Como si en una mesa de cartas se jugase una partida entre los productores y Martín Hodara, el director de Nieve Negra. Quizá contra el espectador o contra la industria misma. Y en donde el equipo de la película elige las mejores barajas. En esta mezcla de policial y suspenso la información llega en cuentagotas sobre la mesa. Las cartas que van develando el misterio al espectador están justificadas por los hechos y coherencia de la historia. Luego del golpe de la primera escena, la muerte de Franco, el menor de la familia, tiran el ancho de espada: Leonardo Sbaraglia. Interpretando a Marcos, que llega desde España a recoger las cenizas de su padre. Se dirige con Laia Costa que encarna a Laura, su mujer embarazada. Allí tiene que ir resolviendo situaciones familiares y negocios, que aún que no lo desee, lo irán involucrando cada vez más. Una de ellas un viejo amigo de su padre. Interpretado por el genial Federico Luppi. Carta, de las mejores, que al igual que Dolores Fonzi, son poco aprovechadas y con apariciones muy breves en el film. No por eso actuaciones menores, pero sí cortos deleites para el espectador. Luego de su visita a Sepia, Marcos tendrá que convencer a Salvador, su otro hermano, el mayor, de la venta del terreno donde vive. En esta partida, nuevamente, vuelven a tirar otro ancho sobre la mesa, el excelente Ricardo Darín. Con expresiones sobresalientes en un papel que, quizá ya le quede cómodo al actor, se luce como de costumbre. Salvador, ermitaño, tosco y por momentos hasta mal educado, nos irá llevando con Marcos y Laura a develar todos los misterios que no nos imaginamos en un principio. Con una fotografía acorde al suspenso de las escenas. Poca pero buena musicalización que deja lugar al sonido ambiente, que prevalece y aporta naturalidad durante todo el film. Un relato atrapante, que muestra miserias y mentiras entre unos bellísimos paisajes y, hasta dónde se puede llegar con el engaño, para salvar un viejo y espantoso secreto.
Nieve negra de Martín Hodara, coproducción argentino-española que tiene previsto su estreno para 2017, es una película de suspenso que logra mantener al espectador en vilo sobre todo en los tramos finales de la historia. Filmada en escenarios del sur argentino, narra la historia de una familia golpeada por una muerte prematura muchos años atrás. Contada de manera intimista, mezclando tiempo presente y pasado, permite el desarrollo de los personajes protagonistas, y nos conduce hábilmente adentrándonos un relato oscuro y pesimista donde lo peor es siempre posible. Con buenas actuaciones, entre las que sobresale Leonardo Sbaraglia como Marcos, el hermano que regresa, y un Federico Luppi con un personaje hecho a su medida. Ricardo Darín, está muy caracterizado y jugando una actuación diferente, con un papel difícil que está bien logrado, pero ser Darín, con el estereotipo que encierra, le quita un poco de credibilidad y Laia Costa, actriz española, que hace de esposa embarazada de Sbaraglia, imprime a su actuación los toques de misterio y seducción necesarios. Sobresaliente es la fotografía a cargo de Arnau Valls Colomer, que conserva un clima denso y sombrío y la música incidental que nos tiene suspendidos en el clima de misterio que mantiene la película. Ideal para pasar un rato entretenido y sin pretensiones.
Una propuesta de género que no puede superar sus falencias narrativas. La familia y la codicia son temas que están íntimamente ligados y son tan viejos como el tiempo mismo. Un conflicto de interés que garantiza como mínimo una historia interesante. Nieve Negra cuenta con el nivel actoral y técnico para explayarse sobre esta temática, pero el desarrollo narrativo no los ayuda, y a continuación lo elaboramos. Lo duro de ser hermanos: Marcos (Sbaraglia) regresa a la Argentina tras años de vivir en España y lo hace en compañía de su mujer embarazada (Costa). El motivo de su regreso es el fallecimiento de su padre, cuyo deceso deja como herencia el terreno donde tenía su cabaña y que está valuado en una cuantiosa suma de dinero. Dicha suma le viene de perlas a Marcos por los gastos que le traerá su creciente familia. Lo único que se interpone entre él y la plata es su hermano: Salvador (Darín), quien vive en la cabaña como un ermitaño y se rehúsa a abandonarla. Las razones están vinculadas a un oscuro secreto que une a los dos hermanos. El guión de Nieve Negra es uno repleto de agujeros, donde las motivaciones de algunos de los personajes son poco claras, y cuando no son incoherentes. Hay personajes que si se los quita, la película podría seguir el mismo camino, y que si están es meramente por propósitos expositivos. Todo esto en pos de una revelación que si bien no es la que puede anticipar el espectador, no es una sorpresa que afecta por todos los errores cometidos anteriormente. Es como si el guión hubiera apostado todas sus fichas en esta vuelta de tuerca; confiando que el truco podía salir simplemente tirando pistas de a poco para que el espectador sume dos y dos, una suma que no sale por las ya mencionadas inconsistencias. Nieve Negra es sólida visualmente. Una propuesta clásica, simple, que sabe dónde posar su cámara para sacar lo mejor del accionar de sus intérpretes, apoyada por una iluminación y una dirección de arte que es eficiente en crear el clima lúgubre en el que se encuentran estos personajes. En el apartado sonoro debe decirse que la música también encuentra la manera de hacer un aporte a la creación del ambiente. No obstante, debe decirse que sabe implementar cierto ingenio a la hora de plantear los flashbacks que experimenta el protagonista, intentando en más de una ocasión un pasaje temporal del presente al pasado hecho en el mismo encuadre, sin el uso de cortes o disolvencias. Actoralmente hablando, Ricardo Darín, Leonardo Sbaraglia, Federico Luppi y la española Laia Costa entregan prolijos trabajos, a la altura emocional de la premisa, pero que no llegan a brillar por las falencias narrativas de la propuesta. Conclusión: Aunque rica a nivel visual y prolija en su apartado interpretativo, las inconsistencias narrativas de Nieve Negra son demasiado grandes como para ser ignorados. Una premisa que no falla por su carencia de originalidad, sino por el descuido de su ejecución.
Los hermanos sean unidos... Nieve negra cuenta la historia de Salvador (Ricardo Darín), un hombre de pocas palabras que vive aislado en medio de la Patagonia. Su silencio obedece a un hecho trágico sucedido en su juventud que lo alejó del resto de su familia. Sin embargo, el pasado lo encuentra en la figura de su hermano Marcos (Leonardo Sbaraglia), que, luego de la muerte del padre, llega junto a su esposa para tratar la venta de los terrenos que comparten por herencia. El cruce, en medio de ese paraje solitario e inaccesible, reaviva un secreto dormido durante años. Nieve negra es de esas películas que deberían funcionar como un relojito por la gran dupla protagónica que la conforman, pero no es este el caso. El guion cuenta con demasiados baches en la historia, donde uno se llega a preguntar qué es lo que motiva a estos personajes a llevar adelante sus decisiones. Está clara la trama que se plantea a partir de los flashbacks (de lo más logrado), pero lo que sucede en el presente por momentos poco sentido tiene. Es posible que se haya jugado por lograr a lo largo de la historia un efecto sorpresa, pero se perdió la atención en otros puntos de la trama. Por parte de los actores debemos decir que están a la altura de la historia. Posiblemente Ricardo Darín sea el más prolijo, sobre todo alejándose de sus papeles más tradicionales y modificando su estética para la ocasión. Leonardo Sbaraglia, Federico Luppi también llevan adelante con soltura sus papeles, y la española Laia Costa es la que logra el mayor destaque. Lo más extraño es la participación de Dolores Fonzi, que posiblemente le podría haber otorgado mayor firmeza a la narrativa si su tiempo en pantalla hubiera sido mayor. Visualmente es impecable. Una película que se afirma en su dirección de arte y en una complicada iluminación y fotografía a cargo de Arnau Valls Colomer: fue filmada en gran parte en los pirineos Catalanes y el resto en Buenos Aires, donde se realizó una réplica de la cabaña con gigantografías para los fondos y nieve artificial. Y hay un trabajo de edición y montaje sumamente destacado. Y por el lado de la música, nos encontramos con un gran aporte a la película, con acordes incidentales pasmados en el misterio que va desarrollando la trama. Nieve negra es ideal para verla sin pretensiones y disfrutar de una historia fuera de las clásicas que podemos encontrar en el cine nacional. No está a la altura de lo mejor que hemos visto el último tiempo, pero va encaminada hacia un género que estamos gustosos de ver más frecuentemente en la pantalla grande del país.
Nieve Negra: Secretos (oscuros) de familia. La familia nunca la elegimos y debemos lidiar con la que nos toca. Leonardo Sbaraglia y Ricardo Darín lo saben bien en esta genial cinta de suspenso. Acusado de haber matado a su hermano durante la adolescencia, Salvador (Ricardo Darín) vive aislado en el medio de la Patagonia. Tras varias décadas sin verse, su hermano Marcos (Leo Sbaraglia) y la esposa embarazada de éste Laura (Laia Costa), llegan para convencerlo de vender las tierras que comparten por herencia. El cruce, en medio de un paraje solitario e inaccesible, reaviva el duelo dormido donde los roles de víctima y asesino se trastocan una y otra vez. El primer gran tanque nacional tiene a dos figuras fuertes como lo son Sbaraglia y Darín por primera vez juntos en esta co-producción argentino-española, que ahonda en lo más primitivo del ser humano y que mediante el suspenso logra crear un clima de encierro paradojicamente en un paisaje tan amplio como lo son las cumbres nevadas de la Patagonia argentina. El film de Martín Hodara nos va recreando el trauma familiar en base a una narración que va y viene en el tiempo a cuenta gotas, y se mueve entre el pasado y presente, revelándonos de a poco la verdadera causa de la soledad de Salvador y varias actitudes, tanto de su hermano como del amigo del padre de familia fallecido, un Federico Luppi que vuelve a interpretar un personaje a su medida. Hodara nos va dando pistas, como si de un rompecabezas se tratase, manteniendo la tensión durante el transcurso de la historia, que por momentos se vuelve lenta (quizás en el primer acto) pero que se va desenvolviendo como el paño de una obra de arte trágica en el que nada es lo que parece; en donde los personajes ocultan más de lo que muestran, cual juego de póker siniestro. Todo esto, con una fotografía asfixiante e impecable a cargo de Arnau Valls Colomer en el que se ve la influencia de obras como The Thing (1982) de John Carpenter, donde la nieve y el paraje desolado ejercen la opresión de un personaje más. Tanto Sbaraglia como Laia Costa están soberbios en sus personajes; uno como un hombre con varias dudas y una personalidad reprimida, y la otra como una mujer decidida, fuerte y con un costado misterioso. Quizás un poco desaprovechados Federico Luppi y Dolores Fonzi, pero determinantes como peones en este juego de ajedrez en el que Ricardo Darín es el verdadero rey, en la piel de Salvador, un tipo hosco, mal hablado, del que nunca se está seguro que oculta tras sus pocas palabras y mirada desconfiada. Un cambio radical en la carrera del gran actor argentino que sorprende tanto como enaltece su carrera aún más. Nieve Negra es una película para saborearla más de una ocasión, recorrer todas sus aristas y sorprenderse una y otra vez. Un juego de paciencia en el que no hay ganadores, solamente perdedores, tragedias griegas y personajes ambiguos como nunca vistos en el cine argentino. Una muestra más del crecimiento en calidad del cine de género local.
Heridas que el dinero no puede curar El frío de la nieve puede ser más cálido que algunas familias. Sobre todo para algunos miembros de ella en particular. En Nieve Negra vemos un poco de eso, una familia marcada por un hecho trágico que se muestra como una incógnita a partir de la primera escena del film. Sin embargo, el conflicto principal del film ocurre más adelante en el tiempo. Marcos (Leonardo Sbaraglia), luego de la muerte de su padre, llega junto a su esposa Laura (Laia Costa) hasta la cabaña de su familia para tratar, con su hermano Salvador (Ricardo Darín), la venta de los terrenos que comparten por herencia. Salvador es un hombre de pocas palabras. Vive aislado en el medio de la Patagonia y su silencio se evidencia. A lo largo del film, entendemos que el motivo es por distintos maltratos de parte de su padre y por ese hecho trágico sucedido en su juventud que lo alejó del resto de su familia. En la venta hay más interesados. Un amigo de la familia (Federico Luppi) le insiste a Marcos sobre la oferta de una minera multinacional por el territorio familiar. Motivos tiene. ¿La cifra? 9 millones de dólares. Ese cruce entre hermanos, en medio de ese paraje solitario e inaccesible, se hace incómodo, tenso y reaviva ese hecho dormido durante años. Por otro lado se encuentra la hermana de ambos, interpretada por Dolores Fonzi, que se encuentra internada en un psiquiátrico. No es parte de la discusión, pero sí es fundamental para entender mucho de lo que hay detrás. Más allá de algunas incongruencias menores (como por la opinión del padre sobre la oferta antes de su muerte, y porque no pasó por encima de Salvador si no tenían buena relación; o en la torpeza del personaje de Luppi en relación con el dinero), el film construye correctamente el drama familiar. Se encuentra muy bien llevado desde la música y la fotografía, generan una tensión que evoluciona con el paisaje de montaña patagónico y de aislamiento social. Darín nos muestra un personaje que remite en ciertos pasajes al taxidermista de “El Aura” (2005), además de compartir algunos guiños mínimos, como la cacería y el bosque como escenario principal. Se trata de un personaje desolado y golpeado, con un toque de ternura, muy propio de esos habitantes de montaña. Ya desde los nombres, el film se muestra convocante y está a la altura de lo que ofrece. También en el personaje de Laia Costa se muestra una importancia que crece a medida que avanza el film, sin embargo, lo hace tan de golpe que asusta. Lo mismo sucede con el argumento. Cuando parece que las acciones van hacia un lado, el volantazo asusta y amenaza con llevarse puesto el film. Sin embargo, el final inesperado lo soluciona, sobre todo con el guiño de ruptura de la cuarta pared en los últimos fotogramas de la película. ¿Nos hace cuestionar muchas cosas la evolución de los acontecimientos? Sí. Sin dudas. Quizás algunos puntos flojos recalan en la intuición para resolver todo de Laura, que se encuentra muy bien explicado al espectador, pero que para el universo del que forma parte genera varios interrogantes. Sobre todo en la actitud que decide tomar. Pero podemos decir que la película de Martín Hodara genera posiciones muy fuertes y encontradas quizás. Son las consecuencias de la tragedia familiar entendida desde un estilo clásico, en el marco de la intimidad del infierno de pueblo puertas para adentro. Nuevamente, quizás con varios cuestionamientos desde este otro lado de la pantalla, pero la película está bien segura de sí misma. Y eso es lo que importa.
Debut solista del realizador Martín Hodara (“La Señal”) que apuesta al thriller para construir un relato potente sobre la familia y la venganza. Rodada en el sur argentino, en donde los fríos paisajes acompañan a dos hermanos (Leonardo Sbaraglia, Ricardo Darín) a dirimir viejas disputas mientras intentan escapar del pasado que día a día los amenaza. Narrada con una fuerte intención de enfocarse más en los personajes que en el paisaje, la tensión in crescendo, como las potentes actuaciones de Sbaraglia y Darín, a quienes se suma Laia Costa como mujer del personaje que interpreta el primero, el flashback como ingrediente de la progresión y la cuidada producción hacen que “Nieve Negra” logre su cometido de entretener inteligentemente.
Nieve negra es la clase de cine argentino de corte industrial que casi todos quieren ver. Es una película que sale con todo y las expectativas son altas. Por primera vez se juntan en pantalla dos de nuestros grandes actores: Ricardo Darín y Leonardo Sbaraglia (Relatos salvajes no cuenta porque cada uno protagonizó una historia diferente). Puedo afirmar con seguridad que el film se encuentra a la altura y no defrauda porque tiene una puesta en escena fenomenal por parte de Martín Hodara, quien no dirige hace 10 años. El último filme que lo tuvo como director fue La señal (2007). Aquí consigue una estética sombría a través de muy buenos planos y un gran manejo del sonido para atrapar al espectador. El diseño de producción es gigante y se nota a simple vista en el gran despliegue de locaciones. Hodara también se da el lujo de contar con Federico Luppi en un papel muy menor y con Dolores Fonzi en un bolo. Lo que eleva el cast a un nivel supremo. También hay que ser justos y decir que esta es una película protagonizada por Sbaraglia y co-protagonizada por Darín a pesar de que los pósters y créditos digan lo contrario. Pero es solo un detalle porque ambos logran lo obvio y lo que se espera de ellos: espectaculares actuaciones. Darín está muy bien caracterizado como tipo ermitaño de campo en contraposición con el aspecto y la actitud citadina de Sbaraglia. Ellos hacen de hermanos y con una historia trágica muy fuerte. Lo interesante es cómo cada uno ha lidiado con ella y los giros que se plantean que sirven para sorprender al espectador. Tal vez ese es el punto más flojo de la película porque el guión plantea algunas inconsistencias. Más allá de eso la película está muy bien y entretiene mucho. El elenco la levanta bastante. Nieve negra es un buen thriller, bien construido y con un gran climax. Muy buena forma de arrancar el año para el cine nacional.
El pasado y su eterno retorno La nueva película de Martín Hodara (realizador de La señal, 2007) reúne a Ricardo Darín y Leonardo Sbaraglia alrededor de una historia sobre dos hermanos enfrentados. El gélido paisaje, un protagonista más. Marcos (Sbaraglia) regresa junto a su esposa (la española Laia Costa) al áspero sur argentino, dispuesto a resolver el asunto de la herencia familiar. Es necesario vender lo que tiempo atrás fue su casa y volver al confort que, evidentemente, lo cobija en Europa, territorio en donde decidió radicarse. El panorama en su otrora tierra natal es distinto. Más bien turbio. Porque allí vive en un estado de aislamiento su hermano Salvador (Ricardo Darín), a quien -por lo visto- aún pesa sobre sus espaldas la muerte que accidentalmente le ocasionó al hermano menor, en plena jornada de caza. El cuadro se completa con la única hermana mujer (Dolores Fonzi), quien mucho no puede decir sobre la herencia porque está internada en un hospital neuropsiquiátrico… Con ese panorama comienza Nieve Negra (207), película en donde el paisaje lo define todo, o casi todo. La decadencia familiar, el resentimiento y la codicia son las aristas de este drama; elementos que quedan envestidos bajo la supuesta búsqueda del bienestar. Está claro que aquí ese bienestar es esencialmente para Marcos, quien pronto será padre y no tiene ninguna intención de quedarse junto a sus hermanos. El pasado, lentamente, le recordará que allí en el sur la situación sigue siendo exasperante, sobre todo cuando los enfrentamientos con Salvador se hagan cada vez más intensos y violentos. Hodara –también guionista- recurre al flashback como una modalidad narrativa clave para desentrañar aquel pasado oscuro que se niega a desaparecer. Al comienzo, lo articula con el presente del relato con fluidez, pero a medida que la película avanza comienza a revelarse como una herramienta útil para subsanar algunos declives argumentales, hasta llegar a un final un tanto inconsistente en su forma de revelar lo que pretendió ser ocultado. Desde luego que Nieve Negra no está exenta de méritos, esencialmente el tratamiento de la imagen y la composición de Darín, intérprete que intenta darle un espesor dramático contundente a esta historia que comienza con un planteo interesante pero que, si consideramos sus ambiciones (estéticas, argumentales, incluso de marketing) se queda algunos pasos atrás.
La calidez de un film Desde El secreto de sus ojos (2009) y su victoria en los Oscar, se ha generado algo especial en el público argentino: Ricardo Darín es sinónimo de un cine argentino que vale la pena ver. Un pensamiento polémico, considerando que hay otros actores que han logrado enormes éxitos en sus films. Pero de algo hay que estar seguro y es que Darín ha alcanzado importantes marcas en cuanta película se haya estrenado: El secreto de sus ojos, Relatos Salvajes (2014), Koblic (2016) y la lista podría seguir. Con Nieve negra (2016) se suma Leonardo Sbaraglia, quien también ha triunfado en el exterior. Es la primera vez que ambos pesos pesados comparten cartel, sin contar Relatos salvajes claro está, donde participaron en historias independientes. Por otro lado, está también la actriz en ascenso, la española Laia Costa, quien logró una gran trayectoria en otros países y es su primera vez en una producción argentina. Resulta un gran hallazgo para la industria y el crecimiento de su personaje es sorprendente. Con este trío, Nieve negra (2016) pone en marcha un thriller que comienza suavemente: dos hermanos se reencuentran tras largos años, luego de la muerte de su padre, pero los misterios del pasado comienzan a emerger, por ejemplo la dudosa muerte de otro hermano cuando eran niños. Es un relato no lineal, que cuenta con flashbacks intercalados con el presente de la historia, excelente recurso del director Martín Hodara. Nieve negra resulta atrapante y envuelve al espectador en el misterio. Pero no sólo eso, sino que también el film cuenta entre sus atributos artísticos con una excelente fotografía en el paisaje nevado de Andorra y la Patagonia, además de las apariciones estelares de Dolores Fonzi y Federico Luppi. En definitiva, Nieve negra es un excelente relato con giros inesperados, totalmente disfrutable para todo tipo de público.
Este thriller psicológico del director de La señal está construido con indudable profesionalismo, pero deja una sensación un poco frustrante por el potencial que tenía la propuesta y el talento no del todo aprovechado de sus notables intérpretes. Director en 2007 de La señal (proyecto que no alcanzó a completar Eduardo Mignogna) y antes asistente de Fabián Bielinsky en dos obras maestras como Nueve reinas y El aura, Martín Hodara estrena casi diez años después la primera película 100% “suya”. Rodada en coproducción con España, con un generoso presupuesto de cuatro millones de dólares, con un elenco de lujo y con un equipo técnico de primera línea, Nieve negra prometía mucho más de lo que cumple. Esta trama de secretos y mentiras familiares (que esconden codicias, tentaciones, locuras y perversiones varias) va perdiendo consistencia y potencia a medida que apuesta una y otra vez por flashbacks que exponen el pasado traumático de los protagonistas y a situaciones subrayadas que barren con cualquier tipo de sugerencia para, en cambio, resolver todos los enigmas de manera bastante obvia y hasta un poco torpe. Es como si el realizador y coguionista temiera insinuar demasiado y se viera compelido a “explicar” cada uno de las incógnitas sin que quede ninguna duda, ningún mínimo aspecto sujeto a la interpretación o librado a la respuesta emocional del espectador. El resultado, por lo tanto, es un film de indudable potencia visual (en principio parecía mantener incluso varios aspectos en común con la genial El aura), pero demasiado frío y como escasos matices. El protagonista del film es Marcos (Sbaraglia), quien regresa de España con su pareja Laura (Laia Costa, la revelación de Victoria) para cumplir con el último deseo de su padre (enterrar sus cenizas en un bosque), aunque la idea también es vender un terreno familiar que interesa a una minera canadiense dispuesta a desembolsar 9 millones de dólares. El problema es que allí, sede de un viejo aserradero, vive desde hace 30 años su hermano Salvador (Ricardo Darín). Este tipo hosco y huraño, por supuesto, no tiene ningún interés en recibir a Marcos ni mucho menos de mudarse del lugar. Rodada en bellos parajes de Andorra (que se asemejan bastante a los de la Patagonia), la película tiene muchos elementos que podrían haber ayudado a un relato fascinante en este duelo entre hermanos. Las tormentas de nieve y las panorámica aéreas le dan al film un encanto incuestionable desde lo estético, pero la narración nunca alcanza la tensión que Hodara busca en los conflictos centrales. Tampoco agregan demasiado dos muy buenos intérpretes como el mítico Federico Luppi y Dolores Fonzi en papeles secundarios de limitado alcance. La sensación, por lo tanto, es la de una película fallida. No porque sea mala (es un producto hecho con absoluto profesionalismo), sino porque la apuesta -con semejante despliegue de recursos económicos, artísticos y sobre todo actorales- daba para mucho más.
Un thriller que te llevará a lo más oscuro de una familia que guarda muchos secretos. Nieve Negra te mete en un historia fría, oscura, como esa nieve que permanentemente rellena la pantalla. El frío y el viento se sienten en los huesos, Nieve Negra te mete y te hace testigo de una historia familiar morbosa. La fotografía, la ambientación y los paisajes son sublimes. Logran que el clima traspase la pantalla y como espectador podamos sentir el viento fuerte del sur (ese aire frío que hace doler los oídos) y la nieve humedeciendo nuestros pies. Leonardo Sbaraglia (Marcos) y Laia Costa (Laura) componen una pareja que viene de España para arreglar unos temas familiares del personaje de Sbaraglia. Él argentino, ella española. Ambos con una actuación maravillosa. Laura va descubriendo y adentrándose en la historia familiar de su marido; ella es la más cercana a nosotros, al espectador, que poco sabe y con el correr del metraje irá revelando. Marcos llega a Argentina por el fallecimiento de su padre, debe convencer a su hermano Salvador (Ricardo Darín) de vender la casa de la familia, y dejar un cuidado para su hermana Sabrina (Dolores Fonzi, quien tiene un breve papel en la película) que está internada en un psiquiátrico. Ricardo Darín, es Salvador, un tipo ermitaño, que caza para comer. Majestuosa interpretación de Darín, que nunca deja de sorprender. Con una mirada, silencios y gestos dice todo y nos deja boquiabiertos. El relato por momentos es lento, pero está ingeniosamente contado mezclando tiempo y espacio. Personajes que encuadran en una misma toma pero no están juntos, los separan años y situaciones, pero juegan en la misma cancha. Nieve Negra es incómoda, como caminar por la nieve y el viento, te deja con molestia, con desazón. Se trata de lo que está guardado bajo siete llaves, secretos familiares que son escabrosos, relaciones difíciles. Revuelve, inquieta. Un film para ver y volver a ver.
Ricardo Darín y Leonardo Sbaraglia protagonizan este thriller que brilla más por su puesta en escena y fotografía que por la historia que presenta, con un relato que al final no convence. Filmado en los imponentes escenarios del sur argentino, con un comienzo que hace recordar el inicio de Noches blancas -Christopher Nolan- y con pasajes que traen a la memoria El Renacido -claro que vale recordar el paso de DiCaprio por los escenarios del sur-, Nieve negra tiene como protagonista a tres hermanos, un ermitaño -Ricardo Darín- que vive en una cabaña en medio de las montañas, una paciente psiquiátrica -Dolores Fonzi- y el tercero -Leonardo Sbaraglia-, que tras la muerte del padre llega del exterior junto a su esposa Laura -Laia Costa- para tratar la venta de los terrenos que comparten por herencia. Pero el cruce de los hermanos reaviva un secreto dormido durante años que separó a la familia. Intercalando el presente y pasado mediante flashbacks que experimenta uno de los protagonistas, una excelente fotografía que logra fundir el clima frío, denso y sombrío del paisaje con el accionar de sus protagonistas y un acertada banda sonora, el relato va develando lentamente y con muy buenos clímax -aunque suceda muy poco- los secretos guardados, hasta casi el final del film, cuando una vuelta de tuerca poco verosímil acelera los hechos y finaliza una historia que deja sabor a serie de TV o pensada para secuelas. Con prolijos trabajos actorales en general que cumplen pero no brillan, es Ricardo Darín quien se destaca con su papel de ermitaño, retraído y perturbado, aunque pareciera desaprovechado al igual que la muy breve aparición de Dolores Fonzi, en un papel que podría haber aportado mucho mas a la trama. Un relato en el que poco sucede y los clímax y aspecto visual se sobreponen a una historia simple, donde la ambición es mas fuerte que la culpa y con un final que demanda venganza.
Un thriller actuado y dirigido de manera prolija. El buen manejo del suspenso compensa los puntos flojos de su trama. Dos de los actores más destacados del cine nacional que participaron —por separado— en la recordadísima Relatos Salvajes (2014), se juntan en una co-producción entre Argentina y España. Esta vez no están separados en relatos episódicos, sino que comparten la pantalla en una misma historia. Salvador (Ricardo Darín) es un ermitaño que vive aislado en una cabaña en el sur, después de verse involucrado en la muerte de su hermano menor en medio de un accidente de caza. Su hermano Marcos (Leonardo Sbaraglia) decide visitarlo —tras estar décadas sin verse ni hablarse— junto a Laura (Laia Costa), su esposa embarazada, para discutir la venta millonaria de los terrenos de su padre fallecido. El reencuentro entre los hermanos reflota viejos rencores enterrados en la nieve y poco a poco descubriremos la verdadera razón por la que Salvador y Marcos se distanciaron. Martin Hodara (La Señal, 2007) es un director con solo un largometraje en su haber, pero Nieve Negra se siente como un film hecho por un realizador muy maduro y prolijo, con varias películas encima. El film es un thriller, una obra en la que el suspense es el recurso sobre el que la historia se desenvuelve. Hodara lo sabe y juega bien sus cartas al presentar un relato que va revelando gradualmente sus misterios e incógnitas sin hacerse predecible ni tampoco excesivamente rebuscado. A medida que la película avanza vamos aprendiendo más sobre la historia previa de los personajes, nos dan piezas para ir completando el rompecabezas pero sin que esto nos permita descubrir la imagen antes de tiempo. Un bello trabajo de fotografía (el catalán Arnau Valls Colomer le sacó el jugo a todas las tomas de paisajes y escenarios naturales) con colores fríos y oscuros sumado a una música que aparece muy de vez en cuando, pero que funciona muy bien junto al apartado visual para lograr una atmósfera lúgubre, un clima ideal para este tipo de relatos. Actoralmente todos están muy bien: Ricardo Darín se aleja de su zona de confort y se la juega con un papel muy bien logrado. Salvador es personaje de pocas palabras, taciturno, solitario y hosco —a veces llega a ser maleducado— con una mirada tan fría y dura como el suelo nevado donde la película se filmó. Sbaraglia (Al final de túnel, 2016) vuelve a brindar una interpretación sólida, pero quien sorprende y se destaca con el correr del film es Laia Costa (Victoria, 2015), actriz catalana en ascenso que hace poco logró una nominación a los premios Bafta como actriz revelación. Federico Luppi acompaña bien en sus pocas y muy breves apariciones y el personaje de Sabrina (la tercera hermana, interpretada por Dolores Fonzi) sirve apenas para escupir un poco de exposición y nada más. Es prácticamente un cameo, no vuelve a aparecer en pantalla. Un personaje que habría enriquecido la película de haber sido un poco más desarrollado. Nieve Negra termina siendo un entretenido y efectivo thriller que cumple con su misión de sostener el misterio y generar un clima de tensión y suspenso. Correcta y prolija desde el costado técnico, con un elenco de actores talentosos que no defraudan, la película hace una buena utilización de los flashbacks para contar la juventud de los hermanos y utiliza inteligentes transiciones entre presente y pasado en lugar de simples cortes de escena. Pese a que a que la trama tiene algunos agujeros e inconsistencias, sus virtudes terminan pesando más que sus falencias y el gusto a poco que deja esa resolución tan simple del secreto principal del film.
Buenas actuaciones, film agrio Lúgubre de principio a fin, la historia de Nieve negra está cargada de tensiones, secretos inconfesables, violencia y gotas de sangre que más de una vez salpican la superficie blanca y helada del hostil entorno en el que se desarrolla. Su eje es el trabajoso reencuentro de dos hermanos que no saben cómo saldar algunas pesadas cuentas familiares del pasado. Asistente de dirección de Fabián Bielinsky, Martín Hodara fue hace diez años el encargado de terminar, en sociedad con Ricardo Darín, un policial que Eduardo Mignogna dejó inconcluso (La señal) y ahora debuta como director en solitario con esta película agria y pesimista, que encuentra en las interpretaciones de Ricardo Darín y Leonardo Sbaraglia su mayor fortaleza. La trama que Hodara desarrolla a fuerza de una exagerada progresión de flashbacks no deja demasiado espacio para que el espectador trabaje: las explicaciones abundan y algunas de ellas lucen forzadas. También es pobre el desarrollo de los secundarios, una falencia que le resta riqueza a la película, sobre todo con profesionales de la solvencia de Federico Luppi y Dolores Fonzi. Sí funcionan muy bien un par de escenas muy intensas (como la exaltada discusión entre el ambiguo personaje de Sbaraglia y su mujer embarazada en medio de una feroz tormenta), que revelan astucia e imaginación para la puesta en escena, y que también hubieran rendido mejor en un contexto propicio, con un trabajo de guión más refinado y menos pedagógico.
Otro secreto en la montaña Ricardo Darín y Leo Sbaraglia se sacan chispas en este atrapante thriller situado en la Patagonia. Un misterioso ermitaño que vive en un remoto paraje montañés, conflictos familiares irresueltos, una millonaria herencia en disputa, un pasado brumoso: todo en el argumento está servido para que Nieve negra resulte atrapante. Son elementos clásicos con los que el director y guionista Martín Hodara –en su opera prima en solitario- y Leonel D’Agostino –el coguionista- arman un efectivo cóctel de tragedia y suspenso. Por supuesto, siempre ayuda contar con Ricardo Darín como uno de los protagonistas. Sería redundante insistir aquí en señalar sus virtudes o su carisma; basta con decir que una vez más pone esas cualidades al servicio de Salvador, ese hombre hosco y solitario peleado con el mundo, exiliado entre bosques y rocas. Sí, en cambio, hay que señalar el progreso de Leonardo Sbaraglia, que en los últimos años creció mucho interpretativamente, y muestra las herramientas necesarias para hacer contrapeso en el duelo actoral con Darín. Porque esto es un ajuste de cuentas entre Salvador y Marcos, su hermano menor, que reaparece después de muchos años en el exterior para enterrar las cenizas de su padre y convencer a su hermano de vender las tierras que heredaron. La testigo de ese mano a mano es Laura, la mujer de Marcos (la española Laia Costa), casi una representante de los espectadores en la pantalla: ella sabe lo mismo que nosotros sobre el retorcido vínculo entre esos dos hermanos. Un elemento clave para potenciar este drama familiar cargado de flashbacks es el contexto: el imponente paisaje cordillerano –se supone que es la Patagonia, pero en realidad fue filmada en los Pirineos-es el equivalente natural del personaje de Darín por su misterio y su hostilidad, tormenta de nieve incluida. Es un marco que crea un clima parecido al de los policiales negros nórdicos, tan de moda a partir de Henning Mankell y su inspector Wallander. Hay un talón de Aquiles, y es esa fórmula –en la que tan seguido caen justamente los policiales- de hacer que la historia dé un giro sorpresivo, que asombre y a la vez explique todo. Un recurso efectista que resta profundidad dramática y circunscribe a Nieve negra al rubro de películas que se limitan a contar bien una historia y entretener. Pero pedir más quizá sea demasiada exigencia.
En los últimos años hubo varios proyectos que intentaron reunir a Ricardo Darín con Leonardo Sbaraglia en el cine, pero por distintos motivos esas producciones terminaron filmadas con otros actores. El nuevo trabajo de Martín Hodara, quien fue co-director con Darín de La señal, consiguió este objetivo a través de un retorcido thriller oscuro que nunca termina de explotar el potencial de sus protagonistas. Un caso extraño porque la película es impecable desde los aspectos visuales e inclusive todos los actores tienen sus momentos destacados, pero cuando la historia termina te deja la sensación que los personajes se podría haber aprovechado un poco más. Ese duelo actoral entre Darín y Sbaraglia que se vende en los avances nunca termina de llegar al clímax emocionante que prometía las presencia de semejantes artistas. El director Hodara construye un buen misterio que se nutre claramente del policial negro y la narración logra mantener la tensión necesaria hasta el acto final donde el atractivo de la trama se desinfla con la resolución de los hechos. Nieve Negra tiene sus mayores virtudes en los aspectos técnicos, donde se destaca la fotografía de Arnau Valls Colomer y el modo en que el director Hondara convirtió los bellos paisajes de Andorra en un protagonista más de la historia a través de su narración. Dentro del género que aborda, sin llegar a ser una película memorable, este estreno resulta un cuento decente de suspenso que al menos consigue ser entretenido.
SECRETOS Y CULPAS DEL PASADO Es una película que mantiene en vilo al espectador, es un thriller con un suspenso dosificado para sostener el interés pero a la vez le agrega otros lujos: un elenco donde se reúnen por primera vez Leonardo Sbaraglia y Ricardo Darín, acompañados en papeles breves pero muy intensos por Dolores Fonzi y Federico Luppi, y como es una coproducción con España el protagónico femenino es de Laia Costa que juega bien con la ambigüedad. En un paisaje imponente, rodada en España pero podría ser nuestro sur, todos los rubros técnicos son llamativos e impactantes. Es la historia de dos hermanos que se reencuentran después de muchos años por la muerte del padre, por enterrar sus cenizas y por la necesidad de convencer al que vive como un ermitaño en la cabaña familiar para vender la propiedad, mientras que la hermana de ambos habita un neuropsiquiátrico. Pero enterrado en lo profundo yace un secreto de una familia que se cierra sobre si misma ahogando a sus integrantes en un círculo enloquecedor. Durante todo el film el tiempo presente se intercala con el pasado en oportunos e inquietantes flashbacks que informan al espectador y están bien realizado aunque hacia el final se nota una debilidad evidente en el guión que no es correspondiente con todo el suspenso acumulado. No obstante, también deja espacio para que se especule con lo que realmente ocurrió después de terminado el film. El entretenimiento de calidad está logrado.
Secretos sepultados bajo capas pesadas. Un “trámite” tras la muerte del patriarca familiar hace que la verdad afloje entre dos hermanos enfrentados. “Es un trámite nada más”, le dice Marcos a su esposa Laura, compartiendo con ella las mieles del embarazo, literalmente en las nubes, en el avión que los trae de España al lejano sur del sur. El padre de Marcos acaba de morir y él viene a cumplir su último deseo: enterrar sus cenizas junto al cuerpo de Juan, el hijo menor, muerto de pequeño tras un confuso accidente familiar. Lo que Marcos suponía un trámite terminará siendo una completa inmersión en la historia de la familia y la memoria personal, que incluye aquello que todo este tiempo se resistió a ser recordado. Lo siniestro, en una palabra, tal como lo entendía Freud: como asociación entre lo que genera terror (lo clandestino, también, término de lo más pertinente aquí) y lo familiar. Primer estreno argentino importante del año, Nieve negra representa la ópera prima en solitario de Martín Hodara, quien tras formarse como asistente de dirección de Fabián Bielinsky en Nueve reinas y El aura había codirigido La señal (2007) junto a Ricardo Darín. El paisaje (bosques del sur aunque filmados en Andorra, nieve espesa, cabañas aisladas) recuerda al de El aura. El tono de denso drama familiar casi sin restos policiales, aunque con intriga, tal vez fuera hacia donde se dirigía Bielinsky, después del policial lúdico de Nueve reinas y el policial-con-héroe-enfermo de El aura. “¡Soy tu hermano!”, se ve obligado a gritarle Marcos (Leonardo Sbaraglia) a Salvador (Ricardo Darín), en medio de la oscuridad, porque éste no lo reconoció y lo apunta con una escopeta. ¿O es porque sí lo reconoció? Después de treinta años, Marcos y Salvador vuelven a verse, por un conflicto con la venta del aserradero familiar: un grupo canadiense ofrece nueve millones de dólares, pero Salvador, que vive en la cabaña que siempre fue de la familia, no piensa irse. “Juan y yo no nos vamos de acá”, dice. Raro, porque fue él quien mató por accidente al hermano menor cuando eran chicos. Pero ya habrá ocasión de entenderlo. A todo esto, Sabrina, la única hermana mujer (Dolores Fonzi), está internada en un psiquiátrico. Y Laura, esposa de Marcos (la española Laia Costa), comienza a indagar en esa espesa historia familiar, convirtiéndose en los ojos y oídos del espectador. La circularidad visual de Nieve negra, que empieza y termina con las mismas imágenes (un plano general del bosque tupido, luego unos perros lobos comiendo en la nieve) remite a la circularidad familiar, el modo en que los secretos quedan encerrados, cobrándose al final nuevas víctimas y usufructuadores del engaño. El guión de Nieve negra, escrito por Hodara junto a Leonel D’Agostino (trabajó en las series El elegido y Los siete locos), no descuida ningún detalle. Las apariencias engañan en Nieve negra. Y no por el mero, mecánico lugar común, sino porque la idea subyacente es que todos tienen algo que ocultar. El que parece civilizado podría resultar lo contrario y lo mismo respecto al que renegó de la civilización. El personaje más inocente tal vez sea, a la larga, el que termine de ponerle moño al paquete del engaño (posible reflejo a distancia de Nueve reinas, pero no sólo). El patriarca lamentado podría ser un tirano brutal. El buen hermano, un traidor. La madre, ausente: “ésta es la única foto en la que está”, le dice Marcos a su esposa, y le muestra una foto en la que no está. Nieve negra es una película compacta, sin digresiones, pérdidas de tiempo o estiramientos. Todo concurre a la cuestión central, que se va develando en flashbacks técnicamente muy bien resueltos: en ocasiones se accede a ellos por corte directo, otras veces directamente en el mismo plano, a través de alguna panorámica que liga presente y pasado. En esta coproducción entre la Argentina y España, las actuaciones son parejamente buenas, con Ricardo Darín en un papel infrecuente (aspecto salvaje, pelo largo y desprolijo, el rostro hinchado). La fotografía, a cargo del catalán Arnau Valls Colomer, es tan oscura como piden el título y el tono de la película. “Yo me ocupo”, dice el socio del padre, papel a cargo de Federico Luppi, y una vez más la verdad va a quedar sepultada bajo capas más pesadas que la nieve.
Publicada en edición impresa.
Darín vs Sbaraglia Es en “Nieve Negra” un drama de suspenso en el que también se destacan Federico Luppi, Dolores Fonzi y la española Laia Costa Marcos regresa a la Argentina con su esposa embarazada. Lo hace tras la muerte de su padre, para terminar de cerrar la sucesión de la herencia. Para eso tendrá que mediar con su hermano mayor, Salvador, que vive como un ermitaño en la vieja cabaña familiar, en medio de la nieve. La relación de ambos, está marcada por oscuros secretos familiares que vuelven a salir a la luz. Martin Hodara dirige este filme intimista en un ámbito imponente: una pequeña cabaña anclada sobre el manto blanco e inmenso que forma la nieve en la montaña. El metraje avanza despacio, demasiado despacio, hasta una revelación final, que si bien no resulta sorprendente, al menos funciona para justificar ciertos aspectos de la trama. Leonardo Sbaraglia, el verdadero protagonista del filme, encarna a un sufrido hombre que calla más de lo que dice. Ricardo Darín, con menos tiempo en pantalla del esperado, se impone sobre el resto del elenco, componiendo a un hombre de montaña, rudo, osco y de armas tomar. La relación entre ambos hermanos, no está del todo desarrollada y los baches argumentales son suplidos con tecnicismos que el director utiliza para narrar momentos presentes y del pasado. Así, asistimos a planos secuencias muy complejos que funcionan como transición para los flashbacks que nos revelan la torturada infancia de algunos miembros de esta familia. Está claro que visualmente Nieve Negra es mucho más poderosa que argumentalmente. Lenta, pretenciosa por momentos, si el director hubiera intentado acercarse más al género, y menos al cine de autor europeo, quizás estaríamos ante una gran cinta, y no ante una película que en muchos momentos hace tanta agua como la nieve al derretirse.
La ley primera Diez años después de su ópera prima, La Señal (2006), en codirección junto a Ricardo Darín, Martín Hodara vuelve a dirigir y escribir un film con excelentes intenciones y aportes al género, pero con algunos altibajos entre la historia que cuenta y cómo la cuenta. En esta ocasión, Darín encarna a Salvador, un hombre solitario, iracundo, silencioso, quien vive apartado en una casa en las montañas, lejos de cualquier contacto con el mundo, el cual pareciera haberle dado la espalda desde temprana edad. Tras la muerte de su padre, llegan al pueblo su hermano, Marcos (Leonardo Sbaraglia) acompañado por su mujer Laura (Laia Costa) para intentar convencerlo de que venda la propiedad y así poder repartir una suma millonaria. Este encuentro dará lugar a un secreto que los hermanos guardan hace tiempo, algo que ha transformado la vida de ambos, que los ha separado y enemistado tiempo atrás y que generará un desenlace inesperado. Las actuaciones están correctas, la dupla argentina se mueve cómoda con personajes que no exigen un trabajo distinto al que vienen realizando en su exitosa carrera. Tal vez Darín destaque por el resto al interpretar un rol distinto al que nos tiene acostumbrados. La incorporación de la actriz española Costa es de lo más acertado en materia actoral: brinda aire en un guión asfixiante por momentos, pero con algunos baches de coherencia que llevan a no lograr empatizar nunca con la historia e incluso con el desenlace sorpresivo. Completan el elenco Federico Luppi, quien hace un papel que calza justo en él, y Dolores Fonzi como la hermana menor, con muy poco tiempo para poder lucirse. El recurso del flasback, utilizado para dar cuenta de aquel pasado que condena a los personajes, es un gran acierto; está realizado de manera precisa y sin caer en lo simple. Acompañado por una excelente fotografía, a cargo de Arnau Valls Colomer, y un impecable trabajo de edición, sobresale el aspecto técnico por encima del aspecto narrativo. Con una música incidental que punza en los momentos de mayor tensión, Nieve Negra (2017) podría ser una exposición empírica de cómo abordar el género de suspenso. Sin embargo, no lograr salir airosa de tal objetivo, ya que existen demasiados pisadas en falso en el tratamiento del argumento, que la vuelven predecible y demasiado lineal.
Martin Hodara, quien trabajó como asistente en películas de Fabián Bielinsky y fue quien terminó dirigiendo La Señal junto a Ricardo Darín, vuelve a juntarse con el reconocido actor para entregar un drama tosco y oscuro sobre los secretos que guarda una familia. Darín es sólo una tercera parte del trío protagónico conformado además por Leonardo Sbaraglia y la actriz española Laia Costa (la protagonista de esa gran película alemana que es Victoria). Entre los tres, sin muchas palabras pero con gestos, silencios y miradas conversan e interactúan. Todo empieza con una muerte, la del padre. Eso lleva a que dos hermanos que hace años que no se ven, se reencuentren. Uno, Marcos (Sbaraglia) regresa a reclamar parte de su herencia, para la cual hay que vender una casa en medio del bosque que vale unos millones de dólares. El otro, Salvador (Darín), no está dispuesto a irse de aquel lugar. Marcos necesita su parte de la herencia para la vida que tiene planeada junto a su mujer, con quien espera un hjjo. El pasado dejó muchas heridas y marcó la vida de estos dos hermanos, y cada uno lidió con eso de la forma que pudo; lo que no pudieron fue volver a encontrarse el uno al otro. Hay un par de personajes secundarios, interpretados por Dolores Fonzi y Federico Luppi, que ponen su granito a la historia pero al final quedan un poco relegados. En Nieve negra lo principal es la construcción del clima, de misterio e incomodidad. Una atmósfera densa y fría, con Andorra como marco, y esa nieve que no deja de caer. La narración fluye a su tiempo, haciendo que en algunos momentos, especialmente toda la primera parte, se torne lenta. Pero al final, la revelación de parte de ese pasado que los atormenta y los persigue junto con la decisión de afrontar este nuevo descubrimiento del modo que mejor encontramos, hacen de Nieve negra un thriller oscuro. La trama termina siendo pequeña y simple en su forma, el hincapié está en desarrollar estos lazos familiares quebrados, y cerca de la resolución todo se torna un poco rápido, lo contrario al resto de la película. Rápido y hasta un poco sobreexplicativa. Laia Costa es una revelación a la que no conviene perder de vista. En su actuación reposan muchas facetas hasta llegar aquella que la muestra tal cual es en realidad. Sbaraglia cumple y Darín demuestra una vez más que es un actor en mayúscula, con un personaje mucho más tosco y menos agradable a los que suele interpretar, y lo hace sin mucho más que unos gestos, con sólo unas pocas palabras. De impecable factura técnica y de la mano de un guión demasiado básico, Nieve negra es un thriller que cumple, por momentos un poco lento en su afán de construir un clima cargado de intriga. Sin dudas, será una película convocante.
Desde que el cine argentino emprendió un camino fructuoso hacia su industrialización, digamos a fines del siglo pasado, las historias de género han estado siempre a mano de los realizadores para convocar al público amplio a las salas. La promesa de buen clima de suspenso, siempre es un gancho para atraer espectadores; y Martón Hodara lo sabe. Asistente de dirección de Fabián Bielinsky, y co-director junto a Ricardo Darín de La Señal, aquel policial noïr que Eduardo Mignona nunca pudo concretar; Hodara debuta en el largometraje en solitario con Nieve Negra; propuesta que en los papeles se presentaba como un cargado thriller de suspenso, hecho y derecho, de esos que nos mantienen aferrado a las butacas. Dicen que, del dicho al hecho, hay un largo trecho. Los entuertos en familias disfuncionales son un recurso tan clásico como atractivo. Marcos y Laura (Leonardo Sbaraglia y Laia Costa) regresan de España debido al fallecimiento del padre del primero. Más que el dolor, pareciera que los que los trae, es la posibilidad del cobro de una herencia que se hará efectiva cuando puedan valer unos valiosos terrenos en donde se encuentra la cabaña patagónica en la que vivía Marcos de pequeño junto a su pare y sus tres hermanos. El abogado compuesto por Federico Luppi ya tiene armada toda la estrategia (posiblemente no muy legal) para que Marcos cobre su parte… y algo más. Pero hay un solo inconveniente; en la cabaña vive Salvador (Ricardo Darín), el hermano mayor; a quien deberán convencer de vender el terreno. El guion de Hodara y Leonel D’Agostino (Puerta de Hierro, A través de tus ojos) no tarda demasiado en ubicar a los tres personajes en ese paraje solitario, muy propicio para crear el clima de tensión buscado. Se sabe que hay un trasfondo familiar muy oscuro, y obviamente, en esos días, todo saldrá a la luz. Nieve Negra claramente cuenta con todos los elementos para ser un gran thriller; buena premisa, buena locación; y una producción cuantiosa que permite un despliegue técnico que terminará siendo lo mejor de la propuesta. Esa casa y ese bosque permanentemente nevado, presentados con una fotografía puntillosa y música correcta para el crescendo, no hará más que recordarnos a esa perla que es El Aura; pero probablemente, las comparaciones terminan ahí. Un buen film de suspenso debe contar con un buen guion para lograr su objetivo, un mecanismo de relojería aceitado en el que todas sus piezas encajen, y que se mantenga en constante movimiento para provocar tensión en cada plano. No es este el caso. Una vez establecida la premisa, una mente más o menos avispada podrá adivinar todo lo que sucederá a continuación, ni bien pasados diez minutos. Aun pasando por alto el elemento sorpresa, durante el primer tramo, la historia pareciera inclinare más hacia el drama familiar, con silencios y escenas típicas de un drama sobre lazos rotos que deben componerse; promediando su segunda parte, comenzará la tensión prometida. Los agujeros en su guion son tantos que es imposibles pasarlos por altos, demasiadas circunstancias que no cierran, que se resuelven de un modo apresurado – no por antes de tiempo, sino por no haber logrado una progresión paulatina – o directamente fuera de toda lógica. Ignoremos que, según nuestra legislación, si uno de los herederos quiere vender, se debe vender; aun así, el resto no cierra. En cuanto al conjunto actoral, si bien los ojos estaban puestos en Darín interpretando un personaje hosco y probablemente villano; las palmas, termina llevándoselas Sbaraglia, en el personaje más contenido y con más capas. Darín pone todo su empeño y talento, pero Salvador sigue sin ser un personaje para él; el carisma natural del actor se despierta hasta en un rol que no debería desplegar ningún tipo de carisma para que se sea creíble; de todos modos,los momentos de duelo actoral serán el plato fuerte del resultado. Costa se mantiene ajena y no aporta a flor de piel quizás la característica que más debió demostrar Laura. Nieve Negra suma sus partes y no todo parece estar correcto; sin embargo, por la pericia con la que la propuesta es encarada, la solvencia de sus intérpretes, y las intenciones de apostar a más; no podemos hablar de algo completamente fallido, hasta puede resultar convincente para un amplio público que busque un entretenimiento popular. ¿Pudo ser mejor? Una pulida al guion mostraría resultados bien diferentes.
Una pelicula queda a mitad de camino.
“Nieve negra”: tenso policial nacional, sin policías La ambientación es otra virtud de esta lograda intriga de suspenso que dirigió Martín Hodara. El viento resopla entre los árboles de la montaña. Un lobo, más allá otro, y otros, buscan comida. Están al comienzo y al final de la historia, como un símbolo. El avión lleva cómodamente a un hombre joven, atento a su mujercita embarazada. Apenas llegan, ya los llama un tercero, ansioso por cerrar un gran negocio. El problema es que para cerrarlo deberían abrir las heridas de alguien que conoce bien a los lobos. Y los mantiene a distancia. He aquí un policial sin policías. Una intriga de suspenso interior. Un drama cuyos secretos se irán develando y confrontando, como para que nunca confiemos del todo en una sola persona. Esta es una historia trágica que quizás haya ocurrido muchas veces en lugares alejados, y seguirá ocurriendo aún cerca de nosotros, pero que acá tiene un remate inesperado. La historia incluye unas cortinas con motivos como sangre que va chorreando, gente que no levanta las persianas, una cabaña en lo alto de la extensa nada (que para unos significa plata, y para otro es un santuario), señales del pasado que han quedado fijas para siempre, como en recordación de algo tan fuerte que nadie quiere mencionar, pero está a punto de salir. Hay dos hermanos muy distintos y una hermana internada, que cuando chica era algo parecida a la mujercita embarazada. Tan suave, servicial y discreta, esa mujercita. Y tan práctica, por no decir cínica, que puede mostrarse en ocasiones. Como para señalar cuán vivas están ciertas cosas en la cabaña, a veces los personajes se cruzan con ellos mismos cuando eran apenas adolescentes. Cuando pasó aquello que no quieren decir pero les arde. Por ahí va la historia. Y va creciendo, se va tensando, hasta llegar a la gran sorpresa, las revelaciones finales, y el remate, muy bueno. Elogios para Martín Hodara, director y coguionista con Leonel D' Agostino. Para Ricardo Darín, maestro, con una ductilidad que lo renueva, y Leo Sbaraglia, Laia Costa, Federico Luppi, que en el momento preciso nos alivia el alma, Dolores Fonzi, de brevísima aparición, director de fotografía, cámara, directores de arte, músico, maquilladora, y editor (Carrillo Penovi, el mismo de "El aura"). Y el paisaje de Andorra, que es impresionante.
Nieve negra bucea en el thriller para narrar los secretos familiares que tiñen la blanca superficie en el sur del mundo. Las familias son un lugar de confort y/o de incomodidad. A veces más una cosa, a veces más la otra. Y en algunas oportunidades las dos cosas a la vez. Luego del deceso del pater familias, Marcos (Leonardo Sbaraglia) debe retornar al hogar, después de muchos años, para cumplir con su última voluntad: enterrar sus cenizas junto al cuerpo del hermano menor, muerto en un extraño accidente de cacería, y realizar algunos trámites, lo que trae aparejado el reencuentro con su hermana Sabrina (Dolores Fonzi), internada en un psiquiátrico y, especialmente, con su hermano mayor, Salvador (Ricardo Darín) con quien arrastra conflictos evidentes, no resueltos y no explicitados. El hogar familiar es una cabaña que ahora ocupa como un ermitaño el primogénito, que queda en mitad de la nada en el sur patagónico y asentada en un terreno con una oferta pendiente y generosísima por su venta. Este tema obliga al encuentro no deseado por Marcos, casi del que ha huido yéndose a España, hallando allí tanto un refugio cómodo como una esposa, Laura (Laia Costa), que lo acompaña, embarazada, en el regreso: una ajena a la familia que oficiará de tercera imparcial hasta que deje de serlo. Bajo este esquema Martín Hodara, -en ésta su primera película en solitario, luego de codirigir con Darín La señal-, patina de thriller (un género que debemos acreditar está contaminando todo el cine argentino de alta producción) un drama familiar donde la codicia, el resentimiento, la mentira y la violencia, han conformado y luego sustentado los vínculos afectivos. Nieve negra funda su valía en un desarrollo sin estridencias y sin echar mano, en gran parte de su narración, a los golpes de efecto ni a los giros puro artificio (salvo en un final acelerado y explicativo donde las pistas dadas, sutiles, imperceptibles, se explicitan a pura palabra descreyendo del poder de las imágenes, cerrando con fórceps todos los resquicios y subestimando, de algún modo, al espectador), en apostar a un tiempo para que las situaciones se desplieguen a su propia necesidad, que no es el de esta coyuntura acelerada y videoclipera que ha (de)formado a las nuevas audiencias (excepto, otra vez, y como ya dijimos, en la conclusión), y confía, quizá en demasía, en el uso de los flashbacks (igualmente muy bien insertados) como modo de ir revelando el misterio. Si bien algunos enigmas se adivinan fácilmente para un público avezado (víctimas y victimarios “verdaderos”), ciertas causas originarias mantienen su ambigüedad hasta el final develado (los motivos que “crearon” a esas víctimas y victimarios) y es destacable por sugestivo el desarrollo del personaje de Laura, que cada vez se va apropiando más de la trama, menos por su originalidad que por lo que quiere “decir”(nos) con sus decisiones. Los destacados rubros técnicos, un paisaje que es otro personaje más (y que tiñó con su gelidez la personalidad y el obrar de los protagonistas humanos) y unas actuaciones convincentes en el trío protagónico (los secundarios están bastante desaprovechados),- con esa carga de tensión requerida sin exteriorizaciones fáciles ni gestos ampulosos-, suman para hacer de Nieve negra un exponente interesante pero algo fallido (según las observaciones realizadas) de una industria cinematográfica nacional, que no es tal, lo sabemos. Pero también por lo que deja ver asomándose en su superficie: una batalla ganada por los productores y el marketing (se intuye que han intervenido en demasía) en desmedro del cine mismo. Pero eso trasciende la crítica de una película. ¿O no?
Llegar al bosque representa alcanzar el más profundo rincón que se tiene para esconder un secreto. La misma profundidad con la que el ser revisa su interior y por lo tanto su pasado. Alcanzar esta dimensión recóndita es volver a la animalidad originaria del hombre. Nieve Negra explora el conflicto de dos hermanos, los secretos, la bestialidad. En su primer trabajo en solitario como director, Martín Hodara narra con suficiencia y logrando un estilo tan expuesto que sobrepasa la propia importancia del relato. Esconder un secreto determina que el pasado y el presente de ninguna forma pueden distanciarse.
Todo comienza cuando Marcos (Sbaraglia), regresa de España con su esposa Laura (Laia Costa, “Victoria”) para cumplir con el último deseo de su padre, enterrar sus cenizas en el bosque, pero además trae la propuesta de vender la propiedad familiar a una minera canadiense que ofrece una importante suma de dinero: 9 millones de dólares. El problema es que allí vive hace más de 30 años su hermano Salvador (Ricardo Darín), un ser huraño, malhumorado, antipático, de pocas palabras, que no tiene ningún deseo de vender y no le agrada recibir a Marcos. Además la hermana de ambos, Sabrina (Fonzi), se encuentra internada con problemas psicológicos. Esta es una historia envuelta en: secretos, apariencias, traiciones, mentiras y momentos asfixiantes. A través del flashbacks se van conociendo algunos conflictos. En este thriller psicológico sobresalen las actuaciones de Sbaraglia y Darin (caracterizado) en un verdadero duelo actor, ellos por primera vez trabajan juntos en una escena en cine. Con un buen elenco secundario: Fonzi, Luppi y Costa. Mucho acompaña el paisaje helado (es un personaje mas) como esas almas y salvajes como los animales que la habitan. Un film que mantiene al espectador pegado a la butaca y no resulta pretencioso.
Nieve Negra: guión gris La coproducción argentino española protagonizada por Leonardo Sbaraglia y Ricardo Darín abunda en lugares comunes y un desarrollo previsible que no presenta novedades. La nueva película de Ricardo Darín, esa con la que celebra sus 60 años, no es de las más memorables. Si bien cuenta con una puesta en escena muy bien realizada, y con actuaciones sólidas, el principal problema de esta "Nieve Negra" es que su argumento está construido de tal manera que, una vez establecidos los personajes, el espectador se da cuenta exactamente como vienen las cosas y, peor, puede prever el final. La película es una co producción argentino- española que cuenta con la primera colaboración entre Darín y Leonardo Sbaraglia–que iban a ser la pareja protagónica de Nueve Reinas pero por problemas de agenda- y está dirigida por Martín Hodara, ex asistente de dirección de Fabián Bielinsky que también ayudó a Darín a cumplir con su primer trabajo como director en La Señal, film que dejó inconcluso Eduardo Mignona. Lo cierto es que Horada da muestras de conocer el oficio pero se pierde en una serie de eventos temporales que no deja lugar a la intuición del espectador. La historia narra cómo después de varias décadas en el exterior, Marcos (Sbaraglia) regresa a la Argentina junto a su mujer embarazada, Laura (Laia Costa), para iniciar los trámites de sucesión de su padre. Los obstáculos de Marcos para cumplir con su objetivo y cerrar un negocio millonario son dos: por un lado su hermana Sabrina (Dolores Fonzi) permanece internada en una clínica psiquiátrica desde hace varios años, y el otro es la negativa de su hermano Salvador (Darín) a vender las tierras. En el medio se mezcla el aparente asesinato accidental de un cuarto hermano, ocurrido cuando todos eran niños y cuyo culpable sería Salvador, quien fue abandonado por su padre a su destino en la fría cabaña. Desde entonces, el hombre se ha convertido en un ermitaño que sobrevive cazando animales para vender y comer. Y acá viene un apartado especial, el personaje de Salvador marca otro hito en la carrera de Darín ya que se adoptó un aspecto de dejadez que se contrasta notablemente con su forma de expresarse. Para darse una idea, verlo en pantalla es como sacarlo del set de filmación, caracterizado como un pordiosero, e irse a tomar un café en Recoleta. No termina de cerrar y quizá en esto se basa la crítica de Augusto Tartúfoli que provocó la divertida reacción del actor en Intrusos. En definitiva, Nieve Negra no es de las mejores muestras en la filmografía de Darín aunque puede interesar quienes siguen a este actor, a Sbaraglia, a Federico Luppi o a Dolores Fonzi, que se limita a una aparición de dos minutos como mucho.
La manía de explicar No está demás reforzar la idea que la apuesta al cine argentino de género, con fuerte presencia de la televisión es auspiciosa y necesaria. Tampoco dejar de rescatar el nivel técnico de las producciones o co producciones de los últimos años, más allá de las expectativas que puedan o no generar las historias y el modo de contarlas. Por esa sencilla razón, lo primero que debe puntualizarse en Nieve negra (2016) es precisamente el nivel técnico, la importante presencia de lo visual en condiciones realmente dificultosas para filmar como la que encarase el equipo junto a los actores Ricardo Darín, Leonardo Sbaraglia y la espoñola Laia Costa. Nieve negra cuenta con una muy buena dirección de Martín Hodara, con buenas actuaciones tanto de los argentinos como de la española en ascenso y buenas ideas de puesta en escena. Sin embargo, falla en algo que es primordial y que muchas veces resulta un vicio: la necesidad de subrayar y explicar todo por si las moscas. En este caso, la fragmentación del relato para darle cabida al flashback no es tanto un problema de estructura narrativa, sino que en esos flashbacks progresivos, enfatizan todo lo que el espectador intuye en el presente del relato. A esa falla responde -tal vez- el mayor defecto, le quita sorpresa o suspenso a una historia cuyo mayor atractivo es la transformación en los personajes. Vale decir que el espectador descubre a través de las acciones, decisiones y actitudes frente a situaciones límite aspectos secretos en cada uno de los actuantes. También hay que hacer la salvedad que cuando el relato se retrotrae en el tiempo y busca la transición con el presente, el punto de vista es el del personaje de Sbaraglia, a modo de recuerdo difuso que entabla directamente con el punto de vista del espectador. Ese es el primer problema que a lo largo del relato al cambiar el punto de vista pierde peso, pierde sorpresa. Afortunadamente, Nieve negra no se reduce a la trillada historia del enfrentamiento entre hermanos con secreto de pasado trágico y condenatorio, pilar que deja enormes secuelas en todo el entorno, además de heridas en personajes secundarios, sino que entre otras cosas, este thriller psicológico explora tópicos como la ambición, la hipocresía, el cinismo y muy poco el amor. La oscuridad va tiñendo, en el mejor sentido del término, las relaciones humanas. Va limando las asperezas en los vínculos fraternales a niveles impensados. Todo ese andamiaje lo sostienen los actores por peso propio, sobran las palabras y mucho más aún las explicaciones, que refuerzan en la imagen a las palabras. No obstante, superado ese importante escollo, el film de Martín Hodara transita por los parámetros habituales del cine de género, sin sobresaltar ni escapar de la fórmula adecuada para este tipo de propuestas, con un reparto bien elegido, tanto para la estrategia comercial que convoca mucho público, como para el ámbito de la calidad dramática.
UNA CASA No es novedad decir que Ricardo Darín es un intérprete descomunal, pero hay que verlo otra vez en Nieve negra para confirmar sus virtudes (si es que lo necesita). Hay dos escenas, al menos, en las que construye corporalmente un personaje con enorme magnetismo. En la primera, su Salvador comparte una cena con su hermano Marcos (Leonardo Sbaraglia) y su cuñada Laura (Laia Costa) en la que se van revelando los tironeos de poder dentro de ese trío, y donde el actor -apelando a respuestas lacónicas y sin dejar de lado cierto humor tenso- termina gobernando el espacio con autoridad. En otra, el plano fijo lo muestra cargando cosas en una camioneta mientras entra y sale del plano. Hasta allí se acerca Laura para indagar en el pasado de Salvador, pero otra vez es éste el que termina revirtiendo el juego y poniendo las dudas y las sombras del otro lado. Es un momento que Darín actúa con el cuerpo, con una parsimonia que representa cabalmente el peso sobre la espalda que ha llevado toda la vida ese personaje pero que aún con rencor no pierde la inteligencia. Lo que llama aún más la atención en estas escenas es que mientras podemos intuir los recursos interpretativos de los que hacen gala Sbaraglia y Costa (es decir, se nota que están actuando, aunque lo hagan muy bien), Darín juega otro juego: su presencia en el espacio se integra con enorme fluidez y con una notable economía de recursos. Y no era fácil la partida. El personaje de Salvador es, entre las diversas criaturas que ha construido Darín, una de esas que podía estar rodeada de tics y sobreactuación: un tipo hosco, ermitaño, con actitudes violentas. Pero el actor lo aborda con la naturalidad y solidez habitual, sin estridencias. A esta altura, Darín es una casa, un lugar seguro donde el cine nacional no sólo deposita parte de sus expectativas comerciales sino también donde el espectador encuentra mucho de lo que va a buscar cuando ingresa en la sala oscura. Y su presencia aquí tiene un lazo indudable con lo que el director Martín Hodara está contando: la venta de una casa en la montaña, pasados familiares (la familia: otro espacio de supuesta comodidad y seguridad) violentos e imposibles de soltar, secretos que se van revelando progresivamente. Entonces tenemos los cimientos de Darín, fuertes y bien construidos; los cimientos de una película indudablemente de guión, que a veces flaquea por la sobre-explicación y una tendencia a no dejar cabos sueltos; y los cimientos de esa casa, que esconden la negrura que teñirá lentamente aquella nieve. Nieve negra funciona más y mejor cuando sugiere. En ese sentido, hay un trabajo muy interesante del director con los flashbacks, que si bien pueden parecer demasiado abundantes y contradecir la idea de “sugerencia”, su inclusión tiene virtud estética y narrativa. Algunos ingresan por corte, pero la más de las veces se integran dentro del mismo plano, en paneos tan virtuosos como justificados formalmente. Esos flashbacks recurrentes surgen muchas veces como forma de recuerdo de Marcos y Salvador (recuerdos atormentados), pero también en la investigación que va realizando Laura (que somos nosotros, los espectadores) sobre el pasado de su hermano y su cuñado. Entonces la noción de no poder soltar ese pasado, que se expone formalmente, se imbrica con lo que la casa y el paraje entre las montañas significan para los dos hermanos. Por eso que la acción se resuelva casi exclusivamente entre esos tres personajes, con esporádicos secundarios, en lo que podría ser casi un film de cámara. Es verdad que Nieve negra resulta atractiva, hasta un último acto en el que busca el impacto con la revelación de algunas truculencias familiares. Y si bien la resolución sirve para oscurecer aún más la negrura de la historia y de los personajes, lo hace precipitadamente y a riesgo de perder la sugerencia y el suspenso bien construido. De todos modos, Nieve negra deja ver en Hodara a un director que en su primera película en solitario (había codirigido con Darín aquel proyecto que dejó trunco Eduardo Mignona, La señal) demuestra tener el talento para poner en escena un cine mainstream para nada perezoso y hasta con cierto vuelo formal. Y, volviendo al origen de este texto, si Darín es esa casa familiar a la que los espectadores vuelven una y otra vez para sentirse seguros, hay que decir que la película ofrece durante un buen rato un gran espacio de confort.
SECRETO EN LA MONTAÑA Cuatro hermanos, un padre violento y la montaña como escenario de una historia oscura. El resultado es un hermano muerto, otro viviendo en España, uno más convertido casi en un ermitaño en la montaña y una hermana con problemas psiquiátricos. La historia de Nieve negra arranca cuando Marcos (Leonardo Sbaraglia) debe viajar desde España a la Patagonia para ocuparse de distintos asuntos familiares producto de la muerte del padre. Al llegar lo recibe el que fuera socio den su padre y amigo de familia, curiosamente llamado Sepia e interpretado por Federico Luppi. Marcos tiene que negociar con su hermano Salvador (Ricardo Darín) para que este permita la venta de todas las tierras a una minera canadiense, un negocio millonario que aseguraría económicamente a todos y la atención de Sabrina (Dolores Fonzi), la hermana con problemas. Marcos está decidido a cumplir con la ardua tarea y agarra una camioneta y se va con Laura (Laia Costa) su mujer embarazada de pocos meses, hasta el medio de la montaña. La mochila que carga no solo incluye enterrar al padre en el sitio donde descansa el hijo menor de la familia, volver a hablar con un hermano al que hace treinta años que no ve y además, sacarlo de la cabaña en la que vive acompañado de los fantasmas del pasado. Primera película en solitario de Martín Hodara, luego de ser asistente de Fabián Bielinsky en El aura y Nueve reinas, para luego completar la dirección de La señal que había comenzado Eduardo Mignogna, la puesta de Nieve negra es cuidada y prolija, una importante producción que cuando se centra en la presencia de Sbaraglia y Darin, con la potencia que ambos intérpretes le imprimen a su trabajo en una especie de duelo actoral, sin duda el resultado se traslada al espectador y la película fluye. Pero cuando aparecen los enigmas policiales aparecen los problemas y el relato se estanca y se enreda. De todas maneras, la tensión no cede y el dolor que atraviesa a esa familia se impone incluso a las torpezas de un guión que no termina de ser un soporte firme para un elenco de lujo que demuestra profesionalismo y solvencia. Nieve negra entonces es un film interesante e inquietante, pero con sus tropiezos, queda la sensación de que podría haber sido un gran film de género que se quedó a medio camino. NIEVE NEGRA Nieve negra. Argentina/España, 2017. Dirección: Martín Hodara. Intérpretes: Leonardo Sbaraglia, Ricardo Darín, Laia Costa, Federico Luppi y Dolores Fonzi. Guión: Martín Hodara y Leonel D’Agostino. Fotografía: Arnau Valls Colomer. Música: Zacarías M. de la Riva. Edición: Alejandro Carrillo Penovi. Diseño de producción: Marcela Bazzano y Josep Rosell. Duración: 87 minutos.
Nieve Negra es en principio una buena noticia. Supone que el cine argentino se consolida. Se puede pensar ya en buenas producciones con el valor que merecen su publicidad y su estreno. Por ejemplo, Nieve Negra, una película sin grandes espectacularidades, se estrena en más de 200 salas. No solo tenemos un elenco atractivo para el espectador sino que se trata de grandes artistas como Ricardo Darín, Leonardo Sbaraglia y Federico Luppi. Sin dudas de los puntos más altos en la actuación cinematográfica argentina. Aquí tal vez dejados un poco a su libre albedrío por el director pero de todas maneras haciendo un gran trabajo. También contamos con una narración visual ya muy profesional. El clima cromático y el trabajo de la imagen es por lo primero que empieza a convencer Nieve Negra, aunque algunas escenas parecen un poco oscuras para la proyección en cines. Todo esto es prueba de lo que creció que a partir de este último tiempo el cine nacional. Hace algunos años ya, las películas argentinas puedan establecerse profesionalmente y competir en público contra las producciones de Hollywood. Nieve Negra trata sobre Marcos (Sabaraglia) que vuelve de España a pedirle a su hermano Salvador (Darín) que considere vender las tierras por la gran oferta de 9 millones (de dólares, se apuran en aclarar porque como para todo buen argentino los pesos no son tan importantes) por parte de una empresa minera. Así se encuentra con que Salvador no quiere vender ya que está vinculado casi enfermizamente al terreno. Además existe un misterio que se esconde detrás de la muerte de un cuarto hermano que enturbia toda la historia. Sin embargo Nieve Negra puede ser muy atractiva pero a veces parece fallar o faltarle algo. Al inicio, antes de que podamos conocer o empatizar con los personajes se nos exige a los espectadores que estemos interesados acerca de un misterio que en realidad todavía no afecta a la historia. Un montaje con intención de ser tacaño con la información parece más desordenado que otra cosa. De todas maneras, la narración logra tomar su ritmo. Los silencios y las pausas suman al clima frio y apagado que plantea la historia. Hacia el final, en la escena crucial, el espectador notará que algo falló, que faltaron algunos segundos o pausas de las que la película se venía encargando, algo se apuró. Luego habrá un coletazo final bastante caprichoso, con algunos baches en el guion que pueden llegar a hacer un poco de ruido. Si bien sabemos que Nieve Negra cuenta con un importante financiamiento, donde hay también capitales españoles y más allá de las cuestiones propias de estas propuestas tan complejas, festejamos por la consolidación del cine nacional y brindamos para que se sostenga. Ya se alejan esas ideas de pensar que el cine argentino es malo. Ya que como todos deberíamos saber, el único cine que es malo, es el malo.
Es un film oscuro y secreto, como el personaje de Darín, un ermitaño hosco que no quiere hacer las paces ni con su familia ni con la vida. Hodara debuta en la realización con una tragedia de aquellas, con secretos mal guardados, familia perversa, herencia en juego y un presente donde la codicia, los recuerdos y el crimen acaban dándole la sustancia a la historia. Marcos (Sbaraglia) llega desde España con su señora. Cree que su regreso será un “simple trámite”, como le dice a ella. Pero el pasado, tremendo, lo está esperando para pasarle facturas. Marcos viene para llevar las cenizas de su padre al aserradero que tienen en plena montaña. Allí vive su hermano Salvador (Darín), un tipo maltratado que elige esa desolación quizá para no olvidar sus sufrimientos. El paisaje es desolador. La nieve parece tapar todo (aunque no los secretos). Salvador no quiere saber nada con nadie. Sigue allí donde conoció el infierno. Y quiere seguir allí, aislado y olvidado. Pero la llegada de Marcos lo obligará a recordar todo. Es un film renegrido, de comienzo entrecortado, un thriller algo titubeante en su desarrollo que apuesta toda su fuerza y su valor a esa revelación final que le dará un volantazo a la historia. A los actores les cuesta lucirse. Darín dice apenas cien palabras en todo el film. Sbaraglia está bien, como siempre. Técnicamente es irreprochable, pero eso no alcanza. Falla en la progresión dramática, falla en la pintura de los personajes y en las evocaciones (las escenas de la infancia son muy flojas). Los malos recuerdos nunca se van del todo, dice Hodara en esta tragedia con mucha sangre pero poca emoción.
Entre el drama familiar y el policial, la nueva película del director de “La señal” no logra ser más que la suma de sus partes. Pese a su elenco de notables intérpretes (Ricardo Darín, Leonardo Sbaraglia, Dolores Fonzi y Federico Luppi), el filme no alcanza a generar la tensión ni el suspenso que su interesante premisa promete. NIEVE NEGRA es una película fallida, problemática, que nunca termina de funcionar. Una historia potencialmente interesante en los papeles que, por debilidades de guión, de puesta en escena y de dirección actoral, nunca construye demasiada tensión real pese a una premisa que se plantea inquietante y misteriosa. Es una idea en busca de una historia, una historia en busca de una película, un producto que no hace mucho más que transcurrir, ofreciendo apenas algunos indicios de lo que pudo haber sido. Es difícil poder determinar exactamente qué es lo que falló en NIEVE NEGRA. No es, como en el caso de KOBLIC, una película complicada y problemática ya desde el punto de partida, y en la que a los problemas temáticos e ideológicos se suman otra serie de impericias de orden técnico o de construcción dramática. No. La película de Martín Hodara no termina de funcionar porque siempre es un poco menos que la suma de sus partes. Son detalles, acaso, pero los suficientes, como para que el combo no funcione, nunca crezca del todo. Imaginen una receta, o un plato de comida, donde los elementos utilizados son separadamente nobles, pero que en la cocción se pusieron demasiado tarde, o temprano, con más o menos sal, o acaso en algún punto el cocinero se distrajo, se puso a mirar Facebook y se olvidó de revolver el guiso… NIEVE NEGRA cuenta la historia de Marcos (Leonardo Sbaraglia), un hombre que vuelve de España a la Patagonia tras la muerte de su padre, un tipo duro, huraño y violento, por lo que se ve en los flashbacks que interrumpen constantemente la narración. El es un hombre pragmático y un tanto distante que llega con Laura, su esposa española (Laia Costa), que es menos inocente que lo que parece. Allá se reencuentra con sus dos hermanos, que no solo siguen viviendo en el helado sur, si no que quedaron claramente marcados por un hecho violento que sucedió en su infancia: la muerte de otro de sus hermanos en un accidente de caza. A tal punto ese hecho los ha marcado que su hermana menor (una desaprovechada Dolores Fonzi en un papel que parece haber sido recortado en el montaje final) está internada en un psiquiátrico y su hermano mayor, Salvador (Ricardo Darín), se ha convertido en un peligroso y casi intratable ermitaño que vive en una cabaña alejada del mundo. Pero Marcos debe ir a ver a su huraño hermano mayor, quiera o no, por dos motivos. Por un lado, para depositar las cenizas de su padre al lado de donde está enterrado el niño, hermano de ambos. Y, por otro, para convencerlo de dejar el lugar y venderlo, ya que hay una oferta por ese enorme terreno de millones de dólares que todos podrían aprovechar. El otro personaje que se suma a la trama es un político de la zona (Federico Luppi) que parece ser quien no solo conoce los secretos de todo y de todos sino que opera sobre lo que sucede o deja de suceder en la región. Es –o aparenta serlo, porque es Luppi– el gran manipulador. Como se podrán imaginar el reencuentro entre los hermanos es áspero y complicado, violento y cargado de tensiones y asuntos no resueltos, que iremos descubriendo con el correr de los minutos. Algunos, se ven venir desde el minuto uno de la película y no resulta demasiado sorprendentes. Con el otro pasa todo lo contrario: la película lo tira a último momento como una sorpresa que se siente un tanto forzada, como intentando pegar un golpe de timón a la narración e impactar al espectador bajo el cinturón sobre el final. Más allá de eso, el cuento en sí podría funcionar ya que tiene los elementos de una especie de gótico patagónico: el frío, el helado paisaje y los personajes con deudas no saldadas hacen imaginar un crescendo dramático y violento que debería dejar al espectador impactado tanto por la cruenta historia familiar del pasado como por el enfrentamiento de esas fuerzas en tiempo presente. Pero no termina de hacerlo. Es como si Martín Hodara, el director, no se atreviera a poner máxima velocidad y liberar a sus actores de los precisos y determinados pasos a seguir. Y ni la película ni los actores se sueltan. Es como si estuviesen recitando o recreando una historia dramática en la Patagonia desde el escenario de algún teatro céntrico. La cámara no termina por captar la violencia del áspero terreno (a la fotografía se la siente excesivamente electrónica y digital, al menos en la función en la que yo la vi), la tensión no crece como debería (los actores parecen siempre tardar un segundo de más en empezar a hablar), los flashbacks se vuelven un incordio y es solamente el sonido el que logra generar suspenso, apostando por una lógica sonora de película de terror. Lo logra, por momentos, pero no alcanza. Volviendo al principio: no es NIEVE NEGRA una película en la que nada sea rescatable y todo haya salido mal. No. Es una película en la que pequeñas cosas, pero demasiadas, no funcionaron lo bien que deberían haberlo hecho y el todo se ha resentido. Y encima, claro, está la sombra enorme de EL AURA, una obra maestra de similar registro genérico que, en territorio parecido y con parte del mismo elenco (Darín y Fonzi), se fagocita a esta película desde el primer minuto. Pero tampoco es cuestión de compararla con la que acaso sea una de las mejores películas argentinas de este siglo. De no existir ese fantasma, NIEVE NEGRA tampoco lograría evocar los miedos, tensiones familiares y oscuros secretos a los que intenta acercarse. Se queda a mitad de camino, como un facsimil de sí misma, una idea de una película que pudo haber sido pero no alcanzó a ser.
Predestinada a ser un éxito de taquilla del cine argentino, la película ostenta un elenco soñado que le imprime un ritmo ascendente. Dos ráfagas vapulean a Nieve Negra: una psiquiátrica y atmosférica, otra policial y efectista. La combinación debería arrastrarnos hacia un género harto probado y transitado: el thriller psicológico, pero en la desunión de estos elementos primarios surge la peculiaridad del filme, junto con algunos temblequeos que lo sacan de eje, como si a Nieve Negra le costase negociar una identidad, acomodándose en una ambigüedad que le sofoca el potencial. El argumento atrapa por su simplicidad: tras la muerte del padre, tres hermanos heredan un terreno en el sur del país: Marcos (Sbaraglia), Salvador (Darín) y Sabrina (Fonzi). Esta última está loca y cautiva en un manicomio, así que la disputa por vender las tierras será entre Marcos y Salvador. El inconveniente es que Salvador se convirtió en un ermitaño recluido en su cabaña de infancia; antisocial y al borde de la insania, la visita de Marcos para convencerlo removerá un prontuario familiar turbio. Si hay algo irreprochable en esta producción, es la alquimia del elenco: su director, Martín Hodara, sabe que cuenta con Darín y Sbaraglia, y le exprimirá hasta la última gota de sangre a las escenas conjuntas. En pantalla se genera un vibrato actoral único: miradas esquivas, silencios incómodos, gestos microscópicos, que con el devenir dramático se irán resignificando, dándole a los personajes un relieve que estos intérpretes superdotados resuelven a pura elegancia. Cuando el filme concluye, uno recapacita por qué Sbaraglia y Darín son íconos del cine nacional. Pero la finura de estas actuaciones se ve interferida por el corte policial del relato. El rencor entre hermanos destila un enigma sutil y envolvente que los giros del guión opacan. La necesidad de crear acción induce a incongruencias psicológicas, conductas arbitrarias que tienen un fin obvio: darle frenesí marketinero al producto. Aquí lo sugestivo se hace burdo y la claustrofobia emocional deriva en vodevil físico. Aquello que podía resolverse sigilosamente y perturbar más, se subraya con viciosas vueltas de tuerca. Aún bajo estas fisuras identitarias, Nieve Negra jamás decae y convencerá a un público amplio. Darín y Sbaraglia ofrecen hasta el último fotograma matices alternativos para sus caracterizaciones, logrando que cada revelación sórdida se balancee con pericia actoral. El diseño sonoro es formidable: las ventiscas y el crujido de la nieve se incrustan en el pecho del espectador; asimismo la dirección de fotografía: el blanco infinito de esos bosques y montañas refuerzan el minimalismo cromático, haciendo de los personajes pequeños puntos oscuros en una inmensidad helada y mortecina.
El primer estreno tanque del cine argentino 2017, primera reunión de Ricardo Darín con Leonardo Sbaraglia en la pantalla, propone un esquema clásico de thriller, o mejor, tragedia familiar, que se dispara con la muerte del padre y una herencia. Es lo que lleva a Marcos (Sbaraglia) a tomarse un avión con su mujer española, Laura (Laia Costa, la actriz de Victoria), hacia la helada patagonia, donde descubre que las tierras paternas valen mucho más de lo que imaginaba. La película, dirigida por Martín Hodara (que había codirigido con Darín La Señal, el film que dejó inacabado Eduardo Mignogna, trabajó con Fabián Bielinsky), abre con un flashback que volverá, e irá ampliándose, a lo largo de la película, alternando con el presente. Es el episodio traumático que transformó las vidas de cuatro hijos criados bajo los rigores de un padre violento, entre las montañas. Las consecuencias de esa tragedia inicial se despliegan a la vista del espectador y a la de Laura, que está embarazada y que sabe poco o nada de esa familia argentina de su pareja. Una hermana internada en un psiquiátrico, un hermano mayor (Salvador/Darín) que vive retirado del mundo, como un ermitaño en una cabaña aislada en la nieve. La aparición de Salvador, un Darín hosco, de pocas palabras y mirada salvaje, concentra todo el misterio de la historia: basta verlo para intuir la oscuridad del secreto familiar que él encarna. Marcos y Laura tienen que convencer a Salvador de la necesidad de vender. Y con los tres personajes en esa cabaña tienen lugar las mejores secuencias del film, en las que la tensión de lo no dicho, y de lo que se dice queriendo expresar otra cosa, termina por instalar el clima sombrío del relato. Pero el guión guarda algunas sorpresas, que quizá algunos verán venir, hasta una resolución que por supuesto no debe anticiparse. La pesadez argumental de Nieve negra encuentra, en esos paisajes blancos imponentes (fue filmada en la zona del pirineo andorrano), fotografiados con nitidez y precisión, un contrapunto interesante. La enormidad del espacio nevado, y los gastados interiores, se sienten tan asfixiantes como los lazos familiares entre estos dos hermanos, interpretados con convicción. Si Nieve negra no llega a conmover es, probablemente, porque para contar la suma de todas esas partes meticulosa y profesionalmente cuidadas, parece faltarle un poco más de nervio, un poco de esa locura, estallada pero silenciosa, que circula entre los integrantes de esta familia. Gente capaz de guardar un secreto hasta las últimas consecuencias.
Crítica emitida por radio.
Con un contundente despliegue publicitario y una gran expectativa del público, se estrenó en los cines del país Nieve negra, la millonaria coproducción entre Argentina y España que marca el debut en solitario del realizador Martín Hodara, quien junto a Ricardo Darín antes se había encargado de finalizar el rodaje de La señal, exitoso hito del cine nacional reciente que durante un tiempo quedó varado tras la inesperada muerte de Eduardo Mignona. Con una experiencia profesional, que también incluye asistencias de dirección en Nueve reinas y El aura, dos emblemáticos films del también fallecido Fabián Bielinsky; las cartas parecían estar dispuestas para una jugada a lo grande. Sin embargo, y a pesar de los años de escritura que el propio Hodara junto al experimentado Leonel D'Agostino, dedicaron al guión de Nieve negra; el resultado final deja la sensación de una propuesta que no alcanza el nivel de sus pretensiones. Marcos y Laura (Leonardo Sbaraglia y la española Laia Costa) llegan desde España a un desolado paraje de la Patagonia. Laura está embarazada y Marcos quiere cumplir lo más rápidamente posible con dos misiones: enterrar las cenizas de su difunto padre, y negociar con Salvador (Ricardo Darín), su ermitaño hermano que vive aferrado a una cabaña de ese inhóspito lugar, la venta de los terrenos que por herencia les pertenecen; valuados en unos cuantos millones de dólares. La tensión entre Marcos y Salvador está presente de principio a fin, y alrededor de ellos gravita la trágica muerte del hermano menor de ambos y la deteriorada salud mental de Sabrina (Dolores Fonzi), la hermana internada en una clínica psiquiátrica. El andamiaje narrativo de la película se sostiene alrededor de unos cuantos flashbacks, que remiten a la áspera infancia de los protagonistas, inmersos en una familia signada por la violencia y la mentira. La factura visual y técnica del Nieve negra es de una innegable excelencia, y esas vueltas temporales al pasado, habitualmente irritantes en varias películas; aquí están integradas de una manera tan virtuosa como fluida. El problema principal radica en que más allá de que el film esté arropado con los ingredientes característicos de un thriller, su matriz tiene mucho más que ver con la de un melodrama familiar. Por lo tanto, a medida que avanza el relato, los condimentos que intentan potenciar el sabor a suspenso; comienzan a lucir cada vez más forzados. Otro elemento fallido, respecto al hecho de que Nieve negra se publicite como una historia de enfrentamiento entre hermanos, es que más allá de que esa tensión existe; la película adquiere mayor firmeza y definición en la mirada de Laura sobre los conflictos entre Marcos y Salvador. A medida que la trama avanza, el personaje de la actriz española se erige claramente como el más determinante y mejor trazado. A nivel de atmósfera todo funciona, tanto la dirección de fotografía como la música son sumamente inquietantes. Mientras que los protagonistas centrales, aportan todo lo que tienen a su alcance para darle mayor entidad a sus criaturas y conflictos. Con respecto a los secundarios, hay un descuido inadmisible en la fugaz participación que tiene el personaje que interpreta Dolores Fonzi. De hecho, llama la atención que la actriz, que venía de brillar como protagonista en La patota y se había lucido en un rol de reparto en Truman; haya aceptado un tratamiento tan desdibujado. El gran maestro del suspenso Alfred Hitchcock decía que el éxito de todo thriller, radica en la adecuada dosificación de la información de los elementos intrigantes de la historia. Y siempre ponía como ejemplo, la imagen de un hombre sentado con un bomba bajo su silla. Sir Hitchcock sostenía que no importaba si el espectador veía el explosivo, sino jugar con una serie de interrogantes que mantengan al público expectante sobre una detonación; que podría resultar tan inminente como evitable. Nieve negra en cambio, opta por otro tipo de mecanismo muy visitado por el cine de suspenso: reservar la resolución del meollo del asunto a través de una inesperada vuelta de tuerca final. Sin anticipar ni remotamente en qué consiste esa revelación, lo que se puede decir aquí es cuando se apuesta por esa dinámica, se corre el riesgo de que esa "sorpresa de último momento" no alcance para solidificar o potenciar todo lo construido anteriormente. Algo de eso sucede con esta película de Martín Hodara. Porque más allá de la contundente factura profesional del film, dadas sus pretensiones cinematográficas y su promoción como gran thriller, deja cierto sabor a decepción. Nieve negra / Argentina-España/ 2017 / 87 minutos / Apta para mayores de 16 años / Dirección: Martín Hodara / Con: Leonardo Sbaraglia, Ricardo Darín, Laia Costa, Federico Luppi y Dolores Fonzi.
Bajo la nieve no queda demasiado La película de Martín Hodara se adentra en un misterio familiar que resuelve en un suspense lento sin demasiados sobresaltos. A veces es tanto el cuidado por hacer de una película un producto de masividad comercial, seriedad pretendida y calidad exportable, que vale preguntarse por el lugar que ocupan las denominadas formas cinematográficas. ¿Éstas dependen de todo aquello?, ¿De qué manera puede ese vínculo trabar armonía sin ir en menoscabo recíproco? Desde hace un tiempo hay un cine argentino con pretensiones de fórmula, las más de las veces predecible o varado en una corrección (formal o política, hay sinonimia) sin mayor esmero. Si la atención sobre una película como Nieve negra radica en las condiciones geográficas o climáticas donde fue rodada y sus anécdotas, difícilmente pueda mantenerse el interés. Para el caso, misma situación de locación engorrosa atravesó la reciente El invierno, de Emiliano Torres, y su resultado hizo de este aspecto un ingrediente más (lo que es), fundamental, desde luego, pero acorde con una puesta en escena que al espectador le hace sentir mucho más que un frío glacial. Por las dudas, la repercusión de El invierno fue también internacional, con premios en San Sebastián y Biarritz. En otro sentido, Nieve negra está preocupada por responder a un guión previsor, que no permita fisuras. Ello deriva en diálogos marcados, impostaciones actorales, y una edición sin ambigüedad. Los primeros resuenan desde un verosímil que casi trastabilla, con frases calculadas que subrayan la composición actoral. Lo impostado, como consecuencia, no lo es merced a un problema de interpretación, sino por una marcación actoral de cálculo premeditado (vale referir la escena primera entre Luppi y Sbaraglia/Costa, desde un plano/contraplano que evita la coparticipación en tiempo real de los tres; tal vez por problemas de agenda de los intérpretes...). La falta de ambigüedad referida puede explicarse desde el recurso del plano secuencia, que articula el tiempo real con sus flashbacks; éstos, a su vez, dosifican la información relativa al episodio del hermano muerto, treinta años atrás, durante una cacería. El plano secuencia aplicado en el film actualiza el trauma, al eliminar la necesidad del corte de montaje; es decir, al prescindir del corte, hace presente lo ocurrido tiempo atrás en el mismo movimiento de cámara. El procedimiento es hábil como recurso, si bien parece por momentos supeditado al mecanismo de ingenio con el cual se ha resuelto. Si la puesta en escena hiciese suyo el secreto que devela, sería una película recelosa de lo que descubre, pero no. Dada la relación simbionte entre lo que ocurrió y el presente ‑uno de los hermanos (Sbaraglia) pretende vender las tierras patagónicas donde vive el hermano "maldito" (Darín)‑, podría suponerse una distorsión de los hechos. Algo de esto hay, pero no alcanza niveles traumáticos. En tal caso, el único personaje que lo exterioriza es el de la hermana (Dolores Fonzi), encerrada en un psiquiátrico. Pero la película nunca se anima a adentrarse en un terreno fronterizo, sino que lo hace desde una sumatoria de elementos informativos, de cara a una deducción que guarda una vuelta de tuerca más. Tamaña resolución tampoco sorprende, sino que juega con un afán falsamente cinéfilo, a partir del cual capta la supuesta pericia de un espectador habituado a un esquema narrador repetido, al que ya ha visto en demasiadas películas. De esta manera, la revelación de la muerte del hermano y la situación posterior, de guiño confidente al espectador, resultan meros mecanismos afanosamente calculados. De esto se desprende que no puede haber una indagación perversa por parte de la película cuando no se nota una asunción moralmente estética. Si la puesta en escena hiciese suyo el secreto que devela, Nieve negra sería una película recelosa de lo que descubre, preocupada por sostener su misterio; pero nada de esto hay sino, antes bien, una invitación al espectador a dejarse "sorprender" junto a los nombres de artistas conocidos. A propósito, el papel de Laia Costa es el de una esposa tan preocupada por peinar su pelo detrás de la oreja como por corporizar, de manera obvia, el secreto que la casa familiar guarda. La música le acompaña de manera rotunda cuando está cerca de alguna resolución. Y por otra parte, que Dolores Fonzi ‑con todo el nombre internacional que tenga‑ participe por cinco minutos no la vuelve justificativo similar al minutaje de Marlon Brando en Superman. Pero, se entiende, la propuesta de Nieve negra es ésa, lo que muestra. Bajo su nieve, hecha la alerta, no hay nada.
Los hermanos sean unidos Marcos (Leonardo Sbaraglia) regresa de España con su esposa Laura (Laia Costa) hacia el sur argentino para cumplir con el último deseo de su padre: enterrar sus cenizas en un bosque junto al cuerpo de Juan, el hijo menor, muerto de pequeño tras un confuso accidente familiar. Pero lo que Marcos califica como "un trámite" se convierte en una odisea. Su vuelta al país significará también el difícil reencuentro con su hermano mayor, Salvador (Ricardo Darín), un tipo huraño que vive desde hace 30 años alejado de la civilización. Y con él deberá negociar la venta de un terreno familiar que vale nueve millones de dólares. "Nieve negra" es un thriller psicológico denso y oscuro, que transcurre en un entorno hostil que lo vuelve más lúgubre todavía. El director Martín Hodara (que fue asistente de Fabián Bielinsky en "Nueve reinas" y "El aura") le imprime la tensión justa al relato y aprovecha muy bien mediante tomas aéreas los paisajes de Andorra, que se parecen bastante a los de la Patagonia. El único traspié (no menor) es que, en su sucesión de flashbacks, la película se vuelve demasiado explicativa, y los secretos del pasado se revelan de una manera un tanto forzada. Darín y Sbaraglia brillan como siempre, y lo mismo puede decirse del veterano Federico Luppi. Dolores Fonzi, en cambio, está desperdiciada. Sólo aparece unos minutos en la pantalla.
Este film tiene un clima y un aspecto similar a “El Aura”, obra maestra de Fabián Bielinsky, de quien Darín fue compinche. Aquí hay un lugar que vale mucho dinero, un par de hermanos, otro hermano muerto, una mujer y un secreto feroz que corroe a los personajes. Por momentos, la película avanza; en otros –los innumerables flashbacks explicativos, un ejercicio ad hoc cuando el guión tiene baches–, se detiene y no sabemos si de modo pertinente. Hay algo de forzado en la tensión que logran más con su actuación que con la precisión de la trama los dos actores principales, que conocen muy bien su trabajo y, cuando corresponde, logran sacarles jugo a varias secuencias. El todo decepciona un poco: genera la impresión de que los realizadores no creen en la historia que cuentan, sino que se orientan sobre todo a producir cierto efecto. Esa falta de respiración desluce el resultado final.
Sobrevalorada por parte de la crítica destaca la interpretación de Darin La última película protagonizada por Ricardo Darin se estrena un día después de que el talentoso actor, responsable de los más grandes éxitos del cine argentino, cumpliera sesenta años. “Nieve negra” es el segundo largometraje de Martin Hodara, quien ya había codirigido con Darin “La señal”, película que iba a dirigir Eduardo Migogna y cuyo fallecimiento obligó al cambio de realizador(es). En verdad Darin ya había protagonizado dos películas anteriores (“El faro” y “La fuga”), dirigidas por el director de “Evita (quien quiera oír que oiga)”. “La señal”, primera de Hodara y codirigida, ya era una muestra del “cine negro” en donde el actor del “El secreto de sus ojos” estaba acompañado por Diego Peretti y Julieta Díaz y era quien más se destacaba. Algo similar ocurre en esta oportunidad pareciendo injusto algunos (pocos) comentarios en que se sostiene que se repite en sus papeles. Aquí se lo ve en el rol de Salvador, un hosco personaje que vive aislado en su cabaña en las montañas. La acción transcurre en nuestra Patagonia pero curiosamente no fue filmada allí sino en España (Pirineos). Comienza cuando Marcos (Leonardo Sbaraglia), un hermano algo menor decide viajar desde la península ibérica hasta nuestras comarcas. Trae consigo las cenizas del padre de ambos y además lo acompaña su esposa española, una nada destacable interpretación de Laia Costa, a la que se puede recodar por el personaje de “Victoria”, film alemán de homónimo título. Pero además viene a convencer a su hermano para que venda la cabaña y el terreno que ocupa. Los hermanos están enfrentados y es ese el eje central de la historia que tiene que ver con un acontecimiento transcurrido muchos años atrás y donde falleció en circunstancias dudosas otro hermano menor. Hay también otro familiar, una hermana que tiene escasos minutos de protagonismo con lo que Hodara desperdicia la oportunidad de lucimiento de Dolores Fonzi, recordada por la reciente “La Patota” de Santiago Mitre y que dirigirá a Darin próximamente en su nuevo opus (“La cordillera”). El exiguo reparto lo completa Federico Luppi, como el patético padre de los hermanos. Parte importante de la crítica se ha expresado con elogios que parecen excesivos y hasta se podría arriesgar a decir complacientes. Por supuesto la presencia de Darin, esta vez acompañado por Sbaraglia inevitablemente ha permitido una buena respuesta de público en los primeros días de exhibición. No obstante queda la duda si el “boca en boca” será suficientemente bueno como para que “Nieve negra” se convierta en otro gran éxito del cine argentino. Este cronista tiene sus dudas y habrá que ver qué acontece en las semanas que vienen, donde además se estrenan varias candidatas al Oscar.
Pese a que formalmente esta es su primera película, Martín Hodara se desenvuelve con agilidad y notable solvencia como realizador. Y es que el hombre detrás de Nieve Negra, el último opus de nuestro actor-industria Ricardo Darín, en verdad ya sí tiene vasta experiencia detrás de cámara: se formó con uno de los últimos grandes del cine argentino (Fabián Bielinsky) y co-dirigió La Señal, ese inconcluso film que planeó Eduardo Mignona y como homenaje terminó por completar el propio Darín. El Aura de Bielinsky resuena a lo largo de toda la película de Hodara y, naturalmente, eso es algo por momentos muy bueno: la belleza de los paisajes, ayudada por cuidados encuadres, y un frío gélido que se transmite desde cada plano, contribuyen a una trama de por sí desgarradora. Lo oculto y secreto de la historia surge a medida que se revelan pasados oscuros, que contrastan directamente con el blanco de la nieve. Si la historia parte de dos hermanos que se reencuentran tras muchos años de estar distanciados, gracias a una incómoda operación de compra-venta del hogar perdido en el medio de la nada donde ambos crecieron, pronto las excusas cambian y lo que parecen simples malos recuerdos se revelan como traumas y experiencias que nadie parece haber podido superar. Hodara construye suspenso con pocos personajes (que se desdoblan y multiplican apenas con cuidados flashbacks) y su manejo del thriller es notable. Sin embargo, una potente resolución llega muy de sorpresa y deja algunos cabos sueltos, que podían ser fácilmente atados con un poco más de caracterización y justificación de actitudes en los personajes. Con menos de hora y media de duración, Nieve Negra pudo ser una gran película de haber tenido un mayor desarrollo de su desenlace, que pide a gritos un poco más de tiempo en pantalla.
Crítica emitida en Cartelera 1030 –Radio Del Plata AM 1030, sábados de 20-22hs.
Dos hermanos esconden un oscuro secreto que la muerte de su padre obliga a enfrentar. Ricardo Darín y Leonardo Sbaraglia se sacan chispas en este thriller psicológico de Martín Hodara, director y guionista debutante (antes había terminado de dirigir “La señal” en 2007) que desgraciadamente cae en un par de lugares comunes. “Nieve negra” cuenta la historia de Marcos (Sbaraglia), que vuelve de España con su esposa Laura (Laia Costa) para encargarse de los restos de su padre fallecido, cumplir su última voluntad y empezar a tramitar la herencia. Por supuesto todo esto sería más fácil si su familia no fuera un cóctel de secretos, mentiras, rencores y perversiones. A desgano, Marcos termina visitando la cabaña del ermitaño Salvador (Darín), ubicada en el medio de una inhóspita región de la que la familia es dueña, para enterrar las cenizas del padre de ambos. Salvador no tiene problema en dejar bien en claro que no quiere a la pareja (ni a nadie más) ahí, pero entiende que la única forma de sacárselos de encima es asistiéndolos en su misión. A través de flashbacks bien integrados con las escenas en el presente, Hodara nos expone los secretos y traumas que esconden Marcos, Salvador y su hermana Sabrina (Dolores Fonzi), recluída ahora en un loquero. La muerte accidental de Juan, el hermano menor, representó un quiebre para la familia, del cual Salvador (aparente responsable) se llevó la peor parte, recibiendo abusos y golpizas constantes de parte de su padre, lo que lo llevó a recluirse en esa cabaña por 30 años. La tensión que corta el aire durante todo momento se potencia al momento de hablar de la herencia. Un grupo de canadienses ofrecen nueve millones de dólares por las tierras de la familia, y lo que parece ser la salvación para Marcos, Lucía y sobretodo Sabrina, que ahora necesita cuidados constantes, es en realidad un obstáculo más, ya que Salvador no quiere saber nada con mudarse. Hodara explora en la psicología de los personajes haciendo un buen uso del escenario (la película, una coproducción argentino-española, se filmó en Andorra) y las duras condiciones de vida, exponiendo las fortalezas y debilidades de cada uno de los protagonistas. Darín y Sbaraglia se complementan de gran manera como estos dos hermanos que prácticamente son desconocidos pero comparten un oscuro pasado. La española Costa también cumple, aunque se sienten desaprovechadas las participaciones de Federico Luppi y (especialmente) Dolores Fonzi. Donde el director y el co-guionista Leonel D’Agostino fallan es en eliminar cualquier tipo de sugerencia y explicarle al espectador al detalles todas y cada una de las incógnitas que se plantean. Esa subestimación le juega en contra porque genera que uno vea la resolución del misterio a la legua, aún cuando el guión se las arregla para meter una última vuelta de tuerca. También son cuestionables algunos en el planteo del conflicto inicial y el desarrollo de ciertos personajes, que cambian de actitud de manera súbita. Más allá de estas falencias, la película es atractiva, está bien filmada, y goza de un buen elenco que banca la parada. La extraordinaria ambientación y el guión, que mantiene la tensión aún cuando se ve venir el desenlace a la legua, terminan de construir un buen exponente del género que vale la entrada de cine, siempre y cuando sea una sala baratita.
Atrapados por el pasado “¡Qué familia, Dios mío!” masculla el expeditivo Sepia (Federico Luppi) sobre el final de “Nieve negra”. Se ha visto obligado a intervenir por segunda vez para que la tragedia de los Sabaté no salga a la luz, o por lo menos para silenciar aquellas aristas que podrían afectar los negocios familiares. Y eso que sabe mucho menos de lo que el espectador, para entonces, ha comenzado a intuir: la madeja de desgracias esconde un secreto traumático que bloquea la voz de los hermanos. La ópera prima en solitario de Martín Hodara es un profundo estudio sobre el dolor, la culpa, los vínculos y el peso de los mandatos familiares. Pero es ante todo un intenso thriller que soporta influencias que van desde los policiales nórdicos hasta las películas de los hermanos Coen, en su mensaje desesperanzador acerca de la imposibilidad de redimirse. Leonardo Sbaraglia interpreta a Marcos, quien regresa junto a su mujer embarazada (Laia Costa) al paraje patagónico donde se crió y vivió hasta la adolescencia. El motivo: cumplir el deseo paterno de que sus cenizas descansen junto a los restos de Juan, el hermano muerto treinta años antes, en un confuso episodio ocurrido durante una cacería de jabalíes. Allí se entera de que una empresa canadiense ofrece varios millones de dólares para adquirir el aserradero y los terrenos que forman parte del patrimonio familiar. Pero para que la operación avance, debe convencer a Salvador (Ricardo Darín) quien vive aislado en una cabaña ubicada dentro de los límites de la finca, para que se vaya. Cuando llegan hasta allí, las disputas del pasado se reavivan y lo hermanos tendrán, a su pesar, que saldar las cuentas. Densidad y metáforas Hodara demuestra un gran dominio de la técnica cinematográfica. Cada plano que construye está astutamente cargado de sentidos. Que, a la luz del imprevisible giro final, adquieren una mayor densidad. Además, la utilización de los flashbacks que sirven para rearmar, al modo de un complejo rompecabezas, la historia de los Sabaté, es muy hábil. Están integrados con sutileza a la narración, sin desestabilizarla, a través de cortes y panorámicas que se benefician con los paisajes nevados y los cielos plomizos. La incorporación de metáforas visuales es otro acierto. Los ejemplos más diáfanos son los perros que acechan en los alrededores de la cabaña para llevarse la carne de un jabalí y anticipan el enfrentamiento, la geografía abrupta e intrincada que describe las complejidades internas de los personajes y la tormenta de nieve que remite a la amarga resolución. Está claro también que el director confió, con inteligencia, en las posibilidades interpretativas de los actores. Porque el peso de la película recae sobre Sbaraglia, a quien le toca reabrir el conflicto que acelerará los acontecimientos, de Darín, que con sus silencios y miradas dice más que con sus medias palabras, en un ejemplo modélico de actuación dramática. Y sobre todo de Costa (una de las actrices españolas de mayor proyección) quien accede de a poco, entre la sorpresa y el horror, a los detalles escabrosos del pasado de su familia política. Dolores Fonzi y Federico Luppi tienen roles secundarios, breves pero significativos, que contribuyen al acre tono general.
Secretos de familia "Nieve Negra" es el nuevo film de Ricardo Darín, o al menos así se está vendiendo por todos lados y seamos sinceros, es lo que más atrae. Me encantaría decir que si no estuviera Darín la película tendría el mismo éxito de recaudación que viene cosechando, pero no es la realidad. El actor argentino convierte en oro todo lo que toca y este trabajo de Martín Hodara no es la excepción. Ha llegado a un punto de su carrera en el que tranquilamente podemos decir que es el actor argentino más influyente y con más seguidores en la actualidad. En realidad su rol en esta producción hispano-argentina es bastante más acotado de lo que imaginamos, pero ya llegaremos a eso. En primer lugar, voy a resaltar la producción y la fotografía de "Nieve Negra". La locaciones y los planos logrados son realmente maravillosos y transportan al espectador al frío y crudo invierno patagónico (aunque la película fue filmada más en Andorra que en Argentina). Otro punto alto del film es el reparto que incluye nombres como Ricardo Darín, Leonardo Sbaraglia, Federico Luppi y Dolores Fonzi. Se suma la española Laia Costa que hace un muy buen trabajo. Este aspecto se mezcla con algo no tan positivo que es el desaprovechamiento de algunos actores. Por ejemplo Fonzi aparece muy poquito tiempo en pantalla, y Darín si bien aparece bastante tiene un rol más bien secundario. Lo mismo sucede con Luppi, por lo que podríamos afirmar que los protagonistas absolutos son Sbaraglia y Costa, algo que se disimuló en la promoción de esta película. Esto puede llegar a decepcionar a más de un espectador. Por otro lado, si bien el guión creo es bueno y mantiene interesado al público, la dinámica y resolución que le impone Hodara lo lleva por caminos un tanto densos y el desenlace se vislumbra bastante antes del momento de revelación. Tiene una vuelta de tuerca que pocos esperan, es verdad, pero desde el minuto 30 ya sabemos algo muy importante en la trama que le hace perder fuerza. Una propuesta buena, pero que no llega a colmar la expectativas de un espectador cada vez más ambicioso. El cine argentino está es un muy buen momento, pero queremos más.
“Nieve Negra” se centra en un hombre que vive en un lugar aislado desde que fue acusado de matar accidentalmente a su hermano de un disparo durante una jornada de caza. Allí recibe la inesperada visita de su otro hermano y cuñada que quieren tratar el tema de una herencia, algo que resurgirá viejos fantasmas del pasado. Es un orgullo poder seguir diciendo que el cine argentino estás más vigente que nunca. Desde hace tiempo que se vienen produciendo cosas excelentes y “Nieve Negra” no escapa a esta categoría. Tener a dos de los mejores actores del país como Ricardo Darín y Leonardo Sbaraglia en una misma película es algo imperdible, y se hace mucho uso de eso seguidamente, muchas escenas que se cierran en un duelo actoral. Los dos cumplen perfectamente en sus roles, como es usual les crees todo, lo que demuestra un gran trabajo también en la dirección de Martín Hodara, que con sus planos repletos de una gama de colores perfectos hacen una muy buena combinación. Si bien la historia es bastante conocida, acá reina bastante la tensión, donde va a haber momentos que nos preguntamos segundo a segundo qué va a pasar y eso denota un buen tratamiento. ¿Entonces esto significa que la película es perfecta? No, lamentablemente tiene sus defectos, y el mayor de ellos es el ritmo de muchas escenas que parecen más largas de lo que son, así como tiene momentos que parece que van demasiado rápido. Su compás es variado y se nota en varias partes. Debido a esto quizás el primer acto de la cinta se torne algo lento para muchas personas, que recompensa enormemente en su media hora final, donde se revela todo; el film da un giro de 360º y termina de la mejor forma. “Nieve Negra” es un gran thriller de suspenso con unas inmensas actuaciones y que vale la pena ver, pero al que no le habría venido mal un tratamiento distinto tampoco. Puntaje: 4/5