El testimonio de los mártires. ¿Quién hubiese dicho que una de las mejores adaptaciones cinematográficas de la mítica novela de Victor Hugo sería un musical? Desde ya que cuesta creerlo pero es cierto, apreciación coyuntural que se aplica tanto a los fanáticos del género como a sus detractores. El “secreto” detrás de Los Miserables (Les Misérables, 2012), ese recurso capaz de despertar la adhesión que viene cosechando a nivel internacional, radica principalmente en la “fastuosidad” de las emociones concentradas en el material de origen y la destreza del film en cuestión para explotarlas según su conveniencia. Por una vez una realización mainstream logra empardar el apartado técnico con la gloriosa dimensión del contenido...
Esta producción de Los miserables es grandiosa por donde se la mire: la dirección, la puesta en escena, la ambientación, el vestuario, el reparto, las voces, las interpretaciones, la fotografía, las canciones, etc., pero es para amarla y salir con ganas de regresar al cine para verla de nuevo una y otra vez, u odiarla por las veces...
Los miserables (Tom Hooper, 2012) Apesta En reseñas de esta película, aparece como constante la típica afirmación de que va a ser disfrutable para los amantes del género (musical), pero que no es recomendable para quienes no gustan de estos espectáculos. Como si los géneros fuesen exclusivos de un tipo de público y no existiese ninguna particularidad en las películas que pudiesen llevarlas a trascender esos círculos y llegar a otras personas. Si desde el vamos la afirmación no es demasiado feliz, tampoco lo es su primera premisa, precisamente porque los que gustan y conocen el género difícilmente encuentren aquí características que los convenzan. Está claro que la apuesta era arriesgada, y que llevarla a la práctica suponía exponerse a un equilibrio precario que podía suponer el naufragio. El texto original de Victor Hugo es profundamente dramático, y dar con el tono apropiado, en un musical operístico en el que prácticamente todos los diálogos están cantados (sí, como en Don Giovanni o Los paraguas de Cherburgo) requiere de una destreza técnica mayúscula, lograr un ritmo estimulante y personajes que permitan una identificación. Y el director Tom Hooper (autor de la celebrada El discurso del rey) fracasa rotundamente en los tres puntos. Que Hooper no tiene la experiencia necesaria para filmar una película de estas características queda bien claro en las escenas más dinámicas y en las de transición entre piezas musicales. El frenético montaje impide que una toma dure más de dos o tres segundos, agolpando sin descanso una sucesión ininterrumpida y a veces caótica de imágenes que denota inseguridad, y que se encuentra a siglos luz de las escenas claras, fluidas y estimulantes que pueden lograr los tipos que realmente saben narrar con imágenes y acciones, como Spielberg, Scorsese o Tarantino –por nombrar solo a tres-. A esto se le agrega una molesta incoherencia idiomática, ¿por qué cuernos una historia enteramente francesa, ambientada en Francia, con personajes llamados Jean Valjean, Javert y Fantine tiene que estar hablada en inglés? La obra musical original de Claude-Michel Schönberg estaba en francés, y bien podían haberse tomado de allí las canciones, pero no, se prefirió la adaptación inglesa seguramente porque, como debe recordarse, a la Academia no le caen bien los idiomas extranjeros. La película es profundamente arrítmica porque cae en pozos musicales de interés prácticamente nulo, -cuando el joven Marius cuenta de su enamoramiento a sus amigos rebeldes, o cuando Éponine se lamenta por su amor no correspondido-; se le da demasiado espacio al trillado triángulo amoroso entorpeciendo el devenir de los hechos. Todo lo nombrado afecta profundamente lo que aquí falta y hay en los grandes musicales: espontaneidad. Hay una impronta constante de cuadro armado, los semblantes son serios, los silencios solemnes, las poses impostadas. Esta ausencia de asideros terrenales es lo que impide la identificación con los personajes. Para colmo, Russell Crowe canta horrible y Hugh Jackman no está mucho mejor. Claro que de a ratos el texto transmite su fuerza, que Anne Hathaway está bien en todo sentido, que los niños son los mejores intérpretes y que los secundarios de Sasha Baron Cohen y Helena Bonham Carter dan un contrapunto humorístico el poco rato que aparecen. Pero claro está que no son méritos de Hooper. Publicado en Brecha el 8/2/2013.
El discurso del proletario Luego del éxito y los premios conseguidos con El discurso del rey, el inglés Tom Hopper concretó esta versión del popular musical -inspirado muy libremente en la novela de Victor Hugo de 1862- que desde mediados de los '80 cautivó a miles y miles de personas en Londres y Nueva York. El resultado es una película a la que le caben unos cuantos adjetivos en principio positivos (cuidada, prolija, vistosa, impecable, profesional), pero que no llega a ser un producto logrado (ni mucho menos entretenido). Sus 8 nominaciones a los premios Oscar, por lo tanto, lucen excesivas. Esta historia del héroe proletario Jean Valjean (Hugh Jackman) perseguido por el inspector de policía Javert (Russell Crowe) en el convulsionado período que va desde la Revolución francesa hasta el fallido alzamiento de 1832 me resultó una experiencia ardua, por momentos al borde de lo soporífero. Debo aclarar -y no es un dato menor- que no soy un fan del musical (ni en teatro ni en cine), pero creo tener la suficiente experiencia y recursos como para discernir cuándo una película de esta índole funciona, fluye, convence. Aquí, uno puede quedarse con los decorados, la fotografía, las coreografías de las escenas de masas, la grabación en vivo de los actores cantando, pero nunca con la intensidad dramática o la contundencia de su narración. Es un perfecto envoltorio para un interior hueco y artificial. Un mero ejercicio de estilo y despliegue de recursos. Y estamos hablando de un relleno con sabor a nada de ¡158! minutos. Dos horas y media que se estiraron como chicle y que -según mi sensibilidad (seguramente habrá otras muy distintas)- duraron una eternidad. Hooper es un cineasta tan correcto como superficial e insulso. OK, cuando tiene a Anne Hathaway cantando en primer plano consigue emocionar, pero creo que lo haría cualquier director cuando cuenta con una intérprete de tanto talento. Cuando, en cambio, la cosa pasa por el australiano Jackman y el neozelandés Russell la cosa se vuelve bastante tortuosa, casi exasperante. No quiero resultar en esta crítica demasiado terminante porque entiendo que el musical es un género muy particular, con no pocos adeptos que son capaces de disfrutar casi tres horas de una propuesta de estas características. A mí, esta vez, déjenme fuera de la fiesta.
La lucha de un pueblo Con este film de Tom Hooper es el mejor momento para eliminar todo tipo de prejuicios con respecto a los musicales. El realizador de El Discurso del Rey (2010), pone el foco en uno de los mayores desafíos, llevar a la pantalla grande la clásica novela del político, poeta y escritor francés Victor Hugo, publicada en 1862. La historia que transcurre en la Rebelión de 1830 ha sido considerada como una de las obras más reconocidas del siglo XIX. Una muy lograda vista de un barco en las costas francesa, es el puntapíe inicial de esta dramática historia, donde uno de los prisioneros (el preso número 24601), Jean Valjean (excelentemente interpretado por Hugh Jackman), trabaja cumpliendo su condena tras robar un trozo de pan con el que pretendía alimentar a sus sobrinos y a su hermana viuda. Y está supervisado por un incasable inspector de la policía llamado Javert, papel en la piel de Russell Crowe. Desde ese punto, cada escena y cada fotograma, son maravillosamente cuidados y transportan al espectador a esos difíciles años. Un camino que va de la desesperación a la esperanza y la fe. La ambientación y la fotografía son intachables, al igual que las interpretaciones de los personajes, que van desde Sacha Baron Cohen como el cantinero, Helena Bonham Carter como su esposa, un grupo de jóvenes actores-cantantes que le dan brillo a las canciones y una angelical e iluminada Anne Hathaway. Cabe destacar que las voces fueron tomadas del set de grabación, dando un doble mérito a cada uno de los artistas. Cada escena es una obra de arte que merece ser disfrutada por el público y debe dejarse emocionar por la historia. Datos de interés: El film está nominado a los Premios Oscar 2013, que se entregaran el 24 de febrero. Al igual que Hugh Jackman, como Mejor Actor; Anne Hathaway, como Mejor Actriz de Reparto; Mejor Música Original “Suddenly”. Además de hacerse merecedores en la última entrega de Los Globos de Oro a Mejor Película Comedia-Musical, Mejor Actor Comedia-Musical (Hugh Jackman) y Mejor Actriz Secundaria (Anne Hathaway).
Esta es la primera adaptación al cine del musical que pisó por primera vez un escenario en París en 1980 y cinco años más tarde llegó a Londres; y nunca más se fue. Considerando que Londres es la segunda plaza de teatros más importante del mundo, pensar que un musical no se fue por 28 años no es poca cosa. Basada en la novela homónima de Víctor Hugo (dicho sea de paso, una de las mejores que leí en mi vida), este musical nos lleva a ese tiempo entre la Revolución Francesa y la instalación definitiva de la Asamblea del Pueblo. Imagínense lo que es para un pueblo haber cortado la cabeza de la nobleza por pedir a gritos un cambio y que unos años después vuelva a haber un rey en el trono. Así es como vemos a Jean Valjean (Hugh Jackman) a lo largo de su vida, pasando de ser un ex convicto que es impulsado nuevamente a delinquir porque nadie le permite reinsertarse en la sociedad. ¿Por qué fue a la cárcel? Por robar una pieza de pan hace 19 años para su sobrino que se estaba muriendo de hambre. Será la fe inmensa de un Monseñor la que le dará la mano para buscar ser un hombre de bien pero la inminente amenaza de ser descubierto por Javert (Russel Crowe) no le permitirá descansar. En el camino será sin querer el móvil de la desgracia de Fantine (Anne Hatthaway) quien deja a una niña a su cuidado. De más está decir que esa niña crecerá y no podrá ser suya para siempre. No puedo discutir la estructura de un musical que tiene un año más que yo pero tengo que reconocer que fue un acierto eliminar algunos cuadros musicales. Tom Hooper demuestra que su Óscar por la dirección de El Discurso del Rey no fue una cosa fortuita, mostrando no sólo este París con una estética (tiene una gran dirección de arte y vestuario) que por momentos me recuerda a la hermosa Moulin Rouge, sino que usa el plano cenital de una forma sugerente (este plano es llamado “El ojo de Dios” y no es casual dada la importancia de la relación del personaje principal con la fe y con el perdón), como permite que los personajes suicidas coqueteen en el borde de una baranda con su final, como hace que los peores y más desgarradores testimonios sean con el personaje mirando fijamente a cámara. Si bien creo que se abusa un poco del recurso de poner el año (9 años después, 5 minutos más tarde, 18 años siguen) también debe entenderse que son como 50 años en la vida de alguien y no es sencillo si no que se entiendan las elipsis, sobre todo para un cine como el americano que gusta de subrayar cosas y de dar las historias digeridas. El elenco es muy sólido. No esperaba que Jackman pudiera entregarse tanto a un personaje tan complejo como Valjean. Vocalmente es para que nos ponga la piel de gallina, pero lo que hace físicamente, cómo logra manifestar ese tormento interno que lo hace parecer siempre el hombre más triste del mundo es realmente increíble. Crowe no estaba del todo cómodo con el canto pero no defrauda y su Javert es tan estoico como me lo imagino (es culpa del guión que no lo hayan desarrollado más. Es uno de mis personajes favoritos en la novela). Helena y Sacha están perfectos como esos detestables y repulsivos Thernadier que por dos centavos venden su alma porque ellos creen merecer todo. No puedo no elogiar la participación a Aaron Tevit como Enjolras y Samantha Banks como Epopine, ambos grandes actores de musical. Eddie y Amanda cumplen sin volvernos locos (ella canta como un hada y él es mejor actor que ella, o sea que equilibran). Pero acá viene lo polémico: Anne no me mató de amor. Fantine es un personaje que le queda enorme y si bien ella quiere transmitir su inocencia y desamparo, termina teniendo una expresión uniforme durante todo el film, sin matices. Y la versión de “I dreamed a dream” que hizo es casi un asesinato. Le sacó toda la fuerza del dolor para que sea entre sollozos. La película es larga pero lo vale. No paré de llorar en toda su proyección pero lo vale. Si me preguntan de qué va Hollywood, siempre pienso en estos despliegues monumentales y en actores capaz de hacer de todo, de tener cualquier entrenamiento con tal de llevarlo adelante. Es monumental. Pero, claro, siempre pensando que te tiene que gustar la lógica de que los personajes se canten constantemente. No todo el mundo ama los musicales, siempre admití que son mi perdición. No se la pierdan en cine, por favor. Esta película es para los 7 canales de sonido, la pantalla enorme, el ruido del proyector de fondo y la oscuridad de la sala.
Emoción hasta las lágrimas, magia pura que sale de la pantalla y ganas de aplaudir de forma desmesurada. Esas son algunas de las palabras que podrían describir esta adaptación de Los Miserables si hubiera que sintetizar. Dicho esto hay que hacer una solo aclaración: este es un film musical al cien por ciento y por lo tanto no es apto para los detractores de este género. Es más, nos encontramos ante una adecuación del famoso musical de Broadway donde suenan los hits conocidos por muchos (incluso sin haber visto la obra) y no frente al traspaso literal de la novela escrita por Victor Hugo. Algunos podrán odiar esto último y está bien que así sea, gustos son gustos, pero si eso no es una traba solo queda reclinarse en la butaca y disfrutar las casi tres horas de puro arte cinematográfico. El director Tom Hooper, injusto ganador del Oscar por el bodrio El Discurso del Rey (febrero de 2011 en Argentina), logra crear una atmósfera tan fantástica que hace que los que odiaron la tediosa película que parecía la secuela del El paciente ingles (1996), otro gran bodrio, lo perdonen. Aquí utiliza todos los elementos necesarios para que la cinta sea sublime. De ese modo es que una fotografía maravillosa logra transportar al espectador a través de las calles revolucionadas de Francia del Siglo XIX. Planos generales para situar, primeros planos para fijar emoción y planos-detalle para terminar de inmiscuirnos y comprometernos con las sufridas vidas de los protagonistas, se encuentran de forma tan cuidada que ni hasta el más quisquilloso puede objetar. Ahora bien, lo rico y deslumbrante de esta cinta son las interpretaciones porque nos encontramos con caras conocidísimas que han descollado en otros géneros y aquí redoblan la apuesta de tal modo que parecería que alcanzaron un grado más en lo que ser estrellas de Hollywood refiere. El Jean Valjean de Hugh Jackman deja sin aliento desde la primera escena en donde lo vemos como preso y le estallan los ojos hasta sus escenas finales donde logra asombrar con una voz bien entrenada, fruto de sus años de comedia musical en Australia. La que en un momento lo acompañó en un exquisito número musical en la mejor entrega de los premios Oscars de los últimos tiempos (la de 2009), Anne Hathaway, vuelve a ser su dupla. Su performance es digna de todos los elogios que está recibiendo y de más también. La parte en la que canta I Dreamed a Dream es una de las mejores escenas en la historia de los musicales en el cine. Tal vez es Russell Crowe el que desentona un poco si analizamos su cantar, pero compensa por carisma y el gran porte que lo caracteriza. Amanda Seyfried, otra que tampoco era ajena a este género, emboba con su belleza y sentimiento. Genera empatía inmediata y enamoramiento, de la misma manera en la cual lo hace uno de los hallazgos de este film: la joven actriz Isabelle Allen que interpreta al mismo personaje pero de niña. Y si de sorpresas hablamos, hay una escena que se roba la película también en el cuerpo (y voz) de una desconocida. Se trata de Samanta Barks, quien ya había interpretado a la mítica Eponine en una producción especial por el 25 aniversario de la obra de Broadway. Aquí parece que el mundo se para cuando canta el solo On my own. Por otro lado, en la beta humorística nos encontramos con los geniales Sacha Baron Cohen y Helena Bonham Carter. Completa el elenco Eddie Redmayne, a quien conocimos en Mi semana con Marilyn (2011). Aquí podemos ver más de su talento acompañando a decenas de otros cantantes poseedores de una formación impresionante. La conjunción de todos estos actores dentro de coreografías espléndidas y solos desgarradores, acompañando un guión inobjetable dentro del lenguaje musical y una puesta en escena de primer nivel, hace que Los Miserables sea una joya y una nueva forma para disfrutar de este clásico eterno
Estrellas y estrellados Tras el éxito de Chicago, la transposición de musicales de Broadway a la pantalla grande era algo cantado. En realidad, lo que se está intentando es recuperar una larga tradición en Hollywood que se había perdido a fines de los años 60, con la adaptación de los últimos grandes musicales, La Novicia Rebelde, Mi Bella Dama y Oliver! Después vino una era diferente, con obras más chicas, menos épicas y contestarías, reflejo de la ideología política de los 70 que es lo muestran los musicales de Bob Fosse, y durante los 80 y 90 el género estuvo prácticamente muerto. Pero, gracias a Chicago (otra creación original de Fosse bastante sobrevalorada) los estudios empezaron a ver con buenos ojos volver a llevar los musicales con gran envergadura a la pantalla grande y con toda la pompa. Los resultados fueron menos llamativos de lo esperado, especialmente porque confiaron en los directores teatrales originales (caso Los Productores, Mamma Mia, Nine) para que hagan la adaptación. Grave error. Excepto por Joel Schumacher y El Fantasma de la Ópera, los demás directores no provenían del cine, y las puestas seguían pareciendo teatrales. Irónicamente, El Fantasma terminó siendo la peor de las adaptaciones, pero eso es culpa del poco talento de Schumacher para narrar y hacer películas en líneas generales. Con esto no quiero generar polémicas. Todas las obras son hermosas en el escenario… y deberían quedarse ahí...
El frio discurso de Tom Hooper Tom Hooper, ganador del Oscar a Mejor Director por El Discurso del Rey, adapta la mítica novela de Victor Hugo para contarnos en forma de musical la historia de Jean Valjean, un esclavo que al salir en libertad condicional cambia su identidad para poder seguir adelante con su vida sin rendir cuentas. El problema para él se da cuando el policía Javert comienza a perseguirlo en búsqueda de que pague por las leyes violadas durante su "nueva existencia". No me considero un admirador del cine de Tom Hooperr, pero tampoco me pongo en la cola de críticos que buscan ajusticiar su existencia. Si bien me gustó El Discurso del Rey, creo que la mayor fortaleza de la cinta se encuentra en las grandes actuaciones y en la química de Colin Firth y Geoffrey Rush y no en la labor de su realizador. Los Miserables es un film curioso, ya que posee atributos técnicos más que destacables, donde se destaca principalmente una puesta en escena majestuosa, pero en contraposición no posee aspectos intangibles para que potencien sus principales facultades técnicas. Es que este musical de Hooper es prolijo, está muy bien filmado, no posee grandes falencias narrativas y cuenta con una gigantesca dirección de arte, pero sin embargo la película en sus casi 160 minutos de duración jamás logra transmitir la pasión, la intensidad dramática o narrativa como para mantenernos en vilo ante esta gran historia. Las actuaciones están muy bien (destacando a Hugh Jackman, Russell Crowe y Anne Hathaway por encima del resto) y es por ellas justamente que la película no es sólo un frio derroche de canciones y escenografía. Nobleza obliga: la decisión de que los intérpretes canten en vivo al momento del rodaje ayuda a creerles, aunque lamentablemente no llega a convencer. Quizás el hecho de que éste sea un musical totalmente cantado (casi no existen diálogos convencionales) sea una de las causas para generar dicha desconexión, aunque no voy a cargar todas las tintas allí ya que el principal y más importante problema de Los Miserables es la insulsa, distante y carente de sentimiento dirección de Hooper. Los Miserables no emociona y lo único que genera es indiferencia, pero si encandila, enceguece y por momentos hasta satura con tanto muchacho/a cantando al viento sin respiro. Allí radica el peor error de Hooper, ya que al no haber escenas de transición entre pieza y pieza los números musicales danzan en la pantalla sin irritar pero tampoco sin generar empatía. Es verdad que hay secuencias que consiguen transmitir un poco de ese fuego sagrado que necesitan los musicales, como el "mashup" de canciones previo al día de la fallida revolución o la gran performance dramática de Hathaway entonando I Dreamed a Dream, pero sólo son algunas brisas de aire caliente en medio de la helada y teatral Francia que propone el discursivo musical de Tom Hooper.
Les Misérables es un drama musical que tiene la característica de vivir a pleno todas las emociones que atraviesan a los personajes; dichos personajes a través del marco narrativo le hacen honor al título y son empujados hacia sus límites más bajos, experimentan el amor a primera vista, sacrifican sus vidas por una revolución popular, se pasan décadas en búsqueda de justicia y creen que sus acciones son ordenadas por Dios. El desafío de adaptar un libro convertido en obra de teatro muy bien reconocidos ambos le pareció conveniente y posible a Tom Hooper, radiante después de su premio Oscar por The King's Speech. El resultado final es una obra épica y colosal que lleva al espectador a un viaje en donde reina los sueños, la esperanza y el amor, y la constante lucha por los mismos. Con una estruendosa introducción que orgullosamente anuncia las intenciones a gran escala que posee, Les Mis presenta al casi pelado y escuálido antihéroe Jean Valjean, uno de los muchos prisioneros tirando de un enorme barco para hacerlo entrar al puerto mientras el villano justiciero Javert los observa desde arriba. A partir de ese momento es que los números musicales comienzan y la historia de estas dos almas se verá entrecruzada a lo largo de varios años de diferentes maneras. La línea narrativa del film bien puede dividirse en dos partes, antes de 1832 y durante la Revolución de París. Ambos bloques cuentan el alzamiento y caída de Valjean, y la posterior persecución durante los conflictos sociales en París que lo tienen como personaje secundario mientras la juventud parisina se rebela contra la monarquía reinante. Dichos segmentos se sienten como historias diferentes con algunos personajes como nexos; la primera parte es la más solida de las dos, donde las emociones se perciben más honestas y personales mientras que vemos a Valjean, Fantine y la joven Cosette atravesando un sinfín de vicisitudes con el poder de la piedad y la gracia. La segunda sección ofrece problemas cuando los jóvenes revolucionarios se presentan en escena con los jóvenes Marius (Eddie Redmayne) y Enjolras(un fantástico Aaron Tveit), el pequeño Gavroche y la damisela Eponine (la ascendente Samantha Barks, que con su On My Own nos deja helados en su repetición del mismo papel que la encumbró en teatro), quien está profundamente enamorada de Marius. Las emociones que empujan a este pequeño grupo no se sienten tan sólidas como las del primer grupo de personajes, ya que la historia elige apurar los enfrentamientos bélicos y los amores a primera vista de manera atolondrada. No hay que entrar en pánico, ya que para el final de la cinta, todas las pequeñas trabas en la historia quedan satisfactoriamente cerradas y la escena final le da el toque perfecto a esta penosa pero hermosa fábula parisina. Todos los actores cantaron en vivo mientras la película se filmaba, en contraste a pregrabar las canciones y hacer la mímica correspondiente en escena, lo que le da un aspecto diferente al film, ya que un par de personajes se destacan por encima de otros que encuentran su voz durante la filmación. Sin embargo, hay ciertos momentos donde Hugh Jackman o Anne Hathaway (en los mejores papeles de sus carreras) se tambalean un poco y se traban, lo que añade una capa de profundidad y pasión a sus caracterizaciones, un halo de realismo captado perfectamente en cámara. Hathaway, como era de esperarse, brilla en sus momentos en pantalla, dándole al personaje una de las encarnaciones más frágiles y desesperadas que se hayan visto. Hooper, consciente del poderío tanto vocal como emocional de la actriz, elige desproveer al mayor número de Fantine, la canción I Dreamed A Dream, de cualquier música incidental o sonido, logrando que su voz y la emoción se traguen a la sala entera en un silencio tan conmovedor como aplastante. Quizás el protagonista que ha generado más controversia es el Javert de Russell Crowe: a ojos vista está claro que Crowe no está a la altura de sus compañeros, pero su labor no aplasta ni ensombrece a nadie más que su propio inspector. Apenas hay momentos en los que los diálogos no sean cantados o en los que la música no ocupe un lugar de fondo. Para aquello no familiarizados con la obra teatral, la música cuenta la historia en todo tipo de niveles. Cuando un personaje siente cualquier emoción que se le cruza por el cuerpo, la misma será cantada con afección y pasión; si alguno debe tomar una decisión, la letra de su canción será la que revele el plan a seguir. Si lo antes mencionado suena a algo que el espectador no pueda tolerar por más de dos horas y media, no hay razon entonces para disfrutar de Les Misérables en una sala de cine. En cambio, los seguidores de esta enardecida y explosiva historia de Victor Hugo se verán recompensados por una película enorme que es imposible que no deje huella en el corazón de cada uno con cualquiera de los temas que interpreta un elenco entregado en alma y corazón a sus personajes.
Hay mucho para decir sobre esta nueva adaptación de la novela de Victor Hugo, más precisamente, del musical que se inspiró en esta novela. Es prácticamente una historia conocida por todos, ya un super clásico de la literatura, pero para aquellos que se acercan al texto, al musical, a esta obra por primera vez, podemos decir que tiene varios elementos. Como primer punto y ya desde el Prólogo, aparecerán los dos protagonistas absolutos, los antagonistas por antonomasia, que son Jean Valjean (Hugh Hackman, nominado al Oscar por este trabajo) -el preso que es liberado al iniciar el film luego de 19 años de trabajos forzados- y el policía Javert (Russell Crowe), ligados por esa obsesión enfermiza que se entreteje entre ellos y su juego de gato y ratón que dura por más de veinte años. Para el Primer Acto del musical, Valjean ya se ha redimido, ha cambiado su identidad y es dueño de una fábrica y alcalde de la ciudad. Alli trabaja Fantine (Ann Hathaway, nominada al Oscar como mejor actriz de reparto) quien por una pelea en la fábrica con sus compañeras, se queda sin trabajo. Ya en la miseria vende su cabello (una de las escenas más impactantes del film junto con la interpretación desgarradora de "I dreamed a dream") se prostituye y dadas sus condiciones de vida, cae enferma. Valjean le promete en su lecho de enferma, cuidar de su hija Cosette y sale a su búsqueda, huyendo además de Javert, quien al darse cuenta de la verdadera identidad de Valjean emprende una persecución implacable. Cosette trabaja casi esclavizada en el hostal de los Thénardier, la pareja conformada por Helena Bonham Carter y Sacha Baron Cohen (quienes habían compartido cartel en el musical "Sweeney Todd" de Tim Burton), eximios estafadores de quien allí se albergue, y que son los encargados de darle con sus cuadros musicales (el más pegadizo es "Master of the House") el toque de comicidad al film. Como segundo punto, fuera de esta historia personal de rivalidad entre Javert-Valjean, aparece en el escenario el París de 1832 con los pobres y sus miserias por las calles de la ciudad y un grupo de estudiantes que preparan la revolución. Entre este grupo está presente la hija de los Thénardier, Éponine (brillante trabajo de Samantha Barks quien tuvo este papel en el musical de Broadway) y en este punto, la historia entremezcla el tema de la revolución con un triángulo amoroso entre uno de los jóvenes revolucionarios, Marius, ambivalente entre Éponine y Cosette. Samantha Barks, verdadera revelación Y en esta conjunción de épica y drama romántico, aparecerá otro de los grandes temas del musical "One day more" en donde cada uno de los protagonistas se encuentra atravesando situaciones extremas y completamente diferentes. Cinematográficamente, quizás sea el cuadro musical en el que Hooper acierte más, imbricando las historias y centralizando en este tema musical, las diversas ramas en que la historia se había diversificado, sacando provecho de la fuerza de la letra y de la música. Y Barks brilla nuevamente en "On my Own" con una calidad vocal que se destaca del conjunto de canciones de esta segunda parte. Finalmente, otro eje importante del film es el derrotero personal de Valjean frente al compromiso que ha tomado con Fantine y lo que significa Cosette en su vida y lo que hará por ella y por Marius, su enamorado. Hooper asume una tarea y un desafío enorme. Llevar a la pantalla el musical más representado en Broadway no es tarea para nada fácil y si bien cuenta con oficio y con una gran producción a su disposición, su versión de "Los Miserables" tiene muchísimos puntos a favor pero también algunas debilidades. Su extensión no favorece -habría que haber reducido de alguna forma los 158 minutos de la puesta-, y quizás los pasos de comedia donde aparecen los Thénardier son los que resienten y dispersan la tensión de la trama, aunque por otra parte es en donde Hooper comienza a manejar los cuadros musicales con mayor coreografía y despliegue visual, apartándose de los solistas. Si bien estas canciones solistas tienen imágenes cinematográficamente hermosas, en muchos de ellos, el director recurre durante varios minutos a primeros planos, perdiéndose la dimensión de espectáculo, situación que si aprovecha en otras grandes puestas como la de "Do you hear the people sing" sobre el final, de una fuerza y una emotividad contundente. Otro de los puntos flojos es la composición de Javert de Russell Crowe, que no convence ni desde lo actoral y mucho menos desde lo musical y la presencia aniñada de Amanda Seyfried como Cosette, algo desdibujada y sin mayor lucimiento (en cambio Isabelle Allen como la pequeña Cosette tiene una participación vibrante). Valjean versión Hugh Hackman A Hugh Hackman se lo nota comprometido con su Valjean -un personaje nada fácil y que ha sido representado por grandes actores- y puede mostrarse dúctil en las diferentes facetas y hasta brillar en algunos cuadros musicales en los que se destaca. Baron Cohen y Bonhan Carter son los perfectos "monigotes" para los Thénardier y Eddie Redmayne (a quien vimos en "Mi semana con Marilyn") saca perfecto provecho de su Marius. Pero los lauros en lo musical se los lleva el elenco femenino. Samantha Barks como Éponine y la pequeña -en función a la duración total del filme- pero inmejorable participación de Ann Hathaway como Fantine son de una calidad musical y un brillo en pantalla únicos y son quienes tienen a cargo las mejores escenas musicales de esta versión. Una nueva revisión de este clásico es siempre bienvenida y aún con sus puntos menos logrados, el trabajo de Hooper remite al musical clásicamente impactante de Broadway al que puede haberle faltado creatividad en su trabajo de dirección para que no quedase tan adherido a la pieza teatral. De todos modos, el trabajo de producción, los rubros técnicos y las clásicas canciones que adornan la banda de sonido, construyen un producto sólido y que seguramente quedará como uno de los clásicos musicales que se han llevado a la pantalla como "Chicago" "West Side Story" "Cabaret" "Hair" o las más recientes "Billy Elliot" y la ya nombrada "Sweeney Todd".
El llanto de los oprimidos A pesar de los marcados desniveles en cuanto a la integralidad de la propuesta, Los miserables, dirigida por el inglés Tom Hooper, es un musical que eleva el estándar de los musicales cinematográficos de la última década porque su factura técnica y cuidado estético resulta impecable desde todo punto de vista, así como la meticulosa selección del casting para conformar un reparto de actores y actrices multifacéticos que suman voces diferentes, registros altos y potentes que cierran ese anillo de coloraturas melódicas de manera casi perfecta, con las grandes performances de Hugh Jackman y Anne Hathaway como los más rutilantes en los papeles del redimido Jean Valjean y la sufrida Fantine. Un escalón por debajo se puede ubicar al neozelandés Russell Crowe en el rol del cuasi napoleónico Javert, antagonista y portador de la Ley que seguirá los pasos del prófugo Valjean a lo largo del recorrido histórico que propone la novela de 1862 del escritor francés Víctor Hugo, inspirada en la historia del delincuente Vidocq, quien purgara sus pecados delincuenciales creando luego el Departamento de policía, hecho que aquí se extrapola a la lucha interna de Jean Valjean y su necesidad perentoria de redimir un pasado tormentoso al hacerse cargo de la pequeña y desprotegida Cosette. Si hay algo que destaca este musical trágico, dotado de emoción genuina y épica, desde el punto de vista cinematográfico es su despojo de teatralidad que por ejemplo arrastraba el fallido film Nine o reflejaba en algunos segmentos Los productores. Ese elemento es nada menos que el movimiento a través del espacio escénico, que gracias a la cámara en mano se destaca en escenas de alta tensión dramática o en aquellas que requieren desplazamiento de masas en el cuadro. Las transiciones temporales marcadas con prolijidad por las elipsis que recogen el trayecto histórico que va desde la Revolución francesa hasta el fallido alzamiento de 1832 también guardan una estrecha relación con el movimiento, aspecto que aporta a la estética del film un plus en complemento con lo arrítmico del relato completamente conformado por cantos y canciones del repertorio creado por Boublil y Schönberg, con las letras de Kretzmer que sufren un tanto la pérdida de la cadencia poética del francés, la sonoridad de las palabras, al traducirse al inglés y mucho más aún al español como sucedió en la puesta teatral argentina. Tal vez era mucho pedirle a Tom Hooper y equipo respetar el idioma original y un esfuerzo extra para cada actor que sin lugar a dudas hubiese causado más que una sorpresa en las especulaciones de cara a los premios Oscars donde el film cuenta con 8 nominaciones que incluye las ternas principales, aunque es más que probable que pierda como mejor película ante Lincoln. Los miserables amalgama en casi dos horas y media una catarata de emociones y despliegue visual donde la fastuosidad se dosifica con la épica del pueblo oprimido en el contexto revolucionario y con trasfondo de crítica social a la burguesía y al poder, pero no abandona en ningún momento la historia de amor o luego el triángulo amoroso entre la joven Cosette (Amanda Seyfried), Marius y la no correspondida Éponine. Párrafo aparte merece la dupla cómica y burtoniana encabezada por Sacha Baron Cohen, Helena Bonham Carter, alivio cómico frente a tanto drama para que el relato encuentre sus momentos de pausa y el espectador descanse como si se tratara de un intervalo teatral que permite mantener la fluidez de la acción y descomprimir las atmósferas de angustia o pesares que pululan en pantalla entre la fealdad de los mártires, la indiferencia de los poderosos y la fe de aquellos que luchan por lo que creen justo cuando los vientos de la injusticia se acallan frente al murmullo de las multitudes anónimas que cantan y reclaman su libertad.
El musical grunge Mientras veía la película, un poco aburrido del asunto debo decir, pensaba posibles títulos para la crítica. O bien, posibles formas de resumir en una sola frase qué tipo de película es LOS MISERABLES. Una posible forma de entender esta película de Tom Hopper es considerarla la versión “grunge” del célebre musical: una versión cruda, sucia y desgarrada de la historia, en la que la obra de Broadway basada en la famosa novela de Víctor Hugo es transformada en un espectáculo realista y violento, con los cantantes pifiando montones de notas en pos de una puesta en escena “verdadera” en la que las emociones sean creíbles y en donde la actuación sea más importante que las habilidades como vocalista de cada intérprete. Esto es evidente en la manera en la que Hopper encuadra y edita, con planos largos que dejan en claro que los cantantes están cantando (en vivo, se asegura) y con una cámara móvil y enérgica que recuerda por momentos una película de acción más que un musical clásico, algo similar a lo que sucedió a fines de los ’40 cuando Gene Kelly revolucionaba el formato musical de entonces cantando y bailando en locaciones reales y demostrando que su talento no necesitaba de montajistas avezados. Que era real, verdadero, honesto. les mis jackmanEsa es, claro, la idea subyacente a este filme épico y de enorme producción. Una idea arriesgada y si se quiere noble, pero que no termina de funcionar del todo. LOS MISERABLES, como muchos sabrán, fue adaptado a la manera de EVITA, casi sin diálogos dichos de manera tradicional. Esto es: no sólo las canciones sino casi todo lo que se dice en la película está cantado. Esa tensión entre un formato excesivamente “teatralizado” y el corte realista de la puesta en escena genera permanentes cortocircuitos. El primero y más obvio es la sensación de que, si toda la puesta en escena, los personajes y la manera de cantar tiene que ser “creíble”, lo que hace ruido, de hecho, es que todo se cante todo el tiempo. La exigencia de realismo hace fricción permanente con la estilización que implica un musical cantado de punta a punta o con actores usando acentos británicos para personajes franceses del siglo XIX. En ese sentido uno podría decir que LOS MISERABLES apuesta a un “realismo conveniente”. les mis hathawayEse choque debería resolverse aceptando la forma de cantar no tradicional de los protagonistas, pero no siempre es así. Parte del placer de musicales como éste, y de la ópera, están ligados inevitablemente a los talentos vocales de los intérpretes. Hay emociones que, a falta de poder usar todos los recursos interpretativos del actor, quedan ligadas a alcanzar determinadas notas en determinados momentos. Aquí no se termina de lograr ni una cosa ni la otra. Los actores, claro, trabajan más con su cuerpo y su rostro que los tradicionales y perfectos cantantes de Broadway o del West End londinense (solo basta usar YouTube y compararlos), pero no logran que un instrumento reemplace del todo al otro. Hay claras excepciones, como el solo de Anne Hathaway en “I Dreamed A Dream”, acaso el ejemplo perfecto de lo que Hooper quería y que, tengo la impresión, sólo le salió allí a la perfección (Samantha Barks cantando “On My Own” es otro momento logrado). Hooper lo filma en un solo primer plano, encima de la cara de la actriz, que más que cantar bien en el sentido tradicional, se desgarra la voz y llora impactando a los espectadores con esa entrega emocional. Ahí el proceso funciona: no es perfecto, es real; no es académico, es honesto. Está, si se quiere, vivo. les mis amanda y eddieEste mismo sistema Hooper lo repite en varios momentos “solistas” de la trama, consiguiendo buenos resultados. Pero el proceso no tiene la misma fuerza en escenas masivas, o en diálogos, o cuando cantan de a pares o en grupos. Da la sensación, en esas escenas, que se fuerzan emociones desde la puesta en escena (movimientos de cámaras espectaculares mezclados con otros “dardennianos”) para cubrir los baches musicales de los intérpretes. Ese “forzamiento” es algo que Hooper repite una y otra vez, como tratando de insuflar a este elefante blanco de algo parecido a una fuerza vital. Lo logra en el sentido del ritmo, ya que pese los 160 minutos que dura el filme raramente se vuelve aburrido o pesado. Lo que uno no puede dejar de ver es el esfuerzo para que los actores estén todo el tiempo con la yugular a punto de explotar y los ojos fuera de sus órbitas. No voy a contar aquí de qué va el filme porque muchos lo saben y otros se enterarán al verlo, pero no hay grandes diferencias con el musical, más allá de alguna reducción y el agregado de una canción nueva. La trama del enfrentamiento entre Valjean y Javert todavía tiene peso y resonancia, lo mismo que el trasfondo político, aunque la historia de amor queda opacada por esta puesta en escena “de batalla”. les mis croweDifícil es, con este tipo de puesta, dar un veredicto sobre los intérpretes. Es que aquí la exigencia no está en lo vocal sino en integrarse a la idea general, y en ese sentido tal vez lo más interesante es lo que hace Russell Crowe, tal vez el peor cantante de todos técnicamente. Con una voz limitada y en lo que parece ser una imitación de Scott Walker, Crowe representa la idea de lo que quiere Hooper para el filme, por más que aquí y allá te haga doler los oídos. El más “profesional” Jackman, en cambio, me convence menos, ya que no es lo suficientemente bueno como para competir con un cantante hiper-profesional, pero la exigencia es la misma y, a diferencia de Crowe, él parece no darse cuenta de sus limitaciones. La gran revelación para mí es Eddie Redmayne, que funciona en lo actoral y en lo vocal. Y Hathaway, que tiene solo tres o cuatro escenas, pero logra la misma conjunción de forma y fondo, dándole a la película un grado de emoción que nunca volverá a tener en las dos horas que restan tras su participación. Una pena, la próxima vez la pueden vestir de hombre y darle el papel de Valjean, seguramente lo hará muy bien.
Soñé un sueño Los Miserables (Les Misérables, 2012), el nuevo film de Tom Hooper, director de El Discurso del Rey (The King's Speech, 2010), es la transposición a la pantalla del ya clásico musical de Broadway, inspirado en la célebre novela de Victor Hugo. Se trata de una propuesta operística, que por momentos peca de ser demasiado solemne. Sabemos que el pasaje de un lenguaje a otro implica una renovación. A esta altura de la historia del cine, la transposición más conflictiva es la del musical de teatro. En principio, porque se trata del género teatral más masivo en cuanto a su grado de internacionalización. Esta cualidad parece otorgarle un aura especial, como si se tornara más difícil modificar el material de base en pos de un lucimiento cinematográfico que -al mismo tiempo- no traicione a los “fans” de la comedia musical. El hecho de que la historia sea cantada (a veces también coreografiada) constriñe aún más el dispositivo del cine, sobre todo cuando la identidad del relato está dada por grandes coreografías (Chicago (2002), en ese sentido, es el mejor ejemplo). Los miserables (la obra teatral, no el film) ha batido records de público desde su estreno en la década de los ’80, convirtiéndose en uno de los pocos musicales con “contenido social” que capturó la atención de millones de personas. Ya no a partir de coreografías que funcionan como mecanismos de relojería, sino a partir de canciones de corte operístico que cuentan una historia excelsa, plena en pasiones. Hay que decir, entonces, que desde esta perspectiva Los Miserables (ahora sí, la película) se esfuerza en corresponderse con esa historia que aúna novela sentimental y desmesura, esencialmente con una dirección de actores bien definida y con una puesta en escena grandilocuente. Ambas elecciones tienen sus problemas. Pero antes de embarcarse en ello, ¿de qué trata Los Miserables? En la Francia que vivencia los cataclismos sociales post-Revolución Francesa, un grupo de personajes refleja la miseria social que caracteriza al país. Jean Valjean (Hugh Jackman) es un paria, el reverso del “ladrón de guante blanco” que es perseguido obsesivamente por el inspector de policía Javert (Russell Crowe). Tras superar (momentáneamente) su destino adverso, de forma casual tomará contacto con Fantine (Anne Hathaway, la mejor actuación del film), una pobre y desdichada joven que cayó en la más dura marginalidad y lo único que desea es que su hija no corra la misma suerte. La historia se detiene en dos generaciones, y el comentario social se irá agotando, produciendo que todo el espesor dramático se condense en la cuestión amorosa (en esta línea, vinculada a la hija de Fantine y a un muchacho que forma parte de los alzamientos en contra de las autoridades vigentes). Retomando lo que planteamos anteriormente, Tom Hooper construye una puesta grandilocuente, haciendo uso (y abuso) de tomas elaboradas con ayuda digital (planos aéreos, imposibles de realizar sin herramientas sofisticadas, por ejemplo). Todo es desmesurado, todo adquiere una gravedad que se torna excesiva. Y, si bien hay un evidente profesionalismo en la construcción de la imagen, por momentos la película puede resultar aburrida. Sus 157 minutos de duración tampoco ayudan demasiado. En cuanto a las actuaciones, van en esa misma línea. Sin tener la misma destreza vocal que sí deben tener los intérpretes teatrales, no todos los actores del film consiguen emocionar haciendo uso de sus voces para transferir la emoción necesaria y así identificarnos con ellos. El mayor problema está en Crowe, cuya labor carece de matices. Curiosamente, el momento más álgido es el que obtiene Hathaway, quien en una elección minimalista (un único plano) transmite todo su pathos y entrega el momento más emotivo del film. No está exenta de virtudes Los Miserables. Es indudable que será premiada en varios rubros en los inminentes premios Oscar. Pero sus méritos cinematográficos no van más allá de la corrección.
Gracias a Hollywood la CIA cuenta con una nueva herramienta de tortura para obtener confesiones de terroristas. No existe criminal en este planeta que pueda sobrevivir una exhibición de Los miserables sin quebrarse y confesar todo lo que sabe. De haberse estrenado este film en el 2002 la Casa Blanca se hubiera cargado a la cúpula de Al-Qaeda en un tiempo récord. La historia de Victor Hugo es una obra maestra de la literatura y uno de los libros más apasionantes que probablemente leí en mi vida. Me encanta esta historia pero lo que hicieron con esta adaptación es imperdonable. Desde Moulin Rouge el género musical tuvo un gran renacimiento en el cine y en los últimos años pudimos disfrutar de filmes fabulosos y entretenidos. No es el caso de Los miserables que brinda una de las propuestas más aburridas y superficiales que se realizaron en mucho tiempo. El director Tom Hooper (El discurso del Rey) se limitó a filmar la obra de Broadway en la pantalla grande donde construye todo el maldito relato con diálogos cantados sin darle un respiro al espectador. Este recurso que puede funcionar en un espectáculo teatral con intervalos, en el cine convierte a una producción de este tipo en un larguísimo video clip. Uno tiene la sensación que siempre escucha una misma canción que nunca llega a su fin y la repetición que se genera durante casi tres horas de duración es soporífera y tortuosa. Al no haber tampoco grandes coreografías de baile el film se centra principalmente en las canciones y las interpretaciones vocales del reparto que son muy dispares. Lo peor de todo es que la historia de Victor Hugo acá fue ultrajada de un modo criminal. Me da gracia siempre que se aclara que esta es una adaptación del musical de Broadway y no de la novela como si eso justificara el patético guión, cuyas canciones tienen el romance y dramatismo burdo que podés encontrar en un disco de Ricardo Arjona. La apasionante persecución del terrible Javert a Jean Valjean en este caso quedó reducida a un melodrama infumable donde no tienen sentido muchas acciones de los protagonistas. De hecho, nunca se termina de entender por qué estos hombres son enemigos. Los personajes en general no tienen ningún tipo de desarrollo y sufren en la vida por la sencilla razón que el director tenía que justificar el título del film. Hooper con en este proyecto demostró que nunca comprendió a los personajes de Hugo y los retrató como una telenovela de Thalía donde el dramatismo fue trabajado a extremos exagerados. En un punto el cineasta desarrolló un anti-musical donde las canciones son monólogos repetidos de los personajes que apenas tienen una conexión emocional entre sí, ya que la mayor parte del tiempo se cantan a sí mismos. Esta versión de Los miserables es un culto a la redundancia. Más allá de saturar todo el tiempo con primeros planos hacia el rostro de los actores, el director Hooper tampoco ofrece ningún recurso narrativo que permitiera adaptar este musical con un impronta más cinematográfica. Hugh Jackman hace su trabajo con muchísima dignidad aunque hacia el final uno termina por desear que el ejército francés lo ejecute en un paredón. Amanda Seyfried zafa en su reducido papel y su interpretación resultó más medida que la sobreactuada Anne Hatthaway, quien en apenas un minuto pasa de ser una obrera sacrificada a una prostituta de los bajos mundos. Entiendo que los musicales tienen otros tiempos pero la superficialidad con la que fue abordado el personaje de Fantine es infame. Sacha Baron Cohen, con una lograda imitación de Adam Sandler, te saca por lo menos una sonrisa en la secuencia de la famosa canción “Master of the House” que es el único momento entretenido de este film. Russell Crowe. Su performance musical redime El Rey León de Ricardo Fort. Escuchar a Crowe en los monólogos que tiene su personaje y que te golpeen con un martillo en los testículos genera el mismo dolor físico. Lo que hace en esta película sinceramente no tiene nada que envidiarle a los musicales del chocolatero mediático. Esta producción no se la recomiendo ni al peor enemigo. Desde el estreno de ese mega bodrio francés que fue Los destinos sentimentales, de Olivier Assayas, que no la pasaban tan mal en una sala de cine. Es muy triste ver como convirtieron una historia profunda con crítica social en un melodrama superfluo. Cuando creías que no podría existir algo más insufrible de ver que un capítulo doble de Glee, el director Tom Hooper levantó la cuota de sadismo con un film que sólo le rinde honores a lo que representa el tedio en la pantalla grande. Si se animan a verla lleven una almohada.
“Los miserables” de cine adolece de lo mismo que el musical Aclaremos: ni Victor Hugo ni Tom Hopper tienen la culpa. Esta no es una adaptación de la novela, sino una traslación del musical (en versión inglesa) de Schonberg, Boublil, Natel y Kretzmer. El mismo que se hizo en español en la temporada 2000 del Opera, traducido por Mariano Detry, dirigido por Ken Caswell, y cantado sobre un enorme disco giratorio por Carlos Vittori, Juan Rodó, Zenón Recalde, Silvia Luchetti, Elena Roger como Fantine y Pili Artaza como Eponine. Ahora aparece cantado por Hugh Jackman, Russell Crowe, Eddie Redmayne, Amanda Seyfried, Anne Hathaway, que se lleva las palmas, y Samantha Barks, que le pisa los talones pero tiene la desgracia de cantar cuando el público ya empezó a cansarse. En escena, la obra duraba 200 minutos más intervalo. En cine dura 158, pero parecen más. Es que metieron todas las canciones, que son largas, reiterativas, encima algunas detienen la acción, y para más agregaron otra, bonita pero también larga. Apretaron los números sin respiro, hicieron lo posible, pero ese musical ya nació con un problema insoluble: justo cuando el público está enganchado con el enfrentamiento de los protagonistas, se anuncia un paso del tiempo, surge una nueva generación que poco nos importa, y cuando volvió a engancharse empieza una larga serie de despedidas donde cantan hasta los muertos y lo único que falta es que toda la compañía termine bailando el pericón nacional. Aún así fue un suceso mundial y terminó llevado al cine, con todos sus méritos (algunas canciones son lindas y están muy bien cantadas) y sus deméritos: estiramientos, pompa, mínima información para quien ignore la tremenda historia original de redenciones y autopuniciones en medio de una sociedad cruel, mezquina y cambiante, etcétera. El director hizo lo suyo y se jugó bien: entre otros hallazgos acercó la cámara al rostro sufriente de cada intérprete (una ventaja sobre el teatro), marcó transiciones con símbolos de muerte y resurrección, reservó los grandes planos generales para impactar en muy específicos momentos, desplegó acción no solo teatral en el capítulo de la revuelta, y, según dicen, grabó a los intérpretes en directo para que trascienda más fuertemente su emoción. Como si estuvieran en público. Nada de regrabación en estudio, ni playback. Eso, con los buenos intérpretes seguramente funciona. Pero a Crowe hubiera sido mejor doblarlo directamente. Su canto es limitado y, peor aún, inexpresivo. Y justo le toca la parte de Javert, el de la terrible toma de conciencia. Algo mejor está Jackman en rol de Valjean, aunque por ahí nos distrae un pensamiento raro: lo vemos, y parece como si Coco Silly hubiera adelgazado. Y en una de esas, éste, bien dirigido, capaz que hace un Valjean más intenso. Postdata: para interesados, quizá las mejores adaptaciones de la novela sean las de 1934 (Harry Baur, Charles Vanel), 1935 (Fredric March, Charles Laughton), 1958 (Jean Gabin, Bernard Blier) y 1978 (Richard Jordan, Anthony Perkins). Párrafo especial, la hermosa paráfrasis de Claude Lelouch, 1995, con Jean-Paul Belmondo durante la II Guerra, evidenciando la eterna actualidad del relato de Víctor Hugo.
Tom Hooper se arriesga adaptando uno de los musicales más famosos de la historia y el resultado es, mayormente, bueno. Hagamos un poco de historia en dos partes. La primera se remonta a 1862, cuando el autor francés Victor Hugo publicó una de las obras más significativas de la literatura del siglo XIX: Los Miserables. En ella criticó activamente la política de su país de comienzos de siglo utilizando a Jean Valjean y a Fantine como las víctimas de un sistema político y judicial extremo y al oficial Javert como la mano armada de ese sistema. Esta novela fue inspirada por Eugène-François Vidocq, un criminal que logró redimirse y, finalmente, fundó la Policía Nacional Francesa. En el contexto de Los Miserables, el hito histórico que resalta es la rebelión de junio de 1830, con los ficticios Enjolras y Marius como protagonistas máximos, representando a la juventud estudiantil de la época. Más de un siglo después, en 1980, se estrena en Francia Los Miserables en versión musical, una obra que adapta libremente el trabajo de Victor Hugo escrita por Alain Boublil y Jean-Marc Natel y con música de Claude-Michel Schönberg. Este musical, más cercano a la ópera que a lo que conocemos en el género, casi no tiene actuación. Los actores se paran frente al micrófono y dialogan cantando. En 1985 la obra se estrenó en el West End Londinense y se convirtió en un hito que, al día de hoy, lleva más de 10 mil funciones y diversos elencos. También, claro, se mudó a Brodway, en donde se convirtió en el musical con más tiempo en cartel, seguido por El Fantásma de la Ópera. Ahora, 32 años después de su creación, el cineasta Tom Hooper, un tipo sin demasiada experiencia que se ganó todas sus credenciales con El Discurso del Rey, llevó esta historia en formato musical al cine, y el resultado es, mayormente, bueno; pero más que nada porque trabaja con personajes e historias que ya eran buenas desde antes que él las toque. Hooper no es un excelente director y, si tengo que opinar, siento que con El Discurso del Rey todos vieron algo que yo no logré ver, porque no me parece algo más que una película del montón. Su dirección es muy clásica y correcta, y no deja lugar a los riesgos. Esto, por suerte, no se ve tanto en Los Miserables, en donde (cuando no está enfocando en primerísimo plano a los protagonistas) las cámaras muchas veces tienen una agilidad digna de película de acción. Las tomas largas son una constante, y el hecho de haber grabado las canciones en vivo durante el rodaje le da a la película cierto dejo de realidad que no es común en un musical. Esto, claro, lleva a desatinos melódicos, desafinaciones y hasta sofocadas, pero todo eso increíblemente suma. Ahora, y como ya mencioné, es inentendible el fetiche por el primer plano, y el uso y abuso del recurso que muchas veces impregna a esta obra revolucionaria e incorrecta (para la época en que fue escrita, claro) de un manto de solemnidad que solo tiene que ver con el mensaje general hacia el final de la película. En el resto del tiempo, solo irrita. La adaptación es casi perfecta. Salvo algunos cambios en las letras, y algún agregado mínimo, se transcribió casi por completo el musical en este formato. Y, es más, los cambios fueron correctos, ya que agregaron fragmentos explicativos y quitaron elementos que no eran tan necesarios para la descripción. Pero la polémica más grande que envuelve a la película son las actuaciones. Por un lado está Anne Hathaway, una mujer que ganó 11 trofeos por su breve interpretación de Fantine, que honestamente solo tiene un pico de excelencia, que es cuando interpreta la ya clásica I Dreamed A Dream. En el resto del tiempo, su personaje dice poco y nada, y las multinominaciones y premios suenan exagerados; más aún cuando comparte cartel con dos actrices de reparto de excelencia como Helena Bonham Carter (que toma el lugar de la vil Madame Thénardier) y Samantha Barks (interpretando al personaje que la hizo famosa también en el teatro, la sufrida Éponine). Ambas tienen más cartas para jugar en una entrega de premios, y ambas cayeron rotundamente ante Hathaway. En cuanto a las estrellas masculinas, la polémica también es mucha: ¿Cantan bien Hugh Jackman y Russell Crowe? La respuesta no es una sola. Jackman tiene una amplia experiencia en el teatro musical (y hasta ganó un Tony), mientras que Crowe, con menos experiencia, intenta pero no llega. De todas formas, el Javert de Crowe es uno de los personajes más interesantes de la película, y el hecho de que no cante tan bien como los demás, increíblemente, le da cierto color. Otros hombres que se destacan, y a veces por sobre los protagonistas son Sacha Baron Cohen (como el miserable Thénardier), Aaron Tveit (que interpreta al líder de la revolución, Enjolras) y Eddie Redmayne (en la piel del enamorado Marius). Los demás hacen un buen trabajo, digno y a la altura, y aunque tal vez Amanda Seyfried haya sido una elección erronea, si vemos cómo fue imaginado el personaje original de Cosette, la desición no es tan terrible. Los Miserables no es una película perfecta, pero si es la forma más perfecta, hasta el momento, de llevar una obra de esta magnitud a la pantalla grande. Su reconocimiento en la prensa extranjera tal vez fue exagerado, y posiblemente sea una película sobrevaluada en muchos elementos, pero al fin y al cabo es una película que dura casi 3 horas y que dificilmente cae, un logro del que no muchos pueden presumir. @JuanCampos85
La transposición del musical de Broadway cuenta con todos los elementos para ser una gran película aunque flaquea horrible en la elección de ciertos cantores. De Víctor Hugo en el siglo XIX pasamos a los 80’s con el musical de Broadway de Claude-Michel Schönberg y Alain Boublil para llegar a la versión fílmica en 2012/13. Otras películas de Los Miserables han precedido a esta como la de 1935 con la actuación de Charles Laughton como Javert, 1952 de Lewis Milestone, (All Quiet in The Western Front) y la de 1998 con Liam Neeson, Geoffrey Rush y Uma Thurman sobre la que Leonore Fleischer escribió un libro (sí, escribió un libro sobre una película sobre un libro). Todas estas versiones toman como base el texto de Víctor Hugo. Esta es la primera vez que tenemos el musical en versión fílmica. Entonces, cuando vayan a ver la peli, y se las recomiendo, se van a encontrar con el soundtrack de Broadway. La historia es bastante sencilla, (es un musical, ta-dah), Jean Valjean, (Hugh Jackman), robó un cacho de pan –que luego lo metió en el bolsillo- y le dieron 20 años. Luego de ese extenso período, es liberado bajo libertad condicional, la cual al violarla será encarcelado nuevamente. No me lo van a creer, pero el tipo se escapa y no cumple con lo tratado. Lo que se sucede aquí es por un lado la búsqueda implacable del Inspector de hierro, Javert (Russell Crowe) durante años y años en los que Valjean demuestra que el amor siempre va a generar más cosas buenas que malas. La película dura unas 2 horas y 40 min. Vayan pensando en el musical y una aventura que no se termina a la vuelta de la esquina. Posee varios momentos en donde modula y dosifica las tensiones con números cómicos también de la mano de Sacha Baron Cohen y Helena Bonham Carter. Es un viaje que vale la pena siempre que se esté dispuesto a subirse y andar. La música, loco. ‘E así, nomá’, Los Miserables de Tom Hooper elige para sus protagonistas y actores de reparto más destacados a un elenco ecléctico en cuanto a sus posibilidades cantoriles, digámosle así. Hugh Jackman protagoniza al querido Jean Valjean siendo el que lleva adelante toda la historia demostrando una vez más que es uno de los mejores actores de nuestra época y está en su mejor momento. A nivel canto no le podemos reprochar nada, lo hace bien y se pueden disfrutar sus números, a no olvidar su comienzo temprano como actor en musicales tales como La bella y la bestia. Luego aparecen fiascos totales como Russell Crowe y Helena Bonham Carter quienes no cantan bien y no están a la altura, musicalmente hablando, de la puesta que se buscó en el film. Durante la primera hora de la peli yo me preguntaba cuál era la gracia de hacer un musical a toda pompa si los protagonistas, salvo Hugh, no pueden cantar. No tengo respuesta aún, creo que se buscó adornar el espectáculo con figuras importantes pero que no dan la talla para un musical. Se puede hablar entonces de traición al espectador ya que por más que actores como Crowe sean fantásticos no poseen una voz como para competir en las grandes ligas y lo peor es que se nota la diferencia a leguas de distancia. El nivel musical no es mediocre, sino todo lo contrario, la orquesta es formidable, los coros y algunos actores de reparto como el niño Daniel Huttlestone, que interpreta a Gavroche, Aaron Tveit (Enjolras) y Eddie Redmayne (Marius), están muy bien y son capaces de formar una unidad pero los principales que deberían estar geniales, destacan por su bajo nivel. Es una lástima que se haya tomado esa dirección, quizá más propia de una mesa de directivos de la querida Universal que del propio director Tom Hooper. Esta innecesaria subestimación del público le resta calidad a un trabajo que a nivel general resulta formidable e incluso para los no amantes del musical, como este pelandrún que escribe, llegando a ser una bellísima película sobre el amor y el triunfo del bien sobre el mal a pesar de todo lo que lo rodea. Hay un detalle sobre cómo se filmó la película que resulta atractivo. Tom Hooper decidió no hacer playback, o sea, que lo que vemos en pantalla son a los actores cantar en el momento de la toma. Una decisión del director que le da un plus a la actuación y a la situación en pantalla. Lo visual La peli no es sólo número atrás de número. Tiene varios momentos de actuación sólida muy bien logrados además de unas puestas de cámara que no desilusionan a nadie. Cada cuadro lleva una potencia particular acompañado por unos movimientos de cámara que hacen que esta película de casi tres horas se disfrute aún más. Uno de los peligros de hacer un musical en cine es mucha veces caer en la técnica video clip y restarle importancia a la trama para suspenderla en un momento meramente musical. Esta salida fácil se usa muchas veces de lo que podrían creer. Pero este musical no es uno más ni se basa en centenares de millones de dólares en pantalla, (de hecho costó 60 Millones, lo cual uno puede esperar que sea una suma menor en esta clase de producciones). Sino que apuesta a la música, la actuación y la cámara en una gran labor. Conclusión Los Miserables demuestra desde un nivel humano la potencia que las buenas acciones tienen. Más allá del mundo en el que se inscribe, no cae en el golpe bajo, y cada vez que te matan a uno no vas a derrochando lágrimas, -bueno, quizá un poco-. Al principio temía que la duración fuese exagerada, pero el tiempo tiene sus razones y están bien justificadas a lo largo de la película sostenida por la gran actuación de Hugh Jackman la cual se merece la nominación a los 85º Oscars y aún más, al menos así lo veo yo. El único punto flaco de la película es el de Russell Crowe y Helena Bonham Carter como cantantes, ya conocemos sus dotes actorales. Si es un musical entonces eso es lo importante y no quien está en pantalla pavoneándose. Es una lástima que se haya recaído sobre tres muy buenos actores pero que lejos están de poder interpretar un musical. Más allá de ello y si pueden abstraerse de cuanto cantan, su actuación es muy buena y especialmente el papel de Crowe como Javert está muy bien logrado.
Comedia musical nada revolucionaria Hay varios tipos de espectadores posibles para Los miserables. Están aquellos que han leído la obra original de Víctor Hugo, pero desconocen las distintas adaptaciones cinematográficas que se han hecho de ella (vale la pena rastrear aquella dirigida por el francés Raymond Bernard en los años ’30). Otros que sólo conocen la historia de Valjean y Javert a partir del exitosísimo musical escrito por Alain Boublil y Claude-Michel Schönberg en 1980. Finalmente, habrá un grupo de espectadores absolutamente vírgenes. Para este último contingente, la nueva traslación –primera que lleva el boceto del musical a la pantalla– difícilmente sea la mejor manera de conocer esta saga de pasiones, sufrimientos y expiaciones en la Francia de la Restauración borbónica, que cruza los destinos de una docena de personajes a lo largo de más de quince años. Nobleza obliga, el realizador Tom Hooper (el mismo de El discurso del rey) tomó una decisión osada, temeraria casi, que pudo haber dado como resultado una extravagancia genial o bien, como es el caso, un híbrido bombástico y, por momentos, un poco ridículo. Los miserables versión 2012, nominada a la nada despreciable suma de ocho premios Oscar, intenta combinar el artificio inherente a toda obra de teatro musical con la carga de realismo siempre presente en el medio cinematográfico, generando así un choque de voluntades, una lucha de titanes que el film nunca abandona a lo largo de sus casi 160 minutos. Todos los “diálogos” son cantados por los actores, aunque en un modo que intenta eliminar la declamación operística. En ese sentido, resulta razonable la determinación de utilizar primeros planos para los momentos de mayor intensidad dramática. Esa misma intencionalidad lógica puede atribuírsele al uso del registro directo de las voces en el momento del rodaje, a contramano de la práctica casi universal del lip sync (mover los labios sobre una pista de audio pregrabada), que en algunos contados momentos genera cierto grado de impacto emocional. Pero la lógica, muchas veces, está reñida con los resultados artísticos. Resulta doloroso ver a estos actores de renombre –Hugh Jackman como el convicto Valjean, Russell Crowe en el rol del policía Javert, Anne Hathaway como la sufrida Fantine– forzar sus cuerdas vocales al límite de las fuerzas, tratando de llegar a tonos para los cuales no están preparadas. La puesta en escena –ese término tan resbaladizo– aquí se reduce prácticamente a un par de estrategias de encuadre y montaje. Con notables sets de fondo (los naturales, los generados por computadora se ven poco convincentes) Hooper se acerca a los actores, a veces rodeándolos, en otras ocasiones siguiéndolos con una ubicua steady cam, abusando del objetivo gran angular, sin que medien para ello demasiadas razones creativas. Para combatir el miedo a la sensación de teatro filmado, el montaje frenético corta y corta sin cesar, generando un ritmo artificial, forzado. Es cierto que Los miserables no quiere ser una película armoniosa, bella en el sentido tradicional, y que la idea del realizador está más cerca de una destilación de la obra original que de su simple reproducción. Pero es muy difícil sacarse de encima la sensación de cáscara sin contenido, de despliegue de medios sin verdadero espíritu rector. La segunda mitad del film es la más penosa, cuando sus románticos revolucionarios de diseño y la muy poco convincente historia de amor entre los personajes jóvenes toman el centro de la escena. En ese momento comienzan a sentirse en el cuerpo los minutos transcurridos y los aún por llegar. Que son muchos, demasiados. Pero al menos ahora sabemos con certeza que Hugh Jackman es mejor cantante que Russell Crowe.
No fue un sueño, después de todo El revolucionario e innovador musical, candidato al Oscar, es un relato hiperromántico. Son muchos los motivos por los que Los Miserables fue y es un musical revolucionario. Porque su innovación va más allá del tremendo éxito de taquilla en el West End londinense y en Broadway. Su popularidad es una consecuencia. Tiene romances, acción, drama, heroísmo, gente de principios, solidaridad, malvados… no le falta nada. ¿Será el idealismo revolucionario que lo inspira -e inspira-? En el musical, y el filme, sus personajes cometen errores. Fracasan y sufren frustraciones. ¿No son ésos los personajes más ricos a los que se puede apelar? Los Miserables cambió de cuajo la historia del género musical en escena. Libremente inspirada en la novela de Victor Hugo de 1862 -una defensa sobre los oprimidos en la Francia de comienzos del siglo XIX, una pluralidad de personajes que van pasándose el protagonismo-, la obra producida por Cameron Mackintosh integró, junto a El Fantasma de la Opera y Cats, la llamada trifecta inglesa que le pegó un cimbronazo a la realidad de Broadway, la revitalizó en los ’80. La trama nos presenta a Jean Valjean (Hugh Jackman), un hombre que pasó casi 20 años preso por robar un pan, que es y será perseguido in eternum por el inspector Javert (Russell Crowe). Valjean reconstruirá su vida, será alcalde y dueño de una fábrica en la que es injustamente despedida Fantine (Anne Hathaway), quien venderá su cabello, sus dientes y su cuerpo para poder enviarle dinero a dos inescrupulosos posaderos (Sacha Baron Cohen y Helena Bonham Carter) para que cuiden a Cosette, su hijita (ya mayor, Amanda Seyfried). Pasarán los años y la rebelión de los jóvenes por la libertad, abrazando los principios de la Revolución francesa, creará nuevos romances y pasiones, con Valjean y Javaert enfrentándose, desde lo físico y las canciones. La película logra como pocas veces transmitir ese aliento, esa pujanza, ese hiperromanticismo que hará galopar varios corazones. Para conseguir esas vibraciones, el director Tom Hooper ( El discurso del rey) hizo que los actores cantaran en vivo. Esto es novedoso para un musical en cine. Usted nunca vio algo así. Los intérpretes no grabaron previamente sus voces y hacían mímica mientras los filmaban. Cantaron en el set -tenían puesto un dispositivo en el oído, con el que escuchaban un piano que les marcaba el tempo- y recién después se les sumó la orquesta en la edición. Y con ese falso irrealismo -¡es un musical!- se gana potencia. Se aprecia, se siente. Todo esto necesita de actuaciones que crispen y un trabajo de cámara que haga elocuente hasta lo sutil. Los grandes escenarios o campos abiertos que presenta la pantalla eran imposibles en escena, y en eso radica la adaptación, la traslación. No es que el filme se base en el musical, sino que lo traslada . Hooper no corre otro riesgo que ése: llevar las canciones y las acciones al cine. Y lo bien que lo hizo. Tal vez exagere en la abundancia de primeros planos de los actores cantando. Pero de haber alejado la cámara y elegido una puesta menos enamorada de los personajes, no estaría “el” momento de Anne Hathaway. Directamente se apropia durante tres minutos de absolutamente todo. Canta en un solo plano I Dreamed a Dream. Y si es cierto que la partitura de Los Miserables, de Claude-Michel Schönberg y Alain Boublil, es una de las mejores de los musicales modernos, ese tema hay que interpretarlo desde las vísceras. Y Hathaway las muestra. No hay escenario que rote en el momento de las barricadas. Sí hay gente, de nuevo, de principios. Hay textos que hablan de que “ ahora la vida ha matado el sueño que yo soñaba” . Hay amantes que entregan hasta lo que no tienen. ¿Y existen frases más románticas que “ estoy perdido hasta encontrarla ”, o “una noche llena de ti, un corazón lleno de amor ”? Hackman, Hathaway, el mismísimo Crowe -no es un improvisado en el musical, los ha actuado en su juventud-, todo el elenco es un lujo en un filme con sus rubros artísticos -diseño de producción, iluminación, vestuario, maquillaje- en un altísimo nivel, que deja las emociones a flor de piel.
Después de años de espera, la versión musical del clásico de Victor Hugo ha concretado por fin su traslado a la pantalla en una producción lujosa, interpretada por un grupo de actores de primera línea, capaces de afrontar el compromiso de una obra totalmente cantada y confiada al buen oficio de un director que venía con el antecedente de haber alcanzado, con El discurso del rey , un doble triunfo en la Academia: el Oscar al mejor film y al mejor director. Del material que tenía entre manos no cabe sino reconocer que la transformación de Los miserables en este espectáculo musicalizado por Claude-Michel Schönberg y Alain Boublil y con letras en inglés de Herbert Kretzmer es una lograda muestra de oficio teatral. Con tales garantías no cabe sino suponer que los fans de la pieza, que se cuentan por millares en todo el mundo, saldrán satisfechos de los resultados. Se comprende: además de la música, la pantalla está colmada de atractivos: escenarios llamativos, ambientes suntuosos o pintorescos, vestuarios que recrean la Francia de las primeras décadas del siglo XIX, escenas de masas hábilmente concebidas y cierta grandilocuencia que se ajusta al género y a la novelesca historia de Jean Valjean y los otros desventurados que se cruzan en su camino, en general víctimas de injusticias y a veces también jóvenes rebeldes que planean el frustrado levantamiento de París en 1832. En esa historia tiene por supuesto incidencia relevante su empecinado perseguidor Javert, que descree de la posibilidad de redención del hombre que pasó 19 años en la cárcel por haber robado un pan y por haber intentado fugarse reiteradamente. Se ha hecho hincapié en la decisión de evitar las pregrabaciones y hacer que los actores interpretaran en vivo sus partes con el propósito de favorecer su compromiso emotivo y trasladar esa intensidad al film. Una elección que parece haber sido contraproducente, como si se hubiera convertido en una presión extra para gran parte del elenco. Si esta desventaja no se advierte desde el comienzo, cuando llega la maravillosa escena en que Anne Hathaway (Fantine) canta en primer plano y con una emoción que eriza la piel "I Dreamed A Dream", todo el resto de las performances suenan, por comparación, deslucidas, quizá correctas, pero desprovistas de vibración, sobre todo porque a partir de entonces nunca vuelve a alcanzarse esa intensidad. El film extraña (necesita) esa vida palpitante, esa pasión que Hathaway (justamente distinguida en los Globo de Oro) le entrega para convertirlo en una película genuina y ahuyentar el peligro de que se lo vea como la mera ilustración (prolija, elaborada, elegante) de un espectáculo teatral. El elenco, en general impecable, tiene al meritorio Hugh Jackman al frente como un Jean Valjean a veces falto de ímpetu, e incluye una pareja cómica (Bonham Carter / Baron Cohen) que, como apuntó algún malicioso, parece escapada de un film de Tim Burton.
LO PEOR DE DOS MUNDOS Una de las novelas más trascendentes de la historia del cine se convirtió en musical y de ese musical nació una de las peores películas del cine actual. Les Miserables es un musical francés que se estrenó en Paris en 1980, llegó a Londres en versión en inglés en 1985 donde se convirtió en un éxito descomunal. De hecho está en cartel en esa ciudad hasta la actualidad. Pasó por todas las grandes capitales del mundo, incluyendo Buenos Aires y sigue dando vueltas con una enorme aprobación del público. Obviamente dicho musical se basa en el clásico que Victor Hugo publicó en 1862 y que dicho sea de paso no ha perdido nada de actualidad en su lúcida mirada de las injusticias del mundo y la grandeza del espíritu humano. Hay que decir que el musical de teatro no le hacía mucha justicia al libro, pero las comparaciones pueden ser odiosas así que hubo que aceptar las características de cada arte sin juzgarla con las reglas del otro. En el cine sí, hubo muchas versiones no musicales, incluyendo una de 1935 con Fredrich March y otra de 1958, francesa, con Jean Gabin. Cine y televisión siempre se sintieron fascinados por la historia. A diferencia de otros clásicos, la pantalla nunca olvidó este libro y las adaptaciones se sucedieron en diferentes países y décadas. Ahora llegó el turno de Los miserables pero basada en el musical y no en el libro. La mala noticia es que se trata de una película tan mala que impresiona. Bajo la inercia del éxito comercial en el teatro, con el fanatismo por las canciones propio de los admiradores del musical, Los miserables ha sido saludada como una gran película cuando en realidad se trata exactamente de lo contrario. No son muchos los ejemplos donde un film tan indignante sea saludado como uno bueno. No es cuestión de gustos simplemente, la película desafía cualquier sentido común narrativo y se entrega al pastiche visual de forma torpe y ofensiva. El director Tom Hooper revela una insólita falta de pericia para construir escenas musicales, les coloca la cámara encima a los actores que, por estar cantando, no poseen la expresividad que se necesita en un primer plano. Se olvida que esto es cine, se olvida que esos rostros de expresión exagerada no pueden soportar largos primeros planos. Pero no terminan ahí las decisiones anti cinematográficas. Un montaje desprolijo sumado a una cámara inútilmente en movimiento se contradice con los actores petrificados tratando de afinar (sin conseguirlo) sus canciones. Hooper empeora todo con su deseo en exceso obvio de mostrar escenas que no podrían hacerse en teatro, como si esto último significara hacer cine. Lo cómico, es que los decorados son tan falsos y los efectos especiales tan berretas que sinceramente nunca parece cine. Las canciones –algunas ya son clásicos- no consiguen, salvo la del final, sobrevivir a este proyecto fallido e incomprensible. Los actores, todos ellos, están al borde del ridículo. La que más sufre, Anne Hathaway, tal vez incluso gane un Oscar, en el broche de oro para la injusta sobrevaloración de este artefacto llamado película. Russell Crowe, actor de probado talento, se lleva la peor parte, su Javert parece pedir a gritos que le permitan actuar sin cantar. Crowe está congelado, confundido, por momentos molesto, como si supiera de la mediocridad del proyecto. Un último detalle fatal: al igual que en el musical, los personajes más siniestros de la novela, son el alivio cómico. Ya es una notable demostración de banalidad el hacer de esos personajes algo cómico y hasta querible. Eso habla muy mal del musical. El cine lo enfatiza, demostrando que su filiación a Victo Hugo es por lo menos relativa. Ya el musical estaba muy por debajo de la potencia dramática del libro. Pero era su decisión. No debe juzgarse en la comparación, sino en el resultado. En el resultado la película pierde dramatismo e interés al sumársele estos personajes en ese tono. El problema de la película no es sólo ese. El problema es que tiene un director como Tom Hooper, a quien el mundo premió por un film mediocre como El discurso del rey y le abrió las puertas para que siga haciendo cosas como esto que estamos teniendo que tolerar. El musical de teatro ha pasado a lo largo de la historia al cine con grandes resultados. No es el caso de Los miserables, donde el que debe pasar, pero de largo, es el espectador.
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Mucho ruido, y pocas nueces Si bien la comedia musical ha sabido hacerle honores a la exquisita novela de Víctor Hugo, la adaptación cinematográfica de la versión musical no hace otra cosa que desmerecerla. La historia comienza pocos años después de la Revolución Francesa, mostrándonos una resumida versión de las injusticias que desatarían las primeras barricadas: un padeciente pero intrépido preso, Jean Valjean (Hugh Jackman), condenado injustamente por robar una hogaza de pan, a quien el duro Inspector Javert (Russell Crowe) le otorga libertad condicional sólo porque la arbitrariedad de su cargo le permite hacerlo. Todo seguirá en una eterna persecución del incorruptible Inspector a Valjean, quien luego de violar las condiciones de su libertad, se debatirá moralmente entre sus deseos de venganza y de gratitud por quien le daría la chance de ser alguien. En esa lucha aparece Fantine (Anne Hathaway), quien le dará la razón para seguir viviendo en ese mundo injusto: deberá hacerse cargo de su hija Cosette (Amanda Seyfried). Ciertamente, la suma de no pocos y esenciales errores de realización, provocan un devenir tedioso que no la hace recomendable ni para quien pretende iniciarse en el género ni para quien quiere darse el gusto de apreciar semejante obra. Desde la elección de un elenco protagónico que en su mayoría hace evidente la falta de formación en el género de la comedia musical, hasta la evidentemente artificiosa escenografía, le restan toda la fuerza a una historia que tanto en el relato como en la música exuda pasión y revolución. El desempeño musical, sin perjuicio de las afinadas voces, resulta insulso por la falta de matices, y no logra empalmar el relato musical con el actoral, dejando trunco a ambos. Anne Hathaway si bien en su breve intervención –respecto a la extensa duración de la película- es quien más méritos realiza para contar musicalmente su sufrido papel de Fantine, no basta para paliar el opaco desempeño de Hugh Jackman, quien solamente consigue transmitir algo de sentimiento en sus últimas escenas. Russell Crowe, por su parte, a cargo de uno de los personajes más fuertes y provocadores de la historia, sólo consigue deslucirlo, ofreciendo nada más que un correcto afinamiento carente de la más mínima expresividad, y dejando sin desarrollo los ricos matices que asume en cada parte del relato. En definitiva, esta adaptación no sólo no consigue aportar nada de lo que una versión cinematográfica le podría brindar a una comedia musical, sino que le resta lo que la música inspira: pasión. No conmueve, y entonces sólo pasa a destacarse la extensión de casi tres horas de película entre sendos monólogos musicales.
Un interesante relato histórico que refleja el amor, la honestidad y la libertad. Un musical épico que hará historia. Esta es la adaptación del musical que deslumbró a más de 60 millones de personas, se vio en varios países y fue adaptado a 21 idiomas, además continúa batiendo records de taquilla desde su estreno. Este film recibió 8 nominaciones al Oscar 2013 en las categorías: Mejor película, mejor actor (Hugh Jackman), mejor actriz de reparto (Anne Hathaway), mejor diseño de arte, mejor mezcla de sonido, mejor canción (“Suddenly”), mejor maquillaje y mejor vestuario. Bajo la dirección Tom Hooper de Ganador del Oscar por “El discurso del rey” (2010), con un destacado elenco: Hugh Jackman (esta es su primera nominación para los premios Oscar), Russell Crowe ganador de un premio Óscar por “Gladiador” (2000), Anne Hathaway, Amanda Seyfried, entre otros. Ambientada en la Francia del siglo 19. Todo comienza en 1815, el pueblo se encuentra agitado, un nuevo rey ocupa el trono se trata de Luis XVIII, como tantos ciudadanos se encuentra el prisionero Nº 24601 Jean Valjean (Hugh Jackman), su sentencia era de cinco años pero debido a varios intentos de fuga, se extendió a diecinueve años de prisión, su pecado fue robar pan para alimentar a su familia. Todo se desarrolla en medio de una gran pobreza, no hay trabajo, es humillado y perseguido por Javert (Crowe), un policía sin escrúpulos, no importa la forma siempre aplica la ley. El obispo Myriel (Colm Wilkinson) le abre la puerta a Valjean le ofrece alimentos y un lugar para dormir, pero el solo siente resentimiento y odio, por eso roba y huye. Este es encontrado por la policía pero el Obispo no lo acusa lo continua ayudando y le pide que sea un hombre de bien. Nos encontramos a lo largo del metraje con la excelente actuación de Hugh Jackman, su voz, su rostro, su cuerpo y sus ojos lo expresan todo en cada una de las escenas de la primera a la última. Es un gran actor y cantante, un conocedor de las comedias musicales en Australia (“The Boy From Oz”). Quien lo acecha es el personaje que interpreta Russell Crowe quien si bien no canta muy bien, actúa perfecto, y más de un espectador lo odiará. Llegamos a 1823 donde la pobreza avanza, un grupo de mujeres trabajan duramente, allí se encuentra la débil y hermosa Fantine (Anne Hathaway), en medio de la confusión y la ingratitud es obligada a cortarse el cabello por tan solo 10 francos, a quitarse una muela por 20, a prostituirse, su vida es puro tormento y víctima de un trágico destino, ella es el único sostén de su pequeña hija Cosette (interpretada por la niña Isabelle Allen, se destaca durante su participación). En cuanto a Hathaway se luce de manera encantadora en cada escena un papel muy logrado, casualmente su madre la actriz de teatro Kate McCauley en este musical hace un tiempo interpretó también a Fantine. Una pareja especial es la de Thénardier (Sacha Baron Cohen) y Madame Thenardier (Helena Bonham Carter, (sus personajes son geniales, tienen mucha química, nos ofrecen momentos desopilantes, y grandes actuaciones); llenos de maldad, ladrones y vividores, quienes tienen la tenencia de Cosette siempre y cuando reciban dinero y quien viene por la niña es Jean Valjean. Al frente se encuentra la excelente fotografía de Danny Cohen (“El discurso del rey), los espectadores observamos esas calles revolucionadas de Francia, el patriotismo y el deseo de libertad. Allí está el niño Gavroche (Daniel Huttlestone, ya interpretó este personaje en Los Miserables en el Teatro de la Reina) es el hijo abandonado de los infames Thénardier, este niño simbolizando el hambre, la pobreza, la ingenuidad, la pureza y revolución. Todo es emoción y pasión. El joven Marius (Eddie Redmayne “Mi semana con Marilyn”, 2011) se enfrenta a su familia y decide por varias situaciones unirse a un grupo de revolucionarios, mientras lo sigue su eterna enamorada Eponine (Samanta Barks, ya en teatro interpreto el mismo personaje), pero el ama a Cosette (Amanda Seyfried, “Mamma Mía”, 2008). Muy bien relatada y ambientada en la restauración monárquica entre 1815 y 1848, y las etapas revolucionarias de 1830 y 1848. Esta presente la supervivencia, los sueños, el amor y los sacrificios. Todo se refleja a través de muy buenos planos detalles y primeros planos, entre otros, técnicamente es impecable al igual que las actuaciones, un gran despliegue y con las canciones inolvidables “On My Own”, “Bring Him Home”, “I Dreamed a Dream,” entre otras.
Maravillosamente rodada, con un elenco de primer nivel cantando cada secuencia con soltura y pasión, es esta una cinta para ver y disfrutar, si o si en la oscuridad de una sala y en pantalla panorámica. La reconstrucción de época, el vestuario, la luz, la puesta. Una película vibrante, bella que obviamente está destinada a los amantes e iniciados en el género musical. Porque aquí casi no hay dialogo, todo se dice cantando. Y es verdad que la extensa duración atenta contra el ritmo del metraje, pero el saldo es sin dudas positivo, porque el talento de todos los artistas, los que están delante y los que trabajan detrás de cámaras, se lee en cada fotograma del filme.
Uno de los musicales más famosos del género, con todo el melodrama, la carga emocional, el movimiento de masas, la sed de liberación, los personajes sufrientes. La apuesta del director Tom Hoper por el sonido directo y actores famosos, resulto una fórmula que atrapara al espectador y lo emocionara hasta las lágrimas. Se lucen Anne Hattaway, Hugh Jackman, Helena Bonham Carter y Sacha Baron Cohen en un sólido y talentoso elenco.
Una historia de amor y perdón El filme respeta el espíritu folletinesco y melodramático de este exponente del romanticismo decadente y sólo apoyado en la música y el canto en vivo de sus actores. Estampa intimista de una realidad social, toma temas como el amor, la injusticia, la muerte y la reflexión moral, respetando en líneas generales, la dramática de la novela original. La obra en que se basa el director Tom Hooper ("El discurso del rey") para realizar su filme, es la novela del escritor francés Victor Hugo (1802-1885) y el musical de Alan Boublil, Claude-Michel Schönberg y Herbert Kretzner, que se dio a conocer en Londres en 1985. Su acción se inicia en 1815 y se extiende hasta la Revolución de junio de 1832. Muestra una Francia en pleno auge de la revolución industrial con sus característicos personajes de los barrios bajos, entre ellos un convicto, Jean Valjean (Hugh Jackman) y su enemigo, el inspector de policía Javert (Russell Crowe). Instantes antes, un plano general impresionante, nos permite conocer ladrones y criminales que como galeotes son explotados en los barcos con tareas infrahumanas. Allí está Jean Valjean (Hugh Jackman), que cometió un asesinato para ayudar a su familia y quien será dejado en libertad condicional, luego de años de prisión. Así conocerá a Fantine (Anne Hathaway), una pobre obrera abusada por sus patrones y explotada en oficios que ella tolera para mantener a su pequeña hija Cosette (Isabelle Allen). VALJEAN Y JAVERT La vida de Jean Valjean, marcado por la pobreza y la injusticia y sus encontronazos con la figura karmática de Javert, conforman la anécdota central de la historia. El filme respeta el espíritu folletinesco y melodramático de este exponente del romanticismo decadente y sólo apoyado en la música y el canto en vivo de sus actores, da un testimonio histórico emocional de ciertas consecuencias de la revolución industrial, que simbiotizó progreso y pobreza provocando desequilibrios que necesitaron años para poder incluir a la masa pobre, explotada por una clase poderosa e indiferente, en el universo de los derechos humanos. Estampa intimista de una realidad social, la película toma temas como el amor, la injusticia, la muerte y la reflexión moral, respetando en líneas generales, la dramática de la novela original. Escenas con multitudes que contrastan con otras más intimistas, abundancia de primeros planos y un heterogéneo manejo de la parte actoral son algunas de las características de esta nueva versión de "Los miserables", donde todo se canta con resultados variados. DISEÑO CUIDADO Es cuidadoso el diseño de producción e inolvidable la actuación de Anne Hathaway en la canción "Yo soy un sueño". A ella se suman las interesantes actuaciones de Hugh Jackman como Jean Valjean y Samantha Seyfried, en el papel de Cosette joven. Un tanto estático resulta Russell Crowe (Javert), impecables Helena Bonham-Carter (Madame Thénardier) y Sacha Baron Cohen (Thénardier) como los posaderos truhanes. Junto a ellos también se destaca Isabelle Allen, en su papel de Cosette niña. En un balance general, "Los miserables" gana con tintes que evocan plásticamente a Gustave Doré y a Théodore Géricault, los que acompañan una historia tan vieja como el mundo con su carga de amor, perdón y sentimiento cristiano. Aunque también es cierto que pierde puntos con su exceso de metraje y en algunas interpretaciones que dejan al descubierto la desafinación de algunas voces en actores secundarios.
Tom Hopper, ganador de un premio Oscar en 2011 por "El Discurso del Rey", dirige espléndidamente la adaptación cinematográfica del musical creado por el compositor Claude-Michel Schönberg y el libretista Alain Boublil para la puesta original francesa estrenada en Paris en 1980, la cual -años después- fue adaptada al idioma inglés por el productor teatral británico Cameron Mackintosh junto a Herbert Kretzmer. A partir de ese momento, "Los Miserables" -basado en la novela del poeta y escritor francés Victor Hugo- ha causado sensación mundial, ya que ha sido visto por más de 60 millones de personas en 42 países (ha sido adaptado a otros 20 idiomas alrededor del planeta) y continúa rompiendo todos los records de taquilla desde su estreno en 1985 en el Barbican Centre de Londres. Enmarcada en la Francia post-Revolución Francesa, esta producción nominada a 8 premios Oscar y que ya se ha alzado con otras tantas estatuillas durante la actual temporada de premios, nos cuenta la historia de un grupo de personas que sufren las consecuencias políticas, sociales y económicas de aquella crisis que los llevó a vivir en la más absoluta miseria. El relato comienza en Toulon en 1815 donde conocemos al principal protagonista, Jean Valjean (Hugh Jackman), un prisionero -conocido como el convicto Nº 24601- al que le conceden la libertad condicional tras 19 años de ser sometido a trabajos forzosos por haber robado un pan. Durante su búsqueda de trabajo honesto, alojamiento y comida descubre que, por culpa del papel que se le entrega al momento de su liberación y que lo acredita como ex-convicto, siempre será un marginado... hasta que conoce a un obispo (encarnado por Colm Wilkinson, actor que interpretó a Valjean en la puesta teatral londinense) que le muestra compasión. Eventualmente Valjean, con una nueva identidad, inicia también una nueva vida que obviamente lo lleva a violar su libertal condicional, por lo que comienza a ser perseguido por un inspector de policía sin escrúpulos llamado Javert (Russell Crowe) que durante años se obsesiona con cazar al infractor. Ocho años después, la trama se traslada a Montreuil donde Valjean, convertido en dueño de una fábrica, conoce a Fantine (Anne Hathaway), una humilde empleada que se ve forzada a prostituirse para poder mantener a su pequeña hija Cosette (interpretada por Isabelle Allen en su niñez y por Amanda Seyfried en su adolescencia), a quien dejó al cuidado de un matrimonio dueño de una posada, los Thénardier (Helena Bonham Carter y Sacha Baron Cohen). Valjean, sintiendo pena por esta madre enferma, le promete encontrar a la niña y hacerse cargo para que no le falte nada. Ya en París en 1832, los pobres expresan su miseria en las calles de la ciudad, entre ellos un niño llamado Gavroche (Daniel Huttlestone, actor que interpretó este mismo papel en la puesta de Londres) junto a un grupo de estudiantes idealistas, liderados por Marius Pontmercy (Eddie Redmayne) y Enjolras (Aaron Tveit), que buscan el apoyo del pueblo para prepar la revolución y -las posteriores barricadas- en busca de un cambio político. Para los que no están muy familiarizados, no vamos a revelar los giros de la historia que -a lo largo de 2 horas y media- nos conmueve con este relato social (de sueños rotos y amor no correspondido, sacrificio y redención) que es expresado 100 por ciento a través de la música (aquí no hay diálogo a diferencia de otras películas del género), con canciones como "Look Down", "I Dreamed a Dream" (una especie de himno de esta obra en la que Anne Hathaway despliega todo su talento al transmitir la degradación de su personaje), "Who Am I", "Bring Him Home", "Do You Hear the People Sing?", "A Heart Full of Love", "One Day More" y "On My Own". Las interpretaciones de todo el elenco son excelentes. Comenzando por el multifacético actor australiano Hugh Jackman, quien tiene una vasta experiencia en musicales de Broadway, pasando por un Russell Crowe que nos sorprende con sus dotes para el canto (de hecho ha participado en la puesta del musical "Grease", es cantante, compositor y tiene una banda). A ellos les siguen Amanda Seyfried, quien tiene un musical en su haber tras participar en "Mamma Mía - La Película", y vuelve a deleitarnos con su dulce voz, y Anne Hathaway, sobre quien no me alcanzan las palabras para describir semejante desempeño, así como Samantha Barks como Éponine, quien también participó en la puesta teatral en Londres con este mismo papel. Presentando una innovadora técnica en lo que respecta a un proyecto musical de esta envergadura, mediante la cual el director decidió que los actores cantaran en vivo en el set utilizando un auricular en sus oídos, a través del cual escuchaban la música en piano que más tarde sería reemplazada por una orquesta, "Los Miserables" es una experiencia visual con una lograda recreación de época, diseño de vestuario, maquillaje y efectos visuales y sin dudas, una propuesta para pocos (los amantes del género musical, salvo excepciones) que ha sido aclamada por muchos.
Uno puede decir que esto es una “adaptación al cine” de la obra de teatro musical basada en la novela de Víctor Hugo. Pero no, no es una “adaptación” sino una traslación: el trabajo del realizador Tom Hooper se reduce en este film a elegir más o menos el casting y a mover la cámara de modo decorativo e innecesario. Lo más importante de la película, más allá de las (pocas) secuencias de conjunto que aparecen en la segunda mitad, cuando se reproducen las barricadas parisinas de 1932, es ver gente cantando a cámara y explicando lo que nada más explica. De hecho, el espectador no comprenderá ni la obsesión de Javert, ni el amor de Cosette, ni la desesperación de Valjean salvo porque lo dicen (cantando, bueno, pero solo “lo dicen”). Si este es un defecto del material de base, el realizador -al no “adaptar” lo que tiene- no lo corrige. Porque lo que hay es una antología fotográfica de gente que canta declamando, nada más. Y por eso, además, el film resulta larguísimo y aburre: en el cine no hacen falta canciones tan largas.
Drama musical sobre las desgracias de un grupo de marginados en la Francia de a principios del siglo 19. A pesar de ser visualmente monumental o ser musicalmente fantástica, la película carece totalmente de ritmo haciendo que sus dos horas y media de duración se vuelvan interminables. Los actores o cantantes dan lo mejor de sí en brillantes números musicales, pero nada pueden hacer ante una flojísima historia y una ambientación que grita falsedad. "Los miserables" termina siendo simplemente una experiencia agotadora, que tal vez vista de forma segmentada funcione mejor. Originalmente una famosa obra de Broadway, esta película nunca logra ser íntegramente una adaptación al cine. Al final resulta ser más teatro filmado que otra cosa y esto se debe principalmente a que los actores son muy ampulosos y el espacio siempre es muy limitado. Si bien el nivel interpretativo mantiene ese registro por toda la película volviéndolo algo natural, el ambiente falla notablemente al encerrarse en simples locaciones de cuatro paredes sin traslaciones o movimientos. Incluso parece que la novedosa idea de hacer las grabaciones en vivo, provocó que los actores canten solamente en largos primeros planos, lo cual es una desgracia porque, de haber sido de otra manera, se hubiera podido explotar las escenas de manera más cinematográfica. Aunque es cierto que todos los números musicales son de gran calidad (hay mejores y peores), los excesos de duración en varios de ellos traban por completo a la historia, sobretodo en la última hora. Con cada canto la trama se pausa, son muy pocas las canciones que ofrecen desarrollo narrativo, ya que la mayoría habla de sentimientos o decisiones a realizar. Incluso cuando la música cesa y hay acción, la película se vuelve todavía más torpe. Todo esto termina provocando indiferencia y hartazgo. Si hay alguna razón por la cual "Los miserables" no funciona es simplemente porque es más una copia que una adaptación. Por lo tanto, nadie quiere imitaciones solo desea el original.
La música toma la palabra El teatro musical divide las aguas. Los fundamentalistas de la acción en vivo quizás no acepten encantados la versión de Los Miserables que dirigió Tom Hooper. Ni qué hablar de los seguidores de Víctor Hugo y su monumento narrativo. La puesta cinematográfica ensambla el drama personal, la composición de personajes con un elenco de estrellas, los montajes visual y sonoro, y la fuerza del romanticismo en esencia, pero con las licencias que Hollywood exige. El horror ante las tragedias individuales y colectivas cruza como un relámpago por la mirada de los personajes y muere ahí. Las voces acompañan el tono dramático aunque no todos los registros están cómodos con la partitura. Ocurre con Crowe, el actor que, además, tiene tanta presencia que eclipsa al despreciable Javert. Hugh Jackman logra un protagónico pleno como el doliente Valjean y su voz envejece con el hombre, en tanto Anne Hathaway es una Fantine bella aun en la desesperación. La actriz arremete el clásico por el camino de la fragilidad y ofrece su versión de I Dreamed a Dream (Soñé una vida), tema que popularizó Susan Boyle. Se destacan Samantha Barks y los niños, Daniel Huttlestone (11 años) como Gavroche, el chico de la barricada, e Isabelle Allen (10 años), Cosette niña, ambos con experiencia en sus respectivos roles, en la puesta teatral londinense. Al dominio vocal de Barks se suman los agudos de Amanda Seyfried; el color en la voz de Eddie Redmayne, un tenor exquisito en el papel de Marius Pontmercy, así como la contundencia de Aaron Tveit, Enjolras, el líder revolucionario. Tom Hooper no ahorra grandilocuencia en las escenas corales: presidiarios miserables que cantan; el pueblo sometido (One Day More/Sale el sol); la movida en la taberna de los Thénardier; los preparativos de la revolución (Do You Hear the People Sing?/La canción del pueblo); las consignas de los jóvenes. Los Miserables describe la redención de un hombre que vence los miedos y alcanza la gracia divina. Aun cuando la mirada simplifica las cuestiones de fondo, la película es un canto humanista. Víctor Hugo, que aseguró que mientras hubiera pobreza e injusticia en el mundo, libros como el suyo seguirían siendo útiles, renace como el héroe romántico de su magnífica obra.
A veces deslumbra, a veces agobia Es algo larga y grandilocuente, pero supera dignamente la dificultad y el desafío de poner en pantalla una exitosa comedia musical. Y tiene un acabado de producción, un lujo visual y un despliegue de diseño que mejoran mucho su puntaje final. El denso y conocido relato combina sucesos históricos y drama personal en un escenario de revuelta donde el amor es una propuesta heroica y lo que sobran son pasiones e injusticias. La tragedia de ese pobre hombre que va a parar a la cárcel por robarse un pan, se articula en una historia de amor y unos pincelazos (muy artificiosos) sobre el clima revolucionario en la Francia del siglo XIX que apura la restauración de los borbones. El filme es la transcripción muy respetuosa y respetable del consagrado musical que lleva la firma de Alain Boublil y Claude-Michel Schönberg. La realización de Hooper (el del “Discurso del rey”) apostó a la fidelidad: poner en pantalla el espíritu y los resortes de esta comedia y sumarle algo de cine: montaje ágil, movimientos de cámara muy cuidados, escenarios reconstruidos, aire y algunos efectos. Lo esencial del espectáculo siguen siendo sus inspiradas canciones y sus coreografías. Ellas le dan sustancia y acaban determinando el tono de una película de gran aliento, que debe vencer la resistencia que generan los filmes donde todo es cantado, que luce mejor al abordar las peripecias individuales que en el registro coral de los sucesos, pero que tiene un gran elenco, hermosos y tocantes momentos (conmueve Anne Hathaway al entonar, en un solo plano y con sonido directo, el hermoso “I dreamed a dream”) diálogos inspirados y magníficos temas musicales.
Excelente versión para aplaudir de pie “Los miserables” cuenta la vida de Jean Valjean, el hombre que por robar un mendrugo de pan para su sobrino, es encarcelado y al cumplir su condena rompe la libertad condicional y es perseguido durante años por el Oficial Javert incluso cuando la vida de Valjean cambia al hacerse cargo de Cosette, la hija de la humilde trabajadora Fantine. Esta historia es conocida por ser uno de los más renombrados libros de Víctor Hugo y por su versión musical que se convirtió en uno de los máximos exponentes del género. En la historia del séptimo arte el traspaso de un musical del teatro al cine ha tenido resultados muy disímiles. Tom Hooper, director de “El discurso del Rey”, logro una magnifica puesta de esta maravillosa historia. Logro que todas las emociones que se transmitían en el musical, las pueda percibir y sentir el publico que la vaya a ver al cine. Para eso, además de la magnifica música e historia, cuenta con un fantástico trabajo de Hugh Jackman que se carga el papel protagónico con una ductilidad y una voz increíbles. A Jackman lo acompaña un muy buen elenco. Russell Crowe es quizás lo más flojo aunque igual cumple en muy buen trabajo. Amanda Seyfried y todo el elenco secundario logran un bloque de excelencia en cuanto a la actuación y las voces. Cabe destacar en el elenco, además de Jackman, a Anne Hathaway que en un trabajo sublime logra que el espectador no pueda dejar de sentir la misma angustia, dolor y emoción que su personaje. Cabe aclarar que el director hizo que los actores cantaran en vivo, es decir sin un doblaje posterior, con lo cual es trabajo de los mismos (así como del director y de la parte de sonido) es doblemente meritoria. La película además cuenta con una muy buena fotografía y un montaje donde no sobra ni falta nada. El film dura más de dos horas y media y sin embargo no se sienten en lo más mínimo. “Los Miserables” es un film que, incluso pueden llegar a disfrutar aquellos que no son muy afines a los musicales. “Los miserables” es un film, poético, dramático y maravilloso que se merece que al final, como en el teatro uno se levante y aplauda de pie.
Canciones que cansan Si faltaba una versión de Los miserables en ser llevada al cine (las hay fieles al texto, las hay libérrimas), esa era la musical, la traslación de la producción que desde hace varios años brilla en teatros de todo el mundo. Y llámelo usted lobby o como quiera, pero uno sabía que ni bien llegara a la pantalla grande, el film sería tenido en cuenta a la hora de los premios: aunque sus resultados artísticos estuvieran bastante lejos de ser los adecuados. Que el director fuera el mismo impersonal de El discurso del rey (película inane que hace dos años ganó el Oscar), no hacía más que fortalecer su prestigio de cartulina. Por lo tanto, aquí nos llega esta Los miserables, con sus varias nominaciones sobre los hombros y con un potencial rédito en boleterías construido a partir de su trascendencia autoimpuesta: con este film como con muchos otros que hoy parten de la industria, pasa que se construyen como fenómenos antes que como películas. Y si como acá le sumamos el peso intelectual de la obra de base (en este caso por partida doble: el texto de Víctor Hugo y el celebrado musical), sin dudas que estamos ante una de esas películas que no admiten críticas negativas. Aunque las merezcan. Y hay que decir: esta Los miserables dirigida por Tom Hooper tiene bien todo aquello que estaba bien en la obra original (los personajes y sus dilemas son universales y a la vez vívidos, especialmente el conflicto del policía Javert), pero no logra incorporarle una mirada personal ni contar con fluidez aquello que ocurre. Por el contrario, a la ilación sin ton ni son de canciones (en 158 minutos que son como un loop interminable), Hooper le agrega una única idea de puesta en escena que en un comienzo puede ser novedosa pero luego se repite perdiendo toda fuerza: el director planifica varios solos de los personajes, cantando en primeros planos casi sin cortes, en versiones sucias, desprolijas, alejadas de lo académico (lo de Russell Crowe bordea el atrevimiento descarado), queriendo dar una noción de realidad y continuidad. Y esto, salvo en el muy comentado número de Anne Hathaway, una actriz dotada vocalmente y a la vez con un sentido trágico en su actuación que combina bien con el aire de la obra, rara vez genera resultados positivos. Así, Los miserables se repite en una monotonía de puesta en escena que atenta contra el movimiento que debe tener el musical. Particularmente no entiendo a estos musicales que están más cerca de lo operístico, con su escasez de movimientos y su preponderancia de primeros planos, que de lo realmente cinematográfico: ya no hay coreografías, no hay baile, sólo personajes contando y cantando todo lo que les pasa. Porque además Los miserables de Tom Hooper es de esos musicales donde no hay diálogos dichos de manera tradicional, y hasta el “buen día” se dice cantando. Algo que ya había demostrado Hooper en su anterior El discurso del rey, aquí se repite hasta un hartazgo redundante: la imagen sobra, el encuadre es convencional, la dirección de arte es una ilustración funcional y las emociones se verbalizan constantemente. De ahí que lo que les pase a los personajes genere escaso compromiso para el espectador: aquí no hay emoción alguna porque mientras por un lado las canciones se encargan de decir todo, por el otro no hay escenas narrativas entre canción y canción. Los personajes, claro, son un concepto escasamente desarrollado y sumamente lineal. El musical, un género que estuvo muerto durante varias décadas en el cine norteamericano, encontró en la traslación de varios musicales de Broadway un camino para la resurrección. Pero con estos proyectos pasa lo mismo que con las adaptaciones de novelas de moda: hay un excesivo respeto por la fuente original y una utilización del cine como mera herramienta ilustrativa. Salvo Moulin Rouge! -que de paso era una obra original y no una adaptación-, un musical que miraba al pasado para revisitarlo a la vez que daba uso de herramientas contemporáneas para asumirse como una obra de su tiempo, no hubo en ninguna de estas películas algo que justifique su traslado a la pantalla. No hubo nunca un repensar el lugar desde el cual hoy un musical es válido en el cine. Con Los miserables pasa lo mismo: algunas canciones funcionan, algunas actuaciones le aportan algo de gracia, pero en líneas generales su director carece de un ojo que haga de este un film reflexivo y ni siquiera resulta el gran espectáculo que su nivel de producción hace prever.
Alguien podría afirmar luego de leer estas líneas que su autor no adscribe al género musical en el cual se encuadra la producción británica de “Los miserables”, de corte netamente hollywoodense, que llega a nuestros cines. Nada más desacertado. Precedida de varios premios, algunos justificados, como el que se le otorgo a Anne Hathaway por su composición del personaje de Fantine. Dirigida por Tom Hooper, ganador del Oscar 2011 con “El discurso del Rey”, tiene ocho nominaciones a los próximos premios que entregará la Academia de Hollywood. Pero es un musical, y su principal pecado es que llega en un momento en que la música grandilocuente, pomposa, empática, se hace insoportable, muchas veces ayudado por interpretaciones vocales paupérrimas, tal el caso del muy buen actor Russell Crowe, en la piel del policía Javert, antagonista del héroe, que aquí carraspea más que canta. Un escalón más arriba aparece Hugh Jackman personificando a Valjean, el verdadero protagonista. Ellos son quienes transitan con sus vidas a lo largo de todo el relato. La mencionada Anne Hathaway. y en menor medida, sólo por el tiempo en pantalla, la siempre sorprendente Amanda Seyfried, personificando a Cosette, la hija de Fantine, son quienes levantan con sus interpretaciones la calidad del producto en cuanto a actuación bien secundados por un grupo de actores, la mayoría jóvenes, que dan con el tono y el registro que el drama necesita. Por supuesto que la producción denota con la puesta en escena, el diseño de arte, escenografía y vestuario, una recreación de época impecable, una excelencia exacerbada por la muy buena fotografía e iluminación. Esto es, que en cuanto a producción es muy prolija y nada hay que no pueda ser calificado como superproducción, pues lo es y se nota. El otro problema que se suscita es el abuso de planos cerrados sobre los protagonistas, situación que sólo puede ser disfrutada en una escena trabajada casi toda en un primer plano pero, claro está, sobre Anne Hathaway quien sostiene toda la escena. Es el cuadro musical más emotivo, donde todo esta puesto para el lucimiento de la actriz y ella no lo desaprovechó. Lo demás transita entre primeros planos, planos medios y planos generales cortos muy cerrados y temporalmente largos, que producen hastío. Pero estos rubros, tanto técnicos como artísticos, quedan relegados a un segundo lugar, y no pueden ejercer una influencia definitiva sobre el producto terminado, pues lo que falla es aquello que debería constituirlo para atrapar al espectador, lo ya referido a una música empalagosa y algunas interpretaciones. Convengamos que dura dos horas treinta y siete minutos, casi no hay diálogos, todo es cantado, difícil de continuar con la ilación dialogística entre los personajes, y esta cuestión asimismo atenta contra la posibilidad de mantener la atención constante del espectador. En realidad, y agrego algo demasiado personal, lo que más me subleva de la versión musical de la novela de Víctor Hugo es la tergiversación en cuanto a los conceptos que articulaba el gran autor francés, donde claramente los temas que exponía eran el bien y el mal, la injusticia ejercida por aquellos de los que imparten la ley, la política, la ética, la moral, la religión, poniéndose claramente en contra de los castigos desmedidos, en contra de la pena de muerte, y realizaba una radiografía exhaustiva de la sociedad francesa de esos años. “Los miserables” para Hugo no estaban determinados por su condición social, no lo establecia a partir de la pobreza, del hambre, o la miseria, sino por los actos. Eran, a mi entender del texto original, los inmisericordiosos, los que hacen alarde del poder, ya sea policial o económico, los egoístas, los envidiosos, hasta coloca en esa categoría a los lacayos del poder instituido, aquellos que delatan a los de su misma condición por agraciarse con el poderoso, ya sea el dueño de una fábrica con pautas legales injustas o un policía impiadoso. En esta traslación, o adaptación, llámela como quiera, da vuelta los conceptos y pone en categoría de miserables a los que se sublevan, a los pobres, a los que alguna vez fueron castigados desmedidamente y cargan con la marca, pero que intentan escaparle a su predestinación. De esta manera suicidan el alma de la novela, y esto, no importa si es una adaptación del musical, su origen es literario, y esta dicho en la película.
La voz de todos los miserables del mundo La novela clásica tuvo una veintena de adaptaciones a la pantalla grande. En esta oportunidad, cada escena de este musical, de esta alegoría universal se puede leer como una gran metáfora sobre el reclamo de los Indignados de Hoy, ante una política económica y social que deshumaniza. Publicada en 1862, de manera simultánea en las ciudades de Bruselas y París, tras treinta años de revisiones, la hoy ya clásica novela de Víctor Hugo que sólo fue levantada del Index (el catálogo de los libros prohibidos por la iglesia católica) en 1959, mereció más de veinte versiones en el cine, ya desde los años del silente; registrándose una primera proyección en 1909, seguida por la del 17; además de señalar que hay versiones televisivas, ambientadas en diferentes épocas, ya que la problemática que el texto plantea va más allá de su tiempo histórico y se universaliza allí donde la acción del poder se manifiesta a través de las acciones injustas, en la opresión que ejercen los poderosos sobre los carenciados y en las mismas acciones de lucha por conquistar la libertad. Desde hace varios años, la puesta de "Los Miserables" es los escenarios de Broadway y Londres sigue conmoviendo a toda una platea. Y ya algunos de sus temas, de sus canciones forman parte del repertorio de reconocidos cantantes. Con ocho nominaciones para el premio Oscar (para este crítico, hasta ahora, el único film, de los vistos, digno de ser considerado y admirado!), "Los Miserables", sin embargo, no despertó, en nuestro país, en las páginas de los diarios la respuesta esperada. Por el contrario, en algunos medios, se puede leer que un puntaje mucho más alto fue el que recibió un film serial como "Duro de matar, un buen día para morir" de John Moore, con un trasnochado Bruce Willis y no este film realizado por Tom Hooper, cuyo antecedente más inmediato nos lleva a ese pasaje de la vacilación y tartamudez a la valoración y reconcimiento de una propia identidad y de su propia voz del personaje central, gracias a la labor de un gran maestro; roles que interpretan en "El discurso del rey", de manera admirable, Colin Firth y Geoffrey Rush. En ese París post?revolucionario, en los años de la restauración monárquica ? la acción de "Los Miserables" se abre en 1815?, la historia de Jean Valjean, perseguido por años por haber robado un trozo de pan, por el despiadado inspector Javert, se transforma hoy en un símbolo universal, abre a una serie de cuestionamientos y pone en el centro de la discusión aspectos como los que preocupaban al mismo Víctor Hugo, tales como el de la pena de muerte. La historia de estos dos personajes que se dirimen en un terreno de fugas y de enmascaramientos se interna en el de otro personajes, como el de la trabajadora Fantine, quien deberá soportar toda una oleada de maltratos y humillaciones: madre, de la pequeña Cosette, personaje que al entrar en la escena de la vida de Valjean le imprime un significativo y trascendental giro en su vida. Desde mi punto de vista, me resulta más que destacable la decisión de Tom Hooper de que los personajes cantasen directamente frente a cada situación, sin doblaje posterior. De esta manera cada escena de este musical, de esta obra coral, de esta alegoría universal se puede leer como una gran metáfora sobre el reclamo de los Indignados de Hoy, ante una política económica y social que deshumaniza e intenta poner a gran parte de la población de rodillas, se vuelve puro presente y la verosimilitud nos alcanza, conmoviéndonos, hasta el llanto, llevándonos a buscar las manos del amigo, de quien está junto a nosotros. Ante comedias que se plantean como dramáticas para resolverse desde un facilismo insultante, tal como "El lado luminoso de la vida" (por lo menos, así lo creo yo);o bien film que parecen adoctrinar al espectador sobre la necesidad de instrumentar la tortura para garantizar la seguridad y el orden , la llamada paz universal, como lo preconiza la tan mimada directora de "La noche más oscura"; o de obras como el de un siempre excedido y cínico Quentin Tarantino para quien la violencia social parece ser sólo un pasatiempo lúdico y un clin?caja, ahora en versión re?revisionista con "Django sin cadenas"; frente a films como estos, celebro, sin conocer muchos de los otros nominados, excepto la solemne y retórica "Lincoln" de Spielberg, pero con un necesario debate sobre el alcance del sistema democrático; vuelvo a destacar, desde mi elección, a este film, "Los miserables" por hacer posible recuperar ese sentimiento colectivo y solidario, desde un proyecto que permite recuperar el concepto de utopía y que me lleva a pensar en tantos films de aquellos años 70; en otro musical de aquellos años, centrado en otros aspectos, claro está, pero con un espirítu de un apostar a un tiempo de transformaciones, de cambios; tal como lo fue "Hair" de Milos Forman. Para su puesta en escena, para la reconstrucción de época, Tom Hooper miró hacia una pinacoteca del siglo XIX. Y la luz de cada escena permite recrear dramáticamente el conflicto individual de cada personaje, el que se irá proyectando hacia lo colectivo. La composición que logran los actores es realmente, desde mi parecer, admirable, digna de subrayar. No hay heroicidad; solo aliento y fuerza en lo coral. Cada historia personal se enmarca en una historia de clase social. Y el tema de la redención de la toma de la conciencia nos lleva a una situación que siempre se mostró desde un caminar en un terreno de cornisa y desde una mirada que jugó en el vacío, tal como le cabe al inspector Javert. ¿Cómo se puede hablar entonces de actores principales y secundarios?. ¿Por qué ubicar a Anne Hathaway, como Fantine, en la categoría "actriz secundaria" teniendo en cuenta sólo el tiempo de su participación temporal en el film y no lo que su presencia en el mismo marca, en la huella que deja, en el devenir de la misma historia?. Y es ella, Fantine, quien nos hace llegar primero esta canción, hoy ya inmortalizada "I dreamed a dream", ahora, en la voz de la misma actriz; el que adquirirá carácter de leit? motiv y se volverá a escuchar en otros momentos del film y en la voz de otros personajes. En una de sus estrofas, en esta traducción realizada por la Lic. Magdalena Aliau, podemos leer, siguiendo la melodía de la canción: "...Pero los tigres vienen de noche/con sus voces como truenos/y como arrancan tus esperanzas/ transforman tus sueños en vergüenza...". Afuera, la lucha por los derechos, por la libertad, por esos ideales, continúa. Y es ese canto colectivo final, de casi todo un pueblo, el que corona y celebra este excepcional film que felizmente, hoy, nos sigue transmitiendo, ese ideario de los románticos; ante una lógica de normas y preceptos que intentan instalar el conformismo, la resignación y otras formas de alienar los sentidos.
La obra de Victor Hugo ya había sido adaptada tanto al cine como al teatro musical. En este caso, y bajo la dirección de Tom Hooper, un realizador a quien claramente le falta algo de pulso para este tipo de propuestas, llega a la gran pantalla la versión musical de una de las historias más representativas del género. Condenado a casi dos décadas de prisión por robar una hogaza de pan, Jean Valjean es liberado de prisión y pronto descubrirá que reinsertarse en la sociedad, con el peso de ser un ex convicto, no será sencillo. Decidido a borrar su pasado, viola la libertad condicional y desaparece, creando una nueva identidad. Ocho años después y ya como alcalde, aún vive atormentado por el fantasma de Javert, el oficial que lo perseguía a sol y sombra. Sin embargo, su vida dará un vuelco cuando decida hacerse cargo de Cosette, la hija de Fantine, empleada de su fábrica a quién dio la espalda en el momento en que más lo necesitaba. La crudeza y el dramatismo que alcanza la versión teatral de Los Miserables es tan grande que era difícil poder recrear en pantalla aquello que algunos tuvimos la posibilidad de ver en vivo. En especial porque Hooper se decide por un tono estático, sin apostar por los recursos y las variantes que el cine podía aportarle a una estructura esencialmente de teatro. Acertaron en la decisión de que los actores/cantantes interpreten sus canciones en el set, registrando el audio original y no apelando al playback que resta espontaneidad y calidez a las actuaciones. Hugh Jackman y Russell Crowe son gratas sorpresas es sus facetas musicales, Amanda Seyfried revalida su lugar ganado en Mamma Mia, y el bizarro dúo compuesto por Helena Bonham Carter y Sacha Baron Cohen parece salido de un film de Tim Burton, aportando algo de humor a tamaño e intenso drama. Pero nada de lo que se pueda decir alcanza para describir el magistral trabajo de Anne Hathaway como Fantine. Su interpretación de “I dreamed a dream” alcanza tal intensidad y emoción que al resto de las canciones le cuesta estar a su altura. Sólo poder apreciar y disfrutar esa escena bien vale el precio de la entrada.
Contra cualquier pronóstico, el comienzo de Los miserables deja ver los contornos de un objeto opaco e inestable, cuyo único fin parece ser desquiciar a su público, sacudirle el piso hasta dejarlo ya sin certezas. Lejos del film de diseño que atacan la crítica y el periodismo en general, ese principio ofrece un producto un poco monstruoso que no parece proponerse otra cosa que desbalancear al espectador, desorientarlo como lo haría una buena película negra. Tom Hooper respeta y traiciona a la vez el origen musical de Los miserables. Por un lado, los actores cantan en directo y no sincronizados con la pista de audio extradiegética, algo casi imposible de hallar en la historia del musical en cine. Por otro, el director aprovecha al máximo los recursos visuales que una obra de Broadway jamás podría ofrecer, como queda bien en claro en la primera escena con primeros planos, ángulos contrapicados y un enorme uso de CGI. Hooper no es respetuoso con ninguna de sus fuentes, pero decide ser fiel de manera casi fanática al ritmo de la obra original; el devenir de la narración pasa a ajustarse y a depender ciegamente del tempo musical. Las canciones dictan sus términos al relato y las imágenes, y así el guión recurre a la elipsis y no alcanza a desarrollar demasiado la historia de Jean Valjean, aumentando todavía más el desconcierto general. Hay algo perverso en ese forzar en directo las cuerdas vocales de los intérpretes, sobre todo en algunas escenas que duran más que las otras. Digo perverso porque el resultado no es precisamente un dechado de virtuosidad: salvo Anne Hathaway y los chicos del final, la mayoría canta mal, desafina, tiene problemas para llegar a las notas altas, no se acopla sonoramente con el resto. Hooper no parece interesarse tanto en la belleza del canto como en la curiosidad de su dispositivo (actores que cantan cada canción in situ) y en sus resultados deformes. Deforme, claro, como la manera en que Los miserables concibe el musical en general, por ejemplo, en ese amague de coreografía que hacen las prostitutas y que queda trunco, o en la composición increíblemente disímil de los solos (uno en plano general y en movimiento, otro en un plano único y estático). Tampoco es muy normal el retomar la premisa de una película como Los paraguas de Cherburgo de Jacques Demy, donde todo, absolutamente todo se comunica cantando, solo para después quebrarla alternativamente con pequeños parlamentos que son dichos sin entonación, hablados como diálogos normales. No se sabe si Hooper es o se hace, lo que es seguro es que su película parece a veces una creación frankensteniana que, por obra de algún milagro, puede poner un pie delante del otro y, torpemente, caminar. Si los dotes vocales de Hugh Jackman distan mucho de ser elogiables, qué hay que decir de los pobres intentos de Russell Crowe, el intérprete más clásico de todos los presentes que actúa solo con la rigidez de su rostro por el que no pasan las emociones y hay que adivinarlas en algún imperceptible movimiento de las cejas o los cachetes. Es como si esto fuera una reunión de desclasados musicales que se juntan para hacer una película imposible en la que la gente se permite cantar mal (proyecto nada despreciable al que se sumarán más tarde Sascha Baron Cohen y Helena Bonham Carter). Pero cuando uno creía haber encontrado un lugar seguro desde el cual mirar, Anne Hathaway llega para decirnos que nos equivocamos, porque la facilidad con la que recorre distintas tonalidades y se sirve de ellas a gusto viene a romper con la tosquedad masculina anterior, y encima todo lo realiza en ese prodigio cinematográfico que es I Dreamed a Dream, en plano secuencia de algunos minutos donde la actriz, sin importar el compromiso que el público haya desarrollado con las imágenes, es capaz de arrancarle el corazón del pecho al espectador y estrujárselo brutalmente frente a sus ojos. Si al director se lo puede acusar de estar leyendo el original demasiado de cerca en ese momento, el sufrimiento que logra extraer de la cara desfigurada por el de dolor de Hathaway (cara que la cámara observa insistentemente y sin piedad, sin cortes) enseguida compensa la situación e inclina nuevamente la balanza hacia el lado de la desmesura y el caos. Hasta allí, Los miserables es una experiencia que, por obra de su propia falta de rumbo y planes estéticos, resulta inestable y barre permanentemente con la seguridades y la comodidad del que observa. La película pide un esfuerzo de adaptación notable, incluso (o sobre todo) a los curtidos en el género. La trama y las imágenes confunden más de lo que aclaran, como recordándonos que en un musical la atención debe estar dirigida a las canciones y no a la construcción de caracteres y de un mundo, pero al mismo tiempo nos confronta con unas voces que escapan al registro esperado. Entonces: ¿cómo hay que ver Los miserables? ¿Se la puede disfrutar? El engendro de Hooper, ¿acaso propone un gozo distinto, que se apoya en un desvío de las normas y la etiqueta del musical y quiere fijarse en el descalabro de las voces, los planos y el relato, y en la exhibición de esa monstruosidad? La respuesta llega con la farsa a cargo de Sascha Baron Cohen y Helena Bonham Carter (que ya habían compartido otro musical, Sweeney Todd), cuando los contornos de la película se vuelven nítidos de a poco y el guión expulsa el aire contrahecho de la primera parte. Ahora todo se entiende, todo es claro, Los miserables sabe a dónde va y cómo lograrlo, e inmediatamente se torna previsible, cómoda y extremadamente aburrida. Todo se vuelve rutinario, como si la historia que transcurre lo hiciera solo por obligación, para contar el destino final de los protagonistas o para justificar el precio de la entrada. Del ejercicio aberrante del comienzo se pasa sin escalas al armado de un producto lustroso y prolijo que parece un musical adolescente de época con ídolos teens a lo Disney. De ese principio prometedor y áspero (por momentos, felizmente áspero) no queda nada salvo una sorpresiva y salvaje muerte de un niño en plano, que viene a ser un resto inconexo y errático de la violencia de la primera parte.
Tuve un sueño Toda la grandilocuencia de un musical hecho con talento y esfuerzo, formalmente impecable y por completo carente de nuevas ideas. Tom Hooper, el sobrevalorado director de la multipremiada El discurso del rey (2010) se confirma como un laborioso artesano de retratos de época, muy hábil para lograr el lucimiento de cada uno de sus actores. Y es probable que su película se lleve algún Oscar, sobre todo en los rubros técnicos y por la actuación secundaria de la versátil Anne Hathaway. No soy para nada fan de los musicales, menos de los dramas, pero disfruto de los directores talentosos como Jacques Demy que saben crear universos propios cuya fluidez permite vencer el artificio de las transiciones. Cosa que claramente no se logra en este caso, donde cada tema musical es precedido por una escena hablada que duplica lo que se quiere contar, hasta generar una sensación de hastío y volver excesivas las más de dos horas y media de duración. El irónico problema de Los Miserables, entonces, es que derrocha demasiado tiempo y talento.
Existía un viejo programa llamado "Talk it" al cual uno podía ingresarle texto, seleccionar una voz y tonada en particular y escuchar cómo una suerte de robot lo reproducía. La más divertida de las voces era sin dudas una llamada "singing boy" (chico que canta), y lo gracioso era que indiferente del texto que se le ingresara, ya fueran rimas consonantes o asonantes, todo sonaba forzadamente fuera de tono y mal cantado. Los miserables es bastante similar a eso. Parece como si el director se hubiera bajado el "Talk it" e insertado el guión entero de la película para que lo cantara el singing boy (o la singing girl según corresponda). Resulta gracioso ver cómo la progresión narrativa de Los Miserables se ve acompañada por el forzado canto de sus protagonistas. Algunos se suicidan, se enamoran, cambian de vida y toman decisiones radicales exteriorizando y explicitando pensamientos cantados solo porque el guión dictaba que así debía ser. No alcanza con contratar a actores que sepan cantar y tengan buena presencia en pantalla para contar una buena historia a modo de musical. Hugh Jackman, Anne Hathaway y Russel Crowe (y todos los que los acompañan) demuestran que pueden cantar y que saben lo que están haciendo, pero aquí el error parte del guión y la dirección. La reiteración de primeros planos se vuelve increíblemente molesta. Cada vez que la cámara se acerca suavemente hacia la cara de uno de los personajes y empiezan a esbozar gestos de sufrimiento sabemos que a la brevedad estaremos escuchando otro dialogo cantado (porque no parecen canciones, sino diálogos cantados). Y lo peor de todo es que esto sucede de manera constante. De los larguísimos 158 minutos de cinta casi el 100% está compuesto por diálogos cantados, prácticamente no hay lugar para parlamentos comunes y corrientes. Como si fuera poco la división de las escenas está dada casi siempre por fundidos a negro, ya que las mal llamadas canciones se encadenan una tras otra sin dar respiro. He aquí una grave malinterpretación del concepto de musical. Probablemente el director Tom Hopper (responsable de la ganadora del Oscar "El discurso del Rey", esa película ideal para ver un Domingo con el suegro) quiso acercarse más a tono de una ópera, pero al quedarse en algún lugar intermedio falló considerablemente. Que no resulte extraño si en medio de la proyección se oyen risillas viniendo de distintas zonas de la sala. Uno puede creer que se trata de un proceso de acostumbramiento, ya que el público no está tan habituado a los musicales (menos a uno como este) y que a medida que la película progrese se adaptarán y dejará de parecerles jocoso. Pero no. Las risillas persistirán durante las largas 2hs y media de metraje.
El musical de la discordia La película de la discordia, con una legión de seguidores fanatizados y otra legión de detractores encolerizados, la merecedora o no merecedora de los premios cinematográficos que obtuvo, la redención de la obra de Víctor Hugo o la adaptación más irrespetuosa de todas y algunas polémicas más. La verdad que este musical a cargo del director Tom Hooper ("El discurso del rey") ha dado mucho de que hablar, algo que personalmente me cuesta comprender, sobre todo a aquellas personas que están atrincheradas de un lado del ring o del otro. No concuerdo con ninguna de esas dos campanas extremistas y paso a explicar el porqué. Es innegable que "Los Miserables" es una novela trascendental, con un abordaje sobre la naturaleza humana maravilloso, con muchas declaraciones políticas, religiosas y sociales fundamentales. Cada uno de los personajes creados por Víctor Hugo son sencillamente fantásticos, por lo tanto, es de fanático desmedido alabar a Tom Hooper como si la historia se le hubiera ocurrido a él. Gran parte del éxito de la trama viene dado por la excelencia de la novela misma. Pero entonces,¿hay mérito de Hooper? Por supuesto, no cualquiera puede adaptar un clásico como "Los Miserables", para esto hace falta talento y recursos, dos factores con los que contó el director inglés. La combinación de ambos lo llevó a varios aciertos, como por ejemplo la magnificencia de su puesta, ambiciosa y atractiva. La fórmula talento-dinero también le rindió frutos con la elección del cast, con figuras importantes como Hugh Jackman (Valjean), Anne Hathaway (Fantine), Russell Crowe (Javert), Amanda Seyfried (Cosette) y otras luminarias del Hollywood moderno que hicieron un trabajo comprometido, un poco exagerado en algunas secuencias, pero comprometido y con mucho espíritu. Lo último para resaltar creo que tiene que ver con la visión del director, la capacidad para contar una gran historia como esta y entretener a la mayoría de los espectadores. Ahora, también hay cosas criticables que van más allá del gusto personal. Si han leído mis críticas anteriores a musicales, sabrán que no soy un gran fanático de este género, pero sí trato de ser objetivo. El hecho de que el film fuera prácticamente un 95% cantado le jugó en contra. Se le podría haber dado algún respiro al espectador entre escena y escena. Algunos diálogos exigían una conversación normal y no declamaciones que terminaban sonando irritantes, sobre todo si los protagonistas no eran cantantes profesionales u superdotados, como el caso de Crowe o Jackman, que canta muy bien pero se le notaron algunas flaquezas. Otra cuestión negativa tuvo que ver con la duración del film y el uso de la cámara en algunas secuencias. 158 minutos, de los cuales aproximadamente 140 son cantados, es mucho... es agotador salvo que ames con toda tu alma a los musicales. Por otro lado, Hooper decidió utilizar la cámara en mano (o símil) para varios momentos de la cinta, cuestión que llegaba a cansar la mirada y a distraer bastante después de la primera hora y media. El drama y la tensión tienen que ser creados principalmente por la interacción de los personajes en la historia, no por el uso alborotado de la cámara. En un balance general, diría que Les Mis es un trabajo bueno, con algunos aciertos esenciales y también con algunos errores que se podrían haber pulido, pero nunca diría que se trata de una obra de arte esencial o un mamarracho como algunos enojados andan pregonando. Es un entretenimiento digno, para disfrutar de una historia relevante en formato musical.
Les misérables es la puesta en marcha de toda la maquinaria de Hollywood: un elenco de superestrellas, el género musical (en el que son los mejores, sin duda) y una historia edulcorada sobre el amor, la libertad y la igualdad. Escrita en 1862 por Víctor Hugo durante su exilio, se convirtió en un musical de Broadway en la década del ’80 con música de Claude-Michel Schönberg y en un film a fines de la década del ’90 con Liam Neeson en el rol de Valjean y Geoffrey Rush en el de Javert. La historia es la de un prisionero que tras 19 años de encarcelación por robar una hogaza de pan, es puesto en libertad condicional. Pero para librarse de su pasado, viola esta libertad, y se convierte al cabo de los años en un próspero ciudadano. No corre la misma suerte su empleada Fantine, madre de Cosette, quien acusada injustamente muere en la absoluta pobreza. Valjan se hace cargo de la niña, y deberá decidir si ayudar al amor de la joven, un revolucionario francés, mientras Javert lo persigue sin tregua. Definitivamente hay muchos aciertos en esta versión de dos horas y media de duración, siendo el primero que pese a su extensión no decae en ningún momento. Otro de los grandes méritos es que las canciones no fueron grabadas con meses de anticipación, como suele suceder en este tipo de producciones, sino que se grabaron en vivo en el set de filmación para capturar la espontaneidad de la performance. Son precisamente las actuaciones (dramáticas y musicales) el plato fuerte del film. La nominación al Oscar de Anne Hathaway está más que merecida, no tanto así la de Hugh Jackman, cuya actuación, aunque correcta, no es impresionante. Gran trabajo de actuaciones, de maquillaje, de vestuario y puesta en escena, son las claves para producir un film exitoso. No se le puede reprochar a la gran maquinaria de Hollywood su versión de los clásicos, puesto que ya es sabido que todo lo digiere y escupe en un producto redituable económicamente, donde el contenido pasa a un segundo plano, y el espectador queda obnubilado por su despliegue audiovisual. Pero si dejamos esta cuestión ideológica de fondo, sin duda es un gran entretenimiento.
Un musical siempre va a generar polémica, pues aunque estoy completamente seguro de que TODOS los humanos disfrutamos de la música, más allá de que gustemos de uno u otro género, siempre disfrutaremos un buen pedazo de música. Componer canciones no es tarea fácil, y menos si esas canciones no sólo deben describir un sentimiento o una situación, sino que deben describir pasajes enteros de libros que, hablando del cine, considero que son mucho más fáciles de adaptar con un guión elaborado en donde los diálogos lleven todo el peso del filme, mientras que las canciones queden como incidentales (como la mayoría de las películas de Disney, por hablar de algo mundial). Les Miserables, de Tom Hooper (ganador del oscar a mejor película y mejor director hace apenas un año por El Discurso del Rey), arriesga en pantalla al presentar el ya mundialmente famoso musical de Broadway a la pantalla grande. ¿Su ventaja? Jugar con la dirección de arte (que es majestuosa verla en pantalla grande), con los escenarios, la edición (y obviamente editar las voces), y manejar a su antojo las tomas y los escenarios. ¿La desventaja? Los musicales de este tipo no están hechos para la pantalla grande, porque se sienten cansados, mal ensamblados y terminan por aburrir y por no saber si criticar la forma de cantar de los actores o sus actuaciones (cosa que en el teatro realmente es diferente). Pero claro, no hay que desmerecerla. De entrada, la obra de Víctor Hugo sobre la revolución francesa desde el punto de vista de un ex-presidiario y su convivencia con la gente pobre de parís es bastante hermosa y totalmente teatral (o cinematográfica -para más información consultar interpretaciones anteriores-), y hacer una película resulta sencillo y hasta presuntuosa en plena temporada de premios, aunque al final sólo se llevó edición de sonido y vestuario, incluyendo el premio de mejor actriz de reparto para la deslumbrante Anne Hathaway. Pero como decimos, más allá de que los rumores sobre que los actores cantaron en vivo o cantaron en un estudio para después insertar sus voces, hacer una película de dos horas donde absolutamente nadie habla y todos cantan, se siente perdida, sin fuerza. Y aquí yo preguntaba si eso viene desde las mismas canciones del musical o si sólo era que los actores no le imprimían la suficiente fuerza, considerando que ninguno es cantante profesional y dudo mucho que alguno tenga experiencia en teatro musical, para que nos de un resultado visualmente precioso, pero insufriblemente cansado. Lo mejor queda plasmado en Jackman y Hathaway, mientras que lo peor no es Russell Crowe, como muchos se empeñan en asegurar, sino la insufrible voz chillona de Amanda Seyfried (¿Qué nadie le advirtió que para cantar como una Soprano se lleva años de estudio para perfeccionar los tonos agudos altos? De verdad, ojalá pudieran quitar el sonido en las partes en las que ella canta, ¡desafina terrible!). Finalmente nos encontramos ante un experimento fallido. No es lo mismo cantar en teatro con gente experimentada, que poner a actores de renombre e intentar descubrir talentos ocultos (realmente muy pocos lo logran). Sin duda lo mejor de la película son los escenarios, I dreamed a Dream, interpretada por Hathaway, y la maravillosa On My Own de una Samantha Barks injustamente olvidada en los reflectores. Si soportan la cansada hora y media después de que Fantine muere... me cuentan qué les pareció.
Romanticismo a toda orquesta El director Tom Hooper asumió el desafío de llevar al cine la adaptación de una adaptación. “Los miserables” es una novela que Victor Hugo escribió en 1862 y que es considerada como una de las más representativas del siglo XIX. De estilo romántico, ubica la acción en París, unos treinta años antes de ser escrita. El contexto histórico revive los momentos de la llamada Rebelión de Junio (1832), cuando un grupo de jóvenes intenta retomar los ideales de la Revolución Francesa, descontentos con el retorno de la monarquía y sus tristes consecuencias sociales. En ese ambiente de injusticias, miseria y dolor, el autor francés entrecruza varias historias humanas con personajes que encarnan conflictos como la lucha entre el bien y el mal, el valor de la ley, el amor, el odio, la moral, el oportunismo, la fuerza de las ideas políticas versus el poder de las armas, el refugio que ofrece la religión y el ansia de justicia. Esa novela fue adaptada por Alain Boublil y Claude-Michel Schönberg para llevarla al género musical con un gran éxito de taquilla en Londres y en Broadway, y Hooper retomó la idea para sacar del letargo al género en la pantalla grande, logrando un producto altamente satisfactorio. El tema central es la lucha de los oprimidos por conseguir una vida más digna, en una sociedad extremadamente cruel, donde los abusos eran moneda corriente, el hambre y las enfermedades hacían estragos en la población, y era muy difícil hacer valer los derechos. El personaje principal es Jean Valjean (Hugh Jackman), un hombre que pasó 19 años en una de las peores prisiones de la época, por haber robado un mendrugo en un acto desesperado para ayudar a un sobrino enfermo y sin recursos. Valjean cae en las garras del implacable inspector Javert (Russell Crowe), un hombre que confiesa haber nacido en prisión y conocer bien su trabajo. Este personaje se aferra a la ley, dedicando toda su vida a imponer su cumplimiento a rajatabla, sin entrar en consideraciones, poniendo de manifiesto una conducta que termina confundiéndose con el fanatismo más irracional que lo lleva, paradójicamente, a volverse injusto y despiadado. Javert otorga la libertad condicional a Valjean, pero lo marca como peligroso en sus papeles de identidad, dificultando la reinserción del personaje en la vida social. Pero el ex convicto, con un poco de suerte y la ayuda de un sacerdote, logra salir adelante. Se vuelve un hombre importante. Sin embargo, el destino hace que se vea involucrado en una serie de acontecimientos desdichados, al cruzarse con una joven en aprietos, Fantine (Anne Hathaway), a quien primero ignora y luego trata de auxiliar. Y siempre tendrá sobre sí la sombra persecutoria de Javert, quien nunca lo olvidará y lo perseguirá hasta la extenuación. Paralelamente, en las calles de París, la revuelta se está preparando, hasta que estalla y se produce una gran matanza de niños y jóvenes, que intentaban devolver el poder al pueblo. En un clima político de violencia, incertidumbre y agitación, las miserias humanas afloran con mayor facilidad, pero también los más altos valores. Y es así como en medio del fango, la sangre derramada y el infinito dolor, Valjean logra su redención, ayudando a Fantine a tener una muerte digna, rescatando a la pequeña hija de ella de las crueles manos de sus abusadores (los rocambolescos Helena Bonham Carter y Sacha Baron Cohen), para darle un hogar, una educación y un sitio respetable en la sociedad del momento. Mientras que su adversario sucumbe a los sentimientos culposos. Con un gran despliegue escenográfico y musical, con escenas que van desde las profundas cuitas de la intimidad hasta las más aparatosas situaciones corales, el guión transita por las cuestiones personales, se remonta a las peripecias sociohistóricas, para volver a colocar al hombre, a solas con su alma y con su destino. El hombre y sus circunstancias, tratando de levantar las banderas de libertad, igualdad y fraternidad. “Los miserables” es una película imponente, técnicamente impecable, con actores de primer nivel, que seguramente complacerá a los amantes del género.
Del teatro al cine, sólo para adeptos al musical Los Miserables recibió ocho nominaciones en la 85º ceremonia de los premios Oscar de la Academia de Hollywood, incluyendo mejor película y mejor actor para Jackman. Ganó, no obstante, en los rubros mezcla de sonido, maquillaje y actriz de reparto para Anne Hathaway. Durante la temporada de premios precedente ya había obtenido el Globo de Oro a la mejor película; mejor actor para Hugh Jackman, y mejor actriz de reparto para Hathaway; además de cuatro premios BAFTA, incluyendo mejor actriz de reparto también para Hathaway. Con críticas a favor, la mayoría, y relativas, algunas otras, la cinta es un musical basado en la versión teatral de Alain Boublil y Claude-Michel Schönberg inspirada en la novela Los Miserables (1862) de Victor Hugo. Su concreción fue un largo proyecto que comenzó a finales de los años '80, aunque tras un largo descanso, se empezó a concretar recién en 2010 para estrenarse en el mundo desde diciembre del año pasado. El resultado amerita el esfuerzo, con un elenco coral que destaca por sus interpretaciones actorales y vocales; una composición de época preciosista y un lujo de escenarios que paneó locaciones de Inglaterra y Francia para recomponer a la Paris del siglo XIX. Los Miserables es un clásico. Pero para quienes no conocen su trama, transcurre en 17 años, en el contexto histórico que precede a la Revolución Francesa. Los pobres y las pestes hacen extragos en las calles mientras los nobles y el rey hacen oídos sordos a las protestas de las multitudes hambreadas. El relato se centra en la figura de Jean Valjean (Jackman), un ex convicto prófugo, que llega a convertirse con nueva identidad en el alcalde de una aldea en Francia. No obstante su fortuna, es descubierto por el rígido inspector de policía Javert (Crowe), quien dice representar con su figura a la ley. Valjean pide una tregua viajar y hacerse cargo del cuidado de Cosette, la hija ilegítima de la agonizante Fantine, una empleada de su fábrica que fue despedida injustamente. Pero lejos de cumplir con su palabra, Valjean sigue escapando y se refugia durante ocho años entre los muros de un convento. El cuento da un giro cuando Cosette (Seyfried), ya convertida en una atractiva muchacha, se enamora de un líder revolucionario y se expone, poniendo en riesgo la seguridad de su padre adoptivo. Los ideales de libertad, igualdad y fraternidad que fueron bandera de la Revolución Francesa son los que también sostienen el argumento de Los Miserables y una acabada composición de caracteres antagónicos aunque similares en varios sentidos, como son los de Valjean y Javert, contribuye a humanizar el relato, sin polarizaciones. Elementos a favor de esta superproducción, nobleza obliga a advertir, que la duración se hace compleja de sobrellevar, en especial, porque la totalidad de los diálogos son, en honor al género, cantados. Se diría que es una película realizada casi en exclusiva para cinéfilos que gusten de los musicales.
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I have a dream En Los Miserables (Les Miserables, 2012) de Tom Hooper, director de El Discurso del Rey (The King's Speech, 2010), se destacan no sólo las actuaciones del dúo protagónico sino también la espectacularidad con la que fue rodada. Basada en el popular musical de Broadway que, a su vez, fue inspirado en la novela de Victor Hugo, Los Miserables brilla por su puesta en escena. Lo que llama la atención de la versión de Los Miserables de 1998 es su solemnidad. La cinta, dirigida por Bille August y protagonizada por Liam Neeson, Geoffey Rush y Uma Thurman, es un gran film con actuaciones que rozan la perfección. Esta nueva adaptación optó por basarse en el musical y su director no ahorró recursos para mostrar a una Francia todavía fracturada por las desigualdades sociales. Pero antes de seguir con el análisis conviene explicar cuál es la trama del film en cuestión. Con el trasfondo del siglo XIX, Los Miserables es una historia de amor, de obsesión y honor dentro de la dramática transformación que sufrió la Francia post revolución. La historia se centra en Jean Valjean (Hugh Jackman), que luego de haber sido condenado por robar una hogaza de pan y de violar su libertad condicional, será perseguido durante años por el incansable inspector de policía Javert (Russell Crowe). Cuando Valjean acceda a cuidar a Cosette, la pequeña hija de Fantine (Anne Hattaway), sus vidas darán un giro inesperado. Resulta curioso que Hooper haya optado por darle a este film una visión tan épica luego del antecedente de El Discurso del Rey. Aquel film transcurría en espacios cerrados y por momentos parecía una obra de teatro filmada. Tal vez haya sucumbido a la seducción de las grandes producciones de Hollywood y por eso decidió darle un matiz espectacular a cada una de las escenas que transcurren ante nuestros ojos. Se filmaron grandes tomas aéreas, escenarios gigantes y cañonazos que destrozan las barricadas de los rebeldes de una forma monumental. Por el lado de las actuaciones, brilla Anne Hattaway. Dotada de una belleza indiscutible, la joven actriz demuestra que también tiene una voz perfecta para interpretar a esta mujer que cae en desgracia. A la espectacularidad de los primeros minutos del metraje se contrapone la escena en la que, tendida sobre una improvisada cama, entona los versos de “I Dream a Dream”. La interpretación es sublime y seguramente le terminará valiendo su primer Oscar. Asimismo, Hugh Jackman hace un gran trabajo como Jean Valjean. Su composición del ladrón arrepentido y benefactor de Cosette está a la altura del trabajo que realizó Liam Neeson hace quince años. Él ya había demostrado que sabía cantar en la entrega de los premios Oscar que condujo en 2009 y ésta no es la excepción. Su tono solemne y angustiado sobresale en cada uno de los versos que entona. El gran problema de la película es la interpretación vocal de Russell Crowe. Si bien no desafina ni desentona, el principal inconveniente es que posee una voz deslucida y no se condice con las interpretaciones de Jackman y Hattaway. Si no se hubiera tratado de un musical hubiera estado a la altura de las circunstancias. En conclusión, esta versión de Los Miserables es una buena propuesta que se perfila como una de las favoritas en la próxima entrega de los premios Oscar. Sus 158 minutos se hacen un poco extensos pero su despliegue visual y la calidad de las interpretaciones del dúo protagónico hacen que valga la pena sumergirse en una de las historias más reconocidas de la literatura universal.
Publicada en la edición digital Nº 5 de la revista.
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“...Russell Crowe la verdad que en esta película no está bien elegido, y el papel de él es lamentable, no puedo decir menos. […] Dirían algunos no le da el pignet para el musical. ¿Tenemós ahí un poquito de la voz de Russell Crowe? [fragmento de audio] -Sacalo Gato nomás, porque sino nos van a sangrar los oídos a todos…” Escuchá la crítica radial completa (hacé click en el link)