Epitafio de la paciencia El regreso del formidable Clint Eastwood a su faceta de actor, unificada además a su rol de director, llega de la mano de la excelente La Mula (The Mule, 2018), una propuesta de tono otoñal inspirada en la historia verídica de Leonard Sharp, un horticultor anciano que transportó un enorme volumen de droga en su camioneta para el Cártel de Sinaloa a lo largo de Estados Unidos, circunstancia que le valió una condena de prisión de tres años, de los que cumplió sólo uno, y su ocasional muerte en libertad en 2016 a los 92 años. El más que peculiar episodio le sirve de excusa al norteamericano de 88 años para desplegar su habitual clasicismo humanista de derecha de una forma muy similar a lo ya visto en Gran Torino (2008), una realización no casualmente también protagonizada por el señor y de la que hoy toma aquella reflexión sobre el aislamiento y el conservadurismo que arriban con la vejez a expensas de una sociedad hueca que está permanentemente obsesionada con la juventud, la tecnología, el escapismo cultural eterno y la dialéctica fútil de las apariencias y las falacias. Es de hecho este desajuste entre el protagonista -aquí rebautizado Earl Stone- y el mercado global actual el que dispara su ruina y la eventual aceptación al ofrecimiento de mover kilos y kilos de cocaína para los narcos: el carácter artesanal y cara a cara de su emprendimiento, centrado en el cultivo y venta de plantas florales, deviene en su perdición cuando el negocio pasa a concentrarse en Internet, caen los pedidos tradicionales de Stone y todo el asunto lo deja tapado de deudas y al borde de perder su casa. El suculento dinero que le genera la faena, una “misión” amateur reconvertida en profesión por angustia económica, lo rescata de una posible indigencia ya que pronto se transforma en la principal mula del cártel pero al mismo tiempo lo coloca en una posición muy comprometida, cerca de caer preso a raíz de la investigación de la DEA encabezada por el agente Colin Bates (Bradley Cooper). A lo anterior -para colmo- se suma una suerte de “cambio de dirigencia” entre sus empleadores, con los nuevos mostrando cero tolerancia hacia las improvisaciones y devaneos del señor. Como era de esperar, el realizador va más allá del simple suspenso en torno a la doble amenaza que se cierne sobre el protagonista debido a que el guión de Nick Schenk, a partir de un artículo periodístico de Sam Dolnick, incorpora además toda una dimensión familiar atribulada que le calza como anillo al dedo a la impronta adulta, lacónica, reposada y sutil del legendario cineasta, siempre atento a los detalles y presto a edificar retratos abarcadores que multiplican capas de riqueza retórica y esquivan por completo la estupidez/ liviandad unidimensional de nuestros días. Como Stone siempre privilegió el trabajo por sobre los vínculos consanguíneos y así se perdió una infinidad de fechas sobrevaloradas por las mujeres de mayor edad de su vida, tanto su hija Iris (Alison Eastwood) como su ex esposa Mary (Dianne Wiest) lo han convertido en un paria que goza sólo del afecto de su nieta Ginny (Taissa Farmiga), quien decide casarse justo durante el comienzo del derrotero narco del nono, un personaje súper estrafalario que se vuelca a la beneficencia y las prostitutas. Eastwood va dando forma de a poco a lo que podríamos definir como una hermosa, dulce y sensata secuela conceptual de Gran Torino en la que la vejez aparece como punto de partida de una bola de nieve que incluye las diferencias generacionales, la marginación/ olvido al que están condenados los mayores, el fluir azaroso cotidiano, el tener que hacerse cargo de los frutos de decisiones tomadas en el pasado, los conflictos familiares, el fetiche burgués con escalar posiciones en el trabajo de turno, el peligro de estar a merced de un Estado impiadoso y de “patrones” que priorizan sus propios intereses ante todo, la triste destrucción de los cuentapropistas a manos de las corporaciones y finalmente la necesidad de ponerle un cierre digno a la vida que corrija errores y escriba un epitafio acorde con el hombre real, ese contradictorio y capaz de rever/ rearticular su idiosincrasia según lo aprendido con el paso del tiempo. La Mula es otro autohomenaje maravilloso de un artista incomparable que se mantiene firme a un modelo de cine ya casi extinto que privilegia la paciencia y la sinceridad por sobre la pompa narrativa actual, los caprichos de un mercado infantiloide y la insoportable recurrencia a clichés y facilismos que anulan esa multiplicidad de perspectivas analíticas que siempre debería primar en todas las vertientes de la cultura…
Familia, trabajo y crisis Clint Eastwood regresa nuevamente en La Mula (The Mule, 2018) con una historia a su medida que le permite combinar sus versátiles roles de director y actor en un relato inspirado en un artículo del periodista de investigación Sam Dolnick en el periódico New York Times titulado The Sinaloa Cartel’s 90-Year-Old Drug Mule, sobre un hombre de casi noventa años que trabajó como mula del cartel de Sinaloa. La crisis económica, sumada a la subestimación de los cambios en el comercio introducidos por Internet, llevan al horticultor Earl Stone (Clint Eastwood), un anciano veterano de la Guerra de Corea, a aceptar una extraña propuesta para transportar un cargamento de un Estado a otro en la región del medio oeste norteamericano comprendida por Illinois y Michigan. De ser un prestigioso horticultor premiado por sus flores de calidad y belleza, el anciano pasa a quedar muy endeudado, en quiebra y para colmo solo, tras enajenarse a su familia durante años. Earl pasa desapercibido ante la policía por su edad, su carisma y su condición racial en una sociedad hiper racista como la estadounidense para llevar sin problemas su cargamento de cocaína a donde el líder del cartel disponga, lo que lo convierte eventualmente en la mula principal de los narcotraficantes. Al igual que en Gran Torino (2008), el guionista Nick Schenk combina fuerzas con Eastwood para crear una historia de carácter humanista con un espíritu muy similar al film titulado por el clásico auto de la Ford. En este sentido, La Mula trabaja distintos tópicos como las contradicciones de lo políticamente correcto y la incorrección de derecha desde un lugar de respeto, proponiendo un cuestionamiento de la mirada progresista pero también destruyendo algunos discursos de la derecha como la discriminación y la misoginia, resignificando los valores tradicionalistas y de convivencia. Como una especie de continuación más sosegada y equilibrada de Gran Torino, La Mula trabaja sobre los arrepentimientos que llegan con la vejez, las mañas que se acumulan y se asientan y los intentos tardíos por enmendar los errores del pasado. El protagonista interpreta así a un personaje que por su pasión por el trabajo y la vida social alrededor del éxito sacrifica a su familia, un lastre en su momento que representaba la responsabilidad frente a la diversión. En la vejez los roles se invierten y Earl descubre que su legado es el encono de su esposa y su hija por los desplantes y el abandono producto de su dedicación al trabajo y los concursos. Eastwood pone en jaque a las ideologías para dejarlas en ridículo ante la crudeza y la urgencia de la realidad en una reflexión muy emotiva acerca de la familia, las miserias del éxito y la necesidad de construir anclas para soportar los momentos difíciles. Para esto elige protagonizar a un hombre que siempre privilegia el camino más fácil en lugar de echar raíces, regarlas y cuidarlas, lo que lo lleva a meterse en más de un problema. El carismático personaje también le sirve para dejar al descubierto la banalidad e insensatez de los prejuicios, destruyéndolos de a uno a partir de su exposición. La Mula discurre de forma muy puntual y precisa sobre los cambios simbólicos acontecidos en Estados Unidos, por ejemplo a través del cambio/ venta de la vieja camioneta Ford, elemento privilegiado de la construcción identitaria del medio oeste norteamericano y de su orgullo industrial, hace años opacado por la emergencia de los países asiáticos. Pero el verdadero tema del film es el narcotráfico como reemplazo del capitalismo industrial y financiero para la clase media en tanto única forma de cumplir el sueño americano de movilidad social a partir de un emprendimiento. Al igual que la ideología liberal, este sueño es efímero y conduce en realidad hacia una pesadilla que Eastwood expone de una forma muy explícita y franca, pero también destacando la motivación policial ante la opinión pública por la incautación y la muestra de resultados en una sociedad que sólo piensa en términos de inversión. La última película de Clint Eastwood se atreve así a adentrarse en todas las facetas de la caída del emprendedor norteamericano y el consiguiente impulso desesperado hacia las salidas fáciles en un retrato muy conmovedor sobre la percepción de la vejez y su lugar en una sociedad actual que cada vez nos convoca más a dar un giro al timón que nos conduce hacia el abismo.
A lo largo de varias décadas, la estrella de cine Clint Eastwood, demostró que también es uno de los más grandes directores de cine de todos los tiempos. Dio ejemplos de eso desde aquella generación dorada de los setentas. Muchos de sus contemporáneos, genios destinados a cambiar la historia del cine, fueron quedando en el camino o terminaron siendo creados de dos o tres títulos memorables y nada más. Dos o tres títulos memorables no es poca cosa, pero el señor Clint Eastwood fue evolucionando y mejorando cada vez más, como los grandes maestros del cine. Aunque algunos de sus títulos tuvieron más impacto que otros en la crítica y han obtenido mucho prestigio, Eastwood tiene más películas ignoradas o subestimadas que cualquiera de los realizadores de moda, esos que hoy son el número uno y mañana han pasado al olvido. No es una competencia, se trata de valorar y agradecer la coherencia de un artista gigantesco, algo que se veía en hace más de cuarenta años, cuando el director y actor de La mula empezaba su carrera como realizador. Conocer profundamente a un director le da a sus títulos un sabor extra. El comienzo de The Mule posee la serenidad y la belleza del mejor Clint Eastwood. En un instante se saborea la manera clásica y bella de su cine. En algún momento hubo directores parecidos a él, hoy se ha quedado prácticamente solo en un cine que busca otras cosas, tanto en lo formal como en su contenido. Por ahora sigue habiendo espacio para todos en el cine industrial de Estados Unidos, difícil saber qué pasará en el futuro, pero ese no es el tema acá, o tal vez sí lo es, porque el legado sigue siendo uno de los temas favoritos de Clint Eastwood. En The Mule, como Honkytonk Man, como Million Dollar Baby, como en Gran Torino, como Los imperdonables, como en varios títulos del director, hay uno o varios personajes jóvenes que lo toman como referencia y buscan en él un camino a seguir. Cuando son familiares, suelen salir decepcionados, traicionados, olvidados. El propio Eastwood ha fluctuado entre ser en su cine un padre ausente o un maestro impotente incapaz de proteger a la nueva generación. Su pesimismo ha cubierto todo el abanico de posibilidades, desde fracasos absolutos a reconciliaciones a un precio demasiado alto, pero también ha tenido sus películas más luminosas y optimistas. Como ocurre desde casi el comienzo de su carrera, Eastwood vuelve a colocarse en el espacio del cine crepuscular, el de las despedidas, los últimos gestos, las culpas y, por supuesto, la vejez, el crepúsculo literal de la existencia. Earl Stone es horticultor. Vemos sus flores al comienzo de la película, su pequeño trabajo artesanal de décadas, su vocación, su gran amor, aquel que rápidamente sabremos ha colocado antes que sus vínculos familiares, dejando un tendal de corazones rotos en su ex esposa y su hija. También es ex combatiente de la Guerra de Corea, lo que no habla solo de su experiencia de vida sino también de su avanzada edad. Earl es, sin maquillaje ni esfuerzo de actuación alguno, un anciano. Un anciano enamorado de su arte, un arte olvidado que se va a apagando poco a poco, al menos en la manera en la que él lo practicaba. No hay que hacer un gran esfuerzo para darse cuenta que, como en muchas otras ocasiones, Clint Eastwood habla de su propio amor por hacer cine. Ya no se hace cine como lo hace Eastwood. Ese director que durante décadas cumplió con los presupuestos asignados y los días de rodaje planificados, siempre. Desde hace tiempo, uno de los últimos de los clásicos. Tal vez toda su vida como director lo fue, el cine clásico a los Clint Eastwood hace décadas que no existe más en la forma depurada e impecable que él lo practica. Earl se ha quedado a un costado de la vida. Su ex esposa lo ama pero no lo perdona, su hija ya no tiene más paciencia para todo el daño que él ha hecho, solo su nieta parece ver un último resquicio de esperanza en ese viejo solitario, cascarrabias, conservador, fiel a sus propias ideas. Entonces le llega una propuesta: conducir llevando un bolso desde El Paso, Texas, a Chicago, Illinois. La distancia es gigantesca, pero Earl Stone ha conducido toda su vida. Es un trabajo sencillo para él, aunque el cargamento es sospechosamente peligroso. Él no actúa como si lo fuera, incluso cuando luego de más de un viaje, descubre que son drogas. Los lleva en el bolso como si no tuviera nada que esconder y maneja relajado, haciendo las paradas que quiere cuando quiere, sin preocuparse. Esa manera de hacerlo y su avanzada edad, lo convierten en una mula perfecta, la persona menos sospechosa en toda la ruta del cartel. Con una serenidad propia de los maestros, Eastwood construye un relato perfecto, visualmente bello, sin un solo truco efectista, toda narración pura. En esta road movie que va y viene una y otra vez, Eastwood se va cruzando con personajes de todo tipo. Se hace amigo de algunos narcotraficantes y enemigo de otros. Pasan de detestarlo a quererlo, y el abuelo comienza a ser respetado. Brillante como pocas veces está Andy García interpretando al jefe de cartel. Tiene tal vez las mejores líneas de diálogo y poco el actor construye su personaje que queda claro es lo que es, no está nada idealizado. Earl ha hecho un desastre con su vida personal, pero siempre ha sido un éxito en su vida profesional, incluyendo la nueva. En esas rutas da buenos consejos, conoce todos los secretos, es un verdadero rey del camino. Hay varias escenas significativas en The Mule que dicen mucho sobre el personaje y el director. Aunque es seguido por dos peligrosos miembros del cartel, Earl se detiene ayudar a una familia que ha tenido un pinchazo de neumático en la ruta. Todo indica que ha sido el primero en detenerse. Se detiene para ayudar. Cuando los está ayudando dice negro, para estupor de los dos adultos que le aclaran, muy incómodos que ya no usan más esa palabra, que prefieren que se refieran a ellos como gente negra o simplemente gente. Earl los mira aceptando la corrección pero también la pérdida de tiempo de la aclaración y los sigue ayudando. Preocupados por el lenguaje y las formas pierden lo esencial del momento, y es que un hombre blanco desconocido se acercó a ayudarlos en medio de la nada. La conducta menos racista del mundo ensombrecida por la corrección política. También se topará como un grupo de motociclistas lesbianas que se hacen llamar Dykes on Bykes (son un grupo de todos famoso en Chicago, de hecho) el encuentro parece incómodo pero él ni se preocupa y les da un consejo porque conoce esas motos. Ellas finalmente agradecidas le dicen “Gracias abuelo” y él contesta: “De nada, tortilleras (dykes)”. Estos personajes secundarios son una rareza mucho más grande de lo que se puede imaginar hoy en día. Tal vez en unos años esos chistes sean imposibles y Clint Eastwood lo sabe. El Abuelo, el Tata, el anciano de noventa años que conecta con todos pero que aún le queda una cuenta pendiente con su familia. No anticiparemos nada, pero las lágrimas a mares surgen de esas escenas, gran mérito de un director al que muchas veces no se le reconoce su capacidad para la emoción. Alison Eastwood, la hija de Clint fuera de la pantalla, interpreta a su hija en la película y la gran Dianne Wiest a su ex pareja. Pero la película estaría despareja sin los oficiales de la DEA que lo persiguen, cada uno también con sus problemas familiares y su vida. Bradley Cooper y Michael Peña equilibran el relato, en una mirada moral que a la película le da su cierre perfecto. Basada en una historia real que poco tiene que ver con la mirada de Eastwood sobre el tema, queda claro que el eje de la película no es si está bien o está mala traficar drogas, queda claro que sí. Eastwood fue policía, militar, músico, director de cine, pistolero a sueldo, ladrón de guante blanco y otros personajes en su carrera como actor y director, acá es un horticultor ya casi jubilado que usa todo lo que gana en ayudar a otras personas. Un artesano que lo ha perdido todo y que tal vez, solo tal vez, tenga la chance de al menos dejar un legado en algunas personas, hacer las paces con su pasado, cerrar círculos si al fin y al cabo le permiten hace lo que él sabe, cultivar flores (o hacer cine) hasta el último día de su vida. Hace una década sentíamos que Clint Eastwood se despedía en Gran Torino, ahora parece que se vuelve a despedir con The Mule. Se lo nota más viejo y la película es más reposada, su tono tiene menos elementos de género y más de drama intimista. El mundo ha cambiado para mejor en muchas cosas y para peor en otras, Clint Eastwood elige mantenerse fiel a sí mismo mientras sigue cuestionándose cosas como persona y como artista. No es el mismo de hace cuarenta y siete años cuando empezó a dirigir, ni tampoco el de hace veinte años o diez, cada nueva película es una pincelada más de un cuadro enorme, incomparable, que es su carrera. Acto incomparable y director único, Clint Eastwood, grande entre los grandes, más allá de cualquier moda.
El año cinematográfico comienza en la Argentina de la mejor manera: el regreso en gran forma de uno de los últimos directores y actores clásicos de Hollywood. Como en Gran Torino (donde también se lucía delante y detrás de cámara), el creador de Los imperdonables, Bird, Río místico y Million Dollar Baby regala una película reflexiva y testamentaria en lo social, lo político y lo sentimental construida con el inoxidable pulso narrativo de uno de los grandes realizadores estadounidenses de todos los tiempos. La historia de Leo Sharp –conocida desde la publicación de varios artículos en el diario The New York Times– pedía una película. Este veterano de la guerra de Corea tenía una pequeña granja donde cultivaba y comercializaba lirios. Pero, a principios de este siglo, el negocio dejó de ser redituable, empujándolo a una quiebra que lo llevó a perder casi todo. Fue en ese momento que, a través de un conocido, trabó vínculos con el cartel de Sinaloa y se convirtió en uno de sus choferes estrella, distribuyendo decenas de toneladas de droga a lo largo de los Estados Unidos. Apodado “El Tata” por sus 87 años, fue apresado una década después por la DEA con más de 100 kilos de cocaína en los bolsos que llevaba en la caja de su camioneta. ¿Qué motivó a un anciano de apariencia tranquila a involucrarse en una de las actividades ilegales más peligrosas del mundo? Alrededor de esa pregunta el inoxidable Clint Eastwood construye La mula, un thriller con tintes dramáticos que funciona como una nueva entrega de ese extenso y complejo testamento social, político y sentimental que el director de Más allá de la vida, Cartas desde Iwo Jima e Invictus viene escribiendo desde hace más de una década. No parece casual que Eastwood haya elegido dirigirse a sí mismo por sexta vez exactamente diez años después de Gran Torino, la que hasta ahora era su última película cumpliendo ambos roles. Como en aquella película, aquí se narra el proceso retrospectivo de un hombre que, empujado al abismo de la soledad y la inminencia de la muerte, mira hacia atrás para observar cómo el mundo y su vida han dejado ser aquello que alguna vez fueron. La primera escena muestra, por si hiciera falta, que el pulso clásico de Eastwood es inoxidable. Es una extensa secuencia que pinta, a través de un montaje paralelo, el comportamiento habitual de Earl Stone. Hosco, gruñón, desconfiado y autosuficiente, en él entran todos los personajes anteriores de Eastwood, como si quisiera marcar el peso de su legado a través de la autoconciencia. Esa escena tiene a su hija a punto de casarse y visiblemente nerviosa ante la ausencia paterna, al tiempo que él se pasea muy tranquilo por una convención de floricultores donde es tratado con un respeto que devuelve con caballerosidad y simpatía. Son, entonces, las dos caras de una persona que, como dirá él mismo más adelante, ha priorizado siempre las obligaciones (auto)impuestas por sobre sus responsabilidades familiares. Un tiempo después, fundido a raíz de la venta vía Internet y tapado de deudas, ensaya un intento de amistarse con los suyos en vísperas del casamiento de su nieta, la única que todavía parece quererlo. Rechazado por su ex mujer (Dianne Wiest) e ignorado por su hija (Alison Eastwood, hija real de Clint), termina hablando con un invitado que lo pone en contacto con uno de los infinitos brazos del cartel de Sinaloa. Otra vez como en Gran Torino, lo primero que hace el viejo Earl es dejar de lado sus convicciones. O, mejor dicho, problematizarlas, porque dejarlas implicaría un simplismo narrativo que Eastwood felizmente evade. Xenófobo y orgullosamente proamericano, es ahora empleado de una organización dominada por latinoamericanos. Los viajes, además de algunos bienvenidos toques de humor, aportarán pequeños elementos que muestran la comprensión de Earl de que los hilos del mundo contemporáneo se mueven hacia direcciones distintas a las de antaño. Plácida y reposada como gran parte de la obra crepuscular del director, La mula tiene tres subtramas que avanzan en paralelo. La primera es el progresivo encaje de Earl dentro de un sistema que no por ajeno le resulta incómodo. Al contrario, aprovecha los viajes para visitar amigos y viejos conocidos, en línea con la idea de que la finitud es una amenaza constante. Esto último motoriza una mirada hacia ese pasado lleno de errores que intentará remendar. Pero ojo, porque aquí remendar no implica redención, sino la certeza de que esos errores son irreparables y que solo queda intentar asumir las responsabilidades de los daños causados, tal como muestra la escena final. La última subtrama está centrada en los avances de una investigación policial que lentamente empezará a cerrarse sobre él. Lejos de la mirada maniquea de El francotirador y 15:17 Tren a París, no por nada sus películas más flojas en años, el agente encarnado por Bradley Cooper es un hombre de convicciones firmes que encuentra en Earl –antes de saber que es su objetivo– una referencia masculina. Este agente encarna, igual que el personaje de Tom Hanks en Sully, al personaje ordinario –ordinario entendido como normalizado dentro del sistema– que intenta hacer su trabajo de la mejor manera posible, en lo que es otra aproximación al heroísmo y cómo se construye un héroe, uno de las grandes temas del Mundo Eastwood. Un mundo que muta sus variables acordes a estos tiempos, que dialoga con lo real a través de la mirada desencantada que diagnostica un estado de situación crítico aun cuando esto sea favorable para Earl: nadie, nunca, jamás pensaría que él es la tan buscada mula. Una mula que encuentra la paz interior al final de su camino.
Si bien ya hace tiempo que la leyenda del cine Clint Eastwood no logra destacarse a través de su cine como supo hacer cantidad de veces en el pasado, su último film que lo tiene tanto en la dirección como en el rol protagónico sorprende al destacarse ampliamente con una historia que se gana la simpatía del espectador gracias a su simpleza y los elementos encantadores que nacen del tiempo en pantalla del personaje de Eastwood. Basado en la verdadera historia de Earl Stone (Eastwood), un veterano de la guerra de Corea, Stone es un hombre de 90 años (dos más de los que tiene actualmente el actor) que dedicó gran parte de su vida al trabajo de la horticultura, haciendo de esta tarea su única prioridad y relegando a un segundo plano la relación con su mujer Mary (Dianne Wiest) y la hija de ambos. Endeudado y prácticamente solo, la única relación familiar que mantiene es con su nieta Ginny (Taissa Farmiga). Así, la promesa de trabajar realizando envíos con su vieja camioneta por varios estados lo ve involucrado como mula de un cartel de narcotráfico mexicano, sin ser en principio consciente de lo que está trasladando. Con esta premisa, La Mula es un film que no busca más que ser ese tipo de historia que deja al espectador con una sensación de calidez tras verla, acudiendo tanto al factor dramático como también a un gran uso de la comedia para establecer a lo largo de su duración un ambiente entrañable en relación al protagonista. Mientras que el drama se halla presente en todo lo que tiene que ver con la conflictiva relación familiar del personaje, y que regala una hermosa y emotiva escena entre Eastwood y Wiest dando muestra de la grandeza actoral que siguen teniendo ambos, los elementos de comedia también tienen su lugar centrados en la figura de su protagonista. Tanto en su vida personal como en sus films, Eastwood siempre ha sostenido sus ideas y pensamientos conservadores —el mismo ha apoyado y votado a favor de Trump en la campaña electoral de 2016. A sus casi 90 años nadie espera que logre cambiar su mirada y línea de pensamiento bastante retrógrada en ese sentido. El director, siendo muy consciente de ello y de la crítica del público, decide reírse de sí mismo en el film, de personaje y persona, a través de los comentarios ofensivos y fuera de lugar que realiza el personaje al cruzarse por ejemplo con una familia de afroamericanos o con su trato en general con los criminales del cartel. De esas situaciones nacen una variedad de momentos humorísticos políticamente incorrectos que posicionan al anciano en medio de conflictos dentro del mundo moderno. El film maneja, en simultáneo a los periplos de Earl, un arco investigativo que sigue al oficial de la DEA Colin Bates (Bradley Cooper) quien está detrás del cartel mexicano. Y si bien hay una leve búsqueda de paralelismo con el protagonista al tratarse de un hombre que deja todo, familia inclusive, por su trabajo, lo cierto es que todo este arco carece del peso suficiente para que se mantenga por si solo cuando no cuenta con la historia ni el personaje principal en pantalla. De esta manera, todo lo que concierne a Bates le juega un tanto en contra al film ya que hace que el mismo se extienda un poco más de lo que debe y posponga los buenos aspectos de la historia. A peesar de que La Mula es un film que no ocupará un lugar recordable o de relevancia en la filmografía de su director, de todas formas se hace presente con el carisma y el cariño que su personaje sabe despertar y que brinda grandes y entrañables momentos. Dentro de esa sencillez narrativa, el director y protagonista nos regala un tipo de cine que hoy en día es difícil de encontrar: uno que busca con poco pero mucha calidad llegar a su público para regalarles un agradable y fugaz momento. Para algunos eso se logra con la experiencia de encontrar un film como este en cines, para otros lo es manejar al son de la música llevando consigo kilos de cocaína en el baúl.
Con un guión escrito por el mismo de Torino, esta película está basada en un artículo de la revista The New York Times sobre la historia real de Leo Sharp, un veterano de la Segunda Guerra Mundial que a sus ochenta años se convirtió en traficante de drogas del Cártel de Sinaloa. Sin embargo, no le llega ni a los talones a aquella maravillosa película y para quienes conocemos la filmografía de Eastwood, bien podría pasar desapercibida. Pese a todo, existe cierto dejo autorreferencial en cuanto a la profundidad de la temática, la que tiene que ver con el paso del tiempo y cómo -al llegar a la vejez (Clint ya tiene 90 años)- emerge la irremediable autocrítica sobre la importancia -en tiempo- que le dimos a nuestras carreras por sobre nuestra familia. Con la cantidad de películas que Clint nos ha regalado, sin duda, tuvo que dejar de lado muchos compromisos personales y aquí se da la oportunidad de pedir perdón. Su presencia en la pantalla es cautivadora siempre, pero no es una de sus mejores actuaciones, más que nada porque el papel no llega a lograr una transición en una estructura tan lineal que la vuelven fofa. (Calificación: 6/10)
En estos días se está hablando mucho sobre dichos y posturas de Clint Eastwood en cuanto a política y sociedad, aquí no escribiré sobre eso, sino sobre su obra. Aclarado esto, hay que aplaudir al hombre, porque a sus 88 años lo hizo de nuevo. Brindó una gran película. Si bien no es la mejor de sus obras (tiene demasiadas), se aleja bastante de su último estreno hace menos de un año: 15:17 Tren A París, que a mi gusto es su peor film. Y aquí también vuelve a protagonizar, cosa que no hacía desde Trouble with the curve (2012). Aunque se lo ve muy desmejorado en lo físico, está muy bien en el papel. A medida. Basada en un hecho real que llegó al público gracias al artículo del New York Times llamado “The Sinaloa Cartel´s 90 Year Old Grug Mule” (La Mula de 90 años del Cartel de Sinaloa), la película cuenta con una visión muy marcada de alguien bien tradicional como Eastwood. Es por ello, pero por sobre todo por el personaje que interpreta, que hay chistes que quedan medio viejos y/o que suenan bruscos para los estándares de hoy. Pero de todos modos causan gracia. Asimismo, también hay otro tipo de chistes y situaciones que dan para la comicidad. Y por ello la película entretiene. Es todo un gran absurdo, aunque haya sido real, y aunque el personaje principal sea desagradable en varios sentidos. No se busca que el público empatice con él, sino que lo acompañe en sus viajes y nueva forma de vida. Eso Eastwood lo logra con creces. A nivel fotografía, se nota la falta de Tom Stern, el DF de Eastwood desde hace varios años. En su lugar está el canadiense Yves Bélanger, quien hace un laburo correcto, pero sin ninguna sutiliza para destacar. La película pierde en lo visual. La música tampoco descolla pero está bien. En definitiva, La mula es una buena película pero que se enaltece gracias a la figura de su director/protagonista.
Modesto entretenimiento que llega a suficiente buen puerto por el inoxidable carisma de su protagonista. Las historias sobre el mundo del crimen que más impactan no son tanto las más estilizadas, de un universo marcado y con personajes que solo podrían existir allí, sino aquellas que nacen en el más cotidiano de los entornos y con el más cotidiano de los personajes. Esas historias que, al oírlas, cualquier ciudadano de a pie cataloga como algo impensado o como una historia digna de una película. Lo que es seguro es que esa sería la reacción ante la premisa de un hombre de 90 años que obra, sin saberlo, como mula de los carteles del narcotráfico. La mula con su carreta Stone es un veterano de la Guerra de Corea que con 90 años se dedica a la horticultura. Cuando su casa, en la cual tiene su vivero, es reclamada por el banco, queda casi desposeído. Hasta que durante la fiesta celebrando el compromiso de su nieta, recibe una peculiar propuesta laboral: una cuantiosa suma de dinero para llevar un cargamento de un punto a otro. Al principio Earl no se queja siempre y cuando llegue el dinero, pero todo se complicará cuando descubra que ese cargamento no es otra cosa que cocaína del Cartel de Sinaloa y, sin saberlo, esté en la mira de las autoridades federales antinarcóticos. La Mula es una narración que se deja ver como un modesto entretenimiento. No obstante, su primer acto se excede en explicaciones para ilustrar quiénes son los personajes y de dónde vienen, y el segundo acto es un poco desparejo en su manejo de la tensión: hay momentos en donde está claramente logrado, y otros donde simplemente no se siente ese vértigo. Uno siente que las fuerzas opositoras están obrando bien de oficio, pero se conforman con lo mínimo indispensable; el guion no las lleva más allá. Dios sabrá porqué. Sin embargo, tiene a su favor poseer un protagonista querible de principio a fin, con suficientes luces y abundancia de sombras para que el espectador se pueda identificar. A nivel actoral, Clint Eastwoodentrega con eficiencia este papel al que solo él podía dar vida, al menos con la lucidez que demanda el personaje. Bradley Cooper y Laurence Fishburne, en su papel de los agentes federales que le dan caza, aparecen prolijos, casi en piloto automático, pero no uno al que se le pueda achacar como defecto. Andy García se muestra jocoso y aporta una moderada cuota de humor en su breve y bien repartida interpretación como cabeza del Cartel. Por el costado técnico, tenemos una fotografía y montaje que responden al lucimiento actoral. La elección de la banda sonora hace los suficientes méritos para destacarse como un punto a favor.
Debe haber momentos en la vida de las personas, más si se está rondando los 90 años, en los que elegir tomar un desvío en el camino por el que venían transitando puede ser peligroso. O puede ser sanador, quizá la única vía para regenerarse. Clint Eastwood, como personaje en el cine, viene optando por seres como Earl, el protagonista de La mula. Algo pendenciero, recio, y medio regido por la rectitud ética, de pocos amigos y desconfiando del afuera, solitario y seguro de sí mismo, Earl se parece en mucho a Walt Kowalski, el protagonista de Gran Torino. No es casualidad, sino causalidad: el guión de Gran Torino (2009) es también de Nick Schenk. Y Gran Torino había sido la última película que Eastwood se había dirigido a sí mismo. Earl le ha dedicado más tiempo y esfuerzo (y hasta se diría que disfrute) a su trabajo como horticultor que a su familia. Terminó divorciado, y odiado más que por su esposa por su hija (Alison Eastwood, sí, la hija del director) no sin motivos: prefirió quedarse a beber tras una convención de flores a asistir a su casamiento. La única que quiere establecer una relación con él es su nieta (Taissa Farmigga, hermana de Vera). Uno podría suponer que es por la mala administración de Trump que Earl se queda con su negocio en quiebra, pero La mula se basa en un artículo publicado por The New York Times Magazine de hace un tiempo. Y casi por accidente consigue un nuevo trabajo: transportar cocaína desde Chicago a El Paso para un cartel mexicano. Que Earl se apellide Stone (Piedra) parece más que un guiño, y Stone pone cara de ídem cuando se cruza con algún policía. Es que está amparado en algo fehaciente: la poca atención que en los Estados Unidos -no es el único lugar- le dan a los ancianos. Nadie creería que Earl podría estar transportando en la parte trasera de su camioneta 3 millones de dólares en droga. Héroe o antihéroe, Eastwood deconstruye en el cambio a su personaje, con los encuentros que mantiene con gente común, o hasta con un agente de la DEA (Bradley Cooper) que está tras esta “mula”. El filme es un thriller, sí, pero también un drama. Los fanáticos de Eastwood, aquellos que le aplauden hasta un estornudo -como 15:17 Tren a París-, recibirán a La mula como una obra maestra, pero lo cierto es que la película tiene momentos chatos, el guión avanza poco y nada y tendría que haber ajustado las clavijas u otorgarle más brío a las escenas que lo requerían. No es La mula un filme de acción, sino el retrato de un hombre que le dio más tiempo de su vida al trabajo que a su familia, que busca una segunda oportunidad a los 90 y que si nos gana la empatía es por todo eso que conocemos de él. ¿Qué es un delincuente? Seguro, es apenas un delincuente.
Felicidades: seguimos siendo contemporáneos de Clint Eastwood. Con casi noventa años, en la última década, el máximo baluarte de la narrativa cinematográfica clásica se dio el lujo de hacer una trilogía testamentaria ( Invictus, Gran Torino, Más allá de la vida) y otra sobre el pasado de su país ( J. Edgar, Jersey Boys, Francotirador). Y ahora con La mula podríamos incluso entender que, luego de Sully y 15:17 Tren a París, ha completado algo así como una trilogía sobre el heroísmo. Cineasta de tremenda sabiduría que vuelve a protagonizar uno de sus relatos luego de diez años sin hacerlo, sabe ser fluido y claro, y sabe también que la claridad no necesariamente significa obviedad. El heroísmo de Earl Stone (Eastwood) en La mula es construido de manera sigilosa, convocando nuestra atención sobre las peripecias, sobre las acciones -tanto las excepcionales como las rutinarias-, mientras su visión acerca del mundo queda plasmada no como una mera suma de opiniones, sino como una forma singular de pensar y pensarse. El floricultor Earl Stone estuvo mucho tiempo en crisis con su familia y ahora también con su trabajo; en realidad, con los resultados de su trabajo, porque en la era del reparto por internet ya no rinde como antes. La economía autárquica y libertaria de Stone no encaja bien en este mundo, o en lógicas organizacionales en las cuales la presencia y el trato interpersonal importan cada vez menos. El viejo Earl terminará transportando kilos y cada vez más kilos de cocaína. ¿Es La mula una película sobre narcos?, ¿sobre drogas?, ¿sobre dilemas morales alrededor de las actividades asociadas al tráfico? Eastwood sabe que el mundo y las vidas que transcurren en él no son material para juicios sumarios ni siquiera en forma cinematográfica. En un relato en el que los kilos de sustancias ilegales se cuentan por centenares, Eastwood no traza líneas maniqueas según la ocupación, los orígenes, las orientaciones sexuales o el color de piel. La mula es una película singular, la creación de un individuo que es un autor de cine y quiere decirnos que las maneras civilizadas son lo primordial y que la corrección política debe subordinarse a ellas. Mediante una excepcional carga humorística, más su habitual economía de la fluidez con sus planos y sus diálogos y sus gestos que dicen mucho sin aturdir jamás, Eastwood ofrece, a los espectadores de su arte indeleble, las emociones del cine con forma de cine. Una vez más.
Jinete Pálido Basada en hechos reales, La mula (The Mule, 2018) dramatiza la historia de Earl Stone, un veterano de guerra de noventa años que al borde de la bancarrota decidió contrabandear droga para el Cártel de Sinaloa. Clint Eastwood dirige e interpreta a Stone en una obra simpática y un poco ingenua (quizás a la par de la historia que la inspiró) que nunca llega a cobrar la dimensión personal que sugieren sus mejores escenas. Las mejores películas del Eastwood post-Western se conjugan como despedidas sentimentales: Los imperdonables (Unforgiven, 1992), Million Dollar Baby (2004), Gran Torino (2008). Ésta aborda las mismas temáticas de remordimiento y redención pero en una clave más ligera y casual, a veces pasándose del lado de la comedia. El resultado es simpático y totalmente funcional gracias al incomparable porte de su estrella y un par de escenas descarnadas hacia el final, pero la historia nunca toma la altura necesaria para causar gran impacto. Pesan demasiado las indulgencias, los excesos, un tono general de complacencia. Es difícil criticar las exageraciones de la película sin la historia real de referencia. El verdadero “Stone” contrabandeó droga durante una década sin inconvenientes; el de Eastwood parece dedicarle una fracción de ese tiempo a su nueva profesión, ascendiendo velozmente dentro del cártel mexicano al punto de codearse con el capo y convertirse en su favorito en cuestión de meses. Que los narcos se vean obligados a tolerar la constante insolencia y condescendencia del viejo gringo (junto a todo quien se cruza en su camino) es el tipo de vanagloria que uno encontraría en aquellas comedias familiares que celebran la tercera edad como el fin del filtro social. La fórmula va de la mano con el cascarrabias de Clint pero el humor es azaroso, oscilando entre simpático y bochornoso. Tan inmune parece Stone a todo tipo de amenaza que durante gran parte de la película no hay conflicto. Stone disfruta de la buena vida, ganando fortunas por un trabajo que implica grandes riesgos pero requiere poco esfuerzo. Los narcos son demasiado dóciles y los policías demasiado incompetentes. La DEA, encabezada por dos insulsos agentes interpretados por Bradley Cooper y Michael Peña, comienza una investigación en paralelo pero las escenas son poco más que pasatiempos aburridos que no suman nada y a nada conducen salvo cuando más conviene. Lenta y discretamente se construye el verdadero conflicto de la historia: la marchitez de la familia de Stone, que consiste de tres generaciones de mujeres decepcionadas por su ausencia (interpretadas impecablemente por Dianne Wiest, Taissa Farmiga y la propia Alison Eastwood). Wiest es una actriz veterana de la altura de Eastwood y la inesperada y conmovedora escena que les toca compartir durante el clímax de la historia es inmejorable, digna de una mejor película. La mula es defectuosa y a veces torpe pero aún en sus obras menos memorables Eastwood siempre sabe encontrar el corazón de la historia y centrar su mensaje de manera simpática y entretenida.
“La mula”, de Clint Eastwood Por Hugo F. Sanchez La mula es una película basada en la historia real de un estadounidense de 87 años que fue detenido cuando transportaba casi una tonelada de cocaína para en cartel de Sinaloa dentro del estado de Michigan. La mula también es la película en que Clint Eastwood vuelve a asumir el rol de actor y director después de Gran Torino (2008) y por supuesto, es otro relato que forma parte del grupo de películas que funcionan como su despedida y legado. Pero como parte de ese colectivo, La mula es diferente porque si bien es cierto que Eastwood hace lo que quiere como siempre, le imprime al relato un tono juguetón a la vez que reflexiona sobre la ausencia, el afuera antes que las obligaciones familiares que se aplica a Earl Stone, el protagonista de la película y sin hacer un gran ejercicio de imaginación, se puede especular con el pasado del propio actor y director californiano. La historia ubica a Stone en su trabajo como premiado horticultor especializado en el cultivo de azucenas, con un negocio más o menos próspero pero que no ve venir el cambio de época motorizado por internet. Diez años después el negocio está quebrado, debe despedir a sus empleados mexicanos y sin red, intenta un acercamiento a su familia a través de su nieta que lo adora a pesar de que definitivamente es un abuelo (y padre y esposo) abandónico. Claro, el asunto no resulta pero inesperadamente desde allí surge la posibilidad de hacer unos viajes trasportando paquetes que no son otra cosa que cocaína made in México. Desde ese momento La mula bien podría tratarse de un trhiller sobre el tráfico de drogas, el juego del gato y el ratón entre los narcos y la DEA (Drug Enforcement Administration) y el viejito que sin esfuerzo se les escapa una y otra vez. Y es así, pero de manera oblicua, porque lo que verdaderamente importa es que La mula es casi un ejercicio de reflexión sobre la vejez, segundas oportunidades y el callado heroísmo. Así que el protagonista se dedica a transportar drogas, a escuchar música rutera mientas toma helado, a emparchar sus relaciones familiares, a ponerle humor a todo el disparate de sus tratos con el cartel de Sinaloa y de paso, a pagar prostitutas a la edad que se supone que no se puede. El personaje se hace el gil y es el vehículo ideal para que Eastwood diga y haga lo que quiera, otra de sus películas que desde el clasicismo trafica contenidos, pareceres y visiones del mundo, sin estridencias y con la acostumbrada auteridad de la puesta. LA MULA The Mule. Estados Unidos, 2018. Dirección: Clint Eastwood. Intérpretes: Clint Eastwood, Bradley Cooper, Michael Peña, Taissa Farmiga, Laurence Fishburne, Ignacio Serricchio, Alison Eastwood, Dianne Wiest, Andy García y Clifton Collins Jr. Guión: Nick Schenk y Sam Dolnick. Fotografía: Yves Bélanger. Música: Arturo Sandoval. Distribuidora: Warner Bros. Duración: 116 minutos.
Han pasado diez años desde que Clint Eastwood se dirigió a sí mismo por última vez. Fue en “Gran Torino”, que casi sonaba como un testamento. Pero después siguió trabajando, dirigió otras siete películas, figuró a las órdenes de otros en ficciones y documentales, y ahora se vuelve a dirigir. De nuevo, parece estar haciendo testamento. No con mejor letra, sino con más agudeza.Y, de nuevo, el libretista es Nick Schenk, el mismo de “Gran Torino”. ¿Qué más puede pedirse? Melancólica, risueña, complaciente, simple y profunda, y también políticamente incorrecta, “La mula” es una de sus mejores películas. No sabemos si es la última, porque el hombre recién tiene 88 años y quizá quiera alcanzar a don Manoel de Oliveira, que siguió filmando hasta los 106. Pero podría ser una buena despedida. Y también, indirectamente, un mea culpa, porque su personaje reconoce haber puesto a la familia en último lugar, para darle más importancia al trabajo, el ego y los amigos. Lo reconoce y le duele, pero quién sabe si está del todo arrepentido. En esta historia no es el único que pone el trabajo en primer término. El asunto se inspira en un personaje real, un veterano de guerra, cultivador de lirios, que llegó a la vejez lleno de deudas y por eso se hizo mula, pasador de drogas. Acá el personaje de ficción es una mula en el doble sentido de viejo terco y de pasador de drogas, que a eso lo ha llevado el destino, y en eso sigue después por el gusto de hacer algo, y de sentir todavía la adrenalina en el cuerpo, hasta que lo agarren. ¿Lo agarrarán? Acá también hay suspenso. Y como viejo terco y de pensamiento “anticuado”, también hay diversión (y una mirada irónica, para quien recuerde cómo un personaje de Eastwood trataba a una “dyke” en “Ruta suicida”, hace más de 40 años).
Regreso triunfal: Clint Eastwood sigue más vigente que nunca. Sin dudas Clint Eastwood es uno de los mejores narradores del cine contemporáneo, y a pesar de sus casi noventa años, sigue sosteniendo la premisa e incluso la supera. Basada en un hecho real, La Mula, sigue a un hombre de su edad, que cuando se ve envuelto en una situación laboral límite, le proponen llevar envíos de droga en su camioneta. Total ¿Quién va a sospechar de un ex combatiente y conductor modelo, que cultiva azucenas? Separado de su familia por dedicarse de manera obsesiva a la horticultura, con cocardas incluidas, el día que Earl Stone está punto de perder su vivero por “culpa” de internet, en la previa del casamiento de su nieta conoce alguien que le pasa un contacto, porque necesitan un conductor. Es así que casi sin querer comienza a trasladar paquetes con drogas, y se convierte el mayor traficante de un cártel mexicano. Claro que utilizará el dinero para resarcir a sus seres queridos. De a poco comenzará acercarse a su hija, a su nieta y ex mujer. También salvará a sus amigos de la quiebra y demás menesteres; y tendrá roces con algunos de los miembros de la organización delictiva, donde la traición y el hambre de poder está al orden del día. Y así transcurrirá la cinta, entre la redención familiar y la conversión en uno de los mayores criminales de Estados Unidos, con una DEA que lo persigue a paso incierto por sus métodos no convencionales para la distribución. Estamos ante un relato característico de Clint, clásico y muy bien contado, que lo tiene a él como protagonista. Haciendo de sí mismo, en el sentido personal, con su conservadurismo, sus mañas, sus gustos que pasan principalmente por la comida, la música y por supuesto el amor; y muy consciente de su vejez. Al contrario de disimularla con máscaras faciales mágicas, muestras todas sus arrugas al natural, también su andar cansino y su voz carrasposa. Está más allá del bien y del mal, y se nota por la calma con que se toma las cosas. La misma parsimonia que usa para traficar sustancias en la ficción. También utiliza la ironía para referirse a sus ya consabidos prejuicios, como la escena que se encuentra con motoqueras lesbianas y les da un consejo para prender una moto (de origen nacional); o cuando en el camino auxilia a una pareja de color y se refiere a ellos con una expresión demodé y racista. La pareja ya ni se enoja… son otros tiempos, y él lo sabe. Eastwood tiene la virtud de brindar una mirada, distinta y diríamos hasta cotidiana, de una película sobre “drogas”, sin por ello descuidar la tensión narrativa y añadir una fuerte carga dramática. Sin dudas, el viejo cascarrabias sigue más actual que nunca.
El viejo cascarrabias La mula está basada en la historia verídica de Earl Stone (Clint Eastwood), un veterano de la guerra de Corea que dedicó importante parte de su vida a la horticultura, especialmente al cuidado de las azucenas. Durante sus largos años fue dejando en un segundo lugar la relación con su mujer (Dianne Wiest) y la hija de ambos. Solamente mantiene relación con su nieta Ginny (Taissa Farmiga) luego que el próspero negocio se ve en decaída. Bajo la intención de trabajar realizando envíos de paquetes con su vieja camioneta por varios estados, se involucra como mula de un cartel de narcotráfico mexicano, sin saber en su inicio que se trataba cocaína proveniente de México. La película dirigida por Eastwood no solo es un thriller acerca del tráfico de drogas, la guerra entre los mismos narcos y la DEA (al frente de la cual se encuentran dos vacíos agentes interpretados por Bradley Cooper y Michael Peña). También es un juego de meditación acerca de la vida, lo abandónicos que podemos llegar a ser y las segundas oportunidades. Siempre con un grado de dramatismo, pero que no se priva a su vez de encontrar puntos de encuentro con la comedia (hay una variedad de momentos humorísticos políticamente incorrectos que sobresalen), llegamos a establecer una relación entrañable con su protagonista. Earl Stone es Clint Eastwood: un viejo cascarrabias, conservador, prejuicioso y con mañas, pero que no pierde oportunidad de reírse de todo eso mismo en cuanto puede. La mula es sencilla en cuanto a su guion y su narrativa, pero es un film de extrema calidad cinematográfica. El despliegue visual y de actuaciones, sobre todo de esas tres generaciones de mujeres decepcionadas por la ausencia, la eleva sobre la gran mayoría de las películas de Eastwood, y sin dudas se acerca al podio de lo mejor que vimos los últimos años.
Y Clint Eastwood lo hizo de nuevo. Hace una década se estrenó Gran Torino y con ella se proponía una despedida que afortunadamente no se concretó, una que parecía haber comenzado en 1992 de la mano de Unforgiven. Con aquella le dijo adiós al western, el género que lo hizo grande. Con la de hace 10 años, le ponía un potencial fin a su carrera como actor. Eso no se cumplió, cuatro años después hacía Trouble with the Curve a las órdenes de su amigo y protegido Robert Lorenz, pero sí le daba una especie de gloriosa partida a ese tipo de personaje que bien representa Walt Kowalski. Por fortuna, no pudo mantenerse mucho tiempo alejado de las cámaras. Siempre siguió filmando, entre Walt y Earl Stone hay otras siete películas que dirigió, y eventualmente volvió a pararse frente a ellas para The Mule. Si es el adiós definitivo, lo desconocemos. En lo personal espero su vuelta en diez años, con otra media docena de títulos como director en el proceso.
Earl Stone es un florista anciano, veterano de guerra, y por sobre todo, un pésimo marido y padre. Luego de que el banco anuncie el remate de su propiedad, y con su nieta como único familiar que le habla; a Earl le llega una extraña posibilidad de trabajo: transportar cocaína para un cartel mexicano. Mientras la DEA va acercándose a atrapar a los traficantes, Earlempieza a amasar una pequeña fortuna, utilizando el dinero para contentar a su nieta y amigos; sin saber que él mismo está poniéndose en el ojo de la tormenta. Luego de diez años, Clint Eastwood retorna a la actuación, dándose el protagónico de su nueva película. Y pese al shock inicial que causa verlo ya a sus 90 años, el viejo Clint se mantiene aún en forma, pese a que La mulano es del todo lo redonda que se podría esperar. Pese a que vuelve a interpretar su ya clásico viejo cascarrabias de buen corazón; el personaje tiene los suficientes matices como para volverse querible. Aunque esto solo vemos con el protagonista, porque no sucede lo mismo con los roles secundarios, ya que casi ninguno tiene demasiada profundidad, y solo sabemos lo justo y necesario de cada uno. Pero donde mas falla La mula, es en la historia. No porque sea aburrida o incoherente con lo que propone; sino porque en más de un momento, sobre todo cuando ya sabemos como es el nuevo trabajo de Earl, el guion parece no avanzar, estancándose en más de una ocasión, dando como resultado, el tener que presenciar situaciones que se repiten sin aportar nada más que puros minutos de relleno. A eso debemos sumarle que el final se siente precipitado; como si fuera escrito a las apuradas debido a que ya el film se había estirado más de lo necesario en el segundo acto. Quizás con veinte minutos menos, tendríamos una película más redonda. O, en todo caso, con ese tiempo siendo usado para el tercer acto. De todas formas, La mula tiene varias cosas para destacar. Una de ellas, como ya dijimos, son las actuaciones, pese a que casi ningún personaje tiene la construcción necesaria para conocerlos a fondo. Otra de ellas son los constantes gags que pululan por toda la historia. Sobre todo, los que son entre el obvio choque de realidades que sucede cuando una persona de 90 años se convierte en mula de narcotraficantes. Toda película de Clint Eastwoodque se estrena, llama la atención casi de inmediato. ya sea porque puede ser la última obra que veamos de este veterano realizador; o porque Clint tiene en su historial obras maestras. La mula esta lejísimos de entrar en la categoría recién citada; pero no por eso es una mala propuesta en este inicio de año.
Como en "Gran Torino", uno de sus grandes éxitos populares, Clint Eastwood en su papel de Earl Stone es un jubilado y ex combatiente en Corea. El director californiano, fiel a sus constantes temáticas del paso del tiempo, la soledad y el perdón, retoma su preferencia por la acción sin dejar de lado la reflexión. En la vida real, este Earl Stone de la película se llamó Leo Sharp, el famoso horticultor que culminó su brillante carrera con el comercio de las flores, plantando sus especialidades en el Jardín de las Rosas de la Casa Blanca para el presidente George Bush. Pero su famosa empresa quebró y debió empezar de cero. Entonces apareció un trabajo salvador, llevar y traer encomiendas y la situación mejoró. ¡Cómo no iba a mejorar si la encomienda encubría toneladas de droga y sus patrones eran representantes del cartel mexicano de Sinaloa! El destacado actor y director ("Río Místico", "Cartas desde Iwo Jima", "Gran Torino") parece, en sus últimas películas, reflexionar sobre él mismo y las variantes en el poder de una sociedad capitalista. Tanto el personaje de Earl Stone como Eastwood fueron en la juventud y la madurez adictos al trabajo y bastante amantes de las señoritas. La diferencia es que Eastwood se casó varias veces y tuvo ocho hijos. Incluso una de sus hijas es la "Iris" del filme. Así Eastwood como director emprende con "La mula" un viaje de autoconocimiento, que le hace comprender que no hay suficiente protección en el estado de la Gran Nación Americana a la que adora, que le impida terminar en la pobreza en la vejez ante alguna dramática eventualidad. Y algún buen negocio que permita salvarlo es muy difícil que se presente a un señor de casi 90 años, sin crédito. XENOFOBIA Y MISOGINIA A pesar de su tufillo xenófobo, Stone trabaja con latinoamericanos malos muy malos, cuya conducta coincide con la audacia de sus tatuajes y cierto tónica de disfraz en la vestimenta. El aprovecha sus viajes "de trabajo" para confraternizar con ellos y jugar su juego. Pero la verdadera historia es que esas horas en ruta son su cable a tierra y sirven para evocar sus descontroles, su egoísta individualismo a lo largo del tiempo. Parece haber una diferencia entre el Earl que sacrificaba una familia por muchos dólares y este Earl que sacrifica los principios que siempre ensalzó por esos mismos dólares que le aminoran las deudas o ayudan a amigos y parientes. Con una narración simple y el clásico "tempo narrativo" de Eastwood, unos pocos flashbacks, ramalazos de humor muy bien venido y la presencia del Moriarty del octogenario, Stone, un agente de la DEA llamado Colin Bates (Bradley Cooper), se construye un thriller nada sorprendente, pero artesanalmente bien desarrollado y con puntos fuertes en la actuación. Arrepentimiento, perdón, soledad, mortalidad, pensamientos que rodean la evocación de un pasado conflictivo que involucra una familia perdida y la vaga luminosidad de una nieta que todavía lo admira. Muy buena fotografía la de esta película basada en un artículo del New York Times Magazine (2014) de Sam Dolnick sobre un personaje real, el más eficaz de los vendedores de droga del cartel de Sinaloa. Clint Eastwood en un papel a su medida se mete en el bolsillo a los admiradores de sus cincuenta películas como actor y director, aunque alguna visión más detenida, no vea con tanta simpatía a este amoral y misógino viejito encantador.
Las vueltas en el camino de la vida Leve, afable, la nueva película de Clint es un Eastwood familiar, tanto en el sentido literal como metafórico del término. La vejez, el paso del tiempo y las cuentas pendientes a saldar antes de la inexorabilidad de la muerte han planeado como una sombra en la obra de Clint Eastwood, desde Los imperdonables (1992) hasta Gran Torino (2008), que se suponía -él mismo en su momento lo dio a entender- iba a ser su despedida como actor. Diez años después de aquel hito en su filmografía, Eastwood vuelve a dirigirse a sí mismo en La mula, una película de una sencillez infrecuente en el altisonante cine estadounidense actual y en la que el último gran director clásico de Hollywood vuelve una vez más a esos mismos temas, que había postergado durante su controvertida saga dedicada al problema de la naturaleza del héroe –Francotirador, Sully, 15:17 Tren a París–, donde necesariamente se había apartado de la pantalla. El punto de partida de The Mule es simple y está basado en un hecho real (como lo eran también los de sus películas recién mencionadas) recogido en un artículo periodístico reciente de la New York Times Magazine titulado “The Sinaloa Cartel’s 90-Year-Old Drug Mule”: la historia de un anciano que con su camioneta, su piel blanca, sus ojos azules y su pretendida inocencia llegó a hacer una docena de viajes cargado de cocaína para un poderoso cártel de narcos mexicanos. El guión de Nick Schenk -el mismo libretista de Gran Torino- parece sin embargo escrito a medida del propio Eastwood, de forma tal que al suceso central, al que no es ajena una investigación de la Drug Enforcement Administration (DEA), le va agregando personajes, escenas y detalles que calzan como un guante a la personalidad y la leyenda que el actor se forjó a lo largo de décadas y que él mismo se ocupó de ir cuestionando y deconstruyendo en los últimos tiempos. A la columna vertebral de la trama, de un moderado suspenso, que nunca pretende recargar, Eastwood y Schenk la van enriqueciendo con una subtrama que va ganando espesor y en la que el director parece querer mirarse como si lo hiciera frente a un espejo, que no siempre le devuelve su mejor imagen. Earl, su protagonista, tiene casi su misma edad (Eastwood ya cumplió 88 años) y –como el actor y director– siempre privilegió el trabajo y la vida extramarital a su vida familiar, eternamente postergada, como le recriminan su ex mujer (Diane Wiest) y su hija (Alison Eastwood, hija del director, nada menos). No es que Earl ahora de viejo pretenda redimirse –un verbo que no figura en el diccionario Eastwood– pero sí eventualmente está dispuesto a asumir sus responsabilidades y reconocer sus errores. Y hacérselos ver también a quienes todavía están a tiempo de corregirlos, como se desliza en un par de diálogos casi al pasar que mantiene ya sea con un narco mexicano que supone que su trabajo para el cártel lo es todo, o con el agente de la DEA (Bradley Cooper) que lo persigue incansablemente y que por lo tanto también está postergando su propia vida, como si no existiera otra que no fuera la del trabajo. Ni qué decir del propio Eastwood, que actuó en más de 70 películas, de las cuales dirigió 37, sin señales de retiro a la vista, pero sí con unos cuántos guiños personales a todo aquello en su vida que fue dejando atrás. En ese sentido, La mula –un título que alude no sólo al “oficio” de Earl sino también a su testarudez– parece dialogar tanto con Million Dollar Baby (2004), donde el distanciamiento entre padre e hija era dramáticamente determinante, como con Curvas de la vida (2012), donde Eastwood no dirigía pero su personaje era más Clint que nunca y se permitía restablecer el vínculo con su hija, interpretada por Amy Adams. Leve, afable, no exenta de humor irónico –como cuando el anacronismo del protagonista se tropieza con la corrección política actual–, La mula tiene una puesta en escena tan funcional como elegante. Y es un Eastwood familiar, tanto en el sentido literal como metafórico del término.
Para los seguidores fieles de Clint Eastwood una nueva oportunidad para verlo en acción como director y protagonista, desde “Gran Torino”. Aquí el mismo guionista, no tan inspirado en esa ocasión, es Nick Schenk y la historia se basa en un hecho policial real, la detención de “una mula” un transportador de droga para el cartel de Sinaloa que trabajo durante años, porque su historial como chofer, sin ninguna multa en su vida y su edad, los 90, que lo hicieron, como ocurre en nuestros tiempos, absolutamente invisible para la sociedad. Con este personaje de abuelo “sucio”, tal vez la vejez de su Harry, prejuicioso, egoísta, racista, el Earl Stone de la ficción se parece mucho, demasiado a una reflexión otoñal personal del propio Eastwood que introduce varios rasgos de humor, como que su propia hija, lo sea en la ficción del personaje, a quien desprecia y no comparte el mismo lugar. Eastwood es minimalista, preciso, casi quirúrgico en el retrato del personaje, conservador hasta la exasperación, pero hombre que se mueve en su ley hasta las últimas consecuencias. Todo lo que le ocurre a este anciano en bancarrota que encuentra una manera de hacerse rico con pocos cuestionamientos morales y una obsesión, lo más obvio de la película, reivindicarse con su familia cuando durante toda su vida solo les regaló su soberana indiferencia. Trabajar para los narcos le permite quedar como un rey para sus amigos y saldar algunas ayudas económicas para sus afectos. Y aunque este hombre sabe que no “puede ganar tiempo” y el discursito de “lo más importante es la familia” es reiterado, Eastwood le da los matices de crueldad y desprecio, de ventajero y orgulloso a su rol. Pasa por noches con prostitutas y aplausos de sus amigos, que lo gratifican más que otras obligaciones como hija, nieta y ex esposa. El estilo y la grandeza del director están presentes en cada escena, y a pesar de la difícil empatía con el protagonista, se gana al espectador con una emotividad que surge aun inesperadamente. Grandes actores en papeles chicos, como Bradley Cooper en una muy buena escena, que nunca le dirían que no a una leyenda viviente, con tal de estar en sus películas.
Como dijo recientemente en una nota a uno de los diarios más importantes de nuestro país, los papeles más interesantes le llegaron “de grande”. Y es cierto, el actor y director Clint Eastwood se luce recreando la vida del que fuera Leonard Sharp, un ex veterano de la Guerra de Corea,devenido horticultor que dejó su vida y su familia por su pasión hacia su trabajo. Esto es, cultivar, exponer y vender de forma artesanal los más hermosos lirios y azucenas. En el film Eastwood es Earl Stone, y al entrar Internet a la vida de la gente, bajan las ventas y él, va camino a la quiebra. De casualidad, da con personas del Cartel de Sinaloa quienes le piden que transporte “algo” (Stone al principio no sabe de qué se trata, luego, obviamente, se dará cuenta) desde El Paso, Texas hasta Chicago y así comienzan los viajes a través de todo Estados Unidos transportando droga, convirtiéndose en uno de los más importantes distribuidores conocido como “El Tata”. El guión de Nick Shenk, basado en un artículo de Sam Dolnick que se publicó en The New York Times también relata su parte más oscura, cómo su adicción al trabajo lo alejó de su familia faltando a eventos tan importantes como el casamiento de su única hija Iris (Alison Eastwood, su hija en la vida real). Por éste y otros hechos ella no tiene trato con su padre y su ex esposa Mary, la siempre adorable Dianne Wiest, apenas le habla. La única que parece apiadarse del octogenario es su nieta Ginny (Taissa Farmiga) por la que él también muestra debilidad. Las cosas se complican cuando la DEA comandada por Colin Bates (Bradley Cooper) comienza a perseguirlo, pero quién va a sospechar de un viejito adorable? La película se toma su tiempo pero se disfruta, y está muy bien interpretada por un gran elenco en el que también está Michael Peña y Andy García como Laton, el Jefe de Earl. Además de su historia de vida (tan de moda las biopics últimamente) muestra otra arista: la de la vejez y sus complicaciones, la marginación, anque el olvido que muchas veces sufren las personas mayores y el momento de resarcir viejos errores. Lo que sucede después lo dejo para que lo vean ustedes Lo mejor: No olvidemos que está magistralmente dirigida por uno de los últimos grandes. ---> https://www.youtube.com/watch?v=SJzgiSXtjSQ TITULO ORIGINAL: The Mule DIRECCIÓN: Clint Eastwood. ACTORES: Clint Eastwood, Bradley Cooper, Taissa Farmiga. ACTORES SECUNDARIOS: Michael Peña, Laurence Fishburne, Andy Garcia, Dianne Wiest. GUION: Nick Schenk. FOTOGRAFIA: Yves Bélanger. MÚSICA: Arturo Sandoval. GENERO: Policial , Drama . ORIGEN: Estados Unidos. DURACION: 117 Minutos CALIFICACION: Apta mayores de 16 años PAGINA WEB: http://www.themulefilm.net/ DISTRIBUIDORA: Warner Bros FORMATOS: 2D. ESTRENO: 03 de Enero de 2019 ESTRENO EN USA: 14 de Diciembre de 2018
Clint Eastwood, más activo que nunca a sus 88 años "La mula", el film dirigido y protagonizado por el legendario actor, está basado en una historia real sobre un veterano de guerra que dio su vida por la floricultura. Siempre se habla de los puntos máximos y mínimos de artistas y cineastas. Todos pueden tener rachas, o cierta regularidad, pero hay casos excepcionales: Clint Eastwood, a sus 88 años, demuestra que como actor no tiene miedo de exhibirse con el paso de los años a cuestas (se sabe mayor, no juega a otra cosa) y como director tiene la capacidad de hacer una de las películas del año. Porque sí, es el primer jueves del año pero ya tenemos entre nosotros a una de las cintas que dará que hablar en 2019. La historia, basada en un hecho real, es la de Earl Stone (Eastwood), un veterano de guerra que dio su vida por la floricultura, viajando por el país para convenciones y concursos. Por esa carrera dejó a su familia de lado. Cuando su negocio quiebra, se ve solo, sin lugar adónde ir. Intentando reconciliarse con sus seres queridos ayuda a su nieta a pagar su boda, y por ello acepta una extraña propuesta laboral. En su vieja camioneta debía transportar algo que al principio no le quieren mostrar y que a él no le importa mucho saber. Una vez enterado de que está moviendo cocaína de un estado a otro, decide seguir como “mula”, hasta convertirse en el empleado favorito de sus jefes. En otro lado de la trama, vemos como los agentes Colin Bates (Bradley Cooper) y Trevino (Michael Peña) investigan el cartel para el que trabaja Stone. En otro tiempo héroe, el hombre a sus 80 pasa desapercibido y se transforma en villano, a veces con gracia y otras con lástima. Dividiendo el filme entre la parte personal y la policial, Eastwood sabe qué contar en cada una de las escenas, sin que falte ni sobre nada. El doble trabajo, al igual que hizo en “El gran Torino”, parece sentarle bien al cineasta. Su gran acierto es mostrar siempre el lado humano de la maldad y la bondad, encontrando aristas para la construcción de cualquier personaje o historia, que finalmente tienen un final feliz, porque encuentran paz en su desenlace.
Otra lección de un gran maestro en cuya obra deberían abrevar las nuevas generaciones Recibido hace rato como el gran narrador de historias de nuestro tiempo utilizando la forma más tradicional del cine, Clint Eastwood no solamente sigue entregando relatos plenos de vitalidad hace casi cincuenta años, desde su debut detrás de las cámaras, además lo hace con una potencia humana de la que ya no se ve tan seguido en Hollywood. Por si fuera poco realizar dos películas por año en más de una oportunidad (en enero de 2018 vimos “15:17 tren a París”), el director dos veces ganador del Oscar abre nuestra temporada con “La mula”, su mejor película tal vez desde “Un mundo perfecto” (1994). Tiene 88 años éste notable artesano del cine, una edad parecida a la del personaje que interpreta él mismo. Earl Stone vive un momento de florecimiento (literalmente) a sus ochenta y pico. Se dedica a cultivar lirios participando, junto a otros horticultores, de grandes exposiciones de ésta especie. Es claramente su momento de felicidad en la huerta de su casa, tratando a sus ayudantes mexicanos como pares, y hasta hablando el español que puede en contraste con el continuo estado de abandono de su familia, a la cual ha dejado de cuidar con los años. Mary (Diane Wiest) su ex esposa y la hija de ambos Iris (Alison Eastwood) están escépticas de que algo vaya a cambiar, mientras que la nieta Ginny (Taissa Farmiga) todavía cree en el vínculo con su abuelo más allá de las evidencias. Por ejemplo, el mismo día en el cual gana el premio a mejor horticultor su impulso es el de festejar con todos en un bar, olvidando la boda de su hija. Earl es así. A la hora de decidir a quién ayudar a crecer eligió a las flores y no a los suyos. Los tiempos cambian. Los yuyos, el pasto crecido y el estado de deterioro general de su pequeña parcela (en una elipsis simple y contundente) cuentan no sólo que los buenos tiempos terminaron, sino que Earl se ha quedado sin casa. Discusión familiar mediante, el viejo hace contacto con gente que le ofrece una buena suma de dinero a cambio de llevar un bolso de un estado al otro. “Jamás me han hecho una multa en mi vida” dice, y eso es suficiente para iniciar esta changa que pronto empieza a solucionar sus problemas económicos y, por qué no, también los de su familia. Sin preguntar primero, consciente después, el hombre se convierte en la mejor “mula” para el cartel de Sinlaoa, mientras es seguido de cerca por Bates (Bradley Cooper), un agente del DEA, cuyo jefe (Lawrence Fishburne) anda necesitando arrestos para poder dar respuestas a sus superiores. El de Earl Stone, como muchos personajes en la filmografía del realizador, es también un viaje hacia zonas oscuras de la moral en el cual también encontrará un pequeño resquicio transformador y acaso su propia redención. Desde esa óptica también hay un paseo por la norteamérica desde el llano. Los barrios, los caminos, pedir un sándwich en una estación de servicio, o entrar a un negocio de los que todavía conservan campanitas que suenan cuando se abre la puerta, todo lo que conforma una mirada sobre el mundo sin necesariamente juzgarlo. A la citada “Un mundo perfecto” podemos agregar “El sustituto” (2008), “Río místico” (2003), “Crimen verdadero” (1999) y, por supuesto, la fundamental “Gran Torino” (2009). Nunca en sus películas se deja de observar lo coyuntural, el contexto, sociopolítico que podemos conocer frontalmente por virtud del guión, o a través de simples diálogos en donde deja claro qué lugar ocupa cada cosa en la vida de la gente. Earl no tomaría éste trabajo de transportar cocaína sino fuese por sentir la necesidad de aportar algo a su familia antes de perderla por completo, pues está literalmente en la calle con su vieja camioneta y sus cosas, sin lugar a donde ir y sin nada que perder. De alguna manera dice: en éste Estados Unidos de hoy hay gente desesperada, dispuesta a hacer cualquier cosa. Sin proponérselo tal vez, Eastwood se convierte en un cronista de nuestro tiempo, y en un historiador de otros no tan lejanos, porque la observación del mundo a través de su cine nos espeja lo mejor y lo peor de la sociedad. Junto con la de “Los imperdonables” (1992), el actor ofrece el mejor papel de su carrera en ésta película, y hasta tienen algún punto de conexión, porque tanto William Munny aquella vez como Earl Stone aquí son personajes que andan con poco rumbo, un pasado más o menos oscuro, y un presente que los obliga a tomar decisiones por dinero, aun cuando estas impliquen la puesta en marcha de un engranaje que afecta a todo el entorno social. Ninguno de los dos está desconectado emocionalmente, pero sí tal vez desorientados en sus valores al definirse estos por sus actos. Amigable con su entorno de empleados latinos, trata de hablar español, no como acto de empatía anti-xenófoba, sino porque no da la sensación de sentirse mejor que con nadie más, e incluso conociendo el rasgo discriminatorio que opera en la sociedad norteamericana a veces (la escena en la cual interviene entre la policía y sus cuidadores, por ejemplo). La construcción de su personaje, gracias a un brillante guión, juega a dos puntas en el sentido más lúdico de la expresión, porque Earl pasará de ser un jubilado sin ingresos a una suerte de Robin Hood, según los diversos destinos que le da al dinero mal habido que va ganando. No es inconsciente de lo que hace, pero lo redime ayudando a su familia o a la asociación de veteranos de la guerra en la cual también combatió. Por eso, tal vez, el cartel de drogas no representa un peligro real para él, o al menos uno que le genere demasiados temores. La historia luego se desprende para apoyarse un rato en los antagonistas. Toda la secuencia en la casa del capo, interpretado por Andy García, cuenta mucho más de lo que se ve realmente y sirve para que veamos al viejo en la faceta más cómplice de la situación. Clint Eastwood sabe de la simpatía del público por personajes así, sabe que el espectador ama a los ladrones de bancos como Bonnie and Clyde, Butch Cassidy, o todo el equipo de la saga “La gran estafa, y que ésta no será la excepción porque de alguna forma también representan el pito catalán al sistema o al establishment. “La mula”, basada en un hecho real, narrado en el “New York Times”, es una película que se agigantará con el paso del tiempo al igual que otras del director que, una vez más, apuesta por la redención de los que ya no tienen nada que perder, pero sobre todo porque apuesta por el buen cine
Ya es un clásico. Esperar la nueva película de Clint Eastwood para cerrar, o comenzar, un año a puro cine se convirtió en la nueva tradición. Sus propuestas trascienden la anécdota para ser verdaderos eventos cinéfilos. Y la apuesta es mayor, cuando, como en este caso, el realizador, que a sus 88 años se anima una vez más a cumplir un doble rol en “La mula”, regresa a la pantalla con una historia que habla de la familia, el amor, las deudas pendientes y las oportunidades que se aceptan sin medir, tal vez, las consecuencias. Narrada con una estructura clásica de tres actos, en la propuesta asistiremos al derrotero de Earl Stone (Eastwood) un hombre que por cumplir con sus obligaciones se olvidó de lo más importante, su familia, y verá cómo su negocio de cultivo de flores comienza a sucumbir ante la llegada de algo nuevo “internet”. Entre esas dos fuerzas, la de lo viejo, representada por la familia, el negocio, las deudas, y lo nuevo, internet, “La mula” encuentra el equilibrio justo para contar cómo este hombre, a punto de terminar su vida en la ruina, encuentra la posibilidad de pagar sus deudas (las monetarias, pero principalmente las morales) a partir de la realización de una tarea que lo llevará a un lugar inesperado. “La mula” es una lección de cine. Construye sus personajes, más allá de Earl, de una manera única y precisa, dándoles el tiempo necesario para que se encarnen mucho más que un rol escrito en un papel, dándoles una vívida imagen. Si Earl es intempestivo, huraño, hosco, su contrapartida será su familia, que más allá del enojo actual, el de su ex mujer (Dianne Wiest), su hija (Alison Eastwood) y su nieta (Taissa Farmiga), se convertirán en el gran objetivo a saldar y motor e impulsor de su vida. Y mientras avanza en el relato, la propuesta suma características a Earl, una suerte de “Robin Hood”, que ayudará a quien más lo necesite, mientras comienza a cerrarse el círculo en el que se inserta de manera sorpresiva. “La mula” no es una película sobre alguien que decide asumir el riesgo de transportar algo sin saber si quiera qué es, ni mucho menos, el de una persona ambiciosa que al saber que cuanto más grande la carga será mejor la paga, ya que no termina siendo ni para él el dinero que recibe. Disfrutando de la vida, de todos los placeres de ella, con la frente en alto, Earl comienza a sentir que todo empieza a tener un nuevo sentido, y Eastwood lo sabe, ofreciendo un cuento con una moraleja (el que comete un ilícito debe pagarlo, y más en la era Trump), que al obviarla se obtiene una de las películas más contundentes de los últimos tiempos. “La Mula” es una lección de amor y pasión por el cine. Eastwood vuelve a demostrar por qué es Dios. Por qué necesitamos su cine. Por qué sus películas trascienden la pantalla y se convierten en un evento cinematográfico per se.
Clint Eastwood es uno de los pocos nombres de Hollywood que no necesita ningún tipo de presentación. Sin embargo, es asombroso recorrer toda su trayectoria porque ha demostrado haber atravesado todos los géneros, todas las facetas posibles dentro de la industria y ha logrado un reconocimiento tanto del público, de la crítica y de sus pares, por igual. En 1964 protagoniza el icónico spaghetti-western de Sergio Leone “Por un puñado de dólares” y dos años después bajo las órdenes del mismo director “Lo bueno, lo malo y lo feo”. En la década del setenta fue el inspector de policía más reconocido de todo San Francisco, “Harry, el sucio” otro personaje que ha quedado impreso en el colectivo popular como una marca registrada junto con su nombre y su perfil de hombre recio. Otros de sus grandes éxitos han sido “Fuga de Alcatraz”, “Impacto Fulminante”, “Cazador blanco, corazón negro”, “Bird” –la biografía de Charlie Parker por la que gana el Golden Globe- hasta llegar a otro de sus hitos: “Los Imperdonables”, en 1992, cuando comienza a ser reconocido por la Academia y gana su primer Oscar como Director. Incansable, inagotable, sigue dejando su huella en el cine con “Medianoche en el Jardín del bien y del mal”, “Un mundo perfecto”, “Los puentes de Madison”, la inolvidable “Rio Místico” y gana su segundo Oscar con “Millon Dollar Baby” a la que siguieron otros grandes trabajos como “Gran Torino” y la políticamente polémica “El Francotirador”. Obviamente es imposible enumerar toda su extensa carrera como actor, director y productor, también intervino en la banda de sonido y como compositor de la música de alguna de sus películas (“Sully”, “Curvas de la Vida”, “La conquista del honor” e “Invictus” entre otras) pero este simple recorrido, sobrevolando algunos de sus títulos, da cuenta de sus más de 60 años de carrera en la industria con una permanencia y una trayectoria guardando un nivel, que pocos han logrado . Eastwood conoce el pulso de lo que quiere contar y lo demuestra una vez más en ésta, su última realización: “LA MULA” en donde una vez más toma el mando en el rol protagónico y detrás de la cámara, como director. En este caso, la trama del film se inspira en un artículo escrito por Sam Dolnick para el New York Times llamado “La mula de 90 años del Cartel de Sinaloa” sobre la figura de este particular anciano, encarnado por el propio Eastwood, completamente fuera de todas las convenciones. El Agente especial Jeff Moore (Colin Bates en la película, encarnado por Bradley Cooper) y su equipo en la División de Detroit pasaron meses investigando una rama local del Cartel de Sinaloa, liderado por Joaquín “El Chapo” Guzmán, el más renombrado y poderoso traficante de droga cuya organización había esparcido miles de kilos de cocaína desde la frontera mejicana a través del estado de Arizona. Escucharon horas y horas de conversaciones grabadas en diversas líneas telefónicas hasta dar con el más prolífico de todo el equipo, el Tata, quien con los kilos que había transportado durante unos pocos meses, ya se había convertido sin dudas, en una leyenda urbana. Eastwood compone a Earl Stone (o el Tata), un octogenario casi pisando los 90, cuyo negocio familiar está completamente en la quiebra y que frente a una ejecución hipotecaria decide aceptar la propuesta de un conocido de su nieta, trabajo en el que sólo se requería de un buen conductor. Es así como este nuevo negocio encuentra, no solamente una manera de salir de sus apremios económicos sino también de empezar a ayudar a la gente que quiere y le brinda, paradójicamente, una dignidad y una confianza perdidas. Su pysique du rol de viejito inocente, de americano promedio, de hombre de derecha del interior, construye un perfecto camuflaje para su doble identidad, casi una contradicción en sí mismo, un anciano de apariencia simple que esconde una historia compleja. El cine de directores que han pasado los 80 como Manoel de Oliveira, Alain Resnais o el ya fallecido Claude Chabrol, si bien siempre cuenta con una mirada interesante y vigente, en sus últimos filmes, se evidencia la avanzada edad de los realizadores por el estilo de la puesta en escena y la construcción del relato. Con “LA MULA”, Eastwood demuestra no solamente que sus dotes como actor siguen intactas –ahora inclusive asumiendo casi por primera vez en pantalla ese rol de anciano que se impone casi como una implícita despedida- sino que el ritmo que puede imprimir a la película es el de un director joven, vibrante y apasionado. La tensión que logra durante las dos horas de relato y el timing con el que cuenta la historia son realmente dignos de admiración. Pero Eastwood no traza unilateralmente un relato “basado en hechos reales”, se juega entero y se mete de lleno en el personaje central, en sus conflictos familiares, en sus dilemas éticos y morales, en sus miedos, en sus inseguridades. Y justamente cuando profundiza el drama intimista, “LA MULA” gana fuerza y contundencia y permite evidenciar la marca de un cine de autor. La familia de Earl se compone de su hija (papel a cargo de Allison Eastwood, su hija en la vida real, con otro guiño de reconciliación familiar dentro del propio film), su nieta (una exquisita composición de Taissa Farmiga –de “American Horror Story” y “La Monja”-) y su ex mujer Mary (Dianne Wiest), con la que tiene muchísimas cuentas pendientes. Wiest e Eastwood en pantalla son un festival de actuación, y logran los momentos más emotivos del filme con recursos genuinos y sin ningún tipo de subrayados ni golpes bajos. Dentro del rubro actoral, los agentes de la DEA encarnados por Bradley Cooper, Michael Peña y Lawrence Fishburne no logran destacarse en papeles ajustados que el guion no les permite demasiado lucimiento y el que sí marca la diferencia es Andy García como el jefe del Cartel. “LA MULA” puede leerse como un film de suspenso basado en hechos reales, o como el legado de un gran realizador como Eastwood, que toma prestada una historia de vida, para espejar la suya propia y escribir, en cierta manera, un pequeño testamento cinéfilo para sus fieles seguidores.
Pero nadie me diga cobarde / sin saber hasta dónde te quiero A esta altura, elogiar la voluntad imparable de filmar que exhibe Clint Eastwood es un lugar común. Es más: últimamente, su carácter prolífico le basta a muchos para celebrar cualquier cosa que se le ocurre filmar. Luego de poblar la primera década del 2000 con un conjunto de películas brillantes, el legendario actor y director está cerrando la segunda con un repertorio menos consistente, pero de un estimulante eclecticismo. La vinculación de su nombre a un proyecto cualquiera basta para encender el interés: en este caso, un policial con eje en los narcos, a esta altura ya un subgénero que satura las propuestas provenientes de los Estados Unidos. A priori, La mula ofrecía varios atractivos. Clint volvía a ponerse frente a cámara luego de anunciar su retiro de la actuación y se reunía nuevamente con Nick Schenk, guionista de Gran Torino: una de sus mejores películas de la década pasada, entre las que mejor supo dialogar con todas las encarnaciones de esa persona/personaje mítico llamado Clint Eastwood. La mula está basada en un hecho real, continuando la reciente tradición de películas del director. Es la historia de Earl Stone: un horticultor muy exitoso que, a lo largo de su vida, siempre puso el trabajo por encima de su familia. Ya anciano, Earl está en bancarrota y tanto su hija (Alison Eastwood) como su ex esposa (Dianne Wiest) lo juzgan duramente por los errores del pasado. El único vínculo cálido que mantiene es el que lo une a su nieta (Taissa Farmiga). Urgido económicamente y deseoso de enmendar con regalos las ausencias de toda una vida, Earl acepta un extraño trabajo: trasladar en su camioneta los misteriosos paquetes que un grupo de jóvenes mexicanos cargan en su baúl dentro de un garage. En primera instancia, el trabajo parece soñado: son trayectos cortos, que le reportan una cantidad absurda de dinero sólo por manejar de un lado a otro, cosa que ha hecho toda su vida sin recibir siquiera una multa. Sin embargo, pronto queda clara la realidad del asunto: lo que Earl traslada, en cada recorrido, son cantidades astronómicas de cocaína para el Cartel de Sinaloa. Inicialmente embelesado por el dinero, el anciano comprende que está envuelto en un torbellino del cual le será muy difícil salir. En simultáneo, Earl hará su mejor esfuerzo para recomponer sus vínculos familiares y especialmente todo la relación con su ex esposa: con su vida en riesgo, se hace importante saber que vale la pena vivir por alguien. La mula no es, ciertamente, Gran Torino: tiene una ligereza que, si bien es bienvenida como actitud (en tanto implica el rechazo de la solemnidad y la autoimportancia que este cuento sobre la redención tentaría en otros directores), adelgaza los conflictos; como varias de las últimas películas de Eastwood, la narración de La mula por momentos parece contentarse con ir de un punto al otro sin demasiada ceremonia. Por otro lado, es una película que, dentro de esta ligereza de tono, apuesta decididamente al humor: sobre todo a costa de su protagonista y a los equívocos que se producen cuando todavía no sabe de qué se trata su nuevo trabajo. Más allá de la gracia de las situaciones escritas, hay un juego de meta-ironía muy lúdico (indudablemente autoconsciente) en ver a Eastwood, badass por antonomasia, confundido y apichonado ante unos narcos con el doble de masa muscular. Del Oeste de Sergio Leone al Estados Unidos de la era Trump, el Hombre sin Nombre ha recorrido un largo camino; de tomar las riendas de cada pueblo en el cual desensillaba su caballo se ha convertido en empleado de los bandidos al volante de una camioneta destartalada. La película también se divierte a costa de la fama de galán del actor: en la película, Earl coquetea con varias mujeres (todas más jóvenes que él), ante la mirada decepcionada de su ex, y hasta recibe como “regalo” un trío de parte de uno de los capos narcos (Andy García, que se divierte mucho). Hay, en esta secuencia un infame, un travelling ascendente por los cuerpos de las chicas que se contonean abrazadas a los narcos que parece algo más cercano a Showmatch que a lo que se esperaría de quien filmó El sustituto. Es a la hora de abordar a los personajes de la exesposa y de la nieta, fundamentales para que la película cobre dimensión emotiva, que la película se resiente más notablemente. Ambas adolecen de líneas de diálogo muy pobres y de un desarrollo bastante precario. Taissa Farmiga merece reconocimiento por salir indemne de algunos de los textos más planos de toda la película, mientras que Dianne Wiest sobreactúa tristemente: particularmente sobre el cierre, en una escena que pretendía ser muy emotiva pero en la que Eastwood parece haberse olvidado de cómo filmar y cómo actuar. Por otro lado, las relaciones de amistad con algunos de los narcos más tolerantes y flexibles, que consiguen exitosamente correr a La mula de los esquematismos, son rápidamente olvidadas sobre el final y no tienen cierre de ningún tipo. En fin: le falta gravitas, está flojamente escrita, pero La Mula todavía tiene algo que decir sobre Eastwood como ícono cultural en relación con el mundo en el que habita. Es otra de esas películas que resisten a puro oficio, gracias a un director tenaz que sigue obsesionado con contar.
Por lo general tener como director y protagonista a Clint Eastwood, con sus 88 años, es todo un disfrute. esta trama se encuentra inspirada en los hechos reales y su personaje es Leonard Sharp, pero acá su nombre es Earl Stone, comienza en 2005, este tiene sus bienes hipotecados, está viviendo una penosa situación económica a su avanzada edad, veterano de guerra, su vida da un vuelco cuando le ofrecen un trabajo, transportar unos paquetes, y día tras día se convierte, en un traficante de drogas para un cártel mexicano, conoce muy bien la ruta, por su avanzada edad no resulta sospechoso y nadie desconfía de este viejo indefenso. Earl Stone es un ser complicado con su familia, a través del flashback se va conociendo su pasado (sus problemas con su ex esposa, su hija y nieta), sus errores y sus características, goza de cierto carisma con algunas personas y especialmente con las mujeres es un conquistador. En esta road movie el protagonista se va cruzando con distintos personajes, entre el grupo de los traficantes comienza a ser respetado, hasta el jefe Laton (Andy García, un actor de carácter que sabe muy bien construir personajes) desea conocerlo, otros intérpretes están correctos: Ignacio Serricchio, Michael Peña, como agente de DEA Bradley Cooper, Alison Eastwood es su hija en la vida real y en esta ficción, entre otros. Resulta ser una cinta interesante, está bien contada, muestra los problemas sociales, políticos, toca temas relacionados con la inmigración, racismo, vejez, culpa, dolor, soledad, familia y arrepentimiento. El espectador está pendiente de su desenlace, entretiene, emociona y tiene buenos toques de humor, sublime el momento entre Eastwood y Bradley Cooper, como así también Andy García, para reflexionar y se destaca el trabajo de fotografía de Yves Bélanger (Brooklyn).
La Mula: Sin lugar para los débiles. Clint Eastwood vuelve a colocarse delante y detrás de las cámaras para su más reciente film, donde se convierte en un transportador de drogas de un peligroso cártel mexicano. Clint Eastwood a esta altura ya es una leyenda del cine. Su prolífica carrera como actor y director lo llevaron a gozar de un reconocimiento tanto de la crítica como del público a lo largo de su extensa y variada filmografía. Obviamente, tendrá sus detractores y quienes lo rechacen por su forma de pensar y por su ideología ampliamente republicana y basada en el conservadurismo más rígido de la sociedad norteamericana, pero a esta altura resulta indiscutible su legado cinematográfico y su influencia en varios realizadores noveles. Este largometraje representa su segundo relato filmado en 2018 a sus ya avanzados 88 años de edad y con una agenda incansable y notablemente extensa en lo laboral. La historia que nos presenta Clint en esta oportunidad está levemente inspirada en los hechos reales que involucran a Leonard Sharp, acá rebautizado como Earl Stone (Eastwood), un octogenario que está en quiebra y que se enfrenta a la ejecución hipotecaria de su negocio. Ante este panorama desalentador se le ofrece un trabajo aparentemente fácil, el cual sólo requiere conducir por las rutas norteamericanas transportando paquetes. Pero, sin saberlo, Earl se convierte en traficante de drogas para un cártel mexicano, y pasa a estar bajo el radar del agente de la DEA Colin Bates (Bradley Cooper). El film de Eastwood resulta un entretenido y llevadero relato con tintes de drama y, por momentos de thriller, que recuerda un poco a su film de 2008 “Gran Torino”. No obstante, en esta ocasión el tono de la película es menos lúgubre (al menos en su inicio) y posee varios momentos cómicos donde se luce el protagonista. Lo interesante radica en que la personalidad de Earl Stone disiente un poco con los personajes que suele componer el señor Eastwood que, por lo general, son hombres mayores amargados y/o de gran temperamento que no tienen muchas pulgas ni ganas de congeniar con sus interlocutores. Aquí, en esta oportunidad, Clint compone a un personaje conflictivo pero lleno de carisma el cual es querido por sus pares en el ámbito laboral pero quien deja mucho que desear en el marco familiar. Un protagonista entrador y amable, al igual que un galán improbable con las mujeres. La obra de Clint posee un problema de homogeneidad respecto al tono que plantea para la narración. Al principio se ve como un drama familiar que deviene en un thriller y que por momentos tiene algún que otro momento de alivio cómico para distender. Sin embargo, es este carácter ecléctico y heterogéneo lo que vuelve al relato sumamente impredecible. Ahí es donde el guionista Nick Schenk (Narcos, Gran Torino) se ve que intentó hacer malabares con estas cuestiones desembocando en un libreto errático y con ciertos personajes desperdiciados o carentes de profundidad a fines dramáticos (Los personajes de Bradley Cooper, Andy García y Michael Peña se presentan como opositores débiles o desdibujados). Por el lado interpretativo se destaca Eastwood como la estrella principal al igual que Taissa Farmiga (The Nun, American Horror Story) como la nieta y Diane Wiest como la ex esposa de Earl Stone. Ambos personajes profundizan el drama familiar que se yuxtapone con la trama central del tráfico de drogas. A pesar de las falencias enumeradas, resulta interesante el carácter personal e intrínseco de la película respecto a ciertas cuestiones como la familia, las diferencias generacionales de las personas mayores con los jóvenes y las distintas actitudes y formas de afrontar la vida. La influencia de las decisiones pasadas en el presente es otro de los tópicos que utiliza a modo reflexivo el cineasta, al igual que el racismo presente en la sociedad estadounidense respecto a los inmigrantes mexicanos algo que se puede ver a lo largo de todo el metraje. Por otro lado, Eastwood bromea incómodamente respecto al racismo despreocupado de este octogenario que goza de la llamada impunidad de la vejez en lo que parece componer otro de los sellos de autocrítica que se encarga de realizar el film. La Mula trabaja constantemente con las contradicciones. Por un lado tenemos el éxito profesional versus la vida familiar, la vejez y la juventud y por otro lado tenemos las posturas del conservadurismo que propone la derecha y la mirada más actualizada y progresista que se opone al racismo y la misoginia de dichos republicanos. Un film que pone en tela de juicio las ideologías y las corrientes políticas y de pensamiento de sus personajes y del propio director. Un realizador que parece haber encontrado la sabiduría que acarrea la tercera edad al dejar al descubierto sus propios errores. Por el lado de los aspectos técnicos cabe destacar el trabajo de fotografía de Yves Bélanger (Dallas Buyers Club, Brooklyn) que nos presenta imágenes nostálgicas con una paleta entre lo cálido y apagado para representar los paisajes de la carretera estadounidense al igual que esta serie de contradicciones antes enumeradas. La Mula es una cinta interesante dentro de la filmografía de Clint Eastwood por todas las cuestiones sobre las que se pone a reflexionar. Quizás como película necesite nutrirse de un tono más homogéneo y de personajes secundarios más atractivos pero sí es una realidad que resulta una experiencia cinematográfica placentera como la mayor parte de la carrera del director.
La Mula: Ya no es lo que era, ya no es lo que era… El 38º film del señor Clint Eastwood se enfoca en un personaje de la vida real, sacado de un artículo de la revista New York Times de Sam Dolnick titulado “La mula de la droga de 90 años del Cartel de Sinaloa”. Sin embargo está muy lejos de ser una biopic, solo es una adaptación de dicha historia que sirve para expresar ciertos temas populares como la pérdida y el paso del tiempo, arrepentimientos, entre otros asuntos que parecen catárticos para el director. El hombre de casi 90 años Earl Stone, está en quiebra, enfrentándose a una ejecución hipotecaria de su negocio y solo debido a su mala relación familiar. Debido a su buena conocida forma de conducir, sin multas ni nada por el estilo, se le ofrece un trabajo que simplemente le exige conducir. ¿Fácil no? Pero él no sabía que acababa de ingresar a un servicio de mensajería de drogas para un cartel mexicano. Toda esta primera mitad con un ritmo irregular, manteniendo la ignorancia del protagonista y el humor irónico en ciertos momentos, parece realizada para que disfrute Eastwood interpretando al anciano. Debido a que solo conduce escuchando música, siendo raro creer por momentos que no sabía lo que llevaba, o estando con mujeres con poca ropa festejando. Sin embargo todo con un dejo de autocrítica ante como ve él, y la mayoría de los estadounidenses, a los mexicanos. Aun así lo muestran a Earl como un “amable” anciano con un racismo informal y sin filtro, que puede caer bien por momentos o entendible debido a su edad. Esa mirada social que revolotea en los Estados Unidos aquí no logra profundizarse. No existen muchos momentos arriesgados en la película vinculados con la identidad social. Parece que el trayecto de la película se queda en el camino como un auto en mal funcionamiento queda varado en la ruta. No es ni un policial completo y atrapante, ni una historia profundamente dramática. Solamente aparecen escenas o secuencias interesantes en cada uno de los géneros mencionados que sirven como una grúa de dicho automóvil parado, para que siga su camino como puede. Está muy lejos de ser el Gran Torino (2008). Aun teniendo al guionista Nick Schenk de la serie Narcos y la mencionada Gran Torino, por momentos falta dinámica en términos de diálogos. Hay divertidos encuentros entre los delincuentes mexicanos, nada fuera de lugar. Pero los actores secundarios parecen desperdiciados con Bradley Cooper y Michael Peña, como dos detectives lineales. Hasta parecen que no tienen idea de lo que hacen o quiénes son sus personajes, básicamente porque tienen menos dimensión que una línea recta. Hay muchas caras conocidas que no tienen ningún peso, pero aparece uno que sorprende. Hablamos de un casi irreconocible Andy Garcia como jefe de la banda criminal mexicana. Las mujeres como Taissa Farmiga como la nieta de Earl, Ginny, y la gran actriz Diane Wiest son las que se destacan. Farmiga demuestra su carisma rebosante, mientras que Wiest haciendo de la ex esposa de Earl deja en claro por qué ganó dos premios Oscars. Todas las escenas entre ella y Eastwood son reflexivas y emocionales, con un final discretamente efectivo. La primera hora sirve como preparación de la segunda mitad de la película dónde todo se orienta hacia un clima más tenso, serio, dejando salir los recónditos sentimientos tapados por la ironía y la delincuencia. Ese giro es de lo mejor del film, llegando un poco tarde. Las metáforas algo predecibles, por fin toman papel importante. Los mensajes de aprovechar el tiempo ya las hemos visto, pero de todas maneras está provechosamente representado en pantalla. Mayoritariamente en los últimos minutos. La musicalización de Arturo Sandoval abraza el arrugado cuerpo del protagonista, acompañándolo hasta el final de manera brillante. Como también la fotografía del canadiense Yves Bélanger (Dallas Buyers Club, Brooklyn) de gran carrera, muestra paisajes precisos y acordes a la situación vivida. Este film puede ser visto como entretenido, algo atrapante, con una pizca de autocrítica por parte de Eastwood. La película se siente mucho más personal que otros films. Eastwood hace que Earl se fusione con su persona. No habiendo tantos personajes para ancianos, este es uno muy rescatable. Seguramente La Mula sea una película que pase algo desapercibida en términos narrativos y temáticos, a pesar de ser de los mejores estrenos de Eastwood allá en su país del norte americano. Entretiene a su manera, pero decepciona también a la suya. Como expresa el film: Hay que disfrutar la vida, no desperdiciar el tiempo. Así que quizá al terminar de ver este film saquen sus propias conclusiones con respecto a la hora y 56 minutos que dura la película.
En un libro de filosofía, sus dos autores dicen: “A veces ocurre que la vejez otorga, no una juventud eterna, sino una libertad soberana”. No es seguramente la prerrogativa del paso del tiempo; están quienes poco aprenden de ese irreversible fenómeno porque insisten en las certezas iniciales y así desconocen la aventura de las diferencias; otros se disponen a lo que les es impropio y entonces aprenden. Es el caso de Clint Eastwood. La libertad ha sido siempre su tema, y a lo largo de sus películas no ha hecho otra cosa que observar ese valor absoluto, del que nadie duda pero que poco se ejercita, en sus numerosas variaciones. La mula, como Jinetes del espacio (2000) y Los puentes de Madison (1995), dos películas grandiosas hermanadas espiritualmente con esta, examina a fondo el sentido de la libertad. El paradójico plano final de La mula glosa una forma de libertad soberana. Existe siempre un resquicio de libertad, incluso en las peores circunstancias, siempre y cuando no se traicione aquello que pone en movimiento la voluntad de existir. Los planos iniciales y finales de los lirios están en sintonía con tantos otros momentos del cine de Eastwood. ¿Cuál se debería elegir? ¡Son tantos! Que Eastwood haya tomado el caso real de un excombatiente de la Segunda Guerra Mundial que a sus 87 años empezó a trabajar como “mula” para un cartel mejicano indica el desprejuicio del cineasta. En ningún momento del filme se insinúa alguna objeción moral. Ni se justifica ni se pondera a los narcos, como tampoco a los policías. Todos son hombres y mujeres que no saben muy bien lo que quieren. Hay varios diálogos, siempre hermosos y lacónicos, que apuntan a ese dilema; uno de estos transcurre en una cafetería entre el detective que interpreta Bradley Cooper (que trabajó ya con él en El francotirador) y el mismo Eastwood; otros entre este y un joven narco que lo controla. La prioridad es siempre la misma: cuidar de los placeres y atender a quienes se ama. El prólogo de La mula se circunscribe al año 2005; el filme se desarrolla en el 2017. Se respeta la historia verídica de Leonard Sharp, el excombatiente en cuestión en cuya historia se basa la película, pero a su vez se añaden inquietudes que son del propio Eastwood. Que Eastwood esté detrás y delante de cámara no es un dato menor, como tampoco lo es la sustitución de que su “Tata”, como lo llaman sus colegas narcos, no sea ya un veterano de la Segunda Guerra, sino de la Guerra de Vietnam, cambio que permite asociar este filme con el personaje de la película Gran Torino (2008), uno de los últimos que interpretó el mismo Eastwood. El resto es conocido: el viejo “Tata” entrega bolsas de cocaína, recompone su economía, recupera su hipotecada granja, intenta reencontrarse con su familia y ayuda un poco a los que lo necesitan; mientras, agentes de la DEA y otras fuerzas del orden intentan atraparlo. En La mula, Eastwood ríe, baila, se enfiesta, ama, canta, maneja y cultiva sus gloriosos lirios. Puede ser el último filme como protagonista, y de ser así trascenderá con este retrato en el que un artista de 88 años se siente soberanamente libre y no teme mostrarse como tal.
Clint Eastwood regresa a la pantalla grande con "La Mula", una película conmovedora El octogenario actor y director regresa frente a las cámaras en una película conmovedora, un testamento en vida de su enorme talento artístico Earl Stone (Clint Eastwood) es un horticultor de casi 90 años, veterano de la Segunda Guerra Mundial que vive solo, abandonado por su familia que se ha cansado de sus desplantes, sin un peso en el bolsillo y a punto de perder su casa hipotecada. Ante tan desolador panorama, el anciano acepta un trabajo que significa mucho dinero: conducir su camioneta de un punto a otro para transportar drogas. Pronto, la DEA y los propios narcos para los que trabaja comenzarán a acosarlo y descubrirá que el dinero fácil tiene consecuencias. Tras retirarse de la actuación luego de Gran Torino, Clint Eastwood no podría haber elegido un mejor papel para volver a ponerse delante de cámaras. Recrea su clásico personaje hosco y con cara de pocos amigos, que irá ablandando su corazón a medida que avanza el metraje. Una performance con la que se puede empatizar y que cautiva rápidamente. La historia funciona como una parábola sobre el lugar que ocupan las personas de la tercera edad en la sociedad, lo difícil que resulta sobrevivir en un estado salvajemente capitalista y las tensiones raciales que están tan presentes en la América post Trump. Eastwood detrás de cámaras también logra conmover con sus puestas que fotografían la inmensidad en la que se mueve su personaje, una metáfora de la soledad que él mismo vive. La fotografía de tonos ocres, las puestas de sol en la ruta, el encuadre scope, también remiten al western crepuscular que ha sido marca de autor en el realizador. El elenco principal no podría estar mejor: Bradley Copper, el agente detrás de La Mula aparece poco, pero sus escenas están cargadas de tensión y humor sarcástico. Andy García como el capo narco, también tiene poco minutos en pantalla, pero los suficientes para que darle forma a la pintura de un ser siniestro. Mientras que Dianne Wiest como la ex esposa sufrida, de carácter, por momentos frágil, logra emocionar. Y un párrafo aparte para nuestro compatriota Ignacio Serrichio que encarna a un miembro del cartel que debe presionar a Earl, pero termina transformando su relación en algo mucho más sentido y cercano, la clase de interacción padre/hijo que hace crecer la historia. Con momentos dramáticos, ciertos puntos de suspenso y muchísimo humor negro, el filme permitirá a los espectadores gozar de un viaje en donde cada una de las paradas se reserva un momento de gloria fílmica.
Curiosamente —o no tanto—, la dupla Eastwood/Cooper, se encontraron en la pantalla grande. Me refiero que, tras haber dejado de lado el proyecto como director de A star is Born (2018), Clint Eastwood eligió como co-protagonista al que fue finalmente el realizador de ese proyecto que le quedó trunco. Nos referimos a Bradley Cooper, quién, como todos sabemos, también fue protagonista de esa película (Nace una estrella) junto a Lady Gaga. Clint Eastwood vuelve a ponerse detrás y delante de la cámara, y lo hace con una solvencia y magnetismo —tanto de un lado como del otro— que lo convierten en uno de los directores más importantes de los últimos tiempos. Basta repasar algunas de sus obras como director: Los imperdonables (1992) —clausura total a los clásicos westerns—, Bird (1988), Río místico (2003), Million Dollar Baby (2004), El Gran Torino (2008, también como actor), Sully (2016), Cartas desde Iwo Jima (2006) e Invictus (2009), eso sin contar el haber sido, en los años 60, un icono de los Spaghetti Western —subgénero de los westerns norteamericanos producidos en Italia y España— de la mano de Sergio Leone y el mítico policía Harry Callahan que, como Harry, el sucio, fue el protagonista de cuatro secuelas. Es por eso que el mérito de Eastwood es su continua re invención, más allá de que sus películas como director poseen un leit motiv en donde el paso del tiempo, la redención y la soledad tiñen toda su obra con una pátina agridulce. La mula (2018), su última película, no escapa a estas variables. Basada en un hecho real —aparecido en varias entregas en The New York Times—, Ear Stone, nombre ficticio de Leo Sharp, su nombre real, es una persona que ronda los 90 años y que al parecer está distanciado de todo su entorno familiar, excepto de su nieta Ginny (Taissa Farmiga) que todavía lo quiere y lo invita a su cumpleaños. Es allí en donde nos damos cuenta hasta qué punto las heridas de antaño todavía —y lejos están de hacerlo— no han cicatrizado. Su hija Iris (Allison Eastwood) no le habla, su esposa Mary (Diane Wiest) decide irse del cumpleaños de su nieta al verlo y, por lógica, él también decide irse. No es bienvenido en su círculo familiar. Años de ausencia, de desamor, de privilegiar su trabajo de horticultor de lirios por sobre aniversarios, bodas —justamente la de su propia hija— y demás eventos sociales lo han llevado a ser persona non grata. Eso no es todo, por si fuera poco, la poderosa Internet lo ha dejado en la bancarrota. Al no poder competir con los pedidos on-line, su vivero de flores exóticas, y premiadas en cuanto concurso participa, deja de ser rentable. Sin su única fuente de trabajo y de placer, no le queda más remedio que aventurarse en otro tipo de actividad que, como siempre sucede, llega hacia él de una manera fortuita y azarosa. A partir de entonces lo único que tiene que hacer es transportar bolsos de un lugar a otro en su destartalada camioneta. Estacionar frente a un hotel, dejar las llaves en la guantera, alejarse, hacer tiempo durante una hora y regresar. Al volver, encontrará un sobre con dinero que se irá incrementando con las siguientes entregas por el simple hecho de incrementarse también los kilos de droga transportada y, por lógica, también sube el riesgo. Aunque lejos de amilanarse, Stone redobla la apuesta y lo que iba a ser por única vez se convierte en una rutina embriagadora de viajes y sobres con dinero. Es así que pasa a ser una de las mulas más efectivas del Cartel mexicano de Sinaloa. Lo ayuda su avanzada edad, lo ayuda que nunca le hicieron una multa de tránsito, pero lo que más lo ayuda es su espíritu arriesgado por considerarse un veterano de la guerra de Corea —es digno de destacar cómo enfrenta, a sus casi 90 años, a sus patrones con la entereza y valentía que muchos ni siquiera se atreverían a pensar—. Y lejos de jactarse de su pequeña fortuna —es verdad que se da algunos gustos como una ostentosa pulsera de oro—, lo ganado lo invierte en fines altruistas: la puesta en marcha nuevamente del edificio en donde se reúnen los veteranos de guerra, la ayuda económica a su nieta en sus estudios y en levantar el embargo que pesaba sobre su vivero. Claro que cuando algo puede salir mal, sale mal, y más cuando los envíos de droga son cada vez de mayor volumen. Esto pone sobre aviso a las autoridades federales de esa parte de los Estados Unidos. Y todo se precipita aún más cuando los integrantes de dicho Cartel, se matan entre sí por más poder y control sobre sus negocios, lo que afecta de manera radical el trato hacia El Tata —como lo apodan cariñosamente a Earl—. La amenaza es clara: los nuevos jefes del Cartel no van a permitir más desvíos de ruta, más contratiempos ni más excentricidades de su parte. Y es en estado de cosas que aparece el agente de la D.E.A. Colin Bates (Bradley Cooper) para, no solo investigar este correo ilegal y millonario que no pueden atrapar, sino para lograr algún arresto que contente a sus superiores y, de algún modo, a los canales de noticias. Hasta aquí la trama. Hasta aquí el grueso argumentativo. Lo demás, el toque mágico lo da la figura omnipresente del gran Eastwood. Narración clásica, sin sobresaltos, lineal y sin flashback —recurso que astutamente no fue utilizado y que bien podría haber sido casi como una película paralela, pero que también podría haber resentido la homogeneidad del relato— y dirigida hacia un final que no por ser adivinado de ante mano, deja de ser efectivo. Porque nuestro antihéroe por excelencia y por naturaleza no busca redención, sino expiación por toda la culpa que ve por primera vez en medio de esas carreteras infinitas que unen dos puntos diametralmente opuestos: la miseria y la opulencia; opulencia a la que se deja arrastrar como un mero bálsamo, que no es más que un placebo, para curarse de una soledad que la disfraza con la frívolas y efímeras compañías de lujo en medio de fiestas regadas con champagne y custodiadas por narcotraficantes armados hasta los dientes. Pero si algo de eso intuía el viejo horticultor de flores exóticas —era bueno en dar consejos—, la enfermedad de su esposa es lo que lo enfrenta sin anestesia a su actitud pasada. Es en este momento en que vislumbra todo lo perdido, no solo en cuanto a sus afectos personales, sino hacia su propia vida. Pero nunca es tarde, parece decir el Eastwood actor y director y por supuesto el guionista Nick Schenk; nunca es tarde para desandar aunque sea un poco, el largo camino que lo llevó a una situación de desamparo afectivo. ¿Mensaje esperanzador? Tal vez, aunque no por eso deja de tener un regusto amargo. Quizás porque hay cosas valiosas que aunque las descubramos antes de que terminen hechas polvo, ya dejaron de tener el brillo de antaño. Pero lo que sí brilla en este film —más allá de su calidad técnica y fotográfica—, es el mensaje unívoco de trascendencia. No la universal y utópica, sino la de todos los días, la que tenemos que aprender a manejar para no caer en la trampa de mantener una actitud egoísta y autosuficiente que todo lo carcome, principalmente a las relaciones personales. El tiempo es tan valioso como el de los lirios que él se jacta en cultivar. “Duran solo un día y luego se marchitan, creo que solo por eso vale la pena el esfuerzo”, le dice a su esposa. Lo que resta aprender al viejo Stone (apellido significativo si los hay) es que la vida suele ofrecer mucho más tiempo que un día antes de marchitarse. Y la suya, duele cuando se da cuenta de eso, es percibida como que fue solo eso lo que duró: un día
A sus 88 años, el legendario actor y cineasta, Clint Eastwood, sigue activo y construyendo la recta final de una carrera tan extraordinaria como extensa. Fatigado y algo cansado, Eastwood dedico los últimos años de su filmografía a ejercer solo como director, siendo “Gran Torino” (2008), su última pieza como protagonista (ya que “Curvas de la vida” del 2012, no es de su autoría). Inoxidable e incansable, Eastwood consiguió en 2018 estrenar dos films. Para muchos “15:17 Tren a París” es uno de los pocos tropiezos de su carrera. La segunda, estrenada a finales de diciembre en Estados Unidos, y a principios de enero del 2019 aquí en Argentina, es “La mula”. Esta nueva pieza nos trae de regreso a Eastwood en su faceta de director-actor, algo que no se repetía en 10 años. Y lo acompañan secundarios como Bradley Cooper, Taissa Farmiga, Laurence Fishburne y Dianne Wiest. El realizador oriundo de San Francisco, California, volvió a reunir al guionista Nick Schenk (“Gran Torino”) para que desarrolle un libreto que tuviera como puntapié la noticia publicada en los años 90’ en el New York Times, sobre un anciano que trabajaba como mula para un cartel de drogasmexicano. Sentando esas bases, “La mula” narra como Earl Stone, un octogenario en quiebra, obtiene un trabajo sencillo que solo requiere conducir largos tramos para entregar unos paquetes. Sin saberlo, se transforma en un traficante de drogas poderoso. “La mula” es su largometraje número 38 como director, y se siente como lo que es: una despedida. No sé si volveremos a ver a Clint Eastwood como actor una vez más, de hecho, tuvieron que pasar 10 años para que eso ocurra. Earl Stone es una proyección de los ideales y de los personajes que el propio Eastwood encarno durante toda su carrera. Se lo ve como un cowboy agotado, viejo, con arrugas y con errores del pasado que intenta remediar o al menos cerrar de la mejor manera. Clásica, elegante, pausada y reflexiva, “La mula” explora el advenimiento de un mundo nuevo, los pliegues de un pasado que siguen impactando en Earl Stone, y las cuentas pendientes de una vida ardua con puntos altos y bajos. En fin, un retrato extraordinariamente monumental sobre el ser humano, el paso del tiempo, y la vejez. Es muy simple la trama de “La mula”, pero es esa sencillez la que la hace enorme como film. Clint no necesita de dificultosas formas y métodos para llegar a lo que quiere contar: Hace parecer fácil, lo difícil. A lo largo de su carrera, Clint Eastwood ha ido ahondando y trabajando en similares conceptos. Su personaje de hombre reacio, patriota, con valores antiguos y cuya familia desprecia, se ha idoactualizando y perfeccionando. Con “La mula”, se permite cerrar ese círculo perfecto. Perfectamente se podría decir que la película es algo así como una especie de road movie. Earl Stone se la pasa en la ruta, conduciendo, y en esos parajes que va efectuando cierra sus cuentas pendientes y reflexiona sobre el nuevo mundo. El film se divide en tres tramas, la primera aparece de a ratos y es la de la familia del protagonista, la segunda son las entregas de droga que debe efectuar para el cartel mexicano (esa es la que claramente abarca más), y la tercera es la investigación policial liderada por el personaje de Bradley Cooper. La primera y la segunda están bien alternadas, porque los viajes en ruta sirven como momentos de introspección que funcionan para que el personaje se vea impulsado a reconocer sus errores. La que es un poco blanda es la investigación policial, no del todo desarrollada, pero si necesaria para darle un efectivo cierre a la historia y para, de paso, hacer visible los contrastes y la discriminación de buena parte de la sociedad norteamericana para con los mexicanos (la escena de la detención al conductor, es una muestra clara). Como siempre, no hay excesos, no hay grandilocuencia, no hay subrayado. Clint Eastwood construye una perfecta radiografía de la vejez, y un nuevo testamento personal para que lo recordemos por siempre. 88 años a pura vigencia. “La mula” es otro extraordinario regalo que se ubica como lo mejor que filmó desde “Gran Torino”. Gracias por tanto cine, Clint. Calificación: Excelente. Fabio Albornoz (@fabioalbornoz)
NECESARIA INCORRECCIÓN POLÍTICA Hay películas que, de acuerdo a las épocas, se convierten en necesarias, aún desde sus imperfecciones. La mula es un ejemplo cabal: en tiempos donde ciertas vertientes de la corrección política llegan a extremos invasivos, facilistas y hasta negacionistas, en los que hay cada vez más personas que en nombre de lo inclusivo ejercen de policías ideológicos, lo nuevo de Clint Eastwood viene a recuperar formas y lenguajes a los que se pretende ignorar o anular, con un relato definitivamente desparejo pero de una honestidad brutal, sin vueltas ni agachadas. No es casualidad que La mula esté escrita por Nick Schenk, guionista de Gran Torino (y también co-guionista de la subvalorada El juez). Ambas son como las caras de una misma moneda, donde los protagonistas reflejan la extinción de determinados códigos y reglas en pos del nacimiento de otras, en operaciones discursivas y culturales fuertemente asociadas con las estructuras narrativas propias del western. En la más reciente –basada en un artículo periodístico que indagaba en hechos reales- tenemos a Earl Stone, un anciano ex veterano de la Guerra de Corea ya entrado en los noventa, que tuvo sus días de gloria como horticultor pero cuyo negocio quedó en la ruina y ahora no solo está en quiebra económica, sino también personal: su ex esposa y su hija no solo no le hablan, sino que ni siquiera pueden cruzárselo, y solo su nieta busca incluirlo en un núcleo familiar del que indudablemente ha quedado fuera en base a acciones (e inacciones) nefastas. Earl solo se ve capaz de encarar mínimamente la parte financiera de su existencia y casi inocentemente empieza a trabajar para un cartel de drogas mexicano, transportando droga en su camioneta de un punto a otro y, eventualmente, quedando bajo la mira de las fuerzas policiales. Como una declaración de principios actoral, compone a Earl desde sus defectos, exponiendo cómo sus miserias pueden hermanarse con sus virtudes. De hecho, es como una prolongación (que no repetición) del Gus de Curvas de la vida; el Walt Kowalski de Gran Torino; el Frankie Dunn de Million dollar baby; el Steve Everett de Crimen verdadero; o el Luther Whitney de Poder absoluto. Es un tipo con un talento natural para todo lo que sea laburar (incluso cuando ese laburo sea ilegal) pero destrozado en las fibras de lo íntimo; capaz de adaptarse a cualquier situación peliaguda y salir bien parado, pero que prefiere huir del contacto con los seres queridos; con carisma para desempeñarse en cualquier círculo social, excepto el familiar. Un antihéroe absoluto, un ser definitivamente incómodo de ver para el espectador, al que Eastwood, desde la interpretación pero también la elección de planos, se ocupa de resaltarle los movimientos vacilantes y decididos a la vez, además de sus arrugas, que hablan del recorrido de un camino repleto de obstáculos. El relato de La mula pondrá a Earl en un trayecto para nada lineal, donde escapará de ciertos problemas para caer en otros, aprendiendo tanto como enseñando, y buscando una redención más que nada moral, que difícilmente pueda ser completa, porque los pecados acumulados en su pasado y presente son demasiados. En pos de reflejar este recorrido, Eastwood no se anda con vueltas: si casi siempre su cine tendió a ser frontal, acá elude cualquier sutileza enunciativa sobre temas, formas y conductas. De hecho, se dicen de frente palabras como “negro”, “puta” o “tortillera” (incluso burlándose de los pruritos que muestra alguna gente frente a este vocabulario); o se muestra con total naturalidad a un viejo como Earl acostándose con dos prostitutas. Y eso no es mero exhibicionismo o provocación; es hacerse cargo de la existencia de términos, usos o procederes, de sujetos con mentalidades y formaciones culturales que no siempre van de lo mano con lo habitual o socialmente consensuado. La mula está bastante lejos del perfecto choque de culturas de Gran Torino o la melancolía hecho cuento de Jersey Boys. Es un film incluso desprolijo en aspectos de verosimilitud genérica y de giros en la trama. Pero eso lo compensa con una fluidez y hasta soltura en la narración que la convierte en una experiencia sumamente disfrutable, aún desde la amargura y melancolía que la atraviesan. Su humor, ácido y directo, es un componente más dentro de un relato marcado por la oscuridad y una sabiduría marcada por la vejez. Esa vejez es la de Earl, que se anima a pagar los costos de sus acciones, pero también de Eastwood, que no tiene ningún problema en hacerse cargo de su propia vejez, del tiempo y lugar desde el que habla, saliendo con los tapones de punta contra el puritanismo que se disfraza de tolerante.
La escena inicial, sobria y reposada, nos muestra a Earl Stone, un floricultor apegado a sus viejos hábitos. Ama sus flores pero ya no tiene cabida en un mundo que busca otras fragancias. (¿como su cine?). Está en conflicto con su familia. Es un solitario, un cascarrabias, un tipo lleno de silencio, consagrado al cuidado de sus lirios. El negocio entra en bancarrota y Earl, aislado y fundido, acabará aceptando un trabajo bien pago: llevar de Texas a Chicago unos bolsones en su vieja F100. Al tercer viaje se da cuenta que lo que lleva es cocaína del cartel de Sinaloa. Pero Earl no se escandaliza. No tiene muchas otras opciones. Su vida sin afecto lo ha acorralado. No se hace preguntas morales. Es un veterano de Corea que siente que hoy sus batallas están perdidas. Su sentido del heroísmo –tema recurrente en la obra de Eastwood- tiene más reproches que orgullo. Ha sido un padre y esposo ausente. Y los únicos que están pendientes de su vida son los detectives que andan tras sus pasos. Leve, detallista, reposado, Eastwood es a esta altura el mayor exponente del mejor cine clásico de un Hollywood que se va quedando sin grandes floricultores. El film también muestra que con los años su herramienta ha ido ganando en claridad expositiva lo que ha perdido en intensidad. Pero a Clint ya no le importa impactar. Expone sus historias con la sencilla claridad de esos abuelos que a la hora del cuento van directo al asunto, sin buscar efectos ni falsos atajos. Hay algo de suspenso y algo de pintoresquismo, hay emoción y más de un pincelazo que deja ver las entrelíneas de un cine crepuscular, austero y diáfano, que en cada obra nos va dejando su legado y sus adioses. No es un policial. No se plantea si está bien o mal lo que hace. El film va más allá. Lo que Clint parece decirnos es que al afecto es todo. Hizo lo que hizo para poder darle algo a su familia. Y la vida le cobró un alto precio. Por eso al final acepta la sentencia de la justicia. Siente que debe pagar por el daño que le ha hecho a los suyos. Y a su vida. No es arrepentimiento. No es vergüenza. Es una deuda distinta y enorme. Eastwood nos muestra que a veces la marginalidad puede ennoblecer a estas almas solitarias que un día descubren que los caminos del reencuentro están llenos de obstáculos, pero no queda otra que recorrerlos.
Sin frenos. Hace unas semanas un amigo me encargó que presentara una película en el cineclub que programa. El pedido era interesante por sí mismo (se trataba de El amigo de la familia, una de las primeras de Paolo Sorrentino), pero como además era pago y cerca de casa no tenía razones para rechazar la oferta, así que fui, hice la introducción de rigor, vimos la película y al finalizar empezó el debate habitual en esos casos. A la proyección habrán asistido unas cuarenta personas. Todas ellas tenían, excepto dos que definitivamente eran más jóvenes, digamos de 65 años para arriba. No importa acá lo que dijeron, pero si traigo esta situación es porque me sorprendió la libertad con la que se pusieron a debatir entre ellos y conmigo cuando tuvieron la posibilidad de hacerlo. A diferencia de ambientes con gente más joven, me di cuenta que afortunadamente lo que faltaba allí era corrección política, palabras que no pudieran utilizarse o asuntos a los que hubiera que acercarse con un cuidado desmedido. Los jubilados del cineclub se daban la posibilidad de decir sin muchas vueltas lo que se les venía a la mente, sin prestar demasiada atención a temas ni formas, ni al qué dirán. Pensé en aquella situación mientras miraba La mula. En algún momento de ella Earl, el nonagenario interpretado por el propio Eastwood, la mula que se la pasa llevando en su camioneta kilos y kilos de cocaína de Texas a Illinois, se encuentra con el agente Bates, el policía que interpreta Bradley Cooper. El encuentro entre perseguidor y perseguido ocurre en alguno de esos cafés al costado de la ruta que Hollywood se encargó de entronizar como uno entre tantos íconos del american way of life: paredes vidriadas que dan a la carretera, banquetas, mesera con delantal tras el mostrador, café de filtro, huevos y tocino. En ese momento Bates no sabe aún con quién está hablando, y eso lleva a que la charla derive en temas personales. Poco antes de retirarse, el viejo le da un consejo y luego se disculpa, creyendo que llegó demasiado lejos con un desconocido. Cooper, sin embargo, le responde algo así como “no se preocupe. La ventaja de los que tienen su edad es que no tienen frenos”. Como los espectadores del cineclub, Eastwood conoce los beneficios de la libertad, y su película, casi como al pasar, la ejerce de pleno derecho, mientras aparenta preocuparse por otra cosa. Free fallin´. Como era esperable tratándose de Eastwood, esa otra cosa que se prodiga por casi dos horas es la narración clásica en su estado más transparente. Aquí el centro y el motor de la aventura es Earl Stone, el horticultor apasionado por su oficio al que Internet le arruina el negocio de toda la vida y un golpe del azar lo convierte en mula de un cartel mexicano. El periplo del viejo reúne varios de los tópicos del cine del director, desde el sentido del deber y el sacrificio al honor que siempre se pone en juego detrás de la palabra empeñada. Es asimismo la historia de quien intenta reconstituir los lazos con la familia, destruidos por años y años de malas decisiones. Pero hay algo en La mula que aparece con mayor fuerza aún que todo aquello y es el placer de la narración, la alegría de la aventura en la ruta y la música sonando dentro de la cabina, el estímulo vital y divertido de un anciano empeñado en “disfrutar siempre de la vida”, como le hace saber a uno de los narcos que lo acompañan en alguna de las entregas que debe realizar atravesando medio país. Earl es un americano promedio de costumbres hedonistas: baila, se ríe, canta, bebe, es galante con las mujeres. Y todo eso se potencia aún más porque a Eastwood tampoco le importa el qué dirán, hasta hacer que su personaje contrate prostitutas y pueda ser amigo de los narcos, con quienes entabla una relación de cariño mutuo que nunca cae en la simplificación idealista (un momento maravilloso, apenas un segundo preciso de pura delicadeza, es cuando apenas llegado a la cueva donde carga la droga, Earl baja de la camioneta y le pregunta a uno de los narcos, como al pasar, cómo se encuentra de salud uno de sus familiares). Redoblando la apuesta, en el gesto más desafiante de la película su personaje se detiene en algún momento a un costado de la ruta para auxiliar a una familia negra. Mientras conversan, se refiere a ellos como negroes. Cualquiera que esté al tanto de la situación en los Estados Unidos sabe que esa, junto con nigger, su derivada, son las palabras malditas (incluso en la ciudad de New York, aunque sin efectos legales, un edicto prohibió de manera simbólica su uso, por discriminatorias y racistas). La pareja le recuerda que esa palabra ya no se debe usar más, que si quiere mencionarla debe decir “la palabra N” (the N-word) y a ellos llamarlos “negros” (blacks). Earl sonríe y levanta los hombros: finalmente nada debería importar más que haberse detenido en el medio del desierto para ayudarlos. Como muy pocos directores de la actualidad, Eastwood sabe que el secreto no radica solo en la aventura y en la destreza para contarla. También se asienta en los grises, en todo el bien y el mal que cualquiera es capaz de hacer, y en el movimiento que posibilita que podamos convertir el error que fuere en alguna forma de redención. Lo que resulta de todo ese entramado de claroscuros es que la película además de saber cómo apelar a la emoción logra generar un efecto liberador, convertirse en una bocanada de aire fresco entre tanto corset autoimpuesto. A Brave Old World. Muy pocos días después de mi experiencia en el cineclub, en la misma Texas a la que Earl vuelve una y otra vez a buscar los cargamentos, moría a los 94 años George H. W. Bush, el expresidente de los Estados Unidos. Las tropelías de su hijo hicieron que el apellido goce de mala fama, por lo que supongo que su funeral debe haber pasado inadvertido aquí. Resultó ser sin embargo un evento más que interesante porque en él se estaba desplegando una buena parte de la actualidad política y social de aquel país, un poco como ocurrió aquí con la muerte de Alfonsín en pleno kirchnerismo. Para decirlo brevemente, en varios discursos demócratas y republicanos de la vieja escuela se encargaron de recordarle a Trump los ajados valores tradicionales de la nación, esos que consideran traicionados por el actual presidente. El funeral fue, así, uno de esos raros momentos en los que una etapa de la historia parece estar pasándole la posta a la siguiente. Entre los diferentes panegíricos (eulogy) brindados hubo uno particularmente notable, por lo emotivo y divertido (hilarante por momentos), el del ex senador Alan Simpson, un viejo amigo de Bush (aquí completo). Ejercicio brillante de retórica, entre otras cosas Simpson mencionó que medio siglo atrás sus padres y el propio Bush acordaron la venta de una casa con un simple apretón de manos, para terminar la frase con un “¿Les suena familiar?”. En esa pregunta, que va a volver un par de veces, lo que está dando vueltas de manera indirecta es la idea de unos Estados Unidos que están quedando atrás en el tiempo, una nación que se encuentra justo en el medio de una batalla de gestos y palabras, de cierta convivencia caballeresca en el que había lugar para todos y que ahora parece estar perdiéndose (una pérdida en la que Trump asoma como el verdugo definitivo). Un mundo por el que esa vieja generación, que inexorablemente se va, peleó en la Segunda Guerra y en otras. El viejo Earl, veterano de guerra él también, puede ayudar a los negroes y convivir con los mexicanos, puede mantener su sentido del deber y del compromiso asumido, su alegría a toda prueba y su confianza hacia todos, pero el suyo es un personaje en retirada, aquello que sonaba familiar en el discurso de Simpson, un Ethan Edwards que cada vez tiene menos lugar. Esa inadecuación puede trasladarse al propio Eastwood, un artista felizmente anacrónico al que la dignidad de la vejez no hace más que agigantarlo en su rol como el último de los clásicos, la cara visible y definitiva de un país y un cine que están virando hacia otro lado. Más que un testamento, La mula bien puede ser tanto un sutil alegato político sobre los nuevos usos y costumbres como un capítulo de su propia biografía, plena de vitalidad en la superficie, toda melancolía en el fondo.
El camuflaje perfecto Después de no cumplir nuestras expectativas con 15:17 Tren a París (2018), con muy poco tiempo de diferencia entre ambos filmes, Clint Eastwood regresa con La Mula (2018), la cual es sin dudas, el retorno de la impronta de una de las figuras más legendarias de Hollywood. Por Denise Pieniazek Clint Eastwood uno de los artistas con más vigencia y trayectoria tanto del cine de Hollywood como mundial, quien lleva protagonizadas más de sesenta películas y desde los ’70 nos sorprende desde el rol de director ya con cuarenta largometrajes entre los que se destacan Los puentes de Madison (1995), Million Dollar Baby (2004), Cartas desde Iwo Shima (2006) y Gran Torino (2008), entre muchísimos otros. Esta última está muy vinculada a la película en cuestión, La Mula, protagonizada y dirigida por Eadtwood, rompe la tradicional dicotomía entre el bien y el mal, encarnando una vez más un hombre mayor que es un híbrido de héroe y antihéroe, y es al igual que en Gran Torino un veterano de la guerra de Korea. Earl Stone, el protagonista en cuestión es un hombre mayor con problemas familiares y económicos. Sus parientes más cercanos –todas mujeres, esposa, hija y nieta- lo acusan de egoísta y ausente, en esta perspectiva su nieta es la única posibilidad que le queda por recomponer el vínculo familiar, o de poder cambiar la opinión que se tiene de él. Al igual que en Gran Torino la única reconciliación posible con los errores del pasado de este “viejo” son los jóvenes. Es notable que con frecuencia Eastwood esboza en sus películas su hermenéutica acerca de la historia y la actualidad norteamericana. Al respecto, La Mula, inspirada en una historia real, presenta un universo que incluye el tráfico de drogas, y el multiculturalismo y las diferentes nacionalidades u orígenes que conviven en dicho país. Earl Stone, tras tener problemas económicos con su negocio de florista, y en un mundo posmoderno que da pocas posibilidades a la “tercer edad” se convierte en una “mula”, en un transportista de drogas para un cartel mexicano. El relato está estructuralmente dividido en varias partes según las entregas de “la mula”, sintetizando que cuánto más entrega, más dinero recibe y además que en un mundo posmoderno parece que se valora más el enriquecimiento rápido y sencillo, más que el esfuerzo. En este mundo del narcotráfico la vida no tiene valor, y nada ni nadie es permanente. Resulta muy interesante la forma en que el largometraje muestra cómo “las apariencias engañan”, este hombre que tiene la apariencia del norteamericano promedio blanco, de clase media del cual jamás se esperaría lo que acontece. Earl Stone es el camuflaje perfecto, el disfraz que no encaja en el estereotipo que la sociedad tiene del traficante, y por eso se vuelve tan exitoso en dicha tarea. Incluso los jóvenes traficantes latinos con cariño lo apodan “tata”, el cual es la forma regional de denominar al padre en las zonas rurales. Este protagonista que se inmiscuye en la ilegalidad, sin embargo, genera empatía en el espectador. En consecuencia, la película nos dejará pensando ¿qué pasa con los verdaderos responsables? ¿cómo funcionan las disciplinas de control y castigo sobre los verdaderos responsables del narcotráfico? ¿es éste erradicable? En conclusión, Eastwood que a lo largo de su carrera no sólo ha demostrado su versatilidad actoral sino también su diversidad como director, pues ha narrado historias de diferentes géneros y poéticas. En La Mula, demuestra mediante un excelente manejo tanto de lo formal como de lo narrativo y con sus característicos sutiles y a la vez punzantes diálogos audaces, las diferencias generacionales y raciales que conforman este “caldo de cultivo” cultural que es Estados Unidos.
Viejos son los trapos. Clint Eastwood vuelve a ponerse delante y detrás de cámara con un drama candente inspirado en un hecho real, contando una historia profunda, de esas que al director le fascinan tanto, y que bien podría estar en la misma línea que Gran Torino. Earl Stone, un hombre ya entrado en sus ochenta que dedicó toda su vida al negocio de las flores, se encuentra en la ruina y a punto de perder su casa, hasta que le llega la oferta de transportar drogas en su camioneta, de una ciudad a otra, para un cártel mexicano. Si bien los problemas financieros le disminuyen, los problemas con su familia se acrecentarán debido a sus años de ausencias. El director se pone en la piel de otro personaje atribulado por angustias típicas del ser humano, siempre con su mejor estilo y su vasta experiencia. El protagonista es solo un hombre que quiere vivir a su manera, con todo el peso de la responsabilidad que eso conlleva siendo padre de familia, hasta que finalmente todo encauza hacia esos desenlaces a los que Eastwood nos tiene tan acostumbrados, donde el deber y el tiempo ponen todo en su lugar. Utilizando la ironía que lo caracteriza, el director logra que su personaje atraviese todas las emociones habidas y por haber, hasta llegar a un callejón sin salida, donde el suspenso va in crescendo y el drama alcanza su punto máximo a medida que el metraje avanza. Su Earl Stone es de esos viejos que aparentan ser queribles y entrañables, pero a medida que se los va conociendo, muestran esos claroscuros tan inevitables que llevan al espectador hacia ese dilema de sucumbir ante la empatía o la aberración. A la vez, los personajes secundarios acompañan de manera correcta, creando ese mundo que el anciano supo construir y destruir en un abrir y cerrar de ojos, donde la cotidianeidad se funde con la extrañeza de cruzarse con las personas equivocadas. La destreza narrativa que logra en cada plano, los instantes de tensión y los momentos de reflexión que hacen crecer al protagonista de manera contundente son una prueba más de que Clint Eastwood es uno de esos directores que dejan huella ante cada estreno. Una montaña rusa de emociones para cualquiera que se deje llevar por las historias comunes de una eminencia del cine.
A sus casi 90 años, Clint Eastwood sigue regalándonos cine del bueno. Dueño de un claridad y una sencillez implacable, el director de Los Puentes de Madison, Río Místico y Million Dolar Baby -entre tantas otras- nos recuerda que no hace falta aturdir al espectador para conmoverlo, y que la economía narrativa puesta al servicio de un guión que sabe lo que quiere puede devenir en una contundencia dramática destacable hasta en una historia menor como la que se cuenta aquí, en donde un anciano de 90 años en bancarrota decide empezar a traficar droga para el Cártel de Sinaloa. Ficha técnica: Dirección: Clint Eastwood. Guión: Nick Schenk. Elenco: Clint Eastwood, Bradley Cooper, Taissa Farmiga, Michael Peña, Alison Eastwood, Andy García, Laurence Fishburne, Dianne Wiest, Jill Flint, Clifton Collins. Producción: Clint Eastwood, Dan Friedkin, Jessica Meier, Tim Moore, Kristina Rivera y Bradley Thomas. Distribuidora: Warner Bros. Duración: 116 minutos; Estreno en Buenos Aires: 03 de enero de 2019. Con frecuencia, los buenos relatos no se encuentran en las luces rimbombantes de los efectos especiales o en las tesis pretenciosas de autores que intentan explicar el sentido de la existencia humana en dos horas y monedas. Que no se malinterprete: existen excelentes películas de este estilo y autores super talentosos que han logrado expresar en la pantalla ideas a menudo muy complejas y profundas. Pero a lo que voy es que no hace falta ir tan allá para llegar al espectador con un mensaje potente y conmovedor. A veces solo se necesita una historia tan simple como la de Earl Stone, un nonagenario veterano de guerra que, ante la ruina financiera de su actividad como horticultor, decide tener una última aventura como traficante de cocaína para un Cártel Mexicano. Clint Eastwood tiene 88 años pero está más vigente que nunca. Basada en un caso real a partir de un artículo publicado en The New York Times titulado: “La mula de 90 años del Cártel de Sinaloa”, Eastwood retrata los últimos años de una persona desesperada económicamente que además carga con la culpa y el remordimiento de no haber sido un buen padre y marido a lo largo de su vida, dado que siempre antepuso su trabajo como florista al bienestar de su familia. En este sentido, la de Earl Stone es una historia de redención, un tipo que hace un balance de su vida, asume sus responsabilidades y emprende un último viaje (o varios, teniendo en cuenta los cientos de kilos de cocaína que transportó) para poner las cosas en orden y así alcanzar cierta paz interior antes de morir. Pero claro, es un viaje particular, porque se trata de un narcotraficante alejado de todo estereotipo: ¿Quién podría imaginar que un anciano de 90 años, amable, sin antecedentes penales, al que nunca le hicieron una multa de tránsito en su vida y que se detiene azarosamente en la ruta a comer un sandwich, transportaría cientos de kilos de cocaína a través del estado de Illinois y burlaría en reiteradas ocasiones a los agentes de la DEA que lo perseguían (interpretados en esta ocasión por Bradley Cooper, Michael Peña y Lawrence Fishburne)? Este es un poco el atractivo del filme, por momentos absurdo, sumamente entretenido y descarnado en sus momentos más dramáticos. Eastwood lleva el pulso de la narración de la mano de un clasicismo inapelable, cuya soltura y simpleza ya son una marca registrada de su cine. La película transita la comedia negra y el drama familiar con una naturalidad asombrosa, y si bien el guión no fue escrito por él (corrió por cuenta de Nick Schenk) por momentos parece que así hubiese sido, pues los personajes, ideas y mundos retratados en él son muy propios del “universo Eastwood”. Es cierto que por momentos la película se hace un poco obvia y reiterativa (el cine clásico también tiene eso) y que algunos personajes secundarios quedan deslucidos, pero en general el personaje de Stone, su moral (entre conservadora y descontracturada) y sus vínculos con los narcotraficantes son tan atractivos que se hace difícil no encariñarse con el viejo “Tata”. El filme, además, tiene la virtud de no esquivar la cuestión del racismo y la discriminación hacia los mexicanos (moneda corriente en algunos estados del país del norte) y humaniza también a los narcos, que son mostrados como personas que tienen sueños, miedos y anhelos, como todos. Párrafo aparte para la actuación de Dianne West, que interpreta a la acongojada esposa de Stone. La escena desgarradora del final que comparte con Clint es de lo mejor de la película. Por otro lado, la hija de Stone es también la hija de Clint Eastwood en la vida real (Alison Eastwood), y cabe preguntarse si esta ficción sobre las energías que uno deposita en el trabajo y en la familia tendrá algo de autorreferencialidad en la vida del afamado director Estadounidense, que ya lleva más de 60 años trabajando ininterrumpidamente en la industria del cine. Conceptualmente, The Mule se aleja de las temáticas sobre el heroísmo tratadas en Francotirador (2014), Sully (2016) y 15:17 Tren a París (2017), y se acerca más a propuestas como El Gran Torino (2008) y Curvas de la Vida (2012), en donde la redención y la tesitura de que “nunca es tarde para cambiar” cobran una importancia fundamental. Curiosamente, The Mule es también el primer proyecto actoral de Eastwood desde Curvas de la vida y su primer rol protagónico en una película dirigida por él mismo desde Gran Torino. Posiblemente, The Mule no pasará a la posteridad como una de las grandes obras de Clint Eastwood. Se trata de un filme chico, ameno, para nada grandilocuente. Sus personajes no son figuras mundiales, ni dejarán una marca imborrable en la historia del cine. A todas luces, es una película minimalista, efímera, como los lirios de Stone, que florecen por un día y luego se marchitan. Pero al igual que los lirios, vale la pena observarlos…
El nuevo largometraje del legendario Clint Eastwood también lo tiene como protagonista, luego de una larga ausencia en pantalla (su última aparición fue en Curvas de la Vida, del 2012). Con un reparto en el que se encuentran Bradley Cooper (Nace una Estrella), Michael Peña (Ant-Man), Laurence Fishburne (Batman vs Superman) y Andy García (Geo-Tormenta), La Mula está inspirada en hechos reales. A los 88 años de edad, Eastwood sigue muy activo en el mundo del cine, sin signos de mostrar cansancio. En La Mula se muestra seguro del material, mostrando la vida del protagonista, sus falencias con respecto a sus seres queridos y su introducción al mundo del narcotráfico. Paralelamente, se plantea la investigación federal con el foco en Cooper y Peña como los agentes tras la pista del anciano protagonista. El estilo relajado de realización de Eastwood (pocas retomas, edición simple, etc.) hace que el film se vuelva un poco repetitivo por momentos, algo melodramático (en exceso) en otros, y, lo más grave, es que la urgencia y el suspenso apenas aparecen cuando la persecución gubernamental se empieza a cerrar sobre el protagonista. La Mula termina siendo un film decente, con buenas actuaciones y un buen aporte técnico pero que no está a la altura del legado de su realizador por una edición poco estricta. Con algunos pasajes bien logrados, La Mula al menos puede entretener al público de a ratos.
Luego de la decepcionante 15:17 Tren a París (2018), Clint Eastwood regresa al cine con La mula, una especie de road movie en la que el ya consagrado cineasta norteamericano muestra nuevamente lo mejor de su cine. La película nos presenta a Earl Stone (Clint Eastwood) un horticultor que, al parecer, vive sólo para el trabajo. Sin ir más lejos, la primera escena nos muestra al anciano perdiéndose la boda de su hija para recibir un nuevo premio por sus flores. A causa de varios eventos similares (pérdidas de varias fechas importantes), Earl es rechazado completamente por su exmujer (Dianne Wiest) y por su hija (Alison Eastwood, hija real del cineasta), quien directamente no le dirige ni la más mínima palabra. La única que parece mantener cariño hacia él es su nieta (Taissa Farmiga). Doce años después, a causa del arribo de internet (y por ende la facilidad de las personas de poder acceder de otra manera a la compra de flores), el negocio de Stone quiebra. El único objeto que queda a su disposición es una vieja camioneta que condujo durante toda su vida. Es ahí cuando le llega una propuesta aparentemente salvadora: transportar bolsos de un Estado a otro. Pronto descubre que en esos cargamentos lleva kilos y kilos de drogas pero, lejos de ponerse nervioso o querer dar marcha atrás, continúa haciendo los viajes como si nada. Su avanzada edad y el hecho de no haber tenido una multa en toda su vida, lo convierten en la mula perfecta. La trama está inspirada en una historia verídica: Leonard Sharp fue un veterano de guerra y un horticultor que transportó enormes cantidades de drogas para el Cartel de Sinaloa a lo largo de Estados Unidos. Finalmente fue detenido y condenado a tres años de prisión, de los cuales sólo cumplió uno. Pero Eastwood no hace una película biográfica de este personaje sino que le da una nueva impronta y apunta hacia varios lugares fuera de esa trama principal. De hecho, por momentos, parece ser él quien, a través de Stone, hace catarsis sobre su vida. Sin ir más lejos, el personaje principal de esta historia presenta varios paralelismos con el ya consagrado cineasta norteamericano. Earl Stone se asemeja más a algunas facetas de Eastwood que de Sharp. Eastwood, quien no se dirigía desde Gran Torino (2008), es, al igual que el protagonista de esta historia, alguien alejado de lo políticamente correcto. Esto se muestra principalmente en dos escenas: una en la que se cruza con una pandilla de motociclistas lesbianas y otra en la que ayuda a un matrimonio de “negros”. La película también cuenta con otra subtrama: los agentes de la DEA Colin Bates (Bradley Cooper, quien ya trabajó con el director en El francotirador) y Trevino (Michael Peña) son presionados por un supervisor para desbaratar a la banda de narcotraficantes que opera en el oeste. Con la ayuda de un topo, comenzarán a acercase cada vez más a esta famosa mula. A lo largo de La mula nunca se pone en foco una crítica hacia el nuevo trabajo que desempeña el protagonista. El guion, a cargo de Nick Schenk (Gran Torino), en realidad posiciona a Earl como una especie de Robin Hood. Parte del dinero que gana con uno de sus viajes lo destina a renovar el hogar de los veteranos locales. También hace uso de su nueva riqueza para pagar la hipoteca y así comprar nuevamente su casa. Además, utiliza la plata para intentar acercarse a su familia. Clint Eastwood y Nick Schenk logran abordar las diversas subtramas con facilidad y eficacia. Ningún punto queda librado al azar. Cada detalle, hasta el más mínimo, es explicado (ya sea de una manera directa o indirecta). El cineasta y su guionista construyen un relato sin falacias. La mula no es sólo un policial dramático atrapante, también es una crítica hacia la tecnología y hacia lo políticamente correcto, en donde se muestra cómo un hombre blanco puede salirse con la suya sólo por ese “simple” detalle.
YA NO ES LO QUE ERA Clint Eastwood dirige y protagoniza una historia basada en hechos reales que le calza como anillo al dedo y no, no es un cumplido. “La Mula” (The Mule, 2018) pierde todo su atractivo en el momento que tenemos que volver a ser testigos de otro personaje añejo y racista en extremo interpretado por Clint Eastwood. El cliché es tan predecible como los estereotipos de la película que, aunque esté basada en hechos reales, no puede escapar a los preconceptos de que todos los mexicanos (o latinos) son delincuentes o, en este caso, narcotraficantes. El guionista Nick Schenk -el mismo de “Gran Torino”- toma como punto de partida un artículo aparecido en The New York Times, escrito por Nick Schenk y titulado “The Sinaloa Cartel's 90-Year-Old Drug Mule”, un hecho casi anecdótico que cuenta la historia de Leo Sharp, un veterano de la Segunda Guerra Mundial que a sus entrados ochenta años se convirtió en la ‘mula’ del Cartel de Sinaloa. Eastwood se pone en la piel del protagonista, acá Earl Stone, un horticultor especializado en lirios que ve como su negocio empieza a entrar en la ruina (aplastado por el modernismo). Desde hace rato que rompió los lazos familiares con su ex esposa (Dianne Wiest) y su hija (Alison Eastwood), justamente, por dedicarle mucho más tiempo a su negocio y sus queridas flores. Ahora, su nieta Ginny (Taissa Farmiga) está por casarse, y un poco a regañadientes, trata de seguir formando parte de su vida. Después de cerrar su negocio, Earl anda bastante falto de dinero y así, sin mucho preámbulo, acepta trasportar un pequeño cargamento a través del estado de Illinois. La tarea es fácil, paga bien, y a él no le interesa hacer muchas preguntas al respecto. Claro que es un viejo y tiene sus mañas, lo que no encaja muy bien con la política y los métodos del cartel mexicano a la hora de mover su preciada cocaína. Stone lo hace a su manera, poniendo nerviosos a todos los tenientes del jefe, Laton (Andy García), pero también se convierte en la mula más eficiente a los propósitos de la organización criminal, ganándose el respeto y el cariño de estos altos mandos. Con cada viaje la billetera de Earl se va abultando y hasta decide hacer algún que otro bien con esos ingresos. Los peligros también van cuesta arriba cuando la DEA -encabezada por los agentes Colin Bates (Bradley Cooper) y Trevino (Michael Peña)- se enfoca en ciertas actividades de la ciudad de Chicago, más precisamente en las entregas realizadas por un tal “Tata”, por supuesto, el nombre ‘cariñoso’ que recibe Stone. Más confiable que Clint, no hay Claro que nadie sospecha del viejo y querido Earl, quien es blanquito y acata todas las leyes de tránsito, e incluso sale muy bien parado ante cualquier encontronazo con la policía de caminos. Pero Stone tiene muy poco de simpático: es mujeriego a más no poder (¿en serio pretenden que nos creamos que este tipo puede aguantar dos ménage à trois?) y, por sobre todas las cosas, no se guarda ninguno de sus comentarios desacertados antes cualquier minoría, ya sean latinos, afroamericanos o lesbianas. La película -y el guión de Schenk, específicamente- se ríe a costa de todos estos estereotipos que, al rato, aburren e incomodan, no porque no sea políticamente correcto, sino porque en ningún momento busca la crítica o la justificación. Esta no es una película de Spike Lee, ni siquiera una de Jordan Peele donde entendemos perfectamente las connotaciones y las metáforas utilizadas. Este es Eastwood haciendo de Eastwood, tan desagradable como Woody Allen haciendo de Woody Allen. Realizadores que no evolucionan y no pueden dejar de lado sus patéticas formas. “La Mula” presenta una historia llevadera, más cercana a una comedia de enredos que a un drama basado en hechos reales. Ni Eastwood como director ni Schenk como guionista logran encontrar el tono a lo largo de dos horas de película, que va cambiando drásticamente de escena en escena, terminando con una lacrimógena redención de un personaje que nunca se puede ganar nuestro respeto o empatía. Aunque la mula se vista de seda, mula queda Clint filma bien, pero “La Mula” no tiene nada de artístico. Su universo (la mayoría de sus universos) cinematográfico se reducen a un mundo de hombres donde las mujeres son madres, esposas, hijas y, obvio, prostitutas, muchas prostitutas. Really? El humor funciona muy de vez en cuando, y el juego del gato y el ratón entre la DEA y sus objetivos demuestra, una vez más, que los agentes del gobierno son unos pelmazos. Hablamos de una película clásica con cierto grado de violencia desparramada por aquí y por allá, porque hay que mostrar que los narcos son todos malos, feos y traicioneros. El thriller, la tensión, quedan por el camino porque pocas veces sentimos que el protagonista corra verdadero peligro de ser atrapado, o aleccionado por el cartel. En cambio, disfruta de su condición y jamás se ve a sí mismo como un viejo derrotado e inútil, punto a favor para esta filosofía, aunque para adoptarla también dejó de lado a todos sus seres queridos, demostrando que también hay que ser egoísta. La mirada Eastwood no puede fallar “La Mula” termina siendo un mero entretenimiento anecdótico que no busca hilar fino sobre ningún tema en particular. No se esfuerza en análisis socioeconómicos, ni mucho menos (tampoco es lo que persigue), pero sí crea todo un relato a expensas de muchos de los preconceptos que el cine explotó casi desde sus comienzos, pero que el 2018 empezó a desterrar gracias a historias más diversas e inclusivas. Desde hace rato Clint Eastwood demostró que no se puede (ni quiere) adaptar a los tiempos que corren, y sigue explotando su lado más derechista y retrógrado a través de un estilo consolidado que se celebra por costumbre y por currículum, pero que pocas veces se mide desde la ideología.
Un inesperado empleo “La Mula” (The Mule, 2018) es una película dramática dirigida, producida y protagonizada por Clint Eastwood. Inspirada en el artículo de The New York Times “The Sinaloa Cartel’s 90-Year Old Drug Mule”, escrito por Sam Dolnick, el guión estuvo a cargo de Nick Schenk. Completan el reparto Bradley Cooper, Michael Peña, Andy García, Dianne Wiest (La Extraña Vida de Timothy Green), Taissa Farmiga (The Bling Ring, La Monja), Alison Eastwood (hija de Clint), Laurence Fishburne, Noel Gugliemi y Eugene Cordero. En el 2017, el negocio del horticultor Earl Stone (Clint Eastwood) llega a su fin debido a los avances del Internet en cuanto a las compras online. Sin tener adonde ir, el ex veterano de guerra decide presentarse en la celebración de compromiso de su nieta Ginny (Taissa Farmiga). Como era de esperarse, no es bien recibido ni por su ex esposa Mary (Dianne Wiest) ni por su hija Iris (Alison Eastwood), ya que los últimos años el anciano nunca estuvo presente en el ámbito familiar. Antes de que Earl se suba de nuevo a su camioneta, un invitado de la fiesta se le acerca y, al notar todas las etiquetas que tiene pegadas en su vehículo sobre la cantidad de lugares que visitó, le propone un trabajo como transportista. Sin nada que perder, Stone se presenta en la dirección que le dejó ese hombre. Desde ese momento, y sin darse cuenta de lo que está llevando en un principio, el “Tata” será el encargado de realizar variadas entregas de cocaína a un cartel mexicano. Clint Eastwood vuelve a ponerse delante de las cámaras después de “Curvas de la Vida” (Trouble with the Curve, 2012), esta vez con un proyecto basado en la historia real de Leonard Sharp, hombre que según las autoridades de Detroit protagonizó una de las mayores operaciones de tráfico de drogas en Estados Unidos. Con ganancias de un millón de dólares al año, la vida de Sharp a sus 80 años resultaba más que interesante para ser llevada a la pantalla grande. Con un guión eficaz que contiene varios comentarios graciosos e irónicos sobre la tecnología y la diferenciación entre los yankees negros y blancos, la película busca dejar en claro lo mal que está priorizar el trabajo por sobre la familia. Con respecto a esto, a medida que avanza el relato se puede notar el click que hace el protagonista ya que el anciano reflexiona y cambia de parecer sobre sus acciones en un momento cúlmine. Por otro lado seremos testigos de la labor del nuevo agente de la DEA Colin Bates (Bradley Cooper) que, gracias a la información brindada por uno que opera dentro del cartel de Sinaloa, buscará dar con Earl y acabar de una vez por todas con la ilegalidad. No obstante la película llega a sentirse un poco larga al no tener tanto contenido por mostrar. Esto hace que las diversas entregas de cocaína se vuelvan más de lo mismo sin aportar nada diferente aparte del atractivo de que Earl hacía sus propias paradas y recorridos. A pesar de contener escenas completamente innecesarias entre el protagonista y un par de mujeres, “La Mula” es un film correcto gracias al desempeño de Eastwood. Aunque no esté entre sus mejores producciones, Clint logra que nos sea fácil empatizar con el “Tata” de Illinois.
Poco podemos dudar del talento de Clint Eastwood como director: un hombre capaz de filmar películas como Los imperdonables, Medianoche en el jardín del bien y del mal, Río místico y Gran Torino no necesita más credenciales para ubicarse plácidamente en el podio de los maestros, junto a otros veteranos de Hollywood algo más jóvenes como Martin Scorsese o Steven Spielberg. Vale recordar que Eastwood es también un republicano recalcitrante de 88 años, por lo que no debería llamar la atención que, más allá de su precisión y de sus grandes atributos a la hora de filmar y contar una historia, deje en su obra ciertas marcas ideológicas bastante cuestionables.
Revisando toda la historia del cine americano son contados con los dedos de las manos los directores en plena producción creativa casi a los 90 años, y “Clint” el clásico americano sobreviviente hace una marca en la historia, pues hoy con 88 años aún tiene muchas cosas por decir. Con casi 40 películas dirigidas desde Play misty for me (1971) él se convirtió en una figura singularísima que habiendo comenzado su carrera como actor abrió su faceta de realizador, donde actúa en muchos de sus propios filmes sin dejar ninguna de sus pasiones en el cajón de los recuerdos. Lo recordamos como actor por ser “el bueno” en los westerns de Sergio Leone, el despiadado Harry el sucio, y también, ya entre los filmes de su autoría, Robert el amante imprevisto en el drama romántico Los puentes de Madison (1995), o el perturbado Will Munny del crepuscular western Los imperdonables (1992), que es y será una obra maestra del género. Es una evocación citar estos filmes o personajes, y no un intento de sintetizar la carrera de Eastwood en solo dos líneas. Lo que si vemos en esta referencia es como se yuxtaponen sus dos roles, dirigiendo y protagonizando sus filmes más icónicos, y no es de extrañar que La mula, una película testamentaria, repita este esquema de director y protagonista al mismo tiempo. Su imagen estilizada, su andar, su mirada y su forma de hablar siguen siendo intensamente cinematográficas. En cuanto al argumento de este estreno, y como en otras ocasiones ha sucedido, una historia real es la herramienta disparadora del relato: Leo Sharp, un octogenario americano ex combatiente de Vietnam se convierte por azar en el traficante de un Cartel Mexicano. La trama tiene dos líneas que avanzan en paralelo: la historia policial y la trama vincular. Mientras que Earl (Clint Eastwood) habiendo quedado en la quiebra, se involucra llevando “algo” en su camioneta a una dirección desconocida e inicia de manera progresiva su vínculo con el tráfico de drogas queda expuesta la subtrama familiar, la relación con su ex mujer, su hija, y su nieta. Una historia llena de cuentas pendientes afectivas, de ausencias y de necesidad de reparación. Por otro lado, la historia policial que está encabezada por Bradley Cooper como el agente encargado de atrapar al traficante anónimo, su jefe Laurence Fishburne y su ayudante. Esta línea narrativa tiene mucho menos despliegue dramático y mucha menos potencia que la trama que pone en juego los temas vinculares, y el drama del filme. En este caso el policial sirve para organizar el relato a partir de la idea de perseguir y atrapar al delincuente, recurso que permite generar urgencias en la trama. El tema de la película está puesto en el embrollo afectivo que Earl carga de toda su vida pasada, esa “deuda” que no se paga ni con todos los billetes de los narcos del mundo, es sin duda la que el protagonista busca saldar. Su apuesta más grande es “reparar” antes de no estar más en esta tierra. Da lo mismo si no estar más es ir a la cárcel o morir, la metáfora es idéntica y está puesta en la deuda amorosa. El punto es ser testigos de como Earl busca su redención. Aquel viejo que había dedicado su vida a poner el amor fuera de su hogar, en ese mundo llamado “el deber social del mandato masculino”, ahora pide a gritos plegarse sobre aquellos que llamamos “familia” y redimir esa culpa. El aspecto más significativo de esta película es que la fuerza de su narración radica en mostrar esas preocupaciones duales (deseo/deber) netamente claves del mundo más tradicional masculino, contadas de manera genuina, casi personalísima. Es para Eastwood, o al menos eso nos transmite, una reflexión íntima esta preocupación moral sobre la “deuda afectiva”, algo que deja a la luz en estos filmes últimos de su carrera. No es nada azaroso que el papel de su hija en el filme lo encarne su hija verdadera, este detalle de corte autobiográfico podría pasar como invisible, pero no es un accidente narrativo, sino más bien una huella de su propia historia. El guion estuvo a cargo del mismo escritor de Gran Torino (2008), Nick Schenk, que acierta en varios aspectos del personaje y la fluidez de la trama, pero que cae en lugares de sobre explicación de ciertos acentos en acciones o diálogos que pecan de redundantes. La actuación de Eastwood es tan emotiva y tan creíble que nos olvidamos que es tan solo un personaje de ficción. Acompañan muy a tono Dianne Weist como su exesposa, Alison Eastwood como su hija, y sorprende en su pequeña intervención un destacado Andy García como jefe narco desplegando todo su encanto. Clint fue el creador de filmes mejores, pero perdernos sus últimas películas sería realmente un pecado imperdonable. Por Victoria Leven @LevenVictoria
Clint Eastwood vuelve a la pantalla grande para dirigir y protagonizar (aparentemente por última vez) una película de crímenes distinta que se favorece de la interpretación del octogenario ícono y la construcción de su personaje. Basada en un artículo del New York Times de 2014, “La Mula” sigue a Earl Stone (Clint Eastwood), un hombre en sus 80 años, que se encuentra quebrado y con una mala relación con su hija y su ex mujer, debido a que toda su vida priorizó su trabajo por sobre su familia. Ahora, sin nada que perder, comenzará a desempeñarse en un nuevo empleo, en el cual deberá manejar de un punto al otro y transportar ciertos bolsos que le den con algunas reglas de por medio. Paralelamente, llega al lugar un nuevo agente de la DEA, Colin Bates (Bradley Cooper), para sumarse a un equipo ya establecido, con el objetivo de seguir a un cartel mexicano que trafica droga. El regreso de Clint Eastwood delante de cámaras trae consigo un personaje muy interesante, un hombre que ya tomó sus decisiones en su vida, priorizando lo laboral por sobre lo familiar, y que ahora debe convivir con las consecuencias, pero que trata de rearmarse y compensar a aquellos a quienes les falló. Si bien podemos no estar de acuerdo con sus pensamientos o comportamientos, el papel es de alguien entrañable, carismático, agradable que no provoca ningún tipo de rechazo (a diferencia de otros papeles que interpretó en su pasado el actor, donde predominaba la amargura en su carácter), a pesar de que protagoniza algunos momentos incómodos dentro del film, donde se expone la ideología del mismo director (públicamente reconocido como republicano y conservador) y que pueden resultar algo impactantes, pero que también pueden ser tomados a modo de chiste (humor negro) para visibilizar el problema del racismo en Estados Unidos. Asimismo, se beneficia de su edad para ahondar en las diferencias generacionales y brindarnos algunos de los instantes más graciosos de la cinta. Está en ese punto de la vida en el que no presenta filtro alguno y que debe superar algunas barreras, sobre todo tecnológicas. Con respecto al resto del elenco, nos encontramos con personalidades importantes para secundar a Eastwood. Bradley Cooper, Michael Peña y Lawrence Fisher componen a tres agentes de la DEA que se encuentran en la vereda opuesta a Earl, pero que carecen de una gran fuerza opositora. Aparecen recurrentemente durante el film, pero su figura está un poco desdibujada, no significan un peligro real para el protagonista. Son más intensos los momentos en los cuales el personaje principal debe lidiar con los narcotraficantes, que suelen ser más temerarios y desconcertantes. De todas formas, sus interpretaciones son correctas, al igual que las de la familia de Earl, conformada por Taissa Farmiga, como la nieta, Diane West, como la ex esposa y Alison Eastwood, como la hija (en la realidad y la ficción), aunque esta última, por cuestiones relacionadas a la trama, aporta más en cuanto a su ausencia que a su presencia. Las actrices vienen a otorgarle un tono más dramático a la historia. En cuanto a los aspectos técnicos, podemos resaltar la fotografía a cargo de Yves Bélanger, que ilustra de una manera agradable los paisajes desolados de las rutas estadounidenses, y el largometraje completo tiene un tono más cercano al sepia o a los colores apagados. También la banda sonora acompaña aquellos viajes, con canciones más de época y que pueden sacar más de una sonrisa en el espectador por sus letras y cantos de Eastwood. Tal vez el final es un poco flojo o brusco, ya que luego de un climax muy bien logrado, la historia se resuelve de una manera un tanto simple, naif o no se termina de desentrañar el conflicto del todo (sin dar tantos detalles, para ser agentes se conforman con un peldaño muy bajo de la estructura criminal). Y por instantes también tenemos algunos pasajes algo repetitivos. De todas formas, “La Mula” nos ofrece una sólida película, en donde Eastwood logra brillar, componiendo a un personaje con conflictos pasados y que reflexiona constantemente sobre aquellos errores. Con momentos más cómicos, otros más tensos y dramáticos, la cinta consigue abordar temáticas como las diferencias generacionales, la importancia de la familia y el racismo en Estados Unidos. Acompaña un buen elenco, aunque no todos los papeles sobresalen por su peso y fortaleza.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
“LA MULA” Una oportunidad de redención Ignacio Andrés Amarillo iamarillo@ellitoral.com Fuera de la diferencia de registros narrativos, uno no puede dejar de asociar “La mula” con “Lucky”, la despedida de Harry Dean Stanton. Esperemos que Clint Eastwood viva varios años más, pero probablemente estemos ante su despedida de la actuación, que creíamos que había sido con “Gran Torino”. Earl Stone, el protagonista de “La mula”, podría compartir elementos biográficos con Lucky: ambos son nonagenarios autosuficientes y veteranos de guerra, con una visión existencialista del transcurrir: ellos, los más viejos, son los que tienen más tiempo para detenerse a saludar a un amigo o disfrutar de algún placer sencillo. Pero donde el personaje de Stanton era un soltero eterno de vida simple, aquerenciado entre los mexicanos de frontera, Earl es un floricultor venido a menos luego de sacrificar su vida familiar por su trabajo, con modales poco actualizados con respecto a la diversidad étnica. Sin ser el resentido de “Gran Torino”, Eastwood vuelve un poco sobre el personaje (que se le parece mucho) del sobreviviente de tiempos idos, que choca con la sociedad actual y con el sistema económico demasiado diferente de los florecientes años de posguerra. De aquella película a ésta pasaron diez años; el viejo Clint tiene 88, y ya muestra la presencia física del anciano. El mismo Clint que en “Los puentes de Madison” se filmaba con el torso desnudo para demostrar que podía ser un galán maduro, en la piel de Earl acepta ser un hombre flaco, de movimientos dubitativos y la voz pequeña, aunque tenga el resto para un par de chicas. Antihéroe Como director, Eastwood vuelve sobre historias de base real, aunque esta vez en vez de buscar un “héroe americano” (como en “Francotirador” o “Sully”) aborda la historia de un antihéroe hecho por las circunstancias. Nick Schenk, el mismo autor de “Gran Torino”, escribió el guión inspirado por un artículo de Sam Dolnick publicado en la New York Times Magazine: allí se contaba la historia de Leo Sharp, un veterano de la Segunda Guerra Mundial que se convirtió en traficante de drogas del Cartel de Sinaloa. El formato elegido por Schenk es bastante familiar, un poco al estilo “Atrápame si puedes”, construyendo en paralelo a los “adversarios” que motivan el conflicto: el protagonista fuera de la ley y el agente encargado de capturarlo, aunque en este caso no lo sepa. De todos modos, el personaje a delinear es el viejo floricultor: galante, encantador, se pasó la vida en convenciones y concursos, excediéndose en el olvido de su esposa e hija. Arruinado económicamente, la vida le pone dos oportunidades: reivindicarse a través de su nieta y recomponer sus finanzas como “mula” (transportador) de cocaína de los carteles mexicanos (en el capitalismo tardío la distribución le gana a la producción de bienes materiales, razón por la cual los mexicanos dominaron a los colombianos). Para algo tienen que haber servido tantos años en la ruta, piensa el anciano, y cuando se da cuenta está llevando ingentes cantidades de droga, convirtiéndose en la estrella del tráfico. Sobre el final tendrá una tercera oportunidad, pero no nos adelantemos. Parece saber que está mal, pero no se problematiza el delito (quizás porque alguien lo va hacer igual). Nunca se verbaliza, pero parecería que para el anciano hay algo de “reparación”: si el mundo “legal” lo perjudica a él, no ayuda al Centro de Veteranos al que concurre y no le permite contribuir a la educación de su nieta, este negocio de la nueva era vendría a darle lo que le han quitado (aunque algunos gustos de los narcos parecen no desagradarle). Del otro lado, el agente Colin Bates se desespera por desplegar sus redes sobre la misteriosa mula, que lo burla más de una vez sólo por su aspecto y su forma atípica de realizar el trabajo. Entre ellos habrá algún cruce que enfatice el mensaje “edificante” del relato, como para tirarse algún chispazo de química. Una épica del camino Lo que queda de la “épica americana” es la ruta, que une los diferentes ámbitos: la sencilla vida en Peoria (Illinois), la zona de nadie de El Paso (Texas) y la mansión del simpático narco Latón, una especie de fiesta permanente de tiro al blanco y chicas en bikini (algún mexicano va a protestar, aduciendo cierto esquematismo). En el medio está la ruta, parte del ADN del cine de Estados Unidos y de la forma en que la cultura de ese país se mira a sí misma: desde que los Joad remontaron la 66 huyendo de la miseria de la sequía de Oklahoma en los ‘30, décadas antes de los motoqueros de “Busco mi destino”; mucho antes de las alocadas “Vacaciones en familia” de Chevy Chase, del “Duelo” de Spielberg y del viaje espiritual de “Sucedió en Elizabethtown”. Remontar la carretera en auto (los colectivos son para fugitivos, al menos en el cine y las series) es una forma de estar y un tránsito entre las diferentes identidades (encantador afuera, con ganas de irse en casa, le reprochará a Earl su ex esposa Mary). Eastwood filma el camino con variedad de recursos: desde el aire, desde el nivel de la camioneta, deteniéndose en los no-lugares (cafeterías, moteles) y haciendo varios homenajes en el momento del clímax (que no desarrollaremos aquí). La leyenda del jazz Arturo Sandoval aporta la música del filme (Eastwood cede esa parte por esta vez), subrayando las tensiones y acompañando con sutileza, con cuerdas ligeras, trompeta y piano (aunque también aporte sonidos latinos en momentos más “festivos”); en el camino se cruza con las canciones clásicas (cruce de mexicano y estadounidense, como “Allá en el rancho grande”, por Dean Martin) que Earl escucha durante sus viajes. Estampas De la performance actoral del veterano Clint no agregaremos mucho más, salvo decir que ahí abajo sigue estando esa presencia: en la mirada, en las réplicas, en el porte. Y que sigue siendo esos actores que transmiten variedad de matices desde la aparente inexpresividad (“Million Dollar Baby” es una clase de eso); quizás el heredero a su manera de esa escuela para algunos pueda ser Viggo Mortensen. La sorpresa la da Dianne Wiest: su Mary está llena de detalles gestuales que enriquecen a esa mujer dolida hasta lo profundo, pero capaz de recordar que amó: un destellar en los ojos, un tremular en los labios, y podemos ver los largos años transcurridos. Del otro lado, Bradley Cooper (ahora también devenido en director) no tiene demasiadas chances de darle aire a Bates, que termina siendo un agente un poco “winner” al que las cosas no les salen como esperaba. Así interactúa con su jefe, interpretado por Laurence Fishburne, y con su ayudante Treviño, encarnado por un Michael Peña flaco y alejado de su registro más humorístico. Otra de las performances notables es la del argentino Ignacio Serrrichio como Julio, el hombre que el cartel envía a vigilar al anciano: si bien no es un giro sorpresivo en la narración, logra construir el pasaje del narco prepotente al joven encariñado y respetuoso de aquel hombre único. Taissa, la menor de las Farmiga, tiene aún la frescura juvenil que mostró en “Adoro la fama”, aunque en transición a una energía más adulta: en ese tránsito compone a Ginny, la nieta redentora. Andy García le pone el afable rostro a Latón, un traficante vieja escuela, amante de los códigos, las oportunidades y la buena vida. Alison Eastwood es realmente la hija de Clint, así que en su personaje de Iris, hija enojada con padre ausente, quizás haya algo de memoria emotiva (no parece ser fácil tener al ex cowboy como padre). Y la familia se agranda: para el rol de Gustavo, el nuevo capo, elige a su yerno Clifton Collins Jr. (marido de Francesca Eastwood): nieto de un compañero de John Wayne, para las grandes audiencias es el taimado Lawrence y El Lazo en la serie “Westworld”; acá no tiene tanto margen para mostrar sus dotes, pero aporta lo suyo. Con estos elementos el veterano actor y director construye una narrativa que vuelve sobre el devenir de Estados Unidos, esta vez con algo de incorrección política (para los estándares del Partido Republicano en el que milita). Pero en el fondo, aunque algo apostrofado, está el mensaje de que “el trabajo no nos haga perder de vista a la familia”: quizás, como su personaje, necesita decírselo a sí mismo antes de que sea tarde. * * * * MUY BUENA “La mula” “The Mule” (Estados Unidos, 2018). Dirección: Clint Eastwood. Guión: Nick Schenk, basado en el artículo “The Sinaloa Cartel’s 90-Year-Old Drug Mule” de Sam Dolnick. Fotografía: Yves Bélanger. Música: Arturo Sandoval. Edición: Joel Cox. Diseño de producción: Kevin Ishioka. Elenco: Clint Eastwood, Bradley Cooper, Dianne Wiest, Taissa Farmiga, Andy García, Alison Eastwood, Michael Peña, Laurence Fishburne, Laurence Fishburne, Clifton Collins Jr., Ignacio Serricchio, Robert LaSardo. Duración: 117 minutos. Apta para mayores de 16 años. Se exhibe en Cinemark.
El protagonista de La mula se sienta al volante de una vieja camioneta Ford, acciona la palanca de cambios, mira por el espejo retrovisor y sale marcha atrás, todo con la parsimonia y precisión de alguien que ya no tiene por qué apurarse pero tampoco podría hacerlo si quisiera. Es EarlStone, el personaje de ficción basado libremente en un viejo de noventa años que protagonizó una nota del New York Times por transportar drogas para un cartel, y tambiénes Clint Eastwood haciendo un comentario sobre sí mismo, su papel en la historia del cine y como representante de cierto tipo de masculinidad blanca, todo el tiempo. Estamos en un mundo lleno de sentido, donde un personaje cinematográfico puede esculpirse hasta en el mínimo gesto cotidiano, y a la vez en un mundo roto, hecho por y para el tipo de hombre que Eastwood representa, solo que ese hombre –que se mueve como si fuera dueño de todo y a la vez es dueño de nada– parece haber sobrevivido demasiado como para terminar sus días como un patriarca orgulloso. La complejidad y la riqueza de La mula se basan en la interacción de esos factores a lo largo de toda la película, y en el modo en que Eastwood usa la ficción como soporte para construir una bella imagen crepuscular, aguda y dolorosa, de una manera de ser hombre en el siglo XX. La historia es la de Earl Stone (Eastwood), un veterano de Corea que hace varios años está separado de su esposa Mary (Dianne Wiest) y de su hija y nieta porque, según dice con todas las letras, fue un padre y un marido pésimo, convencido de que su lugar estaba en el mundo social y era ahí donde debía destacarse mientras descuidaba el hogar y los vínculos -o mejor dicho, y a esto la película lo deja muy en claro, mientras la mujer sostenía todo aquello que él abandonaba (ni siquiera es necesario hacer una lectura de género sino atender a lo que plantea la propia película). En la actualidad Earl se dedica a cultivar flores pero económicamente está arruinado, y cuando trata de ir a la fiesta de compromiso de su nieta la familia lo rechaza. Solo y sin recursos, con uno de esos cuerpos en los que la carne se retrae y las facciones empiezan a ser esculpidas por la muerte, a Earl no le queda mucho tiempo para saldar sus deudas pendientes si es que quiere hacerlo, y la oportunidad llega a través de un negocio turbio: los miembros de un cartel de narcos mexicanos le ofrecen mucha plata a cambio de cruzar el país para transportar mercaderías hasta Chicago. Contra todo pronóstico y a pesar de (o gracias a) la ignorancia de Earl respecto a ese mundo de ilegalidad latina, el método funciona y al viejo, además de concederle el honor de conocer al jefe (Andy García) y sumarse a su fiesta de lujo y mujeres, le llegan fajos cada vez más abultados. En un momento intervendrá un agente de la Dea interpretado por Bradley Cooper para poner en riesgo el nuevo emprendimiento de Earl Stone, pero lo que realmente le importa a Eastwood no es tanto la película de género sino la historia de redención que habilita, al punto que por momentos se “abre” la trama principal para comentar la convivencia de este viejo con las nuevas condiciones del presente, y parece que Eastwood saliera y entrara del personaje a su antojo como capricho ganado a sus ochenta y pico. Y en esa redención no pesa tanto el arrepentimiento ni ningún otro aspecto moral sino la guita: es exhibiendo pulseras de oro y camioneta nueva, o pagando la fiesta de casamiento de la nieta, como Earl paga el peaje para regresar a la familia. Incluso si lo sentimental aparece más explícitamente, Eastwood es lo suficientemente sabio -y hay algunas miradas dolorosas que lo ponen de manifiesto- como para entender que lo que el personaje de Earl Stone dice (y sobre todo lo que le dice al personaje de Bradley Cooper, que en tanto varón blanco representa a su heredero) no es exactamente lo que estamos viendo. Hay una fisura ahí, y por esa fisura se cuela la disposición patriarcal de todo un siglo y la necesidad imperiosa de negociar con el presente como una cuestión de supervivencia.
El viejo Clint y su fábula moral. El veteranísimo Clint Eastwood, gloria viviente de Hollywood, concreta su cuadragésimo film como director nada menos que a sus 88 años (nació un 31 de Mayo de 1930). Hace tiempo ya que esta etapa madura de su trayectoria encuentra al bueno de Clint en perfecta forma e incansable actividad. A lo largo de las últimas dos décadas, el experimentado cineasta ha encadenado, casi sin descanso, una serie de obras que conforman parte fundamental de su legado cinematográfico. Inclusive, estrenando más de un film en un mismo año, como es el caso de La Mula, lanzada apenas meses después de 15:17 Tren a París, otra pequeña joya concebida con su habitual sabiduría de artesano del oficio cinematográfico. La Mula se inspira en la historia real recogida en un artículo periodístico, acerca de un anciano (Leo Sharp) que trabajó transportando drogas para el cártel de Sinaloa. En la película, este personaje es encarnado por el propio Eastwood (en su regreso a la actuación después de Curvas de la vida, 2012). Bajo la piel de Earl Stone, el otrora Harry El Sucio compone a un hombre en bancarrota que acepta el peligroso encargo y poco tiene que perder: es un desplazado del sistema que perdió su trabajo al no poder aggiornarse a los nuevos tiempos. En las profundidades que ofrecen las distintas capas de su figura radica el interés que este personaje despierta: también es un ex veterano de Vietnam, que dedicó su vida a cultivar su huerta de lirios en detrimento del tiempo que prestó a su familia, con quien intenta componer los lazos rotos, fruto de su irresponsabilidad como marido, padre y abuelo ausente. Clint recluta a un auténtico casting de lujo, como suele ocurrir en sus películas. Así vemos a colaboradores habituales de su obra como Bradley Cooper (Francotirador), y Laurence Fishbourne (Río Místico), sumándose a nombres de peso como Dianne Wiest, Andy García, Taissa Fármiga y Michael Peña. Por su parte, Alison Eastwood (la hija de Clint en la vida real) interpreta a su primogénita en la ficción. Como suele ocurrir en los films de este autor, la trama (en este caso un drama policial) suele ser la excusa para que Eastwood arroje la pesada carga moral que suelen traer sus historias, abriendo el debate a posibles interrogantes que llevan consigo la inconfundible e indeleble marca autoral. Con el conflicto familiar como disparador, uno podría preguntarse que impulsa a este hombre a meterse en semejante lio. Al comienzo con tono inocentón, luego moviéndose como pez en el agua y sacando a relucir sus inquebrantables principios de hombre curtido en otros tiempos menos contaminados y más honestos, Eastwood pone el acento en lo moral de los actos mientras insulta por lo bajo y viste de gestualidad a un anciano que nos conmueve y nos compra el corazón. Earl Stone es un hombre que éticamente transgrede los límites y se mete con la gente equivocada pero a la vez encuentra cierta sensación de libertad y plenitud haciendo las cosas a su manera. La parábola cierra porque también consigue hacer las paces con su pasado y reconciliarse con sus afectos. Bajo el castigo que impone la ley cuando el film tenga su desenlace y bajo el implacable dictado que la finitud del tiempo indefectiblemente dictamina, la gesta de este abuelo tiñe esos días crepusculares como una especie de despedida. Sin importar qué lo impulsa a regresar una y otra vez al oficio, este viejo sabio siempre parece tener todo bajo control. Aún sabiendo que está demasiado involucrado como para salir indemne de semejante aprieto, es un viejo zorro que tendrá la fortuna de su lado… al menos por un tiempo. Paciente, consejero, aplomado, mujeriego y pícaro, es un Eastwood en su salsa. No faltarán dosis de humor, buen paladar gastronómico y cierta mirada pesimista acerca de las relaciones humanas en tiempos de hiperconectividad para terminar de revestir a un personaje delicioso. Clint, el eterno héroe delgado, no pierde jamás las mañas. Tampoco se obviarán guiños cinéfilos que hacen mención a Jimmy Stewart y cierto parecido físico. ¿Acaso Clint no es el último sobreviviente de una casta dorada que el Hollywood clásico patentó? Cineasta fuera de su tiempo histórico, este emblema del séptimo arte es una suerte de eslabón perdido que bien podría haber sido contemporáneo de John Huston o John Ford. La honestidad que destila su obra se palpa en una narrativa que sin ser brillante supera la media actual poblada de artificiosidad. Sin embargo, como puntos flojos pueden observarse una serie de deslices: la poco explotada trama de investigación paralela que lleva a cabo el personaje antagonista que interpreta el siempre sólido Cooper, la tímida benevolencia de ciertas figuras mafiosas en momentos en donde el pulso no debería temblar, la floja resolución sobre la situación en clave macguffin que envolvía la ejecución de su vivero (nada menos que la razón de su vida) y la ligereza con la que se mueve Eastwood por rutas y caminos en tiempos de rastreos satelitales. Se ve, el verosímil no estuvo siempre a la altura de una película que no es perfecta. Estos cabos sueltos no empañan un ejercicio técnicamente impecable, ambientado y musicalizado con la habitual maestría de un todoterreno como Eastwood. Sumamente detallista en la reconstrucción de los eventos, basta como ejemplo mencionar la escena que transcurre en la fastuosa mansión donde vive el opulento personaje que interpreta García. En definitiva, el altruismo de los actos de este Tata significado en los fines que la veterana “mula” perseguía reflejan el testamento social, político y sentimental de un cineasta inoxidable, anteponiendo sus propias reglas al hecho propiamente delictivo. Sin obrar con severidad a la hora de juzgar a este héroe inusual y con una gran impronta humanista, La Mula se concibe como un logrado y reflexivo retrato sobre la comprensión del mundo actual y el sentido de la vida en su estación otoñal.
A sus 88 años Clint Eastwood sigue reflexionando sobre la naturaleza del héroe, con sus lealtades, sus errores y sus culpas; poniendo el cuerpo detrás y delante de cámara en una película de una sencillez infrecuente en el cine de hoy. El que quizás sea su ultimo film con él como protagonista cuenta la historia de un hombre golpeado por el paso del tiempo y por las malas decisiones que tomó como esposo y padre de familia. Su Earl Stone proyanqui, xenófobo y en quiebra gracias al avance de internet y las ventas virtuales, termina trabajando para un cartel dominada por… mexicanos. Injustamente ninguneada por la Academia, La mula reflexiona sobre el final de la vida laboral (tanto de su protagonista como de su director) profundizando en lo cotidiano y en un sentido opuesto al de otras películas de su filmografía como, por ejemplo American Sniper (2014). Sin subrayados y apelando a un clasicismo teñido de poesía, Clint triunfa a la hora del drama, de la comedia y del suspenso. Se disfruta verlo en pantalla, como a un anciano-niño que conoce el juego del cine, más allá de toda pretensión, premio o academia.
Su más reciente película se centra en un anciano que transporta drogas para un cartel mexicano y que por su aspecto inocente logra escapar de cualquier control. A través de la historia de un hombre que busca una segunda oportunidad para rehacer las cosas que hizo mal en su vida, el actor y director retoma un tema ya clásico en su carrera como la relación entre el trabajo y la familia. Un regreso a su mejor cine. Uno asume, tras décadas de ver sus películas, que Clint Eastwood hace más o menos el mismo personaje en casi todas ellas. Salvo excepciones, es cierto. En films dirigidos por él, o hasta en otros que lo tienen como actor, el Eastwood personaje presenta variaciones de un tipo clásico: el hombre duro, recio y solitario que prefiere resolver los asuntos por su cuenta y que desconfía de prácticamente todos. Este “personaje” se ha ido modificando y alterando con los años. Desde LOS IMPERDONABLES, digamos, se ha ido domesticando. O, más bien, ha entendido que sus aparentes virtudes escondían muchos defectos. Y que ese rol, en cierto punto, lo volvía un sujeto más peligroso que agradable, más anti que heroico. Muchísimo antes que se hable de “masculinidad tóxica” –término hoy muy en boga–, uno de los íconos máximos de ese tipo de masculinidad se replanteaba su propia lógica. Y desde entonces no ha hecho más que buscar la forma de deconstruir y reconstruir ese personaje. Y como es una lucha rara, incómoda –Eastwood está más que tentado por ese rol, es el que la pantalla parece pedirle casi naturalmente–, sus películas suelen tener una tensión interna que pocas de las que intentan ese recorrido tienen. No son políticamente correctas. O, al menos, si es que lo son, llegan ahí desde un lugar completamente sesgado. El “personaje” de Eastwood en LA MULA es doble, ya que el director compone a un hombre que, en la trama que narra el film, juega a ser otro. Earl Stone es Earl Stone cuando le va bien como horticultor y es famoso vendiendo bellas flores que cultiva y cuida en su jardín. Y sigue siendo Earl, doce años después, cuando su negocio quiebra y se ve, forzado por la desesperación económica, a transportar kilos de cocaína por los Estados Unidos para un cartel mexicano. Solo que, en la segunda versión, Earl –apodado “Tata”, por los narcos– “se hace el tonto”. Juega a ser un viejito inocente y algo bobo que no sabe bien qué está haciendo. Y ese “personaje” que Earl interpreta le permite salirse con la suya en muchísimas ocasiones. Frente a los narcos, la DEA, la gente que se le cruza en el camino y con las chicas, con muchas chicas para un tipo de su edad. Earl anda por los 90 años y hace bastante que no tiene relación con su familia. Ha vivido “en la ruta”, ocupado con su trabajo con las flores pero, más que nada, tentado por el camino, el afuera, lo que hay más allá del hogar. No ha estado en los eventos más importantes de la vida de su hija –cuando empieza el film se olvida que, en lugar de beber en una convención, debería estar en… su casamiento– y su ex esposa (Dianne Wiest) no quiere ni escuchar hablar de él. La única que lo busca es su nieta, ya que la joven ha idealizado a ese “road warrior” que le enviaba postales todo el tiempo desde distintos lugares del país. Que el papel de la hija abandonada y despreciada por su padre lo encarne Alison Eastwood vuelve al asunto más que personal, terapéutico. La crisis personal –esa pérdida de trabajo que parece ser la de muchos votantes de Donald Trump de la América profunda– lo mete en una trama digna de BREAKING BAD, pero mucho más centrada en los personajes que en los detalles específicos del tráfico y la persecución. Habrá agentes de la DEA (Bradley Cooper, Michael Peña, Laurence Fishburne) persiguiendo al cartel para el que él transporta drogas y los propios traficantes mexicanos (manejados por Andy García) que se sorprenden al ver lo eficiente que este extravagante nonagenario es en su trabajo. Más allá de algunas peculiaridades en su manera de viajar, Earl es “la mula perfecta”: un anciano blanco y con pinta de inocentón que maneja un camión y al que la policía ni para aún cuando buscan un auto igual al que él conduce. Es que no podría ser un tipo así, en la América actual, el que transporte drogas para un cartel mexicano. Tipos como Earl, en ese mismo imaginario, miran Fox News y piden a los gritos que construyan un muro para parar la inmigración. Y el republicano Clint (sería interesante saber qué piensa ahora de la presidencia de Trump), da el prototipo a la perfección. Pero Earl no es ningún tonto y juega ese personaje como un campeón, sabiendo que tiene todas las de ganar siempre. A lo largo de sus casi dos horas de metraje, LA MULA dedica un buen tiempo a los viajes de Earl, a las anécdotas curiosas y encuentros que va acumulando en ellos y que muestran, de a poco, que es un viejo más pícaro y entrenado de lo que parece. También le sirve para tejer y destejer relaciones con los narcos, manipulándolos más veces de lo que es manipulado. Sin usar armas ni violencia (no podría contra esos muchachos), Earl se las ingenia para llevarlos por sus caminos. Pero lo que no puede resolver, y lo que más le duele, es su relación familiar. Sigue haciendo viajes para acumular dinero y ayudar, entre otros, a su familia(y amigos e instituciones de veteranos de guerra), pero sus seres más queridos no quieren saber nada del asunto. El dinero, como decían los muchachos de Liverpool, no puede comprar amor. LA MULA es un policial clásico, con los tiempos que maneja Eastwood y sin poner demasiado el acento en las especificidades que obsesionan al buscador de detalles (uno puede sentir que en esa parte “policial” la trama hace agua por varios lados pero da la impresión que ni le importa) sino en la forma en la que los personajes van alterándose en el transcurso del tiempo. Como Walter White, Earl empieza por necesidad pero luego ya lo hace por gusto, por placer, por sentirse a sus anchas jugando bien el juego. Hasta que la situación se complique y deba tomar alguna decisión. La película, como GRAN TORINO –escrita por el mismo guionista– y su serie de films crepusculares (o UN MUNDO PERFECTO, otro film del que LA MULA bebe bastante), vuelve a plantear el conflicto del “personaje Eastwood”, ese cuestionamiento a la idea de individualismo extremo que ha marcado su carrera. Los “otros” lo fastidian y no hay nada que prefiera más que manejar solo y escuchando música, algo que hace mucho aquí. Pero esos otros, su familia fundamentalmente, también lo obsesionan. Y, en el final de sus años, vive atormentado por no haber hecho lo que debía hacer mucho antes, engolosinado con su propio ego. ¿Hay tiempo para una segunda oportunidad o ya es demasiado tarde? Ese, y no el dejar la cocaína en el lugar y en el momento correctos, es el principal conflicto del film. Inevitablemente, LA MULA habla de política. El personaje de Earl, a través de sus relaciones con los narcos mexicanos, en sus críticas a la tecnología (celulares, internet) y en sus comentarios políticamente incorrectos, y el propio Eastwood, en algunos planos demodé que utiliza, presentan un universo donde un hombre blanco se puede salir con la suya solo por el hecho de serlo. Una escena, en particular, en la que un hombre de aspecto latino es detenido por la policía, parece jugar en el borde entre el comentario social y la parodia. Dónde se para Eastwood acá es cuestión de cada uno. El que quiera verlo como el viejo carcamán que se burla de ciertos comportamientos de esta época, puede hacerlo. El que sienta que Clint, en escenas como esa, entiende que para los demás las cosas no son tan fáciles como para alguien como él, tiene elementos para pensarlo también. Ahí está la sabiduría del viejo Clint. Sin ponerse pomposo ni severo ni grandilocuente ni apostar por epifanías al uso, LA MULA se convierte de todos modos en otro de sus testamentos cinematográficos. Y una especie de homenaje –o pedido de perdón– a los que dejó de lado para dedicarse a cultivar su propia carrera (o ego) como cineasta. Para que todos tengamos al Clint ícono en la pantalla por más de 50 años, seguramente muchos de sus seres más cercanos tuvieron que dejarlo ir. Y nunca es tarde para disculparse con ellos
La edad realza a los buenos vinos y eso es lo que pasa con Clint Eastwood. El tipo araña los 90 y, en lugar de jubilarse, se ha convertido en una máquina de generar un filme tras otro en los últimos años, los cuales solo sirven para reafirmar su calidad como director. Como le pasa a Spielberg, a Eastwood le apremia el tiempo y desea dejar un legado, y ahora es el turno de presentar La Mula, un relato intimista en donde, además, se da el lujo de regresar a la actuación. Sí, es chocante ver a un tipo tan alto y vital como era Eastwood estar arrugado como una pasa, encorvado y hasta petiso, pero los ojos y la sonrisa conservan la chispa intacta. Acá lo suyo pasa por el carisma – de lo contrario el personaje sería solo un viejo cascarrabias -, componiendo un anciano de humor tan cándido como ácido y decadente, el cual decide aceptar una propuesta indecente de alguien relacionado con un cartel mexicano. El Earl Stone de Eastwood es un individuo desilusionado, enamorado de su trabajo – cultivar lirios y ganar premios en concursos especializados – a tal punto que ha dejado la familia de lado… y ahora los tiempos modernos le han pasado factura, llevándolo a la quiebra y dejándolo en una posición desesperante. Como Earl es un conductor experimentado – ha recorrido 41 de los 50 estados de la Unión sin siquiera una multa en las últimas décadas – y posee una camioneta decadente, es el individuo adecuado para pasar desapercibido en los controles fronterizos, yendo y viniendo de México con bolsos cada vez mas voluminosos y desbordantes de droga. El dinero comienza a fluir y, cuando Earl satisface sus necesidades primarias – recuperar su negocio, arreglar el club de veteranos donde va todas las semanas, financiar la carrera de su nieta -, empieza a gastar en sandeces que comienzan a llamar la atención. Ciertamente es un Eastwood domado, actuando su edad y sin la poderosa personalidad que lo caracteriza. Es un anciano simpático que se compra a todos los que lo rodean, y algo similar ocurre con la peligrosa pandilla para la que trabaja, la que lo veneran como si fuera su abuelo y hasta se preocupan mutuamente por el bienestar de sus respectivas familias. El Earl Stone de Eastwood es una especie de Forrest Gump perdido en el mundo del narcotráfico, cuya inocencia y ángel le hacen ganar vínculos con todo el mundo, cierto pase libre de tolerancia y hasta de simpatía, e incluso la admiración del jefe del cartel (Andy García), quien decide conocerlo en persona y felicitarlo por tratarse la “mula” perfecta – un individuo anónimo e inofensivo, incapaz de despertar sospechas de algún tipo -. Pero el alejamiento de la familia tiene un costo, las desgracias golpean la puerta y, para colmo, hay una revolución interna en el cartel, con otro jefe y reglas mucho mas duras. Es como si la burbuja en donde estaba viviendo se hubiera pinchado y Stone / Eastwood tuviera que enfrentar la auténtica realidad del entorno donde se maneja – en donde la crueldad, la muerte y la violencia están a la orden del día -. Para colmo un agente de la DEA (Bradley Cooper, el cual no puede ocultar la enorme simpatía que le despierta Eastwood en el set) está tras sus pasos, y parece inevitable que atrape al misterioso emisario que anda en una lujosa camioneta negra y que ya ha pasado mas de una tonelada de droga en doce viajes impunes a través de la frontera. The Mule puede que no sea la mejor película de Eastwood, pero es una de las mas descontracturadas y emotivas. La Leyenda no solo actúa sino también dirige y con qué clase. Es una anécdota pequeña – de un hombre que a la vejez reconoce sus errores y el tiempo perdido, pretende arreglarlo con dinero y termina aceptando sus errores, su culpa y hasta el castigo que merece, expiando sus pecados en los últimos años de su vida – pero muy bien contada, y con su cuota de placeres culpables y perfomances destacables. Si es el vehículo de despedida de Eastwood (tal como Redford hizo en The Old Man and the Gun), es uno mas que adecuado para una carrera impecable y admirable.
El mito que sabe estar a su altura La última obra del actor y director norteamericano mira de soslayo la parafernalia tecnológica, como buen ejemplo del cine clásico que sabe contar una buena historia, no desprovista, de paso, de una aguda crítica social. Clint Eastwood resume la extraordinaria historia del cine norteamericano. No es una exageración, es constatación. El cine clásico vive en él porque, sencillamente, él es el cine. Al respecto, vale considerar la mirada de desdén con la cual La mula observa las nuevas tecnologías. ¿Quién necesita Internet?, dice Eastwood. Y tiene razón. Él no. ¿Para qué? El cine clásico lo es por una manera de pensar la imagen. Tanto director fascinado por el CGI haría bien en mirar a Eastwood. Y a Ford, a Hawks, a Fuller. Es así cómo La mula despierta el relato: los nuevos tiempos traen otras modalidades, y a otros se los relega. Es en ese margen donde se sitúa este florista a la vieja usanza, ahora condenado por las deudas y las nuevas costumbres de la era digital. La dedicación que merece una flor es enorme, contrasta con sus pocos minutos de vida. Pero es por eso que vale la pena, dice Earl (Eastwood). La flor, valga la expresión, es la figura que abre y cierra el relato, cuyo cuidado es metonimia que señala el dilema familiar de su personaje, tironeado entre el placer por su trabajo y las responsabilidades familiares que religiosamente descuida. Cuidar flores o no cuidar flores. La elipsis separa ambas situaciones. Apenas una década entre medio, a los pocos minutos iniciales del film, para resituar a los personajes y delinear las posibilidades sobre cómo seguir. No más plata, no más casa, sólo la vieja camioneta y unos cuantos trastos. La oportunidad de transportar cargas de un estado a otro surge como alternativa, y con ella el dinero. De este modo tan simple prosigue La mula. Es decir, la forma desde la cual Earl descubre esta posibilidad surge rápido, a través de una casualidad nada casual, sino atenta con los mecanismos más convencionales: lograr que las piezas narrativas coincidan; hay otros ejemplos, tendientes a dar razón al Deus ex machina, como cuando Earl sea finalmente "descubierto" por los matones del cártel, en plena ruta, de manera sencilla. Pero nada de esto molesta. Sino que son rasgos que coinciden con las maneras habituales del cine más puro, y bien narrado. "La mula" erige una mirada cáustica sobre ninguna otra cosa más que la propia sociedad. Vale decir, son rasgos que descifran una manera cinematográfica esencial. Clint Eastwood la ha comprendido a través de la enseñanza recibida y la práctica conseguida. En cuanto a La mula, asume una historia verídica cuya leyenda bendita -"basada en hechos reales", que tanto cine insípido proclama- sabe bien situar al final de la película, para que no moleste o condicione. En otras palabras, se trata de una historia vuelta propia, tan cierta como la de ese cowboy añoso y retirado de nombre Bill Munny en Los imperdonables. Eastwood arroga película y personaje en sí mismo, porque es imposible no pensar en él, en quién es, en el paso del tiempo, en sus elecciones cinematográficas, en franco pleito con la gratuidad hueca de la que se rodea el Hollywood de estos días. De tal modo, Earl sabrá fruncir ceños y comisura de labios, tal como se espera de Eastwood ("imitas bien a Jimmy Stewart", le dicen; y este es un guiño que sólo con él puede funcionar), mientras enfrenta a los más jóvenes, a los violentos, a las nuevas modas, y a las conquistas sociales: la diversidad racial y sexual es tomada por la película como un logro, y lo hace desde el contraste irónico con su personaje, sólo alguien desprevenido no lo comprendería así. A la vez, la simpleza con la cual Earl enfrenta la desaprensión social, cautiva ahora en las pantallas de teléfonos, no puede ser menos cierta: es una aseveración que Eastwood indica, y sin eufemismos. Mientras tanto, La mula erige una mirada cáustica sobre ninguna otra cosa más que la propia sociedad. De modo tradicional, el film inicia con la bandera que flamea en el porche de la casa del florista. Earl, entonces, como síntesis de algo mucho mayor. Él, el "abuelito", el "viejo", el veterano de Corea, enfrenta la pérdida del trabajo y de su casa. No tiene dinero para participar del casamiento de su nieta, única integrante de un grupo familiar que lo detesta. El hogar de veteranos al que concurre está al borde de la quiebra. Si transportar cargamentos peligrosos le reditúa más que nada de lo que hizo, la duda desaparece. Y las soluciones surgen. A la par, desde ya, sobrevendrá el descubrimiento paulatino de lo que se hace, mientras se repasan las responsabilidades de la vida propia y ante los demás. Todo esto sin declamaciones ni lamentos o boberías parecidas. A los hechos se los enfrenta de modo directo: cuando la muerte del ser querido llegue, no faltarán las palabras de cariño, con algunos de los más bellos momentos del cine de Eastwood: "te quiero más que ayer, y menos que mañana", se dicen Eastwood y Dianne Wiest, y logran una escena tan admirable como lo es Los puentes de Madison. Si de citar otras películas del autor se trata, puede pensarse también en el nexo que permiten Million Dollar Baby -la soledad y el dolor asumidos-, y Gran Torino -en el reconocimiento del otro como alguien cercano-. La otredad aparece aquí en la mexicanidad que el cártel supone. Desde luego que hay estereotipos, ¡el propio Earl es parte de esa construcción estereotípica que se llama Eastwood! Antes bien, mejor mirar en los pliegues que fisuran tales construcciones. Allí, entonces, el vínculo paternal entre Earl y el joven matón huérfano. O la constatación misma que supone que sea un norteamericano, veterano de guerra, sin trabajo ni casa, el que se ocupe de distribuir la droga. La secuencia final está a tono con el juicio al cual era sometido Tom Hanks en Sully: Hazaña en el Hudson. ¿Habré obrado mal?, se preguntaba el personaje de aquel film magnífico. Acá sucede otro tanto. Y se obra en consecuencia. Como se decía antes: a los hechos se los enfrenta. Como en el western. La autoría de Clint Eastwood resulta, en momentos así, majestuosa. El mito que él es, sabe estar a su altura.