El legado de la perseverancia. Y finalmente Sylvester Stallone permitió que otra persona “tocase” la franquicia centrada en el Semental Italiano, lo que derivó en una metamorfosis a nivel formal aunque no tanto en lo que respecta al contenido: en vez de un melodrama deportivo sobrecargado de situaciones implausibles y un encanto muy kitsch, en esta oportunidad nos encontramos ante una película concisa con una fuerte impronta indie y un espíritu que recupera -desde la inteligencia y un verosímil detallista- varios componentes estructurales de la primigenia Rocky (1976). Cuesta creerlo pero efectivamente Ryan Coogler, el director y guionista de Creed: Corazón de Campeón (Creed, 2015), consiguió inyectarle nueva vida a un esquema narrativo “marca registrada”, algo que parecía imposible luego de cinco secuelas y una exaltación comercial que había llegado al punto de agotar al personaje y la saga en general. El mérito del realizador es doble porque no sólo elevó el espectro cualitativo (recordemos las buenas intenciones desperdiciadas por los eslabones anteriores), sino que además logró convencer a Sly acerca de la necesidad de introducir pequeños cambios en el tono y el desarrollo (si bien se mantiene ese naturalismo de los suburbios, ahora no se siente forzado ni empalagoso). El film funciona al mismo tiempo como un spin-off y una continuación, ya que por un lado nos presenta el ascenso de Adonis Johnson (Michael B. Jordan), el hijo de Apollo Creed, y por el otro narra las eternas tribulaciones de Rocky Balboa (Stallone), hoy entrenador del joven y una especie de mentor en su búsqueda de abrirse camino por su cuenta, lejos de la leyenda de su padre o la “portación de apellido”. Mientras que Rocky lucha por su salud, Adonis hace lo propio en pos de su orgullo y su gran amor por el boxeo. Aquí Coogler regresa a Fruitvale Station (2013), su interesante ópera prima, tanto en lo referido a la recurrencia para con el protagonista Jordan como en lo que atañe al cuidado del apartado técnico y la disposición de los planos. En este sentido, sobresale en especial la variedad de estrategias con las que el cineasta encara los combates, pasando de los cortes secos característicos de la franquicia a las tomas secuencia o el dramatismo de la cámara lenta. Por supuesto que nada de esto resultaría eficaz si no fuera por el hecho de que la dinámica entre el profesor y el alumno está bien construida; y en este detalle juega un papel fundamental la química entre Stallone y Jordan, dos actores que mantienen a sus personajes en el terreno del porfiar ensimismado y masculino, sin apelar a lugares comunes (hasta Tessa Thompson, como el interés romántico de Adonis, cumple con dignidad y prudencia). De más está decir que cada “movimiento” de la propuesta se ve llegar con kilómetros de antelación, porque a pesar de que la ejecución es impecable, el armazón sigue siendo el mismo de siempre y los productores no desean correrse ni un ápice de la fórmula ganadora. Creed: Corazón de Campeón elimina los problemas que aquejaban a Rocky Balboa (2006) y decididamente supera a la perezosa Revancha (Southpaw, 2015), otro ejemplo reciente de la representación en pantalla grande del deporte más bello y sincero de todos (el resto de las disciplinas, ya sean individuales o grupales, cae en comparación en el atolladero de los hobbies para mediocres y cobardes). Como si se tratase de una carta de amor a la película original y a la amistad subsiguiente entre Apollo y Rocky, el opus de Coogler levanta sutilmente la bandera del legado y homenajea a la perseverancia detrás del boxeo en sí…
Una excelente película pugilística que no pierde nunca el espíritu de la original de 1976 y que ofrece una de las mejores actuaciones de Stallone. Imperdible! La trama está muy bien elaborada y el guión está bien construido logrando ser un gran producto por ...
Creed: Corazón de Campeón, como sabemos, es la nueva de Rocky. Pero en inglés la palabra “creed” significa un credo, un sistema de valores o creencias. O sea, cuando la leemos en una oración, no remite necesariamente al personaje de Apollo Creed, el contrincante original de Rocky. Podría tratarse, entonces, de cualquier film, incluso de una nueva franquicia. Esto es importante, porque Creed, la película, cuenta la historia del hijo ilegítimo de Apollo, quien se apellida Johnson, como la madre, y procura trazar su propio camino. El joven Adonis quiere que la fama lo alcance por sus méritos como boxeador, no por el peso de un nombre/ marca patentado en los años setenta. Y la película misma, como objeto cultural, se propone algo parecido. Pero lo hace al titularse, precisamente, Creed. Es decir: no es Rocky, el padre cinematográfico; es Creed, el hijo pródigo. Lo más interesante de la película es cómo vincula lo narrativo con lo metanarrativo: Adonis lidia con la pesada herencia de Apollo de la misma manera que el film Creed lo hace con la carga simbólica del clásico Rocky. ¿Y cómo se logra semejante hazaña? Al aceptar el legado de los padres, sin por eso dejar de renovar. La película abunda en citas a las recordadas peleas de antaño. ¡Adonis hasta las mira por YouTube! Y el veterano Stallone no aporta un mero cameo, sino que participa como uno de los protagonistas, un zorro que sabe más por viejo que por zorro y que entrena al inexperimentado Adonis para luchar contra un supercampeón británico. Pero, al mismo tiempo que vuelve sobre la Rocky de 1976, esta nueva versión 2016 genera un clima distinto, más cinético, y construye un personaje principal con una historia de vida que no se parece tanto a la del Balboa de Stallone. En este sentido, Creed: Corazón de Campeón se asemeja a la última de Star Wars, como apuntó el crítico Diego Lerer en una reciente columna. Si el sistema hollywoodense actual se mantiene a flote sobre la balsa de sus personajes y franquicias más reconocibles, es destacable que estas dos películas, en vez de hacerse las distraídas, se enfrenten a esta serialización del cine y, como en una sesión terapéutica a gran escala, busquen una identidad moderna pero siempre en el contexto (reiterado, resaltado) de sus antecesores. No se trata, obvio, de tirar la torta por la ventana y arrancar de nuevo, de generar arte rebelde. Son propuestas comerciales para el consumo masivo. Pero intentan darle alguna vuelta de tuerca a los esquemas cada vez más estrechos del mercado globalizado. Y lo hacen no a pesar sino a través de las directivas del pasado.
Adonis creció a los golpes hasta que la esposa de su padre biológico decide adoptarlo. Ahora con una vida establecida de comodidad, siente algo en su interior que lo hace renunciar a su trabajo y cumplir su deseo; volverse boxeador y demostrar que puede hacerse un nombre sin usar la leyenda de su padre: Apollo Creed. Y para eso contara con la ayuda de un viejo conocido de su difunto papá. Seamos sinceros, la gran mayoría pensamos lo mismo cuando nos enteramos que Sylvester Stallone volvía a calzase la ropa de Rocky Balboa; y es que ya no sabían como seguir exprimiendo con una saga y un personaje mítico, pero que ya no daba más de sí. Y qué lindo es cuando el cine nos cierra la boca de esta forma y uno tiene que tragarse sus prejuicios. Esta película funciona tanto como secuela de la saga Rocky, como un claro inicio para una nueva franquicia, y como film independiente; pero siempre recordándonos al espectador que estamos sumidos en el mundo del Semental Italiano, y quizás ese sea su mayor acierto. Así es como veremos miles de referencias a lugares o personajes conocidos, pero también la propia historia de Adonis tiene su sentido y forma. Si Rocky siempre nos habló de la auto superación y cómo ponerle garra y “pantalones” a la vida, Creed nos relata la búsqueda de identidad de su protagonista, y cómo debe hacer las paces con su pasado para poder aceptarse a sí mismo y construir un futuro. Como suele ocurrir con las películas de Rocky, es mucho más importante la trama que las propias peleas, y pese a que el film por ahí se siente un poco innecesariamente largo, la construcción de la historia se va haciendo de a poco, con los guionistas Ryan Coogler (también director) y Aaron Covington tratando de darle un marco real a lo que va sucediendo, y presentando a los personajes secundarios y sus sub tramas sin apuros. Creed: Corazón de Campeón Pero si es un film de boxeo, también hay que hacer énfasis en las peleas, y en este apartado nadie se va a decepcionar. A los combates no les falta espectacularidad (si, ya sabemos que en la vida real al primer gancho de derecha cualquiera termina ko), pero en especial, se muestra bastante maestría técnica a la hora de filmar, en especial la primera pelea profesional que tiene Adonis, a estar atento si en el resto del año superan ese plano secuencia. Otro de los grandes atractivos y que seguramente atraerá a la gran cantidad de espectadores que recibirá este film en las salas, es las múltiples nominaciones y premios que viene cosechando Sylvester Stallone, y si, desde este humilde lugar les decimos que al menos las nominaciones son totalmente merecidas. Pero no sólo Stallone está bien en su papel ya de mentor y consejero, el joven Michael B. Jordan se redime totalmente de Los Cuatro Fantásticos y logra un papel sólido, con el cual enganchar al espectador, y sobre todo, haciéndonos acordar a Apollo Creed cuando empieza a hablar de más y ser engreído. Creed: Corazón de Campeón Creed: Corazón de Campeón es una gran película, que si bien apela a la nostalgia del espectador, también tiene muchas virtudes para enganchar al público nuevo, y tiene la suficiente inteligencia como para ir plantando semillas para futuras y obvias secuelas. Los que son fans eternos de Rocky, van a salir contentos al ver una de las mejores entregas de la saga (lleven pañuelos, consejo gratis), los que nunca vieron ninguna de estas pelis, van a entender porqué tanto mito alrededor del personaje y seguramente querrán ver las demás. Así sí se revive un clásico.
La identidad en el cuadrilátero El espejo cinematográfico donde se mira Creed, corazón de campeón es Rocky, la primogénita y única, obviamente, pero eso no significa que no haya por parte de los productores y sobre todo el director Ryan Coogler una necesidad de revitalizar la saga sin agotar la figura de Sylvester Stallone, aunque sin prescindir de la mística alrededor de la franquicia del pugilista italoamericano convertido en ícono cinematográfico a fines de los 70. Creed es un film de legados y búsqueda de identidad en el pretexto del boxeo. El legado de Apollo Creed por un lado es el motor que mueve todo el andamiaje de la trama concentrado en la necesidad de Adonis, hijo ilegitimo de Apollo –Michael B. Jordan-, para triunfar en el cuadrilátero sin esgrimir portación de apellido. A la vez, el legado de Rocky ahora en su plan de retirada con gloria o por lo menos con dignidad, se ve representado en la nueva estrategia con el personaje acomodándolo en el rol de mentor, entrenador del muchacho. No tanto en lo que hace a los consejos boxísticos, sino más bien como la voz de la experiencia y el sacrificio que implica convertirse en un campeón, son las dos lecciones que intentará inculcar Rocky en su protegido, a la vez de prepararse para dar la mejor batalla a una enfermedad, elemento clave del drama que se cuela en esta película, que puede considerarse saga, si es que se buscan los vasos comunicantes o sencillamente una nueva historia que no tiene demasiado que ver con aquella. Si bien el excesivo metraje (dos horas y 13 minutos) no guarda real correspondencia con el desarrollo de la trama y las distintas sub tramas que la atraviesan, es preciso aclarar que el tiempo de los combates es el adecuado y la adrenalina llega gracias a la buena dirección y puesta en escena, con un virtuoso plano secuencia que seguramente llame la atención a más de uno. El otro punto clave para que Creed crezca en cuanto a historia obedece al excelente vínculo entre Stallone y Jordan, verosímil en pantalla porque ninguno se destaca sobre el otro y se nota un respeto por los personajes que se transmite a lo largo de las dos horas y monedas. Enhorabuena, entonces haber encontrado una vuelta inteligente para revitalizar el mito, desvincularlo de la nostalgia hueca que muchas veces opaca las buenas intenciones y marcar un horizonte que seguramente encontrará el rumbo en la figura de Adonis y su búsqueda de la identidad en el cuadrilátero de acá en adelante.
Creed resulta un efectivo paso de antorcha que se apoya hábilmente en el legado de Rocky Balboa. Campeones (de la vida) Adonis Johnson nunca tuvo otra opción que pelear. Está en su sangre. La misma que su padre, Apollo Creed, campeón de los pesos pesados, derramó sobre el cuadrilátero en clásicos encuentros pugilísticos como sus dos peleas contra Rocky Balboa o aquel mortal combate contra Ivan Drago. Adonis es huérfano, nunca conoció a su padre y es fruto de una infidelidad. Los primeros años de su existencia los pasó en reformatorios y con diferentes familias adoptivas que lo devolvían a la primera señal de problemas. Pero todo cambia cuando aparece en su vida Mary Anne Creed, viuda de Apollo, quien se hace cargo del joven para darle todo lo que nunca tuvo hasta entonces. A pesar de llevar una vida de lujos y comodidades, con un trabajo estable en el que acaba de lograr un asenso, Adonis siente una atracción por el ring que lo hará dejar atrás todo lo que tiene, para dedicarse pura y exclusivamente al boxeo. Comenzar una carrera como profesional a su edad no es simple y una racha de frustraciones lo terminarán llevando a Filadelfia, hogar de Rocky Balboa, ex-campeón del mundo y mejor amigo de Apollo, quien luego de mucha insistencia acepta entrenarlo. Pero mientras juntos se preparan para el combate que pondrá a Adonis en el mapa del deporte, la vida le da otro duro golpe a Rocky y lo obligará volver a pelear, aunque esta vez ya fuera del ring. Dos años tardó el director Ryan Coogler (Fruitvale Station) en convencer a Sylverster Stallone que Creed era una buena idea. Y teniendo el cuenta el buen recibimiento que tuvo la película por parte del público y la crítica, aparte de un posible primer Oscar para Stallone, el joven realizador premiado en el Festival de Sundance 2013 no estaba equivocado. Es curioso que Creed llegara a los cines casi al mismo tiempo que Star Wars: El Despertar de la Fuerza, ya que las dos películas tienen algunos puntos de comparación que, a pesar de ser absolutamente diferentes, las vuelve similares. Al igual que Episodio VII, Creed intenta (y logra ampliamente) ser una secuela, con paso de antorcha incluido, y un regreso a la raíces. Son varios los momentos en que sentimos que estamos viendo una remake de la primera entrega de Rocky mientras se reintroducen personajes clásicos a toda una nueva generación. Pero al mismo tiempo, Creed cuenta su propia historia. “Tu legado es más que un nombre” es la frase que, con diferentes variantes, escucharemos una y otra vez a lo largo del film. Creed continúa el legado de Rocky, heredando muchas de las cosas que la volvieron una de las sagas más queridas de todos los tiempos, pero hace mérito suficiente para abrir su propio camino y así dejar una marca imborrable. En Creed todos los personajes luchan por o contra algo, desde la aceptación y legado de un nombre hasta imposibilidades física y enfermedades. Si bien Coogler tiene muy en claro el tema central de su film y rara vez se aparta de este, logra que por momentos la película divague en sub-tramas que quedan flotando. Como la sordera de Bianca (la novia de Adonis), o la enfermedad de Rocky, que por momentos amaga al golpe bajo y que en definitiva no se siente más que como una excusa de Coogler para seguir poniendo piedras en el camino de Balboa, ya que la muerte de su esposa, su cuñado y su mejor amigo, o el hecho de haber quedado solo y casi en la ruina, no parecen ser suficientes. Aunque lo que pierde por un lado, Coogler lo gana por otro. Demostrando buen ojo a la hora de posicionar la cámara y logrando momentos de verdadera destreza cinematográfica, como sucede con el impecable plano secuencia de la primera pelea de Adonis como profesional, que la convierte fácilmente en una de las secuencias de boxeo más emocionantes de toda la saga. Lo mismo sucede con su vigorosa banda sonora a cargo de Ludwig Göransson, que tenía la difícil tarea de por lo menos estar a la altura del mítico Gonna Fly Now de Bill Conti, y aunque probablemente no vaya a quedar en la historia como aquella inmortal melodía, hace un buen trabajo a la hora de adaptarla a los tiempos que corren. Pero sin dudas son las buenas labores de Michael B. Jordan y Sylvester Stallone de lo que todos estarán hablando cuando finalice la película. Si bien en esta oportunidad Rocky se vuelve un personaje secundario, el camino del personaje da una suerte de cierre a lo visto en las seis entregas anteriores. Si este es el retiro definitivo del Semental Italiano de la pantalla grande, Stallone no podría haber contado con una mejor oportunidad despedirse de él. Conclusión Con Creed, el legado de Rocky Balboa queda en buenas manos. Coogler logra llevar la saga en una nueva dirección, pero manteniéndose fiel y sin traicionar sus orígenes. Las poderosas interpretaciones de Michael B. Jordan y en especial de Sylvester Stallone son de lo más destacado que tiene para ofrecer la película, que si bien por momentos nos da algún que otro golpe debajo del cinturón la mayoría van directo a la mandíbula. La victoria no será por knock out, pero en las tarjetas Creed tiene todas las de ganar.
Creed, se podría denominar la séptima entrega de la saga de Rocky, y tal vez lo más inteligente que hicieron las personas responsables de la cinta, fue no hacerlo. La película empieza mostrando a un chico que esta en un correccional para menores, peleando, en un ambiente duro… A este chico lo visita una mujer, que dice saber quien es su padre, y cuando el pregunta el nombre, antes que le responda aparece el titulo de la película: “Creed”. De esta manera, el director Ryan Coogler (Fruitvale Station) deja claro quien es el protagonista de la historia, el protagonista es Adonis Creed, hijo de Apolo, primer rival de Rocky y posterior amigo/hermano del Marañon Italiano. Años después, viviendo con todas las ventajas que el dinero trae, Adonis decide renunciar a su comodidad para perseguir una pulsión interna que lo consume: ser boxeador. Esa es la premisa principal del relato que nos trae nuevamente a Rocky Balboa, pero esta vez como entrenador (hagamos de cuenta que Rocky 5 no existio), retirado, sin querer tener nada que ver con ese mundo que tanta gloria, pero tanto dolor le trajo. La película tiene varias cosas que vale la pena destacar, pero lo principal, es que nos recuerda que Sylvester Stallone ES UN BUEN ACTOR. La saga de Rocky y Rambo transformaron a Sly en una estrella mundial, pero la saga también opaco dos cosas: uno, las primeras entregas de ambas (Rocky 1, y Rambo 1) son peliculones, y se lo discuto a quien quiera, y dos, de alguna manera encasillo a Stallone en el rubro de Actores mediocres, que solo puede hacer una sola cosa. Quitando el hecho que es un excelente guionista y director (en su haber cuenta con 28 guiones filmados, que incluyen títulos como Rocky, Rambo, F.I.S.T., Staying Alive, si la de Traolta, y 8 películas dirigidas) si no vieron las sagas, vean Copland para ver de lo que es capaz este hombre. Y la actuación en Creed, nos recuerda esto. El Stallone de esta cinta es el mejor Stallone. Es sinceramente hipnótico ver su interpretación de este hombre que conocemos como algo más grande que la vida misma, invencible, inquebrantable, en ese momento de su vida, en el ocaso del luchador. Cada vez que aparece transmite emociones, y logra el sentimiento familiar que es necesario para unirnos al personaje de Adonis e invertir en su historia. Otro de los puntos que vale la pena destacar, es que cambia de alguna manera la dinámica de este tipo de sagas, ya que no es un chico pobre tratando de superar la adversidad, sino que es un chico dejando la bonanza que los demás persiguen, para conseguir su sueño, y de alguna manera, demostrar que es el hijo de su padre. Bien dirigida, bien escrita, usando sin explotar demasiado la nostalgia que sentimos por estos personajes, bien actuada por todos, y excelentemente actuada por nuestro Rocky, esta película es una suerte de reseteo para esta saga, y un reseteo más que bienvenido.
Rocky Balboa está de regreso, esta vez, para hacer el paso de antorcha a una nueva generación de héroes pugilísticos. Stallone sabe que ya está grande para este juego, pero se acomoda con gracia y nostalgia, en este reboot/secuela que hará las delicias de los amantes del género deportivo. Admitámoslo, los héroes de acción ochenteros se pusieron grandes. Así lo demuestra Harrison Ford en “Star Wars: El Despertar de la Fuerza” (Star Wars: The Force Awakems, 2015) y, por supuesto, Sylvester Stallone en “Creed: Corazón de Campeón” (Creed, 2015). Pero a diferencia de, por ejemplo, Arnold Schwarzenegger, estos dos saben como envejecer “cinematográficamente” con gracia (perdón Arnie) y encontrar la mejor forma de encajar en un universo que quedó en el pasado y ahora les pertenece a medias. A no confundir, Han Solo y Rocky Balboa son personajes indiscutidos de la historia del séptimo arte y de la cultura popular, pero las sagas que los hicieron tan famosos están mutando y dejándoles el lugar a figuras más jóvenes (y diversas) que le harán honor a su buen nombre. Es el caso de Michael B. Jordan que, acá, trata de dejar atrás el bochorno de “Los 4 Fantásticos” (Fantastic Four, 2015) y vuelve a hacer equipo con el director y guionista de “Fruitvale Station” (2013) -drama independiente que los puso a ambos en el tablero-, para ponerse en la piel de Adonis Johnson Creed, hijo no reconocido de Apollo, aquel viejo rival y amigo del “Semental Italiano”. Esta es su historia. La historia de un joven que no conoció a su papá y, que tras la muerte de su madre, pasó de familia en familia, terminando en un reformatorio juvenil descargando sus frustraciones y su ira a puño limpio. De allí lo rescata Mary Anne Creed (Phylicia Rashad), viuda del campeón que decide convertirse en su única familia. Adonis crece con lujos, un buen trabajo y el amor de una mamá adoptiva, pero hay algo en su sangre que lo empuja a involucrarse en peleas amateurs y soñar con una carrera de boxeador profesional. A diferencia de la mayoría de las películas de este género, el joven Johnson no lucha por necesidades económicas. Hay algo más fuerte que lo impulsa y es la pasión por el deporte. No conoció a su progenitor, pero el apellido y el legado de Creed le pesa en los hombros y tiene que hacer algo al respecto. A pesar de las objeciones de Mary Anne, Adonis abandona Los Ángeles rumbo a Filadelfia con un solo propósito: buscar la ayuda, los consejos y el patrocinio de Rocky Balboa (Stallone), la persona que mejor conoció a su padre. Alejado del mundo del boxeo y dedicado a full a su restaurante, en un principio Rocky se niega rotundamente, hasta que ve la dedicación del muchacho que quiere llegar a la cima por sus propios méritos, sin utilizar los “beneficios” que le da su apellido. Desde ahí, “Creed” se transforma en la típica película que muestra la relación discípulo-mentor con algún que otro tropiezo por el camino, los primeros éxitos, los fracasos, y la infaltable relación amorosa. Coogler es un director casi debutante, pero sabe muy bien como apelar a la nostalgia sin caer en lo repetitivo ni en los lugares comunes, además de demostrar una maestría sin igual a la hora de presentarnos cada uno de los combates sobre el ring. Sobre todo, un plano secuencia en particular, que quita el aliento. Este rebbot/secuela no nos trae nada nuevo desde lo narrativo, pero eso no es malo. La historia se ciñe a los parámetros más clásicos del subgénero pugilístico, mostrando grandes escenas de acción y la tensión que traen aparejadas, el espíritu de superación, y lo más importante, la relación entre estos dos individuos tan diferentes, pero unidos por una historia en común. Un muchachito en busca de un mentor y esa figura paterna que nunca tuvo. Un hombre que puede revivir sus días de gloria a través de la sangre joven de alguien que lo idolatra, y una trama que apela, principalmente, al paso del tiempo y la nostalgia cinematográfica que funciona a la perfección. Muy bien filmada, muy bien actuada y hasta Sly (que entiende que debe dar un paso al costado) logra arrancarnos algún lagrimón. Dirección: Ryan Coogler Guión: Ryan Coogler, Aaron Covington Elenco: Michael B. Jordan, Sylvester Stallone, Tessa Thompson, Phylicia Rashad, Andre Ward, Tony Bellew, Ritchie Coster, Graham McTavish, Malik Bazille.
El legado en un puño Creed: Corazón de campeón (2015) llega a las salas locales como una nueva entrega de la saga del semental italiano bajo otros matices, conflictos y estrategias, pero ante la misma determinación que marcó a Rocky (1976) como una figura icónica de los ’70 y ’80. El fuego sagrado continúa vigente como nunca en el aura de Sylvester Stallone pero esta vez, enfocado en Adonis Johnson (Michael B. Jordan) el hijo de su más grande contrincante y rival: Apollo Creed. En él, se vuelven a fundir esos grandes momentos que sirvieron de inspiración para grandes y chicos en la cinta dirigida por John G. Avildsen y luego, en su secuela –Rocky II-, bajo el lente del propio Stallone tres años después. Los problemas con prestamistas, mafiosos y hasta culturales que asomaban en otras décadas, no son los que hoy acarrea el joven Creed. El director Ryan Coogler lleva a la película a otra escala en comparación a otras películas de boxeo. Con planos significativos, las secuencias de entrenamiento y hasta los combates, sacan lo mejor de la saga y lo moldean a esta nueva época moderna, con un aire de nostalgia pero sin duda, renovado. El guión puede flaquear al apurar algunas cuestiones de la trama, pero así y todo resulta eficaz y a tono con la dirección, sin perder el interés por lo que ocurre en pantalla. Adonis no tiene mayores enemigo que sí mismo y que el fantasma de su padre, quien lo persigue como una sombra sobre cada decisión que toma. Un padre al que conoció por relatos en los gimnasios y en los posters que decoran cada una de sus paredes. Adonis, en la búsqueda por forjar su propio camino y no por el nombre que carga, abandona Los Ángeles y vuelve a donde todo comenzó (o terminó): Filadelfia, estado que fue testigo de la última pelea entre su padre y Rocky. Con el nombre de Adonis Johnson, el hijo de Apollo, comienza a entrenar con Rocky para alejar esos ojos curiosos y morbosos que lo miran con recelo y cuestionamiento. En la relación con su nuevo tutor, tan simbiótica como recíproca, ambos comprenden lo difícil que es convivir con lo que fueron y aceptar lo que pueden ser. Aceptar las peleas que tienen por delante sin titubear ni darse por vencidos, aunque esto fuera lo más fácil o seguro. creed-trailer-700x290 El personaje que interpreta Jordan debió lidiar con conflictos internos muy difíciles de resolver, como una relación inexistente con su padre o si es el hombre que realmente cree. Dificultades que tal vez llega a resolver bajo la tutela de quién representa a la familia más cercana que tiene: Rocky. No descubrimos nada si decimos que Stallone nació para ser Rocky, pero su interpretación definitiva llegó con Creed. ¿A alguien le causa placer ver a sus grandes héroes de la niñez o adolescencia con arrugas, poco pelo, con el cuerpo cansado y avejentado? En este caso, sí. Su falta natural de estado físico se complementa con la energía que irradia cada conversación con su aprendiz, cada consejo y exigencia, como si los puños que repartió arriba del ring, tuvieran forma de palabras y observaciones. Michael B. Jordan, en el papel más importante de su carrera, se demuestra con el heredero perfecto y necesario para una franquicia tan importante e imponente como lo es Rocky. La química entre él y Stallone es el punto más rico del film, con sus altibajos y escenas dramáticas. No por nada se confirmó su candidatura como mejor actor de reparto para los Oscars y se quedó con el Globo de Oro bajo esa misma categoría. El aparato técnico de Creed, encabezado por Coogler ofrece mucho más de lo que podríamos esperar con una fotografía excepcional por parte de Maryse Alberti, quien ya nos deleitó en Los huéspedes (2015). Otro punto a favor es la banda sonora, que a cargo de Ludwig Göransson, decora y manipula a diestra y siniestra cada una de nuestras emociones reflejadas en pantalla. En cuanto a lo actoral, la bella Tessa Thompson encarna de manera eficiente a Bianca, que en el romance con Adonis regala una cuota de sensualidad impactante. Creed limpia el polvo de la vieja estatua de Rocky, la vuelve a pulir y nutrir de sentimientos y energías nuevas, pero con la misma épica de siempre. La sangre nueva en un corazón cansado que vuelve a latir tan intenso, o tal vez más que la primera vez en 1976, cuando la campana sonaba y el enfrentamiento entre él y Apollo comenzaba.
No conozco las reglas del boxeo. Nunca estuve en una pelea en vivo ni las he visto por televisión. Mi relación con el deporte es puramente cinematográfica. Para ser más precisos: boxeo para mí significa Rocky Balboa. Dicho esto, creo que “Creed” habla del poder del cine en varios sentidos. Primero le expuesto, que también sucede con el béisbol, o el fútbol americano. La pantalla grande funciona casi como un curso avanzado. No dominaremos los tecnicismos claro; eso es extra-cinematográfico. Toda la información está EN la película. Este factor se combina con otra virtud: la fuerza del relato. Así como entendemos lo que sucede en el campo de juego, registramos de inmediato a sus protagonistas, dentro y fuera de la cancha. En “Creed”, estos son Rocky (Sylvester Stallone) y Adonis (Michael B. Jordan), el hijo de Apolo Creed; y lo que hace el director y guionista Ryan Coogler es mostrarnos, en un mismo movimiento, que Creed (Adonis) es Rocky. Y como “Rocky” es el cine, “Creed” es el cine. Al espectador puede gustarle más o menos, pero ante este nivel cabal de entendimiento, es imposible que se trate de una mala película. “Creed” nos trae ese carnaval cinematográfico de frases hechas, secuencias de montaje y lugares comunes de la trama que uno criticaría sin tapujos si no estuviesen tan sabiamente dispuestos por Coogler. Quizá un par de golpes bajos podrían haberse evitado y puede que haya unos minutos de más, pero el trabajo actoral del trío central –los mencionados hombres y Tessa Thompson, en el lugar del infaltable interés romántico- es tan comprometido y convincente que no lo sufrimos demasiado. Se respira además en la película un aire de consciente actualización. Es algo que Sly ya había hecho con la anterior –y exquisita- “Rocky Balboa”. En cada una de las postas, el material trabajado se vuelve presente y vivo, reafirmando y hasta multiplicando su potencia clásica y original. Tal vez el mejor ejemplo de esta operación sea el (precioso) plano de Adonis corriendo mientras un grupo de motociclistas lo acompaña haciendo piruetas a toda velocidad. Claro está que por más que los mencionados poderes sean garantía de confianza, hay que creerse el cuento, y nadie mejor que el propio cuentista para esta tarea. Stallone –aquí también productor y el film parece co-escrito por él- una vez más se pone en la piel del semental italiano y su corazón enorme traspasa la imagen. No creo que se trate de su mejor interpretación, pero como admirador de su carrera celebro el tardío aunque merecido reconocimiento que la pieza le está brindando. Usted ya vio esta película, pero créame: verla de vuelta es una gran decisión.
Preparate para llorar, reír y emocionarte con la interpretación más conmovedora en la carrera de Sylvester Stallone.Como fan de Rocky la verdad que este proyecto no me despertó precisamente un gran entusiasmo en el momento de su anuncio.El argumento de la serie había tenido su conclusión perfecta en Rocky Balboa y no le encontraba sentido que se extendiera con el hijo de Apollo Creed.Después de ver la película puedo afirmar que es una tremenda historia que no decepcionará a ningún fanático hardcore de la saga.Esta es la primera vez que una producción relacionada con este personaje no es concebida por Stallone.Creed fue un proyecto escrito por Ryan Coogler, un cineasta independiente que se hizo conocido en el Festival de Cine de Sundance, con su ópera prima Fruitvale Station (ver nota).Una de las claves del éxito de este film residió en que Coogler trabajó el argumento con mucho respeto y cuidado hacia la saga original.Creed no era una película sencilla de concebir porque un guión malo podría haber arruinado todo lo que había logrado Stallone en Rocky Balboa.Sin embargo, la propuesta de este joven director funciona a la perfección ya que no es una continuación forzada, sino una nueva historia que fluye en armonía con la serie clásica.Uno de los elementos más atractivos de esta película es que explora la vida de la familia de Apollo Creed sobre la que nunca tuvimos información luego de Rocky 4.En la primera escena se establece que Adonis Creed fue un hijo que Apollo tuvo en una relación extramatrimonial y posteriormente fue adoptado por la esposa del pugilista.El director Coogler logra que la historia de Adonis sea interesante desde su introducción en el relato, donde jugó un papel fundamental el trabajo de Michael B. Jordan (Los Cuatro Fantásticos ).Más allá de su llamativa transformación física para este papel, Jordan es un tipo carismático que logra que uno se interese por el conflicto personal que vive el joven Creed.Adonis se hace querer enseguida por la manera en que lo interpreta el protagonista y a partir del momento en que se encuentra con Rocky la película se vuelve sumamente emocionante.Algo que me impactó mucho de este film, porque no me lo esperaba, es lo bien que trabajaron los guionistas el balance entre el humor y el drama.Hay diálogos muy graciosos que funcionan a la perfección y contribuyen a descomprimir los momentos dramáticos que son intensos por la situación que atraviesa Rocky con su salud.Lo que me encantó de Creed es que es una película que tiene su propia personalidad. Ryan Coogler nunca intentó brindar una copia barata de Rocky, sino que construyó un mundo diferente para la historia de Adonis que luego se fusiona con la de Balboa.Creed Jr. pertenece a una nueva generación y esta cuestión también está planteada en el tratamiento cinematográfico que tuvo la película.Algo que se puede percibir principalmente en la manera que se retrata la comunidad de Filadelfia de estos días y la banda de sonido que se centra más en el Rithm and Blues y el Hip-Hop, con mejores resultados que en Rocky 5.Desde lo estrictamente cinematográfico Creed tiene una clara conexión con Rocky Balboa.Una característica que está muy presente en el perfil del oponente principal de Adonis y el modo en que se filmó la pelea central.En la realización del combate final el director Coogler sorprende con un soberbio plano secuencia, de casi 10 minutos, que narra los primeros dos rounds.Una secuencia que por otra parte retoma el estilo de transmisión televisiva que había tenido Rocky Balboa, donde inclusive vuelven a aparecer los mismos periodistas deportivos que comentan la pelea, algo que mantuvo la tradición de la saga en este aspecto.Ahora bien, más allá de estas virtudes que presenta el trabajo de Coogler, lo mejor de Creed pasa por la extraordinaria interpretación de Stallone que logra robarte algunas lágrimas y risas a lo largo del film.Su nominación al Oscar no fue por casualidad. Nunca lo vimos a Sly de esta manera, si bien ya había incursionado en papeles más dramáticos como lo hizo en Cop Land.En esta película su trabajo se concentró principalmente en un rol dramático donde sorprende a todos con la mejor actuación de su carrera.En Creed nos encontramos con un Rocky que se convirtió en una versión más compasiva de Mickey.Balboa le transmite su sabiduría al hijo de Apollo afuera y dentro del ring, pero sin el temperamento explosivo que tenía su viejo entrenador.Me encantó la relación que se construye a lo largo del film entre los dos personajes que brinda momentos muy emotivos.Creed es una tremenda película que no defraudará especialmente a ningún fan de la saga y recomiendo no dejarla pasar en el cine.
Estreno de Creed, corazón de campeón, de Ryan Coogler; el regreso del mítico Rocky Balboa a la pantalla grande. El héroe preferido de los estadounidenses no tiene súper poderes. No es aquel que salva a la chica de un incendio o a la ciudad del villano de turno. El héroe favorito es el ciudadano común, que a fuerza de voluntad y capacidad, lucha contra todos los prejuicios para salir adelante en la vida y construir el sueño americano. Esos son los valores y la moraleja que intentó inculcarle Sylvester Stallone a su máxima creación, Rocky Balboa, hace 40 años atrás, inspirado en sus propias experiencias de vida. Después de cinco secuelas, todas escritas por el protagonista, llegó la hora de pasar la antorcha y construir un nuevo héroe, más joven y acorde a los nuevos tiempos. Esta vez no se trata del hijo del protagonista, que fuera la esencia de la quinta y decepcionante entrega, sino de Adonis, el descendiente no reconocido de su eterno rival, amigo y mentor, Apollo Creed. Adonis tuvo una infancia dura en orfanatos, hasta que su madrastra decide criarlo otorgándole los beneficios económicos de ser el heredero de la fortuna Creed. Pero, el chico siempre busco una identidad propia, alejada del mito del padre, y quiere convertirse en un boxeador profesional alejado del apellido que le podría dar fama. Para eso se muda de California a Filadelfia y pretende entrenar con la única persona que estuvo con su padre hasta el final, el mítico Rocky Balboa, ya anciano, solitario y dueño de un restaurante. Ryan Coogler, joven y premiado realizador de Fruitvale Station, decide construir una especie de fanfilm de la obra original de 1976, conservando la estructura narrativa del luchador que empieza desde abajo y tiene la posibilidad de pelear por el título mundial. Por supuesto, que dentro del entrenamiento está luchar contra sus propias sombras, los fantasmas del pasado, el ego y otras pruebas. Habrá un interés romántico y encontrará una figura paterna en el antiguo rival de su padre Así como Star Wars: el despertar de la fuerza y Jurassic World, Creed cruza esa línea entre el homenaje, la remake y la secuela para despertar el interés de una nueva generación por una saga que parece no tener fin. Y sin embargo, el talento como narrador clásico de Coogler, permite disfrutarla como obra independiente. Si bien está llena de citas y guiños al fan, el realizador comprende en que debe enfatizar para construir una emoción genuina. El personaje no es perfecto. Esa imperfección permite empatizar con el espectador. Las peleas tienen un gran nivel de tensión y suspenso, y Coogler las filma con solvencia, arriesgándose a diseñar planos secuencias meticulosos que ayudan a introducir al espectador en cada lucha. El relato está equilibrado entre la narración deportiva y la emotiva, pero nunca de manera forzada. Incluso los golpes bajos no derriban el ritmo. Creed es fluida, inspiradora y entretenida. Le da protagonismo a la ciudad –así como la original- y exhibe su evolución a lo largo de 40 años. Pero la llama de la película no tendría esa vitalidad si no fuera por su notable trío protagónico, compuesto por Michael B. Jordan, promesa del cine industrial de Hollywood, Tessa Thompson, notable descubrimiento y el legendario Sylvester Stallone, al que no le pesan los años tanto como a Rocky, y no tiene problemas en delegar el protagonismo para asumir un rol secundario esencial con el personaje que le dio mayores alegrías personales. La naturalidad y el temperamento que impone el semental italiano es maravilloso, y no caben dudas que todos los honores que le están reconociendo por esta interpretación, son merecidos. Creed es un hermoso tributo a una saga que se ganó merecidamente un lugar entre las películas más admiradas y amadas por el público mundial por casi media década. Es una demostración que los mitos siguen vivos, y el cine clásico bien ejecutado siempre es efectivo
Remake como parte de un linaje Como la Rocky original, Creed es un clásico relato de superación, un drama emotivo en el que la fe en uno mismo y el sentimiento de pertenencia a un núcleo familiar que se elige ocupan el centro del ring. Sylvester Stallone recupera lo mejor y más esencial de su personaje. Hace cuatro décadas, con el éxito de La guerra de las galaxias (George Lucas, 1977), comenzaba la era de las sagas, un fenómeno que hoy es uno de los pilares del negocio del cine. Sin embargo, ya algunos años antes se habían estrenado películas que acabaron convirtiéndose en sagas, como El Padrino (Francis Coppola, 1972), y otras, como Tiburón (Steven Spielberg, 1975), en algo que, sin llegar a tanto, al menos derivó en una serie de películas que iban sumando numeritos correlativos y ascendentes detrás del título original (en casos así, lo correcto sería hablar de simples franquicias). Entre las grandes sagas que Hollywood alumbró en ese último medio siglo, es posible que la del boxeador Rocky Balboa, creada, actuada y a veces dirigida por Sylvester Stallone, sea la que tiene peor prensa. Y, sin embargo, quizá se trate, sino de la mejor, al menos de la más pareja y entretenida.La Rocky original fue nominada a diez Oscar, de los cuales se llevó tres, incluyendo Mejor Director (John Avildsen) y Mejor Película. Le ganó a nombres como Ingmar Bergman, Sydney Lumet, Lina Wertmüller o Alan Pakula, y a títulos como Taxi Driver, Todos los hombres del presidente o Poder que mata). Cuatro décadas más tarde, llega Creed, corazón de campeón, dirigida por el prometedor Ryan Coogler, y no se sabe si este nuevo film debe ser considerado el séptimo capítulo de la serie, un spinoff o el hipotético inicio de una nueva saga. Incluso, puede que sea todo eso al mismo tiempo. Pero hay algo que Creed es sobre todas las cosas: una remake de Rocky. Es cierto que, tras el éxito de la película en 1976, casi todos los films de boxeadores son un poquito remakes de Rocky, pero en este caso hay un linaje de sangre que legitima la maniobra.Como aquella, Creed también es un clásico relato de superación, ese gran mito de la cultura estadounidense. Sólo que si Rocky era una fábula barrial y su protagonista un neto paladín de la clase obrera, en el caso de Adonis (gran trabajo de Michael B. Jordan), hijo de Apollo Creed (aquel que primero fue némesis y luego amigo de Balboa), ese camino del héroe deberá ser forzado a cumplirse luego de que la viuda de su padre lo rescate de un reformatorio a los 12 años. Así, el protagonista salta sin escalas de la marginalidad a una vida opulenta en la mansión de Apollo, muerto en combate boxístico-ideológico en la apoteósica Rocky IV (1985). Será el propio Adonis quien deberá volver a “hacerse pueblo” para retomar su camino en el punto en el que fue apartado de él.Igual que Rocky, Creed no es sólo una película de boxeo, sino un drama emotivo en el que la fe en uno mismo y el sentimiento de pertenencia a un núcleo familiar que se elige ocupan el centro del ring. El boxeo apenas es el catalizador que hace que todas las lágrimas acumuladas se vuelvan incontenibles. Sí, Creed es una película de llorar, con ganas y con gusto, igual que Rocky. Y en eso tiene mucho que ver la figura de Stallone.Mil veces despreciado, a veces con razones atendibles (desde mediados de los 80 hasta comienzos del siglo XXI su carrera fue errática), durante años Stallone cargó el estigma de que el público proyectara en él las pocas luces de sus personajes emblemáticos, como Rambo o el propio Balboa. Por el contrario, se trata de un hombre que desde el cine supo leer con inteligencia, tal vez como nadie, el contexto político de los años finales de la Guerra Fría, para crear personajes que se convirtieron en símbolos de Occidente. Lo mismo pasó en los últimos años, en los que relanzó con éxito su carrera de héroe de acción. Es cierto que se puede discutir sobre el contenido político de algunas de sus películas, pero en el caso Rocky consiguió que, con excepción del episodio cinco, cada uno entregara mucha tela para cortar. Y si Creed se trata de cómo convivir con una herencia pesada, la película cumple con creces el objetivo de sostener su propio legado con dignidad.En el camino ofrece algunos hallazgos inesperados, como un puñado de planos secuencia de una aparente sencillez técnica que es inversamente proporcional al peso dramático que aportan, como los que llevan a Adonis desde el camarín hasta el cuadrilátero en cada una de sus peleas. Lo contrario de lo que una semana atrás ofreció Alejandro González Iñárritu en The Revenant. Si algún reproche se le puede hacer a Creed es la ausencia de un rival con verdadero peso cinematográfico, algo que le sobraba tanto al Apollo Creed que encarnaba Carl Weathers, como al Cluber Lang de Mr. T o al Iván Drago de Dolph Lundgren. De vuelta a Stallone: su labor encarando la vejez de Rocky recupera lo mejor y más esencial del personaje, en línea directa con el film de 1976 y con la entrega anterior, Rocky Balboa (2006). Sin dudas, el Oscar a Mejor Actor de Reparto al que está nominado ya tiene grabado su nombre. No sólo porque será justo, sino porque el golpe emotivo que representa la sola idea de ver al viejo Sly subiendo a recibir el premio es un momento único que el mundo del show business no se permitirá perder.
Un nuevo round de Rocky Este año se cumplen 40 años de Rocky, película que inició la popular saga boxística que, con siete entregas, cruzó todas estas últimas décadas y marcó a varias generaciones de cinéfilos. Como los buenos vinos, la historia del Rocky Balboa de Sylvester Stallone ha madurado de forma notable, asentándose, por un lado, y adquiriendo renovadas fuerzas para sostenerse en pie con absoluta nobleza, por otro. Con Stallone ocupando ahora un papel secundario como entrenador y mentor que se ubica entre lo mejor de su larga trayectoria (está nominado al Oscar y merecería ganar el premio), el protagonista es Adonis "Donnie" Johnson (un convincente Michael B. Jordan tanto desde lo físico como desde lo dramático), hijo de Apollo Creed, mítico rival y luego amigo de Rocky, al que nunca llegó a conocer. Tras una impecable (por su precisión y austeridad) presentación de los personajes y sus conflictos, Creed: Corazón de campeón se concentra en dos elementos esenciales de este subgénero: la relación maestro-alumno y la evolución de la carrera deportiva, aunque también hay espacio en las algo más de dos horas para una subtrama romántica con una cantante interpretada por Tessa Thompson. En su segundo largometraje tras el consagratorio debut con Fruitvale Station (también protagonizado por Jordan), el guionista y realizador Ryan Coogler no sólo recupera y recrea con amor y respeto el espíritu épico y emotivo de la saga, sino que le imprime un sello propio, sobre todo en las escenas de combate. Una de las primeras peleas de Adonis, por ejemplo, está narrada en un único y prodigioso plano secuencia para el que contó con el siempre notable aporte de la directora de fotografía Maryse Alberti. Clásica y moderna a la vez, Creed: Corazón de campeón es melancólica porque homenajea a sus predecesoras (sobre todo a la primera), pero decididamente contemporánea porque está concebida también para el consumo de los nuevos públicos. Es sensible y entretenida. Reivindica a Stallone y logra de él una actuación prodigiosa con los reconocibles fondos de la ciudad de Filadelfia. Otra gran película del veinteañero Coogler. Dos de dos.
Un cross a la mandíbula Como el Ave Fénix, Stallone renace en, tal vez, la mejor de la saga de Rocky después de la original y la tercera. Cuando todo hacía suponer que la historia de Rocky Balboa, tras los dos últimos intentos de su mentor, Sylvester Stallone, no daba ni para salir a bailotear un primer round, Creed: corazón de campeón, es como un cross a la mandíbula. Creed es el primer filme con Rocky que no tiene guión de Stallone. El libreto y la dirección es de una de las ya no promesas, sino realidades del cine independiente que salta al cine mainstream, Ryan Coogler. Si con el drama racial Fruitvale Station (2002) demostró sangre caliente, aquí el realizador negro se adueña del cuadrilátero a sus 29 años para el resurgimiento de la saga y (otro más) un nuevo renacimiento de Stallone como intérprete. Creed es homenaje, pero también reescritura de la Rocky que en 1976 le ganó el Oscar como mejor película a Taxi Driver. Las semejanzas son enormes. Adonis Johnson (Michael B. Jordan, otra revelación) es el hijo bastardo de Apollo Creed, el bravucón que le ganó a Balboa en la primera pelea por el título mundial. Pendenciero y peleador, rescatado por la viuda de Apollo de reformatorios, crece y deja Los Angeles para ir a Filadelfia a que Rocky lo entrene. Balboa tiene un restaurante (que se llama Adrian, en honor a su esposa fallecida) y, mascullando como siempre, termina aceptando. Como en Rocky, Adonis es el tapado que tendrá la chance de enfrentar al gran campeón, un inglés bravucón (el boxeador de la vida real Tony “Bomber” Bellew). También tiene a su novia (Tessa Thompson). Y, por si fuera poco, una vitalidad, un vigor, un aguante similar al de su coach. Las coreografías de los combates (muchos en plano secuencia, una sola toma) son impresionantes, lo mismo que las interpretaciones. Stallone cada tanto -Copland (1997) fue un ejemplo- se deja dirigir y brota de él una templanza, una mesura y una sobriedad desconocidas, y logra una empatía con la platea inmediata. Jordan, a quien vimos como Johnny Storm en la deprimente nueva Los 4 Fantásticos, pero que protagonizó Fruitvale Station donde era imposible sacarle los ojos de encima, se exige física y psicológicamente para encarnar a esta casi alma gemela de Balboa. Menos ignorante obtuso, pero igual de necio. No en las escenas de combate, sino en las que Creed y Rocky, Jordan y Stallone comparten es donde está la clave del éxito de la película. Y quizá Creed no reúna generaciones como Star Wars, pero tiene fibra y musculatura como para seguir peleando.
Publicada en edición impresa.
Crítica emitida por radio.
Si alguna vez alguien hubiese pensado que la épica historia de Rocky Balboa terminaría en un pastiche, que sólo quiere sumar golpes de efecto y momentos sensibleros a expensas de un contexto social marginal y la utilización del recurso de la enfermedad como tema narrativo, la historia previa, tal vez, hubiese querido que las entregas anteriores terminaran de otra manera para evitar caer en comparaciones. Pero como el género de cine de boxeo, uno de los más sólidos y con más exponentes hasta el momento, es también uno de los más recurrentes y reiterativos, cuando un producto como “Creed: Corazón de campeón” (USA, 2015) llega a las pantallas, con una impronta que lo quiere posicionar como el nuevo referente, todas las especulaciones son echadas por la borda porque en el fondo no termina aportando nada. En “Creed…” un joven Adonis Creed (Michael B. Jordan) dejará su profesión y estudios para dedicarse de lleno al mundo del boxeo. Descendiente de un linaje épico pugilístico, el muchacho decidirá contactar al viejo amigo de su padre Rocky (Silvester Stallone) para, de alguna manera, lograr cierto prestigio y protagonismo dentro del cuadrilátero, el mismo que su progenitor supo conseguir. Pero Rocky al principio se niega a la tarea, porque sabe que en el fondo puede costarle, tal como a su viejo amigo Apollo Creed, la vida, y como no quiere esto para el joven, hasta el último momento dudará de confirmarle si será él quien lo guie por el duro camino del entrenamiento y el perfeccionamiento. Mientras espera la decisión de Rocky, Adonis decide comenzar con otro entrenador, y comienza a relacionarse con una joven música (Tessa Lynne Thompson) que le ofrecerá al filme la cuota necesaria de romance para también atrapar al posible y cautivo público femenino. Pero este aditamento, a diferencia de la saga Rocky, sólo suma en cuanto a momentos innecesarios que intentan sumar características negativas del protagonistas en tanto hombre que cela a su mujer (una joven que intenta hacerse paso en el camino de la música). Y cuando la mezcla de todas las películas anteriores, en apariencia, comienza a funcionar, el poco carisma del protagonista (que hace un esfuerzo sobrehumano para mostrarse como el intérprete ideal de la historia, y que ya trabajó con el director en su filme anteiror) y el tedioso guión (con largos parlamentos acerca del esfuerzo y la pasión necesaria para alcanzar las metas) que desborda lugares comunes, hacen de “Creed: Corazón de Campeón” un producto más pensado para la pequeña pantalla que para el cine. La intervención de Rocky como el mesías y mentor de Adonis, y que en esta oportunidad deberá dejar su estoicismo al ser atravesado por una dura enfermedad, y la recuperación de la genial Phylicia Rashād como la madre del boxeador, son los puntos más fuertes de un filme al que no sólo le sobran minutos, sino que también le falta la potencia de la épica, la adrenalina, y la pasión que supo tener, otrora, la saga original de Rocky.
Cuando Sylvester Stallone ganó el Globo de Oro a Mejor Actor de Reparto dijo que pocos habían tenido un amigo imaginario como él. Rocky ha sido a lo largo de muchos años el amigo imaginario de todos. Lo adoramos profundamente: hemos sido testigos de sus caídas, de su necesidad de vengar a su amigo, o de probarle al mundo que podía quedarse en pie en el ring, o el peso de sobrevivir al amor de su vida. Esta película es más un homenaje a esa figura que cualquier otra cosa, pero los que hemos crecido viendo al gran Balboa, somos conmovidos hasta la médula. La película es la historia de Don, quien no es otro que el hijo de Apollo Creed que no llegó a conocer a su padre porque Ivan Drago lo asesinó en el ring. Don tiene que asumir cuál es su lugar en el mundo y cómo dejar de vivir en la sombra de su padre por más que siente una imperiosa necesidad de pelear. Para esto, lo busca a Rocky: para que lo entrene. Y la pelea y el rival tampoco se harán esperar. De a poco volvemos a las calles de Filadelfia, a recorrer los queridos espacios del viejo gimnasio, a saludar a la tortuga de mascota, a la mágica escalera. Uno de los mayores aciertos de la película es sin duda la fotografía: donde se usa mucha luz plana y dura mientras construye el melodrama, usa los espejos en cuanto a la idea del doble y reconocerse y la movilidad de la cámara que es enfermiza. Entre que se mete al ring, que hace travellings circulares en planos cada vez más cerrados, los planos cenitales es visualmente ruda, sucia y poderosa al punto que las coreografías de peleas se ven sumamente reales. Ryan Coogler, quien conoce a Michael B Jordan en profundidad porque ha sido el actor principal en su único largometraje previo, pone una nueva alma a esta vieja historia. El resto del cast se nutre con el querido Sly, que por momentos parece tan nostálgico como nosotros. No sé si realmente es un gran actor, pero es Rocky y es parte de nuestras historias. Es por eso que para los Premios de la Academia, siempre voy a votar por él. Además, me cautiva su capacidad de inventarse e inventar su carrera por sí mismo. En cuanto a la lógica de la saga, encuentra en esa magia de la repetición unas interesantes vueltas de tuerca: si bien la nueva heroína no es tan depresiva y de baja autoestima como Adrian, tiene una fragilidad física que hace a la historia dulce de nuevo e íntima de nuevo. Don es tan solitario como era Rocky y tiene mucho que probarse. El film dura casi tres horas, pero tiene un buen resultado final y un reencuentro que todos anhelamos. No se la pierdan.
El legado continúa 40 años han pasado ya desde el estreno de la primera Rocky, esa película que marcaría un hito en la historia del cine y la cultura popular, la que a través de su característica melodía de ¨Gonna fly now¨ llenaría de fuerza la sangre de miles o millones de deportistas desde ese mismísimo momento, sin contar con ser el clásico y casi obligado tema a usar en montajes de videos de boxeo y parodias por doquier. En su momento la primera Rocky sumó 3 premios Oscar y más de una docena de premios en festivales y competencias oficiales. Fue el año 1976 en que la magia de ¨El semental italiano¨, Rocky Balboa, pasaría a formar parte de la memoria de todos nosotros. Hemos visto pasar secuelas de las que podríamos hablar tanto, pero esta vez es distinto. Creed marca una grieta y se convierte en una auténtica bisagra para la franquicia manejada por Sylvester Stallone. Las razones de esto son varías y están a la vista: esta vez Rocky no vuelve a las cuerdas a luchar con el cuerpo, sino que lo hace con el alma y el espíritu. En esta oportunidad su conocimiento, su legado, es transferido al hijo de su mayor rival de tiempos pasados, el hijo de Apollo Creed, personificado en este caso por Michael B. Jordan. Bajo la gran responsabilidad de la dirección de esta nueva película se encuentra Ryan Coogler, un joven director de poca experiencia que debutó en la pantalla grande con el film Estación Fruitvale (Fruitvale Station, 2013), una película de denuncia social basada en una historia real de gatillo fácil por parte de la policía contra un ciudadano negro. Quien haya visto su primer película podrá notar un gran cambio y evolución para con Creed, algo realmente llamativo tomando en cuenta que Estación Fruitvale no se destaca por su fluidez y cuenta con muchos problemas bajo la dirección y el guion, el cual estuvo también a cargo del propio Coogler (y lo cual se repite en Creed en modo de co-autoría). Creed funciona a niveles necesarios para ser el puntapié inicial de una saga revitalizada y deja un agradable sabor en la boca que se ve apañado por alguna que otra decisión no tan acertada al intentar hacer uso de la nostalgia como recurso, convirtiéndose en un arma de doble filo. En ella no faltan las referencias, algunas simples y agradables, y otras tan forzadas como innecesarias, pero por atino de varios otros factores no logran apañar el resultado final. Las actuaciones están a la altura de las circunstancias, nadie falla ni pretende más de lo que puede dar, tanto Michael B. Jordan en el papel del hijo de Apollo Creed como Stallone en el de Balboa se complementan desde el primer momento como si fueran tío y sobrino tal como se pretenden autodenominar en la película. La actuación de Stallone viene levantando cierta polvareda por su galardón obtenido como mejor actor de reparto en los Golden Globes y la nominación bajo la misma categoría en los premios de la Academia. Si bien es cierto que es destacado su performance en el film, la nominación parece ser más de índole honorifica o de envión mediático, aunque esto no signifique que no tenga posibilidades de ganar la estatuilla. A grandes rasgos Creed no solo cumple con el nuevo público, sino también con el viejo fan, aunque incurro que tendrá mejor aspecto positivo en los primeros, ya que la marca que ha dejado Rocky en los corazones de todos los que la tenemos aún presente es muy grande y difícil de reemplazar.
Los guantes mágicos El boxeador más querido del cine se niega a retirarse –para gran alegría de todos– y, aunque esta vez ha colgado los guantes, el indestructible Rocky Balboa pelea más que nunca con el contrincante más difícil de todos: el paso del tiempo. Y al haber ganado esa batalla, demuestra que sigue siendo el luchador que era, además de dedicarse ahora a entrenar a futuras promesas del boxeo. Rocky ha decidido que es el momento de pasarle su legado a otro tanto en la ficción –quien estará bajo el ala del gran boxeador es nada menos que el hijo de Apollo, cuyo nombre no podía ser otro que Adonis–; como en la realidad, donde ya no aparece como guionista o director si no como productor. Estamos ante una película que no hace más que repetir la fórmula que funcionó desde 1976 y que continúa triunfando, una con personajes de carne y hueso cuyos objetivos nos interesan y siempre deseamos desde este lado de la pantalla que los consigan. En este sentido, la estructura que compone Coogler funciona como un perfecto mecanismo de cine clásico, un molde conformado básicamente por tres grandes secuencias. El primero sirve para ponernos en situación con un prólogo en forma de flashback que culmina con la aparición del título sobre la pantalla en negro, y luego sigue adentrándonos en la historia de un novato que pelea como amateur, hasta que le llega la oportunidad de convertirse en un profesional. En el segundo bloque asistimos a su lucha interna –Rocky le muestra su propio reflejo en el espejo mientras le dice: “Ese tipo es tu peor enemigo”– por apartarse de la sombra de su padre, y el entrenamiento previo a la pelea contra el campeón invicto, que alcanza su máximo nivel de emotividad cuando el joven se prueba los míticos shorts azules con rayas rojas y estrellas blancas que pertenecieron a Apollo. La confrontación con sus fantasmas es lo que abre paso al último bloque de la película, que se centra en el esperado combate final. Coogler aprovecha toda esa potencia emotiva con la que cerró la secuencia anterior para comenzar la última con un plano secuencia aparentemente sencillo, pero virtuosísimo, en el que Rocky acompaña a Adonis sin sacar su mano del hombro del joven ni por un segundo durante todo el trayecto desde el vestuario al ring. La posterior aparición de su rival es la de un auténtico villano que pareciera provenir del lado oscuro de la fuerza, entre fuego, humo y una negrura neblinosa propia de la villanía. Podríamos decir entonces, que en cuanto a su estructura, Creed funciona casi como una réplica perfecta de la primera Rocky, y que hasta se da el lujo de prácticamente calcar la secuencia del gallinero entre Mickey y el todavía novato boxeador italiano, para trasladarla ahora al Rocky entrenador de Adonis. Coogler abraza la opción trillada y sale indemne, porque nos recuerda siempre cuál es el sentido de esa lucha, porque los personajes nos importan y desde este lado de la pantalla lo que más deseamos es verlos alcanzar sus metas. Por esta y muchas otras razones, Creed está llena de elementos que la convierten en una obra de arte de un gran valor cinematográfico. Sin contar su enorme carga nostálgica –que puede sentirse en el cuerpo y en la mirada de Stallone, o en las imágenes del combate entre Creed y Rocky que Adonis mira por YouTube–, la película contiene una fuerza fílmica descomunal. Nos emociona con su aroma a nostalgia, pero también a puro cine. Todo se centra en el movimiento, que nunca se detiene, en el desplazamiento y, por supuesto, en la mitología. Las peleas de Adonis con Rocky como entrenador están narradas de maneras diametralmente opuesta la una respecto de la otra, con recursos que van desde un plano secuencia que nos hace sentir, desde el interior del cuadrilátero y en tiempo real, el desgaste físico de los rivales, hasta la hiperfragmentación del encuentro final que combina todos los tamaños de plano existentes en un montaje veloz y preciso donde todo gira en torno al movimiento, esa voluntad cinética de la que Stallone es el principal impulsor. Un actor que, incluso en su vejez, con cada nueva película, logra sorprendernos con el arte de la coreografía puesta al servicio de algo que es muchísimo más que una etiqueta genérica, es una manera de entender qué es el cine. Tanta ternura tiene la película, y tanto amor por sus personajes que los reivindica con una forma ya casi extinta de sentir y de hacer del mundo y del cine un lugar mejor. Probablemente no estemos ante la mejor película de Stallone o de la saga que nunca envejece, pero sin dudas Creed es una de las más emotivas y un ejemplo genuino del mejor cine clásico de Hollywood.
Más drama que testosterona, la formula infalible En 1976 Sylvester Stallone escribió el guión para una película que protagonizó, y asi entró a la historia del cine como Rocky Balboa. Ahora, cuarenta años más tarde, Stallone pasa en limpio los balances y las cuentas de vida en lo que al legado de Rocky respecta. Lo llamativo aquí es que esa especie de antorcha pasa a los puños del hijo de Apolo Creed, su gran amigo y oponente en el cuadrilátero. Durante la década del 80, la contextura física Sylvester Stallone lo posicionó como una de las figuras más singulares del cine americano en la pantalla grande. El actor fue la idónea herramienta para una metáfora cinematográfica y política concreta, que primaba al músculo sobre el cerebro. Poco quedaba del Rambo de First Blood (1982), película que en su instancia inicial resulto un llamado de atención a la sociedad respecto a la condición marginal que la sociedad daba a los ex-combatientes. La saga habría de desvirtuar su mensaje fundacional llevando los músculos y calibres de Rambo a las tierras de Oriente y, a cuanto escenario belicista requiriese que se apretara un gatillo en nombre de Reagan u otras gestiones de gobiernos republicanos en los Estados Unidos, a modo de recurrente paradigma del cine de acción de aquella década. Rocky Balboa en los 80 tampoco pudo eludir el signo de los tiempos y debió “hacer patria desde el cuadrilátero”, de modo que Apolo Creed y Rocky Balboa se enfrentarían a Ivan Drago, exponente soviético definitivo, forjado en la frialdad de la ciencia, el deporte de estadística y sin pasión; una impronta política que desafiaba al reaganismo y al sueño americano. Entonces los Estados Unidos estaban poco avezados en corrientes de pensamiento de diversidad, por lo que en Hollywood no estaba muy bien visto que un héroe afroamericano salvara el estilo de vida americano, de modo que Creed pasó a ser un mártir para la causa. No quedaba otra instancia que acudir a un (anti)héroe descartable de la clase trabajadora como Rocky, poniendo el cuerpo como referente de una política militar revanchista, hecha carne en el eterno contendiente que entonces subiría al ring, no solo para salvar la memoria de su amigo, sino para recuperar las malogradas cartas diplomáticas de los Estados Unidos como potencia mundial. Luego de aquel episodio signado por el choque sistematizado de los bloques de Oriente y Occidente, todo volvería a la normalidad en la saga del semental italiano con relatos ceñidos por una impronta melancólica. La saga de Rocky es una de las franquicias más emblemáticas del último siglo del cine. Rocky Balboa trasciende al marginal de turno devenido en deportista y epitome del sobreviviente redimido por el mundo del boxeo, que adquiere dimensiones de leyenda en su ciudad. Imposible olvidar las fanfarrias de las trompetas en aquella primera película de John G. Avildsen, escrita y protagonizada por Sylvester Stallone como el contendiente de Apolo Creed, entrenando durante invernales jornadas de running, sumando seguidores a cada paso en las calles de filadelfia. Hoy, el relato de Creed funciona a muchos niveles, incluso ajustándose a una estética épico-deportiva, tomando a Adonis Creed (Michael B. Jordan) como un joven “príncipe” sofocado por la sombra y el legado de un padre/rey ausente. Como bien rezan los dichos: “La sangre tira” y Adonis, un joven formado entre los privilegios de la clase alta, acometerá con la furia de su fibra más íntima para desafiar la leyenda de un padre que nunca conoció y que todo el mundo admira. De padre a hijo se transfiere el talento, la potencia para los Crochet, jabs, directos y uppercuts, sin embargo, Adonis Creed tiene un camino por recorrer y una historia que contar. Adonis se hace camino al andar, por lo que para entender el legado de su padre va en búsqueda de Rocky Balboa, el hombre que mejor lo entendió tanto arriba como fuera del ring, funcionando como analogía, revés de la trama y esencia misma de la saga de Rocky. Creed aborda la relación de mentor- discípulo y viceversa, explorando a seres frágiles a pesar de su imponente estatura, mediante un relato que alude a los golpes de la vida y esas instancias en las que se necesita un hombro amigo en el cual apoyarse para continuar. La película de Ryan Coogler (Fruitvalle Station) evidencia los matices de personajes que tienen más corazón que necesidad de dar batalla. Creed, corazón de campeón es una película que es capaz de valerse por sí misma y a su vez llegar a la esencia misma de la saga de Rocky, entendiendo que el secreto estuvo siempre a la vista de todos: más drama que fuerza y testosterona. En Creed, corazón de campeón el realizador y guionista Ryan Coogler venera la mitología con la que se encuentra trabajando; pero como hizo J.J. Abrams con Star Wars Episodio VII, se permite realizar una deconstrucción respecto a las películas precedentes de Rocky, con todos los dramas personales y deportivos implícitos. Creed se gana su pulso e impronta en lo que se asume será su propia saga, no sin antes, como una suerte de liturgia, venerar a sus ancestros, mediante un relato sustentado desde nuevas estéticas y composiciones narrativas actuales con el punto de vista en Adonis Creed, un personaje que se constituye como tal desde el legado Apolo y desde Rocky, a modo de un eco remanente entre las dos historias.
Aprender quién soy, para mí y para los demás Todos, de diferentes maneras, tenemos que luchar con un legado que nos precede, con todo un conjunto de tradiciones que nos forman, que van construyendo nuestras identidades, y a la vez nos condicionan a futuro. ¿Estamos destinados a repetir sus caminos o tendremos la chance de desarrollar nuestras propias rutas? ¿Hasta qué punto los lineamientos que nos imponen siendo hijos determinan nuestras futuras decisiones? ¿Cuánto pesa el apellido que tenemos? Todas esas preguntas rondan el relato de Creed: corazón de campeón, donde el director Ryan Cooger repite la operación estructural de su ópera prima, Fruitvale Station, desarrollando nuevamente el camino del héroe, aunque en vez de seguir la senda trágica, va para otro lado, permitiéndole a sus protagonistas concretar sus sueños y deseos, aunque sea de formas no lineales. Porque el camino de Adonis Johnson (Michael B. Jordan) no será simple y lineal, el ser hijo del gran campeón Apollo Creed lo pone en una posición problemática: ¿cómo hacerse cargo de ese pesado apellido? ¿Cómo ir trazando su propio rumbo? ¿Cómo ir construyendo su propia historia? El acto heroico de Adonis pasará por el aprendizaje, por encontrar el punto de equilibrio entre ser Adonis y no Apollo, pero caminando por la vida siendo un Creed. El método pasará por ir adquiriendo una identidad boxística a través del entrenamiento con Rocky Balboa, el que fuera el gran rival de su padre, pero también su amigo. Lo deportivo, como en toda la saga de Rocky, pasará a confluir con lo personal. La práctica, la disciplina irá terminando de definir a la persona. Lo de Rocky será distinto, aunque si se lo va pensando, no deja de ser similar. El ya sabe quién es, o más bien quién ha sido, es consciente de las estructuras que componen su pasado, de qué ha significado para los demás. Su aprendizaje pasará por empezar a aceptar quién es, cuál es su presente, lo que puede darle a los otros, a que todavía puede dar pelea, aunque sea desde el rincón, ubicándose en un segundo plano. Desde la enseñanza también se aprende, no cualquiera sabe transmitir su conocimiento y experiencia. La pequeña épica de Rocky será el convertirse en un mentor, en un maestro que sepa hablar pero también escuchar, valorando al alumno. Coogler, para contar esta historia de aprendizaje, de conocimiento, de autoconocimiento y de conocimiento del otro, recurre a las herramientas lógicas e indispensables, que son las cinematográficas. Desde lo formal, el contenido y lo narrativo, Creed: corazón de campeón respira en todo momento cine. El director demuestra, en cada plano, en cada segundo, cuánto conoce, respeta y quiere al género deportivo, ese género hecho de personas que aprenden a ser desde la evolución como deportistas, donde el profesionalismo disciplinar se fusiona con todo lo personal. Lo hace, en primera instancia, haciéndose cargo de que toma la posta de una saga inoxidable, plagada de pequeños grandes momentos y que a pesar del paso del tiempo sigue teniendo elementos para aportar a la actualidad. Ahí tenemos el plano de Adonis observando el video de la pelea entre Rocky y su padre, imitando los movimientos, copiándolos, y a la vez buscando adquirir un estilo propio, intentando lidiar con esos gigantescos referentes. El cine de Coogler dialoga con el cine de Stallone, lo interpela, le pide en cierta forma permiso, pero también se planta firme y le dice que pase lo que pase va a recorrer su propia senda. De lo que viene la segunda instancia, porque Creed: corazón de campeón es tan respetuosa con el legado cinematográfico que la precede como libre para ir delineando su propia visión sobre el boxeo, las relaciones entre maestros y discípulos, la mujer como entidad de reparto pero fundamental para apoyar al boxeador, lo que implica crecer, la forma en que lo físico juega su papel, el rol de lo icónico y los significados de los nombres propios. Por eso el notable plano secuencia de la primera pelea, esos varios minutos plagados de tensión donde Adonis se da a conocer y Rocky deja en claro su nueva función como entrenador. Allí no hay simple manierismo ni un director queriendo evidenciar su sapiencia (cosa que alguien como Iñárritu nunca aprendió y por eso hace cosas como El renacido): hay personajes animándose a enfrentar sus miedos y limitaciones, empezando a decirle al mundo quiénes son, dónde están parados, qué es lo que quieren, con los dientes apretados, a los puñetazos. Si hay algo que queda claro, es que una saga que parecía haber clausurado sus posibilidades a partir de ese cierre estupendo que era Rocky Balboa, con Creed: corazón de campeón demuestra que puede empezar a contar sucesos nuevos, para nada estirados o forzados, sino plenos de vitalidad. Y que Coogler puede ya tener su pequeño lugar en la historia del cine de los últimos años, porque va trazando una serie de conflictos, diálogos y secuencias que llevan a que no sólo Jordan encarne a un protagonista plagado de matices, sino que Stallone entregue la actuación de su vida: su Balboa es un tipo que lucha a partir y contra su experiencia, a partir y contra sus años, que da pelea a partir de determinadas frases perfectas pero también desde las cicatrices que marcan su cuerpo. Lo suyo es la pura dignidad -aún en la enfermedad, cuando su cuerpo flaquea-, la dignidad de un peleador que combate unos rounds extra no por mero voluntarismo, sino para seguir aprendiendo. Stallone ya es inseparable de Rocky, pero está lejos de la sátira, de la mera reproducción de gestos ya conocidos, lo que brinda es la pura superación, la constancia de que siempre se puede evolucionar. Esa certeza, hecha de un sinuoso recorrido, se traduce en emoción, emoción que sólo puede transmitir un animal cinematográfico como Stallone/Balboa. Podrá parecer una obviedad, pero el aprendizaje no tiene edad, y no discrimina funciones o personalidades. Creed: corazón de campeón nos dice esto con una enorme potencia audiovisual, con una convicción de fierro. Y nos persuade de que no hay nada más heroico que aprender, mostrando a un alumno y su maestro, fusionando los roles. La fisicidad hecha enseñanza, eso es Creed: corazón de campeón.
La franquicia de Rocky tiene un nuevo coach y, casi de manera sorpresiva, Creed: Corazón de campeón llega al séptimo round con esperanzas de ganar por Knock out. Rocky Balboa, el film de 2006 que sólo fue creado para manchar la historia del Semental Italiano dentro y fuera del ring, quedó en el recuerdo gracias al estreno de Creed: Corazón de Campeón. El film dirigido por Ryan Coogler renueva la franquicia pugilística más legendaria del cine y la mete derecho en la pelea de los premios Oscar. El joven director vuelve a reunirse con Michael B. Jordan, como lo hizo en la dura y grandiosa Fruitvale Station (2013), para que interprete al joven boxeador Adonis. Éste busca saciar sus deseos de subirse al ring, triunfar y saldar una deuda de sangre con su propia historia, su identidad. Pero para que este joven lo logre, Balboa, la leyenda del boxeo, debe enseñarle lo que es ser un campeón. La historia se centra en la travesía física y emocional de Adonis Johnson, el hijo de Apollo Creed, impulsada por el joven para ganarse a fuerza de puños lo que le corresponde por ser hijo de uno de los grandes campeones de la historia del boxeo. Pero Johnson no quiere afrontar su desafío con el nombre de su padre por varias razones. Aquí es donde Rocky toma un papel importante en la historia. El ex-campeón italoamericano de Filadelfia ya no desea codearse con la ambición que atrapa a la gente del Boxeo y continúa con su vida de una manera solitaria y dedicada de su restaurante hasta que el joven lo conquista por distintos motivos. Entre ellos, la búsqueda de Adonis por su verdadera identidad, la identificación del más viejo con el joven y esa fuerza interior que resultó tan atractiva para Rocky. Uno de los méritos de Coogler es cómo diferencia el entorno privilegiado en el cuál creció Adonis y el presente que eligió: la crudeza de las urbes en crisis, la búsqueda de la gloria para salir de aquellas miserias y las diversas capas sociales de Filadelfia que tan bien retrata en la película. La música junto a los chistes que unen a Rocky con las nuevas tecnologías, son los grandes aciertos del joven director, quien estará a cargo de Black Panther, una de las películas de Marvel para 2018. En las películas de boxeo es sumamente importante la destreza para utilizar la música y el montaje en momentos claves como las escenas de entrenamiento y la pelea en sí. Contrario al resto de la saga, aquí las escenas de pelea sí son creíbles. Coogler utiliza un planteo inteligente: no se queda con lo ya conocido, sino que usa diferentes maneras de filmar una pelea. Por momentos sin cortes, para impregnarle más realismo, y por otros, el clásico montaje que hace progresar la lucha a otra velocidad. El ingreso al estadio y la presentación de los peleadores también lo hace distinguirse de otras películas que retraten el pleito boxístico. Andre Ward y Gabriel Rosado, posible futuro rival del Canelo Álvarez, son dos de los peleadores que forman parte del film. En este aspecto también se destaca Creed a la hora de meter distancia con las películas de la saga y forman parte de la larga lista de aciertos para el rejuvenecimiento de la franquicia Rocky. ¿Spin-off o remake? Creed: Corazón de Campeón resulta ser un poco ambas. La película, salvando las distancias, deja una sensación similar a la vivida en Star Wars: El Despertar de la Fuerza (Star Wars: The Force Awakens, 2015): se recuperó el espíritu de la saga y se presentaron personajes nuevos que pueden tomar el guante y continuar la historia, pero con Rocky tomando el lugar de mentor. ¿No les suena? Párrafo aparte para Sylvester Stallone y el desafío de interpretar de nuevo a Rocky como el entrenador de un joven que perdió a su padre antes de nacer. Cabe recordar que el hijo de Sly murió a los 36 años en 2012, y por este motivo el actor estuvo cerca de no aceptar el papel. Pero luego de dos años a pura insistencia por parte de Coogler, se dio el gusto y volvió a Filadelfia, volvió Rocky. Pese a las criticas de su entorno por tomar el personaje, el desafío de volver al cuadrilátero le significó la mejor recompensa: ganador de un Globo de Oro y nominado a Mejor Actor de Reparto en la próxima entrega de los Oscar. Su papel es conmovedor y la magia continúa intacta. Es más, sin lo vicios que convertían a Balboa en un personaje forzado, y por momentos inverosímil, la versión 2015 llega al corazón junto a Adonis Creed: juntos forman una de las duplas más conmovedoras de los últimos años.
Stallone, como siempre con Rocky en la sangre La nostalgia es la protagonista de esta séptima entrada en la saga de "Rocky". Para empezar, Stallone, que ahora actúa y produce, pero no dirige ni escribe (de hecho es la primera vez que no es el guionista) tiene la misma edad que tenía el venerable Burgess Meredith cuando interpretó a su entrenador en la primera "Rocky". Pero además de nostalgia hay un nuevo campeón, Michael B. Jordan, como el hijo no reconocido de Apollo Creed, es decir el contendiente y luego gran amigo de Rocky Balboa en la saga. El joven Adonis Johnson nació cuando su padre (interpretado por Carl Wheaters) ya había muerto, y tuvo una dura vida en reformatorios que, más allá de la herencia sanguínea lo convirtió en un boxeador nato. Ya adulto, Adonis es un boxeador autodidacta que, luego de ser adoptado por la esposa de Apollo Creed, tiene un Mustang y un puesto de ejecutivo en una gran empresa. Peror renuncia a todo para ser boxeador full time y para viajar de Los Angeles a Filadelfia para que su "tío" Rocky Balboa se convierta en su entrenador. La película, de más de dos horas, es no sólo la más larga de la saga, sino que además es demasiado larga a secas. Hay un romance con una cantante que tiene una sordera progresiva (Tessa Thompson) y éste es sólo uno de los varios detalles melodramáticos que abundan en "Creed". Por supuesto, de todos modos el fuerte son las peleas, especialmente el duelo final en Liverpool entre el protagonista y un salvaje púgil británico interpretado por Tony Bellew. Es una gran secuencia que casi justifica el precio de la entrada, y que permite que en un momento especial desde la banda sonora rica en hip hop se amague con resucitar el viejo e inconfundbile tema musical de "Rocky". Por otro lado, hay que reconocer que la película está muy bien filmada, y se destaca el buen uso del formato de pantalla ancha. Stallone tiene a Rocky Balboa en la sangre y da gusto verlo de nuevo en el personaje que lo lanzó a la fama.
Si sos fan de todas las Rocky, no podés no ver "Creed" porque encima es un peliculón. Ryan Coogler nos entrega una nueva historia con el alma casi intacto de las Rocky que tanto nos gustan y claro, con el señor Sylvester Stallone, que tiene un par de escenas dramáticas que son para pararse y aplaudirlo. Volviendo a la dirección, Coogler sorprende con dos planos secuencia en dos peleas diferentes que te van a dejar boquiabierto. La música, la fotografía y el climax de toda la película te van a poner muy arriba y seguramente saldrás esperando una continuación. Michael B. Jordan, quien interpreta a Adonis, deslumbra con su personaje y hace que la peli tenga la fuerza que consigue llegados los títulos finales. Una nueva experiencia para los fans de Balboa, que con seguridad saldrán amando esta nueva propuesta.
Es moneda corriente cuestionar la falta de originalidad en Hollywood cuando se anuncian proyectos de la talla de Creed, pero una mano competente puede dar vuelta todo preconcepto. Seis películas en la saga Rocky llevaron al icónico personaje de Sylvester Stallone por todos los caminos posibles, sea ganar y defender el título mundial, en apariencia terminar la Guerra Fría y hasta volver al ring después de 16 años de retiro. No quedaba mucho por descubrir en la carrera del Semental Italiano, por lo que un desarrollo orgánico fue el correrlo del foco de atención y poner al frente a un nuevo boxeador en ascenso, el hijo del mítico Apollo Creed. Y a partir de ahí la historia se da con naturalidad, con Balboa asumiendo el rol que se pretendió allá por el '90 con Rocky V, la peor de la franquicia, la cual sufría del estilo camp en el que Sly había sumergido a sus películas.
Con CREED sucede algo bastante similar a lo que sucedió con el nuevo episodio de STAR WARS. Son películas que pueden funcionar, a la vez, como secuelas, remakes y reboots de sagas que comenzaron mucho tiempo atrás. En este caso específico, casi al mismo tiempo, ya que ROCKY es de 1976 y la primera GUERRA DE LAS GALAXIAS –que así see la conoció entonces, vamos–, de 1977. La única diferencia entre ambas es que CREED tiene las características del llamado spin-off, que es cuando se arma una nueva película, saga o serie a partir de un personaje lateral o secundario de una anterior, algo que no pasó todavía en STAR WARS pero que ya sucederá. En ambos casos, estas remake-cuelas, están hechas con un amor y respeto tal por las originales que no pueden evitar parecerse mucho, demasiado. En lo positivo, saben que pueden lograr efectos similares de pasión que las anteriores al sumar nuevos personajes a probadas tramas. En lo negativo, bueno, uno ya sabe qué es lo que puede esperar que suceda el 80% del tiempo. Eso sucedió en STAR WARS y sucede en CREED. Y si bien no es del todo una buena noticia el grado de conservadurismo que este tipo de decisiones conllevan, es innegable en ambos casos que están hechas por realizadores en control de sus materiales y con talento para poner estos homenajes en la pantalla y transformarlos en experiencias disfrutables. En este caso se trata de Ryan Coogler, realizador de la premiada en Sundance, FRUITVALE STATION. En CREED el protagonista es Adonis Johnson (Michael B. Jordan, del fallido reboot de LOS CUATRO FANTASTICOS), hijo ilegítimo de Apollo Creed, el gran rival y luego amigo de Rocky Balboa en las primeras películas de la saga. Adonis (que, lógicamente, se hace llamar Donnie) vive de reformatorio en reformatorio peléandose con todo el mundo hasta que es sacado de allí por la viuda de Apollo, quien lo recoge y lo educa en California. A Donnie lo reencontramos un par de décadas después viviendo una vida lujosa (se ve que Apollo, o su viuda, invirtió bien su dinero ganado en el box) y trabajando en una empresa en la que lo están por ascender. Pero el muchacho, obviamente, lleva el box en la sangre y, en horarios fuera de oficina, combate en peleas de mala muerte en Tijuana. Un día decide dejar todo e irse a Filadelfia a seguir los pasos de su padre. Para eso busca a Balboa (Stallone, ¿quién otro?), que ha dejado el box y sigue tal como lo vimos en ROCKY BALBOA (sexta película de la saga, de 2006) dedicado a su restaurante italiano que lleva el nombre de su difunta esposa, Adrian. Donnie le dice que es el hijo de Apollo y prácticamente lo acosa al avejentado Rocky hasta convencerlo para que lo entrene. Rocky duda, pero no mucho, y pronto estará enseñándole viejos trucos y la sabiduría old school del box de Philly al un tanto creído californiano. El resto de la trama seguirá pasos similares a la original ROCKY, con un romance de por medio (con una sexy cantante neo-soul encarnada por Tessa Thompson), los demandantes entrenamientos con música ad-hoc, incluyendo la célebre persecución de gallinas, y los combates para los que supuestamente, el pichón de boxeador no está del todo preparado, ya que es pura energía y violencia, pero cero técnica e inteligencia en el ring. En el medio estará en juego la decisión, para él difícil, de usar el apellido de su padre, a quien nunca conoció. El preferiría no hacerlo, pero el “mercado” ruega por otro Creed y la conveniencia es innegable. Lo mejor de CREED es su intención de “volver a las raíces” pero no sólo en lo que respecta a la trama sino, como también sucedía en la muy buena ROCKY BALBOA –la mejor de la saga luego de las dos primeras–, en regresar al estilo más realista y callejero de la primera película, más cerca de cierta verdad del box de gimnasio que del espectáculo bombástico de las películas posteriores. Eso sucede, al menos, en la primera mitad o un poco más de CREED, que en su segmento final recurre a algunos ganchos un tanto más convencionales (de guión y puesta en escena) que de todos modos funcionan. Como la última parte de la reciente STAR WARS, uno ve lo que ya vio pero no puede evitar estar interesado en verlo de nuevo. Y hasta emocionarse con los resultados… Coogler y su gran directora de fotografía Maryse Albeti (EL LUCHADOR, VELVET GOLDMINE, HAPPINESS e incontables documentales) le dan un tono fresco y directo al filme, además de algunos planos secuencia lujosos e impactantes como la primera pelea profesional de Creed que parece estar filmada en un solo plano de seis minutos de duración, incluyendo dos rounds con descanso y todo. Coogler es, también, bastante mejor director de actores de lo que lo era Stallone, sacando de todo el elenco (y, especialmente, de Sly) performances más que convincentes, algo que solía ser un problema en algunas de las películas de la saga ROCKY. Gran parte de la responsabilidad de la nominación y casi segura victoria en los Oscars de Stallone es del realizador, que logró sacar al veterano actor de su zona de confort y llevarlo de nuevo a las raíces, a volver a ser el de los años ’70, al menos por un rato. En casi todos los demás aspectos, podría copiar aquí los conceptos utilizados en mi propia crítica de STAR WARS. Los que amaron la serie desde el principio reconocerán aquí los mejores y más nobles elementos de las primeras películas reconfigurados de manera tal que funcionen como homenaje y continuación a la vez. J.J. Abrams y Ryan Coogler, en cierto sentido, se han encargado de volver a poner en el mapa estas dos clásicas narrativas surgidas en los ’70. Y lo han hecho con profesionalidad, talento y un respeto acaso excesivo por los originales. Los resultados han sido muy buenos, pero no estaría mal cambiar un tanto la receta para los próximos episodios. Y CREED 2 está a la vuelta de la esquina…
El eterno Rocky Balboa Creed: Corazón de campeón (Creed, 2015) es a la saga de Rocky lo mismo que Star Wars: El despertar de la fuerza (Star Wars: The force Awakens, 2015) a la de Star Wars: Un spin off, una secuela y una remake, todo al mismo tiempo. Tampoco está dirigida ni escrita por el fundador de la original (Sylvester Stallone) sino por un fanático (Ryan Coogler) que conoce mejor que nadie los puntos fuertes que convirtieron en clásico al film en el que se basa. Por ende la historia surge del riñón de Rocky (1976) y de la tan mala como genial -algo que sólo sucede con el paso del tiempo- Rocky IV (1985). Apollo Creed (Carl Weathers) fue el contrincante número uno de Rocky Balboa, por quién se hizo conocido disputándole el título en la primera y ganándoselo en la segunda película. En la tercera se hacen amigos cuando Mickey (Burgess Meredith) muere y el mismo Apollo lo entrena. En la cuarta muere en el cuadrilátero a manos del “ruso” Ivan Drago (Dolph Lundgren) y Rocky (siempre Sylvester Stallone) viaja a tierras soviéticas para vengarlo…y dar un discurso sobre los beneficios del capitalismo (cuac). En fin, datos que Creed: Corazón de campeón conoce, no ignora, y además usa para construir su argumento. Adonis (Michael B. Jordan) es el hijo extra matrimonial de Apollo Creed (su nombre sacado de la mitología griega al igual que el de Apollo no es casual), lleva el boxeo en la sangre y busca para “profesionalizarse” a Rocky de entrenador. El semental italiano está retirado del boxeo en su restaurante de nombre Adrián, que vimos en la sexta entrega. Primero se niega pero finalmente termina en la esquina del joven de tez morena. Su método poco ortodoxo de entrenamiento, también visto en sus otras películas impuesto por Mickey, lo impulsa al chico al sacrificio personal en pos de lograr su objetivo. La historia se desarrolla como cualquier film de cuadrilátero: joven entrenado por maestro de la disciplina, sacrificio y superación para conseguir el objetivo, prueba que dejas dudas y doblegar esfuerzos para el triunfo final. Pero en la mitad, el film cambia de género deportivo a dramático: a Rocky le detectan un cáncer que debe afrontar. Ahora son dos los que luchan y claro, Rocky que peleó y venció a todos en la saga, ahora sólo le queda vencer al cáncer. No es casualidad, esta película podría llamarse Rocky vs el cáncer, de hecho le valió un Globo de Oro a Sylvester Stallone. ¿Pero la película no era sobre el hijo de Apollo? Si, pero y aunque siga la misma estructura de la primera es cierto que al chico Michael B. Jordan le falta carisma para transmitir emoción tanto en las buenas como en las malas. Lo mismo a Tessa Thompson, quién interpreta a su novia Bianca, la Adrián afrolatina. Entonces prevalece la leyenda, Sylvester Stallone o Rocky, como más les guste. Quien escribe el guión sabe que el fan quiere ver en acción al maestro y no al discípulo, es inevitable. Lo mismo sucede con Harrison Ford en Star Wars: El despertar de la fuerza. Sigue siendo sorprendente la reinvención de Hollywood para resucitar franquicias, encontrando en la nueva generación de cineastas que crecieron admirando las clásicas películas a los más idóneos para la labor, incluso superando a los creadores originales de las sagas. Sin embargo Sylvester Stallone se las ingenia para seguir teniendo protagonismo y no ser jubilado. Que la fuerza te acompañe Syl.
Creed: corazón de campeón retrata la historia de Adonis, el hijo del famoso pugilista Apollo Creed, un joven que quiere triunfar en el mundo del boxeo y para eso decide convencer al retirado Rocky Balboa para que se transforme en su entrenador y lo ayude a conseguir el cinturón de campeón. Esta emocionante séptima película de la saga de Rocky, se encuentra entre lo mejor de toda la serie, a la altura de la primera entrega. Plagada de homenajes y guiños para los fanáticos de la franquicia, la película no sólo es un ejercicio fílmico de nostalgia, sino que además se presenta como una puesta moderna del clásico "viaje del héroe". El director Ryan Cooger tiene varios aciertos, el primero es la elección de Michael B. Jordan para el papel principal, un intérprete que combina la veta dramática con una interpretación física para el asombro. Segundo, una saludable fusión de momentos dramáticos con humor blanco, y también una factura técnica que incluye montaje y coreografías de peleas intensas, además de la utilización de boxeadores reales para encarnar a los rivales de Adonis, que hace que los combates resulten verídicos y cercanos. Pero sin dudas, el corazón del filme, es la interpretación de Sylvester Stallone, una performance conmovedora, el canto de cisne de un personaje a esta altura mitológico. La vejez del ídolo de ayer retratado con ternura y contundencia por un intérprete que ha obtenido cada arruga, cada surco de su piel en sintonía con su personaje. Al igual que la original Rocky, Creed es más que un drama boxístico, es un filme sobre la amistad, la familia, el orgullo, el esfuerzo, la superación personal y la concreción de los sueños.
Es complicado encontrar una persona en el mundo que odie a Rocky Balboa. Lo vimos tantas veces pelear, caerse y volver a levantarse, que cada golpe nos dolió tanto o más que a él. Algunos pensaban que ver otra película con Rocky no era necesario. Pero estamos en una época en la que la nostalgia nos gana, y cuando vemos films como “Creed” o “Star Wars: El Despertar de la fuerza” nos caemos rendidos ante la necesidad de que nos generen lo mismo que hace muchos años y lo logran.
Un nuevo comienzo ace cuatro décadas nacía uno de los personajes más emblemáticos que alguna vez nos diera el Séptimo Arte: Rocky Balboa. La película había sido escrita por un joven Sylvester Stallone que vendió los derechos del guión a cambio de que lo dejen protagonizar el filme. El largometraje tuvo 10 nominaciones a los premios Oscar de los cuales se llevó 3, incluyendo el de Mejor Película. Stallone rápidamente saltó a la fama y no sólo pudo concretar su sueño de actuar, sino también que le dieran más oportunidades para escribir y dirigir. "Rocky" (1976) era perfecta, y no tardó mucho en convertirse en una franquicia que le dio lugar a cinco películas más. La última, "Rocky Balboa" (2006), escrita, dirigida, y por supuesto, protagonizada, por Sly le dio la oportunidad a la estrella de cerrar la saga con bastante dignidad, luego de los "atropellos" que sufriera su personaje en algunos filmes anteriores. Cuando parecía que no veríamos nada más de El Semental Italiano, el director Ryan Coogler, gracias a su persistencia y tenacidad, convenció a Stallone de revisitar al personaje y es por eso que hoy tenemos "Creed - Corazón de campeón". La película comienza en 1998 mostrándonos a un niño peleándose con otro en un reformatorio. Ese pequeño es hijo del legendario Apollo Creed, sólo que lo tuvo con otra mujer y no con su esposa Mary Ann. Es justamente ella (Phylicia Rashad) quien saca al pequeño de ese lugar para criarlo como propio. Años después, Adonis (Michael B. Jordan) es un joven bien educado, con un buen empleo, que en sus ratos libres se dedica al boxeo. No pudiendo negar su pasado y la sangre que corre por sus venas, decide abandonarlo todo y dedicarse por completo a este deporte. Claro que tiene una gran idea para lograr convertirse en boxeador profesional: ir hasta Filadelfia y convencer a Rocky Balboa (Stallone) de que lo entrene. Reticentemente éste acepta volver a los rings, y mientras lucha por convertir al joven en un boxeador de primera línea, también peleará contra el oponente más feroz que tuvo que enfrentar en su vida. Rocky ha vuelto a la vida, señores, aunque con algunos cambios. Por ejemplo: es la primera película que no está escrita por Stallone, la primera en la que no pelea y también en que la palabra "Rocky" no está en el título. Pero, claro, la idea es que se inicie una nueva saga con un actor más joven. Y todo esto es raro teniendo en cuenta que el público lo que quiere es ver justamente a Rocky. Sylvester Stallone conoce al dedillo al personaje y toda su mística, y sabe perfectamente cómo interpretarlo, pero no es una película sobre él. Hay, obviamente, muchas referencias a los largometrajes anteriores, y aunque Michael B. Jordan hace un aceptable trabajo jamás va a generar la química y la empatía que logró Rocky. Stallone se corre maravillosamente del foco del filme e interpreta a su personaje abatido y cansado por los años, y le sale a la perfección. No por nada logró una nominación por Mejor Actor de Reparto para los Oscar (segunda vez por interpretar a Rocky Balboa) y que, si no hay una catástrofe, seguramente ganará. En detrimento de "Creed" va que hay demasiada referencia, y tanta similitud atenta contra la originalidad de la propuesta -hasta se filmaron dos finales-. Eso es lo que pasa cuando se quiere reflotar algo que había sido debidamente sepultado, y con honores, una década atrás. Lo bueno: Balboa revela quién ganó la famosa tercera pelea con la que termina "Rocky III" (1982). Creed no ganará por knock out, pero sí ajustadamente por puntos.
Me quiero cortar el párpado ¿Puede tomarse a Creed como una entrega más de la saga Rocky? La respuesta la da el mismo director cuando no inicia los títulos de la manera habitual, con las letras corriendo de fondo mientras suena la inconfundible melodía. Y esa intención es ineludible, tal como lo sería en una película de Bond que no comience con la clásica gunbarrel -que de hecho no exhibe la única extraoficial protagonizada por Connery, Nunca digas nunca jamás-. Lo cual nos dice que en realidad nos trae una suerte de spin-off, una película que incluye a Rocky Balboa y a algunos personajes de su entorno sin que él se constituya en la estrella principal. Esto puede tomarse como una actitud de respeto por la saga o bien como una falta de compromiso por asumirlo, porque en definitiva la historia es prácticamente la misma desde el punto de vista de la elipsis deportiva y del camino que recorre el aspirante hasta lograr su cometido. Pasa que también hay otra historia por contar y es esta suerte de destino al que se ve enfrentado Adonis Johnson (Michael B. Jordan), hijo biológico de Apollo Creed -primer rival de Rocky por el título- al cual no parece poder ni querer renunciar. Y en virtud de esto es que llega a establecer el vínculo paternal que construye con este Rocky Balboa -un Stallone que ya juega de taquito a ese personaje que no deja de darle satisfacciones-, y que por supuesto tampoco deja de recordar al que tuviese él mismo con el querido Mickey (Burguess Meredith) en las Rocky I, II y III. Como tampoco puede olvidarse a esa romántica historia que llevara también en las primeras entregas con la adorable Adrian (Talia Shire) y que aquí se repite entre Adonis y Bianca (Tessa Thompson). O las tentaciones de ofertas que le hacen llegar por aceptar peleas renunciando a ciertos procesos del entrenamiento previo, o la rebeldía del discípulo ante el indiscutible dictado del maestro, etcétera, etcétera. En realidad, por más que busquemos y tratemos de dar nuevos aires a este refrito, no descubriremos nada que no hayamos visto antes. Nada que no haya pasado en una Rocky “legítima”. Y quizás ese sea el problema mayor, ¿es entonces Creed un reboot de la saga de Rocky? Tampoco podríamos dejar de verlo así, y sin la intención de adentrarnos demasiado en la trama y mucho menos de develar el final, hay varios elementos para considerarlo. Pero el director no deja de ir por el mismo camino, algo que molesta cuando se intuye que no se jugará por romper ese esquema, por reorganizar esas piezas y armar un nuevo desafío que no se quede en ese reinicio de nuevas peleas que al no ser protagonizadas ya por el semental italiano, uno ve casi con desgano, aunque el mismo viejo Rock te sugiera con su mirada y movimientos de cabeza: “aplaudan al hijo de mi amigo Apollo porque yo lo estoy haciendo”. Esta situación incómoda resulta comparable a cuando se ve en un afiche “Quentin Tarantino -o el director que más los identifique- Presenta:”. Creed tranquilamente podría ser una “Rocky Balboa Presenta” pero hay que entender algo: jamás será Rocky el que entre al cuadrilátero, nunca más y tal vez sea difícil de aceptar que alguien pretenda entrar en sus zapatos -o debiera decir guantes-. De hecho Sylvester Stallone está increíble en su papel, no sólo porque es el que más ha interpretado en su vida, sino por como lo ha hecho madurar. Y ni por lejos pasa lo mismo con Michael B. Jordan que sin estar mal, no logra conmover como debiera. ¿O acaso no recordamos al semental dándole a las reses con furia a puño pelado hasta sangrar, corriendo hasta el límite de sus posibilidades y luego recibiendo hasta el último golpe devastador en el ring sin dejar de levantarse una y otra vez? Y todo eso a partir -y a pesar- de vivir entre la pobreza más absoluta y al tiempo que intenta, con suma torpeza, seducir a la dulce Adrian tratando de convertirse en un hombre de bien. Y siempre eso será poco comparable al “sacrificio” que hace Adonis cuando deja su trabajo estable o la comodidad que le brinda su madre adoptiva para convertirse en boxeador profesional. Esa voluntad de hierro, esa disciplina autoinfligida que hicieron al boxeador italiano merecedor de su apodo de roca, son los que aquí no aparecen o apenas asoman tímidamente. Se puede simpatizar y empatizar con Adonis, por supuesto, pero no a los niveles a los que estábamos tan mal acostumbrados. Stallone dejó la vara muy alta y estas son las consecuencias. Y disculpen si no puedo dejar de referenciar a ese boxeador tan poco lúcido como insistente que me hacía sufrir y llorar -literalmente- pero no acepto imitaciones baratas, no con él, no con Rocky Balboa, no a costa suya. Entonces veo a Creed como lo que es: una imitación de la gloria irrepetible, el intento por reflotar la herencia del mejor, del único que ha sabido trasladar la emoción del boxeo al cine y que ha logrado en la sexta entrega de la saga, terminar con broche de oro y a lo grande. ¿Existía la necesidad de reabrirlo? Una vez más, la respuesta la dan el nombre elegido y la presentación que con timidez nos sugieren: “esta no es otra película de Rocky”. Ryan Coogler es un director con sensibilidad y ya lo ha demostrado con su Fruitvale Station (2013) pero así como logró imponer a Michael B. Jordan como actor a tener en cuenta, su visión para jugar con las posibilidades que ofrece este subproducto de Rocky no me parece la más acertada. Ha filmado una película más con la excusa de boxeo y sin medir con eficiencia la pesada herencia de un clásico insuperable. En el medio y a modo de sello nos deja un round entero filmado en prolijo plano secuencia y unos graphs muy simpáticos junto a cada boxeador a modo de ficha con los datos técnicos, como si estuviésemos viendo un videojuego o bien una de gángsters a lo Guy Ritchie presentando a cada rufián con el arma que más le gusta usar. Y un golpe bajo (aunque liviano por la resolución) que en realidad no es más que es una excusa para mostrar mediocridad en un disparador dramático por demás de convencional. Cuesta ver a Creed como una película siquiera trascendente, que tampoco pasará al recuerdo como algo que esté tan mal. En términos boxísticos, un golpe que ni siquiera deja marca o algo por cicatrizar.
Si fuiste fan de “Rocky” y si no lo conociste tenes que ver esta película. Vas a ver un Sylvester Stallone (69), totalmente diferente, que compone un personaje y se siente a gusto con el mismo, con momentos dramáticos y muy interesantes que te da ganas de aplaudirlo. Tiene ritmo, música, amor, dolor, remembranzas, buenos climas, iluminación y fotografía. Quizás no sea una gran historia pero vale la entrada para verla.
El legado Rocky A 40 años de su estreno en la Argentina, el semental italiano vuelve a las carteleras nacionales para un nuevo round delante de las cámaras. Creed: Corazón de Campeón (Creed) es la nueva entrega que se enmarca dentro de la saga deportiva más grande de la historia del cine. Con Rocko definitivamente retirado en el final de la excelente Rocky Balboa, la vuelta del mítico personaje se veía como algo imposible, aunque Hollywood siempre le encuentra la vuelta para que la máquina de generar millones siga facturando. Los sucesos de Creed siguen a Adonis Johnson (Michael B. Jordan), hijo extramatrimonial del inmenso Apollo Creed. Donnie nunca conoció a su padre y a pronta edad falleció su mamá. Huérfano y vagando por distintos hogares para niños por sus problemas de conducta, es adoptado por Mary Anne Creed, viuda del morocho pugilista que falleció a manos de Ivan Drago. La cuestión es que el conflictivo Johnson decide viajar a Filadelfia para ser boxeador. A partir de allí empieza su derrotero como boxeador, entrenado nada más y nada menos que por el gran Rocky Balboa. Rocky traspasó la pantalla, es un ícono social y deportivo, no es solamente un personaje cinematográfico. Cuando uno piensa en el boxeo, es imposible que Rocky (y su representativa música compuesta por Bill Conti) no se te venga a la cabeza. Es más, hasta tiene una estatua en Philly y resulta harto complicado subir las escaleras del Museo de Arte de Filadelfia en soledad, dado que a todo horario hay decenas de personas haciendo la mítica subida por la escalinata hasta la cima. Traer de nuevo a la gran pantalla a este legendario personaje es todo un arriesgado suceso cinematográfico pero por la propia pericia de Ryan Coogler en la dirección y la de Sly y Jordan delante de las cámaras es que el regreso del semental italiano se da con gloria. La saga sigue en la línea de Rocky Balboa, donde el boxeo vuelve los suburbios, se aleja de los grandes gimnasios y funciona fundamentalmente como un elemento catártico, que sirve para sacar lo que sea que esté molestando adentro del corazón. Donnie necesita dejar atrás el odio por su padre, necesita perdonarlo, aceptarlo, amigarse con su herencia; y el boxeo es el ámbito ideal para conseguirlo, ya que las peleas se combaten desde adentro. ¿Y qué mejor que demostrar que sos alguien (pero no por portación de apellido, sino por merito propio) desde el mismo lugar donde tu viejo supo romperla toda? Coogler captó perfectamente eso y lo supo transmitir en grande respetando las bases expuestas en el film estrenado en 2007. Creed: Corazón de Campeón sigue en la línea de Rocky Balboa, donde el boxeo funciona como un elemento catártico. No hay una sola escena donde la presencia de Sylvester Stallone pase desapercibida. Cada secuencia con Sly puede despertar nostalgia, risas o emoción dependiendo del tono utilizado por el grandioso actor de casi 7 décadas con una facilidad asombrosa. Coogler logra exprimir al máximo la gran capacidad actoral de Stallone. Se lo ve cómodo todo el tiempo, sin presiones, como disfrutando al máximo la vuelta a su personaje más emblemático. Ganar el Oscar sería el broche de oro a su carrera. Sly no está solo y la revelación de Michael B. Jordan en el rol del hijo de Apollo es todo un hallazgo. Hay química entre los dos y se nota como Jordan se apoya en la experiencia Stallone, pero en aquellas escenas donde el actor de Poder sin Límites (Chronicle) debe cargarse la película en soledad, lo hace con una convicción fantástica que traspasa la pantalla. Tambien está Tessa Thompson como el interés amoroso de Donnie, que es quizás lo más flojo del film. No tanto por el romance en sí, que está bien desarrollado, sino más que nada por el impostado aura de estrella neo-soul que se le quiere meter a toda costa a la joven intérprete que participó en Selma. Completan el reparto Ritchie Coster, Graham McTavish y el team de boxeadores en la vida real (entre los que se destacan Andre Ward y Tony Bellew) aportando cada uno desde su lugar lo necesario para convertir al film en uno de los mejores estrenos que va a tener el 2016. No encuentro apartados negativos significativos en Creed. Puede tenerlos, ya que no es perfecta, pero no quise detenerme demasiado en eso porque creo que el corazón (de tigre) siempre le tiene que ganar a la razón. Bah, no siempre, pero al menos así debería ser cuando se nos presenta a la versión más vivaz y emocionante de Rocky Balboa, una de las leyendas más grandes en la historia de la vida y el cine.
En su segunda película el director de Fruitvale Station toma un clásico de la industria hollywoodense de la década del ’70 y ’80 y lo transforma en una misteriosa película popular con ciertas sutilezas impropias de su objeto Volvió. Eterno regreso del pugilista; es el mismo que desde mediados de 1970 encarna el costado más popular de un artículo de fe estadounidense constitutivo de su idiosincrasia: la voluntad de un hombre puede vencer cualquier obstáculo. Rocky ha sido siempre el personaje conceptual de ese mito hermoso y baladí, cuyo poder irresistible y su representación inmediata ha arrancado lágrimas hasta al más escéptico. Creed: corazón de campeón no será la excepción en materia emocional, pero hay algo excepcional en esta elegía propia de la senectud del boxeador y también del actor. El cuerpo desgastado por los anabólicos y el rostro cansino y un poco desfigurado pertenecen al campeón de Filadelfia, pero a su vez dispensa la zona de no ficción del relato: es Sly, ese actor tildado de tosco e inexpresivo, juicio erróneo por cierto, que fue alternativamente en pantalla un voluntarioso boxeador y un desquiciado soldado. El apasionante film de Ryan Coogler puede ser visto entonces como un documental sesgado del actor despidiéndose de su criatura inmortal; la propia trama, por cierto, anticipa su innegociable finitud. Como se sabe, Rocky se convertirá aquí en el entrenador del hijo de su rival y luego amigo del alma Apolo Creed, ese remedo de Cassius Clay (más que de Muhammad Ali) que fue indispensable en los orígenes de la trama. Quien recuerde la cuarta entrega sabrá que el campeón murió con los guantes puestos. De una aventura amorosa previa tuvo un hijo llamado Adonis. El plano secuencia inicial con el que se presenta la infancia del vástago es formidable. La escena empieza en el pasillo del reformatorio con los guardias a punto de entrar en acción, pues en el comedor continuo Adonis se está trompeando a todo o nada con un compañero. La composición de la escena es un aviso promisorio: detrás de cámara hay un director con pulso firme. He aquí la diferencia. También sabremos inmediatamente después de la escena mencionada que Adonis fue rescatado por su madrastra; es decir, su pobreza duró poco. Pero la riqueza no siempre es suficiente, y tampoco una carrera empresarial exitosa. Adonis quiere ser boxeador, un Creed por mérito propio, y es por eso que renunciará a su posición para entrenarse e intentar conquistar el lugar del padre; la motivación es incluso mayor y será puesta en palabras. Es aquí en donde Rocky entra en escena, y lo magnífico es que, al aceptar ser el “Mickey” del joven, estará destinado a transformarse en una figura de compañía, un luminoso secundario. Grandeza del actor, sabiduría del personaje, Stallone nunca desobedece lo que el film pide de él. Lo que viene después es conocido: entrenamiento, dificultades previsibles e imponderables indeseables, un amor y la gran pelea final. ¿Cuál es entonces la sorpresa? La sutileza, virtud extraña a las películas de Rocky. Sutileza para filmar en planos extensos los movimientos de una pelea, para trabajar el montaje cruzado del entrenamiento de los rivales, para gestionar una emoción específica que requiere, si se pretende desdeñar la fórmula automática, el crecimiento dramático de una escena con su tiempo justo. La gloriosa secuencia del último día de entrenamiento es notable, porque cuando se decide que en la típica corrida de la mañana la cámara lenta aminore la marcha del retador, la entrada de sus simpatizantes al cuadro trastoca el esfuerzo físico en una composición visual que intensifica la acción hasta saturarla de poesía callejera. Otra secuencia memorable tiene que ver justamente con la velocidad asociativa de la memoria (emotiva). En un instante clave del combate, Coogler elige materializar con recato pero sin temor los signos vitales de Adonis, ese plus espiritual que mueve la voluntad y fabrica frente a la desgracia una reserva física que se desconoce. Son cuatro planos veloces que ya hemos visto en el film (y en otros), pero en su sucesión adquieren otro sentido. ¿Quién iba a decir que en un film de Rocky Balboa íbamos a ver la acción del pensamiento? El secreto de todo se puede escuchar más que mirar, atendiendo a cómo Coogler trabaja sobre la banda de sonido y los motivos musicales de la clásica melodía que suele administrar los tonos emocionales de las películas precedentes. La apropiación delicada de Ludwig Göransson de los viejos acordes musicales es el duplicado narrativo y formal que Coogler también le impone a todas las escenas. Ambos trabajan sobre una zona reconocible para el público, pero a su vez toman distancia de los códigos de representación encontrando variaciones mínimas que, sin traicionar una poética popular, a su vez singularizan el relato y su forma. El epílogo es una prueba del genio de Coogler y una síntesis prodigiosa del valor supremo que Rocky ha defendido siempre. Genialidad, porque el paraje elegido para terminar la película corresponde a la máxima iconografía de todas las películas de Rocky, la famosa escalera de un edificio público que el boxeador subía a las corridas seguido por una multitud de niños. La ingeniosa incorporación de ese espacio lo desmarca de su viciado sentido inspiracional y le restituye su pretérita lozanía. El motivo dramático es todavía más admirable, ya que se trata de una vindicación madura de la fuerza de la voluntad que solamente puede conquistarse con el lento paso del tiempo. El golpe final es entonces un latigazo de sabiduría. El luchador proletario de antaño todavía resiste y pelea. Le cuesta, debe insistir, pero todavía puede.
Hollywood tiene esa manía por la nostalgia que se explica sencillamente no por su sentimentalismo con los personajes antológicos del cine, sino por su rendimiento en la taquilla. En el 2015 vimos el renacer de Terminator, Jurassic Park y La guerra de las galaxias entre otras grandes franquicias y no es casualidad que todas fueran éxitos contundentes en cuanto a ventas de entradas. Ir a lo seguro exprimiendo una historia ya contada es de alguna manera denotar la falta de creatividad de los guionistas que vuelven a los lugares comunes remixando viejas historias. Creed nos recuerda a la época en que los monstruos sagrados del terror (Frankenstain, Dracula, El hombre lobo, etc) vivían sus secuelas con premisas como "El hijo de...", "La mujer de..." y otros parentescos. En esta oportunidad el título de la nueva entrega no alude a Rocky, quien tiene un papel secundario (por eso la nominación de Stallone al Oscar por mejor actor de reparto) sino a su amigo Apollo Creed. La película corre una suerte similar a la de su protagonista (el hijo de Apollo Creed) quien plantea hacerse un nombre propio en el mundo del boxeo sin vivir de la imagen de su padre. Si se logra superar el prejuicio sobre que se trata de otra secuela/remake no es difícil disfrutar de la historia. No es exclusivamente de la típica secuela de Rocky en donde un contrincante superdotado de fuerza y desagradable maldad amenaza con dejar al héroe en la lona (aunque algo de eso hay). Sí están los característicos tire y afloje del novato que quiere ser entrenado por el ex campeón pese a que éste al principio se opone (como en Rocky V), así como también está presente el amable romance con la Adriana de turno y otros guiños a la extensa saga. Pero a pesar de todo esto, Creed tiene algunas líneas argumentales propias que es mejor no adelantar y vale la pena disfrutar en carne propia. Rocky Balboa (2006) había conseguido un cierre digno para lo que parecía ser la última entrega de la historia del semental italiano, pero Ryan Coogler, director de Creed, se encarga de tomar el riesgo de reflotarlo para demostrar que el personaje aun puede dar más. El mérito del director es grande no solo por un guión que está a la altura, sino también por la desenvoltura con la que consigue mostrar los enfrentamientos en el ring. Después de todo, se trata de una película deportiva. Creed es una película que en una época donde debe compartir cartelera con tantas nominadas a los Oscars, con su sencillez y humildad consigue alzarse con el premio del público que seguro regalará un aplauso una vez que se enciendan las luces en la sala.
El retorno del mito Después de casi diez años Rocky Balboa regresó al ring, esta vez como entrenador de una joven promesa. El novato que deja la buena vida que le ofrece su madre lleva los genes de Apollo Creed, el último gran rival y posterior amigo que tuvo Balboa. Estructurada como un relato épico -aunque sin exagerar- sobre la superación personal, la película se toma su tiempo para mostrar qué hizo Rocky todos estos años. La verdadera acción recién comienza al promediar este relato por el que Sylvester Stallone aspira a llevarse a casa su primer Oscar. Y lo tendría merecido. Stallone tuvo la suerte de protagonizar “Rocky” en seis oportunidades antes de este filme, una película que le dio fama, dinero y que recaudó casi mil millones de dólares en todo el mundo. Pero el personaje se confundió con el actor en todo lo que intentó después de Rocky, y “Rambo” no ayudó a superar el cliché del actor de acción. Ahora es el turno de la mesura y el balance para Rocky, y también para Stallone, que le pone el cuerpo a un boxeador retirado, pero que no perdió la pasión. Y Adonis, el hijo de Apollo Creed, será la razón para volver a la acción, desde el rincón del ring, pero en sintonía con Adonis y con una nueva generación de espectadores.
Quienes se espantaron porque Sylvester Stallone se llevó el Globo de Oro al Mejor actor de reparto, vean ahora Creed. Porque no se me ocurre otra persona que, al menos este año, pueda ganar un premio así. Esta es la séptima película vinculada con Rocky Balboa, después de la excelente -se llama así- Rocky Balboa. Y es la historia de cómo el hijo de Apollo Creed -rival y amigo del viejo Rocky- retoma el legado de su padre. En el medio encuentra a Rocky, Rocky lo entrena y pasa algo peor: Rocky se enferma. El lector piensa aquí “Oh, no: una de superación, una de enfermedad, un film aleccionador capaz de asesinar un cerebro con ternuritis”. Pues bien amigos, la buena noticia es que nada de eso. No hay un golpe bajo. Todo fluye normalmente, como en la vida real. Las escenas cruciales son breves. Las peleas son gloriosas. La relación amorosa del protagonista, por ejemplo, se resuelve con un par de encuentros naturales y la belleza de la sencillez. Dicho de otro modo: toda la mitología de Rocky está ahí pero no aparece jamás sobreactuada. Respeta lo que fue esencial siempre: que Rocky y sus amigos no eran supertipos sino personas comunes que decidían hacer lo que más les gustaba o lo que no podían evitar hacer. Y mientras la película, de lo mejor que ha largado Hollywood en 2015, avanza a velocidad constante y vibrante, uno se hace amigo hasta del rival desagradable. Nada de tortura gratuita con osos digitales: Creed es la verdadera emoción del cine, esa que nos hace sonreír y lagrimear y creer que Stallone puede venir a comer a casa en cualquier momento.
Una pelea de dos frentes "Creed : corazón de campeón", una especie de spin-off de "Rocky", será un deleite para los amantes del boxeo, pero también para ajenos a él, ya que el contenido es soberbio a pesar de tener un gusto ya saboreado por todos. Repite pero no aburre y allí recae el mejor efecto que puede causar. En el mundo de Hollywood, del entretenimiento en general, la repetición de fórmulas para repetir un éxito es moneda corriente. Secuelas, spin off, precuelas, y demás tipos de largometrajes corren con la ventaja de traer algo ya conocido para la audiencia, pero con dispares resultados. Algunos que rompen la taquilla (incluso filmes mejores que los originales), otros fracasos rotundos y unos cuantos indiferentes, siempre serán comparados y de allí saldrá la respuesta del público y la crítica. En “Creed”, las referencias a “Rocky” son inevitables desde la trama pugilística hasta la presentación de Sylvester Stallone (desde el afiche), en el filme que dirige en esta ocasión Ryan Coogler, que sale muy bien parado; no pisando fuerte sobre la historia original aunque nunca olvidando cuáles fueron los puntos fuertes que llevaron a la franquicia al reconocimiento internacional. Adonis Johnson (Michael B. Jordan) creció con mucho resentimiento hacia su padre, Apollo Creed, a quien nunca conoció. Una mezcla de sentimientos e ira contenida lo llevará a seguir los pasos de su progenitor, como amateur en el mundo del boxeo, hasta que decide viajar a Filadelfia para pedirle a Rocky (Stallone) -quien era amigo de Apollo pero también uno de los pocos que logró vencerlo- que lo entrene. El ex boxeador, quien ya tuvo una mala experiencia como entrenador (Rocky V, 1990) se niega en principio pero al notar fuego a punto de incendiar en él, decide ayudarlo, contenerlo, en homenaje a su fallecido compañero. En plena evolución deportiva, llegará la noticia que ni su protegido ni ningún fan quiere escuchar: a Rocky le detectan cáncer, hecho por el que el filme se transformará en una lucha en paralelo de el ex y el novato boxeador. Intensamente filmada, con grandes escenas sobre el ring en las que puede hasta sentirse el dolor de cada golpe que se tiran en las peleas, “Creed” será un deleite para los amantes del género deportivo, pero también para ajenos a él, ya que el contenido es soberbio a pesar de tener un gusto ya saboreado por todos. Repite pero no aburre y allí recae el mejor efecto que puede causar. Párrafo aparte para la gran actuación de Sylvester que, en una edad en la que muchos padecen la decadencia, el actor se encuentra en su mejor nivel, dejando atrás la postura de bruto para destacarse como un viejo sabio que ya recibió muchos golpes en la vida y sabe cómo recibirlos, mejorando incluso la performance de “Rocky Balboa” (2006).
Rocky está de pie La leyenda continúa: Rocky Balboa está más viejo, solitario y sabio, pero su voluntad sigue tan firme como cuarenta años atrás, al igual que su buen corazón y su culto sincero a la amistad. El reencuentro con un personaje así es bienvenido y ése es uno de los principales alicientes de “Creed: corazón de campeón”, donde el veinteañero director Ryan Coogler retoma la saga del boxeador italoamericano de Filadelfia para contar una historia nueva, pero que contiene casi todos los elementos que garantizaron su inoxidable popularidad a través de las décadas. Para que el rebrote de la serie sea completo, debía forzosamente mantener presente la figura de Apollo Creed, el arrogante campeón al que Balboa casi vence y que luego se convierte en su mejor amigo y consejero, para morir bajo los violentos golpes de Iván Drago en la patriotera “Rocky IV”. Y los guionistas utilizan para esto un recurso tópico, pero no por eso menos efectivo: incorporar como protagonista a Adonis Johnson, un hijo no reconocido del antiguo campeón, que quiere hacer honor a su mandato de sangre y convertirse en destacado boxeador. Para lo cual, inexorablemente, busca la tutela del veterano Balboa, que pese a estar retirado del ambiente, termina accediendo a ser su entrenador. El relativamente desconocido actor Michael B. Jordan realiza una eficaz interpretación como el fanfarrón pero noble Adonis, empecinado en superar la sombra que proyecta sobre él la figura de su padre famoso, pero también sus fantasmas interiores. Lo mismo ocurre con Tessa Thompson, quien encarna a Bianca, el interés romántico de Adonis. Pero es Stallone el alma de la película: su composición de un Balboa reflexivo, menos atado a la “sangre caliente” del mundo de los púgiles, pero que todavía conserva la sencillez y terquedad de antaño, es sencillamente impresionante. Es evidente que Coogler tuvo la habilidad de obtener los mejores registros del antaño pétreo héroe de acción, que merece claramente el Oscar. Volver Más allá de los evidentes méritos que le caben al resto de los elementos que componen la película (desde el uso virtuoso de los planos secuencia en los momentos de las peleas, hasta el clima nostálgico que impregna la historia y la perfecta ambientación que piruetea con equilibrio entre el interior de los gimnasios y las sórdidas calles de los barrios de Filadelfia) lo más trascendente es esa especie de retorno del avejentado Rocky a sus orígenes. Algo que, con sabiduría, el director devela de a poco, hasta llevarlo al final a las icónicas escaleras del Museo de Arte, para regocijo de los fanáticos. Es cierto que “Creed” carece de esa mirada afectuosa dirigida hacia los trabajadores, el barrio y los personajes marginales, muy presentes en la ya mítica llegada del “semental italiano” a la historia del cine, en 1976. Tan sólo al principio, cuando un preadolescente Adonis se encuentra detenido en un correccional de menores, surgen algunos breves apuntes al respecto. Pese a esto, se mantiene con mucha confianza la premisa rectora de que el ring es una metáfora de la vida. En los últimos meses corrieron ríos de tinta para sentenciar que “El renacido” de Alejandro González Inárritu, con Leonardo DiCaprio, es la mejor película del año. Puede ser. Pero es innegable que el auténtico “renacido” de esta temporada es, a sus 69 años, Sylvester Stallone. O, lo que es prácticamente lo mismo, Rocky Balboa.
Rocky Balboa, regresa al cine en esta séptima película de la franquicia, aunque no como protagonista principal, pero que sí recupera el espíritu de aquella primera película de 1976. En “Creed: Corazón de Campeón” (Creed), se explora un nuevo capítulo en la historia del boxeador oriundo de Philadelphia, que en la actualidad se encuentra retirado. En esta oportunidad, el icónico personaje creado e intepretado por Sylvester Stallone, y que cumplió 40 años, es el entrenador, y mentor, del hijo de su amigo -y antiguo rival- Apollo Creed, Campeón Mundial de Peso Pesado. El film dirigido por el poco conocido Ryan Coogler, se centra en el joven Adonis Johnson, interpretado por Michael B. Jordan (en un trabajo más que convincente, desde lo actoral hasta lo físico), quien vuelve a reunirse con el realizador luego de su trabajo juntos en “Fruitvale Station” (2013). El muchacho nunca conoció a su padre famoso, quien murió antes de que él naciera. Con problemas de conducta y tras haber pasado por varios reformatorios, es acogido por Mary Anne Creed (Phylicia Rashad), la viuda de Apollo, quien lo ayuda a encaminarse y a conseguir un trabajo. Sin embargo, el boxeo corre por sus venas; así que Donnie abandona todo y se dirige a “Philly” para rastrear a Rocky y pedirle que sea su entrenador y él, termina aceptando. Mientras el joven entrena sin parar para hacerse un nombre propio y eventualmente intentar obtener el título ante “Pretty” Ricky Conlan (el británico Anthony Bellew, Tricampeón de Peso Pesado de la ABA), el “Semental Italiano” combate al oponente más mortal que jamás haya enfrentado, y no dentro del ring: el cáncer. La película, emotiva y melancólica (sobre todo para los que son fans de la saga boxística, sobre todo del primer film) desarrolla la relación entre la dupla que encabeza el reparto (se nota la química entre ambos actores) y la evolución de la carrera profesional de Adonis. También, se le da lugar a momentos románticos cuando entabla una relación sentimental con Bianca (Tessa Thompson), una cantautora local. Coogler, quien convenció a Stallone para ser parte de este proyecto, nos brinda una historia fresca y entretenida dentro de una franquicia a la que se le exprimió demasiado. Por supuesto que los guiños no faltan. Excelente dirección (bastantes planos secuencias muy bien utilizados) y una espectacular escenas de pelea. ¿Qué decir de Sly? Un gran trabajo que esperemos que lo corone el 26 de Febrero en los Premios Oscar como Mejor Actor de Reparto.
Cada nuevo regreso de Sylvester Stallone al cine de acción genera chistes y comentarios que van de la admiración por su estado físico a la crítica despiadada por sus 69 años y la obsesión por seguir interpretando papeles para gente con 15 o 20 años menos. Sea como fuere, el hombre que le puso el cuerpo a Rocky por primera vez hace 40 años, está de regreso y con el handicap bien alto. Como los Rolling Stones, que a 50 años de haber iniciado su historia siguen alternando escenarios, el Rocky Balboa de Stallone se sube y se baja de los rings. Sin embargo, hoy, el otrora titán oficia de entrenador de un boxeador promisorio que es hijo, nada menos, que de Apollo Creed, el campeón con el que el de apellido italiano peleó en el clásico de 1976. En el punto exacto de la frontera que separa a las secuelas de los spin off, Creed es un film llano y directo sobre la necesidad de sostener y sostenerse. Por eso Balboa sigue llevando adelante su restaurante (que conocimos en el último film de la saga) pero el click de volver al ruedo al menos entrenando a un amateur es su forma de renacimiento personal. Incluso contra sus demonios y pese a una salud que le pasa factura de la peor forma.
Escuchá el audio haciendo clic en "ver crítica original". Los sábados de 16 a 18 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli.
Hecho a golpes, Adonis Johnson (Michael B. Jordan) se crió huérfano en los reformatorios. De grande, peleador de la vida, el muchacho consigue un buen puesto en una empresa, y alterna el tiempo practicando box en los gimnasios. Un día se entera de que su madre adoptiva fue pareja del legendario Apollo Creed, el clásico rival de Rocky Balboa, hasta su muerte en un cuadrilátero, y de que él es su hijo biológico. Decidido, Adonis abandona su promisoria carrera en los negocios para dedicarse full time al boxeo, y con la intención de ser algún día campeón se muda a Filadelfia, buscando entrenarse en el mismo gimnasio que frecuentó su padre. Hasta entonces, Adonis era favorito de las peleas casi callejeras que se hacen por dinero en los sótanos de Tijuana. En un cuadrilátero profesional, en cambio, Adonis deja muchos flancos al contrincante. Tras un tira y afloja exagerado (y aburrido) con el veterano Rocky (Sylvester Stallone), finalmente, el otrora gran campeón accede a entrenar al joven pugilista, que cambia su nombre por el de Adonis Creed, para alentar al marketing. En su primera pelea, Adonis gana por knock-out sin demasiada dificultad. Entonces se arma el gran combate transatlántico, con “Pretty” Ricky Conlan, campeón inglés de Liverpool como su rival, y la epopeya Creed se encamina en el universo Rocky. Aclamada unánimemente como digna sucesora de la saga original, Creed evoca el drama de la primera Rocky, tiene escenas de boxeo técnicamente impecables, superiores a las de aquellos films, y un Stallone maduro y comprometido con su papel de entrenador y padre adoptivo, rol por el que fue nominado al Oscar. Pero es de destacar cómo todos los personajes giran en torno de una ficción centrada en Rocky. Y esa recreación, que es su fuerte, es también su cuello de botella: Creed parece hecha, casi con exclusividad, para los que disfrutaron alguna vez de la saga.
Adonis Johnson es el hijo bastardo del famoso campeón del boxeo Apollo Creed, quién murió en una pelea en 1985. Adonis nace meses después de la muerte de su padre, pero su sueño es el mismo: ser el más grande en el boxeo. Sin embargo, Johnson no es un boxeador profesional: tiene un trabajo en una oficina y todo el dinero que le puede proveer su madre adoptiva. Pero ahí no está contento, no está cómodo con su estilo de vida. Por esto decide dejarlo todo y mudarse a Philadelfia, donde busca al retirado Rocky Balboa para que sea su mentor. Entre idas y vueltas, Rocky accede a entrenar a Adonis. Juntos lograran llegar a un buen nivel deportivo, pero sólo Adonis podrá demostrar si realmente tiene lo que se necesita para ser un campeón. Cuando escuché hace unos años que iba a salir otra secuela de Rocky, sinceramente no sabía qué pensar. Todas las películas anteriores me gustaron muchísimo (unas más que otras), pero me llamaba la atención el gran cambio que había hecho el personaje en la última entrega de 2006. La película ya no se basaba tanto en lo deportivo (de todas formas, por alguna razón alguien pensó que era buena idea enfrentar a un Rocky de 60 años con un atleta en su mejor forma), sino más en el drama interno del personaje de Rocky Balboa, en la pérdida, en las malas decisiones, y en las relaciones rotas de su vida. Hermosa y triste a la vez. Diez años más tarde llegaba Creed de la mano del director Ryan Coogler y del escritor Aaron Covington. Ambos de raza negra (afroamericanos como le dicen en Estados Unidos), decidieron tomar el toro por las astas y darle un nuevo punto de vista a la saga. Esto es en realidad porque la idea de Creed no es ser una secuela de Rocky, sino de una especie de spinoff con identidad y protagonistas propios, y mostrando un lado moderno y sincero de la ciudad. Sin embargo, esta película hace lo mismo que muchos le adjudican a Star Wars: El Despertar de la Fuerza: toma muchos elementos de las otras películas de Rocky y los re-aplica. Pero me parece que están mostrados desde un nuevo punto de vista (es la primera de la saga cuyo guión no escribe Stallone), presentando un nuevo personaje con mucho corazón y talento. Rocky Balboa también sigue evolucionando, ya que si bien es un tipo que parece que ha logrado dejar todos sus asuntos en orden en el mundo, ve la posibilidad de superar una nueva pelea, esta vez, fuera del ring. Esto demuestra que Stallone puede actuar más allá de tirar puñetazos y disparar balas, lo que le valió una nueva nominación al Oscar. La reutilización de la música es hermosa (el famoso tu tu tuu tocado con trompetas), ya que nos retrotrae a esos momentos que tanto nos inspiraron fuerza y coraje en las anteriores. Pero Creed tiene sus fallas. Hay elementos de la historia que dejan ciertos vacíos al espectador. Un ejemplo de ello es la motivación de Adonis, que nunca termina de convencernos. Sí, quiere la fama, quiere el honor, quiere el reconocimiento, pero mientras otros -como Rocky- lo hacía para salir de las calles y poner algo de pan en su mesa, sus motivaciones parecen ególatras y egoístas. Y para terminar -SPOILER ALERT- si tenemos que pensar que la “amistad” con Adonis le devolvió las ganas de vivir a Rocky, me parece que tenemos que ser bastante ingenuos -FIN DE SPOILER. A pesar de todo, el resultado es bueno y me dejan esperando una secuela con ansias. Puntaje: 7 – Tomaron los mejores elementos de las anteriores (tal vez demasiado) y lograron destacar en un género que suele repetirse mucho.
La reputada autodestrucción Llegó la hora de la nostalgia. Y del reboot, el spin-off, o como quieran que se le diga al asunto este de desenterrar viejos cadáveres e inyectarles un tónico capaz de hacerlos caminar un par de pasos más. Presentar algo añejo como si fuera novedoso debe de ser una de las más sorprendentes habilidades de Hollywood, y en este sentido parecería estar saliéndole más que bien, vistos los resultados que obtienen con películas de este porte. Seis entregas de Rocky a lo largo de treinta años fueron suficientes para que Sylvester Stallone no pueda seguir subiéndose al cuadrilátero, y es por esto que hoy, a los cuarenta años de aquella ganadora del oscar a mejor película (el director Avildsen le ganó a Ingmar Bergman y a Sidney Lumet, y aquella película nada menos que a Taxi Driver), Stallone pasa a ser entrenador y se propone un recambio generacional, con un nuevo nombre y un nuevo luchador que continúa el legado de aquel boxeador amable y de bajo perfil que tan bien representaba espíritus de superación, sueños americanos y delirios de grandeza varios. Esta vez, si bien se presenta un protagonista que pasa un par de años en reformatorios cuando niño, en seguida es adoptado por la viuda de su padre fallecido. Claro que esta nueva "madre" vive en una gran opulencia, y se ocupará de que al niño no le falte nada durante su formación. La película enfatiza que el protagonista creció en un entorno más que desahogado, dando cuentas además de su destaque profesional en el trabajo de oficina y el hecho de que, en un comienzo, tenga un futuro digno y prometedor. Todo este paquete parece presentado como para quitarle al deporte el estigma de "disciplina para jóvenes marginales y sin nada que perder", porque oigan, hacerse reventar el cráneo a piñas es un camino premeditado, y una más de entre tantas formas dignas de perserverar. Es así que tenemos al héroe dispuesto a triunfar por convencimiento y de hacerse una carrera en el mundo del boxeo. Uno de los principales problemas de la película está en la estructura dramática, ya que dentro de una misma historia se presentan un par de fugaces subtramas: primero una romántica y finalmente una dramática. La primera tiene que ver con el encuentro amoroso con una vecina cantante, la segunda con una grave enfermedad contraída por uno de los personajes. Lo defectuoso de ambas es que se resuelven como si fueran trámites, como si tanto el guionista, el montajista y el director fuesen ellos mismos boxeadores y quisieran pasar rápidamente al ring y a los bifes. El problema es que, si se van a presentar subtramas dentro de una historia, lo que corresponde es desarrollarlas con cierto grado de credibilidad y evitando las resoluciones simplistas o los lugares comunes. Pero aquí no hay un proceso de enamoramiento creíble (luego de ver Carol, la ausencia de sutileza en este sentido se vuelve absolutamente abrumadora), y no hay un tratamiento psicológico que permita comprender un cambio radical de idea por parte de uno de los personajes, en cuanto a su negativa a priori respecto al uso de terapias agresivas. De la misma manera, la madre adoptiva del protagonista presenta buenas razones para detestar al boxeo como disciplina y manifestar su desacuerdo porque él continúe su legado familiar, pero sobre el final, su inexplicable cambio de idea resulta una de las más deshonestos y manipuladores juegos retóricos de los creadores en favor del deporte. Nótese que este cronista escribe desde el desamor hacia una saga que por lo general no le interesa, y hacia una nueva entrega que se le antoja como el refrito menos interesante que podía concebirse en los tiempos que corren. Pero no le sucede esto en general con el género: existen películas de boxeo recientes que están provistas de elementos del mejor cine, como Crying Fist (2005), la grandiosa El luchador (2010), con Christian Bale y Mark Wahlberg o Koza (2015). Todas ellas poseen un gran desarrollo de personajes, logran la empatía y el compromiso emocional con los combatientes, pero por sobre todo, son concebidas con visiones críticas que no tragan (ni venden) la idea de que la autodestrucción voluntaria dentro de un cuadrilátero sea una gran proeza.
Bajo la misma estrella. Luego de seis películas de la saga Rocky, se podía presumir que una séptima no iba a ofrecer novedades en ningún aspecto sino todo lo contrario: un rejunte de todos los rasgos característicos que hicieron de este Balboa un héroe social que atravesó todas las etapas del hombre común en busca de algún tipo de gloria. A veces el cine (y la industria) sorprende y nos ofrece rarezas como Creed, un drama que encuentra sus propios atributos para adosárselos a una serie que parecía anquilosada en la nostalgia, en especial de la primera película, la más lograda en muchos sentidos. El comienzo plantea dos cuestiones que marcan la idea del director Ryan Coogler (el mismo de la genial Fruitvale Station): en primer lugar, la esencia del personaje Adonis Creed (hijo extramatrimonial del legendario boxeador Apollo Creed), durante su niñez peleando literalmente para sobrevivir en un mundo que lo dejó huérfano, pero también se presenta, al mismo tiempo, la estrategia visual de un director preocupado por ser más fiel a un estilo propio -el cual está en formación- y no tanto a la saga. “Cuando es rebotado del gimnasio que vio nacer a su padre, Adonis recurre a Rocky Balboa, ahora un hombre dedicado a vivir para pagar las cuentas de su restaurant, alejado completamente del boxeo”. Más allá de la presentación de Rocky / Stallone, Coogler nunca desvía su foco narrativo de la historia del joven aspirante. El relato parece ser un recomienzo -con ligeras variaciones- de la historia de Rocky, aunque aquí la situación de Adonis es opuesta a la que vivía el “semental italiano” en sus comienzos porque si bien se trata de un búsqueda de gloria, es un intento por lograr un legado propio. El mayor mérito de Creed se halla en la arquitectura visual porque si bien parece familiar este “camino del héroe” se deja de lado lo que es el pastiche pop de las películas menos agraciadas de la saga, en especial la tercera parte, que incluía a dos caricaturas como Mister T -en la piel de villano- y el luchador Hulk Hogan. Cuando en la industria más snob, preocupada por hacer algún tipo de cine autoral, se priorizan el sufrimiento extremo, el elemento más valioso de su tabla periódica, aparece la sorpresa de una historia refaccionada sobre la base angular visual de un cine que puede resultar ajeno a una serie ya aplomada (y hasta casi extinta). Hay un reacomodamiento del exceso de sentimentalismo que tenía la correcta Rocky Balboa (2007) bajo la estrategia de una sobriedad dialogal, limitándose a ofrecer un par de escenas conmovedoras (la de las motos y cuatriciclos especialmente que viene a reemplazar la famosa escena de las escalinatas). Incluso las peleas tienen una tensión particular, la primera de ellas por el uso inteligente del plano secuencia que incluye paneos y ausencia de subjetivas (esa falsa idea que se pretende vender sobre “vivir lo que vive el personaje”) porque su uso emula el registro documental de una lucha boxística. Creed es la síntesis de lo mejor de la serie y es, a la vez, un film de rasgos novedosos que le permiten desprenderse y tener, como el protagonista, su propio legado en caso de querer encarar una saga nueva, lo cual por los números de la taquilla internacional es algo que seguramente sucederá.
EL ROCKY DE LA NACIÓN HIP HOP Rocky Balboa ya no es el semental joven que hizo la subida de las escaleras para contemplar el esplendor de Filadelfia en 1976, y nosotros tampoco. La vista no ha cambiado mucho, la fórmula de las películas de Rocky tampoco. El director y escritor Ryan Coogler homenajea la creación de Sylvester Stallone con una Filadelfia cinematográfica de fondo, sostenido en el carisma de Michael B. Jordan, una mezcla que actualiza y calza perfecta a la mitología de Rocky. Adonis es el hijo de Apollo Creed y necesita un entrenador, por lo que busca a Rocky, quien fue su adversario. Los fantasmas están por todas partes en Creed; el gimnasio de Mickey, el restaurante “Adrian”, la tumba de Paulie, y Rocky que aparece como un sobreviviente solitario, allí comienza el juego de seducción, ¿quién necesita más a quién? ¿Adonis a Rocky o viceversa? “Creed” procede a tocar el mismo ritmo que las seis películas de Rocky que le preceden, todo el derrotero hasta la gran pelea final. Un trabajo de cámara fluido y por momentos virtuoso hacen el resto. Complaciente con los fans -como debe ser en estos años de nostalgia cinéfila- “Creed” cumple con todos los propósitos que busca y deja a los fans pidiendo más. Llegando a un final que rinde homenaje a la película original de una manera agridulce, potenciado por el gran empuje emocional que proviene de la familiaridad de la audiencia con el personaje. Un triunfo por puntos en decisión dividida.
ROCKY FOREVER Luego de seis años regresa a la pantalla otra entrega de Rocky, “Creed”. En esta oportunidad se cuenta la historia de Adonis Johnson quien no llegó a conocer a su padre, campeón del mundo de los pesos pesados, el gran Apollo Creed. Adonis lleva en la sangre el boxeo, y deja sus millones y la comodidad de su hogar para ir a Filadelfia, el lugar en el que se celebró el legendario combate entre su padre y Rocky Balboa. Una vez allí, Adonis busca a Rocky y le pide que sea su entrenador. Por supuesto que al comienzo se niega, pero luego son amigos y todo sale bien. Es una película que satisface a los fans, ver a Sylvester Stallone en pantalla grande emociona. Esta película reivindica a Stallone y logra una de sus mejores actuaciones. Por su parte, Michael B. Jordan (Adonis) es una nueva estrella de cine que se luce con una gran actuación que le augura un gran futuro. Hay otra “Adrián”, novia de Adonis, que estará a su lado siempre. Por supuesto que hay algunas escenas predecibles, pero no podía ser de otra manera. El film tiene una hermosa fotografía, y muestra una Filadelfia cálida y gris.
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Rocky Balboa (Sylvester Stallone) ya es indiscutible como ícono cultural. Son cuarenta años. Uno más que Star Wars y, salvando las instancias de marketing, el nombre está claramente arraigado en el saber popular (aunque en los ‘80 era difícil entrar en la pieza de los pibes de 14 ó 15 años y no ver el poster de alguna de las cuatro hechas hasta esa década). Rocky se convirtió en ídolo de masas dentro y fuera de la pantalla. Era el representante de una clase baja algo marginal que llega a la cima a los golpes y con mucho trabajo. El triunfo del espíritu, el corazón en llamas, el hambre de gloria seguido de algunos excesos. Lo vimos ganar el título, perderlo, volverlo a recuperar… También lo vimos exponerse a la hostilidad de la guerra fría y subirse al ring para vengar a su amigo Apollo Creed (Carl Weathers). Como espectadores fuimos siguiendo la carrera del boxeador hasta verlo perder todo su dinero por negligencia de su cuñado Paulie (Burt Young). Siempre con la fiel Adrian (Talia Shire) a su lado, bancándolo en las más difíciles. A empezar de nuevo. De cero. Y como ya no podía pelear por las lesiones había que entrenar a algún pollo con hambre para reivindicar su vigencia. Ya en la era de los videojuegos e internet, el “semental italiano” tiene un restaurante. En ESPN lo comparan con el actual campeón y ahí se arma otra exhibición. Rocky es al cine lo que Maradona al fútbol: siempre están volviendo. Sin dudas “El Diego” y Balboa serían muy buenos amigos. Y está de vuelta nomás. Se estrenó “Creed”. o “Rocky VII”, como prefiera el cinéfilo. Desde chico Adonis Creed (Michael B. Jordan) anda de correccional en correccional. La calle es su universidad y ahí se aprende a las piñas o nada. En una de las tantas, lo va a visitar Mary Ann (Phylicia Rashad) para decirle que su padre fue el gran Apollo Creed y que su vida puede ser distinta. Pero la sangre tira, y si bien eventualmente el chico endereza el camino, lo cierto es que tiene alma de guerrer, de manera tal que sólo nos quedará ver cómo desanda la historia hasta llegar a nuestro Rocky para pedirle que lo entrene y lo saque campeón. El guión de Ryan Coogler (también director) y Aaron Convington tiene dos grandes aciertos. El primero, contar con la complicidad del espectador para unir toda la saga con pequeñas sutilezas que a los más viejos les va a encantar: “Entiendo que hubo una tercera pelea entre mi viejo y vos ¿Quién la ganó?”, pregunta Adonis en referencia al final de Rocky III, y así pasaremos por muchas otras que van a amalgamar la serie de manera tan concreta como nostálgica. El segundo acierto, es correr a Rocky del centro de atención hasta que sea absolutamente necesaria su aparición, haciéndolo ir y venir en el relato hasta instalarse como partícipe necesario para llegar al clímax final. Además, esta lateralización del ícono, permite a Sylvester Stallone relajarse y disfrutar el tránsito de su personaje, al punto de merecer una nominación este año a mejor actor secundario, el mismo papel por el cual lo estuvo en 1977 como protagonista. Un antecedente que no se daba desde Paul Newman (por “El color del dinero” en 1987) quién repetía el mismo personaje compuesto en “El estafador” varias décadas antes. Seamos honestos. Stallone hace un trabajo correcto al volcar su personaje hacia el costado dramático apoyándose en la voz de la experiencia frente al brío de la juventud, pero esta nominación se entiende más por el lado del mimo de la academia que por la calidad del trabajo, lo cual alimenta aún más la polémica por el segundo año consecutivo sin nominaciones para actrices o actores negros. A fuerza de repetición de la fórmula “Creed” es un relato tradicional sobre el resurgimiento de las posibilidades (si uno sabe aprovecharlas) y la fuerza de las convicciones sobre la lealtad y la honestidad. Todo esto, por supuesto, en el código que maneja la saga desde sus comienzos. ¿Ya vimos este relato antes? Sí, claro. Por eso volvemos al cine a ver a Rocky.
Volvió Rocky Balboa, el personaje. Esta vuelta es distinta: se produce a 9 años de Rocky Balboa, la película de 2006. Las otras habían estado más concentradas en el tiempo: 1976, 1979, 1982, 1985, 1990. La V fue un extraño derrape, ni el gris sufrido de los 70 ni el plástico incendiario de los ochenta. Rocky Balboa fue una despedida con nobleza. Pero Stallone y el boxeo tuvieron en 2013 un regreso insatisfactorio en esa fallida película co-protagonizada por Robert De Niro aquí llamada Ajuste de cuentas (Grudge Match). En Creed, Stallone cede el protagonismo y se convierte en algo así como un nuevo Mickey (Burgess Meredith, el entrenador de la primera a la tercera). De hecho, la edad de Stallone al hacer Creed coincide con la de Meredith al hacer la primera Rocky. Las Rocky son irrupciones de la biopic en lo que parece ser una vida en transcurso. Podría decirse lo mismo de casi cualquier serie de películas que vuelven al mismo personaje. Pero las Rocky son especialmente biográficas, y tienen la forma de una biografía que se va contando en capítulos. En Rocky Balboa y en Creed, además, también se hace presente el modo balance. Y la saga hasta se conecta con la situación en Estados Unidos y el mundo. Los setenta y los ochenta influyeron mucho en la estética y los temas de las cuatro primeras: la IV fue considerada el paroxismo de la era Reagan, y Rocky Balboa tomaba el mood de la crisis. Creed podría verse como una de las últimas películas de la era Obama en el cine. El protagonista no tiene hambre de empleo, tiene hambre de reconocimiento. El corrimiento de Rocky Balboa -de Stallone- del centro de la escena pero su permanencia ineludible rearma la serie, le da un nuevo comienzo. Se cambian las claves de lectura de Filadelfia, ciudad históricamente de gran población negra y clave para el país antes, durante y después de la independencia. Además, Rocky es de mucha relevancia turística para la ciudad: los escalones del Museo de Arte de Filadelfia son conocidos como los escalones de Rocky. Y también hay una estatua. No hay tantos personajes creados para el cine con una estatua en una ciudad, es decir, más allá de parques temáticos. Rocky es un caso muy singular de personaje que sigue vigente a 40 años de su debut. Y no hay remake, hay algo así como historia de vida intermitente. Y es saga, ya que estamos en los pases generacionales, en la nueva camada: aquí el protagonista es el hijo de Apollo Creed. De todos modos, hay algo también de refundación, con los escalones reemplazados por una extraña y casi alucinatoria secuencia de running con coreografía de motos diversas. Y vuelve el esfuerzo, la perseverancia y los logros que no siempre equivalen al triunfo. Y hay una recuperación de esa idea de poca explotación pugilística de las primeras, con escaso tiempo de boxeo. Pero Creed corre con la ventaja histórica, la del tiempo, de ser “la séptima de las Rocky”, de esa manera todo momento que no es de pelea se electrifica de forma previa con la promesa de la pelea. Además, el gran enfrentamiento del final, que ya sabemos que viene (la única Rocky de pelea final insatisfactoria fue la V), tiene una gran promoción en la propia película, porque el primer match que vemos es de un esplendor visual impactante, un plano secuencia que no solamente es un prodigio técnico y de actuación sino además un intensificador narrativo extraordinario. El relato hasta ese momento parece converger de forma centrípeta en esa secuencia, y después desplegarse otra vez, con una fuerza renovada. El director Ryan Coogler, que viene de una película previa como Fruitvale Station, demuestra que puede renovar, darle una fuerza especial a una saga que empezó cuando Gerald Ford gobernaba Estados Unidos. Coogler hace una película de formato de base clásica, pero a la vez se permite momentos de deriva, momentos de pausa, momentos que parecen detener esa línea que tiene un destino prefijado, el del enfrentamiento final. El trabajo de Coogler apunta menos a una forma homogénea que a un muestrario de secuencias de diversos tonos (la cuasi onírica de entrenamiento, las de entrenamiento más ásperas del gimnasio, las del drama familiar, las de romance en modo soñado, las de romance terrenal, las de amistad, la pelea corta sin cortes y la larga con cortes). La integración en una película consistente y coherente tal vez se haya logrado con una cualidad a veces escasa pero fundamental: la convicción para encarar un personaje inmediatamente reconocible. En ese sentido, la actuación de Stallone, de las más sentidas y a la vez sutiles de su carrera, junto con la de Copland- es también parte de los aciertos de la película. Rocky Balboa no necesita, a estas alturas, exagerar su identidad. Ya la conocemos hace tiempo.
Un modo inteligente de recuperar al viejo Rocky “Creed”, la spin off escrita y dirigida por Ryan Coger, recoge lo esencial de la saga creada por Silvester Stallone. Creed, llega 40 años después del primer filme de Rocky, ahora con guión y dirección de Ryan Coogler; recoge lo medular de la saga, y le devuelve a la serie de creada por Silvester Stallone al nivel que merecía según sus primeros capítulos, recuperando para la trama la capacidad dramática que el actor mostró en los comienzos. El director y guionista Ryan Coger le da continuidad poniendo en primer plano a Adonis Johnson (Michael B. Jordan), el hijo no reconocido de Apollo Creed -el gran rival de Rocky-, y a quien no llegó a conocer porque el campeón falleció en combate con el ruso Iván Drago (Rocky IV). La sangre de guerrero lleva a Adonis por el mismo camino de su padre, y para lograr su objetivo de convertirse en un campeón con nombre propio, recurre a Balboa, alejado hace demasiado tiempo del ambiente boxístico. Pero Adonis lo convence y, juntos, reinician su historia con el cuadrilátero. Con el cierre de capítulos –cómo concluyó el combate a puertas cerradas entre Rocky y Apollo en Rocky III, por mencionar el más trillado- el relato le aportó mayor cohesión a la historia conjunta; profundizó el mito con un entorno que apela a la nostalgia de cinéfilos conocedores de la saga, y lo elevó con una puesta en escena del show pugilístico digna de las espectaculares trasnoches de los sábados en Combate Space. La jugada del director -y su coautor, Aaron Covington- valió el Globo de Oro, el Premio de la Crítica Cinematográfica y nominación a los Oscar para Stallone, entre otros lauros de la temporada, y un inteligente pase de seducción hacia el espectador. La historia de vida de Balboa La primera Rocky fue escrita y protagonizada en 1976 por Sylvester Stallone y dirigida por John G. Avildsen. Contaba la búsqueda del sueño americano por parte de Rocky Balboa, un trabajador común de Filadelfia. Con talento para el boxeo, tuvo su oportunidad de combatir por el título de los pesos pesados contra el campeón mundial Apollo Creed (Carl Weathers). Rocky ganó tres premios Oscar: película, actor y guión original; lanzó a Stallone al estrellato y dio lugar a cinco secuelas, todas escritas y dirigidas por el protagonista.
Hijo de Creed, legado de Balboa. A esta altura del partido, que Rocky siga rindiendo frutos marca sinceramente un hito en la historia del cine. Ha habido capítulos muy buenos, buenos y menos buenos; independientes, comerciales y nostálgicos; ha habido algunos muy enfocados en la acción y otros muy enfocados en el drama. Rocky se ha convertido en una franquicia exitosa, variada, y por sobre todas las cosas, comprometida hasta la médula con su protagonista. Hemos crecido con Balboa en el cine. Lo vimos convertirse en peleador profesional, perder en el ring, consagrarse, perder en la vida, recuperarse, sobrevivir y finalmente lo vemos relegar ese protagonismo para generar un legado. Uno de los personajes más míticos de la pantalla grande vuelve a reciclarse, y con éxito. Los astros se han alineado. Escritores y técnicos se han puesto de acuerdo para que la transición entre Rocky y Creed valga la pena. No hay una historia fantástica, sino una que ya hemos visto infinidad de veces; pero sí hay, sin embargo, un buen guión. Creed presenta y desarrolla la historia con muy buena calidad narrativa. Pero los méritos del filme apenas comienzan ahí. Más allá de la cuidada historia, de las grandes actuaciones y los pensados diálogos, la propuesta impacta por su contundente dirección. Las peleas han sido filmadas con un gran manejo de cámaras y sobre todo hay una, en la mitad del filme, realizada al 100% con un plano secuencia sublime. El hijo de Apollo no defrauda, pero lo mejor del filme sigue siendo Stallone, que presenta aquí quizás la mejor actuación de su carrera. Por primera vez el actor debe interpretar a un Rocky vulnerable desde lo físico, y hay que decir que el resultado ha sido verdaderamente convincente. Creed es una muy buena e inaudita continuación de una saga que respeta a su audiencia y a sus protagonistas. Rocky ha envejecido, pero la sigue peleando.
El regreso de la leyenda El gran Sylvester Stallone trae de nuevo a la pantalla grande a su criatura más famosa, que en esta ocasión coprotagoniza una historia inolvidable para toda una nueva generación No hay mejor manera de empezar este mes de febrero que hacerlo con el estreno de este sorprendente filme que es Creed, Corazón de Campeón. Y de entrada digo "sorprendente" porque ver a estas alturas del partido en el que todos los productos son tan bastardeados un filme tan cuidado en todos sus aspectos es un momento para atesorar. Vamos al primer punto: Creed no es un filme de Rocky. Sí es un desprendimiento de la franquicia del bravucón de Filadelfia, un "spin-off" le dicen en su país de origen, que sirve al mismo tiempo como punto de partida del personaje del título como también de continuación de "Rocky". El propio Sylvester Stallone reconoce que durante el rodaje del filme hubo una gran presión por partida doble: las quejas del público para con el actor por repetir por séptima vez el personaje; y al mismo tiempo del equipo técnico por la presión de creer que trabajaban en un nuevo filme del boxeador. Pero ni una cosa ni la otra. Si bien Stallone interpreta al Rocky Balboa que todos conocemos, el personaje se ve limitado a un papel secundario durante la mayor parte del filme (aunque su enormidad le hace empañar al joven Michael B. Jordan en varias ocasiones) y Creed se sostiene muy bien por sí misma. Como para demostrarlo, cabe destacar que el intérprete de Los Indestructibles sólo se ha limitado a participar de la producción del filme como financista y como actor, dejando el puesto de director que ya ha ocupado en cuatro de las seis películas anteriores –y el de guionista de todas ellas- al realizador afroamericano Ryan Coogler. Y en Coogler radica el gran fuerte del filme ya que se trata de un director que ha tenido un muy buen arranque con la inédita en la Argentina Fruitvale Station (también protagonizada por Jordan) y aquí busca repetir la fórmula mágica de la Rocky original aunque en versión afroamericana con un resultado contundente. Por un lado, Coogler maneja muy bien el drama de la historia que en esta ocasión cuenta la historia de Adonis Johnson, el hijo ilegítimo de Apollo Creed, el viejo rival de Rocky que murió décadas atrás en la pelea con Iván Drago, que queda huérfano y, a pesar de los pronósticos, es adoptado por la esposa del ex campeón que. A pesar de haber vivido una cómoda vida con la herencia del campeón, Adonis no puede superar la sombra de su padre y decide dedicarse al boxeo consiguiendo que Rocky Balboa lo entrene para convertirse en campeón de ese deporte. Por cuestiones que no vamos a revelar, la historia se repite y alumno y maestro se verán nuevamente frente a una situación que puede colocar a Adonis en la cumbre del boxeo mundial. El filme se mueve en las dos historias, al de Rocky y la de Adonis, con una alternancia narrativa muy bien contada en la que los dos protagonistas se enfrentan a los avatares de sus vidas y en más de una ocasión recuerda al clásico filme de Martin Scorcese El Color del Dinero (The Color of Money, 1986), en el que Tom Cruise y Paul Newman crean una relación similar en torno a otro cuadrilátero, el de una mesa de pool y que a su vez era una continuación de El Audaz (The Hustler), un filme de 1961 también protagonizado por el rubio. El aspecto técnico del filme está muy bien logrado, con un retrato de la ciudad de Filadelfia que la muestra tal cual es en la actualidad y secuencias de acción muy bien logradas que no abusan de las nuevas tecnologías e incorporan una cámara en primera persona que hacen aún más dolorosos los golpes en pantalla. Además, la presencia de boxeadores reales como el británico Tony Bellew -que interpreta al campéon "Pretty" Rick Conlan- Andre Ward y Gabriel Rosado le otorga un mayor nivel de realismo en pantalla. El otro gran detalle de este film, que colabora enormemente a crear los climas, es la música del compositor sueco Ludwig Göransson que no sólo está a la altura del legendario Bill Conti (el musicalizador de cinco de las entregas anteriores) sino que logra mimetizar el hip hop y crear una Filadelfia que le sienta tan bien a Rocky como al recién llegado, que tiene su nuevo tema al estilo del viejo Gonna Fly Now que tantas sesiones de gimnasio o de "running" ha hecho más livianas a muchas personas. En definitiva, Creed, corazón de campeón es un filme muy, muy recomendable para todos aquellos que vienen siguiendo la historia completa de Rocky y los que quiere tomar contacto con este personaje que tanto éxito le ha deparado a Sylvester Stallone, que ya ganó un Globo de Oro como Mejor Actor de Reparto en enero último y ahora va por el Oscar a fin de mes. Pero además, en un tiempo en el que se remixan viejos éxitos de décadas anteriores como Star Wars, Creed lo hace bien y eso no es poco pedir.
Una sucesión de calidad Si hay alguien que sabe reinventarse, es Sylvester Stallone. Vuelve con una nueva historia del universo de uno de sus personajes favoritos para el espectador, Rocky. Uno se preguntaría si después de tantas entregas valía la pena ver una más. Bueno, el viejo Sly se las arregla y nos vuelve a engatusar con esta historia que toma mucho de lo bueno que tiene la franquicia y le da un toque de modernidad con un sucesor digno como es Micheal B. Jordan. Sabia decisión la de Sly de configurarse como un personaje secundario en esta entrega y no intentar subirse al ring. Se vería demasiado raro. La dirección corre por cuenta del joven Ryan Coogler, responsable de la muy buena "Fruitvale Station" y en un par de años dará a luz a lo nuevo de Marvel, "Black Panther". Coogler sabe filmar y tomar excelentes planos de algunas secuencias de boxeo para el infarto. En cuanto a lo que historia se refiere, homenajea y hace honor a la saga tomando los nombres de Apollo Creed y Rocky Balboa y los pone en lo más alto. También hace surgir una nueva estrella, Adonis Creed. Hay varios guiños a las entregas anteriores que los fans van a agradecer, pero no son sólo guiños sino que representan la madurez de un universo cinematográfico que supo mantenerse vigente. Algo que me gustó bastante también es que la historia es muy positiva sin ser ingenua o cursi. Te hace entender y querer un poco más al boxeo y te deja una sensación agradable sobre la vida, sobre las personas. Lo personajes son personas con defectos y virtudes, pero sin ese cinismo que está tan de moda hoy en día en el cine. Hay momentos de fair play, aprendizaje y crecimiento personal para los personajes sin ser forzados. "Creed" es la muestra de que un film bien pensado desde las bases, buen guión (sin ser genial), personajes ricos y con carisma, buena cinematografía y una conciencia madura sobre el pasado de la franquicia. Una película que atrapa y entretiene. A los seguidores de Rocky los va a dejar muy contentos, y a los nuevos en el tema los va a hacer querer revisar la filmografía del pugilista de Filadelfia.