El ser humano perfecto. Dentro de lo que podríamos denominar la historia de las adaptaciones cinematográficas de Tarzán, el famoso personaje creado por Edgar Rice Burroughs en 1912, debemos identificar dos períodos bien marcados: mientras que durante la primera mitad del siglo XX las traslaciones se alejaron de los orígenes aristocráticos del susodicho y enfatizaron su carácter primitivo (hablamos de los opus protagonizados por Johnny Weissmuller y una infinidad de imitadores circunstanciales), desde las décadas del 50 y 60 hasta nuestros días se fueron restableciendo de manera progresiva algunos de los elementos inaugurales de las más de veinte novelas de Burroughs sobre el “hombre mono” (en esencia se dejaron de lado los detalles más pueriles de antaño y se comenzó a hacer foco en la paradoja intrínseca del personaje, en el que conviven la humanidad privilegiada y una naturaleza llevada al límite). La otra gran diferencia la hallamos en los relatos en sí, ya que en la primera etapa primó la estructura serial y en la segunda dominaron los unitarios que pretendían sintetizar el desarrollo estándar del protagonista en un único film. La Leyenda de Tarzán (The Legend of Tarzan, 2016) condensa aún más la historia y ofrece flashbacks de la niñez del personaje -y su crianza en la jungla- para concentrarse a nivel narrativo en ese segundo acto que conocemos de memoria, cuando vuelve a la Gran Bretaña que lo vio nacer, pasa un tiempo rodeado de la hipocresía de la civilización y eventualmente decide regresar a África para reencontrarse con los suyos. Si bien este esquema es apenas el disparador para un planteo ideológico interesante acerca del colonialismo europeo y su predilección por la esclavitud y el latrocinio, a decir verdad la propuesta arrastra todos los vicios formales de nuestra época. Aquí la excusa para la vuelta a la selva viene a colación de un viaje en pos de chequear las barbaridades que la monarquía belga lleva a cabo en el Congo con el objetivo de rapiñar los diamantes del territorio. Hoy el villano de turno, Léon Rom (Christoph Waltz), engaña a Tarzán (Alexander Skarsgård) para que retorne al “continente oscuro” como invitado del Rey Leopoldo II, con el propósito de entregarlo al jefe tribal Mbonga (Djimon Hounsou), quien a su vez tiene una cuenta pendiente con el protagonista. Más allá de las buenas intenciones y el afán por recuperar temáticas subyacentes a la epopeya de Burroughs, como la crueldad humana y la destrucción de la naturaleza, la película tiende a privilegiar el facilismo de las aventuras, la verborragia y los secundarios obtusos, como el interpretado por Samuel L. Jackson, por sobre cualquier análisis de la psicología del personaje principal. De hecho, la que se roba el show es Margot Robbie, una actriz que compone con aplomo e inteligencia a Jane, la esposa de Tarzán, en esta ocasión una suerte de pretexto narrativo complementario que pasa a primer plano (promediando la trama, Rom la secuestra para “incentivar” a Tarzán a que lo siga hacia las garras de Mbonga). Skarsgård, por su parte, cumple dignamente en su rol pero a veces se lo siente algo perdido en medio de un guión demasiado superficial a cargo de Adam Cozad y Craig Brewer. El director David Yates hace exactamente lo mismo que hizo en los últimos capítulos de la saga del palurdo de Harry Potter, a saber: por momentos el británico satura la pantalla con una catarata de CGI de plástico para los animales, travellings innecesarios, un esteticismo muy sobrecargado y muchas escenas de acción que se debaten entre la celeridad y la cámara lenta más burda. Tomando elementos de la superior Greystoke: La Leyenda de Tarzán, el Rey de los Monos (Greystoke: The Legend of Tarzan, Lord of the Apes, 1984), la obra no se decide entre ser un exponente ochentoso de acción, un opus de aventuras en tierras inhóspitas o un mamotreto de superhéroes. En este sentido, basta con presenciar las proezas físicas de este nuevo Tarzán para de inmediato homologarlo a cualquier ejemplo de los muchachos y muchachas en calzas ajustadas de los últimos años, circunstancia que lamentablemente nos aleja de lo que podría haber sido una adaptación más realista y nos acerca en parte a esa infantilización contemporánea que pregona el mainstream. El gran problema de la película se reduce a su idiosincrasia dubitativa/ confusa, siempre combinando lo que sería el ideal del ser humano perfecto, el animalizado, con la pomposidad visual más grotesca y frívola…
No se puede negar que entrega mucha aventura y acción, pero lamentablemente es un producto rápidamente olvidable pues no ofrece una historia lo suficientemente fuerte como para que el espectador no quiera ni pestañear o sienta subir la adrenalina a tope. Esto es motivado por...
La fuerza pública. El realizador David Yates, responsable de las últimas películas de la saga de Harry Potter, fue el encargado -junto a los guionistas Adam Cozad y Craig Brewer- de la actualización de la popular historia de Tarzán y Jane, los míticos personajes creados por el escritor Edgar Rice Burroughs en 1912. Desde aquellos inicios más de doscientas obras han retomado de alguna manera las aventuras de Tarzán, el personaje criado por una tribu de feroces y temibles gorilas, los Mangani. La Leyenda de Tarzán se sitúa en este contexto tras el regreso de John Clayton (Alexander Skarsgård) y su esposa Jane (Margot Robbie) a su posición de Conde de Greystoke en Inglaterra. La nueva versión del hijo de la jungla inicia con la carrera colonial europea para saquear los tesoros de África con la excusa de la extensión de la civilización, realizando una denuncia tan interesante como inesperada sobre la expropiación de los recursos, la esclavización de los habitantes y la destrucción de las culturas y el patrimonio. Tras la repartición de los territorios africanos en las Conferencias de Berlín por parte de las potencias europeas durante 1884 y 1885, el Rey Leopoldo II de Bélgica envía a Léon Rom (Christoph Waltz), su lugarteniente, para encontrar los diamantes de Opar en el Congo, retomando en parte el relato de la quinta novela de Tarzán escrita por Burroughs, Las Joyas de Opar, publicada en 1916. El jefe Mbonga (Djimon Hounsou) le ofrece a Rom intercambiar las valiosas joyas que su rey necesita -para finalizar su conquista del territorio africano con un ejército de mercenarios que esperan ansiosos su paga para comenzar el genocidio- por Tarzán, a quien busca para vengarse. Para cumplir su imperial misión, Rom invita en nombre del rey belga a un reticente John Clayton al Congo para homenajearlo como “hijo de África”. Tras la negativa inicial, John es convencido de regresar a su selva natal por George Washington Williams (Samuel L. Jackson), un emisario norteamericano que sospecha de la utilización de mano de obra esclava en los ferrocarriles y las ciudades en construcción en la colonia belga. Para recrear el ambiente de la época decimonónica, La Leyenda de Tarzán se apoya en la fotografía detallista de Henry Braham, en una gran labor del equipo de dirección artística y en un guión simple pero meticuloso que propone una nueva lucha entre un héroe legendario contra un villano codicioso e inescrupuloso. De esta manera, el film construye con profundidad y calidez la personalidad de cada uno de los protagonistas en una historia heroica de profundo contenido social, muy distante de las banales y melodramáticas aventuras de su creador. Afortunadamente, lo que más llama la atención de la propuesta de Yates es la marcada mirada crítica sobre los procesos sociales e históricos, con un afán revisionista de la colonización africana por parte de los países europeos como una atrocidad y un crimen contra la humanidad en nombre de la monarquía y el capital como epítetos del poder y el dinero. En un momento muy particular de la terrible historia de la descolonización de los países africanos, en que los procesos democráticos se imponen a través de las luchas ciudadanas, la visión de una África de pie ante el invasor/ opresor no es menor y merece un gran saludo.
El caballero de la jungla. Llega siempre un momento del año en que se estrena una película de la cual nadie estaba esperando -mucho menos pidiendo-, y si bien funcionan a nivel acción y entretenimiento muy básico como Drácula, Untold (2014), o cualquiera de las últimas de Hércules, La leyenda de Tarzán (2016) cae en el mismo casillero con el mismo problema, en ningún momento a nadie le importa nada de lo que está pasando en pantalla.
¿Cómo adaptar “La leyenda de Tarzán” a los tiempos que corren? Alcanza con darle una Jane feminista y un sidekick afroamericano fue la respuesta de Hollywood. Un personaje cargado con el potencial trasfondo de temas actuales como el racismo y el imperialismo desde el momento de Edgar Rice Burroughs lo concibió. Así, el hombre criado por los gorilas, todavía tiene “conversaciones con los animales”, viaja en lianas oscilantes y nos somete a su famoso grito, pero esta versión de la leyenda es tan políticamente correcta, como condescendiente y por momentos absurda. Tarzán lucha contra los animales sin matarlos, es querido por todo el continente y adorado por todos los africanos que conocemos. Y los salva de la amenaza Europea. La historia comienza cuando conocemos a Lord Greystoke en Londres, donde ha vivido durante años con su esposa Jane, una Margot Robbie bien como siempre, una actriz que nació estrella de cine. Él todavía tiene las manos de un hombre que creció corriendo en cuatro patas. El rey Leopoldo de Bélgica ha cerrado el Congo al mundo y está cometiendo atrocidades en nombre de las ganancias que producen las riquezas (marfil, minerales) africanas. Tarzán debe volver “Ya he visto África” Greystoke se queja. “Y hace calor.” Ese es el nivel del guión. Párrafo aparte merece la actuación de Alexander Skarsgard como el hombre mono, despojado de carisma y química con sus compañeros actores, Skarsgard merodea la película sin expresión alguna, hasta los monos en CGI expresan más emociones que el actor sueco. Sólo nos queda pensar que tal vez el director lo marcó así… Un enviado estadounidense, sobreviviente de la guerra civil y oportuno comic relief (Samuel L. Jackson) lo convence de unirse a él para una misión de investigación. Jane es la más entusiasta de todos, a pesar de que no está invitada. El hombre de confianza del rey Leopoldo en África, interpretado por Christoph Waltz (haciendo de otro villano bien compuesto), se prepara para secuestrar a Tarzán y entregarlo a un antiguo enemigo (Djimon Hounsou, otra vez con diamantes como en “Blood Diamond”, de 2006 ). Mientras los flashbacks nos cuentan la historia -ya demasiado familiar- de cómo Tarzán llegó a ser lo que es y cómo conoció a Jane, paseamos por una selva soñada, que incluso en las escenas que capturan un poco de África, se ve falsa y digital. Las avestruces, gorilas, leones, hipopótamos y cocodrilos digitales hacen la película muy segura para el elenco pero para los espectadores nunca se ven reales. No se puede hacer una declaración audaz o película de acción emocionante cuando cada cuadro está lleno de miedo atroz de ofender a alguien, de alterar los derechos de los animales, o de dar al público un Tarzán irreconocible. El resultado es una “leyenda” que se siente moderna, y moderna en este contexto significa ser víctima de la mediocridad del cine comercial del Hollywood actual.
A poco más de 100 años de ser creado por el escritor Edgar Rice Burroughs, Tarzán nunca precisó de lianas para mantenerse en lo más alto de la cultura popular. El cine contribuyó de manera decisiva para que eso sucediera. Durante los últimos tiempos no tuvo demasiada participación pero siempre estuvo ahí, camuflado entre otros íconos como entre el follaje de la jungla. Al siglo XXI le estaba faltando una nueva versión del personaje, y La Leyenda de Tarzán llegó para ocupar ese espacio. Es 1890, y el otrora Rey de los Monos (Alexander Skarsgård) es John Clayton III, Lord Greystoke, el rol que le correspondía de nacimiento, antes de que sus padres quedaran varados en el Congo y fuera criado por gorilas. Aunque debe convivir con su historia, con su leyenda, está determinado a seguir abrazando su nueva vida en la civilización, bebiendo té y recorriendo sus aposentos junto a su amada Jane (Margot Robbie). Pero surgirá la oportunidad de volver a aquellas peligrosas tierras, en calidad de representante británico del Parlamento. Lo acompañan Jane y George Washington Williams (Samuel L. Jackson), estadounidense veterano de la Guerra Civil, en busca de supervisar la situación de esclavismo por parte de los colonos. El emotivo reencuentro con nativos y mamíferos será breve: pronto descubre que lo estaba esperando Léon Rom (Christoph Waltz), cruel emisario del Rey Leopoldo II de Bélgica, responsable de un plan que incluye entrega, revancha y explotación de los recursos naturales. Lord Greystoke deberá volver a ser Tarzán para salvar a todo lo que ama. Esta nueva encarnación mezcla, de manera satisfactoria, la impronta de las películas estelarizados por Johnny Weissmüller y la de Greystoke: La Leyenda de Tarzán, el Rey de los Monos. Por un lado, aventura, peligro, romance, humor, emoción. Por otro, realismo e introspección cercanas a las de Christopher Lambert en el largometraje de Hugh Hudson. Al igual que en sus telefilms para la BBC y en las andanzas de Harry Potter que dirigió, David Yates le suma elementos de intriga política; presenta los estragos ocasionados por la ambición y la codicia de los monarcas europeos durante sus incursiones africanas, que incluyen la esclavitud de las tribus y el comercio de marfil. Ya desde el argumento se incorpora el impacto de la historia de Tarzán (hasta algunos de los personajes recuerdan la famosa frase “Yo Tarzán, tú Jane”), pero más allá de los guiños para conocedores, evita el homenaje puro y duro y la nostalgia estratégica. De hecho, no cuenta todo otra vez desde cero y sólo recurre a calculados y logrados flashbacks, a modo de recuerdos del protagonista. Los animales son esenciales en estas producciones. Los Tarzanes anteriores interactuaban con fieras de verdad, aunque algunos simios solían ser personas disfrazadas. Ahora, en sintonía con el cine de Hollywood actual, todas las criaturas son digitales. Lejos del abuso del CGI, los efectos especiales se concentran aquí, ya que los deslumbrantes parajes de África son reales y el estilo de Yates sigue siendo mayormente artesanal, de la vieja escuela. Alexander Skarsgård es creíble desde lo físico a la hora de correr, saltar y luchar, y también como un individuo que se debate entre su costado salvaje y su rol de aristócrata. Por su parte, Margot Robbie también compone a una Jane distinta a las de antaño; ya no es una damisela asustadiza sino una mujer temeraria y audaz, que no se deja intimidar por la amenaza. Justamente el enemigo de turno viene representado por Christoph Waltz, quien sigue engrosando su lista personal de villanos elegantes aunque por momentos explosivos. Samuel L. Jackson aporta elementos cómicos, pero no deja de darle a George Washington Williams un aire comprometido y torturado por su pasado. El menos aprovechado es Djimon Hounsou, como el vengativo jefe de una tribu. Aun con sus imperfecciones (una interesante subtrama queda resuelta de modo rápido y desprolijo), La Leyenda de Tarzán es un espectáculo vibrante, con un acertado balance entre escenas intimistas y secuencias impactantes. Una nueva y fresca mirada sobre un ídolo eterno.
Tarzán vuelve a la pantalla grande y tiene los mejores abdominales del mundo. Uf. El rey de la selva está otra vez entre nosotros con una vuelta de tuerca más aventurera y una historia romántica a cuestas que trata de alejarse de las versiones anteriores. Olvídense, por un momento del “hombre mono” que fue criado por simios en la jungla, y piensen en un lord inglés que vive en una enorme mansión junto a su esposa y una parva de sirvientes. Así comienza “La Leyenda de Tarzán” (The Legend of Tarzan, 2016), una nueva adaptación de la clásica historia de Edgar Rice Burroughs, a cargo del director David Yates, conocido por las últimas entregas de la saga de Harry Potter. Alexander Skarsgård (por siempre el vampiro Eric de “True Blood”) se pone en la piel de John Clayton, heredero del nombre y la fortuna familiar que abandonó la selva desde hace tiempo y ahora vive tranquilamente junto a su querida Jane (Margot Robbie), también criada entre animales salvajes y nativos del Congo. John es tentado por la corona belga para regresar a su hogar natural, pero sólo acepta la “misión” cuando George Washington Williams (Samuel L. Jackson) lo insta a tomar conciencia de las atrocidades que se cometen en el lugar como la matanza indiscriminada de humanos y animales, así también como la esclavitud. Los Clayton viajan con la esperanza de reencontrarse con viejos conocidos, pero pronto descubren que es una treta para atraer su atención. El responsable es Leon Rom (Christoph Waltz), quien trabaja bajo las órdenes del rey Leopoldo y sólo busca apresar a Tarzán y así intercambiarlo por una cuantiosa suma de diamantes que podrán salvar la baqueteada economía belga. Por ahí viene la trama de esta aventura non-stop que nos hará recorrer cada rincón de la selva y sus peligros cuando Rom tome a Jane como moneda de cambio. El pasado de Tarzán y su amada, el motivo por el cual Mbonga (Djimon Hounsou) –jefe de una tribu de guerreros- busca venganza, la avaricia del hombre blanco y otras cuestiones se mezclan en esta historia que todos conocemos muy bien, aunque dista muchísimo de, por ejemplo, la versión animada de Disney. John debe volver a sacar a su fiera interior (esa que trató de esconder por mucho tiempo) para atravesar cielo y tierra, y rescatar a su esposa que, acá, es mucho más combativa y no se queda en el simple papel de damisela en peligro, aunque se esfuercen demasiado en recordárnoslo cada dos minutos. Skarsgård y Robbie hacen lo mejor que pueden con una historia llena de clichés y poca sustancia, son lo mejorcito de esta aventura que intenta tener un mensaje más profundo cunado se mete con cuestiones más humanitarias (la gran novedad, si se quiere), pero se queda por el camino en medio de tanta acción y flashbacks que van y vienen en el relato para contarnos el pasado de estos personajes y cómo se conocieron. “La Leyenda de Tarzán” tampoco se impone desde lo visual, sobre todo si la comparamos con “El Libro de la Selva” (The Jungle Book, 2016) y sus geniales criaturas animadas. Ojo, tampoco tiene efectos desastrosos y muchos movimientos de cámara nos dan una gran sensación de estar inmersos en medio de la acción, pero se notan algunos de sus “hilos”. Lo peor, aunque no lo crean, son Waltz, Jackson y sus estereotípicos personajes, los mismos que vienen repitiendo desde hace años (pueden culpar a Tarantino por ello) y acá molestan más de lo que aportan a la historia. En serio, Rom es insoportable desde el minuto cero. “La Leyenda de Tarzán” intenta darnos una nueva visión del personaje de Burroughs, pero a pesar de sus buenas intenciones, se queda por el camino, incluso se vuelve aburrida cuando insiste en concentrarse en la historia de amor entre Tarzán y su Jane, gente linda, pero no lo suficiente para captar nuestra atención a o largo de dos horas de película.
La nueva versión de Tarzán llega con el actor sueco Alexander Skarsgård como un personaje aburguesado que regresa al Congo y enfrenta al malvado de turno, encarnado por Christoph Waltz. Una visión moderna, vertiginosa y sin mayores novedades. Después del Tarzán encarnado porChristopher Lambert o Johnny Weissmüller en la serie, el nuevo "hombre de la selva" -más cerca de Ron Ely- llega de la mano del actor sueco Alexander Skarsgård, de reciente visita en Argentina para promocionar la película basada en el personaje creado por Edgar Rice Burroughs. Dirigida porDavid Yates -Harry Potter y las Reliquias de la Muerte- la película nos muestra al hombre que fue criado por los simios y que ahora está instalado en la civilización como John Clayton III, Lord Greystoke, junto a su esposaJane -Margot Robbie-. Cuando acepta la propuesta de volver al Congo como embajador de comercio, se encuentra con un plan ideado por el malvado capitán belga Leon -Christoph Waltz-, que responde a las órdenes del Rey Leopoldo, y se enciende una vez más la mecha de la aventura. En un camino plagado de peligros y junto a su compañero de travesía -Samuel L. Jackson-, sobreviviente de la guerra civil, lucharán contra el tráfico de esclavos. El hombre que habla con los animales deja por un rato el té inglés y se vuelve a colgar de las lianas. Entre "flashbacks" que muestran su pasado y crecimiento en medio de los peligros de la selva, el enfrentamiento entre manadas de simios y una tribu amenazante, la película salta directo a la acción e impone la figura de un héroe moderno y racional que vuelve a su lugar de origen pero conservando la destreza desarrollada en el corazón de la jungla. El uso del 3D sirve en esta ocasión para potenciar el vértigo de los vuelos entre lianas -como en la secuencia del tren-, las caídas desde la altura y la estampida de animales, trayendo además a un villano obsesivo, aristocrático y con la venganza a flor de piel, rol a cargo del actor de Bastardos sin gloria. Mientras Jane asegura "mi esposo no es un hombre normal", se convierte en la carnada ideal para que el antagonista se encuentre con Tarzán. Una historia clásica contada con la tecnología del cine moderno, sin mayores novedades, y con un nuevo rostro para un personaje cuyo típico grito aún se escucha.
John Clayton III, más conocido como Tarzan, se encuentra en la Inglaterra de 1884. Ya pasaron varios años desde que dejó atrás la jungla para llevar una vida totalmente distinta; ahora esta conviviendo en la sociedad aristocrática de Londres junto a su esposa Jane. En un momento es invitado por el mismísimo Rey Leopoldo II a una visita por el Congo, pero esto es más que nada una estrategia para llevarlo hacia una trampa en donde la venganza está muy presente. Acá se pondrá a prueba el valor de Tarzan en la que debe recurrir nuevamente a su instinto salvaje y proteger lo que más aprecia. En estos tiempos de remakes, spin-off, reinicios y todos sus derivados, eran de esperarse nuevas versiones de los clásicos, en este caso se trata de Tarzan, de la que ya pasó más de un siglo de su creación.Salida de la mente del escritor Edgar Rice Burroughs, allá por el año 1912 cuando fue publicado el libro “Tarzan de los Monos (Tarzan of the Apes)” que tuvo un enorme éxito. Con el correr del tiempo se pudieron ver un sinfín de adaptaciones de este hombre criado en la selva, hasta incluso la factoría Disney apostó por este popular personaje. Ahora en pleno 2016 en donde las películas con un gran presupuesto son un éxito asegurado, Tarzan no se iba a quedar atrás. Ya de por si la película apuesta fuerte en cuanto a elenco se refiere, Alexander Skarsgard (True Blood) toma las riendas al interpretar al protagónico del film entregando un personaje en un principio bastante culto, pero una vez firme en la sabana africana muestra un Tarzan digno de los tiempos que corren; Jane (Margot Robbie) también demuestra que puede ser una mujer entregada al amor y ruda cuando se le presentan obstáculos; por desgracia el que mucho no se luce es el gran Christoph Waltz (Bastardos sin Gloria) interpretando a un antagonista ya visto muchísimas veces; el lado gracioso no puede faltar, en esta caso la lleva George Washington Williams, interpretado por Samuel L. Jackson. El encargado de ponerse detrás de cámaras es David Yates, reconocido por dirigir las últimas cuatro películas de Harry Potter (que este año volverá a ponerse detrás de cámaras para “Animales Fantásticos & Donde Encontrarlos”) otorgando una visión un tanto distinto a lo que se venía viendo últimamente y también haciendo hincapié en temas como la esclavitud y la caza indiscriminada de marfil.La fotografía del film es un punto fuerte, mostrando de buena manera los paisajes de toda la película; los efectos especiales están bastante bien, sobre todo en donde la selva juega un papel importante. En definitiva “La Leyenda de Tarzan” cumple y es entretenida sin buscar muchas ambiciones, cada uno de los personajes está bien planteado y tiene una fotografía aceptable. Lo bueno: Los personajes cumplen y están acordes, pero la que se lleva toda las de ganar es Margot Robbie interpretando a Jane. Lo malo: Es una película entretenida pero que sólo se podría disfrutar una vez y pasar a otra cosa, pero como son estos tiempos es posible que en el caso de que tenga un buen éxito se anuncie una secuela.
Ningún otro personaje de la cultura popular tiene una filmografía tan extensa como Tarzán, que abarca cerca de 200 producciones desde 1918. Por consiguiente, es una tarea complicada a esta altura intentar hacer algo diferente con el hombre mono de Edgar Rice Burroughs y en este punto encontramos el mayor mérito de esta producción. El director David Yates (Harry Potter) brindó la adaptación más fiel que se hizo de Tarzán en el cine, al mismo tiempo que le ofreció al público un enfoque interesante donde revirtió la leyenda del personaje. Al momento de hacer esta reseña ya vi dos veces este film y puedo asegurar que cualquier fan o seguidor del héroe de Burroughs va a amar esta propuesta porque es la película que veníamos esperando desde hace muchas décadas. El verdadero espíritu de Tarzán y la novelas pulp que lo convirtieron en un ícono mundial de la cultura popular acá cobró vida como nunca se había visto en el cine norteamericano. En mi reseña extendida para fans (ver link) desarrollo esta cuestión con otras curiosidades de este estreno El público general que no es fan de Tarzán y simplemente recuerda al personaje por la película de Disney o las viejas producciones de Johnny Weissmuller se va a encontrar con un sólido film de aventuras que sobresale por la labor de los protagonistas y el tratamiento de la acción. Alexander Skarsgard interpreta en mi opinión la mejor versión del personaje por la complejidad que le dio al héroe. Un Tarzán que en el comienzo de la trama se niega a aceptar su verdadera identidad y los hechos que vivió en su infancia. Cuando su regreso al continente africano deriva en el secuestro de Jane, el hombre mono vuelve a reconectarse con la bestia reprimida que intentó domar en la civilización inglesa. Salvo por la película Greystoke, de 1984 con Chistopher Lambert, Tarzán en el cine hollywoodense solía ser retratado como un forzudo sin demasiado matices en su personalidad y este es un gran aporte que brindan en este film Skarsgard y el director Yates. Lo mismo ocurre con la interpretación de Margot Robbie como Jane, quien vuelve a establecer el verdadero espíritu del personaje literario que fue distorsionado por la visión machista de los realizadores del pasado. En las viejas películas la pareja de Tarzán simplemente tenía la función de gritar y desmayarse en las situaciones de peligro. Jane era una mujer frágil y débil que sólo existía para ser rescatada por el héroe. La paradoja de esta cuestión es que en las novelas originales de principios de siglo 20, el personaje era retratado como una mujer fuerte y valiente que en ocasiones demostraba tener una mayor fortaleza emocional que Tarzán. Margot Robbie en su interpretación retoma la personalidad original de Jane que había sido modificada en el cine. Otro integrante del reparto que sobresale en el film es Samuel Jackson, quien forma una excelente dupla con Skarsgard y se lo puede disfrutar componiendo un personaje en lugar de repetir el clásico rol que suele hacer en muchos de sus trabajos. No se puede decir lo mismo de Christoph Waltz en el rol del villano que fue una mala elección de casting. El personaje que interpreta está buenísimo y es mucho más interesante que los enemigos tontos que enfrentó Tarzán en otras películas, pero el actor cansó en esta clase de papeles y le generó un desgaste innecesario a esta producción. Waltz viene de interpretar a Erns Blofeld en Spectre y acá hace algo similar con la diferencia que no se enfrenta a 007. Waltz debería darle un descanso a los villanos en el cine porque es un actorazo que esta para más y es una pena que la industria lo encasille en un papel donde dejó de sorprender. Desde los aspectos técnicos el film de Yates se destaca en las secuencias de acción donde podemos disfrutar a un Tarzán más brutal que brinda momentos fabulosos. La escena del ataque al tren o el momento en que salta al vacío para colgarse de unas lianas son sublimes. El CGI es bastante aceptable pero le faltó una pulida en el acto final, donde tienen lugar las secuencias más épicas, en las que algunos animales se ven un poco artificiales. No obstante, son detalles que tienen solución y se pueden corregir si Warner hiciera otra película. Algo que no debería descartarse si se tiene en cuenta que el film ya recuperó su presupuesto de 180 millones de dólares y todavía debe estrenarse en muchos países y territorio importantes como China. Un detalle positivo es que el director Yates no hizo este film con la intención de iniciar una saga. Por consiguiente, no se dejan puertas abiertas para una segunda parte. Si no hubiera otra película a los fans del personaje les queda la más grande producción que se hizo con el personaje en el cine. Una gran propuesta de aventuras para reencontrarse con uno de los más grandes héroes que brindó la cultura popular. Gracias David Yates. El único director que entendió a Tarzán en la pantalla grande.
La figura de Tarzán tiene casi tantos años como el cine mismo y una infinidad de adaptaciones, tanto en la pantalla grande como en la chica. Para todo aquel que no siguió de cerca la saga de libros de Edgar Rice Burroughs tendrá como referente más próximo a la versión de Disney de 1999 y ya. En la primera adaptación live-action en décadas, The Legend of Tarzan de David Yates marca un nuevo capítulo en la historia del trepalianas, pero uno que no dejará mucha huella en un futuro cercano. Ambientada a fines del siglo 19, encuentra al forajido asentado en la sociedad victoriana junto a su bella esposa Jane, habiendo dejado la jungla atrás para recuperar su nombre y su estado nobiliario. La excusa para volver a la selva es la división y conquista del Congo por parte del imperio británico de un lado y Bélgica del otro, aunque por detrás hay una -siempre- turbia historia de esclavitud y extracción de diamantes. Acompañados por un emisario americano, el parlanchín George Washington Williams de Samuel L. Jackson, John y Jane se embarcan de regreso al viejo continente, mientras que desde las sombras los espera el maquiavélico villano Leon Rom, que interpreta Christoph Waltz. El viaje de regreso está aderezado con flashbacks que tiene John Clayton a sus aventuras previas, con un extenso trabajo de parte del guión de actualizar aquello que ya vimos en el ya clásico de Disney: la llegada del bebé Tarzán con su familia original, su duro crecimiento entre los animales, su encuentro con Jane y demás. Es un esfuerzo notable de parte del guión de Adam Cozad y Craig Brewer, pero se sienten todo el tiempo forzados y le quitan fuerza a la trama principal. Es un claro intento de ofrecerles a la audiencia una refrescada a la historia de Tarzán, pero no siempre funciona del todo. Pero ése no es el único problema con que cuenta la película. Un director tan consagrado en grandes películas como la saga Harry Potter debería sentirse cómodo frente a una superproducción de este calibre. Mas no es el caso, ya que las escenas de acción no terminan de cuajar nunca y la calidad de los efectos digitales deja bastante que desear durante ciertos pasajes, volviendo irreal la frondosa selva. Pero nada llega a ser tan excitante como una aventura con Tarzán debería serlo. Alexander Skarsgård parece haber nacido para el papel, tanto por dentro como por fuera. El actor nórdico está en plena forma física para interpretar toda la ferocidad del costado más animal del personaje, y literalmente le pone todo el cuerpo a la producción, levantándola ahí donde las fallas se hacen mas notorias. Margot Robbie lo sigue de cerca con su iteración de Jane, a partes iguales aguerrida y damisela en peligro, que no tiene mucho que hacer excepto cuando interactúa junto a Alexander. Por el lado secundario, Samuel L. Jackson es simplemente el Jackson que todos conocemos, sin variaciones en su carácter pero siempre aportando esa chispa especial que lo hace tan reconocido. Triste es lo de Waltz, que sigue cavando un pozo construyendo villano tras villano poco memorable luego de su más que tibio paso por SPECTRE, y ni hablar de Djimon Honsou, una cifra en toda la trama. The Legend of Tarzan es un tembloroso inicio de una posible nueva saga para el querido personaje, que tiene sus pros y contras pero sale adelante en cuanto Skarsgård deja salir su instinto animal a flote. Mejor suerte le espera a Yates en noviembre, cuando reinicie el mundo mágico de Harry Potter con el spin-off Fantastic Beasts and Where to Find Them. O eso esperamos.
El intento de volver a traer a Tarzán a la gran pantalla es un fracaso tanto en la teoría como en la práctica. El mundo ha evolucionado tanto que un hombre así de perfecto ya no puede funcionar en ningún tipo de narración. Hay personajes que nunca mueren. Con más de 100 años de vida, Tarzán de los Monos es una de esas figuras que acompañan a la humanidad hace tres generaciones. Su primera aventura fue escrita por Edgar Rice Burroughs en 1912 y publicada en una revista. Su popularidad aumentó muchísimo, llevando a Burroughs a completar 25 libros que relataron las historias del hombre-mono. En latinoamérica es tal vez más conocido por la adaptación que Disney hizo en el año 1999, pero la cantidad de productos anteriores es inmensa: los abuelos de cualquier espectador seguramente crecieron con, por lo menos, un libro de Tarzán en su biblioteca. La situación en Congo es complicada. El Rey Leopold de Bélgica, un reino con serios problemas económicos, organizó una red de trenes que ayudará a la zona a prosperar, pero muchas aldeas están siendo atacadas y sus habitantes, secuestrados. Tarzán (Alexander Skarsgard), el niño amado de África, es ya un aristócrata inglés hace años, y el Rey Leopold busca su bendición para esta campaña, frente a los medios. Durante esta reunión, entra en escena John Washington Williams (Samuel L. Jackson), un norteamericano que sospecha que la red de trenes en Congo es una operación sucia para esclavizar a sus habitantes. Al escuchar esta idea, Tarzán decide viajar e investigar la situación. Al mismo tiempo, el Capitán Rom (Christoph Waltz) es enviado a África para obtener las Joyas de Opar, que ayudarán al gobierno belga a pagar sus deudas, pero sólo las conseguirá después de entregar a Tarzán vivo al jefe de la tribu (Djimon Hounsou). La carrera del director, David Yates, no es estelar en cuanto a performance, pero aún así se lo considera exitoso: las últimas cuatro películas de Harry Potter fueron dirigidas por él. Su trabajo en La Leyenda de Tarzán es lastimoso. No sólo crea escenas de transición completamente olvidables, sino que las secuencias de acción obligan al espectador a escanear la pantalla constantemente en busca de información para entender semejante desorden. Todo sucede en partes distintas de la pantalla y a gran velocidad, y esto genera una incomodidad que no termina hasta el final de la película. Si no fuera por el trabajo de Samuel L. Jackson, La Leyenda de Tarzán sería absolutamente insoportable. Ni siquiera Christoph Waltz, que una vez más debió meterse en el papel de un villano medio pelo, logra reflotar esta combinación de fracasos. Alexander Skarsgard, a pesar de encajar bien con el Tarzán que buscaron representar, hace un muy mal trabajo en cuanto a actuación, al igual que Margot Robbie, que tampoco tuvo muchas oportunidades de mostrar su habilidad. El personaje de Tarzán ya no funciona. En su origen era una suerte de Superman, un hombre casi perfecto físicamente, exageradamente inteligente y sufrido, que defiende a los débiles y odia a los malvados. En el año 2016 es difícil incluir un comodín como este, el público pierde interés frente a héroes tan perfectos. La batalla entre el bien y el mal atrapa sólo a los niños, y es posible que el asunto de la esclavitud incluido en La Leyenda de Tarzán no sea entendido o apreciado por ellos. El intento de traerlo de vuelta al cine actual es admirable, pero sólo va a ser un personaje atractivo cuando se lo baje de la nube y se lo traiga al mundo real como al resto de esos super-hombres tan celebrados el siglo pasado.
Perdido y a los tumbos entre las lianas. Sin pizca de humor, esta enésima versión del hombre mono oscila entre el historicismo a contracorriente del original de Edgar Rice Burroughs, un serial por entregas que era puro pulp, y la ligereza de aventuras que en algún momento habrá querido ser y no fue. Sobretrajinada, la nueva versión de Tarzán (el sitio imdb releva cerca de un centenar, sólo en cine) pasó no sólo por muchas manos sino por los más diversos enfoques a lo largo de más de una década, y el resultado de tanto tome y traiga está a la vista. Los guionistas John August (Charlie y la fábrica de chocolate), Stuart Beattie (la primera Piratas del Caribe) y Craig Brewer fueron algunos de los que probaron suerte. El propio Brewer, Stephen Sommers (La Momia) y Gary Ross (la primera Los juegos del hambre) estuvieron entre los candidatos a dirigirla y en algún momento se mencionó que se seguiría como modelo la saga Piratas del Caribe. Tom Hardy (el último Mad Max), Henry Cavill (el último Superman) y el actor británico Charlie Hunnam (el próximo Rey Arturo) sonaron como posibles Tarzanes, y dos Emmas, Watson y Stone, fueron candidatas a Jane. Resultado final: el británico David Yates, director de las cuatro últimas Harry Potter, aparece al frente de un guion escrito por Brewer y un tal Adam Cozad, con el sueco Alexander Skarsgard (True Blood, Melancholia) colgándose de las lianas y la australiana Margot Robbie (El lobo de Wall Street) como la hembra que no es Cheeta (no hay Cheeta en la película, en verdad). Sin pizca de humor, esta Leyenda de Tarzán oscila entre el historicismo –a contracorriente del original de Edgar Rice Burroughs, un serial por entregas que era puro pulp– y la ligereza de aventuras que en algún momento habrá querido ser y no fue. El comienzo es historicismo puro. A fines del siglo XIX, las grandes potencias imperiales se reparten el mundo. Al Primer Ministro británico, interpretado por Jim Broadbent (aparece dos minutos al principio y uno al final) y a un tal George Washington Williams, enviado del gobierno de Estados Unidos (Samuel L. Jackson, con una peluca chata y bigote recto que le dan un parecido con Eddie Murphy) le llama la atención que el Rey Leopoldo de Bélgica, quebrado como está, se haya puesto a construir vías férreas allá en el Congo, país cuyo control la rubia Albión comparte con el vecino de Francia. Su Majestad necesita enviar un espía (ya se sabe cuánto le gustan los espías a Su Majestad) y no hay mejor espía que el que conoce la zona. Y quién la conoce mejor que John Clayton III, o Lord Greystoke, criado por los monos, a quien allá en la selva los nativos bautizaron Tarzán (Skarsgard, hijo del famoso Stellan, protagonista de films del Dogma danés y de la serie River, entre cientos de otras piezas). John no quiere ir pero Williams lo convence. John no quiere llevar a su esposa Jane, indómita rubia estadounidense (tiene que haber personajes de ese origen, y que sean tan heroicos como la audiencia de ese origen gusta verse, para que la película funcione allí), pero Jane lo convence de ir. John no quiere que lo llamen Tarzán pero en la selva va a estar Tarzán de acá, Tarzán de allá. Todos convencen a Tarzán, debió haberse llamado la película. Falta el malo y si alguien quiere un malo en la actualidad tiene que llamar a Christoph Waltz, el malo de Tarantino (del mundo Tarantino viene también Samuel Jackson, pero parece ser sólo una coincidencia). Waltz no hace de malo alemán sino de León Rom, malo belga, que trafica diamantes para su rey. Algunos de los diamantes que cierto rey negro le dio son a cambio de una presa codiciada: Tarzán, que no sabe nada del asunto y se dirige de cabeza hacia el ajuste de cuentas que el rey le tiene preparado. Waltz hace de malo perverso, capaz de degollar gente con la correa de un rosario. De malo refinado: es Christoph Waltz, y eso quiere decir que va a hablar saboreando cada letra como un caramelo envenenado. Que va a invitar a la víctima desprotegida (Jane) a una cena de lujo en su barco, con cubiertos de plata. Que es esclavista y conduce un ejército de mercenarios con el que se propone tomar el Congo. La fase pulp de La leyenda de Tarzán incluye furiosos gorilas digitales, saltos de liana en liana, elefantes amigos, amenazantes hipopótamos y cocodrilos, estampidas de búfalos en 3D y pilas de corrección racial (Williams, improbable diplomático afroamericano de fines del siglo XIX), histórica (Williams se arrepiente de las matanzas de la Guerra de Secesión) y genérica (la “macha” Jane se libera de sus carceleros tirándose de cabeza al agua llena de fieras, tanto como lleva de la nariz a su musculoso marido). Advertidos de la solemnidad imperante (Skarsgard es más serio que Palito Ortega), los productores intentaron hacer de Samuel Jackson el ladero cómico. No lo lograron. Se habrán consolado con su papel de noble diplomático estadounidense. Skarsgard es una figura rarísima: tiene rostro de ángel rubio, mirada melancólica y tórax de patovica en pleno abuso de esteroides.
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El buen salvaje El cine comercial contemporáneo se encuentra desde hace tiempo actualizando historias y personajes clásicos para las nuevas generaciones de espectadores. ¿Pero cómo se actualiza el mito del hombre mono? ¿Cómo hacer atractivo un relato tan apoyado en un mundo y un paradigma de características antropológicas difícil de asimilar en el Siglo XXI? Algunos de los desafíos de La leyenda de Tarzán (The Legend Of Tarzan, 2016). El acierto inicial de la película de David Yates -con extensa trayectoria dentro de la saga de Harry Potter- es ahorrarnos el origen del Rey de la Selva, revisionado inumerables veces anteriormente y de gran forma como en Greystoke, La Leyenda de Tarzán el Rey de los Monos (1984). En este caso la narración comienza con Tarzán ya instalado en Inglaterra como el real heredero de su familia: John Clayton, hombre de la oligarquía Londinense. Es sólo a través de flashbacks que se nos presenta su pasado salvaje y la forma en que conoce a Jane (Margot Robbie), quien ahora es su esposa. La trama se pone en movimiento cuando Clayton es alertado sobre actividades sospechosas en la zona minera del Congo -su hogar por naturaleza- que podrían involucrar tráfico de esclavos de las poblaciones aborígenes del lugar. Entonces el Clayton aristócrata viaja de regreso al Congo con Jane y George Washington Williams -nombre nada casual para un personaje que se ofrece a investigar un caso de esclavismo- interpretado por Samuel L. Jackson, para constatar la potencial amenaza. A partir de este punto John Clayton se retrotrae a su estadío salvaje y tenemos nuevamente a Tarzán en escena para dar inicio al costado más clásico de la aventura. Christoph Waltz se repite nuevamente como villano maquiavélico, enviado para asegurarse que el plan corra sobre rieles y neutralizar a Tarzán con una subtrama algo forzada en el medio para sumar otro enemigo a nuestro protagonista. Hay un muy interesante trabajo de fotografía y dirección de arte, donde los colores marcan el tono: grises para la ciudad y los dominios civilizados; mientras que los rojos, amarillos y anaranjados dan vida al continente salvaje. La estética invita a sumergirse en la aventura. De un lado tenemos la lectura antropológicamente anacrónica del buen salvaje, cuya naturaleza es siempre benevolente y pro armonía natural, en contraste con la involución de la civilización moderna que lo consume todo. Y del otro tenemos una evolución del rol femenino: la Jane de los guionistas Adam Cozad y Craig Brewer ya no cumple el simple rol de “damisela en aprietos”, a la espera de un rescate en el último segundo. Robbie encarna a una mujer fuerte. Todo un avance para el género. Alexander Skarsgård, uno de los vampiros sexy de la serie True Blood, se luce interpretando a Tarzán gracias a una combinación de personalidad introspectiva y hombre salvaje protector de la selva. Una producción interesante que toma lo mejor de los elementos clásicos y actualiza ciertos tropos para entregar un film que entretiene sin agotarnos y cuenta de forma creativa una historia conocida por todos.
EL HOMBRE MONO SIEMPRE VUELVE Una nueva de Tarzán. Es que el personaje creado por Edgard Rice Burroughs tiene un atractivo que no decae en las casi noventa películas que se basaron en su historia. Aquí con Alexander Skarsgard, acompañado por el siempre eficaz Samuel Jackson, la bella Margot Robbie y el condenado a malos sanguinarios Christoph Waltz. La historia arranca con lord John Clayton en su mansión de Greystoke y una misión que lo devolverá a la selva de El Congo Belga, para revisar sospechas y denuncias de trata de esclavos y explotación de los recursos naturales. Porque este Tarzán es ecologista y sus valores morales van más allá de sus instintos. La historia del regreso y el contacto con los animales tiene mucha fuerza, esta muy bien realizada, pero también están los flash backs, no vaya a ser que se pierdan los nuevos espectadores que no conocen la leyenda. El director David Yates (el mismo de las ultimas cuatro entregas de Harry Potter) brinda momentos de intimidad, emotivos reencuentros, y escenas de gran aventura y acción como los ataques en combinación con animales, donde se busca y consigue lo espectacular. El resultado es un entretenimiento que no decae y es realmente disfrutable.
Regreso a las fuentes Pocos personajes han tenidos tanta recurrencia en el cine y la televisión como el creado en 1912 por Edgar Rice Burroughs. Y el Hollywood actual -ávido de reciclar una y otra vez personajes del imaginario popular- recurre nuevamente al hombre criado en plena selva por los primates, ahora en el cuerpo de Alexander Skarsgård. El resultado de este regreso de la mano del director de las últimas cuatro entregas de Harry Potter es bastante atractivo en su tono épico con pátina ecologista. La leyenda de Tarzán se sitúa varios años después del arribo de John Clayton III (Alexander Skarsgård) a la vida urbana. Ese presente es diametralmente opuesto al pasado selvático, y lo encuentra con dinero y en pareja con Jane (la australiana Margot Robbie). Los planes del capitán Leon Rom (Christoph Waltz, atrapado otra vez en un rol de malvado) para quedarse con los diamantes de la zona del Congo Belga que sirvió de hogar a Tarzán durante gran parte de su vida lo obligarán a iniciar una marcha a través del continente africano. El viaje implicará un sinfín de obstáculos que Tarzán/Clayton irá sorteando con la ayuda de su compañero (Samuel L. Jackson) y los indígenas de su ex comunidad. Obstáculos que son muchos y variados, como buen film de aventuras. Así, lo mejor que puede decirse del largometraje de David Yates (el mismo de las última cuatro películas de la saga de Harry Potter) es que prioriza el sentido de la aventura y el movimiento por sobre el espectáculo, construyendo así un relato correcto, terso y que entretiene con honestidad y sin grandilocuencia. Claro que esta ausencia no implica necesariamente sobriedad. Algunos momentos recargados en sus aspiraciones épicas y otros con una pátina ecologista muestran que el film se balancea no entre lianas, pero sí entre el clasicismo y la modernidad pirotécnica y bienpensante.
Las cuentas indican que hay 49 films basados en el personaje que creó Edgra R. Burroughs a comienzo del siglo XX, ese noble inglés criado por los monos en el África -que es, digamos todo, una especie de vulgarización del Mowgli de Rudyard Kipling. Hay films buenísimos sobre el asunto -el animado de Disney- y otros malísimos (¿Bo Derek, recuerdan?). Pero en general ninguna ha logrado captar todo el jugo del personaje. Esta nueva versión tiene sus méritos, especialmente en el uso de las locaciones abiertas, la presencia de la naturaleza (aunque hay mucha digital) y que los actores han comprendido la ingenuidad moral de los relatos originales. Dicho en criollo: el bueno es bueno, el malo es malo y el cómico, cómico. Respectivamente Alexander Skarsgard (un poco inexpresivo, es cierto, pero con gran presencia física), Christoph Waltz y Samuel Jackson, que parece venir de otro mundo -literalmente- y distiende cierta rigidez narrativa a puro humor. A, la chica es linda y buena (Margot Robbie), como corresponde a Jane. Hay una trama de esclavistas y diamantes, un secuestro y momentos épicos con no poca corrección política. Los momentos de acción están bastante bien y en cierto sentido la estética superhéroe (aquí es un señor ultrafuerte que habla con los animales, tal es su superpoder) impone la forma del relato. Algo de aquel cine de aventuras clásico se recupera, de todos modos, en la llaneza de los personajes.
Tarzan es uno de los personajes de ficción más reconocidos de la cultura popular. Desde la pluma de Edgar Rice Burroughs en las famosas historietas pulp luego llevadas a novela, hasta la inmortal personificación de Johnny Weissmüller, entre varios otros; su solo nombre ya nos da una idea de lo que hacemos referencia; un hombre que abraza su naturaleza salvaje comportándose según los instintos animales con los que fue criado en la selva luego de haber quedado abandonado; un héroe primitivo. Los grandes estudios siempre tuvieron afecto por esta historia que choca en algunas aristas con la también popular El Libro de la Selva. Sus adaptaciones a la pantalla son incontables; y esta vez el encargado de darnos su visión es David Yates, más conocido por las últimas entregas de la saga Harry Potter. No puede negarse una vuelta de tuerca a lo que ya conocemos desde tantas miradas, esta La Leyenda de Tarzán podríamos decir que se ubica donde la historia más conocida termina. Tarzán ya es reconocido como John Clayton III (Alexander Skarsgård), vive en Inglaterra junto a su esposa Jane (Margot Robbie) y se ocupa de tareas de consulado. En los territorios del Congo, se continúa con una vil actividad minera que utiliza a los originarios de la zona como esclavos para encontrar unos preciados y escasos diamantes. John se entera de esta situación, y por los consejos de su amada esposa decide regresar a aquellas tierras junto al expedicionario George Washington Williams (Samuel Jackson) para interiorizarse y frenar el maltrato. También viaja Leon Rom (Christoph Waltz), un emisario de los exploradores, que hará todo lo posible para mantener el status quo. Retomando los primeros puntos, Tarzán es sinónimo de instinto salvaje, de hombre-mono; entonces ¿Por qué habría de interesarnos verlo en tareas diplomáticas? Llamativamente, este Tarzán vía Yates y los guionistas Adam Cozad y Craig Brewer, pareciera buscar permanentemente parecer lo más humano y civilizado posible. Más de la mitad del metraje lo veremos con atuendos elegantes y bien acicalado, luego mantendrá siempre unos pantalones exacta y permanentemente mojados para despertar los suspiros del público indicado. Los orígenes del personaje serán presentados de modo escaso, casi renegando de ellos, a modo de flashbacks cortos y desaprovechados. El resto, el ritmo es plano plagado de diálogos en el primer tramo y con escenas de aventura repetitiva luego, como si la historia no pudiese avanzar por sí sola una vez que llegamos al Congo. Es una suerte que en un film que comprende ritmo por avance de cámara, la acción no sea abrumadora, si bien el 3D está desaprovechado aún en los pases de liana, nunca llega a transformarse en algo confuso. Simplemente se acerca de una escena de aventura a otra, y así, sin siquiera otorgarle la gracia propia de los recordados seriales. En cuanto al rubro interpretativo hay algunas decisiones desacertadas y otros actores que se repiten en lo que ya hacen de taquito. Watz debería probar alguna vez hacer un personaje medio, centrado, su villano es otra vez la caricatura que le conocemos de los films de Tarantino y básicamente todo en lo que participa. Lo mismo podríamos decir de Samuel Jackson, relegado a un comic relief fuera de época, un Shaft de siglos pasados. Margot Robbie exuda belleza y clase, pero su Jane que en los papeles luce más decidida que en otras ocasiones, no expresa conexión con su amado, con los lugareños del Congo ni con la pantalla, quizás su palidez exprese algo de frialdad. Por último, Skarsgård es obligado a filmar un largo comercial de perfumes o bebidas espirituosas de clase; es un salvaje sexy, siempre en pose y delicadamente desalineado o muy acicalado, con el bronceado exacto y el pelo greñoso pero con buenas ondulaciones para la cámara lenta. La referencia a Greystoke es inmediata, los rubros técnicos en más de un tramo intentan emularla. Pero el film de Hugh Hudson se erigía como una gran puesta, que contaba la historia completa y se hacía fuerte a la hora de ir a la aventura captando la atención cuando la historia en la civilización se hacía presente; algo que aquí no ocurre, ni lo uno ni lo otro. Más allá de sus aciertos en la amalgama con lo digital (la interacción con los animales CGI está muy bien) y la baja del efecto bombástico, La Leyenda de Tarzán comete el grave pecado de no poder nunca despertar el interés en el público, las escenas transcurren y más de una ve no sabemos qué es lo que está sucediendo, no porque sea confuso, sino porque nuestra atención se encuentra dispersa. Las intenciones de hacer algo diferente estaban, pero siempre hay algo que se debió tener en cuenta, las reglas básicas de la historia es peligroso tocarlas. Un Tarzán que reniega constantemente de ser llamado así, que no reconoce en los animales a su familia, y que permanentemente extrañe su apacible vida en la civilización inglesa… y sí, probablemente eso no sea Tarzán.
Hay un sinfín de referencias a otras películas, programas de TV, libros, obras de arte, etc, que refuerzan la nueva adaptación de Tarzán, el célebre personaje creado por Edgar Rice Burroughs y que ya fue llevado en miles de ocasiones al cine y otros formatos con diferente suerte. En ese sinfín de referencias, en la cuidada producción y fotografía, y en el viaje “al revés” de Tarzan, de la civilización a la barbarie, como así también, principalmente, en la elección del cast protagónico, es en donde “La leyenda de Tarzán” (USA, 2016), puesta al día de la historia del hombre criado por los monos, encuentra su razón de ser. El prestigioso David Yates (la mente detrás de las transposiciones de “Harry Potter”) bucea en la dualidad de los personajes, más allá de la de Tarzán, para hablar de la civilización y la barbarie en el contraste de mundos que tras el comercio de marfil y otras excentricidades se comienza a desplegar en el siglo XXVIII. En el avance del cazador, que decide inmiscuirse en la selva para sacar un rédito comercial, sin medir las consecuencias, y en el retroceso del hombre monto ahora civilizado, que intenta una comunión ecológica con su entorno, allí está la clave de “La leyenda de Tarzán” como espectáculo cinematográfico. Así, John/Tarzán (Alexander Skarsgard) deberá lidiar con mucho más que sus instintos primitivos, cuando el malvado Leon Rom (Christophe Waltz), en su afán de expandir sus negocios, termina secuestrando a su bella mujer, Jane (Margot Robbie), por lo que acompañado por George Washington Williams (Samuel L. Jackson) volverá a la jungla para rescatarla. La clave de “La leyenda de Tarzán” es esa, la de cómo la vuelta del hombre, ya civilizado, comienza a recuperar, por momentos en forma de flashback, por otros por la liberación de su presente, del animal interior que fue, el que le exige desprenderse de las ataduras de la civilización para reencontrarse con un pasado que en su momento le sirvió para poder sobrevivir en medio de la selva. En esa contradicción es en donde el filme funda su discurso, un relato clásico de búsqueda y superación, y por otro lado una narración que profundiza en la psicología de su personaje principal y las consecuencias de algunas decisiones actuales, que lo retrotraerán a su infancia sin escala. La elección de Yates de contar la historia con una precisa puesta en escena, más la utilización de la cámara lenta para potenciar las luchas entre Tarzan y los animales, hacen del filme un espectáculo visual que marca un antes y un después en las adaptación que de éste héroe se han realizado. Las actuaciones de Jackson y Waltz, sobresalen por encima del resto del elenco, que a pesar de hacer esfuerzos, sólo se limita a una sucesión de situaciones sin interpretación correcta, como las del Tarzán que configura Skarsgard, con la misma cara para todo, aunque uno sepa que se lo contrató para mostrar físico en el medio de la selva, bien podría haberse apropiado del personaje para potenciarlo. Por lo demás “La leyenda de Tarzan” es una interesante y entretenida puesta al día de la recordada historia del hombre criado por los monos, un ícono que pudo superar décadas y siglos aggiornandose a aquello que los espectadores más jóvenes buscan en las salas, los que, en el fondo, apoyarán o no la propuesta.
El justiciero de la jungla La leyenda de Tarzán tiene un inicio muy prometedor. La acción se desarrolla a fines del siglo XIX en el Congo, un país africano cuyas tierras, se encarga de aclarar explícitamente la película, se repartieron las potencias coloniales. Es una secuencia que recuerda por su dinamismo y plasticidad la apertura de Los cazadores del arca perdida, pero aquí quien lidera la expedición no es el aventurero carismático que inmortalizó Harrison Ford, sino un personaje antipático, violento y ambicioso que representa los intereses de Leopoldo II, el rey belga que amasó una enorme fortuna personal explotando los recursos naturales congoleños sin ningún prurito. El malvado esclavista que se desplaza a sus anchas por la selva africana con un impecable traje de tonos claros y un rosario cristiano que usa ocurrentemente como arma letal es Christoph Waltz, un actor que después de brillar en Bastardos sin gloria como un despiadado militar nazi parece condenado a este tipo de roles. David Yates, director de las cuatro últimas entregas de la exitosa saga cinematográfica de Harry Potter, maneja muy bien la tensión previa al enfrentamiento entre un grupo de invasores visiblemente atemorizados y los guerreros nativos, amenazantes, cubiertos de ceniza y listos para defender su territorio. Terminado ese primer combate, donde la pólvora se impone por sobre la sagacidad y la valentía, quien llega para terciar en el conflicto es el mismísimo Hombre Mono, criado en la selva, pero ya resocializado en el poderoso imperio británico y en pareja con una mujer tan bella como de armas tomar (la australiana Margot Robbie, que compone una Jane tan seductora como temperamental). Con ellos viajará al África para poner las cosas en su lugar un emisario del gobierno norteamericano. Una serie de flashbacks sintetiza el pasado de este Tarzán justiciero, ecologista y de cuerpo tallado, encarnado sin muchos matices por el sueco Alexander Skarsgård. Repiten una historia conocida hasta el hartazgo y terminan empantanando por un rato un relato que de movida prometía más. Cuando los malos de la historia secuestran a la arrojada Jane, la película se empieza a apoyar en la sociedad entre Tarzán y ese funcionario americano -interpretado con la solvencia de siempre por Samuel L. Jackson- que sabe perfectamente que la nación a la que sirve no ha sido con los nativos de su propio territorio mucho más benévola que el desalmado Leopoldo II. Jackson aporta aplomo, humor y profundidad psicológica, eleva el piné de una película de aventuras que abusa de efectos digitales no del todo logrados, pero que mantiene un buen ritmo narrativo, más allá de esas densas remisiones a un pasado que podría haberse resumido mucho más. Aun con esas dificultades del guión y con su carga de corrección política y sensiblería, La leyenda de Tarzán es eficaz como entretenimiento, su objetivo más evidente.
Africa mía El mítico personaje creado por Burroughs regresa a la pantalla en medio de cuestiones geopolíticas. Pero lo que prima en el filme con Alexander Skarsgård es la aventura. Cada tanto, vuelve. Lo retoman desde distintos ángulos y/o momentos de su vida, pero la fascinación del cine por Tarzán parece intacta, a salvo. A diferencia de Mowgli, que también fue criado por animales y en El libro de la selva se mantiene niño, el personaje credo por Edgard Rice Burroughs es el héroe que se vale por sus propios medios, afronta un universo hostil, tanto en la jungla como en la civilización, y lo trasgrede todo. El prefiere vivir como “salvaje” antes que como ciudadano del Viejo mundo, y allí es donde La leyenda de Tarzán lo presenta. En este caso, John Clayton (el sueco Alexander Skarsgård), hijo de aristócratas ingleses que sobrevivió en la jungla africana tras la muerte de sus padres y fue criado por los mangani, una manada de simios, aparece ya adulto y en Inglaterra. Casado con Jane (la australiana Margot Robbie), acepta regresar al Congo. Lo suyo será una lucha contra la esclavitud, el maltrato animal y a favor de la libertad en todas su formas, envuelto con moño en una trama en la que Leon Rom (el austríaco Christoph Waltz, haciendo por enésima vez de malvado) lo secuestra junto a Jane, que lo acompaña en su aventura africana, porque estaba aburrida o deseaba regresar tanto al Continente negro como él. David Yates, que dirigió para Warner Bros. las últimas cuatro películas de Harry Potter, se apoya en la venganza -el perfume que aromatizó a tantos filmes de los años ’90-, porque Tarzán escapa y debe rescatar a Jane de las manos del mercenario. El contexto incluye el abuso, la colonización y la explotación de la minería, y la confrontación de estilos va más allá de la naturaleza y la civilización. Igual, a no preocuparse, porque acá lo que está al frente es el espíritu de aventura, y el espectador puede tomar o dejar las cuestiones geopolíticas de entonces. Como muestra de corrección política, está ¡George Washington Williams!, que encarna Samuel L. Jackson, un personaje de la vida real que luchó contra el gobierno belga por el maltrato de los nativos del Congo, que aquí corre (como puede) al lado del héroe anglosajón. Rodada, salvo tomas aéreas y de ambientación, íntegramente en Inglaterra, por lo que Alexander Skarsgård jamás pisó Africa, el despliegue es grandilocuente, hay efectos para que Tarzán vuele de liana a liana, animales que son animación, humor, suspenso y lo que dijimos, aventura. El combo siglo XXI de Tarzán es así, y dependerá del éxito comercial que haya más historias del incontaminado hombre de los monos.
"La Leyenda de Tarzan" es uno de los estrenos fuertes y super esperados de esta semana, sobre todo porque muuuchos esperan ver que es lo que hizo David Yates, su director, quien estuvo al mando de las últimas cuatro pelis de Harry Potter y debo confesarte que lo que vas a ver supera los trailers en absoluto. La forma en que narran la historia, gracias a Adam Cozad - su guionista - (con quien hablé sobre este tema), la fotografía, los momentos de acción y los efectos especiales hacen y harán que la peli sea una diversión total. Alexander Skarsgård (a quien ya disfrutamos en "True Blood") se pone en la piel del legendario rey de la selva y la rompe... un Tarzan super bien logrado con los matices justos para entender que él es quien debe ser. Lo acompañan Margot Robbie, Samuel L. Jackson (que no puede ser tan genial en su personaje) y el gran Christoph Waltz. Un elenco potente para una película que tiene todos los condimentos que hacen que uno la pase bien en el cine. ¿Se vendrá la segunda parte y una nueva aventura de Tarzan? Dale play al video y descubrilo vos mismo viendo mi encuentro con Alexander y Adam (guionista) que me cuentan algunos detalles exclusivos de la película y nos divertimos charlando sobre el físico tan trabajado de Skarsgård... Gran nota a solas y en exclusiva para RatingCero.com. ¡Play y a disfrutarla!
George de la selva pero sin gracia Tarzán, el popular personaje creado por el escritor Edgar Rice Burroughs en 1912, vuelve a la vida de la mano de David Yates, responsable de las últimas películas de Harry Potter. Con alrededor de 200 adaptaciones cinematográficas a lo largo de la historia, esta nueva entrega tiene como novedad la inclusión de temas como la esclavitud y el colonialismo europeo en África. Sin embargo, pese a sus buenas intenciones, el film adolece de múltiples falencias, entre las que se destacan una trama inconexa y rudimentaria, un guión excesivamente expositivo y personajes superficiales que, más allá de su aspecto físico, no poseen ningún atractivo adicional. Protagonizada por el sueco Alexander Skarsgard (True Blood), La Leyenda de Tarzán retoma las aventuras del rey de los monos una vez que éste ha logrado reintegrarse en la aristocrática sociedad inglesa de fines del siglo XIX. Heredero de una cuantiosa fortuna y felizmente casado con la bella Jane (Margot Robbie), Tarzán -alias John Clayton III- vive tranquilamente en Londres y no tiene deseos de regresar a la selva, lugar que constantemente le recuerda su origen salvaje. No obstante, pronto se ve obligado a retornar a su hogar en el Congo, pues se entera que el Rey Leopoldo II de Bélgica (que por aquella época ejercía el dominio colonial sobre ese país) planeaba esclavizar a la población nativa para luego saquear sus riquezas naturales. De esta manera, John vuelve a la jungla con sus demonios internos a cuestas, determinado a finalizar con las injusticias perpetradas por la monarquía europea. En el viaje lo acompañarán Jane y George Washington Williams (Samuel L. Jackson), un emisario estadounidense que previamente había advertido a Tarzán sobre las atrocidades que se estaban cometiendo. Sin embargo, el verdadero villano de esta historia es el cínico Leom Rom (Christoph Waltz), lugarteniente del Rey Leopold e ideólogo principal de este malévolo proyecto de dominación. La confrontación entre ambos se intensificará cuando éste último rapte a Jane, empujando a Tarzán a liberar definitivamente a su bestia interna para rescatarla. Si bien el retorno de lo civilizado a lo salvaje resultaba, a priori, un enfoque interesante para redescubrir a Tarzán, las simplificaciones argumentales hacen que la película se quede a mitad de camino en este sentido. Por otro lado, la unidimensionalidad de los personajes, sumadas a la proliferación de lugares comunes y clises, generan que las escenas de acción - muy bien logradas desde lo visual- pierdan interés. El ejemplo más cabal de todo esto es la secuencia en la que animales de diferentes especies unen fuerzas y arman una estampida para expulsar al “europeo invasor”, como si de repente hubiesen adquirido una suerte de conciencia de clase. Para ser uno de los blockbusters más esperados del año, La Leyenda de Tarzán está muy por debajo de las expectativas. Sea por la falta de cohesión argumental o por la superficialidad general del relato, el film no logra entretener a lo largo de sus casi dos horas de duración.
La leyenda de Tarzán toma el clásico personaje de Edgar R. Burroughs y le da una vuelta de tuerca, transformando esta cinta casi en una secuela de la historia original. ¿El motivo? Se desarrolla con un protagonista ya alejado de la selva, viviendo una vida lujosa en Londres junto a la sensual Jane. El regreso a la jungla se dará por pedido del parlamento Británico, y en ese contexto "el hombre mono" se enfrentara a un villano de manual encarnado por Christoph Walts (como siempre al borde de la caricatura). Hay flashbacks que nos presentan momentos anteriores en la vida de Tarzán que incluyen la adopción de los gorilas, el encuentro con su mujer y su vida colgado de la liana, pero el director David Yates da por sentado que ya conocemos a todos los personajes y estos segmentos parecen destinados al lucimiento técnico y visual que al avance de la trama. Muy bien el sueco Alexander Skarsgard, en un trabajo físico encomiable haciendo pareja con una Margot Robbie de la que es imposible no enamorarse. Una fotografía en la paleta de los verdes acentúa la experiencia selvática de un espectáculo cinematográfico digno de disfrutar en la pantalla grande. Es en definitiva una versión moderna, entretenida y lograda de un héroe humano, sin superpoderes pero muy carismático. El Tarzán justo para las nuevas generaciones de espectadores.
TARZAN SÍ, COLONIA NO Tarzán pertenece a esa categoría de personajes clásicos como Sherlock Holmes, Drácula o el Zorro, ya centenarios e intergeneracionales, que siempre están volviendo. Prueba irrefutable de la reencarnación, desaparecen del mapa solo por un tiempo para regresar siempre baja la misma/otra forma. Creado en 1912 por Edgar Rice Burroughs para el mercado de los pulps, “Tarzán de los Monos” paso, con mejor o peor suerte por la literatura, el comic, el cine, la televisión, el dibujo animado y los video juegos, produjo copias y parodias, tuvo encarnaciones míticas con estrellas que le estarán por siempre asociadas (Johnny Weissmuller es el clásico) y otras cuantas olvidables. Cuando se anuncia una nueva versión de un personaje así, la reacción inmediata es refleja: escepticismo. ¿Cuánta más leche se le puede sacar a un concepto mil veces explotado, sobre todo para generaciones que no crecieron con sus aventuras o no lo tienen entre sus principales referentes? David Yates, el responsable en la dirección, ya tiene experiencia en adaptar personajes y universos ajenos. Por lo menos con uno, ya que dirigió cuatro films de Harry Potter y está por estrenar Animales fantásticos y dónde encontrarlos, spin off de la saga del aprendiz de mago. La partida es difícil, pero se puede decir que esta versión 2016 es una bastante digna, que no pretende instalarse como definitiva ni refundar el personaje, pero que se deja disfrutar como relato clásico de aventuras, a la vez que actualiza la marca como para una agenda moderna aun respetando el contexto histórico. Un acierto es el de evitar el pretensión de todo reboot de volver a contar por milésima vez el origen y dedicarle al mismo toda su primera parte. Por el contrario el film arranca con un Tarzán que ya está de vuelta de África, instalado cómodamente como John Clayton en su mansión de la Inglaterra Victoriana, junto a Jane, su eterna compañera, y disfrutando (o no tanto) de una celebridad de folletín. De su origen nos enteramos por flashbacks, un poco para entender la interioridad de personaje y otro poco para enterar al espectador que a esta altura no lo conoce. El relato transcurre en 1884, con África repartida entre las potencias coloniales, con el Congo en particular reclamado por el Rey Leopoldo de Bélgica. Tarzán es convocado engañosamente a abandonar sus comodidades burguesas y volver a la región que lo vio nacer. Una vez descubierta la celada, John Clayton tendrá que volver a ser Tarzán y, como parece que andar en liana y hacer acrobacias entre los arboles es como andar en bicicleta, usar todo su potencial salvaje para deshacer el entuerto, rescatar a su amada y poner fin a los desastres que los esbirros coloniales están llevando a cabo. Esta versión renovada del personaje evita de manera consciente el eurocentrismo y las implicancias racistas o condescendientes con que a veces se abordó en el pasado y le plantea una agenda progre. Anticolonialista, mostrando la rapiña con que las potencias europeas someten al continente africano, ecologista, mostrando la explotación del marfil y los diamantes, y de tolerancia racial, mostrando la esclavitud a que son sometidos los nativos. Ello contrapuesto a la relación de respeto y amistad que Tarzán siente por los animales y por los pueblos nativos. Este Tarzán de Alexander Skarsgård ya no es “el rey de la selva” imponiéndose sobre los mismos, sino que se integra como “uno de ellos”. La Jane de Margot Roobie presenta, a su vez, un perfil de mujer fuerte que no se conforma con el rol de damisela en peligro y hasta se permite ironizar con este. Más allá de estas reinterpretaciones, el argumento es bastante simple y lineal, cumple como entretenimiento y sirve para mantener al personaje icónico con vida hasta la secuela, si los números acompañan (parece que no), o hasta la próxima reencarnación. LA LEYENDA DE TARZAN The Legend of Tarzan. Estados Unidos. 2016. Dirección: David Yates. Intérpretes: Alexander Skarsgård, Margot Robbie, Christoph Waltz, Samuel L. Jackson y Djimon Hounsou Guión: Adam Cozad y Craig Brewer, sobre personajes e historias creadas por Edgar Rice Burroughs.. Fotografía: Henry Braham. Edición: Mark Day. Musica: Rupert Gregson-Williams. Duración: 110 minutos.
Skarsgård no es Weissmüller, pero es un Tarzán convincente La primera parte de “La leyenda de Tarzán” se hace lenta debido al abuso de flashbacks que no aportan nada nuevo al personaje, pero en la segunda parte explota la acción de manera espectacular. Hay muchos modelos de Tarzán, pero el que siempre quedará en la memoria de todos es el de las películas de Johnny Weissmüller para la MGM y la RKO. Este nuevo Tarzán tiene algo del "Greystoke" con Christopher Lambert, ya que el personaje es un Lord que vive en Inglaterra al principio del film, y tiene bastante del Ron Ely de la serie de TV de los años 70, y es un hombre mono totalmente civilizado. Alexander Skarsgård hace bien su papel, pero la historia no siempre lo ayuda. Aquí el asunto es que el rey de Bélgica, que tiene dominios y grandes deudas en el Congo, necesita dar con unos diamantes que están en poder de una tribu de nativos enemigos de Tarzán, por lo que el malvado belga en el lugar, Christoph Waltz, envía una traicionera invitación al héroe, que viaja al Africa acompañado por Jane (Margot Robbie) y un enviado del Gobierno de Estados Unidos que sospecha que hay un gran negocio de trata de esclavos. Este personaje a cargo de Samuel L. Jackson está algo fuera de lugar pero al menos aporta diversión. El director David Yates, que tuvo a su cargo la última parte de la saga de Harry Potter, demora bastante en encender la mecha de la superacción, dado que la primera mitad del film se vuelve un poco lenta debido al abuso de flashbacks que cuentan la historia previa de Tarzán, sin aportar nada demasiado nuevo al personaje, pero deteniendo el ritmo narrativo. A partir de la segunda mitad sí empiezan las luchas, ya sea con gorilas o con soldados belgas en una espectacular escena en un tren. El final explota con una batalla también espectacular, y el resultado si bien no brilla por original, no está del todo mal.
Una película de romance y aventura con un bien logrado balance entre lo clásico y lo moderno. Reúne el edulcorante para los momentos más melodramáticos con la épica necesaria en una obra de este carácter, junto a elementos contemporáneos para que el relato no luzca anacrónico a la platea de hoy: Tarzán ya no es héroe tosco, sino sensible. Jane no es una damisela frágil, sino fuerte y con un perfil feminista. Y el film tiene alegorías ecologistas y conservacionistas, acordes a estos tiempos políticamente correctos. [Escuchá la crítica completa]
El rey de la selva regresa sin fuerza a la jungla Desde hace más de una década que se venía planeando realizar otra película del personaje creado por Edgar Rice Burroughs. Varios guionistas, escritores y actores fueron pasando a lo largo de todos estos años por este proyecto que finalmente se concretó con este filme titulado “La leyenda de Tarzán”. Tiene 102 años el rey de los monos, y si bien pudo sobrevivir a lo largo del tiempo, la dificultad para llevarlo a la pantalla grande seguramente radicaba en tratar de hacer un largometraje con una historia interesante y atractiva en un mundo cinematográfico plagado de películas con miles de efectos especiales y acción trepidante por doquier. No olviden que es un pobre tipo que corre por la selva en taparrabos (bueno, en este caso con pantalones largos). El planteo de la película es en principio interesante, ya que nos sitúa a Tarzán (Alexander Skarsgård) viviendo en Londres como John Clayton III, Lord Greystoke. Hace varios años que vive allí junto a su amada esposa Jane (Margot Robbie) y sus días en la jungla no son más que un recuerdo. Y en un camino inverso a la historia que siempre han contado en los filmes sobre él, esta vez no sale de la selva sino que vuelve a ella cuando el Parlamento requiera sus servicios como emisario comercial en el Congo. Duda mucho en hacerlo –y acá es cuando el realizador David Yates no puede evitar contar la historia que todos conocemos y hemos visto millones de veces y mediante flashbacks comienza a hacerlo- pero finalmente decide ir a la tierra que lo vio nacer. No irá solo, ya que lo acompañará su esposa –aunque él no quiera– y George Washington Williams (Samuel L. Jackson), que es un norteamericano que tiene muchas dudas de lo que está ocurriendo en ese país que está bajo el mando del rey Leopoldo II de Bélgica. Y no hace mal en dudar, ya que allí están saqueando las tierras, masacrando a los animales y esclavizando a los nativos. Y que Tarzán haya sido invitado es parte del plan del capitán belga Leon Rom (Christoph Waltz), que lo entrega a cambio de un tesoro para su monarca con el que podrían poner en marcha unos planes bastante nefastos. La película de Yates tiene un buen arranque, entretiene, propone escenarios maravillosos y alguna que otra escena de acción que promete. Pero rápidamente se va diluyendo esa sensación de estar ante un filme que va a cautivar nuestro interés y se vuelve un tanto aburrido. Tal vez si hubiesen profundizado los tópicos que muestran (esclavitud, el imperialismo, el abuso sexual al personaje de Waltz cuando era niño por parte de un cura) el rumbo hubiese sido un poco más interesante. Por ejemplo, Rom está basado en un soldado belga que vivió en el siglo XIX en África y usaba cabezas cortadas de congoleses para decorar sus camas. A Skarsgård se lo ve un poco tieso en el papel, Robbie está y Waltz y Jackson tienen mucho oficio, pero uno llega a creer que tenían que pagar alguna deuda y por eso aceptaron estar en esta película. Tampoco ayudan mucho algunos efectos especiales que se notan inverosímiles (hay varios de ellos en muchas escenas) y, esto es muy, pero muy, personal y quisquilloso: el grito característico de Tarzán da un poco de pena. Es una lástima que el largometraje se vaya desinflando como un globo y que en la última media hora se torne totalmente previsible y sin sorpresas. Quién sabe, tal vez veamos a Tarzán cruzando la jungla nuevamente de liana en liana, pero esperemos que con mejor suerte. Por las dudas, llamen a Chita para que lo acompañe.
El libertador de la selva En "La leyenda de Tarzán" pasaron años desde que el hombre mono dejó atrás la selva africana para acomodarse a una aburguesada vida junto a su esposa Jane. Pero ahora es invitado a regresar a El Congo. Un filme que aprueba la difícil tarea de las remakes de sostenerse ante la fuerza de la historia original y versiones pasadas. Las intenciones pueden ser fuertes, motivadas por algún agente interno que reniegue, censure o prohíba mirar hacia atrás. Pero de ninguna manera se puede desoír al instinto, cuando la llamada del hogar es un grito imposible de callar. De esa forma nos atrae la atención la nueva versión del rey de la selva, en “La leyenda de Tarzán”, porque si bien el título nos invita a pensar que vamos a encontrarnos con un filme que cuente toda la verdad del hombre mono, veremos en realidad la confirmación del mito. Ocho años de vida “civilizada” en Europa tiene John Clayton III, Lord Greystoke (Alexander Skarsgård), habiendo dejado atrás su nacimiento y crecimiento en la selva africana como “Tarzán”. Vive apaciblemente como un caballero junto a su mujer Jane (Margot Robbie), cuando es invitado por la corona belga al Congo para que sea testigo de las retribuciones que hace el rey por la explotación de las minas africanas. Ante su negativa, un emisario de Estados Unidos (qué raro), George Washington Williams (Samuel Jackson) lo convence al confesar que en realidad debía viajar para verificar los rumores que hablaban de miles de esclavos trabajando al servicio de Bélgica. Lo cierto es que todo se trata de un complot ideado por el capitán belga Leon Rom (Christoph Waltz) para ofrendar a Tarzán a un enemigo de su pasado. No decepciona Si bien en principio parece una historia con muchas aristas y numerosos conflictos, su duración de 110 minutos la hacen entretenida todo el tiempo, dando espacio incluso para escenas clave, en flashback, de su crianza con la manada de gorilas, su primer encuentro con Jane y los puntos que lo llevaron a dejar la jungla con algún enemigo sobre su espalda. Por todos estos motivos, el mote de “rey de la selva” en la pieza se relaciona con el trato a sus compatriotas y no tanto al conocido acercamiento con los animales salvajes, aunque veremos muchas especies vinculándose con el héroe. Su director David Yates estuvo a cargo de cuatro de los filmes de “Harry Potter” y también tendrá en su poder “Animales fantásticos y cómo encontrarlos”, de la misma saga, por lo que es una ficha bien puesta por Warner Bros. para que el aspecto visual, aunque resulta bastante típico sin nada extraordinario que mostrar (una mala coincidencia es que hace pocos meses se estrenó “El libro de la selva”, que marcó bastante la cancha en este aspecto). Disfrutable, con mucha acción pero demasiados clichés (especialmente en los villanos), “La leyenda de Tarzán” aprueba la difícil tarea de las remakes de sostenerse ante la fuerza de la historia original y versiones pasadas, aunque de todos modos es imposible que sea vista como algo más que un filme del momento y no cumple la grandilocuencia de “legendaria” que pregona su título.
Dirigida por David Yates (“Harry Potter y las Reliquias de la Muerte”), en esta nueva entrega de Tarzán (interpretado por el actor sexy el sueco Alexander Skarsgård, "El dador de recuerdos", "Battleship: Batalla naval") nos muestra a este hombre que vive en la civilización de Londres, casado con Jane Clayton (australiana Margot Robbie, “Focus”, “El lobo de Wall Street”, “Escuadrón Suicida”) y que lleva una vida cómoda, aunque es tentado para regresar al Congo y se enfrenta con deudas del pasado y al malvado Leon Rom (Christoph Waltz). Con la utilización del flashbacks se va intercalando el pasado, con buenas imágenes a través del 3D, de la flora y fauna: avestruces, gorilas, leones, hipopótamos, entre otros. Otros personajes secundarios son: George Washington Williams (Samuel L. Jackson), Chief Mbonga (Djimon Hounsou, “Diamantes de sangre”) y Kwete (Osy Ikhile). Contiene algunas críticas al colonialismo, abuso del poder, esclavizar, al saqueo de las riquezas de los nativos, entre otros. Esta es una versión moderna, con mucha acción, buenos efectos especiales, una exquisita fotografía y sin grandes innovaciones. Un buen pasatiempo.
Para hombres y monos; niños, no El hombre mono regresa a la gran pantalla con una aventura repleta de acción pero floja de guión. Si hay un personaje al que le sobra material literario para adaptar al cine, la radio o la TV, ese es sin duda Tarzán. Sin embargo, por alguna paradoja hollywoodense, los guionistas de esta nueva aventura optaron por contar una historia totalmente original que, sin embargo, toma elementos de varios trabajos literarios del héroe y los mezcla con hechos reales sin mediar consecuencias. La historia se ubica en el Congo Belga en 1884 cuando el enviado del rey Leopoldo II de Bélgica, León Rom llega a ese país con la misión de encabezar la búsqueda de los míticos diamantes de Opar. Pero la expedición resulta masacrada por la tribu del rey Mbonga (Djimon Hounsou) que, sin embargo, le ofrece a Rom perdonarle la vida e incluso financiarlo con las codiciadas piedras preciosas a cambio de que le entregue en bandeja de plata a Tarzán, para así poder vengar a su hijo, muerto a manos del hombre mono varios años atrás. Muy lejos del continente africano, en Inglaterra, John Clayton III, Lord Greystoke o Tarzán, como se lo conoce entre la sociedad victoriana, goza de su buen pasar cuando el gobierno belga le ofrece hacer negocios en el Congo. Tarzán se niega a regresar a la tierra que abandonó ocho años atrás pero el Dr. George Washington Williams (Samuel L. Jackson) lo convence de aceptar para así poder demostrar que el gobierno belga esclaviza a los habitantes de ese país para así explotar la actividad minera sin costo. En compañía de Jane Porter (Margot Robbie), su esposa, Tarzán regresará al Congo, aún a sabiendas que una vez allí deberá esquivar a los agentes de Mbonga al tiempo que ayuda a Washington con su tarea. Más allá de varias incongruencias en el guión, La Leyenda de Tarzán demuestra en su primer media hora una muy buena construcción por parte del director David Yates (responsable de las últimas cuatro películas de Harry Potter) pero todo se diluye de ahí en adelante cuando los guionistas deciden tomarse varias licencias, no sólo en lo que respecta a la mitología del personaje sino a la historia universal en sí misma y se mandan, solitos y sin una guía, a encadenar una serie de escenas de acción con el objetivo que la adrenalina (y las escenas de Tarzán con el torso desnudo) no decaigan. Para darse una idea de este descalabro, una de los peores dramas de la película, se soluciona con una pelea a puños cerrados, un par de gritos y una negociación poco clara. Y es cierto, las escenas son unas más trepidantes que otras, con un que se mueve entre las ramas como Spider-Man entre los edificios de New York y pelea como Batman con nativos, soldados y animales salvajes, que por cierto están muy bien logrados digitalmente. Pero, dejando la adrenalina de lado y analizando todo más fríamente, hay detalles que no terminan de cuajar: Samuel Jackson es un personaje de color al que le dan el título de "Dr" en una época en las que en los Estados Unidos eso no era posible (de hecho la actualidad de ese país refuerza esta afirmación) y que, a pesar de los esfuerzos de director y guionistas, se nota que está "insertado" a la fuerza en la película. El otro gran escollo para que esta aventura llegue a buen puerto es el suizo Alexander Skarsgård, hijo de Stellan Skarsgård y famoso por su papel en la serie True Blood, que además de fortalecer los músculos de su cuerpo, hizo lo propio con los de su cara y no logra evocar una emoción ni de lo más profundo de su humanidad. Por suerte, la australiana Margott Robbie y Jackson logran equilibrar esta balanza, con acertado equilibrio por parte del director que, se ve que no influyó demasiado en el casting del film. Y como colofón, se nota que los ejecutivos de Hollywood, y en especial los de Warner Bros., no le tiene mucho la mano a esto de estrenar películas en diversas ocasiones ya que La Leyenda de Tarzán, el film con el que salen a ganar o ganar en el verano boreal, es una película que podría dormir a un niño en sus primeros quince o veinte minutos, algo que queda demostrado con la taquilla norteamericana, donde en 20 días desde su estreno el filme apenas recaudó 110 millones de dólares contra los 180 que costó. Por fortuna, los estudios ahora miden la recaudación a nivel global, en la que el hombre mono recién recuperó costos con unos 199 millones adentro de las arcas. En definitiva, Tarzán es una buena película, con sus fallas como todas, pero también con muchos aciertos; que enojará a sus fanáticos y deleitará a las nuevas generaciones con sus acrobacias a través de la jungla.
Alma salvaje Desde su creación por parte de Edgar Rice Burroughs en 1912, han pasado más de 200 obras que trataron de alguna forma al personaje de Tarzán. Fue necesaria la dirección de David Yates para traernos una nueva versión del rey de la selva, quien fuera criado por la tribu de los temibles gorilas Mangani, donde nos ahorra toda una larga explicación sobre su origen. En esta oportunidad, La leyenda de Tarzán nos ubica en Inglaterra, luego del regreso de John Clayton / Tarzán (Alexander Skarsgård) y su esposa Jane (Margot Robbie). Europa se encuentra en pleno camino a instalar sus colonias y saquear los tesoros de África, esclavizando a los habitantes y destruyendo culturas. Mientras tanto, la excusa perfecta es la civilización de los pueblos conquistados. El Rey Leopoldo II de Bélgica envía a Léon Rom (Christoph Waltz) para encontrar los diamantes de Opar en el Congo, y es allí donde el jefe Mbonga (Djimon Hounsou) le ofrece a Rom intercambiar esas joyas que su rey necesita a cambio de Tarzán, para cumplir con su venganza. John Clayton niega la invitación que le ofrecen para regresar a su lugar natal y ser homenajeado, hasta que es convencido por George Washington Williams (Samuel L. Jackson), un emisario norteamericano que sospecha que podría estar involucrado el tráfico de esclavos de las poblaciones aborígenes del lugar en la zona minera del Congo. ¿Cuáles son los puntos a favor de La leyenda de Tarzán? Por un lado tenemos una muy buena fotografía al mando de Henry Braham, donde la creación del ambiente de la época es una gran labor del equipo de dirección artística, y es notoria la utilización de colores grises para la ciudad y paletas de amarillos, naranjas y rojos para las escenas que se desarrollan en la selva. También tenemos un guion bastante simple, que si bien en muchas oportunidades puede resultar en contra, esta vez propone una nueva historia para dotarle de otra personalidad al personaje y no agotarnos, y sobre todo propone una mirada crítica a la historia, en cuanto a los aspectos sociales que la formaron. No es común ver en una película de este estilo la visión puesta sobre un pueblo que se pone de pie ante sus invasores. La evolución del rol femenino en el cine es verdad que se viene dando con mayor fuerza en los últimos años (casos como Los juegos del hambre y Star Wars: El despertar de la fuerza son los más significativos), y la Jane de esta versión no es la excepción. Ya no se trata de la comprometida del héroe que espera a que la rescaten, sino que por el contrario se trata de una mujer fuerte, de armas tomar y que se compromete con la acción. No le escapa al peligro y lo enfrenta. Alexander Skarsgård interpreta sobriamente a Tarzán gracias a una combinación de músculos que le otorga la personalidad del hombre salvaje, y una dosis de introspectividad que lo diferencia de ese hombre primitivo. Las fallas más notorias podemos encontrarlas en Christoph Waltz, quien como emisario de los exploradores, lleva adelante uno de sus peores papeles cinematográficos. Posiblemente sea a partir del poco aprovechamiento del gran actor que tenían enfrente los guionistas (Adam Cozad y Craig Brewer), quienes no supieron exprimir su potencial y lo dejaron relegado a un malvado típico, sin matices diferenciales, más parecido a sus personajes tarantinescos. De la misma forma sucede con Samuel Jackson, relegado a un personaje bastante repetitivo. Y por último en las escenas de acción: muchas veces pierden el sentido de ser y no logramos encontrar esa que quede en nuestra retina. Ninguna batalla de Tarzán en esta película quedará en la historia. Con aciertos y desaciertos que equilibran, la nueva producción de Warner sobre el rey de la selva llega al siglo XXI con una nueva mirada sobre el héroe, que termina con un resultado por demás aceptable.
Normalmente, cuando se estrenan nuevas versiones de personajes recurrentes de la historia del cine, me gusta armarme un minifestival monotemático para revisitar las anteriores, o aprovechar para ver las que me faltaban. En el caso de Tarzán se me complicaba. El señor de la jungla fue muy adaptado, ya desde las primeras décadas del cine, y sus versiones cinematográficas aparentemente rondan las varias decenas. La leyenda de Tarzán vuelve al Tarzán civilizado de la obra original de Edgar R. Burroughs, nada de Chita ni de “Yo Tarzán, tú Jane”, y lo inserta en un Congo con Contexto Histórico. Hay algo de denuncia políticamente correcta en el medio sobre los horrores del Colonialismo, y aunque hay dos malos al final solo el aborigen merece redención. Léon Rom (Christoph Waltz), personaje histórico real, le secuestra la mina a Tarzán (Alexander Skarsgård) y este debe recorrer medio Congo para rescatarla, acompañado por George Washington Williams (Samuel L. Jackson), otra figura real de la época convertido en una especie de sidekick inútil. Jane (Margot Robbie) cumple un rol de damisela en apuros y nada más. Hay cierta ingenuidad en sus interpretaciones que es consistente con la estructura del guion y con el intento de recuperar el espíritu de la aventura clásica. En ese sentido, las intenciones detrás del film parecen honestas, por eso sus problemas parecen provenir menos de decisiones erradas que de pura pereza. La extrema linealidad de la trama y sus personajes vagamente definidos son acompañados por pocas ideas visuales, con un trabajo de CGI (lo “hecho por computadora”) bastante mediocre para una superproducción y escenas de acción incomprensibles. Los únicos momentos bellos son los planos NatGeo de África, sin personajes vacíos ni animación trucha molestando, son la única aparición de algo verdadero en la pantalla. Para llenar tiempo, una serie de flashbacks interrumpe la acción constantemente, muchas veces con información que ya había sido entregada por diálogos previamente. La estampida final, con Tarzán explotando sus poderes de arreo de ganado, lleva la torpeza al punto más alto y cierra el film a los tumbos. Parecido a lo que sucedió recientemente con Warcraft, La Leyenda de Tarzán demuestra que a veces no alcanza con tener las mejores intenciones para llegar al buen cine.
Tarzán vuelve al cine, esta vez con una película Live Action. Hay personajes que son emblemáticos mas allá del formato en el que pueden llegar a ser presentados. A veces, estos personajes, trascienden descomunalmente los distintos tipos de medios en los que se los puede presentar. Libros, comics, series, películas. Tarzán es uno de esas leyendas de antaño que ha acompañado a varias generaciones y se ha adaptado a diversas formas de entretenimiento. El concepto es simple: un hombre que vive en la jungla africana y es una leyenda viviente del corazón selvático donde habita; aquel que vive entre animales y puede comunicarse con ellos, viviendo en armonía y siendo aceptado mas allá de ser un humano. Es imposible hablar de Tarzán para ciertas generaciones sin recordar la famosa adaptación de Disney, si bien otras adaptaciones se han dado a lo largo de los años, la ultima marca importante sobre el personaje fue esa entrañable película de dibujos animados musicalizada por Phil Collins. Incluso para muchos el concepto de Tarzán surge de esa misma película y se olvida sus orígenes en el formato de libros y novelas cortas donde el personaje dio sus primeros pasos para convertirse en leyenda. Algunos años después su presencia nuevamente aparece en la pantalla grande, esta vez de la mano de actores de carne y hueso. La Leyenda de Tarzán toma muchos de los conceptos que ya conocemos y trata de dar una visión fresca al ya conocido personaje. La película no se detiene a querer agarrar simplemente las ideas generales que la gente tiene sobre el personaje e indaga mas en algunos aspectos que solo los lectores de las novelas escritas por Edgard Rice Burroughs (creador de Tarzán, el cual escribió mas de 25 novelas del personaje) podrán tener conocimiento previo. Si bien esta nueva adaptación cuenta con algunos conceptos frescos, realmente estas variantes no ayudan mucho a mejorar la calidad final del filme. Esta entrega del mítico personaje cuenta con algunos conceptos muy interesantes, lo cual hace que su fracaso en muchos aspectos sea mas decepcionante con estas expectativas que sin ellas. Vez tras vez a lo largo de sus aproximados 110 minutos el espectador se aferra a la idea de que en cualquier momento las apuestas subirán y el resultado será satisfactorio; desgraciadamente el resultado final termina siendo decepcionante, tanto en sus aspectos técnicos como en la entrega final del producto. Mi principal problema con la película fue la carencia de buenos diálogos e incluso en muchos momentos el ritmo de la película en si. Entre chistes que no conectan, lineas realmente incomodas y un desarrollo de la historia un tanto absurdo, el guión es uno de los problemas mínimos con los que se encuentra esta película. Las actuaciones dejan mucho que desear, al igual que sus personajes y el desarrollo de los mismos. Ni siquiera la participación de Sammuel L. Jackson como sidekick del héroe logra salvar la marea de momentos aburridos e inconclusos. Si bien Alexander Skarsgard y Margot Robbie no hacen un mal trabajo, otros aspectos de la película logran arruinar completamente cualquier esfuerzo que los dos protagonistas hayan puesto sobre la mesa. Finalmente la película cuenta con varias escenas de acción donde nuevamente la premisa es buena pero la entrega sigue siendo precaria. Con algún CGI un poco abrumador y severos problemas de iluminación, el trabajo de David Yates (quien nos dio las ultimas 4 entregas de la saga Harry Potter) se ve bastante embarrado y baja bastante la barra de expectativas de un director que viene de trabajar en tan emblemática saga de películas.
Con la versión de David Yates de La Leyenda de Tarzán, el hombre mono vuelve a las pantallas con toda la parafernalia CGI obligatoria de la época para volver a contar mas o menos la misma historia de siempre. Bruce Wayne del CongoLa Leyenda de Tarzán Cuando van a buscarlo para que acepte ser enviado comercial en el Congo colonial, John Clayton (Alexander Skarsgård) lleva varios años inserto en la sociedad inglesa como heredero de una familia que nunca conoció y casado con Jane, la mujer de la que se enamoró en la selva. Se lo considera una celebridad, una fama alimentada en las historias escritas sobre la leyenda de Tarzán y se esfuerza por comportarse como el caballero londinense que se supone que es pero -por más que se esfuerce- John no parece realmente adaptado a su nuevo entorno: sólo Jane (Margot Robbie) da indicios de conocer los verdaderos motivos por los que en primera instancia no quiere aceptar la misión, algo que le dura apenas unos minutos y es fácilmente convencido por los argumentos del emisario norteamericano George Washington Williams (Samuel L. Jackson) y sus sospechas de que el rey de Bélgica está esclavizando a la población nativa. Como público, sabemos que la invitación tiene motivos mucho más turbios que los declarados y que están siendo manipulados por Leom Rom (Christoph Waltz), emisario del rey belga y aspirante a ser el gobernante de la región cuando logren estabilizarla. Los viajeros le escapan a su trampa accidentalmente y aunque evitan ser capturados sin siquiera enterarse que corren peligro, son atacados en la aldea la primera noche. Incapaz de capturar a Tarzán, Leom Rom se contenta con tomar de rehén a Jane sabiendo que eso alcanzará para atraerlo hasta su trampa, desatando la obvia misión de persecución y rescate. Otra en la lista El personaje ya cumplió un siglo y desde entonces tuvo adaptaciones en cada formato posible, contando una infinidad de historias que siempre giran en torno de los mismos ejes, dejando bastante poco sobre lo que innovar. Por eso resulta esperable que La Leyenda de Tarzán no sorprenda en ningún momento e intente recurrir a las escenas de acción cargadas de CGI en 3D para generar un atractivo que no consiguen desde una historia que -aunque alcanza a sostenerse- no propone nada muy interesante y sigue una línea que puede verse prácticamente de punta a punta desde el principio. Veremos entrelazada la historia del origen del niño criado por gorilas y el regreso del hombre que va dejando progresivamente en el camino al fingido John Clayton para asumir su verdadera identidad de Tarzán, a la cual negó durante tanto tiempo. La versión dirigida por David Yates intenta revertir algunos conceptos clásicos del personaje que hoy no son del todo políticamente correctos, intentando fallidamente sacar a Jane del rol de dama en peligro y evitando con un poco más de éxito mostrar al hombre blanco europeo como el salvador de la “atrasada” África, lo que parece justificar la inclusión del personaje de Samuel Jackson cuya misión principal es combatir los abusos sobre la población negra sin caer en el estereotipo del white savior. En ambos casos lo logra a medias y, aunque salta algunas piedras, vuelve a tropezarse con los mismos lugares comunes un poco más adelante, algo que por momentos se ve agravado por actuaciones poco verosímiles, con expresiones que se sienten anacrónicas o fuera de lugar hasta de Waltz, el experto en villanos. CONCLUSIÓN La Leyenda de Tarzán es en esencia una película de aventuras donde las complejidades de la historia quedan en segundo plano la mayor parte del tiempo, brindando un entretenimiento más directo focalizado en escenas de acción bastante fluidas y ágiles que llevan adelante la trama sin darle tiempo a que se vuelva aburrida.
Crossfit en la selva La película La leyenda de Tarzán retoma al clásico personaje en tono realista, aunque la impericia de su director deja como resultado un entretenimiento tibio. Este Tarzán modelo 2016 tiene un parentesco con los reboots de superhéroes en tono realista: psicología compleja, estética cuidadosamente sucia, entramado político, excedente de personajes secundarios y cierta ambigüedad moral que relativiza los bandos. La historia empieza con un Tarzán adulto llamado John Clayton. Tiene título nobiliario, está casado con Jane y da vueltas por Londres a finales de siglo 19. Los funcionarios de la Corona le piden que vaya como diplomático al Congo, mientras que el villano de turno, Christoph Waltz, urde planes con esclavos y diamantes. En el arranque se da por sentado el conocimiento del mito en los espectadores, pero de pronto el guion decide lo contrario y empieza a narrar, mediante flashbacks sistemáticos, la infancia torturada de Tarzán, su contacto con Jane y demás viñetas innecesarias, insertas para enganchar a públicos analfabetos. Esta recapitulación, además de sobreexplicar lo que era mejor sugerir, rompe la linealidad clásica del género de aventuras y desinfla los climas de la historia central. Volver a forjar la leyenda de Tarzán perjudica en particular la actuación de Alexander Skarsgård, comprometido en reflejar con sus ademanes cierto salvajismo domesticado, una síntesis trágica entre Tarzán y John Clayne, entre civilización y barbarie. Sus gestos son parcos, forzosos, y su mirada es tan estúpida y bondadosa como la de un animal enfermo de melancolía. Actoralmente, este sueco logró algo interesante, en sintonía con la sequedad que el director David Yates intentó imprimir sobre el resto del filme. También debe mencionarse esa fijación que el marketing previo instauró sobre el físico del actor: una obra maestra de la genética con ayuda de meses de crossfit. Semejante expectativa en torno al sex appeal de Alexander Skarsgård crea un fetiche inmediato cuando se saca la camisa, relegando su destreza interpretativa a la exactitud de sus abdominales.De todos modos, es el último responsable de que el filme no funcione.. David Yates fue cómplice del deterioro de la saga Harry Potter, y aquí se debate entre una estética cruda y un guión aturdido: escenas desalmadas junto a secuencias de acción surreales, con cámaras rasantes y ralentís antes de que se provoque un impacto. Esta indecisión logra momentos involuntariamente cómicos, alteraciones caprichosas en los personajes y algunos giros para destrabar el conflicto que rozan la idiotez, proponiendo a los animales como una instancia superadora de la sociedad. Lo ideológicamente escalofriante es que dentro de la sabiduría instintiva del animal se agregan a los nativos del Congo. Así, Tarzán no sólo es un mediador entre hombres y animales, sino también entre hombres, subhombres y animales. Una sutil vuelta de tuerca al mito del buen salvaje.
Ya hemos visto miles de adaptaciones de Tarzán, el personaje creado por Edgar Rice Burroughs allá por 1912, a la pantalla grande, y esta tiene la particularidad de ser narrada desde el costado más aristocrático, más europeo del personaje. Al comienzo encontramos al hombre de la selva enfundado en un traje con su nombre occidental, John Clyton, hijo de la pareja de ingleses perdidos en la selva africana, viviendo en su mansión junto a su amada Jane. Es como una especie de súper star en Inglaterra y África, todos los admiran por su historia pasada. De repente es convocado por el gobierno británico a concurrir al Congo para oficiar como una especie de embajador y reconocer los logros de su país de crianza. Detrás de estás mentiras hay planeada una trampa donde se pretende secuestrar a Tarzán, y así entregar su cabeza a un antiguo enemigo, a cambio de diamantes. Cuando lo convocan al Congo, Tarzán reniega de su origen alegando que ya ha visto África y que allí hace calor. Uno de los grandes problemas del filme son los diálogos, dan escalofríos. Todo está tan bien pensado a nivel puesta en escena y se descuidan tanto las conversaciones. Hablan como si estuviesen sentados en un bar tomando una cerveza, en medio de una espectacular escena de una estampida de animales, o amenazados de muerte por miles de armas. Corrupción, esclavitud y ambición son otros elementos que podemos encontrar en esta entrega correctamente contada, que de tan correcta aburre. La ambientación está lograda, también está presente el sentido de la aventura: el riesgo, los eventos inesperados y la acción; pero todo está tan calculado que se cuela la artificialidad, y en el mal sentido, porque nos encontramos ante un problema de verosimilitud dentro de este universo fantástico. Skarsgard, a pesar de tener un cuerpo esculturalmente tallado y digno de la estampa de Tarzán, le falta pasión, salvajismo. Incluso con los animales, que son su otra “familia”, no tiene química. Con la única que se nota cierta atracción en pantalla es con Jane (Margot Robbie) y no se explota demasiado esa historia de amor, salvo al comienzo de la película que hay alguna escena pasional. Por supuesto que hacia el final todo se acomoda, Jane tiene voz y voto, los malhechores terminan enterrados en su ambición y nuestro Tarzán, además de ser un acérrimo defensor ecologista, se reconcilia con sus orígenes africanos y se va a vivir al Congo con Jane y sus amigos de la tribu. Un cierre políticamente correcto más digno de la revista Billiken. Por María Paula Rios @_Live_in_Peace
El realizador británico David Yates (tuvo a su cargo cuatro entregas de la saga “Harry Potter”) dirige la nueva adaptación cinematográfica de la historia de Tarzán, creada en 1912 por el novelista Edgar Rice Burroughs. La película, narra la historia de John Clayton III, Lord de Greystoke (el sueco Alexander Skarsgård), hijo de unos aristócratas ingleses que tras la muerte de sus padres en África, cuando era tan sólo un bebé, fue criado por una simio. Con los años, a este joven se lo conocería en todo el continente bajo el nombre de Tarzán que, con el correr del tiempo, deja África y regresa a la casa de sus padres en Inglaterra junto con su amada esposa Jane Porter (Margot Robbie). Ya reinsertado en la sociedad, el Rey Leopoldo de Bélgica le pide que vaya al Congo, oficie de enviado de comercio del Parlamento y sea testigo de todo lo que ha hecho éste para ayudar a ese país. Al principio se rehúsa, pero luego un estadounidense llamado George Washington Williams (Samuel L. Jackson), aludiendo que es muy posible que se estén cometiendo atrocidades tales como la esclavitud, le pide que acepte y que lo acompañe para así poder juntar pruebas de lo que realmente está sucediendo en el país africano. Finalmente Clayton acepta, pero pide ser acompañado por su esposa, ya que ella desea ir porque extraña África, sin saber que no son más que instrumentos en una mortal conspiración de codicia y venganza. Cuando llegan a destino, Leon Rom (Christoph Waltz) -un hombre al servicio del Rey Leopoldo- ataca vilmente la villa en la que estaban Tarzán y Williams, captura a Jane y desata una serie de hechos que reconectarán a Calyton con su antiguo y salvaje ser, en pos de rescatar a su esposa y salvar a África de la opresión. El film, que cuenta con un guión escrito por Adam Cozad y Craig Brewerbasado, contiene un exquisito despliegue visual que nos lleva desde la alta aristocracia europea hasta la espesa y peligrosa jungla africana. La narración lineal se completa con una serie de flashbacks que dan profundidad a la historia y hacen de “La Leyenda de Tarzán” una buena historia para disfrutar.
La novela de Burroughs ha sido la plataforma para varios filmes; el primero de ellos fue la película muda “Tarzán de los monos” (1918), dirigida por Scott Sidney, protagonizada por Elmo Lincoln. La siguiente, y más famosa adaptación, fue “Tarzán el hombre mono” (1932), dirigida por Woody Strong Van Dyke y protagonizada por Johnny Weissmüller, quien se convertiría en la estrella de veinte films sobre Tarzán. De esta última cinta se realizarían dos remakes: “Tarzán el hombre mono (1959)”, dirigida por Joseph Newman, protagonizada por Denny Miller, y “Tarzán, el hombre mono” (1981), dirigida por John Derek y protagonizada por Miles O'Keeffe. Hasta la fecha se han realizado tres adaptaciones más: “Greystoke, la leyenda de Tarzán, el rey de los monos “ (1984), dirigida por Hugh Hudson, que resultó ser la adaptación más fiel al libro y fue protagonizada por Christopher Lambert. “Tarzán de los monos” (1999), animación producida por Diane Eskenazi y “Tarzán” (1999), película animada realizada por los estudios de Walt Disney Pictures, con Tony Goldwyn como la voz de Tarzán. La versión moderna de mayor éxito financiero sigue siendo la de Disney (1999), el Tarzán más grave ha sido la versión de Hugh Hudson en 1984, y la más ridícula fue, sin duda, de John Derek en 1981, en la que el director estaba mucho más interesado en la fotografía y los semidesnudos de su esposa, Bo, que en el personaje que daba nombre a la producción. La historia que Burroughs cuenta transcurre en el Congo y en la Inglaterra del siglo XIX y principios de XX, y señala de manera crítica la repartición de África por las naciones europeas en la Conferencia de Berlín de 1884. Allí se trató de establecer límites para el rapaz rey de Bélgica Leopoldo II, quien había fundado y explotado el Congo como si fuera una empresa privada. De allí extrajo caucho, diamantes, oro y otras piedras preciosas, con la utilización de la población nativa como mano de obra forzada y esclava. Uno de sus secuaces en la apropiación de ese territorio fue Henry Morton Stanley, que en el filme será Leon Rom, interpretado por el icónico villano: Christoph Waltz. En esta versión de “La leyenda de Tarzán”, elaborada por los guionistas Adam Cozad y Craig Brewer, la historia comienza cuando Clayton / Tarzán (Alexander Skarsgård - "True Blood" TV 2008-2014, “Zoolander 2”, 2003, “Waron Everyone”, 2016 ) es ya una leyenda: criado por simios, querido por los habitantes locales, es miembro de la Cámara de los Lores y vive en el castillo de los Greystoke con su amorosa esposa estadounidense, Jane (Margot Robbie), decidida, franca, y no tradicional. Sin embargo, poderosas fuerzas quieren enviarlo de nuevo a Broadbent para averiguar que sucede con el rey Leopold que ha cortado el acceso al Congo Belga a otras potencias económicas. “La leyenda de Tarzán” está llena de grandes ideas: en cuanto a animales v humanos, exploración y explotación, primitivismo y civilización. Pero es una pesada carga temática para desarrollar en una sola película, especialmente cuando el fin último es realizar una construcción que refleje que el mundo de explotadores y explotados no se ha modificado en absoluto. David Yates proveniente del mundo de la televisión y la realización de las cuatro últimas películas de Harry Potter, no consigue dar en el vuelo poético que había conseguido especialmente en el última de la saga, y aunque se apoyó en toda la tecnología del mundo digital para 3D no logra crear una imagen real del espacio, los animales o las personas. Todos parecen salidos de un boceto sin resolver. Los colores utilizados para la fotografía son apagados, tal vez con cierto aire de valorización a las películas antiguas, pero el resultado es una falsa imagen de otro mundo. “La leyenda de Tarzán” es en realidad un reciclaje que trata de traer a la actualidad los héroes de antaño, pero en éste caso resulta ser un experimento mejor que el fallido intento con “El llanero solitario” (2013), de Gore Verbinski. En esta versión no están obsesionados por la pirotecnia o los efectos especiales, aunque la multiplicación de los nativos, soldados y animales sean creaciones del trucaje digital. Tanto el director como los guionistas son respetuosos con el material de Burroughs, pero se toman algunas licencias y recrean vida del protagonista a través de flashbacks, estratégicamente colocados, en los que el espectador puede entrar y salir con ellos sin sentir incomodidad. Otro de los artilugios que se agradece son la notas de humor que están llenas de sarcasmo, y en algunos casos son chistes anacrónicos, generalmente provenientes de Samuel L. Jackson que interpreta al compañero de Tarzán, George Washington Williams, pero a la vez representa la mirada americana sobre los intereses económicos comunes con los ingleses y holandeses. La película mantiene un ritmo vertiginoso a través de la carrera contra reloj por alcanzar primero un tren lleno de esclavos, luego un barco a vapor. Las subtramas también aportan una línea de acción que intensifica la principal, y la música a su vez, en esa extraña mezcla con el sonido ambiental, proporciona los efectos de puntuación que marcan la transición entre escena y escena. Pero no se puede caer en la ingenuidad de creer que ésta realización es sólo de aventuras, y que su línea de acción es denunciar al colonialismo del siglo XX, en realidad lo que también sugiere es que ciertas intenciones dominadoras, con ribetes democráticos, continúan a través de la Unión Europea que, al igual que el Congo, que estaba en manos de Leopold, ésta está bajo la controladora mano de Alemania. El Brexites, en cierto modo el Tarzán actual, al que apoya Estados Unidos y las otras tribus del norte que también quieren escapar de esa sujeción.
Correcto pero sin alma de historieta Entre selvas y animales digitales, Tarzán renueva sus desafíos en la piel de Alexander Skarsgård. Indígenas, esclavos y negros liberados. Los diamantes, la explotación, y los rosarios. Todo en su lugar pero sin riesgo de aventura. Tarzán, mito moderno del siglo pasado. Si hay que elegir entre personajes clásicos, con versiones en cine fundamentales, uno de ellos es Tarzán. En tal caso, y entre los demás nombres -Buster Crabbe, Lex Barker, Ron Ely o Christopher Lambert-, el que sobresale es Johhny Weissmüller. "The best of the mall" decían los viejos trailers de sus últimas películas. Con más panza y menos agilidad, su Tarzán era irrebatible. Es decir, cuando se le veía nadar, campeón olímpico al fin y al cabo, Weissmüller era Tarzán. En estado puro. No es un dato menor, el cine del hombre mono ha sido uno de los desafíos mayores. El verosímil de la selva podía ser impostado, en estudios y con plantas de plástico, pero las peripecias debían dar credibilidad. El truco, entonces, no dejaba de ser fotográfico. De manera tal que cuando el actor se soltaba en el aire, liana en mano, las acrobacias debían estar a la altura de los sueños. El cine, por esto, era la máquina perfecta. En otro orden y como gran ejemplo, cuando el director francés Jean Epstein decía que el cine es algo más esencial que las piruetas de Tarzán, no sólo tenía razón -el movimiento demoníaco del cine ha despertado una manera de ver inédita, aducía Epstein-, sino que también engrandecía, involuntariamente,al personaje. Tarzán, mezcla de hombre y simio, continúa fascinando con sus lecturas encontradas. Esta es, de hecho, la premisa de La leyenda de Tarzán. Entre la civilización y la selva se debate la nueva encarnación del simio blanco de Edgar Rice Burroughs. Como si fuera consciente del siglo de historias que le preceden, con sus pleitos ideológicos, este Tarzán procura resolver tal angustia para definirse a sí mismo. El film comienza en Inglaterra, con Tarzán vuelto John Clayton, legítimo heredero de título nobiliario y fortuna familiar. La Corona tiene para él una misión en el Congo. Pero atención, mientras Clayton escucha y toma el té, una de sus manos descansa como garra sobre el mantel blanco. Será un enviado de Washington quien le convenza de encarar la misión. Hay algo más profundo, que tiene que ver con la explotación del Africa y es eso, finalmente, lo que decide a Clayton a reclamar su antiguo nombre. Los flashbacks que rememoran su historia: la muerte de sus padres, el cuidado de la mona Kala, el odio de Kerchak, el descubrimiento de Jane; son oportunos porque no sólo descubren la historia para el espectador desinformado, sino también por acentuar la dicotomía en la que está encerrado este hombre salvaje. Será útil recordar el desenlace de la ya añeja versión con Christopher Lambert, donde Tarzán volvía, irremediablemente, al verde selvático. En el caso actual, el hombre mono parece haber demorado su vuelta al nido, casi convencido de que lo suyo es tomar brandy y simular sonidos de la selva (acá, un guiño hacia el film de Lambert). Acompañado de su amada Jane (Margot Robbie) y de George Washington Williams (Samuel L. Jackson), Tarzán vuelve a su mundo de la infancia, para ser llamado como siempre, entre animales que le miman y waziris que le claman. De acuerdo con la aventura encarada, la película de David Yates -responsable de las últimas Harry Potter-, postula una dupla protagónica, compartida por Tarzán y Washington Williams, donde reitera el lugar común del héroe y partenaire, blanco y negro, serio y bufón, pero sin caer nunca en lo políticamente incorrecto. Es más, puede decirse que este Tarzán sabe muy bien cómo desmarcarse de cualquier lectura malintencionada, para situarse del lado del débil y así rebelarse con el mundo que se dice civilizado. Es esta réplica entre el mundo blanco y el mundo africano la que construye al nuevo Tarzán fílmico. Ya no fílmico. Ahora digital. Un Tarzán ambientado en los albores del siglo XX pero de cuño hipertecnológico: capaz de lanzarse a tareas ímprobas con la agilidad de un hombre araña, antes que mono. Casi un superhéroe. Es éste el malestar que aparece durante la película. La aventura ya no es lo que era, no vale la pena añorarla porque no tendría sentido. Pero lo que surge destila una pericia técnica que ya no es física, aun cuando el atlético Alexander Skarsgård detente sus abdominales. Como le ocurre al nuevo Superman: una mole humana que no se condice con las piñas dinámicas. Igualmente, el Tarzán de Skarsgård posee una mirada ensimismada que recuerda a Lambert, junto al rostro jovial de Lex Barker. Un punto a favor. Si bien sujeto a la construcción digital de los planos, sin explosión física verdadera: algo que resuelve casi siempre el montaje. La mayoría de las secuencias de acción se atribuyen la necesidad de una supuesta grandiosidad, con acumulación de animales y espíritu de video juego, pero sin ilusión de historieta. Este último aspecto es el que más se extraña: la aventura por la aventura, sin demasiado preámbulo. No es que el film de Yates la esquive, sino que no sabe cómo recrearla, no la siente, no hay pasión por el personaje y por su entorno. El guión, desgajado, es correcto, recapitula sobre el mito -como la reelaboración de las joyas de Opar-, tiene una mirada ideológica premeditada, pero no hay una puesta en escena sentida, que conviva con el personaje, que sea capaz de lanzarse de manera física a esta aventura interminable y amada por tantos: desde Ray Bradbury al dibujante Carlos Meglia. El rol villano compuesto por Christoph Waltz rinde pleitesía a sus caracterizaciones ya acostumbradas -hay un serio peligro de encasillamiento allí-, con un detalle que dice bien, de cara al rosario con el que acompaña uno de sus puños. Hay que ver cómo Tarzán resuelve, justamente, el enfrentamiento con el cínico Leon Rom, capaz de usar esta arma bendita de maneras insólitas. Es por eso que el guión de Tarzán está lleno de buenos momentos, casi sorprendentes. Pero que destellan sin un alma que, sin bien atenta a los adelantos técnicos, tenga también puesto el sentimiento en esta historia de temple, tal el título del film, legendario.
HOMBRE MONO A REGLAMENTO ¿Existían expectativas por una nueva versión de Tarzán? Teniendo en cuenta los avances técnicos en cuanto a la creación de personajes digitales y lo convincentes que son los nuevos monos y criaturas animadas en pantalla desde el King Kong de Peter Jackson y en las últimas versiones de El planeta de los simios, sonaba tentadora la idea de ver la interacción de estos animalitos virtuales con el humano mejor dotado de la selva y sólo por eso quizás se justificaba una película nueva. ¿Fue la elección del director la más acertada? David Yates viene de dirigir nada menos que cuatro películas de Harry Potter y se encuentra terminando un spin-off del mismo universo, más un abrumador trabajo en series de TV entre rodaje y rodaje. A pesar de eso, más que un director innovador o alguien que aporte algo de aire fresco, Yates resulta un piloto automático, un realizador que hace lo correcto pero tampoco arriesga o deslumbra con su trabajo detrás de cámara. Y dados los resultados, queda expuesto el plan para reflotar un personaje centenario casi a reglamento, cuando probablemente merezca un poco mas de respeto y creatividad. Pero no podemos avanzar sin hacer un poco de historia; allá por 1912 Edgar Rice Burroughs creaba a John Clayton III, un niño inglés perdido en la selva y criado por monos que una vez adulto se convierte en su líder e imparte justicia protegiendo a los inocentes -sin importar su especie- de la maldad del hombre blanco y de alguna que otra entidad que a veces alcanzaba ribetes sobrenaturales. La historia tuvo tanto éxito en los primeros pulps en los que surgió que luego se trasladó al formato novela hasta llegar a treinta y dos títulos oficiales sin contar las imitaciones y homenajes -como esas novelas de Bomba, el niño de la selva que leía de chico- y ni hablar de su trascendencia luego en comics, seriales de cine, largometrajes y series. A lo largo de su evolución que ya supera el siglo, Tarzán llegó a lucir tantas caras distintas y reversiones que difícilmente provoque hoy las quejas de algún club de fans por falta de fidelidad a sus orígenes, cada vez que se lo recrea. Y así, a pesar de todo lo expuesto, desde 1984 no hubo un film live action del personaje como aquella digna Greystoke, la leyenda de Tarzán, con Christopher Lambert, estrenada luego de la versión exploitation de John Derek en 1981 con su esposa Bo -ícono sexual de entonces- que tampoco estuvo mal, aunque la intención fuese más la de lucir los atributos de Jane que de John. Finalmente tuvo que pasar más de una década hasta la versión de Disney, sólo para nutrir a la leyenda de mayor colorido y darle acceso al público infantil que terminó apoderándose del personaje como pasa siempre que entra en juego el estudio del ratón. Y probablemente también haya sido ese un motivo más para que los estudios no se hayan tentado con reversionar la historia al ya quedar afianzada en ese multitarget. Pero entonces llega Yates y nos presenta a este John Clayton totalmente adaptado a la sociedad británica colonial y desposado con su hermosa Jane al que -recursos perezosos de guión mediante- en pocos minutos tendremos saltando de liana en liana en el ambiente que lo vio crecer y con momentos de flashback gracias a los cuales, los desprevenidos que no conozcan el pasado del hombre mono se podrán enterar de los orígenes de esa leyenda como si se tratara de cada película de Batman que sin importar quien la dirija, también apela a ese recurso que subestima tanto al espectador. El conflicto principal que saca a nuestro héroe de la burguesía y lo traslada a la selva es un tema de trata de esclavos, aunque ya sabemos desde la primera escena que alguien quiere su cabeza con la sola aparición del villano mercenario interpretado por Christoph Waltz -condenado a repetir el mismo personaje desde que Tarantino lo popularizara-. Este Tarzán -en la piel de Alexander Skarsgard-, cambia su taparrabos por unos bonitos pescadores y no sólo usa sus músculos para solucionar problemas, sino que apela a su sagacidad y capacidad de razonamiento, algo que sumado a su look nos recuerda a la versión del mismo personaje que interpretara Ron Ely en la serie de TV, de aspecto mucho más ejecutivo que salvaje. Si a eso le sumamos la presencia de Samuel Jackson como su ladero más citadino y locuaz aún, tenemos por momentos una fórmula buddy movie ecológica. Pero por suerte, al filo de que esto ocurra, irrumpe un puñado de gorilas o de nativos furibundos para recordarnos que no se trata del regreso de Richard Donner con Lanza mortal. Otra que salva al engendro con luz propia es, una vez más, Margot Robbie, quien da brillo a una Jane que a pesar de tener la mochila de víctima apta para ser rescatada, está lejos de esperar sentada -o encerrada o maniatada- y no se queda quieta un sólo instante. La industria ya tiene claro, luego de varios casos testigo como El lobo de Wall Street o la lista interminable de tráilers de Escuadrón suicida, que esta chica se pone al hombro cualquier proyecto hasta que se termina hablando de ella. No es que se robe la película ni que se haya filmado en función de ella como aquella de Bo Derek que citamos antes, sino que no hay modo de que no destaque. En definitiva La leyenda de Tarzán no es más que un cuentito menor, con escenas de acción que no impresionan pero entretienen, personajes estereotipados y sin profundidad, criaturas que nunca dejan de ser parte del decorado y un hombre mono que cruza las lianas respetando los semáforos. Que al menos sirva para traer al recuerdo a un personaje que todavía merece una versión digna del cambio de milenio, que no es ésta, claro está.
A más de 100 años del nacimiento del personaje de Edgar Rice Burroughs y de sus múltiples versiones cinematográficas (que repasamos recientemente en este genial informe), la película de David Yates llegó a nuestras salas justo en vacaciones de invierno, con una campaña de prensa movidita que incluyó la visita de su protagonista Alexander Skarsgård a nuestro país. La pregunta es: ¿vale la pena revisitar a este personaje o mejor nos quedamos en casa viendo Netflix? La Leyenda de Tarzán arranca en el Congo, en plena colonización, donde Leon Rom, el villano principal y emisario del Rey Leopoldo II, interpretado una vez más por Christolph Waltz, anda detrás de unos diamantes fundamentales para salvar la economía belga. Tras un enfrentamiento inicial con la tribu de los guerreros, su líder, Mbonga (Djimon Hounsou) se los proveerá, pero a cambio de Tarzán. Ahí, con este breve encargo, comienza a desarrollarse la acción. De vuelta en la civilización, John Clayton III recibe una invitación para volver a la selva, supuestamente como emisario de comercio del parlamento. Como la idea no le convence al principio, aparece aquí George Washington Williams, el negro copado estadounidense encarnado por Samuel L. Jackson, quien pide que acepte ya que será su gran aliado de cara a abolir la esclavitud. Ah, entonces ahí sí, de pronto Clayton acepta embarcarse. El mismo breve tire y afloje respecto al viaje se repite en relación a una estresada Jane (Margot Robbie), que acaba de perder un embarazo: inicialmente la idea es viajar solo, pero se llega rápidamente a un consenso en el cual ella también se embarca. Nota al margen, Jane fue realmente una adelantada a la época: estaba estresada antes que el estrés fuera identificado y tratado como una patología. Y una vez en la jungla, la acción se desarrolla de manera previsible: la pareja y el negro copado son recibidos por la tribu pacífica; los colonos secuestran a Jane; en el camino a liberarla, Tarzán vuelve a encontrarse con su lado animal y, con la ayuda de la naturaleza, termina expulsando a los colonos, liberando así a Jane y a los esclavos. Lo mejor de la película se centra en su costado ideológico: se muestra con fuerza que los colonos son “los malos” que vienen a expropiar y a esclavizar al más débil con fines claramente económicos y políticos, despreciando toda vida -tanto humana como animal- que se les ponga delante. De hecho, los villanos pueden dividirse en dos subgrupos: la tribu de guerreros se plantea como un primer antagonista, cuya enemistad inicial con Tarzán se fundamenta desde un costado humano y, en un punto, comprensible (recordemos que toda la peripecia se da por el pedido de llevar a Tarzán de regreso a la selva, y el jefe no pide que regrese con intenciones de invitarlo a tomar el té de las 5). Por otro lado, los colonos representan el mal mayor: sus intenciones imperialistas los sitúan en la vereda de enfrente de los nativos guerreros, los pacíficos, los animales, el propio Tarzán… no les importa nada más que su propio bolsillo. Desde la narración el gran acierto es que Yates no se detiene mucho explicando quién es y cómo se forma Tarzán, sino que se apoya en el conocimiento popular del personaje, dando sólo los detalles básicos y remitiéndose a hechos puntuales sobre el pasado del personaje que ayudan a comprender globalmente el conflicto. El costado visual de la película también tiene una gran intensidad: además de situar cada secuencia en sub-espacios precisos dentro de la jungla que ayudan al desarrollo de la acción, la gama de colores atrae mucho al ojo y sabe generar momentos completamente dinámicos tanto por la dirección de los encuadres como por el movimiento interno y el ritmo del montaje, acompañados de una banda sonora correcta, tirando a buena. Pero por más que haya cosas positivas, también hay cosas flojas. El desarrollo de las acciones y las motivaciones de los personajes se ven un poco forzadas, esquemáticas, simples. Está bien que estamos ante una película meramente de entretenimiento, para toda la familia, pero creo que peca en exceso de simplona. Por ejemplo, lo que pasa con la tribu nativa es un dramón, pero el guión no le da el desarrollo suficiente para que nos identifiquemos con ellos ni con su sufrimiento, entonces no sentimos las ganas ni la fuerza de acompañar a Tarzán en la misión de evitar que sean esclavizados. Lo mismo al inicio de la película, cuando se toman las decisiones que detonan los conflictos: todo queda tan explícito que parece forzado e injustificado, con actuantes que responden a un guión y no con personajes que tienen motivaciones y objetivos propios. La acción general es predecible, nunca hay un riesgo, el personaje femenino que empieza a las piñas y patadas se termina desdibujando y en el tercer acto da lo mismo que Rom tenga secuestrada a Jane o a una bolsa de papas fritas. En otro orden de cosas, las secuencias visualmente poderosas que mencionábamos anteriormente no son suficientes para mantener en vilo a un espectador un poquito exigente. La adrenalina de un plano, la incertidumbre sobre si el héroe conseguirá o no su objetivo, empiezan por el guión para luego ser narradas visualmente en este código, a este ritmo. Si no estás contando nada, por más que las secuencias visuales estén buenas, estamos en la nada misma: no te enganchás, no te involucrás, solamente asistís a un trailer eterno de un chabón (demasiado) musculoso colgando de una liana. VEREDICTO: 5.0 - ¡DEVOLVÉ LAS MALVINAS, CLAYTON! No vale la pena pagar una entrada de cine para ver toneladas de CGI que intentan enhebrar el relato flojo y esquemático de La Leyenda de Tarzán. La propia película es autoconsciente de su simpleza cuando, al secuestrar a Jane, le explican "él Tarzán, tú Jane, siempre va a venir por tí". Y porfi, Skarsgård: tomáte unas birras, que tus abdominales me ponen nerviosa.
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Debe ser una cuestión personal, lo sé, pero estoy convencido de que los héroes, leyendas y relatos pertenecen a su propio tiempo. Todo manotazo al pasado es un manotazo de ahogado, y aun cuando Iron Man, Batman, o el Spider Man de hace diez años hayan llenado los bolsillos de varios, sus recreaciones son embutidos artísticos, impotentes al momento de ocultar la costura. Ahora mismo en las redes la gente empieza a mostrar nostalgia por el Batman de Adam West, por el pop, el camp, las malas de pin-up, y porque no hay nada más antisistema que una batibarriga. Y lo mismo ocurre con Tarzán. Tarzán era el Johnny Weissmüller que veía mi viejo en las matiné de los cines de Avellaneda, o el Ron Ely larguirucho, flaco y de pecho algo hundido (hoy no pasaría la prueba de extra) que yo veía en Sábados de súper acción. O el dibujito hecho a las trompadas en los ‘80, donde el hombre mono se reía como un Guasón hinchado de esteroides. Aclaro: no tengo nada contra el flamante Tarzán sueco de Alexander Skarsgård, que previamente hizo a un vampiro vikingo muy verosímil en la serie True Blood. Las chicas morirán cuando Alex haga un strip a lo Golden (bué, de la cintura para arriba) para un mano a mano contra un gorila sacado. La Jane que hace Margot Robbie tampoco defrauda, para que los muchachos no dejen a sus novias de a pie. Pero la cuestión de fondo, lo importante, es que la idea resulta rancia. Hoy el único superhéroe posible al modo clásico es el superhéroe retirado. La concepción del súper hombre, solo contra el resto del mundo, parece vintage; por eso Watchmen es tan interesante, y por eso su adaptación al cine es la única que resulta, más que convincente, contemporánea. En ese sentido, La leyenda de Tarzán elude en apariencia el makeover del cine contemporáneo. A diferencia de muchos héroes recauchutados (en particular, el Batman de Christopher Nolan), el Tarzán de David Yates, director y casi dueño de la franquicia de Harry Potter, no tiene una vida reinventada; el espectador no asiste, una vez más, al nacimiento del mito. Aún más: en su primera escena, Tarzán ya fue y vino del África. Ahora es John Clayton, de la dinastía Greystoke, y una comitiva anglo-belga trata de convencerlo en Londres para regresar al Congo y supervisar las tareas humanitarias del rey Leopoldo. Clayton/Greystoke/Tarzán olfatea algo raro, pero el emisario americano George Washington Williams (Samuel L. Jackson) lo persuade y ambos viajan junto a una Jane que en el Congo no se embarrará las manos ni tocará una liana. La invitación es una carnada. El mercenario Leon Rom (Christoph Waltz) busca diamantes para levantar el default del rey belga con las potencias europeas, y una tribu le ofrece la cantera madre a cambio de la cabeza del hombre mono (una subtrama con deficitario trabajo de guion). Junto a la actuación de Waltz, esta especie de inversión de la lógica colonialista es casi lo único rescatable de la película. Por lo demás, Tarzán y Jane son filólogos que hablan dialectos congoleños con fluidez, rápidos y letales como ninjas, y tienen una relación con la tribu amiga que parece Fitzcarraldo filmada por Terrence Malick en un mal viaje de ácido. El pobre Samuel hace lo que puede (y se le nota el cansancio). Los gorilas, la especie a la que Tarzán debe su crianza, son criaturas en CGI fieras y violentas, como filtradas por accidente del pendrive rechazado para otra Planeta de los simios o King Kong. O sea, Edgar Rice Burroughs se retuerce en su tumba.
Para recrear nuevamente la obra de Edgar Rice Burroughs, La Leyenda de Tarzán, David Yates – director también de las Harry Potter- tenía que lograr un nuevo giro en base a la historia de John Clayton –Tarzán- sin caer en lo visto infinidades de veces (una tarea difícil por las numerosas adaptaciones pasadas). Estancado en un development hell – producción problemática- durante más de una década, este proyecto pasó desapercibido para la prensa en general, tal vez porque la historia nos mostró a Tarzán tantas veces, de tantas formas, que uno podría sentir que esta futura adaptación, a pesar de tener un elenco destacable, iba a llegar sin pena ni gloria. Pero este regreso a la selva fue una agradable sorpresa. Después de 8 años lejos de la jungla, John Clayton se familiarizó con trajes y con los modales de su nueva vida en Inglaterra, a pesar de esto, lleva una pena que se refleja en su vida diaria: Clayton extraña la selva. Alexander Skarsgård (Generation Kill, True Blood) da un buen paso con este papel, humaniza un poco más a Tarzán, dejando atrás el clásico “yo tar-zan!” que se golpea el pecho. En el film Clayton es un hombre con capacidades extraordinarias que está rodeado de un círculo de personas que lo conectan más como hombre que con su lado animal y justamente, las mejores escenas de este film se dan cuando Clayton interactúa con el entorno animal haciendo uso de su lado humano. Quiero destacar que Skarsgård, de todas formas, a pesar de dar una buena interpretación como Clayton/Tarzán, se muestra en el transcurso de la película, portando una constante cara de “estreñimiento” crónico y en algunos momentos esto puede parecer cómico. Como todos saben Tarzán no está completo sin su Jane, y aquí, la encargada de representarla es nada más y nada menos que Margot Robbie (El lobo de Wall Street, Focus). Robbie cumple con el papel de la “doncella en apuros” y siempre es un espectáculo visual verla en pantalla, pero en La leyenda de Tarzán da el ejemplo claro de que el casting fue exclusivamente en base a su popularidad ya que cualquier otra actriz hubiera podido con este rol. Tampoco la ayuda la presencia de Samuel L. Jackson como George Washington Williams, el cual está como “comic relief” – toque cómico-. Jackson, posee una presencia absoluta en cada escena que figura y su personaje sienta bien como el “compañero tonto”. Hay que nombrar a Christoph Waltz recreando al villano de turno. Waltz es un gran actor, pero últimamente se está quedando a medio camino, ya no revoluciona como lo hizo en Bastardos sin gloria (2009) sino que recurre al uso del mismo personaje una y otra vez, y en esta no es la excepción. David Yates logra destacar a la región del Congo, con exteriores variados que trasmiten las diferentes personalidades de sus habitantes. Hay grandes dosis de CGI, sobretodo en escenas de acción desenfrenada o las que requieren uso de animales, pero en ningún momento se sienten desaliñadas y su utilización no quita al espectador de lo que está presenciando. Mi preocupación antes de ver esta película era, como iba a resultar el transporte sobre lianas y para sorpresa, están realizadas correctamente con movimientos naturales y son simplemente geniales. La leyenda de Tarzán es una película que puede parecer a simple vista como una más en la larga línea de historias sobre Tarzán –para mí la mejor sigue siendo Greystoke (1984) – pero David Yates y su equipo respondieron bien el llamado y lograron un producto que puede sorprender al público y que tiene posibilidades de una secuela. Por mi parte, espero que saquen una versión extendida, porque este film pide a gritos un poco más de desarrollo sobre los Flashbacks en la jungla.
VídeoComentario
Versión pop pero entretenida del clásico Vuelve uno de los personajes más famosos de la literatura al cine. Vuelve Tarzán y viene con una historia un tanto renovada y un director que sabe mucho de entretenimiento, el británico David Yates, que estuvo al frente de los últimos cuatro films de Harry Potter. Debo decir que tenía muchas expectativas sobre esta película, quizás demasiadas. Cuando la fui a ver al cine me encontré con algo bastante distinto de lo que imaginaba. Creí que estaba yendo a ver la compleja y oscura historia de John Clayton/Tarzán y me encontré con una producto bastante pop y ligero, que si bien cumple con creces el objetivo de entretener, no me generó grandes emociones o me dejó situaciones espectaculares dando vuelta en la cabeza. Para empezar la trama si bien es distinta de la típica historia de Tarzán, ya que nos sitúa en un período en el que nuestro protagonista vivió muchos años en la selva, se enamoró de Jane, fue rescatado y llevado a la civilización, es al final del cuentas bastante básica, de manual y sin grandes complejidades. Un acontecimiento medio tirado de pelos lo convence de volver a la selva sabiendo el riesgo que eso implica para él y su mujer, Jane. Una vez allí, debe enfrentarse a un villano interpretado por el efectivo pero a esta altura un tanto caricaturesco Christoph Waltz, y a otro villano más en la piel de Djimon Hounsou. Tiene acción, tiene momentos divertidos, tiene romance y tiene momentos emotivos. Creo que si bien la dupla Alexander Skarsgard (Tarzán) y Margot Robbie (Jane) tienen muchas química y prenden fuego la pantalla, abusaron un poco de las situaciones de pareja entre ambos. Hay algunos besos en momentos de peligro o diálogos que no tienen mucho sentido y parecen haber sido diseñados para adolescentes de 13 años. No es que esté mal tener 13 años y ser romántica, pero creo que no es el sentido de la historia original. También acompaña en el reparto el omnipresente de Hollywood, Samuel L. Jackson, en un rol bastante divertido y que le aporta mucho a la parte humorística del film. Hay varias escenas de interacción de nuestro protagonista con los animales, algo que creo que la mayoría estaba esperando. Algunas son muy buenas, pero me quedé con un poco de ganas de ver más secuencias en esta línea. En conclusión creo que los que estábamos esperando algo más serio nos decepcionaremos un poco al ver que el enfoque que se le dio es totalmente pochoclero, aunque les aseguro que no saldrán aburridos. Una buena versión del clásico que no llega a maravillar desde su relato pero desde lo visual es impactante, sobre todo para las chicas que lo pueden disfrutar al grandote de Skarsgard en cuero prácticamente más de la mitad del metraje. Lo mejor sin dudas es el carisma de sus dos protagonistas.
Crítica emitida por radio.
Warner Bros. presenta una nueva película de acción y aventuras adaptando a uno de los personajes más famosos de la selva, Tarzán, el rey de los simios. Con un elenco de varias figuras, como Alexander Skarsgård (True Blood) en el papel titular de John Clayton III/Tarzán, Margot Robbie (Escuadrón Suicida) como Jane, Samuel L. Jackson (Los 8 más Odiados, Los Vengadores) y Christoph Waltz (Bastardos Sin Gloria, Django: Sin Cadenas) en la piel del villano principal. Esta historia original tiene a John Clayton III, o como todos lo conocen Tarzán, viviendo en Londres de 1880 felizmente casado con Jane Porter. En un Congo dividido como colonia entre Inglaterra y Bélgica, el comandante belga León Rom debe ayudar a su rey a cubrir sus deudas consiguiendo unos de los diamantes más valiosos del continente. Para ello, debe entregar a Tarzán a una tribu como recompensa para obtenerlos. La película dirigida por David Yates (encargado de dirigir las 4 últimas películas de Harry Potter) brinda una cinta cargada con varias secuencias de acción muy bien orquestadas, que parecen sacadas de una película de superhéroes y tomando al personaje principal como un humano con un lado salvaje y se podría decir que casi hasta invencible. La fotografía es buena, pero no hay nada innovador. Incluso, en algunos casos, esta se ve afectada por el uso de CGI. Este elemento utilizado en el film, queda muy evidenciado en algunas escenas y en otras pasa totalmente desapercibida, como por ejemplo en el diseño de los animales. El elenco está muy bien elegido, en el que se puede destacar la actuación de Samuel L. Jackson con algunas escenas de tinte cómico, la química entre la pareja principal que es justa y no llega a ser empalagosa, y por último, está Christoph Waltz que nuevamente interpreta un villano, pero que no llega a la par de otros papeles que interpretó en el pasado. La música, compuesta por Rupert Gregson-Williams (hermano del famoso compositor Harry Gregson-Williams) sorprende bastante, brindando una banda sonora épica que va acorde con la película. Es interesante escucharlo en este estilo, ya que este compositor es un constante colaborador de Adam Sandler, y sus películas siempre giran en torno a la comedia. En conclusión, se puede decir que la película cumple con el objetivo de entretener pero a pesar de brindar nuevos aspectos "históricos" a la película, no sobresale entre las varias adaptaciones cinematográficas que ya existen.
Tarzán es uno de los personajes ficticios que el mundo del cine ha explotado hasta el cansancio. Ha aparecido más de 85 películas desde su nacimiento, allá por 1912 en la revista All Story Magazine. Pese a la enorme cantidad de producciones que se centraron en el rey de los monos, la última vez que lo vimos interpretado oficialmente por una persona real fue en 1998 en “Tarzán y la Ciudad Perdida”, donde fue encarnado por Casper Van Dien. Ahora, el personaje regresa en una propuesta visualmente hermosa, pero con serios problemas de edición y con un guión que dice demasiado poco sobre el emblemático rey de la selva. Tarzán vive de manera civilizada en Londres con su esposa. Un día, es llamado para regresar al Congo para ayudar a un grupo de personas que están siendo esclavizadas con el fin de terminar obras. Pero, las intenciones de su viaje son también otras. Un viejo conocido del hombre quiere cobrar venganza por algo sucedido en el pasado y cree haber encontrado la manera perfecta para hacerlo.
Crítica emitida en Cartelera 1030-sábados de 20-22hs. Radio Del Plata AM 1030
El Rey de los Simios vuelve en una nueva aventura, que mezcla mito con realidad y un despliegue visual que enriquece la historia.