Hay directores que parecen predestinados a filmar determinadas películas, o al reves, proyectos o adaptaciones destinados a ser llevados a la pantalla grande por determinados directores. A Tim Burton le sucedió con Alicia en el País de la Maravillas y El Planeta de los Simios; lo mismo podríamos decir de Peter Jackson y King Kong, Steven Spielberg y Tintin, Brian Synger y Superman, sólo para nombrar casos resonantes; los resultados pueden variar y estar o no a la altura de las expectativas. Lo mismo sucede con Baz Luhrmann y la novela de F. Scott Fitzgerald, “El Gran Gatsby”, que, aclaremos va por su quinta adaptación a la pantalla (contando un telefilm). El esplendor de los años ’20, el lujo decadente, y toda la parafernalia parecieran ideales para el director de Romeo + Julieta y Moulin Rouge, de los directores actuales quizás sea el más adecuado para retratarlo, el asunto es que la obra de Fitzgerald indaga un poco más allá de la superficie visual, ahí estaba el desafío para Luhrmann, quien también oficia como co-guionista. A grandes rasgos, esta nueva adptación sigue los lineamientos generales de la novela; el protagonista es Nick Carraway (Tobey Maguire) un joven veterano de la Primera Guerra Mundial, empleado en Wall Street a quien en un comienzo vemos narrando a su doctor (primero oralmente y luego por escrito) la historia que lo llevó a su trauma actual. Carraway es vecino de un hombre misterioso, al que pocos conocen, se tejen miles de versiones sobre su persona, y que organiza descomunales fiestas de la abundancia en donde “lo mejor” de la sociedad se hace presente, Jay Gatsby (Leonardo DiCaprio). Carraway se siente inmediatamente atraído por el mundo lujurioso de Gatsby y es así como metiéndose cada vez más logra conocerlo. Lo que Carraway no sabe en un principio, es que Gatsby es un antiguo amor de su prima Daisy Buchanan (Carey Mulligan) ahora casada con el infiel Tom (Joel Edgerton). Nick se inmiscuirá cada vez más en el mundo y la intimidad de Gatsby y de esta experiencia saldrá deslumbrado pero también cada vez más horrorizado por las consecuencias; por supuesto, el excéntrico personaje lo utilizará para llegar a Daisy y volver a conquistarla. Como era de esperarse, Luhrmann pone el foco y logra sus mejores momentos al retratar la vida ostentosa del millonario, y lo hace, como es su costumbre, a traves de un anacronismo entre pasado y presente, el charleston se mezcla con el rap, y el brillo y la arquitectura de los años ’20 se plasma conjuntamente con una edición rápido y vertiginosa casi videoclipera. Pero en un momento, el guión vira hacia otro lado, cuando la historia entre Daisy y Gatsby tome la pantalla; como si hubiese dos películas en una, la cuestión se convierte en melodramática, gana en protagonismo DiCaprio, y la película se hace más convencional. Fitzgerald publicó su novela en 1925 y sin embargo pareciera visionaria de la decadencia que estaba por venir, ese síntoma se siente en el personaje de Nick, que de a poco empieza a mirar todo con otros ojos y se da cuenta de las reales intenciones de la clase social que antes admiraba. Luhrmann (para ser justos, al igual que los directores de las otras adptaciones) parece dejar esa cuestión en un segundo plano, importa más, en este caso, el despliegue escénico y luego, como en todas, la trágica historia de amor; pero si hurgan un poco algo de la crítica social aún está latente en el film, sobre todo llegando al final. Podríamos decir que las expectativas están cumplidas, su director cumple con lo que todos esperábamos, “El Gran Gatsby” es presentada en un envase majestuoso (en lo cual el 3D ayuda mucho), el cast actoral también parece nacido para interpretar esos papeles; y quienes busquen un poco más de contenido, de peso social y realista deberían saber que esto es lo que se vende, un gran film de Hollywood, no más ni menos que eso.
Fin de fiesta En una de las mejores secuencias de El Gran Gatsby, Nick Carraway (un acertado Tobey Maguire) mira perplejo la fiesta que organiza el protagonista y pregunta: "¿por qué hace todo esto?". Su asombro es más que entendible ya que la celebración es tan ostentosa y excesiva que hasta duele calcular el dinero invertido en ese descontrol de champagne, bandas musicales, bailarinas y confeti que cae de quién sabe dónde. Mientras que el personaje busca la respuesta a su pregunta, se puede indagar lo mismo pero con respecto al director Baz Luhrmann. Ninguno de los dos -Gatsby ni el realizador- pueden esconder aquello que es obvio a la vista. Se trata de una fiesta y una película grande, poderosa, y por momentos, difícil de comprender. Sin embargo, se puede empezar determinando dos etapas: la fiesta y el drama. En la fiesta todo se encuentra apretado, extremadamente en contacto. Los cuerpos se unifican en la danza, o en besos, o en lujuriosas persecuciones. No hay espacios libres: todo es ocupado a partir del choque entre los personajes. Es una fiesta hermosa, hay que ser sinceros. Pero es más bello lo buen anfitrión que es Luhrmann a lo que diversión se refiere. En este sentido, es interesante la unión entre el personaje creado por F. Scott Fitzgerald y el punto de vista que le otorga el realizador. El público accede a la casa de Gatsby mirando todo con los inocentes ojos de Nick. En las fiestas hay frenesí, y pocos films transmiten las ganas de querer entrar en la pantalla. Pero cuando la fiesta se termina y Gatsby observa como todos se van a sus casas, queda el drama. Y el drama no está tan bien manejado como la contracara de este film. En donde debería haber un igual o mayor contacto entre los personajes -especialmente de la pareja protagónica- el film muestra su costado menos interesante. Es irregular, densa y por momentos, muy fría. No hay demasiado impacto emocional en El Gran Gatsby. Posiblemente, no lo haya por completo. Si el color rojo era protagonista en Moulin Rouge, en El Gran Gatsby es el azul. Y es un azul muy frío, que si se tuviese que hacer un paralelismo en la película se podría encontrar la imagen en el muelle escondido detrás de la bruma de la casa del protagonista. La pasión es distante, indiferente. La tragedia existe, pero nunca puede transmitirse. Una gran falla es la elección de la protagonista femenina: Carey Mulligan repite la misma fórmula de inocencia que en otros papeles. La blancura, la pureza, lo inmaculado son elementos que la actriz no puede (o no quiere) dejar de lado. Mulligan, además, pertenece a una escuela de actuación poco interesante y extrañamente latente en la actualidad: es la que enseña que a partir del llanto se obtienen los laureles. Las lágrimas, en esta actriz (Natalie Portman es otra quien se basa a partir de esos componentes), no tienen peso dramático, sino la prueba de la repetición. Del otro lado de la pareja, está Di Caprio, que sigue demostrando que es un grande. Lo mejor que hace el actor en El Gran Gatsby es componer a su personaje a partir de la ausencia. Todo pasa por esa sencillez que oculta un complejo mundo de sensibilidad. En una secuencia muy lograda, el protagonista le pide a su amigo Nick que organice una reunión con Daisy, su antiguo amor a quien no ve hace años. Gatsby se detiene en el jardín de su amigo y observa que el pasto se halla desordenado, desprolijo, indiferente. En el instante que el personaje le pregunta con delicado respeto si podría hacer algunos arreglos, Di Caprio ejecuta un pequeño gesto con la mano. Es un gesto amanerado que indica la libertad que Gatsby ha tomado con respecto al otro. Las acciones y las palabras ahora son independientes, alejadas de la vergüenza que le pudiera dar todo el asunto (en definitiva, no es más que un niño enamorado). Mulligan, cuando actúa, usa únicamente sus ojos llorosos; Di Caprio, cuando actúa, utiliza todo su cuerpo. El resto del casting es sobresaliente porque se basa en una increíble correspondencia con la creación de Fitzgerald. Di Caprio es Gatsby, Maguire es Carraway (quien no dista de poseer la inocencia del Peter Parker de Sam Raimi), y Joel Edgerton está perfecto como el oscuro esposo de Daisy. Por momentos, El Gran Gatsby de Luhrmann es realmente la obra concebida por el escritor estadounidense. Uno de los méritos de esta película es captar la esencia de ciertos momentos tal cual fueron delineados en la novela. Por ejemplo, la secuencia en el hotel Plaza en la que el insoportable calor amenaza con desmantelar la verdad entre los personajes, posee la misma textura molesta que transmite Fitzgerald; las fiestas parecen transcribirse desde el papel a la pantalla; y el absurdo y catastrófico reencuentro entre los enamorados denota haber sido leída y comprendida. Eso está muy bien, entonces, ¿por qué el director cede a sus caprichos? Por aburrimiento, se puede suponer. Hay que admitirlo, El Gran Gatsby es una gran novela pero simple en su argumento. En su superficie por supuesto, no se trata de algo más que un melodrama. Y además, es una obra corta de menos de doscientas páginas, por lo que el director habrá querido darle una mayor mirada personal. Pero ahí es donde todo falla porque las ideas originales escasean y los caprichos aparecen. El 3D aumenta la brecha entre el clasicismo de la novela y la mirada posmoderna de su director. Es contradictorio, porque la persona que entiende tan bien algunas partes del relato es la misma que necesita darle una no del todo novedosa pirotecnia visual (la música pop y anacrónica ya fue usada por Tarantino; la superposición de imágenes ya lo hizo Ang Lee en su Hulk; la aparición de textos en la pantalla lo ha hecho Fincher en El Club de la Pelea). Entonces, retomando la pregunta de Carraway, ¿por qué toda esta exageración? Gatsby, para atraer a Daisy; Luhrmann, para atraer al espectador.
¿Qué mejor candidato que Baz Luhrmann para trasponer la caótica década del '20 que transmitió durante años la prosa de F. Scott Fitzgerald? La idea de glamour inherente a la novela le sentaba de perlas a quien supo destacar el arte en su filmografía pero, en cierto punto, el director se perdió a si mismo en la grandeza que resultaba adaptar un icono de la literatura y The Great Gatsby es lujo en desmesura pero carente de afecto. Así de ambiciosa como se percibe por los adelantos, detalle clave en toda producción del director australiano, es un cuento repleto de fastuosidad, celebraciones interminables, amores imposibles, traiciones y, a fin de cuentas, los excesos de la riqueza y la imprudencia propia de la juventud. Los avances técnicos de la época permiten que la acción transcurra en una digitalizada ciudad de Nueva York, brillante y reluciente, donde muy pocas veces hay una inmersión hacia los sectores oscuros y sucios de la urbe. Uno de los puntos claves, y el sólo mérito de asistir al cine a ver el despliegue en pantalla grande, son las fiestas organizadas dentro del palacete que posee el misterioso Gatsby. Con la ayuda de la banda de sonido a cargo del músico Jay Z, quien logra una conjunción idónea entre sonidos del pasado y actuales, las bacanales derrochan los elevados diseños de vestuario, cinematografía y producción. Aumentadas con la dimensionalidad que otorga el 3D, las reuniones son un punto fuerte, que determinan el telón de fondo para el desarrollo de los personajes. Al ritmo de Crazy in Love de Emeli Sandé y A Little Party Never Killed Nobody de Fergie se presentan los personajes, conducidos por el Nick Carraway de Tobey Maguire. Él es el narrador absoluto, contando la trama a través de sus propios flashbacks mientras escribe sus memorias de los años turbulentos que pasó en Nueva York. Carraway es descrito en la novela como una persona cínica y recelosa de los desconocidos, en el film es una criatura inocente que entra en confianza enseguida con su entorno. El carácter y la actitud noble de Maguire lo hacen un candidato ideal para trabajar la idea y el mito de Gatsby como su mano derecha y confidente. El gran playboy americano se encarna en la piel de un Leonardo DiCaprio que nació para este papel. Cada gesto, cada sonrisa, cada frase destilan una clase elevada que otro actor no hubiese podido emular. La delicada Carey Mulligan también parece cortada para la parte de Daisy, una joven que vivió siempre rodeada de dinero y ahora, tras la reaparición de su viejo amor, ve su mundo trastocado. El trío de Maguire, DiCaprio y Mulligan tiene chispa y se ve bien acompañado por el férreo Tom Buchanan de Joel Edgerton y las bellezas de Isla Fisher y Elizabeth Debicki. Durante la primera hora de metraje, las fiestas y la imagen escondida de Gatsby son un aliciente para mantenerse ocupado desentrañando la figura del millonario. La revelación encantadora de Leonardo, con una copa de champagne en sus manos, trae aparejado un desliz narrativo importante. La historia de amor se deja ver infantil y sencilla, sin muchos matices, aunque ciertos giros en el tercer acto logran retomar esa idea de cinismo egoísta que intenta actuar como moraleja. Como adaptación de la novela, no se le puede buscar peros porque el guión de Luhrmann y Craig Pearce se mantiene fiel al texto de Fitzgerald, incluso en la traslación de pasajes y líneas del libro. A pesar de ser una novela corta, The Great Gatsby tiene una duración de unos 140 minutos un tanto excesivos, aunque a gusto con los anteriores films del director. Las dos horas y media se sienten, pero el esplendor americano se deja ver, así como también una brillante producción y una ferviente caracterización por parte de DiCaprio son los puntos a favor que tiene esta nueva adaptación de un clásico que, detrás de tanta opulencia, no encuentra asidero para contar una historia única e irrepetible.
El uso del artificio por el artificio mismo En ese libro esencial de la cinefilia que sigue siendo Arcadia todas las noches, Guillermo Cabrera Infante decía que el gran director Vincente Minnelli “parece sentir una atracción vertiginosa por los parties, por esas reuniones maníaco-depresivas que ha inventado la ciudad como un antídoto ineficaz contra la soledad y el tedio. En todas sus cintas, como una rúbrica neurótica, aparece un party obsesivo, recurrente”. Si no fuera porque el australiano Baz Luhrmann no tiene la estatura cinematográfica de Minnelli, algo similar podría decirse de sus películas, que sin ser estrictamente comedias musicales (como muchas de las del autor de Gigi) casi lo parecen, ya sea su controvertida Romeo y Julieta (1996) o la extravagante Moulin Rouge (2001), dos films marcados tanto por la música como por el color y el exceso. Por eso no es de extrañar que el clímax, el momento más alto y también más representativo (para bien y para mal) de El gran Gatsby, su discutible versión del clásico de Francis Scott Fitzgerald, sea el que corresponde al tercer capítulo de la novela, esa fiesta colosal, plena de jazz, de sonido y de furia, en la que por fin se materializa la figura hasta entonces elusiva del protagonista, Jay Gatsby. Que “la historia jazzística del mundo”, como se la describe en la novela, sea en la película un extraño, abrumador conglomerado de Gershwin con hip hop y Beyoncé (productora musical de la película, junto al rapero Jay Z) es consecuente con la estética toda del film de Luhrmann. Se podrá decir de todo sobre su nueva extravagancia –y, en su mayoría, no necesariamente elogios–, pero si algo hay que reconocerle al director australiano es que ha sido fiel a sí mismo, antes incluso que a Scott Fitzgerald. Esos brutales anacronismos musicales y ese romanticismo desbordado, adolescente, declaradamente cursi, que ya estaban en Romeo y Julieta y Moulin Rouge reaparecen sin rubor ni vergüenza alguna en esta versión de un tótem de la literatura estadounidense. Es verdad que mucho de la novela de Scott Fitzgerald estaba concebido bajo el signo del exceso, de la visión admirada y extremadamente subjetiva que el narrador Nick Carraway tenía no sólo de Gatsby, sino también del amor incondicional de Gatsby por esa flor triste llamada Daisy. Un amor (“un sueño” lo llama Fitzgerald) que hace que toda la enorme fortuna y el inmenso poder que ha sabido acumular ese hombre sea única y exclusivamente para volver a conquistar el corazón de Daisy, su incandescente pasión de juventud, ahora casada con un prepotente millonario que no sólo la engaña descaradamente, sino también la ignora, como si fuera una más de sus muchas posesiones. Pero si la novela de Fitzgerald iba acumulando todos esos elementos para finalmente construir un poético canto a la melancolía, una suerte de oda a la irreversibilidad del tiempo –el tiempo que Gatsby y Daisy dejaron escapar y que ya nunca podrán recuperar–, el film de Luhrmann, a pesar de seguir por momentos trabajosa, literalmente el texto, nunca deja en cambio de distraerse con los elementos exteriores no sólo de la novela, sino también del film mismo. Es como si para Luhrmann fuera más importante la dispendiosa escenografía, el lujoso vestuario, todo el extenuante diseño de producción concebido por su esposa y colaboradora habitual, Catherine Martin, que el tema central desarrollado por Fitzgerald. El injustificado uso del 3D y de imágenes generadas por computadora (CGI) no hace sino reforzar la idea del artificio por el artificio mismo, en desmedro de la historia que se cuenta. El casting es tan irregular como la película misma. Así como no parece haber hoy en Hollywood un actor más justo para encarnar a Jay Gatsby que Leonardo DiCaprio, no sólo por su presencia física, sino también por su personalidad y su carácter, la Daisy de Carey Mulligan en cambio no podría resultar más sosa, más desvaída, tan fuera de época como la película toda. Algo similar sucede con Tobey Maguire como Nick Carraway, ese testigo involuntario de una pasión condenada que el actor de Spider Man parece observar con la torpe perplejidad de alguien que ha caído por error en la fiesta equivocada.
GRANDES ESPERANZAS La novela de F. Scott Fitzgerald vuelve a la pantalla grande de la mano del director de Moulin Rouge y con una actuación de Leonardo Di Caprio legendaria. Todo el encanto y la fuerza de una historia como la de El gran Gatsby se juega en la presencia de su protagonista. Leonardo Di Caprio parece haber nacido para interpretar a Gatsby. No es raro que al final llegara el día en el cual el actor se encontrara con el papel de su vida. Si existe justicia en este mundo, Di Caprio debería recibir el Oscar por su actuación en esta película. El actor lo sabe y desde hace tiempo soñaba con este rol. Sabe, como la película de Buz Luhrmann, que Gatsby es un personaje extraordinario. El gran Gatsby de F. Scott Fitzgerald es un clásico de la literatura del siglo XX cuya influencia golpea incluso las puertas del cine. Millonario misterioso, personaje fascinante, amado y odiado, el cinéfilo verá fácilmente una conexión entre personaje y el que creara Orson Welles para El ciudadano. La película –tercera adaptación en el cine sonoro que se ha hecho del libro- respeta el narrador de la novela y su punto de vista. Nick Carraway (Tobey McGuire) vive en Long Island, en una pequeña casa entre dos grandes mansiones. Una de ellas está habitada por un millonario llamado Gatsby, quien da las mejores fiestas y sigue siendo a pesar de eso un enigma para todos. Del otro lado de la bahía, vive Daisy, la prima de Nick (Carey Mulligan) y su marido Tom (Joel Edgerton) quienes jugarán un rol clave en la historia. La novela se publicó en 1925, en plena “Era del jazz” y no impactó en los lectores. Menos de veinte mil ejemplares la convirtieron en un fracaso. Cuando Scott Fitzgerald murió en 1940, lo hizo pensando que su novela pasaría al olvido. Pero luego de la Segunda guerra mundial el libro se volvió cada vez más popular, a punto de ser texto clave para estudiantes. Fue elegida, además, como una de las más importantes novelas americanas del siglo XX. A pesar del fracaso inicial, igual el cine se sintió atraído por sus páginas desde el comienzo. En 1926, sí un año después de ser publicada, una película lleva El gran Gatsby al cine. La película hoy está perdida, pero se puede ver un minuto en la web. Tomen nota de algo: no es una película de época, ya que está filmada en el mismo período del libro. El personaje de Gatsby lo interpretaba Warner Baxter (protagonista luego de Prisionero del odio, de John Ford) y Nick Carraway lo interpretaba Neil Hamilton (años más tarde muy popular por interpretar al comisionado en la serie Batman con Adam West). En 1949 –ya cuando la novela se convertía en un éxito se volvió a llevar al cine. Esta vez haciendo hincapié en el costado film noir y gansteril del personaje. Alan Ladd era Gatsby. Sin embargo la versión que todos recuerdan –y lamentablemente idealizan- es la que dirigió Jack Clayton y protagonizó Robert Redford. En el film protagonizado por Redford, se altera el punto de vista de la novela. Y aunque Nick Carraway (Sam Waterston) sigue siendo un personaje clave, hay muchas escenas de amor –filmadas con unos filtros muy feos- que bordean el ridículo por lo estereotipadas. Ni Redford está tan bien, ni tampoco Daisy (Mia Farrow) se luce. Dicen que Mia Farrow estaba enojada con Redford, que pasaba el día entero viendo televisión y leyendo diarios para estar al día con el escándalo de Watergate. Su interés político se vio recompensado cuando en 1976 hizo Todos los hombres del presidente. Un elenco setentoso que incluía a Bruce Dern y a Karen Black completaba el cuadro. Una curiosidad: la lealtad al libro, salvo el cambio de punto de vista, es notable. Un telefilm en el año 2000 con Tobey Stephen como Gatsby, Miran Sorvino como Daisy Buchanan y Paul Rudd como Nick Carraway. Y una versión pandillera negra con hip hop llamada G en el año del 2002 terminan de cerrar el historial de películas inspiradas en el libro. Y ahora llegó una nueva versión que el público parece estar valorando más que la crítica. Pero que está destinada a quedar en la historia por la potencia actoral de Leonardo Di Caprio más allá de cuanto se la valore en general. El insoportable cliché –porque es realmente inaceptable en el siglo XXI- de decir que el film está a la altura del libro no dice absolutamente de la película. De verdad, ¿Qué importa la relación entre ambos textos? Es divertida la comparación, no lo niego, pero no se puede evaluar una obra de arte cinematográfica en base a algo que está afuera de la película. Lo que está afuera de una película sirve para enriquecernos, no para convertirnos en inspectores de similitudes y diferencias. Es más, si de tomar ideas de aquí o allá se trata, las similitudes entre El Gran Gatsby y Grandes esperanzas de Charles Dickens son notables. Y obviamente eso no habla mal de nadie, simplemente de que las obras de arte se comunican, se basan en algo o se inspiran en algo y luego tienen vida propia. Ambas novelas cuentan una historia de ascenso social por amor y una revelación final o un desenlace que hace que toda esa lucha se demuestre fútil o ridícula. Una frase al final de El Gran Gatsby (una historia más trágica que la de Dickens) lo ejemplifica: “Su sueño debió haberle parecido tan cercano que habría sido imposible no apresarlo. No se había dado cuenta de que ya se encontraba más allá de él, en algún lugar- al otro lado de la vasta penumbra de la ciudad, donde los oscuros campos de la república se extendían bajo la noche.” Pero yendo de lleno al film de Baz Luhrmann digamos que se trata de un film de un gran romanticismo y de un impacto visual que no tiene retorno. Todas las demás versiones de El Gran Gatsby parecen una kermesse de barrio comparado con el despliegue que esta película tiene. La década del 20 parece más la década del 20 que la verdadera. New York es más New York que la verdadera. Eso es el cine. New York en la década del 20, con su locura, su euforia, con el desastre a la vuelta de la esquina es el marco en el cual se desarrolla esta historia. El Gran Gatsby es tan interesante como su personaje protagónico pero la película deja con la boca abierta en cada escena. Carraway, como los espectadores, irá tratando de entender quien es realmente Gatsby. Como pasaba en las películas de Orson Welles (El ciudadano, Mr. Arkadin, Sed de mal) nos intriga la verdadera naturaleza de ese personaje enigmático, acusado de los peores crímenes y posiblemente un fraude. Aquí las revelaciones serán tan majestuosas que la mirada de Carraway sobre el mundo que lo rodea ya no podrá ser igual. Luhrmann, el mismo director de Romeo y Julieta (la versión con Di Caprio) y de Moulin Rouge tensa las cuerdas del melodrama hasta lograr que una historia tan conocida parezca nueva. Su majestuoso estilo visual se impone desde el comienzo, aun aquí se lo encuentre más sobrio que nunca. Luhrmann ha descubierto que la tecnología actual permite crear imágenes tan bellas como las del cine clásico y a la vez tan reales como las del cine posterior. Lo mejor de dos mundos. Aunque claro, no se imponga jamás una idea realista del cine. La banda de sonido moderna, que incluye a Lana Del Rey entre muchos otros, da cuenta de cómo Luhrmann cree más en su obra que en las convenciones del cine. Y si acaso Di Caprio interpretando a Gatsby merece un Oscar, lo mismo merecen la dirección de arte y el vestuario del film, que son inolvidable. La última parte del largometraje es de un romanticismo abrumador. No se puede adelantar nada de la trama, pero sí vale la pena decir que El Gran Gatsby es un melodrama digno del siglo XIX, escrito en el siglo XX y llevado de forma brillante a la pantalla en el siglo XXI. Los temas del film trascienden a la época. La grandeza del director consiste no solo en mostrarlo, sino en demostrarlo en cada imagen del film.
La pesadilla americana Entre la forma y el contenido queda clara la elección de Luhrmann. Si esta película fuera otra cosa, sería una drag queen; excesiva, superficial, barroca, pomposa. Una cáscara lujosa sin nada adentro. La historia del excéntrico y misterioso James Gatsby narrada por el veterano de guerra Nick Carraway, vecino de aquel y testigo de sus interminables fiestas, nos es presentada de forma pretenciosa y con toda la prepotencia visual acostumbrada en el director de "Moulin Rouge". Detrás de la imponente puesta estética aparece, sin fuerza, el Gatsby a quien nadie conoce, y quien no tiene intenciones de ser conocido; un hombre muy joven en la década del veinte para ser tan millonario, de quien se cuentan las más insólitas historias. Carraway es el elegido para conocer la verdad y ser quien facilite a Gatsby el reencuentro con una mujer a quien hace tiempo que no ve, pero ama y desea como el primer día; aunque ella ahora esté casada y su marido tenga al famoso y misterioso magnate entre ceja y ceja. Hay que tolerar un par de actos antes de que aparezca un relato más ordenado y focalizado en el conflicto central; y un poco más para que algo en medio de semejante parafernalia sacuda al espectador. Tobey Maguire repite aquí sus habituales muecas de joven pavote e inocentón, en contraparte a un DiCaprio bien plantado, que construye con solvencia su propio Gatsby. Por su parte, Joel Edgerton aparece sobreactuado mientras Mulligan aporta su característica fragilidad, no sin cierta afectación. Queda claro que la sutileza no es lo de Luhrmann, quien con tan cuidada -y artificiosa- fotografía, más el 3D, no logra simbolizar lo que Fitzgerald supo sugerir, con simpleza, en su novela; un clásico libre de artilugios.
Película despareja e indecisa. Pero no sigilosamente. El gran Gatsby es elefantiásicamente despareja e indecisa. Baz Luhrmann intenta hacer otra vez Moulin Rouge! , su película de 2001 (que también abrió Cannes), su obra máxima y una película maravillosa, extraordinaria. Lo que había salido bien allí descansaba en componentes que en El gran Gatsby no se hacen presentes: en primer lugar, los personajes de Moulin Rouge! eran de una tremenda simplicidad (la prostituta de buen corazón, el poeta soñador y enamorado, el villano rico y mequetrefe). Así encajaban mejor, de forma más fluida, con la hiperestilización del color, del diseño de producción y de la música. Eran personajes sólidos y seguros de no necesitar matices. No es así en El gran Gatsby que, al basarse en una de las grandes novelas de la tradición estadounidense, vuela menos libre que Moulin Rouge! (vagamente ligada a La dama de las camelias ). En realidad, ese vuelo menos libre es decisión de Luhrmann, que hasta imprime texto en pantalla y en relieve 3D (por otra parte muy bien utilizado, con profundidad pictórica para resaltar los impresionantes decorados). No está necesariamente mal el uso "material" de palabras en el cine, el problema de la versión Luhrmann de la novela de Fitzgerald es que esas palabras parecen provenir de otro mundo, de otro cine, que no casa bien con el despliegue frenético de decorados, bailes, vestidos, lujos, cortes de montaje, música extemporánea (hasta hip hop) para recrear unos años veinte del siglo XX que más que lujosos son un derroche bombástico, delirante. El pulso de baile de la película en su primera mitad, de grandilocuencia en las imágenes y en el movimiento, engulle cualquier palabra pretendidamente literaria. Moulin Rouge! triunfaba porque no le importaba tomar el cine y la música pop y remixarlos sin necesidad de establecer tradiciones y citas claras, y su fin de siglo XIX en París no tenía pretensiones de anclaje alguno en la realidad histórica, social, económica. En El gran Gatsby la novela pesa, y Luhrmann deja que pese; y la versión de 1974 con Robert Redford pesa también (inexplicablemente). Y pesan la historia, la economía, los años veinte previos a la gran crisis financiera. Puesto en cine, el personaje de Gatsby se acerca demasiado al símbolo, a la metáfora, y Luhrmann no lo rescata, a pesar de que DiCaprio entrega una actuación con una fuerza tan contenida como evidente. Por su parte Daisy, en la piel de Carey Mulligan, evidencia en demasía que Gatsby está más enamorado de estar enamorado y de su tenacidad que de ella. A pesar de los defectos apuntados, y del accidente contado con un ralenti criminalmente feo, unos cuantos segmentos -la fiesta en la que aparece Gatsby, especialmente- son esplendorosos, y por momentos hasta parece que la película puede volverse pasional sin necesidad de estar tan atada a la historia del joven Nick Carraway que conoce al misterioso y poderoso Gatsby, al amor de Gatsby por Daisy casada con Tom, etc. Pero Luhrmann no se juega, y tampoco apuesta del todo por hacer una película más apoyada en la historia americana: no se decide, la película se siente tironeada por demasiadas fuerzas y la intención de inyectarle Moulin Rouge! tiene resultados intermitentes. El gran Gatsby dice con claridad que no se puede repetir el esplendor del pasado, al menos no con una misma receta para ingredientes tan distintos.
Vencedor vencido Creo poder afirmar sin demasiado temor a equivocarme que el pobre Baz Luhrmann es un director bastante incomprendido por buena parte de la crítica, que sólo lo ve como un cineasta de diseño, incluso cuando lo elogia. Un ejemplo categórico de esto es la crítica (¿califica a esta altura como crítica esos textos que parecen escritos en pantuflas?) de Diego Battle de El gran Gatsby, titulada Que fantástica esta fiesta… (¿qué demonios habrá querido decir con esto?), donde elogia a Luhrmann porque “hace lo que se le antoja” -hay muchos directores que hacen lo que se les antoja, lo cual no implica nada bueno de movida, y sino fíjense en Michael Bay- y describe a la película como “una propuesta algo hueca y superficial, pero también un objeto pop hecho con maestría y, por lo tanto, fascinante en varios aspectos”. Incluso cuando se centra en las tensiones entre la novela y el film, por si Luhrmann respeta o no el material original, sus preocupaciones pasan por el uso de la banda sonora o las sobreimpresiones de fragmentos del libro en la pantalla. Es decir, siempre se queda con los aspectos técnicos, con lo audiovisual, como si no hubiera narración, creación de personajes o conflictos. Battle olvida o no sabe o no entiende (lo mismo que muchos críticos en el resto del país y el mundo, aunque es difícil que escriban con tanta pereza como él) que Luhrmann es ante todo un romántico de campeonato, un cineasta que construye una estética del exceso a partir de su interés por las grandes historias, por los amores extremos y puros, por los géneros como fuentes de universos donde la épica es la norma. La razón por la que traslada a la contemporaneidad mafiosa a Romeo y Julieta, relee el auge bohemio de fines del Siglo XIX con fuentes musicales de finales del Siglo XX en Moulin Rouge! o combina los géneros bélico, western y romántico en un homenaje a su país en Australia no es porque haga “lo que se le antoja”, sino por razones bastante precisas, lejos del mero capricho: el director se identifica plenamente con las inagotables energías de los protagonistas de esos relatos y piensa permanentemente el contacto entre sus épocas y la actualidad, exaltando el artificio y apelando al pastiche, pero sin descuidar la sensibilidad a la hora de presentarle mundos palpables al espectador. Su gigantismo estético-narrativo vehiculizado en temas simples lo emparenta un poco con James Cameron, aunque este sea más clásico en su puesta en escena. No me hubiera extrañado que Luhrmann situara El gran Gatsby en la actualidad, en una operación similar a la de Romeo + Julieta, aunque finalmente elige seguir el mismo procedimiento que en Moulin Rouge!, reflexionando sobre las concepciones de la Gran Novela Americana en la década del veinte desde la contemporaneidad. Lo que le interesa igual sobre todo es la mirada idealizada sobre la vida y el amor por parte de Jay Gatsby, a quien Leonardo DiCaprio interpreta retomando numerosos aspectos del Howard Hughes de El aviador: un ser que se va erigiendo como puro misterio, casi como un absoluto, aunque a medida que avanza la historia se va revelando como alguien tan frágil como abarcativo en sus ambiciones. Ese personaje, una permanente contradicción, sirve como soporte para construir otros estereotipos: Daisy Buchanan, la esposa trofeo que (se) cuestiona su posición pero no puede salir de ella; Nick, el optimista que finalmente termina totalmente desengañado; Tom Buchanan, el millonario cínico pero también convencido de la supuesta superioridad de su clase; Jordan Baker, la mujer que sobreactúa su liberalidad, sin hacerse cargo realmente de nada; Myrtle Wilson, la típica amante hueca; o George Wilson, el característico trabajador pobre y torpe que es usado por los demás. Luhrman no abandona esos estereotipos, no los elude, sino todo lo contrario, y ese acto de esquematismo es lo que le permite que los personajes vayan creciendo en espesor a medida que avanza la historia. Al mismo tiempo, el 3D posee una función espacial pero también expresiva, porque delata en todo momento el juego de apariencias desempeñado por Gatsby y los que lo rodean. El film entonces progresa en base a saludables paradojas: sus protagonistas, pura superficie, exhiben grietas profundas; el universo falso muestra distintas dimensiones. Y lo que se impone es un cuento enorme, cargado de luces, colores y sonido, sobre un hombre y sus sueños imposibles. Luhrmann, que tiene mucho de Gatsby, busca también llevar a cabo un film imposible, repleto de referencias culturales y personajes a los que les otorga cargas simbólicas que no terminan de sostener, porque sus virtudes estéticas-narrativas como realizador no le alcanzan para salir de determinados esquemas. Con El gran Gatsby continúa persiguiendo la Gran Historia, aunque sus pretensiones no están a la altura de sus logros. Se podría decir, con justa razón, que con las intenciones no basta, que lo importante son los resultados conseguidos. Pero hay que reconocer que Luhrmann sí consigue algo particular: que sus objetivos, aunque no se cumplan, sirvan de inspiración al público y se transformen por sí solos en logros. Como Gatsby, triunfador a su modo a pesar de estar destinado a perder, Luhrmann hace de la derrota una victoria.
Baz Luhrmann le da un enfoque popmoderno al clásico de Fitzgerald. Quien asista a ver un film de Baz Lurhmann debe tener claro cuál es el enfoque y la personalidad que imprime en todos sus films: un tratamiento barroco de la imagen, la música como un importantísimo elemento narrativo y por sobre todo un descontrolado y antojadizo manejo de todos estos elementos juntos. Ya lo vivimos en Moulin Rouge, en donde sonaron canciones de Nirvana, Elton John y Madonna en un París de una extraña dimensión paralela. Imaginarlo realizando una versión cinematográfica de uno de los clásicos de la literatura norteamericana como lo es El Gran Gatsby podía generar tanto temor por los resultados, como ávida curiosidad por ver cómo su descontrolado estilo finalmente podía liberarse en el marco de las locas fiestas que se dan cita en el relato de Fitzgerald. Aún para muchos subsiste el recuerdo de aquella versión de los años setenta a cargo de Robert Redford y Mia Farrow, con guión adaptado por el mismísimo Francis Ford Coppola, como una muy interesante adaptación con entidad propia y una impronta visual inolvidable y difícil de emular. Planteado el desafío, Luhrmann puso manos a la obra con uno de sus actores fetiches, Leonardo DiCaprio (con quien ya había trabajado en su versión más que libre de Romeo y Julieta y con quien planea una versión de Hamlet a futuro) y con Carey Mulligan en el papel de Daisy Buchanan. La historia nos sitúa en los locos años veinte, donde un misterioso hombre rico y seductor realiza grandiosas fiestas diarias a las que asiste casi toda la alta sociedad y en las que poco participa. Todo este movimiento plagado de luces, sirvientes y derroche ("cada quince días un ejército de proveedores acudía con centenares de metros de lonas y suficientes luces de colores para convertir el enorme jardín de Gatsby en un gigantesco árbol de navidad" nos dice Fitzgerald en su libro) es observado por Nick Carraway (Tobey Maguire) un joven modesto que vive en una pequeña casa contigua a la mansión. Nick representa la cara opuesta del misterioso Gatsby: es solitario, poco sociable y atraviesa un mal momento económico, pero el destino los cruzará para siempre y tal vez sea el la única persona que llegue a entender cabalmente las motivaciones del solitario nuevo rico para organizar las tan suntuosas reuniones sociales. Así, una historia que parecía tener un tinte banal perfectamente mostrado por el estilo barroco de filmación de Lurhman se verá complicada por un pentágono amoroso que en todo momento amenaza con explotar. Sin adentrarnos demasiado en la composición de este enredo amoroso, el espectador disfrutará tanto de las fastuosas fiestas como del incondicional amor que motiva cada uno de los actos del maravilloso Gatsby. Y esto también es un elemento importante al hablar de este film de Lurhmann, porque más alla de la fama irreverente del director su adaptación del libro (a cargo de él mismo y Craig Pearce) ha sido por demás respetuosa del material original, lo cual -para el estilo de reversiones que nos tiene acostumbrados- no es un dato menor. Con transcripciones literales de muchos de los pasajes de la maravillosa obra de Fitzgerald. La fotografía a cargo de Simon Duggan muestra el despliegue de la fastuosidad al orden de la diversión y se deleita con el vestuario cuidadosamente realizado por la esposa del director Catherine Martin en colaboración con Prada. Detalles que son importantísimo para retratar a una sociedad que constantemente se esforzaba en aparentar más que en ser y en pertenecer más que en sentir. La banda de sonido tampoco defrauda y en ella podremos encontrar colaboraciones de Fergie, Beyonce, Will I Am y Jack White reversionadas al mejor estilo del Charleston de la época y con un resultado contundente. El estilo de Luhrmann se palpa a cada paso del film, pudiendo resultar molesto para sus detractores y adorable para quienes son cultores de su cine, pero indiscutiblemente una rara gema en medio del cine actual. Vale la pena disfrutar de esta apuesta que reversiona uno de los clásicos de la literatura norteamericana que mejor retrata el desengaño, el amor eterno y la atmosfera de aquellos años tan dorados en su superficie y tan huecos y oscuros en su interior.
Historia de amor ampulosa El filme de Baz Luhrmann se mete con la clásica trama de amor, pero su contenido es escaso. DiCaprio y Mulligan salen adelante con su presencia. Si Baz Luhrmann había atacado un clásico de Shakespeare en Romeo + Juliet (1996), quienes preveían que al abordar la novela clásica de la literatura norteamericana El Gran Gatsby iba a apropiarse de ella, y dar otro espectáculo a la Moulin Rouge... pues bien, estaban en lo cierto. El realizador australiano es cinematográficamente operístico. Le gusta lo ampuloso, lo rimbombante, y no teme mezclar no ya géneros sino músicas, como incluir hip hop en plena era del jazz de los años ’20. A Luhrmann la historia del joven pobre que se hizo rico sólo para reconquistar al amor de su vida le interesa para desplegar toda su imaginería visual, en un marco de dirección artística espectacular (decorados, vestuario, iluminación y recreación de la Nueva York de los ’20 -digital y en estudios en Australia, por cuestión de costos)-, pero con contenido escaso. A Luhrmann nadie podrá decirle que no es un romántico. Empedernido, y manipulador, sí, pero en sus cuatro largometrajes -sumemos su opera prima, Strictly Ballroom, que como Moulin Rouge estuvo en Cannes- lo central son historias de amor en las que a los amantes les cuesta reunirse. F. Scott Fitzgerald fue claro en su novela: Jay Gatsby asciende en una sociedad con dobleces, corrupción y lujos desmedidos, y toda la fortuna que llega a amasar la utiliza para reconquistar a Daisy Buchanan, que no la esperó a su regreso de la Primera Guerra Mundial, y está mal casada con Tom. Esta sexta adaptación de la novela tiene a Leonardo DiCaprio y Carey Mulligan como su interés romántico -como Robert Redford y Mia Farrow lo fueron en la más recordada versión en cine, con guión de Coppola-, y a Tobey Maguire como Nick Carraway, el primo de Daisy y ocasional vecino de la mansión de Gatsby que lleva adelante el relato. Pero si hacer que Carraway le cuente lo sucedido en el pasado a un psiquiatra en un asilo puede sonar un despropósito antes que un guiño al autor de El último magnate, que el ex Hombre Araña sea quien lo interprete es un error de casting. DiCaprio y Mulligan salen adelante con lo que tienen: presencia, talento, aunque aparezcan como flotando entre tanto lujo, fiestas y en medio de un 3D cuya razón no justifica la historia, y sí el desmadre y espectáculo que busca el director. El éxito de El Gran Gatsby en Norteamérica hizo pensar a quienes no vieron el filme que se trataba de una zancadilla a los blockbusters de Hollywood, como Iron Man 3. Pero no: El Gran Gatsby no es una realización donde pese más el cine de autor o su calidad artística, sino que es otro blockbuster, un tanque donde no hay superhéroes pero sí grandes estrellas. Que es, hoy por hoy y desde donde se lo mire, más o menos lo mismo.
Como todas las películas de Baz Luhrmann, esta también es poderosa desde lo visual, valiéndose de todos los recursos cinematográficos posibles colores sepia, flashbacks, zooms dignos de Leone, pantalla partida, logrando un efecto cautivante digno de un musical de Broadway. Una puesta barroca en la que Leonardo Di Caprio se luce en un papel que parece escrito a su medida. Un show fílmico de proporciones en donde todos los rubros técnicos incluida la banda de sonido, confluyen en una gran historia épica, romántica e inolvidable.
En la actualidad cualquiera que considerara a “El gran Gatsby” una historia mala sería tomado por ignorante. Sin embargo, en 1940 F.Scott Fitzgerald murió creyendo que había escrito un libro mediocre que nadie iba a recordar con el paso del tiempo. Su trabajo fue recibido con críticas regulares y tampoco se vendió bien cuando surgió en 1925. Fitzgerald había creado una gran obra que retrataba con muchos detalles la era del jazz y la cultura popular norteamericana en los comienzos de la década de 1920. Era un libro que necesitaba ser bien digerido y la prensa de ese momento no llegó a comprenderlo. Con el correr de los años esta situación cambió radicalmente. Para 1960 “El Gran Gatsby” no solo era un best seller internacional sino que se había convertido en una de las mejores obras literarias en la historia de los Estados Unidos. Fitzgerald de esta manera pasó a ser destacado entre los grandes escritores de ese país como John Steinbeck (“Viñedos de Ira”), pero lamentablemente nunca llegó a ver en vida el fenómeno que generó. La novela finalmente se convirtió en un verdadero clásico que fue adaptada varias veces en el cine, el teatro, la televisión y hasta los videojuegos. La versión de Baz Luhrmann (Mouling Rouge) es la quinta producción hollywoodense hasta la fecha y se caracteriza por recrear esta historia con bastante fidelidad a través de una propuesta visual diferente. Lo interesante del film es que combina el conflicto clásico de Fitzgerald con la extravagancia que identifica al arte de este director. La historia es la misma con la particularidad que Luhrmann la cuenta con su estilo de narración personal donde el retrato que hace de los años ´20 es más grotesco y bizarro. En este caso cambió las melodías de jazz por las canciones del rapero Jay Z, Beyoncé y Florence and The Machine, que no suenan tan descolgadas como uno se hubiera imaginado. Si la película hubiera sido dirigida por Joe Wrigth (Orgullo y prejuicio) esto tal vez hubiera sido más raro, pero en el cine de Luhrmann la mirada que él propone de este período histórico no resulta tan descabellada. Inclusive las canciones nunca llegan a opacar las tensiones del conflicto, sino que se destacan en escenas puntuales. La primera parte de la película es donde más se concentran las extravagancias del director con imágenes increíbles donde no quedan dudas que detrás de las cámaras estuvo Lhurmann. Sin embargo, los elementos grotescos luego pierden fuerza y el cineasta se enfoca en desarrollar el conflicto clásico de Gatsby, con las modificaciones mínimas que requiere toda adaptación en el cine. La realidad es que la película es mucho menos delirante de lo que daban a entender los trailers. Leonardo DiCaprio y Tobey Maguire están muy bien en sus papeles y son los que llevan adelante la historia. Sí me quedó la sensación que el personaje de Daisy resultó el más débil de esta producción y Carey Mulligan, que es una muy buena actriz, ni siquiera logró hacerle sombra a la interpretación que brindó Mia Farrow en la versión de 1974, con Robert Redford, que era hasta hace poco la versión más famosa de todas. Port otra parte, el formato de tres dimensiones estuvo excelentemente implementado y es un buen aporte a la experiencia visual que ofrece la película. No creo que este trabajo se convierta en un clásico de la filmografía de Luhrmann pero permite disfrutar este famoso relato desde un enfoque diferente y eso hace que su visión valga la pena. EL DATO LOCO: La primera adaptación de esta novela de Scott Fitzgerald se hizo en 1926 en la era del cine mudo. La película hoy es famosa porque se trata de una cinta perdida que nunca se pudo recuperar. Desaparecieron todas las copias y el film no se encuentra en ninguna colección privada o archivo. Desde hace muchas décadas es una pieza muy buscada por los historiadores. La única prueba de la existencia de la película es un tráiler de un minuto que fue preservado por la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos.
Había un personaje argentino en una película que hablaba de deseo, fuego, pasión, sospecha, ira y traición... y ahí gritaba y arrancaba Roxanne en ritmo de tango. Esa escena, quizás en mi top ten de la historia de los apasionados momentos que viví en una sala de cine sucedía en Moulin Rouge. No puedo evitar ponerla en esta crítica para que se entienda todo lo que voy a escribir después Si fuiste de los que se volvieron locos con Moulin Rouge, te digo que a El gran Gatsby le falta eso: Roxanne. Le falta la explosión de la locura. Que todo se desbande de una manera tan prolija como Luhrmann lo hizo en con Moulin y también con la más loca y arriesgada Romeo y Julieta. El gran Gatsby tiene un arranque maravilloso, y me dio la ilusión de que volvería a ver otra obra maestra, pero se queda en ese amague. Baz, mi amigo Baz, tiene momentos brillantes y de hecho utiliza muchos recursos ya mostrados en Moulin, como el movimiento rápido aéreo seguramente sobre maquetas en la era de Moulin y ahora con el arte digital. También le gusta pasar mucho con la cámara por encima de un cartel como también hizo en aquel entonces. Pero por momentos la película se parece mucho más a lo que hizo en Australia, quedándose en algo edulcorado. Las actuaciones son brillantes en todos los niveles, y realmente me encanta que haya tenido a Carey Mulligan como musa inspiradora, porque al igual que en la era de Nicole Kidman sin todo el botox actual, tiene sus facciones muy angelicales y justifica el enamoramiento de los personajes y el de la cámara en si sobre ella. Muy buena música que va apareciendo de a ratos, muy al estilo de Romeo, y a destiempo de la era en la que transcurre. En todo eso es un Baz Luhrmann auténtico, pero le falta la garra, la pasión y la locura que logró antes. Estimo que quien no la asocie con Moulin verá una película muy bien realizada, con un gran elenco, pero a mi que este tipo me marcó cinematográficamente para siempre con aquella obra, me quedé con sabor a poco.
Romeo + Rouge + Gatsby Escrito por F. Scott Fitzgerald en 1925, El gran Gatsby fue una melancólica advertencia hecha en plenos “años locos” sobre las frivolidades del Sueño Americano. Que sea Baz Luhrmann quien adapta la nueva versión fílmica es curioso, tratándose del realizador de frivolidades como Romeo + Julieta (1996) y Moulin Rouge (2001) – películas apasionadas y sin duda ambiciosas, pero hechas con más estilo que sustancia. Su nuevo film sufre la misma suerte. Internado en un asilo a modo de marco narrativo, el narrador Nick Carraway (Tobey Maguire) recuerda el verano en el que se mudó a West Egg, suntuoso barrio neoyorquino donde allá por los ‘20s los neuve riche andaban de fiesta en fiesta, celebrando la bonanza del alcohol y “quebrando cosas y seres antes de retraerse tras sus riquezas”. Nick es un intruso en la alta sociedad, pero pasa desapercibido junto a sus amigos, los ricachones Tom (Joel Edgerton) y Daisy Buchanan (Carey Mulligan). De todos los anfitriones, el más misterioso y millonario es Jay Gatsby (Leonardo DiCaprio), popular por sus fiestas orgiásticas y una colorida vida que parece cambiar depende a quién se le pregunte. Pero Gatsby rehúye la compañía de otros – es un anónimo en sus propias fiestas – y detrás de su opulenta fachada esconde una inmensa tristeza. Nick se fascina por el hombre – ¿quién es y de dónde viene? – y Gatsby recluta su amistad para acercarse a la mujer que ama. Luhrmann, que ama modernizar el pasado con pirotecnias y anacronismos, busca adaptar de la novela original no el tono o estilo de la época sino su espíritu, inocente y decadente a la vez. No lo logra del todo, pero DiCaprio triunfa a nivel personal, encarnando un Gatsby amargado y vulnerable cuya cualidad principal es tanto una virtud como un pesar: la esperanza de un final feliz. Edgerton roba el resto de las escenas como un dandy tan engreído que no sabe que es el villano de la historia. Las decisiones estéticas son menos acertadas. Las fiestas en casa de Gatsby – montadas con la misma energía hiperkinética de Moulin Rouge – tienen la autenticidad de una fiesta de disfraces con temática de los ‘20s, raves de cámara lenta en la que los personajes podrían estar bailando a lo robot en cualquier momento. La música está compuesta por hip-hop y derivados, remixados por el rapero Jay-Z. La banda sonora de Moulin Rouge recorría un enorme espectro de géneros a modo de celebración del fin de siglo – tanto del XIX como del XX – pero en El gran Gatsby la alegoría entre el jazz y el hip-hop es imperfecta y no termina de cuajar. Cabe destacar que la película ha sido rodada (no convertida) en 3D, recurso improbable para una historia tan poco espectacular. Luhrmann saca provecho de las escenas de fiesta iniciales, pero la película abandona la pompa y el esplendor hacia la mitad y nos quedamos con un drama de recámara en tres dimensiones, lo cual es un plus para el elenco pero rinde inútil el 3D. El resultado es una película hecha con talento pero con hincapié en todos los lugares incorrectos. Su mayor mérito quizás sea intentar distinguirse de las versiones más lacónicas de la historia, aunque sea superficialmente. “Y así vamos hacia adelante, botes que reman contra corriente, incesantemente arrastrados hacia el pasado”, termina la novela. Puede que Luhrmann se inspirara en la frase, aunque sea malinterpretándola.
La puesta se impone al texto de Fitzgerald En 144 largos minutos, Baz Luhrmann nos presenta la cuarta versión de la novela de Scott Fitzgerald sobre un nuevo rico que quiere recuperar a su novia casada con otro, romántico criminal destrozado por "esa basura hedionda que flotaba en la estela de sus sueños", su propia Dulcinea y el marido, "personas descuidadas que cuando dañaban las cosas y a las personas se refugiaban en su dinero o en su gran indiferencia". La primera versión, ya se sabe, data de 1926, acá se conoció como "La dicha de los demás", y está perdida. Al comienzo de la novela, el narrador evoca un consejo de su padre: "Cuando sientas deseos de criticar a alguien, recuerda que no todo el mundo ha tenido las mismas oportunidades que tú tuviste". En la película solo leemos "siempre intenta ver lo mejor de la gente". Siguiendo esa máxima, esta reseña apenas debería decir que los actores actúan bien, cada departamento creativo muestra sus enormes capacidades, hubo trabajo abundante para todos y todas, la plata entera del presupuesto se ve en la pantalla, hay partes de sorprendentes y admirables efectos hechas con técnicas de última generación, y, dentro de lo que cabe, la adaptación es bastante fiel a la historia original, incluso a varios de sus diálogos. Fin. El detalle es que la puesta se impone al texto, y además cansa. Apabulla el ostentoso catálogo de efectos digitales de toda clase, la sucesión de ampulosas escenografías, el despliegue de extras y música extemporánea, desde Cole Porter a U2 y más abajo, los antojos de baile y vestuario, los agotadores movimientos de cámara, las representaciones exageradas de fiestas y fiestitas, el disparate de poner al narrador escribiendo esta misma novela en una clínica de recuperación de alcohólicos, etcétera. Se salva el 3D, bien usado, aunque en la escena donde DiCaprio señala las estrellas, más que un enamorado parece un conferencista con diapositiva al fondo. La imposición de artilugios solo se detiene en ocasiones memorables, por ejemplo cuando al fin los personajes se reúnen a discutir en una habitación, y ahí cada intérprete luce su parte. Pero son sólo unos minutos en medio del fárrago. Recapacitando, esta película tiene otro mérito: nos hace valorar un poco la versión de 1974 con guión de Francis Ford Coppola en su mejor época, y hasta la versión de 1949 con Alan Ladd que además solo duraba 91 minutos. Y otro más: la primera fiestonga muy al gusto Ken Russell nos obliga a estudiar porqué Baz Luhrmann, con mayores posibilidades, alcanza menos fuerza dramática que Russell allá por los 70. Ultima observación: los subtítulos finales dicen que "Gatsby creía en el futuro orgásmico". La novela dice, más bien, "el futuro orgiástico que año tras año retrocede ante nosotros". Es cierto, muchas orgías incluyen orgasmos, pero Fitzgerald profetizaba una que culminaría en el crack de 1929.
Con un irresistible encanto Filme ambiguo, transposición absolutamente personal de un director que uno puede odiar o amar, pero que da una versión irresistible, kitsch a veces, elegante otras, musicalmente llamativa (¿y por qué no hip hop y Gershwin?), pero absolutamente sincera y válida. Nick Carraway es algo así como un pre yuppy que llega a Nueva York cuando todo parece florecer y no hay tiempo para la moral. Una Bolsa restallante, llamaradas de alcohol prohibido desde el año 19 y auge del charleston. La cultura del jazz y del ocio, de los millonarios recientes y los aspirantes a serlo. En medio de las mansiones, una casita atractiva y un afrodisíaco para el chico del Medio Oeste caído en el Paraíso. El afrodisíaco es el misterio de Gatsby, el vecino millonario, rico hasta el delirio y los orígenes de cuya fortuna se desconocen. Después vendrán otros personajes esenciales como Daisy, la mujer deseada por el millonario, los desengaños, las amistades y el final. Francis Scott Fitzgerald, representante de esos años de éxtasis efímero fue quien escribió la novela en que se inspira la película y la llamó "El gran Gatsby" (1925). Novela con mucho de su vida de escritor, amante del charme y la riqueza que produjo un pobre Fitzgerald en constante desequilibrio financiero para afrontarla. El también tuvo una Daisy, se llamó Zelda y acabó quemada en el incendio de un psiquiátrico, donde la esquizofrenia la aisló. EXQUISITO DISEÑO El tema es que a Baz Lurhrmann le interesó este clásico, ¿y qué puede pasar cuando un restallante australiano, el creador de "Moulin Rouge" con Nicole Kidman toma un material melancólico y burbujeante? Del lado formal lo mejor, porque nunca se ha visualizado con tanto lujo y fosforescencia las bacanales de la Era del Jazz. Aquelarre felliniano en que gangsters, vamps locas por la fama, aristócratas y artistas convivían en fiestas increíbles que Hemingway evocaría, mientras Faulkner y Dos Passos mostraban la otra cara de esa realidad. El resultado visual es exquisito, siempre que a los románticos le sigan gustando esas ráfagas a que nos tiene acostumbrado Baz y esa mélange dorada que aúna biblias y calefones con terciopelos y rosas. Pero es Luhrmann leyendo a Fitzgerald y sobreimprimiéndolo hasta en sus palabras en varias de sus escenas. Claro que la intensidad de los caracteres parecen no alcanzar densidad, Leonardo DiCaprio tan buen actor, pero tan infantil en el rostro, aunque tan logrado en su estallido de cólera y la reveladora Carey Mulligan, quizás demasiado dulce para ser la amada del millonario y ese singular Tobey Maguire como el pre yuppie que escribe la saga del rico señor de misterioso origen. Filme ambiguo, transposición absolutamente personal de un director que uno puede odiar o amar, pero que da una versión irresistible, kitsch a veces, elegante otras, musicalmente llamativa (¿y por qué no hip hop y Gershwin?), pero absolutamente sincera y válida.
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El rayo verde Siempre resultan seductoras las traiciones al original como la que perpetra Baz Luhrman. Para el director de Moulin Rouge el libro de Scott Fitzgerald es solo un barro con el cual formar otra obra suya, personal. El gran Gatsby es mucho más una película propia que una transposición (o, peor, que una “adaptación”): el director, para bien o mal, trabaja con materiales del cine y consigue un producto impensado para la literatura u otro lenguaje. Los problemas aparecen en la segunda parte, la que se ocupa especialmente de Gatsby; antes de su aparición, el relato es un frenesí de fiestas, alcohol y droga, un desborde puramente luhrmaniano que subyuga el ojo y lo atrapa con el barroquismo de los decorados, el vestuario, los objetos y, sin ir más lejos, con esa orgía permanente de cuerpos que, olvidados de su origen y su status, se dan cita repetidamente en las estancias dispuestas por un generoso anfitrión que juega a las escondidas. Hasta ahí, en medio de una marea de gente que se agita frenética con los ritmos de la época, el director consigue un calibrado dispositivo fílmico que, en cierta medida, está condenado al fracaso: ninguna película puede ser tan libre como para prolongar indefinidamente esa celebración pagana sin rendir tributo en algún momento a los mandamientos narrativos. Cuando Gatsby se deja ver, gradualmente el ojo se desengancha: el guión opta por ahondar en los relieves de la psicología de los personajes, y la imagen, antes tan desaforada, tan viva, ahora pasa solo a complementar el drama de los enamorados. Los diálogos copan la banda de sonido y desbancan la música anacrónica y en constante desfase con que el director parecía decirnos en la cara, todo el tiempo, que esta era una película suya y que el origen literario le importaba poco; tan poco como pasar prácticamente por alto el retrato de los roaring twenties. La película ahora se reconcentra sobre Gatsby y su pasado enigmático; mejor, se dedica a indagar en el relato a medida acerca de ese pasado que el protagonista se confecciona y calza como otro de sus sacos elegantes, y la verdad se convierte en una mera intersección entre los hechos verídicos y las múltiples capas narrativas que despliega el enorme e inacabable Gatsby de Leonardo Di Caprio. Para este punto, Luhrman ya no confía en el mundo diseñado en la primera mitad; un mundo evidentemente artificial que, como en Moulin Rouge o Australia (que también decaía mucho en su segunda parte), se ofrecía robusto menos por el trabajo del guión que por el del CGI. Justamente, cuando se vislumbra el final, el director se olvida de ese universo y sus personajes y los vuelve los signos de uno o dos grandes, insistentes significados, como el de la presencia de alguna clase de fuerza, de Dios invisible que mira a sus hijos descarriados desde un cartel de una óptica que contiene un par de ojos enmarcados por unos lentes. Lo mismo vale para la luz verde del faro, símbolo de alguna especie de claridad, de nitidez en la percepción de lo real que se revela solo muy de vez en cuando. Si había alguna clase de belleza en esos ojos y en la luz de ese faro, Luhrman la arruina cuando los subraya hasta el exceso; el centro ya no es Gatsby, espíritu esquivo de una época agitada, sino el sentido con el que el director, sorprendentemente, quiere explicar su mundo y reducirlo a apenas unas pocas ideas pretenciosas acerca de la vida, el pasado y el castigo. Sin embargo, ese simbolismo grueso no acaba nunca por eclipsar la titánica labor de Di Caprio que, pacientemente, película tras película y contra cualquier prejuicio de la crítica y el público, viene demostrando ser uno de los mejores actores de su generación y del cine de las últimas décadas. El Jay Gatsby de Lurhmann parece haber sido creado solo para el lucimiento sin fin del actor; el director sabe perfectamente que es un intérprete enorme como Di Caprio el que mantiene amalgamadas las varias caras de una película igualmente ambiciosa, y es por eso que, cuando la historia abandona los excesos y los bailes convulsionados y se posa especialmente cerca del trío protagónico, ese cambio de escala funciona solo por la presencia generosa e inacabable del actor.
El gran Gatsby volvió a la pantalla grande y en 3D. Una historia sensible, quizá un poco más larga de lo que la tensión admite con puntos muy buenos a rescatar. De la época y el hip-hop El Gran Gatsby comienza con una demostración de técnica y producción únicas. Algo muy interesante son los rápidos cortes que hay en todo el primer acto. A Nick Carraway le están pasando demasiadas cosas sin que pueda procesarlas y el montaje acompaña esta sensación. Hasta llegar a a ese famoso punto de giro esperamos un buen rato entre cócteles, fiestas, minas, (no salgamos de este primer acto por favor), y un suspenso en torno a la identidad del misterioso caballero, Mr. Gatsby. Las fiestas en la mansión Gatsby dan lugar a un despliegue con pompa y boato como no vi en cortes nuestras. Lo más llamativo de eso, cayendo la relevancia del 3D allí, es el uso de la música. Vemos gente vestida con tecnología de los años veinte pero de fondo suena Love is Blindness, de U2 tocado por Jack White. No voy a tirar misiles en este asunto aunque sí es cierto que sabe raro tener música de otra época en estas escenas en donde se baila charleston y foxtrot. Búsqueda, poesía y 3D A ver, por que acá nos podemos pelear un ratito. La película vale en 3D, se las recomiendo para que la vean con los anteojos puestos. No les voy a decir que toda la peli es un Pina 3D o Hugo, pero se ve una búsqueda en esa nueva profundidad de campo que otorga la tecnología, una corporeidad, si se quiere, que el director utiliza en algunos momentos para sumar otra capa de sentido en todo lo que se ve en la pantalla. No sé si le salió bien o no, no me pregunten sólo soy un blogger, pero la intención detrás de eso ya ofrece una búsqueda y por lo tanto transforma la película de 3D en una excusa para vender más entradas a algo más que se puede disfrutar y no sentirse estafado. Di Caprio no te deja a pata en el Titanic Las actuaciones de Di Caprio y Joel Edgerton hacen que uno, en esos momento chiclosos que tiene la peli ya promediando la hora y media, te salven las papas y sigas adelante. De hecho, son estos dos caballeros quienes llevados por una correcta dirección en el clímax hacen que nos atornillemos al asiento mordiéndonos las uñas, (bueno, si no les entró la peli no les va a pasar, pero al menos van a coincidir en que la actuación de estos dos es formidable). Conclusión Atenti, quienes conozcan a Fitzgerald, no vayan a buscarlo en una trasposición del 2013 en 3D. Como ya dije, me parece un poco larga, innecesariamente, como algunas películas de la última época de Hollywood que parecieran volver a esa epicidad de los ’60 (porfa, dale que no), como pasó como Anna Karenina y Les Misérables. Técnicamente es impecable y no se le puede cuestionar nada, el 3D tienes buenos momentos que hacen la pena pagar ese extra. Además de las actuaciones de Di Caprio y Edgerton, el resto del reparto está muy bien también. Creo que la peli tiene sus buenos momentos que invitan a verla en una tarde pochoclera, pero como dije, no busquen a la generación perdida noventa años después.
Qué fantástica esta fiesta... Que quede claro desde el principio: no creo que El gran Gatsby sea una "gran" película, pero sí me parece una propuesta valiosa y osada, y -sobre todo- una "gran" oportunidad para el análisis por tratarse de un fim casi irresponsable (y, por lo tanto, una saludable anomalía en el Hollywood de hoy). Todo el mundo hablará de esta versión del Baz Luhrmann apelando a rimbombantes adjetivos calificativos como "extravagante", "excéntrica", "ampulosa" o "grandilocuente" y está muy bien que así sea (adhiero a esa caracterización), pero creo que el director australiano sigue siendo muy fiel a sí mismo; es decir, hace lo que se le antoja. Así, ha sido catalogado de acuerdo a la ocasión como visionario, como paradigma de la modernidad cinéfila o como simple farsante. Así como se atrevió a "traicionar" a William Shakespeare en Romeo + Julieta o a la Belle époque parisina en Moulin Rouge!, aquí construye su propia Nueva York de 1922 en plena Era del Jazz, con toda su euforia, su contrabando de alcohol, su lujuria y, claro, sus fuertes contradicciones. Los defensores de la pureza literaria, los custodios de las transposiciones canónicas pondrán el grito en el cielo (ya lo hicieron) para protestar por las libertades que se tomó el creador de Australia. Yo creo que en cada una de sus decisiones artísticas hay, sí, mucho de arbitrariedad y de capricho (también de desprejuicio), pero no creo que sea irrespetuoso con el venerado libro de F. Scott Fitzgerald (esa "intocable" Gran Novela Americana). Al contrario: por más que la musicalice con estridente y anacrónica banda sonora pletórica de beats electrónicos y hip hop, hay aquí mucho de veneración (se calcan unos cuantos diálogos y sobre el final hasta se sobreimprimen en pantalla fragmentos del libro). Qué importa compararla con las versiones de 1926 (ya perdida), de 1949, de 1974 o con el telefilm de 2000, de qué sirve poner uno al lado del otro a los Jay Gatsby de Alan Ladd y Robert Redford con el de DiCaprio. El film de Luhrmann tiene -para bien y para mal- su propia lógica, su propia estética, su propio estilo. Estamos ante un largometraje empalagoso, por momentos vulgar si se quiere, bigger than... everything. El apogeo del artificio (amplificado incluso por el uso del 3D) con bacanales, excesos y tragedias siempre elevados a la máxima exageración posible. La de El gran Gatsby es la historia de "un nuevo rico" consumido por un amor imposible (el que siente por la Daisy de Carey Mulligan) y contada desde la fascinación y el desconcierto por un testigo que proviene de otro universo (el Nick Carraway de Tobey Maguire). Y la para muchos sacrílega película de Luhrmann tiene mucho de ese "nuevo rico" y de esa mirada "foránea" (un australiano reinterpretando a su antojo la Nueva York de los '20). La película abruma un poco con sus fiestas interminables durante su primera mitad y no alcanza del todo el espesor dramático que necesita en la segunda parte, trágica y fantasmal. Es, sí, una propuesta algo hueca y superficial, pero también un objeto pop hecho con maestría y, por lo tanto, fascinante en varios aspectos. Por sus logros estéticos, pero también por su desenfado y delirio, este film al que quizás muchos encuentrarán demasiado "decorativo" resulta una bienvenida rareza.
El director de Romeo + Julieta y Moulin Rouge, Baz Luhrmann, regresa a la dirección con esta nueva adaptación de la novela homónima de F. Scott Fitzgerald, que ya fue llevada a la gran pantalla en varias oportunidades siendo la mas recordada aquella de 1974, dirigida por Jack Clayton, con Robert Redford y Mia Farrow como protagonistas y guion de Francis Ford Coppola. El gran Gatsby relata los pasos del aspirante a escritor Nick Carraway (Tobey Maguire), que en busca de su propio sueño americano llega a Nueva York en una década donde la moral ligera, el contrabando de licor y el esplendor de wall street se sucedían al ritmo del jazz. Allí conocerá a su excéntrico vecino multimillonario Jay Gatsby (DiCaprio), con quien quedará fascinado y experimentara el suntuoso universo de las fiestas y el alcohol, a cambio de un pequeño favor que involucrara a su prima Daisy (Carey Mulligan) y su aristocrático y mujeriego marido, Tom Buchanan (Joel Edgerton). La novela original relataba cómo la obsesión de un hombre por recuperar el pasado terminaba destruyendo su presente, y escenificaba un romance casi tan trágico y condenado a la vez que ironizaba sobre el hedonismo, el libertinaje y la autodestrucción de las élites privilegiadas que nadaban en la abundancia a mediados de los años 20. Para esta nueva adaptación, Luhrmann repite la formula estética y narrativa de sus producciones anteriores, centrada en el espectacular diseño de producción y vestuario, el vertiginoso trabajo de cámara y una anacrónica banda sonora a cargo del rapero Jay Z mas arreglos musicales estilo Pop de Lana Del Rey y Beyoncé, sacrificando la riqueza temática y el desarrollo de personajes de la novela original en pos del espectáculo visual y el entretenimiento. Tras un comienzo de una extravagancia, glamour y teatralidad abrumadora, con una banda sonora que poco tiene que ver con la época en la que transcurre la historia pero que genera una innegable fascinación, el relato se ira romantizando, perdiendo ritmo e interés para terminar en la una típica historia de amor imposible, sueños incorruptibles y gran tragedia. Leonardo DiCaprio, Carey Mulligan y Tobey Maguire conforman junto al resto de los protagonistas un gran reparto que no logra conmover ni en las escenas más dramáticas, y donde, curiosamente, es el 3D que dota de un sentido de proximidad con los personajes y los fascinantes escenarios, quien logra retener la atención del público. Es poco habitual que un recurso técnico como el 3D sea tan influyente en este tipo de géneros, pero en esta oportunidad les aseguro será preponderante a la hora de mantener el interés en una historia que lo pierde a mitad del relato.
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Una película con muchos destaques, varias negativas y dos ambientes bastante distintos. “El Gran Gatsby” es, definitivamente, una película que tendrá amores y odios, así como detractores y fanáticos. Gatsby (DiCaprio), un joven millonario con un pasado dudoso que no tiene enlaces con la sociedad que le rodea y nadie sabe cómo consiguió su fortuna (algunos creen que lo ganó vendiendo alcohol ilegalmente, o como asesino a sueldo). De todas formas y a pesar de las grandiosas fiestas que organiza, donde tolera a numerosos intrusos, Gatsby es un hombre solitario. Todo lo que quiere realmente es revivir el pasado para reunirse con el amor de su vida, Daisy (Carey Mulligan), una mujer casada con un respetable millonario, con quien tiene una hija. Como decía anteriormente, “El Gran Gatsby” es una película que tiene dos climas muy marcados. Durante la primera parte nos metemos en el mundo ostentoso del Sr Gatsby, junto a sus grandilocuentes fiestas y despliegues en su magnífico palacio. Tengamos en cuenta que está ambientada en los años 20, época del lujo decadente, y que el director Baz Luhrmann tiene experiencia en ambientar y “refrescar” otras épocas. Así podemos recordar “Romeo+Julieta” con un joven Leonardo DiCaprio o la exitosa “Moulin Rouge”. En este caso, el director cuenta con un solo problema: la transición de la fiesta al drama. Es que, ese segundo clima (el drama) no termina de encajar en todo lo que veníamos viviendo… o quizás sea que no hay una correcta transición para pasar de aquella majestuosa fiesta de los años felices al drama romántico propuesto por Fitzgerald. He leído en varias críticas un especial hincapié sobre la música y la estética de videoclip que utiliza el director para este filme. Realmente no hay nada de que sorprenderse, sabemos que a Luhrmann le encanta jugar con esas mezclas y ese “aggiornamiento” musical y estético en sus filmes. De hecho, “El Gran Gatsby” cuenta con la banda de sonido a cargo del músico Jay Z, quien logra una conjunción idónea entre sonidos del pasado y actuales. A traves de un anacronismo entre pasado y presente, el charleston se mezcla con el rap, y el brillo y la arquitectura de los años ’20. A mi entender, un gran logro del director. Sin embargo, el director nunca deja de distraernos con los efectos de postproducción y nos perdemos en consolidar la verdadera trama de la película. Es como si para Luhrmann fuera más importante la increíble escenografía, todo el lujo del vestuario y la postproducción del 3D, que el tema central desarrollado por Fitzgerald. A pesar de esto, las actuaciones forman parte de la mejor selección de este director. Tobey Maguire es Nick Carraway, el narrador que nos cuenta sus años al lado de “Jay”. Con su carita de nabo y esa inocencia que lo caracteriza nos permite dudar junto a él sobre el verdadero origen de Gatsby. ¿Qué decir de DiCaprio en el rol de Gatsby? Un actor que ya no sorprende, un actor que se mete en la piel de los personajes y los encarna como si hubiesen sido escritos para él. Por otra parte, Carey Mulligan en el rol de Daisy no termina de convencer. Esa joven inocente que vivió siempre rodeada de dinero y ahora, tras la reaparición de su viejo amor, ve su mundo trastocado. Estos personajes se ven bien acompañados por el férreo Tom Buchanan de Joel Edgerton. Al fin y al cabo, “El Gran Gatsby” no llegará a convertirse en un nuevo clásico del cine contemporáneo. Sin embargo, tiene atractivos dignos de ver en pantalla grande y analizar una vez terminada la función. Es un filme con una gran dirección, excelente postproducción y actuaciones maravillosas, el único error es la transición hacia el drama.
El lujo es vulgaridad El Indio Solari puede condensar en una sola frase toda la prosa del gran Francis Scott Fitzgerald, pero sigue siendo indispensable volver a leer su obra. Ver las películas basadas en ella, en cambio, sigue siendo apenas un gesto de curiosidad. La aparentemente inadaptable novela El Gran Gatsby suma ya la quinta versión en el cine. La novedad en este caso pasa por el 3D (moda lujosa y vulgar que pretende imponer el cine de Hollywood actual) y por la potencial transgresión que podía significar que el proyecto estuviera a cargo de Baz Luhrmann, director australiano cuyos principales antecedentes pasan por una versión pop de Romeo y Julieta, en donde el mismísimo Shakespeare parece soportar mejor que Fitzgerald las licencias, y lo que fue la cumbre de su estilo, Moulin Rouge, en donde el pastiche de anacronismos musicales y melodrama grandilocuente realmente funciona. No es el caso, esta vez. Por una elemental cuestión de tamaño. Su Gran Gatsby viste los trajes de una gran película, pero no es más que una película grandota. La diferencia es esencial y genera una distancia que ni Di Caprio ni una formidable ambientación pueden salvar. La almidonada versión del 74, la más famosa hasta la fecha, se mantiene como la principal referencia. La fidelidad de esta nueva versión hacia aquella con Robert Redfod en el rol de Gatsby es mucho mayor de lo que parece a primera vista. Las escenas son prácticamente las mismas, respetando incluso la mayor parte de los diálogos (de un guión que estaba a cargo nada menos que de Francis Ford Cóppola). Lo que cambia radicalmente es la puesta en escena. El estilo elegante de Jack Clayton (y de su director de fotografía, Douglas Slocombe) se ve ahora desbordado por el vértigo kitsh y clipero de Luhrmann, una lustrosa cáscara que esconde más de lo mismo. O menos, porque esa hoguera de vanidades, ese artificio de clase alta que encandila pero esconde oscuros intereses, se denuncia desde un lugar peligrosamente parecido a lo que Fitzgerald sabía desenmascarar tan bien.
¿Se pueden comprar el amor y la inocencia? Jay Gatsby quiere comprar todo: el amor, el pasado, los sueños. Tiene tanta plata que ni la valora. Y se mira en el espejo de esa riqueza para ver reflejado lo mucho que ha dejado atrás para poder amasarla. La novela de Scott Fitzgerald vuelve al cine. Y el que la trae es el australiano Baz Luhrmann, un director más preocupado en el envoltorio que en el contenido. Estamos en 1922, en una época llena de euforia y arribismo. Gatsby es un millonario enigmático, que todos nombran y pocos conocen. Su meta es acumular dinero para poder recuperar no sólo a Daisy, su amor de juventud, sino aquel pasado de inocencia. Filme fastuoso que se mimetiza con el espíritu de este gran farsante que, como muchos millonarios, solo cree en el poder absoluto del dinero. Pero más allá de sus artificios y de sus extravagancias, vale como ejemplo de un arrollador romanticismo que busca retratar personajes lanzados en medio de ese mundo que es puro reflejo. El amor, el pasado, la traición, la soledad y el dolor desfilan entre la música de hoy y las pasiones de siempre. Es el vistoso, frenético y desbordado retrato de un héroe trágico que acabó siendo esclavo y no amo de su riqueza. El film dice que los millones enajenan, que la sensación de poder que da la riqueza, quita identidad, confunde, desmerece los sueños. Y que la inocencia y el pasado nunca se recuperan. Gatsby mira desde su muelle la otra orilla de la bahía, esa la luz que lo acerca (y lo aleja) de Daisy. Es el amor. Y se extasía ante un reflejo que es pura esperanza. Y que siempre se le escapa entre los dedos
Una película irregular y sin intención crítica Este filme del australiano Baz Luhrmann es la quinta versión de la novela de Francis Scott Fitzgerald, uno de los grandes clásicos de la literatura norteamericana del siglo XX, que el autor escribió en 1924 en la Riviera francesa, después de abandonar la festiva y alocada escenografía de Nueva York, en la era del jazz, el charleston y los famosos "años locos" de la década de 1920. La primera versión se remonta a la época del cine mudo y fue dirigida por Herbert Brenon un año después de la publicación de la novela. La segunda la firmó en 1949 Elliott Nugent, con la actuación de Alan Ladd y Betty Field. La tercera la dirigió en 1974 el británico Jack Clayton, con Robert Redford y una joven Mia Farrow, sobre un guión de Francis Ford Coppola; y la cuarta es un filme para la televisión realizado en 2001 por Robert Markowitz, con Toby Stephens y Mira Sorvino. El relato comienza con Nick Carraway y su médico psiquiatra, que le sugiere escribir sobre su pasado, desde su radicación en Nueva York en la primavera de 1922, después de egresar de la universidad. Fitzgerald lo convierte en su alter ego y en el narrador de la historia. Nick trabaja en la Bolsa y se instala en una modesta casa en Long Island, contigua a la fastuosa residencia de Jay Gatsby, un enigmático millonario que celebra colosales fiestas, a las que se puede concurrir sin invitación. El único que recibe una invitación formal es Carraway. Nadie conoce bien a Gatsby, quien nació James Gatz. Algunos dicen que es primo del emperador alemán; otros le adjudican la condición de espía durante la Primera Guerra Mundial e inclusive ser autor de un asesinato. Gatsby le confiesa a su vecino que en su juventud estuvo enamorado de Daisy, la prima de Nick, que luego se casó con Tom Buchanan, un zángano aristócrata, afecto a todos los deportes. También le comenta que entonces no pudo concretar su relación con Daisy porque era pobre, pero ahora, ya millonario, su objetivo es reconquistarla. Y para concretar su objetivo, Gatsby pretende utilizar la mediación de Nick. La evaluación de la historia revelará el precio que Gatsby deberá pagar por ese sueño, en el marco social donde lo único auténtico son los libros de su biblioteca. Cabe acotar que Fitzgerald anticipó el final de ese jolgorio, que ocurrió con el crack de 1929 y la Gran Depresión económica. Pero al igual que Clayton, también Luhrmann prefirió sacrificar la intención crítica de la novela de Fitzgerald, en beneficio de una pintura de los usos y costumbres de la alta sociedad de la época evocada y, fundamentalmente, de la conflictiva relación de Gatsby, Daisy y Tom. En la película es posible diferenciar dos segmentos: el primero recrea el frenesí de los "años locos", que en este filme tiene como principal escenario la mansión de Gatsby, mientras que en el segundo el director centra la atención sobre el filón romántico de la historia. Luhrmann retoma el ampuloso estilo visual y sonoro que había esgrimido en Moulin Rouge . Mezcla géneros narrativos y temas musicales, y obtiene un fresco irregular, donde demuestra una mayor habilidad para la puesta de las secuencias masivas que en las escenas íntimas. Di Caprio concreta una buena actuación, aunque sin alcanzar la convicción total, y lo mismo puede decirse de Tobey Maguire, quien no era el actor para encarnar al asombrado y problematizado Nick. Otro tanto ocurre con Carey Maguire, bella pero sin la pasión que reclamaba su personaje.
Los expulsados del paraíso Baz Luhrman se ajustó y no se ajustó a la novela de Francis Scott Fitzgerald en su versión de "El gran Gatsby". El director había ironizado al respecto antes del estreno cuando dijo que ya escuchaba "el coro" horrorizado por haberse metido con el "Santo Grial de la literatura estadounidense". La realidad es que no era su obligación hacerlo. Con esa actitud dio luz verde a una banda de sonido que fusiona de manera genial el jazz clásico con arreglos de hip hop y charleston. Lo complementa con "Rapsodia en azul" en una escena apoteótica, una especie de "Mouline Rouge" llevado al paroxismo, que da como resultado una especie de una rave de entreguerras. Su barroca imaginación encontró un límite en el guión, que sigue casi fielmente los diálogos y la trama: la accidentada historia de Jay Gatsby y Daisy Buchanan, dos personas de origen social diferente a las que une la guerra y que, bajo otras circunstancias, no se hubiesen conocido. Luhrmann cambió el tono de algunos personajes y escenas secundarias y les dio un aspecto de caricatura de Guignol. Un recurso similar al que utilizó Tim Burton con "Alicia en el país de las maravillas" sin que un "coro" intente arrojarlo a la hoguera por profanar a Lewis Carrol. Como contrapartida dejó intacta la esencia de los personajes principales: el desdén, la maldad, la inseguridad, el desprecio, la honestidad, la ambigüedad y la obstinación por buscar el amor.
La tristeza de los niños ricos No puede sorprender el enfoque que el realizador australiano Baz Luhrmann le dio a esta clásica novela de F. Scott Fitzgerald que algo debe tener de interesante porque ya ha sido adaptada varias veces para la pantalla grande (la última, en 1974, con Robert Redford y Mia Farrow en el elenco). El director volvió a apostar por el despliegue visual, el desborde emocional, una lujosa ambientación y una puesta en escena casi operística. El resultado es deslumbrante, sobre todo en la primera mitad del extenso metraje; las fiestas que brinda el misterioso millonario Jay Gatsby en su fastuosa mansión están resueltas en la pantalla con alardes visuales, trucos fotográficos deslumbrantes y atrevidos planos obtenidos gracias a una imaginativa puesta de cámaras. La presentación de los personajes centrales es impactante, sobre todo por el cuidadoso tratamiento formal de cada una de esas escenas. Pero, como contraparte, tampoco sorprende que el nudo dramático de la trama termine expuesto con escaso nervio narrativo, ya que esta también es una constante en las películas de Luhrmann. El resultado es un filme cuyos aspectos visuales y formales resultan espectaculares, pero que a la hora de atrapar al espectador con los elementos dramáticos del argumento resbala hacia una narración rutinaria con escasos efectos emocionales sobre la platea. El problema es que el director tenía material más que noble en sus manos como para concretar una gran película: la historia del amor con ribetes trágicos que le da sustento al argumento y un elenco sólido que entrega trabajos de muy buen nivel. Leonardo DiCaprio tiene la oportunidad (y la aprovecha al máximo) para demostrar una vez más que es uno de los mejores actores de su generación; su interpretación del personaje central es impecable, con los tonos justos para transmitir las variaciones del carácter del enigmático millonario atrapado en un melancólico romance; Tobey Maguire encaja perfectamente en la contrapartida dramática, y les saca el jugo a las posibilidades de su rol de narrador de la historia. Carey Mulligan tiene todo para encarnar a la atormentada Daisy, vértice involuntario de un triángulo amoroso y objeto casi pasivo de las pasiones desatadas a su alrededor. Sin embargo, su actuación resulta demasiado etérea, sobre todo en contraste con las potentes personalidades que la rodean; entre ellas, la de su rústico marido, correctamente interpretado por Joel Edgerton, o la de una de las amantes de este, bien transmitida por la composición de Isla Fisher. Luhrmann no ha hecho muchos largometrajes en su carrera: desde su debut con "Strictly Ballroom" en 1992, concretó la bizarra recreación del drama inmortal de Shakespeare "Romeo + Julieta" (1996), la vistosa "Moulin Rouge" (2001) y la aburrida "Australia" (2008). Desde entonces, apenas una decena de cortometrajes hasta esta nueva superproducción, en la que confirma todas sus virtudes en la realización de proezas visuales, pero también sus debilidades a la hora de enfrentar una narración dramática.
Esplendor visual y calidad dramática Con sólo cinco películas en su haber en una carrera que abarca dos décadas el australiano Baz Luhrmann se ha erigido en una suerte de gurú para la llamada generación Mtv. Después de visionar Baila conmigo (1992), Romeo + Julieta, de William Shakespeare (1996); Moulin Rouge!, Amor en Rojo (2001), su gran obra maestra, y la bella Australia (2008), sólo un anti Luhrmann podría poner en tela de juicio que detrás de las cámaras se encuentra un creador con un estilo definido en el que confluyen explosivamente las extravagancias personales, la osadía formal y el artificio extremo en una puesta en escena siempre creativa. El hombre es un esteta en búsqueda de la perfección y en su cruzada artística nunca ha demostrado tibieza para expresar su mundo interior. Para indignación de sus muchos detractores el realizador exuda tanta ambición como para meterse con absoluta desfachatez con clásicos “intocables” de la literatura y moldearlos a su particular estilo. Primero se ocupó de la obra inmortal de William Shakespeare y ahora no dudó en abordar un clásico de F. Scott Fitzgerald, El Gran Gatsby, en el que vuelve a aplicar su considerable imaginación para recrear la decadente década del 20 con suficiente lucidez para entregar una versión de innumerables atractivos audiovisuales sin tergiversar el sentido del libro, y consiguiendo de paso una poderosa actuación de Leonardo DiCaprio. Hace rato que el actor de Titanic está en su mejor momento pero la Academia de Ciencias y Artes de Hollywood lo ignora sistemáticamente. Por su retrato del enigmático millonario Jay Gatsby quizás ya sea hora de que por fin se haga justicia y le entreguen un merecidísimo Oscar. De toda su producción la novela El Gran Gatsby, publicada en 1925, fue para F. Scott Fitzgerald posiblemente una hija dilecta por lo que su fracaso comercial y escasa comprensión dentro del ámbito académico (en especial la crítica literaria) doblegó su espíritu hasta el día de su prematura muerte en 1940 por un ataque cardíaco. El Gran Gatsby condensaba el pensamiento de su autor sobre la sociedad estadounidense post Primera Guerra Mundial en una época donde el hedonismo desatado, la opulencia y el despilfarro material de sus congéneres contrastaban con una crisis de las convicciones morales. Esta vida licenciosa que Fitzgerald observaba durante los “años locos” en las grandes fiestas, y de las que formaba parte junto a su mujer Zelda, sufriría un revés fatal con la caída de la Bolsa de 1929 que le daría origen a la nefasta Gran Depresión del ’30. Este período pletórico de jazz y desbordante de energía positiva también se destacó por el papel que ocuparon las mujeres quienes dejaron su pasado de amas de casa sumisas para ser parte integral, en apariencia al menos, de una apertura social que las elevó al mismo nivel de los hombres. De toda esta lectura socioeconómica se nutre el libro de Fitzgerald, más interesado en captar el espíritu de una era antes que de contar una historia convencional como las que solía escribir para pagar las cuentas en las revistas Saturday Evening Post, Collier''s Magazine o Esquire. De todos modos y después de muchas reescrituras, El Gran Gatsby no desatiende los requerimientos lógicos de cualquier ficción. A lo sumo se maneja con un cierto minimalismo que la prosa elegante y florida del escritor convierte en un trabajo apasionante. Muy lejanas han quedado las anteriores adaptaciones incluyendo la muy insípida de 1974 escrita por Francis Ford Coppola y dirigida por Jack Clayton. Luhrmann, después de lo hecho en la maravillosa Moulin Rouge!, era la persona más idónea para darle el marco y el tono adecuados al desenfreno epicúreo que se pone de manifiesto en las bacanales celebradas en la mansión de Gatsby en el barrio de los nuevos ricos West Egg. En un punto son varias las similitudes entre Moulin Rouge! y El Gran Gatsby surgidas de la concepción artística de Baz. Si hilamos fino veremos que hay personajes que se reflejan de una curiosa manera. El protagonista es un escritor depresivo que recuerda y de sus memorias recitadas en off se desarrolla un extenso flashback. Cada tanto la acción vuelve a ese presente tortuoso en el que Nick Carraway (un magnífico Tobey Maguire) no la está pasando nada bien. La identificación del pobretón de Nick con su acomodado amigo Gatsby podría esconder otro tipo de sentimiento pero no es el momento para analizar las motivaciones del personaje. Hay algo de comic en el villano Tom Buchanan fabulosamente caracterizado por Joel Edgerton. Es un rol que dialoga de forma directa con el Duque de Moulin Rouge!, otra lacra que conspira contra el amor verdadero. Las diferencias sociales cumplen vital importancia en ambos filmes: ni siquiera el dinero salva a Gatsby de ser discriminado por sus orígenes. Hasta ahora Luhrmann ha escogido como material para sus películas historias de amor truncas y naturalmente El Gran Gatsby no es una excepción. Con sutiles diferencias, y como suele sucederle a la mayoría de los directores, se trata de la misma historia contada una y otra vez. Ad infinitum. El guión adaptado por Luhrmann con su habitual colaborador Craig Pearce respeta el ADN básico de la novela y lo complementa con la clase de detalles delirantes que le dieron un nombre en la industria. En la primera parte de un metraje algo excesivo, aunque en ningún momento aburrido, los recursos expresivos del cineasta se renuevan sin dar señales de agotamiento brindándole el colorido necesario a la abrumadora Long Island que tan ricamente describiera Fitzgerald. En la segunda parte la trama se concentra en el conflicto principal y crece dramáticamente a pasos agigantados gracias al compromiso emocional de los actores, todos perfectos en sus respectivos papeles. Para ese entonces quien no haya visto antes una obra de este peculiar creador ya debería haber incorporado su inconfundible estética sin correr el riesgo de que interfiera o haga ruido con las difíciles circunstancias que vivencian los personajes a partir del reencuentro entre Gatsby y Daisy (Carey Mulligan, quizás la menos lucida del elenco). Tampoco el contexto artificioso opaca el brillo del viejo melodrama perennemente redivivo en las manos expertas de una legión de colaboradores como el director de fotografía Simon Duggan, la diseñadora de arte y vestuarista Catherine Martin o el compositor Craig Armstrong, por mencionar sólo unos pocos, cuyo arte fue exprimido y cohesionado por la alquimia maestra de un Baz Luhrmann inmensamente talentoso. Si en lo eventual logra el milagro de evitar la repetición está llamado a dejar una huella importante en la cinematografía del siglo XXI.
Anexo de crítica: La sexta adaptación de la novela El Gran Gatsby, de F. Scott Fitzgerald, a cargo del australiano Baz Luhrmann no pasa desapercibida en cuanto a valores cinematográficos y tampoco en relación a la renovada mirada sobre el clásico de la literatura norteamericana por excelencia dejando el interrogante abierto: ¿Baz Luhrmann realiza cine de autor o simplemente construye un cine mainstream de mejor calidad que el habitual? Para aquellos espectadores que no soportaron la ampulosidad de Moulin Rouge! es recomendable abstenerse de esta experiencia porque se verán altamente defraudados y no encontrarán el acartonamiento de Gatsby impregnado por Robert Redford ni la inocencia casi infantil de Mia Farrow por no mencionar ese incipiente anacronismo que mezcla la música jazz propia de la época con la electrónica y el hip-hop. Ahora bien, a los espectadores que hayan vibrado a la par de Romeo + Julieta, llorado con la tragedia de Moulin Rouge!, la concurrencia a las salas cinematográficas es poco menos que obligatoria.
Con apenas cinco películas en casi veinte años, el australiano Baz Luhrmann demostró ser un director amado y odiado, pero con un sello propio que nunca pasa desapercibido. Su cine combina lo mejor de lo clásico y lo moderno para contar historias de amor entre dos personajes de ámbitos distintos (ámbitos muchas veces hipócritas e intolerantes), que deben jugarse por lo que sienten, aunque las consecuencias puedan ser trágicas.
El Menor Gatsby… Este año, la selección del film de apertura en el Festival de Cannes recayó sobre la obra de F. Scott Fitzgerald, una versión neo pop sin mucho atractivo dirigida por el australiano Baz Luhrmann, aquel que presentara años atrás (también como apertura) la ecléctica Moulin Rouge. Si, puede constatarse que la presencia de un actor de la talla de Leonardo DiCaprio en el elenco al final de cuentas suma, genera atención, y así lo hizo...
Un honesto y gran Gatsby según Baz Luhrmann ¿Podemos decir que toda obra maestra es perfecta? Por supuesto que no. El arte es la forma más subjetiva que el humano tiene para expresarse, y encontrar la forma de hacer la diferencia, es la razón por la cual el mundo nos recordará. La novela de F. Scott Fitzgerald, The Great Gatsby, marcó la diferencia entre la literatura norteamericana, pero no fue hasta 30 años después de su publicación que pudieron apreciar la grandeza de la obra, para luego llamarla “La Gran Novela Americana”. Y quizás fue por esta grandeza que nunca, nadie pudo adaptar la obra como se debiese para el cine. Hasta que el director, Baz Luhrmann, se animó a realizar su adaptación, lo cual era lógico, dado sus antecedentes (Romeo + Julieta, Moulin Rouge) para enmarcar por el arte y la música, grandes historias románticas. Pero Baz tenía que hacer la diferencia también, y esta es la razón de porqué habrá un 50% de espectadores que amen su obra y otro 50%, quien probablemente haya leído la obra y tenga una mente más cerrada que el resto, y encuentre The Great Gatsby una falta de respeto a la obra literaria. Habiendo leído la novela y luego de ver The Great Gatsby, pienso que el trabajo de Baz no será valorado hasta dentro de unos años, cuando la mente colectiva sea un poco más abierta a lo diferente. A quienes les guste The Great Gatsby, probablemente se encuentren hipnotizados con la forma que tiene Baz de jugar con la música, los movimientos de cámaras y los trucos más sofisticados que hoy en día permiten las nuevas tecnologías. La película se mueve con pasos de jazz en plena época de su auge, mientras suenan grandes piezas del rap, hip-hop y música electrónica. ¡What a freak! La única manera de entender esta simbiosis sin sentido es observar meticulosamente la escena en la que Nick Carraway (Tobey Maguire) conoce parte del mundo misterioso de Gatsby y sus tan famosas fiestas, mientras ‘Bang Bang’ de Will.I.Am (uno de mis temas favoritos del OST) mueve cada objeto de la pantalla. “La novela de F. Scott Fitzgerald está aderezada con referencias de música contemporánea específica para la historia que se desarrolla en 1922. Si bien la conocemos como Fitzgerald la califica, La Era del Jazz, y este período está representado en la pantalla, nosotros –nuestra audiencia- está viviendo la ‘era del hip-hop’ y queremos que nuestros espectadores sientan el impacto de la música moderna actual, de la manera en que Fitzgerald lo hizo para los lectores de la novela en el momento de su publicación. Por eso, la primera persona en la que pensé a la hora de la música fue en Jay-Z” - Baz Luhrmann ‘Love is Blindness’, como dice Jack White (mi segunda canción favorita del OST) en una de las canciones del soundtrack del film, y es esa ceguera la que impulsa el mundo de Gatsby (Leonardo DiCaprio). Un amor ciego por Daisy Buchanan (Carey Mulligan), quien a pesar de haber amado a Jay Gatsby hace mucho tiempo, no pudo esperar a que volviera de la guerra y se caso con Tom Buchanan (Joel Edgerton), un hombre muy rico y poderoso. Nick Carraway, primo de Daisy, se convierte en vecino del misterioso Gatsby, quien encuentra una oportunidad mediante Nick, de poder volver a ver a Daisy y contarle de los sueños que tiene para ambos. Aunque parezca la clásica historia de amor de un hombre que hará todo lo posible para volver con el amor de su vida, The Great Gatsby está sustentada por una historia muy fuerte de amistad y lealtad, entre Gatsby y Nick Carraway, quien es el observador y narrador de la historia, y quien, tanto al final del libro como de la película, ejecuta observaciones sentenciadoras hacia los personajes, incrementando la ambivalencia y la nostalgia de la historia. A pesar de cuanto me desagrada Tobey Maguire, de toda su carrera, su papel es mi favorito, pero Baz le da demasiada narración en la historia por lo que hacia la culminación de la película, termina hundiendo el suspenso en el eco de sus palabras, necesitando de una cuota del frenesí que la película poseía en sus comienzos, pero que nunca aparece. A esa altura, el director debió ser menos leal al libro para no aburrir al espectador. Leo DiCaprio es realmente Gatsby, en el mundo cinematográfico y en el nuestro; probablemente es porque se siente muy a gusto con el papel, rodeado del glamour y encanto, sonriendo como si el mundo realmente le perteneciera, con la promesa en sus ojos de que jamás habrá otro hombre tan bondadoso y fiel como él. La elección de Carey Mulligan para representar la belleza de Daisy Buchanan, es discutible, pero su falta de carisma para acompañar a DiCaprio en pantalla no lo es, aunque se las arregla muy bien para verse conflictuada entre el amor de Gatsby y su esposo. El anacronismo y la fastuosidad de Baz Luhrmann no hacen más que mostrar cuán palpable es su conexión con la obra y el respeto que le tiene a Fitzgerald, sin importar cuán frenéticas, confusas y distractoras resulten sus técnicas. A su manera, el director es muy leal al espíritu de los años 20 de New York y de la obra, haciendo de The Great Gatsby, una película sumamente opulenta, llena de vida y muy vibrante, a pesar de sus momentos lúgubres, ante los cuales, el guión sucumbe.
Es la historia de un multimillonario misterioso que organiza grandes fiestas en su mansión de Long Island en la década de 1920, un poco antes de la Gran Depresión. Esta es la adaptación fílmica de la novela homónima de F. Scott Fitzgerald, publicada en 1925. Dirigida por el actor, director, guionista y productor de cine australiano Baz Luhrmann, quien llevo a la pantalla grande el musical “Moulin Rouge” (2001) interpretada por los talentosos actores Nicole Kidman y Ewan McGregor. Bien colorida, con una gran estética y diseño de producción, bien musicalizada y de época, con glamour, personajes bien delineados una estrella del Moulin Rouge Satine (Nicole Kidman) que es seducida por El bohemio Christian (Ewan McGregor), donde surgirá un triángulo amoroso con el duque (Richard Roxburgh). “El Gran Gatsby” también tiene amor, romance y no falta el triángulo amoroso, mucho color y brillo, además de un gran movimiento de cámara. La pantalla se ve colmada de flores, una hermosa mansión, alegría, espectáculos, champagne, jolgorio, lentejuelas, joyas, vestuario, fuentes, autos caros y rápidos, una gran riqueza y música (moderna) que no desentona. Donde vemos como siempre la hipocresía de la alta sociedad norteamericana, ambientada en 1922, lleno de cambios sociales y culturales, personas que viven en la opulencia llenos de excesos, la corrupción y la decadencia. Allí se encuentra un hombre misterioso, un excéntrico millonario, Jay Gatsby (Leonardo DiCaprio), quien tiene como amigo un corredor de bolsa Nick Carraway (Tobey Maguire), comienza a vivir y disfrutar de sus interminables fiestas extravagantes. Nadie sabe mucho de Gatsby, como consiguió esa enorme fortuna, existen diferentes leyendas y suposiciones de quienes lo rodean. Es un hombre lleno de misterio y secretos, tiene un plan: reconquistar al amor de su juventud, está muy enamorado de una mujer casada Daisy (Carey Mulligan), la prima de Nick. Ella es madre de una hija y Gatsby será capaz de hacer cualquier por ella. El narrador de la historia es Nick, Tobey Maguire (correcto), Leonardo DiCaprio en una interpretación excelente del seductor y atractivo Gatsby. Tiene una escena estupenda en un estado de ira, me a atrevo a decir que este actor esta en lo mejor de su carrera; es muy bueno el rostro angelical, una mirada inocente y como musa inspiradora de Carey Mulligan como Daisy, Joel Edgerton correctísimo es quien interpreta a Tom Buchanan el marido Daisy. La banda de sonido, fotografía, dirección de arte, entre otros rubros técnicos deslumbra, visualmente es esplendorosa, fastuosa y abrumadora, la podes ver en 3D, aunque no altera. Una gran dirección del cineasta Baz Luhrmann (50 años), con una mirada post moderna (visual y músical), se atrae a esto, algunos datos a través del flashbacks, bien barroca, una historia de amor, bien romántica, no se aleja del toque shakespeariano y de lo épico. Creo que los espectadores no deben compararla con el clásico de 1974 que tenía como protagonistas a Robert Redford y Mia Farrow y actores secundarios de renombre que hicieron un gran trabajo. En esta nueva adaptación que tiene una duración de 2 horas y 22 minutos, opino que le sobran unos 30 minutos aproximadamente. No se sostiene cerca del final y se desinfla un poco. Debido a los temas adultos que toca es más apropiada para mayores de 16 años.
El éxtasis de la decadencia americana Con una puesta en escena de brillo, opulencia, desenfado, la versión del director australiano evoca el genio de Scott Fitzgerald. Pastiche y un 3D alucinado colorean una tristeza que será la protagonista de la clásica pintura de época. Reprochar a este Gasby las maneras estéticas de su realizador --pastiche de estilos y épocas, fastuosidad de efectos, Scott Fitzgerald en 3D-, no hace más que decir, redundantemente, sobre maneras cinematográficas actuales, ya convencionales, contenidas en Romeo + Julieta, Moulin Rouge!, o Australia. En todo caso, mejor pensar qué es lo que tienen estos juegos ópticos para la fascinación actual, en donde el cine todavía sobrevive y lejos está de haber sido, solamente, arte del siglo XX. En este sentido, la novela de Fitzgerald así como el cinematógrafo -artefacto, invento, medio artístico- son síntomas de un siglo ocurrido, pero también lugares desde el cual proseguir una reinvención sígnica, necesaria. Por eso, el cine continuará, por eso también novelas como El gran Gatsby: contenedora de toda una fuerza de época pretérita así como de reformulaciones imprevistas, que seguirán sucediendo. Por eso, también, nada de escándalo ante los artificios del cineasta. Porque el cine, como ningún otro medio, es expresión consumada, esencial, de ellos: truco, magia, ilusión. Acorde con un collage cinematográfico sobrecargado, El gran Gatsby de Baz Luhrmann hará convivir a Edward Hopper, Cole Porter y Gershwin, con el hip hop de JayZ, en bailes frenéticos, de mixturas coreográficas, con una grafía escénica de estatuas de cera vivas, donde Cab Calloway reluce como silueta y una especie de Fantasma del Paraíso (aquella otra mixtura de desenfreno, pero de Brian De Palma) musicaliza como autómata de un Dr. Phibes ausente. El interrogante, la nopresencia, quién es y cómo es el legendario Gatsby, perturba a todos pero a nadie suficientemente importa: mejor la fiesta, la orgía, donde el dinero bulle y cae desde un cielo artificial de papelitos recortados, brillantes, de luces que rebotan, a la vez que inundan a espectadores embriagados de tanto 3D. Ingresar a la mansión Gatsby como únicos invitados, cortesía también del bueno de Nick Carraway (Tobey Maguire), para ser testigos omniscientes de todo lo que un buen narrador ha de saber para, justamente, contar (acá los nombres que se quieran: Carraway, Fitzgerald o, claro, Luhrmann). Algo wellesiano está por allí dando vueltas: era el espectador también el que se adentraba en la habitación lúgubre, mortuoria, de ese otro misterio de nombre Charles Foster Kane, en El ciudadano (1941). Cuando el rostro se revele -luego del anillo, las manos, palabras, como si de una presa escurridiza se tratase-, habrán de pasar unos instantes para que el espectador no crea en lo que ve: en que no se trata del mismísimo Orson Welles, sino de su sombra que ríe, de una fugacidad que persiste sobre el rostro de Leonardo DiCaprio. Si el Gatsby de DiCaprio es inasible, en tanto residuo de una imagen ya sucedida, que en vano busca materializar lo que no pudo ser, lo que ya no será; también entonces la belleza --que resplandece, que a veces casi desvaría- de Daisy Buchanan (Carey Mulligan): ella como el brillo de la luz esmeralda que Gatsby persigue, cuerpo para un sueño: encandilado por ella, haciendo todo por ella. Inventar, así, una historia de vida que le justifique, que le permita reencontrarla para suprimir el hiato, que haga caso omiso a lo sucedido, que suture dos porciones de tiempo en una. Fantasmas de un episodio ahora entretejido de recuerdos, que invariablemente caerá en la vorágine de los '30 y su depresión. El dinero, la opulencia, las maneras --"fantasmas" también de cómo conseguirlo abundantemente, saturan el relato. También desde su ausencia, desde un río de carbón, de luz negada, de miseria, de ojos vigías, donde derrochar las ganas sexuales para mantener intactas las apariencias de la vida diurna. Llamadas telefónicas de "otros lugares", de "otros apellidos", aquejan a Gatsby desde la diligencia del mayordomo, en un equilibrio delicado que tensa en peligro el desarrollo de su historia planeada. Ella, sólo ella, para la definición de todo un mundo, de toda una vida, creada sólo para alcanzarla. Papel picado, dinero en el aire. La elección final no puede reprocharse, sino sólo entenderse en tanto equilibrio de mundo, cobertura a la que adherirse, ratificación del dinero y lo que estúpidamente --o no- significa. En este sentido, entender también la ruptura rítmica de la película: del desenfreno a la quietud, de la algarabía de sonrisas y burbujas a una luz cada vez más apagada. Las máscaras caerán de a poco, hasta alcanzar el momento último, la entrega final, la tragedia que debe ser. Gatsby, por ello, como víctima que tiene que sacrificarse, que debe entregarse para que todo sobreviva. Chivo expiatorio para un sueño americano; el del selfmade man, el del pobre devenido rico, el del don nadie, el de la alcurnia inventada. El de los fantasmas, imaginarios y reales, unos como garantía de otros. Contenidos todos por la pluma del atribulado Carraway, narrador apesadumbrado, lleno de angustia. Quien habrá de guiar la atención del espectador hasta el momento último, esencial, casi pasible de ser tocado, agarrado, pero invariablemente resbaladizo, furtivo. Lo mismo sucedía --otra vez- a Welles/Kane con su esferita de nieve artificial, mientras que a Carraway/Gatsby --de modo elocuente- lo que le llueven son letras, son palabras, o nieve en forma de artificio. El papel picado, el dinero volador, han quedado ya muy lejos. Gatsby se vuelve título del libro de Carraway, de la película de Luhrmann: última palabra pero también, por estructura de relato, la primera. Se cierra entonces el gran portal, el mismo a través del cual el espectador ingresara. Otra vez se ha contado una misma historia. Tanta es la grandeza de la novela de Francis Scott Fitsgerald.
Pasiones millonarios Atractiva historia de amor donde un extraño hombre se muda a la ciudad en busca de recuperar a su pasada novia quien resulta haber seguido con su vida y ahora se encuentra casada. Una trama fascinante y visualizada de manera atractiva, donde las emociones se exaltan a niveles apasionantes creando una película fuerte e inolvidable. Baz Luhrmann dirige maravillosamente esta historia de amor pasional y posesivo, donde una emotiva historia de amor se mezcla con la opulencia millonaria para crear un cóctel de varios tragos únicos. Luhrmann logró crear climas tan intensos como atrapantes, mientras su visión tan particular hipnotiza al espectador ante cada evento lujoso. Leonardo Dicaprio y Carey Mulligan logran una química inolvidable y Joel Edgerton se presenta como una fuerza antagónica de temer. Lamentablemente, a pesar de logra tener momentos memorables, la falta de consistencia en la película vuelve a la trama una historia partida, larga y difícil de seguir con atención. Al estar las grandes escenas, como puede ser la reencuentro entre Dicaprio y Mulligan o el enfrentamiento con Edgerton, unidas por instancias muy poco atractivas, provoca que la película termine siendo una trama de golpes fuertes, pero de poco fuerza emocional creciente. Es decir, se va perdiendo atención con el correr del tiempo. Mientras tanto, uno de los aspectos más valiosos de la película, es la rara ambigüedad del punto de vista. A pesar de tener una reflexión final sobre lo sucedido en palabras del personaje de Tobey Maguire, se le da espacio al espectador para que saque sus conclusiones sobre los sucesos de la trama. Un detalle muy poco común en grandes producciones, las cuales suelen no dar espacio a diferentes interpretaciones. No obstante, "El gran Gatsby" tiene el problema central de no poder darle a Tobey Maguire la trascendencia necesaria para mantenerlo como personaje principal. Aunque él interceda en todas las escenas ubicándose en el centro de los acontecimientos, siempre queda relegado a un mero observador. Si bien no es un error inicialmente, la falta de características singulares que permitan la identificación con el espectador vuelven demasiado arriesgada la estructura de la trama ya que si el espectador no encuentra interesante al protagonista, su injerencia en la trama va provocar indiferencia o aburrimiento. Por ejemplo, las escenas donde Tobey Maguire narra o escribe sobre el pasado, prueban estar demás. En definitiva, la película tiene una gran producción artística reflejada en una opulencia visual e interpretaciones asombrosas que encasillan una historia llena de matices en una simple historia romántica. La cual entrega notables escenas, pero ya entrando en el desenlace la misma termina totalmente agotada y la experiencia resulta apasionante y extenuante.
No todo lo que brilla es oro El Gran Gatsby, clásico de la literatura norteamericana del siglo XX, parecía el vehículo perfecto para la vuelta a la pantalla de Baz Luhrmann como director y Leonardo DiCaprio como su protagonista. Y durante la primer parte lo es: la Nueva York de los '20 retratada en la novela de Fitzgerald, con su incipiente vorágine por todo lo que fuera más grande, más rápido y más estruendoso es ideal para la puesta en escena ampulosa y el montaje frenético característicos del australiano. Un personaje como Jay Gatsby, es fácil especular, es la única razón por la que DiCaprio vuelve al papel de galán después de años de querer salirse de ese lugar. De sonrisa blanca, piel tostada por el sol del verano en Long Island y toda su "rubiez" acentuada por los filtros, su Gatsby es la quintaesencia del seductor misterioso. Así se le presenta a un Nick Carraway de ojos grandes e impresionables (como cualquier recién llegado a la ciudad que estaba en plena campaña para constituirse en el ombligo del mundo), a cargo del más insípido que nunca Tobey Maguire. Carraway, después de todo, es simplemente un observador (a veces) participante; el narrador tanto en el libro como en esta adaptación, con su voz en off (en el) presente, recordando desde una institución psiquiátrica ese verano del '22 en que conoció a Gatsby. Carraway es el nexo entre la audiencia y el protagonista, y Luhrmann lo explota hábilmente en ese primer encuentro, cuando en una fiesta -de las tantas organizadas por el recluido personaje de DiCaprio- se devela a sí mismo ante Nick y nosotros con La Rapsodia en Azul de Gershwin sonando de fondo, fuegos artificiales a diestra y siniestra en un segundo plano, tratando de competir con el brillo de la sonrisa de Leo. Lo seduce a él y a los espectadores, mostrándole sólo un poco de su presencia y pidiéndole a su vecino (Carraway vive en una cabaña situada al lado de la mansión de Gatsby) que lo acompañe a la ciudad al día siguiente. Nick sólo sabe de Gatsby lo que escuchó por rumores de conocidos y Jordan Baker (Elizabeth Debicki) la amiga de su prima Daisy Buchanan, quien vive del otro lado de la bahía: justo enfrente de su casa y la de Gatsby. Los rumores lo sitúan como universitario, nuevo rico, ex soldado y/o consejero de guerra, asesino, contrabandista y una lista tan interminable como las fiestas que organiza, en las que se esconde entre la multitud cotilleante. El elusivo Gatsby se encarga de dar (y mostrar pruebas de) su propia versión: graduado de Oxford, heredero de una fortuna y huérfano, veterano condecorado. Pero es su atropello por demostrar su pedigreé ante Nick lo que más nos dice sobre él, cuando asoma su vulnerabilidad detrás de las capas construidas por trajes caros y coches únicos en el mundo, hechos a medida sólo para él. Por otro lado, así como Carraway es el nexo entre Gatsby y el público, también lo es entre él y su prima Daisy (Carey Mulligan) una chica de alta sociedad, una flapper glorificada, una antecesora de las fashionistas y party girls contemporáneas. También, una mujer (infelizmente) casada con Tom Buchanan (Joel Edgerton), quien tiene "dinero viejo", una mansión aún más grande que la de Gatsby, una afición por los caballos de polo y la mujer de su mecánico, Myrtle (Isla Fisher), con la que comparte un departamento en la ciudad. Aunque Daisy y Gatsby comparten un pasado en común (antes que él fuera "el gran"), su historia es la de un amour fou, una obsesión por parte de él, con sus grandes gestos en pos de recuperarla, y el dejarse llevar de ella, aún a riesgo de perder todo lo que valora en su vida: el status y la seguridad que provee su marido. Sin embargo, así como en Romeo + Julieta y en Moulin Rouge los personajes de Luhrmann son presos autoconscientes de sus deseos y su destino, que gritan, exclaman, casi aúllan, ante la impotencia por la incompatibilidad entre unos y el otro, en El Gran Gatsby los gritos dejan paso a los susurros escondidos entre el murmullo de las grandes fiestas del protagonista (no en vano Jordan dictamina que "las grandes fiestas son tan íntimas") y los departamentos secretos, durante el desarrollo hasta el momento del clímax. Excepto por un primer reencuentro entre Gatsby y Daisy en el que el humor físico ligado a la torpeza y el nerviosismo (y también, la vulnerabilidad) de él ante la esperada presencia de ella, el segundo acto de El Gran Gatsby se torna tedioso. Luhrmann no ha sido nunca particularmente sutil - tal vez por eso, su afinidad al melodrama- y acá no es la excepción: las hojas caídas de los árboles vaticinan el otoño pero también el devenir del romance, la luz verde del muelle de la mansión de Daisy que Gatsby trata de alcanzar pese a que una bahía (y cinco años de separación) los aleja son elementos ya presentes en la novela y que Luhrmann enfatiza continuamente. A su vez, las actuaciones de Mulligan como la ingenué que no se reconcilia con su verdadero deseo y la unidimensionalidad de Maguire sólo sirven para acentuar el buen trabajo de DiCaprio y de Edgerton como el "villano" casi de vaudeville (el personaje más repudiable dentro de un grupo no particularmente simpático). Queda, eso sí, el disfrute del despliegue audiovisual elaborado por Luhrmann y su equipo. La música no ocupa el lugar preponderante que tenía en Romeo + Julieta, donde supo aprovechar el auge del remix y explotaba covers (era imposible no mover la patita en el asiento del cine con el de When Doves Cry o en plena fiesta de Young Hearts Run Free) y en el caso de Moulin Rouge fue el mash up, con su banda sonora como gran collage de la post modernidad pop (y escuchar el himno de la generación X, Teenage Spirit, al ritmo del can can), el anacronismo del pop contemporáneo en El Gran Gatsby funciona. Visualmente, el director pasa de los rojos y bordós, el art noveau y la bohemia parisina en la belle epoque de Moulin Rouge, para darle la bienvenida al art decó, los dorados y azules de los "locos años ´20" en Nueva York. No es casualidad que ambas sean historias que ocurren en tiempos de paz post-guerra y (sin saberlo) de pre guerra, donde la euforia y el desenfreno son tanto económicos como culturales (todas las vanguardias se expandieron en ambas épocas), habiendo todos vivido ya en carne propia el no saber si va a haber un mañana. Y para una buena parte de los personajes de Luhrmann, suele no haber un mañana. Los romances que dirige, sean adaptaciones literarias como Romeo y Julieta y ahora El Gran Gatsby o historias originales como Moulin Rouge, entran en la categoría clásica de tragedia: no tienen final feliz para sus protagonistas.
No caben dudas que el australiano Buzz Luhrman es un cineasta diferente, dotado de un componente creativo a veces desbordante, aunque su nivel de trasgresión artística se ha ido moderando a través del tiempo. Tras Stricktly ballroom, una comedia romántica musical que ofrecía coreografías de gran impacto visual, tuvo su resonante incorporación a Hollywood con Romeo + Julieta, adaptación audaz pero no del todo lograda del drama de Shakespeare. Luego alcanzó su obra mayor, Moulin Rouge, comedia musical ambientada en la París de fines del siglo XIX y nutrida con canciones de todas las épocas en donde una mixtura única produjo una eclosión artística. Luego de Australia, film más épico e histórico, llega a El gran Gatsby, nueva versión de la novela clásica de Francis Scott Fitzgerald, con quien había sido su Romeo, Leonardo DiCaprio, como protagonista absoluto. Tras la recordada versión con Robert Redford de los años 70, y una anterior con Alan Ladd, es indudable que esta es la mejor y más fiel adaptación de la novela original. Lo que no quiere decir que se trate de una gran película, si un producto fílmico sumamente atractivo estética y expresivamente. En este caso, los acostumbrados anacronismos de Luhrmann están presentes sólo –más allá de algunos detalles menores- en la banda de sonido diseñada por Craig Armstrong, con amplia participación de Bryan Ferry, un artista ideal para hacer su aporte retro en las variadas canciones. La trama hace foco en la obsesión amorosa de Gatsby, pero también le hace un lugar importante al personaje del escritor que va narrando la historia y los aspectos más oscuros del protagonista, cuyos lujos de millonario esconden secretos de los que no podrá evadirse. Más allá de una extensión algo excesiva, la película alcanza un pico dramático bien sostenido en su segmento final, con un desenlace ciertamente desolador. El 3D se ensambla a la perfección con los recursos visuales puestos en juego por el director, apoyado en los notables trabajos de Di Caprio y Tobey Maguire.
Frente a una película como esta es casi inevitable evocar la presencia en tanto clásico moderno de la obra de Scott Fitzgerald como la trayectoria del realizador Baz Luhrmann. En este caso no es tanto por la trascendencia de su filmografía – de la que a criterio de este cronista solo vale destacar su Romeo y Julieta – sino por el impacto y la “polémica” que suelen despertar sus puestas en escena. Lo cierto es que Luhrmann repite su constante a propósito de contar una historia de amor de un modo estridente, desaforado, intenso y extenso. Más allá de la trama que se ubica en un momento especial del capitalismo de entreguerras, momento de puro optimismo pero cruzado por la sombra del futuro inmediato que se extiende sobre esos tiempos modernos, lo que importa al realizador es la historia de pasión y frustración de Jay Gatsby y Daisy Buchanan. En la misma emerge la tensión del poder, tanto el que se esconde tras la historia del propio Gatsby como la de la sociedad que está justo a su frente y representa Daisy y su matrimonio ajustado a los cánones sociales. De algún modo esas tramas de poder son el espacio donde se entiende lo que el mundo hizo de ellos durante los cinco años que separaron a la pareja. La tensión entre el amor, la voluntad, la existencia material del tiempo y las condiciones sociales de existencia en un momento determinado de burbuja financiera en Wall Street, son los temas de la película. El narrador, el joven Carraway – un insoportable Tobey Maguire -, es quien da cuenta del mundo que parecía ser y el que es. Los personajes secundarios son móviles para esquematizar relaciones sociales y condiciones materiales de existencia. Luhrmann simplifica estos roles, desdibuja los personajes, apela al trazo grueso de la pura exterioridad y pierde potencia con el casting. Es así que la película carece casi totalmente de sutileza y riqueza significante (con la excepción de la excelente escena del reencuentro de los amantes). Es por ello que la interesante construcción visual, el uso de la banda de sonora anacrónica, el exceso en el montaje y la sensación de irrealidad permanente, recursos más que interesantes en tanto modo de contar, no llegan a trascender más allá de los propios valores formales y reduce la elección estética a puro espectáculo. Como espectáculo (en el sentido más vacuo del término) no defrauda. Con un personaje excluyente y atractivo, un ritmo narrativo sostenido y una riqueza visual y sonora indudable, El gran Gatsby es una película industrial en el más antiguo y más moderno sentido: responde de un modo perfecto a los designios del actual régimen del cine industrial. Ni más ni menos que eso.
Una nueva manera de contar una vieja historia Todo lo que se le aplaudió fervorosamente a Baz Luhrmann en “Moulin Rouge” hoy más bien se le reprocha por su arriesgada versión de “El gran Gatsby”. Y no estoy tan segura de que los reproches sean tan merecidos. Es cierto que Luhrmann se toma muchas licencias, quizás demasiadas (es su estilo), al momento de recrear la época (década del ‘20 del siglo XX). Aquellos años locos de la primera posguerra que regó de alcohol prohibido y abundantes dólares fáciles (el juego y Wall Street eran un hervidero próspero a granel) a todo Estados Unidos. Es cierto que quizás no es tan considerado, como un lector académico desearía, con el espíritu de la novela de F. Scott Fitzgerald. También es verdad que la versión cinematográfica anterior, protagonizada por Robert Redford, es un antecedente capaz de eclipsar cualquier intento posterior de recrear el gran clásico. ¿Acaso Luhrmann no tomó en cuenta todos los riesgos que asumía con esta superproducción, que además de todos esos desafíos, se presenta en un exuberante formato 3D? Imaginar que un director de cine profesional, que tiene a su disposición un abultado presupuesto, un libro que ya ha adquirido categoría de mito y un elenco de primerísimo nivel va a asumir riesgos desmedidos sería pecar de más aventurado que el propio Luhrmann. Mi pensamiento se inclina por creer que el australiano es un director osado, que entiende bien la época en la que vive, y que tiene algunas cualidades muy destacadas que le permiten asumir retos que no sólo dan que hablar a los críticos, produce un espectáculo atractivo, le da trabajo a mucha gente, conserva el buen gusto y le permite a la imaginación recorrer nuevos caminos expresivos. ¿Habría tenido el mismo efecto si en vez de utilizar la novela de Scott Fitzgerald hubiera apelado a un guión con un menor peso específico? Quizás la clave de la aventura cinematográfica y el gancho estén precisamente en esta aparente irreverencia. Un film bien logrado Sea lo que sea, el caso es que a mí la película me gustó. Me dejé llevar por la propuesta sin hacerla competir con prejuicios ni versiones anteriores y me pareció un film bien logrado, si se entiende que el objetivo era aggiornar un texto del siglo pasado, ofreciendo una mirada contemporánea, que incluye una recreación libre de los rasgos de época. Justamente esos rasgos de época reversionados en ritmos y códigos actuales producen ese efecto un tanto discordante que a algunos molesta y sin embargo son las características que definen una nueva manera de contar una vieja historia. Creo al respecto que aquella vieja historia de amores contrariados que escribió Scott Fitzgerald es bastante conocida por todos. El mérito de la película de Luhrmann está en atreverse a contarla a su manera. Desde el punto de vista técnico, Luhrmann le saca todo el jugo posible a la tecnología 3D, un tratamiento de la imagen que acentúa, de modo impecable, el tono cuasi fantástico que le da a la ambientación, y además, juega con una superposición de textos dando la idea de que lo que se está contando son versiones de versiones de versiones y que ninguna parece más lícita que la otra. Después de todo, sólo se trata de ficción.
No hay mucho para decir de la historia de “El gran Gatsby”. Fue escrita por F. Scott Fitzgerald en 1925, y desarrolla la historia de un enigmático personaje, excéntrico y multimillonario, que organizaba fiestas y agasajos con la sola idea de esperar que un día se presentara la mujer que alguna vez amó, pero luego perdió a manos de un destino que lo llevaría a la guerra. Tanto en la novela como en las dos adaptaciones para el cine (hubo tres pero de la de 1926 no queda copia alguna, y también hubo una versión para la TV, en el 2001), la historia se narra en primera persona. Un yo observador que nos introduce en este mundo de pompa y boato, con mucho charleston y desprejuicio, en una sociedad que se debatía entre clases muy altas y muy bajas, la ley seca, y el comienzo del fin: los instantes de la historia previos a la gran depresión de 1929. Nada ha cambiado entonces. Nick Carraway (Tobey McGuire) es el mismo corredor de bolsa que se instala en una casa mediocre, justo al lado de la suntuosa mansión de Jay Gatsby (Leonardo Di Caprio), el hombre obsesionado con Daisy (Carey Mulligan). ¡Oh casualidad!, Nick es primo de ésta, y Gatsby no pretende otra cosa que reencontrarla. Salvo por las características propias de lo que se consideraba y considera técnica de actuación, no hay grandes diferencias entre los Gatsby de Alan Ladd (1949), Robert Redford (1974), o Di Caprio. Son buenas actuaciones, respetando un personaje que requiere mucha prestancia y gestualidad mínima para marcar los estados de ánimo en forma muy minimalista. Lo que es extensivo el resto del elenco. La mayoría de los diálogos se mantienen intactos, así como la impronta de cada personaje, los conflictos, y también las subtramas que ayudarán a construir el drama trágico ya conocido. Luego, si todo está igual, ¿cuál es la diferencia? ¿Por qué vale la pena ir a ver esta versión 2013? Primero por lo mismo de siempre: una buena historia de amor bien contada es efectiva e interesante; Segundo por el glamour que remite a la época dorada de Hollywood, esa que convertía a cada película en un mega evento; Por último, y no menos importante, porque Baz Luhrman es un realizador que propone. Le puede gustar más o menos, pero siempre propone. Lo hizo con su mejor película, “Baila Conmigo” (1993), luego en esa controversial versión de “Romeo y Julieta” (1996, también con Leonardo Di Caprio), y ni hablar con “Moulin Rouge” (2001), la cual bien podría servir como antecedente de su “El gran Gatsby”. Claro, la estética es el punto a destacar. La tecnología le permitió digitalizar un travelling aéreo entre Brooklin y Long Island. En más de una oportunidad la cámara "viaja" de un punto al otro como buscando la aguja en el pajar hasta encontrarla. La misma espectacularidad se logra con el vestuario, cuidado al detalle, la dirección de arte minuciosa, y por supuesto la dirección de fotografía que logra amalgamar los efectos visuales con los exteriores reales. Paradójicamente, lo único que esta vez parece salido de eje es la música (fundamental en la filmografía del director). Vemos a los invitados coreografiados a ritmo del charleston mientras suena un tremendo hip hop, que además de no sincronizar, distrae de la idea de la imagen. Esto de mostrar la decadencia moral de una sociedad a partir de los excesos y el derroche se ve desdibujado en esos planos generales de la mansión en fiesta con música discordante. No así en el resto de la película, donde la selección de temas refuerza, más allá del contraste, las imágenes de los años ‘20 y la música del siglo XXI. No podemos decir que el director sea el inventor de nada, pero sí uno que no se conforma con la lectura clásica. Luhrman es de esos tipos que se hubiera sentido cómodo en los happenings de Andy Wharhol, cuando el concepto del pop estaba en sus orígenes. Es la representación cabal del artista pop de nuestros tiempos con todo lo que esto significa. Por lo demás, el producto funciona porque tiene detrás una historia que lo respalda, y cuenta con una dirección vertiginosa disimula muy bien las dos horas y pico sentado. Eso es entretenimiento.
Buz Luhrmann toma el desafío de meterse con Scott Fitzgerald y “El Gran Gatsby”. Y las cosas le salieron con aciertos y defectos. Es una película visualmente hipnótica y atractiva, con la utilización del 3D y los anacronismos musicales e históricos. Pero cuando se mete de lleno en el melodrama, amén de respetar demasiado las líneas de diálogo, prefiere el relato a la acción y la emoción no fluye, a pesar de algunos muy buenos momentos de Leonardo Di Caprio en su patético y vulnerable personaje y el encanto de Carry Mulligan. Fría y bella, jugada y superficial, atractiva y por momentos obvia. Imperfecta, pero digna de verse.
Gatsby: you can’t repeat the past, old sport Baz Luhrman’s adaptation is visually rich but otherwise flawed Is it going too far to assert that The Great Gatsby, F. Scott Fitzgerald’s 1925 masterpiece — the indisputable Great American Novel, that Holy Grail critics are still on the lookout for — is mostly concerned with production? After all, Fitzgerald’s formative years were spent at the dawn of the 20th century, a new era full of promises as mass, chain production methods churned out goods for massive consumption, instant gratification and quick disposal. In a broad sense, Fitzgerald, born in 1896 and consequently coming of age in the late 1910s — a decade that breezed past to the sound of jazz, glitter and glamour, and decadent extravaganzas, was brought up to a more relaxed lifestyle, an orgiastic outburst like America had never seen before. It was debauchery and grandeur, being wealthy and shamelessly exposing your riches while hundreds of thousands stood in the background or, worse still, toiled in the coal furnaces that allowed New York City to shine in all its glory. America was changing, and change was coming fast, too fast for many to catch up. The invention of electricity and its multiple applications may perhaps be considered the early 20th century prefiguring the 1990s rise of the digital age, of Silicon Valley, when fortunes were made and lost at the snap of a finger, at the drop of a digit on NYSE’s electronic billboards. In Fitzgerald’s accurate imagination, Gatsby’s worldly preoccupations included electricity, as shown by the strict daily schedule he had drawn for himself as a young man: Rise from bed, Dumbbell exercise and wall-scaling and, third on the list, Study electricity, etc. Completing the list were Work, Baseball and Sports, Practise elocution, pose and how to attain it, and Study new inventions. Born to a family of indecently poor peasants that offered the young Gatz — his real surname — little or no opportunities, the child, unknown to himself, pioneered and became the master of reinvention, that most American obsession accompanying social mobility. The American Dream was possible, within reach, if you strove hard enough. Gatsby — as the reinvented young man chose to call himself — was the perfect, shiny embodiment of that dream. ALL THAT JAZZ. It was an era of celebration and excess. The Jazz Age, in fact, was a term coined by Fitzgerald himself, as the prescient observer (in retrospect) and integral part of that endless night of wild partying and infinite possibilities. Fitzgerald was boldly flirtatious, approaching the ideal of success and achieving it in his mid 20s with the publication of his first two novels, This Side of Paradise (1920), and The Beautiful and the Damned (1922), crowned by The Great Gatsby in 1925. After countless rewrites and restructuring, Fitzgerald knew — like Tennessee Williams would two decades later, in 1947, that A Streetcar Named Desire was destined to be an immortal classic — that Gatsby was to be his crowning achievement.
Un sueño demasiado caro La ambición está en el aire. Corren los locos años veinte (verano de 1922) en Nueva York. Para muchos, la ambición está en el ADN. Baz Luhrmann adapta El gran Gatsby con la destreza que lo caracteriza para imaginar ambientes megalómanos mientras despeja enigmas en torno a sus personajes. La película cuenta la experiencia de Nick Carraway (Tobey Maguire). Vecino de un multimillonario, el joven que trabaja en la Bolsa se maravilla con el lujo y el dinero que ostenta Gatsby (Leonardo Di Caprio). Su propia proyección a futuro bien podría derivar en esa fastuosidad, si el negocio del dinero le permite progresar. La otra trama del asunto es menos lineal y la relación causa-efecto desaparece. El corazón de Gatsby es la caja de sorpresas. Luhrmann se ocupa meticulosamente de cada gesto, así como aprovecha la profundidad de la filmación en 3D para recorrer una mansión que es protagonista. Allí fotografía la opulencia hasta el vértigo. El director de Moulin Rouge plantea la presencia de objetos y cuerpos, como una clave de lo excesivo, el gran disfraz de la pobreza de sentimientos. La ecuación es casi ingenua, pero la película atrapa por la alternancia entre drama amoroso, dilema de conciencia y la exteriorización como un carnaval sin fin. Las cortinas vuelan movidas por el viento de la bahía, y envuelven el rostro fresco de Daisy (expresiva Carey Mulligan). La actriz asume el rol de aparente inocencia cómoda en la mansión de su esposo, Tom Buchanan (estupendo Joel Egerton como rico de doble moral). Nick, su primo, será testigo del reencuentro de Daisy con Gatsby. El relato en off suministra datos e impresiones, dinámica que permite seguir el hilo del romance sin perderse en el frenesí visual.El director da rienda suelta a la teatralidad. La cámara descubre los ambientes. En la escena de la visita guiada por Gatsby en su mansión, Daisy se derrumba en el centro del salón, con la ropa que le arroja, cubriéndola como las páginas de su historia de amor. Luhrmann ofrece apoteosis sucesivas con el auxilio de la música, edición que mezcla ritmos, épocas y conceptos. Así como se permitió hacer rap con los diálogos de Romeo y Julieta, en esta película, el charleston y el foxtrot alimentan sonidos electrónicos. El estímulo de la música es notable ya que acompaña el conflicto de Gatsby. Di Caprio juega el rol con sensibilidad, espíritu tierno y torturado de amor, que justifica secretos y estafas. Después de todo, mientras corren ríos de champán, a nadie importa de dónde salen los millones.
"REGOCIJO AUDIOVISUAL, PERO FALTO DE EMOCIÓN" El gran Gatsby (The Great Gatsby) es una novela de F. Scott Fitzgerald publicada en 1925. La historia se desarrolla en Nueva York y Long Island en los años 1920s. El libro original ha sido descripto como el reflejo de la era del jazz en la literatura estadounidense. El filme tiene un narrador testigo, un presunto escritor llamado Nick Carraway (Tobey Maguire); y mientras escribe sus recuerdos de años atrás, en el que conoció a un enigmático millonario, el espectador recibe su relato por medio de flashbacks que constituyen casi todo el filme. Jay Gatsby es el magnate en cuestión (Leonardo DiCaprio), un joven apuesto con pasado desconocido, que recibe en su mansión a la high society neoyorkina, brindando rimbombantes fiestas llenas de gente, aunque casi nadie lo conozca, potenciando el sentido de soledad que padece, rodeándose de multitudes que son nadie para él. Salvo, claro, una mujer: un amor del pasado. Ella es Daisy (Carey Mulligan), la prima de Nick, casada con un mujeriego que no la cuida como debe (Joel Edgerton), permitiendo, sin quererlo, el renacimiento de ese antiguo amor (y eso que no estamos hablando de “Casablanca”). Adaptado por el productor y director Baz Luhrmann (“Romeo + Julieta”, “Moulin Rouge”, “Australia”), éste creó su propia interpretación audiovisual de la historia clásica, incorporando su particular estilo, muy similar al que ya habíamos visto en (la ya mítica) “Moulin Rouge”, que encumbró a Nicole Kidman allá por 2001. Y esto sería un montaje desenfrenado, visibles y majestuosos movimientos de cámara, aceleraciones artificiosas, una puesta en escena barroca y un atractivo diseño de producción; todo se yuxtapone para recrear ese mundo algo superficial. La película demora en entrar en la vida de los personajes, y cuando lo hace es a base de estos excesos de estilo y de retratos casi caricaturescos. En la última media hora todo es más sosegado, pues cobra protagonismo cierto aire de tragedia. El vestuario de la película, siempre al servicio del guión, retrata las almas de los personajes. La cinta, que se revela (casi) como un gran videoclip, mezcla códigos de la moda y la música de antes y de ahora. DiCaprio, estrella indiscutida de la película (como actor y como personaje), es el que más sobresale, prestándole su estampa a un rol que le calza a la perfección. Maguire se erige como el narrador omnisciente y, en parte, protagonista de la historia, homenajeando casi con un dejo de enamoramiento y gran admiración a ese hombre al que recuerda con lágrimas en los ojos. El filme entretiene y resulta más interesante ya avanzado el metraje, pero carece de la emocionalidad suficiente para captar el corazón del espectador. Audiovisualmente es irreprochable y merece verse en una pantalla de cine (o de alta calidad).
Fitzgerald by Luhrmann Si hay algo que el director australiano Baz Luhrmann maneja muy bien, es la adaptación de grandes historias de amor y agregarle toda su excentricidad visual para crear un producto inconfundiblemente de su autoría. Es un artista que se expresa a través de la trama y la dirección, pero con un foco bastante importante en los aspectos artísticos de la puesta. "The Great Gatsby" no es la excepción y se adapta la famosa historia de desencuentros amorosos de F. Scott Fitzgerald en una Nueva York de los años '20, con todo el glamour y la explosión de colores que se puede esperar de un tipo como Luhrmann. La historia de Fitzgerald de por sí tiene su atractivo, presentando una crítica a la sociedad del momento, que cegada por la propiedad material, los vicios y la posición social, podía condicionar y quebrantar hasta el amor más puro. Luhrmann toma la esencia del libro, pero termina entregando una crónica más liviana y hollywoodense, con menos matices dramáticos que le den profundidad. No es mala la propuesta, en absoluto, pero me hubiera gustado ver que la película evolucionara con más fuerza con el pasar del metraje, cosa que de cierta manera sucede, pero no con la locura y sensaciones que uno esperaría de un trabajo de Luhrmann. Por momentos se nota demasiado el enfoque en los aspectos técnicos que terminan siendo de mayor calidad que los narrativos. En el plano de las interpretaciones, creo que todos estuvieron muy bien, sobre todo su protagonista, Leonardo DiCaprio, que como siempre brinda una actuación creíble y profesional. El Gatsby de DiCaprio presentó algunas influencias de su rol como Howard Hughes en "El Aviador" de Martin Scorsese, con menos locura, pero sí con algunos gestos que ponían de manifiesto la personalidad obsesiva del personaje. Un buen entretenimiento que seguramente disfrutarán más los seguidores de Luhrmann que los lectores de la novela de Fitzgerald, pero que no deja de ser atractivo e interesante de ver.
EL FRACASO DEL SUEÑO Dónde comienza lo legítimo y dónde lo falso es materia debatible en el imaginario que despliega El Gran Gatsby. La quinta remake de la novela homónima de Francis Scott Fitzgerald es un documental pastoril de los años 20’ en Norteamérica, una exploración del Sueño Americano tal como existe en un período corrupto y un intento de determinar el límite oculto entre la realidad y las ilusiones. La película, al igual que la novela, sugiere más que desarrolla la Era de posguerra: la pérdida de los ideales, la desilusión ante el fracaso del compromiso, el miedo a la intangibilidad del presente, los esfuerzos de una prosperidad holgada y la fiesta eterna, el abaratamiento de los licores como efecto tangencial de la ley seca, el resentimiento contra la nueva inmigración, el racismo científico de las teorías históricas en construcción, el surgimiento de una subcultura poderosa, la Era del Jazz y sus heroínas: las flappers, entre otros eventos igualmente significativos que son más implicados que desarrollados. La Era del Jazz y la fiesta eterna son reelaborados desde una estética actual. El jazz fusión y el R&B reemplazan al foxtrot de principio de siglo. La historia es presentada a partir de un narrador-testigo que además es protagonista: Nick Carraway, primo y amigo de Daisy, compañero de Tom, confidente de Gatsby, se halla en los lugares clave para relatar la historia, en una especie de limbo cultural donde el pasado ha sido corrompido y el idealismo de los colonos del Nuevo Mundo confronta con el materialismo de una sociedad industrializada. El relato de Nick comienza la primera semana de junio y termina la primera semana de septiembre de 1922, convirtiendo a la película (y a la novela) una historia estival: la transición del verano al otoño refuerza el movimiento paratextual de la esperanza a la decepción, del romance a la tragedia, de la expectativa a la autoconciencia. Además, por su condición de narrador Nick posee un juicio ideológico que está por encima de los juicios de los personajes y es él quien convierte en Gran a Gatsby. El resto de los personajes son, a su vez, encarnaciones de esa contracultura de los años 20’: Daisy representa la abundancia y tradicionalismo de la cultura sureña, su apellido, Fay, significa “hada” aunque también guarda similitud con la palabra flapper, es decir, aquellas mujeres banales cuyos modos estrafalarios han sido inmortalizados en los dibujos de John Held Jr. Las flappers fueron las heroínas de la Era del Jazz, mujeres “modernas” que se caracterizaban por un corte de pelo hasta la mandíbula (bob-cut) y vestidos holgados que mostraban sus brazos y piernas; no usaban corsé pero sí mucho maquillaje, escuchaban y bailaban jazz, bebían licores fuertes, fumaban, conducían a altas velocidades y tenían otras conductas que desafiaban en mandato social. Su marido, Tom Buchanan representa la herencia de la tradición anglosajona, un tipo de fuerza característica del progreso materialista y es asimilable a los llamados Robber Barons, grandes magnates cosmopolitas y corruptos que surgen durante la Edad de Oropel (Gilded Age), época posterior a la guerra civil norteamericana. Se diferencia de Jay Gatsby en que éste último constituye una distorsión grotesca y patética de aquel: Gatsby ha ganado mucho dinero con el contrabando, el juego y las especulaciones bursátiles pero no posee las credenciales sociales apropiadas, motivo por el cual Daisy lo abandona. A su vez, la mansión de Gatsby se ubica en West-Egg, Long Island, donde viven los nuevos ricos, y no en East-Egg, donde lo hacen las familias más tradicionales. Mientras que Tom maneja la estructura administrativa y legal, Gatsby controla el submundo corrupto, paralelo pero invertido. El contrapunto Este-Oeste cambia el eje de análisis de la sociedad norteamericana que solía ser Norte-Sur hacia otro más actual. El Este simboliza la prosperidad ilimitada y la corrupción que devienen de la etapa materialista e industrial, mientras que el Oeste se identifica con la pobreza que trajo la oleada de inmigrantes europeos con sus ideas socialistas y anarquistas. Así, los nativos estadounidenses generaron un creciente temor y resentimiento por los extranjeros y proliferaron las teorías históricas que fundaban el racismo en una explicación científica. Estos acontecimientos se sugieren en la película en varias oportunidades: en un primer momento, cuando Tom manifiesta que “la civilización se está cayendo a pedazos” basando su criterio en un libro titulado El ascenso de las razas de color (The rise of the Colored Empires) “de un tal Goddard” que en realidad hace referencia a The Rising Tide of Colour de Lothrop Stoddart, publicado en 1920 por Scribner’s Sons, un manifiesto de racismo científico que contribuyó (junto con La Decadencia de Occidente y Los Años Decisivos de Oswald Spengler) al advenimiento de la Segunda Guerra Mundial. Esto también se observa en el personaje de Meyer Wolfsheim, un judío americano amigo de Gatsby que controlaba el submundo corrupto y mercantil de aquellos años; y finalmente en la escena en que Nick y Gatsby cruzan el puente de Queensboro y ven a un chofer blanco que lleva a tres pasajeros afroamericanos. La inversión de las jerarquías colonialistas de dominación se hacen manifiestas en la forma en que las distintas etnias inmigrantes (mal llamadas “razas de color” en los ensayos antes citados) adquieren preponderancia a partir de un aumento en su poder adquisitivo, motivando el recelo de la población nativa. La novela de Fitzgerald es la inversión de la historia de “de harapos a riquezas” (from rags to riches), un género de best-seller que surge en la segunda mitad del siglo XIX y del cual constituye un punto álgido aunque invertido. Sin embargo, su adaptación cinematográfica queda a mitad de camino entre la ya mencionada representación de los años 20’ y la tradición de la que es deudora, y elige colocar en primer plano otras líneas argumentales más efectistas: la historia del doble adulterio (Daisy-Gatsby/Myrtle-Tom), el clima de fiesta eterna y la proliferación de la música de jazz, reinterpretada y puesta en escena en su fusión con otros ritmos más actuales como el Hip-Hop y el Third Stream. La elección deliberada de Luhrmann de dar preponderancia a estos conflictos acerca a la película al folclórico “Cuento de hadas” (Fairy tale), en donde el valor de sus personajes no yace en el oro sino en algo trascendental, y así en la historia Daisy es, para Gatsby, apenas la promesa de realización que yace más allá de la “luz verde”. Hay, por otra parte, frecuentes alusiones a la caballería y al amor cortés en las que Daisy es asimilada a una suerte de Santo Grial y Gatsby, como héroe romántico heredero del Sueño Americano, nos recuerda a los caballeros de las cortes arturianas como Sir Gareth o Sir Gawain. Ocurre el reencuentro entre Gatsby y Daisy y él se encarga de disponer un entorno apropiado. Esta es una característica noble aunque romántica de su espíritu y habla de su fidelidad a un sueño. La inversión de la novela original con respecto a la tradición “de harapos a riquezas” tiene que ver, por otra parte, con un tema que se mantiene en la película y en torno al cual se agrupa su argumento: el fracaso del Sueño Americano. Históricamente, el Sueño Americano es una construcción que se compone de un conjunto de poligrafías (narraciones utópicas, mitos, imágenes, metáforas, tradiciones inventadas, doctrinas, rituales, subjetividades, conductas, etc.) que interactúan con el imaginario cultural estadounidense, y se compone (siguiendo a Harry Levin) de un espacio: el Nuevo Mundo; un tiempo: el presente bordeando al futuro; un personaje principal: la sociedad como un todo, y un argumento: la realización plena de la Naturaleza a través del progreso material. La película se mantiene fiel a la representación de Norteamérica como el “sueño de lo nuevo”, como un nuevo mundo a la espera de ser conformado y así configura el entramado simbólico de sus personajes. Queda constatado en los diálogos (muchos de ellos trasladados textualmente de la novela) y en otras encarnaciones del espíritu del pasado, que el pragmatismo del oeste era ideal de prosperidad. Jay Gatsby, entidad creada por James Gatz a los 17 años, acepta por completo esta premisa y fragua su nueva identidad con el fin de escapar a un presente de pobreza y un futuro como granjero en el norte. Así conoce a su compañero y mentor Dan Cody, un magnate del oro y la plata con el que emprende una travesía en barco pasando por varias ciudades de los Estados Unidas hasta Oxford. Asimismo, el nombre de Dan Cody contiene cifrados otros dos: Daniel Boone (por Dan), un pionero y colonizador estadounidense que conectó el Este con Kentucky para transacciones comerciales, y Buffalo Bill (por Cody), un cazador de búfalos y hombre de espectáculos que se instauró como una de las figuras más pintorescas del viejo oeste. Es así como Gatsby logra prosperar desde los oscuros comienzos con miras a la premisa que establecía que “un hombre que trabajara duro podía hacerse rico en América”; este es el germen del Sueño Americano, y su versión materialista fundamental era la historia del pobre que se hace rico. Si bien mayoritariamente comprobado no obstante desigual, este mito creado y perpetuado por la literatura norteamericana promocional de los siglos XVII y XVIII encuentra su desengaño en El Gran Gatsby y culmina con el sabor amargo que deja la profunda ingenuidad del sentido de futuro de Gatsby y simultáneamente la historicidad de su esperanza. La luz verde pierde su fulgor significativo y el héroe romántico se disuelve en las ilusiones de su objeto de deseo: “Y así seguimos adelante, botes contra la corriente, empujados incesantemente hacia el pasado.”
Mucho ya se esta hablando de si es buena o es mala, de si la adaptación es correcta o no. En esta reseña, poco y nada voy a decir de la novela. Solo me voy a limitar decir que llegué a ella por la película. Y es así como me gusta llegar a los libros. En ellos siempre encuentro algo más de aquello que me fascinó en una película. Claro que solo pasa cuando la peli me gusta mucho, cuando quiero más tiempo con esa historia de compañía. La relación que uno tiene con una película o con un libro, es diferente, los lenguajes de ambos lo son, y los tiempos de cada uno son también diferentes. Por lo que no voy a compararlos. Solo diré, que encontré lo que buscaba, cuando ahondé en el Gatsby de la novela. Y que no fue diferente a ese que me sedujo en la película. Y ahora si, nos metemos de lleno a lo que vinimos. Para hablar profundamente, no solo sirve ser austero; a mi entender la grandilocuencia, el exceso, habla también, por contraste. Como el negro habla del blanco y viceversa. Es por eso que tanto despilfarro, tanta ritmo, sonido, y planos cargados de información imposible de ser leída por el espectador a no ser que frene la cinta; tienen un sentido, un decir. Sería muy ilusa si creyera que un director que no es ni novel ni tonto (a juzgar por cómo juega con este lenguaje), desconozca que cada plano debe (mejor digamos “debería”) estar en pantalla el tiempo suficiente para ser “leído” por el espectador. Si esto no se cumple, debo como mínimo pensar, que es adrede. Todo ese tono barroco, esa cosa pomposa al extremo, a mi me esta contando mucho; que no pueda leer todo el plano porque atesta de cosas, brillos, y sonidos, también me dice. Me habla de excesos. Me aturde. Como quizá estaba aturdida toda esta gente de los locos veinte. Y ya que estamos en época, difícilmente alguien sume: años veinte, despilfarro, riqueza, y persona que trabaja en la bolsa; y todo eso no de como resultado que pensemos no solo en una historia de amor (inalcanzable, utópico, irreal) sino también en una crisis que todo mundo conoce y que supone también un resultado a una riqueza y crecimiento que por momentos se creyó tan alcanzable y real, como Gatsby creyó su amor. Pensar que la película se ciñe solo a una historia de amor por ver planos cargados de poderío visual, es minimizar lo que la belleza visual pueda decir sobre la historia. Creer que solo se buscó esa belleza fotográfica en el espectador, es, o subestimar al director y todos los técnicos, o bien ignorar la riqueza del lenguaje que tiene una película (que no son solo diálogos, y besos, y ya). Para reafirmar esto, puedo mencionar que no solo tiene que interpretarse la imagen, también el montaje (una de las cosas más lindas que tiene esta película), y la cámara y sus movimientos (que a muchos molesta), que sigue la misma intención de contar que aquellos planos recargados de cosas. Recordemos solo para poner un ejemplo de los más simples, cuántas veces la cámara fue en picada hasta el suelo. Si eso no tiene relación con la historia, pues a mi al menos déjenme creer que si. Ni hablar del gran sentido que tiene la torpeza del encuentro entre los amantes, que no es cómica por comedia, sino por dramática, por vulnerable, por cursi (tanto como tanta flor, y tanto champagne y tanto sueño americano). Lo ridículo de todo, esta ahí siempre presente. Y aún así, el amor se siente. Equivocado. Más obsesión que amor. Pero le da una pequeña redención a la historia, a la peli, a la raza humana. ¿Vuelve el pasado? Tantas maneras hay en las que el pasado vuelve y sin embargo siempre hay que ir hacia adelante. Cuántas luces verdes perseguimos y casi tocamos. Con cuántas quimeras soñamos. Si en esta trama se vería demasiado real ese amor, esos sueños, todo lo demás se desmoronaría, y la historia ahí si, sería únicamente de amor. Pero no lo es. Por eso nada es muy real, ningún amor deja de ser a la vez, torpe, frío, incierto, equivocado, o almidonado. Natural hay poco. Vaya que si!!! Ese pasado esta volviendo a cada rato parece. Pero mientras una historia me deje con ganas de más, un personaje me deje tan angustiada como enojada, algo tenemos aún en la sangre. Así que desde este rincón la recomiendo. P.D.: No, no hable del jazz, y el hip hop, pero lo mismo que he dicho acerca de los planos, el montaje, y las actuaciones semi ridículas, digo sobre el anacronismo y sincronismo no solo relacionado con los tiempos de la historia y los del espectador, sino también sobre las escenas y encuadres, y todo el juego que el director hace de cada elemento que se utiliza para que el cine cuente, en donde el sonido es otra cosa que no resulta un mero acompañamiento. Y ya que estamos, la BSO esta genial! P.D.2: ¿Ven la última foto de la reseña? ¿Han probado la sensación de esa postura? Se mezcla tanto el placer como el mareo. La peli esta llena de estos planos ¿porqué creen? Miren la primera foto de la reseña ;) P.D.3: No la vi en 3D (aún me resisto ;) )
Bienvenidos al mundo espectacular de Baz Luhrmann, el hombre que logró unir con armonía la licuadora pop con la cámara cinematográfica en films como Moulin Rouge! - Amor en rojo o la poco apreciada Australia. Luhrmann es otro de los realizadores que creen en el poder del espectáculo para amplificar lo humano y volverlo más comprensible. Sin embargo, hay algo que no funciona bien en su versión de la obra maestra de Scott Fitzgerald. El Gran Gatsby no carece de ironía pero no abunda en humor: serle fiel a su sentimiento trágico, a su mirada desencantada sobre el mito americano del self-made man implica necesariamente enjuagarle al artificio estadoundense todos sus colores. Luhrmann hace exactamente lo contrario, empeñado en encontrar una verdad sustancial detrás del oropel. La apuesta es arriesgada y, en última instancia, dado que tiene a un extraordinario Leonardo Di Caprio dando vida a la increíble creación del escritor (un auténtico mito del siglo XX), y dado también que el realizador sabe cómo construir una escena barroca a partir del 3D y el modernismo del siglo XX, logra un empate sólido. Pero ha cometido el error fundamental de ceder a su propio talento y creer que Carey Mulligan podía ser Daisy. En la fragilidad total de esa imagen demasiado etérea naufraga la potencia romántica del relato: la actriz se confunde con el decorado en lugar de troquelarse como objeto de deseo. El vértigo, de todos modos, es tan contagioso como el ritmo musical.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
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El gran Gatsby es una superproducción con una gran historia para disfrutar a pleno. Es posible que los muy románticos sientan que tiene más peso la espectacularidad que la pasión, pero como no se puede dejar a todo el mundo contento, si hubiera sido al revés seguramente los menos enganchados con lo espiritual la tildarían de empalagosa o lacrimógena. La historia, para...
El gran desaprovechamiento La belleza y la armonía implementadas desde la estética y elegante puesta en escena no encuentran un reflejo fiel en el mar que comprende la narrativa elegida por Baz Luhrmann. El trabajo de dirección de fotografía es tan delicado y prolijo que por momentos hasta traspasa la línea visual que el espectador está dispuesto a tolerar. El relato tiene algo de eso, el melodrama al que se nos sumerge tiene pasajes tan densos y cursis que resulta empalagoso. En este drama romántico enmarcado majestuosamente en los años´20, el factor sobresaliente queda a cargo de la función destinada a impactar al sentido óptico del público a partir de una decoración, maquillaje y ambientación sublimes. Todo es muy pomposo, a excepción de la historia y su pertinente modo de contarla. Vale destacar, también, lo que ocurre con las actuaciones; Di Caprio vuelve a demostrar, una vez más, que es un actor de primera línea, adaptándose aquí a un misterioso millonario, reconocido por todos y organizador de desmesuradas fiestas en su mansión. Un excéntrico personaje que recurre a su vecino, en este caso un tímido y bien caracterizado Tobey Maguire, quien le servirá de puente para recuperar a su eterno y profundo amor. ¿Puede un tipo rico que lo posee todo conservar tamaña obsesión? Ese es el motor de la película, y para ello quien mejor que su rococó director, prácticamente encasillado en proyecciones de este género (Moulin Rouge, Williams Shakespeare´s Romeo and Juliet). Del flanco quizás tenso, donde la cinta cobra en una o dos secuencias algo de tirantez, encontramos a Joel Edgerton, encarnando al siniestro marido de Carey Mulligan. Con un arranque interesante, luego de la primera hora El gran Gatsby comienza a recaer en las sensiblerías, metiéndose de lleno en un universo tan ampuloso como lento, tedioso y difícil de seguir por su perezoso ritmo que ni siquiera incluyendo la tragedia logra ocasionar emotividad. LO MEJOR: todo lo referente a lo estético. Filmación. Actuaciones. LO PEOR: falla en el modo seleccionado para contar los hechos. No conmueve. Innecesariamente lenta. PUNTAJE: 5,2
Publicada en la edición digital Nº 6 de la revista.
Publicada en la edición digital Nº 6 de la revista.
Luego de años de silencio cinematográfico, Baz Luhrmann volvió al ruedo y lo hizo al mejor estilo Tony Stark: mucha pompa, mucha fiesta y música de la mejor. “El Gran Gatsby”, basada en la novela homónima de Scott Fitzgerald, está narrada por Nick Carraway (interpretado por un muy sobrio y correcto Tobey Maguire) un joven pueblerino, quien, ante la promesa de una vida excitante en la gran ciudad,decide mudarse a New York. Corren los años ’20 y la vida no parece haber cambiado mucho para Nick hasta que comienza a mezclarse con gente muy prominente y es así como de a poco – y sin querer queriendo – termina totalmente absorto en una caravana de excesos, mentiras y traiciones que, claramente, no llegan al mejor puerto. Si bien el guión comienza de manera muy similar a la historia original, de a poco se van creando baches que, lamentablemente, no se terminan de emparchar. Por otro lado, los personajes principales están muy bien compuestos y se destacan, en especial, las actuaciones de Tobey Maguire y Joel Edgerton. Para esta cinta, Luhrmann se suma a la lista de directores que decidieron apostar al 3D. Si bien esta tecnología ayuda al efecto total del film, la estrella de la misma es, sin duda alguna, la espectacular puesta en escena. Baz no escatimó en gastos, y contó con la ayuda de un par de pesos pesados como ser Miuccia Prada (en diseño y confección de vestuario) y la famosa casa de diamantes Swarovski (en diseño y confección de accesorios). A esta hipérbola de la imagen no nos olvidemos de sumarle la encantadora presencia de Leonardo Di Caprio. La música, como era de esperarse, también hace de las suyas, y cabe destacar el balance creado entre melodías jazzeras típicas de la época y música completamente ajena a la misma. Es así como podemos distinguir una pegadiza melodía de hip-hop o rap o las melancólicas voces de Florence Welch o Lana Del Rey, mientras disfrutamos de opulentas fiestas y noches de descontrol. Si bien la historia deja un par de cabos sueltos, vale la pena invertir un par de horas en el cine, al menos para poder disfrutar de esta joya visual que Baz nos preparó. Moraleja No todo lo que brilla, es oro, aunque seguro es Swarovski!
"El lado luminoso de la soledad" Difícilmente exista otra obra literaria tan exitosa y reconocida mundialmente que encaje de forma perfecta con el extravagante y sobrecargado modo de filmar de un gran realizador contemporáneo como lo es Baz Luhrman. La novela escrita por Francis Scott Fitzgerald en 1925, y que hasta el día de hoy refleja de forma inoxidable el materialismo en el que se basa el sueño americano y la crueldad y ridiculez del esnobismo, le queda como anillo al dedo al australiano responsable de films como “Moulin Rouge” y “Australia”, entre otros. “El Gran Gatsby” sin embargo debe tomarse con pinzas ya que se trata de una gran película que significa el regreso de uno de los directores más detallistas del cine actual, y a su vez también, de una adaptación relativamente pobre a la hora de reflejar la crítica social y los argumentos más fuertes de la obra homónima en la que se basa. Y digo relativamente porque por momentos Luhrman se pierde en intentar atrapar al espectador con un espectáculo visual de inmensas proporciones, musicalizado como los dioses (y realzado por el 3-D), y termina por olvidarse de transmitir el espíritu de la historia. Con sus antecedentes esto era completamente esperable, pero así y todo la primera parte de “El Gran Gatsby” con sus fiestas y la cámara siguiendo hasta el más intrascendente de los detalles (a nivel argumentativo, claro) termina haciéndose un poco densa y repetitiva, aunque repito: No por eso menos entretenida y deslumbrante a nivel visual. A medida que avanza el relato Luhrman va levantando el pie del acelerador y empieza a conducir despacio por la ruta que es de interés para la gran mayoría de los que acuden a ver esta película y, dejando de lado el cotillón y los efectos especiales, se adentra en el desarrollo de una historia que habla como ninguna otra de la superficialidad de las relaciones personales en la clase alta. Con un argumento que nos invita a llevar adelante una reflexión que trascendió generaciones y generaciones, “El Gran Gatsby” aunque muchos no lo entiendan de esa forma, muestra su mejor cara en la segunda mitad del film, ofreciendo solidas actuaciones, un guión dinámico y bastante aceitado y un apartado técnico menos llamativo y mucho más acorde a lo que se cuenta. La historia de Gatsby no deja de ser un drama acerca de la soledad, la superficialidad y el fuerte choque contra la realidad que se llevan aquellas personas que piensan que el dinero es la llave que abre todas las puertas de la vida. Leonardo DiCaprio, Tobey Maguire, Carey Mulligan, Joel Edgerton, Isla Fisher y Jason Clarke son las piezas claves que, al moverse al ritmo de la novela de Fitzgerald, hacen que el realizador logre atrapar nuevamente al publico de forma más genuina, preparándolos para un desenlace que puede ser abrupto y previsible, lo cual es una consecuencia completamente ajena a esta producción. Recordemos que con esta última versión ya son cinco las veces que se adaptó esta obra a la pantalla grande (1926, 1949, 1974 y 2000), instalándose así en la cabeza de una generación completamente nueva que, sin embargo, ya adquirió los retazos de esta historia debido a que la misma generó una influencia casi masiva en muchísimas otras producciones de este estilo. Por eso “El Gran Gatsby” de Baz Luhrman seguramente será vitoreada por los más jóvenes, quienes con fundamentos sólidos y tangibles pueden sostener que están frente a una película que encaja perfecto para los gustos de su generación, lo cual también es cierto. Los más añejos, en cambio, disfrutaran de la grandilocuencia cinematográfica que el realizador australiano supo darle a una historia clásica y que, sin alcanzar los niveles de calidad del libro, cumple con todas las expectativas que uno tiene a la hora de entrar a una sala para ver la historia de Gatsby.
Publicada en la edición digital #251 de la revista.
Publicada en la edición digital #251 de la revista.