La guerra de un solo hombre Loco corazón es una pequeña película amplificada por una inmensa actuación de Jeff Bridges (muy bien acompañado por la irresistible Maggie Gyllenhaal). La historia es más bien elemental -con situaciones que bien podrían aparecer en cualquier culebrón vespertino- y bastante previsible, pero ver a estos dos grandes intérpretes (que nunca han sido reconocidos en la justa dimensión que su talento desde hace tiempo merece) destilando tanta intensidad, emoción, dolor y verdad en cada una de las tomas es un placer que compensa con creces las obviedades de la trama. El actor de Los fabulosos Baker Boys, Pescador de ilusiones y El gran Lebowski es Bad Blake, un cantautor de country que tuvo un pasado con gloria y varios hits, pero que -a los 57 años- ha caido en desgracia: luego de varios casamientos, un hijo al que no conoce y un alcoholismo que ameneza con destruirlo, subsiste (apenas) con interminables giras por salones de bowling y bares de mala muerte en pequeños y perdidos pueblos de la norteamérica profunda. En plena decadencia física, artística y moral, conoce ;a Jean (Maggie Gyllenhaal), una periodista de Nueva Mexico y madre de un niño que se encariña con él e intenta ayudarlo. El cuarteto de protagonistas se complea con Tommy Sweet (Colin Farrell), una estrella del country que reconoce a Bad como su maestro y mentor; y Wayne (el gran Robert Duvall), un viejo amigo del protagonista. La estructura del guión (decadencia, regreso, redención) remite a miles de otras películas -la más reciente que me viene a la memoria es El luchador, que sirvió para el regreso con gloria de Mickey Rourke- y no depara demasiadas sorpresas. Pero es entonces cuando aparecen la nobleza de Bridges, la cuidada ambientación y el bello soundtrack supervisado por T-Bone Burnett para borrar cualquier cuestionamiento. Queda claro, entonces que Bridges merece el Oscar y todos los elogios. La película (una hermana menor de El precio de la felicidad), sólo unos respetuosos aplausos.
No hay nada nuevo en la trama, ya que se ha visto miles de veces la historia del hombre que triunfa en su trabajo, pero que un día empieza a tocar fondo tanto personal como laboralmente, sin ir más lejos...
Camino a la redención Las cosas no parecen irle demasiado bien a Bad Blake, un cantante de música country que ha perdido todo. No tiene cuenta en el bar, es alcohólico y su sello discográfico no aprobó su último disco. Da recitales en pequeños bares, pero tiene la oportunidad de tocar como telonero de Tommy (Colin Farrel), el exitoso cantante que creció bajo su tutela. Con este puntapié argumental, el director Scoot Cooper construye un relato sobre la soledad y el desmoronamiento personal del personaje central (algo similar ocurrió el año pasado con El luchador y Mickey Rourke), rol a cargo de Jeff Bridges, un hombre que sólo brilla cuando se encienden las luces del escenario. ¿Quién toca música country de verdad? le pregunta la periodista Jean (Maggie Gyllenhaal, de gran desempeño y nominada al Oscar) muy ) que llega para hacerle una nota y le roba el corazón. Claro, que las cosas no serán tan fáciles como parecen en este correcto drama que recorre corazones en conflicto y da luz verde al opaco mundo del músico. Tampoco faltará un buen amigo (Robert Duvall); un representante que todavía cree en su ex-estrella; un niño de cuatro años que cambiará la percepción del mundo que tiene el músico y un llamado telefónico (tardío) pero necesario. Jeff Bridges convence con su personaje crepuscular (ganó el premio Oscar como "mejor actor") e inicia un camino de redención. Y la música lo acompaña en este film que fue pensado para la pantalla chica y luego se estrenó en cines.
Regreso con gloria Ya es casi patológico: los realizadores que flanquean la gran industria norteamericana sienten fascinación por las historias de redención personal-profesional. Basada en la novela de Thomas Cobb, Loco Corazón (Crazy Heart, 2009), previsible pero genuina, calculada pero honesta, es el ejemplar de la temporada de premios 2010 que alcanzó la cumbre con el Oscar a Mejor Actor para su protagonista, Jeff Bridges. Con la voz rasposa y el cuerpo ajado, el barbado Bad Blake es apenas la sombra del exitoso músico country que supo ser. Su boca, la misma que paladeó el dulce néctar del dinero, hoy está inundada de alcohol y vómito. Las cuerdas vocales que arriaron miles a estadios son ya una foto sepia. El destino parece imposible de torcer. Tenía que ser, cómo no, una mujer la encargada de propulsarlo hacia la salvación. Más por caprichos de la cronología que por méritos de la calidad, Loco Corazón es la hermana menor de El Luchador (The Wrestler, 2008). El Red Blake de Jeff Bridges debería tomar un café con Randy, aquella criatura con la que Darren Aronofsky reinventó a Mickey Rourke. Sus vidas se espejan; la vida, oscilante y transitoria, está en baja: son residuos del sistema en general, del norteamericano en particular. No es casual la elección de sus oficios: la música country y la lucha libre son dos grandes pasiones del los estadounidenses. El primero sacia la nostalgia del éxito con alcohol y sexo ocasional con alguna igualmente ocasional seguidora dispuesta. Sabe que los estadios llenos, las bateas empapeladas, su voz sonando en cada espacio del dial, forma parte de un tiempo ya pretérito. Al segundo, en cambio, aún le cuesta aceptar el vacío, sábado a sábado aspira que las luchas de catch con sus oxidados colegas y amigos lo catapulte de nuevo hacia el estrellato perdido. Allí está la trouppe de musculosos gigantes vencidos por el entretenimiento más vacuo y digital, en la triste y solitaria ronda de autógrafos con más firmantes que fanáticos. La diferencia radica en las motivaciones existenciales. Randy está en el abismo, empastillado y dolorido, cuando busca un nuevo objetivo que lo ancle a la vida. Es la hija quien lo subvierte, lo invita a seguir adelante. Ante la misma cornisa, Red Blake está sólo: la sangre de su sangre lo rechaza, le corta el teléfono con la crueldad propia del desarraigado. Es a partir de ahí que ambos relatos avanzan de la mano. Las apariciones de Cassidy en El Luchador y de Jean en Loco Corazón funcionan como salvavidas simbióticos ante las tormentas inevitables. De pronto, Randy y Red encuentran un haz de luz en la oscuridad que los invadía. Tanto Darren Aronofsky como el debutante Scott Cooper retratan la redención de sus criaturas. Pero el conocimiento previo del camino a recorrer no impide el disfrute de un relato bien construido, que avanza firme y seguro del crepúsculo (personal y laboral) al amanecer. Corazón salvaje es tan noble como las criaturas que la habitan, seres sufrientes por las vicisitudes de una existencia lejana de la previsión y el planeamiento. Además de Red, está Jane (Maggie Gyllenhaal, felizmente medida para su habitual desmesura), embarazada en las postrimerías de la adolescencia; el barman Wayne (Robert Duvall), alcohólico en plena etapa de recuperación; y hasta las esporádicas grupies del cantante, para quienes la vida también es un camino ríspido de incontables vericuetos. Para Blake es posible un retorno hacia la sobriedad y los escenarios: su oficio no mata. El protagonista de El Luchador, en cambio, sabe que la muerte acecha en cada salto, en cada pirueta, en cada esfuerzo físico de su gastado cuerpo. Pero en la lucha está su vida, la totalidad de su ser. Ese último plano cenital transluce la esencia de su pasado, presente y futuro. Randy termina por aceptar su condición de luchador, tanto abajo como arriba del ring, y aún lejos de la fama y el éxito. El café terminará con ambos de pie, felices por que al fin y al cabo, tras años de curvas, la vida se vislumbra recta. Y felizmente predecible.
A veces Hollywood retrocede en sus pasos. Parece que regresaron los tiempos en que se hacían películas, con la única intención de lograr que sus intérpretes, ganaran por fin, el Oscar que en otras oportunidades se le había negado. Y Loco Corazón, ópera prima de Scott Cooper, es ni más ni menos que un vehículo para que su protagonista absoluto, Jeff Bridges se llevara la preciada estatuilla. Y la consiguió. Es que, a pesar de parecer una historia real, se trata de una ficción, seguramente inspirada en muchos cantantes countries similares a Bad Blake, que todos los integrantes de la película, especialmente, uno de los compositores de la banda sonora, el renombrado cantante country, T-Bone Burnett. La película fue escrita y pensada en Bridges, que además es productor ejecutivo. Bridges es la única razón por la que la película se estrena en cine. Y solo por Bridges vale la pena. Es sabido que se trata de un actor multifacético, que se desenvuelve perfectamente, de manera creíble tanto en la comedia como en el drama. Que puede pasar de ser un elegante político (La Conspiración) o un pianista carismático (Los Fabulosos Baker Boys) a luchar en mundos ficticios (Tron) o seudo ficticios como cuando colaboró con Gilliam en Tideland o Pescador de Ilusiones… o ser simplemente “el tipo”, de El Gran Lebowsky de los hermanos Coen. Se pone las botas de “Wild Bill Hickock” con aspecto hippon, o es capaz de raparse completamente para enfrentarse a Iron Man. Y estos son solos los últimos ejemplos. Porque Bridges ha madurado, crecido actoralmente y envejecido con estilo, personalidad, y sobretodo sin pretensiones. Ha sabido aceptar roles menores y secundarios, así como protagónicos. Autores independientes e industriales. Cantar, bailar, pelear… Hace 30 años atrás Bridges debutaba oficialmente (participó al año de vida en una película y más tarde en las series protagonizadas por su padre, el gran Lloyd). En 1971, fue el gran protagonista de La Ultima Película de Peter Bogdanovich, en un rol melancólico querible y creíble, un adolescente honesto, confundido, pero bienintencionado. Volvió a ser nominado como compañero de Clint Eastwood en Thunderbolt and Lightfoot, opera prima de Michael Cimino. Volvió a ser nominado como protagonista de Starman, de John Carpenter. Tiene una mirada única, contempladora y asombrosa, únicamente compartida por su hermano Beau (otro gran actor pero con menor suerte para las películas). Bad Blake, el personaje protagónico de Loco Corazón está creado para emocionarse, para ser vivido y conmover fácilmente, identificarse a la vez con la platea, tanto por su vulnerabilidad, su gracia y carisma, como por su perfil más oscuro como alcohólico. Se trata del típico cuento de redención de una estrella caída que le gusta tanto a los estadounidenses y a la Academia: una mezcla entre The Ram, el inolvidable luchador interpretado por Mickey Rourke (una verdadera estrella caída) y Nicolas Cage en Adiós a las Vegas. Quizás haya cierto remordimiento por no haberle dado el premio el año pasado a Rourke (igualmente competía fuertemente con Penn en otro personaje típicamente oscarizado), pero al igual que ambos, Bad Blake es ficticio, por lo cual no hay licencias en el medio. Bad Blake es un cantante venido a menos. Fue tutor de Tommy Sweet (Farrell, por primera vez creíble y no sobreactuado en un rol), un cantante country que se ha hecho inmensamente popular. Llena estadios y tiene un equipo técnico gigante. En cambio, Bad Blake, que se da a entender que tuvo en algún momento popularidad, tiene que arreglarse cantando en bares, vagabundeando de un pueblo a otro, siempre en su vieja furgoneta y con la misma guitarra. Su pasión por la música es tan imponente como lo es la pasión por las mujeres y especialmente el alcohol, que lo tiene a mal traer en todo momento. En el medio conoce a Jean (Gyllenhaal, natural, soberbia en un rol menor a comparación de otros que hizo) una madre soltera y aspirante a periodista. Previsiblemente lo que empieza siendo una amistad y buena química termina en una relación romántica que le hace replantear a Bad Blake, el hecho de que por el bien de su salud, la de ella, y su pequeño hijo, que enloquece a Blake, así como para inspirarse musicalmente, debe terminar con el alcohol. La películas es la típica lucha del antihéroe contra su enfermedad interna, que por un lado, es como una marca de su arte, pero por otro (al igual que en El Luchador) será la cruz en su vida, sino la agarra a tiempo. Se puede decir a favor del ex actor secundario Cooper, que trata de no caer en golpes de efecto demasiado bajos o demasiado lacrimógenos convirtiendo la película en una telenovela, pero tampoco evade los clisés y estereotipos del género, incluido un hijo adulto abandonado. Nada demasiado original o inspirado. Y se nota que fue pensada para televisión. La fotografía de Barry Markowitz se destaca a la hora retratar paisajes (realmente hermosos), así como algunos interiores oscuros, pero también tiene escenas de notables errores de continuidad lumínica que distraen del drama principal. Una de las cualidades de la interpretación de Bridges es su naturalidad. A diferencia de otros actores que hacen una transformación completa cuando encaran un rol así, a Bridges no parece costarle para nada, ni cantar, ni bailar, ni amar, ni emborracharse. Esa simbiosis entre actor y personaje, sin perder el hilo, el punto de vista o amagar en caer en la sobreactuación es lo que generó la gran repercusión de Loco Corazón. Sí, la banda sonora de Burnett y Ryan Bingham es otro punto atractivo para todo aquel que le guste la música country. Las canciones son pegadizas (recomiendo escuchar el soundtrack), uno siente realmente estar en un recital de Bridges y Farrell, que forman una gran pareja musical. La química con Gyllenhaal es maravillosa también. Y Robert Duvall, hace casi un cameo como el “amigo” de Bad Blake. Un personaje que le sale bastante natural, muy alejado de los inolvidables que interpretara en el pasado para Coppola. ¿Bridges se merecía el reconocimiento? Sí, pero quedará en el gusto de cada uno determinar si supera a Renner, Firth, Freeman o Clooney. Loco Corazón es una película sencilla y poco pretenciosa, hecha a la medida de Bridges. Un cuentito con moraleja obvia y subrayada (sobrio te va a ir mejor en la vida, cuestión de karma), creíble, mil veces visto, para ver relajado y olvidarse a los pocos minutos de salir de la sala.
Una muchacha y una guitarra Jeff Bridges se luce como un cantante country en decadencia. Loco corazón es una película que se presenta ante el espectador desde una extrema simpleza. Es directa, va al grano, no tiene inesperadas vueltas de tuerca ni esconde ningún sorpresivo as bajo la manga. En uno de esos encuentros de forma y fondo que pocas veces se dan en el cine, la película se organiza como el mundo que trata: es una canción de música country, pura y dura, de la vieja escuela. Simple, directa y de contenida emoción. Sin extravagancias ni adornos. El músico alcohólico que busca una nueva chance, sus problemas, sus enfrentamientos con los demás y consigo mismo, la posibilidad de una nueva vida a partir de una mujer que conoce, la redención como objetivo. Eso, más los bares, las chicas de la noche, el alcohol y las rutas hacen de Loco corazón una película honesta y simple, como un tema de Hank Williams, Waylon Jennings o Johnny Cash. No hay villanos en Loco corazón; o el propio Bridges, llegado el caso, lo es. Hay una serie de personajes que se cruzan en sus respectivos caminos, con cada uno tratando -a su manera- de salir del pozo, de la crisis, del alcoholismo, del sinsentido que hay en sus vidas. Hay eso y hay canciones. Directas, contundentes, de manual. Guitarra, bajo y batería, acaso un steel guitar, como mucho algún teclado. Y punto. Loco corazón conoce su mundo bien y lo transmite al espectador. Uno podría decir que el filme es similar, en su arco narrativo, a El luchador, otra historia de un veterano "performer" que supo ser famoso y que hoy trata de sobrevivir de lo que le queda de su antigua gloria. Aquel era un filme más duro y su personaje presentaba aristas más prototípicas (traumas del pasado, heridas físicas, etc.), pero es innegable la similitud. Además de ser la historia de una ex figura de la música que hoy toca para comprar whisky, seguir manejando y vomitando, conseguir una fan por pueblo que quiere el recuerdo de haberse acostado con una leyenda, también es la exposición cruda del talento actoral de un tipo que se lleva la película a cuestas. Allí era Mickey Rourke. Aquí, el enorme Jeff Bridges. Y el actor de El gran Lebowski y Tucker es ideal para el rol de "Bad" Blake. Se mete dentro del papel y jamás lo juzga, lo sobredimensiona, lo convierte en ejemplo o metáfora de nada. Jeff vive en Blake, lo lleva puesto en sus encuentros con la periodista que se interesa tal vez más de lo indicado en su vida (Maggie Gyllenhaal), en el reencuentro con su protegido (Colin Farrell), hoy convertido en super estrella del género, en sus idas y venidas con el alcohol. El director debutante Scott Cooper no explota el potencial dramatismo angustiante al que la situación podría llevar. Lo sobrevuela y lo deja ahí, para que el espectador complete la melodía. Un poco como Clint Eastwood, Cooper hace un filme de seres humanos reales, con conflictos potencialmente densos, pero que saben que su vida es una sola y que tiene que salir adelante de la mejor manera posible. Con una guitarra y una muchacha, sí, pero también con algo para poder cantar.
Jeff Bridges, como un amigo entrañable El actor obtuvo el domingo un premio Oscar por su interpretación de un cantante country en decadencia que busca su última redención Ahí baja otra vez Bad Blake de su trajinada camioneta polvorienta: la camisa desabotonada y el cinturón suelto, que no es cuestión de martirizar el abultado abdomen cuando hay que pasar horas al volante recorriendo las desérticas planicies de Nuevo México. Hay centenares de kilómetros entre un pueblito perdido y otro, o mejor, entre un bowling y un bar decadente donde le tocará esta vez cosechar unos pocos dólares a cambio de canciones que ha escrito hace mucho y que en otra época le dieron fama. Bad -que no se llama Bad pero ha preferido olvidar su nombre- ya no compone; los tiempos han cambiado y ahora los ídolos del country son muchachos que hacen delirar a las jovencitas, venden miles de discos y llenan estadios, como Tommy Sweet, su ex discípulo. Pero los dolores de Bad -que los hay- se ahogan en alcohol; él conserva su aire bonachón, cierto desparpajo y algún secreto encanto que todavía hace su efecto en las mujeres. Es una especie de Lebowski cincuentón y gastado que está de vuelta de muchos fracasos profesionales y afectivos, pero ya se ha acostumbrado a este vagabundeo eterno y lo asume con resignado humor. Bridges, la clave Bad Blake no existiría sin Jeff Bridges. Y su historia -la de su última oportunidad de recuperación, tema bastante trillado- importaría poco si no fuera él quien la recreara y le confiriera tanta verdad. Porque Bridges no es sólo un actor excelente, de esos a los que nunca se ve actuar y que jamás hacen exhibición de sus recursos: tiene el extraño don del carisma. Es un tipo al que se reconoce como par: inspira simpatía y ternura. Y cuando se mete en la piel de un personaje como éste -que parece inventado para él- borra cualquier huella de oficio. Ya no es Jeff Bridges a quien vemos, sino al viejo Bad ilusionándose -gracias a la joven periodista que se le acerca- con llegar por fin a tener lo que nunca tuvo o no supo conseguir. Scott Cooper fue inteligente al descargar en Bridges (y en Maggie Gyllenhaal, una pareja a su altura) el peso del relato, que no carece de algún convencionalismo. Ellos ponen la sinceridad, la vibración humana y la química necesarias para comprometer el ánimo del espectador y conmoverlo. Un regalo extra son las estupendas canciones de T-Bone Burnett y Stephen Bruton, que revelan al flamante ganador del Oscar como expresivo cantor. En cambio, al hosco Colin Farrell como el ex discípulo que procura restablecer el antiguo vínculo artístico y personal no se le ve pasta para ídolo del country.
La felicidad sigue teniendo su precio Dueño de una de las carreras más admirables que cualquier actor en actividad pueda exhibir en Hollywood y ovacionado el domingo pasado en el Kodak Theatre, tras casi cuarenta años de ninguneo académico, Bridges se luce como un cantante country en decadencia. No hace falta hacer de discapacitado para ganar un Oscar. También se puede hacer de vieja leyenda del country, bastante alcohólico y reventado, que renace de sus cenizas. Sucedió en los ’80, con Robert Duvall en El precio de la felicidad (Tender Mercies, 1983) y vuelve a suceder ahora en Loco corazón, donde, para acentuar las continuidades, Duvall hace del mejor amigo del héroe. Pero el héroe de la jornada es Jeff Bridges, dueño de una de las carreras más admirables que cualquier actor en actividad pueda exhibir de Hollywood y ovacionado de pie el domingo pasado en el Kodak Theatre, tras casi cuarenta años de ninguneo académico. Amado por la cámara, los espectadores y, por lo visto, también por sus colegas, bienvenida sea Loco corazón, aunque más no fuere por haberle facilitado finalmente al hijo de Lloyd el homenaje que desde hace rato merecía. ¿Y como película? No es que esté mal, pero es una de esas que uno tiene la sensación de haber visto cientos de veces. La última película, Fat City, Las puertas del cielo, Starman, Tucker, Los fabulosos Baker Boys, Texasville, Wild Bill, El gran Lebowski: ¿cómo no sentir, en el momento en que este hombre baja de una maltrecha camioneta, desaliñado, el pucho colgando, la camisa salida del pantalón, que se está reencontrando a un amigo tan querido? Con canas, barba, pelo largo y una voz algo más aguardentosa –casi una versión Nick Nolte de sí mismo–, Bridges compone a Bad Blake con las mismas dosis de sencillez, verdad, transparencia y encantadora pereza con las que toda la vida se plantó ante cámara. Frente a sí, en medio de la nada del Oeste Medio, el boliche en el que le toca actuar esa noche: un bowling. Homenaje buscado o encontrado al que tal vez sea el mejor papel del viejo Jeff, posiblemente el más complejo: el de un tal Jeff Lebowski, fiaca y borrachín al que confunden con un sosías y la vida se lo convierte en algo entre Chandler, Kafka y el humor judío. Aquí, ni Chandler, ni Kafka ni humor judío, sino Hank Williams, tango y redención. Como toda película hollywoodense sobre personajes quebrados, la primera parte es mejor que la segunda, porque por más que en aquellas colinas piensen lo contrario siempre va a ser más interesante el quiebre que la cura. Bad Blake vive de gira, atravesando el país en su camioneta y juntándose, en el pueblito en el que le toque presentarse, con los músicos que su manager o la buena fortuna hayan dispuesto. Blake canta y toca la guitarra. Por más que de repente se le vaya la mano con el McCullen’s y tenga que salir a vomitar en medio de un tema, sabe cómo hacerlo, y la voz raspada del Bridges sesentón ayuda muchísimo. Lo que Blake ya no hace es lo que siempre fue su fuerte, componer, por más que su manager le pida de rodillas temas nuevos. Su manager y un tal Tommy Sweet (Colin Farrell), alguna vez su discípulo y ahora, al menos para el propio Bad, su peor rival. Habrá que ver qué pasa el día que se junten en un escenario, Tommy como número central y Blake como músico soporte. Aunque al comienzo no haya referencias a la vida familiar de Blake, ya aparecerá el remordimiento por un hijo al que hace demasiado tiempo abandonó. Eso explica por qué este veterano gruñón se muestra tan compinche con el hijo de cierta periodista (Maggie Gyllenhaal, nominada por este papel), con quien Bad por supuesto iniciará una relación. Cuando el hombre meta la pata mal y vaya a parar a un grupo de rehabilitación para alcohólicos, será momento de comprender que ya estamos metidos en plena mitología hollywoodense. Con música de T-Bone Burnett (una de las canciones acaba de ganar también el Oscar), sus momentos de verdad permiten que esta ópera prima de Scott Cooper escape de las fórmulas que la cercan. Empezando por Bridges, claro, que no sabe actuar si no es con eso. Pero también Gyllenhaal aporta grandes dosis de espontaneidad. Y hay momentos –el encuentro del veterano con unos músicos demasiado jóvenes para su gusto, el reconocimiento instantáneo de que un gordito realmente sabe tocar, la batalla de poder con un sonidista– que se viven como si en verdad estuvieran sucediendo frente a cámara. Y eso no es algo que se experimente todos los días en el cine.
Toca otra vez, viejo perdedor Bad Blake (Jeff Bridges) ha visto tiempos mejores. Otrora exitoso cantante country, ahora debe pelear desde el llano por un lugar en los humildes escenarios que antes no pisaba ni de casualidad. Perdido por su creciente problema de alcohol, derrotado por una vida que se lo llevó puesto a fuerza del karma de sus malas decisiones, conoce en una gira improvisada a la periodista Jean Craddock (Maggie Gyllenhaal) y algo vuelve a él. Llámese fuego sagrado, llámese inspiración; el viejo Blake está encontrando su centro y esta historia es, en parte, la de sus esfuerzos por reencontrarse con la chispa vital que lo hizo leyenda. Modesta leyenda, es cierto, pero... Bridges está inspirado y brillante en este rol que le va como anillo al dedo, ya desde la actitud en el primer escenario que le vemos pisar. Y puede cada quien preguntarse... ¿es inspiradora, es atractiva para el público argentino una cinta (más) que aborda la hipotética vida de un redneck norteamericano? La respuesta remitiría casi de inmediato a "El Luchador"; una película que se impuso por la potencia de su personaje protagónico. Las historias bien contadas, con un sólido respaldo actoral, son las que merecen ser vistas y recomendadas, independientemente de cuán aficionado sea el espectador a la música country, a la música en general, al drama humano o a las cintas "personalistas". Esto sucede, justamente, con "Loco Corazón". Una película para, ahora sí, enamorarse locamente de Jeff Bridges.
Loco corazón es una película que sin el trabajo de Jeff Bridges probablemente no hubiera recibido una distribución internacional. Se trata de una producción independiente chiquita que narra una historia de redención y segundas oportunidades en la vida que vimos en más de una ocasión. Sin ir más lejos, El luchador, con Mickey Rourke planteó una temática similar, sólo que en este caso se desarrolló en el mundo de la música country. Bridges interpreta a un personaje claramente influenciado por Waylon Jennings (el creador del tema de los Duke de Hazzard), una leyenda de este género musical que tuvo en su vida problemas similares a los que enfrenta en la trama el personaje de Bad Blake. Al margen del trabajo de Jeff, cuyo Oscar estuvo más que merecido, el trabajo de todos los actores hicieron posible que esta historia contada en otras oportunidades resultara atractiva. Hay que destacar la participación de Colin Farell, quien hizo un trabajo más que digno como cantante country. La escena en la que interpreta una canción junto a Bridges es realmente muy buena. Yo por lo menos no lo tenía cantando y la verdad que lo hizo muy bien. Los actores junto a la fabulosa banda de sonido producida por T Bone Burnett son lo mejor de este estreno, que pese no tener la misma pasión que Johnny y June (Joaquín Phoenix) que también estaba relacionada con el mismo ambiente musical, brinda un cuento ameno.
Sabía que "Loco Corazón" era la última película de Jeff Bridges, que había recibido algunas nominaciones, y que trataba sobre un cantante de música country (lo cual se puede ver en el trailer...). Pero minutos antes de entrar a la sala, navegando por Internet, leí que IMDB la había catalogado como "Music", lo cual me llamó la atención, porque no pensé que iba a tener tanta influencia musical. Así que después de leer esto, entré a la sala con un poco más de curiosidad y ganas de verla. Si nos concentramos unicamente en la trama, no vamos a encontrar demasiadas cosas para destacar, ya que es la misma historia que nos contaron una y otra vez. Un famoso cantante que tuvo su momento de máximo esplendor, pero que ahora tiene casi 50 años, hace rato que no saca un disco o toca en un gran estadio, que se ha dedicado a beber a más no poder, y que cuando pensaba que su vida era un completo desastre...el amor llama a su puerta. Vieron? Yo les dije que la historia era conocida. Jeff Bridges es un actor que me gusta mucho (más allá de si actúa bien o mal). Y verlo cantando en esta película, sin dudas fue una sorpresa! Por suerte, no lo hizo nada mal ;) Como bien sabrán, y si no lo sabían se los comento ahora, hace algunos días atrás, Jeff Bridges ganó un premio Oscars como Mejor Actor por su actuación en esta película. La verdad es que después de haber visto muchísimos de sus trabajos, no creo que este haya sido en el que más se lució, pero aún así, me alegró mucho que lo haya ganado, porque ha hecho muy buenos trabajos, y es un buen actor! :) El elenco lo completan: Colin Farrell, que no se quedó atrás y también se animó a cantar, Maggie Gyllenhaal, quien también obtuvo una nominación al Oscar, y Robert Duvall. "Loco Corazón" es una película que los amantes de la música country, y los/as seguidores/as de Jeff Bridges, seguramente disfrutarán mucho. Y que logrará que el público en general, se entretenga durante un buen rato, siempre y cuando no pretenda ver una gran historia. DATOS CURIOSOS: Esta película ganó dos premios Oscars. Uno por Mejor Canción Original: "The Weary Kind", y otro por Mejor Actor: Jeff Bridges.
Después de mucho pelear y merecerlo más que nadie (¡cómo pudieron ningunear así a su gran Lebowski!), Loco Corazón le dio a Jeff Bridges su tan ansiado Oscar después de cuatro intentos fallidos en casi 40 años (La última película fue su primera nominación en 1971). El se pone al hombro, como quien carga una guitarra, una película sobre un músico de country venido a menos, macerado en alcohol y con una última gran chance de redimirse. La vida de Bad Blake parece que no fue la mejor, y aquí tampoco se cuenta de la mejor manera, pero Bridges logra con sólo un par de gestos transformar en conmovedor lo que se vislumbraba sensiblero. Bridges transforma lo que parecía un culebrón en una gran película musical, que suena todavía mejor gracias a las preciosas melodías campiranas de T-Bone Burnett. Loco corazón además late con más fuerza ante la presencia de otros grandes como el aquí homenajeado Robert Duvall, el churro Colin Farrell o la despampanante Maggie Gyllenhaal.
Un perdedor que conmueve Finalmente llega el film que le valió el Oscar Jeff Bridges, por su interpretación de un cantante folk en decadencia. La banda sonora es excelente. Ok, la trama es previsible, la historia pequeña y las situaciones se pueden contar con los dedos de una mano. Nada que no se diga (demasiado) de Avatar, por caso, un film mucho más ambicioso que éste en varios términos y que para muchos llegó con la misión de cambiar para siempre el modo en que nos enfrentamos a una película. Loco corazón no aspira a nada parecido, y sin embargo en su núcleo existe una idea similar a la de Cameron: utilizar una trama simple para hablar de algo mucho más grande. Que en este caso no tiene que ver con cuestiones metafóricas ni luchas ancestrales, sino más bien con la dura existencia de un hombre que debe velar por él mismo; con sus demonios, su pasado y su incierto futuro. El cantante folk Bad Blake (enorme trabajo del ganador del Oscar Jeff Bridges) va de bar en bar, de bowling en bowling, ofreciendo un repertorio de bellas canciones –mérito del gran T Bone Burnett– y su traza de alcohólico irredimible. El catálogo del músico lo persigue: las mujeres maduras se le acercan, los fans que aún lo recuerdan lo idolatran, la idealización lo acecha. El andar decadente de Blake –un músico cuyos mejores días artísticos se encuentran en un pasado remoto donde tampoco hizo lo mejor que podía en el plano personal– se ve interrumpido cuando su precaria gira lo lleva a Nuevo México. Allí conoce a Jean, una reportera (la notable Maggie Gyllenhaal) que es madre soltera de un pequeño de cuatro años, con quien entabla una relación amorosa. Pero Blake no es un hombre fácil: una ristra de pérdidas tracciona su presente hacia su adicción al whisky. Él no sólo ha dejado en el camino un hijo al que jamás volvió a ver, sino que, por motivos que el film no revela, está receloso de Tommy Sweet (Colin Farrell), un astro de la música country del que es maestro y mentor (y algo así como otro hijo perdido). El director debutante, Scott Cooper (que escribió el guión adaptando una novela de Thomas Cobb), cerca a su protagonista con cielos inmensos y carreteras largas, una placidez del entorno que contrasta con su interior y que sabe mostrar sin remilgos, poniendo la cámara donde debe ir y dejando en el centro las actuaciones. Así, la profunda tristeza de Blake y la desesperanza de Jane aparecen en su real dimensión, sin que Bridges y Gyllenhaal necesiten apretar ningún botón para que eso suceda. Blake nunca es un borracho patético, Jane jamás infunde lástima; son personas, ni más ni menos. Lo mismo que el personaje de Farrell, e igual que ese gigante de Robert Duvall, al que le bastan algunos minutos en pantalla para gastarla en el papel de un viejo amigo de Blake, un rol que muchos críticos norteamericanos vieron parecido a su personaje de El precio de la felicidad. La increíble performance de Jeff Bridges (que puede ser el lacónico Jack Baker, el vago The Dude o el villano Obadiah Stane con el mismo, extraño grado de intensidad) hace que Loco corazón conmueva con lo mínimo, a bordo de la saga de un hombre que parece haberlo perdido todo pero que, paradójicamente, siempre está a un paso de ganar.
Loco Corazón es una de las tantas películas que se enfocan en grandes personalidades llenas de humanidad, con sus conflictos irresueltos y virtudes incorruptibles. A Hollywood le encantan estos trabajos, a los que llaman “historias de redenciones”: seres que se equivocan miles de veces, caen a la par y vuelven a levantarse. Esto se comprueba con el Oscar otorgado hace días al protagonista Jeff Bridges, quien, a pesar de no lograr su mejor interpretación, alcanza esta victoria con un título de este tipo. El actor, descendiente de una dinastía de artistas, encarna a Bad Blake, un cantante de música country que supo tener mucha fama y ahora ve que su carrera se estanca en lo profundo. Su representante lo incita a volver al ruedo de recitales y ser telonero de estrellas jóvenes, pero el se rehúsa. Es que para poder recomenzar de nuevo su trayectoria debe resolver problemas personales, algunos de ellos mucho más difíciles que cualquier inestabilidad laboral. Sumergido en problemas de salud que aquejan su cuerpo por el poco cuidado que tiene de el y su constante dependencia con el alcohol, el solista está encaminado en una vía trágica. Un amigo le presenta a su sobrina, una periodista interesada en escribir una entrevista sobre la enigmática vida del protagonista. Maggie Gyllenhaal es la encargada de darle vida a Jean, la cronista que también tiene un viaje de desilusiones en su pasado. Sin prejuicios, deja que Blake se sostenga en ella hasta que la incesante adicción hace imposible la continuidad del romance. Es allí cuando comienza el ingrediente afrodisíaco que adoran los ejecutivos y celebridades pertenecientes a Los Ángeles. Cuando el errático toma conciencia de su situación y decide cambiar. Éste marco, si lo adaptamos a otros tiempos y diversas circunstancias, lo hemos visto miles de veces. Podríamos destacar algunos antecesores recientes como la magnífica historia de El Luchador con Mickey Rourke, Ray con Jaime Foxx, Johnny & June: Pasión y Locura con Joaquin Phoenix, Million Dollar Baby con Clint Eastwood y Hilary Swank, y Vidas Cruzadas con Matt Dillon. Todas ellas tuvieron repercusión en las entregas de premios y les valieron estatuillas doradas a algunas de sus figuras. Más allá de las actuaciones, lo más destacable son las canciones compuestas específicamente para el filme. De la autoría de T-Bone Burnett, uno de los mayores referentes del country, llega una lista de melodías que reflexionan sobre alegrías y tristezas, y rescatan la esencia de este estilo musical. A pesar de ser interpretadas por los mismos actores, la compaginación de sonido hace muy evidente que no lo hicieron en vivo, sino en la prolijidad de un estudio de grabación. Bridges, un famoso cuya versatilidad y falta de vanidad le permitieron hacer cualquier rol y participar en diferentes géneros, resulta creíble como una persona a la deriva. Le agrega una sensibilidad locuaz, junto a su habilidad con el canto. Gyllenhaal, por su parte, nutre a su personaje con vulnerabilidad y gran pasión hacia quienes la rodean, ya sea su hijo o su desequilibrado amante. También aparecen Robert Duvall, una de esos mitos vivientes que con tan solo su presencia jerarquizan cualquier pantalla, y Colin Farrel, luciendo sedado en el papel del discípulo en pleno apogeo que perdió contacto con su mentor. La opera prima de Scott Cooper se anima a adaptar un libro sobre una leyenda musical ficticia y sale airoso de la tarea. Quizás cumpliendo demasiado a rajatabla las reglas de manual para una historia pseudo-biográfica, no se da lugar a incursionar por caminos narrativos paralelos o no recorridos hasta el momento, aspecto que en lo posible serán perfeccionados en sus próximos proyectos.
Se hizo justicia Bad Blake (Jeff Bridges) es un cantante folk que se derrumba lentamente; lleva años tocando en bares de mala muerte, pistas de bowling y repitiendo eternamente las mismas canciones de perdedores y amores fallidos. Blake deja correr su vida entre whisky barato y groupies mayorcitas. Cuando empieza la película el agente de Blake le recrimina por no tener temas nuevos y por negarse a cantar con su ex protegido convertido en estrella. A la vida del protagonista llega una periodista de un diario de pueblo que es sobrina del pianista de ocasión que esa noche le toca como compañero. Bad se enamora una vez más, vuelve a componer se reencuentra con su ex aprendiz, en fin todo parece encaminarse de manera notable, salvo que no puede dejar la bebida y su salud parece derrumbarse al mismo ritmo que su carrera. Esta historia que en manos indolentes pudo haber sido una insoportable película de la semana, gracias a Dios o a quien sea, es otra cosa porque el protagonista es Jeff Bridges y lo rodea un elenco notable encabezado por Maggie Gyllenhall, Collin Farrell y Robert Duval, que además es el productor. Bridges se merece este Oscar tanto como en otras oportunidades, solo hay que recordar El gran Lebowski, por ejemplo. Lo cierto es que lo ganó por esta película que es muy divertida, le permite lucirse y que como bonus, tiene música original de T Bone Burnet. Simplemente imperdible.
Hombre de carretera En la muy fértil década del ’80 en lo que a supergrupos (bandas cuyos integrantes son ya reconocidos por proyectos previos) se trata, surgió The Highwaymen, agrupación famosa no sólo por ser el supergrupo de música country más reconocido, sino también por conglomerar en su interior a Johnny Cash, Waylon Jennings, Willie Nelson y Kris Kristofferson, los principales referentes del género outlaw music, reacción a la vez tradicionalista -porque recuperaba el discurso salvaje y masculino y el estilo seco de precursores como Jimmie Rodgers y Hank Williams- y modernista -al incorporar la energía de los por entonces contraculturales Rock & Roll y Blues- contra la comercialización del Nashville Sound, más cercano a la música pop. Claro que contar con esos cuatro mitos de la música country era correr con mucha ventaja (aunque no tanta comparada con el line-up de los contemporáneos Travelling Wilburys, a saber: George Harrison, Bob Dylan, Roy Orbison, Jeff Lynne y Tom Petty), pero la banda, como la mayoría de los supergrupos, duró relativamente poco, produciendo solamente tres discos en el período comprendido entre 1985 y 1995. The Highwaymen, al igual que sus integrantes por separado, se alimenta de una mitología y una tipología típicamente Estadounidense: la del descastado, el hombre que vive en los márgenes coqueteando con la pobreza, el eterno nómada que hace de la carretera y el desierto su derrotero y destino último. Esta descripción le cabe perfectamente a Bad Blake, músico country cincuentón en decadencia, que todavía vive de la fama conseguida en décadas anteriores dando recitales en pequeñas tabernas, boliches (literales, donde se juega bolos) y Honky tonks, bares típicos del sur de Estados Unidos frecuentados principalmente por las clases bajas y que cuentan con números musicales en vivo de artistas Country o Folk. En una de esas presentaciones Bad conoce a Jean (Maggie Gyllenhaal), una joven periodista con un hijo de cuatro años, con quién comenzará un romance. Pero los problemas de alcoholismo del músico, a quién vemos más frecuentemente con un whisky en la mano que con su guitarra, comienzan a dinamitar la relación. Por otro lado, el antiguo protegido de Bad, Tommy Sweet (Colin Farrell), es ahora un exitoso músico amparado por la maquinaria comercial de Nashville que, aunque bienintencionado, no puede ayudar a su mentor, salvo que éste comience a componer para su nuevo disco. La amable rivalidad entre Bad Blake y Tommy Sweet funciona como una alusión literal al conflicto entre la música outlaw y el Nashville sound, desde la música (despojada la de Bad Blake, más artificial la de Tommy Sweet) hasta el estilo de vida: la gira de Blake por el sur de Estados Unidos sólo lo incluye a él y a su camioneta Chevrolet; a Tommy Sweet lo acompaña una enorme troupe de músicos, roadies, asistentes, autobuses y limusinas. Por otro lado, la historia de la decadencia y recuperación del maduro músico de country no sólo es demasiado arquetípica de la mitología autodestructiva del género (el country y el biopic, claro está), sino que reproduce casi fielmente el argumento de El precio de la felicidad (Tender Mercies, 1983), la historia de un cantante country de mediana edad y alcohólico en decadencia (Robert Duvall, que en Loco Corazón tiene un papel secundario como confidente y amigo de Bad Blake), quien encuentra nuevo impulso cuando conoce a una mujer viuda con un hijo. Lo que verdaderamente le da carnadura al bastante estructurado y formulaico guión de Loco Corazón es la enorme interpretación de Jeff Bridges como Bad Blake. Su presencia física y su relajada intensidad apoyada en un registro naturalista convierten esta película con pretensiones de universalidad en una íntima, personal historia de búsqueda de la felicidad con la ruta como paisaje y el Country como música de fondo. El es la razón por la cual, después de finalizada la película, Bad Blake "will always be around", como repite la canción de Jimmy Webb Highwayman, emblema del grupo The Highwaymen. A diferencia de El luchador de Darren Aronofsky, film similar desde su argumento, Loco corazón jamás carga las tintas o redunda en el miserabilismo. Por el contrario, la película ostenta una contención dramática, sostenida mediante elipsis que nos ahorran el sufrimiento de los personajes, y una levedad en el tono infrecuentes en los dramas de Hollywood. Y todo lo que Loco corazón quiere decir, lo sugiere mediante motivos expresivos. Los paisajes desérticos y la ruta filmados en scope y con una paleta áspera, a la vez que le otorga un aire setentoso y anacrónico a la película, acentúa el efecto de estancamiento emocional y el clima despojado que propone el debutante en la dirección Scott Cooper. Pero el principal motivo expresivo del film es la música, compuesta en colaboración por Stephen Bruton y T-Bone Burnett e interpretada casi en su totalidad por Jeff Bridges y Colin Farrell. Y aunque podrían habernos obsequiado una mayor variedad en las canciones (Bad Blake interpreta los mismos dos temas en sus presentaciones en la primera mitad de la película), las pocas que efectivamente quedaron en la banda sonora evocan paisajes emocionales que se encuentran en estrecha comunión con lo que se narra. Porque, en definitiva, las canciones country cuentan historias, y Loco corazón se convierte en una de ellas, The Weary Kind, canción que de aquel lado de la ficción Bad Blake compone inspirada en su relación con Jean y que de este lado ganó el Oscar a mejor canción original. Esa canción es el fin (narrativo, pero también espiritual) de Loco corazón, porque a estos hombres de carretera se les va la vida en cantar cuentos.
Una película chiquita que se agiganta debido a la descollante performance de Jeff Bridges, también justo merecedor del Oscar tras cuarenta años de carrera y en el silencio absoluto para la Academia. Si bien la historia transita por la carretera de los lugares comunes, la sólida dirección de este joven debutante la sostiene en velocidad crucero sin exabruptos y con algunos momentos de verdad que arrancan el aplauso, coronados por una excelente banda sonora...
En buena medida podemos afirmar que lo único relevante en Loco Corazón (Crazy Heart, 2009) es la prodigiosa actuación de Jeff Bridges. Más allá de algunos detalles astutos del guión y el interesante nivel de las canciones, la película en sí no aporta demasiado a los dramas musicales: resulta muy extensa, cae en varios lugares comunes y el tópico de la “redención” ha sido trabajado en muchísimas ocasiones. En síntesis, hablamos de un film correcto aunque olvidable…
Se aprovechan de su nobleza Sabemos de sobra que una fórmula casi infalible para ganar un Oscar consiste en hacer un papel “comprometido”. A tal fin, habría que encarnar un gay, un enfermo de sida, un negro en calidad de tal, discapacitado, activista social o miembro de una minoría que más o menos pese en la conciencia norteamericana. Si te toca en suerte uno de esos papeles y además, sos un actor famoso (perdón por tutearte, celebridad), sacás un pasaporte seguro para que digan tu nombre después del mentado “The Oscar goes to…” Pero esta vez, la Academia de Hollywood escribió derecho en renglones torcidos: Jeff Bridges se merecía el premio a mejor actor, pero no por tener la valentía de prestarle su cuerpo a la historia de pecado y redención de un borrachín cantante de country. Tampoco por acceder a personificar un papel indigno para enseñarle al espectador que hasta el ser más patético puede reivindicarse por la fuerza del amor. Sino que ganó en buena ley este reconocimiento por ser Jeff Bridges y por tener la bondad de ofrecer cada tanto su imagen tan brillante como amable al cine, aunque sea como en este caso, en el contexto de una película de lo más básica. Loco corazón (el film por el cual fue galardonado) se recuesta con impudicia en su figura. Bad Blake es un cantante en decadencia, una vieja gloria que ahora se gana la vida recorriendo el Estados Unidos profundo y cantando en lugares de mala muerte. En la primera escena vemos bajar a Bridges de una camioneta destartalada, guitarra en mano. Está vestido como un cowboy de la tercera edad, lleva el cinto colgando, se ve que el accesorio le molestó y lo desabrochó para liberar su panzota durante el viaje. Ya desde ese momento, y con ese detalle, sabemos que vamos a adorar al antihéroe. Su imagen, entre triste y amorosa, nos da ganas de abrazarlo e invitarlo a un trago. Más tarde la película sigue con su derrotero previsible y poco imaginativo. El músico ya no quiere hacer uso de su talento, canta canciones pasadas de moda que fueron sus éxitos en otro tiempo, se emborracha como un cosaco y tiene sexo casual con groupies menopáusicas. Sin embargo, aunque la trama nos aburre y el registro de los recitales se parece más a las tomas de fórmula de los conciertos de MTV, increíblemente no podemos sacar nuestros ojos del gran Jeff que, desde el escenario, encandila la cámara y, aún con una camisa tan floreada como transpirada, consigue hacernos ver un fantasma que todavía conserva en su esencia al sexy ídolo musical que supo ser pero ya no. Su actuación se le escapa a la película en profundidad y sutileza, desde los indicios, en detalles, posturas y actitudes logra contar un pasado tapado por una fachada de decadencia. Mientras, desde el guión y la puesta en escena seguimos revolcándonos en el lugar común. El protagonista se enamora, experimenta lo que podría ser tener una familia, y ante esa epifanía decide redimirse. “Hola, soy Bad y soy alcohólico” escuchamos decir a Bridges que va bañadito y peinado a la terapia de grupo. Libre de la mala bebida ahora se vuelve más creativo, escribe nuevas y mejores canciones. A nosotros nos repugna el mensaje burdo de superación personal, nos importa un pito la música country y no podemos conectar con su sensibilidad, pero estamos obligados a acompañar al bueno de Jeff, porque a fuerza de carisma se ganó nuestra simpatía y queremos asegurarnos que le vaya bien. Más tarde, el final está cantado. Bad vuelve más sano y más sabio a su gloria modesta de cantautor, y al concluir, en este film no ha pasado nada interesante, salvo Jeff Bridges mismo. A Edgar Morin le gustaba decir que a veces, sólo a veces, un actor puede imponer su personalidad al héroe que encarna en una película y al mismo tiempo ese héroe de ficción contagiar de forma natural su personalidad al actor. Cuando este milagro sucede, tenemos ante nosotros a un ser mixto, un animal propio del cine al que llamamos “estrella”. Crazy Heart se diligenció una estrella como protagonista y la aprovechó. Porque Bad Blake no es solamente el vaquero looser que propone el guión, sino que gracias a Jeff es también un poco el sexy Baker Boy, el desarrapado adorable Jeffrey Lebowski o el profesor discapacitado sentimental de El espejo tiene dos caras. Pero la película, por su parte, es injusta con Bridges ya que no le aporta mucho, sólo un ámbito vacío y burdo para su lucimiento, un campo raso sobre el que hay que nadar contra la corriente de lo banal. Por eso su trabajo en Loco corazón merece un Oscar. Por ese matrimonio tan desparejo entre actor y obra que lo alberga, por cargarse a los hombros la nada misma y hacerla valer con su sola presencia, démosle aplausos y estatuillas doradas a Jeff Bridges.
El Mundo cabe en una canción Perdedores. ¿Qué extraña fascinación generan los perdedores para que el cine Americano los traiga a la memoria una y otra vez? Ese mismo cine Americano que mide su importancia en premios y recaudaciones. Perdedores. Convengamos, a Hollywood no le interesa cualquier tipo de perdedor. En sí lo que se pretende, de alguna forma, es educar. Más que los perdedores, al cine Americano lo que le interesa es la redención y el camino que se emprende para retomar el camino desviado. A veces se logra y a veces no. Como a veces este tipo de películas se hacen desde el más preciso estado de gracia y, otras, resultan intragables. Sin embargo en ocasiones aparece un personaje como Bad Blake, irreductible a cualquier tipo de moraleja, y actuaciones como las de Jeff Bridges, capaces de hacer que hasta el más simple relato se convierta en algo digno y emocionante. Pero hay más en Loco corazón. El director Scott Cooper encuentra una verdad en el propio territorio donde juega su personaje: en el de las canciones. Si vamos a contar la historia de un excelente compositor de música country en decadencia, que las canciones sean las mejores del mundo. Y, les aseguro, la banda sonora de Loco corazón, supervisada por T-Bone Burnett y Ryan Bingham, es de excepción. De hecho Cooper se queda en varios pasajes del film fascinado en la performance magnética de Bridges, que se extiende a partir de su estupenda ejecución de canciones como Fallin’ & Flyin’, Somebody else o I don’t know, y lo registra con un cariño que bordea el documental. Bares, groupies tan decadentes como su ídolo, cerveza, neón, pueblos polvorientos, inundan estos pasajes que tienen la presencia física de un mapa. Bad Blake es un perdedor, lo dicen los primeros minutos del film: recorre el país a bordo de una vieja camioneta, se emborracha sin otro fin que el de evadirse, está en bancarrota y vive del recuerdo de lo que fue. Su representante le arma giras improbables en bowlings o en pequeños bares. Si ustedes vieron más de tres películas de este tipo, sabrán que algo torcerá el camino descendente del protagonista y lo hará retomar la senda. Este tipo de películas para ser consideradas buenas, dependen de la coherencia entre salida y destino que se logre trazar. Y hay que decir que más allá de su previsibilidad (¿y acaso no era previsible Avatar? ¿Por qué habríamos de castigarla desmedidamente a esta?), Cooper, además de director guionista, encuentra la forma de hacer que la adaptación de la novela de Thomas Cobb no se convierta en un mar de consejos de autoayuda. O al menos no sólo en eso. Lo que le hará a Blake intentar cambiar será la relación que entable con la joven periodista Jean (Maggie Gyllenhaal), madre de un niño y divorciada. Al igual que otra película de redenciones tardías del año pasado como lo fue El luchador, serán dos soledades luchando con sus infiernos interiores, en el marco de un film que respira por los cuatro costados un aire de Indie sucio y cansino. Pero allí donde todas estas películas se ponen recargadas y solemnes, Loco corazón transita sus dramas con una desacostumbrada mesura. No hay excesos ni desbordes, parte de esto gracias a las interpretaciones de Bridges y Gyllenhaal (y a Robert Duvall y hasta Collin Farrell, que andan por allí), que construyen sus personajes con total naturalidad. Evidentemente Cooper, merced a los dos monstruos que tiene en la pantalla, es lo suficientemente inteligente como para ver que lo que surge entre ellos, más que amor, es una historia de necesidades: no de gusto Blake llama insistentemente a Jean para ver si piensa en él. No de gusto no le pregunta si lo ama, sólo le pregunta si piensa en él. Eso puede querer decir que lo ama, pero también puede significar muchas cosas más. Blake necesita de una buena vez por todas atarse a alguien, Jean quiere demostrarse que puede volver a confiar en alguien. ¿Cómo se construye algo desde ese lugar? Loco corazón es bastante clara: son historias que, en todo caso, sirven como aprendizaje. Simple y sin rodeos, Loco corazón logra contaminarse de la interpretación de Bridges. Felizmente -y por fin- ganador del Oscar, juega constantemente con todos los lugares comunes que uno puede ver en su personaje para llevarlos a otro lugar. Blake nunca explota, no es una caricatura, es apenas un ser humano con sus cruces a cuesta intentando cambiar. Hace que sus decisiones suenen naturales y poco forzadas. Su actuación no suena a plan hago-de-tipo-excéntrico-y-por-fin-me-dan-el-Oscar. Bad Blake tiene signos del “Dude” Lebowski, claro que sí. Pero aquí humanizadas y puestas al servicio del relato, porque Bridges es de esos actores de antes, que nunca se ponen por delante de la película. Un clásico. Que encima aquí nos aporta el plus de cantar esas canciones bellísimas que Blake compone, plagadas de vivencias y de olores. Para entender, y degustar, a Loco corazón, lo mejor es disfrutar de aquellos momentos en los que Bridges canta sobre el escenario y donde la película se aleja del relato simplón y efectista sobre un alcohólico en recuperación. Durante buena parte del film, Blake le da vueltas a una canción que, obviamente, recién conoceremos entera sobre el final. Se llama The wearey kind. Allí el film alcanza su cima: vimos al artista construir esa canción con vivencias, entendemos cada frase y la saboreamos como una despedida. “Ya no soy Bad, ahora soy Otis, mi verdadero nombre”, dirá Blake. El personaje, entonces, luego de devorárselo le dará lugar a la persona que hará lo que pueda, como pueda. Blake no es de los que hablan, hay que escuchar sus canciones para conocerlo en los huesos. Un artista. Ahí está el secreto de una película, para ser buena, cuando habla sobre un cantante y sus canciones: saber, como ya dijo alguien, que el mundo cabe en una canción. Y no es necesario decir más nada. Ah, el plano final es bellísimo y todavía lo tengo atragantado en la garganta.
EL REENCUENTRO CON UNA VIDA El desarrollo de una historia que mantiene los mismos recursos narrativos que otras estrenadas en el pasado tiene que presentar un atractivo que fundamente el disfrute de la misma y en esta oportunidad hay dos factores que cumplen dicho propósito: las actuaciones y la música. En el pasado Bad Blake fue un exitoso y famoso músico country, hoy está en el borde de superar la década de los cincuenta, alcohólico, sin trabajo, viviendo de las migajas que pequeños shows le ofrecen y sin un rumbo destinado para su vida. Con la ayuda de una periodista y un músico amigo él va a trata de cambiar y salir adelante. El tipo narrativo que se presenta en esta cinta es poco original y repetitivo si se tiene en cuenta que “El Luchador“, película estrenada con casi un año de anterioridad, desarrollaba exactamente lo mismo: un hombre enfermo que juega con su vida y que decide abrir los ojos para poder disfrutar de sus “últimos” años. En ese punto el film no es llamativo, es previsible y poco sorpresivo. Pero existe, tal como en la película antes mencionada, un nivel actoral que en cierta manera hace olvidar al espectador de las arbitrariedades del guión para así hacerlo sumergir en la historia de vida del personaje principal. Jeff Bridges encarnó a Bad, le dio vida y esperanza y cada expresión o sentimiento encontrado en su desarrollo, gracias a su labor, se transmite perfectamente hacia el público. Excelente actuación, fuerte y muy dedicada, que hace de una simple línea un discurso profundo y emocionante. Maggie Gyllenhaal, quien logra destacarse en muchos momentos, triunfa gracias a una naturalidad impresionante que desborda en cada una de sus escenas. El amor y ese final melancólico están interpretados perfectamente por dicha actriz. Colin Farekl, que no tiene muchos momentos frente a la cámara, hace un correcto trabajo, principalmente hacía el final de la cinta. La segunda característica que logra destacarse dentro de la simplicidad de la historia es la música. Esta se mimetiza con el personaje y empieza a caminar por la misma senda que Bad en la película. De una música country apagada y sin energía se pasa a un concierto sonoramente bellísimo con una canción final (”The Weary Kind”) que emociona y pone en evidencia la superación del protagonista. Bellas composiciones musicales. La fotografía es correcta y poco destacable en muchos momentos; la edición buena y el trabajo de dirección logra mostrar en todo momento las intenciones del guión (perdida del pequeño Buddy). Si bien la película no es novedosa y desarrolla la misma historia de vida que otras cintas del género pero cambiando el nombre del protagonista, la calidad actoral, el suspenso y el drama creado en muchas escenas y la bella música que acompaña la narración hacen de este film una experiencia recomendable y natural. Tiene errores, pero están muy bien camuflados. UNA ESCENA A DESTACAR: final
Muchos han señalado, en ese afán por querer siempre comparar, que esta película era El luchador de este año. Y lo cierto es que la comparación no es del todo caprichosa. Como en aquel film de Darren Aronofsky, aquí tenemos un personaje en decadencia que alguna vez fue el mejor en lo suyo, pero que ahora sólo es apreciado por sus pocos y leales fans. Y, como en ese film, la cinta no tendría razón de ser si no fuera por su actuación central. Así como en El luchador Mickey Rourke cargaba sobre sus espaldas el peso de la película, entregando una actuación que lo puso nuevamanente en los primeros planos, aquí Jeff Bridges es quien se carga la película. Aunque en su caso, a diferencia de Rourke, lo suyo es una continuidad en lo que ha sido una carrera casi intachable. Bad Blake es una leyenda de la música country que, ya lejos de sus mejores años, recorre las rutas de USA para tocar en pequeños bares de pueblos perdidos. Para hacer que su existencia sea más llevadera, se entrega a la bebida las 24 horas del día, por lo que sus actuaciones a veces terminan antes de lo previsto. Además, tiene que aguantar ver cómo Tommy Sweet, un joven al cual él le abrió el camino de la música country, es hoy la máxima estrella del género. En uno de sus viajes, en la ciudad de Santa Fé, Bad conoce a una joven reportera (Maggie Gyllenhaal), madre soltera, con la que empezará una relación. Pero la adicción de Bad a la bebida será un obstáculo difícil de superar para ambos. Lo primero que hay que decir de este film es que no tiene muchas cosas originales para contar. Creo que cualquiera que haya leído las líneas previas notará que es una historia que les suena familiar. Pero lo mejor que tiene la película es, justamente, todo lo que no es: melodramática, efectista, exagerada. Esto sin dudas es en gran parte gracias a Bridges, quien tiene una forma de actuar tan natural que jamás da la impresión de estar, justamente, actuando. Con un look que hace acordar mucho a Kris Kristofferson, Bridges entrega una imagen completa de este músico acabado. Lo que vemos en pantalla no es un personaje, sino una persona. Si Bridges merecía o no el Oscar por este trabajo es un tema debatible (como con todos los premios). Si vamos al caso, este actor ha entregado actuaciones de similar calidad a ésta varias veces. Pero digamos que el hecho de que Jeff Bridges finalmente tenga un Oscar en su repisa no es para nada injusto. La película se puede ver, aunque como dije no presentará ninguna sorpresa, y es muy posible que más de uno se aburra con la historia. Dependerá de su estado de ánimo y de la conexión que sienta con este solitario personaje que ha alejado sistemáticamente a sus seres queridos. Aquellos que aprecien también el valor de un actor con todas las letras, tendrán mucho para disfrutar. Y si les gusta la música country (cosa extraña en nuestro país), la banda de sonido es muy buena. Y Bridges canta realmente bien, por si le faltaba algo.
El mejor actor del mundo eff Bridges es el mejor actor del mundo. Sí, ya sé, también Bill Murray es el mejor actor del mundo. Por supuesto, decir que alguien es el mejor actor del mundo no es decirlo literalmente y con ánimos científicos o exhaustivos (¿cuántos actores húngaros, rusos o colombianos no conocemos?). La afirmación es una exclamación de alegría, nada más (y nada menos). Decir que alguien es el mejor actor del mundo es decir, como decía Godard, que de algunas películas sólo se puede decir que son las mejores películas. Disparen sobre el pianista (Truffaut) es la mejor película; El cameraman (Keaton) es la mejor película; Los sobornados (Lang) es la mejor película; Hechizo del tiempo es la mejor película; La adorable revoltosa (Hawks) es la mejor película; El desprecio (Godard) es la mejor película; Amanecer (Murnau) es la mejor película; Entrevista (Fellini) es la mejor película; El color de las granadas (Paradjanov) es la mejor película; Traigan la cabeza de Alfredo García (Peckinpah) es la mejor película; El desencanto (Chávarri) es la mejor película. Y hay muchas otras películas que son la mejor película de la historia y del mundo todo. Películas euforizantes provocan afirmaciones eufóricas. ¡Palombella rossa (Moretti) es la mejor película! Entonces: ¡Jeff Bridges es el mejor actor del mundo! No se puede decir otra cosa luego de ver Loco corazón (Crazy Heart, una sutil, susurrante y muy buena película dirigida por Scott Cooper), por la que acaba de ganar el Oscar como mejor actor y que se estrenó el jueves 11 de marzo en Argentina (probablemente destinada a no ser un gran éxito; a pesar de la publicidad del premio, la música country en Argentina espanta a no pocos espectadores). En Loco corazón, Jeff Bridges es Bad Blake, un cantante country que supo ser exitoso y que está en decadencia. No seguiremos contando el argumento, pero sí hablando de Bridges, el mejor actor del mundo, que puede moverse, hablar, cantar, caerse, levantarse y emocionarse ante la cámara y dejar en claro que en el cine hay actores que se definen por cualidades un tanto inefables y para las que no hay fórmulas, como son la fotogenia y el carisma. ¿Cómo explicar que Bridges esté siempre bien?, ¿cómo describir la cantidad de matices que ubica sigilosamente entre lo que hace y lo que dice su personaje? Bridges mejora cada película en la que actúa, y suela agregar dimensiones memorables a personajes en apariencia poco recordables: el presidente de expansiva presencia que interpretaba en La conspiración (The Contender, de Rod Lurie), que festejaba con contagiosa alegría la calidad de los sánguches que servían en la Casa Blanca. En Crazy Heart, Bridges nos hace creer en lo que le sucede al personaje que interpreta y a la vez lo hace con ese plus de las estrellas clásicas, que nunca dejan de ser un imán y parecen haber estado en el mundo desde siempre (Robin Williams dijo alguna vez Bridges no es un actor sino un recurso natural). Bridges logra seguir siendo un gran actor, una estrella, y a la vez darle vida al personaje de esta película en particular, y a todos los otros que interpretó. Bridges es alguien de la estirpe de Cary Grant ?un Cary Grant más desprolijo y de relativamente bajo perfil?, alguien que puede darle vida a personajes incluso oscuros pero siempre con un encanto innegable (sí, claro, todo actor es un seductor; menos, claro, James Spader, que siempre cultivó con no poca habilidad los caminos de los rictus desagradables). Sé que pocos verán Loco corazón, entonces pocos podrán confirmar que en esa película Bridges está sencillamente deslumbrante, y que está muy bien que le hayan dado el Oscar de una buena vez. Pero tanto los que vean Loco corazón como los que la eviten, tal vez puedan comprobar (o recordar) que Bridges es el mejor actor del mundo en La última película y en Texasville (dos inoxidables películas de Peter Bogdanovich que todos deben ver; son de las películas imprescindibles); Fat City de John Huston, El gran Lebowski de los Coen (El Dude, el personaje de Bridges, tal vez sea el único personaje realmente inolvidable de la carrera de los hermanos). Hizo muchísimas otras películas (Los fabulosos Baker Boys, Bad Company y un largo etcétera) y brilló en casi todas o en todas, pero para no hacer una lista interminable destaquemos dos trabajos más: la voz del personaje de Big Z (muy en la línea del Dude) de Reyes de las olas (Surf’s Up, una subvalorada película de animación de 2007), y su trabajo en la gloriosa Tucker, un hombre y su sueño, de Coppola. No recuerdo quien ganó el Oscar en el año de Tucker, pero fue definitivamente una injusticia, como todas las veces en las que no lo ganó Jeff Bridges.
Más allá de no presentar nada original, ni nada que no hayamos visto en el cine, Loco corazón logro fascinarme desde su primer momento hasta su final. Scott Cooper fue el responsable de realizar esta cinta que por muchos momentos me hizo recordar a la estrenada el año pasado por Darren Aronofsky, llamada El luchador y la cuál le hizo ganar una gran revaloración a Mickey Rourke. Creo que la diferencia entre estas dos cintas es que la primera es más simple y menos profunda, pero mucho más entretenida y llevadera, en cambio la segunda es más dura y realista, pero más "pesada" en ciertos momentos. Más allá de ese pequeño juego de similitudes y diferencias creo que la opera prima de Cooper es digno de destacar, por los grandes aciertos en la elección del reparto, la excelente banda de sonido y la manera en la que decidió contarnos esta bella historia de redención y superamiento personal. Entrando un poco más dentro del soundtrack, hay canciones que realmente son muy pegajosas y entradoras como I don't know y Fallin' & flying y otras son simplemente hermosas como la ganadora del Oscar The weary kind o Brand new angel, además de contar con temas muy movedizos como Gone, gone, gone y Somebody Else. Osea realmente la banda de sonido cuenta con un repertorio muy amplio dentro de la música country que merece ser comprado cuando salga el disco en la Argentina. Obviamente que todos los comentarios se los lleva la actuación de Jeff Bridges, pero no por eso quiero dejar de destacar a los actores secundarios que también realizan grandes labores dentro de está película. El viejo Robert Duvall aparece en pocas escenas, pero no por eso pasa desapercivido gracias a las buenas líneas que tiene en sus apariciones. La grata sorpresa de la noche fue sin dudas verlo cantar a Collin Farrell que realmente no sabía que lo hacía tan bien, como lo hizo en la cinta. Además brinda muy buenas secuencias junto a Bad, como la canción que interpretan juntos en el concierto llamada Fallin' & fliying. Maggie Gyllenhaal tiene la difícil labor de no ser eclipsada por una actuación de semejante calibre como la del protagonista y no solo sale aireosa ante esta compleja tarea, sino que acompaña a la par a su pareja en la calidad brindada en la actuación y su historia de amor es totalmente creíble, arriesgado y muy profundo. Y obviamente que para el final queda el gran Jeff "The dude" Bridges, del cuál me cuesta encontrar palabras para describir su majestuosa interpretación. Su personaje atraveso distintos estados de depresión y algún tipo de felicidad que fueron llevados a cabo con una dedicación y calidad que dudo que otro actor haya podido hacer. Sinceramente su actuación justifica el pago de la entrada sin ninguna duda. Quiero aclarar que la muy buena performance de Bridges cantando no me sorprendió porque a principios de este siglo edito un disco como cantante llamado Be here soon en el cuál se lo escucha en muy buena forma. Loco corazón es una linda historia potenciada por grandes actuaciones y una excelente banda de sonido, que hacen que uno pase dos hermosas horas!! Vayan a verla el gran Jeff lo merece...
Robert Duvall protagonizó en 1983 el film "Tender Mercies" sobre un alcohólico cantante de música country que conoce una mujer viuda con un hijo y lo inspiran a retomar su carrera. Esta actuación le valió un Oscar a Duvall, quien ahora produjo esta película que comparte una historia similar. El trabajo debut como guionista y director de Scott Cooper presenta a Bad Blake, un músico alcohólico en el ocaso de su carrera que intenta sobrevivir tocando en pequeños bares. Así conoce a Jean, una periodista con un hijo que le da un nuevo sentido a su vida. La historia suena conocida no solo por "Tender Mercies", sino también por su parecido a "The Wrestler", aquel film de 2008 con Mickey Rourke sobre un luchador en decadencia con problemas de salud. Pero estos puntos en común con otras películas no afectan a "Crazy Heart", que acompaña un interesante guión con actuaciones impresionantes. Este film parecía ir directo a DVD o Cable cuando el Estudio Fox Searchlight compró los derechos de distribución y promocionó entre los críticos las actuaciones de los actores sabiendo que podían obtener reconocimiento. Luego de venir arrasando con todos los premios al Mejor Actor y lograr una nominación para los próximos Oscar por esta actuación, seguramente Jeff Bridges recibirá su muy merecida estatuilla el 7 de Marzo. Tras cinco nominaciones, Bridges debería finalmente ganar el Oscar por su imperdible interpretación de un músico alcohólico y fumador. Este es un papel que parece haber sido escrito para él. Hay una muy buena banda de sonido compuesta por varias canciones country interpretadas por Jeff Bridges, que demuestran el talento de este actor también para la música y le dan mas realismo a su personaje. Maggie Gyllenhaal interpreta a Jean, por la que consiguió una nominación como Actriz de Reparto al Oscar. A pesar de la diferencia de edad, la pareja con Bridges resulta muy creíble. Robert Duvall interpreta al barman amigo y Colin Farrell sorprende con su acento sureño como Tommy Sweet, el músico superestrella. Una película independiente que gracias a sus actuaciones logró sobresalir del resto.
Amor es lo que sobra La pucha digo. Es medio difícil escribir algo bueno y original luego de leer la crítica de Crazy heart de Mex Faliero en el sitio fancinema.com.ar. Así la competencia es muy cuesta arriba. Pero vamos a hacer el intento. Es llamativo como la puesta en escena, las actuaciones y los rubros técnicos confluyen en el filme de forma armoniosa y moderada, hablando bajito, discretamente, contagiándose de la historia que se cuenta. Es paradigmático en el caso de la labor de Jeff Bridges, aunque no una novedad en su carrera: gana el Oscar no a la manera de Al Pacino en Perfume de mujer, sino en base a la sutileza y la transmisión fluida de las emociones. El protagonista de Loco corazón, Bad Blake, daba para el desborde y el griterío, pero Jeff sabe que el mundo que éste habita es el del country más tradicional: ése que apela a expresar determinadas huellas en lo más profundo del corazón mediante la poesía, porque hacerlas visibles de otra forma es mucho más arduo. Sin embargo, lo mismo puede decirse del resto del elenco, integrado entre otros por Maggie Gyllenhaall, Colin Farrell y Robert Duvall. En todo diálogo, secuencia, escena, cada palabra o mirada funciona como eco de un “algo más”: un pasado marcado por el dolor, la necesidad de afecto o reconciliación, la amistad y el amor como sostén último frente a toda adversidad. Hay un logro particular del director y guionista Scott Cooper, quien no sólo se recuesta en las actuaciones, sino que consigue incorporar el vínculo entre los personajes y su contexto, que se modifican mutuamente. Cuando Cooper filma los cielos, las rutas, los bares o a los habitantes de los estados sureños, no hay un mero regodeo paisajista o miserabilista, según la ocasión. Tampoco una mirada desde afuera, de tinte irónico o juzgadora. Lo que se aprecia es una indagación fascinada y fascinante de un universo que sólo se puede percibir completamente cuando se está bien adentro, pero que tiene las puertas abiertas para el que quiera entrar. Y encima tenemos una banda sonora espléndida, supervisada por T-Bone Burnett, que va pasando como un abanico por todos los espectros de la sensibilidad. En todos se detiene, con todos se toma una pequeña pausa, porque hay cuestiones, que tanto en la música como en el cine, requieren un tiempo y un espacio. Hablamos de arte, hablamos también de la vida. No es necesario alcanzar grandes cumbres para emocionar o dejar una huella en el otro. Sólo se necesita entregar un diminuto, muy diminuto pedazo de nuestra alma. Crazy heart realiza ese pequeño gesto. Y al espectador sólo le queda aceptarlo.
Tribulaciones de un compositor en decadencia Si hay algo que cabe destacar en este pasable film del debutante Scott Cooper, es su calidad para elevar al protagonista a un pedestal inimaginado, a pesar de lo decadente del mismo en cuanto a aspecto y creatividad. La vida de Bad Blake (monumental caracterización de Jeff Bridges) nos atrae porque, de alguna u otra manera, comenzamos la película conociendo su historia, sabiéndonos sus canciones y siendo conscientes de lo mal que está nuestro personaje en su carrera musical. Por ello nos alegramos cuando comienza a reiniciar su vida al conocer a la interesante reportera pueblerina, Jean Caddock (también brillante actuación de Maggie Gyllenhaal), entabla una adorable relación con el hijo de la susodicha y se mantiene fiel a sus hábitos -malos o no-. Crazy Heart se resume en una parsimonia argumentativa exasperante pero amistosa para con el espectador, que entre cantitos country, la aparición de Robert Duvall y Colin Farrell, y el intento de redención del gran Blake, pasará dos horas confortables y apasibles, como la escena de pesca en el lago, la más bella de todo el film. Y quizás sea por el gran trabajo de Bridges, o por la buena composición musical del genial T-Bone Burnett, que sin tener mucho para ofrecer esta cinta siente tan bien en un público poco pretensioso, pero lo seguro es que no es la gran cosa. Todo se corona con la canción "The weary kind", poderosa en la lírica pero muy acartonada en la melodía (sin embargo, ganó el Golden Globe y el Oscar a la Mejor Canción Original), que termina resumiendo a modo de triunfo un sufrido pasaje de un grande del country, creado a imágen y semejanza de la ascendente carrera del actor protagonista.
La canción es la misma Las majestuosas panorámicas en la apertura de Loco corazón remiten a un western, género estadounidense por antonomasia. Quizás exista un secreto hilo conductor, un sonido en común entre los pretéritos pistoleros y los músicos del género country. No empuñan rifles sino guitarras, pero se visten parecido y en sus giras musicales van de cantina en cantina. Loco corazón parece un cover cinematográfico. La canción la conocemos de memoria, y lo que vale son las interpretaciones y algunas variaciones del tema. Ya lo sabemos: Hollywood ama los relatos de fracasos y redenciones. En efecto, el héroe americano es antes que nada aquel que conquista sus zonas erróneas y se supera. Bad Blake es el caso en cuestión. Una leyenda del country sumido en la decadencia, la soledad, el alcohol. Hace tiempo que no compone melodías nuevas. Sus presentaciones en bares de mala muerte contrastan con la carrera de un protegido suyo, Tommy Sweet, y este contraste parece ser el símbolo de dos épocas de la música, antes de devenir todo en puro negocio. Lo que cambiará la vida de Bad será el encuentro con una periodista, uno que excede cuestiones laborales y que precipita paulatinamente un deseo de vivir. Bad, en sus peores momentos, jamás se transforma en una bestia caucásica: ni golpea a sus mujeres, ni maltrata a quien esté cerca. Su máximo pecado es no haber conocido a su único hijo. Autodestruirse es su especialidad. Basada en una novela de Thomas Cobb, Loco corazón no sólo reivindica a su personaje, sino que oblicuamente también reivindica a su intérprete, Jeff Bridges. La ópera prima de Scott Cooper, actor devenido en director, se sostiene en sus intérpretes, aunque la película destila un sorprendente sentido del timing en todas sus escenas y una búsqueda discreta de un estilo cinematográfico. La virtud de Loco corazón reside en su reserva dramática y en su elección de no enfatizar catarsis de todo tipo. Cada vez que el filme puede adoptar un tono trágico, elige la parsimonia, extraña elección cuando se trata de borrachos y estrellas caídas. La canción es la misma, pero el modo de interpretarla es su mayor diferencia, su imperceptible victoria.
“Loco corazón” no es una pelicula más. La historia es pequeña, basta un par de párragos para resumirla, no deslumbra por los efectos visuale, no demandó un presupuesto millonario, no hace falta ponerse un par de lentes de cartón para ver su verdadera dimensión, y así todo no pasa inadvertida. Es así por la genial actuación de Jeff Bridges, que compone un Bad Blake, el cantante que ha perdido el rumbo ebrio de fama y whisky barato, conmovedor, tanto que le valió un Oscar. También, por la mirada tierna de Maggie Gyllenhaal y, sobre todo, porque la película, sin querelo, es aleccionadora. Y no es que el cine tenga que serlo para ser bueno, sólo que en este caso lo es y vale la pena. La moraleja, para ponerlo en términos fabulescos, es simple: los excesos pueden acarrear grandes pérdidas. Es bueno saberlo.
Música country, whisky y una vida revuelta Bastará decir que no podía ser nadie más que Jeff Bridges quien diera cuerpo y voz a Bad Blake. Músico country de vida decaída, matrimonios frustrados, un hijo no visto en veinte años, y días y noches de alcohol y reductos oscuros. Pero la música sigue allí. Respetada como lugar sacro. El espectáculo del vientre revuelto por tanto whisky debe quedar fuera del escenario. Del micrófono cuelga el sombrero texano mientras el público y los músicos sostienen su ausencia repentina. Pero Bad vuelve. Y lo que se escucha es tan pero tan bueno que no debiera nadie quedar sin la posibilidad de proseguir el mismo disfrute a través de la correspondiente banda sonora. En este sentido, señalar que es el gran T Bone Burnett quien produce la música y que son los propios actores quienes interpretan, además del cameo de Ryan Bingham, compositor que ha ganado el Oscar por este film. (Con una vida personal que, lejos de desentonar, tal vez supere en muchos aspectos a la del propio Bad). Que Colin Farrell puede no ser demasiado creíble como cowboy singer, pero que sin embargo no queda por detrás de la presteza vocal del gran Bridges. Porque ésta es la película de y para Jeff Bridges. Así como ocurriera, no hace mucho, con Mickey Rourke en El luchador. Nadie como Rourke para encarnar a la bestia sentimental de Randy. Lo propio para Bridges, cuyo cinto, por lo general, cuelga mientras alivia una barriga torturada. El cigarrillo le enturbia la voz, el alcohol vuelve algo pastoso su decir, pero cuando canta cautiva como siempre. Aunque ya no sean tantos quienes deseen recordar su figura: Bad Blake, leyenda todavía viva, oculto ahora en bowlings de mala muerte y hoteluchos baratos. En Bad se cifran tantas otras vidas musicales, tan oscuras como marginales, tan únicas como inolvidables. El country de Bad es también el dolor compartido por tanto blues y jazz. Además de la figura del productor, omnipresencia telefónica, contraste de lujos y comodidades para este cantor de camioneta terrosa, aparece una mujer de corazón también loco (Maggie Gyllenhaal). Joven y madre. Capaz de lograr lo que Bad nunca permite: una entrevista, la fotografía para la nota, replantear la vida propia, comenzar a componer canciones como las de hace años atrás. Y aún cuando Loco corazón -traducción literal pero fónicamente menor que Crazy Heart no sea un film mayor, es su actor el que lo agiganta y transforma. Le valió el Oscar de este año. Y la posibilidad de rememorar su carrera desde una cinematografía que le ha permitido trabajar con directores como Terry Gilliam, Peter Weir, John Carpenter, Francis Ford Coppola y los hermanos Joel y Ethan Coen, con quienes se encuentra nuevamente filmando (El film es True Grit, y allí interpreta a un Marshal cuyo nombre responde, lúdicamente, al de un título de John Wayne: Rooster Cogburn).
Romance de un perdedor “Loco corazón” muestra a un cantante de música country en decadencia y en busca del madero que logre salvarlo de su empeño autodestructivo. Es clave la actuación de Jeff Bridges, que le valió un Oscar en 2010.
Sin lugar para los dramas (en exceso). Loco corazón sería un estreno directo a DVD, si no fuera por la presencia de Jeff Bridges. No es que sea una mala película, pero toda la historia uno ya la sabe de memoria: antihéroe adicto al alcohol, con problemas familiares y sentimentales, que tiene la oportunidad de redimirse. Acto seguido, la nueva caída y la recuperación (o no) final. Sin ir más lejos, el año pasado, pudimos disfrutar en los cines de El luchador, esa película donde Mickey Rourke resucitaba como un tipo golpeado, en más de un sentido. Está bien, el film tiene nombres además de Jeff Bridges, pero sinceramente, Maggie Gyllenhaal nunca me terminó de convencer como la reportera que se enamora de Bad Blake. No digo que esté sobreactuada, sólo que me pareció un poco en piloto automático: una carita de felicidad por acá, una carita de llanto por allá, y listo. Al Oscar. Pero bien distinto es lo que sucede con Bridges. Si la película tiene un corazón, loco, lleno de sangre, capaz de hacer creíble a su protagonista, darle vida, identidad, y que nos interese lo que sucede, es el de Jeff Bridges. Ok: no es The dude, ese mítico personaje por el cual debería haber ganado el Oscar en su momento. Pero Bad Blake (o Blake el Malo...) es otra gran composición del actor la primera remake de King Kong. Aquí, cada plano parece favorecerlo. Ya sea que ponga su atención en su salvaje y descontrolado cabello, o en su mirada cansada y llena de arrugas, uno siente al verdadero músico (aclaro: esto no es ninguna biopic) en pantalla. Algunas de las claves de Bridges, para que aceptemos a sus personajes, pasan por pequeños detalles como un cinturón desatado, o el mal aliento que se sugiere siempre que anda cerca. Parafraseando a Johnny Deep/Ed Wood: Bad Blake viviría con ese tipo de problemas todos los días. O mejor dicho, haría a su esencia. Si en El gran Lebowski Jeff era el antihéroe de los '90, un tipo vago en Los Ángeles, ahora es una mezcla, un pariente lejano, del dude con Randy The Ram Robinson. Uno puede suponer, que seguramente Blake fue un votante de Bush en su momento, y hoy es más bien, un republicano de los más pasivos. Y esto no es un pensamiento aleatorio: si el espectador imagina moementos del personaje más allá de lo que se muestra en pantalla, es porque tiene piernas, tiene vida propia. Bad Blake es un cantante de música country. Su hora de éxito ya pasó, y se dedica a cantar en pubs o en pequeños bowlling alleys para sus fieles seguidores, tan avanzados en edad como él. Cada tanto aprovecha el fanatismo de alguna seguidora. Noche tras noche regresa a su hotel de mala muerte donde se emborracha. Pero la historia, tan trillada como sabemos, no hace tanto hincapié en los pesares del cantante. Sino más bien, es un reflejo del sentimiento de un artista de música country. No caben dudas que algunos de los momentos más placenteros son cuando Bad se encarga del hijito de la reportera. La química que los une es real. Si la relación amorosa principal falla o se siente falsa, es por culpa de la hermana de Jake Gyllenhaal (más allá de todo el cliché que pueda haber en sus frases). Pensemos en Tommy Sweet, la nueva estrella de la música country. Fue instruido por Bad Blake, y parece que hace años no se hablan. Ahora, en el camino a la recuperación, Bad deberá aceptar ser su telonero. Y el encuentro entre ambos, quizás casualidad, quizás no, evade el cliché. Uno esperaría una actitud más reacia o resentida entre ambos. Por el contrario, se saludan reconciéndose viejos amigos. No dura mucho: los diálogos que tienen son de lo más explicativo y torpe de todo el film. Están Robert Duvall por allí y hasta Ryan Bingham, productor y compositor de la música del film, que verdaderamente es bonita. No sé si es la mejor canción original del 2009 (justo en el año en que se iban a poner más exigentes, los académicos, a mi gusto, nominaron 5 canciones que no iban a tener mucha vida más allá de su película), pero The weary kind resume un poco la sensación que tenemos al terminar de ver Loco corazón. Nos parece haber escuchado algo más bien del montón, pero con el tiempo crece en nuestra memoria. El director del film es el mismo guionista, Scott Cooper. Es su ópera prima, según IMDb. Aquí, calificamos de acuerdo a nuestro gusto, y según como la película evoluciona en nuestra cabeza con el pasar de los días. No voy a decir que ser la ópera prima le quita o resta mérito, pero sin dudas, me impresionó la manera en que maneja el ritmo. Si bien todo es un festival de lugares comunes, Cooper sabe evadirlos, nunca dramatizarlos en exceso, y centrarse en pequeñas vivencias de su gran protagonista. De esta manera, la película deja de ser otra historia de redención, y no sólo por Bridges, que sin duda, paga la entrada. Los momentos que más recordamos, son los de regocijo de Puede que alguien que no haya disfrutado el film se encargue de decir que sin Bridges era un estreno directo a video (o más cínico: un telefilm y punto). Pero el formato en el cual iba a estrenarse una película no debería importar (El camino de los sueños, de David Lynch, estaba pensada para televisión) sino cuánto disfrutamos cuando vemos el producto terminado. En otra realidad, sí, sería un telefilm que habría pasado sin pena ni gloria. Pero estamos hablando de nuestra realidad: hoy es una película, grande, con sus torpezas, pero entretenida al fin y al cabo.
Los lugares comunes son una tradición de Hollywood, su salvavidas. A tal punto es importante el lugar común para el cine americano, que es fácil afirmar que el público no sólo consume relatos plagados de clichés, sino que además los demanda. En una industria que hoy no muestra signo alguno de renovación, que reprocesa todo lo que ya se ha hecho demasiadas veces, no hay lugar para las historias capaces de huir del cliché. También se sabe que una película no debe estar obsesionada por escapar a los convencionalismos, porque lo más seguro es que esa obsesión la lleve a desembocar en ellos, y la mejor forma para esquivar el cliché es partir de él para generar otra cosa. Esto último ha sido una de las máximas trascendentales expresadas por Hitchcock en la serie de entrevistas realizadas y compiladas por Truffaut, y quién mejor que el maestro del suspenso para hablarnos de cómo se puede partir de los lugares comunes para construir un film con identidad propia. Crazy heart es una muestra cabal de que a Hollywood, en última instancia, no deberíamos demandarle que nos deje de contar la misma historia, sino que tenga la habilidad para saber partir de ella y para contarnos lo mismo de siempre, pero con elementos distintivos capaces de enaltecer la propuesta. El desarrollo de este film atraviesa todos los tópicos dramáticos que enmarcan la historia de un sujeto en busca de redención, intentando sobreponerse a años de decadencia y apelando a la dignidad que perdió. Ya sea en biopics de seres reales o en dramas enteramente ficcionales, esta historia, con las correspondientes adicciones o estigmas del personaje y con el motivo amoroso que definirá su redención, se ha visto demasiadas veces. Si aún nos atrae no sólo es por la esencia cinematográfica de este trayecto, sino por la pintura de personajes que puede surgir de allí. Muchísimos artistas han protagonizado ese recorrido narrativo, y allí hemos visto incluso a varios personajes asociados a la música country, tal vez porque la Norteamérica árida, de rutas y parajes inhóspitos, y la soledad intrínseca de esas personas, encaja perfectamente con ese camino de redención. Bad Blake es un sujeto de estos, un cantante country que supo contar con cierta fama, pero que pocos lo recuerdan. Entre ellos, un joven y famoso cantante que llena estadios y que tiene a Blake como su maestro (Colin Farrell, en un papel secundario acorde a su talento), un viejo amigo (Robert Duvall, en clave entusiasta) y una chica que se enamora de Blake y le da la posibilidad de experimentar lo que significa integrar una familia. Pero Bad Blake tiene su propio demonio, un alcoholismo que lo lleva a vivir en constante turbulencia, alejado del mundo y de todo lo que puede ponerlo en contacto con sus sentimientos. Al comienzo del film, Blake parece estar de vuelta de todo, pero allí donde el personaje parecía signado a un destino ruin, aparece la joven en cuestión que le devuelve las ganas de vivir, con una madura interpretación a cargo de Maggie Gyllenhaal. Todo aquello que se ha descripto hasta aquí parece extraído de un manual de tópicos de esta clase de películas. Sin embargo, hay algunos elementos que distinguen enormemente a la película. En primer lugar, la actuación de Jeff Bridges, felizmente consagrada con un Oscar que viene mereciendo desde hace tiempo. Bridges encarna a Blake con un desparpajo similar al célebre Dude de El gran Lebowski, envolviendo el dramatismo por el que atraviesa el personaje con iguales dosis de ternura y patetismo. Bridges es capaz de dotar de humor incluso las escenas más dramáticas, y con esos elementos consigue encarnar a la perfección la figura de un músico decadente, ya que es en las acciones más patéticas de su personaje donde consigue expresar la sensibilidad de Blake, y el accionar adictivo que constantemente lo pone en jaque. Por otro lado, más allá del acierto, no sólo de Bridges sino de todo el elenco principal, nos encontramos con un desenlace que, afortunadamente, se aferra al devenir de su personaje y no intenta ser complaciente con él. Lo mejor del film radica tanto en el retrato del ambiente que refleja la música country, como en su necesidad de expresar, sin facilismos condescendientes, la recuperación de la dignidad de su protagonista, expresada a través de la estupenda actuación de Bridges, cuya estatura interpretativa le permite evitar que la sensibilidad de la historia y del personaje se conviertan en mera sensiblería.
“Loco corazón” (“Crazy Heart”) no es un gran film. Hasta se podría afirmar que su historia es convencional y por ende poco original. Pero hay algo que la distingue del resto de películas nominadas este año al Oscar. Nos referimos a la extraordinaria interpretación que brinda Jeff Bridges, un actor a quien a lo largo de casi 30 años no le han sobrado premios, pese a actuaciones memorables. Desde pequeño, Jeff “vivió” el cine en compañía de su padre Lloyd Bridges, llegando incluso a aparecer (sin crédito) en algún episodio de la legendaria serie “Caza submarina”, hacia fines de la década del ‘50. Sin embargo su debut cinematográfico se produjo algunos años antes en el largometraje “The Company She Keeps”, drama carcelario dirigido por John Cromwell, con Jane Greer y Lizabeth Scott y aquí estrenado con el título “Dos mujeres” (a no confundir con la película de Vittorio de Sica). En esa película también aparecen sin crédito, al igual que él, su madre Dorothy Dean Bridges y su hermano mayor Beau, ambos también intérpretes de varios otros films. En su apenas cuarto largometraje, “La última película” (“The Last Picture Show”) de Peter Bogdanovich, Jeff fue nominado por primera vez (corría 1971) como mejor actor de reparto. Lo sería aún otras cuatro veces, como su recordada actuación en “Starman”, y por fin este año y ante el clamor de la concurrencia a la ceremonia del Oscar, ganaría un merecido premio que es además un reconocimiento a toda su trayectoria. La jalonan ya sesenta películas con títulos tan memorables como “Ciudad dorada” (“Fat City”) del gran John Huston y “Tucker, un hombre y su sueño” de otro grande (Francis Ford Coppola). En “Los fabulosos Baker Boys” lo acompañaron su hermano Beau y una muy sexy y bella Michelle Pfeiffer, mientras que Terry Gilliam lo dirigió en dos oportunidades: la multinominada “Pescador de ilusiones” (“The Fisher King”) y la no estrenada en cine “Tideland” de 2005. Y los hermanos Coen lo hicieron en otra actuación sorprendente en “El gran Lebowski” “Loco corazón” del debutante Scott Cooper retoma un tema muchas varias veces visitado por la cinematografía norteamericana. La historia de un hombre, otrora famoso y ahora en decadencia, ha sido aplicada a deportistas (está aún fresca la nominación de Mickey Rourke por “El luchador” el año pasado), actores y también cantantes. Dentro de este último rubro, no pocas veces ha ocupado un lugar central el género de música country, con un antecedente insoslayable como es el “El precio de la felicidad” (“Tender Mercies”) de Bruce Beresford. En esta ocasión el nombre del personaje (Bad Blake) parece una ironía ya que se trata de un ser más bien bondadoso, aunque con un pasado algo turbulento. Por algo será que ignora el paradero de su hijo ya adulto, a quien intentará conocer en forma infructuosa. De gira en gira por recónditos lugares de los Estados Unidos, se gana penosamente la vida en presentaciones junto a músicos, que van rotando según la región que visita. Cuando se cruce en su vida una joven periodista, encarnada por Maggie Gyllenhall (“La secretaria”, “La sonrisa de Mona Lisa”), junto a su pequeño hijo, Bad recuperará las ganas de vivir y todo se reducirá a saber si logrará o no reencauzar su vida. No parece casual la inclusión de Robert Duvall en el rol del mejor amigo del cantante. Más bien hasta parece premonitoria su presencia, ya que el actor casado con una argentina (que aquí pronuncia algunas palabras en español!) ganó su primer y único Oscar en la mencionada película de Beresford en 1983. Resulta en cambio más cuestionable la inserción de Colin Farell en el rol de otro cantante de música country en pleno ascenso, a quien se lo ve poco convincente. Párrafo aparte para la música del film, con excelentes canciones de T-Bone Burnett y Stephen Bruton, que se llevaron otro Oscar a la mejor canción original. El propio actor canta algunas de ellas. Cuando el domingo 7 de marzo pasado fue anunciado el premio a la mejor interpretación masculina, la ovación dedicada a Jeff Bridges fue impactante. La reacción del actor también lo fue al dedicarlo a sus padres, ya fallecidos, con un emocionante “Thanks Ma, thanks Pa”. Fue sin duda el momento culminante de una entrega de los Oscar con pocas sorpresas, salvo la muy agradable consagración de “El secreto de sus ojos” y la dilucidación de quien sería el vencedor entre Bigelow y Cameron, que finalmente dictaminó que por primera vez una mujer se llevara los premios como mejor directora y mejor película, luego de más de 80 años de dominio masculino.
Estas palabras (las tomo sueltas, al voleo) se pueden leer o escuchar en torno a Loco corazón o al personaje de Jeff Bridges, Bad Blake (en definitiva lo mismo, Bad Blake es Loco corazón, no hay mucho más allá de él): perdedor, redención, nobleza, intensidad, emoción, gloria, decadencia, regreso, Oscar. En más de un texto crítico (este mismo, incluso), el hecho de que Bridges se llevara –finalmente, con justicia, merecido, etcétera– la estatuilla de la Academia se trasladó en numerosos caracteres a la hora de hablar de la película. Y si bien todo eso que anda dando vueltas por ahí arriba es cierto, no me termina de convencer. Primero: me importa tres cominos que Bridges se haya llevado el Oscar, no me parece que sea un dato relevante más allá del juego de los premios. Sí, es un actor del carajo. No, no era necesario el hombrecito dorado en la repisa para darnos cuenta de ello. Segundo: prefiero hablar de maduración y aceptación en lugar de redención. Una maduración a los golpes. La aceptación de que ya no se está para ciertos trotes. La primera escena de la película nos muestra a Bad Blake en el momento en que llega a un pueblo perdido en el medio de los Estados Unidos para actuar en un bowling. Él y su camioneta están igual de desvencijados. Bad se abrocha el cinturón y ese gesto pareciera dejar entrever una cierta dejadez más que incomodidad. Como si nada importara demasiado. La entrada al bowling, uno de esos lugares que siempre se adivinan tristes a plena luz del día, nos hace reparar en la amabilidad y cordialidad de Bad, alejando todavía más el significado de ese apodo; también nos hace reparar en que Bad está demasiado apegado a una botella de bourbon. En esos pocos minutos se relata y descubre, sin recargar sentidos, el universo Blake, quien fue y quien es. Claramente Bad está cansado. Cansado de girar por tugurios, de encamarse con gruppies menopáusicas, de levantarse abrazado al inodoro, de pasarlo mal con cada resaca. Su andar es cansino; su desgano, elegante. Y si bien nunca abandona sus compromisos (“Bad Blake nunca ha abandonado un show en su vida”) ya no hay deseo en sus actos sino más obligación, o mera supervivencia. Tampoco parece querer, o poder, salir de esa situación. Incluso después de conocer a Jean, una joven y hermosa periodista que va a ser las veces de cable a tierra y posibilidad de vida en familia o, si se quiere, un estilo de vida más “tradicional” al que Blake está acostumbrado o resignado, tiene intenciones de cambiar demasiado. Se lava la cara un poco alrededor de ella. Jean lo revitaliza, se encama con él y no con el viejo ícono que representa, y eso lo hace, al menos, intentar ser un poco más presentable (en los términos en que ella espera que lo sea). Por eso mismo no es el amor, estrictamente, el que hace que Blake un día decida ir a Alcohólicos Anónimos, es haberse mandado una descomunal cagada. “Hola, soy Blake, soy un alcohólico y perdí al hijo de una amiga” es su primer frase en el camino a la sobriedad y un poco más de orden. El necesario o suficiente como para que termine de darle forma a una canción improvisada en tiempos en que Jean no le cerraba la puerta en la cara, y el necesario para lograr encauzar una carrera de una forma que él considere un poco más digna. Bad emprende una nueva etapa. Una con su verdadero nombre, dejando ese apodo que ya no quiere. En la que le escribe canciones a su anterior discípulo, al que parecía odiar por el solo hecho de su éxito (un éxito que la película, además, hacía parecer prestado o no del todo legítimo). Una en la que parece aceptar el paso del tiempo con mayor comodidad o simplemente como una realidad menos penosa que la de despertarse vomitado en el piso del baño. Por todo eso, no sé si hablar de redención, no hay salvación o exoneración. Loco corazón nos para al lado de Bad en cada concierto, en las borracheras, nos hace partícipes de cada vínculo. No hay un mérito descomunal en su joven director, se puede decir que la forma de la película es correcta, simple, clásica, entendiendo esa corrección como algo positivo. Como la corrección precisa y justa para que en cada plano brille su protagonista. Cooper sabe quién es el eje absoluto de su historia y todo lo dispone para él. Bridges se carga al hombro toda la película como si no le pesara ni una palabra ni una canción. Y así, Loco corazón fluye con sutileza, armoniosa, de la mano de Jeff.
Más allá del magnífico protagónico de Jeff Bridges, que le deparó sendos Oscar y Globo de Oro, Loco Corazón es también un valioso film que aborda el complejo mundo de un artista. La genuina visión con la que el adaptador y director debutante Scott Cooper afrontó esta temática, logra atraer al tocar variadas fibras sentimentales y emocionales. El actor de Tucker, Starman, Los fabulosos Baker Boys, Sin miedo a la vida y El gran Lebowski, entre muchas otras, realiza aquí una labor notable, quizás no la mejor de su trayectoria, pero la estatuilla otorgada por la Academia funciona también como un reconocimiento a otras grandes interpretaciones suyas no recompensadas. Aquí Bridges es Bad Blake, un cantautor country que otrora empleó su nombre original, Otis Blake; el Bad sobrevino a causa de sus malos hábitos y su errático andar artístico. La debacle en su carrera profesional, por su afición a la bebida, se ensombrece aún más por el resentimiento que le produce el masivo éxito de otro cantante más joven que él promovió. Su decadencia se extiende a su vida afectiva, incluyendo un hijo abandonado con el que pretende, ya adulto, reestablecer un vínculo inviable. Su nueva pareja, una periodista (excelente Maggie Gyllenhaal) con un niño pequeño, alienta una dudosa resurrección para sus días. Las alternativas del film prosiguen sin mayores sorpresas, pero cargadas de la mayor verosimilitud e intensidad emocional posibles, claros objetivos del realizador y de uno de los productores, Robert Duvall, también a cargo de un entrañable personaje. Duvall alguna vez protagonizó y ganó un Oscar por un film de características afines, El precio de la felicidad. Otro detalle disfrutable de Loco corazón es el real talento de Bridges como cantante y músico, al que se suma también Collin Farrell con su propia voz en su rol de afamado y carilindo músico folk.
Jeff Bridges ganó un Oscar por interpretar a Bad Blake, un músico de country venido a menos, alcohólico, empobrecido, desesperado. Parecía cantado que de un minuto a otro llegaría la escena clave soñada por todo actor, ésa en donde tiene vía libre para desorbitar los ojos, temblar y exudar angustia mientras pronuncia EL speech de la película (si el diálogo es muy fuerte, también se aconseja escupir o salivar). Las contorsiones faciales de un Day-Lewis, un Penn o un Nicholson resultan más vistosas para la Academia que la sublime contención de Richard Jenkins en The Visitor (por ejemplo). El director Scott Cooper tenía todo en su haber para montar el gran estallido de Bridges, pero la sorpresa es que no lo hace. No hay ningún “momento Oscar” en Crazy Heart. A ver: se trata de una historia de crisis y aprendizaje en la madurez, algo ya narrado mil veces en el cine, estructura probada que Cooper asume a conciencia, acumulando puntillosamente todas las peripecias que dicta la convención (depresión-amor-esperanza-error fatal-tocar fondo-redención). Sin embargo, el relato logra detenerse siempre un pasito antes de cruzar el umbral del patetismo, como si el director nos dijera que para comprender al personaje no hace falta exhibir sus humillaciones íntimas (además, uno las puede imaginar). Tal vez sea por eso que muchas situaciones transcurren alrededor de las puertas o frente a las entradas de las casas, ese límite entre lo que se deja escapar y lo que se intenta reservar, lugar de llegadas, partidas, adioses. Es tan sutil el trabajo con la elipsis que casi pasa inadvertido, pero lo cierto es que una puesta en escena menos decorosa no habría dudado en mostrar a Bridges en borracheras largas y resbaladizas, raptos de violencia y alguna que otra descarga sexual apresurada para explicitar su estado de descontrol. Crazy Heart apunta a otra cosa, tan simple -en apariencia- como volver a mirar al hombre más allá del rótulo, sin psicologismos ni juicios morales. Recuerdo cómo el biopic sobre Ray Charles machacaba una y otra vez con los traumas de la infancia; y no es que carezcan de valor, sino que muchos guiones de este corte apelan a un pasado enfermo o un presente repudiable para impartir verdades definitivas sobre la conducta del personaje. En el film de Cooper, cada vez que Blake tiene la chance de contar su historia, las palabras son pocas y justas (como cuando se presenta en Alcohólicos Anónimos e intuimos que ahora sí se viene el relato de su vida… y no). Es tan solo un hombre con problemas, en su aquí y ahora. Para algunos esto puede ser flacura dramática; yo creo que la disfruté precisamente por su callada búsqueda de la sencillez, de ciertas formas narrativas más cercanas al acompañamiento respetuoso que al retrato delator que posa de incisivo y "profundo". "Too many goddamn songs (Hay demasiadas malditas canciones)”, le dice Blake a su amigo Tommy Sweet (Colin Farrell) cuando éste le propone contratarlo para que componga nuevos temas. Quizás sí, quizás haya demasiadas canciones. Demasiadas películas. Cada tanto deberíamos volver a las fuentes, a lo esencial. Esta es la invitación de Crazy Heart. La nobleza de interesarnos en un hombre por el simple hecho de ser un hombre, y poder darle una mano sin espiar, ni sospechar, ni hacer tantas preguntas.
Poco hay para decir de este filme de Scott Cooper, más que destacar la gran interpretación y entrega actoral de Jeff Bridges. Merecidamente ha recibido el Oscar al mejor actor de 2009 por este rol de cantante country, con un pasado de olvidado éxito, que lo hace refugiarse en el alcohol. Se hace llamar Bad Blake y vive de sus presentaciones en bares de ruta, entre cervezas, whisky y mujeres fáciles que admiran su música y que tienen la oportunidad de pasar una noche con una ex estrella de la música. Sin embargo, cuando una madre soltera, periodista de un diario de pueblo (Maggie Gyllenhaal, también nominada por este trabajo) le pide una entrevista, éste podrá ver en ella a una mujer que lo comprende y que ve en él la sensibilidad que éste se permite mostrar. Con varios lugares comunes, especialmente en la estructura del guión y de su personaje principal (la secuencia en la que Bad debe cuidar al pequeño hijo de su novia ya se sabe cómo va a terminar), este "Loco corazón" se disfruta, más que nada por las actuaciones (también participan Robert Duvall y Colin Farrell) y por las estupendas canciones de T-Bone Burnett y Stephen Bruton, que revelan a Bridges como un expresivo cantante y un justo ganador de galardones en todo festival de cine y entrega de premios.
Un drama humano inteligentemente tratado y con un Jeff Bridges inolvidable Una road movie por el interior de un personaje, en pleno proceso de decadencia. Jeff Bridges es Bad Blake, tal su nombre artístico, un viejo, arruinado cantante de música country folk, que ha sabido tener éxito, ha sabido de gloria, ha sabido de inspiración para crear canciones, ha sabido que es estar casado, demasiadas veces, Sabe que es estar alcoholizado, sabe que no puede defraudar la público que lo va escuchar, sabe que esta quebrado económicamente, sabe que su fin se esta acercando. Pero no sabe todavía que y para que es la vida, sabe leerla, sabe reflejarla en sus canciones, pero no sabe vivirla. Ya no cree en el amor, reniega de su pasado, reniega de su nombre verdadero, hasta reniega de su gran “don”, la composición. No reniega de la amistad, como así tampoco de la bondad, se sabe un hombre bueno, perdido, pero cree que nunca le hizo mal a nadie. Va recorriendo pueblitos por el interior de los EE. UU. ofreciendo pequeños recitales en pequeños bares y tabernas, por unos míseros dólares que apenas si le alcanzan para sus vicios: el tabaco y el alcohol. Todavía, con sus ya declarados 57 años, tiene encanto, es querido y respetado por los hombres de su edad y apetecido por sus fans, mujeres ya no tan jóvenes. En ese recorrido por la pendiente descendiente encuentra a Jean (Magiie Gyllenhall), una joven reportera de un diario local, de un pueblito, madre soltera de un pequeño de 5 años. Ella quiere hacerle un reportaje y descubrirá al hombre detrás de la fachada de músico, con sus miserias, sus silencios, sus tormentos. El la vera como una última oportunidad, ¿una posible salvación? ¿Una salida? El filme esta nominado en tres rubros para el premio “Oscar” 2010, entre ellos el de mejor actor (Jeff Bridges), quien con esta sería su quinta nominación, entre actor de reparto y principal, nunca lo obtuvo, y en esta oportunidad tiene un gran contrincante en Morgan Freeman con su Nelson Mandela del filme “Invictus”, pero le habrá llegado su turno. Bridges realiza una composición de antología, un antihéroe, que se hace querer, que produce identificación y empatía con los espectadores. No hay una escena del del relato en que no aparezca, y uno en realidad espera su presencia en la pantalla. Excelentemente secundado por Gyllenhall, y Colin Farrell quien interpreta a otro cantante, exitoso y mucho más joven, quien fuera en sus principios el protegido de Blake, y como frutilla del postre aparece el gran Robert Duvall, como el amigo incondicional de toda la vida. Como estamos hablando de un drama, que se sustenta en la vida de un músico, las composiciones que ilustran al film son de excelente factura, y mire que no soy adicto a la música country.
Corazón con agujeritos La historia que se despliega en "Crazy Heart" no es para nada original, ya lo sabemos desde el inicio. Todo por el contrario, hay un hilo argumental que parece haber sido desarrollado en el cine en reiteradas ocasiones y ya lo hemos visto contado de una u otra manera. En este caso se trata de la historia de Bad Blake, un cantante country veterano y alcohólico, que comienza a ver una oportunidad de emerger nuevamente en un mercado difícil conjuntamente con cambios en su vida afectiva donde aparecen también nuevas oportunidades y un nuevo amor. Transita básicamente con algunos lugares comunes en tomas como: la adicción al alcohol, la rehabilitación, las oportunidades de redefinir la vida de cada uno, la dificultad en volver a posicionarse en una carrera que ha abandonado y el complejo regreso a retomar el vínculo con historias afectivas anteriores -de las que incluso tiene un hijo que abandonó a los 4 años con el que intenta volver a conectarse. Es por eso que a uno le queda la sensación de ver como una reedición de la película que el año pasado rescató a Mickey Rourke de sus cenizas, el aburrido tropiezo de "El luchador - The wrestler" de un cineasta interesante como Darren Aronofsky. Sin embargo, "Crazy Heart" gana ampliamente en la comparación, porque si bien el argumento no tiene ni sorpresas ni diálogos brillantes ni situaciones nuevas, si tiene en su haber dos excelentes actuaciones. Por un lado Jeff Bridges le imprime al personaje principal todos los condimentos para que sea creíble en todo momento, con todos sus altibajos y sus contradicciones, un papel que efectivamente ha sido escrito a su medida y ha rendido sus frutos cosechando un Oscar -que supongo premia también en general a su carrera-. A este corazón solitario, se le cruza en su camino una periodista llamada Jean (interpretada magnéticamente por Maggie Gyllenhaal) y ambos comenzarán a darse una oportunidad para volver a apostar el amor y sobre todo será importante el vínculo entre Bad Blake y el hijo de Jean. Aderezada con un puñado de canciones de música country, incluida la ganadora del reciente Oscar "The Weary Kind", lo que más soprende es la sencillez conque esta historia de amor de corazones lastimados se va desarrollando y que logra ganar en credibilidad gracias a la actuación de Bridges, pero sobre todo por el brillante trabajo de Gyllenhaal en un papel con muchos más matices y en el que no es fácil sobresalir dado que el centro de la película es justamente el papel protagónico masculino. Pero apenas aparece en pantalla, Maggie Gyllenhaal contagia una paz arrolladora, penetra los diálogos con una mirada profunda y una sonrisa que enamora al instante al veterano Jeff e hipnotiza en cada una de las apariciones. Los acompaña Robert Duvall en un pequeño papel y Colin Farrell como el cantante country que ahora es una gran estrella y que fuera "discípulo" oportunamente del mítico Bad Blake. Scott Cooper en su opera prima logra construir una película con un sesgo típicamente independiente y de historia de bajo presupuesto, sin demasiados elementos sobresalientes, pero si con muchas sutilezas sumadas a una pareja protagónica que brinda dos actuaciones profundas y creíbles, logrando una atracción particular entre ellos y con el espectador.