Servicios de consultoría paranormal. Para comprender la posición cuasi privilegiada que detenta James Wan en el entramado hollywoodense contemporáneo primero hay que considerar el rol que le ha tocado desempeñar en el mismo: el realizador australiano -de ascendencia malaya- representa algo así como el ideal del mainstream de nuestros días en lo referido al cine de terror. Dicho de otro modo, Wan le brinda a los gigantes norteamericanos exactamente lo que desean (films con una mínima dosis de gore y sin desnudos, aptos para una distribución aséptica) y lo hace desde una dialéctica artesanal que siempre garantiza la calidad de fondo (mientras que el horizonte actual de la industria suele entronizar al público adolescente y a los adultos más pueriles, el clasicismo del señor va más allá porque respeta la potencia discursiva histórica del género y asimismo no deja a nadie fuera de la sala, inteligencia de por medio). Su regreso al horror, luego de encarar un eslabón de la franquicia bobalicona iniciada con Rápido y Furioso (The Fast and the Furious, 2001), es una secuela de uno de sus éxitos recientes, El Conjuro (The Conjuring, 2013). Aquí una vez más se perciben el talento visual de Wan, su experiencia en la administración de la tensión y en especial su maestría en el oficio de estructurar la narración desde los leitmotivs tradicionales del género para a posteriori -y de a poco- introducir pequeñas variaciones en el andamiaje del relato y las escenas más “agitadas”. El Conjuro 2 (The Conjuring 2, 2016) es el resultado artístico de un ejecutante habilidoso que trabaja a partir de melodías y palabras tan antiguas como la humanidad, esas que nos cantan los infortunios de aquellos que tienen el dudoso placer de toparse con las criaturas del “más allá” y su apetito para con la fuerza vital de los mortales. Desde ya que el esquema repite los rasgos del opus original y vuelve a centrarse en el matrimonio compuesto por Edward (Patrick Wilson) y Lorraine Warren (Vera Farmiga), un dúo que ofrece el servicio de lo que podríamos catalogar como una consultoría paranormal (vale aclarar que la pareja está basada en sus homólogos reales, quienes trabajaron durante décadas como investigadores independientes y/ o demonólogos de ocasión). Hoy la historia también comienza con uno de sus casos más famosos para de repente virar hacia uno menos conocido: si antes todo empezaba con la muñeca Annabelle y luego surgían las desventuras de la familia Perron, ahora la trama arranca con nada menos que Amityville para ir desembocando en el caso de Enfield, el cual en 1977 lleva a los Warren a Gran Bretaña para luchar contra una entidad que parece aferrarse al hogar de un clan de origen humilde. A pesar de que la película no llega al nivel de su antecesora, aprovecha con perspicacia las dos novedades más importantes del engranaje dramático, léase un tono más dulce (tenemos momentos en los que cala hondo la probabilidad de muerte, por suerte siempre evitando la sensiblería barata) y un verosímil que juega mucho más con la línea que separa al fraude de una posesión diabólica con todas las letras (la nena atormentada de turno -utilizada por supuesto como un “micrófono” por el súbdito de Lucifer- es objeto de un debate sutil y sin estridencias entre los adeptos a creer en lo sobrenatural y el infaltable detractor). En esta oportunidad la dinámica escalonada de antaño deja paso a un desarrollo que acumula algunos baches esporádicos que lejos están de imposibilitar el disfrute de una obra sincera y poderosa, muy superior a la mayoría del patético terror estadounidense contemporáneo…
Honrosa excepción dentro de la chatura actual del género, El conjuro (2013) había significado un saludable retorno al mejor cine de terror de los años 70 y 80, deudor de directores como Carpenter, De Palma, Romero y Cronenberg. La película de James Wan se centraba en los Warren, una pareja de especialistas en fenómenos paranormales -compuesta por Ed (Patrick Wilson) y Lorraine (Vera Farmiga)- que ayudaba a una familia rural a combatir extrañas presencias dentro de su casa (presuntamente, la historia se basaba en un caso real). Tres años después, el espesor y las buenas ideas de aquel film tienen una secuela también a cargo de Wan, pero esta vez la acción se traslada a Inglaterra.
EL MISMO SUSTO DE SIEMPRE El regreso de los investigadores paranormales Ed (Patrick Wilson) y Lorena (Vera Farmiga) Warren en la secuela del film de 2013, que luego de Annabelle (2014) ya resulta una franquicia con sus ideas agotadas. “A veces tienes que dar un salto de fe, creer cuando nadie más lo hará” le dice un personaje a los Warren. Este intercambio que parece querer informar a la audiencia, es en realidad un pedido literal a ignorar el (fácilmente Googable) hecho que los Warren eran una pareja de estafadores que nunca presentaron ninguna prueba real de un fenómeno paranormal. “Basado en una real mentira” debería leerse en el poster. El Conjuro 2 no tiene absolutamente nada nuevo para mostrar, la lista tiene asistencia perfecta: niños creepy, violentas posesiones, juguetes vintage, portazos, sótanos inundados, muebles que se mueven (oh!), ancianos asquerosos, Marilyn Manson vestido de monja, una pobre imitación de Babadook y demás tropos del género. James Wan cancherea comenzando el film con un cameo de otra franquicia y luego busca imitar el ambiente y estilo -aprovechando la ambientación setentosa- de películas como “El Exorcista” (William Friedkin,1973), la comparación, claro, termina ahí, aquel fue un film que revolucionó el género, que asusta aún hoy y que tuvo algo que no tiene, ni esta, ni otras películas de terror actuales: valentía. Al menos la película de 2013 sabía cómo manejar las dos historias paralelas -los Warren y la familia Livingston – y dosificar los sustos hasta el final. En esta ocasión, la historia oscila torpemente entre la amenaza terrorífica y el melodrama mientras Wan repite el ritmo del film original minuto a minuto, en este caso lamentablemente también son mucho más transparente sus intenciones. Y ahí es donde la secuela tropieza y el horror comienza a sentirse demasiado calculado. Esto queda bien expuesto en una escena donde en una habitación se colocaron al menos cien cruces -todas de diferente diseño- con el obvio objetivo de darlas vuelta y crear una secuencia “icónica”. ¿Cómo logró recolectar la familia todas esas cruces? mejor no preguntar. El resultado es tan rídiculo que rompe con la suspensión de la incredulidad que todos optamos por adoptar. El Conjuro 2 es ver lo mismo de nuevo pero con una historia menos interesante y peor narrada.
ANÁLISIS: EL CONJURO 2 (THE CONJURING 2, JAMES WAN, 2016) VOLVER A LA HOME Por: Jessica Blady TAGS: James WanEl Conjuro 2 AddThis Sharing ButtonsShare to WhatsAppShare to TwitterShare to Facebook James Wan vuelve a demostrar que, en materia terrorífica, se mueve como pez en el agua. Amantes del terror, quédense tranquilos que el género está en buenas manos cuando se trata de James Wan, un tipo que hizo escuela con el cine de bajo presupuesto y dejó a todos con la boca abierta de la mano del gore desmesurado de “El Juego del Miedo” (Saw, 2004), pero también logró rescatar los elementos y los climas más clásicos con “El Conjuro” (The Conjuring, 2013) y esa mezcla de drama e “historias basadas en hechos reales” que ponen los pelos de punta, piel de gallina y juegan con nuestra cabecita a lo largo de dos horas. Con “El Conjuro 2” (The Conjuring, 2016) Wan redobla la apuesta y se sumerge un poco más en las vidas personales de Ed (Patrick Wilson) y Lorraine Warren (Vera Farmiga), famosos investigadores de lo paranormal cuya meta es ayudar a aquellos que deben lidiar con estos sucesos inexplicables que, muchas veces, no encuentran apoyo (ni credibilidad) por otras vías. La pareja sabe detectar los fraudes y proceder según sea la gravedad del asunto. Atrás quedó la tragedia de los Perron, y ahora los Warren se enfrentan a su caso más renombrado, ese que los catapultó a la fama y el frenesí de los medios, pero que también dejó unas cuantas secuelas psicológicas en la clarividente. El director nos se anda con vueltas y como prólogo nos muestra un poquito (no todo) de lo que ocurrió en Amityville, esa historia ya la vimos repetidamente, pero acá el ángulo es totalmente diferente y un primer punto a favor para esta secuela que, en mi opinión, supera bastante a la original en muchos aspectos. Amityville deja su marca en este dúo inquebrantable que se promete así mismo bajar un cambio y no aceptar más casos que los pongan en peligro. Mientras tanto, al otro lado del charco en una callecita de Enfield, al Norte de Londres, una madre soltera (Frances O'Connor) y sus cuatro hijos empiezan a experimentar varios sucesos violentos y sin explicación aparente, sobre todo, la pequeña Janet Hodgson (una increíble Madison Wolfe) que se convierte en el blanco de un espíritu maligno que no ve con buenos ojos que usurpen su hogar. Estamos en 1977 y, un poco a regañadientes, Ed y Lorraine aceptan viajar a Inglaterra para comprobar la veracidad de la “posesión” y dejar que la iglesia se haga cargo. Las pruebas no son contundentes, pero eso no quita que los investigadores vayan a hacerse a un lado y abandonen a esta familia en desgracia. Ya desde la austeridad de sus títulos, “El Conjuro 2” nos remite a los mejores clásicos del género como “El Exorcista” (The Exorcist, 1973) o “La Profecía” (The Omen, 1976), films que se basan más en las relaciones humanas (y el terror psicológico, el del espectador, claro está) que en los artificios del susto fácil y el monstruo en cuestión. Wan juega con las sombras, los ruidos, el fuera de foco, las voces y una cámara prodigiosa que se mete en cada recoveco de la pequeña casa de los Hodgson. Su “monstruo” toma muchas formas y ahí, tal vez, exagera un poco, pero es dónde más deja volar su imaginación como artista. Lo demás es solemne, angustiante, muy angustiante porque nos conecta con esta pequeña criatura que sufre y su familia, pero también con el drama de los Warren, porque ellos no están hechos de piedra. Ahí está la clave de todo, en los personajes y sus vicisitudes, su drama personal que nos pega tanto como los sustos que nos hacen saltar de la butaca. Por suerte, el director sabe equilibrar toda esa tensión con un poco de humor efectivo (chistes que realmente funcionan en una trama tan macabra) y otros momentos de pura relajación (acompañados de una gran banda sonora) que la historia necesita para que no salgamos corriendo despavoridos de la sala. “El Conjuro 2” no viene a revolucionar el terror, pero sí rescatar lo mejor que tiene. No puede evitar algunos clichés del género y caer en cierto melodrama, pero en manos de este genial grupo de intérpretes y la maestría de su realizador para narrar desde lo visual, no molesta y se convierte en un elemento nostálgico más. Con esta secuela la franquicia se expande, no sólo sumando un caso más a la misma, sino ampliando la historia de sus personajes principales. La película de Wan nos hace padecer el miedo, pero también sufrir por sus protagonistas y eso, eso siempre es muy bueno.
La continuación que lleva la pareja de Lorraine y Ed Warren para Londres de 1977, demuestra que la franquicia que surgió con la primera Conjuro, tiene vitalidad, pero principalmente creatividad y particularidad. James Wan, el gran creador de este universo, sigue con mano firme y no decepciona, y aún a pesar de tener sus problemas en su tercer acto, El Conjuro 2 consigue su propuesta de mantenernos pegados al sillón del cine con su ambientación y la buena actuación de su elenco infantil. Conjuro 2 empieza mostrando un poco lo que pasó en la anterior entrega y ambientándonos a la vida de Lorraine (Vera Farmiga) y Ed Warren (Patrick Wilson) pos evento del terror pasado en Amityville. Vemos que principalmente Lorraine no salió sin secuelas del evento, y al mismo tiempo vemos como en Londres la familia Hodgson, sufriendo con la crisis de empleo del gobierno Thatcher de los finales de los 70, empieza a sufrir con eventos extraños y paranormales, enfocados en la hija más nueva Janet. Con la prensa llamando al caso "el Amityville inglés", Lorraine y Warren son convocados por la Iglesia para saber si lo que pasa en Janet es real o un fraude. Wan acierta de nuevo en seguir la ambientación específica, enfocada en lado mas gris de Londres de los 70s, haciendo un cruce entre lo oscuro y la iluminación exagerada. A pesar de volver a usar algunos ángulos y estilos de cámara del primero, se nota la diferencia del mismo en querer mejorar la ambientación para el espectador en los espacios, usando giros en 180º y atravesando habitaciones con efectos de cámara lo que deja más elegante la transición entre los mismos. No se puede negar de la habilidad del director en utilizar todas las técnicas para generar tensión e incomodidad, y eso se nota mucho en el apartado de sonido, usando todo tipo de ruidos y efectos de formas excelente. Otra cosa poco usual en este género son pequeños toques de humor en el transcurso de la película, trayendo un poco de sensibilidad y humanizando los protagonistas. Lo que talvez haya sido exagerado esta vez es en los efectos CGI, algunos inclusive muy artificiales que terminan sacando la buena ambientación que fue creada, transmitiendo una sensación dispar y desconfortante, cosa que en el primero casi no fue usado, demostrando un poco de falta de ganas ya que algunos de los efectos podrían haber sido logrados con otras técnicas con mejor resultado. Otro, y creo que el principal, problema de Conjuro 2, es el ritmo, se gasta casi 90% de la película intentando crear los acontecimientos y inclusive una innecesaria vuelta de tuerca al final, que cuando llegamos al tercer acto es todo muy apresurado y un poco artificial la solución conseguida. Creo que, siendo un poco inferior a la primera, sigue siendo una excelente película de terror sobrenatural, un estilo que sufre generalmente por films de fórmulas fáciles.
Con un notable trabajo de dedicación y respeto hacía el género, esta secuela es una de las mejores películas de terror de los últimos años. James Wan volvió a ser el director que con poco hace mucho. En 2013 la llegada de “The Conjuring” fue todo un éxito y una bocanada de aire fresco con aroma a clásico para el cine de terror. Con el experimentado James Wan como director y Patrick Wilson y Vera Farmiga de protagonistas, El Conjuro supo convertirse en una de las películas por excelencia del género. Ahora, tras decepcionar a muchos con el lamentable spin-off “Anabelle” (2014), los Warren retoman el protagonismo para enfrentarse a nuevas entidades del más allá en una película que se disfruta de muchas maneras. Los colores utilizados, su fotografía, el vestuario y todo lo que abarca vivir una experiencia intensa desde su inicio al final son grandes aciertos de un director dinámico, expresivo y de un gran talento para desarrollarse cómodamente en historias que transcurren en un solo lugar. James Wan ya ha demostrado que sabe trabajar en pequeños espacios en SAW (2004), con una historia centrada en dos personas atrapadas en un baño, una clara prueba de que el director comprende y entiende el ambiente en el que trabaja. El cineasta también transmite su disfrute de asustar al espectador y su habilidad para utilizar el quiebre en el momento justo, ese momento tan esperado en toda película de terror. Su manejo de cámara para que cada escena sea incómoda para el público miedoso y la mezcla de sonidos agresivos con clásicos musicales es lo que más resalta de su trabajo. La narración es buena aunque en algunos momentos puede volverse lenta, pero todo tiene un por qué en la trama y termina siendo lo que nutre al guión que escribió el propio Wan. Los sustos no caen en lo obvio y cada plano utilizado brinda un homenaje a películas realmente aterradoras como The Exorcist (1974) o Carnival of Souls (1962). Los años que estuvieron alejados de sus roles como Ed y Lorraine Warren no se notaron en Patrick Wilson y Vera Farmiga, quienes volvieron a brindar lo máximo en sus papeles. Sutilmente se puede apreciar una relación de más años en la pareja que tiene como hobby una habitación plagada de objetos extraños. Los Warren se encuentran en el ojo de la tormenta, la exposición mediática que reciben luego de sus casos, entre ellos los de la película anterior, ponen en duda su misión de ayudar a los que más los necesitan. Esta vez la historia transcurre en el distrito Enfield de la ciudad de Londres, donde una familia compuesta por una madre y sus hijas es víctima de actividades paranormales en su hogar. La situación de los Warren a fines de los años setenta hacen dudar al vaticano antes de enviarlos a combatir a los espíritus malignos y, al igual que en su antecesora, el concepto de la ciencia se encuentra presente mientras choca con los elementos religiosos, explicando que todas estas situaciones confusas son un producto de la mente humana. Cabe destacar el trabajo que hace Madison Wolfe como la pequeña Janet, cumpliendo con el difícil trabajo de pasar a ser la dulce niña a la chica poseída de manera constante. Lejos está de compararse con lo que hizo Linda Blair en El Exorcista, pero su trabajo es mejor que el de varias de sus contemporáneas. Los colores desaturados, los juegos de cámaras y su banda sonora brindan la sensación correcta para una historia fría y oscura. En tiempos donde las secuelas o terceras partes no resultan, El Conjuro 2 puede romper con ese maleficio presentando un film interesante, aterrador y con escenas que quedarán grabadas por mucho tiempo. Sin duda alguna, se merece una inversión en los cines.
La casa de los espíritus No es ninguna novedad que el cine de terror atraviesa un momento flojo en la actualidad. Por suerte James Wan es uno de los pocos directores/escritores que trabaja con fidelidad en base a los elementos clásicos del género: la sugestión, el misterio, lo desconocido, lo connotado por sobre lo denotado, etc. Wan dio pruebas de su buen manejo en este terreno con El juego del miedo (Saw, 2004), La noche del demonio (Insidioues, 2010) y El conjuro (The Conjuring, 2013). En esta ocasión se pone tras la cámara nuevamente para narrar otro capítulo dentro del anecdotario real de Ed y Lorraine Warren, la famosa pareja que se encargaba de casos paranormales en la década del ’70. El conjuro 2 (The Conjuring 2, 2016) presenta la historia de una familia de clase media-baja del norte Londres, la cual sufre el acoso de un ente sobrenatural en el seno de su hogar, el cual parece obsesionado con una de las niñas de la familia. Los Warren cruzan el charco y parten en su ayuda, pero con la sensación de que no se trata de un caso más. Al igual que en la primer entrega, el film saca provecho de la etiqueta “basado en hechos reales” y plantea una historia cuya estructura narrativa se mantiene muy similar a la primera, respetando su espíritu original -valga la redundancia- al mismo tiempo que cambia de locación y plantea un villano con un matiz algo diferente. Como dijimos al principio, James Wan es un director que sabe cómo dosificar los momentos de tensión dentro de la narración, y a pesar de que uno puede anticipar ciertos sustos, no dejan de ser efectivos. El desarrollo del argumento es un “slow burn” como se suele decir, donde la situación cobra mayor tensión escena tras escena. Sin tratarse de un film que busque romper el molde ni redefinir el subgénero “sobrenatural”, El conjuro 2 es una aceptable continuación de la saga, manteniendo su nivel y presentando una nueva entrada de los investigadores paranormales más conocidos dentro y fuera de la pantalla.
El director malayo James Wan sabe crear los climas adecuados para sobresaltar al espectador. El matrimonio Warren regresa para resolver el caso de una casa embrujada en la Londres de los años setenta. En tiempos en los que el terror está devaluado y echa mano a recursos trillados, llega la nueva película del malayo James Wan, responsable de El juego del miedo, La noche del demonio 1 y 2, yRápidos y Furiosos 7. Su estética vintage y su concepción del género plasmado a la vieja usanza, resultan más que bienvenidos en El Conjuro 2, la saga que también tuvo su "spin off" con Annabelle, la muñeca siniestra que asomaba en la primera parte y también acá aparece en una vitrina con un cartel que advierte sobre el peligro de abrirla. Ahora el escenario es el Londres de la década del setenta, ciudad a la que viajan los Warren -Vera Farmiga y Patrick wilson-, el matrimonio que investiga fenómenos paranormales, ante el llamado de Peggy Hodgson -Frances O’Connor-, una madre abandonada por su marido que vive en una casona junto a sus cuatro hijos pequeños: los varones Johnny -Patrick McAuley- y Billy -Benjamin Haigh- y las mujeres Margaret -Lauren Esposito- y Janet -Madison Wolfe-, esta última afectada y conectada por los siniestros hechos que empiezan a ocurrir en el hogar. Entre miedos infantiles, presencias demoníacas, sesiones espiritistas y posesiones, la película hace gala de su ingenio y crea los climas adecuados para cada secuencia, donde el uso de los efectos digitales -que son pocos- están al servicio del relato para asustar al espectador. Con acumulación de sobresaltos, un sonido ensordecedor que atrapa a sus víctimas y también al público, la casa parece sumergirse en su propia desgracia y un pasado terrorífico. Todos los elementos puestos en juego funcionan gracias a una cámara imparable que se introduce por la ventana y descubre ambientes y habitaciones donde respira el Mal. Subiendo la apuesta con respecto a su antecesora, el realizador sabe muy bien cómo crear suspenso y sobresaltar, buscando un nexo entre el mundo infantil y un peligro que amenaza a cada segundo. Con una buena reconstrucción y ambientación de época -con un afiche de David Soul pegado en el cuarto de las niñas-, el relato juega con la decisión de los Warren de parar su participación en casos sobrenaturales, entre visiones estremecedoras, juguetes que se encienden solos en medio de la noche y voces del más allá que encuentran en Janet el vehículo ideal para expresarse. No faltan la referencia y homenaje a ¡Aquí vive el horror! al comienzo del film, ecos de El Exorcista y un control remoto que cambia de lugar. La maquinaria para inquietar se enciende una vez más y, mientras tanto, mece un sillón en la quietud de la noche.
SEGUNDA PARTE PARA FANS Para el numeroso público adicto al terror, la cuota semanal. Pero en este caso, con el éxito de la primera, repite al matrimonio que se ocupa de demonios y casas tomadas (Vera Formiga y Patrick Wilson), la consabida fórmula “basada en hechos reales”, y el mismo director James Wan (conocido por “El juego del miedo”, “La noche del demonio”). Aquí el matrimonio, en especial ella, tiene ganas de abandonar, un demonio la atormenta, pero la iglesia le pide ayuda y no puede decir que no. No hay cosas nuevas, ruidos, nena poseída por un antiguo dueño de la casa que vuelve y no solo. Cosas que vuelan, puertas que se trancan violentamente, paredes que se agrietan, nena pegada al techo, etc, etc. Pero en joven director que se toma más de dos horas para asustarnos sabe su oficio y entretiene con los tradicionales ítems y algunas vueltas de tuerca. Queda la puerta abierta para una tercera, la hija del matrimonio batallador contra el mal, también ve demonios…
Los Warren siguen luchando contra demonios, ya sea como consultores de la Iglesia o como particulares. Esta vez es la propia Iglesia quien les pide que chequeen un nuevo caso paranormal, para ver si es verídico o un fraude. De a poco, los Warren irán adentrándose en un nuevo hecho paranormal, pero una premonición que tuvo Lorraine (Vera Farmiga) así como la supuesta farsa que es este caso, pondrán la fe de ambos en dudas. Estamos ante la secuela directa de El Conjuro, quizás una de las mejores películas de terror de los últimos años, y que mostró que el género no estaba muriendo sino que sólo unos pocos directores saben encontrarle una vuelta de tuerca (ya sea desde el apartado técnico, o de la historia) para revitalizarlo. Y con alegría puedo decir que James Wan sigue en su mejor forma. En este nuevo caso, los Warren no son los mismos personajes que conocimos anteriormente, y no sólo nos damos cuenta por el paso del tiempo (nuevamente, gran recreación de la época), ambos se dejan ver vulnerables, como si a cada exorcismo fueran sufriendo los golpes tantos físicos como mentales que van recibiendo. El mayor defecto que tiene esta película, es que innova muy poco con respecto a la anterior, más allá del virtuosismo de James Wan detrás de cámara, o la ya nombrada merma que se nota en Ed y Lorraine Warren. La historia es prácticamente la misma que la vista en El Conjuro, con una familia siendo acosada por una entidad que habita en la casa donde ellos se encuentran (aunque esta vez se siente un poco aleatorio el momento en que la fuerza paranormal se hace notar). Los Warren en un principio se muestran reacios a actuar en favor de los damnificados, pero finalmente lo hacen. Lo dicho, nada nuevo bajo el panorama. Pero donde el film pierde en originalidad, gana en calidad técnica. James Wan vuelve a lucirse con la dirección, jugando con todas las herramientas que tiene como realizador: planos secuencias, travelling, fuera de campo, fuera de cuadro. Prácticamente todo lo que a uno se le ocurra como espectador, James Wan lo implementa. Además, nuevamente evita los sustos a base del “chan”, jugando con el clima sugestivo y creando una tensión constante en el espectador que va a terminar igual de tensionado que en la primera entrega. A nivel actoral nuevamente el elenco cumple. Vera Farmiga y Patrick Wilson siguen estando sobrios en sus actuaciones y los nuevos personajes cumplen su rol. Algo que también se repite, es que los personajes de los chicos más pequeños son bastante creíbles, cuando por lo general, en estos films, los más niños no logran estar a la altura de los demás. El Conjuro 2 es una buena y sólida película de horror. Peca de ser básicamente igual a la anterior, pero entre la maestría de James Wan para dirigir, y algunos recursos agregados a la hora de asustar, ponen a El Conjuro 2 como uno de los mejores films de terror del año, compartiendo pedestal con La Bruja. Y los fans tienen motivos para festejar, ya que ambas propuestas son bastante diferentes, y por fin, después de mucho tiempo, se puede elegir con que asustarse.
Publicada en edición impresa.
En la senda del mejor terror El joven director malayo James Wan se ha convertido en una de las figuras más importantes del cine de terror de la última década y media. Inició en 2004 la saga de El juego del miedo, rodó luego las dos entregas de La noche del demonio y consiguió sus dos mejores películas dentro del género con El conjuro (2013) y esta secuela. En el medio, se dio el gusto de incursionar en la acción vertiginosa con Rápidos y furiosos 7. Si bien no es tan soprendente ni sólida como su predecesora, El conjuro 2 mantiene buena parte de los atributos de la primera entrega y resulta valiosa tanto por lo que logra (asustar con buenos recursos cinematográficos) como por lo que evita (el baño de sangre a pura violencia sádica y el uso subrayado de la música y el despliegue abrumador de efectos visuales como principales argumentos para la construcción de climas). Wan es un director que cree en el poder de la narración, que pone su oficio al servicio de la película y evita el regodeo. Su cámara en movimiento, sus largos planos secuencia no son meros ejercicios de virtuosismo sino decisiones que apuntan a acompañar a los personajes en sus desventuras paranormales. Más allá de algunas escenas y resoluciones de guión que apuestan por ciertos lugares comunes del terror, en El conjuro 2 nunca impera el capricho ni la arbitrariedad y se recupera el espíritu de clásicos como El exorcista o El resplandor. Ambientada en 1977 (siete años después de El conjuro), esta secuela -también inspirada en hechos reales- retoma las andanzas de Ed y Lorraine Warren (Patrick Wilson y Vera Farmiga), quienes luego de los eventos de Amityville se han convertido en celebridades mediáticas, aunque -claro- también tienen muchos detractores que los denuncian como farsantes. Lo cierto es que el matrimonio terminará investigando los extraños sucesos en una decadente casa del norte de Londres en la que viven una madre soltera (Frances O'Connor) y sus cuatro hijos. La presencia fantasmal del anterior dueño del lugar y las visiones terroríficas que experimenta sobre todo la menor de las niñas (Madison Wolfe) hacen que los Warren y varios más se interesen por el caso. La convicción con que Wan moldea cada una de las escenas (la fotografía en pantalla ancha de Don Burgess es un aporte fundamental) y la irresistible química de la dupla Wilson-Farmiga hacen que el espectador se sumerja en los vericuetos de una historia que -más allá de sus algo excesivos 133 minutos- nunca pierde su capacidad de fascinación ni de sugestión. Así, los notables créditos finales encuentran al público con la estimulante sensación de que no todo está perdido en el tan transitado (maltratado) género de terror contemporáneo.
El viejito que no se quería ir Secuela del éxito de 2013, los investigadores paranormales redoblan la apuesta, ahora con una familia en Londres. Lorraine y Ed Warren, investigadores de hechos paranormales y pareja en la vida real, ya nos mostraron cómo lidiar con espíritus malignos en El conjuro, una de las mejores expresiones del cine de terror que se vio en los últimos años. De la mano del mismo director, el malayo James Wan, que supo ser el artífice de la primera El juego del miedo, pero también de la última Rápidos y furiosos, Ed y Lorraine vuelven al ataque para salvar a otra familia de una casa embrujada. Tanto en aquella oportunidad como en ésta, lo que se cuenta se basa en historias reales, un hándicap que paga mucho a la hora de creer o reventar. El caso los lleva a Inglaterra, también en los años ’70. Una madre que cría sola en los suburbios de Enfield a sus cuatro hijitos ante la desaparición del padre (se fue con otra mujer), la cuestión es que los fenómenos paranormales aterran y alteran a la familia, que no tiene dinero y muchos creen que están armando todo para conseguir una mejor vivienda. Por supuesto que están equivocados. El espíritu de un atormentado anciano se sienta en un destarlatado sillón en el living, y desde allí, bueno, ya conocen y sino imagínense lo que puede hacer a una de las niñas del hogar, ya que asegura que esa casa es suya y las amenazas son varias. A nadie se le ocurre tirar, quemar, hacer desaparecer el sillón, pero bueno, se ve que no era una opción viable. Y ya aprendimos que mudarse tampoco resuelve el asunto. Wan apela a que el espectador ya conoce o se ha familiarizado con Lorraine, por lo que se centra también en sus premoniciones -nunca falla esta mujer- y la suerte que pueden correr ella o su devoto marido, de patillas largas y devoto de Elvis Presley. Ella de entrada, cuando resuelve el caso de Amityville en el prólogo, ve algo inquietante, que tendrá coletazos posteriores. Lo cierto es que durante los 133 minutos no hay uno solo que no mantenga en vilo al espectador. Wan no apela a atrocidades, y tal vez con el look setentoso, la película hasta se parece a los relatos de horror de aquellos tiempos. Vera Farmiga y Patrick Wilson hacen creíble lo increíble, lo cual en un filme de este género no es precisamente poco.
Crítica emitida por radio.
Las segundas partes también asustan Ed Warren (Patrick Wilson) junto a su esposa Lorraine Warren (Vera Marmiga) viajan a Londres para tratar de resolver uno de los casos más complicados y aterradores: una madre soltera junto a sus cuatro hijos sufren fenómenos paranormales protagonizados por espíritus malignos. La pareja de Wilson y Marmiga sigue con la gran química de siempre en pantalla. En este caso, en El Conjuro 2 el director James Wan (El Conjuro) se focalizó en la conexión dependiente tanto de uno como el otro, dejando entrever cuanto se necesitan para seguir adelante pese a todo. Tanto Wilson como Marmiga elaboran actuaciones sólidas y concisas, llevando por buen camino la relación que se mostró en la primera entrega. En el plano narrativo, Wan construyó un buen relato que entretiene y tiene en vilo al espectador en casi todo el film, salvo en escasos momentos donde decae la atención. Sin embargo, el guion de Carey Hayes no sale de la media en relación a otros films del género y recién en el final efectúa una vuelta de tuerca para entrelazar las historias, a pesar de que ya gran parte de los interrogantes estaban resueltos. Otro punto en alto para la crítica y estudio, es que nuevamente se utiliza un caso real para desarrollar la historia, agregándole un tinte especial al relato. A pesar de ser un poco predecible, El conjuro 2 brinda grandes momentos con mucha tensión y dramatismo. Gran parte de esto se debe a Joseph Bishara y su trabajo en la parte sonora, creando climas intensos que mantendrán al espectador al borde de la butaca y con los ojos bien abiertos –si los puede mantener así-. Siguiendo con la línea de su predecesora, -olvidemos el Spin off de Anabelle-, El Conjuro 2 mantiene el nivel que marcó su primera parte siendo de las mejores cintas del cine de terror de los últimos tiempos, sin llegar al desarrollo visual y narrativo de la primera, pero continuando la línea marcada desde aquel entonces. El Conjuro 2 es una película prolija, sin grandes aspiraciones pero funcional a lo que genera y provoca: grandes sustos acompañado de una buena estética y actuaciones en lo mejor del terror en estos tiempos.
Todo comenzó con una llamada telefónica. El 31 de agosto de 1977 Margareth Hogson se comunicó con la policía de Enfield, un municipio al norte de Londres, para denunciar que los muebles de su casa se movían solos. Cuando este curioso hecho se filtró en los medios de comunicación, periodistas del Daily Mirror y el Daily Mail enseguida se acercaron a la familia, con el objetivo de conocer las experiencias paranormales que vivían en ese lugar una madre soltera y sus cuatro hijos. En poco tiempo la historia de la casa embrujada de Enfield se convirtió en un fenómeno mediático en Gran Bretaña que acaparó la atención de los ingleses hasta 1979. Durante dos años el caso fue objeto de debates en la televisión y en las instituciones dedicadas a la parapsicología. La vivienda de la calle Green Street representó en Inglaterra el mismo fenómeno que generó en 1976 la casa embrujada de Amityville en Nueva York. Un tema apasionante que hasta la fecha sigue siendo un misterio. En su momento hubo investigadores que calificaron a estos hechos como un engaño mediático organizado por unos chicos y otros, como el matrimonio Warren, asociaron el caso con una posesión demoníaca. El año pasado se estrenó en la televisión inglesa una excelente miniserie protagonizada por Timothy Spall, The Enfield Haunting, que sigue de cerca la experiencia vivida por la familia Hogson. En El conjuro 2, el director James Wan narró esta historia desde la perspectiva de Ed y Lorraine Warren con la particularidad que el guión presenta numerosas licencias artísticas. La primera mitad del film sigue de cerca el caso real y luego la trama se mete de lleno en el terreno fantástico. Wan en esta oportunidad incorporó elementos del folclore inglés como la historia del Hombre Torcido. Un personaje aterrador de una macabra canción infantil que tranquilamente podría tener su propia película. La verdad es que el Hombre Torcido no tiene nada que ver con los hechos de la casa embrujada de Einfield pero el director lo utilizó para brindar momentos maravillosos. En definitiva no importa tanto si la trama se aleja del caso real, ya que la experiencia que brinda esta película es lo que va a quedar en tu mente a la salida del cine. Después de tantas decepciones que vimos en el último tiempo, El conjuro 2 ofrece un intenso relato de horror que le hace justicia a un género tan vapuleado. No es una obra maestra ni el director inventó nada nuevo, es más, creo que la primera entrega fue superior. Sin embargo, al compararla con las últimas producciones que llegaron a la cartelera dentro de esta temática, la labor de James Wan está en otro nivel y brinda una digna secuela. Al comienzo del film el director establece una correcta conexión de esta historia con el caso de Amityville. Esos primeros minutos que tienen lugar en la famosa casa de Nueva York son muchos más efectivos que las últimas películas que se hicieron con esa franquicia. El dominio que presenta Wan de la tensión y las atmósferas de suspenso es fascinante y logra cautivar por completo al espectador con el cuento que narra. En esta película en particular, el director evoca el trabajo de William Friedkin en El exorcista a través de la fotografía y el modo en que abordó las escenas más aterradoras. El detalle que hace especial a esta continuación de El conjuro es que la trama presenta personajes bien desarrollados que despiertan interés por las situaciones que viven. Más allá de las efectivas escenas de susto, detrás del conflicto hay un gran drama familiar que está sostenido por la excelente labor de todo el reparto. Al igual que la entrega anterior el casting de chicos que hicieron para esta producción es excelente y ofrecen muy buenas interpretaciones. La película no es buena por casualidad, sino que hay un conjunto de elementos que permitieron brindar un gran espectáculo. Es decir, un director que demuestra un dominio del género, un elenco con artistas talentosos y un guión atrapante que ofrece un cuento interesante. Si buscaban una historia de terror decente El conjuro 2 es una película ideal para disfrutar en el cine.
Al igual que la original, El Conjuro 2 es una obra maestra del terror y James Wan vuelve a demostrar que es un genio. Esa simple línea tendría que bastar como resumen porque es la pura verdad pero mi deber es desarrollar y hacer un poco de análisis. Por empezar, nos encontramos con otra adaptación de uno de los casos más famosos investigado y documentado por el matrimonio Warren, aquella pareja que se encargó de resolver muchos casos de tenor sobrenatural en la década del setenta y que -de manera extraoficial- fueron los únicos en la historia con la autorización de la Iglesia Católica para tales tareas. Es creer o reventar, pero hay mucha data y solo es cuestión de investigar un poco si a uno le interesa. En la primera película vimos dos casos de ellos, uno chiquito al principio que fue el de la muñeca Annabelle (que luego tuvo su spinoff en 2014 en un mediocre film en el que Wan no tuvo nada que ver) y una historia central. Aquí ocurre lo mismo solo que el primer caso el de Amitiville, por lo tanto uno muy famoso y contado muchas veces en el cine, motivo por el cual dudo mucho que lo veamos desarrollado por este equipo creativo en una futura secuela (precuela en realidad). Entonces con una estructura muy parecida y fórmula ya probada el realizador australiano hace buen alarde de sus dotes. El movimiento de cámara, uso de lentes y angulaciones que consigue en pos de narrar la historia es asombroso. Nos encontramos ante un prodigio de su generación al cual hay que seguirle la carrera muy de cerca (su próximo trabajo es la película en solitario de Aquaman que se estrena en 2018 luego de que se lo vea el año que viene en La Liga de la Justicia). El clima aterrador que consigue es excelente, más hoy en día cuando las casas embrujadas y posesiones demoníacas son moneda corriente en el cine. Soy gran consumidor de este género y pocas veces me asusté de la manera en la cual me sucedió viendo este estreno, a tal punto que en un momento lancé un pequeño grito por lo inmerso que estaba en la historia. Que eso me haya ocurrido es fenomenal y habla de una excelencia cinematográfica soberbia. El elenco se encuentra a la altura de la producción con interpretaciones descomunales por parte de los chicos muy bien casteados, y Vera Famiga y Patrick Wilson, quien aquí tiene un poco más de protagonismo que ella. En definitiva, si quieren asustarse mucho mucho mucho en una sala, si son amantes del buen terror, si quieren llevar a una chica para que los abrace bien fuerte, y si quieren por sobretodo ver buen cine no se pierdan El Conjuro 2, que pelea codo a codo con la primera parte por convertirse en la mejor película de terror de los últimos tiempos.
Dentro del género de horror, James Wan es una pequeña leyenda que crece día a día. Con la mínima producción de Saw en 2004 saltó a las grandes ligas, de la mano de un thriller novedoso que tuvo una inmensa reverberación en el terror durante años, pero fue con Insidious en 2010 y la suprema The Conjuring en 2013 con las que finalmente se consagró como un fantástico director, que sabe convertir todo lo que toca en una pesadilla. Tras pasar por la picadora de carne que es el cine pochoclero de acción en Furious 7 y demostrar que puede manejar tanto un presupuesto ínfimo como un gigante de millones de dólares, Wan volvió una vez más a las historias del dúo de Ed y Lorraine Warren, que esta vez cruzan el charco y se enfrentan a uno de sus casos más importantes en su controvertida área de trabajo. Si en 2013 la escena introductoria era la historia de la tétrica muñeca Annabelle, en esta ocasión la encargada de abrir la trama es la megapopular situación en Amityville, que ya tantas adaptaciones ha tenido a lo largo de sus años. Es muy inteligente de parte de los guionistas el utilizar esta célebre historia para comenzar a tejer lo que será el conflicto que subyace a la crisis en Enfield, Inglaterra, dando las claves para que los Warren salten al ojo mediático de la tormenta con su participación en Amityville, así como también sus razones personales para hacerse a un lado. Mas allá de ser una fantástica entrega de horror al estilo vieja escuela, lo que hacía maravillosa a The Conjuring era su proceso de darles vida a los personajes, con dimensiones muy cercanas y sensibles, lo cual hace que uno como espectador sienta mucha empatía con ellos. Pero el Mal no va a dejar nunca de perseguirlos y, cuando el drama en Enfield estalle, ahí estarán Ed y Lorraine para salvar el día, si es que pueden. Si algo demostró Wan previamente, es que es un maestro a la hora de crear climas tensos y atmósferas espeluznantes. Con una duración que supera las dos horas de metraje, es imposible sentir a The Conjuring 2 como una película que se extiende más de lo que debe. Desde la primera escena la platea percibirá una opresión constante, esperando el próximo salto en la butaca, que hace que se llegue al final y ahí es donde uno recién puede respirar. Algunos sustos están mejor diseñados que otros -nada supera el juego de manos de la primera entrega- pero en general son situaciones cargadas de tensión y dirigidas milimétricamente por Wan, que exprime hasta el último segundo de suspenso hasta explotar el miedo en la cara de uno. Nuevamente, el elenco es un destacado absoluto que eleva la propuesta por encima de la media en el género. Los consagrados Vera Farmiga y Patrick Wilson vuelven a calzarse sus atuendos respectivos y hacen lo que mejor saben: darle peso a sus caracterizaciones de personas reales, dándolo todo incluso cuando algunas escenas pueden resultarles a algunos ridículas. Farmiga es una actriz a la que es imposible sacarle los ojos de encima por la intensidad con la que trabaja sus papeles, y el terror le permite darle rienda suelta a esa potencia, mientras que Wilson esta vez tiene un poco más de protagonismo que ella y sabe ocupar la pantalla mientras la cámara lo sigue. Frances O'Connor es la genial y atribulada matriarca Hodgson, mientras que la Hodgson que se roba todas las escenas es la Janet de Madison Wolfe, quien tomó a pecho lo que hizo Linda Blair en The Exorcist y entrega una sentida y terrorífica actuación como el envase para toda la presencia demoníaca en su hogar. The Conjuring 2 es una soberbia segunda parte, en línea con la avasalladora primera, que encuentra solidez en una historia basada en hechos reales y crea una pesadilla inventada alrededor de dichos sucesos aparentemente ciertos. Su aire retro, la excelencia de Wan y el elenco, y una sucesión de escenas memorables la hacen una de las mejores entregas de horror del año, al igual que una exitosa continuación que puede no mejorar lo que se hizo previamente, pero que no deja de intentarlo con fuerza.
Disfruté mucho más de esta segunda parte, quizás por no encontrarle tantas referencias y “homenajes” obvios como la anterior... [Escuchá la crítica]
Asusta tan en serio como el original Los Warren, el matrimonio de expertos en lo paranormal presentados por el director James Wan en "El conjuro", vuelven a combatir las fuerzas del mal, pero esta vez, en Inglaterra. Mientras en los Estados Unidos la pareja interpretada por Vera Farmiga y Patrick Wilson son convocados para atestiguar si el promocionado "Horror de Amytiville" podría ser cierto o es sólo un fraude; una madre inglesa y sus cuatro hijos son víctimas de un caso parecido, o incluso peor. Eso según los que tienen fe, ya que la idea de los incrédulos es que hay mucha gente decidida a simular eventos sobrenaturales, por diversos motivos eminentemente prácticos. Por esto mismo es que la iglesia les pide a los Warrens que certifiquen si el caso les parece genuino. La idea es que la fuerza de la iglesia se basa en su verosimilitud, fuerza que perdería de tomarse en serio algo que pudiera descubrirse como una simulación. Alguien pregunta: "No se sabe qué es peor, si los espectros del infierno, o la gente que simula estar poseída por ellos". "Los demonios del infierno son mucho peores", contesta la señora Warren. Como pasa con muchas películas, "El conjuro 2" funciona mucho mejor viéndola que analizándola. Wan combina la participación de los Warren en el caso Amytiville para dejar claro el problema de su percepción paranormal en la que casi nadie cree, sumándolo a los horrores que los acosan cada vez que se arriesgan a ser parte de cada uno de estos casos. El fuerte de esta secuela es su capacidad de equilibrar las tremendas experiencias de la pareja protagónica con las cosas horribles que deben combatir en un típico barrio inglés donde una adolescente parece decidida a ser más temible que Linda Blair. Lo mejor que se puede decir de esta secuela es que, igual que la película original, consigue dar miedo seriamente. Las buenas actuaciones, y sobre todo, el montaje y la fotografía, realmente ayudan. Pero sobre todo el énfasis en que todo esto realmente ocurrió es uno de los principales elementos de James Wan para darle al público una serie de terribles sustos.
Uno de los que puso la vara alta para que juzguemos no tan positivamente a El Conjuro 2 (The Conjuring 2, 2016) fue el propio James Wan. Cuando el horror agotaba los recursos de la porno tortura que el propio Wan había llevado al mainstream con la primera película de la saga El Juego del Miedo (Saw, 2004), fue su La Noche del Demonio (Insidious, 2010) la que trajo aire fresco al género macabro estadounidense. Fue responsable -en parte, porque la primera Saw era más un thriller que un exponente de horror sádico- de un cambio de paradigma en el horror, y responsable -también en parte- de la renovación del género en el mainstream norteamericano seis años después. Si Insidious le devolvió al género la potencia narrativa y ciertos aspectos lúdicos perdidos (recordemos el genial diablo payasesco, el humo y el rojo furioso que recordaban al terror y a las exploits europeas de los 60 y 70, y algunas escenas de humor que descomprimían la tensión), también volvió a poner de moda al horror diabólico (o cristiano). Siempre si hablamos del horror postslasher americano de las últimas dos décadas, de películas con punto de vista omnisciente y que cuadran dentro de los parámetros superficiales de la narración clásica, y si obviamos la gran cantidad de producciones del falso found, que de El Proyecto Blair Witch (The Blair Witch Project, 1999) a Actividad Paranormal (Paranormal Activity, 2007) ya habían llevado al mainstream a brujas y demonios, pero desde la subjetiva constante. La primera parte de El Conjuro supo aprovechar esa ola diabólica que el propio Wan había generado y de yapa sacó del prólogo una película más, Annabelle; otra historia relacionada a casos supuestamente verídicos recopilados por el matrimonio Warren, los caza demonios más populares de la historia y semillero para gran cantidad de trasheadas y productos B del género como las dos execrables entregas de The Haunting in Connecticut y las mil y un secuelas de The Amityville Horror. Esta segunda parte se estructura casi de la misma forma que la primera: una familia working class, una casa protagonista donde los ecos de la muerte continúan rebotando por las paredes, una entidad demoníaca que trata de meterse en el cuerpo de una niña, referencias al horror diabólico y espectral de los 70 y los primeros 80, y un prólogo de otra historia, en esta ocasión no de una futura película sino de una pasada: la mencionada The Amityville Horror. El problema de la segunda entrega no lo encontramos en la reutilización de tópicos, ideas y referencias, sino en los agregados conservadores de Wan, quien si bien ya había demostrado ser un tipo algo reaccionario y tradicionalista (pensemos en sus “justicieros” de Saw y Death Sentence), aquí también saca a relucir su conservadurismo en la puesta en escena, y no por ir a la seguridad de la taquilla sino por la sensiblería que introduce en un género que no la necesita. La potencia formal de algunas escenas se diluye en decisiones de marketing que hasta ahora no parecían asomar en el cine de Wan, tal vez reaccionario pero duro, sin concesiones a los mariquitas guardianes de la moral del mundo audiovisual. Esperemos que sólo sea un traspié y no un nuevo cambio de paradigma en su cine y en el horror popular estadounidense.
Matrimonio a domicilio Cuando en 2013 salió El conjuro (The Conjuring) fue un éxito instantáneo que se convirtió en una de las películas de terror más importantes de los últimos años. Tuvo tanta relevancia que hasta hubo un spin off/precuela con Annabelle (2014) la perturbadora muñeca que se presentó en los primeros minutos. Con una recaudación de U$318000000 era el momento de que tuviese su secuela, y El conjuro 2 se desarrolla otra vez basada en los hechos reales que vivieron los Warren. Año 1977, seis años después de lo que pasó en la primera. Los expertos investigadores paranormales y demonólogos Ed (Patrick Wilson) y Lorraine (Vera Farmiga) siguen su labor “cazando” espíritus y demonios, esta vez son contactados para trasladarse a Enfield, Londres, y verificar si lo que se dice en los medios de Inglaterra es cierto. Se habla de que en la casa de Peggy Hodgson (Frances O´Connor), una madre abandonada con cuatro hijos, hay una poderosa presencia maligna que no los deja vivir tranquilos y tiene como catalizador a la pequeña Janet (Madison Wolfe) de 11 años. A pesar de que hay varios de los clichés vistos en el género, desde el primer minuto que la película empieza a crear climas y a crecer en intensidad, todo es acorde; y a medida que avanza logra momentos que realmente ponen tenso al espectador. James Wan quien, ya ha creado otra franquicia de terror como El juego del miedo (Saw, 2004) y dirigió y escribió las primeras dos de La noche de demonio (Insidious, 2010) otra vez se pone detrás de cámara y también como uno de los guionistas, logrando un ritmo que no hace pesados los 134 minutos que dura el film y se consolida como un gran narrador, donde hasta los movimientos de cámaras son parte del relato. El guion escrito por Wan, Chad Hayes, Carey Hayes y David Leslie Johnson es bastante redondo y deja pocos cabos sueltos, con aires a películas como Al final de la escalera (The Changeling, 1980) y Terror en Amityville (The Amityville Horror, 1979). Con un guiño directo a esta última, repite la fórmula de la primera y aunque eso le juega un poco en contra es una historia un poco más grande. El sonido y la música son piezas fundamentales dado que son unos de los ingredientes que componen todo el clima, además que el soundtrack tiene canciones de The Clash y Elvis (pueden escucharlo ACÁ). El conjuro 2 es una de las grandes películas de terror del año. Entra en ese limitado número de secuelas decentes que compite mano a mano c1on su antecesora y deja a Wan como uno de los mejores directores del cine de terror de la actualidad. Aún no se sabe si volverá al género ya que en su futuro se encuentra la película de Aquaman con Jason Momoa. Por último hay que mencionar que no hay que irse apenas aparecen los créditos finales ya que es interesante ver algunas cosas reales del que es el caso paranormal más documentado de la historia.
El cine de terror está vivo y con los pelos de punta En el año 2004 todos nos sorprendimos por una pequeña película de terror llamada “El Juego del Miedo” (Saw). Esta obra había sido pergeñada por dos jóvenes que prometían renovar un género de terror que venía bastante saturado y repetitivo. Ellos eran Leigh Whannell y James Wan. Y todo lo que habían prometido lo fueron demostrando con creces, ya sea produciendo, escribiendo, actuando o dirigiendo. Wan decidió quedarse detrás de cámaras y nos regaló películas como “Dead Silence” (2007), “La Noche del Demonio” (Insidious, 2010) y finalmente “El Conjuro” (The Conjuring, 2013), en donde terminó de pulirse, dejar su sello y convertirse en el “rey del terror” actual. Tal vez haya sido porque –y es justo decirlo– cualquier largometraje que traiga la leyenda “basada en un hecho real” tiene un plus para asustar (siempre que esté bien hecho, ¿no?). Haber tomado una de los casos de Ed y Lorraine Warren, famoso matrimonio de investigadores paranormales, fue un total acierto. Ellos fueron muy famosos décadas atrás y causaron gran sensación, y como esa película fue excelente todos esperamos ansiosos cuando se anunció su secuela. Hoy tenemos entre nosotros a “El Conjuro 2” (The Conjuring 2, 2016), una segunda parte muy digna de su antecesora. Año 1977. El matrimonio Warren ha quedado demasiado expuesto después de un caso en el que participaron en una localidad llamada Amityville (gran guiño al público). Ed (Patrick Wilson) está cansado de que los traten como farsantes, pero el malestar de Lorraine (Vera Farmiga) pasa por otro lado: tiene miedo de que pase algo malo, sobre todo de que le pase a su esposo. Es así que llegan a un acuerdo y deciden no tomar ningún caso más. Mientras tanto, en la pequeña localidad de Enfield, en Inglaterra, Peggy Hodgson (Frances O’Connor) es una mujer abandonada por su marido, en una situación económica crítica y que vive con sus cuatro hijos en una casa que se viene abajo. En ese lugar comienzan a sucederse extraños sucesos y fenómenos paranormales, que afectan sobre todo a una de sus hijas, Janet (Madison Wolfe). Pronto, la renombrada pareja de demonólogos tendrá que intervenir para poder ayudar a esta familia. El primer día de rodaje un cura bendijo el set de filmación. Dato fáctico. Y si eso los hacía sentir más seguros, está bien. Es que el caso Enfield fue uno de los más documentados de la historia, y también uno de los más terroríficos. En esta segunda parte no había que hacer muchas presentaciones, así que hubo tiempo en centrarse en la historia. Wilson y Farmiga transmiten química a través de la pantalla y todo el tiempo les creemos que son un matrimonio que se aman. O’Connor y la chiquita Madison Wolfe deslumbran con sus actuaciones. Pero lo que hace la excelencia de este film es su director. James Wan sabe qué asusta, cómo utilizarlo y en qué momento hacerlo, por lo que logra manejar a la audiencia a su antojo. Tal vez lo más flojo sea el subtrama sentimental de los Warren, que resta un poco a lo que estamos viendo. Pero son contadas con los dedos de una mano las oportunidades en que la secuela de un éxito mantenga el nivel y sostenga lo heredado. Y éste es el caso. “El Conjuro 2”, en sus títulos, muestras las fotos de las personas reales, por si quieren irse a casa con más miedo. Bajo ningún punto de vista hay que perderse esta película. Si quieren probar si son capaces de no saltar de sus asientos ante un buen susto, ésta su oportunidad. No se preocupen si no tienen éxito, porque es probable que no lo logren.
De cómo meter miedo con viejos trucos. Aunque no sea original y su estructura narrativa esté organizada como una cadena de “sketches” de terror, es innegable que El conjuro 2 está muy por encima de la mayoría de las películas del género que suelen estrenarse. Segunda parte de la que amenaza con convertirse en la saga de terror más exitosa de la década, El conjuro 2, de James Wan, vuelve a mostrar por qué algunos aciertos convirtieron al original en un clásico instantáneo, luego de su estreno hace tres años. También es cierto que en el camino se ha perdido algo del encanto que tenía aquel original. Ambientada en los años ‘70, ambas películas intentan reeditar el estilo y la estética que muchas de las películas más populares del género construyeron en aquella época. Es posible que la mayoría de quienes acudan a ver esta secuela salgan muy conformes; sin embargo las diferencias entre ambas películas son muchas, tantas como sus reiteraciones. Entre estas últimas se puede mencionar el hecho de que el guión pone otra vez a Ed y Lorraine Warren, un matrimonio de investigadores dedicados a lo paranormal, frente a un caso en el que una familia es acosada por espíritus violentos, como ocurría en la anterior. Primer lugar común que la secuela pone en evidencia: la utilización de chicos como víctimas de lo sobrenatural permite generar una empatía muy alta, porque coloca a cada espectador frente al recuerdo de sus propios miedos infantiles. ¿O quién no le tuvo miedo a la oscuridad, a los relámpagos y los truenos, a los ruidos durante la noche o a una puerta que se cierra sola? Si el protagonista es un chico, el efectismo se potencia, y si los chicos son varios, mucho mejor. James Wan le saca el jugo al recurso, pero es cierto que lo viene usando en casi todas sus películas (ver también la saga La noche del demonio). Gran parte del éxito en la apropiación de una estética de terror “setentista” de El conjuro tenía que ver con el “homenaje” que Wan hacía a muchos de aquellos films. Homenajes explícitos, como la pelota empujada por nadie que baja por una escalera, recurso tomado de Al final de la escalera (The Changeling, Peter Medak, 1980). Golpe de efecto que Wan vuelve a pedir prestado en esta segunda parte, usando un camioncito de juguete en lugar de la clásica pelota. En este punto vale la pena incluir una posible máxima del cine, creada ad-hoc para el caso: “Usar una vez es homenaje; usar dos veces es un insulto a la cinefilia del espectador”. Algo similar hace Wan con la famosa escena de El exorcista, en la que el padre Karras se pega un susto bárbaro (y todo el público con él) cuando su teléfono empieza a sonar en el momento en que está escuchando una de esas grabaciones demoníacas. La escena, el modo en que el personaje se sobresalta y la forma en que la cámara toma al teléfono en primer plano, haciéndolo parecer gigante, son replicadas por Wan. Otro homenaje, claro. Otro recurso reiterado es el de la leyenda “basado en hechos reales”, que en este caso es apropiada. La película recrea un caso muy famoso de la historia de lo paranormal, conocido como The Enfield Poltergeist, ocurrido en los suburbios de Londres en el invierno de 1977, sobre el que se realizó el documental Interview with a Poltergeist (Nick Freand Jones, 2007) y una serie de televisión (The Enfield Haunting, 2015, protagonizada por Timothy Spall). En YouTube puede verse el informe original de la BBC (The Enfield Poltergeist Nationwide Special), en la que las dos hermanas adolescentes de la familia afectada se aguantan la risa como pueden, mientras la más chica intenta hacerle creer a todo el Reino que un espíritu habla a través de ella. Por otra parte El conjuro 2 se aleja de los clásicos cuando comienza a reiterarse en el uso de otros recursos más propios del género en la actualidad, punto en el que vuelve a tropezar con el lugar común o el “homenaje”, esta vez a sus contemporáneos. Como lugar común se puede mencionar a una de las criaturas macabras que habitan el film, una especie de Marilyn Manson en toda regla, mientras que otro de esos monstruos (The Crooked Man, quien no sería raro que en los próximos años tuviera su propia película), presenta no pocos puntos de contacto con el monstruo de la película australiana The Babadook (Jennifer Kent, 2014). Más allá de todas estas posibles conexiones, también debe reconocerse que Wan es muy hábil para obtener muchos beneficios de cada uno de estos recursos. Con todo, aunque no sea original y su estructura narrativa esté organizada como una cadena de “sketches” de terror, es innegable que El conjuro 2 está muy por encima de la mayoría de las películas del género que suelen estrenarse.
EL CONJURO QUE NO NOS HECHIZA Esta segunda entrega no atrapa ni perturba como la primera, ya que no tiene un caso paranormal que erice nuestro alma, que nos lleve al mismísimo infierno, ese infierno que los Warren describen. En esta oportunidad Ed y Lorraine Warren viajarán al norte de Londres, en los años 70, para ayudar a una madre que tiene a su cargo cuatro hijos y que vive sola con ellos en una ominosa casa que por supuesto tiene una gran presencia demoníaca La primer media hora resulta lenta y predecible. Y solo el “susto” llega con muñecos que se mueven o puertas que se cierran. Cabe destacar los detalles de la época, que están muy bien logrados. Y ver “homenajes” de James Wan para el film “El Exorcista”. Subo dos puntos por las actuaciones de todos, Vera Farmiga (Lorraine), Patrick Wilson (Ed), logran grandes interpretaciones, en la piel de los verdaderos y extraños Warren. Y especialmente una gran actuación de la pequeña poseída, Madison Wolfe.
Con un director de la talla de James wan (El juego del miedo, La noche del demonio y El Conjuro) llega la segunda de la última, una de las películas más celebradas en el género del terror. Siete años después de los eventos de El Conjuro, Lorraine (Vera Farmiga) y Ed Warren (Patrick Wilson) desembarcan en Inglaterra para ayudar a una familia atormentada por una manifestación poltergeist en su hija. La trama está basada en el caso Enfield , registrado al final de la década de 1970. Los archivos de Ed y Lorraine Warren vuelven a llevarse a la pantalla en El conjuro 2. Como clásicas películas de terror de los 70 y los 80 como El exorcista o Poltergeist. La historia no busca utilizar el miedo y el susto constantemente, sino ir progresando lo a lo largo del film. La primera mitad de la película funciona como catalizador de los eventos, incluso Wan se da el lujo de arrancar con uno de los casos más mediáticos y más cotizados en el cine como el de Amityville. Impregna mucho detalle a su historia, reforzando el concepto de “eventos reales”; incluso agrega situaciones de humor y familia; que pueden llegar a sobrar en el relato. Las secuencias son el fuerte en la filmografía de Wan y si el espectador ya está acostumbrado al susto fuerte, el director busca dar más miedo y generar suspenso con sus silencios huecos y con la intrigante historia real de los Warren. La casa funciona clásicamente como un personaje más del relato. Dejando de lado la obviedad de la posesión. Los recursos del género se intensifican ante la presencia de escenarios como sótanos, carpas y camas de niños.
Llega de la mano del mismo director malayo James Wan que dirigió la anterior “El conjuro” en el 2013, además dirigió “Rápido y furioso 7”; “La noche del demonio2”y “Sentencia de muerte”; entre otras. El desarrollo de esta historia se sostiene principalmente porque se dice que se encuentra basada en una historia real y se convocó a la misma pareja protagonista de la anterior: Vera Farmiga (“El juez”, “La huérfana”) y Patrick Wilson (“La noche del demonio 1 y 2”) quienes tienen buena química. En esta ocasión se encuentra ambientada en Inglaterra en los años 70 y tienen que ayudar a una madre sola que vive con sus cuatro hijos quienes comienzan a vivir una serie de situaciones terroríficas. El espíritu atrapa primero a la hija menor Janet Hodgson (Madison Wolfe, “Joy: el nombre del éxito”) y vemos momentos similares al “El exorcista”. Contiene buenos planos secuencias, objetos que vuelan, puertas que se traban, espíritus, todos los elementos que forman parten del género, hay tensión y se crean buenos climas. Buena reconstrucción de época. Ideal para las nuevas generaciones.
En 2013 el estreno de El Conjuro no solamente significó un éxito de taquilla; pocas vece hay un consenso tan general en una película de género entre público y crítica acerca de la calidad del resultado, al punto de hablar de un clásico instantáneo y de expectativas altísimas desde los primeros trailers. Su secuela no se iba a hacer esperar, en el medio, un Spin Off que no corrió con las mismas opiniones favorables aunque sí repitió parcialmente su éxito. El Conjuro 2 repite el mismo equipo, su director James Wan un nombre puesto en el cine de terror; los guionistas Chad y Carey Hayes (La Casa de Cera) a quienes se les suma David Leslie Johnson (La Huérfana) más el propio director; y lo fundamental, la misma pareja protagónica. La historia comienza en 1975, el matrimonio de expertos paranormales conformado por Ed y Lorraine Warren (Patrick Wilson y Vera Fármiga) se encuentra analizando uno de los casos de posesión más famosos de la historia, la casa de Amityville en el 112 de Ocean Avenue, precisamente el caso que puso a los reales Warren en el tapete de las noticias. Lorraine presiente, tiene una de sus visiones espectrales y nuevamente entra en pánico al haber estado tan cerca del infierno. Dos años después, los Warren ocupan horas en programas de talk-shows que cuestionan sus actividades. Pero la acción principal se traslada a London, en el barrio obrero de Enfield, allí vive Peggy Hodgson (Frances O’Connor quien tuvo una ráfaga de éxitos en la primera mitad de la década del 2000) madre de cuatro hijos recientemente abandonada por su marido. Las dos hijas de la mujer, Janet y Margaret (Madison Wolfe y Lauren Esposito) juegan con una tabla ouija construída en la hora de manualidades del colegio. Esa misma noche lo inexplicable comenzará a ocurrir. Janet caerá presa de un ente (¿Un fantasma?) que la posee y domina la casa con una brutalidad inusitada. Peggy presenciará uno de esos hechos y el pánico se adueñará de la familia y los vecinos. Mientras tanto, en EE.UU., Lorraine continúa con sus premoniciones cada vez más clarificadoras e insiste a su marido de abandonar “la profesión”. Ambos serán convocados por la Iglesia Católica como observadores en el caso Enfield, y aunque primero se negarán terminarán aceptando y viajando al viejo continente. Lo que sigue no lo adelantaremos aunque no ofrece mayor sorpresa sobre lo que puede esperarse de una secuela de El Conjuro. Solo decir que a los Warren se suma otro investigador inglés Maurice Grosse (Simon McBurney) y la escéptica psicóloga y parapsicóloga Anita Gregory (la alemana Franka Potente, otra cara recuperada del cine de género). Eso es lo que define a esta propuesta, no ofrece mayores sorpresas. El suceso de la primera entrega sería digno de un interesante análisis. El cine de casas embrujadas y posesiones es un subgénero propio dentro del terror. Hay películas de todo tipo y clase sobre esos temas. A primera vista El Conjuro no parecía entregar nada nuevo, se replegaba en efectos y trucos ya vistos varias veces ¿Entonces qué era lo que la hacía destacable? Quizás precisamente eso, que se trataba de un film clásico, que no intentaba apabullar con parafernalia nueva y colocaba todos los elementos que ya conocíamos pero bien hechos y con el presupuesto digno de una “película importante”, más el plus de tratarse de un caso real y de un matrimonio medianamente conocido. El Conjuro 2 saldrá mejor parada cuando se apegue a esa misma idea, cuando se acerque a lo clásico, que por suerte es la mayor parte de su extenso aunque no aletargado metraje. El presupuesto esta vez es mayor y se nota, pero eso le permite hacer uso de algunos efectos digitales que no encajan del todo bien con la propuesta. El gran acierto es centrarse en los personajes, Ed y Lorraine son seres que nacieron para formar parte del mundo del cine de terror, y tanto Patrick Wilson como Vera Fármiga les sacan todo el jugo posible a sus criaturas. La química entre ellos es fuerte, crean empatía con el resto y con el público, y algo que sí marca la diferencia, se creen lo que están haciendo. Para mejor, esta vez, el guión les dedica mayor espacio, se los va en su intimidad y tienen una historia propia (aunque es demasiado similar a la que ya vimos en la primera película). El hecho de colocar a dos caras reconocidas como O’Connor y Potente también colabora con la identificación y ambas se destacan en personaje si se quiere antagónicos. Lo mismo para con la pequeña Madison Wolfe quien logra expresar el terror y el desconcierto sobre lo que pasa por su cuerpo. Hay algunas incongruencias y hechos que no quedan del todo claros, como detalles para el espectador más atento que tampoco tienen demasiada explicación; pero nada de eso pareciera influir demasiado sobre lo que vemos. La ambientación también es otro punto fuerte, la granulada fotografía de Don Burgess entre lo clásico y lo lúgubre, y la banda sonora con varios hits de la época acompañada por tonos tétricos de Joseph Bishara; realizan un importante aporte en el logrado clima. Wan sabe cómo asustar, los golpes de efecto son la especialidad del director de El Juego del Miedo, y acá otra vez abundan, en buena ley. Salvo algunos detalles imperceptibles, y un ritmo no del todo parejo; todo parece ser correcto en esta secuela entre más se relaciona con su original. Al igual que aquella ofrece un entretenimiento digno y poco más de dos horas en las que no se puede despegar los ojos de la pantalla. También deja esa sensación de que todo esto ya lo vimos, quizás a otro nivel de producción, quizás en un grado mayor de improvisación, pero lo transitamos, y podemos ir adivinando a ciencia cierta cada uno de los pasos que el argumento irá entregando.
Vuelven los Warren, vuelve el terror más profundo de la mano de James Wan, quien una vez más se pone detrás de cámara para dar cátedra de suspenso con “El Conjuro 2” (USA, 2016), secuela de la ya clásica cinta y que tuvo hasta un spin off olvidable. En esta oportunidad la acción se retrotrae en el tiempo para mostrarnos a Lorraine (Vera Farmiga) y Ed (Patrick Wilson) en un momento de su carrera luego de los terribles hechos acontecidos en Amytiville y antes de afrontar un nuevo desafio. Pero Lorraine no quiere saber más nada en esto de ser los especialistas en espiritismo más importantes del mundo, por lo que, alejada de todo, intentará llevar una vida normal. Pero claro está, esto es cine, y es Hollywood, por lo que Wan nos llevará a Inglaterra, a la humilde morada de una mujer (Frances O’Connor) quien verá como la apacible rutina junto a sus hijos se verá trastornada cuando un espíritu comience a “dialogar” con una de sus hijas. Absorta y sorprendida, decidirá hacer una denuncia policial por los extraños sucesos que acontecen dentro de la vivienda, pero al no contar respuesta y ayuda, se volcará a hacer público el caso de la “posesión” de su casa e hija para así tener alguna respuesta “real” sobre qué está pasando. Y cuando todo se comienza a complicar más en Inglaterra, los Warren son enviados hacia el lugar para obtener pruebas fehacientes de los hechos y descartar desde la Iglesia cualquier engaño que se quiera hacer. Lorraine, atormentada por los miedos e imágenes de su última sesión, verá como este nuevo caso la expondrá a un sinfín de atrocidades, las que, encarnadas en la siniestra imagen de una monja diabólica, y la utilización de una niña de 11 años como vehículo del espíritu, la harán replantearse una vez más su condición de “vínculo” con el más allá y su condición como investigadora del más allá. Wan maneja con maestría el suspenso y el fuera de campo, y se aprovecha de algunos recursos del género que trastocan la lograda narración, digresiva, pausada, con la que comienza a conformar el universo Warren y el universo Hodgson (la familia asediada por el demonio), tan necesario para el relato como la dosis exacta de miedo y terror que le impregna a la historia. Además aprovecha para jugar con el dispositivo, y así logra escenas inmersivas, planos subjetivos, cenitales, y logrados travellings, que intenta simular la idea de plano secuencia, que elevan la calidad del producto. “El conjuro 2” es una de las más acabadas muestras del cine de género, ese que tantos adeptos tiene, logrando cumplir con el objetivo que se plantea y superando con creces las expectativas depositadas en la secuela, las actuaciones protagónicas, la suma de una serie de secundarios de lujo (Franka Potente, Simon McBurney) y la tensión in crescendo de la historia.
James Wan se ha convertido en una de las pocas mentes maestras que el terror posee en la actualidad. Sus comienzos en el primer film de la saga "Saw" ("El Juego del Miedo"), daban a entender que allí residía una imaginación diferente a la tradicional. Los dos primeros films de "Insidious" subrayaron dicho talento, pero no fue hasta el 2013 con el estreno de "El Conjuro" que los espectadores pudimos disfrutar y sufrir de todo su potencial como creador de pesadillas. Uno podría pensar que es una tarea imposible tratar de igualar lo logrado en aquella propuesta de terror, pero lo imposible para algunos es cuestión de trabajo, talento y dedicación para otros. James Wan lo volvió a hacer y le regala a su público una experiencia aterradora en "El Conjuro 2".
En la boca del miedo El conjuro 2 se parece a las películas de espíritus de los ‘70 y '80 y tiene dos virtudes: no apela a la nostalgia y, sobre todo, asusta. Es probable que el terror sea el género de la infancia. Todos recordamos alguna película que nos provocó pesadillas durante días, que nos hizo temerle a la oscuridad más que de costumbre; y por más sensibles que sigamos siendo de adultos, es difícil que la intensidad de ese miedo se repita. De grandes nos reímos de cosas distintas que de chicos, pero nos seguimos riendo. El terror, en cambio, ese tipo de terror, ya no se consigue. Los que crecimos en los '80 con el apogeo del VHS y los videoclubes convivimos, sin saberlo entonces, con una suerte de edad de oro del género. Cuando todavía no sabíamos quiénes eran Sam Raimi, Tobe Hooper o Wes Craven, veíamos sus películas fascinados y aterrados. Esa fue mi puerta de entrada al mundo del cine, una puerta que parecía ser la del Infierno y terminó siendo la del Paraíso. El conjuro 2 -y su predecesora- están dirigidas por James Wan, un tipo de esa generación (tiene 39), admirador de esas películas. Además de un talento evidente para la puesta en escena y el manejo de la cámara, Wan tomó una decisión inteligente: El conjuro no es un homenaje, ni una remake, muchísimo menos una parodia; es una película moderna pero hecha como si estuviéramos en los años '80, como si la serie Scream y su autoconciencia no hubieran ocurrido. El resultado es extraordinario. Lo fue en la primera entrega y repite ahora, aunque la fórmula sea casi idéntica. El matrimonio de parapsicólogos Ed y Lorraine Warren (Patrick Wilson y Vera Farmiga) son convocados por la Iglesia Católica para comprobar si los reportes de actividad paranormal en la casa de una familia en Londres son ciertos o son un engaño. Ahí vive Peggy Hodgson (Frances O'Connor) sola con sus cuatro hijos. Una de ellas, Janet (Madison Wolfe, futura estrella), es la más afectada: empieza a despertarse en lugares extraños de la casa y a hablar como poseída. Los modelos son evidentes: El exorcista, La profecía y Poltergeist son algunos, pero también otras películas clase B como El ente y Aquí vive el horror. Para eso James Wan ambienta su historia en 1977 -todas esas películas son de entre 1973 y 1982- y se dedica a trabajar con cuidado cada escena para exprimir al máximo las posibilidades de tensión y sobresalto. Wan sabe que aunque la génesis del miedo siempre sea la misma, un chico hoy está expuesto a una cantidad de material mucho mayor y más cruento que el de un chico de hace treinta años; las muertes reales están en YouTube. Y que los chicos que nos asustábamos con la mirada de Damien o con Carol Anne frente al televisor con lluvia hoy somos adultos que le tenemos más miedo a un cheque de pago diferido que a un espíritu. Pero sabe, también, que para llegar al corazón de nuestro miedo las únicas armas posibles son las cinematográficas. El conjuro 2 es una película de terror al estilo de las de los '70 y '80 que da miedo en 2016 tanto a los que fuimos chicos en los '80 como a los que son chicos hoy, que no apela a la nostalgia ni al posmodernismo. James Wan hizo algo que parece sencillo pero no lo es: volvió a las fuentes. Para volver a las fuentes y que su película funcione hoy es preciso ser creativo para que las imágenes provoquen escalofríos, dominar el lenguaje del cine. Y eso no es para nada sencillo.
Los "X-Files" del terror no se acaban La secuela del éxito de 2013 mantiene el nivel de la primera entrega y utiliza los mismos recursos pero, curiosamente, el director James Wan se las ingenió para que el chucho permanezca intacto. Como suele suceder con cualquier exponente de género del terror, el gran éxito cosechado hace tres años por El Conjuro generó una secuela que, por fortuna para la franquicia, recayó en manos del director James Wan. Y digo afortunadamente porque lo mejor para este tipo de filmes es que vuelva a reunirse el mismo equipo para ver qué se le puede agregar a la secuela que le permita mantener el efecto de la primera, algo que no siempre se logra. En este caso, los guionistas del filme –de nuevo Carey y Chad Hayes-decidieron trasladar la acción a Enfield, un suburbio londinense en el que una niña manifiesta síntomas de posesión diabólica de tal magnitud que ha obligado a toda su familia a mudarse de la casa que habitan. Esta situación encuentra al matrimonio Warren, compuesto por Ed (Patrick Wilson) y Lorraine (Vera Farmiga), en una crisis de fe en la que se cuestionan seguir con su investigación de hechos paranormales tras la pericia psíquica que llevaron a cabo en la famosa mansión embrujada de Amityville que tantas películas ha inspirado en su tiempo, y que los ha colocado en el ojo de una tormenta mediática. De todas maneras, la pareja superpone el bien común por sobre sus deseos y viajan a Inglaterra donde encontrarán un nuevo desafío que pondrá a prueba no sólo su fortaleza de cuerpo y mente sino también su capacidad para detectar a un importante foco del mal. El director James Wan toma todos los elementos que hicieron famosa a la primera parte y los lleva a un nuevo nivel, no sólo a nivel narrativo sino también de caracterización de personajes. Hay una monja siniestra que persigue a la pareja de un lado a otro y su semblante es tan terrible que se va a casa con el público una vez que la función terminó. A ese punto ha llegado el realizador con este trabajo con el que seguramente continuará su arremetida de éxitos que arrancó allá por el 2004 con El Juego del Miedo (Saw), siguió con La Noche del Demonio 1 y 2 (Insidious) y se desvió con la explosiva Rápidos y Furiosos 7, el tercer filme más taquillero del 2015, aunque, pensándola bien, ahí también estaba implicado el tema del más allá... Lo cierto es que este conjuro continúa funcionando al punto de que saltar de la butaca será el menor de los inconvenientes del espectador, que, a pesar de vérselas venir, cae en la trampa una y otra vez. Y eso es como regalarle golosinas a un fanático del género. La combinación entre música tétrica e imágenes al borde de lo subliminal (que en más de una ocasión rinden "homenajes" a clásicos del género como la secuencia de títulos con "El Exorcista"), funciona como un mecanismo de relojería, afinado "a la suiza". La sutilidad con la que Wan maneja las sombras se convierte también en un "cuco" aparte que tendrá a más uno en vilo por las más de dos horas de duración del film. Las actuaciones cumplen con el objetivo de colocar al espectador en el lugar de los personajes y hacerlos sufrir todas las penurias a las que los someten los espectros, aunque, eso sí, continúa esa tendencia a colocar al cristianismo como la única solución a un caso de posesión demoníaca. Sin embargo, ese detalle que no hace más que hacer justicia a la historia real de los protagonistas, de los que, por cierto, todavía quedan muchas historias que contar. Y ojalá que lo hagan.
Enfield, en la zona norte del llamado Greater London, bien podría ser un municipio del Gran Buenos Aires. Y más aún en 1977, en el que la situación económica inglesa dejaba a ese país muy cerca de parecerse a uno del Tercer Mundo. Las filas y filas de casas idénticas, de esas que habitualmente asociamos al cine de Ken Loach o Mike Leigh, funcionan en EL CONJURO 2 como un escenario realista para una película de terror que, al menos en los papeles, se basa en un caso verdadero, el llamado “Poltergeist de Enfield” que aterrorizó a una familia inglesa a fines de los ’70. Secuela de la exitosa EL CONJURO y dirigida otra vez por James Wan, el realizador australiano de origen malayo a quien le debemos títulos impactantes como EL JUEGO DEL MIEDO y LA NOCHE DEL DEMONIO (de la primera saga solo hizo una, de la siguiente hizo las dos), la película lleva a esos escenarios tan británicos a los investigadores paranormales Ed y Lorraine Warren, en lo que es un evidente choque cultural entre estos norteamericanos religiosos y una familia inglesa de bajos recursos, con madre separada e hijos adolescentes un tanto rebeldes. Wan no explora demasiado esos territorios y cuando lo hace por momentos le sale mal (cuando cuela la canción “London Calling”, de 1980, en el soundtrack con un clip convencional del Londres punk de 1977) y en otros, mejor, como cuando respeta las fotos del cuarto real de la protagonista, con posters de David Soul y otras imágenes menos canónicas y estandarizadas de la época. Pero una vez planteado el universo, Wan se dedica a lo que mejor sabe hacer: espantar y mantener atrapada a la audiencia con sus recursos visuales. Los Warren viajan a investigar si lo que le está pasando a Janet, una de las hijas de la familia, es una posesión demoníaca y, al llegar allá, los especialistas (tras una intro que pasa rápidamente por su caso más famoso, el de Amityville) se encuentran con un problema: no parece quedar claro por falta de evidencias audiovisuales si lo que le pasa a la pequeña es una posesión o un intento más plausible de fabulación familiar para intentar que el Estado los mude a una casa en mejores condiciones. Ya descubrirán los hilos extraños que aparentemente mueven a esa posesión, algo que el filme se ocupa en detallar tal vez excesivamente por lo que se termina extendiendo por arriba de las dos horas. Pero más allá de los deslices narrativos o las discusiones acerca de la plausibilidad de algunos hechos, donde Wan mejor se maneja es en la creación de estados de tensión. Utilizando planos secuencia intensos que son brutalmente interrumpidos, imágenes que asoman tenebrosamente en la oscuridad, pequeños pero espeluznantes cortes de un par de “fotogramas” dentro de un plano y un uso del sonido tan efectista como efectivo, Wan consigue que la batalla por el cuerpo y la mente de Janet tome características épicas aún cuando solo se reduzca a los límites de una pequeña y destartalada casa suburbana, muy alejada de las mansiones embrujadas del horror inglés de antaño. Más allá de su excesiva duración, EL CONJURO 2 funciona por donde se la mire y es más que probable que sea la secuela que mejor funcione comercialmente entre las estrenadas este año (vienen de fracasar, al menos relativamente, las de ALICIA EN EL PAIS DE LAS MARAVILLAS, LAS TORTUGAS NINJA y X-MEN, entre otras). No sólo eso, en manos de Wan, es probable que los Warren –interpretados con solidez y una simpática exageración de “americanos tradicionales” por Patrick Wilson y Vera Farmiga– se conviertan en una curiosa franquicia, ya que son varios los casos reales en los que intervinieron. Curiosa, digo, porque son personas de mediana edad cuyo poder más importante está en las visiones de ella y en la portación de crucifijo de él. Pero con eso –y el manejo de los recursos clásicos del género por parte de Wan– les alcanza para convertirse en una suerte de superhéroes de la vieja escuela.
Un espectáculo del susto En El conjuro 2, el director malayo James Wan vuelve sobre otro caso real investigado por el matrimonio de Ed y Lorraine Warren. Y se da el gusto de sugestionar al espectador. Se suele definir el miedo como una sensación de angustia provocada por la presencia de un peligro real o imaginario. Mientras que el susto es una impresión momentánea de miedo por algo que aparece u ocurre de forma repentina e inesperada. Una puerta que se cierra de golpe da susto, no miedo. James Wan es uno de los pocos directores que logra combinar de manera envidiable el miedo y el susto. Después de ver El conjuro 2, apagar la luz y rezar un Padrenuestro antes de conciliar el sueño puede convertirse en algo aterrador, ya que se hace difícil no pensar en esa monja que persigue al matrimonio Warren. La historia transcurre en las vísperas de Navidad de 1977 en Enfield, Inglaterra, en una típica casa de barrio habitada por una familia disfuncional de clase media baja: el padre se fue con otra mujer y la madre está a cargo de sus cuatro hijos, dos varones y dos mujeres. El nacimiento del punk y Margaret Thatcher en ascenso son el telón de fondo. Es en este contexto donde Wan recrea el caso de posesión demoníaca más documentado de la historia. Los encargados de la investigación vuelven a ser los especialistas en sucesos paranormales Ed y Lorraine Warren (interpretados nuevamente por Patrick Wilson y Vera Farmiga). Son ellos quienes, gracias a su química, hacen avanzar la película; y son ellos, también, los protagonistas de una historia de amor que se desarrolla por debajo de la trama principal. La película empieza con un prólogo dedicado al caso de Amityville, sucedido en 1974. James Wan va a tener presente tres películas fundamentales: El exorcista (1973), Aquí vive el terror (1979) y Poltergeist (1982). Y es ahí donde el director malayo se hace fuerte, al demostrar el conocimiento que tiene del género que aborda. Si bien recurre a los mismos elementos de El conjuro (2013), lo destacable de El conjuro 2 es la capacidad de Wan para sugestionar al espectador. El problema es el método que aplica, que consiste en la imposición del miedo a través de una serie de sustos: ventanas que estallan, puertas que se cierran con estrépito, casas con escaleras y sótanos y chimeneas tenebrosas, focos que se rompen, hamacas que se mueven solas, sillas que se desplazan de la nada y crucifijos que se invierten. James Wan trata con respeto el caso de Enfield, pero lo hace siguiendo los mandatos del cine comercial de Hollywood. Le falta tomar riesgos e intentar una prosa cinematográfica a la altura de su conocimiento del género. La balanza se inclina por el efecto sorpresa y por la aparición repentina. Y todo con una alta dosis de espectacularidad. El conjuro 2 es un espectáculo del susto.
Crítica emitida por radio.
En El Conjuro 2, Vera Farmiga y Patrick Wilson interpretan una vez más el papel de Lorraine y Ed Warren, quienes, en una de sus investigaciones paranormales más aterradoras, viajan al norte de Londres para ayudar a una madre soltera que vive sola con sus cuatro hijos en una casa plagada de espíritus malignos. Así como en la primera película el prólogo nos contaba la historia de Annabelle, aquí es el turno de la posesiones de Amytiville, uno de los casos más famosos estudiados por los Warren. Esta intro, terroríficamente climática y filmada con maestría por James Wan, sirve de anticipo para lo que vendrá: dos horas a puro sustos. Un metraje cargado de clima de horror setentoso que eriza la piel en cada fotograma. Bien actuada, excelentemente rodada, es una experiencia fílmica destinada a generar pesadillas, para espectadores valientes. Un nuevo opus del mejor cine de horror.
Vuelven los Warren, el matrimonio más freak del universo, en la esperada secuela de ese elegante e implacable film de terror que fue El Conjuro. Los expertos, capaces de percibir con dones naturales –ella-, coraje, corazón y técnica –él- la presencia de espíritus demoníacos, piensan en dedicarse a dar conferencias, afectados por tanto contacto con fuerzas del infierno. Pero en Inglaterra, una familia en apuros los necesita. Y los Warren enfrentan sus propios miedos para responder al llamado. El director James Wan vuelve a mover las palancas del miedo en su paleta clásica: una puerta que se abre, una hamaca que se mece sola, una niña que ve cosas en la oscuridad cuando todos los demás duermen. Primer gran punto a favor: no estará sola en ese lado oscuro. Son terrores que laten en el corazón de una familia que lucha contra eso diabólico que se apodera de la pequeña Janet, de 11 años. Durante más de dos horas, Wan regala una película suculenta y absoluta, gozosamente terrorífica, como los grandes ejemplos del cine de género de cuando éramos chicos, los que no se olvidan nunca. Pero El Conjuro 2, acaso mejor la 1, no es sólo una acumulación de sustos. Wan trenza una doble vulnerabilidad: la de la familia inglesa necesitada y la de los Warren, pareja de profundo y melancólico romanticismo, aferrados el uno al otro como dos niños carenciados. El terror funciona como una maquinita en la que lo previsible no atenta contra la eficacia, porque Wan y sus guionistas construyen personajes de peso, que nos importan, y mucho. Cuando termina -y por favor no se vayan antes de la magnífica secuencia de títulos-, queremos seguir al tanto de cómo les va. Todo envuelto en una bellísima recreación de la estética de finales de los setenta, con posters de Starsky & Hutch y música de Elvis.
Quienes creen que el terror es solamente el susto (algo que se logra aumentando un instante el volumen o haciendo “bú” rápidamente) se habrán aburrido de la ola creciente de seudo películas basadas únicamente en las posibilidades técnicas del recorte y el repentismo. Pero quizás sí hayan visto El conjuro, de James Wan (alguien que comprende muy bien el género) y hayan descubierto que una buena película de terror requiere suspenso y actores. Pues bien, esta segunda entrega ve a los personajes de Vera Farmiga y Patrick Wilson (dos muy buenos intérpretes) enfrentando un caso de fantasmas y posesión maligna en una casa de Londres. Pero Wan no ha olvidado que aquella primera película funcionaba porque los personajes tenían una vida que compartían con nosotros, eran humanos, pasaban necesidades y funcionaban como reflejo de una sociedad. Aquí eso no es novedad pero no importa, porque funciona exactamente igual de bien que en el primer film. Esa madre sola con cuatro hijos y fantasmas que agobian y ponen en peligro su familia es el reflejo de las angustias de cualquier persona con responsabilidades y dificultades. De allí que la película refuerce el terror a partir de la empatía, esa cosa necesaria que muchos abocados a crear pastiches sanguinolentos han olvidado. Sí, por supuesto: las secuencias de terror, tratadas con los efectos y el tiempo justo, funcionan maravillosamente bien. Dan miedo, y de eso se trata este asunto.
Los cazafantasmas Después del éxito de “El conjuro” (2013), el director malayo James Wan volvió sobre los pasos de Lorraine y Ed Warren, la famosa pareja que se encargaba de casos paranormales en la década del setenta. Esta vez la dupla debe investigar extraños sucesos en una destartalada casa del norte de Londres, donde sobreviven como pueden una madre y sus cuatro hijos. El drama se desencadena cuando la hija menor empieza a ver y a comunicarse con el temible fantasma de un anciano que habita la casa. “El conjuro 2” tiene el gancho de estar basada en “hechos reales”, y el director es muy hábil en ese sentido: apela a una realismo con un look setentoso, intentando recuperar la atmósfera de clásicos como “El exorcista”, y nunca cae en lo truculento o en la violencia sádica. El problema es que los recursos que elige se han visto mil veces en el cine de terror, entonces ya no asustan. La silla que se mueve sola, el crucifijo que se da vuelta, la niña que habla con voz de monstruo, el juguete de apariencia diabólica... son trucos que atrasan demasiado, y ni hablar si se repiten a lo largo de 133 minutos. Hacia el final la película ensaya una vuelta de tuerca que aumenta la tensión, pero todo se desmorona a los pocos minutos con un final previsible y almibarado.
El placer de sentir miedo La carrera de James Wan tomó un giro inesperado cuando firmó contrato para dirigir Rápidos y furiosos 7. La elección de Vin Diesel y compañía era por demás extraña ya que el malayo apenas si contaba con un antecedente en el género, la muy efectiva Sentencia de muerte (2007). El fantástico destino comercial de la más reciente aventura de Dom Toretto estaba escrito aunque no fuera Wan quien se encontrara sentado detrás de cámaras. Lo que no quita el excelente desempeño de este realizador de enorme talento que para regocijo de Hollywood también es un hacedor de éxitos como lo señalan El juego del miedo (2004), La noche del demonio (2010), El conjuro (2013) y La noche del demonio: capítulo 2 (esta última con una risible inversión de 5 millones de dólares recaudó 161 millones de la verde moneda). Llamó poderosamente la atención la elección de Wan porque siendo un artista con tantas condiciones -además de poseer una originalísima y por ende inimitable sensibilidad para hacer cine de terror-, su alejamiento del género que lo encumbrara disparó las alarmas de todos. Annabelle, spin-off del sensacional prólogo de El conjuro, resultó un fiasco así como una prueba flagrante de que la imaginación de Wan para generar climas de miedo a través de una puesta en escena maravillosa no es algo que esté al alcance de cualquiera. Y otro tanto le ha ocurrido a La noche del demonio 3. Claramente existe un abuso al generar franquicias insostenibles desde lo argumental pero mientras rindan en la taquilla es algo inevitable. El creador de El silencio de la muerte se tomó un respiro al volcarse a la acción disparatada de Rápidos y furiosos. Debido a su buen hacer a lo largo del conflictivo rodaje –recordemos que la muerte de Paul Walker obligó a parar la producción por muchos meses- le ofrecieron volver a dirigir la octava entrega actualmente en filmación. Wan, para alivio de sus seguidores, no aceptó el convite porque quería ser él quien se encargara de llevar a buen puerto El Conjuro 2. El filme, que está uno o dos escalones por debajo de su antecesora, contiene todos los elementos básicos que son parte vital de esta clase de relatos. Pero la diferencia la aporta Wan con su incontrastable estilo. Este hombre no se cansa de sacar oro del barro con prácticamente nada. Apoyado en un notable director de fotografía (Don Burgess, habitual colaborador de Robert Zemeckis), una producción impecable en todos sus aspectos y un plantel de actores que a pura convicción rescata cualquier debilidad de guión, El conjuro 2 tal vez perdió algo de frescura pero se mantiene tan sólida como lo permite el oficio de su director. Han transcurrido varios años desde el episodio de posesión que narrara El conjuro y el matrimonio de investigadores paranormales Ed y Lorraine Warren (los magníficos Patrick Wilson y Vera Farmiga) continúan ayudando a la gente en problemas además de seguir sumando artículos espeluznantes a su catálogo del siniestro Museo de lo Oculto. Durante la investigación del famoso caso de Amityville la clarividente Lorraine sufre una experiencia traumática al ser embargada por una visión tan horrorosa que le provoca un replanteo de su vocación. Como consecuencia la mujer le pide a su marido que reduzcan al mínimo su contacto con lo sobrenatural. Lorraine está aterrorizada pero hay cosas que prefiere no revelárselas a nadie. Ni siquiera a Ed. Tiempo después un representante de la iglesia les solicita como favor que se trasladen a Londres para establecer cuanta veracidad existe en los ataques al parecer inexplicables que está padeciendo una mujer soltera con sus cuatro hijos. Pese a la reticencia de Lorraine los Warren no pueden negarse y se embarcan en lo que eventualmente se denominaría como el caso de Enfield, quizás el más célebre de los casi 10.000 eventos documentados en la vida real por esta pareja tan particular. Nuevamente se desata una pesadilla sobre una familia que ve como de la nada de pronto se producen todo tipo de manifestaciones extrasensoriales donde corren un serio riesgo no solo físico sino también psicológico. La trama es simple como la anterior entrega pero aún así los guionistas se las rebuscaron para encontrarle un par de vueltas de tuerca a la historia. A partir de esos puntos de giro habrá quienes no le vean sentido al guión. Otros pensarán que los 133 minutos de duración son un exceso. Pero no nos engañemos, los que buscan entretenerse con películas como estas no necesitan de un libro de hierro ni les preocupa que se extienda en demasía el conflicto. Pero no nos engañemos, los que buscan entretenerse con películas como estas no necesitan de un libro de hierro. El fuerte aquí pasa por otro lado. Y volvemos a recaer en la figura de James Wan. Estéticamente El conjuro 2 sigue en sintonía con esos esplendorosos clásicos de los 70’s que han sido y serán de por vida los favoritos del público. Wan les rinde homenaje desde el tratamiento visual y logra su cometido de asustar porque es un director que se pone en la piel del espectador y se lo gana a fuerza de inteligencia. A otros realizadores se les puede anticipar de lejos cada jugada o movimiento que tienen preparado. A Wan no. Por eso la gente le es fiel y convierte cada uno de sus filmes en una cita ineludible con el mejor cine de género. Porque eso, ni más ni menos, es El conjuro 2.
Saber asustar Si hay una palabra exacta con la que se puede definir la carrera del joven director James Wan, esa palabra seria oficio. Ya sea en el terreno del thriller de venganza como en Sentencia de muerte, o maniobrando un tanque gigantesco como Rápido y furioso 7, Wan es de esos directores artesanos que ponen la cámara al servicio del relato que quiere contar, sin regodeos excesivos y mostrando siempre un gran interés en retratar a sus personajes con la mayor profundidad posible. Pero sin dudas es en el terreno del terror y lo sobrenatural en donde el director de origen malayo mejor se mueve, con títulos como la primera El juego del miedo y la saga de La noche del demonio, en las que saca a relucir no solo su capacidad de narrador, sino que demuestra tener un timing perfecto a la hora de generar climas de suma tensión y escenas terroríficas que dejan al espectador sin aliento. La primera parte de El conjuro, estrenada hace un par de años, fue la confirmación máxima de estas virtudes, y con esta secuela, si bien el realizador transita terrenos conocidos en cuanto a la puesta de escena y la exploración del miedo, lo muestra muy maduro en cuanto al desarrollo de sus personajes, sobre todo el de la pareja protagónica, interpretada de forma notable por Patrick Wilson y Vera Famiga. Un matrimonio católico de demonólogos encargado por la Iglesia de ir a casas embrujadas a expulsar el mal que allí habita, Ed y Lorraine Warren son el corazón de la saga, y ese amor mutuo que se tienen y su dedicación firme a la hora de enfrentar esos demonios internos que acosan la casa de una familia de clase humilde (en esta segunda parte se trata de una madre soltera y sus cuatro hijos que viven en los suburbios de Londres) es lo que separa a El conjuro y su secuela de la media que nos da el cine de terror últimamente. Basta ver la escena en la que Ed, para calmar los ánimos de los niños, decide cantarles “Can’t Stop Falling in Love”, de Elvis Presley, ante la compasiva y sensible mirada de Lorraine. Momentos como ese, o el plano final, hacen de El conjuro 2 una extraordinaria historia de amor entre dos personas a las que ni el propio Satán podrá separar, y eso puede lograrlo un realizador con la capacidad y el oficio de James Wan.
CONSAGRACION Desde hace mas de una década, precisamente desde la salida de El juego del miedo (Saw, 2004), que el realizador malayo James Wan es candidato a consagrarse como el renovador del cine de terror norteamericano. Sin embargo, lo visto de sus películas de terror hasta ahora había sido correcto (como El títere, 2007) o una interesante vuelta a las fuentes como La noche del demonio (Insidious, 2010) o la mejor El conjuro (The conjuring, 2013), pero no mucho más. Contra todo pronóstico lógico, en 2016 Wan aparece con la que posiblemente su mejor película hasta la fecha, que también es un éxito de taquilla. Vamos a hablar primero de los aspectos negativos de El conjuro 2 que no es una obra maestra porque no es perfecta, pero es una gran película igual, porque es implacable es sus aspectos positivos. La principal crítica que le cabe es que, en su segunda hora, cae en la repetición excesiva de ciertos elementos argumentales que derivan en una resolución un poco apurada y no del todo clara. Le sobran minutos a la película de Wan que, además, en esta mixtura de elementos terroríficos modernos y de vieja escuela que propone, a veces abusa del susto fácil subrayado con sonidos estrambóticos, un rasgo contemporáneo bastante insoportable. Dicho esto, expliquemos porqué El conjuro 2 es una gran película. Wan le suma a su conocida habilidad para diseñar secuencias de miedo perfectas, una serie de aciertos narrativos que le agregan sustancia al relato paranormal. Apoyado en un efectivo elenco encabezado por Vera Farmiga y Patrick Wilson que interpretan al matrimonio Warren, cazafantasmas protagonistas indiscutidos de la franquicia, el director logra algo que parecía imposible de encontrar entre las 200 millones de películas de terror cínicas y malas copias de El proyecto de Blair Witch que se estrenan por año, que sintamos empatía por los personajes. Ed y Lorraine Warren son personas reales, psíquicos famosos y cuestionables de acuerdo a nuestro nivel de fe y credulidad con respecto al universo paranormal, pero como personajes de ficción son héroes despreciados por una sociedad hipócrita que a la vez los necesita, y que además comparten un vinculo amoroso trascendente y bien desarrollado como casi nunca se ha visto en el cine de terror. La enorme primera hora de El conjuro 2 es un drama con demonios insidiosos que en sus mejores momentos, y salvando algunas distancias, recuerda a lo mejor de El exorcista (William Friedkin, 1973). Más allá de la posesión demoniaca, claro está, hablamos de esta idea de que el mal inhumano que se mete con los más débiles y humildes, sea vencido con lo más cálido que tiene para ofrecer la humanidad, que es el sacrificio de unos para ayudar a otros. Estamos ante la consagración de James Wan como narrador lúcido, ya que sorprende con lo que elige contar y cómo lo cuenta. La primera hora de El conjuro 2 es lo que debería aspirar a filmar cualquier realizador, a tal punto que vuelve insignificante las fallas que aparecen en la hora y cuarto final.
Hace tres años James Wan, acaso uno de los mejores directores de terror de los tiempos que corren, sorprendió con la sencilla pero increíblemente efectiva El Conjuro. Basada en los casos paranormales documentados por la dulpa de Ed y Lorraine Warren, la película narraba las penurias de una familia atormentada por fantasmas, demonios y otras posesiones. Sería esta misma pareja de investigadores la que documentaría los famosos hechos del horror de Amityville, y ése es justamente el punto de partida de esta secuela. Tras un prematuro anunció de jubilación por parte de Lorraine, ajetreada por luchar contra espíritus malignos, la pareja decide hacerse a un lado por un tiempo pero, claro, cuando nuevos horrores asoman y reclaman sus nombres a gritos, éstos se ven obligados a acudir al rescate. Claro que las cosas no son tan lineales, puesto que El Conjuro no es Los Cazafantasmas, así como tampoco es cualquier película de terror: Wan esboza con notable maestría los miedos que afloran en una casa inglesa, y lo hace con un estilo distintivo que, además de remarcable por sus proezas técnicas (planos secuencias, virtuosas puestas de cámara) no se contenta con simples golpes de efecto. Muchos de estos aciertos, no obstante, ya estaban en la primera parte, e irremediablemente por ello pierden fuerza. Aún así, el caso documentado por los Warren aquí retratado es escalofriante, y Wan sabe exprimirlo al máximo, entregando un repertorio de horrores varios que pocas veces el cine de terror actual sabe proyectar. Ya sea una niña levitando por los aires, o un anciano decrépito amenazando desde las sombras, el director de films como Siniestro y El Juego del Miedo (sólo la primera parte) se desenvuelve cómodo en el género, sin olvidar jamás la importancia de una buena caracterización y un suspenso bien construido. Así, El Conjuro 2 no tiene el impacto de la original pero se acerca bastante a la atmósfera tenebrosa de ésta, y se posiciona igualmente entre lo mejores que el cine de terror ha dado en los últimos tiempos.
Apareció James Wan otra vez. El hombre de calidades dispares en su filmografía sigue trabajado de director de cine, esta vez para traernos la segunda parte de algo que había hecho muy bien en 2013: “El conjuro”. Inteligentemente pensó: Buen producto, buena plata, ¿para qué vamos a proponer algo distinto si el costo-beneficio fue óptimo? Y así sale “El conjuro 2”. Vuelve el matrimonio Lorraine y Ed Warren (Vera Farmiga y Patrick Wilson). Arrancan en Amityville 1974 (famoso caso), sólo para dar paso a la verdadera anécdota, pero en esta introducción veremos un fantasma-demonio-monja que asusta mucho a Lorraine y la lleva a decidir no abordar casos por un tiempo. Mientras tanto en un pueblito de Inglaterra, se sigue calcando el guión de hace 3 años, porque en una casa vieja y grande vive Peggy (Frances O’Connor), madre de cuatro hijos, una casa cuya estructura y una de las hijas en particular, Janet (brillante trabajo de Madison Wolfe), sufren la posesión de un demonio fantasma. Le dije, un calco de la original. También están copiados los recursos narrativos como el manejo de los silencios y los juegos de cámara (que funcionan bárbaro por cierto), además del estilo de fotografía, montaje y efectos. El fantasma en cuestión es el de un señor viejo y feo que murió en un sillón de notable personalidad. Primero, porque después de muchos años se quedó en el mismo rincón sin que nadie de ésta familia se molestase en preguntar si alguien se lo había olvidado. Se mueve solo, se corre un poco de lugar (de jodido que es nomás, para jorobar la continuidad) y roba el control remoto de la tele. Todo se origina ahí pero, claro, si a cualquiera se le hubiese ocurrido tirar el sillón a la miércoles se hubiese acabado la película. Luego sabremos que en realidad éste buen hombre no era otra cosa que una pantalla, una distracción para ocultar el verdadero terror a quien todos deben enfrentar con lo cual estamos frente al primer fantasma testaferro de la historia del cine. “El conjuro 2” no oculta en su realización la intención de emular la primera en todo lo que pueda y esto, paradójicamente, le viene bien al producto, y al espectador que seguramente la pasará bien porque funciona. Asusta con elementos genuinos, no abusa del sobresalto a fuerza de volumen de la banda de sonido, y en definitiva logra contar la historia y mantener al público al filo del asiento. Se vendrán más, por supuesto. Los Warren guardan siempre un elemento representativo de cada caso en una habitación especial (donde guardaron a Anabelle, por ejemplo); sólo hay que recorrer cada estante para encontrar un nuevo guión y repetir la fórmula. ¿Original? No. ¿Efectiva? Si, mucho.
La secuela de "El Conjuro" propone una nueva experiencia para sufrir un poquito... situación que el gran James Wan, su director, nos tiene acostumbrados. Si la primera entrega fue buenísima, esta segunda parte está al mismo nivel de disfrute de la anterior, siempre y cuando seas amante del género. Patrick Wilson y Vera Farmiga - Ed y Lorraine Warren - se adentran en otro caso (real... sí sí, REAL) que te aseguro te va a poner los pelos de punta. Un espectacular elenco de pequeños actores, tomas impecablemente pensadas para generar algún que otro susto (vas a SALTAR de la butaca) y la magia de un director que sabe donde poner la cámara para que uno sienta el miedo en todo el cuerpo. La historia, o mejor dicho, el guión, se cuenta a modo de rompecabezas, muy inteligentemente diseñado, para que llegados los últimos minutos de la película todo cierre como una cajita especialmente diseñada para asustarnos. Con motivo del estreno, tuve la posibilidad de charlar con James Wan y Patrick Wilson, quienes me contaron muchísimas cosas sobre el rodaje, detalles sobre la película, y sobre todo, como el señor Wan, diseña las escenas de terror. Por un lado te digo que la peli es excelente, que la vas a pasar increíble y que vas a volar de la butaca en varios momentos... y por otro, te recomiendo que le des play al video/entrevista para que los veas a ellos contándote como fue el proceso de rodaje de "El Conjuro 2" y así termines de entender el porqué de mi recomendación. (Ahhh, y quedate hasta que terminen los títulos porque hay una sorpresita)
El tópico de una niña poseída en Inglaterra, en la década de los '70, nos remite de manera directa a El Exorcista, la insuperable obra maestra de William Friedkin. Pero no. James Wan nos lleva de la mano por un camino oscuro y helado, contando una historia y generando una serie de sensaciones que no tienen nada que envidiarle al clásico protagonizado por Linda Blair. Con el ojo puesto en Janet Hodgson (Madison Wolfe), quien parece sufrir una posesión, la película mantiene la misma estructura que su antecesora: el matrimonio Warren (Lorraine, la clarividente encarnada por Vera Farmiga, y Ed, el demonólogo en la piel de Patrick Wilson), a punto de retirarse del trabajo de campo decide finalmente acudir a brindar su ayuda. En este caso no se involucrarán demasiado, s{olo van a validar, a pedido de la Iglesia, si hay tal posesión o si se trata de un fraude. La historia redobla claramente la apuesta respecto al riesgo que corren los protagonistas en la primera parte de la saga: en aquella, Lorraine había "visto algo" que la afectó durante un exorcismo. Ahora, se blanquea que lo que vio fue la muerte de Ed, relacionada con un misterioso demonio que él también pudo percibir en un sueño. Si en la entrega anterior era la cordura de Lorraine lo que corría riesgo al tomar el caso, ahora entra en la ecuación la vida de Ed. El punto de vista ideológico (por así llamarlo) coloca al espectador alejado de cualquier controversia sobre la legitimidad de los métodos de los Warren, considerados simuladores por mucha gente en la vida real: están incluso más estilizados desde el cast (los Warren reales son horribles, chicos), y se los ve involucrados emocionalmente en el caso; a riesgo de su propia salud, de su propia vida, alejados de la búsqueda de cualquier beneficio propio. Tienen, como en la entrega anterior, una gran implicación emocional con el caso, con la familia, y parte de esto es la fórmula para lograr la identificación: nosotros también tenemos que confiar en ellos, y cualquier duda sobre la transparencia de sus intenciones lo dificultaría. Además de la buena construcción de la historia, la manera en que se cuenta es magistral. Un Wan mucho más maduro que el que estuvo atrás de Saw explora y encuentra un lenguaje formal propio y una cabal comprensión del género: al enfocarse más en atraparte mediante la generación de climas, cuando se propone sobresaltarte lo logra con creces, porque no apunta a hacerte saltar todo el tiempo sino que hace un trabajo casi tántrico en el manejo de las tensiones. Lo que vengo criticando mucho últimamente, sobre el mal uso del humor en cualquier lado y por cualquier motivo, destruyendo climas a mansalva, no sucede acá. En absoluto. Hay algunas líneas de diálogo que te arrancan una sonrisa pero están estratégicamente colocadas, cuidando la integridad de la cinta, salvaguardando todas las tensiones para que canalicen en sobresalto y no en risa. Además de saber generar climas, Wan sabe canalizar catarsis: dos talentos enormes de un director de cintas de terror. Acompañando el manejo de cámara y el montaje, la banda sonora es impecable. Tanto la música como la utilización del sonido, sobre todo el fuera de campo, contribuyen fuertemente a generar la sensación de que estás cien por cien inmerso en la historia. Claro que la cinta tiene puntos flojos: la monja/demonio desentona un poco, quizás por cierto tono grotesco de su imagen. Lo mismo sucede con las apariciones del Hombre Torcido, un extraño pseudo Babadook Timburtoniano que no termina de encajar en el código general de la propuesta. VEREDICTO: 9.00 - WAN WINS El Conjuro 2 se sitúa muy por encima de la oferta de cine de terror actual en la cartelera comercial: muy bien construida, atrapante de principio a fin, generando miedo y pesadillas genuinas a través de todos los elementos que el lenguaje audiovisual pone al alcance de la mano de un director. ¡Brindemos por más Conjuros y menos Martirios Satánicos!
Muy buena! Si querés saber cuánto hay de cierto en el relato, te cuento que en este caso hay bastante ya que la historia respeta en gran parte los hechos reales, por ejemplo: la escena con los policías y la silla, los ruidos, las fotos sobre....
El demonio vuelve a meter la cola En El Conjuro 2, film que generó mucha expectativa, el protagonismo recae en el matrimonio Warren, los “cazademonios” más famosos, y una de sus historias de encuentro con espíritus. El conjuro” es considerado, tanto por la crítica como por el público en general, la última película capaz de provocar miedo. Es por ello que la expectativa por esta segunda parte era mucha, exacerbada por la cantidad de fiascos en materia “terror” y sus parientes cercanos que vimos/ padecimos en los últimos años. Nuevamente el protagonismo recae en el matrimonio Warren, los “cazademonios” más famosos y respetados, y una de sus historias de encuentro con espíritus para crear este nuevo filme. Ed (Patrick Wilson) y Lorraine (Vera Farmiga) viajan a Inglaterra pero como asesores de la Iglesia en lo que podría ser una casa embrujada, pues, como el caso se mediatizó rápidamente, la institución no quiere realizar un exorcismo sin estar 100% segura de la veracidad del asunto. La acción tiene lugar seis años después de lo narrado en el primer filme, y comienza con una secuencia en la famosa casa de Amityville, otro de los casos más importantes y que más marcaron la historia mediática y personal de los Warren. Es que allí Lorraine tendrá una premonición clara de un suceso que involucrará a su esposo, similar episodio que ya vimos en la primera parte y nunca tuvo explicación hasta esta entrega. A raíz de ello, deciden parar con los trabajos, pero vuelven tras el pedido de un párroco y por la gravedad del tema: una niña es la poseída. Nenes con miedo La acción se traslada a Inglaterra entonces, adonde los demonó- logos llegan, y, como siempre, se encariñan con las víctimas. Deberán batallar contra el espíritu de un anciano que se rehúsa a dejar la casa y asusta a los cuatro niños (la cantidad de infantes es recurrente, pero agrega tensión y gritos agudos que terminan siendo herramientas). Pero lo complejo no sólo será encauzar un exorcismo, sino que, entre espíritus y demonios, el caso tomará elementos de distracción del suspenso como género, dando una vuelta inesperada sobre el mismo eje del relato. El acierto de la saga es mostrar la humanidad de los cazadores, casi siempre manteniendo la fe en lo que les cuentan (en esta oportunidad varias escenas hablan directamente de “fe”) y buscando que la familia pueda seguir su vida en paz. De allí que genera empatía en contraposición a lo demoníaco y el horror en pantalla. La duración del filme (135 minutos) parece ser lo único adverso, pues es tediosa la carga que provoca el temor y el sobresalto durante tanto tiempo, y más cuando, al ojo de cualquiera, esto podría ser solucionado con una mejor edición (hay escenas que podrían haber sido obviadas por completo). Por lo demás, el director James Wan mantiene la esencia de su predecesora y, si bien no será recordada con tanta excitación como la primera parte, “El conjuro 2” es una gran opción para ver en cine, asustarse y recordar cuán bien pueden hacerse las películas de terror.
Al fantasma se le ve la dentadura Con sobresaltos que no son más que golpes de efecto, el matrimonio Warren vuelve en este film a perseguir demonios. Una segunda parte que no propone demasiado, previsible, con pocos momentos logrados. Con la dentadura como prueba paranormal. Antes que sospecha, ya se trata de una certeza. El malayo James Wan está sobrevaluado. Está bien, algo de mérito le vale por esa película inevitable que es El juego del miedo. Pero mejor reparar en la magnífica La noche del demonio (Insidious), que tanto buen cine hizo presagiar. De todos modos, su secuela -a cargo del propio director- fue pésima. Algo similar sucede con El conjuro. Ambas comparten el más allá como ámbito con el que batallar y congeniar. Pero la manera de pararse frente al conflicto es diferente. En Insidious el demonio era poco visto, habitaba en un trance de niño poseído, en coma, con padres peleados. Se sumaban al pleito personajes de caricatura, cercanos a los Ghostbusters pero también a Poltergeist, de Tobe Hooper. Ir detrás del demonio era la gran aventura, de escalofrío. El caso de El conjuro, de todos modos, fue sorprendente, al actualizar los hechos narrados en Aquí vive el horror (The Amytiville Horror, 1979) -cuya remake es mejor olvidar-, con fuerza suficiente como para hacer de la dupla protagonista -el matrimonio demonólogo Ed y Lorraine Warren- una mezcla justa entre verdad y ficción. Algo del impacto tuvo que ver con sus intérpretes: Vera Farmiga y Patrick Wilson están perfectos, con la Farmiga vuelta nueva dama del horror, tras caracterizar a la mamá de Norman Bates en la serie televisiva Bates Motel. El conjuro no sólo provocó una respuesta entusiasta, sino también la precuela (penosa) Annabelle, con la muñeca horrible como protagonista. Como es de suponer, hay más Annabelle en preproducción, y también más de Insidious, cuya tercera parte ha sido también precuela. ¿Por qué? Porque se trata de construir franquicias, y porque éstas responden a la lógica actual de los universos expandidos, cuya narrativa fragmentada y compleja no es exclusividad de los superhéroes. Pero de vuelta con El conjuro, habrá que reconocer ciertos momentos soberbios, como el juego de las palmadas dentro del caserón, cuyas sombras ocultas en armarios estaban dispuestas a ser de la partida. Un clima ominoso cubría de a poco lo que tocaba para llegar al desenlace premeditado y aburrido y eclesiástico. Los Warren, a no olvidar, actúan como agentes del Vaticano, con salmos y cruces benditas. Y El conjuro, más vale, está bien lejos de ser El exorcista. Por eso, su final se asemeja al que el mismo James Wan ya ensayara en Sentencia de muerte, con Kevin Bacon vuelto agente del ojo por ojo, en un film que parecía trabajar un grotesco que luego desdice. El conjuro 2, en este sentido, profundiza una misma vertiente conservadora, que no contiene metafísica alguna sino un mero juego de espejitos. Los Warren se desplazan ahora a Londres para ayudar a una madre sola, con cuatro hijos, en una casita que sobrevive a la humedad y el poco dinero. La historia, se aclara, es real. Qué poco importa. Mejor estrujarla, así como lo supone la caracterización de la Farmiga, tan hermosa y sin embargo abotonada hasta el cuello como monja de clausura. Para el caso, hay una escena íntima en la habitación de huéspedes, donde marido y mujer deben dormir en camas separadas. Un diálogo algo sinuoso lo advierte de manera irónica. Es decir, ¿se desabrochará, alguna vez, ese primer botón? Pero de vuelta, el caso está en tener fe, en creer. Acá, no está mal, el caso de la fe es no sólo con la Biblia sino también con la pequeña que habla con voz ronca y se levanta sonámbula a los gritos. A partir de allí, el crescendo que permita descubrir si es lo que parece. En este trajín, hay algunos momentos logrados y otros que no hacen más que recurrir a meros golpes de efecto, como una montañita rusa de morondanga. Entre lo poquito que está muy bien, por parecer salido de la imaginería benéfica de la primera Insidious, aparece "el hombre encorvado". El dibujito habita en el praxinoscopio de los niños. Su musiquita es juego para la niña y su hermanito tartamudo. Mientras cantan, el hombre encorvado camina como la sombra animada que es. Hasta que se materializa un par de veces. Son momentos bárbaros, que hacen que el espectador se pregunte qué tienen que ver con el resto de la historia, porque lo cierto es que no hay verosímil que los justifique. En este camino, otro acierto es el de los gags; es decir, algunos momentos cómicos que hacen tambalear la certeza del espectador. Como cuando la familia entera escapa de la casa por corte directo, como respuesta fácil al susto de los muebles que se mueven. Así como la dentadura del fantasma (sí, la dentadura) o la reacción de los policías ante algo que se les escapa de las manos, mientras ensayan respuestas de fórmula para disimular el miedo que no quieren reconocer. Tal vez, ése hubiese sido el camino mejor, el de hacer de la película el carrousel maléfico que no es. En lugar de ello, hay una predominancia de los signos más convencionales de la iconografía religiosa. No sólo como herramientas que permitan ayudar a rehuir espantajos. También a través de una monja cadavérica que ríe siniestra, y que se le aparece tanto a Lorraine como al propio Ed, en trances y sueños. Éste no puede dormir bien y la pinta. El cuadro disparará alguna situación más, muy predecible. Tales apariciones cumplen un carácter premonitorio y permiten que la película cierre con un desenlace que se vincula con el prólogo, mientras el peor temor de la buena de Lorraine pareciera corroborarse. En fin, que no hay demasiados sustos que valgan la pena, y que lo que termina por imponerse es la blandura de este matrimonio que persigue demonios con cruces. La blandura, en todo caso, aparece por la ratificación de una moral bienpensante, que elige enfrentar esos miedos para que otros no los sufran. A partir de una película cuya estética efectista es incapaz de sentir el miedo que construye porque, sencillamente, no hay ahondamiento ni intención parecida. Es paradójico, Insidious es una gran película. Pero, a esta altura, James Wan está lejos de lo que parecía.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
James Wan logra hacernos creer que las casas embrujadas, las posesiones y los crucifijos invertidos siguen siendo tan terroríficos como en la época de El exorcista. Aún más, ignorando la maldición que pende sobre las segundas partes, Wan, 43 años después del clásico de Friedkin, diseñó a la secuela de El conjuro como una recreación del duelo más demoníaco de la historia. Los Warren, Ed y Lorraine (Patrick Wilson y Vera Farmiga), son ahora una pareja de cazafantasmas; su atuendo semeja en mucho al de pastores protestantes y viajan, cual misioneros, desde su Amityville sobrenatural al más mundano pero tanto más gótico Enfield, norte de Londres. Es 1977; al llegar los recibe “London Calling” (un error cronológico, ya que el tema es de 1979) y se dirigen al hogar de Peggy Hodgson (Frances O’Connor), cuya hija menor Janet (Madison Wolfe) muestra linda-blairismos varios, como objetos de su dormitorio que se mueven o un ser diabólico que habla por su garganta. Más allá de aciertos y desaciertos en la trama (el equipo de guionistas es notable en los efectos sorpresa, pero alarga un poco la narración), Wan sabe que nada es más horroroso que un rostro, y viste a su demonio de monja con una máscara de teatro kabuki. La historia sigue siendo la misma, pero el director toca los nervios adecuados y revive en el horror algo primitivo, efectivo como un desnudo rock’n’roll.
Menor, y sobresaliente ¿Por qué dedicarle espacio a la secuela de una película de terror? Primero, porque su director, el malayo James Wan, es hoy uno de los más grandes directores de cine de terror, y seguramente el mejor de los que se desempeñan desde el corazón mismo de la industria. En segundo lugar, porque ya había filmado una secuela, Insidious 2, y era buenísima. Wan había avisado públicamente, antes de la realización de esta película, que se retiraba del cine de terror. No cumplió con su palabra –como casi todos los cineastas que dicen esta clase de cosas–, lo cual es sin dudas una gran noticia para los fans del género. El conjuro 2 deja ver todas las marcas más personales del cine de Wan. Tenemos una adaptación histórica detallada, una crujiente casa repleta de objetos inquietantes; por ahí están los espejos, los maniquíes cubiertos con sábanas, los sótanos, los grandes roperos, las carpas y los juegos infantiles. Y claro, también las presencias demoníacas. Los mayores atributos de Wan se encuentran aquí desplegados, potenciados y refinados: las cámaras inmersivas que se desplazan lentamente por las habitaciones se convierten, sobre todo al comienzo, en verdaderos planos secuencia ascendentes y descendentes en los que son presentados los personajes y las diferentes habitaciones de la casa. Los impecables decorados, la iluminación, el trabajo del sonido, la graduación del suspenso son un prodigio, y los sustos, siempre efectivos, están notablemente dosificados. El director ha desarrollado y profundizado una idea a lo largo de sus últimas películas, ya una marca de autor que además logra promover una opresión particular: las amenazas diabólicas atosigan a los protagonistas y los traumatizan, pero también se alimentan de ese miedo, de ese daño profundo que les causan, volviéndose más fuertes. Así crean un círculo vicioso y un vínculo parasitario con sus víctimas, acentuando el cuadro de depresión y oscuridad. Que la acción se sitúe en los suburbios de Londres en el invierno de 1977, en plena crisis, explica en parte la necesidad de la familia de permanecer en esa casa, quizá su única posesión. Sin embargo, hay algunos problemas en El conjuro 2, errores en los que suelen caer muchos directores consagrados. El metraje de esta película es de 134 minutos, y en su desarrollo hay unas cuantas escenas innecesarias, cuya presencia no termina de adaptarse al resto. Una de ellas, por ejemplo, se da cuando el protagonista empieza a tocar la guitarra y a cantar “I Can’t Help Falling in Love With You” junto a los niños atormentados. Está bien, es un capricho, pero James Wan no es todavía John Ford (o Tarantino), y para implementar ese tipo de escenas hay que saber conectarlas con el resto, de modo que esa distensión agregue algún elemento a la trama y, sobre todo, que no quede desencajada del tono general. Estas pequeñas “islas” narrativas obstaculizan la trama y la llevan a perder unidad. Así, esta secuela no llega al nivel de su brillante predecesora. Pero de todos modos vale la pena ver aun las películas “menores” de los maestros, y El conjuro 2 es un despliegue de oficio y habilidades como no suele encontrarse.
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CAZAFANTASMAS Que una segunda parte sea mejor que el grueso de películas de terror que se estrenan todos los años no es un dato menor. Si James Wan marcó la década pasada con la primera entrega de El juego del miedo en 2004, parece querer ir por más. Claro que no se trata de un “más” voraz o desatado, que apunta a la mera recaudación, al baño de sangre o a la repetición de fórmulas que ya todos conocemos. Quien dirige conoce el género a la perfección y así como entregó un terror superior con la primera y la segunda parte de Insidious, vuelve a dar la nota con El conjuro 2. El público responde: dos millones de argentinos la han ido a ver al cine. Se dirá que otra vez se trata de una familia numerosa asediada por espíritus, y es cierto. Se dirá que otra vez hay niños involucrados, y es cierto. Se dirá que esta vez la sorpresa es menor porque ya conocemos a los Warren, y es cierto. Así y todo, El conjuro 2 aplasta a cualquier otra película de terror que se haya estrenado en 2016 con excepción de ese milagro cinematográfico llamado La bruja. Siete años después de los hechos acontecidos en El conjuro, la acción se traslada a Inglaterra. Estamos a finales de los 70 y luego de los eventos de Amityville, Ed y Lorraine Warren (Patrick Wilson y Vera Farmiga, demostrando que actuar bien les cuesta muy poco) han alcanzado cierta fama mediática y cuando son llamados para acudir al auxilio de esa familia encabezada por Frances O’Connor, madre soltera con cuatro hijos, además de los crucifijos y los equipos de filmación, la controversia viaja con ellos. La menor de las niñas (Madison Wolfe) parece seguir los pasos de la Regan de El Exorcista y tanto los muebles como las personas vuelan por la casa. Sacando una o dos escenas que pecan de excesivas, James Wan deja con sabiduría los efectos visuales en un segundo plano. Con homenajes a otras películas del género como la obligatoria The Changeling, de Peter Medak, El conjuro 2 combina sustos con suspenso del bueno y si bien se extiende más de lo debido nunca deja de lado aquello que toda película de terror ningunea: la empatía. Es verdad que estamos ante una ficción que cuenta el caso hoy conocido como The Enfield Poltergeist (quienes quieran ver la versión documental, googleen Interview with a Poltergeist), pero El conjuro 2 es, ante todo, una película sobre un matrimonio. Son Ed y Lorraine los que nos llevan a preocuparnos y por quienes sufrimos. Mientras corren los créditos finales en los que se presentan imágenes y grabaciones del hecho real uno se pregunta dos cosas: cuándo saldrá la tercera entrega y cómo vamos a hacer para dormir a la noche…//∆z
Lo que susurra en la oscuridad Después de una primera parte bastante celebrada, y un spin off sobre la historia de la muñeca Annabelle, James Wan revisita a los célebres Ed y Lorraine Warren, los famosos investigadores de lo paranormal, nuevamente interpretados por Patrick Wilson y Vera Farmiga. Una nueva apuesta a ciertos códigos del terror sobrenatural, un mundo conocido para el espectador, pero reforzado por una densidad argumental y el verismo que aporta siempre un cartelito de “basado en el hecho real”. Desafío La cinta arranca con la dupla (él demonólogo, ella clarividente y sensitiva) recapitulando su investigación de la masacre de Amityville, la misma que tuvo sus propias revisiones cinematográficas, uno de los casos que los puso en el tapete y la celebridad. Pero allí Lorraine vio “algo” que significaba peligro para Ed, y le propuso a su marido dejar el trabajo de campo y quedarse con la divulgación. “Eso” parece seguirlos, y Ed también lo percibe inconscientemente. Paralelamente se nos cuenta la historia de los Hodgson, una familia de clase baja de la Gran Bretaña de Thatcher: madre soltera, dos niñitos varones, una hija entrando en la adolescencia y una preadolescente, a la que un día se le ocurre traer una ouija improvisada. A partir de ahí comienzan a vivir un infierno: aparece una presencia fantasmagórica en la casa que además la lleva a mal traer a la pequeña Janet, que así se llama. La Iglesia Católica, que suele convocar a los investigadores, les presenta el caso pidiendo que vayan de veedores extraoficiales, como para saber si deben meterse o no: hay elementos que no cuadran. Y allá van, y descubren que pasan cosas pero sigue habiendo gato encerrado. Para cuando se dieron cuenta, ya están comprometidos hasta la verija con los Hodgson, y Lorraine empieza a temer que sus peores sospechas (o visiones) se hagan realidad. Realización Nuevamente, la reconstrucción de época es fascinante. La primera escena de Londres, con el London Calling de The Clash, el graffitti de “I fought the law” (sí, a alguien le gustan los Clash) y los apremios de la clase trabajadora, transmiten el espíritu de la era del punk, que entra por la nariz como una bocanada. Por lo demás, como se aclara que se trató de uno de los casos más documentados, hubo fotos y videos para tomar de referencia: el sillón (clave en la historia; de esos de cuero, a los que se les salía la cascarita con el tiempo), el barrio, las habitaciones, eso parece estar reconstruido puntillosamente, según algunas imágenes que se tiran con los créditos (mezcladas con algunas de la película). Ya la primera se había destacado por eso, al mostrar por ejemplo el vestuario de Lorraine, con sus voladitos y jabots; también la tecnología, con esa trampa para diseñadores de producción que son los grabadores y otros gadgets tecnológicos (hay un chiste sobre una cámara). Algunos dicen que se perdió un poco de novedad en esta secuela, pero el logro de James Wan pasa por el ajuste con el que construye la narración: el relato va siempre para adelante, en buen crescendo, administrando la superposición entre una especie de “policial sobrenatural” (hay un misterio que resolver, hay cosas que no son lo que parecen) y al mismo tiempo administra los mejores recursos del género: el fuera de campo, el fuera de foco, el fuera de contraste (sombras), hasta llegar a manifestaciones concretas (el español Javier Botet, el que le puso brazos largos a varias cintas de terror (“Mamá”, por ejemplo), tiene un papel como uno de ellas, a medias entre Lewis Carroll y “El laberinto del Fauno”. Punto también para el guión, firmado por Wan, Carey y Chad Hayes (guionistas de la primera) y David Leslie Johnson, sobre historia de los tres primeros. Empatías Presentados ya los Warren, la cinta explora su mundo como pareja y familia “normal”, ese enamoramiento en medio de las cosas más macabras, quizás porque nadie entiende a cada uno como el otro. Si bien Wilson es entregado a su rol, es Farmiga (elegante belleza madura, con esplendor en “Los infiltrados” y “Amor sin escalas”; su hermanita Taissa parece la heredera en ese aspecto) la que explota las diferentes facetas de vidente, esposa y madre. Si el Ed del primero es abnegado, la Lorraine de la segunda es empática a morir, especialmente con la pequeña. Y ahí es donde entra Madison Wolfe como Janet: una niña prodigio que puede pasar del macabro rostro de la posesión a la silenciosa desesperación en los ojos de quien no duerme desde hace mucho tiempo. Junto a ellos, acompañan Frances O’Connor como la atribulada Peggy Hodgson, la madre coraje, secundada por sus otros niños: Lauren Esposito, Benjamin Haigh y Patrick McAuley (Margaret, Billy y Johnny). Simon McBurney le pone cuerpo a Maurice Grosse, un investigador paranormal inglés con pinta de chantún, que en un par de líneas demuestra que tiene más de dos dimensiones. Franka Potente está cómoda como Anita Gregory, la escéptica en la ecuación, mientras que secundan Maria Doyle Kennedy y Simon Delaney como Peggy y Vic Nottingham, los vecinos solidarios. Son los fines de los ‘70, y los Warren están en su período de gloria. Quizás queden historias por contar en próximas entregas: los muertos y los demonios nunca duermen.
Retroceso En 2013 aparecía El Conjuro, lo mejor de James Wan hasta el momento y se veía con esperanzas lo que parecía una vuelta al terror climático de los 70´s. Volver al fuera de campo en un momento del género en donde la corriente va hacia el lado del exceso de mostración y el terror se define como sobresalto suponía una apuesta arriesgada. Pero a pesar de haber funcionado muy bien en criticas y cantidad de espectadores nada cambió sustancialmente en el género a nivel mainstream luego de ese estreno. Ni siquiera el cine de Wan cambió luego de eso y El Conjuro 2, en ese sentido, marca varios pasos hacia atrás. La historia se desarrolla en la Inglaterra de los 70´s, el caso, esta vez, involucra a una niña poseída por una extraña fuerza. El papel de los Warren será el oficiar de veedores de la Iglesia para confirmar si se trata de un caso de posesión y a partir de ahí, aceptar la necesidad de la práctica de un exorcismo. La cámara de Wan continúa siendo un personaje más en la historia, rasgo que probablemente le deba a Peter Medak y su aterradora The Changeling, pero está vez decide recurrir al sobresalto y al susto epidérmico en lugar de ingresarnos en el universo propuesto por medio de un clima sugestivo. Los elementos fantásticos que están en juego son tantos, tan diversos y tan mostrados que por momentos dan más risa que miedo. Wan no sólo nunca había recaído en este error en su filmografía sino que, además, había construido una mirada sobre el género que apelaba justamente al trabajo con pocos elementos, todos muy puntuales, a los que distribuía progresivamente al tiempo que desarrollaba las acciones dramáticas. Estos elementos fantásticos nunca se establecían por encima ni de los protagonistas sino que eran trabajados casi como proyecciones de sus conflictos internos. Nada de esa mirada esta puesta en El Conjuro 2. Hay una fuerte sensación de relleno en El Conjuro 2. En la película sobran diálogos, hay secuencias irrelevantes argumentalmente y hasta hay una escena musical (si, así como lo leen). El Poltergeist de Enfield, caso real de los Warren en el que se inspira esta secuela es quizás, uno de los más interesantes de los que formó parte el grupo pero en el film es notorio que el director no supo como manejar esta historia para convertirla en relato, no sólo las ideas que propone no son claras sino que además no parece saber ni donde empieza ni donde termina su relato. El Conjuro 2 era a priori, una oportunidad interesante para el género pero por varios motivos termina siendo un ejemplo más del estancamiento y mediocridad del género. Lo positivo es que en la historia del cine de terror, siempre, luego de estos momentos apareció un film que cambia realmente la visión y se convierte en estandarte de un nuevo ciclo.
Dos películas excelentes que están en cartel transcurren en el mismo año: 1977. Y ambas tienen directores tan capaces que pueden incluso recrear un aire de época mucho más allá de los decorados. Son películas actuales, no anacronismos nostálgicos ni ejercicios de estilo oxidados, pero sí tienen el encanto, el poderío del cine de los setenta. Estos milagros se materializan bajo la dirección de James Wan y Shane Black, que ya habían demostrado varias veces su valía en sus carreras. No es sorpresa entonces que El conjuro 2 y The Nice Guys (bueh, acá le dicen Dos tipos peligrosos) sean así de tersas, de excepcionales, de emocionantes. En ellas está el espíritu del cine, que todavía no se rinde. En El conjuro 2 Wan repite el esquema narrativo de la uno, vuelve a hacer una de terror sin trampas, sin golpes arteros, con una construcción sobria del miedo. Cada secuencia va un poco más allá, construye no sólo la amenaza del mal sino, y sobre todo, la empatía con los personajes, con la familia amenazada y también, y esta vez con mayor importancia, con la pareja de investigadores, los Warren. Lorraine (Vera Farmiga) y Ed (Patrick Wilson) tienen química evidente. Se prueba durante todo el relato, desde el principio, cuando Lorraine empieza con las premoniciones que amenazan a su marido, cuando ambos charlan por separado con la chica que sufre el acoso sobrenatural y le dicen la misma frase, al modo del cine clásico, con ese aplomo, con esa confianza en la ficción. Porque de eso hablamos, entre otras cosas, al hablar del cine americano de los setenta: un cine que tenía a mano la sabiduría clásica, la capacidad narrativa asentada, un modo de producción decantado y a la vez pasado por una crisis de identidad como la de los sesenta y una nueva generación de cineastas que ya pudieron entender ese período de gloria y supieron apropiarse de él de forma personal, con miradas singulares. Y cuando Ed le canta a Lorraine “Can’t Help Falling in Love” se evidencia esa ganancia de las grandes películas, ese ir más allá: la película de terror que también puede operar de manera brillante como película romántica, con un arrebato emocional al que se llega sin necesidad de forzar situaciones ni dar grandes golpes. En El conjuro 2 el relato fluye con tal convicción que Wan se permite, otra vez, la rareza argumental de la 1. Esta es una película de terror en la que, a diferencia de lo que pasa en el género… No, como estamos en el siglo XXI no vamos a incurrir en eso del spoiler, que tanto preocupa a tanta gente. Wan hace una película que sigue enseñanzas que están ahí para ser aprendidas y utilizadas, pero la mayoría del terror contemporáneo prefiere rapiñar otro tipo de recursos, de mucho menor valía, de raíces mucho menos nobles. Shane Black, uno de los creadores fundamentales de Hollywood de las últimas tres décadas -ojalá fuera más prolífico con este nivel de calidad- presenta en The Nice Guys el nada corriente logro de una comedia policial en la que los elementos no solo no se repelen sino que congenian. Para eso, dispone un casting sorprendente: Russell Crowe ya ha dado muchas muestras de que puede funcionar en este perfil, pero lo de Ryan Gosling es una revelación cómica, una consagración; y la chica Australiana Angourie Rice tiene un potencial innegable, un carisma descomunal. The Nice Guys es, además, una película de extraordinaria inteligencia para plantear temas de los setenta con corrosión, con momentos desopilantes como el de los “muertos” de la protesta. O esa capacidad para desparramar muertes sin prolegómenos, de forma seca y brutal. El modo seco, crujiente, claro, directo de la entrada de los chistes, esa velocidad, ese timing, están en toda la película, hasta el final, sin reblandecimientos. Por último, The Nice Guys se permite poner como objeto fundamental de una trama a puro MacGuffin a una lata de celuloide. Esta tercera película de Black como director podría haber sido un gran éxito hace treinta o cuarenta años -porque las comedias podían serlo- y hoy en día es un producto de mediano alcance que no tiene chances de triunfo frente a los éxitos globales como las series de superhéroes, las adaptaciones de best sellers e incluso las felices excepciones del terror como El conjuro. Tampoco frente a los productos animados más teledirigidos, como por ejemplo esa secuela inadmisible por haragana, por explicativa, por inane, por artera, por una molicie narrativa de la que recién se despierta en los últimos 15 minutos. Una de esas secuelas animadas que antes se admitían como productos televisivos y ahora se lanzan globalmente e inundan las pantallas (que les quedan) grandes. Esas cosas como Buscando a Dory, que olvidaron el juego y el placer del cine en aras de la repetición machacona de naderías.
Una secuela que sostiene los logros de la original, pero que también destaca por sus propios méritos. En el 2013, llegó una película que vino a separar a los niños de los hombres en lo que es el género de terror actual. Por niños me refiero a los slashers, y por hombres me refiero al miedo psicológico y emocional que se queda con el espectador mucho después de terminada la cinta. El Conjuro es una película con todos los elementos de los que se vale el terror moderno para llamar la atención: sobresaltos (aunque pocos y muy separados entre sí) y el “basado en hechos reales”. Pero El Conjuro resultó ser una película sólida porque más allá de eso se trataba del viaje emocional de una familia y la superación de sus miedos, y eso fue, al menos para mí, lo que la hizo una de las películas más memorables del año de su estreno. Tres años después, su secuela vuelve a repetir los mismos sólidos resultados. A continuación les detallo el porqué. En todo el mundo y a toda hora La familia Hodgson, integrada por Peggy y sus cuatro hijos, vive en un suburbio de Inglaterra. Estos acaban de sufrir el reciente abandono de su padre, lo que los obliga a tener que estar unidos a pesar de las penurias económicas que debe enfrentar su madre. Las complicaciones empezarán a surgir cuando una de las hijas, Janet, empiece a mostrar conductas extrañas y se muestra evidentemente poseída por el espíritu del antiguo habitante de la casa donde viven. El caso llega a oídos de los investigadores paranormales Ed & Lorraine Warren que viajan desde Estados Unidos para empezar a indagar en el caso. El guion de la película es uno muy sólido, principalmente por el arco que le da a ambos grupos de protagonistas; dándole más espacio prioritario y dramático a la familia que padece la posesión. También es un guion que tiene la inteligencia de establecer sendas de sus escenas terroríficas a plena luz del día, dejando en claro que el mal verdadero no tiene horarios. No obstante, donde El Conjuro 2 tiene sus mayores logros a nivel guion es en lo emocional y en lo temático. Emocional, porque los momentos de distensión están estratégicamente posicionados y nos dice mucho sobre el pasado de los personajes; y Temático, porque cada una de las escenas de la película (sobre todo las asustadizas) se explayan sobre el tema que la historia viene a tratar: El temor a lo desconocido; cómo uno elige enfrentarse a él y como otros reaccionan ante él, a menudo bajo una máscara de escepticismo. Por el costado actoral tenemos un extraordinario trabajo de Vera Farmiga, donde ratifica que nació para dar vida a Lorraine Warren. Es el personaje que va a marcar su carrera, y con su enorme sensibilidad sabe bordar tanto los momentos de ternura como las escenas de terror. Su partenaire, Patrick Wilson, no se queda atrás. Su intensa humanidad gobierna y da serenidad, sobre todo en una escena crucial donde toca una canción de Elvis, que a más de uno le parecerá metida con calzador, pero si se está atento a los temas que trata realmente la película, estarán de acuerdo en que no podría ser más acertada… y que si tienen que hacer un biopic de Elvis, Wilson es su hombre. Párrafo aparte merece también Frances O’Connor como la sufrida madre de la nena poseída. Por el costado técnico, no tengo otra más que sacarme el sombrero ante James Wan y su equipo. La puesta en escena es notable y sabe cómo crear un ambiente terrorífico en la más normal de las situaciones, un apartado en donde la dirección de arte y la fotografía no podrían estar más afiladas. Esta es una película que aplica a rajatabla un viejo principio del montaje y es el de saber cuándo NO cortar. Cada composición de cuadro se ve que fue meditada y planeada al dedillo. Saben cuándo sostener la tensión mediante la expresión actoral y cuando cortar a otro ángulo si la historia lo necesita. Eso es buena dirección y no pavadas. Conclusión El exitoso antecedente de la primera película y el mote de “basada en hechos reales” es lo que va a llamar la atención en esta secuela, pero El Conjuro 2 va a atraer a público viejo y publico nuevo porque es una buena historia a secas. Una historia con el ropaje de una película de terror pero que en realidad trata sobre el temor a lo desconocido y la necesidad de tener un salto de fe, más allá de la connotación religiosa que pueda tener el concepto. Donde las emociones y la humanidad están delante de todo, aparte de generar unos buenos sustos. Por esto la considero recomendable.
Publicada en la edición #284.
El Conjuro 2 marca el regreso de James Wan (El juego del Miedo, La noche del Demonio 1 y 2, Dead Silence) al horror después de darse una vuelta por las pistas de la saga Rápido y Furioso, retorno bastante acertado dentro del género de terror. La historia transcurre en el condado de Enfield, Inglaterra, a finales de los 70’s. Cuenta el sufrimiento de una madre soltera con cuatro hijos y cómo, de un día para el otro, dejan las preocupaciones sobre problemas económicos para darle lugar a un visitante demoníaco inesperado. A medida que los inconvenientes aumentan y la pobre familia se va quedando sin dormir, sin muebles y sin opciones, reciben la ayuda de la pareja “caza fantasma” por excelencia: los Warren. Desde los primeros momentos de El Conjuro 2 se ven elementos clásicos efectivos en el género de horror, con gran ambientación, el uso de un título vistoso que hace recordar a grandes obras del pasado, indican al espectador que está ante una película que, posiblemente si los minutos que vienen son favorables, va dar que hablar y en este caso, no se equivoca gracias a la ambición que Wan y equipo dejan en el proyecto. El clima es gris en todo momento, no sólo en tierra inglesa como es costumbre, sino por grandes actuaciones que traspasan continentes y reflejan un estado de pesadez constante, aun así, en los momentos lindos, uno sabe qué esa felicidad va a durar poco y tarde o temprano algo todavía más difícil está por venir. Patrick Wilson y Vera Farminga, vuelven a encarnar a Ed y Lorraine Warren, esta pareja de mata demonios que tras una “pequeña” visita a Amityville y numerosas apariciones poco favorables en Tv, empiezan a mostrar signos de estrés postraumático en la vida diaria. Wilson y Farminga dan cátedra en química de parejas del cine en esta película, tranquilamente este dúo puede hacer una serie con sus personajes, viviendo una vida común y corriente en un vecindario aburrido, y por la excelente química que tienen, va a hacer que valga la pena ver ese show. También hay que resaltar la actuación de la joven Madison Wolfe – Janet- la cual, en algunos momentos, se roba la cámara. La dirección de Wan genera una atracción favorable en escenas que incluyen el condimento del horror. Tal vez muchas de ellas caen en un terreno ya visto y pueden no sorprender, ahora, ¿hay sustos? Sí, y de gran variedad, algunos más logrados que otros, y en experiencia total, funcionan. Pero lo más interesante no son las escenas que dan “miedo”, sino, cuando Wan da lugar a la vida diaria de los personajes, estos momentos son contados, no sacan a uno de la experiencia, dan un respiro al espectador y en alguna que otra ocasión sacan una sonrisa. El film deja caer su peso en el género de terror, pero estos pequeños momentos de tranquilidad están tan bien amoldados al film – y Wan lo sabe – que destacan todavía más el horror en los momentos futuros. Estaría bueno poder ver a Wan en un proyecto fuera del rango de terror o la acción. El Conjuro 2 es un gran nombre en lo que va a secuelas de terror. Es ideal para verla en pareja, disfrutar de una linda historia y salir de la sala pensando en mojas del infierno. ¡James Wan, acá te bancamos!
VídeoComentario
No hay que ser muy visionario para decir que LEJOS hace años el género de terror es quien menos aporta en materia de calidad al Séptimo Arte pero no así en ganancia, ya que varios estudios realizados en la última década lo pusieron entre los más redituables en comparación costo/ganancia donde el Top Ten estaba formado justamente por producciones de muy bajo costo, de mala calidad técnica y argumental y con recursos repetitivos, como las que vemos que salen a mansalva hoy en día y no vale la pena mencionar. Pero acá estamos, somos los que aún no nos rendimos y no consumimos esos productos con la fe del relanzamiento del género y es justamente esto lo que convierte a James Wan al Rey del género de la última década gracias a su atrevimiento de hacernos creer nuevamente que hay esperanza y motivando a otros directores a arriesgar a este tipo de producciones como "El Conjuro", dando como resultado: "It Follows" (2014) o "The Witch" (2015), dos grandes producciones de los últimos años que se suman a la ayer estrenada y aclamada “El Conjuro 2”, que con solo unas horas del jueves se clava en lo alto del Top Ten de ventas en Argentina con 75.000 entradas adquiridas a lo largo y ancho del país. ¡Enjoy! Pasando al tema que nos compete y como ya se imaginarán, James Wan lo hizo de nuevo. "El Conjuro 2" no tiene nada que envidiarle, y hasta podría decirse que es al revés, a su anterior entrega. Aún con numerosas modificaciones en el equipo artístico con respecto a la primera entrega, aunque se mantienen en las aristas más importantes, la producción vuelve a destacar con escenografías esplendidas y repletas de elementos de la época, con sets que, dejando de lado el ambiente que genera la producción, son dignísimos de apreciar y perder nuestra concentración en ellos. Para los menos apreciativos del arte cinéfilo, dirán: ¿Pero que es un buen set sin una banda sonora que acompañe? Y es aquí donde, valga la redundancia, lo hizo de nuevo pero en este caso Joseph Bishara y todo su equipo de trabajo. Quizás se opaca por el tamaño de la producción y una banda sonora que abunda casi silenciosamente pero que es realmente fundamental para el ambiente de la película y que además agrega varios sonidos casi inaudibles para quien lleva la tensión a tope pero que encajan a la perfección y le dan más mérito al equipo de la producción y más rica a la misma, sin tocar siquiera el uso de material original, al igual que su antecesora y que en cualquier tipo de producción hace subir el nivel de prolijidad y calidad de la misma. Pasando a uno de los puntos más críticos que fuimos viendo en estos años del público no habitué cinéfilo o casual (o como quieran llamarlo) y que ponía en duda la inmensidad de “El Conjuro” y su catalogada “La mejor película de terror de los últimos años”, volvemos a decir que no esperen una producción como las blasfemias que salen normalmente y apuntan su “éxito” a la ganancia basándose sus producciones en técnicas repetitivas o las llamadas en la jerga “salto de butaca”. James Wan no sale de su libreto, y aunque nos da el gustito del susto repentino en más de una oportunidad, nuevamente predomina ese nuevo paradigma de un terror ambiental que se va profundizando con el pasar de los minutos (erizándonos los pelitos) con un congloben de lo mencionado anteriormente más un guión, nuevamente realizado por los Hayes y la colaboración de James Wan y David Johnson, que sin ser extenso es sumamente profundo y no tiene altibajos poniendo al público en un gran sentimentalismo hacia los personajes en varios ocasiones. Cerrando nos queda tocar el tema de los personajes, algo muy característico de James Wan. Ya lo vimos en "El Conjuro" e "Insidious", donde pudimos apreciar personajes de entes/fantasmas/demonios que salen de lo habitual y que pueden surgir solamente de la mente de un genio. Obvio, "El Conjuro 2" no es la excepción y la realización y puesta en escena de los 2 principales es simplemente espectacular, aún con menores apariciones que lo que fueron los de la primera entrega. El mismo hermetismo de la perfección por parte del director lo podemos encontrar en Madison Wolfe que encabeza el papel principal como Janet Hodgson, la cual, según confirmó el director, la encontraron luego de realizar audiciones por varios países y que digamos dio justo en el clavo. La joven actriz, que ya pudimos verla en varias producciones aunque no en este nivel, lleva por delante un papel por demás complejo a la perfección donde se fuerza al máximo cada una de sus apariciones en escenas mostrándonos el gran futuro que tiene por delante, dejando en clara evidencia a la gran Frances O'Connor y su nivel que en esta producción no es bueno con un papel que por momentos nos deja atónicos pero no por sus acciones, sino justamente por sus inacciones o falta de personalidad ante la situación de las escenas. Por último. ¿Qué decir de Patrick Wilson y Vera Farmiga? Simplemente nada para reprochar en sus papeles al igual que en la primer entrega donde no solo se destacan por sus personajes en sí, sino por el conjunto que forman en su matrimonio y como cada vez nos hacen encariñarnos más con ellos. ¿Cumple las expectativas "El Conjuro 2"? Si, sin lugar a dudas. Una producción que crece desde su antecesora manteniendo todos sus lineamientos principales, con detalles técnicos impecables y una trama, que si bien es sencilla y deja entreverse rápidamente el secreto de fondo, engancha hasta el final y agrega varios detalles interesantes. ¡Ah! ¡Sí, se van a asustar!
Cuando segundas partes son mejores James Wan es un director nacido en Malaysia que adquirió renombre con “El juego del miedo”, su segundo largometraje del que después se hicieron numerosas e injustificadas secuelas, ninguna dirigida por él afortunadamente. “Rápidos y furiosos 7” fue su penúltimo y octavo largometraje y una de las mejores secuelas de dicha serie, además de un emotivo homenaje al fallecido Paul Walker. En 2013 había dirigido “El conjuro”, aceptable film sobre una casa embrujada en la década del ’70, un tema bastante trillado que ya estaba en “The Amityville Horror”, de Stuart Rosenberg, aquí conocida como “Aquí vive el horror”, que le sirvió de inspiración. “El conjuro 2”, la secuela recientemente estrenada, retoma el mismo tema de la anterior y al matrimonio Warren, que ya estaba en la primera de la serie. Habitualmente segundas partes son inferiores a las primeras y ello era lo que podía temerse en este caso. Pero como bien decía Adolph Zukor “el público nunca se equivoca” y luego de sumar en apenas dos semanas casi1,2 millones de espectadores, 100.000 más que la primera en toda su carrera era lógica la curiosidad de este cronista en ir a verla y comparar. Nuevamente están Ed y Lorraine Warren, interpretados respectivamente por Patrick Wilson y Vera Farmiga (”Amor sin escalas”), una pareja norteamericana que investiga fenómenos paranormales. En esencia la historia es la misma de la anterior pues habrá otra casa donde vive una madre soltera con varios hijos, con Janet (Madison Wolfe), la menor de las hijas que parece estar poseída. Hay, sin embargo, una gran diferencia que quizás explique que la secuela supere a la original. Ahora la casa está localizada en Inglaterra y es otro el clima que proporciona la diferente localización. También está mejor dosificado el “crescendo” dramático, ya que en la primera hora se minimizan las apariciones de personajes sobrenaturales, tan típicas de películas del género de terror. El matrimonio Warren se desplazará a Gran Bretaña, en misión y deberá confrontar con la televisión de la época (mediados del ’70) y averiguar si se trata o no de una farsa, como sospechan autoridades policiales y “expertos” muy a menudo mediáticos. Gran mérito de “El conjuro 2” es sostener el interés y evitar los “golpes bajos” , salvo en contadas oportunidades, en los 133 minutos que dura una segunda parte que supera en calidad a la original.
James Wan vuelve a mostrar que es “maestro en el terror” Aunque está dando un giro a su carrera con la acción, el malayo sigue dando motivos para asustarse. El terror que propone El conjuro 2 consiguió ubicarse como la propuesta preferida del público local que concurre a los cines argentinos, al ser vista por 484.059 personas. El cómodo liderazgo del filme dirigido por James Wan que también encabezó la venta de localidades en Estados Unidos y Canadá, tuvo como escolta al título que perdió el primer lugar: Alicia a través del espejo, que ocupó 114.055 butacas. Los datos aportados por la consultora Ultracine, mostraron que el podio se completó con los 78.837 espectadores que eligieron presenciar Tortugas Ninja 2: fuera de las sombras. Dirigido por el malayo James Wan, responsable de otras sagas y títulos del género como El juego del miedo e Insidious, La noche del demonio, Annabelle; y en un reciente giro en su carrera, director de Rápido y furioso 7 (2015) y a cargo de Aquaman, comprometida para 2018 como parte de la nueva serie comiquera de Liga de la Justicia. En El conjuro 2, Patrick Wilson y Vera Farmiga repiten sus papeles como el matrimonio de investigadores paranormales Ed y Lorraine Warren, que en los años 70 documentaron casos de terror sobrenatural. Esta vez, los Warren viajan a Inglaterra en vísperas de la Navidad de 1977 para investigar cierta actividad paranormal en la casa de un típico barrio londinense, Enfield. A instancias de Maurice Gross (Simon McBurney), otro de los investigadores de actividad de este tipo más importantes de la época, el matrimonio acudió en auxilio de la familia Hodgson, integrada por Peggy (Frances O'Connor), y sus hijos Janet (Madison Wolfe), Margaret (Lauren Esposito), Johnny y Billy. El suceso que en principio -en la realidad y la ficción- pareció una broma de niños, se convirtió luego en una tortura para las víctimas y es conocido como uno de los que más capítulos reunió en la colección de los Warren. Una vez más, Wan y su equipo centran el filme en el protagonismo de este famoso dúo y realza su intervención hasta encontrar explicación a los extragos que el poltergeist y darles una solución final. El director que se ganó el apodo de "maestro del terror" de los nuevos tiempos informa al espectador sin conocimiento que hubo algún hecho previo que dio prestigio a los Warren y prologa esta película el caso de Amityville, sucedido en 1974 y que inspiró el inicio de esta saga en 2013 con El conjuro. En adelante, el relato es una constante demostración de que conoce el pulso para lograr que el espectador entre en la escalada de suspenso y salte de la butaca tantas veces como se lo proponga en las dos horas -minutos más o menos- de narración. Pululan las puertas que se cierran intempestivamente, los muebles y hamacas que se mueven, los espíritus malignos y los sobrevuelos de víctimas poseídas. Aunque la película no aporta ingredientes argumentales o narrativos nuevos, ni a la historia del cine ni a la filmografía de Wan, se presenta como una opción bien armada.
De antemano, todo segundo capítulo de una saga que haya experimentado su primera entrega con éxito de público y crítica, enfrenta el desafío de no decepcionar a los fanáticos de la franquicia. En este sentido, se puede decir que si bien El conjuro 2 no está a la altura de su genial predecesora, tampoco defrauda a su público y se muestra como uno de los exponentes más dignos del cine de terror cosecha 2016. El director malayo James Wan, responsable de El juego del demonio y del debut en 2013 de El conjuro, sabe cómo generar y sostener una atmósfera inquietante, valiéndose de los recursos más genuinos del horror. Con su nuevo film, cuyo estreno conquistó automáticamente el primer lugar en la taquilla argentina, con más de 75.000 entradas vendidas en su primer día de exhibición; Wan demuestra que la mejor fórmula para cautivar al espectador, reside en combinar con sabiduría el pulso vertiginoso del cine comercial de hoy, con la potencia visceral del cine de terror de ayer, más precisamente el de los años '70. El conjuro 2 se despega del grueso de la producción del género en dos sentidos: no se sostiene por sus muestras de sadismo visual, y no se regodea en múltiples vueltas de tuerca con su correspondiente explicación. La premisa es sencilla, pero su desarrollo es compacto y contundente: la pareja de expertos en fenómenos paranormales conformada por Ed y Lorraine Warren (Patrick Wilson y Vera Farmiga), enfrenta un nuevo desafío tras salir airosos en el siniestro caso de Amityville. Claro que la opinión pública se divide entre quienes respetan su trabajo y aquellos que los consideran unos embusteros. En 1977, la desafiante y amorosa pareja recibe el encargo de viajar a Londres para desentrañar el misterio de una serie de sucesos acontecidos en una derruida casa de un suburbio. La primera mitad del film nos muestra el constante acecho de una presencia maligna sobre una familia configurada por una madre y sus cuatro hijos. Los momentos en los que aparece la dupla protagónica son aquí esporádicos, pero así y todo la cosa se sostiene a puro motor de una atmósfera perturbadora reforzada por las insuperables texturas de la niebla y la noche londinenses. El hecho de que ese enemigo fantasmagórico dirija todo su poder hacia una niña de 11 años redobla la tensión, y despliega un gran número de sobresaltos en la platea. Algunos más previsibles que otros, estos picos de crispación jamás caen en el golpe bajo ni en el abuso de sangre y vísceras sobre la pantalla. La llegada de la pareja de expertos a la casa poseída desata un abanico de situaciones, que van entre el plano confidencial con la familia asediada y una serie de escenas magistralmente intensas. No hay nada demasiado nuevo en El conjuro 2, pero el film baraja con solvencia tres cartas de nobleza del cine de terror. Los personajes están bien trazados y correctamente interpretados (la química entre Wilson y Farmiga es impecable), la atmósfera visual es tan inquietante como la de icónicos títulos de los '70 como El exorcista (film con el que guarda más de una similitud); y por sobre todas las cosas, es uno de las pocas películas recientes que comprende que el horror más tocante es ese que se manifiesta de manera física. Camas que se sacuden, muebles que se mueven solos, cruces que giran; configuran un arsenal mucho más eficaz que el de una sobrecarga de efectos especiales sofisticados. De hecho, cada vez que El conjuro 2 incursiona en efectos de animación para alguna mutación demoníaca, pierde garra y potencia. El plus de que tanto esta película como su predecesora estén basadas en hechos y personajes reales, sería meramente un atractivo comercial si James Wan no alcanzara un pacto de verosimilitud con el público. Lo notable es que el malayo no sólo logra construir una experiencia aterradora creíble y palpable, sino que también es capaz de generar momentos de una ternura incomensurable, como el de Ed tocando guitarra y cantando el clásico de Elvis Presley Can't help falling in love frente a la devastada familia. Aquí también El conjuro 2 coincide con esa libertad para ir de un clima a otro, tan característica del cine de terror de antaño. Al barrer con el cinismo y la solemnidad de buena parte de la producción industrial de hoy, Wan edifica una filmografía cada vez más sólida, un puñado de títulos que se atreven a fundir el horror con el abrazo. The conjuring 2 / Estados Unidos / 2016 / 133 minutos / Apta para mayores de 13 años con reservas / Director: James Wan / Con: Patrick Wilson, Vera Farmiga, Frances O'Connor, Madison Wolfe, Simon McBurney, Franka Potente.
James Wan = gran capo del cine de terror. Si, sí, están Wes Craven, John Carpenter, M. Night Shyamalan en sus buenas épocas, algún hito fugaz como El Proyecto Blair Witch o la saga de Actividad Paranormal... pero Wan los sobrepasa a todos en cuanto a eficiencia narrativa. El tipo te hace pegar unos saltos de aquellos y sabe cómo asustar. Por eso despreció la ponchada de millones de dólares que le ofrecieron para dirigir la próxima de Rapido y Furioso; porque sabe que el horror es lo suyo. Es una lástima que se haya divorciado de su socio creativo Leigh Whannell, ya que ambos sabían construir escenarios espeluznantes. Ahora cuenta con otro equipo de guionistas que le elaboran un esqueleto de historia y dejan que Wan llene los blancos: "y los protagonistas llegan a una habitación oscura y... - improvisa Wan -". El Conjuro 2 está repleta de interminables situaciones tensas, y puedo asegurar que me la pasé al borde de la butaca la mayor parte del filme. Y si bien hay sustos por doquier, le encontré algo menos shockeante que El Conjuro o Insidious, las que considero las obras máximas de Wan (junto con Saw, pero ésa entra en otra categoría). Será que, cuando el clima de suspenso es permanente, uno termina esperando cualquier cosa impresionante y por eso la sorpresa es menor. Por ejemplo, no encontré ninguna secuencia de shock parecida a aquella del original en donde Lili Taylor se sentaba a descansar en la escalera del sótano con una vela y un par de manos invisibles le apagaba la candela de un aplauso. Para el impacto se precisan respiros y momentos de tranquilidad, y El Conjuro 2 no da ninguno en su última hora de desarrollo; prefiere el clima ominoso permanente y agotador antes que el shock aislado. En la ocasión anterior debatí sobre la cuestión de la veracidad de las investigaciones de los Warren - aquí, aún mas puesta en duda ya que se encuentran involucrados en un punto en el caso Amityville, el cual años mas tarde los mismos responsables reconocieron que se trataba de un engaño armado para llenarse los bolsillos -. Ahora, francamente, me importa un comino. Elaborar una ficción histórica y poner a los Warren como una especie de Mulder y Scully de los años 70, no me parece un sacrilegio. Si los casos fueron farsas o no - el caso de Endfield, Inglaterra está plagado de sospechas, con los niños haciendo ventriloquía y/o conspirando para mover los muebles en las horas mas inusitadas de la noche -, no me interesa. Estoy acá por el show que me ha preparado Wan y, guau, es tal como lo esperaba. Intenso, siniestro, sorprendente. ofertas software para estudios contables No sé si importa hablar de los detalles, ya que se trata de un filme para ir virgen y experimentarlo. Quizás haya detalles cuestionables - uno precisa ponerse una vacuna antitetánica antes de entrar a la casa de los Hodgson (¿cómo pueden vivir en semejante mugre?, ¿acaso no conocen el jabón Bao?); el sótano inundado, las paredes que rezuman humedad y empapelado podrido, pisos de madera apolillados y, lo peor, utilizan el agrietado y mugriento mobilario del dueño anterior, ya fallecido y convertido en el fantasma que aterroriza a todos -, pero el show despega de gran forma cuando los Warren llegan a Inglaterra. El siempre desabrido Patrick Wilson despierta valentía y honestidad y posee una quimica formidable con Vera Farmiga. La inglesita Madison Wolfe destila tortura y crueldad, en el rol de victima poseída por una entidad feroz y brutal. Las secuencias - especialmente con el "Hombre Torcido", personaje de una canción infantil bastante torturante - te hacen clavar las uñas en el asiento del sillón. Es Wan en su salsa: creando ambientes plagados de penumbras en donde moran seres horripilantes, jugando con la banda de sonido y poniendo ruidos inquietantes, utilizando planos borrosos para ver cómo algo horrendo se mueve en segundo plano detrás de la protagonista... Oh, sí, El Conjuro 2 vale cada peso del valor de la entrada. Quizás el final sea algo exagerado, los colaboradores ingleses algo escépitcos de más, y quizás de la idea del demonio persiguiendo a la espiritista de un continente a otro sea traída de los pelos pero, rayos, es un filme de terror de James Wan y los tremendos sobresaltos compensan cualquier pifia de lógica.