Francia invade Hollywood. Quizás la sorpresa del festival… Filmar un proyecto mudo en blanco y negro hoy en día constituye un gran riesgo, considerando que el mercado tiende a la digitalización de salas, tecnologías 3D, efectos visuales utilizados hasta el 90% de la duración de un film. The Artist viene a romper con estas premisas y demostrar que el cine clásico es siempre vigente, siempre y cuando contemos con una interesante historia (demasiado educativa en este caso), un guión confeccionado y un elenco maravilloso...
La llegada del sonido al cine de Hollywood, terminando la década de 1920, marcó un antes y un después en la industria, no solo en lo económico, sino también en la manera en la que todo comenzó a mirarse, tardándose algunos años para poder encontrarle sentido y un uso enriquecedor a esa nueva herramienta. El cine mudo era el pasado, la nueva atracción era poder escuchar la voz de los actores. Este es el ámbito en el que "The Artist" se desarrolla, brindándole al espectador una experiencia que remite a esos viejos tiempos y que ejemplifica la crisis tras la aparición importante del sonido en las grandes producciones.
Que nos guste una película, puede tener muchos motivos. El principal es que nos llegue emotivamente por alguna razón. Que nos sintamos identificados con la historia, los personajes, el tema tratado, etc. También puede gustarnos por la parte técnica. Es viejo y arduo el dilema de si la parte técnica ayuda a qué la emoción surja. Es fácil encontrar ejemplos de películas que tocan temas que nos interesan y están contados de forma que no nos atrapan. Y de igual manera, pelis que quizá no están contadas tan bien, pero el tema pudo más en nosotros, de alguna manera. Entender el mecanismo exacto, es imposible, inabarcable como la cantidad de películas y espectadores existen. Lo cierto es que a veces, el tema, es justamente la técnica. O al menos, parte de este. Eso pasa en The Artist. La emoción que provoca, es algo parecida a lo que le pasa al prota de Medianoche en París, cuando viaja a otra época que admira. No por ser mejor (aunque éste así lo crea), sino porque esta lejos. Hoy, sabemos lo que llegó a ser historia. Y no sabemos qué de aquello cercano, pasará a serlo el día de mañana. Ahí radica el truco, y la magia de que lo viejo, encante. Esta lejos, y esta presente. La técnica de The Artist, no es nueva, y aunque no utilizada de la forma en la que lo hace la película, esta presente, de una u otra forma, en cada película. Tardó muchos años el cine, luego de comenzar el sonoro, en volver a utilizar, como recurso, el silencio. Y hoy se utiliza en innumerables escenas, porque a veces, no hay nada que lo diga de mejor forma, que la ausencia total de sonido. Me voy a ir por las ramas, ya lo están notando, y yo. Soy conciente y lo elijo. Voy a ir y venir, por todo aquello que me hizo sentir y pensar esta peli. Se dice por ahí, que no innova nada. No, muchas películas (casi todas las que adoramos año a año) no innovan nada. Parece ser que cuando una película gusta mucho, se le pide demasiado, se le pide prácticamente, que invente el cine. Y sin embargo, otras tantas películas que referencian el cine, o algún género, suelen gustar, más allá de guión y de prácticamente todo, porque al espectador le gustan esos guiños. Y hay películas con guiños y con arte, como Toy Story por ejemplo. Si, si hablo de ochenta películas y recorro todos mis visionados tengan paciencia. Hago catarsis y pienso mientras escribo. No importa si tiene o no que ver, tiene sentido para mi. Y esta película, gusta, sobre todo, por eso, por la innumerable cantidad de referencias y guiños. ¿fáciles? Me importa poco. Es como recibir un regalo ochentoso en Facebook (salvando las distancias ¿hay que aclararlo?) y uno se emocione por que justo es la imagen de un pacman o de un alfajor Maradona (de esos que ya no hay). Por que uno creció con eso. Me dirán seguramente, que no crecí con el cine de los años 20 (les aconsejo que no hagan apuestas al respecto jajaja) en serio que no. Pero si crecí con ese cine siendo viejo. Es ese cine, el que me atrapaba en las madrugadas en la tele (y me sigue atrapando) en los grandes programas dedicados al cine que tiene un canal de por aquí. Si, te tenes que quedar despierto hasta las 3 de la mañana. O poner a trabajar a tu vieja video (¿Por qué creen que adoro los VHS?). Es así como descubrí, lejos en el tiempo, y casi casi lejos en el recuerdo también, el placer de disfrutar (aún siendo adolescente, lo que ahora no puede sonar muy raro, pero en mi adolescencia a las películas argentinas, tanto como a las películas en blanco y negro, se las consideraba, casi tanto peor que al tango), películas como la grandiosa argentina Dios se lo pague, o mirando a otros territorios, las conocidas Trópico de Capricornio, El tercer Hombre, Cumbres Borrascosas, o (no estoy nombrando cine mudo, lo sé, ahí llegamos a ello) al grandioso Chaplin en El Pibe, o Tiempos Modernos. Y es que si todavía adoramos ver un mimo en una plaza, no podemos despreciar a Chaplin y sus muecas. Si todavía amamos el teatro, no podemos despreciar el arte de actuar diferente que tras la cámara. Y si amamos al cine por lo que es, no podemos desconocer que bebe de todas las artes y con ellas crea una nueva. Y es eso lo que me emocionó de The Artist, que es un guiño al cine, de una época, y en definitiva de todas las épocas. Es un poco de El ocaso de una vida, Candilejas, Cantando bajo la lluvia (la mayor referencia, y no gratuita), pasando por otras como El apartamento. No todas sus referencias, son de cine mudo. Por que The artista, no es sola muda. Habla de una bisagra. Y usa elementos de ambas partes. Se puede decir que el guión es sencillo. En su superficie si. ¿No lo parecen las películas de Chaplin también? Sin embargo, son en esa simpleza donde tienen su grandeza, donde hablan del mundo. The Artist habla del cambio, como otros cambios que tenemos hoy, habla del adaptarse, cosa que tenemos que practicar prácticamente a diario en cosas pequeñas y cada tanto en otras más difíciles. Habla de magnetismo, de edades, etc. Pero básicamente dice, para mi, que el ser humano deber adaptarse pero no desmerecer aquello que por viejo, hoy no es tan popular. Y qué mejor manera que jugar grandiosamente con imagen y sonido como lo hace la película, en un ejercicio audiovisual digno de un análisis profundo (aunque no sea necesario pero si interesante). Utilizarán esta película para enseñar si, estoy casi segura. Como utilizan las de Chomet. ¿Ya dije que The Artist me recuerda a las pelis de Chomet? Lo digo, me lo recuerda. ¿Por? Por el arte que tiene, por ese juego que mencionaba antes, por darle significado a cada significante. Por hacer de cada plano, cada transición de imagen, cada elipsis, cada sonido, un repaso por el cine, un guiño admirado y admirable, hacia este arte y su manera de crecer. Decía que la historia era simple en su superficie, y que no lo es tanto. Poco importa, pero vamos al caso que la historia es un collage, como los simples y entretenidos ejercicios de escritura en los que tenemos que armar una historia con palabras dadas. Acá armaron una, mezclando partes de otras. Y al menos a mi entender, no es tan fácil como parece. ? El fuera de campo, representado por el sonido presente solo en la mueca. Si hablamos además de la fotografía, de los juegos de reflejos. De lo que significa ver ese cine de ayer, reflejado en el de hoy. Si, señor, esta reflejado, aunque no parezca. Y todavía me voy por las ramas. Y Peppy (el cine de hoy) siempre agradecida a George Valentin (el cine de ayer) porque ella es por él, indiscutiblemente. Y él, tiene que dejar volar sus polluelos, por que eso es parte de crecer, de su crecimiento inclusive. ¿Sigo? Vale la pena? Al que le guste le gustará, y al que no, no. Pero no puedo no decir que esta película me pareció una maravilla de emoción, y de estilo. ¿Osada? Un poco, y otro no. Si todos hicieran cine mudo, no sería la novedad. Pero ¿lo harían todos? Cuando la industria busca desesperadamente atraer gente al cine, con cada vez más espectáculo (que no reniego), todavía hay gente que piensa que con el mimo de la plaza, se puede emocionar. ¿qué me gustó de Toy Story? ¿su 3d? la verdad que no. Fue que me hizo pensar en mis juguetes. ¿Qué me gustó de Warrior? (ahí armé jaleo?) todo su ritmo si. Pero principalmente, la manito de Hardy dando dos golpecitos al hermano en el ring luego de escuchar un Te Quiero. ¿Qué nos gusta de las películas independientes? Que dicen con poco. ¿Porque amo el Stop Motion? ¿Y las pelis con un solo ambiente? ¿Por que me gusta una peli muda? ¿O la animación 2D? Por que en si misma tienen magia. Por que o la historia o la forma, contienen emoción. El cine es emoción. (la técnica esta al servicio de esto). Y el cine que habla del cine, para los que amamos el cine, es emocionante. ?????????? P.D.: The artist, me saco el sombrero!!! Voilá, se escuchan los aplausos!!! (¿los escuchan? Yo siii!!!) :D
La película del consenso Algún lector afirmará -no sin razón- que, más que una crítica de la película, este texto es una suerte de columna/ensayo sobre otras cosas. Pido disculpas entonces por si alguien se siente defraudado, pero me interesa más lo que pasó, pasa y pasará con El artista que el film en sí. No desmerezco la película del francés Michel Hazanavicius. Me gusta. La pasé bien cuando la ví en su estreno mundial en la Competencia Oficial del Festival de Cannes, pero no me parece que sea la obra maestra que muchos exaltan ni mucho menos la porquería que tanto colega snob ha denostado/despreciado. Rodada en blanco y negro y con estética de cine mudo (prescinde hasta cerca del final de los diálogos), la película narra el apogeo y la caída de George Valentin (Jean Dujardin), un galán de Hollywood de fines de los años '20 que no puede adaptarse al surgimiento del sonoro, y su relación con Peppy Miller (la "argentina" Bérénice Bejo, esposa del director en la vida real), una aspirante a actriz que luego accede al estrellato, mientras el protagonista se derrumba. La propuesta -que combina drama, musical, comedia y romance- es muy simpática, visualmente cautivante y no exenta de encanto e ingenio, pero tampoco va -ni pretende ir- mucho más allá (que igual no es poco en el contexto del previsible cine de hoy). Ahora bien, ¿por qué una película de esta índole se ha convertido en una suerte de revelación para tanta gente (crítica y público, cinéfilos y gente del negocio de todas las geografías) hasta el punto de generar una suerte de veneración casi unánime? Eso es algo mucho más difícil de explicar que sus valores (que los tiene y muchos, tanto en lo narrativo como en lo estético o incluso lo coreográfico) y sus carencias (su juego permenente y algo banal con los clisés, su impacto efímero cual burbuja que se deshace con un mínimo soplido). Tengo algunas teorías (más bien intuiciones). La película arrancó con buen pie en el Festival de Cannes (allí Dujardin ganó como mejor actor) y eso ya le dio un halo de prestigio. Por otra parte, se trata de una película con todos los condimentos de los crowd-pleaser (sí, es un poco demagógica, pero con nobles recursos) y combina el homenaje al cine mudo con una ligereza que le permite llegar sin obstáculos a todo tipo de público. Es, como les gusta decir a los connaiseurs, de alcance "universal". En algún lugar, tiene algo de Medianoche en París, la película más exitosa en la carrera de Woody Allen, y también algunas conexiones con su gran rival en los premios Oscar: La invención de Hugo Cabret, de Martin Scorsese. Todas historias melancólicas, reivindicatorias de ese gran pasado y de profundo amor al cine, pero al mismo tiempo accesibles. Otro aspecto que habría que tener en cuenta es la mutua admiración (esa relación de amor-odio que se profesan desde siempre) entre franceses y estadounidenses, que aquí queda condensada en un producto que cae muy bien a ambos márgenes del Atlántico (y cuenta, además, con un elenco de diversos orígenes). En este repaso de posibles explicaciones a este consenso generalizado no habría que soslayar -sobre todo en su arrasadora performance en la temporada de los premios de fin de año y en toda esta previa al Oscar- el efecto Harvey Weinstein, un lobbista capaz de llevar hasta la cima títulos discretos como Shakespeare apasionado o El discurso del Rey. El artista no será ninguna maravilla, es cierto, pero en comparación con los anteriores "monstruos" de Harvey que se alzaron con el Oscar, estamos ante una más que digna y entrañable película.
Un homenaje al cine mudo repleto de calidad que se va a alojar en tu corazón dejándote con muchas ganas de ver películas de esa época. La combinación del buen guión, del sentimiento y de la emoción que trasmiten Jean Dujardin y Bérénice Béjo en sus interpretaciones es muy efectiva, logrando que una historia predecible y poco original se transforme en una maravilla...
“Las películas mudas son la forma más pura del cine”. Esta frase le pertenece al gran Alfred Hitchcock, cineasta que comenzó su carrera en el período mudo, y con la llegada del sonido, debió amoldarse a las nuevas tecnologías. Lo logró, pero muchos otros artistas tuvieron serios problemas para adaptarse a esta nueva manera de hacer películas. Y de eso se trata la multipremiada El Artista.
El eterno amor por el cine Luego de ver esta coproducción entre Estados Unidos, Francia y Bélgica, se entiende por qué tuvo tanto reconocimiento a nivel internacional y está nominada a 10 premios Oscar de la Academia de Hollywood. El film del francés Michel Hazanavicius (quien actualmente está preparando Les infidéles), de visión imprescindible para cualquiera que ame el cine, reencuentra al espectador con una época pasada, olvidada, una transición que llevó al séptimo arte a un vuelco trascendental. Ambientada en el Hollywood de 1927, donde ya se percibía el nacimiento del "star system" y la pasión por el séptimo arte, la trama muestra a un actor arrogante, George Valentin (un espléndido Jean Dujardin), una verdadera estrella de cine que no se cansa de su narcisimo, posa frente a los flashes de la prensa y cumple con los pedidos de sus seguidores. Sin embargo, el arribo del cine sonoro hace tambalear su mundo de popularidad, fama y reconocimientos. Como una suerte de rueda, la película plasma su caída y el rápido ascenso de Peppy Miller (Berénice Béjo), una actriz que comenzó su carrera como extra al lado del galán y que va ganando terreno en un medio altamente competitivo. Sus mundos se cruzan en este relato mudo que hace gala de su magnífico blanco y negro, y atraviesa con creatividad los cambios que tuvo el cine (la escena en la que el protagonista comienza a escuchar sonidos) pero no deja nunca de contar una historia de amor, con momentos de acción y con la presencia de grandes actores en roles secundarios. En ese sentido, desfilan por la pantalla un director exigente (John Goodman), un chofer que no deja detalle librado al azar (el rostro impenetrable de James Cromwell, el mismo de Babe); la esposa de Valentin, encarnada por Penelope Ann Miller, y un extra que aguarda su turno, nada menos que Malcolm Mc Dowell, el inolvidable actor de La naranja mecánica. Todo resucita como por arte de magia en El Artista: la orquesta que toca en vivo y acompaña las imágenes en la gran pantalla; los movimientos de los grandes estudios; un perro que casi roba protagonismo a Valentin (y le salva su vida), y las sombras de un éxito que se fue. A través de música que resalta los momentos claves, efectos de sonidos limitados y muy bien seleccionados y una ausencia total de diálogo (a excepción de una escena final), la película también evoca con emoción la llegada de los musicales y deja, en primer plano, el eterno amor por el cine.
Cuando una película, de un día para el otro, pasa a ser "la favorita" de todo el mundo para todos los premios, yo empiezo a sospechar. Si, a veces soy un prejuicioso, pero bueno, me hago cargo. Y encima te dicen que es en blanco y negro, que está en proporción 4:3, que es muda, que está filmada como una película de la década del 20, y ahí las sospechas comienzan a ascender a niveles conspirativos, y empieza a gestarse la imagen mental de un conjunto de ingredientes pretenciosos pensados para que le guste "a los que entregan premios", donde se rinde homenaje a los años dorados de hollywood en una película intrascendente filmada como en esa época. Todo esto, obvio, reforzado por un trailer que presenta una historia de amor hiper tradicional y, encima, muda. Por suerte, la película no está ni remotamente cerca de esos preconceptos, ni del espantoso trailer en el cual no se ve ni un atisbo de todos sus puntos fuertes. Si le hiciéramos caso al trailer, por ejemplo, deberíamos encontrarnos con una historia romántica en la cual el punto central es la relación de George Valentin (Jean Dujardin, y no, no es casual la elección de Valentin como apellido) súper estrella del cine mudo, que se enamora de la joven actriz Peppy Miller (Bérénice Bejo) que termina convirtiéndose en la gran estrella del cine sonoro (las "talkies") y termina desbarrancando a Valentin del podio y de la industria. O sea, mas o menos una historia romántica clásica, pero muda, filmada en el 2011 como si fuera 1920. Y este es el punto engañoso, que puede llevar a muchos a creer lo que no es. Lo primero que hay que tirar abajo es la definición de esta película como "muda". Bueno, no lo es. Películas mudas son La marca del Zorro de Douglas Fairbanks o El chico de Chaplín. El artista no es una película muda, es una película sobre el cine mudo y el cine sonoro. Parece lo mismo, pero no lo es. No es una película romántica, eso es una excusa. El punto central es el mayor cambio de paradigma de la industria del cine, mucho mayor que el del traspaso a color, y ni hablar del bendito 3D. Es sobre el estrellato, tanto del ascenso como de la caída. Es sobre tenerlo todo y perderlo. Es sobre el negocio de la industria, la desesperación, el orgullo, la esperanza, el amor. Pero sobre todo, es una película sobre el sonido. En el último pocast (el 39) comentaba que, a priori, el hecho de realizar una película muda me parecía un mero capricho estético para decir "soy re loco, hago una película muda", y que dudaba bastante que se viera justificado en la pantalla. Y puedo decir, con mucha elegancia, que me cerraron soberanamente el upite. El sonido no es una excusa ni un efecto más, es un actor principal. Es el villano, o el anti-héroe, según como se lo mire, que tiene todas las de ganar. Durante toda la película lo más relevante es el sonido (o, mejor dicho, su ausencia), la relación de todos los personajes a su alrededor, los conflictos que desencadena, las situaciones que resuelve. Sin casi aparecer "auditivamente", está siempre presente de alguna u otra forma, acechando, y afectando todo el desarrollo de la trama a lo largo de la película. Es por esto que digo que no es una película "muda", porque la decisión de que el sonido esté o no presente está completamente reforzada por la historia. Todos están formidables en esta película, desde Jean Dujardin hasta Uggie, el perrito. Todos logran equilibrar el estilo de actuación de la época, con gestos exagerados y sobreactuados para compensar la falta de sonido, pero sin perder por eso naturalidad en sus papeles. Tal vez cuesta un poco al principio acostumbrarse a la película y a sus protagonistas, pero es apenas una leve sensación al comienzo. Pero el mas grosso, el que se zarpa realmente, el que te va a volar la peluca y te va hacer bajar los lienzos es Ludovic Bource con su banda de sonido. Porque esta ausencia de sonido implica que la música tiene que estar presente durante todo el desarrollo de la película, y no solo de fondo o para enfatizar lo que se ve en pantalla, sino directamente para conformar y transmitir lo que estamos viendo. Es Bource con su música el que le da el tono, la potencia, la verdadera carga emocional a todo lo que vemos en pantalla, logrando alcanzar momentos verdaderamente notables. Al contrario de los demás nominados en la categoría, en esta ocasión la banda de sonido es el 50% de la película, es el elemento fundamental que termina de darle sentido a todo el relato. Sin banda de sonido no existe El Artista, y sin una tan bien construida como esta es poco probable que se hubieran logrado tan buenos resultados. Definitivamente, si hay una categoría que tiene que ser una fija, es la de Banda de sonido original para el amigo Ludovico. Si este muchacho no se lleva la estatuilla, incendio el Kodak Teatre. Ahora, ¿qué pasa con el resto? Y, hay varias que casi diría que son fijas. Todavía no vi todas las nominadas, pero en Vestuario, Dirección de arte, Dirección de fotografía, Mejor guión original y la ya mencionada de Banda de sonido original es muy difícil que le hagan sombra. Después Actor y Actriz de reparto podría llegar a estar mas peleada (más la segunda que la primera) pero me tiraría casi un 80% para el lado de El Artista. Y en las principales (Mejor director y Mejor película) la veo un poco más complicada frente a Scorsese y Hugo Cabret, respectivamente. Sería la elección obvia, y últimamente los muchachos de la academia parecen querer ir contra la corriente, y sobre todo separarse de los Globos de Oro. Habrá que ver. No es fácil encontrar una película que cierre por todos lados. Y menos cuando tiene una propuesta arriesgada como esta (que cambio desde el comienzo de la nota). La mejor forma que encuentro de describir la sensación de terminar de verla es… placer. Es un placer ver esta película. No es de esas que te vuelan la cabeza o que termina garpando por un mero "twist" al final. Es una película cuyo visionado te produce una sensación… agradable, salís del cine con una enorme sonrisa y con total satisfacción. Y lo más loco (y el mayor hallazgo de esta película) es que eso se logre despojando al cine de todos los adelantos tecnológicos de los últimos 80 años que, supuestamente, sirvieron para mejorar la experiencia del público. A lo mejor Hitchcock tenía razón, y las películas mudas sí sean la forma más pura de cine.
En una clase un profesor pregunta qué es lo que hoy nos llama la atención todavía de Casablanca. Respondo lo que me sale: no importa si la película es buena o mala, tantas veces escuché sus diálogos citados, sus actores son símbolos, la misma canción, hace que todo tenga de repente como un aura intocable. Si bien mi respuesta fue descalificada porque sólo respondí como cinéfila, es válido tenerlo en cuenta cuando se lea esta crítica. Soy cinéfila, amo el cine. Me transporta a una época y a una era distinta y una película que sea filmada por alguien que siente lo mismo que yo no me va a dejar inmune. Esta película es un homenaje al cine mudo hollywoodense, representando una época, al star system, a lo que fue el paso al sonoro asociado con la caída de la bolsa y todo con un código correspondiente a la forma de hacer cine que tenían por entonces. Es cierto que tiene cosas de muchos otros films (lo que refuerza su característica de homenaje) pero no le quita fuerza al producto final. Para empezar, tenemos a George Valentin, mismo apellido de Rodolfo Valentino quien era la figura del amante latino intrépido de ese cine. Tampoco ha triunfado en el sonoro vaya uno a saber por qué: quizás porque no tenía buena voz, quizás porque el código de actuación cambió dramáticamente, quizás porque nada, ni el spotlight, duran para siempre. Con esa temática tenemos a un hombre orgulloso, aclamado por el público que un día se rehúsa a pasar al sonoro (no nos olvidemos que Chaplin también se negó en su época porque tenía que resignar mucho en lo visual para poder captar sonido). Pero también la bolsa cae y con esto su vida se empieza a desmoronar. Tenemos otros elementos casi clichés del cine mudo como el perro y el fiel sirviente. La mujer que no es más que un saco de huesos, sin alma, y cómo la fama y el orgullo han cegado al artista. ¿Uno puede ser artista si no ve? ¿Si no siente? ¿Si no entiende? La nostalgia con la que se narra toda la historia, la importancia de la música que reemplaza los diálogos y los gestos de los actores para que comprendamos su situación son propios de otro cine y de sus códigos. Berenice Bejó impregna su personaje con una frescura que parece una adolescente y creo que ese contrapunto con Dujardin hace más ameno todo el relato. Los detalles son miles: el uso del sonoro para determinadas cosas (la pesadilla es fantástica), el que estuvieran viendo en el estreno detrás de la pantalla (recuerda un poco a Cantando bajo la lluvia), la marca del lunar, el uso de los titulares, el hecho de que las claquetas no eran tales todavía porque recién se las usó para sincronizar la banda de audio con la de imagen. Ni hablar del diseño de títulos. Todo acompañando a una estética que no puede fallar. Para colmo, cada vez que aparecen los diálogos escritos, suele haber una ironía escondida, algo que hunde un poco más al personaje pero que el espectador no puede evitar reírse un poco más. Se denota con todo esto un estudio minucioso por parte de Michel Hazanavicius quien ha estado a cargo de la dirección y del guión. No nos olvidemos que él ya venía haciendo sátrias de películas clásicas de espías con el mismo Dujardin, así que no es novedad lo que se ha preparado para este film milimétrico en cada detalle y una belleza. ¿Cómo dejamos esta película? Viendo una solución, un romance que perdura y todo en un set, que abandonamos de a poco. Me arrancan de la sala, de la butaca, de ese proyector que se escucha de a poco con su taca taca taca habitual y vuelvo a la vida, para ver en blanco y negro por un rato más.
Si hay algo que merece El Artista es llevarse las diez estatuillas por las cuales está nominada para los premios Oscar. En estos tiempos donde cada vez son más los estrenos de películas en formato 3D, fuegos artificiales y explosiones llega este film en blanco y negro, y silente para refrescar nuestra mirada. El Artista es el cine que ya no se hace, el "como era antes" dicen algunos, es el que en ausencia de diálogos priorizan los gestos, guiños y miradas. Michel Hazanavicius realza estéticamente lo mejor del cine de la década de finales de los años ´20 y la revolución de los estudios cinematográficos de Hollywood con la incorporación del sonido a principios de los ´30. George Valentín, es la estrella del momento, mantiene su sonrisa y postura dentro y fuera de la pantalla como el galán que es pero esa fachada se derrumba cuando las nuevas tecnologías y talentos comienzan a ganar su lugar. Y en este período de transición surge Peppy Miller, una muchacha que pasa de ser extra en el mudo hasta consagrarse como una de actrices favoritas en el sonoro. El Artista está constantemente rindiendo homenaje a la propia industria, el cine dentro del cine, el espectador es testigo, cómplice, entra y sale del film con una sonrisa o moviendo los pies porque es inevitable no acompañar los diferentes ritmos. Una de las mejores escenas que posee es cuando George Valentín comienza a escuchar diferentes sonidos como el desplazamiento de una silla (este descubrimiento lo perturba pero... ¿Antes no oía, su realidad también era muda o es un guiño para nosotros?) o el ladrido de su fiel compañero Jack (o por lo menos eso creí entender cuando leí los labios del actor ya que no apareció su nombre en los intertítulos), un perro pequeño y lleno de carisma que, con un Palm Dog en su haber, también merece llevarse un Oscar en la próxima entrega.
Desde su presentación en el Festival de Cannes, en mayo del año pasado, The Artist ha sido objeto de mucha atención, algo que se acrecentó en las últimas semanas con las entregas de los Golden Globes y los BAFTA, además de las múltiples nominaciones que recibió para los Oscar, convirtiéndose así en la gran favorita. El nombre de Harvey Weinstein, su distribuidor norteamericano, y su enorme poder de lobby también han recibido su cuota de interés en el asunto, algo que equipara al film francés con el absoluto ganador del año pasado, The King’s Speech, un producto correcto pero menor, cuyos enormes elogios fueron en buena parte injustificados. Hay que partir de la base de que la nueva película de Michel Hazanavicius es merecedora de la aprobación de la crítica y el público. Se trata de un bello homenaje al cine mudo de fines de los años '20, fiel al estilo de aquellas realizaciones en blanco y negro, con una musicalización para el recuerdo (gran trabajo de Ludovic Bource). Hoy en día se trata de un proyecto arriesgado y, por paradójico que parezca, se percibe como una brisa de aire fresco, una verdadera novedad. Si funciona es porque hay un conocimiento de los códigos que permite explotar de la mejor forma los recursos disponibles, logrando así una de esas películas que aspiran a ser como las de Charles Chaplin, aquellas que hacen reír y llorar por igual. Aquí debe considerarse la notable labor de Jean Dujardin, un actor versátil que despliega su talento, incluso para el baile, en un papel que rebosa de expresividad sin recurrir a una sola palabra. Si bien él es el protagonista, cabe destacar que todos los personajes están muy bien interpretados (una lástima que un Malcolm McDowell solo reciba diez segundos), logrando así que el film fluya, recurriendo pocas veces al uso de intertítulos. Si, The Artist es una realización digna que queda grande para compararla con The King’s Speech, aunque querer convertirla en la película del año sea ciertamente exagerado. Una vez que se haga a un lado la estética o la música, es decir, el sentido de homenaje al cine, se encontrará un film con una historia conservadora, que deja los riesgos para el estilo y juega muy a lo seguro en lo que se cuenta: una sencilla y optimista parábola sobre el éxito en la industria contada a la perfección, casi como se lo hubiera hecho hace 80 años.
Un lenguaje de gestos Cuando uno ve El Artista (The artist, 2011), enseguida le vienen a la mente clásicos como Cantando bajo la lluvia (Singing in the rain, 1952) o El ocaso de una vida (Sunset Boulevard, 1950), películas que retrataron el traspaso del cine mudo al sonoro. ¿En qué se diferencia entonces El Artista de aquellas películas? La respuesta salta a la vista (y al oído) porque la distinción es formal. La historia nos trae a George Valentin (alusión a Rodolfo Valentino, interpretado por Jean Dujardin), una estrella del período mudo que se encuentra olvidado con la llegada del sonido. La película comienza en su época de esplendor, luego de un estreno donde permite a una fan (Bérénice Bejo) posar delante de los flashes. La chica cobrará relevancia y se convertirá en una de las nuevas caras de Hollywood del nuevo cine sonoro. El Artista sigue el formato del cine mudo, también llamado silente: Pantalla cuadrada, nada de sonido -sólo alusiones al mismo-, cuadros con los diálogos y música extradiegética, y ése es su valor agregado. Hasta las actuaciones en un principio responden al cine mudo, siendo más efusivas y teatrales. Aunque luego el film desarrolle un drama formalmente más contemporáneo, en las actuaciones y los encuadres. Pero si algo se destaca en El Artista es la relevancia de un lenguaje. Un lenguaje universal, el gestual, del que prácticamente no se necesita sonido para entenderlo, de allí que el perro tenga una actuación casi tan conmovedora como los demás personajes. Y a la vez un lenguaje en constante cambio, con sus consecuencias terribles para quienes no se adapten a sus nuevas reglas. Una búsqueda formal del lenguaje intrínsecamente cinematográfico. La película de Michel Hazanavicius habla del lenguaje del cine, aquel que se edifica sobre la base de los gestos. Por tal motivo es un film mudo en su forma, por más que el contenido (las consecuencias de la llegada del sonido al cine) ya haya sido narrado en otras oportunidades. Gestos que son la base a la hora de trasmitir sensaciones en las películas. De esta forma, valga la redundancia, El Artista conmueve y rinde homenaje al lenguaje cinematográfico desde la representación misma.
George Valentin es un famosísimo actor de cine mudo. Mientras corre el año 1927 acaba de estrenar su último film con mucho éxito como siempre. A la salida, y por un accidente, conocerá a Peppy Miller, una joven que sueña con ser actriz y que admira profundamente a Valentin. Al otro día se la volverá a encontrar en un set de filmación cuando en una escena tiene que bailar con ella y se dará cuenta que entre ellos hay conexión. George, que vive con su esposa, comenzará a tener problemas cuando el cine hablado deje un tendal de actores del cine mudo sin trabajo o que por orgullo no quieren pasar a ese nuevo estilo de cine. George Valentin es uno de ellos. “El artista” tiene un plus especial : es una película muda, como aquellas que hacia el protagonista del film. El film es un homenaje a aquellas películas que marcaron un rumbo en la cinematografía Hollywoodense. Es una película para que los jóvenes de hoy (y algunos críticos de cine actual también) se enteren y perciban como eran esos primeros films. Aunque ya hubo películas que contaron el traspaso del mudo al cine hablado (el caso más emblemático y conocido es “Cantando bajo la lluvia” con Gene Kelly y Debbie Reynolds), este lo cuenta como si fuera la versión original, es decir, como una película de 1927, una película muda. Más allá de guiños a algunos films hechos inteligentemente, cuenta con una excelente dirección y guión, pero sobretodo con increíbles actuaciones. No cualquier actor o actriz puede hacer que el publico perciba o viva lo que siente un personaje con el solo recurso del gesto. Jean Dujardin y Berenice Bejo (actriz nacida en Argentina pero en Francia desde los 3 años) demuestran un talento impresionante para llevar adelante y sobre sus espaldas este film. “El Artista” es una de las más nominadas al Oscar (mejor película, guión original, dirección, actor (Jean Dujardin), actriz secundaria (Berenice Bejo), música ( Ludovic Bource), la edición, el vestuario, la fotografía y el dirección artística) pero tiene un premio mayor, el entrar seguramente en la historia del cine como uno de los mejores, sino el mejor, homenaje al cine mudo. No se pierda “El Artista” y si puede valla en familia para que todos disfruten y darse cuentas que se puede hacer un gran film mudo y en blanco y negro. IMPERDIBLE. .
El cine sonoro... me dejó mudo! Corre el año 1927. Los protagonistas de las películas de la pantalla grande son las megaestrellas de un cine que es el espectáculo por excelencia, época dorada del cine mudo y en un radiante blanco y negro, tiempos tantas veces referenciados por Hollywood y por los grandes directores. George Valentin (Jean Dujardin) es una de esas celebridades, un ícono de la época, amado por la crítica pero principalmente idolatrado por el público. Más preocupado por seguir sosteniendo un rotagonismo y con sus aires de "divo" de la época, Valentin jamás hubiese pensado que el negocio del cine iría mutando... y menos aún pensaría que él no ellegaría a encontrar un lugar, un espacio, una posibilidad dentro de ese cambio veloz e intempestivo. Su productor, Al Zimmer (en una excelente participación de John Goodman) vislumbrará más rápidamente el cambio dentro del negocio, pero por más que trate de advertirle y hacerlo entrar en raoznes, de convencerso para aggiornarse a los nuevos tiempos que corren, no cualquiera puede convencer a una mega estrella. Paralelamente, una bailarina que actuó con él en un papel mínimo en una de sus películas, comienza a cautivar al público y convertirse en la nueva "niña mimada" hasta llegar a oponerle una fuerte competencia. Y el director nos acompaña también a vivenciar el proceso que va desde la portada del Variety preguntándose "Quién es esa chica?" hasta el espaldarazo y llegar a convertirse en una estrella absoluta del cine sonoro, acompañamos a Bérénice Bejo (uno de los rostros más hermosamente filmados en el radiante blanco y negro del cine actual) en la piel de Peppy Miller, haciendo el camino completamente inverso al del desdichado Valentin. El ciclo se repite, los nuevos tiempos "fabrican" nuevas estrellas dejando de lado a las estrellas del viejo paradigma. No solamente la llegada del cine sonoro impactará en la vida profesional de Valentin, sino que conjuntamente a esos cambios, comienza a desmoronarse su vida afectiva y como ha sucedido ya en otros retratos tanto en relatos ficcionales como por ejemplo "El ocaso de una vida - Sunset Boulevard" o en algunos biopics sobre estrellas del cine de todos los tiempos, aparece la oscuridad de ver se generará una sombra personal proporcional al fulgor de su momento de gloria. Una reflexión que si bien Hazanavicius aplica al cambio cine mudo-cine sonoro, perfectamente puede ir en el mismo sentido de cómo el cine apagó a la radio, para luego ser avasallado por la televisión, como nuevas olas van imponiendo cambios en el arte y en la vida de los artistas. De cómo algunas corrientes cinematográficas que tuvieron su tiempo apogeo, luego se fueron empalideciendo (quien intenta filmar con un aire de Nouvelle Vague o sigue los designos del Dogma de Von Trier en el Hollywood de hoy?, por sólo poner un par de ejemplos). Y de cómo, por ejemplo, la tecnología (efectos especiales, cine 3D, salas equipadas con sonido y sistemas especiales) fue abriendo la posibilidad de un cine diferente, menos artesanal, más implicado con las grandes producciones, en donde muchos artitas no pudieron encontrar su lugar y quedaron sepultados bajo las nuevas corrientes. Como un gran tributo al cine mudo, a los filmes de acción de ese momento -una clara referencia a los seriales- y a las estrellas de la época más dorada, "El Artista" se constituye como un espacio para que el cine reflexione sobre si mismo, sobre la posibilidad de deconstruirse y construirse nuevamente que puede brindar el arte y fundamentalmente sobre lo duro del ocaso una vez conocida la fama y el glamour. No solamente cuenta con un elenco de secundarios importantes como James Cromwell en el papel del chofer del protagonista, una brevísima aparición de Malcolm McDowell y la reaparición de Penelope Ann Miller sino que acierta fundamentalmente en ambos protagónicos. Jean Dujardin tiene el phisique du rol adecuado y necesario para el papel. Se desenvuelve perfectamente bien tanto en la primer etapa de esplendor como en la segunda mitad donde incursiona más en el terreno del drama, con la dificil tarea de manejarse con una gestualidad más marcada y no poder expresarse con el apoyo de las palabras. Bérénice Bejo, como ya fuera dicho, irrumpe con este papel protagónico seduciendo a la cámara con un rostro y una sonrisa intensamente particulares e irradia simpatía y gracia en todas sus apariciones. Y sobre todo logra con Dujardin una excelente química. En plena temporada de premios y Oscars por venir, "El Artista" cuenta con 10 nominaciones a los premios y sinceramente no deja de ser una película de muy buena factura técnica, un espectáculo en si mismo que brinda ese sabor de homenaje autorreferencial que atrae y ha cautivado a la crítica y también al público, pero en mi opinión personal no tiene el perfil de la gran película del año. Sin embargo, tanto en los círculos de los críticos como en el BAFTA ha sido muy bien recibida, tuvo también el premio del público en el Festival de San Sebastián y la Palma en Cannes como mejor actor... es altamente probable que a la hora de los Oscar pueda aparecer con más de una sorpresa.
El artista es una original y creativa historia de amor que tranquilamente podría haber filmado Frank Capra de haber iniciado su carrera en la época del cine mudo. Al igual que Hugo, acá tenemos otra producción que celebra la historia del séptimo arte en un período muy especial en Hollywood cuando las películas mudas se vieron afectadas por la llegada del sonido que dio comienzo a una nueva era. Muchos artistas que fueron estrellas e intérpretes magníficos terminaron en la miseria y el olvido porque no pudieron o no supieron adaptarse a los cambios revolucionarios que se produjeron en la industria del cine. Hoy cualquier nabo se para frente a una cámara y los departamentos de marketing de los estudios pueden venderlo como una estrella. En los comienzos del cine los actores tenían que tener un verdadero talento histriónico para transmitir con sus expresiones corporales las emociones de los personajes que no se podía trabajar con diálogos. Lo interesante del film del director Michel Hazanavicius es que aborda todas estas cuestiones a través una producción que presenta todas las características narrativas de los filmes mudos que se hacían a comienzos del siglo 20. Como ocurrían con aquellas obras el reparto está compuesto por excelentes actores, quienes son los que se cargan al hombro la película. Muy especialmente los protagonistas Jean Dujardin y Bérénice Bejo, que los fans de Corazón de caballero (gran film con Heath Ledger) seguramente recordarán en el papel de Christiana, la doncella de Shannyn Sossamon. Al igual que su personaje en este estreno, Peppy Miller, la actriz con este trabajo pasó de tener papeles secundarios a un gran protagónico donde pudo destacarse a lo grande. Sin duda esta película marcará una nueva etapa en su carrera. Mención aparte merece el perro Uggie, quien tiene más mérito a ganar un premio Oscar este año como mejor actor que Gary Oldman y Brad Pitt por sus respectivos filmes El Topo y El juego de la fortuna. Los clásicos del cine mudo, muy especialmente los que pertenecen a la corriente del expresionismo alemán, siguen siendo apasionantes de ver en la actualidad y la verdad que El artista nos acerca la maravillosa oportunidad de experimentar un poco lo que sentía el público a comienzos del siglo 20. En cierta manera el film de Hazanavicius es como una máquina del tiempo que te transporta a esa época que el director celebra con este trabajo. Hacia el final la historia se alarga un poco y el film cae en algunas situaciones redundantes, pero al margen de esta cuestión, El artista es una experiencia fascinante que para disfrutarla en su plenitud es necesario hacerlo en una sala de cine.
El artista es una declaración de amor por el cine del Hollywood de los años 20; un homenaje construido a la manera de ese cine, en blanco y negro, con los mismos tics y los mismos trucos; los mismos galanes seductores y las mismas heroínas ingenuas y sin otros diálogos que los que caben en los intertítulos: un estilo que atrasa 80 años visto desde aquí, pero pone al descubierto cuánto perdura de los clásicos y también cuánto se ha ido perdiendo. Es también probablemente la película muda y en blanco y negro más exitosa desde los tiempos de Lillian Gish y Douglas Fairbanks, y en muchos casos la primera que han visto (y verán todavía) cientos de miles de espectadores. Pero esta obra encantadora significa algo más. En medio de un cine donde se juzga mejor lo que ofrece más: espectáculo, ruido, efectos, inversión, El artista vuelve atrás para devolverle al espectador una experiencia más sencilla, y con ella, cierta fresca magia parecida a la que proporcionaban los films que él emula. Estamos en Hollywood, en 1927. Donde George Valentin, atlético y sonriente, favorito de todos, reina soberano aun por encima de los productores de infaltable cigarro. Una especie de Fairbanks con algo de Valentino y algo de Gene Kelly, por el que deliran todas las chicas. Alguna, más audaz o más afortunada, la encantadora Peppy, consigue acercársele. La foto en Variety le abre camino. Pronto compartirá el set con su ídolo. Pero se avecinan cambios inminentes. El sonido está por llegar y la revolución que genera dos años más tarde puede resultar en los estudios más grave en la propia crisis económica. Valentin se resiste a hablar, abandona la firma y contraataca con una superproducción en la que se juega todo. Peppy, que ya ha escalado posiciones, toma el camino inverso. Para una habrá triunfo, para el otro, decadencia, olvido y drama. Hasta que el cine mismo ofrezca un punto de reencuentro. ¿Para qué la palabra -podría preguntarse uno junto con el protagonista- si en una de las secuencias más bellas de la película puede contarse tan elocuentemente el nacimiento de un amor en la sucesión de tomas de una misma escena malograda reiteradamente porque la pareja que debe interpretarla desatiende la ficción? ¿Para qué si dice tanto más el abrazo que ella misma se prodiga cuando desliza su brazo dentro de la manga de una chaqueta del divo colgada en el perchero? Momentos como éstos, o como ese admirable diálogo danzado que los protagonistas comparten a uno y otro lado de una pantalla, abundan en el multipremiado film y dan testimonio de una inventiva que evoca la de los grandes cineastas de la época, de Lubitsch a Chaplin. El film está lleno de referencias, Nace una estrella , la primera. Pero el pastiche, tan sabiamente armado, tiene irresistible encanto, magnífica música y un elenco que es todo un festival de sutilezas. Se comprende que esté al borde del Oscar.
De la comedia al melodrama El largometraje de Hazanavicius, mudo y en blanco y negro, demuestra que es posible filmar hoy una película como las que se hacían hace casi un siglo. Es así como entretiene y emociona, sin que se pongan de manifiesto trucos ni golpes bajos. En un par de ocasiones, El artista –que, como se sabe, es enteramente muda, en blanco y negro y formato 1/1:33 (el que se usaba en la época)– observa el cine silente desde la perspectiva del espectador medio contemporáneo, tomando a burla el estilo de actuación hiperartificioso que predominaba en la época (la Garbo, Keaton y Stan Laurel demuestran que el predominio no era absoluto). Como bien explica el realizador en la entrevista de aquí al lado, El artista se permite esa mirada en momentos muy específicos: aquellos que los académicos llaman “de segundo grado”. Dicho en sencillo, los de la ficción dentro de la ficción, las películas en las que los protagonistas de El artista, que son actores de cine mudo, trabajan, de acuerdo al estilo de la época. Fuera de esos momentos, la película del parisino Michel Hazanavicius jamás comete el pecado de ponerse por encima de lo que muestra, aprovechando la presunta “superioridad” que darían los casi cien años transcurridos. De esa postura justa deviene el gran triunfo ético y estético de El artista, consistente en demostrar que sí, es posible filmar hoy una película como las que se hacían hace casi un siglo. Y que esa película funcione tal como funcionaban entonces: divirtiendo y emocionando al espectador, sin que en la sala se huela una sola bola de naftalina, sin que se oiga una sola risa canchera. Pasar con total fluidez de la comedia al melodrama era algo que el cine mudo practicaba con maestría. Sobre ese rumbo se lanza Hazanavicius, haciendo crecer un conflicto que si a alguna película “vieja” recuerda es a Nace una estrella, cuya primera versión es de 1937. El artista se inicia justo diez años antes de esa fecha, cuando la estrella de George Valentin (el actor francés Jean Dujardin, una de las diez nominaciones al Oscar de este batacazo) luce bien alta en el cielo. Bigote anchoíta, sonrisa ganadora, idolatría, groupies, tapas de Variety, mansión en Bel Air, auto con chofer, locos años locos. Como en una película de Hollywood, un pequeño accidente permite a Peppy Miller (la argentina Bérénice Bejo, también nominada al Oscar; ver recuadro) pasar al otro lado de la cuerda que, como un muro, separa un mundo de otro: cazaautógrafos de famosos. Peppy tiene lo que en la época se llamaba ángel. Hace reír a la estrella, baila con energía de Betty Boop durante una prueba de casting y ya está adentro. Adentro de las películas, cielo que dos de cada tres chicas querían alcanzar a comienzos del siglo XX. George la recibe en su camarín, están a punto de besarse, pero un azar inverso lo impide ahora. Comedia con enormes sonrisas, grititos (mudos), saltitos y guiñaditas de ojo en los primeros tramos, la llegada del sonoro hará de El artista un melodrama. Melodrama a full, como los de la época, basado en el orgulloso, ciego rechazo de Valentin por lo que considera ridículo (algo de lo que el espectador se entera, como corresponde, por un entretítulo). Detalle interesante, ya antes de eso esta comedia flapper era un melodrama. Siempre y cuando uno pudiera ponerse en los zapatos de la esposa de Valentin (la resurgida Penelope Ann Miller), víctima de la manteca al techo que, con típica desconsideración de exitoso, el esposo desparrama fuera de casa. En el afán mimético que con toda lógica la sostiene, Hazanavicius, autor del guión y coeditor, no deja elemento del cine mudo sin apropiarse. Desde la omnipresencia de la música (servida aquí por su compatriota Ludovic Bource) hasta el terrier que, como Asta en la serie The Thin Man, hace monerías. Pasando por el gran plano general que, como en El cameraman, muestra un corte del decorado; el paso de tiempo dado en una sola escena; la pesadilla expresionista; la gracia y poder de síntesis con que se presentan situaciones de comedia, con apenas un par de elementos; el valor del que se invisten determinados objetos: un anillo, una pistola largamente guardada, la lata de película soñada que el héroe abraza en la escena culminante. Unica patinada, que va en contra de todo el sistema armado por El artista, la utilización de la música de Vértigo para acompañar todo el descenso final de Valentin. ¿Vértigo? ¿Qué se le dio a Hazanavicius por recurrir a un cover, teniendo a un músico como brazo derecho? ¿Encima, una música tan citada y recitada como ésa? ¿De una película tres décadas posterior a la época en que transcurre ésta? Habrá perdido la cabeza el realizador, pero por suerte es un brote pasajero. El resto es perfectamente riguroso y coherente, funciona por sí mismo sin estar llamando la atención sobre el truquito y encima, como se dijo más arriba, divierte y emociona. A este crítico, al menos. ¿Que El artista no tiene ni título en francés, que es una película apátrida, que podría ser (o quiere pasar por) una de Hollywood? Eso sí. Pero ése es, en tal caso, un dolor de cabeza para los compatriotas del director.
Donde todos aman al viejo Hollywood El cliché de la fábrica de sueños que significó Hollywood desde el comienzo del cine, muchas veces estuvo contrarrestado por otro cine, en lo posible de procedencia europea y mejor aun si la marca de fábrica era Francia. Esta falsa dicotomía es, entre otras cosas, una de las razones sobre el desmesurado éxito de El artista, una película-homenaje que trabaja inteligentemente sobre la historia del cine estadounidense en un juego de espejos que convalida ambas cinematografías y marca el contexto imprescindible para que el film haya traspasado largamente la pantalla, transite triunfante un camino de premios a granel y se instale en la categoría de evento cinematográfico imperdible. Se trata, entonces, de una historia de cine dentro del cine, ubicada a fines de la década del ’20, cuando las películas comenzaron a tener sonido y cambió para siempre el paradigma, dejando en la calle a muchas figuras que no pudieron dejar el mundo silente, incapaces de adaptarse a la modernidad. El relato, filmado en un luminoso blanco y negro y por supuesto mudo, va desgranando cada una de las postas históricas del Hollywood más estereotipado –aunque no por eso menos real y verídico–, esto es, el sistema de estudios que imponía estrellas como el protagonista George Valentin (Jean Dujardin), la chica que quería triunfar encarnada en Pepy Miller (Bérénice Bejo, nacida en la Argentina y nominada al Oscar como mejor actriz de reparto), la gestualidad exagerada que suplía la falta de sonido, las películas de aventuras a cargo de directores europeos que hicieron carrera en los Estados Unidos y sobre todo la puesta, que recrea una forma de hacer cine que ya no existe. Así, la fama y el prestigio de Valentin se evaporan cuando la voz de los actores comienza a tener protagonismo –hay una gran escena donde se aborda en todo su dramatismo su tragedia, introduciendo el sonido en el relato mientras el protagonista intenta sin éxito hacerse oír–, en un recurso desesperado decide invertir toda su fortuna en un film bien alejado de la novedad sonora que fracasa estrepitosamente, mientras su protegida, la joven y glamorosa Pepy Miller, a la que él le dio su primera oportunidad frente a la cámara, se convierte en una estrella. Al recrear hasta los mínimos detalles una época con los elementos de esos años donde el cine cambió para siempre, el film del francés Michel Hazanavicius muestra una alta dosis de cálculo que tiene como fin que el producto final sea del agrado de todo el mundo. Y está bien, al menos en este caso el consenso buscado con desesperación tiene muchos méritos artísticos y respeto por el espectador.
Una mueca ya pronto serás Igual que ocurre con Hugo, El artista es, antes que una película, una declaración de amor al cine y al mismo tiempo se concentra en el correlato de una historia de amor sencilla entre un actor del Hollywood de los 20 y una aspirante a actriz, quien logra catapultarse al estrellato durante la transición del cine mudo al sonoro. No hay salvatajes a último momento –como solía ocurrir en las películas de aquella época- para el derrotero de George Valentin (Jean Dujardin), quien a pesar de su magnética sonrisa y popularidad no logra convencer al dueño del estudio cinematográfico (John Goodman) de que siga apostando a las aventuras del cine mudo y desestime el avance progresivo de la técnica sonora que rápidamente lo vuelve obsoleto y prescindible porque el futuro viene acompañado de nuevas voces y sonidos más que del silencio reflexivo. Entre esas voces prometedoras está la de Pepi Miller (Bérénice Bejo), un nuevo rostro que por su fotogenia pasa en un segundo de figurante de las películas de Valentin a estrella de los Estudios en lo que podría relacionarse con el star system que provocó un cambio vertiginoso en los modos de producción del Hollywood dorado e imprimió otro ritmo a la industria del cine. Sin embargo, la riqueza de este conmovedor film del francés Michel Hazanavicius, recientemente galardonado con los premios Bafta británicos, reside en haber encontrado un lenguaje cinematográfico del pasado para contar una historia de un personaje en crisis con un fuerte revés en el impacto psicológico que arrastra cualquier tipo de cambio de una realidad por otra: el cine mudo, universo de expresiones exageradas que transmiten emoción sustituido por el cine sonoro que rompe los moldes de la imaginación para acercarnos de primera mano con la realidad. Ese es el espejo en donde George Valentin se mira y se descubre persona antes que personaje; ese es el golpe letal a la ilusión de todo aquel que se entera de cómo es el truco antes de caer deslumbrado por el acto de magia y en un segundo plano una reflexión sobre la integridad artística en detrimento del negocio del espectáculo. La imagen y su reflejo; la expresión y su mueca se yuxtaponen entonces dialécticamente en un juego maravilloso de contrastes -en el que el trabajo de Guillaume Schiffman en la fotografía es excepcional- donde las referencias cinéfilas no dejan de surgir en cada plano (Fritz Lang, Murneau, Chaplin, Douglas Fairbanks, Orson Wells por citar algunos), planificado con meticulosidad por Hazanavicius, pero siempre al servicio de la narración y de los pequeños detalles para contar mejor un relato que no necesita de palabras ni sonidos para llegar a lo más hondo de cada espectador porque lo importante en El artista no son los intertítulos o los guiños cinéfilos sino la ausencia de las palabras que realza el valor del silencio en lo que paradójicamente transcurre en un contexto donde se desarrolla dramáticamente el inicio del cine sonoro. Por eso, funciona poéticamente ese genial contrapunto de sonido y ausencia de sonido que aturde al protagonista al atravesar ese proceso de transición y búsqueda para reinventarse en un nuevo escenario y adaptarse a los cambios. Resulta inmejorable por otra parte el aporte de una banda sonora de Ludovic Bource con la doble función de aclimatar la atmósfera en cada escena aunque también con una idea narrativa detrás para complementar la acción y sobre todas las cosas el estado emocional de los personajes. El lucimiento de Jean Dujardin en la que sin duda es la mejor actuación de su carrera merece elogios por encontrar el tono justo y no tentarse con la sobre exposición que por lo general recae en la sobre actuación, sumada la presencia y la belleza fotogénica de Bérénice Bejo a la que debe reconocérsele un soberbio trabajo gracias a la dirección de actores certifican los premios recibidos hasta el momento aunque el último capítulo de esta historia de amor recién se conocerá en la entrega de los premios Oscar para dilucidar si la Academia prefirió el silencio en blanco y negro o la magia del 3d de Hugo y su emotiva lección de cine. Ambas me dejaron sin palabras.
Hoy se estrena en Argentina El artista, uno de los más esperados del año por la gran cantidad de nominaciones que posee el mismo a los Oscar. Tal vez el dato más extraño para el espectador medio es su propuesta estética, que se basa en la inclusión de dos elementos, que si bien no son nuevos, son poco usuales: está filmada en blanco y negro y es muda. Antes de que salgan corriendo y dejen de leer esta reseña, permítannos que les contemos por qué vale la pena vencer los propios prejuicios y acercarse a un cine diferente. Siempre las novedades crearon resistencia e incluso miedo en el público. Cuenta la leyenda que el primer film que se conoció comercialmente simplemente retrataba la llegada de un tren a una estación y mucha gente se corría o agachaba por la impresión de esa máquina que se dirigía directamente hacia ellos. El cine, allá por la década del veinte, se organizaba en la base de lo que se llamó el Star System, es decir que cada compañía tenía sus actores fetiches que reforzaban un ideal determinado: acción, aventuras, etc. En este contexto el protagonista de la película, George Valentin (Jean Dujardin) es una carismática estrella del cine mudo en pleno apogeo. Pero su estrellato se ve amenazado por la llegada del sonido a las salas y su falta de adaptación a esta nueva forma de hacer cine. Su reticencia a las nuevas tecnologías unida a la depresión de los años treinta sumergen al astro en el más solitario de los encierros. A su vez, en medio de su ocaso, una nueva estrella surge: Peppy Miller (Bèrènice Bejo), un símbolo de las eras venideras. La resistencia de los estudios a seguir apostando al cine mudo y la ceguera frente a las nuevas apuestas hacen que el ascenso de Peppy sea tan vertiginoso como la caída de George. Sin embargo la vivaz joven no deja de mirar y admirar a aquel hombre que con pocos gestos logra transmitir mas que lo que muchos hacen con palabras. El film está narrado magistralmente, de manera tal que nos permite entender cómo en algún tiempo fue posible transmitir contenido sin necesidad de utilizar palabras , una cuidada fotografía y actuaciones soberbias completan el combo para las delicias de los mas cinéfilos. Nuestro consejo : Aprendan de Valentin y entréguense a las nuevas experiencias, no sean reticentes a los desafíos que el séptimo arte les proponen. Como todo en la vida están los que no se animan y están los que bailan al ritmo de las nuevas músicas. ¿Quiénes quieren ser ustedes? ¡Pónganse sus zapatitos de charol lustrado y salgan a las pistas, una gran música los espera!
Para disfrutar una experiencia única Encantadora. E ingeniosa, chispeante, única, original, gozosa, lograda, etcétera, etcétera. Pero sobre todo, llena de gracia y encanto. Más allá de algunos defectos muy menores que solo advierten los desdeñosos de oficio, esta película es un deleite de esos que pueden encontrarse muy de vez en cuando. Encima, es un éxito mundial candidato al Oscar. ¿Cómo? No es norteamericana, no es la saga adolescente de nada, ni en 3D, para un Imax, ni para pantalla super ancha, carece de fx digitales, superhéroes, estrellas de renombre, viene sin colores, sin mayores diálogos, sin vaso, sin agua. Es muda, en blanco y negro y en formato casi cuadrado, como se usaba antes. ¿A quién se le ocurre? La gente ya no está acostumbrada. Pero es un éxito. Digámoslo en detalle: es una historia hermosa, emotiva, intensamente expresada por los rostros de unos intérpretes formidables, en radiante blanco y negro, con gran fondo orquestal (que incluye la Estancia op. 8 de Alberto Ginastera y el tema de amor de «Vértigo»), recursos visuales y de sonido muy imaginativos y sorprendentes, y todo lo que ya dijimos al comienzo, y un enorme amor al cine y a su público. Tanto, que el autor le puso final feliz precisamente para que todos salgan contentos de la sala, después de haberse reído y también haber sufrido un poco. ¿Y quién es este director tan ocurrente? Se llama Michel Hazanavicius, parisino de abuelos lituanos, director de cine publicitario y de unas parodias muy celebradas hechas con Jean Dujardin, comediante enorme que hace tres años anduvo por acá filmando el western cómico «Lucky Luke», y ahora protagoniza estupendamente un personaje de tipo ganador, canchero, seductor, que un día se ve sobrepasado por las circunstancias, y cae vencido por su propio orgullo, que es también integridad artística, olvidado, humillado, para recuperarse luego en el acto final. Entre sus leales hay un terrier que se roba las escenas y una «flapper» en rápido ascenso que Berenice Bejo convierte maravillosamente en personaje inolvidable. Ojo, esto no es una parodia. Es un risueño melodrama realizado casi exactamente igual a los que se hacían en la gran época de madurez del cine mudo, allá por 1927, justo cuando vino el sonoro y hubo que barajar todo de nuevo. Lo de «casi exactamente igual» es por la edición digital, bien disimulada, y por el guiño del comienzo que nos pone en clima y nos da a entender qué ingenuo era, todavía, el público de entonces. Dos minutos después, los felices ingenuos somos nosotros mismos. Pero la obra no es nada tonta. No lo eran, aunque pudieran parecerlo, las de Chaplin, Vidor, Borzage, el Murnau de la etapa americana o el Hitchcock de la etapa muda que aquí sirven de inspiración. Simplemente, hablaban a su público. Al corazón de su público. Conviene ver esta película sin mayor información previa. Encontrarse con ella. Entregarse a gusto. Recién después, si uno quiere, conocer algo más sobre sus responsables y esos autores mencionados, y sobre Douglas «El Zorro» Fairbanks, «Show People», las chicas que tenían «eso» de los años 20, el momento en que la Garbo dice «Quiero estar sola» en «Grand Hotel», y las posteriores «Nace una estrella» y «Cantando en la lluvia», hasta «La última locura de Mel Brooks», 1976. Pero solo si uno quiere. Postdata: la mansión de la Berenice triunfadora que vemos en la película era de Mary Pickford, la novia de América. Y la cama también, de cuando era novia, esposa y socia de Fairbanks.
Habla, mudito Homenaje al cine de Hollywood, con una historia de amor tragicómica. Ya en la proyección para la prensa, en Cannes, un domingo a la mañana, llamó la atención la sala Lumière colmada. ¿Pero si los cronistas franceses suelen ver antes que nadie las películas de su país, por qué tanta conmoción? El artista llegó en puntitas de pie, y se fue ganando críticos y público, y cuando los Weistein le echaron el ojo para su distribución en los Estados Unidos, el moño del paquete se terminó de anudar. Y hoy El artista no sólo es la película que hay que ver, sino la muy probable ganadora del Oscar. Pero ¿qué tiene esta película en blanco y negro, muda pero sonora, para generar tamaña expectativa? Una excelente campaña de marketing, eso es seguro, y también cierto homenaje al Hollywood de antaño en particular y al cine en general. No a la manera de La invención de Hugo Cabret : allí donde Scorsese hace lagrimear en buena ley, apelando al sentimiento, Michel Hazanavicius prefiere el tic, el gag, guiño cuando no la parodia. Y no está nada mal: ¿o acaso hoy no sorprende, viendo los resultados, que una estrella como el protagonista del filme se haya negado a trabajar en las películas “habladas”, porque “Yo soy al que vienen a ver; nunca necesitaron escucharme”? George Valentine (un Jean Dujardin con el carisma que tenía un Douglas Fairbanks, bigotito precoz, sonrisa compradora, un prodigio de la gesticulación, un Oscar posible) triunfaba sin problemas en el Hollywood de los años ‘20, hasta que la Gran Depresión asomó, y el nacimiento del cine sonoro le restó aquel público que le era fiel. La fidelidad es uno de los temas de El artista . Peppy Miller (la argentina Bérénice Bejo, también brillante) era nadie hasta que se topó con George. Y de la nada empezó a escalar en los créditos de las películas, hasta ser toda una estrella. George le dijo qué tenía que hacer para ser una actriz, y no ser nadie. Uno baja, la otra sube. Es la historia tragicómica de un amor. El artista es también otra historia, la de un amor no consumado; la de un matrimonio que no funciona; la de la relación de George con su mucamo y chofer -símbolo de lealtad y confianza-; y la de la tozudez de un hombre, que Hazanavicius remarca con trazos más gruesos que los que pintaría una brocha. El director es hábil, tiene lo necesario para activar los mecanismos de sentimiento en cualquier corazón cinéfilo y lo explota bien. Si algo le falta a la historia es, precisamente, historia. Como gag, como chiste, El artista funciona a las mil maravillas. Uno lo ve, se divierte, pasa un rato entretenido y ya está. Hay gags muy pero muy efectivos (George se sorprende al comenzar a escuchar sonidos en su vida real en cuanto le dicen que el cine silente está por morir), y una veneración por el género a la que es fácil adherir. De ahí el éxito sorpresivo del filme francés que homenajea a Hollywood, quien probablemente termine homenajeando al cine francés. Todo queda en casa.
Una aventura cinematográfica Una película con magia. Ese es el simple calificativo que justifica la visión de un filme pequeño en cuanto a producción, entrañable en sentimientos, rabiosamente cinéfilo (sus escenas son un banquete para la búsqueda de géneros, incluso títulos famosos), diseñado con técnica de orfebre y con intérpretes dotados de un ángel especial. La historia es simple. Hollywood en los años "20, un galán en el período mudo, amado por el público, su encuentro con una simpática extra, la negativa de George Valentin a integrarse al cine sonoro y el inicio de su caída acompañado del ascenso de Peppy Miller, la extra que conociera poco tiempo antes. Entre escena y escena, las filmaciones, la pasión del público por el naciente arte, los géneros de moda y la conciencia por parte del espectador de la magnitud del fenómeno cinematográfico en la década de 1930. EL HUMOR La proyección de una película muda en la primera escena, en un gigantesco teatro, con gente vestida de gala y orquesta en vivo, ubica a cualquier espectador en la importancia del cine y sus actores. Así van desfilando filmaciones con despliegue visual, aventuras llenas de indios y selvas, el fervor del público ante los actores, situación que provocaría la consagración del star-system. En fin la vida de un actor desde la fama a la decadencia más triste. Pero a no preocuparse porque este director de apellido difícil a causa de su origen lituano, tiene sentido humor. Nada durará demasiado. Todo se resolverá con una sonrisa. Hazanavicius ama el cine, muchas de sus escenas parecen sacadas de la saga chaplinesca (el perro llamando a la policía a causa del incendio), de filmes de Mark Sandrich con la dupla Fred Astaire-Ginger Rogers, o de Vittorio de Sica en "Umberto D". ¿Acaso el delicioso Uggie de Valentin no seria un nieto del inolvidable Flick del profesor Ferrari? Hasta sus ladridos se parecen. LUMINOSA Quien vea "El artista" no podrá decir que se rodó en blanco y negro, porque es una película luminosa, con los colores del arco iris. Jean Dujardin parece haber escapado, verdaderamente de un filme mudo, esa sonrisa de galán y el arco de la ceja de villano en la escena del baile, contrastan con la melancolía del "perdedor" ante el éxito de la juventud, encarnada en la jovencita Peppy. Peppy Miller es Bérénice Bejo, hija de un director argentino que con el grupo CAM sacudia cimientos culturales en época de Ongania. Llamativamente su hija demuestra la audacia paterna de consagrarse con una película contra la corriente, en pleno siglo XXI, en blanco y negro y muda. También hay veteranos que siguen jugando en primera John Goodman (el empresario), James Cromwell ("La reina") aquí un imperdible mayordomo y Malcolm McDowell, apaciguada luego de una juventud marcada por "La naranja mecánica" o "Calígula". Ver "El artista" es sentir el cine en estado puro, con la fuerza de las imágenes y la calidez de lo verdadero.
Quedan los artistas Corre el año 1927. George Valentin (Jean Dujardin) es la máxima estrella de los estudios Kinograph y sus películas entretienen y conmueven al gran público. Es querido dentro y fuera de la pantalla. Una noche, luego de la presentación de su último gran éxito cinematográfico, se cruza accidentalmente en la puerta del teatro con una aspirante a actriz y admiradora suya, Peppy Miller (Bérénice Bejo) y ese encuentro los cambiará a ambos para siempre. Porque Peppy, que es joven y fresca y tiene hambre de gloria, debutará como extra justamente en una película de Valentin, preludio a su inexorable y rápido ascenso en los estudios que preside Al Zimmer (John Goodman). Soplan vientos de cambio y a poco de terminada la producción de su último filme, Valentin recibe la noticia de que Kinograph no va a producir más cintas mudas; el cine sonoro se perfila como el gran hit y George siente que no hay lugar para él en ese nuevo mundo. Toda su existencia cambia en cuestión de meses, mientras Poppy se convierte en una de las primeras divas del nuevo cine y él cae poco a poco en el olvido. Podría decirse que, si "La invención de Hugo Cabret" es un homenaje a los orígenes del cine, "El artista" es un retorno clásico y casi literal al mejor cine de la primera época de oro de Hollywood. En un recorrido de poco más de un lustro, Michel Hazanavicius abarca las luces y sombras de un pionero y ficticio ídolo del cine -inspirado claramente en Douglas Fairbanks-, inserto justo en la bisagra entre el mudo y el sonoro, la Hollywoodland de los primeros grandes estudios justo en los instantes previos a la Gran Depresión. Y en su recorrido expresivo -nunca mejor dicho- se apropia de todos los recursos a su alcance: humor, drama, suspenso, acompañado y discretamente acentuado por la impecable banda sonora a cargo de Ludovic Bource. La dupla protagónica tienen un doble desafío actoral. Interpretar sus personajes y los que representan en las películas dentro de la película. Estos últimos generosos en ademanes y gesticulaciones tan propias del cine mudo; en tanto sus roles principales están llenos de matices y gestos muy alejados de la pantomima farsesca. Es la revalorización de la actuación en tiempos donde el marketing pone a cualquier pedazo de tronco frente a una cámara para ser salvado por parlamentos que explican todo. La ductilidad de la pareja protagónica, y en especial de Dujardin quien se consagra con su labor, nos permite reencontrarnos con la emoción generada desde la pantalla. El mérito no es solo de ellos. Por supuesto que el excelente trabajo de fotografía y el expresionismo mejor entendido del que ha hecho uso el director acaban configurando un hecho artístico con precedentes, pero lejanos. El declive de una forma de hacer cine y el surgimiento de la nueva ola son retratados en este filme de sobria belleza, con planos que homenajean a las mejores producciones del primer Hollywood. Lubitsch, Clair, Vidor y hasta Welles se dejan ver en más de un fotograma de este homenaje a quienes sentaron las bases para el mejor cine. Seguramente hay cuestiones que harán de esta propuesta algo inusual, y quizás no apto para todos los públicos. Sin embargo, cada objeción al producto puede ser rebatida con suficiencia. Es cierto que el gran público, el masivo, está habituado a las más modernas derivaciones del séptimo arte. No sólo en lo que hace a la espectacularidad de una historia o la agilidad de los guiones de abundante diálogo, sino también a lo último en tecnología (CGI, 3D), todo lo que ha contribuido a una resignificación del relato cinematográfico. Pero aquí, frente a la pantalla, se comprueba la verdad universal del cine: si hay una buena historia y alguien hábil para contarla, el "cómo" resulta anecdótico. En blanco y negro, muda, sin sonido ambiente, "El artista" es una de esas historias destinadas a permanecer en el corazón de los espectadores.
Singular este año las nominaciones al Oscar con dos películas que homenajean al cine como pocas lo han hecho. Por un lado Hugo hablando de los que arrancaron con todo desde la primer película, y ahora El artista mostrando como fue la era blanco y negro. En ambos casos no son documentales, son poemas sobre esas épocas. Curioso que sean del mismo año, pero realmente gratificante que se hayan realizado. El artista es blanco y negro y también muda (pero musicalizada) y eso no es lo curioso… lo mejor es que logra mantener el relato y el encanto en toda la película. Uno tiene que dejar pasar 5 minutos y ya se queda con el lenguaje mudo del cine adoptado. Puede haber alguna desesperación por alguna boca que se mueve y no le ponen el cartel de palabras, pero eso era parte de lo que sufrían los espectadores de ese entonces. Es encantador ver El artista. Y no confundir con que queremos ver más películas así mudas y en blanco y negro. Una por década está bien :) aunque recuerdo La última locura de Mel Brooks que fue hace siglos parece (y que vi en la tele... no en un cine) que también era muda pero buscando el lado ridículo de todo eso hoy día. Uno valora y entiende también con El artista que las actuaciones nada tenían que ver con las de hoy día, por toda la gesticulación necesaria. Un Robert Pattinson en esa época se hubiera muerto de hambre. La fotografía es muy buena y ciertos planos son maravillosos. Las actuaciones son increíbles, y la “argentina” es realmente encantadora. El protagonista maneja muy bien sus dos tiempos, el de la gloria y la del olvido, y como dato curioso parece Leonardo Sbaraglia en blanco y negro. Quizás unos 10 minutos menos hubiera sido ideal. El artista es para tener otro recreo en el cine, para disfrutar una experiencia singular de ver una película “vieja” pero que no deja de ser en si una historia encantadora para la época actual. El artista también dignifica las nominaciones a los Oscar de este año.
La cantidad de variables que contribuyen a la realización de una película y las que de ella se desprenden son múltiples, y el film El Artista, reciente nominado al Oscar, aunque pareciera circunscribirse a una sola de ellas según su nombre lo indica, por el contrario da cuenta de todas...
“Cinema de la résistance” La modalidad cine sobre cine es, al parecer una de las más explotadas en el 2011 que pasó, pero que admiramos desde un 2012 que se precia por su distancia del arte en estreno como tal.
Fueron más de treinta años donde la industria cinematográfica produjo miles de películas mudas. Desde los Lumiere hasta The Jazz Singer, primera película hablada, el cine se valió solamente de imágenes para narrar. A partir de la aparición del cine sonoro se produjo un cambio total en los diseños de producción donde todos debían adaptarse al cambio o desaparecer. Si bien el cine sonoro convivió algunos años con el cine mudo, la desaparición de este último era algo inexorable. Era una primera muerte del cine, o al menos una muerte de una manera de hacer cine.
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De ayer y de hoy Si una película tiene un significado específico desde su concepción en la mente del autor, se siente claramente al verla en pantalla. El Artista provoca esa justa sensación, es un homenaje al cine meticulosamente premeditado y lo demuestra constantemente. De una manera muy autoconsciente, Michel Hazanavicius, pretende cautivar al público en general, aun a aquellos que no hayan visto nunca una película de éste tipo. No hace falta ser un experto en cine primitivo para entender la estructura dramática que plantea el film, o la función de los intertítulos y el montaje narrativo, porque se empeña con claridad en el desarrollo de la trama. Pero cumple con todos los tópicos del cine mudo menos con uno: la quietud de la cámara. El Artista está compuesta por planos con suaves movimientos, que acompañan a los actores y los reencuadra permanentemente. El cine mudo tenía esa rigidez del plano, que para darle el movimiento que no se lograba con la cámara surge el montaje. A su vez la gran cantidad de cortes podía generar defectos de continuidad, pero en este film no se percibe, porque utiliza meticulosamente travellings y zooms. Es la mano invisible del director, que va componiendo a través de las tomas otro significado, paralelo a la gesticulación de los personajes, lo que remite a un cine inicial en evolución hacia lo clásico. Es evidente la influencia cinéfila que presenta la película, el homenaje se encuentra en cada parte de la puesta en escena y en cada una de las indicaciones de la dirección de actores. Un montaje que se nutre del cine soviético, utiliza aquellas estatuas de monos sabios –no ver, no decir, no oir– para evocar a los leones de Eisenstein en Octubre (1928). El protagonista perturbado, comienza a romper una habitación ataviada de objetos de valor, olvidados en el tiempo, en una reacción desmedida como la de Kane en El Ciudadano (1941). Pero la referencia más directa se encuentra en el argumento: un exitoso actor de cine mudo es golpeado por la aparición del sonido y la crisis del 29, pierde su fama y fortuna, ya nadie lo recuerda cuando una joven actriz lo rescata de la peor depresión. La similitud con Cantando Bajo la Lluvia (1952) no la hace menos valorable, al contrario la hace más auténtica en sus intenciones de rememorar la historia del cine. La comedia es protagonista, los slapstick recién están dando lugar a los gags, que no pueden existir sin el diálogo fluido. George Valentin es un actor consagrado, cuyo compañero laboral, y de la vida, es un perro. Ambos personajes están a la misma altura emocional, ellos deben expresarse físicamente para comunicarse, algo imprescindible en el cine mudo. Entonces cuando Peppy Miller convence a George que haga una talkie la mejor solución es transformarla en un musical. Nuevamente la expresión física, pero esta vez en su máximo esplendor: el baile. Y como si fuera poco es tap, la conjunción entre danza y sonido perfecta, que nos lleva directo a otra pareja del cine: Fred Astaire y Ginger Rogers. Teniendo en cuenta otro detalle no menor, la realización en fílmico blanco y negro, en tamaño 4:3, respetando las características originales, permite la inmersión del espectador en un sueño, casi un viaje en el tiempo. Acompañado por el contraste de la música original para el film y las versiones ya grabadas, levemente ásperas por el paso del tiempo. Como así también la caracterización de los personajes, Jean Dujardin es el perfecto galán y John Goodman un visionario productor. Pero existe un detalle que resalta y es Bérénice Bejo, su rostro fresco y moderno por momentos llama a despertarse de la ensoñación, trayéndonos nuevamente al siglo XXI. El avance de la tecnología arrasa en todos los sectores donde el hombre la utiliza, y esto no deja exentos al cine y el arte en general. En una década con innumerables mejoras técnicas en la creación de películas, que nos enamora día a día más del cine, algo vuelve desde el fondo de la memoria cinéfila colectiva. El Artista nos recuerda que el cine es todo lo que fue y lo que será, inmortal, siempre que haya alguien que lo disfrute.
La favorita de los Oscars La aparente gran sorpresa del cine del último año llega a las salas de Argentina, a pocos días de la entrega de premios Oscar que, según todo lo indica, terminará por legitimarla a fuerza de estatuillas doradas, refinamiento francés for export y cartones con inscripciones en homenaje al cine mudo. El artista, título homónimo a la gran película que la dupla Mariano Cohn-Gastón Duprat estrenó en 2008, es un homenaje al cine mudo, un relato con unos pocos elementos históricos y mucha nostalgia bien practicada. La historia es simple, directa: una historia de amor incompleta en el Hollywood de los años `20, entre un actor exitoso, George Valentin (Jean Dujardin) y una actriz primeriza (la francoargentina Bérénice Bejo). El atractivo del film es, precisamente, la utilización del recurso del mudo y el blanco y negro para contar esa época. El aspecto técnico es el gran mérito del largometraje, que cuenta con una fotografía de gran factura y una banda sonora a tono con la importancia que tiene a lo largo del relato. The Artist es, quizá como ningún otro de los films que se han estrenado en el último tiempo, una producción para disfrutar alejado de cualquier tipo de exigencia cinéfila que vaya más allá del placer básico de contemplar un conjunto de buenos fotogramas y escenas queribles. Porque sus personajes excluyentes, la pareja en cuestión (además del perrito del macho protagonista) se hacen querer con unos pocos gestos y una indiscutible presencia ente cámara. En ese sentido, el trabajo de Jean Dujardin es subrayable, pleno de gestualidad (no de gesticulaciones) y matices propios del código del cine mudo. Asimismo, la escena en la que el protagonista tiene un mal sueño a causa del ingreso del sonido a su vida profesional, es un hallazgo digno de aplauso, sin dudas el punto más alto de los 100 minutos de celuloide. Méritos aparte, es insoslayable remarcar que todo lo que viene rodeando la carrera internacional de The Artist en cuanto a la acumulación desmedida de premios y elogios que ha cosechado, es nada más que un sonoro (valga la paradoja) llamado de atención a Hollywood. En épocas de 3D y pochocleras desaforadas, que las entidades que a través de los galardones legitiman la vida comercial de un film, no se cansen de premiar a una producción de bajo costo, francesa, muda y en blanco y negro, es una muy elocuente manera de decirle a la otrora meca del cine domiciliada en Los Angeles que está haciendo todo mal.
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Norma Desmond sigue teniendo razón “Yo no soy más grande, las películas se volvieron más pequeñas”, decía el mítico personaje de Gloria Swanson en Sunset Boulevard, el Ocaso de una Vida. En las últimas semanas, tuve la percepción de que el cine había renacido. Obras como La Chica del Dragón Tatuado, Caballo de Guerra, Hugo o El Topo, no hacen más que confirmar que para crear para delante, hay que ver el pasado, y ser fiel a este mismo en sus códigos e intencionalidad. Fincher miró su propia filmografía y aplicó su destreza narrativa y audiovisual para renovar la novela de Stieg Larsson; Spielberg posó su ojo y sus temáticas habituales en un cuentito que remite al mejor cine de John Ford, Scorsese da una clase de Historia del Cine, homenajeando ingeniosamente a George Melies, y Tomás Alfredson revive el cine de espionaje inglés de los años ’70 con sus pro y contras, a través de una estética fiel e interpretaciones soberbias. Pero El Artista, que irónicamente es la obra que pretende literalmente hacer un homenaje al cine, regenerando la neutralidad sonora, y filmada en blanco y negro, no es más que un exponente de cómo la pantalla se ha achicado, y lo que es peor, se la sobrevalora. No sé si es por efecto temporada de premios o porque salí de ver y emocionarme por segunda vez con Caballo de Guerra (y confirmar que se trata de una obra maestra increíble), que realmente no pude sentir aprecio por la película de Michel Hazanavicius. Generalmente, me encanta cuando se recrea el periodo de oro de Hollywood, se filma en blanco y negro, e inclusive se arriesga a no incorporar diálogos audibles, pero lo cierto es que no solamente no me inmuté con esta obra nominada a 10 Oscars, sino que además me indigné. Desde ¿Quien quiere ser Millonario? que no sentía tanto insulto. Bueno, Historias Cruzadas es peor, A nivel cinematográfico, la película del director de OSS 117, tiene algunos méritos, pero lo que me pareció pobre es la resolución de una buena idea e intención. O mejor dicho, la banalización al objeto de homenaje. Partamos de la base que el personaje de George Valentín es estrella de las películas más “tontas y menos pretenciosas” de cine silente. Un actor que acude a la fórmula y la repetición para triunfar. Cuando esta se agota, por la incorporación del cine “sonoro”, Valentín queda en el olvido absoluto. Esto sucede con El Artista también. Esta sinopsis toma dos tópicos: por un lado, como la incorporación de diálogos auditivos perjudicó a varios artistas. Sin ir más lejos de eso se trataba Cantando Bajo la Lluvia (1952) de Gene Kelly y Stanley Donen. Digamos que acá se encuentra el homenaje honesto. Valentin es un emulador de Kelly por sus personajes (como D’artajnan) y sus pasos de tap. En Cantando, el drama quedaba tapado por los ingeniosos y divertidos números musicales, el encanto del trío protagónico y un grado de cinismo, que no hacía obvia la clase de historia. Pero no es el único caso. En 1992, el gran Richard Attenborough contó los orígenes del cine y el impacto de El Cantante de Jazz, a través de la voz de Charles Chaplin. Así que el tema, de por sí no es novedoso. Ahora bien, para desarrollar el mismo, Hazanavicious enfatiza a través de momentos surrealistas y oníricos, la importancia de hablar y comunicarse. Esto tampoco es novedoso. Siendo más metafórico y abstracto Esteban Sapir, también filmó en blanco y negro, sin diálogos La Antena (2007), y sin ir más lejos es el tópico favorito de Guy Maddin, que basa toda su filmografía en una regeneración con autoría y sin ser discursivo de los géneros filmados en blanco y negro, no solo en Estados Unidos, sino a nivel mundial, y con un gran grado de abstracción y poesía. Por lo tanto, ¿porque El Artista generó tanto revuelo? Posiblemente, ni siquiera el director y su pareja protagónica lo entiendan. El guión del director es completamente transparente, obvio, sin sutilezas. La puesta de cámara carece de decisión. Hay encuadres y movimientos que son demasiado contemporáneos, y otros que remiten al cine los años ’20 y ’30. Pero se suceden sin criterio, de forma azarosa, y no por motivos trasgresores como quizás hubiese hecho Buñuel, sino por falta de pulso para narrar. Las mejores reproducciones de obras mudas, son aquellas en donde se ve el marco de la pantalla. O sea, las películas dentro de la película. La falta de ese criterio se traduce en la selección musical. Casi llegando al final, es completamente insulso e incoherente el uso del leit motiv de Vértigo de Bernard Herrmann. Ahora entiendo lo que decía Kim Novak. ¿Por qué poner esta hermosa banda sonora de fondo, si todo el tiempo tenías música instrumental incidental original, y no se relaciona con el argumento de la obra de Hitchcock? Ojo, quizás el acompañamiento musical de Ludovic Bource, sea único realmente fiel al periodo mudo y es bastante digerible. Nada que objetarle a la fotografía o la reconstrucción histórica, pero los títulos de las películas que se proyectan tienen una connotación demasiado obvia con lo que le sucede a los personajes reales. Si vemos a Valentin deprimido y caminando solo por la calle, no puede haber en primer plano un cartel que diga “Lonely Star” (Estrella Solitaria). Es subestimar la inteligencia del espectador. Y así con muchas otras metáforas. Todo está al frente. No hay algo detrás, no hay sublecturas, no existen sutilezas, no hay múltiples interpretaciones de un plano. Por no decir que cuando muestra un efecto humorístico, lo reitera aun cuando sobrepasa el agotamiento. Es muy divertido el perro, su entrenamiento es maravilloso y es idéntico a la mascota de La Cena de los Acusados, pero repetir una y otra vez el mismo truco, satura. A los 50 minutos del desarrollo, ya veia el reloj porque el tedio se me hacía insoportable. El ritmo cae en la monotonía. La idea se entiende, pero Hazanavicious la repite una y otra vez hasta que se vuelve un clisé, un lugar común, para rematarla con un efecto tan predecible que da pena. El melodrama es forzado, la comedia es poco imaginativa y me causó poca risa. Si bien la historia ya no me enganchaba, a nivel visual no me parecía atractiva tampoco. Solamente la actuación del multifacético Jean Dejardin, con herramientas expresivas para la comedia y el drama, junto con la gracia y simpatía (llamarla actriz revelación ya es demasiado) de Berenice Bejo, hicieron más soportable el resto del metraje. Grandes intérpretes secundarios como Malcom Mc Dowell o Penélope Ann Miller están desperdiciados. John Goodman (más flaco de los acostumbrado) es verosímil como el magnate productor (el director nunca aparece), y sin dudas, James Cromwell, es lo mejor del elenco secundario, ya que el cochero fiel de la estrella (Valentín) emula a dos personajes: Erich Von Stroheim en El Ocaso de una Vida, y al cochero de Crimen por Muerte (1976) una comedia de Neil Simon, que era interpretado por él mismo, 35 años más joven. Fuera de estas citas, hay poco que realmente remite al periodo mudo. Es más bien una interpretación libre y superflua. No se puede aprender realmente de El Artista acerca de la historia del cine, cuando todos los datos son ficticios (a diferencia de Hugo, en donde cada cita es real). Quizás haya un personaje imitando a Buster Keaton viejo, pero es demasiada subjetiva esta lectura. Pero acá no hay cine. Se trata de emular al cine. Falta magia, emoción genuina. Puedo hablar de alguna que otra escena ingeniosa aislada, pero la suma de las partes no hacen una película. Hazanavicius, además, achica el formato de la pantalla, para ser supuestamente fiel al periodo que desea representar. Sin embargo, esto simboliza, lo que en verdad es El Artista, una obra que pretende mostrar mucho, pero como diría Norma Desmond, en un envase pequeño. Decepcionado y traicionado, me dan ganas de tirarme al sillón a ver Tiempos Modernos. Nadie como Chaplin supo transmitir el dolor del periodo de transición como en esta obra de 1934. Al menos, me voy a ir a dormir con una sonrisa.
El artista es una película amable, gentil, casi querible. El director Michel Hazanavicius hace algo muy atípico por estos días: mira hacia el pasado del cine y se ríe pero sin cinismo, sin maldad. El artista no tiene malicia, realmente parece confiar en el dispositivo cinematográfico que pergeña: una película del 2011 es filmada como si estuviéramos en los inicios del sonoro; esa premisa básica rige toda la propuesta. El problema son las maneras con que se lleva a cabo porque, entre otras cosas, El artista aspira a ser silente (es decir, aspira a ser como el cine anterior al sonoro) pero hace cine mudo (“mudo” podría llamarse el cine silente visto –y escuchado– desde el presente). Hace cine mudo porque no aprovecha los recursos del lenguaje cinematográfico que ya estaban disponibles en 1927 (año en que empieza el relato) sino que apuesta a que el silencio y la banda de sonido extradiegética se perciban lo más que se pueda. No se trata, entonces, de filmar una buena película como en la década del 20, sino de filmar como en esa época sin cuidar la puesta más que en los detalles que vienen a servir a la mímesis del pasado, como encuadres, movimientos, fotografía, actuación, etc. El problema es que también allí la mirada de Hazanavicius es torpe y no alcanza el nivel de calidad que la película busca. Por ejemplo: la copia fidedigna del cine mudo falla cuando, ni bien iniciada El artista, se notan planos atípicos para la época, con mucho movimiento y encuadres elaborados que solamente pueden verse en obras de unos pocos directores exquisitos como Hitchcock, Renoir o Dreyer. Se nota enseguida en la escena dentro del cine, cuando en la pantalla se muestran a unos guardias tirar en una celda a un prisionero; ese momento breve, casi fugaz, ya deja ver la falta de rigor del director a la hora de calcar la gramática del cine de ese tiempo (desde el principio se despliega una concepción de las herramientas del cine que parece deudora, más que del cine mudo, de las películas de la segunda mitad de los 30 –desde los créditos iniciales es evidente ese desfase temporal) Otra cosa es la manera en que conviven los dos universos en puga: el de las películas y el de la realidad. En El artista se habla del cine y se muestran los entretelones de una filmación o una proyección, por ejemplo, y Hazanavicius falla porque no diferencia los registros de ambos; la gente es tan afectada delante y detrás de las cámaras. Ese continuo actoral plantea un problema, porque si la vida es exactamente igual en las películas que del otro lado de la pantalla, ¿para qué existe el cine? Si los personajes gesticulan y se mueven de la misma manera en un rodaje y en una cena, ¿dónde empieza y termina el cine? Está bien si el director quiere narrar una historia que transcurre en una época donde la gente se comporta como si estuviera dentro de una película silente, pero entonces debió hacer algo distinto cuando se refiere al cine de ese momento, o contar una historia en la que no se diera cuenta del paso del mudo al sonoro. A pesar de estos problemas, de algo a lo que no se puede acusar a El artista es de cínica o canchera, al menos hasta el final. No es ninguna sorpresa, se ve venir mucho tiempo antes; en la última escena efectivamente hay sonido (que, de todas formas, ya había sido utilizado de manera un poco innecesaria en la escena de sueño). Los personajes jadean, gritan y todos terminan hablando. Esa es la peor decisión de Hazanavicius porque el realizador deja en claro que El artista fue una especie de ejercicio de estilo, de estudio fílmico, y no una película con un mundo en el que se creía realmente. En el instante en que se rompe esa regla básica (los personajes no hablan), la película parece decirnos que puede recurrir al sonido sin dificultades, que es capaz de maniobrar a su antojo un universo que había sido construido con mucho trabajo (y muchas torpezas, también) y despedazarlo sin ningún esfuerzo con unas pocas unas palabras sueltas. Ese gesto autoconsciente es puro cancherismo insulso, la verdadera cara de El artista detrás de las sonrisas amplias y lustrosas que exhiben sus criaturas aparatosas.
Los vaivenes del espectro cinematográfico El cine dentro del cine es un tópico que se encuentra cada vez más vigente en los films modernos, a través del homenaje, de sumergirse en su especificidad técnica y productiva o de simplemente expresar la nostalgia de remarcar las épocas pasadas...
Simplemente cine. Luego de ver las dos grandes candidatas al Oscar, queda bastante claro que este año la Academia desea volver a sus raíces más puras. No es gratuito de que tanto La Invención de Hugo Cabret como El Artista lleguen al final de la carrera por la preciada estatuilla palmo a palmo. Ambas transcurren en un período de tiempo casi paralelo, y a la vez rescatan aquellas figuras del cine que se fueron quedando en el olvido con el paso de los años...
Simpático y liviano homenaje Casi totalmente muda, en blanco y negro y protagonizada por desconocidos actores franceses, muchos se preguntan cómo es posible el entusiasmo que el film de Michel Hazanavicius (París, Francia, 1967) viene despertando en distintas partes del mundo, con innumerables reconocimientos internacionales (incluyendo el premio a Mejor Actor en Cannes y diez nominaciones al Oscar). Desatienden el hecho de que la concepción argumental y dramática de El artista responde a las fórmulas habituales en las películas hechas para gustar sin rodeos: una historia de amor con complicaciones pero final feliz, situaciones emotivas alternadas con otras cómicas, personajes que pasan del fracaso al éxito y del enojo a la comprensión, y hasta la presencia de un perrito fiel y gracioso. Por otra parte, siguiendo los pasos de Georges Valentin (Jean Dujardin), un astro del cine mudo que se resiste al sonoro, y de Peppy Miller (Berenice Bejo), una joven que, al mismo tiempo, se convierte rápidamente en star, el film resulta un claro homenaje al cine de Hollywood, con los imprevistos que se desencadenan en los camarines y en los rodajes, los dramas y el glamour de sus estrellas. Inclusive, entre las muchas referencias cinéfilas con las que se sostiene el film, prevalecen las que singularizan a la industria del espectáculo estadounidense (el gag, el tap, la comedia musical). “Filmamos en Hollywood porque es una película sobre Hollywood y necesitábamos la presencia física de Hollywood”, declaró el francés Hazanavicius, como para que quede claro. Todo esto hace pensar en el concepto de originalidad que suele aplicarse a determinados productos cinematográficos. Muchas veces una película se considera original por el abordaje novedoso de un tema trillado o por los giros imprevisibles de su guión: no puede decirse que sea el caso de El artista que, si en algo es original, es en la iniciativa de haber plasmado un entretenimiento atractivo rescatando tópicos del cine mudo. La película es tan simpática como simple. Algunos momentos tienen la chispa que hubiera sido deseable en todo su transcurso: un gran plano general que muestra gente subiendo y bajando las escaleras de un decorado, el brazo de Peppy asomando por la manga del saco de su amado, el “bang” de un letrero que juega con lo que espera ver el espectador. Pero su puesta en escena es bastante plana (la argentina La antena, dirigida hace cinco años por Esteban Sapir, exhibía más variedad de recursos) y su planteo es demasiado lineal, sin pliegues ni comentarios sobre ciertos fenómenos como la dictadura del star-system o los cambios de distinto orden que trajo aparejado el comienzo del cine sonoro. Es cierto que episodios como el de Peppy protegiendo a Georges cuando éste cae en desgracia tienen su origen en anécdotas reales, pero el film atenúa esos problemas con una persistente candidez. Días atrás nos preguntábamos, a propósito de La invención de Hugo (2011, dir. Martin Scorsese), si un homenaje puede agotarse en la mera copia o la conmemoración sin aportar nada nuevo, y, por otra parte, si el cine actual no está siendo contaminado cada vez más por el virus del aniñamiento, donde todo tiene que ser obvio, ligero y azucarado. De todos modos, aún tratándose de un film menor –y al margen de la desproporcionada cantidad de premios que viene recibiendo–, El artista tiene méritos: nos recuerda las facultades de la mímica y de la música para expresar sentimientos, su banda sonora (que comprende obras de Bernard Hermann y del argentino Alberto Ginastera) es heterogénea pero funcional, y la pareja Dujardin-Bejo, además de ofrecer expresividad, luminosas sonrisas y gracia para bailar, demuestra que hay mucho talento esperando ser descubierto fuera del star-system, ese sistema de contratación de actores utilizado por los estudios de Hollywood sobre el que la película de Hazanavicius no reflexiona ni discute, ni siquiera ironiza.
Resistencia al futuro Disfrazada de un elegante homenaje al cine clásico de Hollywood durante la transición del cine mudo a sonoro, El Artista está lejos de ser un film hermético o vanguardista, aunque el prejuicio diga lo contrario al saber que se trata de una producción francesa, muda, en un formato antiguo (1.33, pantalla "cuadrada") y en blanco y negro. Muy por el contrario, la historia de George Valentin es una simpática recopilación de clisés del género romántico más clásico. Seguro, los aspectos técnicos parecen ser los protagonistas, pero Jean Dujardin encabeza un elenco más que sólido que le da vida y corazón a la obra. La historia empieza en 1927. Un hombre es torturado por científicos rusos. «Speak!» está escrito en los rótulos. «I won't talk!» responde el protagonista de A Russian Affair. Escuchamos música que, suponemos, es de la orquesta que acompaña la película proyectándose en un teatro colmado. La gente se emociona con las hazañas del héroe. Detrás de la pantalla vemos al protagonista, el actor George Valentin, atento a la respuesta final de la audiencia. Un cartel pide que todos detrás del telón guarden silencio. Finalmente, el espectáculo acaba y la música cesa. La multitud aplaude, pero no escuchamos nada. Valentin comienza su acto de pavoneo junto a Uggie, su fiel mascota y actor secundario, mientras la música de Ludovic Bource nos señala el fin de la memorable presentación. El centro del film es cómo la carrera del prolífico actor de cine mudo empieza a decaer con la llegada del cine sonoro y al mismo tiempo, la mujer que él ama y a la que ayudó a llegar a la industria del cine, empieza a ascender en Hollywoodland. En un decorado perfecto para la ocasión, George baja las escaleras y se cruza con Peppy Miller, que sube. Ella parece ignorar que con cada comentario o gesto de ayuda hacia él, hiere más su orgullo. El elenco brilla y no sólo por los roles estelares, sino también por las breves pero memorables apariciones de John Goodman (el productor en una época donde tenían muchísimo más peso que los directores), Missi Pyle y James Cromwell como el inseparable mayordomo de la estrella. Jean Dujardin es el corazón y la cara más visible, con razón, de todos. El actor hace un trabajo superlativo al expresarse sólo con gesticulaciones que nunca quedan como meras caras caricaturescas. Bérénice Bejo, la coprotagonista, también se luce, pero nunca llega a tener el espíritu de una verdadera estrella de cine clásico ni mucho menos la mirada de chica enamorada. La secuencia clave para entender la grandeza de Dujardin están en el rodaje del film-dentro-del-film A German Affair. Las tomas se deben repetir hasta cinco veces porque el actor está distraído por su partenaire. Pero hay que ser de piedra para no emocionarse con las caras y gestos a lo espía internacional que pone Dujardin cada vez que ingresa a su personaje-dentro-del-personaje. Como homenaje al cine que referencia, esta es una película formidable. De todos los aspectos técnicos hay que notar el montaje, que trata de imitar el estilo, pero por sobre todo el ritmo (recordemos que las cámaras se movían poco porque eran grandes y muy pesadas) de los planos. Donde la estrella es el formato, es notable que aún así el director se las ingenie para conseguir un relato con fuerza y corazón. Los mejores momentos de El Artista son aquellos que recuperan el carácter lúdico y divertido del cine, el regocijo que sentimos como espectadores al ver cómo los actores se convierten en personajes, cómo el cine imita a la vida (y viceversa). El drama de George Valentine (y la idea más interesante de la película) es el de un hombre que no puede aceptar el presente y teme al futuro. Es la desesperación de aquellos que no se pueden adaptar los cambios y resisten, pelea, pero saben que al final, la resistencia termina siendo fútil. Contrario a lo que se pueda esperar, esta no es una película conservadora. Sin adelantar nada, podemos decir que como La Invención de Hugo Cabret, deja a los espectadores con ganas de ver adelante y no hacia atrás. No todo tiempo pasado fue mejor. Es curioso que aún siendo una comedia, el principal problema de El Artista sea el grado de solemnidad ciertamente insoportable que destila a veces. Por ejemplo: la música de Ludovic Bource es espléndida. Pero hacia el último acto, el director decide usar el tema de amor de Vértigo (el clásico de Alfred Hitchcock) que desentona con el resto de la banda sonora y saca de contexto al cinéfilo. Es una pomposidad innecesaria. Ciertamente esta película ganará el Oscar, pero no deja de llamar la atención que algunos clásicos de los que El Artista toma mucho «prestado» no haya siquiera, ni recibido nominaciones. Tenemos Cantando Bajo la Lluvia, El Ciudadano y hasta la mencionada Vértigo. Hollywood muchas veces es demasiado torpe para premiar a lo mejor de su cine y esta vez no parece ser la excepción. De todos modos, tenemos aquí a uno de esos films que parecen agradar a la mayoría de los cinéfilos. Esa clase de películas que no ofenden a nadie, están bien hechas y son muy prolijas. Que esta sea una producción francesa pasa casi desapercibido para las audiencias generales, pero no para los Académicos, que si la premian, podrían estar premiando el esfuerzo de Francia por rendir homenaje a una época donde el cine se servía de historias simples y simpáticas que quedaban en la memoria popular. ¿Será el caso?
Aclamado por cuanta academia anda funcionando en el mundo, premiado universalmente, El Artista es de esos films a los que resulta difícil oponerse. Pero como nobleza obliga, lo haremos: no es, ni de lejos, una gran película. Su capacidad para entretener depende exclusivamente de lo que cada uno entienda por “entretenimiento” (a diferencia del buen cine, que nos hace olvidar de nuestras categorías previas) y quizás de lo que consideremos “artístico” para el cine. Film mudo y en blanco y negro, tales características son impostadas. Narra la historia de la transición al cine sonoro en la persona de un actor que no puede hablar y una joven actriz que comienza a triunfar. Ah, y un perro, que es el elemento cómico-emotivo del asunto. Cada secuencia de la película está construida alrededor de algún tópico del cine, oscilando entre la sátira amable y el melodrama nostálgico plagado de citas y homenajes (en una secuencia clave, se utiliza la alucinante partitura romántica de Vértigo, aunque resulta más un chiche que algo que sea pertinente a lo que se narra). Como un desfile carnavalesco, pasan previsibles momentos cómicos, lacrimosos, paródicos, etcétera. Por cierto, algunos son buenos, pero el tono de sarcasmo condescendiente con que el film mira a sus personajes hace que nada tenga peso auténtico, que todo se mire “desde afuera”, como una exhibición de museo móvil. El Artista no es una película mala sino, en cierto sentido, mediana. Pero más alejada del cine de lo que su tema parece indicar.
Candoroso cine mudo "No hablaré. No diré una palabra", reza el cartel correspondiente a la imagen de la película Una aventura rusa. Quien se niega a hablar es el héroe que interpreta George Valentin, en el juego del cine que se mira a sí mismo, planteado por el director Michel Hazanavicius. Un divo de cine mudo, su perrito, el chofer y la actriz en ascenso son los elementos de la historia ingenua que alimenta el melodrama, pensado para la platea contemporánea. El recorrido por los últimos éxitos del artista comienza en los estudios de Hollywood, donde el productor dictamina la vida o la muerte de proyectos y figuras. Recrear una manera de mirar y ser mirado es un trabajo fascinante desde el punto de vista creativo. El artista ofrece imágenes de la carrera que fue brillante y el presente dramático de Valentin. Jean Dujardin va adecuando la gestualidad a la alternancia de pasado, presente del personaje y la actualidad del espectador que debe probarse frente a los estímulos que han eliminado deliberadamente la palabra. Hazanvicius impone una banda sonora que llena el silencio de la cinta en blanco y negro. Las imágenes generan una historia en la que, a la fama de Valentin, se suma la rutina matrimonial, el flirteo con Peppy Miller (Bérénice Bejo) y la evolución de la industria cinematográfica. "Ahora el mundo habla. Piden caras nuevas", dice el productor, bien plantado John Goodman en el rol. El drama va ganando espacio. Estalla la crisis financiera de 1929 y George se niega a enfrentar unas reglas de juego feroces para las cuales no hay orgullo que valga. Bérénice Bejo se mueve como la pícara y candorosa Peppy, entre los mohínes del cine mudo, la fascinación por el éxito y la madurez del personaje que ve derrumbarse a su mentor. Cuando logra comprender la brecha, en el cine y la vida, toma decisiones salvadoras. Peppy encanta a todos y Bejo le pone sustancia en escenas como la del camarín, a solas con el traje de George. Asombra el perrito, una mascota sabia, mientras James Cromwell, el chofer, aporta su propio silencio piadoso. El artista rinde culto a los actores de la industria, criaturas que sonríen, repiten gestos frente a una cámara y dejan su vida por el amor del público.
El imperio de los sonidos La trama es más que sencilla. Es la historia del ocaso de un joven galán de cine y el ascenso de una mujer que de la nada pasa a ser estrella del séptimo arte. Pero el filme, conceptualmente, es mucho más que eso. Porque el director apostó a una película muda para contar la transición del cine mudo al cine sonoro. Y lo hizo de una manera en la que mezcló comedia, drama y musical. El filme francés es un homenaje a Hollywood y es un gran candidato a ser el más premiado de los Oscar. En momentos en que la industria del cine resurge por el guiño tecnológico del 3D, la película más fuerte es la que apuesta al blanco y negro, con una estética fiel a la década de 1920 a 1930, donde transita la historia. Las buenas ideas hacen ruido, aunque no se oigan.
Viaje hasta un tiempo fundacional Nominado a diez premios Oscar, el film demuestra cómo desde una fábula se pueden leer las marcas del presente y, en simultáneo, plantear la necesidad de reconocerse sobre el itinerario, la marcha, las huellas y los ecos de quienes nos precedieron. A seis días de la tan promocionada entrega de los premios Oscars, en la que The artist estará presente frente al gran jurado con sus diez nominaciones, y casi en un terreno de paridad junto a La invención de Hugo Cabret, otra sublime expresión que ofrece hoy el admirado Martin Scorsese, pareciera que nuestra experiencia más vivencial, en estos días, nos ha transportado, y nos invita a permanecer allí en un tiempo que va más allá del cronológico, a los mismos tiempos fundacionales del cine; llamado séptimo arte desde 1911, tras haber paseado su fantasmática y errante silueta por barracas y ferias, hasta lograr, ya entrada la primera década su asentamiento en espacios fijos, en lo que algunos historiadores han llamado las catedrales del siglo XX: las salas cinematográficas. No sólo como un ejercicio de nostalgia debemos, tal vez, comprender estos films. Por el contrario: en ambos, se mira hacia determinados momentos en los que se recupera ese eslabón que articula un juego de la memoria que pone en funcionamiento la necesidad de los grandes relatos. Tanto Scorsese, desde un tiempo histórico?social que se anima desde las fracturas, desde los rechazos y exclusiones, como Michel Hazanavicius, ahora, en The artist en la que ciertos imperativos empujan al olvido y a la marginación, parecen apuntar a plantear cómo desde una fábula se pueden leer las marcas de nuestro propio presente y al mismo tiempo sobre la necesidad de reconocernos sobre el itinerario, la marcha, las huellas, los ecos, de quienes nos precedieron. A la manera de algunos films de Woody Allen y de Tim Burton, el director de The artist ha lanzado su desafío de rodar en blanco y negro, apoyándose en los códigos del cine silente ?-el relato abre en 1927?- y opera como banda sonora una selección de temas musicales de aquellos años locos. Desde un formato de melodrama, que convoca a la aventura exótica, se sigue de cerca un juego de situaciones dentro y fuera del set de filmación en torno a ese primer actor, George Valentin, cuyo nombre cita a aquel latin lover, con afilado bigote a lo Douglas Fairkbans, que ya desde el primer momento despierta emociones y suspiros en la platea. Pero algo va a pasar de manera inminente. No será solamente la cercanía de esa joven admiradora que, poco a poco, irá marcando un lugar fundamental, decisivo, aún desde esa zona de silencio; sino, además, lo que implicará en la vida de este actor, George Valentin, la irrupción del sonoro. Creo que debemos hacer un paréntesis aquí para sugerirle al lector, en la medida de sus posibilidades que se acerque a ver, o revea, una de las obras más críticas sobre esa transición del cine silente al sonoro que es Sunset boulevard de Billy Wilder, conocida en nuestro medio como El ocaso de una vida. Y ver en paralelo las reacciones de nuestro George Valentin, con las de Norma Desmond, cuando proyecta para sí, en el interior de su morada, sus films del período silente. E igualmente, admirar, ahora, en clave de musical la siempre eternamente feliz Cantando bajo la lluvia, de Stanley Donen y Gene Kelly. Y es que en El artista, también, en un momento cúlmine, en un acto celebratorio, tanto el primer actor, quien siempre aún en los momentos más críticos y aún más pauperizados de su existencia cuenta con la ayuda de su chofer Cliford, como la primera actriz, la exitosa Peppy Miller, nos brindan un contagiante número de tip?tap, que se continúa más allá del "The End". Reconstruida desde un mosaico de citas, que van desde Orson Welles y continúan por el cine de King Vidor, Fritz Lang, Charles Chaplin, Murnau, con la breve participación de un actor de carácter, en el rol de un aspirante en las filas de los extras como es Malcolm McDowell, y de John Goodman, actor de los cinéfilos hermanos Coen, El artista nos reserva el punto máximo de tensión, el que se da en esa línea de tiempo entre la vida y la muerte, el que anima y escenifica el amor de Vértigo de Alfred Hitchcock, a través de la partitura de Bernard Herrmann, en un momento en el que el melodrama alcanza el ciego ojo de lo sublime, por las simuladas calles de San Francisco, a bordo de un automóvil, un seguimiento desde los dictados y mandatos del corazón. Si hay un personaje que merecemos citar, y que sin él no existiría tal relato, este es Uggie, un terrier que ya ha cumplido diez años. Y esperemos que en la noche de los Oscar sea no sólo un anónimo invitado, sino ese protagonista que, desde su velada participación y pocas veces reconocida, como la de tantos otros, hacen posible que ciertos hechos alcancen esa bienvenida resolución.
Hollywoodland de la década del 20, era la Tierra Prometida para aquellos actores, músicos y bailarines que soñaban con convertirse en artistas de renombre internacional. La famosa estrella del cine mudo George Valentin se encuentra en medio de un matrimonio infeliz, una carrera ascendente y un enamoramiento con Peppy Miller, una extra que muy pronto se convertiría en la máxima figura de la industria cinematográfica. La llegada de las películas sonoras y su negativa a subirse al tren de la modernidad, harán que Valentin caiga en el ostracismo absoluto y que ya nadie recuerde su nombre. Este homenaje a los inicios de la industria llega a las salas locales exactamente una semana después de que “La invención de Hugo Cabret”, otra celebración cinéfila, debutara con números por debajo de los esperados. Rodada en blanco y negro, sin diálogos (los intertítulos nos ponen de manifiesto las palabras que permanecerán silenciosas) y con la recreación de la época dorada de los orígenes del cine, “El artista” llega a la semana de los Oscars con diez candidaturas, merecidísimas todas ellas. La magnífica partitura de Ludovic Bource se adapta a los cambios que sufre el personaje del carismático Jean Dujardin, quien se gana a la platea de inmediato y a lo largo de toda la historia. Sumamente expresivo, al igual que la etérea Bérénice Bejo, sin decir una palabra logran recrear el ascenso y caída de un ícono de la pantalla grande. El cine sonoro destruyó carreras, ridiculizó intérpretes y dejó a su paso decenas de actores que no pudieron adaptarse a los tiempos modernos. El cambio de paradigma de los realizadores y el refinamiento en los gustos del espectador hicieron que este arte evolucione de manera constante. “El artista” permite que varias generaciones que jamás vieron una cinta clásica descubran los primeros pasos de una maquinaria que en la actualidad sólo se conforma con improvisar las técnicas de las tres dimensiones.
Todo lo viejo vuelve a ser nuevo Snobistas y contra snobistas, amantes y detractores, la película del director francés Michel Hazanavicius ha despertado grandes amores (en su mayoría), pero también abrió la polémica sobre si se trata de una obra maestra del cine o es puro artificio en forma de homenaje que se ha puesto de moda. Creo, en mi humilde opinión, que "The Artist" es un muy buen producto cinematográfico, que homenajea al cine y eso está claro, que entretiene con una historia de amor muy bien planteada y que nos devuelve a una época distinta, romántica (en el sentido histórico) y glamorosa del celuloide. Eso creo que representa este film, un muy buen entretenimiento, inteligente, distinto para nuestros tiempos, que no es para todos los públicos y que tampoco pretendió ser, al menos en el inicio, una obra maestra. Si la comparamos con otras películas de la época muda del cine, es también un buen producto, pero nunca la ensalzaríamos de la manera en que se lo está haciendo en este momento. Algunos dicen que viene con el timing justo ya que la Academia busca recuperar las raíces del cine, otros han quedado anonadados por la extravaganza de ir al cine a ver una peli muda y que encima les haya gustado... yo creo que hay mucho de ese fenómeno extraño y contagioso que es enamorarse de lo que es "bien", lo que es "cine bueno", una forma del séptimo arte que vuelve para decirnos que todo tiempo pasado fue mejor. Para curarse de esto, recomiendo ver "Medianoche en París" de Woody Allen. Me gustó mucho "El Artista", la historia es atractiva, muy visual, por momentos divertida y por momentos muy dramática, pero la trama no aporta nada genial al presente del cine ni es una bestialidad de guión. Lo del actor Jean Dujardin es muy merecido y Bérénice Bejo no se queda atrás. No creo que sea una obra de arte ni que se merezca el Óscar, pero sí se merece definitivamente mi recomendación para pasar un momento distinto en el cine.
El artista es uno de esos films de los cuales una puede afirmar sin duda a equivocarse que se está frente a una joya cinematográfica, que probablemente con el pasar del tiempo pasará a pertenecer a la categoría de los clásicos. El film de Michel Hazanavicius es además de un merecido homenaje al cine mudo, una tierna y dulce historia de amor. Fue estrenada el jueves en Argentina, acaba de ganar el Goya y recibió 10 nominaciones al Oscar 2012 en las categorías mejor película, mejor director (Michel Hazanavicius), mejor actor (Jean Dujardin), mejor actriz de reparto (BéréniceBejo), mejor guión, mejor edición, mejor fotografía, mejor dirección de arte, mejor vestuario y mejor banda sonora. A lo cual hay que agregar mejor actuación animal, ya que el perrito (UGGIE), que aporta parte de lo cómico y lo tierno, compite con el amado caballo de Joey en Caballo de Guerra de Steven Spielberg. Y todas las nominaciones están bien atribuidas. Aunque Berénice Bejo, argentina y esposa de Michel Hazanavicius, debería haber sido nominada como mejor actriz protagónica, no de reparto. Un error ¿de la Academia? Narrada en blanco y negro (con parte de una sola escena en sonoro) el relato comienza con un artista del cine mudo en su período de apogeo (George Valentín), interpretado por Jean Dujardin. En ese momento de su carrera conoce a una actriz incipiente(Peppy Miller), y admiradora suya (Berenice Bejo) y en el momento en que ella se acerca para darle un beso un fotógrafo la convierte en una imagen de tapa, lo que será el comienzo de la carrera de la actriz y a la vez la lenta decadencia-declinación del cine mudo, y la de muchos de sus artistas dada la aparición del sonoro. Y de hecho la de su protagonista, que en principio se niega a aceptar este cambio, se recluye en su casa y luego pierde todos sus bienes materiales, los cuales son rematados. El 2012 ha sido un año singular sin duda, ya que hay dos films que homenajean al cine mudo (Hugo, 2011) y lo curioso es que ambos eligieron la ficción. Pero creo, que El artista roza casi todo el tiempo lo poético, en algunas escenas inolvidables como cuando ella mete su brazo en una de las mangas del traje de él y luego lo huele mientras se acaricia a si misma. Las actuaciones son increíbles. Pensemos que estamos todo el tiempo frente al cine mudo, porque su director no se aparta en ninguna instancia de las características narrativas del mismo. Por lo que el juego de las miradas entre ambos es al final de cuentas el modo de comunicar el amor. Entre la belleza de los ojos de ella y fundamentalmente la mirada de él, alos cuales se suman una banda de sonido, que es un intérprete más, y claramente una dirección de arte y fotografía impecables. El resultado está a la vista, y en un doble sentido. Vale la pena agregar que los protagonistas además de belleza, (en un sentido convencional) y talento histriónico, tienen destreza para bailar. Y tanto la música, como el baile son el guiño de otra época de auge de Hollywood, a la cual un francés le rinde homenaje. Como el que le rindiese Jacques Tati en 1953 con Las vacaciones de M. Hulot, entre otros. Y que esta historia de amor asume un rol de redención respecto a remarcar algunos de los valores que poseen los humanos… y también los animales. De paso acotamos que los franceses en materia de cine y preservación de patrimonio audiovisual y otras cuestiones elementales que giran alrededor del mismo sabemos que son especialistas y pioneros. La historia del pasaje del cine mudo al sonoro, alrededor del contexto de la Depresión fue una marca para muchos artistas magníficos, que terminaron sus días en el olvido y /o en la miseria, porque no quisieron o no pudieron adaptarse a esa nueva realidad, como suele ocurrir en la historia de la humanidad cuando surge de pronto un cambio radical, en este caso en uno de los modos más genuinos y populares de representarla. En el cine a diferencia de la literatura u otras artes, las cifras económicas que implicaban su producción eran muy altas. En 1927 se calculaba, que un largometraje para ser rentable debía conseguir un público de cerca de 9 millones de espectadores. El cine sonoro si bien trajo aparejado una instancia de retroceso ya que su público quedaba atrapado por las fronteras lingüísticas. Por otra parte favoreció la colaboración de capitales extranjeros, procedentes de otras industrias. Y la crisis aceleró sin duda ese proceso en el que muchos artistas quedaron atrapados. Publicado en Leedor el 20-02-2012
El cine nuestro de cada día “El artista” es una película concebida con espíritu de homenaje. Es una mirada nostálgica hacia los inicios de una industria-entretenimiento, allá por las primeras décadas del siglo XX, en el epicentro de la imagen en movimiento: Los Ángeles-Hollywood. La propuesta de Michel Hazanavicius es un juego de cine dentro del cine, en un guión que se va encastrando como cajas chinas, con una historia de la cual surge otra, pero siempre dentro de lo que es ficción pura. El protagonista, George Valentin, es un galán del cine mudo de los años ‘20, exitoso. Sus películas rompen las taquillas, una multitud lo asedia cada vez que aparece en público y los reporteros gráficos se pelean por obtener una “exclusiva” que impacte en las ventas de su periódico. En uno de esos entreveros, George conoce a una joven, que, un poco por azar y otro poco por audacia, consigue sortear la barrera policial de contención y logra acercarse a la estrella, justo cuando estaba posando para los fotógrafos en las puertas de un hotel. Peppy Miller es una muchacha encantadora, fresca, simpática, y capta la atención del artista que se deja besar y fotografiar con ella. Este gesto le abrirá las puertas a la joven para comenzar lo que sería una rápida y ascendente carrera cinematográfica. La película está filmada en blanco y negro, con una impecable reconstrucción de época, para la cual no se han ahorrado recursos, desde los ambientes, el vestuario, los automóviles, la música de fondo... en fin, una recreación casi perfecta del Hollywood de aquellos tiempos, hasta el mínimo detalle. El juego que presenta Hazanavicius es contar a través de un film mudo, precisamente la transición entre esa forma de filmar y el surgimiento del cine sonoro, desde las entrañas mismas de la industria. Porque la historia comienza cuando George está en pleno apogeo de su carrera y Peppy apenas comienza, pero pronto su mentor empezará a declinar (por no poder adaptarse a los nuevos retos de la profesión) y en cambio, la joven actriz asciende vertiginosamente de la mano de los flamantes recursos que unen imagen y sonido. “El artista” imbrica una historia dentro de otra, ya que además de concentrar en pocos minutos ese período de cambio, lo hace a través de lo que es también una historia de amor. A pesar de que sus vidas tomarán rumbos diferentes, Peppy nunca olvidará a George, y cuando éste ya no tenga qué vender para hacer frente a sus gastos, sin trabajo y sin poder adaptarse a los nuevos tiempos, allí aparecerá ella para rescatarlo. Triunfa el amor La narración, sencilla, apela a los trucos típicos de la época para amenizar el espectáculo, desde un perro amaestrado hasta bailes y gags exagerados. También desfilarán personajes típicos, como el fiel chofer del artista, la esposa que no soporta la crisis y se va, el productor implacable que defiende su negocio caiga quien caiga, el público que corre detrás del éxito y olvida pronto a los perdedores... pero, a pesar de todos los conflictos y sinsabores, el amor logrará triunfar. Con aire ingenuo pero rigor formal, aun cuando no pueda evitar tomarse algunas licencias, pareciera que “El artista” intenta ser una metáfora del mundo del cine válida para todos los tiempos, invitando a la reflexión sobre sus orígenes, en un tiempo en que la acción y los trucos tecnológicos parecen haber llegado a un paroxismo casi deshumanizante.
No es para tanto Siempre es complicado hablar de un film que le gusta a todo el mundo. Uno corre el riesgo de formar parte del grupo de pedantes que no puede disfrutar de lo que tiene éxito masivo, ni de lo que posee la aprobación de los que construyen el canon del “buen cine”. Pero la verdad, cuando un film es tan festejado por cierto público, determinados críticos y todas las academias de cine del universo, da ganas de desconfiar. El año pasado sucedió lo mismo con El discurso del Rey (Tom Hooper) una película correcta, en contenido y en forma, bien actuada y carente de todo riesgo y búsqueda. Sólo las buenas actuaciones de Geoffrey Rush y Colin Firth, además del tema que trataba (la tartamudez del Rey de Gran Bretaña) la convirtieron en un film excesivamente premiado y festejado. En el caso del El artista, nos encontramos con un film mudo que habla del cine mudo. Esto, que en principio parece tan interesante, se vuelve monótono y artificial, porque rápidamente nos damos cuenta que estamos ante un film absolutamente moderno sólo que sin color y sin sonido. Los planos, ciertas secuencias, los sutiles movimientos de cámara, la hermosa fotografía, es algo que, salvo algunas excepciones, no se veía en el cine mudo. El problema con esto es que, al final, no hay interrelación entre lo que se quiere contar y la manera en que se lo cuenta. Es decir, de ninguna manera el hecho de que El artista sea un film mudo, hace que hable mejor del cine mudo. El resultado hubiera sido el mismo con color y sonido. Este punto es uno de los más elogiados en el film de Michel Hazanavicius, que al fin de cuentas, es tan sólo un arbitrario alarde técnico. Un ejemplo positivo de cómo utilizar cierta estética cinematográfica para hablar de un periodo del cine en particular es Ed Wood (1994), de Tim Burton, donde se habla del cine de los 50 utilizando un tono y una estética propios de esa época. Burton logra que esto funcione haciendo que la forma agregue algo y sirva a la historia que quiere contar. Por otro lado, Hazanavicius pretende hablarnos de la transición del mudo al sonoro, desde la historia más lineal y naif posible. Nos cuenta cómo una estrella del cine de aquellos años (George Martin, interpretado decentemente por Jean Dujardin), se niega neciamente a comenzar a filmar películas con sonido, cayendo en la ruina absoluta, hasta que una nueva oportunidad en Hollywood renueva su carrera. Todo esto con una trillada historia de amor incluida, y también con las apariciones de un perrito muy simpático que aparece cada vez que el film se vuelve aburrido -y para ser justos, hasta este can repite su chiste demasiadas veces-. Este argumento es un lugar común en sí mismo, se puede contar la misma historia con un jugador de fútbol que se retira, cae en la ruina y se redime como técnico, o con un cazador de dodos que cae en la ruina cuando se extingue la especie y se redime dedicándose a matar pavos, también se pueden incluir historias de amor y perritos simpáticos en ambas variantes. Todo lo anterior para aclarar un par de puntos que a mi modo de ver habían sido demasiado celebrados y que no eran para tanto. En rigor, El artista se deja ver y, aunque repetitiva, nunca aburre hasta llegar al tedio. Sin embargo, para ver cine que hable del cine basta con ver, por ejemplo, La invención de Hugo, de Martin Scorsese, o la mayoría de los films de Steven Spielberg. Vaya… fíjese… que todavía está Caballo de guerra en cartel.
Creatividad en un sentido homenaje al cine que divirtió y conmovió hace 100 años “El artista” se inicia con imágenes de otra película muda (en un efecto de cine dentro del cine), donde el personaje interpretado por el actor protagónico (el increíblemente expresivo Jean Dujardin) es torturado porque “se niega a hablar” en un film de espías. “El artista” también es muda, en blanco y negro, como ese cine clásico al cual esta producción le hace un sincero homenaje, y es en esta escena inicial donde se define el tema del film. Relata la historia sobre la estrella del cine silente George Valentín negándose al cambio hacia el sonoro, es decir negándose a hablar. Aunque el personaje es ficticio refleja una realidad de aquel momento. Fueron pocos las actrices y actores que superaron este pasaje exitosamente, la mayoría no sobrevivió a la nueva tecnología. A la decadencia de la carrera del artista, por negarse a adaptarse, se contrapone el ascenso de una estrella femenina más joven, mucho mas adaptable a los cambios (Bérénice Bejo), pero a la vez profunda admiradora (y enamorada también) del actor estrella. La fiel reconstrucción de época con los cines como palacios art decó, con palcos y la orquesta tocando desde el foso durante toda la proyección, reproduce fielmente una de las particularidades de aquellas funciones. Cabe recordar que desde su origen, en 1895, hasta fines de los años ‘20 del siglo XX, los filmes eran mudos, pero siempre su presentación contaba con la interpretación de música ejecutada en vivo acompañando las imágenes proyectadas. Más allá que “El Artista” es una producción que disfruté mucho, y que homenajea de una forma impecable a un cine que particularmente me atrae, admiré la creatividad del director/guionista francés Michel Hazanavicius. Algunos recursos me parecieron brillantes, por ejemplo que el temor del artista al pasaje al sonoro se exprese mediante una pesadilla que sufre el protagonista, donde la propia película que estamos viendo se vuelve sonora imprevistamente, pero George Valentin sigue incapacitado de hablar. Otro toque genial por parte del guión. Es destacable el exquisito trabajo de Bérénice Bejo y la labor del perrito fiel que acompaña permanentemente a Valentín, en un homenaje a aquellos perros blancos, que con sus trucos y piruetas divertían a las divas de las comedias sofisticadas de los años ‘30. El trabajo del actor francés Jean Dujardin merece una mención aparte: desde la época de Cary Grant no había visto a un intérprete masculino que reuniera las cualidades de aquel galán de Hollywood, donde a la gestualidad corporal se le sumaba una increíble gama de expresividad facial (tan sólo puedo mencionar a Johnny Depp, como otro actor actual que reúne estas características). “El Artista” es una realización disfrutable en todos los aspectos. ¡Ojala! consiga acercar a las generaciones más jóvenes a apreciar y disfrutar un tipo de cine que quizás nunca tuvieron oportunidad de ver.
Precedida de innumerables premios, opiniones y críticas más que elogiosas, se estrena este film del realizador Michel Hazanavicius, con el plus de las 10 nominaciones a los premios Oscar de la Academia de Hollywood. En un primer momento la sensación de decepción, o más precisamente de no haberme colmado las expectativas, estaba circulando por los antecedentes, la tesis a demostrar sería el poder dilucidar si tiene que ver con la mirada o la falla esta en el texto. Este producción se encuadra rápidamente en ser un homenaje al cine en su período mudo, en aquellas primeras décadas, cuando todavía no se había incorporado el sonido, es decir antes de las películas habladas, considerando al “El cantor de Jazz” (1927) de Alan Crosland como la primera en ese sentido. Es el mismo año en que comienza la historia de George Valentín, un actor de cine en la cresta de la ola de la popularidad, todo un representante del Star system que todavía en el siglo XXI sigue funcionando. Todo está a su favor, hasta que irrumpe la palabra hablada y el sistema silente rápidamente pasa a ser un recuerdo, igual que él. Esta producción, filmada en blanco y negro, desde los títulos apunta a homenajear a la etapa de la transición de un sistema al otro, operado a fines de la década del 20 y primeros años del 30. George Valentín (Jean Dujardin) es uno de los muchos intérpretes que queda desplazado, comenzando el camino al olvidado. Es allí donde comienza su calvario, en contraposición a la ascendente carrera de su protegida Peppy Miller (Bérénice Bejo), quien sí logra adaptarse rápidamente a los cambios. La historia no tiene nada de original, posiblemente la originalidad intente sostenerse en filmar tal y como se rodaba en aquellos tiempos, lo hace, y lo hace bien, pero el director juega con la estética y la técnica tratando que el espectador se proyecte sobre el texto, se identifique con algún personaje, se desplace en la época, acepte la propuesta y se deje llevar. Pongan mucha atención al manejo del sonido en la escena del sueño revelador del personaje protagónico y, en menor medida, a la última escena trabajada desde la música, como claros ejemplos al respecto, aunque para ello deba forzar la verosimilitud de la trama en cuanto a la temporalidad de los hechos y citas. Claro está que para que esto ocurra el autor debe manipular al público, y lo hace con herramientas leales, no cae en facilismos, ni en golpes bajos. La producción transita de la comedia al drama sin sobresaltos, y esto es gracias a un trabajo exhaustivo en el guión, pero también a las posibilidades que daban los textos intersticiales de aquel cine, acá utilizados no sólo como informativos, sino también, por momentos, muy específicos como corte, salto o elipsis, También empleados en función de signos dramáticos y/o humorísticos. Lo que hace que todo se sostenga esta jugado en parte por el diseño de arte, más específicamente la fotografía, pero para que no caiga en una meseta de aburrimiento se lo debe agradecer a Jean Dujardin, quien brinda una clase magistral de actuación (con nominación al Oscar), por momentos parece estar imitando a Gene Kelly, en “Cantando bajo la lluvia” (1952), en otros a Douglas Fairbanks padre, pero nunca cruza la línea de la sobreactuación, tomando en cuenta que la exigencia estaba dada por la forma de actuar en aquellos tiempos. Tuvo la fortuna de estar muy bien acompañado por Bérénice Bejo (actriz nacida en la argentina) con un rostro, un peinado y un look muy de los años 20 muy locos. Secundados por grandes actores de habla inglesa como John Goodman, animando a un director de cine, James Cromwell, como el chofer fiel hasta las ultimas consecuencias, o la todavía bella Penélope Ann Miller, como su esposa. La decepción puede entonces encuadrarse en las expectativas que generó desde sus primeras exhibiciones, pero no es sólo eso. Al finalizar la proyección, nos deja una fea sensación de vacío, de alarde del director, ya que donde asoma una posibilidad de ideología, de discurso, de explicar la razón de las distintas elecciones, se esfuman rápidamente, para termina siendo un entretenimiento vacuo, muy lejos de otras producciones que están presentes como grandes exponentes, por ejemplo “Sunset Boulevard” (1950), o “Nace una estrella” (1954), entre otras.
"CUANDO VALE LA PENA PAGAR UNA ENTRADA AL CINE" El arte de la cinematografía alcanzó su plena madurez antes de la aparición de las películas con sonido, a finales de los años 20. Dado que el cine mudo no podía servirse de audio sincronizado con la imagen para presentar los diálogos, se añadían cuadros de texto para aclarar la situación a la audiencia o para mostrar conversaciones importantes en donde se le daba una narrativa real del dialogo. Así, tal cual, es el filme “El artista”, un filme mudo ¡de 2011!, en blanco y negro, con cuadros de texto intercalados entre las imágenes, y la clásica proporción de pantalla 4:3, característica de esa época. Las proyecciones de películas mudas normalmente no transcurrían en completo silencio: solían estar acompañadas por música en directo, cosa que, naturalmente, no sucede en la proyección del filme reseñado (aunque no hubiese sido una mala idea, ¿verdad?). Michel Hazanavicius se lanzó a la heroica aventura de dirigir esta bella obra que resulta un evidente homenaje a ese arte que crecía día a día en el año 1927, en el que se desarrolla el comienzo de “The artist”. A pesar de no ser una historia muy original (y, tal vez, también emulando el tipo de historias que el cine norteamericano contaba en esa época), el guión se centra en la decadencia de una estrella del cine mudo, George Valentin, con el arribo del sonido en las películas, y en el triunfo de Peppy Miller, una aspirante a actriz, que se convierte en estrella fulgurante. La magnífica pareja de actores que dan vida a estos roles son Jean Dujardin y Bérénice Bejo (argentina radicada en Francia), ambos excelentes en su difícil tarea de actuar sin decir una sola palabra, apelando a sus rostros y sus cuerpos para expresar sensaciones y sentimientos. Superlativa es la ambientación de época, el vestuario, el maquillaje, los decorados, la banda sonora… Todo contribuye a llevar al espectador a disfrutar honestamente de una historia que incluye sutilmente referencias y homenajes al cine de aquellos años, mostrando el detrás de escena de la industria cinematográfica de hace casi 100 años. John Goodman, Penelope Ann Miller, James Cromwell, Missy Pile y hasta Malcom McDowell en un breve cameo se lucen para brindar papeles secundarios queribles. Y oración aparte merece el perrito adorable que se convierte en héroe de la película en una secuencia crucial de enorme suspenso y acción. Hazanavicius se permite homenajear también a otro grande del cine como Orson Welles, emulando una famosa secuencia de “El ciudadano”, desplegando su maestría para manejar la síntesis, describiendo el deterioro del matrimonio de George Valentin en pocos minutos, mostrando sucesivos desayunos junto a su esposa, donde el maquillaje, la música y la actuación cada vez más cortante contribuyen a ello. Frente a tantos amantes del cine que hoy se conforman con ver una película recién bajada de la Red en la pantalla de su computadora, entrar a la sala de cine a ver “The artist” es una experiencia irrepetible y casi única, porque nos pone (casi) a la misma altura del espectador de hace un siglo atrás, que disfrutaba colectivamente, y más inocentemente, del espectáculo que significaba ir a ver una película. Eso vale el precio de una entrada, y mucho más…
El Artista, el silencio es salud El film de Michel Hazanavicius amenaza con alzarse con varias estatuillas subiendo peldaño por peldaño la escalera del éxito. por Andrea Migliani Una película silente es ya un esfuerzo extraño en un mundo en que el cine viene siendo manipulado por la música, los sonidos, las canciones y tantos ruidos que se necesitaron para llenar de significado escenas insignificantes. El artista de Michel Hazanavicius, narra una historia que en clave de melodrama cuenta un ascenso/descenso pero también cuenta parte del cine. Muda y en blanco y negro la película narra la historia de George Valentin encarnado por Jean Dujardin, su auge, éxito y caída en una industria millonaria y cruel a la que no logra acomodarse cuando pasa a ser sonora. Corren los años 20’ y su maravillosa vida de estrella hollywoodense se desmorona mientras la de Peppy Miller en la piel de Bérénice Bejo, argentina de origen, se mece en las mieles de la gloria cuando logra pasar un casting y convertirse en estrella. Si la película merece tantas nominaciones no es algo que podamos afirmar toda vez que, esta cronista descree profundamente de los premios, más si los da una industria como la norteamericana, pero entretiene, es nostálgica en su punto justo y no tiene golpes bajos y de algún modo mira el pasado como eso que es: lo que pasó y no regresará, ni mejor, ni peor, distinto, aunque muchas veces deseáramos el silencio frente a malas interpretaciones o textos de bajo nivel. El film de Hazanavicius combina muy bien las dosis exactas de: comedia, melodrama, musical y romanticismo para dar como resultado un producto cuidado, estéticamente bello, bien montado y con un aura de homenaje indudable. ¿Alcanza para llevarse todos los premios? A quién le importa si el bodrio ha ganado tantas veces que hemos perdido la conciencia y este producto no será perfecto pero tiene dignidad.
UNA PELÍCULA PEQUEÑA El fenómeno de la temporada es, una vez más, una película que promete y vende singularidades varias. Su (supuesto) homenaje al cine y su juego estético parecen ser más que suficiente para muchos, que han decidido darle todos los premios. A pesar de todo, Hollywood sigue, aún hoy, teniendo un espacio para la inocencia. La inocencia como para que aparezca un film como El artista y arrase con nominaciones, premios y elogios. Inocencia y un gran complejo de inferioridad que genera que una industria que produce, como mínimo, veinte o treinta películas muy superiores a El artista cada año, se rinda a los pies de esta película como si fuera una verdadera revelación cinematográfica. Es muy difícil, cuando llega esta temporada de premios, mantener la ecuanimidad. La objetividad, se sabe, no existe. Pero sí hay que tener el temple para no enojarse con un film sobrevalorado. Estar sobrevalorado no es un defecto, a lo sumo es una consecuencia de ciertos defectos, pero no siempre. El artista no es una película indignante, es tan solo una película inconsistente, incoherente, carente de profundidad y sentido, aunque no sé si el director buscaba algo más que un juego estético. A juzgar por sus films anteriores, lo que más parece importarle a Hazanavicius es la intertextualidad vacua y la parodia simpaticona. Nominar a El artista a tantos premios es como nominar a los films de Austin Powers. Claro que la saga de Powers no es en blanco y negro, no homenajea a nadie ni hace cosas raras y vistosas. Tal vez al que no es cinéfilo le conmueva ver una película silente (no es El artista el primer caso de film silente fuera de época) y le parezca que en esa supuesta originalidad hay un bien en sí mismo. Pero lamentablemente no hay demasiado para festejar, la película francesa araña apenas los lugares comunes de la nostalgia cinematográfica, volviéndose irritante en la medida en que uno entienda cuan superficial es ese camino. Ya desde los títulos del comienzo uno alcanza a ver un -ya agotado- camino de homenaje, cita e intertextualidad con el período silente del cine que no descubre nada nuevo y que ha sido utilizado en producciones de este estilo desde hace décadas. La acción transcurre en 1927. El año que ha quedado marcado en la Historia como el del nacimiento del cine sonoro. La historia es la de una estrella del cine mudo, George Valentin, y de una joven aspirante a actriz, Peppy Miller. La trama se emparenta en la primera mitad con una de las cumbres de la historia del cine: Cantando bajo la lluvia (1952) de Stanley Donen y Gene Kelly. ¡Bah, no se emparenta, se la roba casi completa! Y la segunda mitad se cruza con esa otra obra cumbre del mismo período: el melodrama noir: Sunset Blvd. (1950) de Billy Wilder. En el musical Technicolor de MGM, protagonizado por Gene Kelly, se narra con canciones el paso del cine mudo al cine sonoro; en la segunda, un guionista fracasado se cruza con una estrella olvidada del período silente. Pero tan ambiciosa es la idea intertextual de El artista que más dura es su caída. En un buen día, la pequeña película francesa puede verse como un ejercicio estético tonto y sin demasiado rigor, pero subida la exigencia y a la luz de tantos premios, es hora de tomarse en serio esta película. Recordemos que Cantando bajo la lluvia y Sunset Blvd. no ganaron el premio Oscar a mejor película. De hecho, el musical de Donen y Kelly no fue nominado a ninguno de los premios principales. Y tomada en serio, como hay que tomarse todos los films de la Historia, El artista pasa de ser una cosa menor a convertirse en una blasfemia cinematográfica nociva para la actualidad y el futuro del cine. El gran problema de la película tiene que ver con sus serias limitaciones. El comienzo sólo es una serie de viñetas que no superan la parodia o el homenaje que podría hacer un programa de televisión semanal. Por momentos simpática, pero con una falta de rigor que asombra. Asombra que con tan poco se haya llegado tan lejos. El carisma del actor Jean Dujardain, interpretando a Valentin, no le alcanza para sostener la torpeza de una limitada puesta en escena. Ni tampoco la también carismática Berenice Bejo puede sostener con su gran sonrisa una cámara que no logra nunca construir el lenguaje puro y perfecto de los films mudos. Ellos se esfuerzan, la película no los sigue. Ni hablar de la ridícula, absolutamente efectista y sin sentido alguno, escena del sueño, posiblemente la escena más emblemática de la incoherencia absoluta de la película. Pero hay más, porque si acaso todo arranca como una gran nada, cuando el film intente volcarse al drama, expondrá ya no solo falta de rigor, sino que la ausencia de la simpatía inicial termina mostrando cuan fútil es todo el plan. Hazanavicius sigue sacando de aquí y allá muchas cosas, pero la emoción y la intensidad dramática brillan por su ausencia. Si hasta el perro -pariente lejano de Asta, el fox terrier que interpretó a Mr. Smith (merecía un Oscar) en La pícara puritana (1937) y también trabajó en la serie de The Thin Man (1934)- apenas puede tolerar la puesta en escena arbitraria y sin brillo. El insulto final para el cinéfilo vendrá cuando sin ninguna vergüenza, el film tome nada menos que el tema de amor de Vértigo(1958) de Alfred Hitchcock, la cumbre del romanticismo cinematográfico y otra de las mejores películas de la historia del cine. Tampoco Vértigo fue nominada al Oscar a mejor película, por cierto. En una de las escenas memorables de Sunset Blvd. (El ocaso de una vida en Argentina), es decir, en una escena de Sunset Blvd., porque todas son memorables, el guionista Joe Gillis le dice a la estrella retirada Norma Desmond: “Usted solía ser grande”. Y ella contesta: “Yo sigo siendo grande, las películas se han vuelto más pequeñas”. El cine sigue siendo grande, películas como El artista son las que se han vuelto pequeñas.
En la mayoría de los pasajes El artista entretiene y propone bellos momentos visuales, mucho más de lo que ofrece habitualmente el pobre cine industrial que vemos cada semana. Entre los distintos modos de evocar el cine norteamericano en tiempos de silencio y Star System, Michel Hazanavicius eligió uno que, rememorando el formato clásico, tanto está cercano al cliché como de una honesta memorabilia sentimental. He aquí lo mejor y lo peor de esta cálida, bonita y algo despareja película, gran elegida de la industria estadounidense. George Valentin es un actor consagrado, mezcla de Clark Gable y Rodolfo Valentino (y por qué no, de un anticipado Fred Astaire). Las mujeres mueren por él. Entre ellas se encuentra Peppy Miller, una joven que cada día llega a los estudios en busca de un papel como extra en las películas. El cruce entre ellos representará una bisagra en la historia. Más allá de la tensión amorosa que ese encuentro despierta, la aparición inexorable del sonoro decretará el ocaso de la carrera del galán y el ascenso de la joven actriz. Así la historia será la de un gran desencuentro, mientras uno se apaga y el otro alcanza su máximo esplendor. La película impacta desde el comienzo. La relación formal con el cine mudo está más vinculada con el imaginario sobre lo que fue aquel cine, que con lo real. Lo cual no es malo pues la elección de una presentación centrada en el carisma, la popularidad y los personajes entrañables, produce rápida empatía con el espectador y su idea sobre lo que fue el cine mudo. Hazanavicius aprovecha este momento para desarrollar sus mejores recursos formales, la aparición dramática del sonido para dar cuenta de la falta de voz, el blanco y negro iluminado con luces y sombras apropiados y algunos interesantes efectos visuales. Hasta la presentación del punto nodal, la película tiene un ritmo consistente y variantes formales interesantes. Y será en ese punto, a partir de un muy logrado plano de Valentin reflejado en la bebida derramada sobre una mesa de vidrio, que la película caerá en un largo letargo. El realizador pierde eficacia al contar las historias paralelas de triunfo y decadencia. El montaje paralelo, que fuera un recurso esencial para la narración en el período clásico del cine mudo, es aquí desperdiciado. El ritmo y la eficacia narrativa basada en el talento y carisma de los personajes, termina desdibujado. Así la película se encamina hacia un final previsible, en el cual el realizador, forzando ciertas tradiciones formales y narrativas, recupera algo de los méritos iniciales. Tanto Jean Dujardin como Bérénice Bejo ajustan perfectamente sus trabajos a los íconos a los que representan. Y he aquí, de algún modo el punto central de este juego demagógico que propone el realizador: George Valentin y Peppy Miller son íconos, tienen una relación con esos actores que son supuestamente representados, aunque tal relación entre el ícono y lo representado, sea ciertamente lejana. El artista habla de un mundo imaginario que se parece al cine mudo. Es un homenaje no a la memoria de aquel cine, sino a lo que el mismo representa como deseo en el espectador actual. Ese es el punto por el cual despierta tantas simpatías (y por el cual cae en algunos problemas formales). Aun siendo una película de momentos, lograda por retazos, pérdida por completo en algún pasaje, lo cierto es que El artista, mientras tanto, entretiene y propone bellos momentos visuales. Lo que no es poco para el pobre cine industrial que estamos acostumbrados a ver en estos tiempos.
Anexo de crítica: -Hermoso homenaje al cine silente y a los artistas mudos que se tuvieron que enfrentar a la contundente tecnología del sonoro. Con imágenes que recuerdan a las películas de King Vidor (The Crowd), este extraño y hermoso film narra las vicisitudes de una estrella del cine mudo en los albores de la sonorización. George Valentin es un galán maduro y bien compuesto, orgulloso y autosuficiente, que se enamora de "Pepi" Miller, una actriz principiante que salta al estrellato precisamente cuando la estrella de George comienza a apagarse. La estrategia enunciativa del relato, narrada con la técnica silente y en blanco y negro, es impecable, así como su musicalización. Una excelente oportunidad para aquellos que jamás han visto una película con este tipo de técnica representativa y narrativa.-
La simpatía como trampa Los comentarios del día después no dejan lugar a dudas: el inesperado (tanto como deseado) triunfo de El Artista en los Premios Oscar sería la gran noticia de los últimos años para el séptimo arte. Película (casi) enteramente muda y en blanco y negro, supuestamente destinada a homenajear y reivindicar el cine de manufactura artesanal de hace casi un siglo, El Artista implicaría un ansiado regreso a las fuentes para una industria agotada, que busca obsesivamente su tabla de salvación en los adelantos técnicos y el 3-D, a expensas del arte y la creatividad humanas. Para más, El Artista logró seducir a públicos masivos en todas las latitudes del mundo con un cine silente pleno de simpatía y humanidad, que demostraría que aún se puede filmar como en los viejos tiempos, y que el espectador también sabe premiar el riesgo y la honestidad. Un relato tan candoroso sólo confirma, en realidad, las peores intuiciones (que ya expresamos en esta columna): Hollywood se recicla año a año con los Premios Oscar, y El Artista no es más que un producto cuidadosamente estudiado para cumplir con ése objetivo (a diferencia del filme de Martin Scorsese, La invención de Hugo, que significativamente se fue sin grandes galardones). Ni artísticamente arriesgada, ni homenaje honesto y desinteresado como se postula, el filme del francés Michel Hazanavicius (en esto sí innovó la Academia: le dio el premio mayor a una película francesa) es una aproximación mayormente fetichista y vacua al cine mudo, una fábula inofensiva para la industria que en ningún momento se propone pensar su tema ni su forma de abordarlo, y que ni siquiera cree en lo que postula (la posibilidad de un cine silente, de formas artesanales). Se diría que su simpatía queda a flote, aunque allí está la trampa. El Artista no reivindica cualquier tipo de cine, sino uno muy específico: el cine de las grandes productoras (que construyeron la industria) y del star system (sistema de las estrellas), un cine despersonalizado y uniforme cuya traducción actual sería precisamente el tipo de cine que supuestamente viene a cuestionar. Toda película tiene una visión propia del cine y del mundo, decía François Truffaut, y hay que rastrearlas en su puesta en escena. El Artista es aquí tan acartonada y unidireccional como los culebrones que su protagonista -un actor de la época del cine mudo- encarna: filmes de aventuras donde lo que importan son los golpes de efecto, los giros del guión y el magnetismo de las estrellas. Poco más, si se mira bien, propone El Artista, aunque sus estrellas sean (hasta ayer) desconocidas: la desconfianza suprema en el espectador guía su puesta en escena, y entonces todo se explica una y otra vez, por más que no disponga de las voces para hacerlo (para eso está la banda de sonido). Su apropiación de los clásicos es trivial, meramente imitativa (o incluso fetichista), así como también la construcción dramática de los conflictos de sus protagonistas, y su lectura del momento que narra (el paso del cine mudo al cine sonoro). Sólo su simpatía, en gran parte deudora de un perrito (aunque sostenida por una música omnipresente y la actuación de Jean Dujardin), la salva de caer en el ridículo, mientras su tema la reviste de una falsa importancia, ya que en realidad, más que homenajearlo, la película parodia al cine mudo. Su protagonista es un famoso actor del cine silente, George Valentine (Jean Dujardin), que en 1927 está en la cresta de la ola. Sus películas son un éxito, y hasta se da el gusto de imponer al productor (la figura del director está ausente en el universo del filme) la aspirante a actriz Pepy Miller (la argentina Bérénice Bejo, por momentos insoportable), una joven seguidora que pronto mostrará sus habilidades para el cine sonoro, y se convertirá en la gran estrella del estudio. A contramano, resentido en su orgullo, George rechazará esta nueva invención y se embarcará en una filmación propia, que a fin de cuentas lo dejará en la ruina, mientras Pepy sube al estrellato. Plena de homenajes y citas a obras de la época (su argumento recicla a Cantando bajo la lluvia de Stanley Donen y Sunset Boulevard de Billy Wilder), Hazanavicius intenta imitar en su película la estética del cine mudo, pero casi siempre desde la exageración: sus protagonistas (sobre todo Bérénice Bejo) hacen de la afectación el eje de su trabajo, y entonces sobreactúan tanto en las películas que filman (la ficción dentro de la ficción) como en la supuesta vida real. Un trazo grueso que se extiende a la puesta en escena, que pocas veces puede resolver los giros del guión meramente con imágenes: a la mejor escena del filme (un plano general de unas escaleras vistas de costado que, además de emular a otra película, muestra al protagonista mezclándose entre la gente común), le seguirán otras para remarcar que el hombre ha caído en desgracia. Por no hablar de la música omnipresente como constante clave de lectura de todas las escenas, algo que se acentúa a medida que avanza el filme porque pasa de la comedia al drama, al suspenso y hasta la tragedia. Tanta manipulación pone en duda el concepto de “artesanal” con el que se ha asociado a la película, que en su puesta también recurre a artificios varios: la manipulación de la luz (incluso de tonalidades varias en ciertas escenas) es el más evidente, sobre todo hacia el final, aunque esto no implica ningún desmérito. Es más, la gran paradoja final es que El Artista se destaca más en los rubros técnicos que en todas aquellas virtudes por las que finalmente fue tan premiada. Por Martín Iparraguirre
INSULTO AL CINE Exponente de pobreza intelectual y desesperación imaginativa, El Artista es un sinsentido consagrado por esa Gran Culpa de desenchufar el respirador del abuelo moribundo.
El Amor al cine Filme que ha generado controversias de crítica y público pero que de ningún modo puede ser ninguneado o merecedor de rótulos como bodrio, no...el filme tiene el maravilloso don de que salgas de la sala con cierta felicidad en el corazón, y eso es tangible, se vé al encenderse las luces, como ocurre con que "Caballo de guerra" de Spielberg haga también llorar a todos sus espectadores. No olvidemos que está correcto que el cine nos produzca cosas o modifique al espectador, aunque coma pochoclo durante la proyección. Con "El Artista" pasa mucho de ello. Sin pensar en que uno va a ver un guión enmarañado de situaciones inesperadas, nada de eso, se trata de un argumento simplote, donde un personaje: George Valentin, estrella del cine mudo vé truncada su carrera por la inoportuna llegada del cine sonoro, al mismo tiempo aparece Peppy Miller, figura de actriz que conquistará al público y se transformará en lo que Valentin fué, así sus vidas se entrelazarán mágicamente. De hecho estamos ante un homenaje absoluto al séptimo arte, y de otra declaración de amor al cine, algo que reviste influencias del inmenso clásico fílmico "Cantando bajo la lluvia" de Stanley Donen, o "Sunset boulevard" de Billy Wilder, y hay también mucha situación "chaplinesca", y la permanente concomitancia del protagonista con el inolvidable astro del cine mudo: Douglas Fairbanks. El hilo de la trama ofrece dos romances o la consideración de dos amores: el de Valentin y Peppy, y por otro lado el del director francés Michel Hazanavicius al cine, cosa que aparece lograda sin dudas. Jean Dujardin es el actor acorde a la historia e insuperable en su labor protagónico, junto al perro Uggie que se hurta parte del relato, la argentina Berenice Bejo es una simpática y enamorada Peppy, aparecen actores notables como el gran John Goodman en el rol de un productor y James Cromwell en el fiel chofer. Una artística impecable, un tratado de imagen idem, también una iluminación en B y N que destaca y refina la propuesta, sumándole una necesaria banda musical de Ludovic Bource, que a su vez incluye fragmentos de Bernard Herrmann pertenecientes a "Vértigo" de Alfred Hitchcock.
La película que viene precedida de todos los elogios y los premios y por fin se estrena con todo su encanto. Es una declaración de amor al cine, al cine mudo y en blanco y negro. Una gran idea de Michel Hazanavicius, con grandes actores y una historia amorosa, donde no falta la caída del ídolo y el rescate de parte de la heroína, primero aspirante y después famosa. Tierna, simple, llena de encanto, de homenajes al cine del ayer. Una joyita.
Cuando sobran las palabras George Valentin es una estrella del cine mudo. Accidentalmente conoce a una joven que está tratando de abrirse paso como actriz. La industria evoluciona y sobreviene la llegada del sonido; la nueva tecnología determinará el ocaso de la carrera de Valentin, mientras que la joven se convierte en estrella. Ver "El artista" es un placer desde el principio hasta el final. La película de Michel Hazanavicius divierte, entretiene y emociona; y lo hace con recursos sutiles y originales. La historia no es nueva: una carrera artística se eclipsa mientras otra florece, en el marco de la revolución que provoca en la industria cinematográfica la irrupción del sonido. La originalidad está en el tratamiento del tema y en la audacia de haber planteado la realización en blanco y negro y sin diálogos hablados (salvo en el conmovedor cierre del filme). Desde ya que la renuncia al color tiene una base conceptual fácilmente perceptible en la idea de aproximar al máximo la estética del filme a la de aquellas películas de los comienzos del cine comercial; pero no es el único motivo. El director maneja el blanco y negro en consonancia con el tono de la narración y es así que hay momentos en los que la imagen se oscurece dramáticamente y otros en los que el contraste casi anula los grises para darle a la imagen un brillo acorde con el momento del relato. El aspecto visual es uno de los puntos altos de la realización (entre muchos otros): la imagen, la iluminación, el encuadre, la puesta en cámara y la ambientación (vestuarios, maquillajes, peinados) son sobresalientes. Párrafo aparte merece el tratamiento de la banda sonora, todo un tema por tratarse de una película muda: la música que acompaña (y subraya) las escenas mudas resulta sumamente apropiada, siempre dentro de los cánones impuestos por el cine de los años 20. La intensidad emocional de la partitura se adecua maravillosamente a la trama que se va desarrollando; pero los hallazgos están además en la introducción de sonidos incidentales en momentos estratégicos de la narración. Y, como ocurre con la buena música, los silencios absolutos dispuestos por el director resultan tan oportunos y eficaces como los momentos en los que la orquesta suena a pleno para respaldar la acción que se desarrolla en la pantalla. Las actuaciones están a tono con el nivel superlativo del filme: Dujardin da exactamente el tipo del galán despreocupado, seguro y pagado de sí mismo que pasa de la cima de la popularidad al olvido en un suspiro; Bejo aporta toda la frescura y la simpatía que necesita Peppy Miller, la aspirante a estrella que concreta su sueño de alcanzar la fama (y baila muy bien); los veteranos Goodman y Cromwell apoyan desde sus papeles secundarios, y todos sintonizan armónicamente con el clima general de la película. Hasta Uggie, el perro, está fenomenal. La película asume deliberadamente un tono melancólico y ni el desarrollo ni el desenlace están pensados para sorprender a nadie. Pero en la factura técnica y en la propuesta artística están los valores que distinguen a esta película entre tanta producción multimillonaria, decorada con efectos especiales. Hace más de tres décadas, Raúl Serrano (gran maestro de actores) dijo en un seminario que dictó en Tucumán: "tanto Picasso como mi sobrinita de cinco años dibujan una paloma con pocos trazos; pero lo que en mi sobrinita es impotencia técnica, en Picasso es voluntad expresiva". La explicación de Serrano es aplicable a este filme: Hazanavicius renuncia al diálogo hablado y al color porque entiende que de esa manera va a expresar mejor lo que quiere contarle al público y va a potenciar su homenaje a los comienzos del cine. Y vaya que lo logra.
GRITOS Y SUSURROS El sonido y la furia Se dice que el cine es un arte joven. ¿Qué son un siglo y monedas comparado con tradiciones milenarias como lo son la pintura o la literatura? Y sumado a esto, el cine es un arte que está estrechamente ligado con el avance tecnológico: depende de una máquina. Un dispositivo que varía a lo largo del tiempo, de la mano con el desarrollo y el avance de la sociedad en lo que respecta a los modos de transmisión, a las diversas resoluciones, a la economía de recursos. Y es por esto, por este intermediario entre el artista y la obra, que el cine es un arte que se encuentra, desde lo formal, en constante cambio, mutando. Un libro es bastante semejante ahora a como era hace tres siglos; ¿cómo será el cine en trescientos años?. La transmutación es notable. Primero fue pura imagen. Luego llegó el sonido. Luego el color, y las distintas relaciones de aspecto (los formatos panorámicos). Muchos años más tarde, invenciones como el 3D o el formato IMAX (originales de 70 mm) le dieron más novedades a un arte que posee una variedad de formatos que, pareciera, nunca dejará de crecer. Es entonces que, si hay un desafío interesante en los tiempos que corren, es realizar una película como El Artista. Estrenar en cartelera a un film que es completamente en blanco y negro, con relación de aspecto 4:3 y, por sobre todo, mudo (musicalizado), justo al lado de uno en IMAX y en 3D (al mismo tiempo) es todo un reto. Y la llegada masiva, la abismal cosecha de premios y el agrado general por parte del público habla del cine como una herramienta sumamente vasta, un dispositivo sin límites claros en lo formal al momento de contar una historia. Corre el año 1927. El lugar, Hollywood. Pleno auge del cine mudo. Las estrellas se pasean por las calles perseguidos por reporteros, fotógrafos y acérrimos/as seguidores/as (con preponderancia de las "as"). La vida se mueve alrededor del cine y lo único que pareciera importar es quién es el que está sentado en la mesa de al lado. En este contexto es en el que se desenvuelve George Valentin, una gran personalidad del cine mudo que es el protagonista de un éxito tras otro en la pantalla grande. Deseado por las jóvenes, envidiado por los hombres, el personaje interpretado por Jean Dujardin es una megaestrella de las clásicas. Es entonces que conoce, casi por accidente, a Peppy Miller (la bonaerense Bérénice Bejo, pareja del director) y entre ellos comienza una atracción tan instantánea como silenciosa. Al día siguiente, Peppy (quien figura en la tapa de todos los diarios junto a George Valentin en ese momento de encuentro fortuito) aprovecha su fama pasajera ("¿quién es esa chica?") y logra quedar seleccionada para actuar en la nueva película del personaje de Jean Dujardin, aumentando la relación con el protagonista. Luego de un tiempo, la misma se ve resquebrajada por la llegada del sonoro, haciendo que Peppy salte al estrellato y George Valentin se hunda en la miseria. Es así que se nos cuenta una historia de amor entre dos personajes siempre alejados por el frenesí de la fama, por la ceguera del éxito, utilizando la clave de la película Nace una estrella de 1937 y de Cantando bajo la lluvia, esa gran comedia de Gene Kelly de la que este film toma muchos elementos. Sin ir más lejos, un hecho como la llegada del sonoro (la imposibilidad de aquellas grandes estrellas del cine mudo de hablar frente a la cámara, el rechazo por parte de la industria a que algo como el sonido tuviera éxito y la actitud visionaria de ciertos productores y realizadores de subirse al "tren sonoro" y llegar al éxito) en pleno Hollywood nos remite directamente a dicho film. Jean Dujardin como George Valentin, una gran estrella del cine mudo. Ya desde el comienzo de la película hay recursos de intertextualidad notables, no por ser originales (de hecho, no lo son) sino porque son eficaces y hablan nada más ni nada menos de lo que tienen que hablar. El film inicia en una sala de cine repleta, en donde los espectadores miran fascinados el nuevo film de George Valentin, acompañado de una música que es incluso ejecutada por una orquesta ubicada en un foso delante de la pantalla. Así, asistimos como espectadores a este estreno, somos uno más de ellos hasta que se nos lleva a ese lugar que se encuentra más allá de la pantalla, detrás de la misma, para poder adentrarnos en el film. Vemos entonces al mismísimo George Valentin pero no como personaje de ficción dentro de la ficción sino, en un contexto si se quiere más directo, como personaje dentro de una sola ficción, la de El Artista. Y aquí es donde se ve el entramado de intertextualidad: ese George Valentin que estamos viendo no es el mismo que vimos hace un rato en esa pantalla-dentro-de-la-pantalla. Este que vemos ahora es un hombre con mirada melancólica, más reflexivo que otra cosa, muy distinto al personaje del film proyectado, pura euforia y espectáculo. Esta diferencia entre ambos va a marcar un rasgo formal importante y una intencionalidad muy clara por parte del director. La parodia (sin serlo completamente) de los personajes y la imitación del tipo de interpretación exagerada de los actores sólo sucede en estos films dentro de la película, allí en donde el dispositivo se ve claramente revelado. Es entonces que, al observar esto, nos ponemos en el lugar de los personajes de El Artista, que en esos momentos son también espectadores, y nuestra empatía (hacia los personajes y hacia el film) aumenta notablemente. En esta escena en particular, el personaje se encuentra de pie mirando(se) a la pantalla desde el otro lado, y lo espejado de esa imagen remite a su función de reflejo de este personaje. Así, se nos presenta casi simultaneamente a George Valentin como actor y espectador, personaje y persona, un hombre que se ve a sí mismo reflejado en la pantalla de cine, observando el espectáculo desde el otro lado- casi una contemplación de la vida misma. También se pone de manifiesto en este momento del film otro recurso que es sumamente interesante. Detrás del protagonista, un cartel reza "Por favor permanezca en silencio detrás de la pantalla". La ironía es evidente. Se pide silencio al silencio mismo, y esta clase de juego sobre el uso del sonido (porque en realidad no toda la película es muda) se hará, como veremos más adelante en este análisis, evidente hacia el final del film. En la misma escena, al terminar la proyección, el silencio se hace dueño de la (nuestra) sala: la gente, en la pantalla, aplaude de pie, frenéticamente, y nosotros no escuchamos nada. Sólo un silencio fabricado, puro y artificial. Esta elección de cuándo usar el silencio y cuándo utilizar la música (ya sea diegética o no) es, se podría decir, uno de los mayores aciertos del film. Esto también sucede en la brillante secuencia en la que George Valentin actúa junto al personaje de Peppy Miller, en una seguidilla de escenas en las que el personaje debe bailar distraídamente con esta joven, casi un aditivo del decorado para la película que se está filmando. Pero el protagonista no puede hacer esta escena; en cada una de las pasadas baila más de lo debido con Peppy o permanece mirándola, abstraído, víctima de una atracción evidente. Y siempre el mismo remate, la risa contagiosa digna de un galán de los clásicos- la mejor forma de evadir una situación incómoda. En esta risa hay de todo. Y el silencio absoluto de la escena suma en intensidad, es mucho más efectivo que cualquier música. El recurso de utilizar la repetición de tomas (el material crudo del que está hecho el film) para mostrarnos la atracción entre Peppy y George Valentin es una elección digna de una gran labor de dirección. Bérénice Bejo en una de las escenas más conmovedoras del film. Michel Hazanavicius, el director de este film, de origen francés, dio hace unos días una entrevista en la que menciona que este proyecto le llevó mucho tiempo de guión y que lo presentó por primera vez a una productora hace unos diez años, pero nadie creyó en él. También habla de, entre otras cosas, la dificultad con la que se topó al momento de situar al contexto de la acción (el cine mudo) en un determinado contexto. Pasaron por su cabeza el expresionismo alemán, el cine mudo italiano y francés y el cine ruso, entre otros, pero optó finalmente por el norteamericano. Dejando de lado lo cuestionable que es (aunque en otro plano) el hecho de que esta película en su trama y ejecución no tenga ni un pelo de francesa (ni siquiera posee título original en Francia, en donde se llama The Artist), y la realidad de que sea tan norteamericana que haya sido tomada por Hollywood como un hijo pródigo (qué más claro que los Oscar para demostrar eso), Hazanavicius explica que para él el cine de Hollywood de la década del `20 es el más efectivo de todos sus contemporáneos, y es el que posee mecanismos más aceitados al momento de producir un melodrama o una comedia. Sin embargo, el film deja ver otros rasgos a los que, claramente, Hazanavicius apeló para demostrar su amplio conocimiento de los diversos "cines mudos" de la época. Toda la secuencia onírica, en la que George Valentin sueña con sonido, es decir, se ve a sí mismo en una película en la que las cosas suenan, es una secuencia altamente surrealista, con muchos homenajes al cine expresionista alemán. También, todo lo relacionado con el perro (gran rol secundario el de este cuadrúpedo) remite, aunque algo más vagamente, al cine de Chaplin y al cine italiano (con notables semejanzas particularmente con el film Umberto D., de Vittorio De Sica, aunque el mismo es sonoro y muy posterior a la época de la que estamos hablando). Pero quedémonos un instante con la secuencia onírica de la que hablamos hace un rato y en lo que ella implica. Claramente, en ese momento se rompe con una serie de cosas, pero principalmente con una: el trato tácito con el espectador. Al principio, esta escena pareciera descolocar por la irrupción de sonido, pero no resulta ser eso, sino otra cosa, mucho más presente a un nivel intertextual. Lo que vemos en pantalla es nada más ni nada menos el sueño de un personaje que se sabe protagonista de un film mudo. Es decir, vemos a este George Valentin ser víctima de una pesadilla que está completamente relacionada con el hecho de que nosotros nos encontremos allí viendo El Artista; el personaje del film está soñando con que el film del que él es protagonista es sonoro. Es otro recurso similar al que mencionábamos con anterioridad sobre las películas que se proyectan dentro de esta película, es decir, su objetivo es relacionarnos aún más con el protagonista. Nosotros, junto con él, somos espectadores de su sueño, que es justamente un sueño que toma como materia prima a la película El Artista y la hace sonora, tomándonos por sorpresa a los espectadores y a George Valentin. En nuestro caso, asentimos con la cabeza, pestañeamos rápido, apretamos la mano de nuestro acompañante o nos reímos por dentro. En el caso de George Valentin, despierta de una pesadilla. El blanco y negro es filoso y extremo, algo interesante para ver en el cine. La fotografía pone en relevancia las composiciones centradas, y plantea desde la puesta en escena una dualidad latente en la narrativa del film, que es la de George Valentin y Peppy. Hay una escena muy en particular que deja esto claro. El momento en que Peppy se cruza con el protagonista en las escaleras del estudio. George Valentin se encuentra bajando esta escalera; Peppy, subiéndola. Ambos se encuentran en la mitad de la misma, intercambian palabras y miradas y continúan su camino. Uno hacia abajo, otro hacia arriba. El ascenso a la fama de la juventud y la caída en el olvido de la vejez. Y las piernas de Peppy, las mismas que al comienzo del film ve George Valentin bailar (porque son las piernas las que bailan). Arriba sólo hay un espacio blanco- un algo tapado que nadie quiere destapar. Hay varias escenas en las que la composición del cuadro nos habla directamente en lenguaje metafórico, pero quizás esta sea la más bella de todas. Y si hay que destacar escenas notables, la que es quizás la más sobresaliente de este film es el momento en el que Peppy se encuentra con el traje y la galera de George Valentin colgados en el perchero de su camarín. Ella se acerca a eso (a él), introduce un brazo por una de las mangas y se abraza, es decir, él la abraza a ella, y Peppy es feliz siendo abrazada por él, mientras su cabeza descansa en uno de los hombros de aquel hombre inerte. Las actuaciones, tanto de Jean Dujardin como de Bérénice Bejo, son fantásticas, dignas de cuanto premio exista. Él es el perfecto galán clásico, ella es la perfecta actriz angelical que sabe enamorar desde la pantalla con apenas una sonrisa. Otro grande como John Goodman se destaca, como siempre que actúa en sea el papel que sea, en su rol de productor aprovechador de las circunstancias. La ausencia de diálogos gana fuerza en los momentos más intensos del film Hay numerosos recursos que valdría la pena destacar y que hemos dejado afuera de este análisis, y somos conscientes de ello. Y así como El Artista tiene numerosos logros, quizás en un punto se torna algo redundante y podría tener 15 minutos menos de metraje- así hubiera ganado por nocaut. En un momento todo se torna algo repetitivo y, aunque dista de ser aburrido, se podría prescindir de ciertas situaciones y lograr un film un poco más rotundo. Para terminar, en la última escena de la película, George Valentin es reivindicado y comienza a bailar junto con Peppy, y el film en el que baila es sonoro. Y aquí se encuentra la frutilla del postre. Al finalizar el baile, ambos jadean cansados mirando a cámara- es lo único que escuchamos de sus voces. Un jadeo entrecortado, algún que otro gemido. Y detrás de cámara, la retoma se anuncia al ritmo de gritos pidiendo silencio ya que, al ser el film sonoro, el silencio es necesario en el set. Así, el silencio pasa a estar del otro lado, detrás de cámara, y el sonido (y la furia) en la pantalla. Con esta delicadeza llena de ironía es que se consolida la principal preocupación de El Artista, que es la de examinar la función del sonido y del no-sonido, mostrarnos su contrapunto y jugar con el mismo. Y a no confundir: El Artista no es una declaración de principios contra el cine actual, contra la tecnología y la espectacularización de hoy en día, ni tampoco lo es este análisis. Se trata más bien, de un recuerdo (eso sí, bastante melancólico) de este cine temprano, expuesto en clave de "juego" cinematográfico. Porque El Artista nunca deja de ser eso, un juego, un desafío, tanto para los realizadores como para el espectador. No resta más que disfrutar de ese sincero homenaje, que puede no ser perfecto ni mucho menos, pero se destaca por su simpleza y su honestidad. Y eso es todo un mérito.
Gracia, emoción y ternura en un filme encantador Encantadora, graciosa, poética. Es un homenaje al poder de la imagen (no hay palabras). Y es una dulce fábula que empieza como una comedia costumbrista y va girando hacia el melodrama. También, un inspirado homenaje al cine mudo, a su formato y a su estética, pero un tributo que jamás orilla la parodia o la reverencia exagerada. Una celebración respetuosa, tierna y seductora. Nos habla de un Georges un súper galán del cine mudo que ve temblar su fama cuando llega el sonoro. Y cuenta todo desde ese lugar, como si fuera otra película de aquella de finales de los años 20, cuando llegaron juntos la crisis y el cine sonoro. Mientras la carrera de Georges declina, al mismo tiempo asciende al estrellato una figura nueva, la dulce Peppy. El amor los ronda, pero el azar los va separando. Es una historia de amor a destiempo: cuando él está en la cima, ella arranca; cuando ella brilla, Georges se apaga. El vive como una tragedia ese derrumbe. Pero tiene orgullo y dignidad. Y ella es de las que sabe reconocer el amor genuino en ese mundo de ficción, de vanidades y de cartón pintado. También es un acercamiento al mundo de los actores, tan inestable siempre, y una reflexión sobre la amistad, el triunfo y la soledad. El director cuenta todo sin palabras. Con gestos, miradas, insinuaciones. El acercamiento, el flechazo (memorable cuando repiten la escena en el set porque se olvidan de sus papeles), la tristeza, todo está y nada se dice. Es un filme que se disfruta. Y no necesita palabras ni color ni efectos especiales para traernos otra vieja historia de amor. (***** EXCELENTE).
Publicada en la edición digital de la revista.
Publicada en la edición digital de la revista.
PALABRA MÁS, PALABRAS MENOS A fines de año, de cualquier año, el nombre de una película empieza a sonar en todas partes. En críticas que la alaban, en cinéfilos que la recomienda y, más que nada, en las entregas de premios, ese tortuoso camino al Oscar que solo pocas tienen la suerte de recorrer. En 2011 fueron nueve las que la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas seleccionó. De esas nueve, el nombre de EL ARTISTA (THE ARTIST, 2011) fue el que sonó con más fuerza. Ganadora de cinco de estas prestigiosas estatuillas (Película, Director, Actor, Banda Sonora y Vestuario), la aclamada cinta muda y en blanco y negro de Michel Hazanavicius llega algo demorada a los cines del interior, y los espectadores corremos a verla para averiguar por qué tanto alboroto. ¿Merece EL ARTISTA ser llamada la mejor película del año pasado? En mi opinión: no. Pero vamos por parte. Primero, su historia: Estamos en Hollywood de 1927, una era dorada para el cine. En esta época, la estrella de películas mudas George Valentin (Jean Dujardin) se preocupa ante la llegada del cine sonoro. Temiendo por el posible fin de su carrera, conoce a una bella bailarina (la argentina Bérénice Bejo) de la cual se enamora. Y mientras ella comienza a triunfar en las películas habladas, él deberá enfrentar su caída. Esta es su historia. Narrativamente, no es ninguna novedad. Podría decir que es simple y predecible, y lo es, pero me gusta hablar de ella como un relato clásica. Con mucha simpatía, emoción, ternura y nostalgia, trata temas como la celebridad, el miedo, el éxito, el amor y el orgullo. Pero la película no tiene nada nuevo para decir sobre ninguno de estos temas y el desarrollo de sus arquetípicos personajes es de una predictibilidad casi desinteresada. Entonces, ¿es por eso una mala película? No. En realidad, es muy buena. Esto se debe a que esa predictibilidad casi desinteresada tiene que ver con el hecho de que Hazanavicius no quiso hacer de EL ARTISTA solo una película muda más. Él pretendía filmar otra cosa: un experimento arriesgado, una experiencia imperdible y un dulce viaje al pasado. Su historia no es más que la excusa necesaria para poder vender la cinta. Y ya que era solo una excusa, no había porque complicarse con grandes tramas, así que optó por contar un relato clásico que se acoplase más al molde de su película. Por eso, si hablamos de su guión, EL ARTISTA es clásica, simple y hasta olvidable. Pero formalmente, es una entrañable pieza cinematográfica. Su éxito y el cariño que sienten los espectadores por ella se debe a la época en que se estrena, cuando más de la mitad de las películas que hay en cartelera son en 3D o están plagadas de artificios digitales. EL ARTISTA es una escapada del cine actual y una invitación formal hacia aquella era en que ni siquiera se necesitaba hablar para transmitirle emociones al público. Desde el formato de la pantalla (4:3, más cuadrada que rectangular) a los créditos iniciales, pasando por su asombrosa banda sonora, los intertítulos, la omisión del zoom y la recreación del Hollywood que las mismas películas de fines del ‘20 y principios del ‘30 recreaban, EL ARTISTA funciona (casi a la perfección) como si se hubiese estrenado en la era en que está ambientada. Si bien falla a veces en ciertos aspectos de encuadres o de cortes de montaje que en aquellos tiempos no se usaban, la obra de Hazanavicius es un pequeño y simpático homenaje al cine mudo, y una buena forma de recordarlo, ya que no solo entretiene y emociona, sino que también presenta algunas novedades. El director se da el lujo de jugar con el sonido en escenas como la del sueño o ese fantástico final en el que, después de una inolvidable secuencia de baile, escuchamos la primera, única y última palabra pronunciada en todo el film. EL ARTISTA es más que una película muda y por eso, si ustedes nunca vieron este tipo de cintas, esta tal vez sea la mejor forma de empezar. Después continúe con Chaplin, Keaton, Lang, Eisenstein, Méliès y compañía. Por otra parte, los protagonistas del EL ARTISTA, Jean Dujardin y Bérénice Bejo, son verdaderamente geniales. Dejando de lado a los actores conocidos (John Goodman y James Cromwell) a los que les cuesta ajustarse al estilo de interpretaciones que requiere el film, el ignoto dúo protagónico entrega actuaciones fuertes, tanto en comedia como en drama, en las que desbordan encanto, emoción y química, sin decir absolutamente nada (un desafío que supieron completar de manera sobresaliente). Ambos son otro gran aporte de esta película con la que Hazanavicius devolvió al mundo algo que estaba perdido: la magia del cine mudo. Por eso tanto alboroto y por eso ganó el Oscar. Sobrevalorada pero valiosa, EL ARTISTA no es lo mejor del año pasado (disfruté más de LA INVENCIÓN DE HUGO CABRET y LOS DESCENDIENTES), ni mucho menos la mejor cinta muda de la historia, pero vayan a verla y a escucharla, porque es una de esas películas que le inflan el pecho de alegría y le enriquecen el cerebro. Tal vez no haya colores, pero lo que verán será el recuerdo de una época. Y tal vez no haya diálogos o sonidos, pero lo que escucharán será más fuerte que cualquier palabra: a los artistas de antes gritando “¡Estamos vivos!”.
En estos tiempos en los que la industria cinematográfica está signada por los avances tecnológicos, las tres dimensiones y los sorprendentes efectos especiales, hay que jugarse a filmar una película muda, y en blanco y negro. Y en este caso, el resultado es por demás favorable. Esta cinta dirigida espléndidamente por el realizador francés Michel Hazanavicius, conocido por su serie de sátiras a las películas de espionaje ("OSS 117: El Cairo: Nido de Espías" y "OSS 117: Perdido en Río"), nos traslada hacia Hollywood de los años 20 con una historia que se desarrolla entre 1927 y 1932, lapso que marcó un antes y un después en la historia del séptimo arte a través de la llegada del sonido que irrumpía y ponía en peligro las carreras de muchos artistas, como bien señala el título del film. Uno de ellos es George Valentin (gran labor del francés Jean Dujardin, actor fetiche del director galo), un famosísimo actor del cine mudo que hacia 1930 ve cómo este gran cambio, por el que apuesta fuertemente el estudio para el que trabaja, marca el fin de su estrellato, lo cual lo lleva prácticamente al olvido, ya que él se rehúsa a aceptarlo. Crisis personal, económica y matrimonial de por medio (su esposa, a cargo de Penelope Ann Miller, decide pedirle el divorcio), comienza a entrar en una profunda depresión. Al mismo tiempo, el protagonista es testigo del rápido ascenso de Peppy Miller (logrado desempeño de la argentina Bérénice Béjo, esposa de Hazanavicius), una joven extra que se transforma en la figura cinematográfica del momento. "El Artista", que cuenta cómo se entrelazan los destinos de ambos (lo cual propiciará el surgimiento del amor) es una obra maestra muy original, y por eso es que ha cosechado halagos y críticas muy positivas, además de encabezar las nominaciones en esta temporada de premiaciones que culminará con una nueva entrega de los Premios de la Academia, para los que aspira, nada más ni nada menos, que a diez estatuillas. Con un argumento simple pero sólido, este film que también cuenta con la participación de John Goodman, James Cromwell, Malcolm McDowell y el talentoso y expresivo perrito Uggie (un Jack Russell Terrier), es un sentido, excelentemente logrado (desde lo técnico, lo visual, lo musical y lo actoral), entretenido y metafórico homenaje a aquella época del celuloide en la que, y con ésto voy a modificar la frase, un gesto valía más que mil palabras.
Se alzó con cinco Oscar y el Golden Globe. En blanco y negro, casi muda (salvo la frase final), sin intérpretes conocidos, se cargó de premios y aplausos por su original puesta en escena, que recreaba las tribulaciones de un famoso actor de cine mudo en el Hollywood de los `20, que con el arribo del sonido en 1927 pierde popularidad y se le van cerrando las puertas de los grandes estudios. Con su bigote anchoíta y sonrisa estereotipada, George Valentin de pronto es desechable. Mientras su carrera declina, asciende vertiginosamente Peppy Miller, quien había debutado como extra junto al actor. La muchacha, que lo quiere de veras, hará lo imposible para frenar la caída de Valentin y darle una razón para vivir. La película opera como un homenaje al cine, sin eludir una mirada ácida sobre la impiedad del negocio cinematográfico. Tiene momentos entrañables y recupera la atmósfera de aquel cine romántico.
Bastante tiempo después de su estreno, me decido a ver la tan aclamada por la crítica y ganadora del Premio de la Academia a Mejor Película, El Artista (The Artist, 2011, Michel Hazanavicius). Con la correspondiente curiosidad por encontrarme frente a un film de 2012 mudo y en blanco y negro, me pregunto: ¿Qué tiene esta película que cautivó al gran público, a la crítica y a las premiaciones? George Valentin (Jean Dujardin) es una estrella de cine mudo que comienza a ver su carrera en peligro con la aparición del cine sonoro. Conoce a Peppy Miller (Bérénice Bejo) una bella bailarina que de a poco irá ganando terreno como una de las estrellas más aclamada del cine sonoro. George experimentará una caída en picada desde la cima hasta la marginalidad. En la era del 3D, Blu-ray, HD y etc. nos encontramos con un film, que humildemente, viene a ofrecer una experiencia totalmente distinta y genuina. Para narrar el paso del cine modo al sonoro, se elige nada más y nada menos que un film mudo. Parece extraño observar que un realizador eche mano a técnicas más que en desuso, cuando lo usual es ir siempre para adelante, valiéndose de las más cómodas tecnologías. Es que, El Artista, viene a convertirse en una suerte de homenaje y reivindicación a esta etapa tan importante y primitiva del cine que parece que nunca hubiera existido. Estamos ante un film que tiene un gran valor e importancia por su registro histórico: el cine se cuenta así mismo, la historia del cine ingresa en la lógica de relato cinematográfica. Y lo hace a partir de una continuidad con lo sensorial; es decir, “hagamos un film mudo para contar la caída del cine mudo”. En relación a esto, veremos hacia el final cómo se respeta esta idea de relacionar historia con experiencia del espectador. El Artista poster 450x600 El Artista: Viaje estético a través del cine cine Al tiempo que se teje una historia de amor, vemos la fuerte crítica (o forma cruda de mostrar) la realidad en Hollywood. Un día estás arriba y al otro ya no existís. Una lógica del éxito bastante particular que funciona a partir de la novedad y de lo que le es funcional a la industria, el resto se deshecha. El sistema de estrellas de Hollywood, que en otro tiempo fue incluso más cruel que en la actualidad. Y como reflejo de esto vemos la caída de George Valentin que va descendiendo paulatinamente, se muestra el cine desde adentro, desde la experiencia de quien lo hace, despojándolo del glamour artificioso al que asiste el espectador normalmente. Debo destacar que (para tranquilidad de muchos) la película no se hace pesada y, desde mi experiencia, no me sentí descolocada en absoluto por la técnica utilizada. Vale decir que la música (también ganadora del Premio de la Academia) tiene una presencia fundamental en el film. Una experiencia musical bellísima y a la altura del film grandemente estético. Las actuaciones también son destacables, sobre todo la de los actores principales. La bella argentina Bérénice Bejo, deslumbra durante todo el film, con una belleza exótica y cautivadora, es encantadora todo el tiempo. Su compañero Jean Dujardin ostenta una figura imponente que nos recuerda Clark Gable (Lo que el viento se llevó). El Artista es un “detrás de escenas” de una época clave de la historia del cine. El espectador es partícipe de una realidad que para él se da de una forma natural: los cambios técnicos, la subida y bajada de actores, etc. Así mismo, nos encontramos con una historia con emociones, gags (proporcionados sobre todos por el singular protagonismo del perrito) y expresiones estéticas de primer nivel. Un viaje en el tiempo a través de los sentidos.
Publicada en la edición digital #1 de la revista.
Publicada en la edición digital #1 de la revista.