presente, una vez más, en este episodio. El resultado es la fallida búsqueda de tocar constantemente temas del futuro sin ningún tipo de reflexión profunda; las premisas, aunque interesantes, quedan reducidas a un graffiti, a una pancarta o, en términos digitales, a un tweet. Pensemos en otro caso tal vez más cercano a Lars y la Chica Real: Eterno Resplandor de una Mente sin Recuerdos (2004, Michael Gondry). En esta película, cuyo título ya provoca una distancia producto de la solemnidad puesta al servicio del espectador cool, también se encuentra esa idea de la máquina ficticia en un mundo cotidiano. Si bien es cierto que acá sí se hace hincapié en la relación entre los dos protagonistas, hay una idea repetida hasta el hartazgo: el fallo de la máquina ante el enamoramiento incorruptible. De forma perfectamente acertada, Lars y la Chica Real logra tomar distancia de estas dos obras dejando de lado la mera idea superficial de la invención para dar lugar al desarrollo y a la complejidad, esta vez empática, de la otredad en el día a día. Ahora bien: ¿qué une aquella chiquita y dulce de Lars… a Yo Soy Tonya, la película que nos compete? Aquel Lars comparte con Tonya Harding –una correcta Margot Robbie–algunas características: una de ellas –quizás la más urgente– es que ambos, aunque humanos, poseen comportamientos totalmente caricaturescos y hasta robóticos (esto último de manera acabada en el personaje de Gosling en Lars…). Sin embargo, el lazo que los une perfectamente está en la puesta en escena: hay una clara y acertada decisión de la película que consiste en empatizar con sus personajes, por más inhumanos que luzcan. Tras ese salvajismo que resulta controlado de manera exógena, Tonya Harding es un personaje que queremos porque el director la trata con cariño en su narrativa. De hecho, no nos interesa demasiado Nancy Kerrigan, la víctima del incidente principal del film. Ambas películas, con conflictos, escenarios y temas completamente distintos, logran desarrollar con dulzura y sin solemnidad temas complejísimos que atañen al ser humano en sus raíces más profundas. En ningún momento se hacen juicios de valor sobre lo que vemos en pantalla (Yo Soy Tonya es un especie de metadocumental falso) sino que deja todas las conclusiones a merced del espectador, sin bajar líneas obvias; son mucho más recurrentes las escenas fuera de la pista de patinaje que en las competiciones. Es como si Gillespie nos contase el mundo de la compleja Tonya Harding puertas adentro para luego explicar los trágicos hechos en el campo exterior sin ponerse en un lugar altanero. Otro de los puntos interesantes de Yo Soy Tonya es su puesta de cámara. La violencia natural de la historia (la biopic) tiene su correlato en los furiosos travellings, paneos y planos secuencia. Sin embargo, aquí viene la hybris: parece como si la cámara fuera demasiado consciente del cinismo y de la agresividad con la que se cuenta la historia, por lo que comete un exceso tal vez esperable: exagera un poco su propia propuesta. La furia de la propuesta es tan autoconsciente que eso repercute en los travellings, no solamente exagerados sino demasiado recurrentes, donde quizás en algunas oportunidades no haga falta. La inmediata comparación que se establece es, por un lado, con las películas de los hermanos Coen, sobre todo por el tono que lleva a cabo la película y, por otro lado, con la puesta en escena de Buenos Muchachos (1990) y, por qué no, de El Lobo de Wall Street (2013). Gillespie toma algunos elementos de la planificación de cámara de Scorsese, aunque tal vez con menos importancia en los encuadres; el frenesí de la acción por momentos parece llevársela puesta. Incluso en el trailer, una de las críticas sobreimpresa en el video reza “es la Goodfellas del patinaje artístico”. Más allá del título sensacionalista, podemos rescatar algunos elementos inherentes a la película que sin la puesta de cámara elegida por Gillespie no hubiesen tomado esa forma. A priori, y con algunos prejuicios que no suelen fallar, Yo Soy Tonya se encuentra dentro de ese grupo algo merecidamente bastardeado de films que en realidad son vehículo para ganar premios para su elenco. Recientemente, la transformación –un poco vendehumo, si se puede acotar– de Gary Oldman para interpretar a Churchill en Las Horas más Oscuras le valió un Oscar a mejor actor. De la misma manera, Yo Soy Tonya intenta llevar a su punto más extremo a Margot Robbie, que tiene una correctísima interpretación en una película que es rica en varias aristas más. En una entrevista con GoldDerby, el mismo Gillespie (un director que suele trabajar bajo contrato) admite no haber estado interesado en dirigir la película hasta enterarse de que Robbie la protagonizaría. Cuando ingresó al proyecto, no hizo más que robustecer todas sus facetas. Sí, claro, hay alguna que otra escena sobreactuada y con libertad para que Robbie se luzca, pero ninguna queda aislada ni desentonada. Un film parejo, con decisiones acertadas y con la violencia necesaria para hacernos aguantar una interesante biopic, que no es poco.
Craig Gillespie es un realizador americano que ha servido a grandes estudios para narrar historias convencionales, anodinas, plagadas de valores y del american way of life. Por suerte en esta oportunidad patea el tablero tomando uno de los casos mediáticos más explotados, buscando una voz propia en su progresión. Margot Robbie (también productora) se desnuda en cuerpo y alma para construir a la patinadora del título quien a pesar de los esfuerzos descomunales que realizó para ser la número uno del mundo, debió luchar contra sus propios fantasmas vinculares para salir adelante. Disruptiva, ingeniosa, ácida, políticamente incorrecta, una pequeña gran película que se apoya en las grandes actuaciones de Robbie y los secundarios Allison Janney y Sebastian Stan para reforzar su propuesta.
Están todos locos. Los personajes protagónicos de Yo soy Tonya son, básicamente dos. Tonya y su madre, LaVona. Pero también tienen su peso su esposo, Jeff, y en el devenir de la trama, un amigo, Shawn. Los cuatro, cada uno a su manera, están dementes. Enajenados. Yo soy Tonya se basa en hechos reales, en la vida de Tonya Harding, patinadora artística sobre hielo que llegó a ser campeona de su país, y a competir en las Olimpíadas de Invierno representado a los Estados Unidos. Pero la fama no llegó ni se la ganó por esos logros, sino por ser acusada de hacerle sufrir un accidente a una competidora. Tonya, ya de pequeñita, tenía mal genio. En verdad, lo que tiene desde chiquita es una madre acosadora, terca, terrible, que la abusa psicológica y físicamente. Es imposible no entender sus actitudes sin conocer a LaVona Golden -Allison Janney, ganadora del Oscar a la mejor actriz de reparto, justo en un año en el que el maltrato y abuso a las mujeres está en la picota-, un ser despreciable desde cualquier punto de vista que se lo mire. El australiano Craig Gillespie (la excepcional Lars y la chica real) estructuró esta suerte de biopic comenzando con un estilo de falso documental -entrevistas a los personajes, rompiendo la famosa cuarta pared teatral, ya que hablan a la cámara/espectadores- y luego siguiendo a Tonya desde su infancia hasta dos décadas después del incidente. Que ocurrió en 1994, cuando otro atleta dio mucho que hablar por motivos extradeportivos: O.J. Simpson. Si se dice que muchas mujeres buscan en su pareja alguien semejante a su padre, decididamente Tonya encontró a un hombre parecido a su madre. Si venía de un hogar disfuncional, lo que reafirma con Jeff (el rumano Sebastian Stan) es el abuso, el maltrato. Tonya le preguntará a su madre si ella alguna vez la amó. Y esperen a ver la reacción de LaVona. Yo soy Tonya es todo, o cualquier cosa, menos sutil. Gillespie es bien, pero bien gráfico. Los enfrentamientos familiares o fuera del seno de esos núcleos disfuncionales son violentos, por momentos grotescos. Tonya es una cloaca abriendo la boca, pero proviniendo de donde proviene, es completamente comprensible. Le importa nada el qué dirán, y, como Lady Bird en el filme homónimo, se (auto)construye una identidad ante la adversidad. La también australiana Margot Robbie está estupenda en su papel. La actriz que fue la pareja de DiCaprio en El lobo de Wall Street y que vino a rodar Focus a nuestro país, es un huracán. Y Allison Janney, cada vez que aparece, se roba la atención. Nos tenía (mal) acostumbrados a roles secundarios, como en La joven vida de Juno, pero la intérprete de las series Mom y The West Wing tuvo al fin el reconocimiento que tantos trabajos de soporte merecían.
Difícil imaginarse la vida de Tonya Harding como una comedia. Después de que su padre, con quien tenía una relación amigable, se fuera de su casa, quedó a cargo de una madre convencida de que el maltrato era la mejor manera de forjar una personalidad ganadora. Creció en un tráiler (una estadística oficial informaba hace poco que son más de veinte millones las personas que viven en esas condiciones en los Estados Unidos), abandonó muy pronto sus estudios y aprendió a patinar sobre el hielo soportando estoicamente las severas exigencias de esa mamá antipática, misántropa y fumadora empedernida que Allison Janney interpretó con una solvencia que redundó en un Oscar. Después se casó con otro redneck de Portland con el que mantuvo una relación intensa y tormentosa, un joven sin sueños como tantos otros que, la película se encarga de subrayar, en los 80 simpatizaron con Reagan y eligieron la música berreta de Laura Branigan y Richard Marx. Y cuando estaba afirmada como patinadora -era la única norteamericana que había logrado el triple axel, un salto dificilísimo para resolver con tanta plasticidad- su carrera dio un vuelco inesperado: Tonya quedó implicada en un oscuro incidente que la convirtió en una auténtica villana, la cobarde agresión a una de sus compañeras del equipo olímpico, Nancy Kerrigan, perpetrada por un sicario de poca monta pero supuestamente maquinada por ella. Terminó multada, inhabilitada de por vida y dando pena en una fugaz carrera como boxeadora. Con ese material inflamable, el australiano Craig Gillespie ( Enemigo en casa, Lars y la chica real, Noche de miedo) se animó a lo inesperado: una película biográfica atrevida y algo desmelenada que por momentos se tiñe por completo del tono de la comedia negra. El recurso, habitual en el cine de los hermanos Coen y utilizado también en la recientemente estrenada Tres anuncios por un crimen, suele denotar cierto desprecio por los personajes a los que retrata: una mirada irónica que, más que buscar explicarlos y entenderlos, los sanciona. Aun así, el trabajo superlativo de la también australiana Margot Robbie genera compasión y empatía. Le insufla potencia y emotividad a toda la película. Su salvaje personalidad, queda claro, es el resultado de un contexto insoportable. Y la disputa con esa colega que ella visualiza exclusivamente como rival a vencer, una reproducción en miniatura de la vieja y siempre vigente lucha de clases.
Historia tan real como el dolor La película está basada en la historia de Tanya Harding, una de las patinadoras más talentosas cuya carrera quedó arruinada luego de ser acusada de golpear a su contrincante en las rodillas durante los Juegos Olímpicos. ¿Qué sucede cuando el talento y el trabajo no son suficientes? Eso parece preguntarse “Yo soy Tonya”, filme protagonizado por Margot Robbie, que cuenta la vida de Tonya Harding, la patinadora más odiada de todos los tiempos. La película es una suerte de indulto para la deportista, acusada de haber planeado el golpe que rompió la rodilla de su adversaria. En la historia real en la que está basada la película, Tonya siempre alegó ser inocente, pero el juez a cargo de su caso, y la opinión pública, pensaron todo lo contrario. El largometraje narra la historia de la patinadora desde sus cuatro años, cuando su madre (Allison Janney, ganadora del Oscar como actriz de reparto por esta actuación) decide llevarla con una profesora de patinaje, por las visibles cualidades de la pequeña. Desde ese momento, veremos su exigencia para patinar y su horrible infancia y adolescencia, con una madre que quería verla triunfar y no le preocupaba lastimar a su hija en el camino al éxito. Tanto sufrimiento, se fundió en un temperamento fuerte dentro de Tonya, por lo que no temía enfrentarse a los jueces cuando recibía una mala puntuación en las competencias. “No se trata solo de lo buena que seas, no representas a la familia de Estados Unidos”, le dijo una vez un jurado. La respuesta, para ella, era obvia. Tonya no podría representar eso bello que el patinaje artístico quiere, porque nunca lo había tenido. Por ello es que la función del filme parece ser “absolver” de culpa y cargo de todo lo que pudo haber hecho. La pobre niña golpeada por su madre y por la vida, que no tuvo la suerte de otras y tenía que coser su propio vestuario de competición, se casó con un tipo, también abusador, que aún con sus pocas luces habría planeado el golpe. En ese mundo, en esa narración tan detallada, se escondería la verdad de todo lo sucedido. Más allá de lo descriptivo, el relato, estructurado como un falso documental en el que además de las escenas vemos “entrevistas” a los personajes. Y todo apunta al episodio por el que Tonya se convirtió en villana. Dramática pero cómica, exacerbada pero increíblemente real, “Yo soy Tonya” varía entre los extremos para sorprender, y al mismo tiempo logran destacarse las actuaciones de Robbie y Janney -justamente premiada-, por lo que termina siendo una película para adorar a las actrices.
Yo soy Toya es una muy interesante biopic sobre una figura tal vez poco conocida por los argentinos pero que en Estados Unidos fue muy popular en la década del 90. La película tiene dos grandes méritos. Por un lado, pese a repetir la fórmula del falso documental a través de testimonios tipo entrevistas, no decae en su narrativa y todo fluye a pesar de esa estructura. Y por otro, el sólido elenco. Tal es así que Allison Janney se llevó el Oscar a Mejor Actriz de Reparto por su interpretación de la madre de Tonya. Y aunque no haya ganado el premio (pero si su nominación a Mejor Actriz), el trabajo de Margot Robbie es para aplaudir de pie. Ella es hermosa, y ya de por sí transformarla en alguien no atractivo solo con algo de maquillaje y alguna que otra prótesis, habla excelente de su composición actoral en cuanto lo físico y postural. Y luego está su desempeño actoral. Se adueñó del personaje, y lo vemos bien marcado en gestos y forma de hablar pero por sobretodo en su entrega total. Y volviendo a Allison Janney, el odio y magnetismo que trasmite esa mujer es impresionante, cada plano en el cual aparece no tiene desperdicio alguno y la dupla que hace con Robbie es fenomenal. Otro que está un tanto irreconocible, más si tomamos de referencia su rol de Bucky Barnes en el universo Marvel, es Sebastian Stan. Aquí hace del marido abusivo y golpeador de Tonya, y realmente llegás a odiarlo. Saliendo de lo actoral, la puesta en escena por parte del director Craig Gilespie está bien pero no hay absolutamente nada para destacar más que lo escrito unas líneas más arriba. De hecho, en algunas escenas de patinaje se nota la cara de Margot Robbie agregada en el cuarpo de una patinadora. En síntesis, Yo soy Tonya es una muy entretenida película que pasa rápido y que cuenta con poderosas actuaciones.
Una patinadora a los golpes por la vida Basada en un personaje real, el de una patinadora estadounidense que llegó a lo más alto y también lo más bajo de su carrera deportiva, la película del director de Lars y la chica real pone el acento en la enfermiza relación entre la protagonista y su madre. El episodio trascendió en el mundo entero. El 6 de enero de 1994, un tipo aparentemente enviado por su máxima rival le pegó un bastonazo a la patinadora Nancy Kerrigan, con la intención de quebrarle una pierna y sacarla de las pistas para siempre. La rival se llamaba Tonya Harding, y tal como puede imaginarse, no terminó bien su carrera. Es posible, sin embargo, que la principal competidora de Tonya Harding no haya sido aquella patinadora sino su mamá LaVona, monstruo de flequillo, anteojos gigantes y cigarrillo en mano, que viene de brindarle a Allison Janney el Oscar a la Mejor Actriz Secundaria. La bella Margot Robbie, magnífica como la victimaria y víctima Tonya Harding, tuvo que conformarse el domingo en cambio con aplaudir desde la butaca a su colega Frances McDormand, que sacó todos los boletos para el rubro de Mejor Protagonista Femenina. Nacida en un hogar humilde del interior de los Estados Unidos, criada a los golpes, Tonya descubre, de pequeña, que puede patinar. De allí en más se aferrará a su malla enteriza y su calzado con filo, perfeccionándose para llegar a lo más alto. Hasta el momento, lo único que sabía hacer era cazar conejos con su padre en los bosques de Oregon y aprender junto a él a reparar un auto. Su otro aprendizaje consiste en soportar el maltrato de su madre, que incluye tremendos cachetazos y empujones que la lanzan lejos de su asiento. Camarera en un típico bar rutero, fumadora de varios atados diarios, el personaje de LaVona permanece inexplicado, lo cual no es ni bueno ni malo. Que eche a su marido de casa se entiende: una mujer como ella sólo podría tener a su lado uno de esos perros viejos, habituados a aguantar patadas. Que se comporte como lo hace con su hija se entiende menos, sobre todo porque su conducta es contradictoria: es ella la que tiene la idea del patinaje, y es ella la que de allí en más se ocupará de meterse en la vida de Tonya, de saboteársela, de hacérsela imposible. En un caso así la única solución es irse de casa, sola o acompañada. Tonya lo hace del brazo de Jeff, el pobre tipo que eligió como marido y con el que no hará sino repetir su historia de castigos físicos, hasta que con siglos de dilación tome la decisión de divorciarse. Está claro: lo único bueno que esta chica puede hacer con su vida es poner la cabeza en las pistas de patinaje y olvidarse de lo demás. Eso es lo que hace, hasta el punto de conseguir un record histórico: Harding es la primera patinadora estadounidense en lo que se llama “salto triple Axel con una combinación de doble loop”, jeroglífico que debe entenderse como la conversión de quien lo practica en un descorchador humano en velocidad, si los corchos pudieran sacarse de un salto. Hasta que la ambición la ciega y acepta la idea del estúpido de su ex, de sacarse de encima a la principal competidora a bastonazos. Jeff no anda solo: lo acompaña un amigo obeso a quien le gusta presentarse como “guardaespaldas” y hasta como “agente en contraterrorismo internacional”, cosas que su aspecto hace todo lo posible por desmentir. Hay un mérito básico en el realizador australiano Craig Gillespie (cuya errática carrera previa incluye una película tan incómoda como Lars y la chica real, donde Ryan Gosling se enamora de una muñeca de goma, y también empleos tan poco lucidos como la comedia mainstream Enemigo en casa), que consiste en narrar esta historia de gente rústica y práctica con la misma rusticidad y practicidad. La secuencia inicial, en la que los personajes principales hablan a cámara, establece el registro de semidocumental “a la vista”, que parecería ambicionar una falta de estilo que, claro, es imposible. Un elenco que salvo las dos protagonistas está íntegramente compuesto de actores anónimos resulta ideal para esta ilusión documentalista. Ese semidocumentalismo se ve cuestionado, sin embargo, por algunas decisiones: la de una narración en off que oscila entre los personajes principales, algunos comentarios a cámara, sobre todo de Tonya, que parecen tomados directamente de House of Cards, y la actuación de Allison Janney, fabulosa secundaria de comedia que compone a LaVona como si estuviera en Saturday Night Live. Esto es: como una caricatura de sí misma. Lo cual permite aliviar en parte el carácter siniestro del personaje. Lo de Margot Robbie es, en cambio, inmersión total en un rol que no podría estar más alejado del aspecto de muñeca que esta actriz también australiana exhibió en la ceremonia del domingo pasado. En la condición de blanca pobre del interior de Tonya Harding, el guión de Yo soy Tonya ve la principal razón de que las eminencias del patinaje hayan encontrado en ella la víctima propiciatoria ideal.
PRINCESA DE NADIE En 1991 Tonya Harding, patinadora sobre hielo profesional, se convirtió en la segunda mujer en la historia, y la primera norteamericana, en hacer el salto conocido como triple axel en una competencia oficial. Al día de hoy, realizar esos tres giros y medio sigue siendo un privilegio que solo nueve mujeres alcanzaron. A Tonya, sin embargo, no se la recuerda por haber sido campeona estadounidense, subcampeona mundial o medallista olímpica sino por el ataque que recibiera su compatriota y rival Nancy Kerrigan a principios del ‘94, cuyo autor material fue un asaltante contratado por Jeff Gillooly, exmarido de Tonya. Quien quiera viajar en el tiempo puede surfear en YouTube hasta encontrar el video en el que Tonya se consagra con el triple axel y también ese en el que la pobre Nancy grita “por qué a mí” entre lágrimas luego de haber recibido un palazo en la rodilla derecha, lesión que la dejaría fuera de competencia por algún tiempo. La virtud del sexto largo de Craig Gillespie (Lars and the Real Girl, Fright Night) es que, aunque lo reconstruye, trasciende el mero festín mediático de entonces y se dedica a mostrar el detrás de escena de la vida de Tonya. Alejado de la pregunta amarillista de si ella fue la autora intelectual de lo que le ocurrió a Nancy, Gillespie aborda lo ocurrido desde una perspectiva más compleja. Le importa más la mujer que la patinadora y se encarga de mostrar los numerosos atravesamientos que llevaron a Tonya (interpretada por Margot Robbie en el que es hasta el día de la fecha su mejor papel) a ocupar el lugar de victimaria. El lúcido aunque por momentos redundante guión de Steven Rogers abarca desde la violenta relación con su madre Lavonna (que la multipremiada y reciente ganadora del Oscar Allison Janney catapulta al Olimpo de las peores madres de la historia del cine) y con su primer esposo (Sebastian Stan), hasta el impacto que supuso ser de su condición a la hora de ser puntuada. Es que Tonya, a diferencia de otras patinadoras, siempre fue una redneck, white trash, y no daba la imagen que se quería mostrar. Tenía el talento pero le faltaba clase y el jurado se lo hizo saber. Biopic, drama, comedia negra, con un poderoso montaje que le hizo ganar el mote de “la Goodfellas del patinaje artístico” (Tatiana Riegel, editora habitué de Gillespie, se llevó el premio en los últimos Independent Spirit Awards) y encumbrada por las actuaciones de Robbie (además productora) y Janney, Yo soy Tonya podría ser descrita por muchos como una suerte de “descenso al infierno” de la joven rubia nacida en Portland. Aunque después de ver la película queda claro que no hubo paraíso o limbo alguno desde donde descender para esta outsider que pasó de la grandeza a la infamia y no pudo, o no quiso, ser la princesa de nadie.//∆z
Patinadas de la vida Esta comedia dramática retrata la vida de la patinadora sobre hielo más prometedora de los Estados Unidos y su enfermiza relación con su madre y esposo A principio de los noventa Tonya Harding (Margot Robbie) era una gran patinadora artística estadounidense, la segunda en la historia capaz de completar en competición un salto de triple axel. Tenía todo el talento para triunfar y ser una estrella, pero también debía lidiar con su falta de disciplina, con un marido golpeador y una madre castradora. En ese ámbito, Harding se vio involucrada en un escándalo policial cuando fue acusada de enviar a matones a golpear a su competidora más directa Nancy Kerrigan. Este biopic escrito por Steven Rogers y dirigido por Craig Gillespie, apela al más corrosivo humor negro para retratar la tragedia personal de una joven deportista. Margot Robbie ya ha demostrado que es más que una cara bonita, pero su transformación en Tonya, resulta cautivante. La actriz no solo logra cambiar su físico y moverse en la pista de hielo como una profesional del deporte, sino que además presenta diferentes registros de acuerdo al momento que le toca vivir a su personaje, pasando de la emoción a la desilusión, de ser una villana a una pobre niña en busca de un imposible "sueño americano". Y si lo de Robbie es para el aplauso, la performance de Allison Janney como la mamá de Tonya es sencillamente para la ovación. Una villana de antología, que en su maldad casi de caricatura, termina resultando amargamente simpática. Gillespie le da un tono retro a su realización, con una gran banda de sonido acompañando las secuencias y segmentos tragicómicos en los que los personajes rompen la cuarta pared. A la vez elige para relatar la trama, una serie de falsas entrevistas a los protagonistas, como para que el espectador tenga en claro que todo lo narrado está basado en hechos de la realidad. Cine independiente en espíritu y cuerpo, Yo soy Tonya luce sórdida y telúrica, es sin dudas una de las grandes películas de esta temporada, un ejercicio fílmico que no tiene en todo su metraje ni una sola "patinada" en falso.
PATINANDO A LA GLORIA Pasaron los Oscar, pero quedaron algunos estrenos en el tintero. Si creciste durante la década del noventa, seguramente, alguna vez, te cruzaste con el “E! True Hollywood Story” de Tonya Harding. Uno de esos ‘escándalos’, más mediáticos que otra cosa, que adornaban los titulares de los pasquines norteamericanos, al menos, hasta que otra noticia bomba venía a robarle el protagonismo. Para el director Craig Gillespie (“Lars y la Chica Real”) y el guionista Steven Rogers (“Navidad con los Cooper”) había mucho más para contar sobre esta patinadora, la segunda en la historia (la primera mujer) en completar un salto de triple axel durante una competición. Este no es un dato menor: Tonya Maxene Harding estaba destinada a la gloria del hielo, pero su condición socioeconómica siempre fue un factor que se interpuso en su camino al triunfo olímpico y el estrellato… aunque igual logró acaparar la atención de lo opinión pública de la forma menos pensada. Los realizadores se deciden por una estética y un enfoque muy particular (mucho ‘VHS’ a tono con la época), un tanto vertiginoso y pseudo documental, que recopila los eventos desde puntos de vista muy diferentes: principalmente, el de Tonya (Margot Robbie) y el de su ex marido Jeff Gillooly (Sebastian Stan), acusado de ser uno de los artífices del atentado que sufrió Nancy Kerrigan en 1994, amiga y principal rival de Harding durante las instancias previas a los Juegos Olímpicos de Lillehammer. Todos tienen su versión, y sus justificaciones. Al espectador le toca decidir de qué lado quiere pararse, aunque los realizadores un poco se olvidan de la verdadera víctima de estos acontecimientos. Claro, esta no es la historia de Kerrigan, sino de Harding, pero esta deja de ser una de las tantas falencias y omisiones de la película. Arrancamos en la década del setenta con una pequeñita Tonya, impulsada por su estricta mamá LaVona (Allison Janney), destinada a hacer historia en las pistas de patinaje de Portland (Oregón) y más allá. Todo lo que le sobra de talento, le falta en gracia y condición social, un tanto opacada por su mala reputación de “white trash” (basura blanca) –término totalmente despectivo que engloba a cierto sector de la sociedad norteamericana, de bajos recursos y nivel cultural-. Tonya no encaja y, además, debe aguantar los abusos físicos y psicológicos de mamá, y más aún tras la partida de papá, el único que parece tenerle cariño. A pesar de sus estrambóticos trajes hechos en casa, y sus controvertidos gustos musicales a la hora de elegir los temas para ejecutar, Tonya logra salir adelante de la mano de su entrenadora Diane Rawlinson (Julianne Nicholson), y su propia tenacidad. En el medio abandona la escuela por recomendación de LaVona, pero también comienza su relación con Gillooly, un romance que, obviamente, su mamá desaprueba. Hay amor y pasión entre estos dos tortolitos, pero también la necesidad de Harding de escapar de su casa y, sobre todo, de su madre. Por eso decide casarse con Jeff, y sin darse cuenta, cambia una relación abusiva por la que sigue. De ahí todo es cuesta abajo, y aunque el oro olímpico esté cada vez más cerca, la carrera y la vida de Tonya empiezan a desmoronarse, en parte, por su propia autosabotaje. Tras quedar afuera de los juegos de invierno de 1992, Tonya da un paso al costado y vuelve derrotada a Portland para convertirse en camarera. Lillehammer 1994 parece ser la luz al final del túnel, pero es ahí donde Jeff y su estrambótico amigo Shawn Eckhardt (Paul Walter Hauser) van a idear ese plan que se sale de control y, en definitiva, termina por hundir la carrera de la Harding. “Yo Soy Tonya” (I, Tonya, 2017) no intenta ser una dramedia biográfica del montón que se sube a la ola de la ‘nostalgia’. Al igual que “American Crime Story: The People v. O. J. Simpson” (2016), excede un poco la noticia policial, e intenta bucear en la época, las circunstancias de los implicados, y el lugar preferencial que ocuparon la sociedad y los medios en dichos casos. Si tomamos distancia, Tonya es una víctima más de este entramado, incapaz de asimilar su condición y entender realmente lo que está pasando a su alrededor. ¿O sí? Ese es nuestro trabajo como espectadores, decidir con quién queremos empatizar, y a quién le queremos creer el cuento. Gillespie asume la tarea desde la comedia más ácida, pero deja escapar el drama del abuso cuando es realmente necesario. Lo malo es que abandona un punto importantísimo: Kerrigan y el atentado en sí que, en definitiva, nunca tienen el lugar que se merecen. No olvidemos que Nancy es la verdadera víctima dentro y fuera de los titulares, pero para los realizadores éste resulta ser un hecho menor, porque al igual que la prensa amarillista, es más fácil golpear al que está en el suelo. No es un detalle menor, pero tampoco desluce una magnífica película que llega un tanto atrasada a las salas locales, tras una gran temporada de premios que destacó las actuaciones de Robbie (aunque nadie le cree que puede aparentar 15 años) y, sobre todo, la de Janney como LaVona, tan estricta como desagradable, quien tranquilamente podría ganarse el premio “a la peor madre de todos los tiempos”. “Yo Soy Tonya” también destaca desde su vestuario y puesta en escena noventosa tan reconocible, un montaje espectacular a cargo de Tatiana S. Riegel (lamentablemente le tocó competir contra “Dunkerque”), una gran selección de canciones para todos los gustos y ese tipo de efectos especiales que, justamente no se notan, para crear la ilusión en las pistas de patinaje. Pero lo mejor sigue siendo el análisis sociocultural de esta época particular, alejadísima de la locura de las redes sociales, aunque no ajena al escrutinio público y los circos mediáticos que acusan con el dedo primero, defenestran y luego preguntan, olvidando que detrás de los titulares y los ratings hay seres humanos con defectos y virtudes. Tonya sólo tenía un sueño y una habilidad para destacarse. Muchas veces la sociedad, sus hipocresías, elitismos y discriminaciones, nos impiden compartir el patio de juegos sin medir las consecuencias, ni el daño (colateral) que pueden causar con ello. LO MEJOR: - Margot demostrando que es mucho más que una cara bonita. - El análisis sociocultural de la época. - La conjunción de todos sus elementos técnicos. LO PEOR: - Que deja de lado a la verdadera víctima. - Algunos personajes demasiado caricaturescos.
El mundo ama un escándalo de alto calibre, historias truculentas que son la comidilla de tabloides ansiosos por explorar cada recoveco de una controversia o tragedia. En 1994, la ruda patinadora Tonya Harding se convirtió en el eje mediático por excelencia al verse involucrada en una de las historias deportivas más recordadas por el público en general. El tríptico de director Craig Gillespie, escritor Steve Rogers y actriz Margot Robbie se unieron para contar la tragicómica historia de Harding, en una biografía diferente a todas las correcciones históricas con las que siempre cuenta el subgénero, y así crear una bella anarquía fílmica.
Eso de que la realidad supera a la ficción se aplica perfectamente a la increíble historia de la mejor y más odiada patinadora de la historia, Tonya Harding, que a pesar de ser la primera en conseguir un complejo salto con figura triple sobre hielo, se hizo mundialmente famosa por estar involucrada en un atentado para romperle la pierna a su principal competidora en las Olimpiadas de invierno. El director Craig Gillespie cuenta la historia desde varios angulos diferentes, partiendo de un seudodocumental con entrevistas recientes a los personajes principales (Tonya, su madre despiadada y su marido golpeador, que es la quien la involucró en el ataque a su rival), y luego recrea los hechos a la manera de una película biográfica, pero sin dejar de interactuar nunca entre ambas vertientes del film. A veces con toques de humor sutil que sirven para equilibrar los momentos más dramáticos y violentos de una historia que tiene de todo menos moderación. El resultado es excelente no sólo porque la fórmula elegida por el director funciona muy bien, sino también debido a que el montaje y la música apoyan formidables escenas de patinaje, y sobre todo a a que las actuaciones están a la altura de las circunstancias. Sobre todo la de la antológica Allison Janney, flamante ganadora del Oscar como la madre más temible desde los tiempos de Joan Crawford. Y por supuesto, la performance de Margot Robbie que finalmente es una Tonya Harding con toda la furia.
Yo soy Tonya, de Craig Gillespie Por Hugo F. Sanchez Claro, las películas pueden arrancar o seguir por donde se les ocurra a los creadores, las escenas pueden tener cualquier punto de vista, el perfil de los personajes puede estar construido de múltiples formas. Y así. Pero hay una mirada sobre el total de la obra, tanto del que la construye como del receptor y ahí es donde el asunto se pone interesante. Como todas, Yo soy Tonya es una película que cuenta lo que cuenta y de la manera en que lo hace a partir de una serie de decisiones y es lícito pensar que probablemente la dirección, los productores, incluso parte del elenco, etc, comparten una manera de ver las cosas y llevando un paso más allá la especulación, que están convencidos que hay un público potencial para esa propuesta. La película cuenta la vida de Tonya Harding, una patinadora artística estadounidense con un talento fuera de lo común, que llegó a arañar las grande ligas del deporte pero que quedó rápidamente fuera de la actividad cuando se la vinculó con un atentado que sufrió su principal rival, Nancy Kerrigan. A partir de la cobertura de los medios que se hicieron un festín con el caso, el drama trascendió los acotadísimos márgenes del patinaje artístico en el hielo y se convirtió en una especie de reálity que buena parte del mundo siguió con pasión. La película indaga la vida de Harding, va hasta su infancia desgraciada, su adolescencia ídem y la apoteosis, con sus primeros y desgraciadísimos pasos como adulta. Todo esto se ajusta a la historia real de Tonya (bien Margot Robbie), con un padre ausente, una madre perversa y un esposo golpeador, un grupo de personajes pertenecientes a un universo hostil, triste y desgraciado. Lo cierto es que el relato se detiene com lujo de detalles en cada uno de los mojones del calvario que sufrió la deportista, pobre, rústica, sin preparación. Y según el relato, todos estos elementos fueron trazando el camino que desembocó en el atentado y que Tonya se quedara afuera del patinaje. A través de recursos como los testimonios a cámara de un falso especial de tv, el director Craig Gillespie (Horas contadas, Un golpe de talento, Enemigo en casa, Lars y la chica real) recurre a una puesta que usa y abusa del feismo para dar cuenta de la vida miserable que sufren millones de estadunidenses, white trash en toda su opacidad, que al final tiene como resultado una película miserable que no hace más que potenciar los prejuicios sobre los que menos tienen y abonar la idea de que si bien la sufrida Tonya Harding, que por alguna razón había sido favorecida por el talento del patinaje (una anomalía), su grotesca existencia fue la que la hizo indigna de ese don. Ahhh, Allison Janney ganó el Oscar como mejor actriz de reparto como la madre terrible de Tonya. YO SOY TONYA I, Tonya. Estados Unidos, 2017. Dirección: Craig Gillespie. Intérpretes: Margot Robbie, Sebastian Stan, Allison Janney, Julianne Nicholson, Paul Walter Hauser y Bobby Cannavale. Guión: Steven Rogers. Fotografía: Nicolas Karakatsanis. Música: Peter Nashel. Edición: Tatiana S. Riegel. Distribuidora: Mont Blanc Cinema. Duración: 121 minutos.
Competir es la instancia donde el ser humano expone lo peor y lo mejor de si mismo, pero a la hora de expresarlo visualmente, pocos ámbitos son capaces de ilustrarlo de una forma tan sintética y dinámica como lo es en el deporte. Yo Soy Tonya se inscribe dentro de esta premisa. Vos no podés Yo Soy Tonya cuenta la historia de Tonya Harding, una patinadora que a pesar de sus humildes orígenes consigue consagrarse como una de las mejores en su deporte, teniendo que sobrellevar a un marido abusivo, una madre que vive denigrándola y una comunidad deportiva que niega su talento por no alcanzar el ideal de “chica sana norteamericana”. La narración también pone el acento en el rol que jugó en el ataque sufrido por su compañera, Nancy Kerrigan, en 1994, el cual que le costó su carrera. El guion de Yo Soy Tonya es uno prolijo y bastante ácido en cómo refleja la cara opuesta del sueño americano. La historia se divide claramente en dos mitades: una, la consagración de Harding como patinadora, y la otra, su descenso después del “incidente” (así lo describen ellos) de Nancy Kerrigan. La primera mitad es dinámica e intensa, tanto en la pista de patinaje como fuera de ella. Mas cuando abarca la segunda mitad es cuando pierde este ritmo que tan bien le sentaba. Si hay un principio motor que propone la película, es que el desaliento –brusco, indiferente, y hasta incluso ofensivo– puede producir mejores resultados que el apoyo. Tonya consigue sus triunfos solo cuando le dicen que no lo va a lograr, que no lo merece, o que ella no está a la altura de algo tan solemne como las olimpiadas. Este desaliento es lo que la empuja a ser más competitiva y demostrarle a todo el mundo que se equivoca. Desde luego, la narración se toma la molestia de ilustrar que cuando uno se toma este desaliento demasiado a pecho, las consecuencias pueden ser funestas. Otra cuestión a destacar es que es un desaliento tratado en forma de humor negro, en vez de abarcar una veta melodramática. Un curso de acción que a la película la beneficia y mucho, particularmente en los segmentos pseudo-documentados donde los personajes recuerdan los eventos. En materia actoral, Margot Robbie entrega un papel sólido. Consigue hacernos creer en todo momento lo que el patinaje significaba para Tonya Harding, pero particularmente la agresividad con la que enfrentaba cada competencia, dentro y fuera de la pista. Presten atención a una escena en particular donde ella se mira a un espejo mientras se maquilla. Un momento de soledad y emoción pura que confirman que la actriz australiana ha crecido muchísimo desde que la conocimos en El Lobo de Wall Street. Por otro lado, Sebastian Stan sorprende con una interpretación bastante eficiente como el mitad despistado-mitad agresivo marido de Tonya Harding. No obstante, la intérprete que se lleva las palmas desde el primer momento que aparece en pantalla es Allison Janney, quien da vida a la madre de Tonya. Un personaje y una interpretación que jamás claudica en su actitud. Ella es uno de los símbolos más potentes del tema que acarrea la película y es una de esas interpretaciones tan cautivantes que cada vez que se ausenta el espectador pide una escena suya. En materia técnica, la dirección de Craig Gillespie es un compendio de aciertos y desaciertos. Su trabajo de puesta en escena es de destacar, integrando la cámara como si fuera un intérprete más. Por desgracia, en las escenas de patinaje, aunque el trabajo de cámara es muy dinámico, salta a la vista que estamos viendo el rostro de Margot Robbie superpuesto digitalmente sobre una doble. Conclusión Yo soy Tonya es una narración prolija sobre las motivaciones de una competencia y el peligro que se corre cuando estas alcanzan los extremos. El elegir el humor negro como canal principal, sumado a buenas actuaciones y una puesta técnica mayoritariamente acertada, son los puntos que hacen de esta una propuesta disfrutable, incluso con los minúsculos tropiezos a los que se enfrenta.
Yo soy Tonya (I, TONYA, 2017) relata la vida privada y profesional de Tonya Harding (Margot Robbie, nominada al Óscar por éste papel) desde pequeña en una suerte de mix documental, con entrevistas mirando a cámara y flashbacks permanentes al pasado, que relatan su vida como patinadora profesional sobre hielo. La niña sueña con patinar y logra que su madre, la camarera Lavona Golden (brillante Allison Janney, ganadora del Oscar y Golden Globe entre otros premios) la lleve a entrenar. Pero es quien, a su vez, abusa de ella maltratándola física y psicológicamente. Con un padre que las abandona porque no puede sostener su matrimonio con Lavona, Tonya sufre esa crisis y finalmente consigue que su madre la lleve aún siendo muy pequeña a cumplir su sueño y así llega a ser la mejor patinadora de las décadas 80’ y 90’ y la primera estadounidense en realizar un triple salto Axel en competición en 1991. El hecho puntual además de la pésima relación con su madre que luego se repite con su marido, Jeff Gillooly (Sebastian Stan) con el que tiene idas y vueltas es el confuso episodio del seis de Enero de 1994 en el que es herida su principal competidora, Nancy Kerrigan (Caitlin Carver) cuando estaban a punto de viajar a los Juegos Olímpicos de Noruega. Lo de Nancy fue algo grave, fue herida en una pierna, pero la intención del ataque fue dejarla fuera de competencia. Eso arruina su reputación y pasa de ser la más amada a la más odiada al pensar que Tonya tiene algo que ver con todo el asunto. Dirigida por el australiano Craig Gillespie y con guión de Steven Rogers, esta biopic tiene todos los condimentos de una película interesante, no sólo por la veracidad, sino por la excelente recreación de época, y las actuaciones, sobre todo de Allison Jenney aunque sea algo redundante, y la sorpresa de una Margot Robbie en un papel jugado, por momentos fuerte para sobreponerse a una madre perversa para su personalidad frágil y a un marido que parecía la salvación y resultó lo contrario. Nuestra opinión: Muy Buena. --------------------------------------------------------------------------------------------------------
Yo soy Tonya es mucho más que una simple biografía deportiva, esta producción de Margot Robbie además de brindar una gran película consigue redimir la figura de la patinadora sobre hielo Tonya Harding, quien durante más de dos décadas fue víctima de un ensañamiento desmedido en los medios sensacionalistas de prensa. En el inconsciente colectivo de la cultura popular quedó la imagen que ella odiaba tanto a su principal competencia, Nancy Kerrigan, que la agredió físicamente para dejarla fuera de los Juegos Olímpicos de invierno de 1994. De hecho, hay una escena de este film que juega con esa cuestión. Si bien es cierto que Kerrigan fue agredida, durante mucho tiempo sólo se escuchó su versión de los hechos, mientras que a Harding se la condenó como la peor escoria en la historia del deporte. La realidad es que en cierta manera Tonya también fue víctima de ese incidente, debido a las compañías que integraban su círculo íntimo y eventualmente lo terminó pagando muy caro. Una particularidad muy interesante de este film es que retrata en detalle los hechos detrás del famoso escándalo, pero también revela los orígenes oscuros de la patinadora, marcado por los abusos físicos que sufrió primero de su madre y luego de su esposo. Si a esto se suma la discriminación que sufría en el circuito del patinaje artístico, donde la consideraban una redneck ordinaria, las actitudes rebeldes que solía manifestar terminan por tener una explicación. El director Craig Guillespie, quien fue responsable de la remake de Noche de miedo, evitó narrar esta historia a través de la biografía convencional para construir un documental falso que se habría filmado en los años ´90. La película presenta un retrato contundente de la idiosincrasia de esa sociedad sureña de los Estados Unidos que en el propio país se tiende a esconder debajo de una alfombra. Guillespie inclusive logra generar momentos cómicos con situaciones incómodas, como la primera cita de la protagonista que brinda momentos fabulosos. Dentro del reparto la labor de Margot Robbie en rol de Harding es impresionante por la humanidad y vulnerabilidad con la que compuso el personaje. Tonya tenía todos los números del bingo para ser absolutamente desagradable y aunque no es una santa y cometió errores, es imposible no tenerle simpatía y comprender su ira por toda la basura que sufrió. Allison Janney, quien no en vano se llevó un Oscar el domingo pasado como Mejor Actriz de Reparto, tiene momento brillantes en el rol de la abusiva madre de Harding y Sebastian Stan (Bucky Barnes en la franquicia Marvel) resulta muy convincente como el esposo de la deportista. Yo soy Tonya es una gran película que sobresale por contar esta historia con mucha honestidad y no tiene reparos en retratar al personaje principal con sus miserias y virtudes. Durante los créditos finales se puede ver las cosas increíbles que hacía Harding en la pista de hielo y resulta inevitable pensar en lo que pudo ser su carrera deportiva de haberse criado en un ambiente familiar más afectivo que estimulara su talento. En resumen, una excelente película que a partir de esta semana se incorpora entre las mejores opciones de la cartelera.
Este es un film del cineasta australiano Craig Gillespie quien dirigió “Lars y la chica real” que se estrenó en nuestro país en el 2008, muy divertida, ingeniosa e interesante. En esta ocasión intenta contar parte de la vida de la patinadora retirada del patinaje artístico sobre hielo estadounidense; dos veces competidora olímpica y dos veces campeona en el Skate America, Tonya Harding. Comienza mostrando parte de su niñez (4 años) y la relación con su madre, desde pequeña. La cámara sigue a cada uno de los personajes hablando a cámara, durante entrevistas y a través de distintas situaciones; por momentos tiene un toque de falso documental. Mezclando ficción y realidad. Es terrible la relación entre Tonya (interpretada por la australiana Margot Robbie, de impresionante actuación, su preparación física, se luce en cada escena, en un papel diferente al que hizo en: “El lobo de Wall Street” o “Focus”, ella es estupenda) y su madre LaVona Fay Golden (Allison Janney, de gran interpretación, su postura, sus miradas y su actitud física. Recientemente ganó el Oscar a la mejor actriz de reparto, muy merecido) una mujer exigente, brutal, cruel, se expone a todo, por momentos resulta hasta sádica, no se ve un ser delicado, ni tierno, sino rígida y en algunas entrevistas sale con un loro posado en su hombro, todo un símbolo. La joven Tonya a los 19 años se casa con Jeff Gillooly pero su relación no era mejor que con su madre. Una vida tormentosa. Si uno se pone analizar un poco, es una historia bastante triste, el director logra mezclar la tragedia y la comedia, con ocurrentes toques de humor negro, tiene escenas intensas, con un buen montaje, ambientación, vestuario, con actuaciones muy destacadas, logra atrapar a los espectadores, conozcan o no la historia de esta famosa patinadora artística. Dentro de los créditos finales se incluyen escenas reales de la madre, del guardaespaldas, de su esposo y de la misma Tonya Harding.
YO, TONYA, de Craig Gillespie.- Aborda un escándalo que tuvo en vilo a todo Estados Unidos. Tonya Harding era una de las patinadoras más prometedoras de Estados Unidos, pero su rivalidad con su compatriota Nancy Kerrigan amenazaba sus posibilidades de cara a los Juegos Olímpicos de Lillehammer. Poco antes del inicio de la competición, Kerrigan fue agredida y la sombra de la sospecha cae sobre el entorno de Tonya, desde su ex marido Jeff Gillooly hasta su guardaespaldas, Shawn Eckhardt, dos chapuceros sin alma ni límites. En esta reconstrucción, que asume el trazo del falso documental, se apela a un tono de tragicomedia desbocada a para contar el calvario de una patinadora que no tenía estudio, que sólo fue preparadas para patinar, que tuvo un padre abandónico y una madre maltratadora y que cuando se casó –suele ocurrir- eligió un novio tramposo y golpeador. Nancy, su rival, en cambio venia de un hogar bien armado y era la imagen preferida de un país que exaltaba sus valores familiares. El patín artístico acaparó esos días la atención de todo el país. “Era, después del presidente Clinton, la figura más popular”, se dice aquí. El film juega con esos contrastes. Es exagerado, manipulador, de trazo grueso, pero deja ver con crudeza la cara oculta de toda competencia: obligación de ganar, sobre exigencia de los padres, terror al fracaso, dudosos criterios que adopta y jurados y, por detrás, revoloteando, los extremos recursos de una prensa que necesita ganadores y perdedores para sostenerse. “Estados Unidos –se escucha en el film- necesita tener figuras para poder amar y para poder odiar”. Y al asistir final lastimoso de Tonya, se ve por detrás, en una pantalla, cuando O.J.Simpson era llevado preso acusado de haber asesinado a su prometida. El gran público, expresa la película, observa con igual deleite tanto la gloria como el infierno de sus campeones.
En el repertorio de los incontables ciudadanos que comulgan con la quimera del éxito, valor absoluto de una sociedad como la estadounidense, Tonya Harding intentó resplandecer en la sección deportes. Según informa el filme de Craig Gillespie, después de luchar por todos los medios para ser la número uno del patinaje artístico, hoy se adjudica a sí misma un título que poco tiene que ver con los entrenamientos: en la actualidad dice ser una buena madre. Tal proeza vincular se entiende gracias a la madre de la protagonista, un personaje que parece inspirado en Violencia Rivas, esa criatura desinhibida concebida por Capusotto y Saborido, capaz de maltratar a su hija debido al descontrol de sus nervios. La madre de Tonya puede lanzar un cuchillo a su hija o describirla como “una lesbiana sin gracia” (y también tiene un loro doméstico que se planta en su hombro izquierdo y tiene la pinta de ser un bicho de utilería). Madre terrible la de Tonya, una frustrada camarera que quiso transformar a su hija desde los 4 años en la mejor patinadora estadounidense. En efecto, la historia empieza a esa edad de la protagonista y se detiene a sus 23 años. La deportista jamás pudo deslizarse sobre el hielo en otra geografía que la de su país. Los Juegos Olímpicos eran el gran objetivo, ser una celebridad era su vocación. Sin duda, observar a Harding es una recompensa que prodiga el filme, narrativa y formalmente: cuando la joven gira por el aire a una velocidad sorprendente y retoma la superficie como si nada hubiera pasado, el placer es una conquista de todos. A Gillespie le permite componer coreográficamente sus planos, a la actriz-personaje justificar sus esfuerzos y al público admirar las proezas de un cuerpo tosco estetizado por horas de entrenamiento para desafiar la gravedad y delinear en el movimiento alguna figura pletórica de hermosura. El patetismo generalizado en el relato no significa que Gillespie haya asumido un tono condescendiente con sus personajes. Todos los protagonistas pertenecen a la diezmada clase trabajadora estadounidense, la que votaba a Reagan unas décadas atrás y ahora al bufo de Trump. El énfasis puesto en señalar que la razón del fracaso de Harding tiene más que ver con sus modales ordinarios y la pertenencia de clase de los protagonistas es lo que define la perspectiva desde donde se ejerce una crítica al orden simbólico que distribuye y dota de significado a los lugares de todo individuo en una sociedad. Sucede que un tono ligero predomina, a tal punto que el retrato de Harding y su mundo tiende más a la sátira que al drama. Es un problema de registro dramático, el cual se verifica especialmente cuando la violencia de género resulta determinante en la trama. De Yo soy Tonia se imponen las interpretaciones, algún que otro plano secuencia para filmar los interiores, la atinada selección de temas musicales de la época y casi todas las escenas de patinaje. El escollo mayor del filme reside en conformarse con el lugar común del esbozo sociológico y la sustitución del drama por un heterodoxo costumbrismo matizado con dosis de comedia.
Epoca de Oscars, época de biopics. Nada mejor para meterse en los bolsillos a los miembros de la Academia que mostrar alguna situación histórica intensa, rica, patriótica y heroíca para copar los medios con su mensaje. Pero no siempre es tan lineal la cuestión. Esas narraciones de vida, incluso a veces, van justamente en dirección contraria. Esto es lo que sucede con "I, Tonya", película dirigida por el talentoso Craig Gillespie (el australiano detrás de "The finest hours" y el hit "Lars and the real girl"), en la cual seremos testigo de la trastienda de una de los mayores escándalos periodísticos en relación a un hecho deportivo en la historia de USA. Sí, bueno, lo de O.J.Simpson también fue grosso. Pero no. Aquí la historia en cuestión nos presenta a Tonya Harding (Margot Robbie, en una actuación increíbe), patinadora profesional de infancia dura (llena de abusos, violencia), quien aspiraba a ser la estrella que representara a USA en los juegos olímpicos (de invierno) en Lillehammer (1994). Sin embargo, en su camino, se topará con otra gran deportista de estilo distinto al suyo, Nancy Kerrigan (Caitlin Carver) quien luchará por el mismo privilegio. "Yo Tonya" gira sobre la historia de vida de la patinadora y amplifica sobre el escándalo que le costó su carrera, pero eso (la interna) se los dejamos para que lo descubran en el relato completo. Tonya es una mujer que se ha forjado desde un hogar humilde, y sus enormes problemas familiares, la han llevado a tomar malas decisiones en un momento bárbaro de su carrera. Robbie le pone el cuerpo a la atleta con fibra y decisión y hace una composición sólida e intensa cuyos matices no dejan de sorprender a este cronista. No la creía capaz de tanto. Mea culpa. La relación con su madre, LaVona (Allison Janney quien ganara el Oscar el domingo pasado por este rol) y su marido Jeff (Sebastian Stan), son los puntales para una historia contada desde varias perspectivas, divertida, intensa y a la vez, muy dolorosa. El guión de Steven Rogers peca quizás de dividir demasiado el contenido de cada evento, mostrando distintas perspectivas, en parte porque los relatos de cada personaje aportan una visión distinta, y no todos suenan verídicos (dicho sea de paso!). No es que yo pretendo que veamos una recreación de realidad exacta, pero todo ese universo coral, está bien, pero le quita en cierta manera unidad al relato. Lo hace, sin dudas, más dinámico, pero a la vez,más confuso. "Yo Tonya" genera una mezcla de emociones raras. Asombra, por momentos. Pero no es la única emoción que genera. Hay mucho vértigo y energía en cada segmento y el film se disfruta mucho. Sin dudas, una historia que atrapa, por lo visceral del conflicto deportivo, pero mucho más por la trayectoria familiar de Tonya, que es lo más sensible del relato. Muy buena.
“Y ahí empezó a golpearme, y siguió y luego todo se fue al demonio” son las palabras justas con las que Tonya Harding (Margot Robbie), patinadora sobre hielo tristemente conocida por el caso “rotura de pierna adrede de su contrincante Nancy Kerrigan”, empieza su monologo al referirse a la intensa relación con su marido Jeff (Sebastián Stan), golpeador, manipulador y mentiroso, y por supuesto cara de no mata ni una mosca. El gran director Craig Gillespie – Lars y la chica real, Noche de Miedo, Un golpe de talento– , hace un biopic memorable, lo estructura como un falso documental y describe minuciosamente a los personajes que la rodean. Lo maravilloso es que Gillespie usa la comedia y la ironía intensa, para describir un panorama familiar siniestro. Tonya, quien se pasea con su jopo noventoso, su pantalón tiro altísimo y su chaleco de jean, patina sobre hielo desde la bronca, es atrevida y rebelde: su madre, Lavona Golden – brillante Allison Yanney- se posiciona como una de las madres más maltratadoras de la historia de cine, tiene nivel maldad Joan Crawford (Faye Dunaway) en Mommie Dearest intentando hacer que su hija sea una máquina de hacer saltos triples axel. Lavona con su cigarrillo permanente, su mirada socarrona es la gran PROVOCADORA de la película, es la que lleva a Tonya a los cuatro años a patinar profesionalmente y la lanza – cual bola de béisbol- al mundo competitivo del deporte. El ritmo de la música pegadiza del folk punk acompaña a Tonya en varias batallas; primero contra su madre, quien tiene una lengua viperina, y luego en contra de su marido -el bigotito es tan aterrador- con quien tiene una relación basada en la “trompada” como signo de encuentro y desencuentro. Margot Robbins, quien estuvo nominada a mejor actriz en los premios Oscars, realiza una transformación impecable- imagínense resignó sus cejas para poder parecerse aun a más la verdadera Tonya- y Gillespie inteligentísimo y hábil, usa esa tranformación y resignifica este personaje golpeado – vaya la ironía-y la transforma en una heroína. El relato vertiginoso, poderoso, busca desentrañar quién fue el culpable del “accidente” a Nancy Kerrigan, y ahí no sólo entra en acción el marido golpeador de Tonya, sino también su amigo Shawn (Paul Walter Hauser), el “Fatty Arbucle” de la historia, quien con su relato pseudo fantástico le mete más humor –negro- a esta comedia del horror. Pero paremos aquí un poco, Yo soy Tonya se estrena justo el 8 de marzo, Día internacional de la Mujer y esto es interesante, porque Steven Rogers, quien escribe la historia – también guionó la gran Posdata, te amo– realiza una descripción brutal, detallada y hasta genealógica de la violencia de género. Porque en Yo soy Tonya no sólo demuestra el maltrato de un hombre hacia una mujer, sino tambien el desaire de una mujer hacia otra mujer y encima, agravado por el vínculo. En la película Tonya no tiene paz. La mamá de Tonya es cruel y en gran parte del metraje subestima el gran talento de la patinadora, hay una escena en donde el punto final es un nuevo comienzo para ella, un comienzo de tristeza pero de liberación. La cámara la ama, la sigue y desnuda su transformación fantástica. Celebremos películas como esta.
Biopic de una perdedora, de la mala de la película, Yo soy Tonya ofrece dos horas de inmersión en la historia de la patinadora que cayó en desgracia, acusada de atentar contra su rival. La interpretación de Margot Robbie, intensa, entregada, tiene buena parte del mérito de pintar la ambivalencia: una mujer hermosa y horrible, vulnerable y fuerte, bruta y talentosa. Un retrato, en fin, de una hija de un contexto, la clase trabajadora suburbana, marcado por la violencia. Desde la infancia, en manos de una madre abusiva y cruel (la ganadora del oscar Allison Janney, bastante pasada de rosca) a la vida adulta, en manos de un marido maltratador y sus compinches patéticos. Un material tan rico y lleno de contradicciones hace a una película atrapante, que sacude con su aspereza. Aunque el tratamiento, entre la comedia negra y el drama, hace pensar que no del todo convencida de cómo mirar a su criatura. Una víctima, antes que villana, a la que finalmente quiere y rescata del mismo tono burlón que parece imponerle: el mundo la hizo así.
UNA VIDA DE PELÍCULA El australiano Craig Gillespie es uno de los más eclécticos realizadores que existen hoy en Hollywood: capaz de pasar de la indie Lars y la chica real a la hermosa y clásica Horas contadas o pasearse con elegancia por el universo Disney de Un golpe de talento. Su cine es imprevisible (si bien son películas que siguen ciertas convenciones, es difícil trazar un nexo entre ellas) y Yo soy Tonya presta un mundo de personajes peculiares para permitir otra bifurcación en la zigzagueante filmografía del director. El film centrado en la polémica figura de la patinadora Tonya Harding puede prestarse a confusiones: si el retrato de esa clase media-baja yanqui es descarnado y hasta en exceso cínico, eso lleva a pensar en la misantropía de su director. Pero quien haya visto las películas anteriores de Gillespie, donde si algo hay es cariño por sus criaturas, sin dudas puede asegurar que esa canchereada con la que avanza Yo soy Tonya no es más que una parte del mecanismo con el que el director busca acercarse a ese subgénero complejo y difícil conocido como biopic. A esta altura las biografías cinematográficas son algo habitual del cine. Las hay más enciclopédicas y las hay más libres. Las primeras avanzan como un rejunte ilustrado de datos de Wikipedia. Las otras, son las mejores. Yo soy Tonya, por suerte, está en este último grupo. Tonya Harding fue una patinadora artística que nació en el seno de una familia disfuncional y sufrió el hostigamiento de una madre alcohólica y violenta, quien la instruyó con un objetivo: ser la mejor. Se podría decir que el dilema de la Harding de la película es el mismo de Ricky Bobby, aquel corredor de Nascar que interpretó Will Ferrell en la comedia dirigida por Adam McKay: convertirse en campeón, ser el mejor, alejarse de los perdedores, tal cual sentenció el padre de Ricky. La diferencia con aquella ficción es que el padre finalmente le reconocerá a Bobby que esos consejos fueron dados bajo el influjo de las drogas, y que si le hizo caso no es culpa suya. Que vivió confundido. Las cosas entre Tonya y su madre son diferentes, aunque llevan a las mismas consecuencias: una persona que se impone metas perseguida por sus propios fantasmas. En Harding, además, se cruzan elementos criminales (la lesión de su principal rival), que la pusieron en el foco de los noticieros allá por los 90’s y la sacaron del circuito profesional de esa disciplina. Lo que cuenta Yo soy Tonya, además de esa historia de crecimiento personal, es la fascinación de un país por construir héroes y villanos. Gillespie sabe que la acumulación de datos históricos es más de las enciclopedias que del cine. Y sabe, también, que el biopic bien entendido puede ser un material maleable, que si lo que se cuenta es una vida, lo mejor es no juzgar y dejar que esa vida tome las decisiones que quiera así como la propia película. En definitiva, patria del cine, la biografía que Gillespie elabora no es más que una reconstrucción explícitamente ficcional (incluso juega al falso documental) que toma prestados recursos, estéticas, de otros autores del cine contemporáneo. El uso del montaje, la música y el vértigo narrativo hacen recordar a los modos de contar de Martin Scorsese, los universos familiares disfuncionales y los hogares de clase media del interior norteamericano se reproducen tal cual los films de David O. Russell, y la subtrama policial que lleva a la lesión de la rival de Harding tiene la atmósfera misántropa y el humor negro de los hermanos Coen, incluso el maltrato a algunos de los personajes y el regodeo en la estupidez. Se podría pensar ante esto que la de Gillespie es una película impersonal, sin embargo todo lo contrario: el director logra un relato homogéneo, más allá de que algunas de sus partes funcionen mejor que otras y que la mezcla de recursos por momentos sea un poco avasallante. Lo que entiende Gillespie es que el cine se ha instalado tan fuerte en nuestras vidas, que ya no es el arte el que imita sino la vida la que se reconstruye empáticamente a través del cine. Yo soy Tonya analiza cada rincón de la vida de su protagonista y encuentra formas afincadas en el terreno de lo cinematográfico para poder narrarlas. Con todo esto, lo interesante es que Gillespie no pierde el norte de lo que quiere decir y que deja expresado ferozmente en su último formidable plano. Al final, Harding podrá haber recibido todos los golpes de la vida pero la mina se levanta y sigue peleando, porque en definitiva en una sociedad abrazada al éxito no queda otra que ser un perdedor con personalidad y arrogancia. Esa misma con la que avanza la película, que hace de una vida -y de un género- un material puramente cinematográfico. Quienes busquen realidad podrán encontrarla en los tramos de documental que se filtran durante los créditos, y al fin de cuentas llegaremos a la conclusión de que la ficción es un lugar más verosímil que la realidad.
Los memoriosos recordarán aquel famoso "incidente", porque fue uno de los mayores escándalos en la historia del deporte de EEUU: a principios de los años 90, Tonya Harding era una de las patinadoras más prometedoras de su país, campeona y competidora olímpica. Harding tenía un talento excepcional, pero se hizo tristemente célebre por estar vinculada a un ataque (un brutal bastonazo en las piernas) a su principal rival, Nancy Kerrigan. "Yo soy Tonya" reconstruye los insólitos entretelones de ese atentando, pergeñado por el ex marido de Harding y su guardaespaldas, pero por sobre todo cuenta la apasionante historia de Tonya, una chica de clase baja criada a los golpes que llegó alto en el patinaje pero que nunca encajó en la elite refinada de ese deporte. El director Craig Gillespie ("Enemigo en casa", "Lars y la chica real") apela a un tono irónico y ácido —que recuerda a los hermanos Coen— para narrar esta historia, aunque a veces se pasa de registro y sus personajes se parecen más a una caricatura. Esto es lo que pasa por ejemplo con la abusiva y manipuladora madre de Tonya (interpretada por Allison Janney, que se llevó el Oscar a mejor actriz de reparto) o con su marido, un looser y golpeador rayano en el patetismo. Por otro lado es evidente que el director intenta rescatar la figura de su protagonista, mostrándola por momentos como víctima de su entorno, pero tampoco llega al extremo de ser condescendiente. Los puntos más altos de la película están en las escenas de patinaje, que tienen pulso dramático en sí mismas, y en la actuación de Margot Robbie (nominada al Oscar), que ya nos había seducido en "El lobo de Wall Street" y ahora se transforma por completo para dar vida a esta criatura feroz y contradictoria.
Con un formato de falso documental como si se tratara de una entrevista televisiva, “Yo soy Tonya” es una tragicomedia delirante, mordaz, políticamente incorrecta, sobre un escándalo real en torno a la patinadora norteamericana (dos veces olímpica) que da título al film. Tonya Harding. Fue la segunda del mundo en hacer la pirueta Triple axel, pero también fue tristemente célebre por otro episodio: en 1994 Tonya era una de las patinadoras más prometedoras, pero su rivalidad con una colega Nancy Kerrigan hace peligrar sus posibilidades para los Juegos Olímpicos. Poco antes de la competencia Kerrigan es agredida brutalmente y las sospechas recaen sobre la propia Tonya, su ex marido y su patético guardaespaldas que se autoproclamaba ser espía del FBI. Como en “La batalla de los sexos” (2017), que sucedía dentro del ámbito del tenis, ambas son producciones poco convencionales porque las personas reales en las que se basa tienen poco de corrientes. Quien vaya esperando una típica película de patinaje al estilo Hollywood, con la trama de la atleta que con esfuerzo termina superando todos los obstáculos consiguiendo el triunfo deportivo, no podrá encontrar nada más opuesto. La historia muestra la contracara del sueño americano. Aquí ningún personaje resulta agradable, ni siquiera Tonya (Margot Robbie), pero es un efecto buscado ex profeso que, lejos de restarle encanto al film, es donde reside su atractivo. Párrafo aparte merece el personaje de la madre de la patinadora, interpretado magistralmente por Allison Jenney, una persona fría y sarcástica que desafía a su hija ya desde pequeña a mejorar desde el hostigamiento verbal y físico. Convencida de que el fin justifica los medios, consideraba que la mejor forma de motivar a su hija era humillándola. De tan mala, resulta el personaje más atractivo gracias al talento de ésta actriz de cine, y TV (“Juno”, 2007, “The west wing”, serie 1999-2006, “Las horas”, 2002), a la que le ha llegado su merecido reconocimiento ganando todos los premios en la antesala del Oscar, y el otorgado por la Academia a mejor actriz de reparto. Uno de los mayores aciertos es que el relato se centra especialmente en las perversas relaciones en la vida de Tonya, dejando en un segundo plano el suceso que da lugar a su caída. Pareciera que el carácter cruel de la madre, sumado al maltrato del esposo,no amilana a Tonya sino que dispara su gran espíritu de lucha, pero a veces es difícil ser fuerte cuando todo el mundo te da la espalda. En una escena clave, cuando está por salir a competir en los juegos olímpicos en Lillehammer, a punto de cumplir su sueño pero rodeada de escándalo, ella se maquilla frente al espejo y vemos el reflejo de una mujer que está a punto de quebrarse tras la máscara. Harding fue vetada de por vida por la Asociación de Patinaje Artístico de EE.UU. al ser declarada culpable de conocer los hechos del ataque contra la rival artística. La expulsión del patinaje fue equivalente a una sentencia de muerte para ella, quien luego se dedicó a boxear para sobrevivir. A los norteamericanos les encanta las historias de personas que ascienden desde la nada hacia el éxito, pero también pueden ensañarse hasta desangrarlas cuando caen del pedestal, reflexiona Tonya frente a la cámara. Muy significativamente el film se cierra con una mancha de sangre en el piso del ring. Esta realización independiente dirigida por Craig Gillespie (quien debutó con la extraordinaria “Lars y la chica real”. (2007) compitió por los Oscar como mejor montaje (por su original estructura que alterna a los protagonistas hablando a la cámara contradiciendo el discurso del otro), y como mejor actriz principal (la bella australiana Margot Robbie, también una de las productora de la obra) , además de ganar por la mencionada Allison Janney. El punto débil es su longitud con algunas escenas sobrantes, pero compensa con varios méritos: sus excelentes protagonistas femeninas, escenas memorables entre madre e hija, y el atractivo de la banda sonora que intercala canciones de la época (Supertramp, Cliff Richard, Dire Staits ) cuyas letras sustentan lo narrativo en vez de actuar como mero fondo musical, un recurso inteligentemente usado. Su punto más fuerte es su corrosivo humor negro que la aleja totalmente de cualquier biopic.
Hay pocas cosas más extrañas que el talento arruinado: como si hubiera una continuidad natural entre tener algún don y desarrollarlo hasta alcanzar la plenitud en el rubro en cuestión, o eso mucho más importante que llaman “éxito”, las historias sobre alguien que tenía las condiciones para brillar y sin embargo no lo hizo son particularmente dolorosas. En ese sentido, el caso de Tonya Harding es resonante. Nacida en Portland en 1971, desde muy chica mostró una facilidad impresionante para el patinaje artístico, participó dos veces en los juegos olímpicos, ganó campeonatos nacionales y a los 23 se vio obligada a dejar de patinar para siempre. El caso fue escandaloso y le dio un nivel de visibilidad abrumador hasta que la hizo caer en el olvido: Tonya fue acusada de participar en un plan para lastimar a otra patinadora que se consideraba su rival, Nancy Kerrigan. Nunca se supo del todo hasta qué punto fue consciente Tonya Harding de lo que su ex marido estaba tramando junto con su guardaespaldas, pero lo cierto es que a Kerrigan le lesionaron la rodilla y a Tonya la expulsaron del mundo del patinaje artístico para siempre. La película de Craig Gillespie que reconstruye la historia lo hace, según declara desde un principio, a partir de entrevistas a los principales involucrados, y de hecho así lo atestiguan los fragmentos de esas entrevistas al final, donde lo que se ve es a una serie de personas mediocres disfrutando de los minutos de relevancia que les concede esa especie de reality. La película se relame con lo que ellos parecen ofrecer: la posibilidad de reponer la historia de Tonya Harding en clave de burla, apelando al humor negro y al lugar común de ser despiadado con la cultura white trash. Es que lo primero que se ve en esta especie de biopic que por momentos juega a ser un falso documental es la típica historia del pobre accediendo al mundo artístico, que es todo menos igualitario. La pequeña Tonya Harding ficcional tiene talento pero es una bruta, igual que su mamá, y disuena desde un principio en el universo femenino de las niñas más delicadas que se deslizan como bailarinas sobre el hielo. De adulta Tonya tendrá el cuerpo de Margot Robbie, algo afeado y con los modales de un leñador (de hecho ese es uno de los trabajos que hace el personaje mientras no entrena), y su madre el de Allison Janney, que acaba de ganar el Oscar a mejor actriz de reparto por encarnar a la madre más mala del mundo. I, Tonya se concentra en la secuencia de maltrato que lleva a su protagonista de padecer la tortura física y psicológica de su madre, que le grita porque afirma que enojada patina mejor, a padecer una violencia similar de parte del marido. Como la película decide desde el principio que todo lo que va a mostrar es divertido porque sus personajes pobres son graciosos, el repertorio de violencia en I, Tonya está mostrado con la misma levedad que los golpes en Los tres chiflados, solo que con mucho más realismo. Craig Gillespie parece mucho más interesado en probar hasta dónde se puede maltratar a su protagonista y que parezca gracioso que en darle a la patinadora otra dimensión más que la de víctima. Y es una lástima, porque cuando Tonya cobra vida propia y patina, sonríe triunfal o se pone nerviosa antes de entrar a la pista, la película brilla. Había una historia mucho más intensa para contar en la dificultad de esa nena de acceder a un mundo donde aparentemente bastaba con ser buenísima pero en realidad no; no hacía falta que fuera un cuento de Dickens, pero la verdad es que esta especie de bestia feroz que es Tonya Harding interpretada por Margot Robbie, una que lucha por su liberación y solo resplandece cuando patina, es una criatura inolvidable. La película a su alrededor, en cambio, más preocupada por ser canchera y explotar una y otra vez el mismo chiste de los blancos brutos, no le hace justicia. ~
Hay algo bastante curioso en esta biografía de la patinadora artística y celebridad infame Tonya Harding, y es que -con cierta razón- la crítica habló del recurso “a lo Scorsese” donde el protagonista narra algo terrible a cámara como si no lo fuera. El recurso aquí funciona muy bien y lo curioso proviene de que el realizador Craig Gillespie entiende que, para que esta historia destile su verdadera esencia, es necesario narrarla “a lo Buenos Muchachos”. Se ha elogiado mucho a Margot Robbie por su retrato -y a Allison Janney por ese monstruo terrible que es la madre de la patinadora-, y es justo, también. Robbie parece especializarse en mujeres cuyo aspecto sexy es una forma del grotesco. La historia -Harding fue acusada de romperle una pierna a su principal competidora para el equipo olímpico estadounidense, Nancy Kerrigan, en un caso que fue célebre- parece una especie de retrato social con el dedo acusador sobre las taras de lo “americano”. Pero a medida que el personaje cobra espesor, entendemos, entre risas nerviosas, que el film habla de la impotencia al descubrir que el propio talento no alcanza para la gloria. Esa es una cuestión compleja y transmitirla sin respuestas claras es un mérito mayor que la excelente dirección de actores (todos, de paso, muy bien, especialmente Sebastian Stan y Bobby Cannavale, que logran crear personajes más cercanos a la commedia dell'arte que a las tradiciones de Hollywood). Repetimos: todo elogio a Robbie está justificado y logra transmitir con intensidad qué significa el término “frustración”.
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En su nueva película, una muy particular biopic, Craig Gillespie (Lars y la chica real) está atento a la comedia y al drama por partes iguales y se vale de variados recursos narrativos (falso documental inspirado en testimonios reales, ficción de los hechos donde se rompe la cuarta pared) no para reconstruir una historia de modo pretendidamente fidedigno, sino para volverla eje desde el que abordar, con frescura, el lado salvaje de nuestro espíritu hambriento de tragedias ajenas. Hay deportes que implican, más allá de un universo moral, un desempeño estético, lo que significa que no sólo precisan de un deportista con duro entrenamiento sino de un modelo de “belleza”, un “arquetipo de ganador”, un “artista” sensible capaz de representar los valores elitistas, monopolizados, que envuelven, justamente, el concepto de “bello”, de “perfecto”. Estos deportes -llamados artísticos- buscan, aparte del talento para la hazaña, generar un particular modo de encadenar al deportista con el deporte, una alianza que deje constancia de la relación simbiótica entre ambos, para reforzar la idea de que esa “belleza” debe tener origen por fuera de la disciplina, llenando de pureza y naturalidad el acto artístico en sí. Lo “bello” no puede ser sólo representado, tiene que ser vivenciado, para que el deportista no pierda su aura de artista genuino, para que no haya vislumbre de fraude para el consumidor, para que los juicios y prejuicios que acompañan siempre a la subjetividad puedan consagrarse y sean pilares de un estatus, una vara profesional pero también social, por consiguiente: humana. Tonya Harding era reconocida por ser una eminencia en uno de esos deportes: el patinaje artístico sobre hielo. Era la única mujer estadounidense capaz de realizar una prueba por demás difícil y riesgosa. Proviniendo de la clase baja fue parte de un deporte donde la clase alta ya había clavado su bandera de pertenencia. Para abrirse paso tuvo que luchar contra constantes miradas de desaprobación (por su ropa, las canciones elegidas para sus performances, sus modales a la hora de hablar en público) hasta que terminó hundida por su propio entorno, que la sometió a ser el ícono caricaturesco de todo eso que buscaba sacudirse de encima con esmero y una desesperada dedicación. La cultura deja de pedir sacrificios humanos para entregarse a sí misma como ofrenda, adhiriendo al canibalismo más puro. La cultura se vuelve sarcástica, irónica, contradictoria. Se toma tan en serio que termina siendo un chiste. O se ríe tanto de sí que el asunto termina siendo serio. El director australiano no tiene miedo de reírse y no tiene miedo, una escena después, de tomarse en serio a sus objetos de burla. Logra un análisis personal y atractivo. Es probable que hasta el momento no hayas escuchado sobre Tonya Harding, pero igual de probable es que te hayas cruzado con referencias a su figura o su infortunada historia en series, películas y productos que coquetean con la cultura popular norteamericana. Su nombre quedó ligado, mediando los noventas, a la imagen del deportista célebre/reconocido que resulta acusado de atentar contra su principal rival para prohibirle competir y así hacerse, deshonestamente, con el triunfo. El deportista de actitud reprobable. Gillespie aborda a Tonya Harding para explorar ese suceso que la volvió tristemente célebre y que significó un paradigma para el sensacionalismo de la prensa más inescrupulosa que buscaba ansiosa alguien a quien juzgar, culpar, ajusticiar, regodeándose en el morbo de una sociedad que ya empezaba a mostrar su gusto por la sangre de sus propios ídolos. Margot Robbie construye a una antiheroína consistente, empática, de errores recursivos, humana, abusada por su madre y su pareja, irreverente. No hay modo de que su posible triunfo sea limpio. El juego sucio la envuelve, los golpes la inspiran a ser mejor, quiere escapar, reafirmándose en sus miserias de modo constante. Harding tiene una personalidad adictiva, punk, rebelde y no es sólo la visión de Gillespie la que la revitaliza y dimensiona, Robbie se encarga de darle espíritu y forma con una mirada siempre en alto, desafiante, con gestos duros, tono despreocupado y cautivador: sabe que las sonrisas y las lágrimas la orbitan. Así lo reflejan también los temas de la maravillosa banda sonora, banda siempre enérgica, siempre marginal más allá de lo clásico, siempre rock en sus matices más pop. Del mismo modo, Allison Janney se luce como una madre sin posibilidades de redención y se lleva el Oscar a Mejor Actriz de Reparto más que merecidamente. Interpretando a una mujer que vuelca en su hija su propio fracaso, logra el tono adecuado para que, sin necesidad de que termine cayéndonos bien, nos alegremos cada vez que entra en pantalla con sus hilarantes muestras de amor/desprecio. Menos afortunado es el retrato que se hace del ex esposo de Harling (Sebastian Stan) y de su bizarro secuaz (Paul Walter Hauser), ambos culpables de llevar a cabo el plan que disparó el estrepitoso final de una prometedora carrera olímpica. En ellos hay un factor de torpeza que no se ajusta del todo a la construcción del resto del universo, que les quita profundidad aún cuando las actuaciones son igualmente acertadas. Parece que no fueran tomados en serio, que es muy distinto a ser revisionados para un chiste mayor.
Decisiones equivocadas Yo soy Tonya cuenta la historia trágica de la patinadora artística Tonya Harding con un tono zumbón que no le hace justicia. La salva Margot Robbie. El cine en general y el de Hollywood en particular son ideales para narrar proezas deportivas, para capturar la épica intrínseca al deporte. Desde Rocky a Rush: pasión y gloria, pasando por Un domingo cualquiera, El campo de los sueños o incluso, por qué no, Karate Kid, son muchas las películas que encuentran la manera de emocionar contando las peripecias de los deportes más diversos: boxeo, automovilismo, fútbol americano, béisbol y artes marciales, en el caso de las películas que acabo de mencionar. La fórmula suele ser bastante sencilla: un deportista –o un grupo, en el caso de los deportes de equipo– se enfrenta a la oportunidad de su vida, a un rival eterno o a un torneo difícil, en el que no es favorito, y después de una secuencia emocionante en el que el público “hincha” por el o los héroes, gana sorpresivamente, o quizá pierde con honores. En el medio, su vida personal suele modificarse, influyendo en su vida deportiva. En Yo soy Tonya, el deporte es el patinaje artístico sobre hielo, y la protagonista es Tonya Harding (Margot Robbie), que en 1991 se convirtió en la primera mujer norteamericana en lograr un Axel triple –un salto muy difícil– y coronarse campeona nacional. Participó en los dos Juegos Olímpicos de Invierno siguientes (Albertville ‘92 y Lillehammer '94) en los que no logró medallas, y fue acusada de planear junto a su marido de entonces, Jeff Gillooly (Sebastian Stan), un ataque a su eterna rival, Nancy Kerrigan (Caitlin Carver), por lo que fue vetada de por vida para seguir compitiendo. La vida personal de Tonya fue complicada: abusada por su madre (Allison Janney) y también por su marido, abandonada por su padre, sin el dinero ni la elegancia necesarios como para que los jueces le permitan representar a su país –a pesar de que, técnicamente, lo merecía– todo eso conspiró para que su carrera no tuviera el brillo merecido, y después del escándalo que la alejó de las pistas para siempre, se dedicó a la lucha libre femenina. Esa es la historia. Como se ve, es bastante anticlimática. En su última competición, salió octava, después de quejarse por un problema con sus patines. ¿Cómo contarla con épica y corazón? O, mejor: ¿tiene épica y corazón la historia de Tonya Harding? El director Craig Gillespie (Lars y la chica real), el guionista Steven Rogers (Posdata, te amo) y la productora, que es la propia Margot Robbie, parecen creer que no. Ya con el cartel del comienzo, que vemos sobre una pantalla negra y la tos de cigarrillo de Tonya, se determina el tono burlón: “Basada en entrevistas sin ironía y salvajemente contradictorias con Tonya Harding y Jeff Gillooly”. La historia, que tiene ciertos visos de tragedia, está contada como una comedia. Incluso las escenas de violencia doméstica cortan el clima rompiendo la cuarta pared. Ya que estamos hablando de deporte, voy a citar a Miguel Ángel Russo: “Son decisiones”. Pero esas decisiones dan como resultado una película tan contradictoria como los realizadores dicen que fueron las entrevistas con Tonya, porque aunque uno como espectador se compadezca de esa mujer que hace todo mal menos patinar, y quiera que triunfe, la película no parece compartir ese deseo; por momentos, parece que la película piensa de Tonya Harding lo mismo que esos jueces que le dicen que se tiene que vestir mejor. Y aunque es cierto que la historia deportiva de Tonya Harding es anticlimática, tambien lo es que tuvo momentos épicos. Sobre todo el famoso Axel triple. También la rivalidad con Nancy Kerrigan, su opuesto, que proyectaba una imagen de perfección adentro y afuera de la pista. Pero nada de eso está contado con épica y corazón, porque la película no los tiene. Y no es que Gillespie sea incapaz de narrar: las escenas de patinaje están muy bien logradas y hasta parece que es la propia Margot Robbie la que logra dar esos saltos imposibles (si hay CGI o un gran laburo de montaje, no lo sé). El problema es previo y es la mirada sobre la protagonista y la historia: aunque en la película queda bastante claro que ella no fue la culpable del ataque a su rival, los realizadores, en cierto lugar de su corazón, no se lo perdonan. Basta imaginar lo que sería Yo soy Tonya sin Margot Robbie, que hace un trabajo extraordinario y que, además, parece ser la única que se compadece de su criatura (aunque como productora no logró imponer esa mirada). Paradójicamente, es gracias a su interpretación de Tonya Harding que el tono zumbón me resultó chocante. Y sin ella, la película habría sido una tonta comedia innecesaria.
Crítica emitida por radio.
En 1994 tuvo lugar uno de los episodios más bochornosos del deporte mundial en el que Tonya Harding, quien para entonces había ganado reconocimiento en el mundo del patinaje sobre hielo gracias a su Triple axel, fue acusada de haber contratado a un individuo para que golpeara la rodilla de Nancy Kerrigan, su compañera de equipo para los Juegos Olímpicos de invierno de Lillehammer de ese año. El caso llegó a la corte prohibiendo a la patinadora volver a pisar una pista de por vida. Pero lo más desafortunado fue el circo montado por la maquinaria mediática que al notar que allí había algo jugoso hicieron prácticamente lo de siempre. Así fue como alimentaron las 24 horas del día a sus televidentes con el primer pescado que saltaba a la superficie, sin importar si estaba podrido o no. Exprimieron al máximo una noticia que hasta el día de hoy mantiene cierto velo de misterio y contradicción, aspecto que la película resalta más de una vez con la pantalla partida al medio, oponiendo los dichos entre la patinadora y su ex marido Jeff Gillooly (de hecho, ya en el inicio un cartel negro avisa: “basada en entrevistas libres de ironía, salvajemente contradictorias y totalmente verdaderas”). Y como si fuera poco, hundieron descaradamente a Tonya en el olvido, la bajaron de un hondazo del podio de las estrellas, no sin antes, aprovechar para exhibirla como un monstruo. En este punto, Yo soy Tonya guarda cierta relación con Monster (2003), otra película que intentó borrar, o aunque sea, buscó deslegitimar un poco la proyección de “la figura femenina maldita” creada por las mass media. Allí, Charlize Theron también se animó a la metamorfosis, endureció sus movimientos y sus gesticulaciones, también hizo carne la idiosincrasia white thrash, solo que, a diferencia de la transformación de Margot Robbie en la patinadora, lo hizo para asemejarse a Aileen Wuornos, prostituta y asesina serial ejecutada en 2002 por haber matado a siete hombres. Y si hablamos de monstruos, es menester mencionar a Allison Janney y su esplendorosa interpretación de LaVona Golden, la madre agria, antipática y maltratadora de la protagonista. Sin lugar a dudas una de las composiciones más fuertes y magnéticas del filme. Un personaje al que resulta imposible hallarle el menor rastro de humanismo. Una madre que, a partir de su trágica experiencia de vida con parejas inestables (e incontables) y un trabajo miserable como camarera, considera que educar a su hija a los golpes, entre sobreexigencias y maltratos psicológicos es el método más efectivo para convertirla en una campeona. El largometraje entonces escarba en las heridas que moldearon a la psicología reaccionaria de Tonya Harding comenzando por su infancia semi rural en las afueras de Portland, Oregón y mostrando sin tapujos la crianza violenta y malsana a la que fue sometida desde pequeña. Como ya dijimos, una violencia maternal que al contraer matrimonio viraría al plano conyugal, y hasta incluso una violencia institucional o deportiva ya que no resultaba nada agradable salir a cazar conejos al bosque para tener algo qué almorzar y al día siguiente tener que patinar rodeada de princesitas insulsas, frente a un jurado para el que prevalecía la imagen de una niña sana hija de una perfecta familia tipo a la de un vástago podrido del fracaso americano, haciendo caso omiso a toda destreza y habilidad que la joven tuviese. Claro que estas palabras suenan insoportablemente tristes, sin embargo allí reside el verdadero acierto del director Craig Gillespie y su guionista Steven Rogers. En la decisión de haber abordado la historia en un formato de biopic entretenido, cercano al mockumental y sobretodo con un tono creativamente tragicómico logrando que el público escupa alguna que otra carcajada frente a una situación para nada risible. Un matiz que alivia un poco el dramatismo de esta desgraciada biografía y en el mismo movimiento, aprovecha para satirizar y burlarse de la ridiculez tanto burguesa como del borde más marginal de la sociedad estadounidense. Pero para que una comedia negra se sostenga, además de un guion inteligente, hacen falta personajes con convicciones fuertes, que crean en sus estupideces. Ahí está el logro de Sebastian Stan como Jeff –ex marido de Tonya- y Paul Walter Hauser como su guardaespaldas Shawn, según la película, los verdaderos autores intelectuales (si es que se puede hablar de intelecto) de un crimen idiota, ejecutado con torpeza al mejor estilo Fargo (1996) de los Coen. Por Felix De Cunto @felix_decunto
Talento sin suerte I, Tonya podría ser otra ficción más de los hermanos Coen, con sus características situaciones tragicómicas y sus protagonistas excéntricos, pero no lo es. I, Tonya es la versión cinematográfica de la increíble historia verídica de una patinadora artística estadounidense a quien la vida le dio el talento, pero no la suerte de aprovecharlo. Es una película muy bien narrada y actuada, además de estar eximiamente dirigida. Lo mejor: * La actuación de Margot Robbie * La dirección * La construcción de la historia