Además de haber sido un hito de la televisión, Los Simuladores permitió mostrar a un guionista y director muy prometedor: Damián Szifron. Sus películas El Fondo del Mar y Tiempo de Valientes, así como Hermanos y Detectives, su segundo programa, confirmaron que se trata de uno de los talentos argentinos más importantes; una mente capaz de aunar entretenimiento, imaginación y calidad con un irresistible bagaje pop. Luego de demasiados años de no hacer público ningún proyecto creativo, regresa con su tercer largometraje. Los Relatos Salvajes consisten en seis historias acerca de la locura, la obsesión y la violencia más impulsiva, que revelan el costado más repulsivo del ser humano. Así podremos conocer a un grupo de personajes en medio de una extraña coincidencia y a una muchacha que se reencuentra con el hombre que arruinó a su familia y al individuo de la ciudad que conocerá lo peor de la ruta y al padre de familia que se enfrentará a la burocracia y a la familia de clase alta lidiando con un crimen imprevisto y al casamiento con el desarrollo menos esperado. Sería un crimen contar detalles de cada segmento. Como sucede en los ya mencionados productos de Szifron, la calidad de los guiones va de la mano con un pulso cinematográfico exacto, vibrante y calmado según la secuencia. Si bien abundan las atrocidades, el tono va por el humor negro y no cae en la crudeza extrema (como si hubiera hecho un Gaspar Noé). Resulta difícil pensar en Un Día de Furia, de Joel Schumacher, aunque más creativa y menos cobarde a la hora de cruzar límites. El nivel de exploración personal remite a El Fondo del Mar, aunque con la potencia propia de Los Simuladores (incluyendo el uso de la música; inolvidable el nuevo rol que aquí juega “Lady Lady Lady”, de Joe Espósito, de la banda sonora de Flashdance), dando por resultado un combo demoledor, inigualable, el equivalente a mil patadas en las encías. El plantel actoral eleva aún más a las historias. A esta altura, no podíamos esperar menos de Ricardo Darín, Leonardo Sbaraglia, Érica Rivas, Oscar Martínez, Rita Cortese, Julieta Zylberberg, Osmar Nuñez, Darío Grandinetti, además de un elenco secundario que también se luce. Violenta, perturbadora, audaz, Relatos Salvajes es una de las mejores películas de la historia del cine argentino y la que, si todo marcha bien, marcará un quiebre en la industria cinematográfica nacional. Y, por supuesto, nos deja pensando en lo que podríamos ser capaces de hacer cuando perdemos la cabeza.
Relatos salvajes es una película hecha a destajo, un objeto construido calibradamente a través del más esforzado de los trabajos. Y el trabajo no es algo que todas las películas revelen por igual: en el cine de Matías Piñeiro, por ejemplo, la elegancia y frescura con la que aparecen confeccionados los planos y las actuaciones logran hacernos creer que en la imagen hay algo orgánico, algo natural cuya vida no requiere de grandes labores de realización (aunque después, quizás leyendo una entrevista, nos enteremos de que en el cine de Piñeiro se ensaya y mucho). Las películas de Damián Szifrón hacen justo lo contrario, se ofrecen como maquinarias complejísimas que en ningún momento ocultan el carácter artificial, mecánico del conjunto. La última película del director de El fondo del mar produce una ingeniería de guión que destina una enorme cantidad de recursos para capturarnos y sumergirnos en sus universos: llega un momento en que uno deja de ver planos y es tironeado de un lado hacia el otro por las innumerables poleas de la narración. La labor más evidente tiene que ver con las distintas posiciones morales a las que nos acerca (o aleja), cómo se les presenta a los personajes (y a nosotros) una serie de dilemas éticos que proceden siempre de la misma forma, como problemas prácticamente resueltos para los que no hay muchas alternativas, pero que rápidamente crecen en espesor y se vuelven complejos; ahí es cuando la película nos deja solos con los personajes y sus elecciones, en calidad de cómplices. Relatos salvajes es despareja, y el éxito o el fracaso de las distintas historias que la componen se debe fundamentalmente a la capacidad del mecanismo de Szifrón de operar haciendo invisible su propio funcionamiento. Así ocurre en el primer y segundo relato, y también en buena parte del tercero. La trama de muerte que se teje silenciosamente en el primero, y la tensión que se eleva hasta picos inconcebibles en el segundo, logran sumergirnos en la espiral de locura que golpea a los protagonistas y nos hace sentir el peso de todo el aparato narrativo y visual sin revelar nunca los engranajes del sistema. Un cricket que queda mal colocado, un cinturón de seguridad que cumple otros propósito o una porción de papas fritas son los mecanismos que vehiculizan el conflicto y la tensión sin dejar de pertenecer al mundo del relato. Pero en algún momento, los objetos y las decisiones de los personajes comienzan a percibirse como obra un guión y no como partes integrantes del entorno de los personajes. Ocurre en el relato del ingeniero que compone Darín, en el que los golpes de efecto y los contratiempos que padece el protagonista se subrayan hasta llegar al punto de develar el funcionamiento de la maquinaria narrtiva y, como consecuencia, nos expulsa de la historia. No es que hasta ese momento Relatos salvajes careciera de subrayados, sino que la película apelaba al trazo grueso en forma consciente como una manera de pensar y construir su propio mundo. El guión plantea cuál será el tono interpretativo en el prólogo, cuando el crítico de música se revela como un personaje fuertemente estereotipado. Así serán, también, el conductor que insulta a otro en la ruta, la mujer un poco bestia que trabaja en la cocina del restaurant, el ingeniero devenido justiciero o el abogado calculador y despiadado. El hecho de que los protagonistas sean tan gruesos se debe, seguramente, a dos motivos: primero, a la vocación popular de los guiones de Szifrón, que trabajan siempre, ya sea en cine o en televisión, con estereotipos reconocibles provenientes de distintos géneros y de la historia del cine en su conjunto. El segundo motivo se desprende de lo dicho recién: lo estereotipado de los personajes y de lo que les sucede cancela velozmente cualquier lectura en clave política o social. Debe haber pocas cosas más convencionales que el tema del ciudadano solitario enfrentado a la burocracia, y eso, sumado a la estereotipación evidente, arroja como resultado ya no un comentario sobre el estado del mundo sino un relato que se sirve de un tema compartido para contar una historia. Todo se resuelve a través de los códigos del cine, por eso es que no puede pensarse que la película interpele de manera cómplice a un supuesto espectador medio con deseos de poner bombas en dependencias estatales o de asesinar salvajemente a políticos arribistas; esa lectura supone no haber entendido la propuesta básica de la película. Por lo mismo es que la crueldad denunciada por los detractores de Relatos salvajes es inofensiva e infinitamente menos enfática que, por ejemplo, la que ensaya sistemáticamente el cine de Michael Haneke, donde al no haber un anclaje en las convenciones y los códigos cinematográficos cada situación y personaje se presentan como referencias directas al mundo: el burgués con culpa y asustado de Caché pretender ser un reflejo fiel de sujetos de carne y hueso de iguales características. La sociología clasista y binaria de Haneke no tiene espacio en una película como Relatos salvajes, donde cada elemento de los distintos relatos funciona siempre de manera centrífuga, encauzando hacia su interior las tensiones y la violencia que circulan por los planos y los diálogos. Lo que en la segunda y tercera historia era obligarnos a tomar partido por uno u otro personaje, a acompañar o condenar una decisión, a avalar una acción a pesar de que todo señalaba su carácter inmoral, de la última parte de la tercera en adelante se convierte solo en un espectáculo al que asistimos en calidad de observadores, podemos ver los hilos que mueven a los personajes, los deseos y la ética (o la falta de una) que los empuja, cómo toman y abandonan posiciones estratégicamente en busca de un beneficio personal, pero ya nada nos importa de su destino. El trabajo incansable del guión queda expuesto, se trasluce una elaborada maquinaria narrativa y visual que se autoabastece y que ya no nos interpela. Por eso es que el último episodio resulta tan irritante: la molestia que produce no proviene únicamente de la forma en que los novios, en su fiesta de casamiento, inician un frenesí destructivo en el que lo único que cuenta es aplastar al otro; la molestia surge (además de las actuaciones exageradísimas) del aire privado de todo el asunto, de cómo se genera una locura en ascenso que la película no se toma el trabajo de explicar ni de acercar. Así, los novios terminan siendo solo dos criaturas distantes y desencajadas cuya ridiculez nos resulta irremediablemente extranjera; no inspiran complicidad, simpatía, ni siquiera rechazo, solo aburrimiento.
Como el nombre del film lo indica, Relatos Salvajes es una serie de seis narraciones breves donde el hilo conductor parecería ser la violencia. Al menos eso es lo que la mayoría rescata de manera inmediata. Sin embargo, es posible superar esa primera lectura, y analizar otras cuestiones que están en juego en la obra de Szifrón. En primer lugar es muy claro que el film habla de la naturaleza humana. Para hacerlo, toma hechos de la vida cotidiana (asociada a sentimientos de venganza, de justicia, de protección) y a partir de ellos construye el verosímil de cada historia. Sólo que en determinado momento (los respectivos puntos de giro de los relatos) esa cotidianeidad se torna absurda, ilógica, exacerbada, delirante. Allí es donde aparece la violencia, pero lejos de verse como una solución, o algo positivo o catártico para el espectador, está puesta para denunciar las relaciones de poder asimétricas que el ser humano establece con su entorno. El dinero (otro de los grandes temas del film) y la violencia, sólo tienen cabida en este universo ficcional como la cara visible del poder. Paradójicamente, en estas relaciones asimétricas de poder, propias del ser humano, lo que se pone de manifiesto es la paulatina deshumanización. No es casual que los créditos del film asocien a cada actor con un animal salvaje (desde un halcón -Darín- a un zorro -el propio Szifrón- pasando por un cervatillo –Sbaraglia-). La locura (por definición una acción imprudente, insensata o poco razonable que realiza una persona de forma irreflexiva o temeraria) es lo que hace que los personajes pierdan realismo. El que quiera ver en Relatos salvajes una metáfora de la realidad del país, pasa por alto el hecho de que los personajes actúan desde lo irracional. Y este pequeño detalle es lo que aleja al film de convertirse en una radiografía y lo posiciona como una crítica muy ácida de la naturaleza humana. Uno de los grandes aciertos de la película es el tono de grotesco que imprime a los relatos. El grotesco exhibe el rostro obsceno de toda realidad, devela las máscaras, evoca a la vez lo trágico y lo cómico, apela a la risa que se confunde con la angustia. En todos los episodios es claro el momento en que se da esa caída de la máscara (siempre representada por una mirada que paradójicamente enceguece al personaje). A partir de ese momento, se deja de lado la cotidianeidad, el lugar común con el que Szifrón atrapó al espectador, y se pasa a lo grotesco, a la exageración que genera una risa ante el horror y lo absurdo. La obra de Damián Szifrón es, quizás y con razón, el estreno más esperado del año en la cartelera argentina. Esto, más allá de los méritos indudables del propio film, es interesante de analizar. Por un lado, como los mismos partícipes lo definieron en la conferencia de prensa, el elenco forma una suerte de dream-team. Szifrón convocó a los actores más potentes de la pantalla argentina (la versión criolla de un sistema de estrellas) con Ricardo Darín a la cabeza, seguido de cerca por Leonardo Sbaraglia, y otros actores que son de lo mejor de su generación como Rita Cortese, Darío Grandinetti, Oscar Martínez, Erica Rivas y, bastante más lejos que el resto, pero con algunos aciertos, Julieta Zylberberg. Por otro lado, hace ya unos años (más o menos de la mano de Campanella y su éxitosa “El secreto de sus ojos”) el cine argentino está comprendiendo que hay que pensar a las películas dentro de una industria que demanda no sólo buenas ideas y buenos actores, sino todo un aparato de marketing. En este sentido, se han mejorado los trailers de los films, se ha aprendido a generar expectativa a partir de ellos, se ha sacado provecho del estatus de estrella de los actores y se los han utilizado como verdaderos promotores del film. Si los productores capitalizan estos avances de los últimos años sin “quemar” a los directores y elencos, tal vez nuestra cinematografía genere un salto cualitativo y no sólo cuantitativo. Lo que es claro es que Relatos salvajes lo tiene todo: un gran elenco, una buena narración comprensible para todos sin por ello caer en la chatura mental, y un aparato de producción que sostiene todo lo anterior.
Miedos, deseos liberados y adrenalina Empieza y termina con energía, maneja con habilidad ingredientes de impacto seguro (suspenso, violencia, humor), seduce durante dos horas con situaciones siempre inquietantes, tiene el respaldo de un equipo de profesionales reconocidos incluso en el exterior (desde los hermanos Almodóvar en la producción y Gustavo Santaolalla en la música hasta un nutrido plantel de actores de primera línea), compitió dignamente en el Festival de Cannes: Relatos salvajes llega a las carteleras sin titubeos, segura de sus méritos. Se trata, en efecto, de un producto afinado, cuidado en sus detalles, excitante y lustroso. Un eficacísimo divertimento para adultos, un film pesimista pero disfrutable al que pueden hacérsele, sin embargo, algunas objeciones. Escrito y dirigido por Damián Szifrón (1975, Ramos Mejía, Buenos Aires), propone seis historias que, si bien giran todas en torno a la venganza, no tienen la misma duración y provocan distintos efectos. La primera, que transcurre casi toda en el interior de un avión, parte de una brillante idea, perfecta para un cortometraje, algo así como Las venganzas de Beto Sánchez (1973, Héctor Olivera) concentrada. Las siguientes –con la moza del bar de un parador de ruta enfrentada al hombre que perjudicó a su padre y dos automovilistas hostiles en un camino salteño– se agotan en los avances de uno u otro personaje, generando una tensión perturbadora pero sin pretender otra cosa que demostrar cómo una nimiedad puede desatar la espiral de la violencia. En estos dos (sobre todo en el tercero) hay ecos de Duel (1971), aunque sin el enigma que entrañaba en el film de Spielberg no ver quién (o qué) perseguía al protagonista. Ambos deslizan, por otra parte, ironías sobre los políticos, la cárcel y la policía, referencias que se agigantan en los dos relatos posteriores: en uno, un porteño bienintencionado e impaciente (obviamente Ricardo Darín) sufre abusos burocráticos que lo llevan a planificar algo que no es, precisamente, un reclamo formal en Defensa del Consumidor; en el otro, una familia rica intenta encubrir un delito desatando la codicia de quienes los rodean. La visión es mordaz, con empleados públicos, abogados y periodistas cayendo en la volteada. Es curioso cómo en estos segmentos el film de Szifrón echa leña al fuego atizado por tantos ciudadanos argentinos que consideran que corrupción y negligencia se corrigen sólo apelando a la violencia. En un país en el que los festejos por un Mundial de Fútbol terminan en una batalla campal en pleno centro porteño, suena provocador que una película remueva resentimientos. ¿Es la de Szifrón una mirada políticamente incorrecta? Parece, más bien, algo complaciente, incluso demagógica. Sería interesante, por ejemplo, analizar qué empatía generaría el personaje de Darín si se indignara y reaccionara como reacciona no por una multa que le cobran (aparentemente sin razón) sino por la pobreza en el conurbano o por un caso de explotación laboral. ¿Relatos salvajes refleja el estado de crispación en el que viven los habitantes de los grandes centros urbanos en Argentina? Probablemente, aunque ese afán testimonial queda flotando en el vacío, disipándose complejidades en pos del efecto y la sorpresa. El último episodio se diferencia un poco del resto. El objetivo parece ser sacar a la luz todo lo que esconden la hipocresía y los buenos modales durante una fiesta de bodas: los secretos ocultos, los rencores familiares, los gastos desmedidos, las agresiones, el sexo. Hay algo buñuelesco en ese frenesí transgresor, con una desatada Erica Rivas encarnando a una novia dispuesta a todo. “Lástima la inseguridad” le hace decir Szifrón a una invitada afrancesada en un momento del casamiento, dando quizás a entender que ese malestar que estalla en plena fiesta tiene que ver con otro que palpita afuera del salón. Según el film, la sociedad parece regida por la ley de la selva (sensación que refrenda su diseño de títulos), donde cada uno se defiende como puede. A pesar de esto, algunos de los que cometen infracciones son castigados de alguna forma y, si bien casi no hay gestos de ternura (tampoco los había en los films anteriores de Szifrón), puede advertirse que la joven mesera y el hijo adolescente de la familia pudiente se resisten a la violencia y la mentira, así como en la última historia los amigos contienen afectuosamente a la enemistada pareja. Incluso, sin la intención de anticipar aquí demasiado, el broche final puede interpretarse como el triunfo del amor por encima del contexto. El producto exhibe, como se dijo, una solidez desacostumbrada en el cine argentino. Hay escenas de grescas, persecuciones y explosiones excelentemente resueltas, verismo en los diálogos –a pesar de varias explicaciones orales– y parejo nivel en las actuaciones, con puntos altos en los trabajos de Rita Cortese, Julieta Zylberberg, César Bordón, Leonardo Sbaraglia y Oscar Martínez. Ese profesionalismo proviene de la experiencia y la indudable capacidad de Szifrón como autor de ficciones de calidad en TV: el perspicaz trabajo de casting, la musicalización a veces sarcástica, la confluencia de la intriga detectivesca con el humor costumbrista eran sellos distintivos de Los simuladores y Hermanos y detectives, que figuran entre lo más atractivo que ha ofrecido nuestra televisión en los últimos años. Relatos salvajes, precisamente, parece responder a la mecánica de un brillante producto televisivo, sin esa riqueza, ese misterio y esa mirada personal que supone el cine.
Desde que se vio el tráiler de Relatos salvajes, la tercera película de Damián Szifrón despertó grandes expectativas. Almodóvar, que produce el film, acompaña a Szifrón y a Ricardo Darín a todos lados; las dos funciones de prensa de ayer estallaron de público y las dos oficiales estallaron de público. Relatos salvajes, que en estos días fue vendida a los principales mercados del mundo, va a triunfar en todos lados. Es un film campeón, seguro de sí, pletórico de adrenalina para despertar a cualquier pusilánime y formalmente pirotécnico para convencer a todos. Las críticas de Hollywood Reporter, Variety y Screen International, la Santísima Trinidad periodística de Cannes, le han levantado el pulgar. El triunfo se huele. _almodovarcannes17may2014_eec9aa9d Miembros del equipo de Relatos Salvajes Desde el principio el film muestra tanto su potencial como sus falencias. En un vuelo comercial, un grupo de pasajeros va descubriendo que ninguno de ellos está ahí por casualidad. Hay una razón y tiene un nombre: un tal Pasternak. La venganza articula simbólicamente todo el film: este neurótico, que permanece en fuera de campo, está dispuesto a darles su merecido a todos los que lo lastimaron a lo largo de su vida: novias, profesores, amigos y psicólogo. El primer relato, que es un epílogo, termina con un avión en picada y con un destino muy preciso. El corte de la escena es, como toda la película, ingenioso, y el público de la sala lo festejó como un gol tempranero en un mundial. Después siguen los créditos iniciales: a cada nombre del elenco le corresponde un animal salvaje, una muy buena idea, uno de los pocos momentos elegantes. Algo queda claro desde el arranque: Szifrón volvió a todo o nada. Lo que une todos los relatos breves de la película de Szifrón es la violencia social. En Relatos salvajes hay un par de muertos y unas cuantas explosiones. ¿Una comedia negra con una pizca de sociología crítica? Como sucede en la reciente Historia del miedo, la película de Szifrón absorbe un clima de época y lo transforma en combustible. Es un film crispado: una cocinera envenena a un intendente reaccionario; un “negro” y un joven rico en su Audi terminan matándose al lado de un río; un millonario tienta económicamente a su jardinero para que asuma, en lugar de su hijo, la responsabilidad por la muerte de una mujer embarazada. x240-90- Relatos salvajes El episodio de Darín funcionará entre nuestros compatriotas como una catarsis colectiva. Los actos del ingeniero Bombita sintetizan la fantasía de una gran mayoría silenciosa de argentinos. En el relato más logrado del film, Darín es un ingeniero al que la grúa le lleva el auto dos veces. La burocracia administrativa, la connivencia entre la intendencia y una empresa y la corrupción generalizada llevarán a una identificación inmediata del público con la bronca del ingeniero. Y Szifrón lo intuye y lo expone en todo su esplendor cuando un simpatizante de Bombita le pide que vuele a pedazos toda la AFIP. El pragmatismo justiciero de Szifrón ya tiene sus fans. La pregunta es si estamos frente a una gran película o no. Por momentos, Relatos salvajes parece un conjunto de cortometrajes unidos por un hilo conceptual; si no fuera por su espectacularidad ostensible, podría pensarse en sketches televisivos simulados como cine. Un oído atento a los diálogos detectará de inmediato el artificio. El trazo con el que Szifrón pinta a todos sus personajes es sociológicamente demasiado grueso, y la grosería gratuita asoma sin escrúpulos. Se dirá entonces, a modo de apología encubierta, que estamos frente a un film de género, como si esa presunta filiación habilitara una suspensión moral y política de la estética. Pero las grandes películas de género, no deberíamos olvidarlo, siempre aportan un balance casi imperceptible entre las cualidades morales de sus personajes. Por otra parte, ¿es Relatos salvajes realmente una película de género? El recurso a la misantropía para articular la comicidad es probablemente el atajo más recurrente para un cineasta, un modo de sortear la conciencia con la que se filma y mira un mundo específico. White God de Kornel Mundruzcó, al igual que Relatos salvajes, también empieza con todo. Una jauría de perros muy numerosa atraviesa las calles vacías de Budapest. La imagen es poderosa: son cientos de perros corriendo detrás de una sola criatura humana, una adolescente que va en bicicleta. ¿Es un sueño? Después aprenderemos que es un flashforward. Fremaux Presentación de White God El relato es literalmente salvaje y bien podría ser otro capítulo del film de Szifrón. El director húngaro, que tuvo la osadía de dedicar su película a Miklos Jancsó, comparte una filosofía parecida con el realizador argentino: el mundo apesta, los seres humanos son esencialmente salvajes. Lili tiene que irse a vivir con su padre por tres meses debido a que su madre tiene que viajar por trabajo. Irá a lo de su padre a regañadientes, y con ella se llevará a su perro Max. El padre, desde un inicio, rechazará a Max, y en cierto momento la mascota terminará en la calle. De ahí en adelante, con unos 15 minutos interesantes en cómo los perros se las ingenian para escapar de los guardias de la perrera municipal, White God se convertirá en una cruza berreta de Al azar Baltasar, Amores perros, White Dog y El planeta de los simios: revolución, un verdadero espanto. El perro Max pasará por distintos dueños, se convertirá en un perro de riña y terminará en la perrera. Allí liderará una revuelta canina que solamente será vencida por un par de notas de Richard Wagner interpretada por una trompeta. Las dos películas desnudan involuntariamente el centro filosófico del festival de Cannes: la perversión, la crueldad y el resentimiento son cualidades humanas que cotizan muy alto en la mirada de sus programadores. Un sorete cayendo en un parabrisas es pura algarabía. El mejor amigo del hombre descuartizando a un malviviente un acto de justicia. Esta es la regla, y como ya sabemos: “la regla desea la muerte de la excepción”.
“Keep It Real” es un termino que utilizan en ciudades de Estados Unidos para referirse a la actitud de igualar y hasta aumentar la apuesta ante situaciones en las que alguien o algo invade lo que es nuestro. Puede ser algo tan simple como que un flaco se haga el vivo con tu novia en un boliche, que te rocen el auto o que te insulten por usar los colores de la camiseta del club de tus amores. Cosas que podemos dejar pasar… o no. Esta forma de “no guardarse nada”, de “Keeping It Real” nos libera de la carga emocional que genera reprimir impulsos, pero también puede tener un costo muy caro, inimaginable, ya que la magnitud y la extensión de las consecuencias son impredecibles por una sencilla razón: no sabemos hasta que punto está dispuesto a llevar las cosas el destinatario de nuestro accionar. Algunas de las seis historias de la nueva película de Damian Szifrón cuadran con este ejemplo. Los protagonistas de esos episodios pierden la cordura, olvidan las formas y se dejan llevar por sus impulsos. Pero también hay un caso en el que al que se le sale la cadena no está ni 20 segundos en escena, y otro en el que ni siquiera vamos a conocer la cara de aquel que libera su instinto más salvaje dejando atrás todo dejo de cordura. Pero en esta aguda reflexión de Szifron sobre la sociedad en la que nos toca vivir (a nivel mundial) los que cruzan esa línea y se dejan llevar no son necesariamente los más peligrosos. La corrupción, el engaño, el desprecio por el prójimo, el racismo, la soberbia, la avaricia y la prepotencia son algunos de los males que se hacen presentes en esta película a la que cada uno va a reaccionar de forma diferente. Pero no reaccionar es imposible, a Relatos Salvajes no se le puede ser indiferente. La brillante secuencia de títulos muestra imágenes de animales en su hábitat natural, acompañados de una excelente melodía compuesta (al igual que el resto de la música incidental del film) por Gustavo Santaolalla. Casualidad o no, el director se guardo para si mismo la imagen de un zorro. Un zorro que en este caso esta rodeado de otros grandes animales de la actuación a los que, evidentemente, tuvo a su disposición para hacer lo que quisiera. Un zorro que, evidentemente, se salio con la suya. ¿Cuánto hace que no vemos una película de esta magnitud –a todo nivel- en Argentina? ¿Cuánto hace que un elenco no incluye a los mejores actores de múltiples generaciones en una sola película? Quizás desde “Esperando La Carroza”. Como aquel clásico de Alejandro Doria, Relatos Salvajes tiene bastante humor - un humor negro, oscuro como el alma de muchos de los personajes que pueblan sus dos horas de duración. En este caso la risa es un fusible para descargar la tensión que cada episodio nos genera porque lo que se cuenta es terrible, y si nos lo tomamos al pie de la letra, si no estuviese orquestado como esta, seria casi intolerable. Se dice que Szifrón es un director complicado. Perfeccionista, caro y lento, al menos para lo que es el mundo de la televisión. Si esto es verdad, es evidente que también le gusta complicarse la vida. Seis historias significan seis finales y si no fueran tan satisfactorios, Relatos Salvajes no funcionaria tan bien como funciona. Todo brilla en esta increíble producción para la que, honestamente, no estaba preparado. La fotografía, la música, y en especial el guión, que es contundente, preciso, milimétrico, con algunos remates y líneas memorables. Vale destacar la actuación de absolutamente todo el elenco, con menciones especiales para Leonardo Sbaraglia y Erica Rivas, que participan de dos de los mejores segmentos y están increíbles en sus roles. Y por supuesto, la dirección, un punto alto en una película que no tiene desperdicio. Damian Szifron se tomo diez años para hacer esta película luego de estrenar “Tiempo De Valientes” (la mejor “buddy movie” nacional), y no me molestaría en absoluto esperar otros diez para ver una nueva propuesta de este enfant terrible de la televisión y el cine… si es que puede aunque sea igualar esta, su obra maestra y una de las mejores películas que tuve la oportunidad de ver en los últimos años. Título: Relatos Salvajes Subtítulo: Barbarie y Barbarie Género: Drama / Comedia Negra Distribución: Warner Bros. Sitio web: https://www.facebook.com/relatossalvajesoficial?fref=ts Twitter: @r_salvajesok Fecha de Estreno: 14 de Agosto 2014 Lo mejor: Guión. Dirección. Un casting soñado, irrepetible. Cinco de los seis relatos son contundentes de principio a fin. Música. Producción. Lo peor: Uno de los relatos tiene un final bastante predecible. Tener que esperar seis meses para que salga en DVD para volver a verla una y otra vez.
Una antología de contundente calidad y ritmo. Yo quiero meterles en la cabeza la siguiente palabra: Cortometraje. Porque es fundamental que entiendan el concepto que encierra esta palabra para poder entender y valorar a Relatos Salvajes, el sólido retorno de Damian Szifrón al cine. En un cortometraje hay poco y nada de tiempo para establecer el backstory; los personajes son lo que les pasa, y más vale que les pase algo emocionante. Hecha esta aclaración: Humor, Ironía, Tensión, Identificación, Dualidad, Naturaleza Humana en su versión más cruda, completa, genuina y universal. Todo eso está en cada una de las historias que componen a Relatos Salvajes. Ahora ahondemos en Las Partes y El Todo de esta antología que tiene todo para hacer mella en la taquilla argentina. Las Partes Pasternak Relatos Salvajes 1En un avión, Salgado (Dario Grandinetti), un crítico musical, entabla una charla con Isabel (María Marull), una modelo. A medida que avanza la charla descubren que ambos tienen algo en común… al igual que el resto de los pasajeros de ese mismo vuelo. Es el más cortito y al pie de los episodios. Las casualidades se empiezan a apilar una atrás de la otra, y la genialidad reside en que Szifrón tomó dos de los errores más habituales de guion (la reiteración y la casualidad forzosa) y los convirtió en un efectivo gag, cuyo remate final no tiene precio. Un prologo de calce perfecto. Las Ratas Un arrogante candidato a intendente (Cesar Bordón) llega a un parador de ruta, el cual está atendido por una moza (Julieta Zylberberg), cuya familia fue perjudicada por dichoRelatos Salvajes 2 candidato. La cocinera (Rita Cortese) de ese mismo parador se muestra determinada a persuadir a la moza a que tome venganza en contra del candidato. También cortito y al pie. Destaca Rita Cortese que da maquiavélica vida a una cocinera que bien podría haber sido enviada por el mismo Satanas. Aunque no se queda atrás Julieta Zylberberg con unas expresiones que conectan al espectador con el dolor, las dudas y el sufrimiento que experimenta su personaje. El Mas Fuerte Relatos Salvajes 3Diego Iturralde (Leonardo Sbaraglia), un trajeado citadino, maneja su Audi último modelo por las rutas salteñas. Cuando un desvencijado Peugeot no lo deja pasar, Diego no tiene mejor idea que insultar al hombre que lo maneja. Por desgracia para Diego, se le pincha una rueda y como si eso fuera poco, mientras intenta cambiar la rueda, el Peugeot vuelve a pasar por ahí, y su dueño (Walter Donado) tiene planeada una impulsiva retribución para Diego. El más físico y más directo de todos los episodios —y el mas escatológico, ya van a ver por qué. Se dice que los diálogos y las acciones revelan al personaje, y eso se encuentra más que presente en El Mas Fuerte. Todo lo que ves es lo que es; detallado, especifico, sin medias tintas, ni significados ocultos. Lisa y sencillamente, se trata de una riña, de esas que podemos llegar a ver en la calle, pero entre dos personajes que son tan distintos y tan parecidos a la vez llevadas a las más extremas consecuencias. Las actuaciones, dirección de arte y vestuario son claves en este episodio para establecer a los personajes más allá de las palabras. Leonardo Sbaraglia transmite a la perfección la altanería, la cobardia y la furia de su personaje; haciendo una progresión de uno a otro espectro, que a pesar del marco temporal limitado (no exento de momentos de tensión), le sale con completa naturalidad, tanto corporal como expresivamente. Bombita Simón Fisher (Ricardo Darín) es un ingeniero especialista en demoliciones al cual, en camino a comprar la torta para el cumpleaños de su hija, la grúa termina por llevarle el coche.Relatos Salvajes 4 Aunque Simón sostiene que el cordón donde estacionó estaba sin pintar, se encuentra con un despliegue de indiferencia burocrática para con su persona, que poco a poco lo impulsan a acarrear una peculiar venganza en contra del sistema. El mas solido y desarrollado de los relatos; por no decir que tiene excelentemente trabajado el factor identificatorio. Más de uno va a salir de la sala deseando tener las agallas del personaje de Ricardo Darín, quien como es de esperarse sigue haciendo gala de su hábil talento interpretativo, controlando del mismo modo que su personaje, los estallidos de ira de manera tal que cada uno de esos estallidos hagan avanzar a la trama. La Propuesta Relatos Salvajes 5Mauricio (Oscar Martínez), un industrial con un muy buen pasar, se enfrenta a una terrible desgracia: Su hijo (Alan Daicz) ha atropellado a una mujer embarazada. Junto con su abogado (Osmar Nuñez) ponen en marcha un plan que consiste en proponerle a su jardinero de toda la vida (Germán De Silva) que tome la responsabilidad por el crimen y pase tiempo en la cárcel a cambio de una cuantiosa suma de dinero. Los problemas surgirán entre los desacuerdos y las agendas personales de cada uno a la hora de concretar el trato. Cuando vi el tráiler, este fue uno de los episodios en los que personalmente no esperaba mucho y, no obstante, fui volteado del caballo y en buena lid. A fuerza de un gran desarrollo narrativo —en donde el protagonista progresivamente se cansa de los intereses ulteriores de quienes lo rodean— y actuaciones excelentes de Oscar Martinez y Osmar Nuñez (en particular este último; el Winston Wolf argentino sin temor a equivocarme) La Propuesta compone un acidísimo retrato, mas alla del marco trágico en el que se inscribe. Hasta que la Muerte nos Separe En el día de su boda, Romina (Erica Rivas) descubre que su flamante nuevo marido (Diego Gentile) le ha sido infiel. Dicho descubrimiento supera a Romina, quien se muestraRelatos Salvajes 6 determinada a devolverle el golpe, aunque dicha devolución se pase de los límites. Al igual que Bombita, Hasta que la Muerte nos Separe es el episodio más desarrollado de la película. Con la diferencia que este sostiene casi en tiempo real lo que Bombita sostenía a base de elipsis. Las situaciones de comedia están repartidas a mansalva, y todas son una más efectiva que la otra. Pero lo más interesante, e incluso lo más original que tiene para ofrecer el episodio, es el sutil saldo final que tiene a la hora de abarcar una tesis no tanto sobre la fidelidad en una pareja, sino de la honestidad en una pareja, y la pesada mochila que pueden llegar a ser los secretos dentro de la misma. El peso interpretativo del episodio descansa exclusivamente en los hombros de Erica Rivas, hábiles hombros si los hay. Un coctel de histeria e ironía que la actriz mezcla con mucho talento, dándole la misma solidez y sensibilidad tanto cuando el guion la pone en una situación de empatía con el espectador así como con la desaprobación del mismo. El Todo Pasternak, Las Ratas, y El Mas Fuerte son los episodios que van mas al hueso, donde no hay tiempo para backstory (hay un pizquita de eso en Las Ratas, pero lo que parecería una exposición metida con calzador es sorteado con una ingeniosa puesta en escena a nivel cámara en cómo este es revelado), mientras que Bombita, La Propuesta y Hasta que la Muerte nos Separe se toman su tiempo para desarrollar su propuesta narrativa. Relatos Salvajes tiene un ritmo de montaje tan directo, dinámico y al grano como los guiones de los episodios que la componen, haciendo asi que las dos horas de película pasen rapidísimo. La dirección de Szifrón es admirable por su sutileza y su elegancia a la hora de situar y mover la cámara. El cómo sortea e introduce todos los elementos de la escena casi en un solo plano maestro —con la cobertura mínima indispensable— es de un rigor estratégico que es digno de estudio. Parrafo aparte merece el estilo visual de la película, cuya propuesta es algo pocas veces visto en el cine argentino, y cuando digo pocas veces visto, es que pocas veces tenemos la oportunidad de ver una película nacional con un estilo visual tan detallado hasta el más milimétrico detalle. Cada episodio tiene su color, su clima y su universo. Las paletas casi desaturadas de Pasternak, La cruza de saturación e intensidad de contraste que hay en Las Ratas, La paleta arenosa y sanguínea reminiscente del Spaghetti Western en El Mas Fuerte, La paleta prácticamente fría en gama de azules de Bombita, Los tonos claros y cálidos en directo contraste a la situación experimentada en La Propuesta, y rematando con un blanco difuso, radiante y bordeando en la suciedad radioactiva de Hasta que la Muerte nos Separe. Cada fotograma esta para ponerlo en un cuadro y colgarlo en la pared. Conclusión Sin vueltas, al punto y satisfactorias en el desarrollo de sus historias, sumado a un despliegue actoral que se alinea como una afinada orquesta y una factura técnica digna de estudio por su precisión y elegancia hacen de Relatos Salvajes lo mejor que tiene para ofrecer la producción nacional de este año. El Cine de Calidad dice presente. Es una de esas películas que cuando terminan sabés que la tenés que volver a ver. Si es una bisagra en la historia de nuestro cine quedara por verse, pero que es una película de la cual podemos aprender mucho no cabe la menor duda.
Cuando el cine argentino entra en la dimensión desconocida Como para compensar su ausencia de casi una década (Tiempo de valientes es de 2005), Damián Szifron vuelve con una película que, en verdad, son ¡seis! historias sin más vinculación entre ellas que ofrecer en todos los casos una mirada impiadosa, desgarradora y, sí, salvaje (como bien sostiene el propio título del proyecto) sobre la argentinidad al palo, con todas sus miserias, sus contradicciones, su cinismo y su doble moral. En principio, hay que decir que Szifron contó con los recursos necesarios para desplegar en todas las facetas imaginables su creatividad como guionista, su inventiva visual, su destreza como narrador en un film que encuentra muy escasos antecedentes dentro del cine argentino industrial en cuanto a ambición, riesgo y audacia. La cantidad de figuras convocadas, de locaciones conseguidas y de posibilidades técnicas (incluidos sofisticados efectos visuales) que tuvo a su disposición lo ubican en una dimensión que hasta hace poco parecían imposibles de alcanzar para la producción mainstream local (quizás, en otro registro, Metegol también fue precursora). Con La dimensión desconocida y Cuentos asombrosos como lejanos pero posibles referentes, Relatos salvajes arranca con un pequeño episodio (Pasternak) incluso previo a los títulos de apertura con Darío Grandinetti en el papel de un crítico de música clásica que, en pleno vuelo y de la manera más inesperada, descubre que todos están a bordo por un motivo en común. Aquí ya se aprecia una de las constantes de Szifron: el humor negro, negrísimo, que puede alcanzar dosis muy altas de crueldad (la mirada del director hacia sus personajes es una de las cuestiones que seguramente generará más de un cuestionamiento) y hasta irrupciones extremas a puro gore. La segunda historia (Las ratas) tiene como protagonistas a Julieta Zylberberg y Rita Cortese, como moza y cocinera de un restaurante de un parador de ruta. Allí llega, en medio de una noche de lluvia torrencial, un candidato a intendente (César Bordón) que, en verdad, es un mafioso y usurero que ha tenido a la familia del personaje de Zylberberg como una de sus víctimas ¿Es la oportunidad perfecta de una venganza tardía? Surge aquí otro de los temas recurrentes en este film de Szifron y que está muy a tono con el debate de la Argentina contemporánea: el dilema de la justicia por mano propia. La tercera entrega (El más fuerte) -probablemente la mejor en cuanto a puesta en escena y capacidad de sorpresa- tiene que ver con la lucha de clases, con los prejuicios sociales más arraigados, los resentimientos, la paranoia, esa violencia contenida que crece y crece hasta explotar de la peor manera con un exponente de clase alta (Leonardo Sbaraglia) en su reluciente Audi 0 KM, que vivirá una verdadera pesadilla en una ruta de Salta. Otra estrella como Ricardo Darín es el protagonista del cuarto capítulo (Bombita) en el papel de un ingeniero experto en detonaciones y demoliciones. El antihéroe debe llegar a tiempo para el cumpleaños de su hija, pero las cosas no saldrán precisamente como esperaba. A pura tensión, Szifron apela a un esquema cercano a Después de hora, de Martin Scorsese; y con algo del Michael Douglas de Un día de furia para describir la indignación del hombre común frente a un sistema burocrático e insensible en un auténtico descenso a los infiernos. El penúltimo relato (La propuesta) parece inspirado en varios casos de la crónica periodística reciente, ya que un joven de clase alta atropella a una embarazada causando la muerte de ella y del niño por nacer. Sus padres (Oscar Martínez y María Onetto) llaman de urgencia a su abogado (Osmar Núñez) para planear una salida negociada con el fiscal a cargo haciendo cargo del accidente al jardinero (Germán De Silva). El tráfico de influencias, la corrupción generalizada (incluida la Justicia), la mentira y la codicia son los ejes principales de este tratado moral inquietante, provocativo y perturbador. El cierre es con Hasta que la muerte nos separe, la historia que ofrece más humor (siempre oscuro, claro) y más recursos con un casamiento judío a todo trapo en el que la novia (Erica Rivas) descubre in situ que su flamante marido (Diego Gentile) la engaña con una de las asistentes al evento. En medio de un ataque de nervios por la infidelidad (esta tragicomedia tiene una fuerte veta almodovariana, así como en varios pasajes afloran referencias a la comedia italiana del estilo Los monstruos, de Dino Risi), la humillada protagonista generará un crescendo de locuras y excesos que transformarán al evento en una fiesta a todas luces inolvidable. Más allá de que, como quedó dicho, no pocos seguramente atacarán a Szifron por la manera en que mira y hasta juzga a sus atribuladas criaturas, lo cierto es que este talentosísimo director, uno de esos auténticos "animales de cine", logra hacer creíble y disfrutable las situaciones más inverosímiles y delirantes sobre esas personas ordinarias que, llevadas a atravesar situaciones extraordinarias, pueden convertirse en verdaderos monstruos. De más está decir que las actuaciones son impecables, que el equipo técnico se luce en todos los rubros y que hay aquí más ideas por minuto que en buena parte del cine argentino de los últimos años. La polémica, inevitable, tendrá que ver con la ideología y el tono del retrato de una sociedad en descomposición. A nivel artístico, el resultado es apabullante, fascinante y demoledor.
Fantástico Sr. Szifrón. “Somos animales salvajes”, le dice la señora Fox a su esposo, el elegante y astuto zorro, periodista de día y ladrón por las noches, cuando su naturaleza salvaje se apodera de él, en esa virtuosísima película llamada Fantastic Mr. Fox. Así como el Sr. Fox se resistía a su naturaleza que lo condenaba a vivir toda su vida en una madriguera, los protagonistas de cada una de las historias que conforman Relatos Salvajes también tendrán dificultades para sortear los problemas a los que los enfrentará la vida y se rebelarán contra ellos. Sólo que no lo harán robándole gallinas al vecino, sino de la forma más atroz y salvaje posible. Porque los personajes de Szifrón actúan como animales acorralados, contenidos; animales que han sido forzosamente domesticados para vivir en sociedad pero que no podrán ocultar por mucho tiempo el impulso de un instinto que sigue latente y los catapultará hacia una vorágine de violencia sin retorno, dejando en evidencia -un poco como lo hacía Anderson- el desencanto hacia el género humano. Concebidas como si fuese un espectáculo conformado por diferentes números uno atrás del otro -dicho por el propio Szifrón-, estas historias breves comparten cierto carácter de cine catártico con Los Indestructibles, en cuanto al placer que genera en nuestras mentes la fantasía de perder el control aunque sea por unos segundos y dejarse arrastrar por ese derrotero de violencia y destrucción que acontece ante nuestros ojos para engullimos felizmente como animales salvajes. En medio de esa jungla que es la pantalla grande, Szifrón va encontrando historia tras historia el equilibrio narrativo para llevar a cabo su misión, alternando dos mecanismos igualmente válidos: a veces le sirve un plan estratégico -todos los artilugios del guión están milimétricamente calculados- y otras prefiere recurrir a la vieja usanza, aplicando la fuerza bruta y todo el arsenal que tenga a mano, a la manera de Los Indestructibles y sus secuelas. Como todas ellas, Relatos Salvajes arranca de manera explosiva, llevándose todo por delante con el prólogo anterior a los créditos iniciales -muy ingeniosos, de hecho- y cada historia viene a recuperar esa violencia física del enfrentamiento cuerpo a cuerpo, de un modo que se siente crudo y realista, pero que nunca pretende pecar de solemne o tomarse demasiado en serio. Su única pretensión es la más básica: hacernos fantasear con el deseo de realizar aquello que no podemos pero nuestros héroes sí y sin ningún tipo de moral o pensamiento ético que los detenga. Szifrón, que sabe lo que quiere y lo que queremos, nos permite explotar a través de la pantalla, pero con la ventaja de no sufrir las consecuencias que tendría hacerlo en la vida real. Y ese estallido de violencia que en un comienzo se encuentra implícita, reptando por debajo de lo que sucede en la superficie del relato, se acerca a la representación de la violencia en Scorsese (casos como Taxi Driver, Calles Salvajes, Buenos Muchachos) que funciona como una olla a presión hasta desbordar de forma repentina y caótica. La violencia como una hipérbole de sí misma que coquetea con el grotesco y apuesta a la ironía y el humor negro, pero que a pesar de ser exacerbada y desmesurada no pierde su verosímil ni deja de ser un reflejo de la realidad. El zorruno Szifrón -animal que él mismo se adjudica en los créditos- abandona su madriguera, luego de diez años recluido, para enfrentar su proyecto más arriesgado con respecto a la industria local. El guión, preciso, oscila entre instantes en los que reímos y otros en los que no sabemos si reír, qué hacer o sentir, generando una cierta incomodidad -en clave Monty Python-, auscultando nuestras posibles reacciones y haciéndonos parte de ese grotesco último acto donde se juega todo, y por supuesto, también nuestro morbo. En plena era digital y de corrección política, Szifrón regresa erguido, acompañado por su troupe de héroes populares en el reparto y la libertad de un “Indestructible”: quizás fuera de moda y no apto para almas sensibles, pero más vivo que nunca.
Plano por plano, seguramente no haya cineasta comparable a Damián Szifron trabajando en el cine de carácter comercial en la Argentina. La maestría que tiene para narrar escenas de tensión y suspenso le han valido comparaciones de todo tipo: ¿es nuestro Spielberg? ¿nuestro Hitchcock? En RELATOS SALVAJES esa maestría está en primer plano, ya que Szifron no sólo logra crear una enorme tensión en su película sino que lo logra, por lo menos, contando seis historias distintas. Es que el tercer filme del realizador de TIEMPO DE VALIENTES es una colección de seis “relatos” diferentes que no están conectados entre sí en lo que respecta a la trama, pero sí en cuanto a su temática. Se trata de cuentos de tensión creciente y de explosiones de furia, todos centrados en la idea de la violencia incontenida (e incontenible) de sus personajes a partir de disparadores de esos que se pueden vivir cotidianamente en este país. Un DIA DE FURIA para la Argentina del siglo XXI, RELATOS… apuesta por poner los nervios de punta al espectador, estimular sus pulsaciones al límite de lo imposible y no darle un respiro ni una satisfacción final. Al contrario, enfrentarlo a las crudas circunstancias a las que podrían llevarlo explosiones de violencia de este tipo si uno no aprende, digamos, a manejarlas. relatos salvajes2Lo cual no es fácil. En las ficciones de RELATOS SALVAJES, muchos de los personajes que vemos –y que ven los protagonistas– suelen ser tan crueles que muchas veces uno siente que debe hacer algo para detenerlos. Injusticias, mentiras, cotidianas trampas mortales: son personas que nos ponen frente al espejo de nuestras limitaciones y nos desafían a ir más allá de ellas. Y los protagonistas de estas historias optan, en un momento, por hacerles frente y ver qué pasa: “si el mundo me tira mierda –parecen decir–, les voy a devolver lo mismo”. Aténganse a las consecuencias. Trataré de no spoilear las tramas, pero tomando en cuenta que cada relato es, de algún modo, un cortometraje, los que no quieran saber mucho de las historias deberían no leer mucho más. Aclarado el punto y el sistema que moviliza las acciones de la película, lo que Szifron logra a partir de ellas es usar los miedos del público a su favor. ¿Qué sería uno capaz de hacer si una situación tensa aparece? ¿Escaparse y dejar que continúe, humillándose en el camino? ¿O enfrentarla? La película pone en primer plano un catálogo de potenciales desgracias cotidianas que todos conocemos –la grúa que nos lleva el auto, el reencuentro con un enemigo que hace mucho no vemos y no nos recuerda, un loco que nos hace imposible manejar en la ruta, una infidelidad de la que uno se entera en el momento menos indicado y así– y nos pone frente a una suerte de paredón: “¿Qué vas a hacer con todo esto?” Tensa, por momentos cómica (el humor, negrísimo, recuerda al de Alex de la Iglesia, con cuyo estilo zarpado y cruento la película también coquetea), RELATOS SALVAJES apreta todo el tiempo el acelerador desde el guión –cada situación potencialmente violenta duplica su juego en medio de cada relato, apuesta sistémica que al principio toma por sorpresa–, pero también lo hace desde la forma, apostando por un ritmo furioso a mitad de camino entre el género y el realismo intenso, y no soltando jamás ni ese acelerador ni el control sobre las emociones del público. La película, en cierto modo, es una pesadilla de la que cuesta despertarse: es el mundo tal como no queremos que sea y en el que estamos rodeados de gente que preferiríamos no tener que ver. Esa ecuación peligrosa no da respiro: ni los protagonistas ni el espectador escapan a esa oscura visión del mundo como un infierno del que no parece haber salida. La película nos pone frente a lo peor de nosotros mismos en la forma de breves e intensas aventuras. Relatos_1El primer corto, que funciona como aperitivo del universo al que vamos a ingresar, toma a una serie de personas que viajan en un avión (Darío Grandinetti, María Marull y Mónica Villa son los protagonistas), situación que lleva a un desenlace impactante que da la primera pista de lo que se viene: será muy negro, será muy cruento, será espectacular. El plano sobre el que se imprimen los títulos del filme sin dudas pasará a la historia como uno de los mejores y más impresionantes del cine argentino de todos los tiempos. La primera historia se centra en una moza de lo que parece ser un bar de ruta (Julieta Zylberberg) que recibe a un desagradable comensal que la agrede y humilla de entrada (César Bordón). La chica se da cuenta que se trata de un hombre que fue responsable de grandes dificultades familiares que que la afectaron de por vida y es la cocinera (Rita Cortese) la que le propone tomar cartas en el asunto. Allí aparece el formato tal como será repetido de ahí en más: una noticia o aparición desagradable que, al intentar resolverla, se vuelve doblemente desagradable y mucho más complicada de lo que era inicialmente, y en la cual todos los personajes sacan a la luz su costado más siniestro. La segunda es para mí la más lograda de todas no solo por su impecable pericia técnica, su rigor audiovisual y sus espléndidas actuaciones, sino porque –al estar más acotada a lo que parece ser una trama de género– resulta más fácilmente asimilable. Leonardo Sbaraglia es un hombre viajando en un auto caro por una bellísima ruta salteña, escuchando música, cuando nota que el auto destartalado que va delante suyo muy lentamente no le permite rebasarlo. Cuando finalmente lo pasa y agrede verbalmente a su conductor, vemos que el hombre que lo maneja (una especie de “white trash” violento a la manera de tantos personajes del cine negro americano) lo mira de la peor manera y lo amenaza. El asunto, obviamente, no terminará allí y el reencuentro de estos dos personajes será tan inevitable como violento, algo que Szifron transmite de una manera más que vívida en un corto que remite al cine de Quentin Tarantino: la ruta desértica como escenario de una pesadilla de la que no se puede zafar. relatos-salvajes-2A esa altura ya entendemos que la mecánica de la película será esa: el encuentro violento, el choque entre fuerzas que se oponen y, sobre todo, los personajes que sacan a la luz su peor cara ante circunstancias límites. La cuarta historia la protagoniza Ricardo Darín en el rol de un hombre que va a comprar una torta para el cumpleaños de su hija cuando la grúa se lleva su auto estacionado. El corto seguirá el derrotero de este sujeto que se va poniendo cada vez más y más tenso a partir de la impotencia que le genera la situación y las complicaciones posteriores de cada decisión impulsiva que toma ante lo que considera una injusticia. De todos los cortos es el que más se acerca a esa idea de UN DIA DE FURIA, aquella película con Michael Douglas enloqueciendo en medio de un embotellamiento. Es el relato más abierto y social: incluye la ciudad, el caos cotidiano, familiares, colegas y amigos en una trama que apunta a capturar el fastidio de vivir en una Buenos Aires implacable e impredecible. Es, también, la primera que pone claramente al frente el costado ofuscado de la película, el de un director claramente molesto y fastidiado por el mundo que le toca vivir. La siguiente historia seguirá por el mismo camino pero se manejará formalmente de un modo, si se quiere, más de cámara. El hijo adolescente de un millonario empresario embiste con su auto, borracho, a una mujer embarazada y sus padres (Oscar Martínez y María Onetto), con la ayuda de un abogado (Osmar Núñez), intentan cubrir el asunto de una manera un tanto insólita. Claro que la situación se complicará y se volverá a complicar cuando los involucrados se vean metidos en caminos sin salida. Aquí los enemigos y hasta la trama van girando de maneras insospechadas, pero la lógica es la misma: cuando imaginás que nada iba a poder ser peor de lo que es, la realidad te demuestra que estás equivocado. szifron 2Szifron tiene la sabiduría formal de elegir estilos distintos para cada corto, siempre apostando al impacto sensorial y a la ambigüedad moral –entendemos por qué los personajes hacen lo que hacen hasta un punto en que ya nos arrepentimos de haberlos entendido o estimulado–, lo cual nos lleva a ver la película nerviosos o riéndonos de manera incómoda. Sobre todo, nos provoca a plantearnos nuestras propias actitudes ante circunstancias similares. La apuesta funciona extraordinariamente bien: será una película que provocará debates, cuestionamientos, discusiones de sobremesa y hasta seguramente mesas redondas en algún programa de televisión donde se invite al director y/o a actores a hablar de los temas que propone el filme, entendido como reflejo de un evidente malhumor social. La última secuencia es otro gran tour de force impactante de Szifron y compañía. Se centra en un casamiento judío fastuoso en un salón de un hotel que se complica cuando la novia (Erica Rivas) se entera de una infidelidad de su marido. Lo que pasa luego es lo más parecido a una boda del infierno, con una energía increíble y una negrura que avanza hasta lugares tremendos aún dentro de los parámetros fuertes de la película. En algún punto, es lo más parecido que se propone a un final feliz, ya verán porqué… RELATOS SALVAJES es el tipo de película que genera amores y odios, fanáticos y detractores. Es cine de género, sí, pero también es cine de frustración ante cierta decadencia moral (Robert Altman y CIUDAD DE ANGELES es otro claro referente aquí), de shock al espectador (en una línea del Michael Haneke de FUNNY GAMES) y de ingenio narrativo propio de thrillers hitchcockianos. Es, curiosamente, una película en episodios sin conexión alguna entre ellos, lo que hace pensar por momentos si la idea no es también aplicable a una serie de televisión de mismo título y capítulos de media hora a la manera de TIEMPO FINAL, pero siempre con el eje temático puesto en situaciones de violencia cotidiana. szifron 3Es interesante, también, pensarla en relación a otros “relatos” del cine argentino como HISTORIAS MINIMAS o HISTORIAS EXTRAORDINARIAS, dos películas que parecían jugar entre el minimalismo y el maximalismo –una se montaba, de manera ligeramente irónica, sobre la otra– a la hora de abordar diversos relatos con pocos o ningún cruce entre sí. Estas “historias salvajes”, en cambio, parecen pivotear sobre ambos ejes: son historias ordinarias, mínimas, que se vuelven extraordinarias por los comportamientos de sus protagonistas. La lectura, sin embargo, no es humanista como la del filme de Carlos Sorín ni lúdica y disparatada como la de Mariano Llinás, sino perturbadora y angustiante. Si los filmes anteriores de Szifron se caracterizaban por un respeto férreo a los códigos de género (aquí la conexión es más directa con la más oscura EL FONDO DEL MAR que con TIEMPO DE VALIENTES) y a poner cualquier tipo de posición ético/ideológica en segundo plano, al servicio de la narración, de la aventura y hasta del heroísmo, acá la lógica parece invertida: es el sistema narrativo el que parece estar al servicio de una serie de ideas que toman ese mismo y celebrado heroísmo y lo ponen patas para arriba. Como una versión de LOS SIMULADORES en la que los protagonistas en lugar de arreglar las injusticias las volvieran todavía más injustas o que en lugar de atenuar la crueldad de los denunciados les subieran la apuesta, RELATOS SALVAJES presenta a un cineasta enojado con todo o casi todo. Menos con su talento para contar historias cinematográficamente, que sigue brillando como una luz rutilante en medio de tanta oscuridad.
Cómo encender la furia Un más que bienvenido regreso del director Damián Szifrón a la pantalla grande con seis historias que se nutren de varios géneros para embarcar al público en un vuelo sin escalas que tiene como destino la violencia. Relatos salvajes funciona como una "olla a presión" a punto de estallar y lo hace a través de historias que no están conectadas entre sí, con personajes muy disímiles y que reaccionan antes situaciones extremas. Como un eficaz cóctel, la película da en el blanco y crea climas exasperantes que van del humor negro y las acciones imprevistas hasta la furia desatada. Luego de una presentación que identifica a cada uno de los nombres de los actores con diferentes animales, el espectador se embarca primero en un avión y durante un vuelo en el que todo se descontrola cuando un pasajero (Darío Grandinetti) entabla una conversación casual con una desconocida. El cuento, que precede a los títulos, desborda humor y hechos inesperados. El segundo relato, alimentado por un clima de suspenso y terror, invita a un restaurante de ruta en el que una moza (Julieta Zylberberg) y su cocinera (Rita Cortese) reciben como único comensal a un candidato a intendente (César Bordón) durante una noche tormentosa. La ruta salteña funciona como el escenario ideal para que un automovilista (Leonardo Sbaraglia) sufra un altercado con otro sin imaginar las consecuencias del vertiginoso encuentro. En el cuarto eslabón, un ingeniero experto en demoliciones (Ricardo Darín) intenta recomponer su situación familiar mientras lidia con una grúa que le lleva el auto, para pasar luego al trágico hecho que cambia para siempre la tranquila vida de un matrimonio acomodado (Oscar Martínez y María Onetto) que inicia una oscura negociación para salvarse. Y para el postre, encontramos a una novia (Erika Rivas) que sufre el desencanto de su vida en medio de su fiesta de casamiento, empujando a los invitados hacia la catástrofe. Relatos salvajes funciona desde el primer minuto hasta el hipnótico desenlace por la solidez de sus fragmentos, las logradas actuaciones (se destaca también Osmar Nuñez en su rol de abogado) y el ritmo que nunca decae. A lo largo de casi dos horas, el público se sentirá identificado ante las injusticias, las luchas de clases y la burocracia que se adueñan del relato y encienden un clima enloquecedor potenciado por la música de Gustavo Santaoalla.
Genealogía de la inmoralidad Damián Szifron, la mente creativa detrás del mega éxito televisivo que generó Los simuladores -posteriormente realizó la también aclamada Hermanos & Detectives- nos presenta su tercera película. Luego de El fondo del mar (2003) y Tiempo de Valientes (2005), el realizador oriundo de zona oeste, retorna después de nueve años de ausencia cinematográfica. Relatos Salvajes, es un regreso verdaderamente triunfal que, entre otras cosas, comparte con las anteriores producciones de Szifron un elemento principal muy característico de su creador: el humor negro, que aquí está exacerbado al punto de rozar la crueldad, y por momentos, el gore. Tal como su nombre lo indica, Relatos Salvajes es justamente eso, una sucesión de seis relatos que no se cruzan pero si podrían complementarse ya que si bien no comparten personajes ni escenarios, sí tienen una temática común: la pérdida del control. De hecho el "slogan" de la película claramente dice "Todos Podemos Perder El Control"; y en esa pérdida -ya sea de moral, de ética, de valores, o de cordura- se mueven todos los personajes que son presentados durante las dos horas que dura el film. Pasternak, un epílogo al comienzo (incluso antes de los créditos de apertura) oficia como relato inicial. Allí vemos como dentro de un vuelo comercial, un grupo de pasajeros descubre que ninguno de ellos está ahí por casualidad. Alguien y algo los llevó hasta ese lugar, en ese momento y de esa forma. La historia número dos (Las ratas) tiene como protagonistas a Julieta Zylberberg y Rita Cortese, como moza y cocinera respectivamente de un restaurante de ruta. Durante una noche de lluvia torrencial, llega un comensal que no es nada menos que el candidato a intendente, quien en su faceta de mafioso ha martirizado a la familia de la moza. ¿Será esa la noche ideal para una venganza tardía y sangrienta sin testigos? La tercera entrega (El más fuerte) tiene como tema central la lucha de clases, los prejuicios sociales; mientras que el cuarto relato (Bombita) presenta la indignación y furia de un hombre ante el sistema burocrático local -algo que Kafka describió a la perfección en El proceso- que por su ineficiencia e inoperancia laboral, le impide llegar al cumpleaños de su hija. El penúltimo relato (La propuesta) involucra un accidente de tránsito que deja como consecuencia un muerto. La impunidad burguesa, la corrupción y la codicia ofician como ejes de este episodio, que resulta tal vez el más provocativo por su cercanía a recientes hechos sociales. Szifron deja lo mejor para el cierre y con Hasta que la muerte nos separe, el humor negro llega a su pico máximo en medio de una boda judía en la que la novia (Erica Rivas) descubre una asistente indeseable. La ira, los gritos y nervios estallarán en la joven que materializará excesos y locuras en pos de descargarse y brindar una fiesta inolvidable para todos los comensales. A través de estos seis relatos, Szifron nos brinda no sólo una película sino un pseudo análisis sociológico sobre las emociones y sentimientos más primitivos y salvajes (enojo, ira, violencia, entre otras) que todos tenemos instintivamente pero que en mayor o menor medida hemos reprimido al aceptar el contrato y las convenciones sociales que el universo simbólico humano requiere. En relatos Salvajes los personajes hacen lo que nosotros, en tanto sujetos sociales quisiéramos realizar pero no podemos: y lo hacen de forma grotesca, caótica, desmedida, repentina o pergeñada, pero por sobre todo: violenta. La violencia sin dudas conquetea con el horror y lo absurdo generando una lectura entre perturbadora y angustiante de la sociedad, pero no de la sociedad argentina actual, sino de la sociedad en general, del conjunto humano y tal vez por ello, esta película tenga -aún antes de su estreno- defensores y detractores por igual; porque nos obliga al encuentro con lo que para muchos puede ser inadmisible pero que en definitiva es real: nuestro salvajismo natural contenido anti-naturalmente el cual puede cruzar una barrera, develar lo real, y caer en las tierras de la cotideaneidad. Técnicamente perfecta, con una calidad visual impecable y envidiable -aplausos aparte para el DF- esta producción se luce en todo, si en todo. El montaje es espectacular, la música -si bien me declaro anti Santaolalla- funciona como un actor más y no como simple acompañamiento y ¿que decir de las actuaciones? Todos los protagónicos se lucen pero la labor de Erica Rivas logra superarlos y dotar a su episodio de frescura y estilo muy almodovariano que a más de uno encantará/ Relatos Salvajes es en definitiva cine de género que shockea de un golpe seco al espectador, y que al mejor estilo hitchcockiano roza la narración propia de los thrillers pero además es la forma de reflejar la decadencia moral actual, es la forma en que Szifron por medio de esta antología critica a una sociedad que avanza en muchos aspectos, pero que retrocede en el más importante: el humano.
El hombre es el lobo del hombre Finalmente se estrena la esperada nueva obra de Damián Szifrón. El director de Tiempo de Valientes y la televisiva (y su más reconocida obra) Los Simuladores vuelve para rubricar la fe cinéfila depositada en él. Este regreso es fragmentado. Seis historias sin un hilo conductor más la demostración de lo cruel y despiadado del humano. Relatos Salvajes es fiel a su título, y el esperado retorno del director, vale la pena. Lo de Szifrón es milimétrico. Desde su construcción precisa de los planos, diálogos y musicalización, uno queda atrapado en el oscuro artificio. Relatos Salvajes está atravesada por la violencia de una sociedad en fermentación. Sopesada con un preciso humor negro (que sirve como válvula de escape ante nuestro propio horror), Szifrón y la eficacia del reparto, logra que sintamos empatía por personajes funestos. Un compendio de sombríos retratos que quizás pueda servir de simulacro, un sendero que no debemos recorrer. Pasternak, la primera historia, es una que tal vez se puede alejar del corpus de la película. A pesar de la violencia involucrada, existe algo de irreal en ella. Un crítico musical (Darío Grandinetti) sube a un vuelo y comienza una charla amistosa con una hermosa mujer. Lo que viene después juega como una introducción lúdica. Una fantasía cercana a Los Simuladores que roza el sueño psicoanalítico. Los títulos vienen a posteriori. Uno ve en esa selección (visual y musical) lo cerebral del cine de Szifrón. Imágenes de animales acompañan cada uno de los nombres de los actores donde se iguala a los humanos con la naturaleza salvaje del mundo. Fuimos domesticados pero no estamos exentos de un espíritu primitivo. Ese emparejamiento animal no es del todo justo. Lo humano es brutal y racional (por más emoción violenta que se desee argumentar). El personaje de Sbaraglia es consciente cuando grita “negro resentido” desde su flamante Audi al del auto desencajado que no lo deja pasar. Él sabe de su auto, de su posición social, y lo que significa lo dicho. ¿Quizás Szifrón dice que la violencia y crueldad es nuestra naturaleza? La segunda historia se titula Las Ratas, es breve y anecdótica. Un hombre entra a un bar de ruta y la camarera (Julieta Zylberberg) reconoce a un hombre que desencadenó un momento nefasto en su vida. La cocinera (una genial Rita Cortese) está dispuesta a llegar a fondo con equilibrar las cosas. Una ficción que no rezuma originalidad pero donde destaca la construcción visual y el manejo de la tensión por parte del director. El que viene a continuación es el más violento (físicamente hablando) de todos, un duelo rutero feroz. Un hombre (Leonardo Sbaraglia) que atraviesa una ruta salteña en un flamante Audi se cruza con un auto desvencijado, lo que aparenta una de tantas agresiones automovilísticas decanta hacia algo más oscuro. El Más Fuerte versa sobre choque de clases virulento. De una calidad técnica impecable, el relato se siente próximo al (buen) cine de acción, uno de los puntos más altos de la película. Lo de Damián Szifrón es milimétrico. Desde su construcción precisa de los planos, diálogos y musicalización, uno queda atrapado en el oscuro artificio de Relatos Salvajes. Luego llega Bombita. Un ingeniero en demolición (Ricardo Darín) al que la grúa le lleva el auto comienza una guerra contra lo que considera una acción injusta de la empresa acarreadora (toda una institución monolítica y despersonalizada). Su necesidad de ganar su batalla lo hunde en un espiral de resentimiento hasta su explosión contra el “sistema”. La representación de un termómetro social en este relato por parte de Szifrón es controversial. Es donde se puede ver una sociedad diezmada en cuanto a su tolerancia. ¿Cuantos se irán a sentir identificados por Bombita? Ese número quizás sea el planteo más salvaje de todos. La que sigue, La Propuesta, es una historia amarga (aunque no es que las otras hayan sido inspiradoras). El accidente de auto del hijo de un hombre adinerado (Oscar Martinez) pone en foco la impiadosa billetera como canon de la sociedad capitalista moderna. Un relato donde la ética y la conciencia son dictada por los dólares (no nos vamos a ensuciar por pesos, ¿no?). El que poco o nada tiene, siempre es la parte delgada del hilo por donde se termina cortando. La historia final posiblemente sea la mejor. Hasta que la Muerte nos Separe nos mete de cabeza en un casamiento judío. Una celebración que se convierte en un ojo por ojo y diente por diente. Como un curso acelerado de matrimonio (de esos en los que nada sale bien) la festividad se tiñe de un rojo que enfatiza el impoluto blanco. Érica Rivas está magnífica destilando humor y cinismo en su interpretación de esposa despechada. La reina perfecta para cerrar con pasión un banquete cinéfilo inolvidable.
"Relatos Salvajes” (Argentina, 2014), de Damián Szifrón, es un filme potente que expone a través de seis historias, la confrontación que en la sociedad actual se vive a diario y en la que los vínculos son vulnerados ante el mínimo indicio de indiferencia y desatención del otro. No importa si un fantasma del pasado sigue vigente en el presente, o si una injusticia genere malestar y penar hasta el punto de pensar en transgredir las leyes, los cuentos de los que habla el director son universales, porque más allá del escenario y vestimenta de los protagonistas, hay algo que remite a cierto lugar de reconocimiento en el que todos los espectadores se pueden reflejar. La tensión manifiesta y la latente, aquella que soterradamente pretende, cual olla a presión, mantener en segundo plano las pulsiones, son el eje temático para este impactante filme. Con un elenco encabezado por Ricardo Darín, y que incluye a un seleccionado de primer nivel actores (Oscar Martinez, Erica Rivas, Rita Cortese, Leonardo Sbaraglia y Darío Grandinetti), y una producción y cuidado muy pocas veces visto en la pantalla nacional, "Relatos..." transforma la vieja película de sketches en un manifiesto sobre la realidad, que sigue la sección policiales con el mismo interés que una ficción o tira diaria. Porque justamente el principal mecanismo del filme es la apropiación de lo salvaje como manera de vinculación, de ver al OTRO, no ya como aquel que me completa sino como ese que me amenaza en cualquiera de sus formas (persona, Estado, vehículo, etc.). Si bien algunas de las historias funcionan con mayor impacto y sinergia que otras, el filme en su totalidad es un cuerpo vigoroso y potente, que solo decae por la propia ambición del realizador de querer detallar aun mas las acciones y personalidades de los protagonistas y detener la progresión del relato. La elección de una banda sonora no tradicional (“Lady, Lady, Lady” de Joe Esposito, por nombrar solo un tema musical), una delicada y arriesgada a la vez dirección de cámaras y fotografía, y una interpretación por encima de lo esperado, hacen de "Relatos Salvajes" más que una película el evento cinematográfico del año.
Cada tanto, el cine nacional nos brinda la posibilidad de sentirnos parte del Primer Mundo, al menos en términos cinematográficos. "Relatos Salvajes", tercer largo de Damián Szifrón, es la muestra cabal de que en Argentina hay talento a rabiar concentrado en un puñado de gente de la industria. Pocas veces en la historia del cine nacional, encontramos una película capaz de sacudirnos como espectador de principio a fin, intensa e inclasificable (¿es drama, comedia, policial?), una explosión de adrenalina cuadro a cuadro que mantiene al espectador en su butaca sin darle tregua. Y cuando se la otorga, es para que se ría con ganas o se conmueva ante la suerte de los personajes que giran en las seis historias que propone este vibrante caleidoscopio argento. Szifrón parte de una aguda observación de la realidad local (que va desde las cuestiones íntimas y de relación hasta las de denuncia social), y nos presenta un grupo de historias en las que los protagonistas, por decisión o azar, se enfrentan a recorridos y desafíos tremendos para resolver cuestiones que despertaron ira y dolor en ellos. Y estallan en la pantalla con toda su furia, una vez que cada escenario plantea su encuadre particular. No podemos anticipar nada de estos relatos en forma individual (en cualquier sinopsis podrán leer los argumentos de cada uno de ellos), sí decirles que más allá de los altibajos naturales que se dan en una realización tan compleja, aquí las historias conectan todas con hechos que tienen algo de cotidiano (peleas, infidelidades, estafas, burocracia, etc) y eso predispone al público a aceptarla sin filtro. “Relatos Salvajes” está bien construída y se hace fuerte en las interpretaciones de un elenco fantástico donde es difícil encontrar algún punto flojo. Sencillamente porque no lo hay. Es un golazo de Szifron y su equipo por donde la mires. Sin dudas, la película del año del cine argentino. No defrauda.
Y gran elenco Relatos salvajes (2014) consiste de una colección de cuentos cortos unidos no por su narración sino por el tema y conflicto central de la película: el control. Mejor llamarlos fábulas. Los personajes son equiparados a animales (estereotipos) en los créditos, y el escritor/director Damián Szifrón se presenta como el proverbial zorro que los recoge a modo de narrador. Cada fábula presenta situaciones muy distintas entre sí, pero todas comparten una mirada sádica hacia los intentos de los personajes por controlar situaciones que invariablemente terminan fuera de control. Ya que nos reímos de su miseria y de la futilidad de sus acciones, se trata de una comedia negra. Ya que ninguna historia desarrolla demasiado a ningún personaje más allá del estereotipo, cualquier intento de drama falla. Todas las situaciones se presentan en clave de urgencia. Los pasajeros de un avión (Dario Grandinetti entre ellos) pierden el control sobre sus vidas. Dos mujeres en un restaurante (Rita Cortese y Julieta Zylberberg) discuten entre sí sobre si matar o no a un cliente. Un hombre (Leonardo Sbaraglia) se descontrola violentamente contra otro en medio de la ruta. Una familia (encabezada por Oscar Martínez y María Onetto) intenta controlar y encubrir el crimen de su hijo. Una novia (Erica Rivas) descubre la infidelidad del novio durante su fiesta de casamiento, y ambos se turnan controlando y descontrolando el escándalo. La única historia que se construye más allá de una situación urgente y nos da algo parecido a un personaje es la de un ingeniero (Ricardo Darín), cuya vida se desencaja al remolcarse injustamente su auto. Le espera una larga caída libre a través de varios círculos de indiferencia burócrata, durante la cual perderá a su familia, su trabajo y luego un poco más. Quizás sea una coincidencia, pero marca el punto medio de la película y resulta la historia más divertida, costumbrista y mejor desarrollada de la antología. Darín está en su salsa cuando hace de porteño indignado. Todas las historias de la película poseen un guión bien escrito y desarrollado hasta las últimas consecuencias de las situaciones que imaginan, sin compromisos ni salidas fáciles. La única que se siente fuera de lugar es la primera, que promete un verosímil absurdo que nunca termina de igualar. Las demás poseen un planteo más homogéneo y se disfrutan con los típicos altibajos de las películas antológicas. Las mejores son por lejos “Bombita” (la de Darín) y “La propuesta” (la de Martínez). El personaje más gracioso es la cocinera de Rita Cortese. La historia más escandalosa es la última. ¿Cuántas cosas pueden salir mal en un casamiento? Pasen y vean. Relatos salvajes produce dos tipos de emociones básicas en el espectador: el placer cruel de ver a estos individuos sufrir, y el placer de la catarsis/venganza/autodestrucción/liberación, que se logra muy bien considerando la chatura de los personajes. Ofrece escapismo en su estado más puro y alguna que otra crítica social (queda en cada uno determinar cuan auténtica o tramposa es esta crítica). Es de lo más divertido que ha hecho Szifron. Si eso les significa algo, vayan a verla.
Relatos Salvajes es esa clase de propuestas que a uno le gustaría encontrar con más frecuencia dentro del cine nacional. Es decir, una película que te envuelve de principio a fin con sus conflictos sin la necesidad de tener que mirar el reloj cada 15 minutos esperando que termine. Damián Szifrón se tomó su tiempo para volver a la cartelera con un nuevo proyecto pero la espera valió la pena. Su nuevo trabajo presenta una muy buena antología de suspenso que trae al recuerdo la vieja serie de televisión de Alfred Hitchcock y ni hablar de los cuentos macabros de Roald Dahl. Son historias independientes que tienen como punto en común la liberación de la violencia contenida. Los protagonistas de cada corto estallan en algún momento por un hecho particular y eso los lleva a tomar decisiones extremas que los termina por involucrar en una odisea. Es claro que el director no se propuso brindar un estudio psicológico de la naturaleza de la violencia sino divertirse con todos estos personajes que logran generar una empatía con el espectador, pese las cosas terribles que hacen. Una película donde Szifrón como guionista demostró un gran dominio del humor negro y el absurdo que no había trabajado con tanta fuerza en sus filmes anteriores. En todos los relatos hay situaciones incómodas que generan momentos desopilantes y luego te sorprenden con algún giro inesperado. Como suele ocurrir con las antologías la conexión del espectador con las historias varía de acuerdo a los conflictos que se presentan. Nunca vi una película de este tipo donde me parecieran brillantes todos los cuentos. Alguno siempre te termina por enganchar más que otro. En Relatos salvajes mi gran favorito resultó El más fuerte, el corto protagonizado por Leonardo Sbaraglia. Algo que me encantó de este segmento es que tiene una realización diferente al resto de las historias. Más allá del gran trabajo que hacen los actores, la labor de Szifrón en la edición de este corto fue fundamental a la hora de construir la tensión frenética que tiene el conflicto. La historia está impecablemente narrada y no es algo tan sencillo de lograr cuando el núcleo de un argumento se centra tanto en la acción física. Relatos Salvajes la verdad que brinda una grata experiencia cinéfila que seguramente estará en el recuerdo cuando repasemos las mejores películas que vimos este año.
Relatos vacíos Con un elenco estelar que servirá para llevar público a las salas, el director apuesta a impactar al espectador con la exhibición de situaciones efectistas, y una violencia que cubre al filme como una delgada cáscara que al resquebrajarse deja al desnudo un guión vacío de ideas, y en general obvio. El trazo grueso se impone al momento de presentar a los personajes y no hay profundidad alguna en el planteo de los conflictos que se presentan con sobrada superficilidad. Los seis episodios que forman esta película tienen a la venganza como denominador común, sentimiento que con mayor o menor presencia atraviesa el filme. El episodio prescindible es el primero, con Darío Grandinetti como protagonista. Un cuentito sin mayor valor, que apenas sirve para dejar en claro que hay producción y desear que lo que venga sea mejor. Y un poco mejora la cosa, gracias a algunas actuaciones como las de Julieta Zylberbeg, que junto a Rita Cortese llevan adelante el corto titulado "Las Ratas". Ambas trabajan en un bar de ruta; una atiende el salón, la otra cocina. Cierta noche llega un cliente que comparte un pasado en común con la camarera, y con él se despierta el deseo de hacer justicia y el de liberar tanto desprecio contenido. Luego es el turno de Sbaraglia en "El más fuerte", pequeña fábula sobre la violencia desatada desde la impunidad del que se cree poderoso, hasta que cae en la cuenta de que su poder depende de lo externo. Aquí Szifrón demuestra no tener el timing preciso para saber cuando es suficiente, especialmente en lo humorístico. El espacio tribunero lo ocupa el episodio que tiene a Darín a la cabeza. Un ingeniero experto en explosivos, con poca paciencia para el trato burocrático, se siente víctima del sistema del control vehicular de la ciudad y por preferir discutir con los que le llevaron el auto con la grúa, se pierde el cumplaños de su hija. Impreciso y flojo de guión, este episodio privilegia el efecto populista antes que el desarrollo de sus personajes y la búsqueda de sus verdaderos conlictos. Lo más destacable queda a cargo de Oscar Martínez, quien en "La Propuesta" se pone en la piel de un inescrupuloso padre de familia, millonario, que decide cubrir a su joven hijo, responsable de un accidente vehicular que dejó como saldo a una mujer embarazada muerta. Con la complicidad de su abogado, el atribulado padre propone que otro tome el lugar de su hijo a cambio de una importante suma de dinero. En esta ocasión, Szifrón evita el artilugio y se concentra en la historia, que es bien llevada, con matices y vueltas de tuerca que eriquecen el relato. Sin dudas, el mejor de los seis episodios. Para el final, la histeria ataca y Erica Rivas es la encargada de encarnarla con suficiencia. Precipitado y lleno de clichés es este último episodio que en su decenlace desnuda lo débil de su armado. En lo técnico, los efectos van desde lo más realista a lo más artificioso, en tanto el uso del doblaje en algunas escenas suma superficialidad. Escuchar la voz de un actor como si esuviera pegado al micrófono en un estudio, cuando lo vemos en una terraza al aire libre tomado a metros de distancia, ciertamente no ayuda. En lo actoral, hay escenas que tienen un nivel desparejo. Muchos roles secundarios están a cargo de actores publicitarios, poco naturales pero acordes a una puesta que por momentos se acerca más al mundo de la publicidad que al cine. Cada relato merece quedar en algo más que una ocurencia. Pero ahí quedan, porque el director no quiso, no supo o no pudo poner el cuerpo e ir a fondo, involucrarse en el juego que él mismo propuso. En cambio, elige tomar distancia, como en un safari fotográfico, mostrar algo de la naturaleza humana de lejos, y dejarla ahí, como para que no moleste mucho. Después de todo Szifrón solo busca entretener, y para eso le da. Hasta ahí.
Relatos domesticados Se están diciendo muchas cosas sobre Relatos salvajes. Recientemente, surgió una polémica -bastante inflada por cierto- por unas declaraciones del director y guionista Damián Szifrón, que motivaron una denuncia por apología del delito por parte de un dirigente del PRO. No me voy a ocupar de las aseveraciones de Szifrón -ciertas, pero también bastante obvias; no hay que ser demasiado lúcido (ni provocador) para decirlas- ni de la estupidez del dirigente macrista -quien evidentemente tiene demasiado tiempo libre-. Tampoco voy a entrar en un debate que va más alrededor de la película, que sobre la película. Nuevamente buena parte de la crítica de cine argentina -y luego el resto del periodismo de espectáculos e incluso el político- falla a la hora de analizar un film, porque se queda principalmente con lo que supuestamente dice la obra, con su horizonte de expectativa, y no con lo que realmente dice. Y esto es clave porque cuando se van explorando los diferentes rasgos cinematográficos de Relatos salvajes, resulta que tiene poco para decir. Entonces mejor hagámonos algunas preguntas. ¿Son realmente movilizadoras e inquietantes las historias que va desarrollando el film? Superficialmente sí, pero en cuanto se va sacando un poco la cáscara, la verdad que no. En el fondo, son todas tranquilizadoras. El efecto aplacador lo generan de diversas formas: desarrollando situaciones de enfrentamiento donde una de las partes -siempre encarnada por el protagonista- queda plenamente justificada (la historia titulada Bombita, por ejemplo); con acciones violentas donde operan intermediarios (el episodio llamado Las ratas); con una violencia que por terrible no deja de ser liberadora, sin posible carga de culpa (El más fuerte); escenificando circunstancias familiares y de clase que explican con facilidad determinadas decisiones, por más que sean terribles, apaciguando su efecto (La propuesta); creando figuras de oposición con las que es fácil confrontar y despreciar por sus acciones y modos (Pasternak); o amagando con escalar el nivel de tensión para luego quedarse ahí, en el amague, porque todo se recompone (Hasta que la muerte nos separe, título que es una traición narrativa en sí mismo). ¿Hay un universo de grises, de ambigüedad, o de buenos y malos, de estereotipos colisionando? Claramente lo segundo. El film va presentando en los diferentes capítulos antagonistas fácilmente repudiables y ese es su disparador para ir eliminando toda chance de que el espectador pueda problematizar los acontecimientos y decisiones que se van mostrando. Es prácticamente imposible no sentir total antipatía por los tripulantes del avión en Pasternak, los abogados de La propuesta o todos los miembros de la burocracia con los que se va cruzando el personaje de Ricardo Darín en Bombita, por citar apenas algunos ejemplos. Los lugares comunes no son repensados sino reafirmados, todo es trillado en los vínculos establecidos por los distintos personajes y el trazo grueso está en función de reafirmar el slogan de la película, “todos podemos perder el control”. Relatos salvajes no se preocupa por preguntarse por qué perdemos el control, si está bien perderlo, cómo se alteran las relaciones entre los sujetos o entre los individuos y el contexto que los rodea a partir de la pérdida de ese control. Sólo se dedica a reafirmar algo ya sabido y que en el fondo es catártico, tranquilizador: si todos podemos perder el control, entonces no está tan mal si lo perdemos. ¿Las distintas puestas en escena desplegadas respiran cine? No, y eso es un retroceso muy grande para la filmografía de un director como Damián Szifrón, que en sus dos propuestas televisivas, Hermanos y detectives y Los simuladores, insinuaba un diálogo con el campo del cine, aunque sus dos películas, El fondo del mar y Tiempo de valientes, no terminaban de cimentar un lenguaje propio. Relatos salvajes, que en los avances se insinuaba como una obra de consolidación de ese lenguaje personal, no posee la potencia necesaria en las imágenes, los sonidos y los tiempos que la componen. Hay muy pocos planos o escenas que aprovechen a fondo las posibilidades que brinda el cine en cuestiones como la profundidad de campo o el montaje. Excepciones pueden ser el último plano de Pasternak o la pelea en el auto de El más fuerte. Con Las ratas y La propuesta, que necesitaban, por transcurrir en un único espacio, un manejo de la tensión muy particular, Szifrón nunca consigue salir del estatismo. Incluso se puede notar que hay una voluntad por hacerse notar por parte del realizador -como en el plano de la puerta de la cocina siendo empujada en Hasta que la muerte nos separe-, pero son sólo intentos que se quedan en simples manierismos. Todo esto se traslada a los diálogos y las actuaciones, que alternan entre lo televisivo y lo teatral, siempre un tono por encima del requerido, siempre remarcando innecesariamente. ¿Cuál es su marco ideológico? Bueno, por ahí habría que preguntarse si en verdad lo tiene, o si termina de desarrollarlo. Relatos salvajes es tan pero tan políticamente correcta desde su aparente incorrección política… No llega nunca a plantar bandera, a decir “acá estoy yo”. Para un film aparentemente confrontativo, polémico, se preocupa demasiado por quedar bien con todo el mundo y se le nota demasiado el cálculo en el casting para generar empatía con los espectadores (el ejemplo máximo es el ingeniero encarnado por Darín, actor capaz de interpelar con total comodidad al ciudadano medio desde su construcción de estrella). En cierta forma, representa la discusión cómoda que algunos sectores bienpensantes quieren tener: esa donde ya asoman todas las respuestas apenas se rasga un poquito la superficie. ¿Va a fondo con su propuesta? No, definitivamente no, y ese es su mayor pecado. Film de respuestas fáciles antes que de preguntas difíciles, Relatos salvajes termina compartiendo muchos rasgos con otros exponentes “temáticos” del cine argentino, como Dos más dos o Corazón de León. Es cierto que no es tan irritante como las antes mencionadas, porque aunque sea se le puede detectar un mínimo de coherencia en su discurso y hasta habilidad para unir con cierta fluidez espacios-tiempos aparentemente discontinuos. Sin embargo, hasta dan ganas de pedirle que fastidie, que enoje, que movilice aunque sea negativamente. Pero no, es tan tibia que necesita de un discurso exterior y ajeno que encienda la polémica, porque en sí misma es un callejón sin salida, con muy poco para ofrecer.
Una sinfonía desenfrenada Después de muchos años de silencio creativo, Damián Szifrón vuelve a la carga con una película que moviliza desde antes de su estreno y que propone vueltas de tuerca ya desde su formato: El guionista y director de “Relatos Salvajes” se despacha con seis historias cortas aparentemente inconexas que conforman este largometraje, atravesadas por el mismo hilo conductor: la pérdida del control. Habiendo pasado por uno de los festivales de cine más prestigiosos del mundo como lo es Cannes, y después de recibir ovaciones de pie, las expectativas del público argentino con respecto a esta película se elevaron a niveles poco antes vistos para una producción nacional. Esa ansiedad creció sobremanera la última semana al tener que reprogramar su estreno en todo el país, debido al conflicto gremial en los cines por el reclamo salarial de los trabajadores. Si los responsables de esta película, o la gente ansiosa por verla, fueran personajes dentro de la misma, estos acontecimientos casi anecdóticos podrían haber tomado giros bastante dramáticos. Las reacciones explosivas son las protagonistas de estas seis historias, como respuesta a los hechos que les toca enfrentar a los desafortunados personajes de cada una de ellas, seres comunes y corrientes dentro de su propia realidad. Intentando controlarla, llegan al punto de sobrepasar los límites de la cordura cuando ya no pueden contener la frustración e ira acumuladas por resignación, miedo o sentido común, dentro de un sistema que los pone a prueba permanentemente. Todos estos relatos, situados en contextos completamente distintos, están tan bien realizados -desde su concepto hasta su puesta en escena- que logran movilizarnos como sólo el buen cine sabe hacerlo. Los momentos de extraordinaria tensión se funden con la sorpresa de una carcajada frente al humor irónico de las descabelladas situaciones. Esa capacidad de resiliencia, de convertir el drama en comedia, caracteriza a una generación de argentinos que desarrolló el sentido del humor a base de amarguras. Szifrón hace gala de esa capacidad, dejando ver dónde residen sus influencias pero también poniendo de manifiesto su sello personal, que se hace presente en todos los detalles de esta producción. Con un elenco que encarna a la perfección las pasiones de sus personajes, cada uno de los cortos que componen este largometraje cuenta con un protagonista de lujo, elegido para balancear con los otros. Son de la partida Ricardo Darín, Rita Cortese, Oscar Martínez, Darío Grandinetti, Erica Rivas y Leonardo Sbaraglia, todos nombres consagrados dentro del cine nacional. El elenco se completa con el compositor Gustavo Santaolalla, quien le da a cada relato la ambientación musical perfecta. El resultado final es una maravillosa y desenfrenada sinfonía cinematográfica.
En los dominios de la narración clásica La película con la que el realizador de Tiempo de valientes vuelve recargado al cine es un film en episodios. Y todos tienen un urticante tema en común: la violencia social. Por una enorme variedad de razones, Relatos salvajes es una de esas raras películas argentinas que llegan al estreno convertidas en acontecimientos. Esas razones residen en su ambición, sus altos valores de producción, sus tocantes apelaciones a lo real, su impresionante elenco, su alto presupuesto, el hecho de representar el regreso al cine de un creador tan popular y masivamente valorado como es el director de Los simuladores. Así como su participación en la competencia oficial de Cannes, cuyo director artístico, Thierry Frémaux, la ensalzó antes incluso del comienzo del festival. A todo ello hay que sumarle la alta apuesta de su distribuidora, la major estadounidense Warner Bros., reflejada no sólo en una campaña publicitaria nunca vista, sino también en una lluvia de copias, record para una película argentina. El opus 3 de Damián Szifron se estrena nada menos que en 228 salas: más que Metegol y El secreto de sus ojos, que hasta ahora tenían el podio. Toda esta carga previa produjo un fenómeno sin precedentes: el retiro de todos los estrenos restantes previstos para esta semana, dejando a Relatos salvajes como único estreno en todas las salas comerciales. Algo que no sucede ni con los más grandes tanques hollywoodenses. ¿Está la película a la altura de semejante aparato de lanzamiento? Sí, lo está. Relatos salvajes no es indiscutible. Su discutibilidad contribuyó, de hecho, gracias a un fallido intento de censura legislativa, a su aplastante desembarco en salas. No es perfecta. No es del todo pareja, aunque sí más que nueve de cada diez films en episodios. No es la mejor película argentina en mucho tiempo e incluso está abierto a polémica que sea la mejor del año. Pero sí es una película en serio, hecha por un cineasta en serio, que puso toda la carne al asador y tuvo (con una única excepción mayor y un par algo menores) el suficiente talento, cintura y muñeca para sacarla bien a punto. Ya se sabe que la película con la que el realizador de El fondo del mar (2003) y Tiempo de valientes (2005) vuelve recargado al cine –después de una suerte de “retiro espiritual” de nueve años– es un film en episodios. Se sabe también que todos ellos tienen un tema en común: la violencia. No cualquier violencia, sino la social. O distintas formas de violencia social, para ser más justo. También se sabe que alguna relación con el presente argentino tiene la película, y los más desaforados pueden llegar a acusar lisamente al gobierno actual de tener “la culpa” por “el estado de cosas” que el film presuntamente “denunciaría”. Al borde mismo del estado de recalentamiento que el propio film toma como tema, conviene hacer la gran Mascherano: cabeza fría, retención segura y distribución al pie de temas, motivos y tratamiento que Szifron, en su doble carácter de director y guionista, imprime al film. Lo primero es lo primero: se impone contar brevemente cuáles son los seis relatos que dan título a la película. Hay un episodio de apertura, breve y previo a los créditos, que es casi un chiste largo y eficaz, protagonizado por María Marull y Darío Grandinetti, a bordo de un avión que resulta no estar en manos amigas. El segundo, algo más extenso, presenta a Julieta Zylberberg como camarera y la siempre imponente Rita Cortese como cocinera de un bar rutero, atendiendo a un cliente indeseado (notable casting de César Bordón, en un personaje repulsivo). De allí en más, lo que puede considerarse el “núcleo duro” del largo film (para el canon argentino, dos horas lo son), integrado por los tres “cuentos” (eso es lo que son) protagonizados por las cabezas del elenco: Leonardo Sbaraglia, Ricardo Darín y Oscar Martínez. Suerte del Coyote y el Correcaminos en versión gore, el de Sbaraglia y el notable “Oso” (Oscar Bertea) de Bolivia, de Adrián Caetano (2001), narra un proceso de aniquilación mutua a cargo de dos choferes, en medio de una desolada (y soleada) ruta secundaria salteña. El episodio Darín –en el que éste, “ciudadano común” sometido al entre kafkiano y dictatorial régimen público, termina haciendo justicia por mano propia– es sin duda el más abierto a la polémica, del que más se va a hablar y al que más leche van a querer extraerle los tamberos mediáticos al acecho. Si Szifron no lo hubiera pensado antes, podría tomarse el de Oscar Martínez como reescritura del reciente film rumano La mirada del hijo: el hijo de un poderoso atropella por descuido a una mujer embarazada, y su familia recurrirá a lo que más domina (el dinero) para salvarlo de prisión. Finalmente, el de Erica Rivas, novia rica, que, al enterarse de lo que no debería en plena boda, patea el tablero y convierte en grotesco infierno ese paraíso burgués. Como sucedía más en sus series de televisión (incluyendo la magnífica Hermanos y detectives, 2007) que en sus películas, Szifron da la sensación de saber exactamente qué quiere y cómo lo quiere. Con la única excepción del último episodio (en el que el tono y registro de farsa sangrienta patinan tanto como los protagonistas bailando tijeras), Szifron domina todos los resortes de la narración clásica. La sorpresa (ver el primer episodio), el humor (el primero y, en un plan más negro, el de Sbaraglia), la identificación (en el segundo y cuarto todo el malestar moral que se transmite al espectador está sostenido, como en Hitchcock, en la empatía con los protagonistas), la progresión (una vez que se desata, la guerra entre Sbaraglia y su némesis rutero no para hasta la calcinación), el manejo del punto de vista (el personaje de Oscar Martínez pasa de victimario a víctima, y de patrón considerado a manipulador despiadado), la economía (a la película entera no le sobra ni le falta un plano), la dosificación, la consistencia, la ajustadísima dirección de actores (salvo, otra vez, el último episodio, donde todo el mundo parecería perder el control, tanto como los personajes). A todas esas virtudes clásicas, Szifron suma algunas bien modernas: el humor negro, el exceso (ambos expresados sobre todo en el “cuento” de Sbaraglia), la escatología (en el mismo episodio), el nihilismo (ver los finales del tercero y quinto episodio), la propia cinefilia. Hay fuertes ecos de Hitchcock (el episodio del bar parece salido de la serie Alfred Hitchcock presenta), Spielberg (la primera parte del de Sbaraglia es Reto a muerte; la segunda, Tom y Jerry), Scorsese (el de Darín se desarrolla como Después de hora y se cierra como Taxi Driver) y, por el lado gore, una posible tríada Tarantino-Robert Rodríguez-Alex de la Iglesia, circunscripta en exclusividad a la sangrienta guerra de la ruta. En términos políticos y sociales, Relatos salvajes parece narrada justo en el lugar o tiempo en que la grieta de clase se ensancha y ahonda. El ciudadano tipo se vuelve loco. El parroquiano del bar es una rata mafiosita de provincia (candidato a intendente, para más datos). El nuevo rico de Sbaraglia entra al infierno en Audi, en el momento mismo en que le grita “negro de mierda” al chatarrero al que pasa en la ruta. La gente de plata compra y vende crímenes y pecados. Hablando de estos últimos, no puede dejar de señalarse, en el haber de Relatos salvajes, un pecadillo que los clásicos jamás cometerían: la explicitación verbal del tema que se aspira a tratar. Lo cual, por suerte, sucede en apenas un par de ocasiones. Pero no por ello deja de provocar un ruido molesto, en medio de tan alta condensación narrativa.
Aplastante y excepcional Provocativo antes que provocador, Damián Szifron pinta a la sociedad argentina con humor y violencia. Un cineasta es alguien que piensa, sueña y habla en términos de cine. Damián Szifron es un cineasta como Hitchcock, como Spielberg, como Scorsese. Bastarían charlar tres minutos con él para advertirlo, pero mejor es ver el resultado de lo que pasa por la cabeza de este animal de cine, y que en Relatos salvajes llega a su expresión más acabada, aplastante y abrumadora a la vez, mucho más que en El fondo del mar o Tiempo de valientes. Szifron es un creador, dueño de una inventiva audiovisual apabullante, que hace que cada una de las historias se sigan -se disfruten, bah- como en una montaña rusa. El asunto, lo que lo hace más adrenalínico aún, es que nunca se sabe cuándo el carrito va a pegar una vuelta de golpe, o va a llegar el descenso en velocidad más espeluznante. Y se ha dicho desde su presentación en mayo en la competencia en el Festival de Cannes que los personajes -todos los personajes- de Relatos salvajes son seres más o menos comunes que se ven expuestos a situaciones que los desconciertan. Circunstancias que ciertamente son más fuertes de lo que ellos pueden aceptar. Y actúan en consecuencia. Como pueden. A veces, sólo a veces, sin medir los efectos. La mirada de Szifron es para nada condescendiente. Y disculpen, pero contar de qué va cada uno de los episodios le quita el plus, el juguito intrínseco a cada historia. Narrativamente, Szifron estructura cada cuento como el viejo y querido relato -presentación, desarrollo y desenlace, este último con giros totalmente inesperados, para los protagonistas como para el público-. Y el espectador atento notará que nada está hecho por que sí. Que Szifron opta, cuando puede, por cerrar y abrir cada relato con un fundido a negro (observen cómo abre y cierra Bombita, el corto de Ricardo Darín). Con el tiempo a Relatos salvajes se la verá como al Tiempo de revancha de Aristarain. La película en seis episodios refleja la idiosincrasia argentina, es un espejo de la sociedad nacional hoy, desprotegida, con lucha de clases, corrupción generalizada y varios etcétera. La suma de los factores sorpresa y humor -negro, negrísimo- hace que cada relato sea tragicómico, a excepción, claramente, del quinto, La propuesta, con Oscar Martínez, el más duro de todos. Szifron es provocativo antes que un provocador. Un maestro en crear tensiones, y desatarlas, en jugar con los temores del espectador al enfrentarlo a estos personajes y situaciones. ¿Qué haría uno si le pasara lo que al automovilista en la ruta de Salta (El más fuerte)? ¿Salvaría como fuera a un hijo de ir a la cárcel? ¿Cuáles son nuestros límites morales? Porque aquí hay personajes con doble moral, como corderitos. Y otros que van de frente.¿Qué les pasa a los protagonistas de Relatos salvajes? Lo inesperado, lo cruel; se encuentran con la violencia que halla una vía de escape; la indignación, el sentirse solo ante el mundo, y que lo pisoteen, que se le rían en la cara. O se preguntan cómo escapar de una situación apremiante. El filme habla también de la justicia por mano propia, o al menos hay personajes que intentan enmendar las cosas cuando la justicia -no la divina-, no aparece. No es que tarde en llegar. No llega nunca. Hay cortos más tribuneros que otros (Bombita, por caso), en los que uno puede sentirse más identificado. Y unos con más humor que otros, o más de género -El más fuerte-, después del gran aperitivo que es Pasternak (con Darío Grandinetti), aún antes de los títulos. No importa. El nivel de las actuaciones -los secundarios de Bombita son todos sencillamente para la mesita de luz-, y la música, la cámara y la fotografía, los efectos especiales, todo está unido en la construcción de la mejor película argentina que combina arte y cine comercial en muchísimos años.
Humor negrísimo y éxito asegurado Relatos salvajes podrá generar los comentarios más dispares y contradictorios, pero el espectador saldrá de la sala con, por lo menos, dos certezas. De una ya hemos tenido reiterados testimonios desde que el film se presentó en Cannes: es una obra destinada al éxito; le sobra adrenalina; por algo se ha asegurado la distribución en los más importantes mercados del mundo. La otra, directamente vinculada con la primera, o su principal sustento, está a la vista desde las primeras imágenes: es la habilidad con que Damián Szifron sabe conectar con el ánimo del espectador usando un tono humorístico y zumbón, incluso para colocarlo frente a sus peores flaquezas, mostrándole sus crueldades y sus sentimientos más inconfesables. Por cierto, no es la suya una mirada muy generosa hacia las conductas humanas, por muy descontento o enojado que esté con el mundo en que le toca vivir, tal como no tardan en manifestarlo los que pueblan las seis historias que reúne su película. Que la realidad de estos días exaspere y ponga a prueba la resistencia de cada uno parecería operar a veces como un justificativo de sus coléricas extremadas reacciones. Ya lo resume Rita Cortese en el relato que sigue a la admirable secuencia de títulos: dice -en otro lenguaje, claro-, algo así como que todos quieren que los malditos paguen sus crímenes y pecados como merecen, pero nadie mueve un dedo. Esa especie de reclamo metafórico de la mal llamada justicia por mano propia podría entenderse como el espíritu que por momentos auspicia el film; sin celebrarlo, claro, pero sin excesivo ánimo crítico. El humor aligera, es cierto, pero no disuelve la dosis de misantropía que está presente en la mirada que el realizador echa sobre sus congéneres. Por supuesto que los trazos que dibujan los comportamientos de los personajes son más bien gruesos; de ellos, de su exageración y su desatino nace el humor. En el fondo, se insinúan los borrosos apuntes que denotan un clima de violencia social. La memoria convoca el lejano parentesco con Los monstruos, pero hay también otros: Reto a muerte (Duel), Los inútiles, Tarantino. La certera puntería de Szifron para dar en el clavo de iras y deseos no siempre muy ocultos del habitante de las grandes ciudades invita a una identificación que da risa, pero quizá también una sombra de culpa. Si se observa el film con sincera honestidad, no es tan difícil que esa identificación se produzca en algún momento. Casi podría apostarse que en el caso de "Bombita", el corto animado por Ricardo Darín -el ingeniero experto en explosivos que resulta víctima inocente y reiterada de la burocracia-, esa identificación será inevitable e inmediata, por lo menos para los que manejan -y estacionan- en la ciudad. La colección de cortos -son seis relatos independientes que no tienen otra conexión que el estado de alteración al que llegan sus protagonistas por diferentes motivos y en grados diversos, aunque siempre conducen al estallido- tiene un prólogo que anticipa el clima de irritabilidad que estará presente en todos los relatos. Es "Pasternak", apertura inmejorable, breve y contundente que transcurre en un avión cuyos pasajeros, puestos a conversar, descubren que tienen -todos- algo más en común que el hecho de haber subido al mismo vuelo. El remate -ingenioso y sorpresivo como buscan serlo todos los de la película- anticipa otro rasgo que también será ingrediente indispensable: el humor. Negro, a veces negrísimo. Lo es en "Las ratas", otra variación sobre el tema de la venganza, en este caso con un nuevo viajero y una nueva sorpresa, pero en otro escenario bien diferente: un parador en la ruta y una cocinera decidida a tomar medidas drásticas cuando se entera de alguna injusticia que no ha recibido el merecido castigo. Las diferencias sociales y el prejuicio asoman con más peso en "El más fuerte", probablemente el mejor relato, tanto por su concepción cuanto por la precisión del montaje y el gran trabajo de la cámara y sus actores (Leonardo Sbaraglia y Walter Donado). Aquí, la tensión y la violencia crecen hasta el delirio. Y también en "La propuesta", en la que ya sin tanto margen para el humor un Oscar Martínez millonario saca provecho de su poder y de la codicia ajena para evitar que su hijo pague con cárcel el delito que cometió. "Hasta que la muerte nos separe" es el relato final, a toda orquesta y a todo desborde, con una fastuosa boda judía que desemboca en escándalo cuando la novia se entera de una traición y opta por la venganza. Érica Rivas se luce y otra vez es destacable la puesta en escena, aunque aquí los trazos son todavía más gruesos y la duración, algo excesiva.
Si. Todas historias cortas, entrelazadas por un denominador común: personas normales que de un momento para otro pierden los estribos. Humanos convertidos en bestias. Esa es la tesis que llevó a DAMIÁN SZIFRON a desarrollar esta original y fundamental película de género, que marcará sin dudas un antes y un después de nuestra cinematográfia. Enérgica, plagada de humor negro, recorre además todos los cánones del cine de género clásico, pasando del policial al western, el drama y el suspenso. Climática hasta la médula, resulta difícil no sentirse atrapado y empatizar con cada uno de los protagonistas. Cuidada en cada detalle técnico y estético, RELATOS SALVAJES es sin dudas, el acontecimiento cinematográfico del año.
Crítica emitida por radio.
La hora de los nuevos monstruos El esperado film dirigido por Damián Szifron abarca seis historias que no están unidas por la trama, sí por su tópico. Un trabajo eficaz que se asienta en la efectividad de la puesta y un elenco con grandes intérpretes. Hace seis años el estreno de Historias extraordinarias, de Mariano Llinás, significó una pequeña revolución en el mundo cinéfilo a partir del abanico casi interminable de relatos de aventuras que tenían como escenario a la provincia de Buenos Aires. Y ahora es el turno de Relatos salvajes, otra película que incursiona en el género con una estructura episódica, que incorpora lo fantástico y el realismo en partes iguales para convertirse en un suceso que excede al cine. Sin embargo Relatos salvajes es puro cine y del bueno. Con seis historias (hay que aclarar que una es diferente y funciona como prólogo) sin relación entre sí pero unidas por la crispación, el enojo, la venganza y la violencia, Damian Szifron logra una tensión inusual que se sostiene durante toda la película, desde una visión brutal y descarnada del estado del mundo. Relatos salvajes muestra el lado oscuro de seis personajes que se convierten en monstruos, un camino transitado muchas veces por el cine para retratar anomalías, vidas oscuras y dañinas. Pero Szifron no. Si en el pasado lo monstruoso partía de la excepción, con el tratamiento feroz que le imprime a cada una de las historias –una venganza planeada al detalle, otra que se dispara por la fuerza de las circunstancias, una road movie sangrienta en el medio de la nada, una antológica fiesta de casamiento, un estallido de furia urbano, y el poder del dinero para tapar cualquier cosa–, Szifron trabaja sobre la idea de la bestia que vive en el interior de casi todos y que está allí, rascando apenas la superficie. Anclada fuertemente en la época, la película del director de Tiempo de valientes y El fondo del mar habla de la opresión de un sistema que enloquece a todos, pero también determina cómo reacciona cada individuo de acuerdo al lugar que ocupa en la sociedad. Sin entrar en detalles que revelen la trama, cada uno de los cuentitos que van apareciendo en la pantalla tienen su sentido, su razón de ser, cuando llega la resolución desde la liberación, entendiéndose por liberación al estallido, el golpe, la puñalada, el reaccionar sin meditar las consecuencias. El rojo embriagador de la furia. La efectividad de Relatos salvajes está más allá de toda duda y en buena parte se asienta en la espectacularidad de la puesta y un elenco con buenos intérpretes donde se destacan Oscar Martínez, Erica Rivas y los menos conocidos Germán de Silva (Las acacias, Marea baja) y Walter Donado (El perro). Pero una vez que pasa el entusiasmo inicial, hay que detenerse cuando las disonancias y alarmas que atraviesan el relato en su conjunto se enhebran y más allá de la superficie brillante, muestran que la molestia se asienta en el trazo grueso, la búsqueda del efecto dramático sin sutilezas. Sin embargo, más allá de estos recursos y simplificaciones destinados a una especie de tribuna que exige resultados a cualquier precio, Relatos salvajes es una gran película y de ahora en más, un ejemplo ineludible a la hora del hablar del mejor cine industrial. Argentino o de cualquier parte.
Relatos salvajes tiene una gran contra: seguramente antes de verla muchas personas te hablarán maravillas de la misma. Entonces la primera recomendacion es que te olvides de todo lo que te dijeron. Que te sientes, que te concentres, y que empieces a disfrutar de estos seis cuentos que forman los relatos salvajes mencionados. Son seis historias independientes entre si, pero en todos los casos con momentos de locura de uno o varios personajes. En todos los cuentos hay actuaciones brillantes. La gran ventaja de que son seis cuentos, es que al fin y al cabo son seis finales distintos y si te gustó uno más que el otro de cualquier manera suma para el resultado final de manera positiva. Podría detallar sobre cada uno de los seis cuentos, pero atentaría contra lo que quiero decir de entrar sabiendo poco o en el intento de bajar las expectativas generadas. No porque sea digna, si no para que todos entren de igual manera a conocer las historias. Relatos salvajes es una película tan universal como "argenta" al mismo tiempo. Filmada de manera brillante, con lujos en posiciones de cámaras o en efectos especiales necesarios para construir la historia. Un ejemplo de trabajo claramente es el capítulo salteño con cámaras en distintos lugares o en espacios reducidos. Y los efectos que tiene el capítulo de Darín son tan brillantes que no sabrás que son "de mentira". Me hubiese encantado estar en ese casamiento, o charlar con bombita, o pasar por Salta justo en ese momento. De todas las historias vas a hablar con amigos por tal o cual cosa. Una dirección brillante una vez más de Szifrón que se detiene en miles de gestos y detalles. Actuaciones descomunales en todos los niveles. Una fotografía deliciosa y una música de Santaolalla que construye también el clima de cada escena. Relatos salvajes no solo es la mejor película argentina del año, será desde su estreno un ícono de la filmografía nacional. Un símbolo de que acá se pueden hacer muy bien las cosas.
Finalmente se estrena una de las películas más esperadas de la historia del cine argentino, por lo menos moderno. ¿Y por qué es una de las películas más esperadas? En parte sí, por una inmensa campaña publicitaria que comenzó desde antes de su rodaje, hablando de más de un año y medio de incentivo. Seis historias son las que componen estos "Relatos Salvajes", una muestra de que el hombre no se anda con chiquitas. Pasajeros de un avión atrapados, una camarera y una cocinera en plan de venganza, un duelo de violencia automovilística, un hombre cansado de ser engañado por el sistema, otro que quiere engañar al sistema, y una novia traicionada en su fiesta de casamiento. Seis historias que podrían ser pequeñas pero que con un promedio de veinte minutos cada una, se transforman en gigantes. El lector entenderá que no puede adelantarse nada de lo que puede llegarse a ver en "Relatos Salvajes". Szifron juega con los recursos como un niño juega con sus juegos de construcción, se divierte en el proceso, armando y desarmando, creando nuevas formas y estilos; y en ese juego, se nota, hace que todos los que trabajan se diviertan a la par. Inclasificable, "Relatos Salvajes" es comedia, es drama, acción, suspenso, policial (a su modo), y es denuncia social que funcionará como un mazazo para no dejar a nadie indiferente. Historias de personas llevadas al borde por diferentes circunstancias, en ellos se despertarán diferentes emociones que inmediatamente se transmiten al espectador con el que no costará confraternizar. Casi como si fuese un análisis de pecados capitales, ahí está el odio, la venganza, la justicia, el amor, el desamor, la pasión, el engaño, el racismo, y siempre la violencia como válvula de escape de los tiempos extremos en que vivimos. Es una película ante todo movilizadora, de risas, de tensión, y de una electricidad constante. Cada plano, cada secuencia, cada tono elegido para esa envolvente y sublime banda sonora compuesta por Gustavo Santaolalla, nada está librado al azar, preciosismo y detallismo puro. Basta con mirar las formas en que las historias pasan de una a la otra, sin necesidad de un conector pero con una fluidez intacta. Szifron posee un manejo de la cámara y de la fotografía también envidiable, y en donde más queda ilustrado será en el segmento “El más fuerte” ubicado en un único punto subyugante. Algunos podrán decir que, como todo film episódico, puede resultar desparejo, que algún segmento es más anecdótico, o que algunos cierran mejor que otros. Detalles frente a un todo impactante. Pocos realizadores tan integrales como Damián Szifon que emprende un regreso con toda la gloria. ¿Relatos Salvajes está a la altura de tantas expectativas creadas? Increíblemente, las supera.
"Una fiera que espera salir" Te quedás maquinando, digámoslo coloquialmente. El planteo es claro y universal: todos podemos perder el control; todos tenemos una fiera que espera salir. Lo salvaje habita en nuestra naturaleza y estos relatos ilustran esta condición a la perfección, pero la pregunta de fondo es cómo algo en apariencia tan obvio se calza el traje de la grandeza (que, digámoslo también, le queda de pelos). Ahí es donde uno entiende que Damián Szifrón, aunque sin estrenar un film durante largo rato, ha estado encima del panorama del cine nacional y su proyección/crecimiento como pocos realizadores pueden jactarse de hacerlo. No olvidemos en esta ecuación que Damián es un hombre comercial; un artista, claro, pero un entretenedor de grandes públicos también. Desde este señalamiento, el casting de “Relatos salvajes” es un trabajo milimétrico que va de las figuras que mejor entienden la cámara (qué interesante hubiese sido verlo a Francella aquí) hasta nombres clave del panorama independiente reciente (poner a Germán De Silva como casero no es arbitrario). Todos precisos, todos concentrados (con esto último me refiero a que están focalizados en su trabajo, pero también lo digo porque la película delimita muy bien el tiempo y el espacio de cada relato, logrando una tensión sostenida en todo el metraje). Dos comentarios actorales que se me hace imposible dejar pasar. 1-Quizá Erica Rivas sea de las pocas actrices –si es que no es la única- nuestras que pueden sostener “cine” sin desbordarse en una escena de alta intensidad emocional que la filma en primer plano. Ojo, que cuando el plano se abre y se vuelve general hay una libertad de la cual se podría aprovechar, pero Erica jamás se confía. 2-Ricardo Darín está entre los pocos actores que pueden “comentar” con un leve movimiento de cabeza algo dicho por otra actriz sin que parezca un gesto de más o sencillamente una acción mal actuada. Sí, el mejor relato es el de Darín (espero que quede claro que no es mi intención contarles absolutamente nada sobre lo que sucede en la película), pero no porque él sea un gran actor, sino porque es el que toca más puntas, permite mayor juego audiovisual (el uso, en diálogo y forma, de las redes sociales, es un encanto), despierta más lecturas y tiene muchos climas de género, que es algo que Szifrón adora y maneja a la perfección. Del párrafo anterior la palabra clave es “juego”. El director conoce el lenguaje cinematográfico y juega con él sin respiro. No es en todas las críticas que uno puede escribir que se imagina al director disfrutando plenamente de la realización de su obra. Y cuidado, porque es este mismo juego el que habilita un toque de exageración. En este sentido, y para no ser ajeno a la polémica, seamos inteligentes a la hora de comparar el clima de “Relatos Salvajes” con la situación del país. Lo dijo Szifrón en la conferencia de prensa: la ‘crispación’ es algo que siempre está. En todo caso, el tono disparatado de la película hace crecer la violencia, ayudando a reflejar algo que ya sabemos y que reflexionaremos como tantas otras veces, ni más ni menos. Estamos yendo a ver cuentitos. Cuentitos coreografiados (la puesta en escena es obsesiva en cada uno, pero el relato de Sbaraglia gana la partida porque se desarrolla al aire libre y aún así el director encuadra como mostrando una fábula), cuentitos violentos. Lo del cuento sostiene también la no especificación de lugar…un restaurante, un avión, una carretera, un salón, una casa. Ahora sí lo que siempre planteo. Ahora sí estamos en Argentina pero no; no es lo importante: y “Relatos Salvajes” se sitúa en una tierra de nadie maravillosa y está perfectamente justificado. Y también hay género(s). Es un rejunte pero bien diagramado de un director que sabe lo que quiere, que puede hacer seis cortos distintos, que no están conectados, que podrían ser más breves o más largos, que se van de tema, que son desmedidos; y que acaban volviéndose película. Y no le podemos reprochar nada. Ni un “pero” le podemos decir. “Relatos Salvajes” es de todos, y todos la van a poder ver.
OPEN SEASON Justo cuando pensábamos que iba a pasar demasiado tiempo hasta que una película argentina provocara en uno, lo que El Secreto de sus ojos (2009) de Juan José Campanella logró; llega lo nuevo de Damián Szifrón. Sabíamos que este genio del mundo audiovisual, nos debía algún otro trabajo desde que Los Simuladores no tuvieron más aire. Y SE REIVINDICÓ TOTALMENTE. Seis cortos hilados bajo una misma premisa: “Todos podemos perder el control”. En un país en el que la burocracia, la impunidad, la desigualdad, la inseguridad y la falta de educación, son moneda corriente, es mucho más fácil encontrar casos de ese tipo. Yo misma me animo a decir que alguna vez, se me escapó de las manos una situación ante el stress que me generaba… El director supo tomar partida de un puñado de esos momentos, creando un film que simplemente, no tiene desperdicio. texto1 Con algo de escuela “Tarantinesca” y un tacto para el humor negro pocas veces visto en el cine nacional, Relatos… está protagonizada por un equipo soñado, y cuenta con escenas que van desde un vuelo de cabotaje descontrolado, hasta un casamiento violento, pasando por una carretera del norte maldecida por dos integrantes de diferentes estratos sociales, un tipo común cansado de la corrupción, una joven decidiendo el destino de un tipo muy chanta y una familia de clase alta viviendo un infierno. El nivel visual, la elaboración del guión y la inteligencia a la hora de contar historias que si no fuera por los espectadores, quedarían en terribles dramas de la vida cotidiana, hacen del todo un combo perfecto. El contexto sociocultural y político planteado en la película, está perfectamente cohesionado con nuestra actualidad como país, y eso lo vuelve mucho más interesante para todos nosotros, que jugamos de local en el estreno. Sin embargo, recibió ovación de pie durante diez minutos en la última edición de Cannes; dato para nada menor, con el que Relatos Salvajes llega cargando a las salas de cines argentinas. Por otro lado, la belleza del relato (valga la redundancia) se ve potenciada gracias a la excelente composición musical de Gustavo Santaolalla; imposible no mencionar al dos veces ganador del Oscar. texto3 Si bien Ricardo Darín es el protagonista de una de las historias, no es esta vez el centro de atención, ya que el film ofrece geniales actuaciones, contando incluso las secundarias. Tal es el caso de Rita Cortese o Darío Grandinetti, por ejemplo. Por otro lado, destaco los nombres femeninos en roles fuertes, tanto el de Érica Rivas como el de Julieta Zylberberg. Conclusión: ¿Estás preparado para festejar (¡!) la violencia, el suspenso, y demás situaciones desquiciadas, como si fueran algo bonito? Espero que sí. Porque es necesario abordar un avión en el que nos vamos a sentir identificados con muchas de las problemáticas que nos plantean, nos guste o no. Bienvenidos al maravilloso mundo del cine. Bienvenidos al fantástico poderío mental de un director, que manipula nuestras emociones hasta extremos impensados. Bienvenidos al DESCONTROL.
Regocija Szifron con un dechado de virtudes perversas Hubo que esperar nueve años, desde la comedia de acción "Tiempo de valientes", y también hubo que esperar una semana más de lo previsto para su estreno, pero valió la pena. La nueva película de Damián Szifron es un dechado de virtudes perversas, un entretenimiento de primer nivel, ejemplar en casi todos los detalles, lleno de eficaces recursos cinematográficos, casi ostentoso en calidad y cantidad de intérpretes, y en mano directiva, con un guión que destila ingenio y malicia, que sorprende, divierte y también espanta, y deja pensando. A esta altura, ya muchos están enterados. Se trata de seis cuentos de diversa duración y similar regocijo con el espectáculo de gente aparentemente normal perdiendo los estribos de forma ridícula y estrepitosa en ocasión de enojo o de venganza, o mostrando la hilacha sin medir las consecuencias. Humor negro y hasta escatológico, crítica mordaz del carácter humano, catarsis del espectador en algunos casos. Atención, que uno de los relatos es bastante áspero, amén de filoso, por así decirlo (recordemos que Szifron escribió varios capítulos de "Mujeres asesinas"). Y también hay otro que, poniendo el dedo en la llaga de la corrupción, va del humor sarcástico al drama irremediable dejando al espectador con la risa congelada en la boca. Este efecto, y el método de presentar una suma de cuentos temáticos, emparenta "Relatos salvajes" con dos grandes y sangrientas humoradas italianas: "Los monstruos" y "Los nuevos monstruos". Algo menos, con el serbio "Barril de pólvora". Más lejos, con un personaje radial de Augusto Codecá, que todo lo quería solucionar con "una linda bombita". Y entre medio, el personaje de Pepe Soriano en "Las venganzas de Beto Sánchez", formidable retrato de un hombre que creció entre gente castradora y humillante y un día dijo basta, según texto de Ricardo Talesnik llevado al cine por Héctor Olivera (dicho sea de paso, después en Jerusalén hicieron una remake: "Las venganzas de Isakito Finkelstein"). Darin, Martínez, Sbaraglia, Rivas, Cortese, Zylberberg y Grandinetti son las figuras principales. Junto a ellos, Nancy Duplaa, Andrea Garrote, Noemí Ron (episodio "Bombita"), María Onetto, Osmar Núñez, Germán da Silva, Diego Velázquez ("La propuesta"), César Bordón, Juan Santiago ("Las ratas"), Diego Gentile, Paula Grinzpan ("Hasta que la muerte nos separe"), Walter Donado, Carlos Moya, Miguel Angel "Platinado" Grando ("El más fuerte"), Mónica Villa, Diego Starosta ("Pasternak"), y un largo y hermoso etcétera. Todos buenos.
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Por fin llegó el 21 de agosto!!! Hoy estrena, después de taaanta espera y del retraso: Relatos Salvajes, la nueva y gran película de Damián Szifrón. Te aseguro que es una de las mejores películas argentinas que vas a ver en tu vida. Una colección de 6 RELATOS SALVAJES protagonizados por Ricardo Darín, Erica Rivas, Oscar Martínez. Leonardo Sbaraglia, Darío Grandinetti, Rita Cortese, Julieta Zylberberg y muchísimos más. Excelente dirección, buena banda sonora, impecable fotografía, y detalles de cámara que te van a volver loca/o. Espero te pase lo mismo que a mí y que tu cuerpo experimente el sentimiento de orgullo que vivimos varios periodistas mientras asistíamos a una proyección de la peli. Para disfrutar, para aplaudir, para reír y sobre todo, para analizar a la salida del cine. Damián es de otra galaxia y nuestros actores merecen cada uno un premio por la interpretación que desarrollan a lo largo de cada relato. Una de mis favoritas del año es, sin dudas, esta película argentina; ovacionada en el festival de Cannes y que seguramente será el éxito de taquilla de nuestro país. Relatos Salvajes, el imperdible del año.
Descubrí tu lado salvaje. Este es el tercer largometraje de Szifrón. En esta oportunidad reúne un elenco estelar y se narran seis historias que no se conectan entre sí, pero algunas de las situaciones que se plantean le puede suceder a cualquiera y ante un hecho crucial todo puede salirse de control, además se puede despertar tu lado salvaje y hasta sacar lo peor de tu ser, también se puede llegar a decir “se le salto la chaveta” o “se le salto la térmica”, entre otros. Muchos detalles no se pueden dar para no quitar el factor sorpresa, las historias van pasando por distintos géneros, son contundentes, desopilantes, mantiene el suspenso, la tensión y la intriga, cargadas de humor negro, acción y dramatismo. A lo largo de dos horas se va desarrollando la tragicomedia, con personajes que pierden los estribos, soltando su lado salvaje, ante situaciones límites podes perder los estribos y los comportamientos humanos pueden ser impensados. Pasando también por la venganza, el orgullo, la impunidad, la ira y desengaño. El director resulta ser eficaz con sus historias llegando al espectador atrapándolo de principio a fin, pasando inteligentemente por el grotesco y el absurdo y todo se va matizando con la apropiada música de Gustavo Santaolalla. Nos vamos encontrando con el primero de los episodios: ("Pasternak") un crítico de música clásica (Darío Grandinetti) en pleno vuelo encuentra que todos los pasajeros a bordo se relacionan y nada es casual. El relato (“Las ratas”) que continúa tiene como protagonistas a: Julieta Zylberberg y Rita Cortese son la moza y la cocinera de un parador en una noche tormentosa a las que les toca atender a un candidato a intendente (César Bordón) y el dilema que platea es si la venganza puede ser justa; el siguiente es bajo un bellísimo escenario, en una ruta salteña (“El más fuerte”) en la cual un automovilista (Leonardo Sbaraglia) con su auto 0Km se topa con el conductor de un automóvil viejo y la tensión es similar a aquella película del año 1971 "El diablo sobre ruedas" de Spielberg con otra resolución e intriga. Siguiendo con el cuarto episodio (“Bombita”) que tiene como protagonista a Ricardo Darín un ingeniero experto en demoliciones que intenta armonizar su vida, mientras la grúa le va llevando su auto y en medio de tanta burocracia más de un espectador se sentirá identificado, hasta una frase que marca el hecho - “¿Dónde está la oficina donde te piden perdón cuando se equivocan?”. El quinto (“la propuesta”) es un matrimonio (Oscar Martínez y María Onetto) que se encuentra ante la terrible situación que los enfrenta al hecho de ver si son capaces de salvar el pellejo a un integrante de la familia. Y por último (“Hasta que la muerte nos separe”) en medio de una fiesta de un casamiento judío (Erica Rivas y Diego Gentile) algo se quiebra desencadenando la catástrofe.
ODA A LA CATARSIS Luego de “Pasternak”, el primer corto de estos “Relatos salvajes” que sirve como adelanto de lo que vendrá, los créditos aparecen acompañados por imágenes de animales que descubren las características de cada personaje. El último, el que le corresponde al director, es un zorro. Definida por uno de sus productores como una “comedia catástrofe”, los cortos presentan historias de personajes llevados al límite por temas como la infidelidad, el desengaño, la diferencia de clases, la burocracia exacerbada. Se dirá, justificadamente, que el corto de Sbaraglia se destaca por su logradísima atmósfera de tensión y que las actuaciones de Oscar Martínez y María Onetto son las más jugosas. Y se podrá pensar, también, que la propia película es una respuesta al “estado de crispación” del que se habló reiteradamente en las conferencias de prensa, que se respira en Argentina y en el mundo. La reflexión sería válida, pero se le opone un interrogante: ¿por qué, si Szifrón ha logrado trocar su malestar en obra de arte, sus personajes, en cambio, no pueden nada? El zorro se ha guardado para sí toda su capacidad sublimatoria. Víctima de su astucia (pues la obra final se perjudica), ha arrojado a las otras criaturas a la catarsis, incluso a ese corderito que debería ser Julieta Zylberberg, el personaje que parece coquetear con la bondad un poco más de cerca que el resto. “Relatos salvajes” propone un mundo en el que las instituciones (desde el Estado hasta la familia) hace tiempo que han estallado y que arrojan a los individuos a encarnar ese estallido, definido erróneamente como un momento de liberación cuando se trata exactamente de lo contrario. Aunque el tercer largo de Szifrón se haya vendido a todo el mundo, a pesar las ovaciones en Cannes y de su éxito presente, futuro y global, hay en estos relatos un fuerte olor a derrota. Si bien es cierto que “Hasta que la muerte los separe”, el último episodio, protagonizado por una Érica Rivas con algunos resabios de la María Elena de “Casados con hijos”, insinúa una posible salida, bajo su innegable capacidad para entretener, la película argentina (comercial) del año esconde, no digamos ya pesimismo sino una marcada resignación. Como si al zorro se le hubieran acabado las ideas.
Polaroid de una locura ordinaria Se tomo su tiempo Damián Szifrón para concretar su nuevo proyecto. Con producción de Pedro y Agustín Almodóvar, acaba de estrenar la gran película argentina del año, una colección de relatos sobre seres al borde de un ataque de nervios. Su grandeza tendrá sin dudas mucho que ver con los nombres que forman parte de la propuesta y con el más que probable éxito de crítica y público que le espera, pero detrás de ese tamaño predefinido hay una película tan entretenida como saludablemente cuestionable, con indudables méritos de realización y una incómoda colección de personajes que deciden ir más allá de lo que les corresponde. Con un casting ideal y la eficacia acostumbrada, Szifrón construye una serie de trampas para que sean habitadas por criaturas feroces que creen estar domesticadas. Seis historias breves, en donde las tres primeras son tensos divertimentos de rápida resolución, seguidas por un episodio puente (el de Darín), en donde hay algo más que un conflicto que estalla, y un final con los dos relatos más desarrollados (los mejores). Relato por relato: 1: Pasternak, con Darío Grandinetti y María Marull, funciona casi una secuencia de apertura antes de los créditos. Es la única historia extraordinaria, y la más espectacular y breve, además de ser la que menos se parece a las otras, por lo que tiene sentido su ubicación como preámbulo. 2: Las ratas. Rita Cortese y Julieta Zylberberg protagonizan este tenso relato en donde se instala la verdadera temática de la película, que no es la venganza sino el actuar más allá de los límites autoimpuestos. Una resolución un tanto apresurada la convierte en una especie de bosquejo de todo lo que vendrá. 3: El más fuerte. Leo Sbaraglia en la historia que lleva la premisa hasta su extremo, y por lo tanto la más incómoda, y sólo en apariencia la más gratuita. No se percibe aún la integridad de la propuesta, sólo algo entretenido y bien filmado, como el cine de Tarantino, compartiendo incluso ese regodeo por la violencia. Pero hay más. Y este relato funciona mejor reflejado en los otros. 4: Bombita. Darín sabe explotar muy bien sus recursos actorales con un personaje que padece todas las inclemencias de un sistema desigual y decide actuar en consecuencia. Aquí la resolución es mucho más calculada y oscura que en los episodios anteriores. Se trata de un punto de inflexión en la estructura de la película porque se deja de lado la excusa de la “emoción violenta” que podía justificar en parte las revanchas de los primeros relatos. Las agresiones individualizadas y ocasionales dejan paso a toda una estructura que agrede a un ciudadano, y a su agresiva respuesta, tan desmedida como la de los relatos anteriores pero pensada y por lo tanto menos justificable. Como siempre, Darín cumple con su rol, llevando la carga de un ser que implota antes de explotar. Que encuentre o no redención en sus actos es algo que alimentará muchas discusiones. 5: La propuesta. Oscar Martínez, María Onetto y Osmar Nuñez en la historia más interesante, y la más amarga. La que profundiza la hendidura de la violencia de clase que se dejaba ver en el tercer episodio. En este caso el dinero es el motor que hace y deshace para esconder tragedias. Los personajes están muy bien definidos. Szifrón le otorga verosimilitud a cada detalle, pero sin que se note, allí reside su principal talento. 6: Hasta que la muerte nos separe. Erica Rivas en estado de gracia lleva adelante este relato, el más redondo de todos, cuyo ritmo es perfecto. Final festivo, a toda orquesta. Esa novia al borde reacciona, pero esta vez parecen estar más justificados sus excesos. Es un cierre optimista, que encuentra un más allá en la misantropía que sobrevuela cada historia. Una redención (estilo salvaje) puede ser la consecuencia de una explosión de violencia física y psíquica que termine de una vez con ciertas fachadas absurdas.
Damián Szifrón’s Relatos Salvajes is as good as it could be, and yet it isn’t. As a series of six autonomous stories, it runs into a common problem in films of this kind: not all the stories are equally interesting, or compelling, or well- executed, or ingenious. After having been a privileged entry in the international competition of the Cannes Film Festival, where it received some 10 minutes of standing ovation, Argentine filmmaker Damián Szifrón’s Relatos salvajes (Wild Tales) reaches local screens. So it’s no surprise that the first question that springs to mind is whether so much praise is indeed well deserved. Szifrón’s two previous films — El fondo del mar (2003) and Tiempo de valientes (2005) — were somewhat small in scope, definitively not what you’d call blockbusters. Now the scenario is totally different: Relatos salvajes is produced by the Almodóvar brothers and it’s being released in 288 theatres nationwide, a figure unmatched by any other local release. It features a top-notch cast, including celebs such as Ricardo Darín, Oscar Martínez, Leonardo Sbaraglia, Erica Rivas, Julieta Zylberberg, Rita Cortese, and Dario Grandinetti; it boasts impeccable production values; it’s clearly targeted to mass audiences (nothing wrong with that), and it’s had tons of non-stop publicity. Leaving these impressive facts aside, the question remains: how good is Relatos salvajes, after all? For starters, let’s say it’s as good as it could be, and yet at the same time it isn’t. Being a series of six autonomous stories — six short films, if you will — conceptually interconnected by themes of violence and revenge, it runs into a common problem in films of this kind: not all the stories are equally interesting, or compelling, or well executed, or imaginative. Usually, these movies have two or three great stories and the rest are fillers or failed attempts. And Szifrón’s film is no exception. Each story in Relatos salvajes deals with an individual that has had enough of other people’s nonsense, people who’ve pushed their buttons too many times. These individuals won’t take it any more — and like Michael Douglas’ character in Falling Down — they take justice into their own hands. So, one way or another, there’s nothing here you haven’t seen before in previous films. Should the lack of originality be considered a drawback is up to you to say. Considering Szifrón’s film somehow strives to be original, and it’s not, I find it to be a minor flaw. In narrative terms, there are two quite good stories that actually do have fully fleshed out characters as well as something to say. They do have a weight of their own and there are unexpected nuances within the formula. The other four, to a larger or lesser degree, are as predictable as they are safe and easy to like by a mass audience. And the characters are more action figures than anything else. It must be said, though, that all the stories are very accomplished as regards technique. From cinematography to art direction, from editing to sound design, real pros play the game here. The opening story, Pasternak, is anchored on absurd coincidences: nearly everybody on board of a plane seems to have met a loser named Pasternak in the past, and in different ways it appears that they all made his already unhappy existence even more miserable. If they only knew what they have coming for them. I won’t spoil the fun for you, so let’s just say that as the opening story, Pasternak is fine. It’s like a good joke with an inspired punch line, told with good timing and enough giddiness. And don’t ask for more. But being the introductory story, it paves the road for the rest to come in an amusing manner. Then there’s The Rats, where coincidence again plays a key role. This time, a waitress (Julieta Zilberberg) is given the opportunity to slay a usurer who drove her father to suicide. With the help of the cook (Rita Cortese) and rat poison, an unusual kind of justice will now prevail. But more than a short film, Rats is a good television skit that offers no surprise and no real drama. It’s played out by the book in quite a flat manner. It even feels too contrived to be as funny as it’s intended to be. Road to Hell is more elaborate, it has more interesting ups and downs, and an involving dramatic progression that leads to a good climax. The story is once again stereotypical: a smooth driver (Leonardo Sbaraglia) with a smooth car on a mountain road insults a slow driver who’s blocking the way. Too bad the yuppie’s car soon breaks down and the other driver’s doesn’t. Get ready for a fierce fight to the death. There are no problems from a technical standpoint, that’s for sure. But there’s no soul, no singular gaze, no personal mark. That is one of the structural problems of Relatos salvajes: the lack of a personal discourse. No matter how cinematically accomplished the stories are, some kind of point of view about the phenomenon of violence and revenge is necessary for good drama, even if it’s action driven drama. What is Szifrón trying to say? Other than the spectacle, what is there to see? Bombita, which deals with an engineer (Ricardo Darín) who’s way too tired of having his car unfairly towed by the City government and is forced to pay outrageous fines, runs into the same basic problem: it’s well narrated, it’s more than well acted, but it has very little, if anything, to say. When it ends, you may think: and so what? Or maybe you will enjoy it a lot because you won’t even worry about what lies beneath the spectacle. It’s pretty much up to you, actually. Enter the two good stories of the whole pack: The Bill and Til Death Do Us Part. The former is a true drama with no comedic hint at all. It concerns a wealthy man (Oscar Martínez) who pays an employee (Germán de Silva) to be the responsible party for a fatal hit-and-run accident caused by his son. There are real characters here, with personalities of their own, the conflict is well established in its own right — it’s not about any kind of display other than that of sleazy rich folks who won’t take the heat for having killed a pregnant woman and her baby. There’s strong stuff here and, to a certain extent, it’s well explored and has some insights. And what Szifrón seems to be saying may not be nice to hear, but it does ring true in the ruthless world we live in. Til Death Do Us Part, as the title suggests, is about a wedding: a Jewish one at that. And it’s about infidelity, broken hearts, betrayal, pain, humiliation and deep sorrow. But it’s also about mayhem, emotional outbursts, sweet revenge, unrestrained feelings, and hysteria — all in the name of that little crazy thing called love. Considering much of the appeal of these stories lies in the surprises — and in the stellar, riveting performance by Erica Rivas — you’d better not know anything at all. This time is not predictable, not formulaic, not schematic. Just like in The Bill, this time there are real characters who do real things born from real feelings. It’s not about executing a well-written screenplay step by step, but about saying something out of the script about a very dear subject: the pains and joys of love. Production notes Relatos salvajes (Wild Tales, Argentina, 2014). Directed and griten by: Damián Szifrón. With: Ricardo Darín, Oscar Martínez, Leonardo Sbaraglia, Erica Rivas, Rita Cortese, Julieta Zylberberg, Dario Grandinetti, María Onetto. Cinematography: Javier Julia. Edited by Damián Szifrón, Pablo Barbieri. Music: Gustavo Santaolalla. Running time: 122 minutes.
Semanas después de haber visto Relatos Salvajes todavía no puedo sacarme esa sonrisa de la cara cada vez que recuerdo algún momento de la película. Casi nueve años después de su última incursión en el cine, Damian Szifrón se tomó su tiempo pero el resultado es insoslayable: estamos frente al éxito taquillero nacional del año, ese que genera alabanzas tanto del público y de la crítica y cuyo boca a boca será la comidilla de todos los lugares públicos. No estoy exagerando y, si exagero, no le hace mal a una película que en el mercado actual del cine nacional, viene a reivindicar lo que significa el buen cine comercial del país. A través de seis historias cuyo único nexo es la liberación del monstruo de la violencia que llevamos todos dentro, Szifrón construye un largometraje de vuelo internacional, que nada tiene que envidiarle a grandes producciones norteamericanas. Relatos Salvajes es prácticamente un film inclasificable: podría ser una comedia -negrísima, si vamos al caso-, un thriller -sus momentos de suspenso están muy bien cronometrados- o hasta un drama -el peso dramático existe- pero en general la mezcla de tonos y ese total desdén por evadir clasificación alguna es lo que la hacen aún más grande. Como director, Szifrón sabe lo que quiere y el estilo con el que filma denota una persona precisa, y eso se refleja en pantalla. Como guionista, el toque argentino se encuentra fuertemente presente en cada historia, pero cada una tiene un aire humano universal, esa mezcla entre impotencia y justicia por mano propia, que es imposible no generar empatía con alguna u otra situación. A cada relato lo acompaña también un elenco fascinante, la créme de la créme nacional, ya sea desde la pequeña participación de Darío Grandinetti en la hilarante Pasternak, el contraste de la rudeza de Rita Cortese y la bondad personificada de Julieta Zylberberg en Las Ratas, pasando por la solvencia de Ricardo Darín y Oscar Martínez en Bombita y La Propuesta, respectivamente -la primera de seguro con visos a convertirse en una favorita de la gente-. Ciertos puntos álgidos, sin embargo, son el segmento El Más Fuerte, donde el estirado personaje de Leonardo Sbaraglia la pasa mal en un hermoso paisaje en el norte del país, y el corto final, Hasta que la muerte nos separe, donde Erica Rivas demuestra una vez más que es un tesoro nacional, personificando a una flamante novia que se entera de lo peor en su casamiento. Relatos Salvajes es una experiencia cinéfila única, con un director cuyos trabajos se hacen desear, pero cuando llegan arremeten con todo y nos dan los mejores momentos del cine nativo. Una cita imperdible para conectar con el animal salvaje que todos llevamos dentro.
Esta es la tercer pelìcula de Damiàn Szifròn, luego de "El Fondo del mar" y "Tiempo de Valientes". Su nuevo filme dispara una mirada sobre el placer que genera perder los estribos. Cuando lo más primitivo que llevamos adentro se apodera de nosotros, el desenlace puede ser fatal. Se trata de 6 historias, totalmente independientes, que no se cruzan en ningùn momento pero que comparten con las anteriores producciones de Szifron un elemento principal muy característico de su creador: el humor negro, que aquí está exacerbado al punto de rozar la crueldad, y por momentos, el gore. A través de estos 6 cuentos, Szifron nos brinda no sólo una película sino un pseudo análisis sociológico sobre las emociones y sentimientos más primitivos y salvajes (enojo, ira, violencia, entre otras) que todos tenemos instintivamente pero que reprimimos por educaciòn , raciocinio o mandatos divinos. En "Relatos Salvajes" los personajes hacen lo que nosotros, en tanto sujetos sociales quisiéramos realizar pero no podemos: y lo hacen de forma grotesca, caótica, desmedida, repentina o pergeñada, pero por sobre todo: violenta. La violencia sin dudas coquetea con el horror y lo absurdo generando una lectura entre perturbadora y angustiante de la sociedad, pero no de la sociedad argentina actual, sino de la sociedad en general, del conjunto humano y tal vez por ello, esta película tenga defensores y detractores por igual. En los rubros tècnicos brilla la ediciòn, fotografìa y mùsica de Gustavo Santoalalla, en tanto en lo actoral, todos cumplen con creces lo que sus personajes demandan.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
Lanzar al medio una nueva voz acerca de una de las películas que viene trayendo demasiada polémica a cuestas es una tarea compleja. Muchos colegas extremistas deciden pararse de uno u otro lado de la vereda de la controversia, mientras que otros se quedan en la mediocridad de las medias tintas o las gradaciones grises de la paleta cromática. En mi incipiente carrera como crítica de cine me detengo y reflexiono. Las voces autorizadas por el campo están polarizadas, y las nuevas, como la mía deberán tratar de sentar posición y descansar sobre la convicción de haber argumentado con fundamento, o al menos, haberlo intentado. Hablar de cine argentino en una época de claro florecimiento de la actividad cultural local siempre es motivo de celebración. Sin embargo, en casos como estos, en los que se estrena un filme como Relatos Salvajes (Damián Szifrón 2014) en el que lo que sobresale a simple vista es una gran campaña de marketing, los metadiscursos producidos (y los que se producirán) son el semillero de un diálogo infinito entre aquellos que adoran la película (y todo su contexto) y los que la odian tan sólo por su apariencia. No voy a negar que la película sea un gran “tanque” nacional cuyo bastión principal es la comercialización masiva, pero tampoco puedo eludir la reflexión sobre el gran trabajo técnico que el filme despliega. Lo que quiero decir es que si bien es evidente la fuerte estrategia de prensa que denota, ésta no anula las características cinematográficas que Relatos Salvajes sabe presentar. Es frecuente asistir a eventos artísticos de la misma naturaleza, que una vez terminada la obra lo único que queda es la sensación de haber sido estafado emocional e intelectualmente. El filme de Szifrón no es una obra maestra pero si una buena película. Para comenzar es necesario abrir el fuego y generar la posibilidad de debatir en torno a un fenómeno en auge que es el concepto de “lo múltiple”. En el caso de Relatos Salvajes, el primer obstáculo es definir su género. Pero lo que importa no es encasillar la obra bajo ningún compartimiento estanco de previsibilidad, sino más bien ejercitar la mirada en la ampliación de las clasificaciones y olvidarse por un rato de la tentación taxonómica. Una vez aceptado el desafío, si es un thriller, una de ciencia ficción o comedia ya no tiene interés. El punto es observar cómo todas estas posibilidades estilísticas se amalgaman de forma uniforme para que con astucia en la manipulación de las herramientas del lenguaje audiovisual, éste gran relato fragmentado cobre sentido total. La premisa es transparente y la palabra “relatos” en el título del filme colabora en la anticipación de la estructura dramática. Son seis los relatos que con completa autarquía retórica se presentan como auto conclusivos. Una introducción, un desarrollo y un desenlace son las tres partes ineludibles de cada segmento narrativo. Cine clásico en su máxima expresión con la colaboración de un equipo técnico que favorece el pleno despliegue de cada historia cuyo eje central es la inminencia del límite. De forma indirecta, Szifrón interroga a la audiencia y la interpela cuando pregunta ¿qué harías si te encontraras ante el límite de perder el control? Con el estratégico juego de la identificación inmediata, el encanto del filme ya está en marcha. En una sociedad que mira más series que cine, ¿qué mejor opción que ofrecer seis pequeñas historias de corta duración de contundencia visual y temática? La oferta es al menos, tentadora. Mucho se ha dicho sobre el tema de la película y es por ese motivo que con el foco en otro lado mi análisis no profundiza en ese nivel de análisis, sino que lo esboza al descreer que el tópico sea únicamente la violencia y la justicia por mano propia. Propongo pensar, más bien, en el concepto de la ira. Está claro que cada relato involucra un hecho de violencia, sea física o verbal, pero tal hecho es sólo la consecuencia de una sucesión de eventos previos a cada relato (cuyas imágenes no se muestran) y que se presentan sugeridas a través de los diálogos y ciertas acciones muy concretas. Es aquí donde pongo el acento y elogio no sólo las posibilidades materiales de la realización técnica, sino también las de la dirección. El recorte es sugerente y tomar la decisión de mostrar sólo el momento de la explosión emocional, revela el hilo conductor de toda la película. Relatos Salvajes es un variopinto abanico de situaciones extremas que llevadas al plano de la ficción dejan abiertos los espacios para la multiplicidad de opiniones. No es fácil admitir que lo que se ve en la pantalla muchas veces sea el reflejo de la vida misma. La función del cine no es copiar la realidad, sino recrearla de tantas formas posibles como realizadores existan. Szifrón propone la suya. ¡Que la tolerancia lo acompañe! Por Paula Caffaro redaccion@cinersmaplus.com.ar
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"Relatos Salvajes" es, en simples palabras, un peliculón. Una de esas cintas que es inevitable sentirse identificado con alguno de los personajes, pero también sorprendido, aturdido e impactado por los giros y las reacciones de cada uno de ellos. Original, rebuscada, irónica y con la calidad que Szifrón siempre nos regala.
"Relatos salvajes" la película imprescindible Es un caso paradigmático el del director Damián Szifron. Le bastó realizar sólo un par de productos, tanto en la televisión como en el cine, para conquistar ambos medios. El 21 de marzo de 2002 por la pantalla de Telefé debutaba la serie Los Simuladores (2002-2003), que se convirtió en un éxito total y le permitió a Szifron desembarcar en la pantalla grande. Su ópera prima fue El Fondo del Mar (2003), sobre un estudiante de arquitectura bastante neurótico que se obsesiona con su novia; y en 2005 llegaría Tiempo de Valientes, una buddy-movie sobre un psicólogo y un policía que formaban una improbable pareja que se dedicaba a resolver un crimen. En 2006 volvió a la pantalla chica -nuevamente en el canal de las pelotas- con Hermanos y Detectives. Todos estos productos, salidos de su mente creativa, despertaron mucho interés en su trabajo y lo convirtieron en uno de los directores más interesantes del cine argentino. Durante los últimos 8 años, se dedicó a escribir y planificar sus proyectos, haciendo que la espera por su nuevo trabajo se hiciera insufrible. Y finalmente retorna esta semana con una de las mejores películas del cine argentino de la última década: Relatos Salvajes. La película está compuesta por seis historias donde el denominador común es la violencia, física o psicológica, a la que son expuestos los protagonistas. El primer cuento, "Pasternak", que funciona a modo de introducción para lo que vendrá, se desarrolla en un avión en donde un hombre (Darío Grandinetti) y una mujer (María Marull) empiezan a entablar una conversación y pronto llegan a la conclusión que ninguno de los pasajeros en el vuelo está allí por casualidad. En "Las Ratas" una moza (Julieta Zylberberg) y la cocinera (Rita Cortese) del parador de una ruta tienen la oportunidad de vengarse de un cliente que acaba de llegar y que destruyó la vida de la primera. En el tercer cuento, "El Más fuerte", un hombre (Leonardo Sbaraglia) insulta a otro automovilista en la ruta con consecuencias nefastas. "Bombita" nos presenta a un experto en explosivos (Ricardo Darín) que sufre el acarreo de su coche y que lo someterá a padecer un sistema burocrático que lo sacará de las casillas. En "La Propuesta" un hombre potentado (Oscar Martínez) intenta hacer todo lo necesario para que su hijo no sea involucrado en un accidente de tránsito en el que mató a una mujer embarazada. Por último, Érica Rivas en "Hasta que la Muerte nos Separe" descubre en su casamiento que su flamante esposo la engañó con una de las invitadas a su fiesta de bodas. Este film marca un hito en la cinematografía nacional. Szifron logra reunir a un dream team de actores y los coloca en esta película segmentada en cuentos, algo inédito en nuestro país. El director tiene mucho cine visto y se nota, ya que hay claras referencias sobre todo al cine estadounidense de los años setenta. Por si vale la pena aclararlo, este largometraje no retrata, ni denuncia, ni intenta transmitir algo que ocurre en nuestro país, porque lo que plantea es algo universal: el crack, el momento, la chispa que desencadena nuestros más profundos instintos violentos. Lo acertado es la montaña rusa que propone, en donde nos lleva a un pico de tensión y nos baja con su característico humor negro. Gracias a este film, Szifron se coloca definitivamente en la cima de directores argentinos cuya obra es por demás imprescindible. Es excluyente ir a verla para sentir qué pasaría si uno traspasará sus límites y "despertara su lado salvaje". ¿Están preparados?
Sensaciones fuertes Atención: se revelan algunos detalles argumentales. La vi en una función nocturna en Cannes. Gran proyección, gran sonido. Película de una potencia tremenda, me provocó una gran sensación de euforia mientras la veía. Tenía algunos reparos que se anulaban, se obturaban ante una capacidad narrativa que se presentaba con claridad meridiana. No sé si les pasa pero en mi valoración muchas películas no se definen del todo cuando las veo sino cuando termino de verlas. La media hora que viene después es crucial. Y me pasó esto: Empecé a caminar desde el Palacio de Festivales hacia mi hotel, unas 15 cuadras, y con cada cuadra los reparos se me hacían más evidentes, más fuertes. La película, en el regusto -el after taste- se hacía menos consistente: Relatos salvajes no es, como en algún momento llegué a imaginar, una película que hereda la capacidad cinematográfica de Fabián Bielinsky, su noción completa de todo lo que puede implicar una narración cinematográfica. Ante el despliegue de artillería, recursos y ambición de Relatos salvajes -y la propia capacidad para la puesta en escena de Damián Szifrón- esperaba que su tercer film fuera más una película y menos esta compilación de cortos, o esta suma de sensaciones fuertes. Con la caminata -la mejor manera de propiciar la reflexión sobre la película que termino de ver- llegué a una conclusión tal vez extraña: me había divertido muchísimo viendo Relatos salvajes, pero supe a la media hora de terminar de verla que el atractivo de una revisión era mínimo. Sentí que la película daba todo de sí en un primer acercamiento. Una película clara, sin pliegues, perfectamente montada en su impacto no perdurable. El primer corto, pre-títulos, es de notable eficacia y se encamina al shock, a la sorpresa. Es un muy buen chiste audiovisual. Impecable en varios aspectos, me cuesta pensar en el atractivo de volverlo a ver. El segundo corto, el del restaurant rutero, tiene diálogos que aprovechan el habla local a la perfección y que anulan todo riesgo de falsedad, que saben combinar la concisión del diálogo clásico de Hollywood con los modos locales, y esto pasará también en todos los episodios restantes (tal vez el primero es el más artificial en los diálogos porque su misma lógica es más artificial). Otra vez vamos al shock final, pero con más cocción de suspenso. El tercero, el de los coches y conductores, con su evidente referencia a Duel (Reto a muerte) de Spielberg y su lógica de violencia creciente -de cartoon y también de Laurel & Hardy- es el episodio más perfecto en términos de movimiento, montaje, ritmo. Un prodigio de esos que hacen exclamar cosas como que “pocos o solo Szifrón en el cine argentino pueden hacer esto así de bien”. De vuelta, aún con su perfección, tengo serias dudas sobre su permanencia en mi consumo cinematográfico futuro. El cuarto episodio es más extenso, es el de “Bombita”, el señor experto en explosivos que se venga del sistema de acarreos y multas por mal estacionamiento. Hay -otra vez- una notoria capacidad para narrar, y está el magnético Darín como protagonista. El sistema de estacionamiento y acarreo de la ciudad de Buenos Aires es odioso, qué duda cabe: se parte de reglas poco claras para hacer caja rápido. Pero hay algo de demagogia muy visible en la lógica de la venganza de hacer volar por los aires el sistema -ese sistema-. La trampa es muy evidente: asistimos a una explosión que sólo hace el daño que quiere hacer (él protagonista es un experto en demoliciones, pero no controla el espacio del acarreo como el de su trabajo), que no tiene víctimas colaterales, es un atentado “limpio”. La ilusión del bombazo inocente de cualquier otra culpa que no sea agredir al sistema. Este capítulo mezcla monstruos argentinos -con todo lo que tienen de italiano y del cine italiano- y un poco de Un día de furia de Joel Schumacher. Por otro lado la música, que ya venía en exceso de intensidad y presencia en toda la película, aquí -con el tema de La salud de nuestros hijos- desborda aún más. Sigue el corto con las extraordinarias actuaciones (entre otras cosas por la capacidad para moverse con justeza en un escenario violentamente cambiante) de Oscar Martínez y Osmar Núñez, el relato que más descansa en decisiones morales explícitas. Hay otra vez impacto, unos diálogos que se pueden elogiarse incluso hasta en la comparación con Tarantino, un planteo tan ambicioso y bien llevado que es una lástima que termine de forma abrupta y hasta facilista. Una forma de resolver lo planteado que impide cualquier profundización de lo ya visto. Esa maldita sensación, otra vez, de que con el episodio consumido la posibilidad de volverlo a ver se reduce notoriamente. El episodio final es el más extremo porque es el único que pone al odio y la violencia cara a cara con algo así como el amor. Es el más abundante en términos de personajes, de amplitud de miras, el que muestra (junto con el primero) al monstruo argentino desde un lugar menos forzado en términos de “situación límite social”. Hay una monstruosidad que se adivina en el gesto, en el modo de hablar, en la grosería evidente. (No, claro que quizás no coincidan conmigo, es parte del juego de opinar.) Este episodio resulta el más violento de todos al ser el menos apegado a una fórmula. De hecho, fue el episodio -tal vez por su final- menos satisfactorio en el momento de verlo, el más frustrante. A la vez, a poco de empezar a caminar se me hizo el mejor, el más inestable, el menos concluyente, el que más tenía potencia de largometraje, ese gran largometraje que Szifrón tal vez haya dejado para más adelante al entregar esta vistosa colección de muy buenos cortos de éxito mundial.
El tema es la venganza Relatos salvajes, la nueva película de Damián Szifrón, reúne seis historias que tienen como eje la violencia contenida en situaciones identificables para los argentinos. Las poderosas imágenes de la promocionada última película de Damián Szifrón caen literalmente encima del espectador desde la primera de las seis historias de rencor y venganza que propone como una especie de catarsis colectiva del resentimiento nacional. Hay, o parece haber, una tesis sobre la violencia ya en el diseño mismo de los créditos que aparecen recién entre el primero y el segundo de los episodios. En una secuencia de fotos fijas, se ven distintos animales salvajes: leones, tigres, hienas, elefantes, gorilas, zorros. No deja de ser una indicación bastante explícita de que existe en los hombres una parte no domesticada que puede emerger en cualquier momento, y no siempre como un ataque de nervios sino también (al menos en dos de los episodios) en la forma de un plan deliberado. Las recientes declaraciones de Szifrón acerca del problema de la inseguridad en la Argentina podrían generar un malentendido respecto del tema de su película. No es la inseguridad, ni su relación con las distintas clases sociales (aun cuando roce el tema en el episodio "La propuesta"). El tema es la venganza. Pero no se trata de un estudio en profundidad de ese fenómeno sino un pretexto para narrar una serie de historias contundentes y efectistas, con alguna vuelta de rosca de más, en ciertos casos. Todas están sostenidas por un impactante uso de la cámara y por un conjunto de actuaciones muy sólidas (con Leonardo Sbaraglia, Oscar Martínez y Diego Gentile en el podio). Cada uno de los seis episodios (titulados "Pasternak", "Las ratas", "El más fuerte", "Bombita", "La propuesta" y "Hasta que la muerte nos separe") parte de situaciones reconocibles y particularmente irritantes para los argentinos, aunque podrían ocurrir en cualquier país más o menos civilizado del planeta. El mejor de todos es "El más fuerte", en el que dos conductores (uno en un Audi cero kilómetro; otro en un Peugeot 504 destartalado) llevan a sus últimas consecuencias un estúpido altercado en la ruta. La escalada de violencia es mostrada con un verdadero gozo narrativo por el director, el gozo que siente cualquier buen contador de historias, lo que no le impide ser consciente de lo patético de la situación. Ese patetismo, que tiene algo de ironía del destino o de efecto colateral no previsto, es constante en los seis episodios, aunque no siempre alcanza el mismo grado de concisión y contundencia. En la mayoría, se percibe una tendencia a ganarse la simpatía del espectador mediante la exageración de las reacciones de los personajes y las situaciones que estas desencadenan. Relatos salvajes cuenta todo, y todo, casi siempre, es demasiado. El problema no es tanto la exageración en sí misma como el efecto acumulativo de relato en relato. Un efecto de saturación y de previsibilidad emocional. No se sabe lo que va ocurrir, pero se sabe la tonalidad de lo que va a ocurrir. Es extraño que un narrador tan eficiente como Szifrón no haya tenido en cuenta ese inconveniente básico de cualquier estructura episódica. De todos modos, la promesa de emociones fuertes formulada desde el principio nunca es traicionada por esta película que no se propone otra cosa más que contar seis historias brutales, y que cada espectador saque sus propias conclusiones, si es que tiene sentido sacar conclusiones después de salir de un cine.
Todo lo que ha pasado con Damián Szifrón en los últimos días y todo lo que pasó con esta película desde su participación en Cannes en mayo carece, en esta página, de importancia. Lo que importa es el cine y “Relatos…” es cine de un modo no demasiado frecuente en la Argentina. Aunque no carece de los elementos típicos de nuestro cine (algo de costumbrismo, algo de fatalismo, algunas simplificaciones ideológicas), Szifrón es de los pocos cineastas de nuestro país que ejerce el ojo y el oído para sumergir al espectador en un cuento siempre fantástico, incluso si lo sobrenatural no aparece. El clima de “Relatos…” es el de pesadilla cómica: sí, el film es una serie de comedias donde a veces aparece el humor negro, y que permite, si se quiere pensar un poco, comprender el vínculo entre esa clase de humor y el grotesco. No todos los “relatos” son igualmente buenos, pero hay tres que son extraordinarios en cuanto a ejecución técnica, manejo del ritmo e incluso pintura de caracteres: el que antecede a los títulos (su plano final es antológico), el de los dos hombres solos en una ruta, y la mejor fiesta de casamiento jamás filmada en la Argentina. La gran virtud –y la gran limitación, paradójicamente– de Szifrón es que piensa el mundo en términos cinematográficos y de films queridos (ahí están Spielberg, y Cameron, y Hitchcock, y Scorsese), pero eso pesa menos que el gesto porteño en sordina, la gracia irónica y la frase justa. Los actores están todos perfectos.
Cuento de amor, de locura y de muerte Es una de las películas más esperadas del año. Me corrijo, es indudablemente la más esperada del año. Y suele suceder que este tipo de películas genere demasiada expectativa previa y que, por lo tanto, el problema de que sea una de las más esperadas, termine siendo llegar a la tan sala ansioso de verla que finalmente pueda darse el factor de "y? al final? tanta parafernalia para esto ...?". Pero nada de todo esto sucede con la tercer película de Damián Szifrón (después de las notables "El fondo del mar" y "Tiempo de Valientes" y reconocidísimo por la icónica serie televisiva "Los Simuladores") que atrapa absolutamente desde la primer escena con un director que sabe perfectamente lo que quiere contar y conoce los mecanismos para que, como espectadores, nos veamos involucrados desde el primer fotograma. Valida, a cada paso y con creces cada una de las expectativas iniciales que uno tenía antes de iniciarse la proyección. Y no solamente porque "Relatos Salvajes" tiene un guión inteligentísimo y obsesivamente elaborado en cada uno de sus detalles sino porque además cuenta con un elenco absolutamente soñado tanto para los personajes protagónicos de cada una de las historias como para los actores que tienen pequeñas intervenciones (creo que el único caso que "desentona" es el de un cocinero en el segmento protagonizado por Erica Rivas, que claramente no logra el nivel de perfección del resto del elenco, quedándose muy por debajo de todos). Y como si todo esto fuese poco, Damián Szifrón filma cada historia con movimientos de cámara exquisitos, inusuales, poniendo el ojo en donde pocos directores lo pondrían y donde él seguramente sabe que radica la diferencia y su búsqueda permanente de su excelencia: sólo al ver como en el relato de apertura donde elige poner la cámara y filmar desde el buche donde va el equipaje de mano de un avión, es casi un guiño cómplice para invitarnos, ya desde el puntapié inicial, a asomarnos a nuevos puntos de vista y a nuevas miradas. "Relatos Salvajes" está compuesta por seis historias y ya desde el relato inicial -breve y contundente- protagonizado por Darío Grandinetti que se desarrolla enteramente en el interior de un avión, se deja bien claro el estilo que va a ir atravesando todas las historias. Mucho humor negro, un cinismo extremo en la mayoría de los personajes y cada uno de los protagonistas con un pie en el filo del abismo, siendo ése -inconfundiblemente- el punto en común de todas las historias. Pasado el primer episodio y los títulos de apertura, llegarán los personajes de Rita Cortese y Julieta Zylberberg atendiendo a alguien que llega a un bar de mala muerte en una noche lluviosa y desolada. Luego Leonardo Sbaraglia tendrá que lidiar con un conductor molesto que le entorpece el paso en la ruta, Ricardo Darín se verá empujado al borde del precipicio por los vericuetos que le planteen situaciones de injusticia dentro de la burocracia hasta que desafie sus propios límites. Oscar Martinez tratará por todos los medios de aplicar su poder económico para resolver un tema familiar oscuro y trágico y cerrará el tándem de historias, la de Erica Rivas como una novia que en plena fiesta de casamiento descubre un secreto que la perturba. Conviene no adelantar mucho más. Conviene ir con la mente en blanco y dejarse llevar a cada "mundo" por la mano diestra de Szifrón para ir creando diferentes estados de ánimo, climas y situaciones que se irán desarrollando con cada una de las historias. Si bien cada una de ellas tiene una impronta particular y un tono específico que las define, comparten -tal como refiere el título- el momento salvaje por el que atraviesa cada uno de los protagonistas. Mientras que la violencia instalada en cada uno de nosotros, esa violencia cotidiana con la que tenemos que lidiar, muchas veces habita como uno de nuestros secretos mejor guardados y que sólo queda en nuestro pensamiento -o inconsciente?- con la forma de "pero qué ganas de ......." en cada uno de los personajes de "Relatos Salvajes" se rompe la barrera y esa violencia contenida se traduce en acción. ¿Qué sucede una vez que esa barrera, ese límite, se rompió?. Lo interesante del planteo es que los personajes de Szifrón quedan como "cebados", con ganas de más, con una voracidad que los deja "pegados" a esa furia que parece, a primera vista, no tener ningún freno, que no quieren soltar. Una sed de venganza, de revancha, de justicia por mano propia que parece conducirlos a un camino de autodestrucción que ninguno quiere ni puede evitar. Diálogos impecables, inteligentes, detallistas, absolutamente viscerales, con diferentes capas y lecturas (quizás sea necesario verla más de una vez) donde encontrar cada "señuelo", cada guiño que el guión va dejando, imperceptiblemente. Y Damián Szifrón se ha rodeado de un elenco exquisito, sin fisuras, donde cada una de las actuaciones tiene el tono perfecto, la sutileza necesaria para mostrar ese quiebre que a veces se presenta en forma más evidente y otras, más solapada. Dejar entrever ese momento donde empieza a generarse el "punto de ebullición" al que llegan todos sus personajes. Destacar una historia por sobre las demás o una actuación por sobre las restantes quizás sea un acto de injusticia porque todas las historias y todos los actores pasan por momentos de excelencia, de perfección, de profundidad. Sin embargo, la indiscutible entrega de Erica Rivas en el episodio final es apabullante, con una riqueza gestual asombrosa. La contundencia técnica con la que está filmado el episodio protagonizado por Leonardo Sbaraglia también es otro de los puntos altos del film. Ricardo Darín entrega una vez más otro personaje tan porteño como cada uno de nosotros -y sin dudas un episodio en donde uno no puede más que verse enteramente reflejado- y Rita Cortese maneja la negruga de su personaje con unos diálogos filosos cargados de violencia, con otro trabajo absolutamente a su medida. Mas allá de todo lo que pueda decirse de "Relatos Salvajes", sin lugar a dudas la mayor virtud que tiene este estreno es la de generar un material riquísimo para un debate posterior que puede prolongarse por horas, porque cada una de las historias tiene detalles, diálogos, guiños, momentos que dan para charlar y charlar y seguir disfrutando de cada una de las historias, aún mucho después de finalizada esa proyección arrolladora.
La crispación Finalmente se estrena la esperadísima Relatos salvajes, tras esa postergación de una semana que no hizo más que alimentar la ansiedad y las expectativas en el público. Gran aparato promocional de un film que, de antemano, parecía que encastraba todas las piezas en su lugar, al reunir un reparto de ensueño, un tráiler potente y una serie de historias sugerentes. Todo bajo la manga de Damián Szifrón, una de esas mentes brillantes a la hora del desarrollo y de la creatividad. Un director minucioso y con un amplio abanico de conocimientos, algo que se percibe cada vez que nos topamos con una producción suya. El creador de la inolvidable serie Los Simuladores construye una película feroz, osada, violenta y desfachatada. Una propuesta brava que además sale airosa por su admirable riqueza técnica. En Relatos salvajes algo está por explotar. Todo el tiempo. Es una bomba a punto de ser detonada, con las consecuencias extremas que ello puede llegar a ocasionar. Seis episodios distintos que encuentran en común la locura, el desparpajo y el desorden de sus personajes ante situaciones que los desbordan. Ya no sirve tomar aire y contar hasta diez, los problemas y conflictos en los que se ven envueltas las figuras que componen cada mini historia superan su tolerancia, abriendo paso a que esparzan y desparramen de su interior los comportamientos y las acciones más bestiales. El director de Tiempo de Valientes ha demostrado ser sumamente hábil a la hora de destilar humor en las secuencias de sus creaciones. Con un estilo muy particular, la socarronería está a la orden del día en los relatos que nos exhibe. Una comedia negrísima, disfrutable, que incursiona casi constantemente en la sátira, en algunos delirios y hasta en el absurdo (especialmente en el capítulo que inicia la cinta) de un modo en el que el espectador se pueda sentir a gusto e incluso cómplice en determinadas circunstancias. Es cierto que existen episodios que tienen mayor vigor y poder de enlace que otros. Si bien en líneas generales cada uno tiene lo suyo y son bastante parejos en cuanto al espectáculo que brindan, es factible que el que le toca protagonizar a Érica Rivas, si bien no está nada mal concebido, no posea la misma energía que los demás a causa de un estiramiento de minutos al momento de darle un cierre. Relatos salvajes es atroz. Su reparto cumple con creces; da gusto ver a Ricardo Darín, Darío Grandinetti, Rita Cortese, Oscar Martínez y Leonardo Sbaraglia, entre otros, en una obra cinematográfica. Szifrón maneja la cámara con holgura y también los silencios de una forma exquisita para generar rigidez en cada historia. En oportunidades la tensión es tan prominente que da lugar a que cualquier cosa pueda suceder, inquietando en escalas crecientes al observador. Un film que conecta desde el arranque, que contiene una crítica social (siempre con su peculiar tono) y que no escatima a la hora de exponer mordazmente la corrupción. Imperdible. LO MEJOR: la sátira, las situaciones extremas de cada historia. Las actuaciones. Muy bien realizada. Bestial, salvaje, osada, entretenida. De tan tensa se vuelve impredecible. LO PEOR: el último episodio. Si bien es bueno no se equipara con los anteriores. PUNTAJE: 9
El país de la furia Para evitar los odiosos spoilers a los que se vio sometida la que quizás sea una de las películas más spoileadas (incluso por su propio director) de los últimos tiempos en nuestro cine, voy a ir al grano: Relatos Salvajes está a la altura de la maquinaria publicitaria que tiene detrás y vale la pena ir a verla. Dicho esto, pasamos a decir que es una buena película, pero no es para tanto. El primer trabajo en nueve años de Damián Szifrón detrás de una cámara de cine tiene una factura técnica impresionante y un formidable dominio de la narrativa para lograr que funcione ese todo temático construido en seis cortos. Sin embargo, no es algo que no se haya visto antes (incluso en nuestro país, con la memorable serie Tiempo Final), por lo que –a diferencia de lo que sostienen los que la aplaudieron de pie y la defienden a muerte- no es una película que cambiará el curso del cine nacional ni nada que se le parezca. El tercer opus de Szifrón es polémico, divertido y tenso, extraña combinación que pone al espectador en un incómodo lugar ante la comedia negra, la extrema violencia y la crítica social desmedida por parte de un director que evidentemente está enojado con todo y con todos. O al menos disconforme. Los personajes de Relatos Salvajes son bombas de tiempo que están puestas a prueba en un contexto sumamente hostil, marcado por la injusticia, la corrupción, la ineptitud humana y demás síntomas de la decadencia del mundo actual, particularmente en nuestro país. Si bien la perspectiva humana desde la que se abarcan las seis historias (que no tienen ninguna relación entre sí salvo por la idea que intentan expresar) puede considerarse universal, resulta complicado imaginar cómo funcionaría esta película en algunos de los tantos países a los que se vendió, sobre todo los del primer mundo. No obstante, Szifrón logra un equilibrio notable a pesar de la disparidad en las actuaciones (Cortese, Martínez, de Silva, Darín y Rivas están muy por encima del resto del reparto), ciertos diálogos forzados y situaciones que rozan la inverosimilitud. La catarsis está a la orden del día, y si eso justifica cualquier accionar liberador para expresar el descontento con lo que nos rodea, que así sea. Ese pareciera ser el mensaje en la mayoría de los cortos que hacen a Relatos Salvajes, aunque el humor sea el condimento que aparece (y se agradece, realmente) para distender aunque sea un poco entre tanto pesimismo, incomodidad y, por supuesto, violencia. Salvo el final del capítulo “La Propuesta”, todas las historias parecieran apelar al humor (negrísimo, al estilo Alex de la Iglesia o el peor Tarantino) para descontracturar o incluso para darle una mano al tono de toda la película. Un tono tratado meticulosamente para reforzar esa idea de género que siempre Szifrón trabajó en su corta pero genial filmografía. Y con esto vale remarcar el mayor logro de Relatos Salvajes: el rigor cinematográfico. Porque lo más intenso del film no son las historias sino la forma en que son contadas con el lenguaje audiovisual, y es por eso que el resultado es tan satisfactorio a pesar de un guion con algunos baches o zonas despintadas (como de las que se queja el personaje de Darín en su capítulo). Se destacan los cortos “El más fuerte”, por su intensidad narrativa y su calidad en el trabajo con la cámara por parte de Szifrón, y “Bombita”, quizás este por ser el que más abarca en cuanto al mensaje de denuncia social o trazado de un mapa de descontento –o descreimiento- con las instituciones (familia, matrimonio, gobierno, etc.). Porque en definitiva, la repetición del concepto en todos los capítulos no hace más que reforzar el diagnóstico –un poco misantrópico- hacia las instituciones y el indefectible revulsivo que genera el choque de las mismas, aunque el accionar de los personajes y sus límites traspasados no incidan de forma heroica o determinante en el devenir posterior de ese ecosistema. Es como si con Relatos Salvajes Szifrón nos quisiera demostrar que la sociedad ya le hinchó las pelotas y el humor y la ironía es la única vía de escapatoria. Por supuesto, mediante el cine, algo de lo que esperemos no se canse tan rápido.
La novia portaba un celular Relatos salvajes, la nueva película de Damián Szifrón, que ya hiciera olas en Cannes, llega hoy a las pantallas porteñas con una semana de dilación, producto del paro del sindicato de trabajadores del espectáculo. Un hecho de la vida real como éste les habría bastado a los personajes de Relatos salvajes para descargar su ira contenida, su furia incontrolable, sus ansias de venganza y de justicia Poco puede decirse acerca de la trama de esta película episódica de Szifrón sin incluir unos cuantos “spoilers”. En efecto, contar de qué la va cada episodio es eliminar, para el lector de una crítica y para cualquier potencial espectador de esta película, un factor indispensable: la sorpresa y la ansiedad por saber con qué se saldrá Szifrón en esta obra maestra. Los personajes de Relatos salvajes, sin excepción, son normales en apariencia pero auténticos borderline en cuanto se enciende una chispa que dispara un rapto de locura… o de salud mental. En un mundo irreparablemente cruel, injusto, inexplicable y funesto como para desencadenar la ira del más compuesto, el universo que habitan estos personajes está signado por situaciones que exigen, que prometen, que ofrecen la posibilidad de un inevitable descontrol. En este sentido, y también en otros, que sólo el paso del tiempo logrará dilucidar, el de Szifrón es un relato salvaje que conduce al pathos y al bathos simultáneamente. Las criaturas de Szifrón – vulnerables ciudadanos, víctimas sin salida, hijos de puta irredimibles, desesperados en busca de una salida sino digna, al menos catártica – se mueven en un entorno cruel, incontrolable, en el cual el poder lo ejercen casi siempre los otros (salvo, vale aclararlo, por un solo episodio con espantosas reminiscencias de la realidad más criminal y cercana). Escrita con madurez y destreza por Szifrón mismo, Relatos salvajes es una película redonda, perfecta, de esas que tienen un mecanismo tan aceitado que poco o nada puede objetárseles. Los guiones de cada episodio, aunque suenen previsibles al comienzo, no dan respiro al espectador una vez que los hechos – trágicos, demenciales, desopilantes, o traumáticamente dolorosos – se desencadenan y giran sobre sí mismos con la agilidad de un equilibrista. Como guionista, Szifrón se muestra, en principio, casi tan descontrolado como sus personajes, pero lo cierto es que él sabe muy bien de qué la va la cosa. Como director de sus propios relatos – que se leen con la misma delectación que una cuidadosa selección de cuentos breves – Szifrón logra, con Relatos salvajes, deshacer la tan mentada suspensión de la credibilidad para que el espectador espere más, y más, y Szifrón cumple en un orden riguroso hasta el clímax final, el episodio de la boda protagonizado por Érica Rivas, la más contundente performer de un elenco envidiable. Cada uno a su manera, los protagonistas de Relatos salvajes (Ricardo Darín, “Bombita”), Oscar Martínez y María Onetto (“La propuesta”), Leonardo Sbaraglia (“El más fuerte”), Rita Cortese y Julieta Zylberberg (“Las ratas”), Darío Grandinetti (“Pasternak”), y la gloriosa Érica Rivas (“Hasta que la muerte nos separe”) logran ese poco frecuente milagro: un ensamblaje perfecto de actuaciones memorables. En algunas situaciones predominan la ansiedad, la exasperación y la bronca; en otras, la impotencia y la necesidad de venganza; en todas, la sensación inequívoca de que algo está mal y que debe ser corregido con urgencia, con desesperación. Película catártica? Signo de los tiempos? Visión descarnadamente cómica de un mundo dado vuelta? Relatos salvajes es todo eso y mucho más: es prueba irrefutable del poder de observación de un creador de raza como Szifrón, y de su casi inigualable capacidad para plasmar todo eso en dos horas de entretenimiento puro y reflexivo.
Inquietante filme de Szifrón sobre la furia y la venganza Tragicomedia feroz que en seis historias traza un dibujo demoledor sobre la violencia social y sobre la furia del hombre común, capaz de asomarse a los abismos más negros y llevar hasta la aniquilación una situación que empieza siendo incómoda y que al querer resolverla se transforma en un verdadero infierno. Salvo en el relato protagonizado por Oscar Martínez, en todos los demás el desarrollo apunta al crescendo dramático como formato narrativo: sucesos desgraciados que se van potenciando sin darse cuenta y que tienen al estallido final como desahogo inevitable y reparador. El filme presenta situaciones conocidas que invitan a soluciones simplificadas. No las trasciende, las expone y nos invita a identificarnos con personajes a los que primero comprendemos y después los vamos abandonando a su suerte. Szifrón cuenta lo que todos sabemos y acaso padecimos. No abre juicio ni va más allá, aunque deja en claro que la burocracia, la corrupción, la desigualdad y la injusticia se encargan de potenciar una realidad que invita a la desmesura. En todos los capítulos está la furia y, sobre todo, la venganza. Y en todos brilla su cine, preciso, intenso y demoledor. Hay buenos diálogos, buena música, buen elenco (brillan mucho Darín, Martínez, Núñez; brillan menos Dupláa y Rivas) y Szifrón se mueve con inspiración y soltura entre el humor negro, el suspenso, la tragedia y el thriller. Las historias juegan con el descontrol, pero desde sus bordes nos desafían: sus inquietantes relatos nos invitan a cada paso a confrontar con nuestra conciencia y nuestros límites. No son naturalmente violentos, son seres a quienes las circunstancias los va probando y deshumanizando. La espiral sinuosa de los relatos va arrancando cuotas de cordura a unos personajes que andan a los golpes entre injusticias, celos, maltrato, revelaciones y agravios. Todos suman, pero el capítulo de Martínez no sólo es el mejor armado, también es el único que se permite descubrir las diferentes lecturas que admite cada decisión y el único que advierte que la ambigüedad y el engaño alcanza a todos. Es desparejo, como cualquier filme en episodios, aunque todos interesan y ninguno desafina. El menos logrado quizá sea el último, el casamiento, comedia negra medio alargada, con excesos y desniveles actorales, aunque apela a una filosa mordacidad para decir que los fantasmas más destructivos no siempre están lejos, a veces prosperan mejor entre el amor y el hogar. “Relatos salvajes” está concebido desde lo políticamente correcto y es capaz de ir revelando las capas de culpas, corrupción, manipulación, mentiras y barbarie de una sociedad lista para explotar y tan dispuesta a la justicia por manos propia. Pero Szifrón nos avisa que los límites se cruzan fácilmente y que la violencia puede ser, al mismo tiempo, estímulo, pecado y tentación.
"Por ideas, realización, formato, repercusión y calidad, pero más que nada por instinto y olfato del medioambiente en el que se crió, Relatos Salvajes es mucho más que una película: es un síntoma de época. Un film que hay que ver sí o sí". Escuchá el comentario. (ver link).
Obra plena de ideas, ingenio visual, intensidad y punzante humor negro Dejemos las cosas en claro: “Relatos salvajes”, mal que les pese a algunos, es una película incapaz de pasar desapercibida, ya sea para el espectador menos cinéfilo o para el crítico más despistado. La realización de Damián Szifrón resulta provocadora y audaz dentro de un panorama del cine argentino al que le cuesta mechar lo artístico con lo comercial. Juan José Campanella con “El secreto de sus ojos” (2009) y Fabián Bielinsky con “Nueve reinas” (2000) son dos buenos exponentes de los últimos 15 años que han logrado convocar masivamente al público argentino a través de obras artísticamente notables, y con el respaldo de una maquinaria marketinera bastante aceitada. Si en ”Historias mínimas” (2002) Carlos Sorín se ocupaba de lo cotidiano de una manera voyeurista, y si en “Historias extraordinarias” (2008) Mariano Llinás arremetía con una maquinaria narrativa imparable, en “Relatos salvajes” Szifrón levanta la apuesta y mezcla lo cotidiano con una carga masiva de violencia a través de episodios llenos de ideas grandilocuentes y de impacto visual fascinante. Sin dudas, “Relatos salvajes” viene a reconfirmar lo que ya sabíamos: Szifrón es un narrador nato (inclusive lo demostró en la conferencia de prensa que brindó en el Festival de Cannes). Se sabe que tiene un enorme control de los recursos cinematográficos. Es un metodista del cine, domina el lenguaje con mucha perfección (y exceso) demostrando ser un director muy cinéfilo. Él mismo, en aquella conferencia de prensa, confesó la importancia de nutrirse de otros directores a los que admira. Y en esa cocketelera se pueden encontrar marcas autorales de tipos como Martin Scorsese, Quentin Tarantino, Robert Altman, Alfred Hitchcock e inclusive James Cameron, ya que en uno de los episodios (el más hilarante, el del casamiento) hay una escena releída de (la gran) “Titanic” (1997), pero con una mirada más corrosiva y menos naif que la de Cameron. También es necesario remarcar que esa solidez narrativa que tiene “Relatos salvajes” está sustentada por las enormes actuaciones de un conjunto de actores de lujo. Porque, como todo buen equipo de fútbol, el plantel de “Relatos salvajes” está compuesto por un mix de actores jóvenes y otros más veteranos, y ese equilibrio generacional facilita los resultados. Pero claro, a ello podemos sumar la musicalización de Gustavo Santaolalla que por momentos resulta tan precisa que suma climas y sensaciones a lo que vemos en pantalla. Es que, tal como ha demostrado en su trabajo televisivo, Szifrón tiene un absoluto manejo y control de lo que hace. De los 6 episodios ("Pesternak", "Las ratas", "El más fuerte", "Bombita", "La propuesta" y "Hasta que la muerte nos separe") que conforman “Relatos salvajes”, preferimos no adelantar nada en lo argumental. Sí, en cambio, adelantamos que estos pequeños relatos que no tienen ningún tipo de conexión narrativa, pero sí temática: son negros, negrísimos. Porque colocan a personas comunes y corrientes en situaciones, que por diferentes motivos, irán desatando una furia y una violencia incontenible con desenlaces que traspasan cualquier límite moral y ético. Está claro que Szifrón, en estos nueve años sin estrenar ninguna película, fue al hueso de situaciones cotidianas y las convirtió en algo extraordinario jugando con la fantasía de volcar esas salvajes reacciones. Porque, al fin y al cabo, “Relatos salvajes” es eso: un tour de force, una catarsis y un grito aturdido sobre injusticias, instituciones burócratas y corruptas, entre otras cosas. Y Szifrón, como buen animal de cine qué es (por algo en la secuencia de títulos intercala los nombres de los créditos de la película con fotos de animales hóstiles y para sí mismo eligió un zorro...), juega con su chiche preferido (el cine) para reflejar esa violencia incontenible que cada ser humano tiene en su propia naturaleza. Pero prefiero dejar de lado “la polémica ideológica” que despertó la película, mi decisión es de disfrutarla y apreciarla por su valor artístico, ya que está claro que Szifrón no tiene la intención de resolver los problemas del Mundo tal como lo hacen los personajes de su obra. Por último, “Relatos salvajes” es una olla a presión que explota llena de ideas corrosivas, de ingenio visual, de intensidad frenética que por momentos cede dejando lugar a un tipo de humor bien punzante atrapado dentro de una solidez narrativa atípica para lo que es el cine argentino.
Tan corrosiva y reveladora como un ataque de furia Son seis historias que no se relacionan entre sí, protagonizadas por individuos llevados al límite del estallido emocional. Un avión, un restaurante al paso, una ruta salteña, el centro porteño, una mansión y una boda son los escenarios en los que se desarrollan los capítulos. Antes que nada, un apunte: “Relatos salvajes” es la clase de película que el cine argentino necesita. Cine de género, bien filmado, inteligente, capaz de pensar al mismo tiempo en el hecho artístico y en el espectador. A la vez, con la capacidad para movilizar una estructura de trabajo que, algún día, podría traducirse en una industria. Que en los ámbitos académicos los métodos y las temáticas de Damián Szifron no generen simpatía invita a debatir en profundidad qué se enseña y a qué se apunta en una escuela de cine. Pero no nos vayamos del tema. Szifron rescata en sus “Relatos salvajes” el incombustible formato de la película en episodios. El hilo conductor no atraviesa las historias, que son absolutamente independientes; los capítulos están unidos por la tensión y por la iracundia que domina a sus protagonistas. Personas comunes empujadas a situaciones extremas, con las que resulta casi imposible no empatizar. Szifron invita a que cada espectador remueva sus experiencias, que es un ejercicio liberador y para nada dañino. No al menos en la escala a la que trepan los desenlaces de los relatos. Para manejar esa carga de violencia que cruza cada historia Szifron apela al recurso que mejor le sale: el humor. Los diálogos que escribe son filosos, por lo general breves. Estiletazos verbales que descomprimen o subrayan los pasajes más dramáticos. Ya lo había demostrado en el cine (“Tiempo de valientes”) y en la TV (“Los simuladores”, “Hermanos y detectives”). Hay en Szifron un artesano certero en el manejo de la acción y un narrador ajustado. Por eso “Relatos salvajes” no se le va de las manos. Visualmente impecable, la película se apoya en otra pata de imprescindible solidez. Las actuaciones son soberbias. Ricardo Darín es un ingeniero experto en explosivos abrumado por la burocracia. Mientras la grúa le lleva el auto su vida entra en crisis. La resolución de este episodio es extraordinaria. Oscar Martínez encarna a un millonario que hará lo posible para que su hijo no vaya a la cárcel, en un juego que parece banalizar la corrupción, pero es todo lo contrario. Leo Sbaraglia, en tanto, desciende (¿o asciende?) al más puro primitivismo en un recorte de road-movie digno de Quentin Tarantino. Del capítulo de Darío Grandinetti a bordo de un avión -el segmento más corto- es mejor no adelantar nada. Atención con la ira contenida en cada mirada de Rita Cortese, letal cocinera de un restaurante enclavado en el medio de la nada. Y, sobre todo, está Erica Rivas. La novia desbordada cuando descubre en plena fiesta de casamiento que su flamante marido la engaña es un punto altísimo de “Relatos salvajes”. Por algo Szifron eligió esta tragicomedia para cerrar la película. Rivas es una comediante maravillosa y aquí se luce desde lo gestual y desde el máximo desborde físico. Cada personaje es prisionero de un lugar común social, de esos que transitamos casi a diario. La habilidad de Szifron radica en haber encontrado la vuelta de tuerca justa para convertir lo habitual en excepcional. Se entienden entonces los aplausos que recogió en el Festival de Cannes, la distribución internacional asegurada y el espaldarazo proporcionado por Warner. Si “Relatos salvajes” alcanza el éxito será por méritos propios. Sin ser genial ni un clásico moderno, porque tampoco aspira a calzarse esos atributos.
Historias crueles Relatos salvajes tiene sobrados argumentos para ser considerada una gran película. En primer lugar, porque lo que ofrece básicamente es un abanico de historias con distintos personajes, sin conexiones aparentes, y sin embargo al terminar la proyección uno sale convencido de que presenció “una” obra de arte compacta, homogénea e inalterable en el tiempo. En segundo lugar, porque al director Damián Szifrón se le puede criticar muchas cosas, pero si narrara en prosa lo que es capaz de narrar en el cine, estaría peleando un Nobel de Literatura palo a palo con cualquiera de los grandes. El manejo que tiene de los tiempos, el trabajo de edición de algunas secuencias y los planos magníficos que logra, lo ubican en un sitial donde solo entran los talentosos. Y en tercer lugar, porque se trata de una cinta con un elenco larguísimo y, salvo alguna excepción que no vale la pena mencionar, casi todos cumplen con un gran cometido. Pero hay otra cuestión aparte que merece ser planteada, y es que no fueron muchos (Trapero, Caetano, aunque con otros estilos) los realizadores nacionales, por lo menos en los últimos años, que se atrevieron a poner en la pantalla grande la mierda del ser humano en la dimensión que lo hizo Szifrón y quienes fueran los que lo ayudaron a crear las tramas y los personajes de Relatos salvajes. Son tipos y mujeres a los que ciertas situaciones los dejan en un plano bien de border, personas miserables no exentas en sí mismas de un humor ácido y quemado. Esa fue la principal apuesta del realizador en este producto, y claramente salió ganando. La violencia que se ve individualmente es la proyección hacia lo universal, hacia una sociedad que ve carcomidos sus cimientos de una forma terrorífica. Y los que piensen lo contrario, no hace falta que pongan Crónica para darse cuenta, vayan nomás a las tapas de los medios más conservadores y si tienen una pizca de sentido de supervivencia se van a asustar igual. El eje del mal. Son seis las historias que se presentan en Relatos salvajes. Comienza con la titulada Pasternak y continúa con Las ratas, El más fuerte, Bombita y La propuesta, para finalizar con Hasta que la muerte nos separe. En todas y cada una se destila el hastío y la falta de conexión cada vez más notoria entre la gente. La despersonalización, el poder del dinero, los engaños, la furia contenida que en determinado momento explota y hasta una tensa lucha de clases, se vuelcan para incomodidad del espectador. Para seguir sumando porotos aparte de estas cuestiones sociales y psicológicas, la factura técnica de cada uno de los relatos es impecable. Ricardo Darín, Oscar Martínez, Leonardo Sbaraglia, Erica Rivas, Rita Cortese, Julieta Zylberberg, Darío Grandinetti y César Bordón son algunos de los actores que les prestan el cuerpo a estos atribulados personajes. ¿Se le critica a Szifrón que filma sobre seguro? ¿Que su propuesta tiene mucho de cine industrial? Bienvenidos sean más directores como Szifrón, capaces de juguetear con ideas de calidad y billetes bien usados en los rodajes.
"UNA VIVENCIA CINEMATOGRÁFICA IMPERDIBLE... Y SALVAJE" (por halbert) ¡Resulta impresionante el trabajo que ha realizado Damián Szifrón! Nueve años después de su anterior filme, el director argentino regresó con todo, demostrando que no ha perdido la mano en esto de contar historias atractivas para el público. Recordemos que en 2003 había estrenado su opera prima, “El fondo del mar”, protagonizada por Daniel Hendler, Dolores Fonzi y Gustavo Garzón, cosechando premios en Argentina y España. Luego vendría “Tiempo de valientes”, en 2005, con Luis Luque y Diego Peretti, Y en el medio, durante 2002 y 2003, engendró el enorme éxito de “Los simuladores”, considerada por muchos como la mejor serie de la TV argentina de todos los tiempos. Así nos tiene acostumbrados Szifrón, por lo que su nueva obra generaba enorme expectativa, y él ha logrado estar a la altura de ella e, incluso, superarla. Estos “Relatos salvajes” son 6 episodios inconexos narrativamente, pero que, en su mayoría, tienen como eje común la reacción violenta de sus protagonistas ante situaciones que los sacan de sus casillas. Y así tenemos, entre los principales (y sin entrar en mucho detalle) a Ricardo Darín como un ingeniero que pierde los estribos porque a su auto se lo llevó la grúa; a Leonardo Sbaraglia luchando cuerpo a cuerpo con otro conductor en medio de una ruta salteña; a Rita Cortese y Julieta Zylberberg haciendo justicia por mano propia con un candidato a intendente en un bar rutero; a Oscar Martínez queriendo salvar a su hijo que ha cometido un delito; y a Érica Rivas explotando en su propia fiesta de casamiento, al enterarse de un secreto de su flamante esposo. Como prólogo de estos sucesos, el primero sucede a bordo de un avión, donde Darío Grandinetti y María Marull (esposa del director) se dan cuenta que no es casual ese viaje del que forman parte. Estas historias, ensalsadas con un humor negro muy apropiado (y polémico, a veces) sacuden al espectador, haciéndolo transitar las sensaciones que se viven en una montaña rusa: vértigo, risa, asombro, miedo, suspenso… La música de Gustavo Santaolalla, muchas veces anempática (o sea, que no concuerda dramáticamente con lo expresado visualmente, por lo que se genera un interesante contrapunto entre lo escuchado y lo visualizado) ayuda a transitar todas estas emociones, dándole al filme un halo tarantinesco. Pero hay algo que va generando con cada cuento, y eso es: identificación. El filme, magistralmente co-producido por los hermanos Agustín y Pedro Almodóvar, es para ver en cine, y más de una vez, porque la experiencia colectiva es lo que la termina de hacer genial. Casi no existen películas en las que el espectador aprueba con aplausos mientras transcurre lo que está viendo, y en las proyecciones en las salas sucede más de una vez. La adhesión del público argentino es plena (y la de los espectadores extranjeros pareciera que también, dado que fue aplaudida 10 minutos seguidos en el Festival de Cannes); las actuaciones son verdaderas, la dirección es apabullante y la reflexión que suscita va "de yapa". Son dignos de mencionar varios de los actores que secundan a los protagonistas: Mónica Villa,María Onetto, Nancy Dupláa, Osmar Núñez, César Bordón, Diego Gentile y Germán de Silva. “Relatos salvajes” resulta una vivencia imperdible, que vale la pena transitar, para luego poder reflexionar acerca de lo violentos, irracionales, corruptos, vengativos y bestiales que podemos ser los seres humanos ante situaciones que nos superan, tanto o más que los animales que se muestran en los atractivos títulos de presentación, que anteceden a la catarata de salvajismo que por 2 horas sacuden a un público que queda exhausto, pero más que satisfecho.
Puntos límite Rebosante de ideas, robustecidas por una enorme destreza narrativa, Relatos salvajes cumple desde el primer fotograma al último con lo que venía prometiendo desde el inicio del proyecto: un thriller ramificado, escabroso y atiborrado de personajes al límite de la perturbación absoluta. La estructura de episodios desconectados argumentalmente entre sí era una apuesta riesgosa, teniendo en cuenta la rareza y poca repercusión de este tipo de films. Pero evidentemente fue el formato que precisaba un Damián Szifrón recargado para volcar su catarata de tramas y obsesiones, una diversificación expansiva que encauce una cabeza poblada de visiones. Y el recurso de reunir seis cortometrajes, o una suerte de ellos, en un solo largometraje, resulta una determinación fascinante, que redefine genérica y expositivamente al film. Con tan sólo dos buenas películas en su haber, Szifrón es más conocido por su genial ciclo televisivo Los simuladores y aquí realmente se decidió a plasmar su talento expresivo en el cine sin guardarse nada, fuera de temores o prejuicios. Ingeniosa, impredecible, retorcida, grotesca, tragicómica, perturbadora y además divertida y entretenida, Relatos salvajes asombra y atrapa en cada capítulo por igual, con diferentes armas y elementos audiovisuales, surcados por extravagantes personajes inmersos en inauditas situaciones. Circunstancias que los irán llevando, dentro de una sociedad agresiva y decadente, en pos de una reparación justiciera, a un irremediable extravío. Y es lo máximo que se podría contar acerca de una obra en la que la sorpresa es uno de sus ingredientes clave. El párrafo final sólo podría estar dedicado a un elenco que no sólo se destaca por su poderío, sino por su convicción, entrega dramática (Martínez, Darín, Grandinetti) y despliegue físico (Sbaraglia, Rivas). Junto a ese núcleo protagónico, el espléndido nivel de intérpretes como Núñez, Gentile, Zylberberg, Cortese o Marull queda equiparado al más ínfimo papel de reparto, por lo que se trata de la mejor película de Szifrón, también, como conductor actoral. Simplemente un peliculón. Sólo hay que ir a verla.
Los relatos corales no son ninguna novedad en el formato cinematográfico, tanto en Hollywood (de Altman a Paul Thomas Anderson, fiel admirador del primero) como en el cine nacional (Historias Mínimas de Carlos Sorín e Historias Extraordinarias, de Mariano Llinás son dos recientes ejemplos). Sin embargo, al romper la estructura tradicional imperante del primer acto + segundo acto = desenlace, continúan llamando la atención y adquieren así el dudo título de “novedad”. “Novedad” que, no obstante, no necesariamente se traduce en “originalidad”, pero no es esa claramente la intención de Relatos Salvajes, que parte de frustraciones del hombre común (en algunos casos, quizás no tan común), que también podría ser llamado el hombre mediocre, que inevitablemente si es empujado al límite puede perder el control. Tal es el leitmotiv de la obra. Damián Szifrón se calza al hombro un gran desafío cuyo resultado es, según la crítica casi unánime (y probablemente dentro de poco, la taquilla) “exitoso” que, pese a ser un entretenido relato episódico, tiene un par de problemas. Algunos de ellos son puramente cinematográficos, otros rozan lo extra-artístico (y son, lógicamente, éstos últimos los más subjetivos y por ende debatibles). Pero desde lo concreto, hay algo innegable: tras ocho años de ausencia (su último film fue la excelente Tiempo de Valientes, de 2005) la expectativa era mucha, y la persistencia de los medios en posicionar que ésta es “la mejor película argentina del año 2014” no ayudó a mermar el agigantamiento exagerado que la película estaba adquiriendo. Un final feliz para un film tan inflado es, obligatoriamente, un producto cuasi-perfecto y lo cierto es que Relatos Salvajes está lejos, lejísimo, de serlo. Una vez más, su mayor virtud es el entretenimiento: la primera de las historias a bordo de un avión con Darío Grandinetti en rol de inesperada víctima (junto con varios otros pasajeros) es apenas un tentempié de lo venidero y no es más que una simpática introducción (casi un chiste) que invita al caos y la violencia. El cuadro congelado que da lugar a los títulos es todo un hallazgo y el paseo por imágenes de animales por detrás de los nombres del reparto principal es una bienvenida apertura que dice más que lo obvio. El siguiente relato, que tiene a Rita Cortese y Julieta Zylberberg preguntándose (aunque una parece tener ya decidida una respuesta) si es justificable un asesinato que, sin dudas, le haría un favor a la humanidad, tiene contenido como para durar más de lo que finalmente apenas esboza, pero introduce la idea principal de la película: Cortese filosofa que “todos queremos un cambio pero ninguno tiene la valentía de provocarlos”. La frase no es exacta puesto que los términos son, justificamente, algo más informales, y es ésta declaración digna de lector de La Nación o espectador de TN la que pone sobre la mesa las múltiples miserias que padecemos los argentinos. La “violencia social” es un tópico latente en cada historia, que se multiplica en el siguiente episodio: Leonardo Sbaraglia maneja un lujoso auto que no llega a buen puerto cuando pincha una goma, y el único otro vehículo que ronda las mismas latitudes es el perteneciente a un conductor endemoniado al cual el protagonista, estúpidamente, acaba de insultar. El insulto, cabe aclarar, es discriminatorio (ya se podía ver en el avance de la película), y únicamente por eso desacertado. Reveamos la situación: en medio de la ruta, un conductor no deja pasar al otro y le tira el auto al primero, lo cual conlleva a una lógica enfrentación donde el primero acusa de “negro resentido”. Grave equivocación, porque el insulto adecuado hubiese sido un sinónimo más fuerte de “idiota”. Pero, así como en las películas de terror si el/la protagonista llaman a la policía se acaba literalmente la película, si el insulto tomaba otras aristas se caía lo que el director buscaba retratar: una lucha de clases típica que culmina siempre en violencia. ¿Cuál es el problema? El insulto, se nota, es un artilugio evidente, que no justifica la reacción del receptor del mismo, quien devuelve con exacerbada violencia el gesto. El director quiere mostrarnos dos caras de la misma moneda, es decir, dos seres despreciables, pero es inevitable tomar partido por uno de ellos, que sale sin embargo mal parado con diálogos y acciones que lo ubican en las antípodas de un héroe pero también de un ser racional. El relato se vuelve inverosímil y la manipulación al espectador por hinchar por alguno de ellos se torna demasiado evidente. Un epílogo violento y jocoso nos subraya que ambos eran seres desagradables, cuando la balanza objetivamente no es tan equitativa, al menos en el efecto impensado de las caracterizaciones del guión. La cuarta historia es la más lograda y atractiva, que se beneficia enormemente del trabajo de Ricardo Darín, y aunque es sin duda la más populista y por ello demagógico (apuntando sin ningún disimulo sus dardos al Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires), hace un ejercicio interesante de la catársis que tristemente decae al concluir con un mensaje de dudosa moraleja, tamizado bajo las sonrisas del “final feliz”. Si bien en todos los cortometrajes se adivina desde los primeros segundos hacia dónde está yendo la historia (no se puede decir que el efecto sorpresa sea justamente una cualidad de Relatos Salvajes), una vez que lo predecible sucede es de nuevo un epílogo lo que embarra un cuento descarnado que culmina en total hipocresía: dos antagonistas del personaje terminan celebrándole sus cuestionables acciones, y el castigo no lo es tal porque al final todo es mejor cuando, como sugería Fito Páez (vaya uno a saber, a esta altura, si irónicamente o no) te sacás “el diablo de tu corazón”. No importa desde la moral cuestionable: es válido en el arte donde no hay apología del delito sino ideas, creatividad y relatos. Sin embargo, intrínsicamente plantea una contradicción de guión: dos personajes que echaban más leña al fuego, una vez que se produce el enorme incendio, regresan al protagonista con un regalo y éste los recibe con alegría, emoción y abrazos. El episodio violento es, en ese cierre y mirando en retrospectiva, apenas un capricho del director que dignifica la justicia por mano propia cuando, se supone, la está exponiendo para que cada uno saque sus conclusiones. Está bien, Hollywood lo hace todo el tiempo, pero hay que reconocer que es lo que muchos a menudo le criticamos. En este segmento no hay lugar para sutilezas ni interpretaciones, y en eso se pierde el atractivo (y ni hablar la inteligencia). El quinto relato es un drama anclado en una enorme tragedia que es tan aberrante, que todo intento de “humor negro” queda sepultado por el trazo grueso de lo acontecido, y de nuevo tiene un mensaje concurrente: la clase alta es despreciable, capaz de las peores aberraciones y aunque la corrupción está en todos lados (menos en la clase media, porque ahí es donde vive Darín) se hace más presente en countries, mansiones o palacios de Recoleta. Oscar Martínez interpreta al padre de un malcriado que atropella y mata a una mujer embarazada y se da a la fuga. Su abogado propone un plan perfecto, que involucra echar la culpa a quien no corresponde y, claro, es de clase baja. Un intento de vuelta de giro propone también, en menor medida, demonizar a éste último como diciendo “somos todos iguales”, pero lo cierto es que se trata de otro tiro errado: no es ventajismo, es lógica y retribución y en tal caso, jamás llega a opacar lo aberrante de la propuesta. El desenlace es el único que quizás sorprende, y no cortar a negro continuaría con la inacabada idea: al final, ganan siempre los malos, que suelen ser los ricos (sin arruinar la sorpresa, vale tener en la cabeza la idea de que ya no habrá culpable y, por ende, tampoco chantaje que valga, con lo cual hay un solo beneficiado directo). La última historia es, de todas, la que menos tiempo en pantalla resiste y la que más duración tiene (vaya uno a saber qué le resultó atractivo al director de esta obviedad anclada en clichés y dudoso gusto). Es el humor grueso de la sobrevalorada Qué Pasó Ayer (The Hangover, Todd Philips, 2008) con el antecedente de otra similar película, Very Bad Things (Peter Berg, 1998). No resiste demasiado analisis y todo es funcional a un demorado tercer acto que, de nuevo, en clave de ¿final feliz? muestra como todo es un asco, a donde quiera que uno mire (pero recordar siempre la excepción de Ricardo Darín). Relatos Salvajes apuesta al grotesco, a lo políticamente incorrecto, y a la comedia ácida que tanto mejor sabe esbozar Alex de la Iglesia, o acaso uno de sus productores asociados, Pedro Almodovar. Si se la analiza desde la comedia de situaciones y su humor negro, palidece en la odiosa comparación frente a otros productos similares. Si se la analiza desde lo intelectual, lugar donde intenta de manera soberbia ubicarse su autor con un supuesto “reatro de la violencia social”, resulta increíblemente chato y forzado. Szifrón expone personajes cotidianos que se enfrentan con un mal menor que va escalando hasta que adquiere dotes dantescos, y ante la adversidad justificamente explotan. Y es en ese momento cuando, de repente, el director parece querer mostrarnos lo que estábamos pidiendo (violencia, desquite, revancha) y lo hace con tal crudeza que, teóricamente, nos lleva a replantearnos nuestra empatía para con el personaje. Esta idea, osada y provocadora, también le queda enorme a un realizador que decididamente no es Haneke, con un producto que tampoco es Funny Games (1997 y 2007). Ahora bien, Szifrón es uno de los realizadores más interesantes visualmente y profesionalmente hablando, y para demostrarlo cuenta en su curriculum con dos anteriores películas que brillaban también desde lo técnico: El Fondo del Mar (2003) y Tiempo de Valientes (2005). Dichos antecedentes apenas si cantan “presente” en esta nueva película, con una imagen lavada, simple, y una puesta de cámara caprichosa y repleta de malas decisiones: el estilo GoPro de algunas tomas podía verse ya en el trailer (con prolongados planos extraños sin razón de ser), y se acentúa al distraer cuando el capricho de “hacer una toma loca” llega al extremo de pegarse a una puerta de salón de fiestas, sin justificación alguna. La fotografía comienza con un desacierto (sobreexposición en la primer historia a bordo del avión), continúa con una estilización impecable (segunda y tercera historia), desaparece por completo las dos anteúltimas, y se refugia en la estética quinceañera de la última parte (no hacía falta, porque más que obviedad y desencanto, nada aporta al baile). Tampoco desde lo técnico es, entonces, lo mejor que el director puede dar. Claro que quien escribe estas líneas se encuentra, indefectiblemente, en la minoría: es probable que Relatos Salvajes sea un enorme éxito, coseche algunos premios en festivales internacionales (aunque enviarla como candidata al Oscar es un absurdo) y que pronto fanáticos de TN al igual que de Canal 7 (por no mencionar el otro ejemplo obvio) terminen citando frases de sus personajes por igual, sin darse cuenta de que la película intentó -aunque vulgar y frustradamente- reirse de ellos. Una lástima que el analisis no le de para mucho y los chistes tampoco terminen siendo tan buenos.
La argentinidad al palo y tragicómica Hay muchos logros en el filme, y quizá algunas cuestiones podrían ser mejoradas, pero la película sintetiza pantallazos de la naturaleza humana con saludable humor negro La película de Damián Szifron (sí, es sin acento en la o) le pone el tilde a la violencia social, la cotidiana, esa piedra en el zapato que estorba un poquito, a veces un poco más, hasta que un día explota todo, como en el cuento "Bombita". "Relatos salvajes" lleva por subtítulo "Todos podemos perder el control", y estos dos encomillados atraviesan las seis historias de manera meridiana. La realización, de proyección internacional y coproducida por El Deseo (de Pedro Almodóvar), está craneada como un lanzamiento for export, pero respira y transpira argentinidad pura, argentinidad al palo, como diría Bersuit Vergarabat. Hay muchos logros en el filme, y quizá algunas cuestiones podrían ser mejoradas, pero la película sintetiza pantallazos de la naturaleza humana con saludable humor negro. La tragicomedia sobrevuela los relatos en enfoques tan bien representados (mérito del trabajo de casting), que es muy fácil identificarse con los personajes, sean héroes o villanos. La película abre con "Pasternak", una situación atípica entre los pasajeros de un avión, con acertadas actuaciones de María Marull y Darío Grandinetti. En ese vuelo, todos tienen un vínculo entre sí, pero no lo saben, y eso los llevará a una situación indeseada. "Las ratas", con magistral actuación de Rita Cortese, secundada por una creíble Julieta Zylberberg y César Bordón, en una criatura detestable y lamentablemente reconocible, plantea una historia de venganza. Un candidato político y empresario llega a un típico bar de estación de servicio y la moza advierte que ese cliente es una mancha negra en su vida. "El más fuerte", rodado en escenarios naturales de Salta, es una conocida batalla de clases. El tipo del Audi y el laburante de la construcción, el engominado con olor a perfume y el que tiene las uñas negras sucias de cal. El contraste típico de un país, que dispara más violencia que puntos en común. Leonardo Sbaraglia, sólido como siempre, y Oscar Bertea, con muy poco rodaje actoral pero en un rol memorable, protagonizan un cruce de palabras en la ruta, con consecuencias dramáticas y escatológicas, en donde la risa y la tragedia se vuelven a dar la mano. Darín se luce en "Bombita", una metáfora de las injusticias sociales y de cómo un tipo puede hartarse de la burocracia cotidiana, la hipocresía y el destrato. El actor de "El secreto de sus ojos" es un ingeniero especializado en demoliciones, con problemas de pareja (impecable Nancy Dupláa, como la esposa hastiada), que vive un día de furia, en un guiño al filme de Joel Schumacher con Michael Douglas. "La propuesta", con un deslumbrante Oscar Martínez, es un reflejo de ese horizonte sin límites de las familias de alta sociedad y "Hasta que la muerte nos separe", golazo de Erica Rivas, hace eje en las mentiras de pareja, en una crítica a las clases adineradas y en el contexto de una fiesta de boda en la que la torta se mancha con sangre. Con incontables guiños al cine, desde Spielberg al Szifron de "Los simuladores", la película destila calidad de imagen, relatos y roles logrados, y pinta una argentinidad con alta cuota de porteñismo y algún link de universalidad. Si las historias hubiesen tenido un nexo entre ellas hubiese sido excelente. Pero Szifron eligió la violencia social como hilo conductor, y su filme jerarquiza el cine nacional.
El film del creador de Los Simuladores y Tiempo de valientes es un viaje entre la adrenalina y la pasión que todos sentimos cuando estamos fuera de control. Estreno: 14 de agosto Por Teresa Gatto Seis episodios: Pasternak, Las Ratas, El más fuerte, Bombita, La propuesta y Hasta que la muerte nos separe, le ofrecen a Damián Szifron la oportunidad de unir historias diversas de las que todos podemos ser víctimas un día en que nos encontramos fuera de control. El verdadero hallazgo consiste en hacer de una microhistoria una historia plagada de dramatismo, aventura, acción, revancha y por sobre todo pasión. Hay que tener pasión para lograr algunas épicas personales cuando todo se da al revés. De este modo, Pasternak, que abre la presentación del film, logra que nos acomodemos en la butaca porque la cámara impecable de su director promete mucho y da más. Darío Grandinetti, espléndido como siempre, logra un in crescendo dramático que abre la saga de las aventuras/desventuras de los seis episodios. En Las ratas, una magnífica Rita Cortese junto a Julieta Zylberberg nos da una dimensión de quien ha perdido todo y ya no tiene nada más que perder en la vida. Pero el humor no está ausente. Nunca lo estará. En El más fuerte, un genial Leonardo Sbaraglia se mide con un contrincante casual. Propósitos y despropósitos de un día en la ruta se plagan de acción y un humor sin palabras porque la cámara siempre está donde debe estar. El episodio que tiene por protagonista a Ricardo Darín, Bombita, desanda las vicisitudes que todos alguna vez pasamos, sólo que está vez, el ingeniero sabe cómo tomar revancha de ese negocio llamado “Sistema de estacionamiento” que existe en la Ciudad de Buenos Aires. Oscar Martínez se destaca en La propuesta, donde lo que se mide es hasta donde podemos caer de bajo para salvar a un hijo. Y la corrupción está siempre alerta para auxiliar al que sea capaz de trascender para mal su propia ética, intentando conseguir que un hijo no padezca. En Hasta que la muerte nos separe, el amor toma revancha en el propio día del casamiento y Érica Rivas expone sus cualidades actorales intocadas para hacernos reír y llorar porque nadie querría ser esa novia, tampoco ese novio. Cada uno de los relatos crea en el espectador la ansiedad por ver el próximo. No solo por la identificación con situaciones, personajes o sentimientos que experimenta en forma aleatoria, sino por la contundencia expresiva que se logra en el breve espacio temporal de cada segmento. Los actores aportan características personales que desarrollan al máximo cada personaje permitiendo lograr ese verosímil que crea el buen cine. A las precisas decisiones de composición de las imágenes se suma la música original del destacado compositor Gustavo Santaolalla aportando en la construcción de los climas de cada una de las secuencias y logrando junto a todo el equipo (Arte, fotografía, vestuario…) una trama de imagen y sonido de gran potencia narrativa. Desde la idea inicial del guion hasta el último detalle de montaje, todo confluye en mostrar esas historias que todos queremos ver cuando vamos al cine de un modo que al decir “Cine Argentino” estamos diciendo: calidad.
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LA VIOLENCIA DE UN OBSESIVO Ninguna reflexión sobre el “sistema” se desprende de Relatos Salvajes. Sucede lo inverso: la cirugía antropológica es una excusa para poner en funcionamiento una máquina narrativa cínica y virtuosa. La obsesión arquitectónica de Szifron es descontrolada. Su último plano, pensado hasta la contractura cerebral con un cuchillo presente/ausente, remata el pico emocional del espectador, ofreciéndole el aplauso como único liberador de tensiones.
Las reacciones humanas al descubierto Hacia mucho tiempo que una película no despertaba tanta expectativa como “Relatos Salvajes”. Su participación en la Competencia Oficial por la Palma de oro de Cannes, su excelente recibimiento en dicho festival, una movida de prensa y de marketing pocas veces vista, sumado a un elenco con los mejores actores y actrices nacionales, hizo que el público espere con ansias este film. El tema de la película es hasta donde puede aguantar un hombre en situaciones extremas, algunas de ellas que sufrimos con bastante cotidianidad. Todo dividido en seis historias bien diferenciadas entre si, pero con un hilo conductor que hace que, en algunos casos, el espectador se ría de lo que quizás el mismo podría sufrir, y porque no, reaccionar de esa manera. El primer episodio narra la historia de un grupo de personas en un avión (protagonizado por Darío Grandinetti, María Marull y Mónica Villa) ; el segundo es en un lugar de comidas abierto las 24 hs. donde la joven moza que atiende las mesas se da cuanta que el hombre que entro tuvo que ver con algunas circunstancias de su vida (con Julieta Zylberberg, Rita Cortese) ; el tercero es un ingeniero que tras un día difícil se encuentra con el maltrato y la burocracia de un ente privado y otro oficial cuando una grúa se lleva su auto (con Ricardo Darin y Nancy Duplaa) ; el cuarto narra lo que le sucede a un joven de muy buena posición se encuentra en una situación muy particularen medio de una ruta desierta (Leonardo Sbaraglia) ; el episodio número cinco es la de un acaudalado empresario que es despertado una noche por su hijo que ha tenido un accidente con el auto (Oscar Martínez, Osmar Núñez, María Onetto ; Germán de Silva) ; y por último una infidelidad pasada que surge en el momento menos esperado, o menos querido (Erica Rivas, Diego Gentile). Todos tienen como denominador común la injusticia, el maltrato y todo lo que los habitantes, sobretodo de las grandes ciudades, sufrimos día a día. En cuanto a lo técnico, el film tiene un buen ritmo, una factura clásica que ayuda al mismo, muy buena fotografía y un nivel actoral superlativo. Esto es lo que hace que, aunque el film en algunos momentos tiene muchos clichés y situaciones predecibles, las actuaciones hacen que realmente sea un placer vela. “Relatos Salvajes” tiene que ir a verla sin exageradas expectativas para sorprenderse y disfrutarla a pleno.
Nada más difícil que titular una obra. Esa dificultad radica, principalmente, en el peso que el título ejerce sobre la mirada del espectador. Un título es el último reducto en el que el autor puede siquiera intentar decidir sobre la experiencia. La obra no, a la obra dejala tranquila. Y por eso creo que en “Relatos salvajes”, esta gran película, lo peor es el título. Bueno, no sólo el título, tal vez toda esa expectativa generada desde la maquinaria publicitaria y los escándalos con Mirtha hayan operado en el mismo sentido, afectando la experiencia de manera negativa. “Relatos salvajes”, el título, es una promesa que defrauda. En esta película los personajes pueden ser salvajes, las situaciones, algunos escenarios, pueden ser salvajes, violentos, desbordados, pero definitivamente estos relatos no tienen nada de salvajes. En su forma de narrar (de relatar), Szifrón despliega un por demás virtuoso lenguaje clásico, un relojito de la pura acción canónica, un hermoso compendio de elecciones conservadoras. Pero eso no está para nada mal. Él es tan bueno en eso, es tan pero tan impresionantemente bueno en el uso de las herramientas que logra construir seis relatos redondísimos, balanceados en su acción, en su humor, en su despliegue visual. Todo perfecto. Ahora, lo perfecto suele encontrarse bien lejos de lo salvaje. ¿Y? ¿Qué me importa? Hay que decirlo, Szifrón es un tipo talentoso. Nadie como él domina el difícil arte del relato clásico, nadie como él domina el árido territorio de la pura acción cinematográfica, nadie como él domina el contrapunto humorístico (bueno, algunos sí). Ahora, también hay que decirlo, hay cosas que Szifrón no domina. Sobre todo lo relativo al discurso, a los aspectos ideológicos de la obra. Así como él mismo “boqueó” desprolijamente en el almuerzo con Mirtha, Relatos salvajes parece sufrir de lo mismo. En lo discursivo, es un balbuceo peligrosamente ambiguo, incompleto, desprolijo. Ahora, la verdad, ¿qué me importa el discurso? En serio lo digo, me entusiasman tanto las escenas de acción de Szifrón que, sentado en la butaca del cine, decidí suspender cualquier juicio ideológico. Y lo bien que hice, porque con esos seis magníficos relatos, lo pasé bomba. O mejor dicho… bombita!
Mucho cine Teniendo en cuenta que para analizar la película se cuentan muchos elementos de la trama, se aconseja no leer este texto hasta después de haber visto la película. Cine. Cuando uno ve Relatos salvajes lo que uno ve es cine. Mucho cine. Relatos salvajes es una película llena de cine. Generosamente repleta de cine. Puede parecer una redundancia decir que una película tiene cine, casi una broma. Pero no lo es. No lo es en el cine argentino, definitivamente. De los más de cien estrenos locales del 2014, son pocos los que realmente apuestan al poder del lenguaje cinematográfico. Relatos salvajes es uno de esos títulos. Lo hace de una forma muy particular, lo hace con una fuerza y una alegría que es lo que sin duda ha llevado a que la película atraiga espectadores de forma insólita, descomunal, histórica. La triste sensación de pagar toda una entrada de cine para ver, como decía Billy Wilder “una película que cuesta doscientos doce dólares” no es una amenaza aquí. Fui hasta el cine, me senté en una sala y me entregan una obra inolvidable, llena de ideas, llenas de elementos para sorprender, maravillar, impactar. Eso es, entre otras cosas, Relatos salvajes. Seis episodios constituyen esta película de más de dos horas. Nota: ¿Cuántas películas argentinas tienen para contar o pueden contar cosas durante dos horas? Pocas en verdad. Esos seis episodios tienen elementos en común, pero no estamos frente a un film fácil de encasillar. Las historias se pueden asociar, pero también tienen muchas cosas que las diferencian. Algo caótico e incontrolable hay en la película, como bien lo demuestra la historia final, la del casamiento. “La vida se abre paso” decían en Jurassic Park. Y así es, entre la violencia, la maldad, la miseria y la oscuridad, la vida se abre paso, la vida sigue, la especie sobrevive. Y decir especie no es anecdótico. Tanto el título de la película como la fantástica secuencia de títulos inicial nos indica que la asociación pasa por ahí. Pero una vez más: no hay forma de encasillar o reducir Relatos salvajes. El primer cuento de este sexteto de historias es el más absurdo y el más ingenioso en el sentido juguetón del término. Muy gracioso, muy divertido y también muy breve, es la puerta de entrada a una montaña rusa de historias grotescas, brutales, animales. Pero ojo, el primer relato no es la historia de un acto animal, sino de una muy premeditada venganza que el mismísimo Edgar Allan Poe hubiera escrito si en el siglo XIX hubieran existido los aviones. Si quisiéramos forzar una lectura animal, diríamos que Pasternak elimina todos los miembros de su especie que han atentado contra su posibilidad de ascenso o desarrollo en la sociedad. No lo hace como un animal, ni tampoco busca sobrevivir. Su acto es salvaje, pero enfermizamente humano. Igual, volviendo a Poe, es una divertida y graciosa historia de humor negro. La película ha comenzado, conceptos como verosimilitud o realismo ya no podrán ser tomados como se los suele tomar en el cine argentino, enfermo de un naturalismo agotador. Naturalismo insufrible que lamentablemente incluye a una gran parte del cine independiente de los últimos años. Relatos salvajes es una patada a ese naturalismo, una generosa, alegre y poderosa pateada de tablero. Bienvenida sea. Relatos salvajes podría convertirse en el film más taquillero del 2014 y veremos hasta donde llega en la historia de la taquilla nacional. Lo curioso es que este film tan atractivo para el público no es un film tan agradable en su contenido. Su forma es incomparable pero su contenido no es tan simpático para el espectador como la forma en que la película está narrada. Esto puede hacer que para muchos espectadores que no están interesados en el virtuosismo del director, la película sea un despliegue de sordidez, maldad, violencia y sangre. A ellos les repito: Vean el primer episodio, ahí está anunciado un tono juguetón, no una bajada de línea literal. Con los años será difícil establecer de forma clara si la película captó algo de la violencia puntual de la coyuntura de un país. Lo mejor que se puede decir de una película es que podrá pintar su aldea y su época, pero que con soltura los trasciende y se vuelve universal y atemporal. El ser humano civilizado sostiene una vida en la que convive con el prójimo. Qué pasaría si ese hilo que sostiene al ser que aprendió a vivir en sociedad se corta y se la lanza a un punto de no retorno. Los personajes de estos episodios asumen en varios casos ese riesgo, sin saberlo o sabiéndolo, pero pasan una barrera. Lo maravilloso de Relatos salvajes es que no hay coherencia, en algunos caso deciden inmolarse junto con sus enemigos, en otros se sacrifican por los enemigos de otros, en otros mueren de forma ridícula porque se metieron en una pelea sin calcular bien las consecuencias. También están los que encuentran la forma de sobrevivir con dinero y poder, no con violencia física ni exponiendo el cuerpo. También está el se sale del sistema y el sistema, curiosamente, lo termina considerando un héroe. Y finalmente, y una vez más por eso está al final, la historia de una pareja que se sale de la civilización pero sobrevive. Salvajemente, pero sobrevive. Algo hace que la humanidad no desaparezca, eso es el último episodio, caótico, sorpresivo, lleno de vueltas de tuerca. Relatos salvajes es, por todo lo dicho, una película imperfecta. Despareja en muchos aspectos, pero no creo que sea accidentalmente despareja, creo que es su retrato del mundo lo que la lleva a ser así. No me atrevería a hacer una lectura política o social del film inequívoca. Si el primer episodio es simpático y siniestro, el del bar con el político es el más heroico de todos. De hecho en un mundo de gente miserable, la cocinera del episodio Las ratas se sacrifica por la moza. Sabe que la moza ha sufrido una injusticia que jamás será corregida. Pero la moza no puede terminar de arruinar su vida por un personaje horrible, entonces la cocinera toma la iniciativa y tiene un gesto heroico. En una película donde nadie es héroe, ella marca una diferencia. El resto de los personajes son egoístas, corruptos, miserables. Pero no es tan sencillo tampoco. No es todo una mirada lineal. Varios personajes son vengadores, la cocinera es uno, el loco Bombita es otro, la novia del final no acepta callarse la injusticia y la hipocresía y arremete contra la falsedad de la fiesta de casamiento. Bombita es un personaje demagógico, de esos que hacen saltar a la platea. El que se harta del sistema y lo hace, literalmente, volar. ¿Dónde se posiciona la película con respecto a él? ¿Es un héroe o es un villano? ¿Está cerca o está lejos de cualquier ciudadano? Es verdad que al ser en episodios, la película no se toma el tiempo para desarrollar de forma minuciosa a cada uno de los personajes. Pero a Bombita el guión lo protege, el personaje no lastima a ningún inocente, eso queda claro. Me genera cierta pereza analizar qué lugar tiene en esa cárcel y porque los demás presos lo idolatran. Por última vez, las lecturas ideológicas de Relatos salvajes la vuelven pequeña, no más grande. Aun así, creo que, a diferencia de la mayoría de las películas argentinas, acá hay tela para cortar en cantidades. Por algo también la gente elige verla y discutirla. La opinión política más clara está en el episodio La propuesta pero aunque queda claro que hay clases privilegiadas al final, todos los estratos sociales parecen estar atravesados por la misma ambición corrupta. Hace pocos días se estrenó Relatos salvajes y ya ha entrado en la historia del cine argentino. No es una mala noticia. No es un éxito forzado ni un invento sin sustancia. Habrá mucho para debatir pero queda fuera de toda discusión que se trata de una película enamorada del cine. Qué busca sorprender y dar al espectador algo notable. Las conexiones y citas cinéfilas son muchas, no mencionar ninguna acá es respetar la vida propia que tiene el film de Damián Szifrón. El gran mérito es de él y de una gran producción y un enorme elenco que suma para el director guionista pueda conseguir esta película. En tiempos en los que se reivindica cada vez un cine minimalista, ascético y bordeando lo documental, Relatos salvajes va eufóricamente en dirección contraria. Ir al cine a verla es una manera de reconciliarse con la pantalla. Acá hay una apuesta fuerte, un riesgo, una ambición. No es una película para pocos, es una película para muchos. Si al final del 2014 resulta ser el film más taquillero del año, será una gran noticia, será la muestra de que el cine sigue estando vivo y bien. Más allá del gusto de cada uno, en Relatos salvajes hay mucho cine.
Días de furia Es un merecido fenómeno. No es nada común que la película más publicitada y difundida del vecino país sea, además de un taquillazo descomunal, una gran obra dotada de nervio e inteligencia, un filme del que podríamos discutir indefinidamente y, como usualmente se dice, un clásico instantáneo. Quizá sea demasiado temprano para predecir el futuro Oscar a la mejor película extranjera, pero vale decir que con su narrativa clásica y su perfil popular y universal, Relatos salvajes ya tiene unos cuantos boletos comprados. La apuesta fue inmensa, y la película ya era un éxito incluso antes de ser vista; co-producción argentina-española (producida por Pedro y Agustín Almodóvar) fue rodada en diversas locaciones argentinas (Buenos Aires, Cafayate, Salta y Jujuy) se estrenó en Cannes, cuenta con varias de las más competentes estrellas del cine argentino (Ricardo Darín, Leonardo Sbaraglia, Oscar Martínez, Érica Rivas, Julieta Zylberberg y Rita Cortese) y en Argentina se estrenó en 228 salas; más que un tanque Hollywoodense, más que Maléfica, –que este año se había llevado 220 salas para su estreno– más que Metegol y El secreto de sus ojos, que hasta ahora eran las argentinas que ostentaban el récord. No era precisamente un tiro al aire. El bonaerense Damián Szifrón, hoy de 39 años, ya había filmado y escrito dos películas notables, la hitchcockiana El fondo del mar, y el divertidísimo policial a lo Hollywood Tiempo de valientes. Pero seguramente sus mayores credenciales estén en la televisión y el director fue responsable de la ya histórica serie Los simuladores, que alcanzó un pico de 37 puntos de rating en su episodio final y que es para muchos la mejor de las series argentinas. Otro de sus trabajos fue la también notable miniserie Hermanos y detectives. Lo que no se da todos los días es que un éxito de este calibre sea, además, una película brillante. Por supuesto que en seguida se desató la polémica, que no faltan quienes abominan esta película hasta su último fotograma y que, en definitiva, ayudan a acrecentar aún más su publicidad. Quizá convenga aclarar lo que no es Relatos salvajes, y lo que muchos quisieran que fuera. No es el típico cine de denuncia social, ni una obra filosófica, ni pretende una exposición radiográfica de la violencia. Sí puede afirmarse que es una película inteligente. Y con inteligente queremos decir que se trata de una ficción embebida en un mundo perfectamente reconocible. Un cine que se nutre de otro cine pero asímismo de nuestra realidad circundante y que, en ese sentido, motiva al espectador a reflexionarla y verse reflejado. Se ambienta en lugares que todos hemos conocido de una manera u otra: un bar, la ruta, oficinas, un salón de casamientos, y ofrece contextos que nos tocan y de los que podríamos contar historias similares: la corrupción, la violencia clasista, la burocracia estatal, las situaciones trágicas en las que no parece haber salidas favorables, la infidelidad conyugal descubierta. Revanchismo, venganzas personales, justas, injustas, desmedidas, fundadas o infundadas, a veces horrendas, a veces catárticas, a veces visiblemente desacertadas. Si la venganza es un plato que se come frío y es materia como para contar mil (brillantes) historias, la prueba de ello es esta película, que se explaya en una introducción más cinco relatos, brillantemente orquestados, clásicos, dinámicos. Lo más llamativo es que precisamente por ser una película dividida en episodios independientes no haya ningún altibajo considerable en ellos, o algún relato del que exista un consenso de ser ostensiblemente mejor o peor que los otros. Relatos salvajes está conducido por una dirección precisa y un uso notable del lenguaje cinematográfico, sobre todo en lo que refiere a la condensación de los relatos en breves historias. En este sentido se trata de un guión soberbio; como en las mejores series televisivas, lo primero que llama la atención no es tanto la puesta en escena sino la creatividad volcada en las anécdotas. Este perfil televisivo se desprende de historias cortas en que la narrativa está rápidamente orientada en determinada dirección por un giro de guión (plot point) y que se resuelven en un punto concreto que pone fin a la progresión dramática y a la historia. En un tono de comedia negra, Szifrón apunta a la incomodidad y sobre todo a la molestia que promueven ciertas situaciones en las cuales las pautas de comportamiento se desdibujan, las circunstancias abruman, los manuales de ética hacen agua y los individuos no encuentran otra opción que improvisar y seguir sus instintos (y así, dejar ver quiénes son realmente). No entramos en el terreno de lo razonado y lo razonable, aunque desde la comodidad de una sala de cine podamos juzgar a cada personaje en términos de bien y de mal, de valentía o locura, de corrección o exabrupto. Y otra vez, todos los espectadores sacarán conclusiones distintas al respecto. "Pasternak", la introducción y el relato más corto, protagonizado por Darío Grandinetti, ya deja bien en claro las pautas de lo que vamos a ver. Es, visto fríamente, poco más que un sketch, una ocurrencia con toques delirantes. Pero el planteo es verosímil, comienzan a acumularse sutilmente datos racionales, creíbles, que comienzan a articular mecanismos psicológicos para dar paso al suspenso más intempestivo. Entramos en los terrenos del relato más clásico y atávico, la clase de historias que podríamos escuchar en la oscuridad, en torno a un fogón. No en vano esta introducción es, de todos los episodios, el más improbable, el que ofrece la propuesta menos creíble. Y aquí surge la pauta de por qué convendría ver la película como un entretenimiento y no tanto como el reflejo de una contingencia social. Lo cual no quita que sí se preste para lecturas sociológicas. El episodio "El más fuerte" protagonizado por Leonardo Sbaraglia no deja de ser elocuente acerca de los odios de clase, presentando a un muy desagradable yuppie que conduce su auto desde Salta hacia la capital, muy pendenciero adentro de su coche y un perfecto pusilánime cuando carece del amparo de su armatoste. Las clases sociales también están muy presentes en la "La propuesta" que, al parecer de este cronista, es el más perfecto de los episodios, y presenta a Óscar Martínez interpretando a un padre de familia cuyo hijo adolescente acaba de atropellar a una mujer embarazada en la calle. Como pocas historias, el durísimo planteo nos coloca en una situación terrorífica por la que comprendemos el accionar de cada uno de los implicados, aunque no podamos ni queramos empatizar con ninguno de ellos. En su resolución, como no podía ser de otra manera, la violencia golpea al eslabón más débil del cuadro. En "Bombita" el protagonista, un cincuentón de la vieja guardia, se enfrenta a las nuevas formas de burocracia, a pobres muchachos que no tienen superiores con quién hablar o ni los conocen, a un sistema que lo piensa como una máquina de entregar billetes y no como a un individuo."Hasta que la muerte nos separe" es el episodio más almodovariano y, en una sóla noche, justo la noche de bodas, condensa notablemente toda una sucesión de hechos que suelen desplegarse a lo largo de años en muchos matrimonios. Se propone así un brutal sarcasmo acerca de la institución monogámica y de una inercia farsesca en la que hoy pocos creen. Decíamos que se trata de una obra profundamente incómoda, y seguramente sea ése su principal mérito. Tratándose de una película comercial, es realmente loable que no juegue para la platea, que no proponga simpatías fáciles –nótese cómo uno de los primeros rasgos que conocemos del personaje más querible del cuadro, el interpretado por Ricardo Darín, es su clara omisión como figura paterna–, ni plantee resoluciones tranquilizadoras, que nos coloque en situaciones límite que nos llevan a pensar y repensar los episodios y a nosotros mismos, ya que nada de lo presentado en los fotogramas podría sernos del todo ajeno. Y el que esté libre de pecado, que arroje la primera piedra. Publicado en Brecha el 29/8/2014
El término fábula viene como anillo al dedo para categorizar cada uno de estos seis relatos breves que transcurren en distintos espacios y tiempos pero que tienen como conflicto central la violencia y su descontrol. Desde la presentación de los créditos iniciales ya se instala la emblemática asociación con animales (Darín/halcón; cordero/Julieta Z; chimpancé/Cortese; Grandinetti/cocodrilo...) hasta llegar al zorro-director y presentador de las composiciones contundentemente críticas de las costumbres y los vicios que de tan locales coinciden con las características universales de la naturaleza humana de cualquier parte del mundo. Cada fábula presenta situaciones muy distintas entre sí, pero todas comparten una mirada sarcástica hacia los intentos de los personajes por manejar situaciones que invariablemente terminan fuera de control, porque razonamientos y sentimientos son desplazados por la versión que la neurociencia denomina “cerebro de reptil” y todas las situaciones van derrapando en línea recta hacia su estallido, aunque siempre sostenidas en un guión sólido que prevé todos los detalles. La más extraña, al borde de lo fantástico, es la primera que, desde el arranque, se lleva literalmente todo por delante con los pasajeros de un avión que irán descubriendo los motivos de una venganza en la que todos están involucrados y nadie puede quedar al margen, aunque esté lejos y tomando un pacífico té en el jardín de su propia casa. Luego de este episodio inaugural siguen dos roads-movies de pura cepa (la de las mujeres en un parador de la ruta: Rita Cortese y Julieta Zylberberg) que discuten sobre la muerte y la injusticia. Y la otra, filmada en el imponente paisaje entre Salta y Cafayate, como escenario de un duelo mortal entre el propietario de un sofisticado modelo blindado y un auto destartalado. Luego se pasa al episodio más equilibrado (“Bombita”), en tanto permite hacer un seguimiento del personaje ingeniero experto en detonaciones (Ricardo Darín), cuya vida se altera cuando la grúa remolca su auto estacionado sobre un cordón sin indicaciones visibles. La violencia del dinero, más que la corporal, es la que expone el episodio sobre la familia rica (encabezada por Oscar Martínez y María Onetto) que intenta encubrir las consecuencias de un accidente irresponsable y como cierre, llega la frutilla del postre con una boda que se transforma en una pesadilla. Una de las puestas más memorables en el campo de una alegoría feroz, donde el manto de alegría eufórica en una fiesta de casamiento enmascara una doble moral insoportable. Los sueños de la razón La indignación del hombre común frente a un sistema burocrático e insensible, la corrupción generalizada, la mentira y la codicia son los ejes principales de este tratado moral provocativo y perturbador, atravesado por un humor negrísimo, que puede alcanzar dosis muy altas de crueldad hasta irrupciones extremas a puro gore. La pretensión más evidente de la película es fantasear con los monstruos que genera el vigente “sueño de la razón”. Una forma de libertad o liberación no apta para seres susceptibles. Los personajes se mueven en medio de una jungla que confirma el pesimismo de la sentencia ‘Homo homini lupus'. Animales acorralados, domesticados para vivir en sociedad pero que no podrán ocultar por mucho tiempo el impulso de un instinto latente que los conducirá hacia una violencia sin retorno. Ninguna historia desarrolla demasiado a ningún personaje más allá del estereotipo y siempre los expone en su condición más miserable pero también en su costado grotesco como corresponde a una comedia negra. Con risas o sin ellas, siempre queda claro una misantropía desencantada. Conformado como espectáculo con diferentes números, uno atrás del otro, estas historias comparten la condición de cine catártico en tanto busca desatar emociones básicas, ofrece escapismo en su estado más puro y alguna que otra crítica en borrosos apuntes que remiten a un clima generalizado de violencia social. Uno de los grandes aciertos es el tono grotesco para exhibir el rostro obsceno de la realidad. Formalmente sobresale la precisión del montaje y el gran trabajo de la cámara, el nivel de las actuaciones, una excelente banda sonora y la buena factura de los efectos especiales. Todo está unido para combinar de la mejor manera una visión artística de la mano de un cine industrial eficaz.
En Relatos Salvajes, Damián Szifrón se sirve de seis historias que tienen un elemento en común: la violencia contenida en cada uno de nosotros y cómo un hecho puede desencadenar una catarata de reacciones con consecuencias mortales. Hablar de Szifrón supone calidad. Lo demostró con Los Simuladores y Hermanos y Detectives en la televisión; y En el fondo del Mar y Tiempo de Valientes en el cine. En Relatos Salvajes cuenta con un elenco de primera y recursos que nunca se vieron en una producción nacional, exceptuando Metegol de Juan José Campanella. Locaciones magníficas, logrados efectos visuales e interpretaciones a la altura de cada segmento hacen de Relatos Salvajes una película que se destaca sobre cualquier otra producción nacional. Desde el principio y antes de los créditos iniciales, el prólogo anuncia y adelanta el humor negro que la teñirá y definirá en su totalidad. Las coincidencias que surgen entre los pasajeros de un avión, la justicia por mano propia en un restaurante en el medio de la ruta, el enfrentamiento de dos automovilistas, un ingeniero que chocará contra la burocracia, un padre que hará lo imposible para que su hijo no vaya a la cárcel y un casamiento que se verá opacado por una infidelidad. Estos son los disparadores que propone el director para mostrar lo peor de cada una de sus criaturas. Los personajes creados por Szifrón son seres violentos. Personas comunes que se ven inmersas en situaciones que los superan y ponen a prueba sus limitaciones. Justo cuando parece que se dan por vencidos frente a las circunstancias, redoblan la apuesta y hacen cualquier cosa por salirse con la suya aunque dejen la vida en el camino. Relatos Salvajes no es una obra maestra, ni siquiera es lo mejor que dirigió Szifrón (Tiempo de Valientes sigue siendo su mejor película) pero es innegable su gran puesta en escena, la calidad de las interpretaciones y la inusual magnitud de la producción en una cinta argentina. Nueve años pasaron para que Szifrón volviera al ruedo. Ojalá esta vez no tengamos que esperar tanto tiempo para que el director vuelva a perder el control SI 4/5
Pasión y locura. Esas dos cualidades lamentablemente tan humanas son las que intentó darle Szifron a su serie de relatos salvajes. Porque como diría alguna vez el gran Joker de Alan Moore, “La locura es una solución válida a la realidad”. Y aquí el joven director no hace más que afirmar que solo de los problemas más triviales puede salir la peor versión de nosotros. Casi nueve años más tarde nos encontramos con el regreso del niño mimado de nuestro cine a la pantalla grande. Y es que en la actualidad no hay ningún otro director nacional que pueda andar entre el camino de lo irreverente y comercial con tanta comodidad y destreza. Ni siquiera el clásico costumbrismo de Campanella. Pero Szifron lo hizo otra vez. “Relatos Salvajes” llega como una película ganadora, arrasadora por donde se la mire. Siendo proyectada en casi 300 salas y contando con un elenco de primer nivel, presupuestos astronómicos para una producción argentina, y a falta de uno, SEIS guiones igualmente sólidos. Queda sobrentendido que con todo esto a su favor podemos decir que el margen de error en las expectativas era bastante pequeño. Pero hablemos de “Relatos Salvajes” como película. Una serie de seis historias sin ninguna vinculación entre sí más que por la atmosfera de violencia contenida (e incontenida) que desarrollan todos los personajes ante situaciones totalmente extremas. Y es aquí donde se puede ver la gran versatilidad que tiene Damián Szifron detrás de cámara: La película podrá girar en torno de la violencia, pero no es el mismo tipo de violencia el que prima todos los cortos. En las distintas historias que se nos van narrando podemos ver desde la violencia más explícita como la física y la verbal (puntualmente las protagonizadas por Rita Corteze/julieta zylberberg y Leonardo Sbaraglia) hasta la violencia más calculadora vista desde un punto de vista social o burocrático (representada en las historias protagonizadas por Darío Grandinetti, Ricardo Darín y Oscar Martinez). Por último surge desde otra mirada la historia protagonizada por Érica Rivas como la versión más simbólica de la violencia pasional, en donde el amor es el vehículo para llegar a la locura. Hay que aclarar que en un principio “Relatos Salvajes” podrá parecer a simple vista una apología de la violencia, pero no lo es. Ya desde “Los Simuladores” que Szifron siempre juguetea con esa fantasía de la justicia mano propia ante los villanos cotidianos. Pero en este caso, el realizador se aseguró de que la impronta de cada relato por separado este de lo más cuidada para que lo que podía llegar a generarnos una empatía en determinado momento, al siguiente nos haga reflexionar si realmente apoyamos las distintas decisiones que toman los protagonistas. Relatos_1 Otro elemento que suma, y mucho, es el humor negro bien cercano al estilo de la primera época de Alex de la Iglesia. Con esto elimina a grandes rasgos esa misantropía que algunos detractores de Szifron podrían criticarle. Y es que en todo momento el director no duda en torturar a sus personajes llevándolos hasta el límite. Un límite capaz de hacernos reflexionar como espectadores si en realidad todo lo que se muestra no es definitiva una faceta humana sin explorar en un mundo lleno de injusticias. Y si con el humor negro no alcanza, nos queda el ingenioso simbolismo que el director nos plantea desde el primer momento de los créditos iniciales relacionando el nombre de los intérpretes con fotografías de animales salvajes, adelantando de alguna manera la vorágine que está por venir. Digno de destacar también en este dream team del cine es la colaboración de Gustavo Santaolalla en la musicalización del film. Y retomando de alguna manera ese estilo tan western que tan bien supo confeccionar Guillermo Guareschi en “Tiempo de Valientes” (Gran análisis de esta banda sonora por parte de Gastón Pereyra), el músico doblemente ganador del Oscar elabora una cortina capaz de acompañar de la mejor manera la crudeza de estas pequeñas narraciones. Por último es interesante analizar también un poco la naturaleza de los personajes que se ven representados en cada una de estas historias. El creador de “Los simuladores” y “Hermanos y Detectives” siempre se caracterizó por desarrollar protagonistas masculinos en plena crisis existencial y pertenecientes a una clase media acomodada, algo también visto en los protagonistas de sus dos películas anteriores personificados por Daniel Hendler y Diego Peretti. Pero en “Relatos Salvajes” tenemos la inclusión de los primeros personajes femeninos influyentes en la cinematografía de Szifron. Las participaciones de Érica Rivas y Rita Cortese se podría decir que son las que revitalizan al género femenino en un contexto en donde la violencia no es meramente una cuestión de fuerza física. Esto es algo para destacar teniendo en cuenta que en “Tiempo de Valientes” la única mujer que aparece en pantalla termina escapándose de la acción y huyendo a casa de sus padres (como también destaca Melina Cherro en este ensayo). “Relatos Salvajes” tranquilamente podría haber sido el nuevo proyecto televisivo al mejor estilo “La dimensión desconocida” y significaría el regreso triunfal de Damián Szifrón a un medio que ya conoce muy bien. La razón por la que este conjunto de cortometrajes se convirtió en película más que en serie de TV es la posibilidad de promocionarla en los principales festivales de cine. Eso y la intervención del legendario Pedro Almodóvar con el “cuasi” padrinazgo que le otorgó con su productora El Deseo. Pero si algo queda claro es que Szifr0n tiene bien en claro que quiere contar y de qué manera. Actualmente es el único capaz de tomar los riesgos necesarios e imponer una mirada propia en un género al que las distribuidoras no le tienen mucha confianza. Será cuestión de esperar a que su próximo proyecto no se demore nueve años más. Acá, seguidores de su estilo sobran.
Vaya osadía la de Damián Szifron atreverse a poner en pantalla una película que bajo el manto del humor negro tiene como único objetivo revelar la miseria humana, esa que excede estratos sociales y brota desde lo más profunda entraña. Con Relatos Salvajes el director propone un análisis antropológico que tiene su génesis en su propio desencanto. Lo que se ve no es sino la visión de un hombre hastiado de una vileza que atestiguamos a diario y que hemos convertido en un peligroso hábito. Repleta de gags y pasajes bizarros -recursos que no edulcoran un mensaje bastante perturbador- el director y guionista decide a través de seis historias independientes hacer una radiografía del comportamiento, diseccionando la conducta de personas a priori completamente distintas, pero que une con una línea imaginaria que es su repulsión por el hombre. Szifron propone una narrativa lineal con un estupendo uso de cámaras y una estética convencional, que convierte a sus personajes en sujetos que en algún momento nos resultan familiares. No existe la pretensión de crear una figura icónica (aunque el personaje de una Érica Rivas inspiradísima está llamado a quedar en el recuerdo del cine nacional) sino la reverberación de personas con las que probablemente nos topemos a diario y de -porque no- nosotros mismos. relatos-salvajes-f2 A esto se suma una seguidilla de grandes interpretaciones que encuentran sus puntos más altos en el acaudalado terrateniente de Oscar Martínez, el hipernervioso ingeniero de Ricardo Darín (que por momentos recuerda al mejor Michael Douglas en Falling Down) y la mencionada novia neurótica de Rivas, un personaje digno del Woody Allen más reciente que da forma a quizás el mejor de los cortos que componen el largometraje, una metáfora descarnada de las relaciones modernas sintetizada en una demencial fiesta de casamiento que pretende ser un segmento representativo de la vida conyugal. relatos-salvajes-f7 Pero a esa altura la película ya dejó atrás las historias que encabezan Darío Grandinetti, Leo Sbaraglia y el binomio Julieta Zylberberg/Rita Cortese. Salvo en el último, donde se contraponen el ‘ser’ con el ‘deber ser’ (cuestionando incluso conceptos como la misma libertad) el humor es puesto en primer plano para atenuar el violento contenido de dos guiones donde Szifron vuelve a lucirse hiperbolizando la cotidianidad. Con todo, Relatos Salvajes ha logrado captar la atención de un público masivo hacia una obra que escapa a convencionalismos y abre el camino a futuros trabajos de un realizador que ya supo patear el tablero televisivo argentino con su genial Los Simuladores. relatos-salvajes-f8 Debajo del raid mediático del autor, que expuso sus posiciones predilectas en las mesas más rancias, se encuentra la semilla de un cine que debería emerger con mayor asiduidad en nuestro país. Algo más que una excusa para pasar el tiempo, obras baladíes sin demasiada torta debajo del merengue.
ESO SIMPLE QUE DETONA De lunes a domingo, nos enfrentamos a situaciones que nos molestan pero que dejamos pasar con un ignorante “ya fue”. Pensamos en seguir tranquilos con nuestra vida sin dejar que lo exterior nos moleste y de esta manera reprimimos la ira, evitamos un posible problema y nos negamos a la acción. Pero cuando esa mecha se enciende cada vez un poco más, algo puede llegar a explotar y a provocar desastres. Y tengan cuidado, porque la histeria y la furia puedan liberarnos. De esa premisa parte “Relatos salvajes”, la nueva apuesta del cine argentino en la que un pequeño suceso actúa como detonante disparando a la construcción de un nuevo acontecimiento que se va llevando cada vez más al infinito, sin parecer irreal. Para decirlo a otra manera, se trata de situaciones que vivimos u observamos a diario pero que la rutina ha logrado dejarlas pasar por un costado. Partiendo de esos mundos comunes, seis relatos se acomodan uno detrás de otro. El primero: una mujer garroñera encuentra una persona en común con su compañero de avión -cuídense los de las primeras filas de la sala, pueden llegar a sufrir un accidente-. Siguiente, una camarera debe atender a un hombre que odia y la descolocada cocinera querrá entrar crudamente en acción. Luego, dos autos en la ruta, un tipo jodido y un insulto actúan como detonantes haciendo que dos clases sociales queden enfrentadas hasta la muerte. Después, una típica de noticieros: el chico, que atropelló y huyó, llega a su casa y se lo cuenta a sus padres. A continuación, un señor estaciona el auto para comprar una torta para el cumpleaños de su hija pero con un ligero desacierto: no notó que la vereda estaba mal pintada de amarillo y no podía dejar el coche ahí. Y la última, amor y odio en una fiesta de recién casados. María Elena de “Casados con hijos”’ vuelve con otro nombre. ¿Acaso alguno de nosotros actuaría como lo hacen ellos? El placer se torna absoluto. Todo es llevado hasta su extremo hasta el punto que nos sentimos identificados con lo que vemos, riéndonos de nosotros mismos incluso en los actos más tristes y salvajes. Se muestra como nuestra sociedad se acepta como subdesarrollada, y en consecuencia, la eficiencia y la justicia desaparecen. El que quiera orden, recibirá desorden. Aquí lo tienen. Muy bien Damián Szifrón, que se tomó sus largos años de descanso pero que parece haber regresado con algo interesante entre sus manos. Está perdonado por volver de grata manera. El creador de “Los simuladores” y director de “Tiempo de valientes” vuelve a hacer catarsis y se desquita sobre la pantalla grande. Se ve en él mucho de Tarantino, sobre todo del de los últimos años: sangre, furia, pizcas de humor (aunque casi en abuso) y ni una hormiga que se salva. Esta influencia la deja a la vista más que nada en el relato de la ruta, con algunos destellos de “Death proof”. Por otro lado, hay un muy buen manejo de cámaras con una puesta en lugares bastante atípicos y con tomas que no necesariamente tienen que cambiar de segundo a segundo para dar una idea de acción. Se aprovechan muy bien los recursos, incluso los más digitales. Y al elenco, casi nada para reprocharle. Darín demuestra que no está sobrevaluado. Rita Cortese, lo mejor. En síntesis, “Relatos salvajes” es una película que generó altas expectativas gracias a su visto bueno en el Festival de Cannes y, al menos en calidad, parece superarlas. Veremos también si en números y premios. Probablemente, su cercanía a las costumbres de nuestro país, en cuanto a situaciones, injusticias y construcción de personajes, sea la que genere algo de ruido en el plano internacional. La película seguramente funcione como una ventana para que vean cómo somos los del sur, más que como algo con lo que todos puedan identificarse alrededor del mundo. Por eso, los jurados internacionales serán los que decidan si la cultura argentina está lo sumamente apta para ser galardonada. Esperemos que explote.
La Violencia está en Nosotros Sin dudas, Damián Szifron es un director con toda una estructura para un cine industrial y prediseñado al éxito. Sus antecedentes puros como las series de TV: "Los Simuladores" y "Hermanos y detectives", más dos filmes "El Fondo del Mar" y "Tiempo de Valientes" son todo material meritorio. Esta nueva producción lo acerca a un cine de relatos en historias breves al igual que lo hacia aquel cine italiano de los años 60 con "Los Monstruos", "Los Complejos", etc. en este caso son verdaderos cuentos feroces que se encargan de mostrar lo mal que esta el ser humano de ciudad, y como estamos tan llenos de violencia y furia, la cual nunca será manifestada por igual en todos. Por suerte. Szifron marca el territorio que nos completa el cinismo, la decadencia moral, la hipocresía, y mas que nada como se nos "suele soltar la cadena mal". Habremos bajado del árbol pero nuestro salvajismo aflora cada tanto, y con esta consigna mezclará personajes variopinto y situaciones extremas. El primer esquicio es una suerte de burla a lo "Alfred Hitchcock presenta" que sirve para anteceder a los títulos y ofrecer una muy divertida historieta acerca de un enigmático personaje llamado Pasternak. La segunda historia es un muestrario de cine "gore" con una excesiva Rita Cortese y una excelente Julieta Sylberberg. Después viene el -quizás- más feroz y reaccionario relato sobre los excesos ruteros de un imbécil (Leo Sbaraglia) a un lugareño circunstancial. En tanto el de Ricardo Darin como un ingeniero en explosiones intentando entender los abusos burocráticos oficiales que lo llevarán a mostrar su lugar más oscuro a la manera de Michael Douglas en "Un Dia de Furia", es muy divertido al ponerse en manifiesto con un tema edulcorante -de fondo musical- como aquel del programa de TV: "La salud de nuestros hijos" del Dr. Socolinsky. Aunque aquí podríamos a apelar aquello de "De que cornos se ríe la hiena..????". La penúltima historia es un dechado de corrupción y manipulación en un padre de dinero que no sabe como ocultar el accidente que cometió su hijo adolescente, aquí el remate de lo narrado no es tan sorpresivo como uno puede esperar, pero Oscar Martínez está estupendo en su rol. Para cierre aparece Erica Rivas (que actriz superlativa!)que en su fiesta de bodas descubre la infidelidad de su flamante marido, y protagoniza casi un parodia "Buñuelesca" de las caretas miserables que habitan nuestra sociedad, y todo el circo del matrimonio. La pelicula es tan buena como efectista, y no da lugar al tedio, entretiene soberanamente y supera expectativas.
Efectividad, esa es la clave del filme de Damián Szifrón, es un filme 100% efectivo, lo cual no significa que sea 100% perfecto, ni que sea una obra maestra como algunos se han atrevido a llamar. La efectividad radica en la llegada que tiene a la audiencia, a su público objetivo, que se ríe, que aplaude, que se sorprende, que se pone tenso en al visionado. Análizándola, tiene problemas, como cierta previsibilidad y ciertos detalles del guion mejorables. Políticamente algunos la detestarán, por cuestiones ideológicas. Pero Szifron con un espíritu spielberiano y hitchcockiano se pone el objetivo de manipular a la audiencia, hacerla sentir, hacerla pensar, y lo logra, con 100% de efectividad. Escuchá la crítica completa en el link.
Relatos salvajes: claves del éxito de un tanque argentino El jueves 21 se estrenó Relatos Salvajes. Dirigida por Damián Szifrón y producida por Pedro Almodóvar, es el film nacional más publicitado del año. Con al aval de Cannes, uno de los más prestigiosos festivales de cine del mundo, un estreno en 325 salas argentinas, el 91% de todas las críticas a favor, toda la maquinaria de una distribuidora como la Warner por detrás y la participación de grandes actores de la escena nacional, podemos decir que Relatos Salvajes desembarca como un gran tanque cinematográfico, esta vez argentino. La película está construida a través de seis historias independientes que se unen a través de la temática de la violencia y la venganza. Los relatos son dinámicos, el guión y el montaje funcionan bien, y están condimentados con altas dosis de humor negro que se expresa en distintos detalles, diálogos y situaciones, se distinguen también algunos personajes muy bien caracterizados e interpretados. Se destacan Rita Cortese en "Las ratas", interpretando a una cocinera dispuesta a hacer justicia frente al causante de las desgracias de su compañera de trabajo; los actores de "La propuesta", el corto que desnuda la hipocresía de una familia millonaria que se organiza para encubrir un asesinato causado por su hijo, y Erica Rivas en "Hasta que la muerte nos separe", la historia final que divierte con un ridículo casamiento de chetos cruzado por engaños y mentiras. "El más fuerte" enfrenta a Leo Sbaraglia conduciendo un Audi y a Walter Donado que va en un Peugeot del año ´70, y aunque se anuncia como una crítica de clase, termina en una historia de locos y violentos que se autodestruyen en clásicas tomas de golpes y persecución. Ricardo Darín es "Bombita", el protagonista de la historia que se convierte en héroe y genera más empatía con los habitantes de la salvaje ciudad de Buenos Aires. Una gran mayoría debe soñar con romper todo cuando las grúas de Macri le llevan el auto, y la crispación de las clases medias es una de las líneas que subyace la historia, un elemento presente en el humor social de los tiempos kirchneristas. La debilidad está en su punto de vista, todos son culpables, hasta los laburantes que pasan el día encerrados en un cajero atendiendo interminables colas. Las distintas historias retratan usureros devenidos en políticos, funcionarios corruptos, burocracias interminables, hombres de poder engreídos, falsas amistades, relaciones por conveniencia. Situaciones delirantes, absurdas, y enmarcadas en una realidad social por momentos cuestionada, pero donde la resolución o el escape pasa siempre por una actitud instintiva, primitiva e individual. La frase que acompaña la publicidad de la película "Todos podemos perder el control" apunta también en este sentido, ante una realidad salvaje explotemos. La película entretiene, divierte y se disfruta. Como la gran mayoría de los tanques, con millonarias inversiones en publicidad, logra conquistar su público. En este caso hay negocios y una enorme maquinaria industrial; pero también hay buenas historias y un aporte, aunque un poco superficial, a la reflexión y debate sobre la realidad social. Las críticas se dividen en su análisis, para algunas: "refleja la idiosincrasia argentina, es un espejo de la sociedad nacional hoy, desprotegida, con lucha de clases, corrupción generalizada y varios etcétera" (Clarín), "una mirada impiadosa, desgarradora y, sí, salvaje, sobre la argentinidad al palo" (otroscines). Para otras, por el contrario, no refleja una realidad social sino "es un tratado acerca de la condición humana con respecto a cómo se desea actuar, por ejemplo, frente a una injusticia..." (Télam). Damián Szifrón en distintas declaraciones planteó "somos seres humanos y en el fondo somos animales. Estos personajes están expuestos a situaciones primitivas... A eso hay que sumarle que el mundo está regido, en un porcentaje altísimo, por el capitalismo, con todo lo que ese sistema produce en la gente que lo habita". Entonces para el director, hay un poco de cada cosa. Este relato de ficción se nutre y expresa algunas contradicciones de la época, como también construye su propio mundo, con códigos y valores propios de los personajes. Se pueden encontrar muchos elementos de una realidad social, pero para expresar la idiosincrasia argentina faltan muchos personajes a esta historia. Las reacciones argentinas ante las injusticias, la impunidad y las situaciones de desigualdad, no son sólo salidas individuales, los personajes colectivos, como los trabajadores que se unen y se organizan para luchar contra la violencia capitalista de los despidos y la represión son parte hoy de la argentinidad al palo, aunque todavía no estén en las películas más taquilleras. La Warner es la distribuidora encargada de lanzar este tanque argentino, y en esto está también el secreto del éxito. La crítica en forma casi unánime pone a esta película en la cima más alta, se escriben exageradas y ridículas comparaciones con muy importantes directores de la historia del cine. Miles de películas se producen anualmente a nivel mundial, con más o menos presupuesto, pero con un enorme trabajo y creatividad. Múltiples lenguajes, historias y estéticas se renuevan constantemente, pero sus imágenes no llegan ni al 1% de las pantallas a las que tiene acceso Relatos Salvajes. El caso de la muy buena película paraguaya, 7 cajas, que se estrenó en 1 sola sala, es un buen ejemplo, sin millones de publicidad detrás y gracias al boca a boca, sigue en cartel y amplió las salas, pero para el lanzamiento bien lejos de los tanques, arrancó en carretilla. En síntesis, salir al cine es casi siempre un placer, y Relatos Salvajes es una buena opción para ver, no se necesita decir mucho más.
La relación entre los medios de comunicación y el público ya no es la misma que hace algunos años. En la actualidad se comprende que no reflejan la realidad “tal cual es” sino que construyen un conjunto de ideas sobre esta. Sin embargo en relación al cine, especialmente el de ficción, el escepticismo se viene abajo gracias a una especie de encantamiento. Se dice que algunas películas son sólo un síntoma y se anula la posibilidad de pensar que asumen una posición a partir del recorte que hacen de la realidad. Relatos Salvajes, la tercera película de Damián Szifron, es uno de esos casos. El “acontecimiento cinematográfico del año” viene legitimado desde varios frentes: durante el Festival de Cannes se vendió a muchos países, fue producida por Pedro Almodóvar, su elenco está integrado por un conjunto de caras conocidas, en las últimas semanas apareció en todos los canales y es un record de taquilla. Este último dato no es menor; muchos creen que es el principal argumento para determinar el valor de una película. En varias críticas se sostiene más o menos la misma idea: “Relatos Salvajes es un éxito no sólo porque es entretenida sino también porque es una representación de lo que está pasando en nuestro país”. Y ahí se termina la discusión. Pero esas dos características, el entretenimiento y la supuesta representatividad, se canalizan en la película desde una lógica cercana a la retórica publicitaria. Relatos Salvajes es una serie de viñetas dibujadas con trazo grueso que, sumadas, apelan al estado de ánimo de una parte de la sociedad, algo similar a lo que sucede en ciertos programas televisivos. En el caso de Relatos Salvajes la necesidad de zapping, esa compulsión por saltar de un estímulo a otro, se satisface en el mismo entramado. Cada uno de las breves historias, atravesadas principalmente por la violencia, no podría tener una duración más extensa porque su naturaleza está ligada al impacto, al golpe de efecto. Los seis episodios se estructuran de manera simple: un personaje es alterado por otro u otros, en un breve tiempo o a lo largo de toda su vida, hasta que explota. El acto de violencia puede ser temperamental o premeditado y responder a modalidades distintas como la venganza, la justicia por mano propia o la extorsión. Los personajes, además, están desprotegidos: la policía no aparece y en ocasiones la corrupción estatal no sólo enmarca la violencia sino también, como en el episodio titulado “Bombita”, es la catalizadora de todos los males. Relatos Salvajes se parece a esos programas que bombardean al televidente durante todo el día con secuestros, asesinatos y gente discutiendo desde un vacío absoluto sobre la inseguridad. Y la comparación no es caprichosa: los programas periodísticos con sus pretensiones “objetivas” son, al final de cuentas, otra modalidad de la ficción. En la película de Szifron todos los temas que inundan la grilla de algunos canales se mencionan al pasar, y con el mismo reduccionismo, como en el episodio del casamiento cuando una mujer extranjera dice que a su marido le robaron y que en Argentina “hay mucha inseguridad”. Szifron incluye esas afirmaciones de diversas maneras pero, como sus personajes, las absorbe sin discutirlas. Frente al estado de cosas queda la catarsis, un camino que le sirve al director para disimular el orden instalado, su conformidad frente a “lo que está pasando”. El ejemplo más claro es el de “La propuesta”, el episodio donde primero se manifiesta en clave dramática una violencia de clase, cuando un tipo rico extorsiona a su jardinero para que se haga cargo de un crimen que no cometió, y después se la justifica a través del paso a la comedia: el jardinero se transforma en un extorsionador más. “En definitiva”, parece decir Szifron, “pobres y ricos somos todos garcas”. Para comprobar esa voluntad igualadora sólo basta ver el episodio titulado “El más fuerte” en el que un tipo, dueño de un Audi, y otro, dueño de un Peugeot destartalado, se baten a duelo en la ruta de los Valles Calchaquíes. Hacia el final, la muerte de ambos los reúne en un abrazo que confirma el orden simbólico propuesto por la película. En Relatos Salvajes no hay lugar para la ambigüedad porque todo se reduce de manera grosera (nunca grotesca) a dos o tres elementos. Y quienes pretendan encontrar raíces clásicas en la película no van a hacer otra cosa que forzar su naturaleza y sus pretensiones. Le falta generosidad a Szifron para lograr la tersura narrativa de cineastas verdaderamente clásicos como Aristarain o Bielinsky o incluso para acercarse a lo que logró modestamente en su primera película, El fondo del mar, donde desplegaba, salvando las distancias, una dinámica perseguidor-perseguido al estilo del Vértigo de Hitchcock. Relatos Salvajes, en cambio, representa otra victoria del espectáculo más banal, ese que atraviesa la televisión, la publicidad y el cine, y los trata como meros soportes de un mismo cinismo.
Relatos Salvajes y el placer de perder el control Un avión en caída libre, una bomba contra la burocracia, una novia vengativa, un conductor desenfrenado... estos son tan sólo algunos de los elementos de la ambiciosa y grandiosa Relatos Salvajes, que se estrena triunfalmente en 288 salas de todo el país, lo que la convierte en la première más grande de un filme nacional. Relatos Salvajes es una aventura cinematográfica con varias historias no entrelazadas pero que comparten un elemento común: la pérdida del control. Del realizador argentino Damián Szifrón (Los Simuladores, El Fondo del Mar, Tiempo de Valientes), el filme fue seleccionado para proyectarse en competencia por la Palma de Oro en el 67° Festival de Cine de Cannes, y ahora emprende viaje hacia los festivales internacionales de Toronto y San Sebastián. La película es sin dudas un espectáculo visual. La megaproducción está respaldada por los hermanos Pedro y Agustín Almodóvar y Hugo Sigman, además de estar musicalizada por el ganador del Oscar Gustavo Santaolalla y contar con un elenco tan impecable como grandilocuente: Ricardo Darín, Oscar Martínez, Leonardo Sbaraglia, Darío Grandinetti, Rita Cortese, Erica Rivas y Julieta Zylberberg. Szifrón cuenta aquí seis historias muy diversas, siempre apostando al humor negro y a situaciones de la vida cotidiana que desencadenan acontecimientos que rozan el límite. La tragedia, el amor, el pasado y la violencia latente en todos nosotros llegan a un punto máximo que desata a los personajes y los lleva a un estado psicótico. Ricardo Darín es uno de los varios protagonistas de este filme, y encarna a un ingeniero que lleva una vida normal en familia, pero que un día se ve sobrepasado al encontrarse con una burocracia inquebrantable y decide tomar medidas drásticas. Érica Rivas, por otro lado, es una novia que, en el día de su casamiento se entera que su ahora esposo le fue infiel. Y el resto es historia. Con una temática universal y una innegable atracción, Relatos Salvajes ya enfila para ser un éxito de taquilla y un furor entre la crítica especializada, un combo poco usual en estos días en los que el arte lucha –a veces en vano- contra la dictadura del pochoclo.
337 copias, más de medio millón de espectadores (por ahora), recaudación record en su primer fin de semana, todo el mundo –literalmente: en Cannes se vendió a todos los países del globo- quiere ver (por primera, segunda o tercera vez) la película de Szifrón. Es lógico que esto sea así, dadas las condiciones con respecto a publicidad y parafernalia, mesa con Mirtha Legrand included. Con diez veces más presupuesto que una superproducción standard argentina, Relatos Salvajes, se perfila como el acontecimiento cinematográfico del año (lo que no quiere decir la mejor película ni por asomo). Y así es que se impone tanto para fuera de la sala como una vez que empieza la proyección: con grandilocuencia, a fuerza de golpes de efecto y barullo. (Atención: hay leves spoilers, nada grave) Lo que primero salta a la vista es su estructura: seis cortos que parecen independientes entre sí, con una clara pretensión de abarcar todo el espectro social, todos los problemas que según la visión del director parece padecer el país. Porque, como dicen los afiches y como demuestran sus personajes (un dream team: Darín, Sbaraglia, Oscar Mártinez, Erica Rivas, etc.) todos podemos perder el control. No se salva nadie, ni los ricos que tienen dos millones de dólares para salvar a su hijo, ni los clase media que no se bancan que la grúa les lleve el auto, ni los más pobres que recorren el Norte con un 504. Todos los personajes terminan agarrando el camino más fácil ante las situaciones límite que les propone la película: el de la indignación. Ninguno intenta siquiera ponerse en el lugar del otro o siquiera escucharlo, sino que simplemente avanzan con ingenio en sus propósitos y terminan generando más violencia que en la situación inicial (sobre todo en el de Darín: piénsenlo). Alguien podría contestarme: esa es la gracia de la película, que los personajes sean malos no implica que la película sea mala. Yo contesto: es muy fina la línea que separa mostrar de celebrar. Esta película no es una apología del salvajismo, pero sólo aporta confusión al asunto. Que los personajes no se quieran entre ellos, vaya y pase, pero que el director sólo atine a musicalizar irónicamente los momentos más graves me hace pensar que él tampoco los quiere mucho. No le preocupa que el mundo que describe sea una mierda, sino que parece sentirse bastante cómodo. En el aspecto técnico es indiscutible. Muchos al salir del cine pensarán que al fin una película argentina puede medirse, en calidad visual, con los grandes tanques que aterrizan todos los jueves a una cartelera cada vez menos diversa. Y eso es un problema (aunque seamos buenos, no es un problema sólo de Relatos salvajes). No habría que celebrar que una película argentina se parezca al estándar mundial pochoclero, y menos aún alegrarse de que tiene éxito porque, al final, no plantea ningún desafío ni una mirada novedosa. No plantea desafíos porque toda célula de real conflicto (de clase, de imágenes sociales, o de cualquier índole) encuentra su límite al final de cada cortito. Ya sea por una limitación estructural (la cárcel en algunos) o por un chiste negro que quita gravedad –y no digo más por temor a spoilers-. Si hubiese extremado su salvajismo podría haber sido interesante, pero se frena justo a tiempo como para no escandalizar a nadie, vuelve sobre sus pasos para conseguir los aplausos que, dicen, cosecha cada historia. En fin. El tiempo pasará, la película probablemente sea un gran éxito, quizás algunos me insulten por esta crítica, todos recordaremos Relatos salvajes. Después se verá si es por méritos propios o a fuerza de publicidad. Espero que para la próxima película de Szifrón el mundo haya mejorado un poco y que se parezca menos a lo que Relatos Salvajes quiso contar.
Sociedad Furia "Relatos Salvajes" de Damián Szifrón ("Tiempo de valientes", "El fondo del mar") generó muchas expectativas desde su promoción y la verdad es que no defraudó ni un poquito. El joven director vuelve a la carga con mucha fuerza y nos ofrece 6 cortos distintos pero a la vez entrelazados y atravesados por la violencia que tenemos los argentinos en el adn de nuestra sociedad. ¿Por qué es tan grosa esta película y gustó tanto a los argentinos? Porque funciona como un espejo cómico, directo y sincero de la furia que se viene enquistando y manifestando en nuestra sociedad como consecuencia de la vorágine del día a día, el deterioro de la instituciones y la pérdida de valores. "Relatos Salvajes" nos muestra a nosotros mismos, un tanto exagerados, en distintos personajes que pasan por situaciones extremas, que hacen estallar su lado más violento. Los acontecimientos son tan cotidianos, tan cercanos a lo que nos sucede día a día, que casi no hay manera de no sentirse identificado con alguna de sus historias, que debo decir, son bastante originales y de lo más variadas. El primer relato de todos protagonizado por Darío Grandinetti, "Pasternak", ya nos marca la dinámica de lo que va a venir. Historias comunes marcadas por hechos de violencia extrema mostradas en clave de comedia negra (negrísima) y bizarra, bien como nos gusta a los argentinos. Uno de los productores fue el mismísimo Pedro Almodóvar ("La piel que habito", "Hable con ella"). Su manto de bizarreada humana se puede apreciar en los 6 cortos de Szifrón. Los demás relatos por orden de aparición son "Las ratas" (Rita Cortese y Julieta Zylberberg), "El más fuerte" (Leonardo Sbaraglia y Walter Donado), "Bombita" (Ricardo Darín y Nancy Dupláa), "La propuesta" (Oscar Martinez y Osmar Núñez) y "Hasta que la muerte nos separe" (Erica Rivas y Darío Gentile). Personalmente creo que los mejores son los tres últimos relatos, destacándose el final protagonizado por Rivas ("Casados con hijos") y Gentile ("Nini"). Entre todos, nos muestran la violencia que genera la diferencia extrema de clases sociales, la burocracia, la falta de solidaridad y el desencuentro con el otro. Nos muestran también los distintos tipos de violencia, verbal, física, intelectual, que hacen que este fenómeno crezca a pasos agigantados, no sólo en la sociedad argentina, sino en muchos otros país del mundo que sufren de las mismas carencias. Como sucede siempre, no es posible satisfacer a todos los espectadores, de hecho a varias personas no les pareció la gran cosa. Creo que este segmento del público se esperaba algo un poco más salvaje de lo que se vio. A mi mismo por momentos me dio la misma sensación, hasta que entendí que estaba frente a una satirización de la violencia, tomada bajo la lupa de la comedia. Reírnos de nosotros mismos encarnados en estos personajes cuasi caricaturescos y de paso llevarse una reflexión sobre la dirección que estamos tomando como sociedad, esa fue la consigna principal de esta propuesta. Super recomendable, con climas que pasan rápidamente de la tensión a la carcajada y de la reflexión a la violencia interna propia. Buen cine argentino, que quedará entre los títulos más memorables de la industria de cine nacional.
Una de las más recordadas escenas de Tiempo de valientes (en Szifrón el todo siempre es menos que las partes) mostraba a un policía apuntando a la cabeza de una mujer para que confesara ante su marido su infidelidad: la evidente brutalidad del gesto quedaba redimida ante la inesperada confesión, lo que demostraba que la intuición del policía era más artera que la corrección del protagonista. En esa inversión del punto de vista (del prejuicioso progresista al buen polícía) se resumía toda la moraleja de la película y su “homenaje” a los films de una infancia inocente y feliz. El contenido reaccionario se disolvía así en la amabilidad clásica del relato “bien contado”. Pues bien: Relatos salvajes lleva esa forma al paroxismo, multiplicando esa escena y su justificación narrativa en una gozosa exaltación de la violencia como catarsis. De hecho el film se asume literalmente “reaccionario”: todos los relatos se basan en una reacción límite, que el film aparentemente critica pero finalmente celebra (con menos contradicciones que las de Szifrón en la mesa de Mirtha Legrand). En aquel sonado programa (sobre el que ya escribimos aquí) Szifrón parecía contestar esos dichos que aparecen apuntados en varios de los relatos: “ahora poné una bomba en la AFIP” tuitea alguien en el previsible episodio “Bombita”, o bien se menciona al pasar la “inseguridad” sin que venga a cuento de nada. Pero esas menciones (¿afirmativas o críticas?) solo dejan lugar a la ambiguedad para contentar a todos los espectadores, tal como la confusa aclaración de Szifrón sobre su participación en ese programa. Sentarse a la mesa de Mirtha o de una Major ya implica aceptar ese contexto mainstream ante el que solo hay una forma de entender una frase como “si tuviera mis necesidades básicas insatisfechas sería delincuente y no albañil”: toda la sutileza que la rodea se desvanece, como de hecho sucede en Relatos salvajes (que podría albergar un episodio que la ilustre). Las “bombitas” de Szifrón van dirigidas solo al Estado (el fiscal corrupto, los empleados genuflexos), mientras que toda otra crítica “social” queda reservada a una misantropía general que se parece demasiado a un “sálvese quien pueda” (o “que se vayan todos”…). En una crítica a El fondo del mar (la opera prima de Szifrón, que con más humor y menos duración pordía haber sido un relato salvaje más), Guillermo Ravaschino citaba a Hitchcock para recordar que “más vale partir del lugar común que llegar a él”. El cine de Szifrón se complace en ofrecernos versiones esmeradas (incluso inteligentes) del mediopelo cualunquista, cuya moraleja nunca disturba los prejuicios del espectador. Son “cuentos morales” más que “cuentos crueles” (aunque hubieran disgustado por igual a Rohmer y a L’Isle Adam), porque su incorrección no está dirigida a incomodar sino a reafirmar las certezas. Por eso su potencia, narrativa y formal, se basa en el mero y llano efectismo: se trata un cine que “gestiona” sus recursos con tanta efectividad como poca sutileza (la escena del hombre cagando en el parabrisas es paradojicamente casi impensable fuera del mainstream: de hecho el único antececente está en una película under que Miguel Bejo filmó en los salvajes ’70, antes de partir al exilio…). Su poder está a la altura de su ambición, y el problema mayor reside en su triunfo modélico: ser festejado por crítica y público como ningún otro film o cineasta reciente, de Bielinsky a Campanella. La mención a estos (queridos pero discutidos) cineastas no es inocente, porque estas historias mínimas convertidas en extraordinarias pueden ser vistas como una reversión de buena parte del cine argentino reciente: si el personaje de Darín remite a los citados, el de Onetto remite a Martel y el de Martínez a Burman (incluso el de Rita Cortese parece la versión oscura de Herencia). Quitando todo claroscuro para dejarlos expuestos como puro mecanismo, del mismo modo en que las tramas avanzan a fuerza de golpes (bajos). De hecho el mismo Szifrón parece uno de sus cerebrales personajes arrebatados: ¿qué otro director del nuevo cine argentino podría dedicarle “a mi papá” una película tan cínica? Pero ese es el signo de que no se trata de un film parricida, sino que aun en su violencia respeta los mandamientos. No en vano Szifrón se reserva la imagen del zorro en los títulos. Después de todo, cumple a rajatabla con el viejo ideal de nuestros tiempos violentos: la misantropía con final feliz (para los sobrevivientes).
Entretenimiento, psicoanálisis y clases sociales Con Relatos salvajes de Szifrón lo primero que hay que decir es que no estamos ante una mera ficción de entretenimiento. Es eso y mucho más. Es la cumbre del cine de entretenimiento argentino, pero al mismo tiempo es una ficción que ofrece una mirada del mundo, una mirada compleja, reflexiva e interesante. Sobre las capacidades técnicas que desarrolló nuestro Messi del cine para contar historias de acción no voy a hablar en esta nota. Basta evocar la historia de Relatos protagonizada por Sbaraglia, en la que dos conductores de auto, representantes de dos clases sociales muy distintas y llenas de rencor mutuo, dan rienda suelta a un duelo mortal en una alejada carretera de alguna provincia del norte argentino. Ese episodio de Relatos, volviendo a la misma idea, es la cumbre de nuestro cine de entretenimiento. Es dejar claramente establecido que el cine argentino, con los suficientes recursos, también puede contar con ritmo, maestría técnica y atrapando de lleno a los espectadores. Pero vayamos al Szifrón intelectual, ese que además de hacernos experimentar lo más placentero del cine, mueve a hacernos pensar un poco. Las seis historias parecen estar conectadas por ciertos ejes interpretativos nacidos de la propia mirada del director. Ya en el título de la película, Relatos salvajes, Szifrón se sitúa por fuera de esas ficciones y las interpreta. Nos dice que son “relatos” y que son “salvajes”. Es decir que son varias historias, distintas, separadas, pero al mismo tiempo unidas por ese atributo de salvajismo. Procedimiento, el de distanciarse ya en el título de la ficción que narra, que estaba presente en Tiempo de valientes, donde Szifrón no solo hablaba de los valientes que llegaban en la ficción, sino también de un tiempo de valientes para los hacedores de cine en Argentina. Pero ¿qué es lo que tienen en común esas historias de Relatos? ¿En qué consiste esa relación sugerida por Szifrón y completamente abierta para el desvelo de críticos y analistas? Me voy a servir de ciertas herramientas conceptuales desplegadas por Zizec, en sus documentales sobre el arte cinematográfico. El filósofo y psicoanalista esloveno afirma que el cine pone en la pantalla el mundo subterráneo de las pasiones humanas. Algo así como el “Ello” de la segunda tópica freudiana: los instintos prohibidos, lo deseado profundamente pero socialmente reprimido, nuestra verdadera naturaleza sin limitaciones, nuestra parte salvaje liberada de ataduras y condicionamientos. Zizec (y considero que de igual forma Szifrón) no está exponiendo teoría psiconalítica únicamente, también afirma que eso es el cine. El cine es explosión de lo prohibido. La masa de espectadores se regodea encontrando esa fuerza instintiva liberada, como lo demuestra el hecho de que aplauda la justicia por mano propia del personaje de bombita. También con la historia de Sbaraglia sucedieron cosas muy sintomáticas dentro de la sala. Sala compuesta por diversidad de clases sociales, lo que también es una fuerte expresión de esta argentina kirschnerista. A ver cine va la típica clase media argentina, cinéfila, pero también la más snobista y farandulera. Y también asiste un gran caudal de público de un sector social más humilde y popular. En las salas de cine hoy se mezclan todos esos estamentos. Conviven como lo hacen los dos personajes de la historia de Sbaraglia. Y las risas que suscitaba la tragicómica persecución entre dos automovilistas iba variando según los complejos juegos de identificación que se generaban con el público. Yo, por ejemplo, me divertía mucho con el cagazo de Sbaraglia, y sus intentos de apaciguar al hombre-armario que se le venía encima. Me generaba una tensión incómoda, en cambio, ver al hombre-armario destrozando sin contemplaciones el vidrio del auto de Sbaraglia, mientras muchos soltaban la carcajada profunda. La historia de los automovilistas tiene dos pasiones humanas absolutamente liberadas, dos típicos exponentes de clase que se creen superiores respectivamente y buscan la completa aniquilación del otro. Ya no hay vuelta atrás. El punto al cual llegaron las circunstancias parece justificarlos. Nadie los observa y ambos están en igualdad de condiciones para llevar a cabo lo que anhelan profundamente. El deseo prohibido de ambos se encuentra completamente liberado. Lo mismo ocurre con el personaje de Rita Cortese en la segunda de las historias, con el solo nombrado Pasternak en la historia de presentación del film, claramente con Darín en el cuarto relato, con el millonario Oscar Martínez a partir del momento en que se desentiende de la suerte de su hijo (a punto de ir a la cárcel por haber atropellado y huído), y finalmente con la magistral historia del casamiento en el notable personaje encarnado por Érica Rivas. Szifrón habla de los instintos y las pasiones ocultas, sin olvidar que ese mundo de pulsiones puede ser masculino o femenino. Rita Cortese y Érica Rivas son la libido femenina desenfrenada. Szifrón logra así hacer un planteamiento psicoanalítico universal, desmarcado de inclinaciones sexistas. Tampoco se desentiende, como se sugería más arriba, de la diversidad de clases sociales que conviven hoy en Argentina y sus complejas interrelaciones. A todos los exponentes de clase media acomodada o directamente alta, hay que sumar personajes como el de Rita Cortese, haciendo de cínica cocinera que quiere volver a la cárcel porque su trabajo le parece una mierda; el del jardinero de confianza que se carga en los hombros el crimen del hijo del jefe, a cambio de una interesante suma; el candidato a intendente que se hizo de abajo y cagando a todo el mundo; los empleados administrativos con que lidia Darín; el hombre-armario al volante de un renault destartalado; la popular familia de Érica Rivas; y seguramente me olvido de otros. También es cierto que la mirada de Szifrón parece volverse más aguda cuando hace foco en las miserias de su propia clase social, la que constituye la realidad del propio director. Hecho que por otra parte es lógico, dado que todos hablamos desde un cierto lugar y bajo el influjo de ciertos condicionamientos sociales. Szifrón no reniega de su propia realidad sino que la convierte en objeto de su reflexión, que es auténtica, visceral, incisiva y profundamente auto-crítica.
Graciosa, violenta y filmada con pulso en balance perfecto entre lo comercial y el culto. Con algo de Tarantino, Edgar Wright y un poco del productor Almodovar que se habrá visto reflejado en cierto tono que por momentos tiene el film. Szifron hizo desde Argentina un film que toca sentimientos globales de alienación social y lo hizo con estilo propio. La tragicomedia en primer plano, vibrante y cómica (de comics) en seis segmentos uno mejor que el otro. Elige tu propia aventura.
Cine animal. La desgracia y la tragedia esconden un ángulo de visión cómico que no siempre es fácil de encontrar. La ironía, el morbo, el cinismo y muchas otras conductas y actitudes propias de la esencia humana son una parte integral de esta gratamente rara película argentina. Relatos salvajes es al cine lo que una antología de cuentos de Cortázar es a la literatura: un compendio de breves historias retorcidas, eximiamente narradas. Como todo gran libro de cuentos, priman un par de relatos extraordinarios y el resto completa la experiencia con buenos resultados. Sobre toda consideración de calidad que pueda hacerse del filme, lo más destacable es su maravillosa cinematografía. Damián Szifrón sube la vara del estándar cinematográfico argentino hacia una altura quizás nunca antes alcanzada. Es asombrosa la variedad de recursos visuales utilizados por el director; la multiplicidad de planos, los diversos ángulos, los cambios de ritmo; todo está exquisitamente orquestado para la composición de una obra técnicamente impecable. Las actuaciones son en general muy buenas, con algunas mínimas salvedades típicas del cine argentino. Algunos actores parecieran recitar el guion en vez de actuar, lo que por momentos (contados y breves) conspira contra la naturalidad de la historia, aunque finalmente no la dañe. Lo cierto es que en materia dramática los protagonistas principales logran componer con excelencia sus respectivos personajes, aportando verosimilitud a cada uno de los relatos. Los galardones coronan, pero la calidad de una película la sentencia su audiencia. Relatos Salvajes quizás no gane un oscar, pero pasará a la historia como una de las más creativas y mejor dirigidas películas argentinas. Si Damián Szifrón comienza a pedir pista en el cine internacional, su talento lo puede hacer volar hacia alturas insospechadas.
Relatos Salvajes El éxito global de Relatos Salvajes no debe entenderse únicamente por su calidad artística o por su fenomenal campaña de prensa sino porque se trata de una película que un enorme sector de la sociedad necesitaba ver. Por fin, durante minutos que en la butaca del cine transcurren como en un sueño, la culpa progresista se diluye y los prejuicios hacia ese otro cultural que acecha pueden expresarse sin prejuicios, en una suerte de liberación emocional que luego, al salir de la sala, deja una satisfacción desagradable, si tal contradicción es posible. Es común ver alrededor del mundo esas tediosas historias inclusivas en las que un blanco y un negro se conocen, superan sus prejuicios y al final logran llegar a una suerte de unión en la que ambos, de todos modos, seguirán cumpliendo su rol tradicional. Esa moral ambigua, culposa y conservadora del cine progresista, cuyos ejemplos más recientes serían The Butler o 12 Years Slave, demuestra su persistente fracaso en la brutalidad de Relatos Salvajes. Todo en el film es burdo e infantil pero nada de eso importa porque el éxito de Damián Szifrón es lograr identificación con un público que ve en Bombita o en La Novia el antihéroe que necesita y que se rebela al fin contra el sistema, cuyas caras últimas son los automatizados empleados, la clase trabajadora, y no el gran capital que el propio Szifrón mencionó en el almuerzo de Mirtha Legrand. El problema de Relatos Salvajes es que no hay una mirada lúcida sobre aquello que muestra, sus relatos no pasan de anécdotas banales, historias ingeniosas enfocadas en mostrar las miserias del ciudadano a pie en un largo ejercicio de misantropía. Borges dijo alguna vez que en toda gran obra debe haber un personaje admirable y esto aquí no se cumple de ningún modo ya que Szifrón necesita que todos sus personajes sean despreciables para poder narrar su historia, lo que constituye casi un acto de miseria artística. Como además teme asumir posiciones ideológicas o políticas que le compliquen su afán por el entretenimiento puro, muchas de sus historias terminan de manera abrupta, justo en el momento en el que debería tomar una decisión (est)ética. Su objetivo es simple: crear un personaje que pueda representar al espectador promedio, plantear rápidamente una situación y luego enfrentarlo a una pesadilla que acabará, inevitablemente, en una tragedia con gusto a farsa. La experiencia de Relatos Salvajes plantea un público muy pasivo que debe entregarse al supuesto placer de ver cumplidos los que parecen sus deseos y, por eso mismo, el éxito de la película habla menos del cine que de la sociedad contemporánea. Una mirada benevolente sobre Relatos Salvajes podría expresar que refleja la locura a la que nos lleva la vida en estos tiempos. El entusiasmo por la película de Michael Moore, un hombre de izquierdas, que acabo de descubrir vía Twitter, quizás pueda explicarse de ese modo. Pero lo cierto es que no hay nada en Relatos Salvajes que nos permita llegar a una conclusión de ese tipo, e incluso no son pocos los momentos en los que, casi de manera involuntaria, sus propios prejuicios se expresan en pantalla. Al novio no le molesta tanto que su mujer se acueste con un extraño sino que ese extraño sea un cocinero que observa en un significativo plano a través de la puerta que da a la cocina. Momentos antes, en ese mismo episodio, un matrimonio de clase alta llegado desde el exterior se queja por la inseguridad, aún cuando esto no tiene ninguna relación con la trama, quizás por la necesidad de Szifrón de crear un clima de peligro general que explique la reacción posterior de su heroína. En el episodio de Sbaraglia la historia tenía que ser contada desde su punto de vista ya que, si hubiera sido de manera inversa, si hubiéramos observado a un trabajador volviendo a su casa tras una larga jornada, ese negro resentido hubiera exigido un compromiso por parte del espectador, el ejercicio de observarse desde afuera y reflejarse en un espejo algo incómodo, todos pensamientos que contradicen el entretenimiento simple e irreflexivo del film. ¿Por qué vivimos en un mundo salvaje? ¿Por qué podemos perder el control? ¿Por qué un ciudadano propone poner una bomba en la AFIP? En la película esas preguntas ni siquiera están planteadas. Sería ingenuo subestimar, de todos modos, la inteligencia del director. La historia del avión, puesta con malicia al inicio de la película, es un seguro que Szifrón crea contra textos como el que están leyendo. Su protagonista es un crítico de música ya que, vamos, hubiera sido demasiado obvio que fuera crítico de cine. Junto a él se sienta una modelo muy bella. Conversan. Podría ser el inicio de una aventura romántica o, por qué no, una historia de amor. El personaje, tratando de seducir a la joven, declara con jactancia que puede encumbrar o destruir artistas con un simple artículo, y justo después de eso, de manera vengativa, se revela la trama secreta detrás de la casualidad. Nunca vemos al piloto del avión porque, claro, es el propio Szifrón que, a modo de prólogo audiovisual, nos dice que dejemos de lado nuestra capacidad para reflexionar y nos dejemos llevar por su mirada. Claro que, como esa mirada no asume ningún compromiso ni pretende enredarse en posturas de alguna complejidad, el piloto no tiene otra opción más que estrellar el avión contra la tierra y hacer reír a la platea. En los títulos iniciales, ilustrados por fotografías de animales salvajes, Szifrón se reserva la imagen del zorro. Tampoco esto es casual: se puede debatir si es un gran director o un artista humanista pero no hay dudas de que es un hombre muy astuto.
La Historia Oficial (1985) es un hito de la cinematografía argentina. No sólo fue la primera película nacional que se alzara con un Oscar, sino que marcó el inicio de lo que se conoce como Nuevo Cine Argentino, una movida que terminaría propiciando el surgimiento de una camada (constante y numerosa) de directores jóvenes dotados de una visión artística completamente renovadora. Si hasta la década del 70 el cine argentino era tan masivo como mediocre - y las obras de mayor transcendencia estaban restringidas a un círculo de intelectuales empalagados con el snobismo -, el Nuevo Cine Argentino disminuiría la producción pero elevaría notablemente la calidad y, fundamentalmente, comenzaría a desarrollar títulos con los pies bien plantados en la tierra. No deja de ser una generación de cinéfilos, los cuales mamaron hasta la saciedad todas las influencias que pudieron captar gracias a la popularización del VHS (y más tarde, con el advenimiento del DVD e Internet), y quienes de pronto se encontraron con la posibilidad de tener al alcance de su mano cuanto titulo de la cinematografía mundial se le plazca. Hasta ese entonces, si uno quería revisar la obra de Fellini, tenía que chequear el calendario de alguna de las escasas (y selectas) cinematecas que prosperaban en la ciudad. Si bien no soy muy fanático del cine argentino - creo que les cuesta desprenderse de algunos vicios, como esa tendencia innata a la formalidad en los diálogos, la creencia errónea de que el humor criollo se basa exclusivamente en las puteadas, y el acartonamiento de ciertos intérpretes que no logran sacudirse de encima sus raíces teatrales -, he visto algunas de sus obras recientes y debo reconocer que la diferencia con los títulos antiguos es abismal. Y, de entre todos ellos, el que mas me gusta es Damián Szifrón. Quizás sea un concheto de barrio Norte - a juzgar por sus polémicas declaraciones televisivas - pero el tipo es muy bueno en lo suyo y sabe muy bien lo que hace. Se nota que es un gran fanático del cine de género y le ha encontrado la vuelta para transplantarlo a la usanza criolla sin que pierda su sabor. Desde la comedia de compañeros hasta el género de detectives privados, Szifrón ha sido muy exitoso en lo suyo y nos ha dado Los Simuladores, Hermanos y Detectives, Tiempo de Valientes y, ahora, Relatos Salvajes. En este caso Szifrón parece sintonizar a Quentin Tarantino y Matthew Vaughn (entre otros), cultores maestros de la comedia negra en situaciones tan violentas como incómodas. No hablo del Tarantino plagado de tipos vestidos de negro, camisas blancas y un par de pistolas en cada mano, sino del Tarantino que podía convertir a una masacre en un extenso gag embadurnado de sangre (¿se acuerdan de la secuencia del señor Lobo en Pulp Fiction?). Ese sentido de irreverencia inunda cada una de las historias que componen los Relatos Salvajes - algunos con mayor inspiración que otros, pero todos efectivos a la hora de sorprender al espectador con su gracia -. Como pasa con las antologías, no todos los relatos tienen el mismo nivel. La historia inicial - Pasternak - comienza como un levante casual de Darío Grandinetti (quien ve a una pasajera que está buena y empieza a tirarle los galgos), hasta que de pronto empieza a descubrir (casi por accidente) que todos los pasajeros del vuelo han conocido al mismo tipo. Oh, sí, los diálogos de Grandinetti arrancan con esa pomposidad característica del cine argentino... hasta que Szifrón lo tira por la borda y rompe la formalidad con un par de puteadas, tras lo cual la empatía con los personajes se dispara notablemente. Sumado a la excelente edición (y el brillante remate), el timing cómico es impecable. El segundo relato - Las Ratas - es algo menos satisfactorio. Empieza como un ejercicio hitchcockiano - la mesera de un bar nocturno emplazado en medio de la ruta descubre que el tipo que arruinó la vida de su familia es el único cliente del local; y la cocinera (una expeditiva Rita Cortese) decide que debe envenenarlo y cobrarse venganza, situación que se dispara cuando le manda veneno de ratas al aceite con el cual le ha cocinado las papas fritas que le acaban de servir -, en donde la protagonista se debate entre su moral y su deseo de revancha... hasta que aparecen mas participantes al juego y pronto las cosas se salen de madre. ¿Debe interceder y salvarle la vida a toda esta gente, o debe dejar que mueran, ya que todos están vinculados con este tipo despreciable?. La macana es que el final es algo abrupto y deja demasiadas cuestiones en el aire, en especial sobre el destino de las conspiradoras. El tercer relato - El Mas Fuerte - es uno de los mejores de la antología. Un duelo en la ruta entre un adinerado y un laburante de caracter algo violento. Ver para creer, hay momentos en que el capitulo parece una versión negra de un sketch de los Looney Tunes (como cuando Walter Donado quiere apagar un fuego que acaba de encender con su soplido y, tal como Willie E. Coyote. sólo consigue avivarlo). Imposible anticipar algo sin arruinar su magia. Recomendadísimo. El cuarto relato - Bombita - es previsible y le falta efectividad. Ricardo Darín está a cargo y, aunque Darín es un intérprete consumado, me parece que no era el tipo adecuado para el rol. Es basicamente el racconto de un tipo de clase media atrapado en la burocracia gubernamental, el cual estalla al estilo de Un Dia de Furia; pero los diálogos son demasiado formales, y Darín no logra acertar con la chispa de descontrol que requería el personaje. El quinto relato - La Propuesta - creo que es el mejor de la antología por lejos. Es sumamente elaborado, comenzando con un tono profundamente dramático - el hijo de un adinerado mata a una embarazada con el auto de la familia, y el padre empieza a arreglar todo con dinero para que la culpa la asuma el jardinero -, y donde todo después se va al carajo, cuando cada uno de los participantes del juego se vuelve extremadamente ambicioso y comienza a intentar comerle el bolsillo al potentado. Es tan delicioso como amargo. El sexto relato - Hasta que la Muerte nos Separe - es el mas largo y bizarro. La novia se entera que su flamante marido (¡están en plena fiesta de casamiento!) le ha metido los cuernos, y de pronto da un vuelco sicótico, transformando la celebración en un auténtico infierno. Hay momentos en que Erica Rivas sintoniza demasiado a su personaje de Elenita en la versión argenta de Casado con Hijos (y lo que le quita efectividad a su arranque de furia), pero la potencia del script camufla semejantes detalles, deviniendo en una historia negrísima y bien retorcida. Ese si que es un casamiento inolvidable. Imposible perderse Relatos Salvajes. Es diferente, retorcida, genial, graciosísima. No sé si era la mejor candidata al Oscar - generalmente uno busca temas mas profundos y dramáticos para ofrecer a la Academia -, pero sin lugar a dudas es un ejemplar que deja una impresión profunda y duradera a cada espectador que ha tenido la gracia de verla. En todo caso es un triunfo memorable de gracia y estilo, en donde Damian Szifrón eleva el nivel de la comedia hasta niveles artísticos, y convierte a una serie de dramas humanos en una rutina de gags negrísimos, tan impagables como inolvidables.
Publicada en la edición digital #265 de la revista.