Visualmente inspirado en "Blade Runner" y "The Matrix", el film basado en el manga de ciencia-ficción, impresiona desde lo estético pero resulta convencional. Scarlett Johansson es una robot con cuerpo artificial y cerebro humano que combate el crimen. Basada en el manga de ciencia ficción creado por Masamune Shirow, la nueva aventura del director Rupert Sanders -el mismo de Blancanieves y el cazador- se ambienta en un futuro distópico, en el que la tecnología y la humanidad se funden en una primer modelo de cyber que combate el crimen. Visualmente inspirada en Blade Runner, con rascacielos llenos de publicidades, neones y holografías en movimiento, y una cámara lenta que remite al cine de los hermanos Wachowski, La vigilante del futuro impresiona desde lo estético pero también resulta convencional en su desarrollo, plagado de diálogos sobre la crisis existencial que afronta Major, la robot con cuerpo artificial y cerebro humano que encarna Scarlett Johansson, capaz de volverse invisible y saltar desde lo alto de un edificio. Su "depredadora" figura recuerda a Lucy, el personaje que interpretó en el film de Luc Besson. Hay varias películas dentro de una que seguramente asaltarán la memoria del espectador cuando vean a esta protagonista de la Sección 9 en acción y enfrentando a un enemigo cuyo objetivo principal es anular los avances de Hanka Robotic en el campo de la ciber-tecnología. Entre acción sin pausas, persecuciones automovilísticas, regreso al hogar, un laboratorio y hackers de las mentes, la película permite ver a buenos intérpretes en roles menores: Juliette Binoche como la doctora que "arma" a Major; Takeshi Kitano, actor y director emblemático del cine japonés, acá nuevamente con arma en mano y desaprovechado, y Michael Pitt. La fuerza vita encerrada en un armazón, como sucedía en Robocop, es un tema recurrente de la ciencia-ficción y aparece plasmado aquí con un envoltorio atrapante y lujoso, pero no mucho más que eso.
Nueva identidad ¿Qué se puede esperar de una adaptación? Primero, que respete el estilo original o que no lo haga forzadamente. Segundo, que logre no ser una mera copia y trascienda hacia su propio espíritu. Por eso muchos se mostraban escépticos y desconfiados por lo que pudiera brindar esta versión de Ghost in the Shell (La vigilante del futuro – 2017) al venir de un animé tan complejo y filosófico. A pesar de eso, la expectativa al verla era obligada (por eso escribimos este artículo al respecto) y se puede decir que la versión protagonizada por Scarlett Johansson cumple en algunos aspectos, como en lo del “white-washing” que se encuentra bien justificado. Pero dejando esa polémica de lado, en otros puntos nos dejó con las ganas. Lo más fuerte del film está puesto en lo visual, los efectos y en la escenografía armada con CGI. Un poema visual para muchos de los amantes del cyberpunk y del futurismo. Entre Tokyo y Hong Kong, por momentos marginal, por momentos andrógino, con hologramas decorando la ciudad por todos lados. Los planos fotográficos que muestran la ciudad en profundidad son muy bien logrados y adaptados con la misma genialidad que la versión original. Ni hablar los efectos especiales, se trata de un film que obliga al espectador a ir al cine con su 3D bien ejecutado. En principio podemos decir que el film actual remite a partes de la película original de Ghost in the shell (1995) y a cuestiones centrales de la segunda temporada Stand Alone Complex (2002). Se trata de una historia que combina ambos argumentos para armar uno relacionado. La protagonista es la Mayor Mira (Scarlett Johansson), un androide de cuerpo robótico al cual lograron mantener con su cerebro con vida. Es la primera en su tipo, ya que los seres humanos hasta ese momento solamente van incorporando prótesis robóticas a su físico. Ella es la líder de la sección 9, un grupo policial del gobierno que se encarga de evitar delitos complejos. A medida que avanza la película, debe encontrar a Kuze (Michael Pitt), un hacker que conspira para destruir a todos los que formaron parte del proyecto 2751 de la compañía Hanka Robotic, la misma que le dio la nueva vida a Mira. La primera mitad del film se hace algo densa a pesar de las escenas de acción. Sobretodo en algunos diálogos, las explicaciones se hacen algo acartonadas y no logran llegar a la profundidad filosófica que tiene el animé original. Visto desde el objetivo de llegar a un público masivo puede entenderse esta intención. Más allá de la falta de profundidad, los diálogos en general son de las fallas más contundentes del film. No hacen lucir a su protagonista, ni a los personajes secundarios y especialmente a un personaje tan importante como el Dr. Cutter (Peter Ferdinando). En la segunda mitad del film, cuando Mira y Kuze se encuentran, la acción levanta y toma cierta profundidad más abocada a la crítica del poder de la corporación Hanka. La cuestión filosófica sobre la búsqueda de la identidad es muy liviana, pero en la relación entre Mira y la Dra. Ouelet se ven muy superficialmente las buenas intenciones de la ciencia que, a veces, oficia de movilizadores para intereses más oscuros. Eso es lo más profundo que tiene el film en ese sentido. Más allá de algunos encuentros que parecieron forzados, la escena final y la resolución dejan conforme a los que desean ir al cine a encontrarse con un film entretenido y de acción. Los guiños al primer film del anime le dan un toque especial para los fanáticos, también en el armado general del film que sigue parte de lo que se vio anteriormente. En definitiva podemos decir que esta versión de Ghost in the Shelll (Vigilante del futuro) cumple en su argumento, y se deja bien parada ante las versiones anteriores. A pesar de ir por detrás de sus antecesoras, vale la pena ver este film en el cine por la increíble explotación visual de un futuro avasallante.
Ghost in the Shell resigna la profundidad filosófica del film animado para dar un increíble espectáculo de acción y ciencia ficción impecable desde lo técnico y visual combinado con una intensa trama de thriller tecnológico. Ghost in the Shell (Kōkaku Kidōtai) es un manga de ciencia ficción con elementos de policial y estética cyberpunk que generó una enorme legión de fanáticos y dejó una profunda huella en la cultura pop. La historia trascendió las viñetas y fue adaptada en dos películas: Ghost in the Shell (1995) y Ghost in the Shell: Innocence (2004), ambas dirigidas por Mamoru Oshii; además de varias series animadas, OVAs, películas para tv y sirvió como fuente de inspiración para clásicos modernos como The Matrix (1999). La historia se centra en el personaje de Motoko Kusanagi, una cyborg que ocupa el cargo de Major en la Sección 9, un cuerpo policial especializado en amenazas terroristas y ciber-crimen. Ghost in the Shell está ambientada en un mundo donde la humanidad ha abrazado a la tecnología y la línea que divide a los seres vivos de las máquinas es cada vez más difusa. Casi todas las personas están total o parcialmente mejoradas mediante tecnología y la inteligencia artificial avanzó muchísimo. Lo único que separa a los humanos de las máquinas es el ghost, una propiedad etérea que puede removerse de la persona e implantarse en un cuerpo robótico (para muchos el ghost representa a la consciencia o al alma, ese atributo que hace único al ser humano). Major vive cuestionando su propia humanidad (es completamente mecánica, pero conserva su ghost) y la ética de la unión entre hombre y tecnología además de preguntarse cual es la verdadera diferencia entre el humano y la máquina desde un aspecto más filosófico que físico. En esta nueva versión, Major (Scarlett Johansson) tiene otro nombre —Mira Killian— y es renacida como cyborg después de un accidente que destruyó su cuerpo y mató a toda su familia. La compañía Hanka Robotics la convierte en la primer humana completamente artificial y experimentan con ella poniendo sus increíbles habilidades al servicio de la Sección 9 junto a su más humano compañero Batou (Pilou Asbæk) y el jefe Aramaki (Takeshi Kitano). La acción comienza cuando la Sección 9 se enfrenta a un ciber-terrorista que se hace llamar Kuze (Michael Carmen Pitt), determinado a destruir a todos los que estén asociados con Hanka. A su vez, Major empieza a manifestar problemas con su ghost: extraños glitches y recuerdos atraviesan su mente como si su inconsciente tratara de reflotar imágenes de su vida anterior. La historia de Ghost in the Shell tiene dos patas bien simples y diferenciadas: por un lado la acción sci-fi de alto nivel con Major y sus compañeros luchando contra los secuaces de Kuze y por el otro un intenso thriller cyberpunk de la protagonista tratando de descubrir más sobre su vida como humana, las verdaderas intenciones de la compañía que la creó y lidiando con un villano que parece saber más sobre su pasado que ella misma. Pero lo que verdaderamente te deja boquiabierto no es el largo debate ontológico sobre lo que significa ser humano, sino todo el apartado técnico y visual de la película. El director Rupert Sanders (Snow White and the Huntsman, 2012) crea un mundo de una riqueza visual impactante que explota de texturas, colores, luces y detalles. Una enorme ciudad salpicada de hologramas y luces de neón que remite a una versión más amigable de la gran urbe siempre presente en Blade Runner. La película logra una amalgama justa de efectos prácticos, muñecos animatrónicos y CGI que en ningún momento distrae ni desentona. Un muy cuidado diseño de producción sumado a una correcta banda sonora sirven para sumergir al espectador en ese universo cyberpunk futurista y a la vez cercano. La historia sigue bastante al pie de la letra la estructura de la película original, pero cambiándola lo suficiente para que se sienta fresca sin tener que reinventarla. Con muchos guiños al clásico animado (algunas escenas calcadas a la perfección) y una Major más emotiva y expresiva, cercana a su versión del manga y no tan taciturna y reflexiva como en la película de Oshii. El buen ritmo y pulso narrativo de la película hace que la historia fluya sin inconvenientes y el film hace una correcta utilización del 3D, no solo como un gimmick (objetos que vuelan hacia el espectador) visual sino para dotar de profundidad a ciertas escenas y lograr una ilusión de tridimensionalidad de lo que vemos en pantalla.
La esperada superproducción basada en el cómic de Shirow Masamune tiene unos cuantos claroscuros e invita a la comparación con la película animada de Mamoru Oshii. El título de estreno local de Ghost in the Shell, La vigilante del futuro, no hace en nada justicia a las pretensiones de esta adaptación cinematográfica del exitoso manga de Masamune Shirow por parte del británico Rupert Sanders (Blancanieves y el cazador, 2012). Ya desde el inicio, la música y las imágenes dejan en claro la voluntad de indagación sobre la esencia de la naturaleza humana, en una presentación que nos puede llevar a arriesgar si la deriva nos llevará por senderos que dialogan con la obra de Terrence Malick, Steven Spielberg o Stanley Kubrick. Sin embargo, esa impresión o sospecha se disipa rápidamente frente a la catarata de explicaciones sobre las reglas que rigen ese futuro cibernético en el que la protagonista (Scarlett Johansson) es una hibridación de cyborg y humana que trabaja en una sección de la policía dedicada a atrapar a los personajes más peligrosos para la sociedad. En los primeros 35 minutos hay sólo una escena de acción (esa que puede verse en el trailer y que, sí, efectivamente es impactante), ya que el acento está puesto -como en el doble capítulo inicial o el piloto del comienzo de una serie- en explicar el conflicto. Para colmo de males este conflicto poco se conecta con la acción (la persecución del terrorista que por alguna razón se ensaña la empresa robótica que implantó su cerebro en el cyborg-protagonista es poco más que un macguffin), en tanto lo único que parece importarle es subrayar y dejar en claro la Gran Pregunta. El efectivo componente relacionado con el diseño de los espacios (referencia obligada a Blade runner, aunque la falta de límites de los efectos digitales alejan cada vez más la posibilidad de genuino asombro), lleva a la película más cerca de la estética de un videojuego (de Tron a la saga de Resident evil), aunque las citas y “homenajes” se amontonen (Paprika, Matrix, El origen y siguen las firmas), pretendiendo dar la impresión de que estamos ante “otra cosa”. El planteo central no deja de ser interesante: la esencia humana se relaciona con la memoria. Lejos de melifluos sentimentalismos, aquí la memoria es la base de la libertad y de la identidad. No hace falta haber leído el manga o haber visto su llegada al cine en versión animada (Ghost in the shell, de Mamoru Oshii, de 1995) para entender esta idea, de innegables connotaciones políticas. Y no solo porque se hable (mucho) sobre ella en pantalla. De hecho, las diferencias de origen de los rasgos de los cyborgs y el de los humanos cuyos cerebros los habitan, multiplican las posibles lecturas y uno no puede dejar de recordar los títulos del inicio y la participación china en la producción. Pero ni esto podemos rescatar del todo: el propio e incesante discurso desmiente lo dicho y afirma que no importa la memoria sino la acción (esa que extrañamos hasta el minuto 75 de los 105 de metraje de la película). En definitiva, si dejamos de lado las indagaciones sobre la naturaleza humana y posamos la lupa sobre esta película, encontraremos que bajo los artificios del diseño digital, las cantinelas pretendidamente filosóficas y el subterráneo e ínfimo melodrama familiar no hay sino un world-pudding de explotación, diseñado como una superficie cyberpunk anclada en oriente (¡que luce tan bien!) a la que ni la siempre hermosa Scarlett Johansson puede salvar, aunque la acompañen esta vez Juliette Binoche y Takeshi Kitano.
La singularidad como virtud Último eslabón de una mítica saga del manga y el anime, Ghost in the Shell (2017) es el mejor film que el mainstream norteamericano actual podría haber entregado en función de los ingredientes de base: en esencia hablamos de una epopeya muy digna de ciencia ficción que balancea convincentemente los cuestionamientos clásicos del ciberpunk y un vigoroso popurrí de secuencias de acción… El anime en tanto género específico no ha parado de crecer desde que alcanzó sus primeros éxitos masivos en la década del 70 en el campo de la televisión y desde que se consolidaron sus ambiciones y principales vertientes en el séptimo arte -durante los 80- a partir de la aparición de tres de sus mojones más importantes: Akira (1988) apuntaló los thrillers tecnológicos de ciencia ficción, Mi Vecino Totoro (Tonari no Totoro, 1988) hizo lo propio con la fantasía de rasgos nostálgicos y La Tumba de las Luciérnagas (Hotaru no Haka, 1988) ayudó a definir ese realismo de gran densidad dramática vinculado a los horrores cotidianos y al tono poético que acompaña en mayor o menor medida cada uno de los exponentes del género. La decisión de adaptar en live action uno de los trabajos canónicos del manga y el anime, Ghost in the Shell (Kôkaku Kidôtai), era a priori una jugada riesgosa cuanto poco, no obstante el resultado es muy digno y satisface las expectativas acumuladas. Ahora bien, teniendo en cuenta que el material original engloba un conjunto de historietas, películas y hasta una serie televisiva, vale aclarar que este segundo opus de Rupert Sanders toma distintos elementos de toda la saga aunque casi siempre centrándose en los pivotes del -algo sobrevalorado- film homónimo de 1995 de Mamoru Oshii, responsable de la popularidad de una franquicia que combina un futuro distópico, la inteligencia artificial y mucho ciberespionaje con una crisis identitaria, el compañerismo y esas clásicas masacres metropolitanas. El foco del relato está puesto en Major (Scarlett Johansson), un organismo sintético comandado por un cerebro humano que ha sido manipulado por Hanka Robotics, una empresa estatal encargada de monitorear a un escuadrón parapolicial antiterrorista del cual la susodicha forma parte. Convertida en un arma, a Major se le asigna detener a Kuze (Michael Pitt), un misterioso hacker que está asesinando a directivos estratégicos de Hanka. Del mismo modo que los demás eslabones de Ghost in the Shell, esta epopeya de Sanders, quien viene de entregar la potable Blancanieves y el Cazador (Snow White and the Huntsman, 2012), comienza con un núcleo ciberpunk fundamentalista que deriva en una investigación tendiente a unificarse con un popurrí de escenas de acción y cuestionamientos varios acerca de la naturaleza bipartita de la protagonista y las lagunas de su memoria, siempre presa de un pasado empardado con la fragmentación y el olvido. El guión de Jamie Moss y William Wheeler es respetuoso para con el espíritu del trabajo original, más allá de esa propensión del mainstream contemporáneo a sobreexplicar los acontecimientos y las convicciones que motivan a los personajes: de hecho, la historia es diez veces más simple y “amigable” que su homóloga de la realización de 1995, aun así la experiencia no resulta empobrecedora desde el punto de vista del discurso existencialista de izquierda de fondo. Si bien a Ghost in the Shell (2017) le hubiese venido de maravillas un poco más de valentía formal, un encadenamiento de secuencias más enrevesado y/ o algún que otro detalle en verdad novedoso, lo cierto es que estamos ante la mejor película posible que podía producir el Hollywood actual en función del material de base y la determinación del director de no abusar de los ralentís digitales a la Matrix (The Matrix, 1999), asimismo un subproducto del universo de Ghost in the Shell. Aquí la trama profundiza las referencias a Frankenstein o el Moderno Prometeo (Frankenstein or the Modern Prometheus), de Mary Shelley, para conjugar un marco conceptual más afín con los espectadores occidentales, circunstancia que incluye dubitaciones interesantes alrededor de la soledad de los marginados y la contingencia de pensar a la singularidad como una virtud reafirmante de un “yo, androide consciente”. El hecho de que la propuesta no caiga en estupideces pop/ chistecitos y se tome en serio a sí misma, con espacio suficiente para el dolor y los diálogos autoreflexivos, es un bálsamo que eleva el nivel de una obra pareja y convincente, capaz de desparramar cadáveres y al mismo tiempo permitir el lucimiento de la siempre prodigiosa Johansson…
La mecanicidad del alma ¿La memoria y los recuerdos nos liberan o nos atan?¿Bajo qué criterio definimos nuestra alma?¿Qué nos define como humanos? Estas son sólo algunas de las interrogantes más abordadas por la Ciencia Ficción como género en más de un siglo de contar historias que involucran la tecnología y lo intrínseco de la naturaleza humana. La adaptación cinematográfica de La Vigilante del Futuro: Ghost in the Shell (Ghost in the Shell, 2017) -basada en la popular serie anime y el manga original- transita estos tropos con pie firme y resultados más que interesantes. Scarlett Johansson interpreta a la Mayor Miria Killian, líder de una organización anti-terrorista de un futuro distópico. Su cuerpo fue reemplazado completamente por uno cibernético a raíz de un trágico accidente y su cerebro es el único “componente original” remanente. La elección de Johansson no estuvo ajena a la polémica, siendo elegida para interpretar a un personaje de origen asiático en su concepción original, lo cual derivó en críticas de “whitewashing” similares a las recibidas por Matt Damon y su papel en La Gran Muralla (The Great Wall, 2016). En esta ocasión el villano titular se compone de variados retazos del material previo, y es una amenaza para el mundo cibernético y corporativista planteado en la historia, hecho que pone en alerta a la Mayor Killian y su equipo. Con referencias tanto estéticas como narrativas con reminiscencias a Blade Runner (1982), Matrix (The Matrix, 1999) y algo de Minority Report: Sentencia Previa (Minority Report, 2002), el film de Rupert Sanders es por momentos un policial, en otras ocasiones una historia de ciencia ficción pura y dura, y ocasionalmente una película que intenta profundizar en la naturaleza humana. A pesar de una estructura narrativa con un ritmo algo desparejo, el guión de Jamien Moss y William Wheeler se las ingenia para tomar múltiples elementos del concepto original, decantando en un relato sobrio, con un tono sombrío que se vuelve la constante durante los 106 minutos de película. Scarlett logra canalizar de manera efectiva al personaje, desde su cadencia al hablar hasta su andar poseen una artificialidad totalmente asociable con las entidades robóticas. También ayuda el gran nivel de vestuario y maquillaje que dan ese look sintético a su personaje. Con una historia que capta nuestro interés, develando detalles escena tras escena, un tratamiento estético atractivo que no agobia, y una interpretación sólida de su protagonista, La Vigilante del Futuro: Ghost in the Shell sale más que airosa del laberinto en que a veces suelen perderse las adaptaciones cinematográficas. E incluso se da el gusto de meter un poco de filosofía existencialista.
Existencialismo cibernético Gracias a films y series que se convirtieron en fenómenos de masas de la cultura pop, el anime cobró notoriedad mundial por la mezcla de delicadeza y sensibilidad artística con historias de gran profundidad filosófica, cibernética y psicológica. Nombres como Hayao Miyazaki, Mamoru Ochii, Katsuhiro Ôtomo o Rintaro se han convertido en iconos de la cultura de dibujo animado que han atravesado las brechas generaciones entre niños, adolescentes y adultos. Ghost in Shell, el manga de ciencia ficción escrito e ilustrado por Masamune Shirow sobre un grupo paramilitar antiterrorista en un Japón futurista, fue editado por primera vez en 1989 y llevado de forma extraordinaria al cine animado dos veces en una distopía lóbrega por el director japonés Mamoru Oshii (Jigoku no banken, 1987), y más tarde, a la televisión por el realizador Kenji Kamiyama bajo el titulo Ghost in Shell. Stand Alone Complex en 2002 y en 2004, en dos temporadas de veintiséis capítulos cada una. El guión de Jamie Moss y William Wheeler no pretende crear una nueva historia dentro del fecundo universo narrativo de la creación de Shirow. En su lugar emprende una combinación de escenas de las distintas puestas originales de los films de Oshii y de las dos temporadas de la serie animada, centrándose en la historia de Kuze y Motoko de la segunda temporada, pero con escenas calcadas principalmente de la primera temporada y de la primera película a modo de homenaje y guiño para los fanáticos. El director inglés Rupert Sanders –Blancanieves y el Cazador (Snow White and the Huntsman, 2012)- intenta reproducir las imágenes de acción de las obras animadas ante todo respetando las escenas originales en una búsqueda constante de aprobación por parte de los seguidores. Scarlett Johansson encarna a la emblemática Mayor de la Sección 9 de Seguridad Pública, Motoko Kusanagi, la entidad dirigida por el experimentado Aramaki, aquí interpretado por Takeshi Kitano. Ambos personajes emulan tanto la severidad castrense de los personajes originales como la relación de compañerismo surgida de la superación de la aspereza a través de la confianza surgida en la sincronía de las misiones militares. Esta confianza que cruza todas las versiones contrasta con la apatía social de una sociedad incapaz de convertirse en comunidad, controlada por sus deseos teledirigidos, en perpetuo estado de excepción en una posguerra fría en la que los refugiados de los países que perdieron buscan escapar de la miseria y la tragedia. El relato comienza con el trasplante exitoso del alma de Motoko, una adolescente que ha perdido todo, su familia y hasta su cuerpo humano, a un cuerpo sintético por parte de la empresa Hanka Robotics, lo que representa una revolución tecnológica que tendrá impacto en el desarrollo de la sociedad gobernada por las corporaciones capitalistas. Una característica que resalta en comparación con la serie y los films animados es el afán del film por eludir lo más posible la cuestión política y económica anticapitalista, presente en todas las versiones de Ghost in the Shell, ya sea de forma subrepticia o explicita. Un año después del trasplante, la Mayor se encuentra combatiendo el terrorismo en la Sección 9 y descubre a un hacker que amenaza a diversos directivos de la corporación cibernética Hanka. El responsa de los ataques cibernéticos a los ciber cerebros de Hanka es Kuze, un enigmático y habilidoso hacker que parece buscar una venganza contra los científicos de la empresa. Con resultados contradictorios, los guionistas unen escenas, diálogos e historias de las dos temporadas de la serie y las películas, introducen ligeros cambios y hasta personajes con el fin de imponer una personalidad propia al opus, que solo cobra vida a través de la fuerza de la historia original como recuerdo y nostalgia de la combinación de sutileza, ternura y violencia del proceso de autodescubrimiento y adaptación a la soledad de los personajes que son interpelados constantemente por componente filosófico existencialista. En comparación con la potencia de la sensibilidad y la delicadeza del abanico de sentimientos auténticos de la serie y los films animados, el guión de Moss y Wheeler representa la pasteurización de los mismos, ya que simplifica todos los conceptos filosóficos de individualidad, alma, desarrollándolos sin gran profundidad ni inspiración en discursos vacíos en lugar de imprimirlos en el estructura de la narración. La película de La Vigilante del Futuro: Ghost in the Shell (Ghost in the Shell, 2017) queda así como un homenaje correcto, apto para un público masivo de ciencia ficción que prefiere menos filosofía, menos política y más acción. A pesar de la falta de originalidad del guión y la tibia dirección, el film cuenta con varios puntos muy altos como el diseño artístico y los decorados que se asemejan a Blade Runner (1982), de Ridley Scott, o la música del Clint Mansell junto a Lorne Balfe, que intenta conmover y perturbar al igual que las extraordinarias y turbadoras composiciones de Kenji Kawai para los films de Ochii. Las actuaciones logran dar vida a unos personajes fascinantes y Johansson demuestra que la ciencia ficción le sienta de maravilla, al igual que en su interpretación en Under The Skin (2013). Aún así, narrativamente la película de Sanders logra transmitir el espíritu del manga de Shirow, una distopía de ciencia ficción sombría y desesperanzadora sobre la ponderación excesiva de la tecnología sobre la vida, la cibernetización de la humanidad y la pérdida de la individualidad en un mundo hiperconectado en que la diferencia entre las corporaciones y el Estado es cada vez más imprecisa. Tal vez no estemos ante la mejor adaptación de la complejidad de Ghost in the Shell, ya que no hay un cuestionamiento de los valores capitalistas que caracterizaron a la serie y los films como uno de los mejores animes de la historia, ni tampoco hay un villano de valía, pero si al menos logra que algunos espectadores se adentren en la belleza y la profundidad de la serie y los films de Ochii y abandonen su rol de consumidores dóciles que se presuponen apolíticos, habrá valido la pena.
Hackers, mascotas tridimensionales y geishas robóticas asesinas, forman parte de una sociedad distópica en la nueva adaptación a la pantalla grande del popular manga 'Ghost in the Shell'. En un futuro imaginario, Major (Scarlett Johansson), una híbrida ciborg-humana única en su especie, diseñada por la compañía Hanka Robotic para cumplir la función de una potencial arma letal, integra un grupo operativo de elite que se dedica a detener a los criminales más peligrosos de la ciudad. Pero lo que escapa por encima de este mundo súper diseñado, y supuestamente controlado, es que Major posee sentimientos humanos que se cuelan por encima de un cuerpo completamente artificial, que no siente dolor y al que no le corre sangre. Las dudas existenciales no tardarán en surgir. Después de todo esa es la esencia de Ghost in the Shell, el manga japonés creado por Masamune Shirow, en el cual se basa este reboot de acción real, que más allá de estar impregnado de acción y de luchas fascinantes indaga un flanco filosófico tan relevante como es el tema de la identidad. La protagonista tiene un pasado (robado) que se filtra en su nuevo ser a través de “glitches” (errores intermitentes de software), que no se pueden tapar ni con chips, ni medicación. El film, en su primera parte hace la presentación de Mayor, de su mundo y los personajes que la rodean, entre ellos la Dra. Ouelet (la gran Juliette Binoche), Aramaki (un magnífico y certero Takeshi Kitano) y su adversario, quien después será su par, Kuze (Michael Pitt). En este primer tramo hay un despliegue visual impactante, la tecnología se pone a merced de descubrir un universo ciberpunk, en donde lo tridimensional y los humanos/máquinas están naturalizados. Por supuesto que nos remite a la Blade Runner de Ridley Scott, ya que el creador del manga se inspiró en este film de culto para situar a su heroína. La segunda parte de Ghost in the Shell se vuelve más oscura, las escenas de acción cesan y el conflicto se centra en recuperar la identidad de Mayor. Aquí el relato es lento e imbricado y pierde el ritmo dinámico, y el carácter de sorpresa, del principio. Si bien esta cinta de ciencia ficción tiene algunas falencias a nivel narrativo, su “ghost” logra conectarse con el manga y las versiones antecesoras. Rupert Sanders logra construir un universo atractivo y creativo, que respeta de manera honesta al género.
La Vigilante del Futuro: Poco mas que un festín para los ojos. La esperada adaptación del anime y el manga protagonizada por Scarlett Johansson entrega una película extremadamente atractiva visualmente con una historia suficientemente interesante para entretener de principio a fin. En un futuro utópico, prácticamente toda la humanidad se implanta partes del cuerpo robóticas cual cirugía plástica para “automejorarse”. En la ciudad ficticia New Port City, una joven despierta en un nuevo cuerpo robótico y sin tener memoria de quién es, Hanka Robotics (la empresa que trasplantó su cerebro a este nuevo cuerpo) le informa que sufrió un accidente causado por terroristas que dejo todo el resto de su cuerpo insalvable, de aquí en mas esta especie de cyborg es utilizada por una división de seguridad del gobierno bajo el nombre “La Mayor”(Scarlett Johansson). Un año después, comenzando a sufrir desgastes que la hacen ver extraños errores en su programación y aun sin tener recuerdos verdaderos de su pasado que la hacen cuestionar si le queda humanidad, la Mayor tendrá que liderar a su división en la búsqueda de Kuze, un misterioso hacker que está eliminando empleados de alto rango de Hanka. Durante esta misión, la mayor descubrirá detalles que la obligan a cuestionar sus lealtades y decidir qué tipo de acciones la definirán. Esta historia parece ciencia ficción de formula, y hay que reconocer que lo es en gran parte, especialmente para alguien que no vio el film animado de 1996 como quien les escribe. Pero hay que reconocerle una cualidad en las que el film excede todas las expectativas: Lo visual. Desde el diseño de producción y vestuario que hace que cualquier escena merezca ser revisitada varias veces para apreciar el cuidado con el que este mundo derrocha originalidad y fluidez, hasta el ejercito de artistas de efectos especiales, cuyo éxito es esencial en un film de este estilo, aun si la historia y sus personajes no tuvieran ningún tipo de fallas. Desde una hermosa secuencia inicial que nos muestra el proceso de creación de la mayor hasta el salto final, cada escena de el film, incluso simples diálogos entre personajes, tienen un atractivo estético que, cuando menos, mantiene la atención del espectador (en lo cual vemos la mano del director Rupert Sanders, ya que este es uno de los mejores aspectos de su película anterior, Snow White And The Huntsman). Si bien la historia se mantiene entretenida con muy buenas escenas de acción y actuaciones que como mínimo cumplen con su cometido y tiene un par de gratas sorpresas, el ritmo de la historia es un poco desparejo, sin demasiado en juego excepto por cierta búsqueda de identidad en la cual tampoco se hace suficiente foco. Las escenas se suceden una tras la otra sin establecer un antagonista palpable, ni desarrollar en profundidad las temáticas de apropiación cultural, perdida de humanidad con el avance de la tecnología y soledad que, si bien vemos la superficie de algunas de ellas, no tienen una moraleja final que nos deje contemplando el significado de lo que acabamos de ver. Especialmente tras la controversia de poner a una actriz no-asiática en un papel que aparentemente lo requería (llamado ironicamente White-Washing), la película podría haber hecho un mejor esfuerzo en referirse a estas situaciones que, sin entrar en detalles, los espectadores que no estaban de acuerdo con el casting de Johansson estarán aun mas insatisfechos con el “White-Washing” mismo que realiza la película. En cuanto al elenco hay tres actuaciones a destacar, en primer lugar Scarlett Johansson(Avengers) logra por sus propios medios intensificar la soledad de su personaje, e incluso tener ciertos movimientos “robóticos” que exaltan esta falta de humanidad sin caer en la caricatura. En segundo lugar la francesa Juliette Binoche (El Paciente Ingles; 1996) y su Dra. Ouélet nos traen una cercanía con La Mayor que generan algo así como una relación madre-hija que tal vez tenga el mayor condimento emocional de todo el film. Finalmente el danés Pilou Asbæk (Euron Greyjoy en Game of Thrones) es Batou, el compañero de La Mayor, y trae la mayoría de humor al film desde la ironía, ademas de ser el otro mayor pilar de la protagonista ya que durante sus conversaciones cargadas de honestidad y comprensión con la mayor ambos personajes ganan en profundidad. En conclusión, Ghost in the Shell: La Vigilante del Futuro es una buena película de acción, con un mundo futurista creado casi a la perfección y que se ve mejor que probablemente cualquier cosa que nos quede por ver este año, aunque para quienes esperaban la profundidad, oscuridad y giros anticipada por conocidos que habían leído el manga o visto el anime, tal vez no sea todo lo que esperaban.
Basada en el famoso manga japonés creado en 1989.por Masune Shirow llega esta versión cinematográfica con la alianza de Hollywood y capitales chinos. Con la esplendorosa belleza de Scarlett Johansson que ya a través de los trailers conquistó a los fans japoneses que soñaban con una heroína de esa etnia. Un manga tan famoso que inspiro nada menos q a las hermanas Wachowski para la saga de Matrix que lo “homenajearon” en no pocas escenas y contenidos. Con un aire inevitable a “Blade Runner” en una ciudad que podría mezclar Tokio con Nueva York agrandadas, pobladas de hologramas que venden como panacea reemplazar partes de nuestro cuerpo con las modernas cibernéticas. La heroína es la primera máquina con el cerebro de un humano. Según la doctora que la creo es “un milagro”, según el dueño de la empresa es “un arma que salvara los negocios” jaqueados por un terrorista. En la captura del atacante terrorista se enterara de otras verdades y llegara a otros valores morales. Entretenida con buenos efectos especiales, con mucha acción donde intervienen robots y humanos de manera despiadada y con interrogantes y dudas más que interesantes. Y una vuelta del argumento sobre el verdadero origen de la protagonista para lavar ciertas culpas… Entretenimiento asegurado, un éxito previsible que puede transformarla en una saga, y posiblemente coseche fans nuevos y aunque siempre tendrán objeciones, los que se enamoraron del manga y de sus películas animadas de Mamoru Oshii, probablemente, terminen aceptando esta versión de Hollywood. Con Juliette Binoche y su toque humano, Pilou Asbaek, Michael Pitt y el siempre imprescindible Takeshi Kitano.
La coraza del fantasma “Ghost in the Shell” es uno de los fenómenos del anime japonés que tomó a Occidente por sorpresa en la década de los 90s en forma de cómics, series, películas, juegos y todo tipo de parafernalia consumible. ¡Sorpresa! El medio de la animación se extendía más allá de los confines infantiles delineados por Disney y sus imitadores, y los “dibujitos” podían ser violentos, sexuales y llegar a tratar temas adultos. Es una forma de explicar la popularidad de “Ghost in the Shell”, y es el elemento que le falta a Ghost in the shell: La vigilante del futuro (Ghost in the Shell, 2017). La película es una especie de remake en carne y hueso de la versión animada de 1995, y transcurre en un mundo futurístico en el cual los seres humanos han adoptado la práctica de modificar sus cuerpos con prótesis cibernéticas, lo cual los vuelve tan susceptibles a ser hackeados como si fueran computadoras. La protagonista es Mayor (Scarlett Johansson) que es una persona en el cuerpo de un robot o un robot con el cerebro de una persona, y cuya crisis de identidad va de la mano con una sospechosa amnesia forzada por la Dra. Ouelet (Juliette Binoche). Mayor trabaja en la Sección 9, una agencia contra el ciber-terrorismo liderada por Aramaki (el estoico Takeshi Kitano), a cargo de rastrear y detener a un misterioso hacker llamado Kuze (Michael Pitt). Como en tantas otras películas de ciencia ficción de índole existencialista, el caso tarde o temprano involucra el pasado del protagonista, compromete sus creencias y finalmente altera su percepción de la realidad de manera irrevocable. Esta película es tan heredera del fenómeno nipón como de la filosofía de Philip K. Dick, así como se la capturó en Blade Runner (1982) y El vengador del futuro (Total Recall, 1990). Dirigida por Rupert Sanders, la nueva adaptación de “Ghost in the Shell” probablemente se parece a demasiadas películas similares (no necesariamente mejores) como para causar el impacto que causó en sus primeras iteraciones. La versión de 1995 imaginó mundos digitales e hizo varias profecías sobre la inter-conectividad entre seres humanos que se cumplieron no mucho después, mientras que la versión de 2017 se parece más a una película de acción con sabor a ciencia ficción y probablemente jamás pase de eso. Hay ciertos mantras todoterreno que se repiten a lo largo del cine pochoclero en un esfuerzo por inyectar substancia al espectáculo, frases como “Acepta quién eres” o “Forja tu propio destino”. En este sentido Ghost in the shell: La vigilante del futuro no es diferente y concluye con la reflexión de que “Lo que nos define son nuestras acciones”, la cual quizás sea apropiada pero no deja de sentirse como una tremenda reducción de lo que la película promete en algún punto. Es notable que la adaptación norteamericana tenga la necesidad de saldar la experiencia de manera tan simplona; el film original jamás se juega por sentencias por el estilo. Comparar lo nuevo y lo viejo es útil hasta cierto punto y siendo que Ghost in the shell: La vigilante del futuro es apenas una de las docenas de encarnaciones en las que ha mutado “Ghost in the Shell” es difícil celebrar o condenar la película en base a una de ellas, considerando que ninguna es la definitiva. Ésta ciertamente no es la mejor, porque parece imitar más que elevar la historia, pero como imitación no está nada mal. El casting es bastante versátil, las secuencias de acción están hechas con elegancia práctica y la ambientación ciberpunk logra conjurar un mundo atractivo que excede los hechos de la historia. La nueva “Ghost in the Shell” no es la experiencia mesiánica que alguna vez fue, pero aunque sea plantea una historia con la suficiente sapiencia como para intrigar mientras entretiene.
Ni el manga ni el animé impresionaron tanto, pero cuando salió Ghost In The Shell (1991) fue la revancha directa de la fantasía japonesa al pleno corazón de la ciencia ficción. En 1996 el libro fue convertido en animé, y entonces no quedó duda de que la creación de Masamune Shirow era la más perfecta simbiosis entre el cyberpunk de William Gibson y sci-fi pos-apocalíptico de Blade Runner. La idea de un híbrido de androide con cerebro humano (y la idea de que ese híbrido fuera un superhéroe en un mundo corroído) resultó altamente volátil en los noventa. Hoy, cuando los androides avanzan como la inflación y los híbridos son un proyecto, la idea no impacta tanto. Y lo mismo pasa con esta adaptación al cine con personajes de carne y hueso, con guion del propio Shirow y roles estelares de Juliette Binoche y el gran Takeshi Kitano. En un futuro indeterminado (por las dudas, la ciencia ficción ya no da fechas), la Mayor Mia (Scarlett Johansson) es el experimento perfecto. Sobreviviente de una nave atacada por terroristas, su cerebro fue puesto en una máquina y la Mayor es ahora un soldado letal en la lucha contra el oscuro Kuze (Michael Pitt), que vive hackeando híbridos para sabotear al gobierno y a la empresa que los manufactura. Hay un atentado que sirve de bisagra en la vida ciborg de Mia. Una geisha androide provoca gran daño en una reunión de altos dirigentes y sus sobras (un manojo de cables y carne sintética) son usadas por la Mayor para escanear sus orígenes, con la intención de llegar al aguantadero de Kuze. Pero el escaneo sale mal y desde entonces Mia tiene visiones. Cuando descubre que esas visiones son el conflicto entre su memoria y recuerdos implantados entenderá que alguien en su propio bando la está usando, retaceándole recuerdos de su identidad. Y así se desata el verdadero conflicto del film, cuyo verdadero problema es ser demasiado fiel al manga japonés. Se percibe que entre los bares de yakuzas y androides, por los callejones inundados, los edificios de viviendas abigarradas y los carteles lumínicos en 3D (una pesada y siempre irresuelta herencia de Blade Runner) la película pierde voluntad identitaria, pegada fotograma a fotograma a las ilustraciones del original. Lo más destacable de Ghost In The Shell es el rol protagónico de Scarlett Johansson; con la experiencia previa de haber sido una mutante en X-Men y una alienígena en la excelente Under The Skin, lejos ya de aquella adolescente emo de Lost In Translation, la actriz se mueve con naturalidad en su nueva piel sintética y muestra sin pudor su cuerpo desnudo y atlético, apenas disimulado por una pátina de pintura blanca. Sólo apta para fans de Scarlett, sin reservas
En busca de la identidad perdida. En la línea de los clásicos de la ciencia ficción, Blade Runner hasta Matrix, aquí también se produce el mestizaje cibernético, aunque la estética digital le gane la pulseada a lo narrativo. Scarlett Johansson se luce en el marco de un universo distópico. Parece que después de tantos años la pregunta sigue sin respuesta: ¿sueñan o no los androides con ovejas eléctricas? Tal el dilema que Philip K. Dick –uno de los vértices del triángulo fundamental de la ciencia ficción estadounidense del siglo XX, junto a Isaac Asimov y Ray Bradbury– planteaba desde el título de su novela más popular en buena medida gracias a Blade Runner, adaptación al cine realizada por Ridley Scott en 1981. La cosa renueva su pertinencia con el estreno de La vigilante del futuro: Ghost in the Shell, de Rupert Sanders, cuyo fondo vuelve a ser más o menos el mismo: ¿qué es una persona? ¿Cómo se constituye un sujeto de derecho? O más en profundidad, ¿qué es y cómo se construye la identidad? Temas que también abordaron el inglés Brian Aldiss en el cuento “Los superjuguetes duran todo el verano” que Stanley Kubrick planeaba llevar al cine, proyecto que heredó y finalmente concretó en 2001 Steven Spielberg con Inteligencia Artificial, o el redescubierto Paul Verhoeven en su clásico Robocop (1986). La humanidad ha dado un salto evolutivo hacia un mestizaje cibernético, en el que las personas son un híbrido entre lo humano y lo robótico. El hecho no sólo implica una mejora científica de las facultades propias de lo humano, sino la ampliación radical de lo que un cuerpo es capaz, reuniendo lo mejor de su naturaleza (la inteligencia y su eventual aplicación) con el potencial de la tecnología. En ese contexto, una corporación industrial ejerce el monopolio del negocio de la biotecnología, recogiendo los beneficios comerciales de la nueva realidad, convirtiéndose así en un peligroso actor político. En un universo distópico como los que suele presentar este tipo de ciencia ficción, la apuesta de llevar al extremo los presupuestos del capitalismo siempre incluye un grado de crítica social, haciendo que el malo de la película sea el propio sistema, incapaz de poner límites a la ambición humana. En medio, una mujer de cuerpo robótico cuya única parte humana es el cerebro, fusión que representa la extensión ilimitada de la vida o la conciencia, en tanto dicha conciencia –el ghost (o fantasma; o alma) del título– habita un cuerpo que puede ser reparado o mejorado a perpetuidad, encarnando la aspiración máxima de dicha tecnología. Que esta mujer sea la agente estrella de un comando de élite que trabaja para el gobierno, aunque sigue siendo propiedad de Hanka, la corporación que la hizo posible, permite que las cuestiones existenciales queden subsumidas a una trama más interesada en aprovechar la espectacularidad visual del cine de acción, el policial y el thriller. La película está basada en el manga (historieta japonesa) homónimo, género dentro del cual constituye un clásico de su era dorada, la década de 1980, junto con títulos como Appleseed, ambas del artista Masamune Shirow, o Akira de Katsuhiro Otomo, las tres adaptadas al cine como animés. Aquella versión de Ghost in the Shell, dirigida por Mamoru Oshii y estrenada en 1995, acabó convirtiéndose en una influencia estética fundamental para la ciencia ficción cinematográfica contemporánea. De hecho es posible que al reconocer los múltiples puntos de contacto entre la película de Sanders y, por ejemplo, Matrix (1999), lo primero que se piense es en el influjo de la película dirigida por los entonces hermanos Wachowski (hoy hermanas), cuando en realidad ambas responden al diseño y la puesta en escena del film de Oshii.
LA MENTE DE UN CYBORG Basada en un manga japonés homónimo, Ghost in the Shell es un film que plantea la posibilidad de crear robots con cerebro humano. Es decir, que fantasea con la idea de superar las ya conocidas propuestas de la inteligencia artificial. Rupert Sanders se sitúa en un futuro no muy lejano para poner en escena una historia que narra la vida de Major (Scarlett Johanson) uno de los primeros ejemplares en superar la fase de experimentación. Ghost in the Shell comienza con el nacimiento de Major, y en una secuencia de efectos especiales y sonido impecable, el film abre entregando todo lo mejor de su artillería técnica en la que se destacan planos estéticamente compuestos y un diseño de fotografía con huellas de las últimas tendencias en imagen y tecnología. Así, logra sostener más de treinta minutos de cinta adentrando al espectador a un mundo de fantasía cibernética. Más allá de la prevalencia de la tecnología y el despliegue técnico del film, la película se posa sobre el problema ético que se presenta cuando se manipula no sólo el cuerpo humano sino también la mente. Ya hemos visto docenas de cyborgs en la pantalla grande y por ese motivo, Major, no sería la novedad. Lo que aquí se pone en cuestión es una nueva forma de robótica empeñada en superar los errores de la inteligencia artificial creando un ser con cuerpo de máquina pero cerebro de humano con todo lo que eso conlleva: sentimientos, sentido de la culpa y, sobre todo, autodeterminación. A partir de esta premisa existencial, es cuando Ghost in the Shell parece decaer en tanto ritmo y atención. Porque es interesante el planteo psicológico del nuevo cyborg, pero dadas las condiciones de espectacularidad audiovisual que el film venía aportando, el cambio es radical cuando la protagonista se sumerge en el análisis de su pasado del cuál sospecha no conocer toda la verdad. Por eso entre gliches (errores informáticos que se volvieron objetos estéticos para el mundo del diseño) y una suerte de laberinto de batallas llenas de explosiones y armamento del futuro, la película se diluye hacia el final. Sin embargo, es una excelente pieza fílmica que se encamina hacia otra forma de hacer ciencia ficción: una más preocupada por la ética sin dejar de lado las necesidades espectatoriales de un público cada vez más avezado en juzgar la calidad tecnológica del producto que se le ofrece. LA VIGILANTE DEL FUTURO. GHOST IN THE SHELL Ghost in th Shell. Estados Unidos, 2017. Dirección: Rupert Sanders. Intérpretes: Scarlett Johanson, Takeshi Kitano, Juliette Binoche. Fotográfia: Jess Hall. Montaje: Billy Rich y Neil Smith.
Ghost in the shell es un film un tanto complejo para reseñar. Pero no porque sea una película con muchas capas y metalenguaje sino porque es entretenimiento aburrido. Creo que se me hizo largo porque lograron capturar muy bien en animé (una verdadera rareza) en estética y trasladarlo a una producción de Hollywood. Pero son dos lenguajes diferentes y lo que queda bien en lugar no necesariamente se refleja en el otro. La película original de 1995 (basada en el Manga de fines de los ochentas) planteaba un universo muy similar que el que se exhibe en este estreno pero aquí dejaron de lado lo mejor que era el planteo filosófico sobre la vida, la muerte y el alma. Y eso era mejor de la película. Aquí tanto la dirección de arte como los efectos visuales son excelentes. Hay tanta información en pantalla que es imposible que el ojo capte todo. Las secuencias de acción son brillantes y el 3D es el mejor que he visto en años. Se nota que la cinta fue concebida de esa manera. Este es el segundo largometraje de Rupert Sanders, quien viene de hacer Blancanieves y el Cazador (2012). Un director al que se lo nota cómodo en las superproducciones pero un tanto tosco en la narrativa. (Amén de que el film presenta unos cuantos agujeros en el guión). Pasando al plano actoral y todo el revuelo que se había armado cuando se anunció que Scarlett Johansson iba a interpretar un personaje muy marcado oriental… Bueno resulta que hay una pequeña vuelta de tuerca pero que no puedo comentar porque es spoiler. Ella está muy bien como siempre. Y a las actrices que pueden cargar en sus hombros una película entera las contamos con una mano. El personaje es difícil, es parte humano parte robot y por eso la interpretación es compleja y la actriz sale muy bien parada. Pero también hay que decir que no llegás a empatizar con ella por completo. El resto del elenco sin nada para aportar pero también hay que decir que el personaje de Juliette Binoche es un desastre. Un casting que no se entiende, una gran actriz totalmente incómoda en el papel. En definitiva, Ghost in the Shell pasa a ser una película más de ciencia ficción que no alcanza su potencial y no está a la altura de su material de origen. Un despliegue impecable pero falta total de corazón pese a su excelente protagonista.
Al igual que otro anime llevado a la pantalla, Attack on Titan, Ghost in the Shell, está técnicamente adaptado de los manga originales, pero toma inspiración de la primera adaptación, la del anime (especialmente en algunas secuencias), mientras que también se basa en elementos de su secuela y spin-off de televisión. El núcleo de la historia será familiar para cualquiera que haya visto la película de 1995 de Mamoru Oshii. Aunque la historia ha sido despojada de toda complejidad y segundas lecturas. Es Hollywood. La Sección 9 es una división secreta del gobierno que investiga el delito cibernético y el terrorismo. La “Major” (Scarlett Johansson) es un cyborg, con un cerebro humano limpiado de memoria que controla un cuerpo completamente artificial, creado por Hanka Robotics. Takeshi Kitano (lo mejor del film), interpreta al jefe Daisuke Aramaki, que supervisa la unidad, que también incluye el fornido Batou (Pilou Asbæk, de Game of Thrones), Major y el equipo son llamados cuando un oscuro hacker conocido como Kuze (Michael Pitt) comienza a perseguir a los empleados de Hanka. Desafortunadamente Ghost in the Shell agiliza algunos de los elementos más impenetrables del original, haciendo más simplona la trama que por ende pierde sustancia. Los temas de privacidad, identidad, inmigración y terrorismo están ahí, pero sin el marco de importancia. El director Rupert Sanders (Blanca Nieves y el cazador) demuestra poco interés en el desarrollo de sus personajes y la paleta visual se limita al neon japonés que ya vimos en mil películas, llenando la pantalla de detalles que parecen más un distracción que una decisión estética. Las escenas de acción sufren de la misma falta de inventiva, todo en Ghost in the Shell es predecible y chato. El traje que lleva Johansson puede hacerla invisible, lo que es imposible no ver son las curvas que buscan emular al desnudo del anime. Johansson, que ya fue una alienígena con un rostro sin expresión en Under the Skin y una divertida genia mejorada genéticamente en Lucy, está perfecta aquí como un híbrido cibernético, eso si, sin los pathos del replicante visionario de Rutger Hauer en Blade Runner. En el terreno de las comparaciones, la mueca de Alicia Vikander en el exoesqueleto de Ex Machina persiste de una manera mucho mejor que la del personaje de Johansson. Los pronunciamientos de Major son planos y carentes de todo carisma y sólo Pitt maneja un tono de ansiado anhelo a pesar de las convencionales lineas del diálogo. El casting caucásico causó controversia antes del estreno por el “blanqueo” al que Hollywood nos tiene acostumbrados, algo que sólo cambiará el día que la industria pueda producir su propia estrella oriental (seguramente nacido en Estados Unidos), mientras tanto en sus películas los orientales son figuras decorativas que les proveen de la cuota exótica necesaria. Es Hollywood. Como tal, la película carece de un ancla emocional, y algunas de las revelaciones no se sienten como deberían. Todo lo que se siente es el deseo del estudio que este producto sea un éxito de taquilla. Ghost in the Shell sacrifica su calidad independiente y estatus de culto en un intento fallido de construir una franquicia. Otra más.
Ghost in the shell: impacto y filosofía de moda Scarlett Johansson regresa a la pantalla grande con esta película, que generó mucha polémica durante su rodaje Se habló mucho de esta película de gran presupuesto (120 millones de dólares) y elenco internacional antes de su estreno. A la aceitada campaña de marketing se sumó la inútil polémica por el whitewashing tan de moda hoy en Hollywood (aun cuando el personaje que interpreta Scarlett Johansson es un robot) y las especulaciones habituales en redes sociales de los fans del manga original creado a fines de los 80 por Masamune Shirow que Mamoru Oshii adaptó para un largo de animé. En términos visuales, el film es realmente impactante (y deudor de predecesores célebres como Blade Runner y Matrix). Su andamiaje narrativo es sólido y su línea argumental simple: el cíborg construido en una primera secuencia, que remite al inicio de la serie Westworld, no sólo tiene cerebro humano, sino también su propio ghost -alma de esa máquina diseñada para combatir el crimen en una alienante ciudad futurista cargada de estímulos visuales-y de pronto descubre un pasado que la poderosa compañía para la que trabaja ha borrado deliberadamente de su memoria. Aparece entonces el melodrama familiar, una de las capas de la historia, que obviamente incluye escenas de acción -algunas realmente notables por su equilibrio entre espectacularidad y nitidez- y un trasfondo ideológico propio del mindfulness -otra moda- que machaca con la idea de que lo mejor es tomar conciencia de que son nuestros actos del presente los que nos definen, más que los de un pasado al que es inútil aferrarse.
Mucho envase y poco espíritu Scarlett Johansson es una policía con cerebro humano y cuerpo robótico, en esta fría versión de un animé de 1995. A la ola de adaptaciones, rescates y franquicias que asola el cine industrial se suma Ghost in the Shell: con origen en un manga publicado a fines de los ’80, ya tuvo sus versiones de animé, tanto en series televisivas como películas. La primera, de 1995, es el molde de esta, que respeta tanto los lineamientos básicos del argumento ciberpunk como muchos de sus aspectos icónicos, pero cuenta una aventura algo cambiada. La historia se sitúa en un futuro donde la conectividad es total –hasta los cerebros están en red- y las “mejoras” tecnológicas de los cuerpos son tan frecuentes como ahora lo son las cirugías estéticas, al punto de que cuesta distinguir humanos de robots. Todo transcurre en una megalópolis al estilo Blade Runner: oriental, invadida por publicidades -en este caso, tridimensionales-, oscura, lluviosa. Ahí, la División 9 está tras los pasos de un peligroso terrorista. Ya nos acostumbramos a ver a Scarlett Johansson pateando, pegando y disparando, embutida en esos trajes ajustados que tan bien le quedan. Toda una heroína de acción, primero fue La Viuda Negra, después Lucy y ahora es la Mayor, una ciborg policía con cerebro humano y cuerpo robótico que lidera la División 9. Ella tiene dudas existenciales sobre su naturaleza: ¿Es humana? ¿Tiene alma? ¿Cuál es su origen? La suya fue una elección criticada por muchos fanáticos del animé -consideraban que el rol debía ser para una actriz asiática-, pero es uno de los puntos fuertes. Como el resto del elenco internacional que interpreta para los papeles clave: Juliette Binoche, Takeshi Kitano, Pilou Asbaek. Otra de las fortalezas es el aspecto visual. Por momentos los efectos digitales están pasados de rosca y todo se parece demasiado a un videojuego, pero en general las proezas de los semihumanos en esa ciudad futurista son asombrosas. En ese sentido, la adaptación del animé original está lograda. Pero falta volumen dramático, los problemas filosóficos están planteados esquemáticamente y, así, la película termina padeciendo el mismo conflicto que la Mayor: una irresuelta tirantez entre una cáscara poderosa y un espíritu borroso.
Scarlett O’Nada. Inmediatamente, lo que salta a la vista de esta adaptación, es el foco en la actuación de Scarlett Johansson como Motoko Kusanagi. Mas allá de la elección de americanizar al personaje, algo se perdió en la traducción, Johansson no llega a desarrollar y transmitir aquello que la película original tanto se esforzó en recalcar. La Ghost in the Shell de 1995 nos habla del alma, de la existencia del alma por sobre todas las cosas. Aquí, sin embargo, está mas enfocada a la identidad, casi casi como la remake de RoboCop de Padilha. Y si bien son parecidas, ambas cosas son muy, pero muy diferentes. Para el que ve por primera vez esta historia, quizás no le moleste y hasta le parezca interesante. Pero acá hablamos de lo mismo que hablaba el Dr. Alfred Lanning en Yo, Robot, en algo mas que la “simple” identidad. Ghost in the Shell debía tratarse de la búsqueda del alma, de algo un poco mas espiritual que darle nombre e identidad a un cerebro. Para eso, ya tuvimos la recién mencionada RoboCop en el 2014. Tampoco ayuda la actuación de Scarlett Johansson, se antoja corta o fracturada, y esto es culpa de la dirección, ya que sabemos muy bien que esta muchacha mas allá de sus atributos físicos, posee también grandes atributos actorales. Dulce, dulce Tokio: El caramelo visual está a la orden del día. Aquí quizás es donde se ve mejor el espíritu del manga, en la construccion de esta ciudad futurista cyberpunk medio noventosa que cae muy bien al paladar. Pero no es nada mas que eso. Visualmente no aporta nada nuevo, ya lo vimos todo, e incluso en algunos casos lo vimos mejor. Si viste Blade Runner, ya viste la ciudad en la que transcurre Ghost in the Shell, así nomas. En cuanto a las escenas de acción, tampoco aporta nada nuevo. Mucho slow motion y mucha coreografía que difícilmente resulte una novedad. Por lo cual si antes de entrar al cine Ghost in the Shell parecía otra adaptación innecesaria, al promediar el film ya no nos queda ninguna duda al respecto. Takeshi Kitano, por otro lado, le da ese rayito de alegría a todo este embrollo. De taquito y sin esforzarse le agrega sal a la ensalada insulsa que nos estábamos morfando. Pero su participación es escasa y uno se queda con ganas de mas. Punto medio: Lo que abunda en esta adaptación es la tibieza y no en el buen sentido. Todo es tibio. No hay gore, no hay desnudos, no hay ni la mitad de las temáticas filosóficas que se trataban en la Ghost in the Shell de 1995, y eso se siente. Todo está a mitad de camino, ni respeta a rajatabla el manga o el animé ni se vale por si misma, lo que nos deja una película con bastón que camina con tropiezos, que se apoya en el material original solo cuando lo cree conveniente y lo suelta para volver a tropezar. Aquí es donde se ve la flojera de la mano del director, un Rupert Sanders que apenas tiene la mediocre Blanca Nieves y el Cazador como marca en el cinturón. Conclusión: Ghost in the Shell es una película redundante, tanto para propios como para ajenos. No hace honor a su material de basamento y tampoco aporta nada nuevo que no hayamos visto ya en mil películas de acción. Sin embargo, tampoco es un desastre. Pasa, a los tumbos pero pasa. Se deja ver si uno va con pocas expectativas y sin esperar una fiel representación del manga o animé, mas preocupado por lo que vamos a comer cuando salimos del cine que por la película misma. Fans acérrimos, están avisados. El resto, también.
Rupert Sanders (Blancanieves y el cazador) presenta la adaptación americana de Ghost in the Shell con Scarlett Johansson. La historia se ubica en una Japón futurista donde la sociedad ha aceptado los avances tecnológicos en su organismo. Johansson interpreta a la la primera de su clase: una mujer que perdió todo su cuerpo en un accidente y que tiene uno de robot pero su cerebro original. Pronto toma el nombre de La mayor y se une a la Sección 9, un grupo determinado en resolver ataques cibernéticos. Investigando una serie de asesinatos La Mayor comenzará a darse cuenta de que la compañía que la creó esconde secretos que no quieren que se revelen. El anime original de 1995 supuso un nuevo cuestionamiento sobre el impacto de la tecnología y el lugar del alma. Algo que autores de la literatura como Philip K. Dick ya se debatían y que Ridley Scott, a partir de un cuento del primero, exploro aún más en Blade Runner. Estas bases sirvieron para que en 1999 los Wachowski crearán su universo Matrix y que hoy Sanders recupera con menos intensidad, dando más lugar a la acción y a lo visual que al razonamiento. Scarlett Johansen recrea con mucha verosimilitud al personaje de La Mayor, que comienza a cuestionarse su lugar en el mundo. Los matices de su evolución ponen a la actriz en un papel mucho más interesante a otros que ha hecho en los últimos años como Lucy o La viuda Negra. Desde lo físico, ningún fan de la original podrá negar el parecido que se ha buscado a la hora de construir el personaje. La acompaña, en la sección 9, Pilou Asbaek (A Hijacking) como Batou: el “sidekick” que, aunque sea un estereotipo del rudo con un amable corazón, cumple su rol y logra que avance la trama. El resto del equipo queda rezagado a pequeñas apariciones, sin mayor profundidad. Exceptuando a Takeshi Kitano, el líder del grupo, el cual Sanders se dio el lujo de tener. El director y actor es Beat Takeshi (aunque su nombre en la película sea Aramaki) el mítico personaje que vuelve a interpretar a pesar de la edad, un hombre sin escrúpulos que no tiene miedo de decir lo que opina. Volviendo al tema visual, el traspaso del formato anime al cine siempre tiene dificultades. En Japón el número de películas live action basadas en mangas y animes crece enormemente . Pero nunca logran el mismo efecto. Estados Unidos lo intentó con Dragon Ball y falló en todos los aspectos, mientras que todavía tiene planes para otras adaptaciones como Akira, Attack on Titan y Netflix prepara el estreno de Death Note. La vigilante del futuro, Ghost in the Shell se convierte en el primer film americano en copiar plano a plano las escenas del anime, respetar gran parte del vestuario y no alterar demasiado la historia. E incluso no abusa de los efectos especiales en las secuencias de acción, siendo sólo parte del escenario.
EL ETERNO QUIEN SOY Tal vez por la catarata de comentarios que hubo en la previa, especialmente por parte de los fanáticos del manga de Masamune Shirow en el que se basa, esta versión de Ghost in the shell parece limitada por el respeto al original, pero además por su imposibilidad de atravesar la lista de referencias sobre la cual se construye y elaborar algo nuevo con eso. A esta altura, el tópico de robot-se-pregunta-por-su-existencia ofrece pocas variantes y lo que queda es apostar a lo visual, un campo donde la película de Rupert Sanders se destaca pero siempre desde la simulación y la repetición de viejos conceptos. La protagonista es Scarlett Johansson, quien como Major representa un paso más allá en la imbricación entre lo humano y lo robótico: es la primera vez que un cerebro se inserta en un cuerpo mecánico, y el experimento es seguido con detenimiento tanto por los científicos que la crearon como por la compañía que desarrolló el concepto. Pero como integrante de las fuerzas de seguridad Major terminará investigando el accionar de un hacker, acción que la enfrentará a una serie de dilemas existenciales sobre su identidad, que es en definitiva el gran tema de Ghost in the shell: ¿cómo se construye la identidad? El film de Sanders es un poco dubitativo a la hora de hacerse cargo del peso filosófico de la propuesta, y apuesta por el thriller de acción pero sin dejar de lado la reflexión. Lo que queda en definitiva es un híbrido como los que aparecen a cada rato en la película: un film que busca entretener sin perder la reflexión, pero que quiere reflexionar sin olvidarse del movimiento y del entretenimiento. Digamos que esto no es algo que no se haya hecho antes, pero hay que tener las ideas muy claras como para que la combinación no se empantane. Y eso es lo que precisamente le pasa a Sanders, una película a la que le cuesta muchísimo poner todas sus piezas en movimiento y encontrar el tono adecuado. Por momentos todas esas dudas sobre qué decisiones tomar parecen más una reflexión autoconsciente de una película que avanza sólo por el peso de una historia original que le presta el material. Si bien la película se toma sus libertades (la de Johansson seguramente sea la más discutida, aunque está totalmente justificada), lo cierto es que no son tantas como se suponía: el film incorpora muchísimo del aspecto visual tanto del manga como de su versión animé de 1995, a la vez que homenajea a su manera a la vieja Blade Runner con ese ciberpunk decadente y su contaminación audiovisual, ayer de neones hoy de hologramas. Incluso utiliza recursos de Matrix que ya parecen algo viejos (aunque la de los Wachowski era una recreación del modelo asiático). Como decíamos, todas estas referencias son oportunas pero no hacen crecer al relato, todo lo contrario: constantemente se nota la referencia, todo se parece más a un museo. A todo esto, el agotado asunto del robot que se pregunta quién es, y que por influencia de lo asiático incluye aquí elementos del melodrama. Hacia el final y cuando todas las fichas se acomodan en el tablero, es cuando Ghost in the shell termina encontrando una vibración particular. La película se olvida de los tics y los guiños y las referencias y la imitación, para convertirse en un relato de supervivencia sobre un grupo de descastados que combaten al sistema. Es ahí cuando el film adquiere vida y cuando la integridad de los personajes nos importa como para sufrir y padecer con ellos. Es en esa parte, además, donde la película explora decididamente su costado político y desarrolla algunas líneas más complejas e interesantes sobre el tema de la memoria y los recuerdos: es cuando deja de reflexionar oralmente y pone sus ideas en acción. Tal vez para Sanders era fundamental instalar su universo a partir de referencias constantes que generen un lazo afectivo con el espectador. Desde acá se ve como tiempo perdido. Esta Ghost in the shell se cuida tanto de no fastidiar a los fanáticos que termina siendo un poco tibia.
¿Ser o no ser?: el robot que hay en mí En mayo de 1989 se publicaba en la revista “Young Magazine” el manga “Ghost in the Shell”, de Masamune Shirow (nombre artístico de Masanori Ota). La trama se desarrollaba en el año 2029, en donde el ser humano ha sido capaz de implantar tecnología en su cuerpo aumentando así sus capacidades. Es difícil diferenciar a los humanos de los robots, pero todos se conectan a través de sus “ghost” –su alma– a un espacio cibernético donde se encuentran todos los datos creados por la sociedad. La protagonista es la mayor Motoko Kusanagi, que posee todo un cuerpo artificial y trabaja para la Sección 9, organismo que se dedica a resolver los crímenes y delitos que tienen que ver con esta nueva tendencia. Su función es evitar los continuos atentados de criminales cibernéticos y terroristas tecnológicos. La Mayor se ve envuelta en la investigación del ghost de un hacker que se hace llamar Puppeteer que la llevará a indagar más sobre su propio pasado. Durante ocho entregas, hasta noviembre de 1991, esta obra se dedicó a profundizar y poner el punto en las consecuencias éticas y filosóficas de la unión entre el hombre y la máquina, la identidad, la inteligencia artificial, la tecnología, la existencia del ser humano. Esta obra fue tan interesante que dio lugar a una segunda parte (1992-1995), una continuación del primer manga (1991-1997). Dos temporadas de una serie de animación más una OVA (Original Video Animation), y dos películas –la más conocida en nuestro país es la de 1995-. Tardó pero ahora nos llega la versión “hollywoodense” de esta magnífica obra japonesa. Mira Killian (Scarlett Johansson), también conocida como la Mayor, es un híbrido cyborg-humano femenino único en su especie, que lidera la Sección 9, un grupo de trabajo que se dedica a detener a los extremistas y criminales más peligrosos. Cuando se enfrente a un hacker llamado Kuze (Michael Pitt), cuyo único objetivo es acabar con los avances de la empresa Hanka Robotic’s en la tecnología cibernética (que la “creó” a ella), se verá inmersa en una intriga que la hará dudar de absolutamente todo. Incluso de su existencia. Lo primero que hay que decir de “La Vigilante del Futuro” es que es visualmente hermosa, y que sus efectos especiales los van a dejar con la boca abierta. Sí, no existe aparentemente nada que esta gente no pueda crear para una película. Pero todo lo demás, todo lo interesante que tenía la historia de donde se nutre el filme, está lavado, rebajado, casi aguado, diríamos. Es que el largometraje sí indaga en la pregunta existencialista de la fusión hombre-máquina, explora lo de la supervivencia del alma por sobre la tecnología, o la ética de los avances y hasta dónde se puede llegar en pos de la modernidad. Pero hasta ahí. Porque después quiere darle acción, llamar al espectador a que no se aburra en sus butacas, entonces deja de lado eso para centrarse en tiros, peleas, explosiones (que tampoco es tanto, apenas un par de escenas). El tema es que resulta una especie de híbrido –al igual que la protagonista– que se queda a medio camino entre el filme de acción o el existencial. Hermoso el ambiente cyberpunk –siempre es efectivo mezclar el futuro pero con lo oriental, como en este caso– y las referencias a todas esas películas como Blade Runner (1982), Matrix (The Matrix, 1999), y podríamos seguir. Si se preguntan por Scarlett, bueno, hace lo que puede con lo que tiene. La Vigilante del Futuro plantea un tema mucho más que interesante, pero no con la profundidad o interés de, como por ejemplo, lo hizo Westworld (2016- ). En definitiva, a esta obra le falta el “alma” de la que tanto pregona.
Es una película de acción y ciencia ficción dirigida por Rupert Sanders (“Blancanieves y la leyenda del cazador”) y escrita por Jamie Moss y Ehren Kruger, basada en el manga japonés del mismo nombre de Masamune Shirow. La heroína de este film es una máquina pero su cerebro es humano, (algo similar ocurría con “RoboCop”), acá La Mayor (Scarlett Johansson, su personaje es brillante, como lo hizo en “Lucy”) está una vez el juego entre el bien y el mal. Su trama resulta interesante, donde se tocan varios temas entre ellos: habla del compañerismo, la nobleza y momentos que te llevan a la reflexión. Visualmente majestuosa, es un gran entretenimiento, con grandes persecuciones, momentos gloriosos de acción y un gran ritmo. Un toque de cine negro, un gran diseño de producción y una gran paleta de colores, bien construidos los personajes secundarios: Pilou Asbæk, Takeshi Kitano, Juliette Binoche, Michael Pitt, entre otros. Este film es un homenaje al anime, con un hilo conductor a: “Matrix” y “Blade Runner”. Todo indica que esta es el inicio de una nueva saga y aquellos personajes secundarios desaprovechados tal vez le encontremos las explicaciones correspondientes.
El aspecto visual recuerda a Blade Runner, los personajes y algunas calcadas escenas (con pequeños giros) rememoran el animé original, y ciertos cableados y delirios cyberpunk hacen pensar en Matrix, pero lo cierto es que esta adaptación de Ghost in the Shell no tiene absolutamente nada de la profundidad de las mencionadas películas. Apenas si, irónicamente, es un fantasma en un caparazón muy vacío de las mismas. Eso es, claro, una enorme desgracia, teniendo en cuenta el original del cual partía, pero a la vez una profecía cumplida que, en el fondo, era bastante predecible. No extraña que el mensaje críptico, ambiguo, y enredado del animé de Mamoru Oshii aquí sea simplificado en un producto destinado a las masas que, con un dejo de cinismo comercial, de acuerdo a las concepciones de Hollywood son aquellas que no pueden pensar. No ideas estrambóticas o complicadas, sino absolutamente nada. Es por eso que el nivel de exposición del guión resulta alarmante aún sin comparar con la fuente original: antes de comunicarse telepáticamente, los personajes aclaran "vamos a comunicarnos telepáticamente", y previo al momento inicial donde vemos la creación de un androide, se nos aclara "no es una máquina, retiene fragmentos de un humano, y la creamos porque ésto y lo otro". Bien: los estudios no sólo olvidan que el espectador -por lo general- es capaz de atar y unir conceptos, sino que además presuponen que nadie vio Robocop (original, o su triste remake). De manera engañosa, la trama respeta algunos lineamientos de la Ghost in the Shell original, partiendo de la base que dice que en el futuro los androides han alcanzado un nivel de sofisticación tal, que a menudo es fácil confundirlo con humanos. El fantasma del cual se habla en el título no debe ser entendido como un espectro sino como un espíritu, y por si uno no lo comprende, ahí está el diálogo para reiteradas veces resaltarlo. Así las cosas, mientras que en el anime el bien y el mal aparecía más desdibujado o era relativo, aquí la necesidad de apuntar con el dedo índica y señalar a un culpable, abandona todo tipo de sutileza y nos recuerda que "hay malos, hay buenos, y está en nosotros ser uno u otro". Así de simple, sin concesiones, no sea cosa que nos confundamos y pasemos de bando. En esta nueva concepción de la historia, Major (Scarlett Johansson, lo mejor de la película) sabe que tiene un ghost y lucha contra quienes quieren quitárselo: empresario, burócratas, etc. En paralelo, una suerte de ghost hacker amenaza con alterar la paz de este mundo hipertecnológico, pero pierde protagonismo frente a un villano menos interesante que termina por derrocarlo, a fuerza de clichés y simplificaciones argumentales. Ghost in the Shell es apenas el eco de un potente grito aquí silenciado, que pasará a la historia como otro ejemplo de la banalización de los contenidos por parte de Hollywood, que irónicamente le quita todo el espíritu a una obra que se basaba en filosofar sobre lo que significa ello.
Desde hace años que hay interés en Hollywood por trasponer mangas en películas live-action, una práctica que se hace en Japón con normalidad. No obstante, el avance de estos proyectos no se equiparó al hambre de los estudios por nuevas propiedades intelectuales de las cuales obtener potenciales franquicias. Una adaptación de Ghost in the Shell estaba en los planes desde el 2008, mientras que situaciones similares atraviesan Akira, Naruto, Battle Angel Alita –que ya está en post-producción- o Death Note –que se estrena este agosto-. Hay que encontrar el tono adecuado antes de avanzar, después de todo nadie quiere otro desastre como Dragonball Evolution. Y con ese bagaje llega a los cines el nuevo film de Rupert Sanders (Snow White and the Huntsman), uno visualmente impecable que trata de hacer una inmersión profunda en su protagonista.
La esperada adaptación del mítico animé comete varias perversiones conceptuales en aras de crear un tanque entretenido. Filmar con actores un referente del manga y de la animación como Ghost in the Shell era a priori un fracaso. Y no sólo porque la película de 1995 se haya convertido en objeto de culto. Su densidad narrativa hacía difícil imaginar una estética en consonancia con el vértigo mainstream. En efecto, la filosofía es lo que más se resiente en esta adaptación: la disyuntiva existencial pierde en abstracción para consumirse sin exabrupto neuronal. Las aventuras de la Mayor ahora dependen más de la destreza física que del lenguaje. En tres ocasiones del filme se repite la siguiente frase: “Uno se define por sus acciones, no por lo que dice”, sentencia desafortunada para un animé obsesionado con la conciencia, pero justa para una película comestible. Si en la versión original el personaje de la Mayor buscaba respuestas al enigma del ser, acá Scarlett Johansson busca respuestas de su identidad. La diferencia no es menor, ya que se le otorga a un personaje genérico una biografía, componente ausente en 1995 para problematizar la construcción de la identidad a través del recuerdo. Que la Mayor ahora tenga un pasado es una contravención al espíritu del manga, como también lo será su desenlace: si en el animé la subjetividad de la Mayor se convertía en una tabula rasa abierta a reencontrarse con el mundo, acá sucede lo opuesto: hay una reivindicación al individualismo, triste conformismo con una identidad prefabricada para ser funcional al Estado. El conflicto entre adaptación libre inflamada de subtramas y remake respetuosa pondrá al filme en problemas de atmósfera: por momentos desea impregnarse de la oscuridad del animé pero siempre gana la manufactura de una película de acción. Los ejemplos más claros están en los planos que homenajean al filme original: para diferenciarse del resto, reposan más, creando una burbuja de poesía que no condice con el frenesí posterior. Tenemos la inmersión de la Mayor en el océano o su caída libre desde un rascacielos como momentos visualmente apabullantes, aunque sin el plus conceptual por el que esos planos fueron confeccionados en 1995. El único homenaje logrado será indirecto con Takeshi Kitano hablando en japonés. La emblemática escena en el ferry se convirtió en un mero enlace de guion. Batou dejó de ser un interlocutor filosófico para ser un burócrata de tiros y explosiones. Ghost in the Shell, versión 2017, ya no es lo que dice, sino lo que hace (o exhibe). Este cambio de eje hará que el debate de la conciencia sea una carcaza oxidada y no el alma anhelada por los ciborgs del futuro.
(Emitida por Radio Rivadavia y Radio La Red) Scarlett Johansson es la protagonista de “La vigilante del futuro gran estreno mainstream de hoy. Basado en un cómic japonés, refleja una sociedad de un futuro muy lejano en el cual una criatura híbrida (un alma que vive una nueva vida en un nuevo cuerpo) debe luchar contra un enemigo que quiere destruir esos “avances tecnológicos”. Si bien el diseño de arte y producción son impactantes, hay poco de novedoso en el contenido y en la forma de este film, con un guión en el que el lugar común tiene más lugar que la sorpresa y la acción.
Ghost in the Shell es una obra maestra de la ciencia ficción japonesa que en los años ´90 elevó los contenidos intelectuales que se trabajaban en la animación y los cómics a otro nivel. Dentro del cine el director Mamoru Oshii brindó un animé complejo que hacía pensar a los espectadores y abordaba cuestiones filosóficas, a través de un conflicto introspectivo que exploraba el concepto de la humanidad. Aquella producción de 1995 enseguida se convirtió en un fenómeno popular y luego se expandió en una exitosa franquicia. En esta versión hollywoodense, que se desarrolló a través del cine live action, Ghost in the Shell perdió todos sus elementos atractivos para convertirse en una aburrida versión femenina de Robocop. La película del director Rupert Sanders, cuyo único antecedente era la olvidable Blancanieves y el cazador, simplifica de un modo grosero el argumento original y trata al espectador como si fuera un chico de siete años. El concepto de la trama y la crisis de identidad que vivía la protagonista ahora se explica de un modo burdo con el objetivo que el público piense lo menos posible. Por consiguiente, el resultado es una producción que carece de una visión creativa y nunca llega a explorar en profundidad el mundo futurista que presenta ni las relaciones entre los personajes principales. El director Sanders desarrolla una recreación superficial de este argumento que no le hace justicia a la obra original, sobre todo porque el misterio central del relato ahora es muy previsible. Más allá de esta cuestión, la narración de Sanders presenta una incompetencia notable para generar situaciones de suspenso y las secuencias de acción son bastante ordinarias y tampoco llegan a trascender. La película de animación de 1995 lograba desarrollar un thriller complejo en 85 minutos, mientras que la versión hollywoodense se expande a dos horas en un film que por momentos se hace interminable. Scarlett Johansson no fue una elección acertada para el rol principal pero la verdad es que el guión tampoco le ofreció muchas posibilidades de destacarse. Algo similar ocurre con los actores secundarios donde hay buenos artistas como Juliette Binoche y Takeshi Kitano, quienes expresan sus líneas en piloto automático. Lo único positivo de Ghost in the Shell se encuentra en los aspectos visuales donde se concentró toda la atención del director. La construcción del mundo ciberpunk que ambienta esta historia está muy bien lograda y los efectos especiales son impecables. Una vez más sobresale la labor de un genio en este campo como John Dykstra, responsable de los efectos de la película original de Star Wars de 1977. Lamentablemente ese es el único atractivo de esta adaptación hollwoodense que no está a la altura de las producciones que hicieron los japoneses con esta saga en la animación. Los espectadores que desconocían Ghost in the Shell no van a encontrar su relevancia en el género a través de esta versión, ya que es una película olvidable de ciencia ficción que no tiene mucho para ofrecer más que una cuidada puesta en escena.
Scarlett Johansson protagoniza esta adaptación de la historieta y el posterior filme de animación japonés en la que una agente de seguridad con cerebro humano y cuerpo robótico debe enfrentarse con el villano de turno, pero más que nada con su propia historia y confusos recuerdos. La versión hollywoodense y con actores del clásico del animé japonés GHOST IN THE SHELL se vio rodeada de controversias desde el principio, más que nada por las críticas que se le hicieron por usar a una actriz occidental (Scarlett Johansson) para hacer un personaje que, en los manga y en los filmes de Mamoru Oshii, es de una japonesa. Pero se trata de una discusión trivial: no solo la lógica del mercado lleva a que una película de este presupuesto sí o sí tenga que utilizar una estrella de fama global (y, convengamos, no hay tantas actrices asiáticas que sean taquilleras fuera de sus respectivos mercados) sino que la propia lógica de la película –que juega con identidades inventadas, falsas, cibernéticas– vacía de concepto a esa propia crítica. Lo cierto es que, dejando de lado la controversia, LA VIGILANTE DEL FUTURO (discutible título en castellano del filme, que mantiene el original como subtítulo) prueba ser un filme de ciencia ficción un tanto retro en su concepción, por más que sus imágenes y efectos en 3D lo pretendan hacer pasar por ultramoderno. Y no digo esto como algo negativo. De hecho, en la película de Rupert Sanders (BLANCANIEVES Y EL CAZADOR) conviven el espíritu y el look de BLADE RUNNER, el animé japonés y toda aquella ciencia ficción existencial con el obligatorio combo de escenas de acción sin el cual, aparentemente, no se pueden gastar demasiados millones de dólares en estos tiempos. Si uno vio el animé original de 1995 sabe que la búsqueda del personaje principal tendrá que ver con descubrir su propia identidad más que en atrapar a un villano de turno. Y si bien la narrativa tiene bastantes diferencias (aqui la trama es mucho más simple, clara y directa que en el filme japonés), la lógica es similar. Sí, hay un villano por atrapar. Sí, hay una serie de vueltas de tuerca al respecto. Pero, en lo profundo, sigue siendo la historia de un cyborg (cerebro humano, cuerpo robótico) que empieza a sentir cómo ese “fantasma” (recuerdos, alma, conciencia humana) empieza a liberarse de su caparazón mecánico, con los evidentes problemas –tanto personales como “laborales”– que eso puede presuponer. De entrada se nos dice que The Major es el primer experimento funcional de esa cruza humano-robótica. Creada por la empresa Hanka, trabaja como agente de ciberseguridad gubernamental en New Port City, ciudad que parece ser una Hong Kong de un futuro no tan lejano con avisos publicitarios un tanto más grandes y en 3D pero con muchas similitudes con la actual. Una aparentemente poderosa organización está tratando de entrometerse en esas redes por lo que la chica comanda un equipo que tiene la misión de detener al peligroso pero muy inteligente sujeto encapuchado como extra de un episodio de STAR WARS que la comanda. Takeshi Kitano (en un rol más breve que el cartel que tiene y que parece haber sido agregado a último momento –hablando en japonés– para evitar las críticas de casting) encarna a su jefe mientras que Juliette Binoche tiene el rol de la creadora de la criatura en un elenco que completan Michael Carmen Pitt (así se hace llamar ahora), Peter Ferdinando y Pilou Asbaek en los otros roles centrales. De entrada vemos que The Major sufre pequeños “glitches”, ya que su visión cibernética se interrumpe de tanto en tanto con imágenes que dejan en claro la historia previa que permanece en su cerebro (su cuerpo, por más realista que parezca, es pura tecnología robótica). En su lucha por encontrar al hacker y descubrir qué juegos se esconden detrás tanto de sus amenazas como de la propia compañía para la que ella trabaja, el eje empieza a correrse hacia ese lado, si se quiere, más existencial. La película termina siendo una cruza concisa, accesible y relativamente entretenida de ese universo (“¿quién soy?”, “¿qué es real en un mundo virtual?”, ¿cuánto de verdad hay en mis recuerdos?”) con el más propio del cine de acción, con escenas que sirven para el lucimiento del 3D y de algunos efectos digitales. Pero ni por lejos se le acerca a la original MATRIX, aunque es mucho mejor que sus secuelas. Por momentos, como buena parte del género en su versión más ciberpsicoanalítica, LA VIGILANTE DEL FUTURO sufre de una redundancia de frases un tanto grandilocuentes que no hacen más que poner en palabras lo que es evidente en los conflictos de la protagonista. Pero eso es casi una marca registrada del género: sin un momento pseudo-shakespeareano, parece, los guionistas sienten que no hicieron del todo los deberes. Aquí hay varias –la mayoría, obviamente, sobran– pero no alcanzan a interrumpir una narración que es llamativamente fluida y clara, sin las infinitas complicaciones no solo de la original sino de la mayoría de los tanques de los últimos años. Esa claridad estructural permite que el espectador se enfoque en detalles específicos que la película maneja a la perfección, como el diseño de producción o ciertas breves pero efectivas y en algunos casos hasta impactantes escenas de acción. Y Johansson, en una versión un tanto más pop de su extraño personaje de UNDER THE SKIN, prueba ser una elección más que efectiva para conducir el relato. ¿Es una gran película la nueva versión de GHOST IN THE SHELL? No, no lo es. Pero, salvo los fans acérrimos del animé (o del manga original de 1989), nadie saldrá decepcionado de la experiencia. Es una remake creativa que no intenta copiar paso a paso la original y un filme que hace honor, a su manera, a la clásica y tan mal usada expresión “ciencia ficción”.
Distopías. Universos paralelos. Mundos creados por la imaginación del hombre en los que sueña un futuro imposible y en los que el hombre, diezmado, comienza a convivir con máquinas que cada vez se le parecen más. El cine ha llevado ya en una infinidad de oportunidades este tipo de relatos, siendo también la posibilidad creativa de un género como la ciencia ficción y la fantasía para desarrollar caminos que, también, posibiliten reflexionar sobre el hombre y su ser. Si “Blade Runner” fue el hito a partir del cual todo comenzó a replantearse, tal vez “La vigilante del futuro: Ghost in the shell” (USA, 2017), de Rupert Sanders, que explora visualmente el manga creado por Masamune Shirow, serie que con “Akira” han marcado el pulso de los fanáticos de todo el mundo, tiene la oportunidad de acercar a millenials y espectadores no acostumbrados al género a un resumen de lo mejor de la ciencia ficción de los últimos años. Siguiendo los pasos de la Mayor (Scarlett Johansson), un cyborg con aspecto muy humano, por tratar de destruir todos los enemigos y villanos que atentan con la paz y el orden, cuando se le propone la peligrosa misión de liquidar a un misterioso ser llamado Hanku, que intenta asesinar a todos los miembros del grupo de científicos que ha llevado a lugares insospechados el híbrido entre robots y hombres, su vida cambiará radicalmente. “Vida” si se puede decir de alguna manera a ese estado de “pseudoconciencia” en el que comienza a estar y en el que una serie de flashbacks o imágenes holográficas comienzan a rememorarle algo sobre su pasado. En esos retornos es en donde está la clave de esta historia, un relato episódico que si bien durante su primera etapa posee sólo una escena de acción, etapa que presenta el conflicto y los personajes, al avanzar la narración todo se desencadenará en luchas, persecuciones y logrados efectos visuales que acentúan la atmósfera cyberpunk que se le ha impregnado a la película. En ese punto, esa búsqueda por saber realmente que fue de ella, de su mente anteriormente, y su relación con Hanku, está la verdadera razón de ser de un film como “La vigilante del futuro: Ghost in the shell”. El guion condensa gran parte de la propuesta original, potenciada por la presencia de Johansson, que una vez más vuelve a interpretar a una máquina (en “Ella” era un sistema operativo), tal vez por la profundidad de su mirada o el tono de voz, grave, monótono, repetitivo. Al igual que en sus anteriores adaptaciones animadas, como “Ghost in the shell”, de Mamoru Oshii (1995), la película además de ser un caramelo visual, propone una profunda reflexión sobre la identidad y la libertad, tema recurrente en la cinematografía asiática, y que la última producción americana intenta, en remakes, adaptaciones, trasposiciones, potenciar las mismas. Se puede criticar el subrayado constante sobre los conceptos, la banalidad de los planteamientos que no logran estar a la altura de sus predecesores y fuente, pero así y todo en la construcción de su discurso “La vigilante del futuro: Ghost in the shell”, y en su propuesta visual cumple con lo que promete, un dinámico y atrapante relato en el que nada ni nadie es quien aparenta o dice ser. Atentos a Takeshi Kitano y Juliette Binoche en roles claves del film y a las trepidantes coreografías en las que cada uno de los enfrentamientos y choques terminan por consolidar la poesía escondida detrás del artificio visual de la película.
Uno de los proyectos que más tiempo tuvo Hollywood en bandeja en los últimos años, finalmente llega a su estreno. La adaptación del clásico oriental Ghost in the Shell tiene aciertos, pero no evita caer en todos los lugares en que suelen caer este tipo de proyectos. Kōkaku Kidōtai, tal su título original, fue un manga creado por Masamune Shirow, originalmente publicado entre 1989 y 1990, que derivó en otra serie de mangas, series de televisión de animé, OVA’s (capítulos largos, o mediometrajes animados para video), y por supuesto, la película animé de 1995, dirigida por Mamoru Oshii, que derivó en dos películas más – un spin off y una precuela –. Una de las películas que más influenció en la llegada del animé en occidente, que junto a otras instaló una moda cyberpunk (acá tuvimos a nuestra Cybersix) y devoción por la cultura japonesa… y que, de hecho, recién logró un estreno especial en salas de nuestro país hace algunas semanas, aprovechando el estreno de la adaptación estadounidense. A grandes rasgos, lo positivo de GITS 2017, será poder ver una adaptación de acción real de la historia que cautivó a fanáticos y cinéfilos desde la animación. Lo negativo, ese pensamiento hollywoodense de creer que el público no entiende. La Mayor Mira Killian (Scarlett Johansson) es una creación cibernética, la cual tuvo un pasado humano, pero tras un accidente, su cerebro fue trasplantado a una unidad robótica simili humana. Es algo única en su especie. En el futuro en que se desarrolla la historia, la robótica ha avanzado a límites inimaginables, los humanos pueden remplazar partes de su cuerpo con partes robóticas, pero nada como Mira, un cuerpo totalmente robótico, con mente humana. La Mayor trabaja como soldado para actuar frente a los criminales de alto rango, sus altas capacidades la hacen prácticamente indestructible e invulnerable. Una serie de ataques terroristas son los que ponen en peligro a las corporaciones que gobiernan este futuro, especialmente, a la propia corporación que creó a Mira. Alguien o algo está controlando la mente de quienes poseen algún trasplante robótico, o manejando los circuitos de los robots al servicio del hombre; y los utilizan para cometer graves atentados para desestabilizar el orden actual. Cuando Mira sea conectada a uno de los robots para descubrir quién se esconde detrás de este plan, algo en ella cambiará, y comenzará a preguntarse por su propia existencia, su ser, su origen. Los que conocen la historia real, pueden notar que, con algunos cambios, el argumento original se mantiene. Esto será así, con algunos personajes agregados que uno podría entender para alargar el metraje original que no alcanzaba la hora y media, durante el primer tramo. Luego, a la hora de comenzar con las resoluciones y agrandar la premisa, definitivamente se aparta de lo que conocíamos, y ya será cuestión de cada uno, cómo lo tomará. Lo cierto es que, 2Ghost In The Shell: Vigilante del Futuro", puede ser una historia diferente que se inspire en el manga/animé, pero lo que sí alerta, es la necesidad de sobre explicar, subrayar, y simplificar todo. Ya sea mediante placas informativas, diálogos que cumplen funciones redundantes, o la extracción de cuestiones filosóficas para pasar a un plano más terrenal científico, esta versión estadounidense permanentemente se explica a sí misma y no tiene el vuelo espiritual original. Visualmente es una obra de alto impacto para los estándares de Hollywood (no es necesario invertir en la copia 3D), habrá varias escenas – repetimos, sobre todo en la primera mitad – que nos trasladarán a la obra de Mamoru Oshii, aunque le huye a la oscuridad de aquel, y el tono clásico de cyberpunk ya no estará tan presente, en remplazo de tonos blancos y grises más plásticos. No esperen la violencia ni la insinuación sexual de aquella, esto es Hollywood, y para sus estándares, es aceptable. Rupert Sanders imprime dinamismo, su trabajo es correcto, aunque algo impesonal. Scarlett Johansson intenta imitar algunos movimientos robóticos e inexpresividad emocional, aunque no siempre lo logra, quedando su labor en un medio tono, su desempeño es correcto. Entre quienes la acompañan, Juliette Binoche pone cara de ¿dónde está mi cheque? (la misma cara que puso los pocos minutos que aparece en Godzilla), Batou es el personaje que más se parece a su origen en la piel de Pilou Asbæk; y es un placer ver a Takeshi Kitano interpretar a Aramaki. Después de todo, esta no es una propuesta para bucear en grandes interpretaciones. Gosth In The Shell: Vigilante del Futuro probablemente deje más satisfechos a quienes no conozcan la obra original, y estén interesados en una obra de ciencia ficción tradicional con algún planteo más allá. Para los seguidores, hay guiños, podemos escuchar recién en los créditos finales el soundtrack coral de Kenji Kawai, y alguno de los cambios nos pueden parecer interesantes. Pero ni el clima ni la profundidad que nos conquistó están acá.
Menos mal que la traducción del título no fue literal… Ésta adaptación hollywoodense del manga ‘The Ghost in the Shell’ estuvo entre ceja y ceja de los fanáticos de la obra de 1991 y el anime de 1995, principalmente por el terror de que los ejecutivos del mundo del cine comercial no logren captar la esencia cyberpunk existencialista que alumbro a toda una generación y terminen pariendo una nueva ‘Dragon Ball Evolution’. ¿Nuestros temores se convirtieron en realidad? Bueno … primero les cuento de que va la historia. Ubicada en un futuro teóricamente cercano, Mayor (Scarlett Johansson) es el primer caso exitoso de traspaso de conciencia humana a cuerpo artificial. Ahora, siendo directora de una división paramilitar de la empresa en donde fue creada, la desmemoriada protagonista de este relato futurista se enfrentará a un caso de terrorismo, liderado por un tal Kuze (Micheal Pitt), que la llevará a un viaje por su pasado en donde habrá mas de una revelación para los integrantes de la sección 9. Para tratarse de una producción dirigida al mercado masivo, tengo que admitir que ‘La Vigilante del Futuro: Ghost in the Shell’ cumple los requisitos para entrar en la categoría de una película digna de ser vista. La dirección de Rupert Sanders es más que correcta y el ambiente creado para el film es visualmente espectacular, ya que no sólo se limita a ser mas que respetuoso al material original, si no que le agrega un estilo más futurista contemporáneo que le ofrece una ricura especial a ese apartado visual pseudo-retro tan delicioso para la vista. Las secuencias de acción son fluidas y atrapantes, las cuales vienen acompañadas con unos diseños de producción retrofuturistas (ya que en algunos aspectos se le ve lo ochentero/noventero desde lejos) y vestuarios muy bien diseñados que se lucen con esplendor en una fotografía que no necesita abusarse de l una fotografía oscura o del exceso de filtros al que nos tiene acostumbrados el cine actual. Algunos planos y escenas homenajean al excelente anime de Mamoru Oshii (del cual estoy preparándoles una review informativa) con excelencia, lo cual se disfruta el triple gracias a la decisión del estudio de mantener la historia en su ciudad original. El reparto elegido para la película es un punto digno de ser tratado. Todos perdieron la cabeza cuando anunciaron que Scarlett Johansson iba a interpretar a la Motoko occidental, ya que estábamos en frente del famoso white washing de Hollywood para recaudar mucho más de forma global. La gente se sorprendió al escuchar que el CEO de la empresa japonesa que tiene los derechos de la obra menciono que la elección de la actriz era más que acertada, ya que los temas dominantes en la idea era la naturaleza de la identidad propia. Claro que la eleccion de Johansson es OBVIAMENTE por la recaudación, pero lo importante es en como la actriz abordo el personaje. Intentar concentrarme en analizar la actuación de Scarlett cuando ésta sale a relucir su belleza con una calza blanca mientras vuela por los aires fue bastante difícil, pero en resumidas cuentas su interpretación fue interesante. Ésta versión del personaje no es superior a la original, pero si diferente, ya que saca a relucir el costado humano de éste, dejando de lado esos dialogos largos y computarizados de la Motoko original ofreciendole cierta incertidumbre a la psicología de ésta divinura cyborg. Johan Philip Asbæk es otro que hace un buen trabajo como Batou, el fiel compañero de Mayor en la sección 9, quien no sobresale pero supo llevar a cabo una versión aceptable del personaje. El guión tiene varias diferencias en general, como en el origen de la protagonista y otros aspectos que preferiría no revelarles para que se lleven sorpresas. En el se puede apreciar que la complejidad de la historia original se ve resumida en diálogos que exponen la historia de una forma bastante simple para que el público general pueda seguir la historia sin complicarse la vida. Por momentos el guión cae en cliches bastante trillados, como el ya quemadisimo dialogo motivacional antes de la batalla final o un discurso sobre la libertad y las elecciones que tenemos que tomar y blablabla toda esa sarasa que vimos en mil películas hasta la fecha. ‘La Vigilante del Futuro: Ghost in the Shell’ es una película que cumple con su función de presentar ciencia ficción de buena calidad. Sean fanáticos del material original o no, les aseguro que van a salir del cine más que satisfechos. Eso si, les aconsejo no ir a comparar. La película puede disfrutarse mucho mas si la ven como una reinvención de la historia, por lo que ir mentalizado en encontrarse un producto inferior a la adaptación animada es algo poco recomendable. dejen de hetear y disfruten una nueva visión de una historia que marco una etapa y sirvió de inspiración para mucha de las películas, cómics y videojuegos que amamos.
El fracaso de las almas La mayor Motoko Kusanagi es una hibridación de cyborg y humana a cargo de una sección policial dedicada a descubrir y atrapar a los criminales más peligrosos de la sociedad japonesa. Interpretada por Scarlett Johansson, este híbrido no sólo tiene un cerebro humano, sino que tiene su propio “ghost”, que hace referencia al título del filme, con respecto a que tiene su propia alma: siente, piensa y tiene recuerdos. Pero este ser empieza a sospechar de la compañía que la creó cuando se encuentra con otro híbrido que la hace reflexionar sobre sus propias capacidades. Este filme basado en un manga creado a fines de los 80 por Masamune Shirow, que Mamoru Oshii adaptó para un animé, se sitúa en una ciudad futurista, repleta de estímulos visuales que invaden la cotidianeidad. Las escenas de acción y el impacto visual hacen de esta película una buena opción pochoclera para los amantes del género, pero que no tienen demasiadas pretensiones. Sin embargo, la filosofía de esta historia peca de cierta: revela cómo el exceso de tecnología reemplaza las aptitudes humanas y cómo el alma, la memoria y la reflexión pueden ser enemigos de ciertos sistemas que pretenden alienar. Cuando tener un alma es, simultáneamente, un triunfo y un fracaso.
El film japonés original es un clásico del animé adulto que trabaja sobre cómo la máquina cobra conciencia y se vuelve individuo. Esta traslación al mundo “con actores” es menos pesada respecto de lo discursivo y más entretenida desde lo visual, pero respeta el problema básico del personaje central: un cyborg a mitad de camino entre la máquina y lo humano, y las consecuencias personales y morales que surgen de ello. Aunque hoy la tecnología nos ha acostumbrado a que podemos ver cualquier cosa, este film de Rupert Sanders (habrá que seguirlo: es el responsable de la muy buena “Blancanieves y el Cazador”, opera prima) aún logra conquistar el ojo y sorprender la mente. El realizador no sólo ilustra una historia conocida sino que nos muestra por qué le interesa: en ese acento personal es que la película se destaca del pelotón del tanque gigante.
La esperada adaptación del Manga Japonés tiene como protagonista a una imparable y sexy Scarlett Johansson La historia se desarrolla en un Japón futurista. Mayor (Scarlett Johansson), pertenece a un grupo de élite cuyo objetivo es luchar contra el ciberterrorismo y los crímenes tecnológicos. Pero no es una mujer cualquiera, tras haber sufrido un ataque en una peligrosa misión, su cuerpo ha quedado dañado y, ante la imposibilidad de salvarlo, ha sido sometida a una operación quirúrgica para trasplantar su cerebro en un androide. Este nuevo cuerpo artificial le permite ser capaz de realizar hazañas sobrehumanas. Rupert Sanders, dirige un filme que parece salido de los fotogramas de un anime nipón. La tecnología y el uso de CGI en los escenarios, las secuencias de acción y un gran número de personajes robóticos, resultan sorprendentes. La trama es rebuscada, laberíntica y demasiado "tech", lo que genera por momentos baches argumentarles que atentan contra el ritmo general, que sin dudas gana mucha intensidad en las escenas de combate cuerpo a cuerpo y balaceras. Johansson esta espléndida. Su mirada, su andar y sus movimientos inhumanos son creíbles. Además, y no es un dato menor, luce su físico y curvas en plenitud en casi todo el largometraje. Quizás el tono melancólico que presenta en algunos momentos del filme (los clásicos conflictos del robot con sentimiento, que ya hemos visto en infinidad de títulos sobre la Inteligencia Artificial) resultan anticlimáticos. Pero más allá de eso, esta conjunción de su "Black Widow" con Lucy es más que tentadora. A pesar de que el filme se vale de efectos digitales en casi toda su puesta, también tiene lugar a lo largo del metraje un "momento Kitano" interpretado por el famoso director/actor japonés que recuerda a la vieja escuela de filmes de acción de su factoría. La dirección de arte es deslumbrante, a pesar de que hay exceso en la utilización de unas publicidades holográficas gigantescas, que de tan reiterativas terminan fastidiando. Pero más allá de eso, el clima general remite a Blade Runner, en una correcta fusión de tecnología y sordidez. Los fanáticos del anime original quizás encuentren más peros a esta versión bastante libre, pero el público de ansias pochocleras, la disfrutará y será testigo de una muestra de ciencia ficción moderna, original y efectiva.
Crítica emitida por radio.
Vuelve la talentosa Scarlett Johansson, como heroína cybor, en la adaptación de un popular manga, y animé, japonés. Es la mayor Motoko Kusanagi, agente especial de un cuerpo de policía especializado en crímenes informáticos, aunque ella ignora buena parte de su pasado porque es apenas un cerebro humano en un cuerpo de máquina, la cáscara que contiene el fantasma de alguien que fue. Desde la primera secuencia, su "nacimiento", esta idea de un no-cuerpo que sin embargo conserva el reflejo, el fantasma sensorial del que contuvo un corazón latente, marca el peso filosófico y poético que Ghost in the Shell expone, desde el discurso, aunque con menos profundidad de la que se pretende. Si la emoción no se produce, sí hay que conceder que la película es visualmente atractiva, con una minuciosa estética retro a la que el director, Rupert Sanders (Blancanieves y el cazador) saca partido en una serie de planos cuya reiteración no termina de agotar. Lo que le juega en contra es la tendencia al exceso de los efectos visuales y un guión no demasiado imaginativo, sobre todo en las escenas de acción -¿cuántas situaciones de explosión "sorpresa" vale sumar en una sola película?-. Con sus debilidades, y después de la polémica que rodeó a la producción, por la elección de una estrella occidental para una icónica heroína asiática, Ghost in the Shell, traducida aquí como La vigilante del futuro, es un digno film de ciencia ficción. Una melancólica aventura cibernética que suma actractivos con las presencias de Juliette Binoche y el gran "Beat" Takeshi Kitano.
UNA CÁSCARA VACÍA Mucha acción, mucho sci-fi, poco contenido. Dos de tres, no está tan mal. Vamos a decir las cosas como son: “Ghost in the Shell: Vigilante del Futuro” (Ghost in the Shell, 2017) es una gran película de acción y ciencia ficción con algunos de los mejores efectos especiales que se hayan visto en el último tiempo. Pero, a pesar de que toma calcada nota del manga de Masamune Shirow y el clásico de culto animado de Mamoru Oshii, poco y nada hace con sus temas, ese análisis constante sobre las consecuencias éticas y filosóficas del desarrollo tecnológico, las inteligencias artificiales omnipresentes y la unión entre hombre y máquina que, indefectiblemente, llevan a la pérdida de identidad del ser humano y las particularidades de su existencia. Rupert Sanders –director responsable de “Blancanieves y el Cazador” (Snow White and the Huntsman, 2012)- se concentra demasiado en la forma y se olvida del contenido que, para evitar complicarle la existencia al espectador, se atiene a un thriller detectivesco bastante básico que no se explaya demasiado en la complicada naturaleza de su protagonista. Si quieren planteos sobre los límites de la ciencia y las consecuencias de las I.A. consientes, mejor miren “Ex Machina” (2015) o la primera temporada de “Westworld”, ya que no hay nada de esto en la adaptación live-action que tiene a Scarlett Johansson en el papel principal. Hablando de Scarlett, y la controvertida decisión de ponerla en el lugar de la mayor Motoko Kusanagi, el resultado es simple: Johansson hace el papel de Mira Killian, al parecer, superviviente de un barco de refugiados que, tras ser sometida a un complicado proceso, logra sobrevivir ya que su cerebro pudo ser trasplantado a un cuerpo totalmente mejorado y cibernético. Mira es única en su especie, la unión perfecta entre humano y máquina, y el arma más poderosa con la que cuenta la compañía Hanka Robotic. Un año después, Mira se convirte en el agente más eficaz de la “Sección 9”, una unidad gubernamental especializada en crímenes tecnológicos. Alguien está comenzando a deshacerse de los miembros de la compañía en cuestión, específicamente, de aquellos que formaron parte del proyecto 2501, el cual le dio “vida” a la Mayor. La chica y su equipo tendrán como misión descubrir al hacker responsable, pero tras los crímenes se esconden verdades ligadas a su propio pasado. Como verán, una drama criminal hecho y derecho, ambientado en un ¿Japón? futurista que nos recuerda muchísimo a “Blade Runner” (1982). Si vamos a ser justos, la obra de Shirow toma inspiración directa del clásico cyberpunk de Ridley Scott. A su vez, las hermanas Wachowski homenajean a “Ghost in the Shell” a lo largo de “Matrix” (The Matrix, 1999) y sus secuelas, por eso no podemos objetar que Sanders haya cerrado el “círculo” referenciando a estas obras tan importantes dentro del género. Esto no le quita mérito visual a la película, tal vez, su mejor característica, pero hasta la historia de Lana y Lilly, plantea temas que hoy (casi veinte años después) seguimos discutiendo. “Matrix” habrá quedado obsoleta después de tanto mancillar su “bullet time”, pero “Ghost in the Shell” peca de vagancia narrativa y desaprovecha esa gran oportunidad que le da su contexto. Todo el tiempo se nos dice que Mira es especial, más humana que el resto de las máquinas que pululan en este futuro donde casi todos los seres vivos han recibido algún tipo de mejora cibernética, ya sea por necesidad o por pura cosmética. Pero Scarlett (y desde el guión) no se esfuerza por mostrarnos estos sentimientos y esta ambivalencia, que sólo aflora de vez en cuando y casi sin importancia. La película se preocupa mucho más por las escenas de acción, impecables en su mayoría, y por una trama de buenos y malos, bastante trillada y conocida. En definitiva, la adaptación de “Ghost in the Shell” es la visión occidentalizada de Hollywood que, por más que se esfuerce en plagar su elenco de actores de diferentes nacionalidades, no puede alejarse de un formato clásico y una horrenda justificación para su protagonista. Si estamos en Japón, nunca lo notamos realmente, es más bien una ciudad cosmopolita adornada con reconosidísimos elementos de la cultura oriental, por aquí y por allá. En definitiva, lo que van a encontrar es una gran película de acción futurista, mucho sci-fi, grandes efectos especiales y una protagonista femenina patea traseros. No esperen mucho más, y tampoco busquen los grandes temas que plantea el material original. “Ghost in the Shell” es como Mira Killian, un ente sofisticado que no se sabe expresar.
Lo primero que tenemos que saber de “Ghost In The Shell” es que, a pesar de que tenga escenas calcadas de la película original, es muy diferente a su material base, ya que no logra explorar todos los aspectos y subtramas que se incluyeron en la anterior y eso la deja en offside. Va a ser muy difícil que se logre, pero al salir de la sala deben evitar compararla con la misma, ya que son dos cosas distintas y que consiguen resultados dispares. La adaptación hollywoodense de “Ghost In The Shell”, sin embargo, logra entretenerte a pesar de la extensión de su duración en relación al animé, a base de efectos visuales, una gran fotografía y recreación de escenarios. Ahí es donde se encuentra su punto más llamativo y admirable, en lo visual, ya que uno se pierde a veces en este futuro ficticio que se creó nuevamente para la película y cada lugar en el que se ambienta la acción es excelente. Se nota el respeto por la obra original, en ningún momento llegás a pensar que se la está profanando o insultando y creo que tampoco trata de ser ambiciosa por su parte. Más allá de la controversia de si Scarlett Johansson debería personificar un personaje asiático originalmente (cosa con la que estoy bastante en desacuerdo, pero entiendo que se necesitaba de una estrella para promocionar el film) está muy bien dentro de su papel y tiene muy buenos momentos, especialmente en las escenas de acción, donde se luce, logrando ser una de las estrellas de acción femeninas del momento. Llegué a escuchar comentarios de que se la notaba muy acartonada…está personalizando al recipiente de un alma humana, casi como si fuera un androide con sentimientos y sensaciones, por lo que es normal que haya encarado el papel por ese lado. La dirección de Rupert Sanders se destaca también por sobre la media, su narración es bastante dinámica y sobresale en las escenas de acción que están muy bien filmadas en todo momento, nada se pierde y podes ver con claridad todo lo que pasa. Lamentablemente, y como dije antes, dura cerca de 40 minutos más que la película original y esto causó que muchas de las cosas que se podían apreciar claramente acá sean pasadas por arriba como si nada. No busca generarte pensamientos encontrados, ni dejarte pensando a la salida de verla ni mucho menos quedar en tu retina cinematográfica por mucho tiempo, sino que su objetivo principal fue entretener sin arruinar la obra en la que está basada. Pierde su dinamismo por momentos en pos de un par de escenas que parecen sacadas de un manual de personajes con conflictos de identidad, pero a pesar de sus defectos, “Ghost In The Shell” cumple, no te hace sentir estafado, te divierte en todo momento gracias a la opulencia visual y te deja con ganas de volver a ver el animé original. Dentro de todo, quizás eso sea lo mejor que te deja. Puntaje: 3/5
Ghost in the Shell: Anime vs Live Action Aclaración: En esta nota dejaremos de lado la polémica sobre el whitewashing (la elección de una actriz caucásica para componer a un personaje oriental) ya que no hace foco en nuestro análisis. Las comparaciones son odiosas, pero en esta página que se dedica exclusivamente al cine animado, nos es imprescindible y hasta necesario comparar la versión live action de “Ghost In The Shell” con el film original de anime de 1995. Empecemos por decir que Ghost In The Shell es un largometraje de ciencia ficción con cierta estética de cyberpunk, que fue la inspiración de varios cineastas modernos. El caso más claro lo comprenden las (ahora) hermanas Wachowski con The Matrix (1999), en el cual se presenta muchas similitudes y cuestiones que fueron inspiradas en el manga original pero mayormente con su adaptación anime. Muchas veces la cinta del ’95 ha sido descrita como una de las películas de animación más complejas, tanto argumental como interpretativa. En los aspectos técnicos se la ha catalogado como “Obra Maestra de la animación” por la hábil combinación, de Production I.G., entre animación y gráficos computarizados, lo que da a la producción alto grado de realismo y detallismo. La historia de base, tanto en la nueva versión como en la otra, es la misma. En un Japón futurista, se narra la historia de “Major”, un híbrido cyborg-humano (la parte del “Alma” “Consciencia” o “Ghost” sería la humana), único en su especie, que trabaja en operaciones especiales y dirige un grupo operativo de élite denominado Sección 9. Motoko, también conocida como ‘the Major’ Mira Killian, es la líder de grupo de misiones cuyo objetivo es luchar contra el ciberterrorismo y los crímenes tecnológicos. Y cómo ya pudimos ver en varios tráilers, hay muchas similitudes entre un relato y el otro. Los realizadores de la adaptación live action guardaron sumo cuidado a la hora de armar toda la parte visual y los aspectos estéticos del film; y se nota el respeto por el material de origen. Sin embargo, más allá del calco de varias escenas que transcurren de la misma manera que en el anime de los años 90 (a modo de “homenaje” y “fan service”), la historia fue modificada en pos de construir un argumento totalmente innovador y no caer en el peligroso terreno de la copia plano por plano de la cinta anterior. Si no pregúntenle a Gus Van Sant y su fallida remake de Psicosis. Entonces: ¿Fueron acertadas las decisiones de Rupert Sanders y los guionistas de Ghost In The Shell? En parte sí, y en parte no. Empecemos por nombrar los logros. Podemos destacar que la producción tiene unos efectos, una fotografía y una dirección de arte exquisita que, más allá de que se presenta en su mayoría a través del CGI, están bien empleados y usados en consonancia con los escenarios reales. Se presenta algunos cambios en la construcción del relato pero, no por ello, el planteo central deja de ser interesante. Estéticamente y visualmente es magnífica y nos remite a Blade Runner (1982). Es decir, que en los aspectos técnicos se encuentra a la altura de la original o de otras grandes obras de “carne y hueso” de ciencia ficción. Los problemas los tenemos por el lado narrativo. “Ghost In The Shell” peca de simplificar y tratar de hacer más amena, entretenida y pochoclera la propuesta futurista, cosa que el anime supo mezclar bien con los aspectos más oscuros y filosóficos y dándole más de una lectura posible a la propuesta. También se nota que es un poco más larga, ya que utiliza 2 hs para contar lo que la antecesora la contó en 80 minutos. Sin embargo, el director Sanders (Snow White, The Huntsman) y los escritores William Wheeler (The Hoax, 2006) y Jamie Moss (Street Kings, 2008) en la composición del guion trataron de hacer más accesible la aventura. En síntesis, nos encontramos ante una adaptación digna y entretenida, pero que al mismo tiempo sirve para alejarnos de los prejuicios sobre la calidad narrativa/madurez del cine animado respecto a del cine live action
El film está basado en el animé (dibujo animado japonés) de 1995, que a su vez se basa en el manga (como se llama a una historieta, o comic, también de origen japonés) creado por Masamune Shirow en 1989, en el que vemos el “nacimiento”, por llamarlo de alguna manera, de Mayor (Johansson). Ella es un androide que posee un cerebro humano y por alguna extraña razón, ésta logra conservar su “Ghost”, su espíritu. De ahí el nombre de la obra “Ghost in the Shell”, que sería algo así como el espíritu (o fantasma) dentro de un caparazón cibernético. Creada por Hanka Robotics, una empresa de robótica e inteligencia artificial, Mayor es entregada a la Sección 9 para su uso como un arma de la fuerza policial japonesa. Un año más tarde de su creación, una serie de ataques terroristas en contra de directivos de la compañía, hacen que Mayor se arriesgue más de la cuenta hasta ser el blanco de ataques de un hacker conocido como Kuze (Michael Pitt). A partir de ese momento, ella comienza a ver destellos de su antiguo ser que le provocan dudar de todo lo que hasta ese momento conocía y creía. Es así que comienza una búsqueda que la llevará a conocer su pasado, lo que le dará las fuerzas para poder enfrentar a las amenazas futuras. El guión escrito por Jamie Moss y William Wheeler es -sin dudas- una adaptación muy fiel del material original. La secuencia de inicio del film es un calco del animé y verlo estremece por la fuerza misma de sus imágenes. Algunas partes del film se diferencian un poco con el animé pero la esencia de la historia es la misma. En la película, al igual que en el material original, se nota la gran influencia de películas del género como “Blade Runner”. El reparto que acompaña a Johansson, está conformado por Pilou Asbæk (como Batou), Takeshi Kitano (Aramaki) y Juliette Binoche (Dra. Ouelet), entre otros. Para mí fue un placer visual.
En los últimos años ha habido una exagerada incursión de los productores de cine sobre otros tipo de registros en busca de alguna idea “original”, digamos el comic, el manga japonés, algunos respetando más el texto y la estética de origen que otros. En realidad ante la presencia de un filme poco interesa si su origen es novela, teatro, comic, o un hecho real, carece de valor intrínseco si la traslación de un lenguaje a otro es acabada, perfecta, respetuosa, importa el texto final en si mismo. En este caso estamos frente a una adaptación del lenguaje del comic al cinematográfico, y si bien en tanto de manera general los aspectos visuales del filme son de buena factura, no puede menos que apreciarse, desde la construcción de los espacios en que se desarrollaran las acciones, la influencia de producciones como “Blade runner” (1982), “El quinto elemento” (1997), sin lograr la excelencia de esos dos ejemplos, si me apuran les digo que “Metrópolis” (1927), de Fritz Lang, me impresiona estéticamente de mejor manera. Por otro lado, y dentro del mismo orden, pero focalizando sobre el personaje principal, se huele mucho a “Robocop” (1987) en versión femenina, y de manera similar la estructura del relato, o sea a la progresión de la historia, hace honor (de mala manera) a “El vengador del futuro” (1990). Todo esto podría hasta pasar desapercibido sino fuese que su principal problema, lo que verdaderamente falla en este producto, es el guión previsible por demás, superfluo por donde se lo mire. Una perdida lamentable sobre la oportunidad de indagar o interrogarse sobre el futuro, en tanto el avance de la tecnología avasallando lo humano sin meditar sobre las consecuencias, sólo la utilización en prosecución de más poder. Ni siquiera el posible conflicto interno del personaje sobre su propia definición tiene la profundidad necesaria para captar la atención de los espectadores, que terminan siendo manipulados por la velocidad de las imágenes y su ensamble a partir de un buen montaje, sin embargo todo esto ni siquiera deriva en condiciones de suspenso. El resto de los aspectos técnicos cumplen con el cometido, la banda de sonido, el diseño del mismo, la dirección de arte, anteriormente mencionada.Un punto aparte merecen las actuaciones, con una Scarlett Johanson que hace lo que puede, no tiene demasiados matices para destacarse, en tanto que Takeshi Kitano es eficiente en su misma iconografía hasta darse el lujo de repetir parlamentos de sus propias películas, mientras Juliette Binoche cada vez que aparece opaca al resto sin demasiado esfuerzo. La historia contada es sencilla, se centra en la mayor Motoko Kusanagi, la primera combinación lograda cyborg-humana, le dan un cuerpo cibernético, le injertan el cerebro, sin darse cuenta que el alma, (que nadie sabe donde reside) sigue influenciandolo. Todo el tiempo, las 24 horas del día, nuestra heroína se la pasa trabajando para una suerte de elite policial. Su misión es detener a unos terrorista que están en contra de los avances tecnológicos- científicos, para luego derivar en una especie de historia romántica, afectivo filial, como para darle un final abierto y posible secuela. Todo sea por Scarlett. “La vigilante del futuro” tiene por título original en ingles “Ghost in the shell”, cuya traducción literal seria “El fantasma dentro del caracol”, caracol puede ser sustituido por varios sinónimos tan valederos como caracola, ostra, o concha.
Crítica emitida por radio.
Entre la controversia del whitewashing de género y la difícil tarea de adaptar una de las obras más conocidas del manga y anime, Rupert Sanders (Snow White and the Huntsman) hace lo que puede como director en este live action de Ghost in the Shell. Para empezar el film de Sanders recrea a gran escala las escenas más icónicas de su medio original con total eficacia y autoridad, el problema es que Ghost in the Shell – y hablo de anime – nunca se sintió contundente sobre los hechos de su historia. Escenas carentes de alma se pueden ver a lo largo de todo el anime y, en el caso de su adaptación, sucede exactamente lo mismo. Situaciones extremas que se sienten vacías y artificiales pero visualmente gratas suceden en pantalla de forma espectacular pero con un aire inútil carente de atracción hacia el público. Ghost in theshell tiene el lujo de poseer un gran cast con rostros internacionales. Scarlett Johansson, PilouAsbæk, JulietteBinoche, Michael Pitt y el gran “Beat” TakeshiKitanoson los nombres que aportan su magia facial para dar un puntapié de emoción a la película, no obstante, las actuaciones se sienten frías, casi soporíferas y extrañamente van de la mano con el ambiente. En los casos de Binoche y Pitt (sobretodo de Pitt) la cámara brilla y pide más de lo que se da. En contraparte a Binoche y Pitt, la asistencia de Kitano se destaca por ser forzada y deja bastante que desear – Beat Takeshi es un maestro en el arte de imponer su figura pero acá simplemente no funciona -; y para rematar el tema de talentos desaprovechados, el film utiliza a Michael Wincott de manera absurda. Su cameo es un punto extra para decir ¿no se dieron cuenta lo que estaban haciendo?.Wincott sobresale en absolutamente todo lo que hace y duele ver que su talento sea desaprovechado de esta forma, en un parpadeo se lo pierde. Estamos ante una película que acierta a nivel visual, ver Ghost in the Shell en IMAX o en 3d es casi una obligación. No vale la pena gastarse en ver la película en 2d, el film en lo que va del año es uno de los mejores ejemplos para disfrutar con anteojos 3d. En ningún momento se recurre al motion blur en escenas frenéticas, todo se muestra en paz y con armonía visual; esto quiere decir por ejemplo: si vemos una explosión o una brutal pelea, las cosas se ven de maravilla sin desenfoques que arruinen la experiencia. Ghost in the Shell es un film que se impone bien alto a nivel visual y da un respiro sobre los efectos convulsionados del 3d, lamentablemente debido a su dirección y actuaciones sintéticas no logra pasar de ser una adaptación del montón.
Ghost in the Shell: la mejor Scarlett Johansson La actriz de "Los Vengadores" protagoniza esta aventura futurista que actúa a su vez como remake de un viejo film de animación japonesa. Una nueva moda se cierne sobre Hollywood y es la de adaptar los grandes clásicos de la animación japonesa a película con actores. Así como Disney hace con sus clásicos como La Bella y la Bestia, El Libro de la Selva o La Cenicienta, los demás estudios se empeñan en buscar las mejores obras animadas del mundo (que en un 70 por ciento son japonesas) y llevarlas a Hollywood con grandes actores, por eso en los próximos años llegarán Battle Angel Alita y la ultra demoradaAkira. Ghost in The Shell, por su parte es una remake muy libre del animé homónimo dirigido por Mamoru Oshii en 1995, que tiene la dura responsabilidad de abrir el juego, y gracias a la pericia del director Rupert Sanders –el mismo de Blancanieves y El Cazador (2012)- lo logra con un gran esfuerzo. La historia, basada tanto en la película animada como en las sucesivas series y en la historieta publicada entre 1989 y 1990, relata las andanzas futuristas de un grupo parapolicial de elite llamado Sección 9 que cuenta entre sus integrantes con seres humanos comunes, otros mejorados mediante tecnología y también a una cyborg llamada Mira (Scarlett Johansson), que a su vez actúa como la líder del escuadrón. La Sección 9 es conocida por detener a los denominados criminales cibernéticos, entre los que se cuenta hackers y ciborgs que atentan contra la nación y también contra las grandes corporaciones que mantiene un status quo y la economía funcionando. La nueva misión que se le encarga al grupo es la de detener a un terrorista que se hace llamar Kuze y que hackea androides para asesinar a los responsablesde la corporación que ha construido el cuerpo de Mira. Sin embargo, la incógnita de la película –que es un doble juego para los seguidores de las versiones animadas de esta historia- no pasa solamente por ese ladoya que Mira también tiene otro tipo de dudas sobre su origen, que no termina de cerrarle y cree que Kuze puede tener parte de la respuesta por lo que su motivación para atraparlo se duplica. De esta manera, y al igual que ocurre en los grandes clásicos de robots, androides y cyborgs como “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?” de Phillip K. Dick –llevado a la pantalla grande con maestría por Ridley Scott en Blade Runner- o “Yo, Robot”, de Isaac Asimov, la angustia de no saber hasa qué punto las máquinas pueden desarrollar una conciencia invade a la protagonista que emprende dos búsquedas en simultáneo. La película es una de esas joyitas que por algún que otro motivo no llegan a convertirse un clásico. Quizá sea por respetar los tiempos del animé –que deja silencios muy prolongados-, o quizá por mezclar dos o tres historias del manga y la serie animada en una sola (aunque de manera sólida y coherente, es sí), la película no llega a una puntuación suprema pero eso no le quita lo que vale en sí. El británico Rupert Sanders, un experto en reinterpretar los clásicos de la literatura se pasa ahora a género de las historietas y el resultado es enriquecedor. La reconstrucción –en realidad reimaginación si es que existe esa palabra- que hacen Sanders y su equipo del mundo cyberpunk creado por Masamune Shirow es exquisito, plagado de detalles que hacen que valga la pena ver una y otra vez las escenas no sólo por la acción sino también por la ambientación lograda. La ciudad futurista luce inmensa, con sus edificios más altos que nunca y sus suburbios aún más peligrosos. La fotografía de Jess Hall y la música de Lorne Balfe y Clint Mansell, que imita pero no copia a la de la película animada, terminan de pintar un cuadro realmente inabarcable en una sola vista. Las escenas de acción, otro de los atractivos del film de Oshii, también se lleva laspalmas ya que no sólo recrea lo de lo original sino que lo expande hasta límites visualmente maravilosos. En definitiva, Ghost in the Shell –nos negamos a llamarla “La Vigilante del Futuro”- es una gran oportunidad de volera disfrutar de esta clásica historia en una versión remozada que además cuenta con la incomparables presencia de Scarlett Johansson en todo su esplendor físico y un Takeshi Kitano que se devora la segunda mitad de la obra.
Un film al cual le va como anillo al dedo la frase "Sobre gustos no hay nada escrito" . El que esté muy familiarizado con el Animé, es decir con el dibujo animado, va a encontrar muchos puntos en común y similitudes, pero aquel que...
Detrás de la cáscara La nueva película de “Ghost in the Shell” (subtitulada en la Argentina como “La vigilante del futuro”) es parte de una circularidad. En la década del '80, varios autores de manga (cómic japonés) se vieron influenciados por el clima oscuro y opresivo de “Blade Runner”, la cinta en la que Ridley Scott plasmó por primera vez el universo distópico de Philip K. Dick. Algo de esto se puede ver en el mundo lluvioso y los patrulleros volantes de “Silent Möbius” (de Kia Asamiya), en la serie “Bubblegum Crisis” (la protagonista, que enfrenta robots desbocados, se llama Priss, como el personaje de Daryl Hannah, y su banda de rock es The Replicants), y hasta en el Neo Tokyo de “Akira”, de Katsuhiro Otomo. Por allí también andaba Masamune Shirow, que abrevó en esas aguas scott-dickianas, como así también en el mundo cyberpunk de William Gibson (autor de la novela “Neuromante”) para cranear “Ghost in the Shell/Kokaku Kidotai”. Ahora Rupert Sanders y los guionistas Jamie Moss y Ehren Kruger pegan la vuelta y crean de la mano del diseño de producción de Jan Roelfs una Tokio futurista recargada de publicidades holográficas, a medio camino de la Los Ángeles de Blade Runner y la estética publicitaria de las ciudades de Paul Verhoeven (la Chicago de “Robocop”, por ejemplo) más “soleada”. Porque esta versión “anglosajona” de “Ghost in the Shell” tiene una apuesta a la estética muy fuerte, que por ahí se desdobla de la argumental. En el medio, hay una presencia no acreditada pero ineludible: la película animada realizada por Mamoru Oshii en 1995, con la descomunal música de Kenji Kawaii (quizás debería ser reconocido a la altura de John Williams o Ennio Morricone). Con una estética dark, un argumento denso y diálogos escuetos, es de una gran belleza visual (la escena del montaje del cuerpo de Kusanagi, con música, sigue siendo fascinante. Moss y Kruger llevan la historia para otro lado, con la inspiración dickiana en la temática de las falsas memorias; pero su apuesta es más terrenal, con villanos (verdaderos y falsos) concretos, y una especie de happy ending. Pasemos a la historia, justamente. Mascaradas En el comienzo vemos a una chica siendo llevada a un quirófano, alguien dice que su cuerpo no se salvará, y que implantarán su cerebro en un cuerpo cibernético, siendo destinada a la Sección 9 (delitos tecnológicos) de la policía. Es un mundo en el que la mayoría tiene implantes de “mejora” cibernética, lo cual deriva también en formas novedosas de cometer delitos. La ahora mayor Mira Killian es la primera de su clase, y eso no hace que deje de sentirse sola. Tiene un pasado borroso, con sus padres muertos en el hundimiento de un barco por terroristas (donde ella casi fallece) pero también unos sospechosos fallos, imágenes que se le manifiestan inesperadamente. La Sección 9 se ve involucrada de golpe en una serie de crímenes contra científicos de la empresa Hanka Electronics (la que desarrolló el cuerpo de la Mayor). El responsable, un tal Kuze, controla y reprograma robots y cyborgs para cometer esos delitos. Con el correr de la investigación, la Mayor descubrirá que atrás de las motivaciones de Kuze se juega su propio origen, que Hanka (y su dueño, Cutter) no es lo que parece y que no todo es como le contaron. Ahí hay una particularidad de esta película: el abordaje del pasado de la Mayor (que de todos modos se cuenta rapidito), dimensión que no estaba en los productos nipones; y de paso sirve para explicar por qué Motoko Kusanagi se convirtió en la caucásica Mira Killian (aunque no escasean los occidentales). Y, como dijimos, ponerle el rostro de Cutter a Hanka, como un señor inescrupuloso, e identificar al “falso enemigo” en Kuze, sacando del camino al Puppetmaster, una forma de vida inmaterial. Esto nos lleva al cambio sobre el final: si en la cinta de Oshii se apuntaba a la trascendencia, en la de Sanders hay una victoria del yo, de la afirmación individual. A fin de cuentas, ése es uno de los temas centrales: ¿Quiénes somos? ¿Cuándo dejamos de ser humanos? “No estás definido por tu pasado, sino por tus acciones”, dirá Mira/Motoko en algún momento. El título, literalmente “espíritu en la vaina”, nos mete de entrada en la discusión: es el alma, el ghost (que para nosotros suele ser un sinónimo de fantasma, pero no olvidemos que el Espíritu Santo es el Holy Ghost) lo que nos hace humanos y nos distingue de la máquina, por más perfecta que sea; y la intervención de la mano del hombre no nos convierte en artificio (ése era el dilema de Rei Ayanami en “Evangelion”, ya que hay “manganimeros” en la sala). Apuesta estética Donde sí hay un homenaje a Oshii es en el “guión de escenas”: Sanders se regodea en tener el salto de la Mayor desde el techo con su habilidad de hacerse invisible, el enfrentamiento con la geisha robótica, la pelea de puños en el agua, el remanso del buceo y el clímax con el tanque araña (algún fanático habló de los basset hounds en el callejón, pero eso es para gente muy atrapada). Es que es en el terreno visual donde la película gana: desde el trabajo en animación digital para darle vida a la ciudad holográfica, o la invisibilidad, al desarrollo en animatronics (efectos mecánicos) de la empresa Weta (la geisha es la actriz Rila Fukushima envuelta en una armadura, junto con muñecos para otras escenas). La fotografía de Jess Hall crea un universo luminoso, aséptico: es la visión del futuro que tenemos ahora, en los tiempos de la luz de LED y los smartphones. Y, tanto en la acción como en la quietud, hay algo “animero” en el planteo general. El elenco, con las caracterizaciones del caso, acompaña esa propuesta estética. La polémica sobre el pasaje de personajes asiáticos a occidentales es atendible, pero en el universo del manga y el anime siempre existió esa ambigüedad de ojos grandes y expresivos. Scarlett Johansson es ideal para el papel (aunque Margot Robbie haya sido una de las propuestas originales). La rubia que acá está morocha (con el corte de pelo pensado por Shirow) siempre se luce en papeles de superheroína de pequeño tamaño, grandes habilidades y fuerte determinación, como la Viuda Negra de Marvel o su personaje en “Lucy” de Luc Besson (que gusta de esas heroínas, como Milla Jovovich), al mismo tiempo que sabe darle espesor dramático a la soledad de su personaje. Otro de los hallazgos es Takeshi Kitano como el jefe Aramaki: con su porte inexpresivo y pausado, hablando todo el tiempo en japonés, es el representante del cine nipón, y tiene un peso en pantalla casi sin esfuerzo. Del otro lado, un irreconocible Pilou Asbæk tiene suficiente humanidad como Batou, el compañero de la Mayor, como para aterrizarla en el mundo. Juliette Binoche, actriz de fuste, se hace cargo sin problemas de la doctora Ouelet, la “constructora” de Mira. Por ahí, a Michael Carmen Pitt y Peter Ferdinando, Kuze y Cutter respectivamente, les falte un poco de intensidad en sus roles de contrafiguras. En síntesis: una rica experiencia visual, un mito de la cultura japonesa revisitado por la nueva imaginería global, que promete más de estas experiencias. Konnichiwa, Kusanagi-san. buena “Ghost in the Shell: La vigilante del futuro” “Ghost in the Shell” (Estados Unidos, 2017). Dirección: Rupert Sanders. Guión: Jamie Moss y Ehren Kruger, sobre el manga de Masamune Shirow. Fotografía: Jess Hall. Música: Lorne Balfe y Clint Mansell. Edición: Billy Rich y Neil Smith. Diseño de producción: Jan Roelfs. Elenco: Scarlett Johansson, Pilou Asbaek, Takeshi Kitano, Juliette Binoche, Michael Carmen Pitt, Peter Ferdinando, Rila Fukushima, Chin Han, Danusia Samal. Duración: 108 minutos. Apta para mayores de 13 años con reservas. Se exhibe en Cinemark.
El mundo que se plantea en Ghost in the Shell, desde el manga original hasta la última película estrenada, es un mundo de límites difusos. La distinción entre hombre y máquina es cada vez más difícil a medida que la población se pone más y más implantes tecnológicos que mejoran su cuerpo. Los límites culturales también son poco distinguibles: la acción transcurre en un Japón distópico en el que cohabitan franceses, americanos, ingleses, japoneses, africanos, y entre todos el pase de un idioma al otro sucede sin mayores dificultades. En este contexto y, justamente, por este contexto, Major (Scarlett Johansson) es única. Es el primer ¿humano? cuyo cuerpo es completamente artificial. En esa carcaza habita su mente, su “fantasma”. La película animada de 1995 planteaba como conflicto central la pregunta: “¿Qué soy?”. La versión que nos llega ahora a nosotros, dirigida por un Ruper Sanders, empieza con esa pregunta, pero, no tan lentamente, la deja de lado por otra un poco más acotada: “¿Quién soy?”. Se habló bastante de que el casting de Scarlett Johansson es parte de lo que se llama whitewashing, es decir, poner a un actor blanco a interpretar un personaje que, tradicionalmente, es de una minoría (en este caso, un personaje asiático). Los motivos extracinematográficos por los que se tomó esa decisión, en esta nota, no me interesan. Los problemas de Hollywood en cuanto a representación existen, pero el análisis caso por caso es inútil e irrelevante, el diagnóstico solo se puede hacer en una escala macro. Por lo tanto, en el contexto específico e individual de Ghost in the Shell, el casting de Scarlett no es gratuito. El conflicto de Major en la película es, como dijimos, la búsqueda de su propia condición de ser y, en concreto, la búsqueda de su identidad individual. Quién era antes y qué/quién es ahora. En este sentido, en un mundo donde los límites culturales y humanos están constantemente puestos en juego, que haya una discordancia racial entre el cuerpo y la mente le agrega una capa más a ese conflicto. Esto también estaba, en cierta medida, en el anime original: el ghost del villano era un hombre, pero el cuerpo que habitaba era de una mujer. ¿Qué es lo que define quiénes somos? Como el anime (pero de una manera bastante distinta), la película no ofrece respuestas claras.
El fantasma de la Shell. Cuando uno ve la película supone que tanto estética como argumentalmente está muy inspirada en Matrix. Pero en realidad las hermanas Wachowski fueron las que primero se inspiraron en esta película. Es que se trata de una adaptación en acción real del genial animé Ghost in the Shell de 1995, que a la vez es una adaptación de la historieta del mismo nombre. La Vigilante del Futuro muestra la historia de una agente de la policía mitad humana y mitad robot. Como un Robocop pero más linda. En este futuro donde todo está conectado a una gran red, las personas se implantan órganos y partes del cuerpo cibernéticos. Por ejemplo se hacen hígados artificiales para poder escabiar tranquilos y sin consecuencias para la salud. Pero como también es posible implantar recuerdos, la Mayor Scarlett Johansson empieza a dudar sobre su verdadero pasado. Su mente humana, el fantasma, empieza a desconfiar de su memoria digital y de su cuerpo-recipiente. La idea de fantasma en la “almeja”, para no decir “shell”, está tomada de la idea del “fantasma en la máquina” del filósofo Gilbert Ryle que se preguntaba sobre las relaciones entre la mente y el cuerpo. En la película Ex Machina de 2014 otra chica-robot empieza a comportarse como una humana. El objetivo del protagonista es evaluarla para saber si este prototipo de Inteligencia Artificial es capaz de ser consiente de sí mismo o sólo está simulando. O sea, su aparente consciencia es sólo el producto de su programación. A lo que su creador concluye “¿Pero acaso no estamos los humanos también programados?” No podemos elegir del todo nuestros propios gustos. Estamos determinados. Y tal vez, sólo fingimos tener conciencia de nosotros mismos. Tal vez, nuestros simulacros diarios son nuestras verdaderas personalidades. Lo cierto es que en todas estas películas se pone en juego el problema ético y filosófico de la existencia, pero de una manera bastante divertida. Probablemente los fanáticos de la Ghost in the Shell original protesten contra las obvias diferencias. Pensemos que el final de la original es más parecido al final de Ex Machine que al de esta película. Pero una diferencia interesante es que en esta nueva versión existe la idea de una recuperación del pasado más significativa, pensado como un recuerdo y como una identidad. Parece existir una posición más política en relación a la memoria y a la verdad. Más parecida a las deudas pendientes que todavía tienen nuestros países que a dilemas cibernéticos de las novelas de ciencia ficción.
- ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma? Blaise Pascal Plantear la crítica de una remake es complicado, peor aún si la adaptación es hito de la animación mundial. La mayor dificultad reside en entender la obra como complemento de su totalidad o, descontextualizarla, como obra individual. En lo particular simpatizo con la primera idea, y pienso que debe entenderse como totalidad. Dicho esto, expreso mis más sinceras condolencias por el reciente estreno de La Vigilante del Futuro (¡¡Qué traductor hijo de puta!!) o mucho mejor Ghost in the Shell (Rupert Sanders). Empecemos por lo peor. Dejando de lado las buenas intenciones, a Rupert Sanders y cia., la película les quedo grande. Es denigrante ver como arruinaron la belleza filosófica original por una narración insulsa y vacía. GITS (Mamoru Oshii, 1995) trataba de la naturaleza de la existencia misma. Ambientada en un intrincado plano geopolítico, el espionaje y lucha de intereses evocaban los años de la guerra fría (1945-1989). El sentido de fotografía (oscuro y penumbroso) y los silencios de M. Kusanagi fueron hilos conductores hacia un desenlace inexorable. Ni hablar de la banda de sonido, SU-BLI-ME. Digo esto, porque en comparación, Ghost in the Shell de Sanders, adolece de alma. Visualmente es impecable, pero aunque el montaje y fotografía respeten la ambientación cyberpunk futurista, no lograron alcanzar la poesía de Oshii, en la que ninguna imagen fue dejada al azar. Otro punto en contra es la banda de sonido. Muuy lejos de lo inquietante y sobria de la original. Pero lo peor de todo, es el guión. Incomprensible como Ehren Kruger (guionista) es seleccionado para una proyecto con tanto potencial como GITS habiendo sido guionista de Transformers: La venganza de los Caídos (Michael Bay, 2009), Transformers: El Lado Oscuro de la Luna (Michael Bay, 2011) y de Transformers: La Era de la Extinción (Michael Bay, 2014). O sea, le pagaron por nada, son tres terribles bostas. Jamás entenderé la devoción del cine comercial (norteamericano) por la simplicidad argumentativa. Lo peor de la nueva Ghost in the Shell es el guión. Vayamos a las actuaciones. Puedo decir, sin temor a equivocarme, que toda la Sección 9 estuvo a la altura del film. Me gustaría destacar a Pilou Asbaek que capto perfectamente la esencia de Batou, compañero incondicional de Kusanagi. Es un placer ver a Takeshi Kitano (Aramaki) decir la mejor frase de toooda la película. Scarlett Johansson cumplió con su cometido, solo que dé a momentos fue gracioso ver como movía los brazos en busca de emular un androide. Una pena que el resto del equipo no tuviera suficientes minutos en pantalla para profundizar sus personajes. Juliette Binoche (Dra. Ouelet), intrascendente. Peter Ferdinando (Cutter), innecesario. Michael Pitt (Kuze), insufrible. En conclusión, La Vigilante del Futuro: Ghost in the Shell resulta entendida como obra individual es un excelente entretenimiento, pero como complemento a la obra en sí, es un cascaron vacío, símil a los androides sin su ghost que luchan por el reconocimiento de su existencia.
Con un fantasma un poco débil "Ghost in the shell" es la esperada adaptación al cine del manga mundialmente conocido del mismo nombre. Mucha expectativa se había generado por el hecho de que fuera sobre una serie con gran cantidad de fans pero también porque la protagonizaría la curvilínea Scarlett Johansson. El director del proyecto es el inglés Rupert Sanders, el mismo que estuvo a cargo del film de aventuras y acción "Snow White and the Huntsman" con Kristen Stewart. Si contraponemos expectativa y resultado final, debo decir que este último factor se acerca al tope de la línea pero no llega a sobrepasarla. No logra exceder lo que el fan esperaba del arribo de una historia de esta magnitud al mundo cinematográfico. En gran parte es culpa del guión que no logra ser lo suficientemente fuerte y entretenido. En varias ocasiones bostecé y miré la hora. Si bien tiene algunos grandes momentos, por lo general no logra mantener la atención ni permite al espectador establecer una conexión emocional con los personajes. Creo que si bien Scarlett hace un buen trabajo con lo que tiene, no llega a empatizar al 100% con el público. Lo mismo creo de los personajes de Batou y Aramaki. El film tiene un aura muy de inicio de franquicia y eso creo que le quitó potencia. Aún así la historia que lleva a nuestro personaje principal, Motoko, a convertirse en Major tampoco logra calar hondo. Si nos enfocamos en lo visual, esta película de Rupert Sanders es impresionante y logra trasladar a la acción real ese universo animé que nos había regalado Mamoru Oshii en el film original de 1995. En este sentido no hay nada que objetar. Los efectos especiales son impresionantes y las secuencias de acción están muy bien logradas. El inconveniente surge, como siempre, cuando el guión no está del todo pulido y no llega a ser una historia que pegue fuerte. Nos acordaremos muy bien de Scarlett en ese ajustado traje blanco pateando y trompeando a todo lo que se le cruce en el camino, pero la historia, el villano y el desenlace de la película serán recuerdos borrosos luego de un par de meses.