¿Quién es ese negro? A esta altura del partido no queda duda alguna de que Quentin Tarantino entró en un período de mediocridad de intensiones grandilocuentes basado fundamentalmente en la autocomplacencia bobalicona, la repetición ad infinitum de tópicos huecos y cierto automatismo carente de toda inspiración y/ o fuerza conductora. Ahora bien, quizás lo más lamentable pasa por la confirmación de que el norteamericano perdió casi por completo el talento para construir una buena película de género de pulso irreverente, el objetivo irrenunciable de su cine según sus propias palabras. Contando la presente, sus últimas tres realizaciones fueron fotocopias maltrechas de aquellos opus revulsivos de los comienzos...
Todo lo que se podía esperar de un western con la firma de Tarantino. Un film ultra violento, con mucho humor, grandes interpretaciones y un guión que se detiene en los detalles y que desarrolla enormes secuencias dramáticas.
Salvo su mejor opinión, la mejor descripción de un filme de Quentin Tarantino, es decir que es una película de Quentin Tarantino. Su estilo visceral, crudo, violento, cínico, sarcástico, memorable y sobre todo, debatible, es único en el mundo, y siempre que algo dice "guión original" que lleve su firma, podemos estar seguros que estamos ante un producto de una grandísima calidad, unos más, unos menos, pero que siempre estará en el ojo del huracán por la eterna pelea entre aquellos que lo aman y aquellos que lo critican y lo odian. Django (Jamie Foxx) es un esclavo que es liberado por el doctor Schultz (un magnífico Christoph Waltz), quien es cazarecompensas. Django está casado, y al entablar una amistad ciertamente extraña con Schultz, éste decide acompañarlo en la búsqueda y rescate de su esposa, del empresario Calvin Candie (Di Caprio). Y aunque el señor Foxx, ganador del oscar, hace un papel interesante, resalta la razón por la cuál Waltz se ganó el globo de oro a mejor actor de reparto y por qué se coló a la pelea por el oscar a la misma categoría: se lleva el papel, se roba la película y demuestra por qué Tarantino lo busca constantemente para papeles complejos. Redención, venganza, un poco de amor y mucho racismo. Si, racismo. He leído algunas críticas sobre lo "exagerado" y lo "brutal" que llega a ser el racismo presentado en esta película, pero seamos sinceros. En 1850 (período histórico en el que aproximadamente se desarrolla este Western), la segregación racial en América estaba en su máximo esplendor, y las diferencias eran notorias, ya no digamos las torturas. Y un reflejo fiel es Di Caprio: "Son mi propiedad y hago con ellos lo que quiera". Es quizá la misma crítica que le hacían al Jesucristo de Mel Gibson. Pero una cosa es que a través de la historia, mediante libros, se haya suavizado la violencia y las torturas a la que ha sido sometida la gente y otra muy diferente que existan personas sensibles quienes prefieran no ver las cosas tal y como eran. Por eso lo dice el título de esta reseña: "Una película de Tarantino". Y si no conocen la forma de dirigir de Tarantino, están avisados: sangriento, cínico, visual, explícito. Con diálogos que van in crescendo hasta llegar al clímax y explotar (literalmente). Contrapuntos en la cámara, diálogos memorables al igual que sus personajes (aunque en esta ocasión el secundario es más memorable que el protagonista, razón por la que nunca se tomó en cuenta a Jamie Foxx para competir por algún otro premio), y comedia sarcástica y cínica que hacen de Django un producto muy disfrutable. Ahora, existe un punto en su contra: después de la primera mitad de la película, hay escenas que se sienten alargadas y otras forzadas. Y si nos metemos a la intimidad, a los datos y a los números, resulta que el tiempo de producción fue muy corto. Y hay escenas en las que se nota esto: escenas insertadas muy a la fuerza, música cortada abruptamente, secuencias innecesarias... quizá se hubiera agradecido la corrección de estos errores aunque el tiempo de estreno se alargara, pero obviamente se hizo con la mira a competir en esta temporada de premios, y no sufrir del olvido de los galardones para el próximo año. Y por ello, el final parece que se alarga innecesariamente (2 horas 45 minutos) con un cierre... bueno, ya se imaginarán ustedes. Tiene buenas posibilidades de repetir el premio de los globos de oro: guión original, pero me parece que, dentro de los productos de Tarantino es, incluso, flojo para lo que nos tiene acostumbrados.
Un exabrupto legendario Visto fríamente, no parece Tarantino. ¿Una película que prácticamente carece de saltos temporales, que no va pa'delante ni pa'trás en ningún momento? (bueno, hay algunos flashbacks, pero de tan cortos ni cuentan), ¿dónde está la multiplicidad de historias?, ¿y los largos diálogos, esos que tantas veces hicieron que nos moviéramos inquietos en los asientos?, ¿y las pistolas entrecruzadas?, ¿y la toma subjetiva desde la valija del auto? ... bueno, es un spaghetti western... Y cierto es que el buen hombre decidió seguir las reglas del género y abordarlo con el clasicismo que requiere, con la linealidad que amerita, el ritmo parejo, los semblantes desagradables, el gusto a polvo y mugre, el saloon desvencijado, la cerveza caliente y la ausencia de moral que allí imperaba -los buenos solían ser detestables y los villanos francamente abominables- y con toda esa desquiciada brutalidad que supo caracterizar a los más sucios westerns de Leone, Corbucci y Peckinpah. Pero no conviene engañarse, la mano de Tarantino demora poco en aparecer. Está en una llana historia de venganza, en infiltramientos varios, en la toma de confianza y la posterior traición, está en el humor más absurdo y desconcertante, en la sangre saliendo a borbotones, en los muertos que caen por docenas, en las inversiones en los roles de poder por las que los victimarios pasan a ser víctimas y viceversa, está en personajes de la talla del Dr. King Shultz y Calvin Candie (Christoph Waltz y Leonardo Di Caprio respectivamente, ambos inmensos, y quienes despliegan el auténtico duelo mano a mano de la película), está en una desconcertante escena que involucra a una sierra y una calavera, en la tensión que aumenta in crescendo hasta niveles impensables, en una banda sonora poderosa y adictiva, recuperada del más íntimo cajón de los recuerdos. También debe decirse que quizá sea la película más imperfecta del director, que el protagonista (Jamie Foxx) queda muy pequeño en relación a su compañero de andanzas Shultz -y que, por tanto, los últimos veinte minutos de película sean los menos interesantes-, que haya huecos de guión difíciles de aceptar -como cuando Django convence a sus captores de que lo suelten, por nombrar el más manifiesto-, y que seguramente hayan quedado varias cosas fuera en la sala de montaje, como qué cuernos pasó con la mujer del hacha y el pañuelo rojo, una de las villanas más llamativas y tarantinescas del cuadro. Y Django sin cadenas habla sobre la historia de su país, y lo hace con justicia. A pesar de que las "luchas mandingo" -peleas en que los esclavos se masacran a puño limpio- no existieron verdaderamente, a pesar de que toda esta película sea un gran entretenimiento y un exabrupto legendario, Tarantino se las ingenia para demostrar los horrores del esclavismo en su mayor dimensión. Difícilmente otro cineasta haya sido tan elocuente respecto a tan terrible período histórico, mostrando hasta qué punto un patrón tenía el absoluto control sobre el cuerpo y el alma de sus esclavos, al extremo de poder hacerlos morir por él, torturarlos o violarlos cuando así se le antojara. Cuando cerca del final los villanos deciden que es mejor no castrar a Django porque ponerlo a trabajar en las minas va a ser una tortura mucho peor, comprendemos el infierno vital de los trabajos forzados como nunca antes. Tarantino nos enseña eso: por haberlo hecho y por mostrar a sus personajes negros sin hipocresía ni condescendencia -como a cualquier blanco-, Spike Lee debería estarle agradecido. Publicado en Roumovie el 17/1/2013
Los Anillos de Tarantino Ningún argumento de alguna película de Quentin Tarantino tiene algo de original. Siempre fue así. De hecho, Tarantino es el mayor ladrón que existe en la industria y él es el primero en confesarlo. Todas las películas de Tarantino se nutren de miles de influencias desde su estructura narrativa, hasta los nombres de los personajes. Este collage de citas e intertextualidad es lo que más enoja a algunos y resulta lo más aplaudido por otros, en este caso los cinéfilos enfermos como él, fanáticos del mismo tipo de cine que él. Aquellos que dicen que Tarantino les vuela la cabeza y ha reinventado el cine, realmente ignoran de que se trata lo que el realizador quiere generar en cada nueva obra que encara. Así mismo es errado pensar que porque en todas sus películas abundan referencias a géneros malditos o clase B, de explotación, setentista y otras bizarreadas, el trasfondo de la obra tarantinesca carece de sustancia. Nada que ver. Tarantino es hijo de todo el cine en general. Queda demostrado que su influencia puede venir de Truffaut para el argumento de Kill Bill (inspirado en La Novia Vestía de Negro) o como es el caso de Django Sin Cadenas, de Fritz Lang, más precisamente Los Niebelungos, y su obra estadounidense. ¿Qué tiene que ver el clásico poema anónimo medieval alemán sobre las aventuras de un caballero tratando de recuperar un tesoro de unos enanos que viven en cuevas, con la historia de un esclavo liberado por un dentista cazarecompensas, que pretende recuperar a su esposa también esclava de un terrateniente sureño? Todo. Y no es algo arbitrario. El personaje de King Schultz – interpretado por Christoph Waltz, el alma de la película y sin duda el personaje más sensible y humano que haya creado Tarantino en toda su filmografía, junto con propio Django – le cuenta al protagonista el origen del nombre de su esposa, Broohmilda, y cuál es el sacrificio que emprende el príncipe Siegfried en la leyenda. Claro, más que nada hay simetrías y no precisamente una analogía literal con la historia, pero si nos ponemos a dividir y comparar las diversas capas de la historia podemos encontrar que el director quiso construir una epopeya romántica disfrazada de western spaghetti. Sería muy fácil decir, que Leone o Corbucci o Anthony Mann son los principales referentes visuales del film, pero en su estructura narrativa, Tarantino prefiere ser menos episódico – aunque hay dos mitades bien diferenciadas – que en otras obras, no aspira por un relato coral, sino que se ata de principio a fin con sus protagonistas y los lleva por diferentes circuitos – o anillos – hasta llegar al centro mismo de la tierra, la guarida de los “Niebelungos”, que es Candyland, en este caso, la plantación y mansión de Calvin Candie – desorbitado y caricaturesco Leonardo Di Caprio. Después de Candyland, el film empieza a cerrar una estructura casi circular, lo que confirma que el director pensó la película en forma menos lineal de lo que aparenta ser. Con esto no me refiero a linealidad temporal – y de hecho es la película con menos flashbacks de Tarantino – sino a pensarla en forma circula basándose a situaciones que se vuelven a repetir en la vida del protagonista. Aún así y como analizábamos con la colega Laura Dariomerlo, la película tiene dos mitades que difieren en ritmo, tono pero funcionan a la vez como espejo. La primera mitad de la película que admite la liberación de Django y sus primeras aventuras como cazarecompensas se trata de una comedia, un buddy movie incluso, donde dos amigos cruzan el estado cobrándose la vida de criminales, profundizando una relación amistosa (una relación de verdad, no de camaradas, sino de verdadero sentimiento) que tiene su espejo en la relación entre Calvin y su sirviente Stephen – Samuel L. Jackson, tan caricaturesco como Di Caprio. Mientras que la primera relación se basa en lealtad impuesta por buenas actuaciones retribuidas, la segunda es una relación forzada, mientras que las actuaciones del lado de Foxx y Waltz son honestas, casi naturales – extraño en un film del director también – la segunda es completamente artificial, basada en sobreactuaciones demasiado maquillados los personajes. ¿Y acaso este contraste es azaroso? No, en Tarantino ni un solo encuadre depende del azar. Él quiere marcar esa contrafuerza visual y funciona. Por otro lado, otra diferencia entre la primera y la segunda parte es el ritmo. La primera hora y media es dinámica, divertida, llena de humor – con una memorable secuencia donde el director se burla del Ku Klux Klan – acción y tiros. Pero la segunda, cuando aparece el personaje de Calvin, y especialmente Stephen depuran un poco el relato. Se vuelve más intelectual y dialogado. Muchos han acusado a Tarantino de racista, pero lo cierto es que sucede todo lo contrario. Tarantino retrata la esclavitud en forma salvaje y sanguinaria, denotando no solo las consecuencias físicas, sino también sociológicas y psicológicas. ¿Es casual acaso que el único personaje “blanco” benévolo sea justamente un alemán? Prestar atención a este detalle. No hay un solo personaje blanco que se salva de ser estúpido, brutal, sanguinario e hipócrita. Siempre se ha tildado a Tarantino como un director poco sentimental, pintoresco, demasiado enamorado de sí mismo y sus personajes, pero poco sensible a las emociones de los personajes. En Django, Tarantino adopta un carácter romántico que empezó a aflorar con “la novia” de Kill Bill, siguió con Shossana en Bastardos sin Gloria y realmente se vuelve el núcleo dramático de Django. Parece que al ir envejeciendo, se nos va poniendo un poco más emotivo. Pero todo se justifica desde la narración, la estética y la elección genérica. Como siempre, se puede encontrar tantas citas hasta el cansancio en el cine de Tarantino. Ni Spielberg se salva esta vez (Calvin en un momento narra una escena de El Color Púrpura). Visualmente es prodigioso el trabajo de Robert Richardson plagiando la imagen lavada de millones de westerns de los 60 específicamente, tanto italianos como estadounidenses. Los pocos flashbacks remiten a la estética grindhouse incluso. Hay enormes libertades temporales que no sacan de contexto y le aportan mayor humor a una película que resulta menos cómica de lo esperado. Pretenciosa y ambiciosa, Django Sin Cadenas, tiene a un Tarantino desenfrenado sediento de violencia, sangriento, casi gore. Aún cuando no construye demasiadas escenas independientemente memorables – como logró en Kill Bill o Bastardos – consigue una película con mayor consistencia en sentido unitario, un relato un poco más clásico, pero con algunas puestas de cámara rebeldes, provocativas para un director estadounidense. La ecléctica banda sonora es realmente magnífica y mantienen la atención en forma constante. El elenco depara enormes sorpresas de actores invitados como un maravilloso Don Johnson o eternos segundones en roles destacados como Walter Googgins y James Remar, además de varios cameos divertidos (y explosivos). Difícil de clasificar, Tarantino consigue una nueva obra que confirma su talento, influencia general de todo el arte y potencia como autor. Superior en muchos sentidos a Bastardos sin Gloria, A Prueba de Muerte y Kill Bill; aún con sus excesos, caprichos, ambiciones y pretensiones, Django Sin Cadenas es una película completa, hermosa a nivel visual y con mucho más para analizar – especialmente sobre el punto de vista histórico – de lo que se ve a primera vista. Más allá de las referencias y el pastiche, hay detalles que van a saltar mejor en una segunda visión. Al igual que los mejores westerns spaguettis, Django está destinada a ser un clásico de culto, apreciado por generaciones venideras. En ese caso, el objetivo de esta aventura se habrá cumplido y Tarantino podrá decir que venció al dragón y se alzó con su anillo.
Django sin cadenas es una gran película para disfrutar exclusivamente en pantalla grande. Cine puro para no perdérselo por nada. Se le puede llegar a criticar que en este último trabajo Quentin repite sus fórmulas ya probadas, pero realmente importa poco y nada este detalle si el producto final es bueno y lo pasaste bomba en el cine. Si a vos te gustan los tallarines con tuco...
Libre al fin Tarantino ofrece con su nueva película una de las últimas sorpresas que podía darnos: la de una gran claridad narrativa. Django sin Cadenas es su película más lineal, menos fragmentada, la más sencilla en su fluir. No por eso es menos compleja, pero este paso por el spaghetti western no cuenta con sus clásicas historias paralelas, los flashbacks violentos y eternos, la división en capítulos o la intromisión de un narrador canchero o casi intertítulos. En un primer acercamiento, Django sin Cadenas parece respetar esa raíz del género más clásico de todos: el western, al contar una historia simple y directa, planteada casi desde el inicio con un arco que no tiene trampas ni giros inesperados y aun así sostiene el suspenso durante casi tres horas. El trabajo de Tarantino sobre la trama se parece (esta vez más que ninguna otra) al folletín: la historia es simple y es única, pero para llegar hasta la culminación tiene que atravesar una serie de episodios intermedios, que a su vez se van desarrollando con su propio arco completo y sus personajes de trazos simples y apariciones circunstanciales. Django sin cadenas se parece a una serie de películas sobre Django. En parte de ahí sale ese aire de héroe popular y mítico que termina envolviendo al personaje hacia el final. Claro que no es la primera vez que Tarantino muestra su maestría para construir suspenso (sigue brillando la escena magistral que logró, por ejemplo, en el primer capítulo de Bastardos sin Gloria), pero hasta ahora su cine (o, por lo menos, sus últimas películas) venían girando en torno al episodio. Django... es una película que va atravesando historias, momentos, argumentos siempre por un camino recto, sin nunca estancarse aunque desarrollando cada cosa en su medida justa. Hay elipsis pero nunca resumen: cada historia de Django... merece ser contada. A pesar de esta magistral simpleza narrativa (cortada, por supuesto, cada tanto por algún pequeño flashback o un montaje interrumpido), el tono de Django no se aleja nunca de cierto espíritu de cine clase B que Tarantino tanto ama: el melodrama puede estar siempre a flor de piel, pero a cada vuelta de la esquina aparece el puro placer de narrar, el humor, el tono libertario del blaxploitation y los baños de sangre pirotécnica. Todo integrado con una grandiosa sonrisa irresponsable, que le permite abordar uno de los últimos temas que el cine de Estados Unidos apenas si se anima a mostrar con la mayor de las reverencias: la esclavitud. Django sin Cadenas está saludablemente lejos de lo políticamente correcto (como demuestra, por ejemplo, el personaje interpretado por Samuel L. Jackson). Sin miedo a nada, Tarantino se entrega al placer del género (el spaghetti western, el blaxploitation) y como al pasar va trazando momentos oscuros y desesperantes de la época de la esclavitud. El gran elemento humano de Django... está en el personaje interpretado por Christoph Waltz: un alemán que en un primer momento recuerda al Landa de Bastardos sin Gloria, pero que a medida que se desarrolla esta buddy-movie va mostrando su corazón dispuesto, una sinceridad escondida detrás de planes enrevesados. Waltz alcanza momentos de gran ternura con gestos mínimos. El costado mítico de la película, por supuesto, está en el Django de Foxx: un actor sólido, sin muchos matices, capaz de darle toda la estatura a un personaje de ficción pura, gozosa y rabiosa. Pocas veces la pantalla vibra tanto en Django... como cuando Foxx se libera de sus cadenas, avanza libre hacia la venganza o estalla con toda la ira de un gore elegante que, sin el lastre de todos los laberintos de white guilt que rodean al tema, nos muestran el asco, la furia y la desesperación de un esclavo.
Django Sin Cadenas es la incursión de Quentin Tarantino en el western. Antes que nada, debo admitir dos cosas: una, que no es lo que yo esperaba y dos, que es excesiva y muy indulgente. En las dos horas 45 que dura, hay una hora de glorioso cine, y 105 minutos de relleno de variable calidad, la mayoría del cual bien podría haber terminado en el piso de la sala de edición como para darle agilidad y brevedad a la historia. Django Unchained no es un gran Tarantino, pero sin dudas es mejor (y mas entretenido) que un Tarantino flojo (o mas restringido) como, por ejemplo, Foxy Brown. Cuando escuché hace unos años que Tarantino quería hacer un western, me imaginaba un glorioso homenaje a Sergio Leone y una partitura de fondo compuesta por viejas glorias del Spaghetti. Lamentablemente no es lo que ocurre aquí; durante la primera hora hay unos torpes intentos de imitar un Spaghetti Western - pero no uno de Sergio Leone, sino alguno de los millones de imitadores italianos de segunda línea, del estilo de Sergio Corbucci & Co -, con zooms excesivos al rostro de los protagonistas, algunos flashbacks rodados en celuloide desteñido, y alguna que otra toma de jinetes posteados contra un amanecer / atardecer; pero, en cuanto al resto, Django Sin Cadenas se siente más como un filme blaxploitation que como un western de raza - esto es, melodrama con blancos presionando a negros hasta que éstos explotan y terminan por vengarse, amén de poner al héroe haciendo fanfarronadas diversas cuando las cosas le salen bien -, lo que incluye música negra contemporánea que, por momentos, resulta chocante en vista del contexto. El otro aporte que hace Tarantino son las balaceras, en donde toda esta gente parece estar manipulando cañones en vez de revólveres, razón por la cual los disparos retumban y la gente explota en una lluvia de sangre como si fueran bolsas de consorcio rellenas con jugo de tomate. Por otra parte Tarantino se regodea con escenas innecesarias, como toda la secuencia que transcurre la plantación comandada por Don Johnson, la cual incluye su cuota de perlitas - como la hilarante conferencia de los miembros del Ku Klux Klan, en donde discuten la mala calidad de sus capuchas -, pero que uno siente que no aportan nada al relato. Toda esa subtrama se podría haber resumido en un breve flashback, amén de agilizar la narración hasta llegar al punto en donde la historia se pone realmente interesante. Si durante la primera hora Jamie Foxx es un palurdo sin carisma (y todo parece jugado para que Christoph Walz se la pase robando escenas), cuando llega a la plantación el moreno comienza a emerger con auténtica estatura de héroe. Es que en realidad el núcleo del filme se basa en la entrada de Leonardo DiCaprio y Samuel L. Jackson en el relato, en donde las cosas se ponen realmente espesas. Ahí es cuando Tarantino nos recuerda que tiene talento para rato largo, fundamentalmente porque el tipo se despacha con otra de esas largas y tensas secuencias en donde todo termina para el demonio - ¿se acuerdan el largo monólogo que le disparaba el mismo Walz a un granjero francés al inicio de Bastardos Sin Gloria?; bueno, aquí hay algo equivalente, sólo que ambientado en el lejano oeste -. No sólo DiCaprio exuda maldad por todos sus poros, sino que posee un alarmante nivel de sofisticación, lo que lo convierte en un villano memorable - el tipo ha elaborado una contundente teoría (desde su perspectiva, y fundamentada por abundantes pruebas científicas y filosóficas) sobre el por qué los negros están condenados de por vida a ser esclavos de los blancos -; y, por otra parte, el papel de Samuel L. Jackson es deliciosamente repelente; es un negro más esclavista que su propio dueño y, durante la cena, parece un cuervo montado en el hombro de DiCaprio, dándole pies de conversación para que el hacendado se luzca. Por supuesto este dúo siniestro está rodeado de matones y amorales, todos los cuales terminará recibiendo su merecido tarde o temprano, y a manos del vengativo Foxx. ofertas en software en Sistema Isis - click aqui Mientras que la cena en la hacienda de DiCaprio es de un nivel formidable, por otra parte el filme empieza a presentar los mismos problemas narrativos que Bastardos Sin Gloria a medida que se acerca al final. Esto es: como a Tarantino le gusta voltear las expectativas e ir contra la corriente - sucede lo más impensable en el momento menos esperado -, se manda con un enorme shock... pero, pasado el momento, no sabe cómo terminar de rizar el rizo. En vez de montar un final mas standard - la gran balacera, la consagratoria venganza para el protagonista -, Tarantino se despacha con un rebuscado y estirado final que termina por matar el momentum. ¿Era necesario?. Uno podría decir que Tarantino es un eyaculador precoz, un tipo que se despacha con un climax anticipado en el momento más inadecuado... lo cual sorprende sin dudas, pero degenera en un desesperado intento por seguir manteniendo "firme" el relato cuando lo mejor ya pasó. No era necesario; es un golpe de efecto que sólo arruina la efectividad del final (y le agrega otros innecesarios 30 minutos a la historia). Aún con todas sus desprolijidades, Django Sin Cadenas tiene sus momentos inspirados y disfrutables. Pero hay problemas de tono y el director es muy indulgente consigo mismo. El corazón de la historia es simplemente brutal, y la visión de la esclavitud es tan salvaje como descarnada; pero, por otro lado, toda esa crudeza contrasta con la liviandad de los pasos de comedia. Yo creo que aquí se precisaba un editor con sangre fría, alguien dispuesto a poner a Tarantino en vereda cortándole buena parte de los adornos y apretando los nudos del relato; como ello no ocurre, lo que tenemos es algo muy dispar, que siempre es disfrutable pero que carece de la precisión y efectividad que todos estábamos esperando de un director del calibre de Tarantino.
La venganza será terrible En su larga y gran película sobre la venganza, Quentin Tarantino pasa de sus historias de gangsters, de sus episodios japoneses y pde su fantasía revanchista contra los nazis para sumergirse en otro capítulo urticante de la historia: la esclavitud. Lo hace, como siempre, con su espíritu de cine clase B y de novel pulp, incursionando en los (sub)géneros menos prestigiosos para reciclarlos (¿mejorarlos?) y, por supuesto, reivindicarlos con entusiasmo. Ya no es el cine blaxploitation -aunque algo de eso también hay-, ni las artes marciales asiáticas sino el viejo (y demodé) spaghetti western con múltiples homenajes (cameo de Franco Nero incluído). La comparación con Lincoln -la película seria y políticamente correcta de Steven Spielberg que seguramente le arrebatará los principales premios Oscar- es inevitable. Los guardianes de la ética y la moral cuestionaron y cuestinarán a Tarantino por irresponsable, impune, snob y caprichoso, por meterse con el racismo desde un lugar poco serio (hay mucho de comedia -vean si no la escena del KKK- incluso en las explosiones sangrientas, casi gore, que propone). No estaré entre los detractores: Django sin cadenas es absolutamente fiel, lúcida y coherente en su propuesta y, en el terreno sobre el que se asienta (de una radicalidad absoluta), funciona porque entretiene, divierte y, por supuesto, provoca (incluso la reflexión). Menos compleja en su estructura que los primeros trabajos de Tarantino (aunque tiene unos cuantos saltos temporales y varias subtramas o historias previas se resuelven vía flashbacks), Django sin cadenas es, además de un western a-la-italiana, una road-movie a caballo, una buddie-movie con dos protagonistas opuestos entre sí que alcanzan una suerte de camaradería impensable) y, también, una historia de amor naif y casi telenovelesca. El film arranca en la Texas de 1858 y pronto tendremos al cazarrecompensas alemán Dr. King Schultz (Christoph Waltz) y al esclavo Django (Jamie Foxx) unidos en una sociedad que mezcla negocios y venganza, a la que se le agrega otro objetivo más noble como rescatar a Broomhilda (Kerry Washington), esposa de Django. Así, llegarán hasta Candyland, una plantación del Mississippi profundo dominada por el sádico Calvin Candie (Leonardo DiCaprio) y manejada en lo cotidiano por un negro (Samuel L. Jackson) capaz de las peores crueldades. En este sentido, Tarantino ratifica su capacidad no sólo para la escritura de diálogos sino también para la construcción de atractivos personajes secundarios con vuelo propio y para la dirección de actores en un tono muchas veces alejado del naturalismo pero así y todo creíble y funcional. Las marcas de estilo tarantinescas (como su brillante y anacrónica banda de sonido que incluye, sí, pasajes de rap o su apasionada cinefilia que se permite imitar los torpes zooms pero también apelar a su enorme virtuosismo e inventiva para la puesta en escena) vuelven a funcionar a la perfección como para que el disfrute -de quienes se sienten identificados con su sensibilidad, claro- sea completo.
Un esclavo a caballo "Mi nombre es Django. La D no se pronuncia" es una de las frases que se escuchan en este film de Quentin Tarantino, un verdadero festín para cinéfilos que recuerden la época de los "spaguetti-western". En Django sin cadenas se dan cita la violencia extrema, la crudeza y el humor de la mano de un director que impone su sello en cada uno de sus trabajos, y hasta se permite aparecer como actor en los últimos minutos de la película. El relato comienza con títulos impresos en letras rojas y con el recurso violento del "zoom" en una trama ambientada en el Sur de los Estados Unidos, dos años antes de la Guerra Civil. Django (Jamie Foxx) es un esclavo liberado por el Dr. King Schultz (Christoph Waltz), un cazarecompensas alemán que recorre todo el Estado para eliminar a los Brittle, unos hermanos asesinos, y sólo Django puede conducirlo hasta su objetivo. Ambos emprenden una travesía: mientras Django afina su puntería busca además rescatar a Broomhilda (Kerry Washington), la esposa que perdió en el mercado de esclavos. El film aparece salpicado de "flashbacks" que presentan otra textura y muestran imágenes de la esposa de Django, que se aparece de manera casi fantasmal en varios tramos. Django sin cadenas no desperdicia el material que tiene entre manos y tampoco le teme a los diálogos extensos porque crea suspenso a casa paso. Uno de los mayores aciertos es la gran secuencia de acción de los minutois finales y la acumulación de villanos por doquier: Django y Schultz se encuentran con Calvin Candie (Leonardo DiCaprio), el dueño de Candyland, una plantación donde los esclavos son adiestrados por un entrenador para luchar entre ellos como deporte. Aunque la llegada de los protagonistas esconde sus verdaderas intenciones, Stephen (un magistral Samuel L. Jackson), el esclavo de confianza de Candie, también tendrá su participación de peso dentro de la trama. En el reparto asoman Don Johnson, en el papel de Big Daddy; y en roles menores que funcionan como homenaje, Franco Nero (Django en el film de 1966), Don Stroud como el sheriff y Tom Savini. Con el espíritu aventurero de los films de Sergio Corbucci (director de Django y de varios films de Adriano Celentano y de la dupla integrada por Terence Hill-Bud Spencer), el guiño explícito del cine de Lucio Fulci y la violencia extrema, Tarantino no se priva de nada y cuenta una historia de venganza y amor en un contexto dominado por la discriminación y las torturas. Párrafo aparte para el uso anacrónico de los temas musicales que acompañan y potencian las imágenes. Un productro imperdible, tan potente y feroz como las actuaciones de Jamie Foxx, el esclavo privilegiado, y de Christoph Waltz, como un mentiroso risueño que no duda en disparar su arma en el momento menos pensado. El film ganó recientemente dos Globos de Oro y está nominado para cinco premios Oscar, incluyendo el de "mejor película".
Quentin Tarantino es un nene grande caprichoso y con cada película lo demuestra más y más. No es secreto alguno que el tío Quentin adora el spaghetti western, una de las grandes influencias en su filmografía, y con Django Unchained le da rienda suelta a sus fantasías del Oeste más salvajes en un film que rebosa hectolitros de sangre y carcajadas a partes iguales. En el marco de la época pre Guerra Civil, y por durante dos horas y media que uno no quiere que termine más, Tarantino narra una historia de eslavitud, venganza y redención utilizando como faro guía al Django de un excelente Jamie Foxx, acompañado de su nuevo mejor amigo y compañero de batallas, el estrambótico y correcto Dr. King Schultz (un doblete magnánimo de parte de Christoph Waltz) Como no podía ser de otra manera, la brutalidad, marca constante en todos los trabajos del director, se hace presente de una manera cruenta y despiadada, tan sólo desenfocándose cuando el espectador ya ha sufrido demasiado y necesita un descanso. Lo que no pasaba en anteriores aventuras del director es la condensación en una misma línea narrativa la comedia negra (negrísima, al gusto Quentin) y las escenas de suspenso rabiosas, de ésas que le ponen a uno los nudillos blancos de la tensión; por momentos estamos viendo escenas que lo hacen a uno arrancar a las carcajadas y por otros los ojos están fijos en la pantalla, atentos a cada movimiento y paso en falso de los protagonistas. Tenía mis reservas de si el elenco resultaba en ciertas partes desafortunado, pero Jamie Foxx tiene un viaje de emociones que para el final de la película lo dejan más que bien parado y con aires de ícono de culto en cualquier momento; quien quizás sale bien parado es Waltz repitiendo un papel peculiar y demasiado justo para él, provocando más de un déjá vu con su Hans Landa de Inglorious Basterds. Sorprende gratamente el ridículamente serio y lleno de aspavientos Monsieur Candie de un Leonardo Di Caprio, eclipsado solamente por el taimado sirviente Stephen de un agradablemente irreconocible Samuel L. Jackson a quien el papel le sienta de perlas. Los cameos y apariciones especiales se suceden en cada escena y cada tramo, y sin dudas la más genial y aplaudida será la participación del eterno Franco Nero, el Django original. Como el elenco, todo en Django Unchained está orquestado hasta el más minimo detalle, cortesía de un director meticuloso que no le teme a los acercamientos raudos a la cara de los protagonistas, un detalle casi caricaturesco que le da un regusto diferente a todas sus películas; la banda de sonido es un apartado que nunca decepciona, y acá las melodías de Ennio Morricone se entremezclan con las nuevas creaciones de Rick RossJohn Legend para provocar una combinación armónica fastuosa y fabulosa. Mientras su anterior film puede haber resultado violento en los últimos tramos, con esta nueva historia Quentin se da el lujo de hacer saltar la sangre hasta el techo, y también de pasar a la historia con un clímax tan audaz y sangriento que la pelea de Uma Thurman en Kill Bill es cosa de críos. Poco y nada se le puede criticar a Django Unchained, un brutal festín de sangre, violencia y risas como sólo Quentin Tarantino nos puede mimar, demostrando que, como los buenos vinos, mejora con cada año que pasa.
Anexo de la crítica -Fiel a su desenfreno, el autodidacta estadounidense apela al exceso como parte de un discurso cinematográfico propio ya ensayado desde Kill Bill hasta la fecha pero no hace de ese atributo particular y pintoresco la esencia de su obra cinematográfica sino un complemento para vestirla con otros ropajes, que para la industria funcionan como modas pero que en realidad en Tarantino operan en el orden meta discursivo que rompe moldes o convenciones. Es como si existiese una norma que dictara el número de balas que deben dispararse en un western. Si la regla dice 100, el astuto Quentin muestra 1000 y lo mismo se traduce en los guiones con personajes en apariencia planos o toscos que de golpe filosofan o mantienen largas conversaciones banales pero de una belleza poco frecuente. Conceptualmente no hay fisuras en el planteo de este film, recargado por toda la batería de recursos cinematográficos como por ejemplo el uso del ralenti de la imagen en los momentos de violencia gráfica o de una banda sonora ecléctica y muy climática para cada secuencia que mezcla acordes de los spaguettis western con canciones reconocibles.
Cuando la estaba viendo moría de risa, de a ratos me perdía en el drama, por otros momentos me preguntaba cómo puede tener una cantidad tan grande de recursos, por otros veía las geniales interpretaciones de los secundarios, sobre todo. Es que Tarantino es así, nos lleva a un mundo que hace homenaje a las construcciones de otros pero le da su propio sello. El resultado, me dejó tan sorprendida y maravillada, que estaba tan muda como la D de Django. El western es el primer género cinematográfico. Es el único que no tiene una base en la novela literaria ni en el teatro y por eso será que siempre tiene la mejor fotografía: nació para ser visto. Amén de lo pintoresco del sur previo a la Guerra de Secesión, vamos desde las montañas hasta las praderas con ese gran plano general donde vemos pasar en hilera a los personajes a contraluz. No importa donde estés, ese tipo de imágenes te llevan a ese maravillo lejano oesteChristoph Waltz vuelve a construir un maravilloso secundario de la mano de Tarantino poniéndose en la piel de este dentista que se dedica a ser un caza recompensas. Es un hombre que aparentemente no tiene moral (típico del western), pero adopta a Django una vez que le da su libertad. Será él quien de forma al personaje principal y el que nos lleve a otro gran personaje secundario: Candie. Leonardo DiCaprio está tan bien como este chico malcriado, cruel y caprichoso que no me alcanzan las palabras para contarles. No puedo seguir de hablando de una película de Quentin sin hablar de otros dos de sus grandes sellos: el guión y la banda sonora. Antes que nada la banda sonora no es solo la música, sino todos los sonidos del audiovisual. Amén de la maravillosa música que siempre encuentra, tiene una colección tan grande de sonidos incidentales (como látigos que suenan como disparos) que potencian aún más lo visual. Y el guión es maravilloso, lleno del humor de la mala leche que caracteriza a este genio (cuando vean la escena de las máscaras del KKK se van a acordar de esto) y que no tiene problema de construir después un drama profundo y una búsqueda que da base a todo lo que vemos frente a pantalla. Está bien, le sobran un par de minutos. Estamos de acuerdo que los miembros volando y la desdramatización de la violencia son recursos de los que abusa a veces pero honestamente, no podía dejar de verla maravillada. De lo mejor que he visto del gran señor T. IMPERDIBLE
? Ohhh yo soy argentino, soy soldado de Tarantino ? Si, Django sin Cadenas es un peliculón tremendo. Si, la vuelta de Quentin Tarantino después de esa absoluta obra maestra llamada Bastardos sin Gloria no podría ser mejor. Si, este era el Spaghetti Western que todos esperábamos de este gran realizador. Si, esta es la crítica que no estará a la altura de semejante película (?). Básicamente (y por no querer revelar detalles del argumento) la historia de este film nos cuenta cómo el (ex) esclavo Django, junto al caza recompensas Dr. King Schultz, emprenden la búsqueda de su esposa Broomhilda, que se encuentra en manos del poderoso y despiadado Calvin Candie. En lo estrictamente formal Django sin Cadenas es un Spaghetti Western, aunque su iconografía, su vestuario, sus abundantes diálogos y principalmente su música lo hacen un film incasillable. Es que Tarantino (como ya ha hecho en varias obras de su filmografía) parte de un universo conocido para conformar un caos de homenajes, géneros, estilos y excesos que siempre funciona. Siempre, más allá de que no todas sus películas sean obras maestras, siempre funcionan. Como dije recién, Django sin Cadenas es un western, pero nadie puede negar que posee los paseos de una road movie y la amistad de una buddy movie e incluso es imposible ignorar que el núcleo romántico de la cinta podría inspirar una gran historia para la vuelta de Thalia a las novelas de los mediodías (?). Quentin Tarantino hizo una película bélica sin tirar un tiro y ahora hace un Western que no se parece en absoluto a nada de lo que se haya visto. Un western musicalizado con rap, música country y soul. Como siempre, "toma prestado" distintos recursos de varios directores (Leone, Scorsese, Corbucci o Hawks). Pero la realidad es que él hace de esas miradas SU mirada, la cual continuamente se ve potenciada (y superada) por algunos sellos propios de su cine, donde se destacan sus inconfundibles guiones, la mezcla de géneros, la inseparable simbiosis de la música con las secuencias y esa puesta en escena explotation que rememora a los grandes clásicos del cine Clase B. Algunos dinosaurios, no Spike no me refiero a vos, han criticado el tratamiento del film hacía la esclavitud y los negros. Es verdad que hay una estetización de la esclavitud y la ofensiva palabra "nigger" se utiliza en exceso, pero la realidad es que el cine de Tarantino siempre se ha caracterizado por su violencia y principalmente por su deliberada puesta en escena y Django sin Cadenas no iba a ser la excepción más allá del tema que tratase. Incluso creo que el cine está para eso, para contar una historia desde dos puntos de vista estéticos totalmente opuestos, siendo uno de manera realista y detallada hacía el tratamiento de la esclavitud (como seguramente lo hará la Lincoln de Spielberg) y también para realizar de la misma una historia de redención, amor y venganza con una puesta en escena alejada del sobrio estilo más clásico y mucho más cercana a la exageración del cine explotation de Clase B. Además, no hay una banalización y mucho menos una justificación de la esclavitud, por ende considero las acusaciones totalmente carentes de sentido. Me resultó llamativo como Tarantino tomó para Django sin Cadenas muchas más influencias de Sergio Corbucci que de Sergio Leone, pero luego lo entendí. Es que Quentin "homenajea" a Leone en cada una de sus películas y la realidad es que si tomaba más cosas del maestro romano, su Spaghetti Western iba a ser la reversión de cualquiera de las películas la Trilogía del Dólar. La mención más obvia al querido Corbucci se encuentra en el nombre del film y del protagonista (Django, con Franco Nero, de 1966) y todos los momentos invernales de la cinta rememoran indudablemente al brillante Spaghetti Western protagonizado por Klaus Kinski y Jean-Louis Trintignant llamado El Gran Silencio. Incluso la intromisión de la canción utilizada en la genial I Giorni dell'Ira, de Tonino Valerii, el gracioso y autoconsciente cameo de Franco Nero o la música de las Trinity protagonizadas por Terence Hill y Bud Spencer, dejan como conclusión que Tarantino quiso con Django sin Cadenas hacer un Spaghetti Western que se aleje de la concepción y el cine de Leone, para acercarse (por medio de sus homenajes) mucho más a los genios que quedaron eclipsados detrás de esa bestia romana cuya última película fue estrenada a mediados de los '80. Christoph Waltz necesita de Quentin Tarantino y viceversa. Nacieron el uno para el otro. Se complementan. Se potencian. Hans Landa fue, sin dudas, el personaje más complejo e interesante de la fimografía de Tarantino y ahora el Dr. King Schultz (que no llega al nivel alcanzado anteriormente) es la interpretación más sobresaliente de una obra donde los actores de su entorno la descosen. Jamie Foxx lleva el corazón de la cinta, pero un corazón que carece de demostraciones, aunque esté lleno de odio y resentimiento hacía sus enemigos esclavistas y amor hacia su prometida. Leonardo DiCaprio aporta el típico personaje del Mundo Tarantinesco cargado de violencia y excesos. Django sin Cadenas representa el mejor regreso de Quentin Tarantino. Su inconfundible sello sigue más vigente que nunca y con esta última obra demuestra que con cada película encima se amplifica, madura y perfecciona. Ya habrá tiempo para analizarla más en detalle y contextualizarla, pero sin dudas será uno de los mejores estrenos de este año. Por todo lo enumerado aquí -y mucho más que no ingreso por cuestiones de censura (?)- fui, soy y seré por siempre soldado de Quentin Tarantino.
Un Tarantino desencadenado Mientras algunos se desviven en criticar - o no - a Quentin Tarantino, y en expresar si es un ladrón o un genio; lo primero que se puede decir es que resulta un tipo que cree en lo que hace, que aprovecha su cinefilia y - como pocos - emplea cada recurso que le brinda el dispositivo cinematográfico para hacer lo que más sabe: crear historias y sus respectivos personajes...
Un Tarantino desencadenado Mientras algunos se desviven en criticar - o no - a Quentin Tarantino, y en expresar si es un ladrón o un genio; lo primero que se puede decir es que resulta un tipo que cree en lo que hace, que aprovecha su cinefilia y - como pocos - emplea cada recurso que le brinda el dispositivo cinematográfico para hacer lo que más sabe: crear historias y sus respectivos personajes...
El arte de narrar Quien desdeñe el cine de Tarantino con el argumento de que es un ladrón evidentemente nunca lo entendió. La originalidad de su cine está en la creación de algo nuevo a partir de lo que roba. Y Django sin Cadenas no es la excepción. Como en Pulp Fiction, vimos miles de veces la misma historia del tipo que se enamora de la mujer del jefe, o de la parejita de ladrones; también vimos hasta el cansancio en un western la figura del sheriff...
A pesar que Quentin Tarantino cumple en este film con sus excentricidades expresivas, cosa habitual en su –corta- filmografía, en el caso de Django sin cadenas esa característica se manifiesta sólo en pequeñas cuotas. La premisa principal de este extraordinario y memorable western en estado puro –o impuro-, es contar una historia ambiciosa, apasionante y a la vez durísima, que se entronca con las más salvajes y deplorables tradiciones del derrotero estadounidense. Aquellas perlitas levemente antojadizas siguen siendo, para qué negarlo, ese sello personal tan suyo que hace a sus películas algo único, pero el resto es narración limpia, cine clásico y moderno, poesía cinematográfica al servicio de objetivos dramáticos precisos. Una trama que se va construyendo a través de escenas y secuencias fría y minuciosamente calculadas, pero fervorosamente manufacturadas. La improbable amistad entre un cazarrecompensas alemán y un esclavo afroamericano es el inmejorable el hilo conductor del relato, vínculo que aúna conveniencia y venganza, pero a la postre, solidaridad y hermandad. Django sin cadenas es western spaghetti y western americano, es Lo bueno, lo malo y lo feo y El oro de Mackenna, pero fundamental y sustancialmente es un relevamiento estremecedor de las extremas perversiones de la esclavitud imperante. Si bien los toques de humor y parodia no están ausentes, el director de Kill Bill elije retratar la esclavitud en sus costados más humillantes, execrables y sanguinarios. En ese horizonte descarnado, poblado de laceraciones físicas y psíquicas, Django se vuelve una suerte de fascinante Shaft del Viejo Oeste. El cóctel audiovisual es realzado aún más por un elenco soberbio, partiendo de Christoph Waltz, el medido Jamie Foxx, un inusual Leonardo DiCaprio, hasta llegar al descomunal y camaleónico Samuel L. Jackson. E incluyendo disfrutables participaciones entre las que el propio Tarantino se reservó su respectivo y explosivo cameo. La anacrónica y nostálgica banda de sonido se ensambla de manera extraña y genial con la estética general de un cineasta al que se lo puede examinar de manera puntillosa o ampulosa, insertándolo en una ensalada –que él mismo propicia- de títulos y géneros. Pero más allá de cualquier análisis, Django sin cadenas es simple, lisa y llanamente, una gran película.
Los muchos excesos no quitan lo brillante Durante más de una hora y media, es decir. la duración de una película razonable, este extraño western blaxploitation tiene momentos brillantes y está a la altura de lo mejor de Tarantino. Lamentablemente, el último tercio de esta extensa película se derrumba en ritmo y sustancia, y justo cuando podría cerrarla tan brillantemente como la empezó y desarrolló, el director se deja llevar por sus excesos de autor y la arruina horriblemente. El film comienza con la misma tipografía de créditos e incluso la canción original de Luis Bacalov del Django original de 1966 dirigido por Sergio Corbucci. Pero este Django es negro: Jamie Foxx es liberado pr el cazador de recompensas Christoph Waltz para que lo ayude a identificar a unos hermanos buscados por la ley que lo tuvieron como esclavo a él y su esposa, y que no los trataron precisamente bien. Django acuerda con su nuevo captor que lo ayudará si, a su vez, él lo ayuda a recuperar a su mujer, a quien los temibles villanos vendieron por separado. La búsqueda los lleva a la sofisticada plantación del magnate Leonardo DiCaprio, que usa a sus exclavos para luchas de mandingos (referencia a un film de Richard Fleischer), y ahí las cosas se complican para todos, en especial también para la trama que se retuerce entre diálogos que no llevan a ninguna parte y que no tienen mucho que ver con el homenaje al spaghetti western que Tarantino plantea en un principio. Las actuaciones y guiños cinéfilos de todo tipo y calibre no constituyen lo único que ayuda a recomendar el film más allá de su notable falta de equilibrio. La fotografía de Robert Richardson (cinematographer de algunos de los mejores trabajos de Martin Scorsese y Oliver Stone, como Casino y JFK, además de varios films de Tarantino) logra reunir la estética del eurowestern con la del cine blaxploitation setentista de una manera formidable y, por otro lado, Tarantino no sólo arma varias secuencias notables sino que también las dota de diálogos riquísimos en humor macabro. Además, casi cada escena está poblada de un alucinante cast de figuras de culto (empezando por el mismísimo Franco Nero, al que hace aparecer al mismo tiempo que el superastro DiCaprio). La lista es interminable, pero podemos citar a Bruce Dern, Tom Savini, Don Stroud, James Russo, James Remar, Lee Horsley y Russ Tamblyn (y por supuesto el mismo Tarantino no podía dejar de tener su propio cameo). Tal vez del reparto principal el que más se luce dentro de las posibilidades de su estrambótico papel es un avejentado Samuel L. Jackon, pero igual que los demás protagonistas, cae envuetlo en los excesos tarantinescos, a los que les termina sobrando demasiadas palabras y, evidentemente, un productor que modere sus ínfulas de genio terrible, lo que hubiera redundado en una muy buena película en lugar de esta gran obra fallida.
Django, la “D” no se pronuncia La carrera artística de Quentin Tarantino es sin duda envidiable y su nombre es hoy en día uno de los grandes e inevitables referentes de la cinematografía norteamericana. Por ello no puede sorprender que su nueva producción “Django sin cadenas” (“Django Unchained”) figure entre las nueve candidatas al máximo galardón de la Academia. Y ello pese a que su realizador, al igual que otros tres colegas, no podrá pretender ser elegido como mejor director, categoría reducida a sólo cinco aspirantes. Existe indudablemente un “toque Tarantino” como sucede por ejemplo con algunos otros grandes artistas tales como Woody Allen, Martin Scorsese o el propio Steven Spielberg, cualidad reservada a pocos exponentes del cine contemporáneo. En el caso del director que este año (recién) cumplirá cincuenta años la violencia suele ser una constante y no es casual seguramente que su segundo y renombrado largometraje “Pulp Fiction” fuera rebautizado aquí como “Tiempos violentos”. Pero para reafirmar lo anterior basta recordar otros títulos tales como su opera prima, “Perros de la calle”, las dos partes de “Kill Bill” o la penúltima en la serie (“Bastardos sin gloria”), donde la venganza, los excesos y la brutalidad resultaban una constante. Dentro de esa tonalidad, “Django sin cadenas” innova al ser un western, género en el que hasta ahora Tarantino no había incursionado. Hay en este caso una importante concentración de actores y personajes de raza negra, lo que además se entiende al tener lugar la acción mayoritariamente en estados del sur de los Estados Unidos (Texas, Mississippi) y dos años antes de la famosa Guerra Civil norteamericana. Además, el personaje central compuesto por Jaime Foxx, que da título al film, es al inicio un esclavo lo que refuerza la afirmación anterior. Su temprano encuentro y liberación por parte de un falso dentista europeo que lleva el germánico nombre de Dr Schultz (el ganador del Oscar y nuevamente nominado Christoph Waltz) le da un tono inusual y casi farsesco a este último y singular personaje. Lo que pronto sabrá el espectador es que Schultz es en realidad un cazador de recompensas (“bounty hunter”) y que formará una peculiar sociedad con su liberado compañero. Y también comprobará que a este último lo moviliza el deseo de venganza y más aún el de recuperar a su joven esposa Broomhilda (Kerry Washington) de raza negra pero criada en hogar alemán, idioma que ella domina. Obviamente esa coincidencia lingüística hará más fácil la búsqueda de la joven y su comunicación con el dúo central, una vez concretado el encuentro. Y aquí empezará a tallar un nuevo protagonista, Calvin Candie, a quien Leonardo DiCaprio dará precisa carnadura en el último tercio del film, sin duda el más violento, donde para muchos el nombre de Sam Peckinpah (“La pandilla salvaje”) podrá ser una referencia. Esa parte tendrá además a otro importante jugador en escena. Nos referimos a Stephen (Samuel L. Jackson, habitual actor de Tarantino), componiendo a un lacayo negro, que es vergüenza para los de su raza (y que seguramente explica la furia con que Spike Lee viene fustigando, se estima en forma equivocada, al director de esta película). La extensa duración, de casi tres horas, permite que la acción se traslade a distintos lugares siempre en busca de posibles recompensas, o premios como le aclara Schultz sobre el significado de la palabra “bounty”, a un Django que nunca la había escuchado previamente. Uno de esos sitios ocupará parte importante del metraje y producirá el encuentro con “Big Daddy”, un rico terrateniente a quien da vida Don Johnson, uno de los tantos actores “recuperados” por el cinéfilo director. Más adelante será el turno de Franco Nero, a cuyo itálico personaje el ahora más confiado Django le explicará que en su nombre la “D” no se pronuncia, afirmación que simbólicamente marcará como el ex esclavo va ganando confianza y seguridad. Durante ese episodio habrá una situación algo cómica, aunque no totalmente lograda en opinión de este cronista, pero que hará reír a más de uno relacionada con unas máscaras (tipo Ku Kux Klan) donde los agujeros para los ojos no están bien ubicados. Y que terminará con profusión de explosiones e incendios espectaculares, que pueden explicar una de las cinco nominaciones (mejor fotografía) que tiene la película. Hay como se decía verdaderos homenajes a varios actores, muchos en cortas apariciones y a veces difíciles de reconocer al portar en su mayoría barba y entre los nombres famosos basta citar a Bruce Dern, Russ Tamblyn (el de “Amor sin barreras”) y su hija Amber, Robert Carradine, James Russo, Don Stroud. Y también la mención del nombre de un personaje, Leonide Moguy, a quien algún viejo cinéfilo le resultará familiar. (Nota: se trata del homónimo de un director nacido en Rusia y que luego emigró primero a Francia y durante la Segunda Guerra Mundial a Estados Unidos, con un total de quince largometrajes en su haber). “Django sin cadenas” es una notable película que en ningún momento decae en interés. Tiene estupendas actuaciones y numerosos aciertos técnicos. La banda sonora tiene obras compuestas por el argentino Luis Bacalov, James Brown y varias de Ennio Morricone, artista predilecto de los “spaghetti westerns”. Hubiese merecido nominaciones a mejor vestuario y diseño de producción ya que logra perfectamente recrear el año 1858 en que la acción tiene lugar. Hay escenas muy fuertes pero no gratuitas pese a lo cual el humor está a menudo presente. Puede que se lleve algún Oscar y ya ganó dos Globos de Oro (mejor guión y actor de reparto -.Christoph Waltz) pero por encima de todo es una propuesta de un gran realizador que, desde su surgimiento hace 20 años, prácticamente nunca defrauda.
En el fondo, una historia de amor. Django Sin Cadenas (Django Unchained, 2012) armó bastante revuelo. No solo por la sobreutilización de la palabra "Nigger" (coherente, si vamos al caso, por los tiempos en los que está ubicada la película, apenas dos años antes de la Guerra Civil estadounidense) sino porque, para muchos, Quentin Tarantino cayó en un ciclo de auto-plagio que aburre. Si quieren leer una opinión distinta a esta (que será mayormente positiva), pueden darse una vuelta por la nota que Alf Noriega escribió para nuestro sitio. A tren de ser sinceros, Tarantino vivió del plagio, y nunca tuvo problemas de contarlo. Desde Perros de la Calle (Reservoir Dogs, 1992), que es prácticamente clonada a la hongkongesa Lung fu fong wan (también conocida como City On Fire, de 1987), pasando por la saga Kill Bill (2003-2004), que es un permanente copy-paste de clásicos de las artes marciales hasta Bastardos Sin Gloria (Inglorious Basterds, 2009) que si bien no es una remake, tomó el nombre de otra película (originalmente llamada Quel maledetto treno blindato, de 1978) y las temáticas son inquietantemente parecidas. Con esto quiero decir que el hecho de la repetición nunca fue un problema al ver una película de Tarantino. Tal vez, lo que ahora moleste, es que de alguna forma el director tomó una forma narrativa que ya utilizó, más específicamente en Kill Bill. Es decir. Todo comienza cuando el Dr. King Schultz (un enorme Christoph Waltz) encuentra a Django (Jamie Foxx), un esclavo, mientras era trasladado junto a otras víctimas de la trata. Django conoce a los hermanos Brittle, y Schultz necesita encontrarlos para cumplir su misión: aniquilarlos. Es que, si, el Dr. Schultz solía ser dentista, pero ahora tiene un pasar financiero bastante superior trabajando como cazarecompensas. Así, Schultz "compra" a Django (en una escena que no tiene desperdicio) y no solo lo utiliza para reconocer a los Brittle, sino que también comienza a entrenarlo en los oficios del cazarecompensas y hasta se hace amigo de él, algo impensado entre un negro y un alemán en 1858. Pero Django tiene otra misión. Se trata de Broomhilda Von Shaft (Kerry Washington), su esposa, que está atrapada en terrible Candyland, la plantación de algodón de Calvin Candle (Leonardo DiCaprio, en la actuación de su vida). Él moverá cielo y tierra para encontrarla y recuperarla, e inesperadamente, Schultz se ofrecerá a ayudarlo. Así, la película se divide en dos arcos. El primero, con la caza de las presas de Schultz y el entrenamiento de Django, y el segundo, desde el preciso instante en que conocen a Calvin Candle. Si bien el cambio de climas es brusco, es entendible: toda la película es brusca. No tiene fitro ni busca ser políticamente correcta. La humillación de los esclavos, la violencia y hasta la sátira política (presten muchísima atención a la gran escena que protagonizan Don Johnson y Jonah Hill, encabezando a un grupo de primitivos Ku Klux Klan) tienen su lugar, y Tarantino no se anda con sutilezas. ¿Es Django Sin Cadenas superior a, por ejemplo, Bastardos Sin Gloria? No, objetivamente. Pero esta película tiene su fin, que no solo es rendirle homenaje a los Spaghetti Western (desde el nombre, recordemos que Django es un personaje clásico de Franco Nero, que también tiene su cameo en la película) sino también contar la historia del -probablemente- primer esclavo liberto, sino también de lo que busca desde su libertad, que no es el placer ni el simple hecho de no tener amos. Es buscar a su amada y arriesgar su vida en el intento, como en la leyenda de Brunilda y Sigfrido de la ópera Sigfrido, la tercera parte de Los Anillos del Nibelungo, del (oh casualidad) siempre cuestionado Richard Wagner. @JuanCampos85
En busca de la libertad En Django sin cadenas (Django Unchained, 2012) Quentin Tarantino rompe un poco el esquema que estamosacostumbrados a ver en su filmografía y realiza un homenaje a aquellas películas que le dejaron una marca y lo definen como un realizador distinto a cualquier otro. Dos años antes de la Guerra Civil, el Dr. King Schultz (Christoph Waltz) es un cazador de recompensas que compra a Django (Jamie Foxx) a un par de traficantes de esclavos para que lo ayude a atrapar vivos o muertos a los hermanos Brittles. Shultz le promete la libertad a cambio, pero terminará ofreciéndole su ayuda cuando Django le cuente que quiere recuperar a su esposa Broomhilda (Kerry Washington), vendida en el mercado de esclavos. El rastro los llevará a Candyland, una plantación perteneciente a Calvin Candie (Leonardo DiCaprio). No es ninguna novedad afirmar que Tarantino no inventó nada. El mismo ha afirmado una y otra vez que sus películas tienen influencias de historias que ya se han contado. La originalidad radica en la forma en que dirige a los actores y en los diálogos que él mismo escribe. En Django sin cadenas se aleja un poco de sus trabajos anteriores y se reinventa al ofrecer un relato que incluye racismo, amor y venganza. Los saltos temporales son limitados y se traducen en flashbacks que se circunscriben a mostrar la crueldad a la que estaban sometidos Django y su esposa en las plantaciones, un intento de fuga y el momento en el que los separan. Y, si bien esos flashbacks están muy bien desarrollados, su ausencia no dificultaría la comprensión de la trama y acortaría un poco el tiempo de metraje. Éste es el talón de Aquiles de la cinta. La película está dividida en dos partes bien definidas: la primera es la cooperación entre Shultz y Django como caza recompensas, donde hay espacio para la acción pero también para el humor; y luego la búsqueda de Broomhilda y su llegada a Candyland, donde la acción roza lo gore y Tarantino saca a relucir su habilidad como escritor. Mientras que la primera parte es dinámica y transcurre naturalmente, la segunda aminora el ritmo y vuelve a retomarlo hacia el final de la cinta. Asimismo, el dúo protagónico es perfecto. Por un lado Christoph Waltz, en un registro totalmente opuesto al de Bastardos sin Gloria (Inglorious Bastards, 2009), ofrece un personaje complejo y adelantado para su tiempo, un extranjero que no comprende elfin que tiene la esclavitud pero que terminará deentenderla en el viaje que emprende junto a Django. Jamie Foxx logra transmitir la desesperación y la violencia contenida luego de años de explotación por parte de los blancos. Aprenderá todo de Schultz pero también le enseñará a éste los horrores a los que los negros eran sometidos en una época en la que sus vidas valían menos que la de un caballo. El otro dúo actoral está compuesto por Leonardo DiCaprio y Samuel L. Jackson. Uno como el dueño de la plantación donde se encuentra la esposa de Django y el otro como su fiel asistente. La actuación de estos últimos es más exagerada y desaforada, casi como una caricatura. En síntesis, Django sin cadenas es una gran película de Tarantino que tiene como destino convertirse en un film de culto. El director supo combinar buenas interpretaciones, dosis de humor, violencia extrema y una banda de sonido que resalta cada momento a la perfección. Cuenta con el tema compuesto por Luis Bacalov para Django, la película de Sergio Corbucci de 1966 y una canción escrita especialmente por Ennio Morricone, imprescindible en cualquier Spaghetti Western. En cuanto a lo visual es lo mejor de su carrera y demuestra que se puede cambiar y ofrecer una historia que se ha contado hasta el cansancio pero imprimirle un sello propio que la haga distinta a las demás. Eso, es cine de autor.
ESCLAVO DE SU PROPIO EGO Enredado en su propio laberinto narcisista, Tarantino ofrece aquí un mediocre pastiche de casi tres horas. El director dice haber traído algo nuevo, pero nunca se lo había visto tan viejo como aquí. Tarantino siempre ha provocado algo con su cine, nunca ha resultado indiferente. Desde sus films más logrados a los más fallidos, QT despierta pasiones y fanatismos y, en consecuencia, también despierta odios. Por su banalidad vistosa es el ídolo ideal para cualquier acercamiento superficial al cine. Hace más daño que otra cosa con su vale todo y su arbitrariedad absoluta. Es su universo, es su estilo, es su planeta lleno de plagios y relecturas postmodernas. Ha logrado, qué duda cabe, conectar con los tiempos que corren. Y ha conseguido, hay que admitirlo, construir varias escenas memorables. Se podría decir que logra momentos, pero jamás le ha dado coherencia a un film completo. Tarde o temprano su egocentrismo, el enamoramiento con sus propias ideas se manifiesta en muchos casos y le termina jugando en contra. En Django sin cadenas todos los defectos de Tarantino se hacen presentes y sus virtudes prácticamente no asoman. Dos o tres momentos de tensión bien logrados es todo lo que se puede rescatar de esta casi tres aburridas de película. Entre los actores, solo Christoph Waltz logra simpatía mecánica y demuestra oficio. Los demás están entre mal y peor, siempre con esa sobreactuación molesta propia del realizador. Pero discutir el estilo tal vez no sea lo más productivo en este caso, mejor es ir a explicar cómo esta vez, aun con sus propias reglas, Quentin Tarantino falla alevosamente. Aunque no voy a contar detalles de la trama, es posible que algunos lectores consideren que estoy dando información clave sobre giros de la estructura dramática, así que si no han visto la película pueden dejar de leer ahora. Cuando la trama ya se ha sido extendida por demás, cuando ya se ha hecho algo largo todo, hay un momento que termina por destruir la película. En ese momento el personaje que interpreta Waltz, el Dr. King Schulz (de paso se amiga con los alemanes Tarantino), toma una decisión terrible. Es una decisión arrebatada, forzada por la trama, en contradicción con todo lo que el personaje es. Y produce, además, un baño de sangre enorme, además de poner en riesgo todo aquello por lo cual habían trabajado minuciosamente hasta ese momento. ¿Por qué ocurre algo tan forzado y estúpido? Porque Tarantino tampoco lo pudo evitar, porque enamorado de su propio cine, engolosinado de su estética, decide torcer la trama y alargar inútilmente una película que hasta ese momento ya resultaba agotadora. Para peor, la escena que sigue es un baño de sangre tan mal realizado, tan extendido y tan feo estéticamente que hubiera sido mucho mejor que lo evitaran, no solo en el guión, sino por la caída en picada de película toda. El artífice de los films de Tarantino es él, no hay duda, pero hasta su film anterior había trabajado con Sally Menke, una montajista que lo había acompañado en toda su obra. En el documental The Cutting Edge, Menke y Tarantino cuentan como una escena torpe y demasiado extensa se había transformado en una escena brillante gracias al trabajo de Menke. Lamentablemente, ella falleció y su ausencia se percibe en la falta de ritmo de toda la historia. El montaje no hace milagros, pero sin duda puede ayudar. El montaje que le habría venido muy bien a Django sin cadenas para ser no sólo más corta en su metraje, sino para tener más fuerza y sentido.
Que bueno hubiese sido que a Django la cortaran al medio como a Kill Bill. O mejor hubiese sido que a Tarantino le digan que ya se está copiando mucho a el mismo, y se está encerrando en las mismas cosas, por lo que no brinda sorpresas y que sus películas son tan predecibles como las que hace Shyamalan. Si, lo confieso, Django me saturó hacia el final. Me parecieron buenos los diálogos similares a los de "cuarto de libra" o la de la cabaña al comienzo de Bastardos. Disfruté mucho las apariciones de los grandes actores, pero la verdad no entiendo como esta película está nominada. Creo que Django es a la carrera de Tarantino, lo que La hija de la lágrima lo fue a la de Charly Garcia. Aflojá Quentin... La historia podría ser buena en un corto de 16 minutos, pero acá está estirada y estirada. Tiene algunas escenas de acción muy buenas y que van a entretener, pero del resto ya lo vimos varias veces. Se que los fans la van a pasar bien. Pero yo creo que terminará siendo como Woody Allen, de vez en cuando una peli brillante, pero el resto no. Yo creo que esta es de las del montón. Ni fu ni fa.
Es notable como cambiaron los tiempos. En 1972 La leyenda del Negro Charlie, memorable blaxploitation western con el maestro Fred Williamson, resultó una de las grandes sorpresas taquilleras de ese año. El público, especialmente gran parte de la comunidad negra norteamericana, amó la película, que fue aniquilada por la prensa debido a la violencia y el lenguaje vulgar. Esos mismos críticos, como es el caso de Rogert Ebert, son los que hoy alaban este nuevo refrito mediocre de Quentin Tarantino. ¿Django sin cadenas es acaso una obra más profunda y relevante que la trilogía del negro Charlie? Ni a palos, pero como la dirige Tarantino parece que es material de Oscar. Que esta producción esté nominada en la categoría de Mejor Película y Mejor Guión Original (especialmente) es una falta de respeto al género western y habla de la decadencia absoluta en la que se encuentra este premio y la carrera del director. Django sin cadenas es un ejemplo de masturbación cinematográfica en la que un realizador que fue consumido por su propio ego nos tortura nuevamente durante casi tres horas con sus estúpidos diálogos intrascendentes, que intentan emular una vez más el arte de Elmore Leonard. El film es un híbrido entre los spaghetti westerns y los blaxploitation westerns de los años ´70. La película comienza recreando los créditos iniciales de Django, el clásico de Sergio Corbucci que contribuyó a reinventar las historias de cowboys en 1966. Ahí se termina la referencia al legendario pistolero que en su época de gloria inspiró cerca de 100 secuelas clandestinas, entre en las que se destacaron Django, el bastardo, con Anthony Steffen y Viva Django con Terence Hill. Por cierto, mejores representantes de los spaguetti westerns que este bodrio de Tarantino. El primer cuarto de la película dentro de todo es bastante decente. El film evoca la misma estética de fotografía que solían usar los realizadores italianos y la banda de sonido recopila ese tipo de canciones que uno podía escuchar en una historia de cowboys de Lucio Fulci, como Los cuatro del Apocalipsis. Hacia la mitad de la trama, a partir del momento en que se despide Franco Nero en un simpático cameo, la película derrapa por completo y se convierte en un tedio absoluto. El gran problema de este estreno es que carece por completo de un argumento y en el cine uno tiene la sensación de estar frente a un trailer extendido. Django sin cadena refleja una enorme inmadurez de Tarantino que no puede construir un cuento sólido sin copiar de manera burda lo que otros artistas hicieron 40 años atrás. Se mete con el tema de la esclavitud pero lo trabaja como si el guión hubiera sido escrito por Homero Simpson, sin saber que hacer con esta cuestión. Lo peor es el patético enfoque que le dio a las secuencias de acción. Los tiroteos ultra sangrientos sin sentido parecen una parodia a La pandilla salvaje, de Sam Peckinpah y Cabalgata infernal, de Walter Hill, con la particularidad que no son graciosos de ver y arruinan la tensión que podrían haber tenido esos enfrentamientos. Dejemos de lado que algunos de esos momentos fueron musicalizados con temas de hiphop y que ya había filmado una historia de venganza en Kill Bill. El problema de Django sin cadenas es que satura por su alto grado de estupidez y recursos trillados que ya terminaron por cansar en la obra de este sujeto. Tarantino no sorprende más. Sí, filma lindo. Sabe elegir actores y tiene buen gusto para la fotografía, pero sus cuentos son siempre lo mismo. Si sos fanático de Tarantino y esto te parece una maravilla está bien, pero no me la vendan como un tributo del spaghetti western porque es impresentable. Compará este film con las historias de pistoleros de Fred Williamson más oscuras y verdaderamente irreverentes como El alma del Negro Charlie (1972) y Boss Nigger (1975) y esta producción realmente no existe. No hablemos ya de clásicos irrepetibles como El gran silencio, de Sergio Corbucci, con Klaus Kinski que tenía más meritos para competir por el Oscar y la Academia de Hollywood la ignoró por completo. Los laureles y elogios desmesurados de este estreno se los dejo a los militantes de La Cámpora Tarantinesca de la prensa, que hasta el estreno de Kill Bill, creían que Sonny Chiba era un modelo de televisor plasma. Como fan de los spaghetti western esto me pareció cualquier cosa y no me terminó de convencer. Django resultó demasiado grande para Tarantino.
El director de Pulp Fiction (1994) y Kill Bill (2003/04) tiene la particularidad de que no importa qué tipo de película haga porque tanto la prensa, como la industria e incluso el público sabe que se sentará en la sala de cine a ver “una película de Tarantino”. Bajo esa ley el realizador se permite torcer todas las reglas impuestas de los diferentes géneros cinematográficos y adaptarlos a su antojo poniéndole “elementos tarantinescos”. Django sin cadenas no es su mejor obra pero es una muy buena película donde no faltan ninguna de las características que el director nos tiene acostumbrados: violencia extrema, baños de sangre, largos diálogos y monólogos y un sinfín de absurdos justificados dentro del universo creado para relatar la historia. Tranquilamente podríamos afirmar que Django habita el mismo mundo (en el pasado claro) que los protagonistas de Bastardos sin gloria (2009) no solo por el festín de violencia sino por la manera en la cual el realizador eligió narrar la historia. La dupla que forman Jamie Foxx y Christoph Waltz es formidable y el ir descubriendo a estos personajes a través de sus conversaciones y las masacres que cometen como caza recompensas es el mayor atractivo del film. Se nota que hay una larga fila de actores que quieren trabajar con Tarantino y tanto los nuevos como los viejos colaboradores dan vida a las locuras del director componiendo sujetos alucinantes porque logran amalgamar lo caricaturesco con lo solemne. Así es como Samuel L. Jackson y Leonardo DiCaprio eclipsan la pantalla con su presencia, y en menor medida, pero no por ello menos asombrosa, Don Johnson y el mismísimo Franco Nero aportan su carisma. La escena donde el Django original (que interpretó Nero en la película homónima de 1966) es un claro ejemplo del fanatismo de Tarantino hacia el spaguetti-western. Aquel que consumió sin cesar cuando atendía un video club y que ahora agiorna a su estilo. La banda sonora merece una mención aparte y es una lástima que pueda disfrutarse al máximo únicamente por los que entienden inglés porque no está subtitulada (sería bastante complicado hacerlo). Dentro de todas estas maravillas, Django sin cadenas tiene un problema y este es todo el bullicio que causó en la época de nominaciones y entrega de premios, porque si bien es muy buena película es cuestionable su nominación al Oscar. No solo porque no es lo mejor que ha hecho el director sino porque da la sensación que fue ternada para diversificar un poco entre los géneros de los otros films contendientes. Dicho esto solo queda seguir elogiando la manera en la cual la violencia extrema, el humor negro, lo absurdo e irreverente y un guión sin desperdicios se conjugan para darle vida a una película que solamente no le gustará a los que ya están un poco cansados de Tarantino y lo encuentran repetitivo. El resto de los mortales, sin llegar a ser miembros de la Academia, encontrarán en la historia de venganza de Django una verdadera joya para delirar en el cine.
Y Tarantino lo hizo de nuevo. Con su particular estilo cinematográfico, el realizador de "Perros de la Calle", "Tiempos violentos", "Kill Bill Vol. 1 y 2" y "Bastardos Sin Gloria" nos fascina, una vez más, con una obra típica "tarantinezca" influenciada por el spaghetti western, género que lo ha inspirado durante su carrera como director. Pero a diferencia de aquellas obras predecesoras a las que sólo les añadía elementos característicos, la violencia y la técnica visual de Sergio Leone, aquí lo explota al 100 por ciento. Aunque poco tiene que ver con la original, "Django sin Cadenas" es su primer película del Oeste, pero mantiene la estética creada por el italiano Sergio Corbucci, quién dirigió la "Django" de 1966 que protagonizó Franco Nero, el cual tiene una pequeña participación en este film. La historia, cuyo telón de fondo es el tema de la esclavitud, se desarrolla en 1858, dos años antes de la Guerra Civil estadounidense y en algún lugar de Texas, donde un dentista alemán devenido en cazador de recompensas, el Dr. King Schultz (un impecable trabajo del austríaco Christoph Waltz) compra a Django (Jamie Foxx), un esclavo para que lo ayude a identificar a los hermanos Brittle con la promesa de liberarlo después de capturarlos vivos o muertos. Pero tras lograr cazarlos, ambos siguen juntos en la tarea de capturar a los más buscados del Sur. Pero la principal razón es porque Shultz se siente responsable por el propio esclavo que liberó, por lo que le ofrece ayuda a Django cuando éste le menciona que tiene una esposa, Broomhilda (Kerry Washington), a la que tiene que encontrar y rescatar, ya que tiempo atrás fue vendida por un traficante de esclavos. Su búsqueda los dirije a "Candyland", una plantación de algodón que pertenece a Calvin Candie (un Leonardo DiCaprio cada vez más y más consolidado como actor). Explorando los campos bajo falsas intenciones, el dúo de pistoleros levantan las sospechas de Stephen (Samuel L. Jackson), el esclavo/asistente de confianza del hogar de Candie. La estructura de la película por supuesto que es similar a los trabajos previos de Tarantino (quien se da el gusto de ejercer como actor cerca del segmento final del film) pero a la vez se diferencia. Hay flashbacks (cuando Django se recuerda a él y a su esposa siendo sometidos por los blancos) pero no tantos. Hay humor, violencia extrema, diálogos inteligentes y filosos. Y obviamente hay sangre, mucha sangre que brota exageradamente y que es el elemento principal en todas sus películas. En cuanto a lo estrictamente técnico, los close-up shots que abruptamente cierran el plano hacia los ojos de los personajes, están a la orden del día. Y la banda de sonido, como es habitual en los proyectos de Quentin, es otro personaje más. Las canciones originales, algunas compuestas especialmente para el film (las del argentino Luis Bacalov y del italiano Ennio Morricone nunca están ausentes), sumadas a una bonita fotografía típica de western, hacen de ésta una verdadera obra maestra. Quien gusta de esta fórmula, va a disfrutar muchísimo de "Django sin Cadenas", excelente producción que ha sido cuestionada por el alto nivel de racismo y por la gran cantidad de menciones a la palabra "negro". A pesar de ello, se alzó con un Globo de Oro como mejor guión original y está nominada a cinco premios Oscar, incluyendo mejor película y mejor actor de reparto por la labor de Christoph Waltz, quien -recordemos- ya tiene una estatuilla en haber en el mismo rubro por su trabajo previo en "Bastardos Sin Gloria".
Tiempo de revancha Algunos le critican a Quentin Tarantino haber elegido un spaghetti western para abordar la esclavitud en los Estados Unidos. Es al revés: Tarantino eligió la esclavitud -como hecho contrafáctico, no como objeto de revisionismo- para abordar un spaghetti western, lo que siempre quiso hacer y, de alguna forma, siempre hizo. Claro que la venganza, motor de este subgénero, toma en Django sin cadenas una dimensión histórica, como la que tomaba la revancha contra el nazismo en Bastardos sin gloria. Pero Tarantino no pretende ser didáctico ni arrojar luz sobre temas “importantes”, sino transmitirnos su goce primario, visceral, por el cine de acción. No sólo a modo de homenaje, que suena a remedo, sino ejerciendo su desmesurado talento narrativo, en diálogo con viejos filmes, sin resultar nostálgico. En Django...consolida su modo de hacer cine clase B de calidad clase A: con puestas en escena desbordantes de ideas; diálogos ingeniosos y digresivos; imaginación desenfrenada, torrencial; ultraviolencia y humor; gran manejo del tempo del relato, y cierto grado de locura. Con recursos formales retro, nos cuenta -en casi en tres horas, más lineal que en otras películas- el derrotero conjunto del Dr. Schultz (brillante Christoph Waltz) y del esclavo Django (Jamie Foxx). Schulz es un dentista alemán que, en Texas, a mediados del siglo XIX, antes de la guerra civil, hace fortuna como cazarrecompensas. En la secuencia inicial libera a Django, cuya mujer está cautiva en una plantación algodonera del Mississippi, para que lo ayude a encontrar a unos convictos. Esta primera parte, una suerte de buddy movie , los muestra matando forajidos. Waltz, que descree de supremacías raciales, es solidario con Django, aunque despiadado a la hora de lograr sus objetivos. Django, héroe negro al que todos miran con asombro y odio montado en su caballo, ejerce su venganza violenta, matizada por algunas duda morales. En la segunda parte, otros dos personajes funcionarán como sus enemigos/espejos deformantes: el cruel terrateniente Calvin Candie (Leonardo Di Caprio), “amo” de la mujer de Django, y Stephen (Samuel L. Jackson), su ladero negro, que combina genuflexión, síndrome de Estocolmo y fanatismo de converso. Muchos famosos aparecen en papeles secundarios o cameos de tributo. Los más ostensibles son Franco Nero, protagonista de la Django original (1966), de Sergio Corbucci, y Don Johnson. La poderosa y ecléctica banda de sonido, usada de un modo deliberadamente artificial, va de Ennio Morricone al tema Django, de Luis Bacalov. La ironía de Schultz confronta con el cinismo de Candie. La parca valentía de Django, con el locuaz servilismo de Stephen: el primero profesa una lealtad libertaria hacia Waltz; el otro, una lealtad de esclavo (que además es esclavista) hacia Candie. En un ámbito atroz, se repite la expresión nigger, tan ofensiva como “negro de mierda”. Pero la posición de Tarantino -detrás de sus excesos, más correcta de lo que se supone- se cuela, sutil, en una par de frases. Cuando Django dice que Waltz no tolera una escena terrible porque “está menos acostumbrado que yo a los norteamericanos”. Y cuando Waltz le pregunta a un desconcertado Candie, que se jacta de ser francófilo, y bautizó D’Artagnan a un esclavo, si le suena Alejandro Dumas. Dos pinceladas para retratar una poderosa idiosincrasia.
Quentin Tarantino irrumpió con el uno-dos de Perros de la calle (1992) y Pulp Fiction (1994). Ésta consiguió la Palma de Oro en Cannes y, sobre todo, ser una de las películas-emblema de la última década del siglo XX, uno de esos films recicladores y creadores de íconos. Ése fue siempre el arte de Tarantino: el reciclaje de la historia del cine -la que le interesa, voracidad mediante, voracidad cambiante- a la vez que crea íconos instantáneos. ¿Instantáneos es igual a efímeros? No en este caso: las películas de Tarantino han sobrevivido a las revisiones, a las nuevas películas de Tarantino, a los mayormente penosos imitadores de Tarantino y hasta al propio Tarantino, un personaje difícil.Tarantino es uno de los pocos directores actuales que superan en popularidad a sus propios actores, por más famosos que sean: las películas de Tarantino son, masivamente, de Tarantino. Django sin cadenas no es la excepción: es una película de Tarantino, reconocible, que se puede ligar a la anterior y magistral Bastardos sin gloria y no solamente por la presencia de Christoph Waltz. En Django sin cadenas también se reescribe la historia, aquí ubicada un par de años antes de la Guerra Civil estadounidense en el sur esclavista. Tarantino construye secuencia tras secuencia con esa devoción por seducir, sorprender e impactar que se espera de él: encuadres cada vez más perfectos (el uso del paisaje es el mejor en todo su cine), musicalización energética, diálogos sofisticados, estallidos de violencia, actores que transmiten algo así como la felicidad de estar actuando para y con uno de los cineastas que definen al cine contemporáneo. La historia de Django sin cadenas está centrada en Django, un esclavo al que vemos al inicio en un paisaje de spaghetti western , uno de los condimentos de esta operación de reciclaje de Tarantino: es un esclavo entre varios, en una fila con grilletes contra un paisaje árido, completado con música y tipografía que nos llevan a otras décadas, a otros estilos, pero, como pasa siempre en Tarantino, esta opción estilística no es lineal ni absoluta. Tarantino adora los disfraces, pero no para permanecer oculto tras ellos. Tarantino se disfraza y cambia de disfraz para poder operar desde diversos ángulos, para apropiarse de esta historia de liberación de un esclavo por parte de un alemán cazarrecompensas en Texas, y también de compañerismo y una misión de rescate luego en Mississippi. Un poco de spaghetti western , un poco de blacksploitation , de cine político, de comedia (notable secuencia-chiste sobre el Ku Klux Klan en su prehistoria), de cine de súper acción. Movimiento y quietud La estructura narrativa de Django sin cadenas es episódica. La aglutina el protagonista -tremenda eficacia tensa de Jamie Foxx-, pero las peripecias son notoriamente disímiles en tensión y en duración: la película tiene mayor velocidad en su primera mitad y menor desde que aparece Leonardo DiCaprio. Luego de una extensa y magistral entrada en la plantación, que marca la desaceleración del movimiento, la película se detiene en el espacio. Esas dos mitades, la del movimiento y la más quieta (es notable la diferencia en kilómetros recorridos por los protagonistas), incluyen violencia en diversos grados (altos) de bestialidad e intensidad. Django sin cadenas es una película salvajemente violenta, también es una película de gran capacidad de inventiva, una de esas en la que todo puede destruirse: con dinamita, con tiros que impactan una y otra vez en heridos, con paredes manchadas de sangre y con violencias mayores sin necesidad de armas. Django sin cadenas es una de esas películas que hacen estallar las expectativas, incluso las que se tienen con un autor como Tarantino y sus diálogos filosos y eternos (marca registrada) como constructores de tensión y resueltos con velocidades inesperadas (largos tiroteos, secas ejecuciones, hasta cuestiones legales). Tarantino se nutre una vez más de la historia -del cine y del mundo- para entregar cine de extraordinario impacto y a la vez perdurable.
Reescribiendo la Historia Django sin cadenas es un film desparejo, irreverente en su estilo y biempensante en su filosofía, una película donde conviven la inteligencia a la hora de poner en choque anacronismos y estereotipos y ciertos excesos argumentales. El octavo film de Quentin Tarantino es, como muchas de sus otras películas, una historia de venganza. Django sin cadenas también es, en alguna de sus capas más superficiales, un homenaje (o parodia admirada, o pastiche, dependiendo del punto de vista) del spaguetti-western, el hijo bastardo del género cinematográfico americano por excelencia. Asimismo, los avatares que sufre su protagonista terminan transformándolo, muy conscientemente, en un anacronismo total: el “primer” héroe blaxploitation, una suerte de proto-Shaft sureño. Finalmente, y sin agotar todas las posibilidades, la historia del esclavo emancipado devenido cazarrecompensas es al esclavismo lo que Bastardos sin gloria era al nazismo: una reescritura lúdica de la historia, una fantasía de desquite y revanchismo con altas dosis de espíritu catártico, drama y humor. Pero no es ninguna novedad que las películas de Tarantino pueden ser muchas cosas al mismo tiempo, incluso si se deja de lado su costado más cinéfilo y juguetón, el de las referencias directas u oblicuas a aquel cine injustamente relegado al canon de lo aborrecible o al menos de dudoso gusto. Si Django sin cadenas es un spaguetti-western por extensión (imposible serlo por definición estricta), su universo no es tanto el de Leone como el de cualquiera de los otros Sergios (Corbucci, Sollima), que hicieron del Salvaje Oeste un lugar sucio, feo y malo en los desiertos de Almería y los sets de Cinecittà. La elección del nombre del protagonista no es casual, como no lo es tampoco que su realizador escoja el tema central de Django (1966, Corbucci) para acompañar las imágenes de la secuencia de títulos, reemplazando el icónico ataúd de Franco Nero por imágenes de esclavos llevando como carga su propio cuerpo ultrajado. Con las últimas notas de la composición de Luis Bacalov entra en escena el doctor King Schultz, un Christoph Waltz que replica en esencia esa mezcla de perspicacia, falsa bonhomía y espíritu pícaro que hizo de su Hans Landa en Bastardos... un personaje de antología. Porque si bien es cierto que Waltz era claramente el villano en aquel film, y aquí no tardará en demostrar cierto grado de nobleza y compañerismo, tanto Schultz como Landa son hombres duros en tiempos complejos, amorales que “hacen su trabajo”, sea éste detener y mandar al muere a colaboracionistas y enemigos del Estado o asesinar a sangre fría a aquellos buscados por la ley. Es el Dr. Schultz, un bounty hunter travestido de dentista nómade, quien rescata de un incierto futuro al encadenado Django (Jamie Foxx), no tanto por un deseo de igualdad entre las razas sino por la más simple de las necesidades coyunturales. Corre el año 1858 y faltan aún tres años para que la secesión americana dé origen a una sangrienta guerra fratricida. Dejando detrás el oeste y adentrándose en el sur profundo, el alemán expatriado y el descendiente de africanos (nada más alejado del núcleo anglosajón del western clásico) enfrenta su primera misión en la plantación de Big Daddy, un casi irreconocible Don Johnson. Allí Django prueba por primera vez el sabor de la venganza, en una escena de enorme poder simbólico que ubica al negro violentando física y verbalmente al blanco. Django es entonces, parafraseando una de las líneas de diálogo de la película, “The Right Nigger”. El negro que viene a patear el tablero al tiempo que intenta salvar a su amada, bautizada en una ocurrente vuelta de tuerca como Broomhilda, referencia a la saga de los Nibelungos que Tarantino utiliza como ligazón a la cultura y a ciertos valores germánicos, casi una inversión de los que encarnaban el Mal en Bastardos sin gloria. Los Estados Unidos de Django sin cadenas están tan alejados de la Historia como aquellos que D.W. Griffith describía en El nacimiento de una nación, largometraje seminal estrenado hace casi cien años. Griffith, de la mano del escritor Thomas Dixon, imaginaba un sur pisoteado y humillado por el norte vencedor, rescatado de la anarquía por el heroico Ku Klux Klan. Tarantino presenta un film elaborado a partir de arquetipos, en muchos casos parodiados hasta el grotesco. La enorme diferencia entre ambos realizadores es la supuesta veracidad de la mirada. Tarantino no quiere “filmar la historia” como su antecesor, sino imaginarla a partir del presente utilizando el filtro del cine. Un fin y nunca un medio. Es por ello que la gloriosa supremacía blanca de Griffith (reflejo de su propio pensamiento pero también de toda una época) es presentada aquí en un sketch jugado definitivamente hacia lo cómico, una escena hilarante aunque, es necesario afirmarlo, narrativamente poco pertinente. Pero no es Django ni Schultz, ni el esclavista interpretado por Leonardo DiCaprio el gran personaje de Django sin cadenas. En un film que se aleja cada vez más de la maestría narrativa de Bastardos sin gloria a medida que avanzan sus casi tres horas de metraje, la gran creación oculta de Tarantino es el Stephen de Samuel L. Jackson. En ese personaje, que habilita toda una línea narrativa a partir de inferencias, puede imaginarse otra película posible, cuya mirada está marcada por la del “negro fiel”, el afroamericano manso y servil, esa otra institución americana sancionada inconscientemente por Harriet Beecher Stowe en La cabaña del Tío Tom. Si Django viene a terminar con los Toms del mundo, a desperdigar dosis de orgullo negro como una enfermedad infecciosa, Tarantino no puede evitar hacerlo con un exceso de estilo que hace de los últimos tramos del film un derrotero más rutinario de lo deseable. A tal punto que la notoria emulación del Peckinpah de La pandilla salvaje se advierte no tanto como homenaje sino como manotazo de ahogado. Django sin cadenas es un film desparejo, de bordes afilados, irreverente en su estilo y biempensante en su filosofía; una película donde conviven la inteligencia a la hora de poner en choque anacronismos y estereotipos como reflejo de los cambios sociales y algunas subtramas (como la historia de amor entre Django y Broomhilda) que parecen esbozadas como simples excusas argumentales. Django es un Tarantino ingenioso pero sin genio, como esos tíos inteligentes, dicharacheros y chispeantes que a veces no saben detener su verborragia y se ponen algo pesados. Pero a quienes, a pesar de todo, es difícil no querer.
La esclavitud en clave de western La nueva película de Quentin Tarantino vuelve a poner al director en el eje de la polémica con fanáticos y detractores por igual. Humor y elementos de fábrica que no estorban la profunda reflexión sobre la dominación. Es un hecho que cada nueva obra de Quentin Tarantino es aprobada casi sin cuestionamientos por millones de fanáticos, también que mucha gente lo ama por alguna de sus películas pero tiene serias dudas con el resto de su filmografía y son muchos los que aborrecen su cine, lleno de citas, refundaciones y una desaforada cinefilia. Lo que es seguro es que casi ningún espectador permanece indiferente ante una nueva película del director estadounidense. Tomado apenas en serio durante muchos años, ninguneado por el prestigio, tachado de superficial, ratón de videoteca o buen entretenedor, Tarantino supo sacar provecho de las críticas y ganar popularidad a base de buen cine. Con Django sin cadenas vuelve a demostrarlo, qué duda cabe. Sin traicionarse, convencido del camino trazado desde siempre, Tarantino vuelve a una película de época, al cine de género y a hurgar en la historia para hacerla más justa. Django (Jamie Foxx) es negro, es esclavo, fue marcado a fuego en la cara cuando intentó huir de una plantación, fue torturado y separado de su esposa Broomhilda (Kerry Washington). Su suerte parece estar echada hasta que lo encuentra el doctor Schultz (Christoph Waltz), alemán de origen, dentista de profesión y cazador de recompensas por vocación. El cruce entre estos dos particulares personajes nace como unión comercial, se convierte rápidamente en una amistad asentada en el respeto mutuo y finalmente desemboca en la más estremecedora venganza contra las salvajes injusticias del salvaje y a la vez refinado sur esclavista de los Estados Unidos, representado por Calvin Candie (Leonardo DiCaprio), dueño y señor de la plantación de algodón Candie Land, que tiene a Stephen (extraordinario Samuel L. Jackson), negro y tan esclavista como su amo. Django sin cadenas entonces está asentada en el spaghetti western –incluye la breve aparición de Franco Nero, protagonista de Django, el mítico film de Sergio Corbucci–, pero en el camino que van recorriendo los protagonistas hacia el corazón del mal, la película va tomando elementos y fortaleciéndose con una indestructible historia de amor, una amistad que ignora los prejuicios y una sed de justicia que sortea cualquier período oscuro de la historia. Por supuesto, cada escena, cada fotograma tiene la impronta de Tarantino, con una puesta que incluye los famosos zoom del spaguetti, las legendarias trompetas del género, el humor sobre situaciones muy poco risibles –la escena de los integrantes del Ku Klux Klan y sus toscas capuchas es un buen ejemplo–, la inclusión de figuras semi olvidadas como Don Johnson y la violencia desatada. Una serie de elementos de fábrica que no estorban la profunda reflexión sobre la dominación, la barbarie y el racismo.
La tierra que tuvo esclavos Desaforada y sangrienta, absurda a veces, entretenida siempre, con toques de humor y megalomanías varias, "Django sin cadenas" destila intensidad narrativa. Quentin Tarantino sigue desafiando al espectador con su crítica y real visión de la América esclavista, su violencia ilimitada y la potencia de su creatividad. La historia se inicia dos años antes de la Guerra de Secesión. La esclavitud, arraigada en el mundo, comienza a ser cuestionada y abolida paulatinamente. Los estados del Sur de la Unión, la mantienen bien entrada el siglo XIX por razones fundamentalmente económicas. Con la gran oleada de inmigrantes europeos, contrarios a la esclavitud, seguramente habrá venido este alemán llamado King Schultz (Christoph Waltz), un caza recompensas de profesión, que en épocas de escasez se gana la vida como "sacamuelas" trashumante. Ante un grupo de maleantes que llevan un grupo de esclavos negros, Schultz traba relación con Django (Jamie Foxx), un moreno musculoso que acepta acompañarlo para ayudarlo en su tarea de cazador de blancos buscados por la ley. A cambio de sus servicios, el dentista también tratará de encontrar a su esposa, Groomhilda (Kerry Wasghinton), una esclava separada de él por bandidos. EL MALVADO CALVIN Las aventuras serán incontables y finalizarán con la visita a la plantación del malvado Calvin Candie, que vive en su mansión de Candulyand, en Mississippi, ayudado por un fiel servidor negro, llamado Stephen (Samuel L. Jackson). El filme de Tarantino habla del mundo de la esclavitud, del amor, la amistad y fundamentalmente se desarrolla con el motor de la venganza. Lo original de la narración está en su condición de híbrido en cuanto a géneros. Su estructura se asemeja a la de los clásicos "spaghetti western", de los "60 y "70, que fueran financiados por capitales italianos y españoles. Toma elementos del cine de terror (el personaje de Schultz y su caballo Fritz, remiten al "Joven Frankenstein", de Mel Brooks), recurre a locaciones de películas de cowboys preferidas por Tarantino, como "Río Bravo", de Howard Hawks y parodia figuras consideradas fuertes por el western tradicional como el sheriff y el alguacil. Por si lo mencionado fuera fuera poco, el director y guionista instaura la pareja masculina en la que uno ejerce la docencia y el otro la acepta y la utiliza a su modo (Schultz y Django) y también la pareja "romántica", caso Django-Broomhilda, que como buena "pareja Tarantino", se apasionan más en la ausencia que en el contacto físico. BANDA SONORA La estupenda banda de sonido no tiene prejuicios en vincular a Luis Bacalov, con Ennio Moricone, la música country, o el hip hop, con la balada más melancólica. El anacronismo es la salsa del estilo Taratino, a propósito podemos sumar la reproducción de la leyenda de Sigfrido y Brunilda, de la tradición germánica, contada casi en forma de historieta y como lo haría un adolescente pop frente a su barra de amigos. Desaforada y sangrienta, absurda a veces, entretenida siempre, con toques de humor y megalomanías varias, "Django sin cadenas" destila intensidad narrativa, dominio del lenguaje y las actuaciones de ese prodigio llamado Christoph Waltz, un notable Leonardo DiCaprio de garras impensadas en su papel de Calvin Candie y la sorpresa de Jamie Foxx (Django), con un seguro crecimiento actoral a lo largo del filme. Además de un siempre efectivo Samuel L. Jackson, como el fiel servidor Stephen. Quentin Tarantino sigue desafiando al espectador con su crítica y real visión de la América esclavista, su violencia ilimitada y la potencia de su creatividad.
Esclavitud y justicia en tempo de Western Quentin Tarantino vuelve a escribir y dirigir, y elige el género del western para tratar el tema de la esclavitud en Estados Unidos, situando la acción apenas un par de años antes de la Guerra de Secesión. Y si bien a priori la combinación puede resultar algo extraña, el personaje de Django, un esclavo liberado capaz de enfrentar a quien sea para rescatar a su esposa, la va justificando a medida que avanza el filme. Desde el momento en que el Dr Schultz (una excelente actuación de Christoph Waltz, que es el principal pilar de la historia) lo libera -literalmente rompe las cadenas a las que hace alusión el título- Django (Jamie Foxx) se convertirá en un personaje particular. Pronto aprenderá a ser un caza-recompensas junto a Schultz, y demostrará tener los reflejos y la inteligencia que nadie espera de un hombre como él. Es decir, de un "hombre de color". En contraposición, Tarantino elige retratar burlonamente al hombre blanco norteamericano de esa época (Schultz es la excepción porque es alemán). La escena de la reunión del Ku Klux Klan encabezada por Don Johnson, y todo el personaje de Di Caprio abundan en torpezas y estupidez. Son esos los momentos de comedia del filme, que combina -de manera extraña tal vez pero con un resultado que funciona-, el western clásico, algunos toques de humor, y escenas de tortura en campos de algodón como en la serie “Raíces”. Desde “La Cabaña del Tío Tom” a esta parte, mucho se ha escrito y filmado sobre la esclavitud en Estados Unidos, sin embargo lo que hace peculiar la mirada de Tarantino es la creación de esta figura de pareja de héroes que se enfrentan a punta de pistola con un sistema social opresivo. La violencia que caracteriza el cine de Tarantino tiene en esta película un amplio marco para desarrollarse y mostrarse. Desde los pistoleros del Western, a las variadas formas de castigo de los esclavistas, el derroche de sangre y crueldad también recorre un amplio margen que provoca desde rechazo a risas en el espectador, según sea a qué se aplique. En lo que respecta a las actuaciones, se destaca por sobre todo Waltz, y muchos secundarios, mientras que Foxx y Di Caprio sólo cumplen. También es muy buena la banda de sonido, liderada por un tema de Ennio Morricone, que, así como la tipografía elegida, remite invariablemente al Spaghetti Western. Por otra parte es inevitable ver en esta película, que a pesar de ser algo larga no se lo hace sentir al espectador, un discreto compendio de corrección política. Los hombres blancos no sólo son algo carentes de inteligencia, sino que necesitan a sus esclavos para que, discretamente, los “ayuden” a tomar decisiones; y también, de paso, se cuestiona la efectividad del sistema de justicia por mano propia de la época.
Un Tarantino puro, en la linea de “Bastardos sin Gloria”. El director, un verdadero experto en westerns, aquí se rinde a la eficacia del estilo “spaghetti”, en especial al realizado por Sergio Corbucci. Pero además se adentra en el tema tabú en la cultura norteamericana, la esclavitud y sus terribles excesos. El resultado es espléndido, con grandes actuaciones de Christoph Waltz, Jamie Foxx, Leonardo Di Caprio, Samuel L. Jackson. Delirante, sangrienta, irónica.
Este nuevo homenaje de Quentin Tarantino al spaguetti western, resulta un entretenido filme plagado de los tópicos particulares del cineasta, marcas de autor tan reconocibles que hacen de su cine, una obra única. Sus casi tres horas de duración pasan volando, y es que la manera dinámica de narrar, los diálogos y situaciones humorísticas combinadas con la acción más cruda, la música presencial, la sangre… los litros de hemoglobina y la estética de comic, hacen del filme un verdadero festival de súper acción. La experiencia fílmica incluyen un elenco bien conformado con Jamie Foxx, encarnado a un héroe creíble y empático y Christoph Waltz cada vez mas inmenso. Di Caprio, también se luce en uno de los papeles más desagradables que le ha tocado en su carrera y atención a los homenajes: porque Tarantino, como buen cinéfilo, nos tiene reservados varios guiños, incluido un face to face entre Django y su alter ego italiano Franco Nero. DJANGO SIN CADENAS es un clásico instantáneo.
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Dos esclavos con gloria Por segunda vez Quentin Tarantino esboza una intersección entre fantasía e historia. El relato de Django sin cadenas transcurre en 1858, tres años antes del estallido de la Guerra Civil. La esclavitud es una práctica abierta y legal; el enriquecimiento mediante la caza de delincuentes a cambio de recompensas es una empresa exitosa. Todo empieza con la compra de un esclavo: Django (J. Foxx). El nuevo propietario es un dentista alemán, el Dr. Schultz (C. Waltz), dedicado a matar bandidos en nombre de la ley para cobrar la recompensa. Su inglés puede ser mejor que el de los reos caucásicos que pueblan la nación en ciernes, pero sus buenos modales no lo distancian demasiado de los estadounidenses; sin duda es un personaje simpático, en ocasiones magnánimo, pero no menos codicioso que los cretinos que irán desfilando en el filme. Ambos, en un principio amo y esclavo, luego socios, y más tarde quizá amigos, dispararán contra varios hombres buscados, pero habrá más: Django quiere recuperar a su esposa, propiedad de Calvin Candie. Liberarla no será fácil, y Schultz lo ayudará. Las interpretaciones y los diálogos son magníficos. Foxx y DiCaprio están perfectos, pero los trabajos de Waltz y Samuel L. Jackson son memorables en su extrema teatralidad lúdica. Jackson es el mayordomo de Calvin, un negro que detesta a los negros más que a su propio amo, a quien ama infinitamente. Se trata de un toque siniestro, casi repugnante, ya anunciado por dos secuencias de una violencia extrema: varios perros despedazando a un esclavo y dos esclavos obligados a luchar a muerte ante Calvin y algunos amigos. En los dos pasajes la violencia no es gratuita, y sus modos y tiempos de exposición son precisos. Los pasajes cómicos están al principio; uno de ellos involucra un fallido ataque contra Schultz y Django por parte de una horda de blancos que anticipan la estética Ku Klux Klan. La ridiculización de la pandilla termina con un disparo en fuera de campo a su líder mientras una tenue lluvia de sangre sobre un caballo blanco es casi del orden de lo sublime. Como en sus tres filmes anteriores, el tema es la venganza, un emoción primitiva y preferencial en el imaginario de Tarantino. Por eso los 35 minutos finales constituyen un festín sangriento interminable. En la escena de los perros, mientras Schultz se horroriza, Django le dice al sádico Calvin que él está "más acostumbrado a la violencia de los americanos". El problema está en que todos nosotros también estamos acostumbrados a la violencia de Tarantino, el síntoma excepcional de una cultura cuyo fetichismo por la pólvora y fijación por las masacres resultan casi un imperativo religioso y un pasatiempo.
Tarantino más clásico que nunca Con Leonardo Di Caprio y el gran Christoph Waltz, el director de "Pulp Fiction" y "Bastardos sin gloria" volvió con todo pero a caballo, en un homenaje clásico al género del western, pero fiel al estilo que marcó a fuego al nuevo cine de Hollywood. Quentin Tarantino lo hizo de nuevo: una película con estiletazos posmodernos, basada en originales hechos por otros y a la vez transformados en obra personal, en estilo del no estilo. El director de Pulp Fiction estrena su película más clásica, con la estructura que ya le vimos en Bastardos sin gloria pero con una madurez narrativa distinta aunque tan elocuente como siempre. Foxx y DiCaprio en una escena del film Foxx y DiCaprio en una escena del film La trama gira en torno a un esclavo, Django (Jamie Foxx) que es comprado por un cazador de recompensas alemán (Christoph Waltz) para que lo lleve hasta el botín que tiene entre ceja y ceja: la captura de un par de asesinos. Según su promesa, una vez que de con ellos liberará a Django, aunque la relación que entablan ambos dispara mucho más que ese mero trámite. Django también tiene un objetivo, liberar a Boomhilda (Kerry Washington), su esposa, a quien perdió en el mercado de esclavos años atrás. El hombre que en la década del 90 pateó el tablero del mainstream a fuerza de bordear los extremos y poner en primer plano lo que suele quedar fuera de cámara, volvió a la pantalla grande con su producción de tono más clásico. No sólo porque Django Unchained es un enorme homenaje al western (quizá el género paradigmático de Hollywood, junto a la comedia musical) sino también porque se trata de una obra formalmente compuesta con ese tono, el de los clásicos sin edad. Visualmente, Tarantino continúa la línea que ha transitado siempre, vertiginosa en las secuencias de acción, con la violencia exacta y precisa que el guión ordena. El guión, amo y señor de la carrera de un realizador que ametralla de certezas al público, que sopapea a los desprevenidos con acción animal y sangre de diseño (Mr. Quentin trabaja con el mismo equipo que le "fabrica" la sangre artificial desde su primer film). La primera media hora de Django... es cine clásico en estado puro, un western que podría estar protagonizado por Clint Eastwood o el mismísimo John Wayne en sendas versiones filo progresistas. El resto, más de eso y más del Tarantino style, incluso con algunos pasajes que remiten a Perros de la calle, en la forma en que la cámara esquiva lo explícito, el gore, y elije el fuera de campo. Efecto retro en todos los sentidos, en medio de una época en la que el cine opta una y otra vez por la cámara quirúrgica, con las tripas al viento y lo explícito como norma. En ese marco, es fundamental lo de Christph Waltz, que enamoró a la cinefilia universal en el film anterior de Tarantino, Bastardos sin gloria, y que acá reafirma que es uno de los grandes nombres de la actuación estadounidense. Por su parte, Jamie Foxx hace lo suyo y Leonardo Di Caprio no se queda atrás, como un villano más que bien logrado. Una vez más, Tarantino ratifica que está al frente del cine que dio vuelta la hoja de la historia de Hollywood. A pura muerte, a todo gramo.
Tarantino, aunque sin innovar y alargando demasiado, entrega una narración decente. Quentin Tarantino es uno de esos realizadores que el espectador reconoce inmediatamente. Y me quiero detener en esa palabra, “espectador”, ya que si bien todos los cineastas que se consideran tales lo fueron y/o lo son, Tarantino llevó ese título aún más lejos y lo utilizo como su formación para convertirse en un cineasta que divide aguas; o lo odian por “copiar” películas o lo aman por sus narrativas fragmentadas y sus peculiares personajes. Del mismo modo que Bastardos sin Gloria tomo su inspiración de una película italiana de Enzo Castellari, Tarantino recurre a otro título de la vieja patria, pero uno un poco más conocido para los que tenemos edad, Django. Ese personaje traído a la vida por el director italiano Sergio Corbucci, y que desde su estreno en 1966, ha inspirado una larga serie de películas, la mayoría no canónicas, cuya iteración más conocida es la de ese primer film que tiene como protagonista a Franco Nero. En esta versión, según el universo de Quentin Tarantino, aunque el protagonista no arrastra un ataúd, y de común solo tenga el nombre, es todo el Spaghetti Western que esa película era; aunque pone a prueba nuestra paciencia en la extensión del metraje. ¿Cómo está en el papel? Es 1858, dos años antes de la Guerra Civil. King Schultz, un dentista que ejerce como caza recompensas, consigue la libertad de Django, un esclavo negro que puede identificar a tres bandidos que Schultz está buscando. Pero Django también tiene su propia agenda ya que quiere rescatar a su esposa, Broomhilda, de un tratante de esclavos. Con esto sobre la mesa, vamos al desarrollo de la película. La primera mitad de la peli esta buenísima, vemos a Django y a Schultz en pleno desarrollo de su profesión; con los tiroteos a rolete que esto implica y los diálogos cool que uno espera de una película de Tarantino; todos casi siempre saliendo de la boca de Schultz. Pero llegada la mitad de la película, donde caen en la estancia de Calvin Candie, el esclavista que tiene a la esposa del protagonista, el film cae en una prolongada meseta con diálogos que no suman y no impactan. Aunque esta prolongación tiene su excusa para aumentar la tensión que desencadena las emociones que llevan al protagonista al desenlace, creo que un recorte no hubiera estado de más. Todo esto remata en un explosivo tercer acto donde el protagonista eventualmente consuma su venganza de una manera mas que rimbombante; no se preocupe, espectador, no le estoy arruinando nada; esta peli no tiene las sorpresas del desenlace de Bastardos Sin Gloria. ¿Cómo está en la pantalla? La mejor manera de definir el estilo visual de esta película sería una combinación de la escenografía de Lo que el Viento se Llevó con la fotografía de El Bueno, el Malo y el Feo. Hay un extenso uso del zoom y muchas sobre-exposiciones en la fotografía como si la peli hubiera sido filmada en los ‘70. Cabe destacar que las escenas violentas son excesivamente gráficas, incluso para un film de Tarantino; la sangre vuela como tempera reminiscente a La Pandilla Salvaje de Peckinpah. Párrafo aparte merece la música, en la que no falta Ennio Morricone para que el homenaje al Spaghetti Western sea total. También hace presencia la partitura de Luis Bacalov para el Django original del cual se inspira Tarantino. Por el lado de las actuaciones, tenemos una sobria interpretación de Jamie Foxx, a la altura del desafío. Leonardo DiCaprio otorga, con los excesos justos y necesarios, una caricaturesca interpretación del arquetípico patriarca sureño con aires de grandeza europea sin llegar a la parodia; cosa que si hace el personaje de Don Johnson. Pero señoras y señores, no cometan errores, la gran actuación de este título es incuestionablemente la de Christoph Waltz. Él se roba la película cada vez que aparece; la caballerosidad que extiende su personaje da gusto verla y oírla; a tal punto que el espectador ve una versión “buena” de Hans Landa, el anterior personaje que el austriaco compuso para Tarantino. Pero afortunadamente, le sabe sumar una comicidad al papel que lo hace diferente pero no menos carismático. Conclusión: Aunque con varios minutos de mas y una segunda mitad medio densa, Tarantino entrega un trabajo que condice con su reputación. No es ni por lejos el mejor trabajo de su filmografía, aunque sus personajes son el mejor motivo que podría tener el espectador para pagar boleto.
La venganza negra A través de un western lleno de violencia y racismo, Tarantino construye una historia donde un esclavo negro es liberado y el infierno se desata en el sur de los Estados Unidos. Si bien presenta su lado más innovador a la hora de colocar como pistolero principal a una persona de raza negra, la película nunca encuentra su rumbo y las marcas típicas de su director no contienen la gracia ni el lugar justo en la trama. "Django sin cadenas" es casi una historia de venganza, pero en su totalidad nunca se sabe bien cual es su objetivo. La realidad demuestra que la trama se divide en tres instancias bien marcadas y aunque la venganza sobrevuele todas ellas, solo al final se materializa firmemente. Al principio, se nos presenta una road-movie de aprendizaje, donde Django y el Dr Schultz van por el sur recolectando recompensas. Aquí, aparece el racismo en su expresión más cotidiana y si bien los acontecimientos se narran con bastante agilidad, las acciones se dilatan demasiado al presentar demasiados diálogos cancheros que aportan muy poco a la historia (Ej. la reunión del Ku KluX Klan) o incluir escenas que tardan mucho en resolverse. (Ej. la discusión entre Schultz y el terrateniente blanco sobre como Django debe ser tratado). Es verdad que en esta instancia sucede el punto más significativo de toda la película cuando Django a fuerza de latigazos revierte los roles de los oprimidos a opresores, pero una vez terminada la película hay una sensación de que toda esta parte del relato pudo y debió haber sido más simple. Luego viene la reunión con el Sr. Candy y la posterior visita a Candyland donde un intenso Leonardo Dicaprio y un gruñón pero muy sabio Samuel Jackson le dan vida a uno de los momentos más intensos del cine. Es aquí donde la película captura el lado más oscuro del comportamiento humano. Hay peleas hasta la muerte, negaciones de humanos e incluso miradas evasivas ante tanto horror. La tensión y peligro que recorre toda la visita a la plantación es impresionante. En cualquier momento alguna palabra de más o un falso movimiento puede desencadenar su muerte. No es hasta el final de esta instancia donde un simple apretón de manos traiciona a toda la película y "Django sin cadenas" se queda sin argumentos para poder ser realmente valorizada. En ese apretón es donde toda la historia realiza uno de los giros más inverosímiles del cine y todo lo posterior se vuelve intolerable para el espectador. Por lo tanto, aunque dos tercios de la película hayan sido una expresión de gran cine, ya nada puede evitar caer en el enojo ante una historia que continua cuando debió haber finalizado y todavía le queda más de media hora para terminar.
Muchas cosas y no tantas en una sola película Una de las claves de nuestro trabajo es definir antes de comenzar a escribir las hipótesis básicas con la que se analiza la obra en cuestión. Lo puramente valorativo, aquello que parece importante en el trabajo crítico, es poco importante en este momento (aún cuando subyace en nuestra memoria el placer o disgusto provocado por la película). ¿Con qué arsenal de preguntas cuestionar el film? Bien, frente a Django sin cadenas hay muchos abordajes posibles y no necesariamente todos conducen a un mismo lugar. Spike Lee, gran director de raza negra estadounidense creador de un cine muy vigente, a propósito de esta película le contestó vía twitter a una espectadora: “Te equivocas. Los medios son muy poderosos. No te duermas. Despierta”, pues ella había dicho que no había tanto para discutir, pues Django sin cadenas es sólo una película. El problema al que refiere Lee es el uso de la esclavitud como un mero recurso discursivo que legitima la violencia del protagonista y nada más. Sin dudas la banalización de la historia es una de las claves constructivas del cine de Tarantino. He aquí una vía de las tantas que podríamos intentar para pensar la película. Por supuesto que podrían, a propósito de la esclavitud, la discriminación y el sentido de la historia, acercarse muchas críticas más de gran cantidad de críticos en varios lugares del mundo. Los apuntes acerca de los anacronismos, las falsedades y la mitificación del héroe no son impropios. Estas alteraciones respecto de aquello que se conoce como “verdad histórica” son recursos dramáticos frecuentes en el cine. Sin embargo esas operaciones no son inocentes ni gratuitas, implican un modo ideológico de reconstruir el pasado. Sobre eso Tarantino y los espectadores podrán o no interesarse, pero “que las hay, las hay”. Django… es una película entretenida, que apela con mucha sagacidad a las referencias cinéfilas de adultos (el western en su versión “spaghetti” es una impronta marcada en grandes grupos sociales en todo el mundo) y a las estructuras narrativas sencillas, divididas en cuadros dramáticos concretos, continuos y autosuficientes. Con ello hace una película que no sólo se sostiene narrativamente, sino que no presenta complejidad alguna para el espectador. La trama, sostenida en la estructura de película “de vaqueros”, cuenta la historia de Django, un esclavo negro comprado y liberado por el doctor Schultz, un odontólogo devenido cazador de recompensas. Si en un primer momento el facultativo pidió a Django que le ayudara a identificar a un par de capataces de explotadores a quienes debía matar, luego emprende junto con él la búsqueda y liberación de su esposa, aún esclavizada, Broomhilda. La película podría dividirse en tres momentos bien marcados, el encuentro y conocimiento de los personajes, el aprendizaje -donde Django se construye como el héroe, donde sus dones naturales son ajustados a la naturaleza del enemigo a enfrentar- y la batalla con el enemigo, a propósito de la intromisión en la hacienda del millonario Calvin Candie, para liberar a la bella Broomhilda. Esta estructura mítica también podría ser una de las interesantes vías de análisis de la obra. Y si Django sin cadenas es un western, podríamos rastrear en las fuentes del mismo para encontrar cuáles son las tipologías y los estilos en los que abreva. Claramente desde la primer secuencia, cuando encuadres, zoom y música se encuentran para develar el formato del relato (más el título y la aparición de Franco Nero) se puede reconocer el estilo crudo y duro de aquel western spaghetti de la escuela de Sergio Corbucci. No está en nuestra intención -ni en nuestro talento- hacer una exégesis del género, de modo que no intentaremos esta vía de análisis. Lo único que diremos al respecto es que nos parece posible pensar que el tradicional héroe del western se desdobla aquí en dos: el dentista Schultz asume el rol del conflicto moral y la vía romántica (pues él impulsa el “viaje del héroe” aun cuando el enamorado es Django), mientras que el liberto asume el lugar del justiciero/vengador. De este modo el sentido trágico se desdibuja y la violencia se torna en un “sin sentido” histórico. ¿Cuánto devela sobre el sentido de la violencia en el héroe romántico el desigual duelo final, que deconstruye de un modo también interesante de analizar, el tradicional enfrentamiento final entre antagonistas irreconciliables? Pero podríamos, finalmente, analizar Django sin cadenas desde la noción del espectáculo industrial moderno. Desde esta perspectiva la película es capaz de responder no sólo a las condiciones de consumo masivas, sino también demostrar cómo el manejo de recursos cinematográficos precisos y las funciones estéticas pueden articularse con tradiciones narrativas clásicas, para proponer una película entretenida, atractiva y visualmente impactante. Seguramente se completarán infinidad de bytes (como antes se utilizaban ríos de tinta) hablando de esta realización de Quentin Tarantino. Seguramente la película será vista por millones de personas desde perspectivas completamente diversas. Seguramente no pasará a la historia como una obra maestra, ni mucho menos. Pero por suerte nos permite reencontrarnos con un cine industrial que admite miradas contradictorias e hipótesis de análisis complejas, al tiempo que nos entretiene durante casi tres horas. Y eso es mucho en el contexto del cine industrial del presente.
Después de ajusticiar a los nazis en una de las más bellas ucronías paridas por el cine, Bastardos sin gloria, Quentin Tarantino opta por un relato más convencional. Django sin cadenas es la historia de un esclavo que se transforma en cazador de recompensas y que tiene, como único norte, rescatar a su esposa -también esclava- de una plantación en Mississippi. Tarantino siempre opta por núcleos narrativos simples, porque lo que le interesa está en los márgenes, en las disgreciones del relato tradicional. En esos recodos es donde hace su magia: tomar un personaje arquetípico de un género cinematográfico -en este caso el western, y no el “spaghetti-western”- y mostrar lo que tiene de humano, lo que se conecta con nosotros. En Django, un film que alterna los grandes diálogos y las situaciones irónicas con (demasiado) respeto por el género y estallidos precisos de violencia, Tarantino construye un film entretenido pero demasiado ambicioso: quiere contar demasiado, mostrar demasiado y el “mensaje” políticamente correcto (a no engañarse: siempre fue un cineasta políticamente correcto que utiliza la provocación como disfraz) salta demasiado a la vista, incluso arruinando buenas secuencias. Por momentos, el realizador parece tan enamorado de su material que elude la síntesis. Pero muchas imágenes son poderosas, y el trío Foxx-Waltz-Di Caprio funciona de manera excelente. Film menor de un director mayor.
Todo aquel que conozca aunque sea un poco sobre Quentin Tarantino sabe que tiene una debilidad por el spaghetti western. Si bien en Kill Bill Vol. 1 y 2 habíamos visto algo del género, con Django sin cadenas el director se da el gusto de realizar un western con todas las letras, por supuesto, con su estilo tan personal de siempre. Aquí Tarantino realiza un homenaje a los filmes de Sergio Corbucci con los que creció y que, de alguna manera, lo definieron como cineasta, mientras que a la vez se mete con un tema que los estadounidenses prefieren olvidar: la esclavitud en los EE.UU. del siglo XIX. Con todos estos condimentos, sumados a un espectacular elenco y la dosis habitual de gore y diálogos filosos, redondean un film soberbio y al mismo tiempo distinto a cualquier otro que se haya visto en el género. Ambientada tres años antes de la Guerra Civil, los caminos de Django (Jamie Foxx) y el excéntrico cazarrecompensas Dr. King Schultz (Christoph Waltz) se cruzarán cuando este último lo libere de unos traficantes de esclavos. El hecho de que Schultz haya elegido liberar a Django no es producto de la casualidad, ya que es uno de los pocos que conoce a los hermanos Brittle, sobre cuyas cabezas pende una recompensa para atraparlos vivos o muertos (en este caso preferentemente muertos). Una vez logrado el objetivo, Schultz le promete a Django su libertad y algo de dinero, pero al enterarse de que la esposa de Django, Broomhilda, se encuentra esclava el cazarrecompensas decide ayudarlo a recuperarla. La búsqueda llevará al dúo a las puertas de Candyland, una plantación propiedad del sádico y despreciable Calvin Candie (Leonardo DiCaprio). Generalmente en los westerns la línea trazada entre los buenos y los malos es bastante clara pero, como muchos de ustedes sabrán, la moralidad de los personajes de Tarantino no está puesta blanco sobre negro sino que tiende a preferir cierto tono de grises. Django es producto de un mundo lleno de odio que no se da cuenta de las atrocidades que comete, un mundo donde ver “un negro a caballo” es suficiente para horrorizar a todo un pueblo y detalles como ese son los que utiliza el director para dar su opinión respecto de aquel contexto histórico (la escena de Leonardo DiCaprio hablando sobre la Frenología es un gran ejemplo de ello). Tarantino también aprovecha para abordar el tema de la esclavitud visto desde afuera con el personaje del Dr. Schultz, cuyo personaje es alemán, pero no para decir simplemente “esto es malo”, sino para preguntarse “¿por qué la esclavitud se tomaba como algo natural para la época?”. En definitiva todo este subtexto se esconde detrás del humor y la violencia, pero está allí para el que pueda percibirlo. En cuanto a las interpretaciones, en un elenco de por sí brillante los que se destacan son Leonardo DiCaprio, con un personaje que representa el espíritu del sur en lo que a la esclavitud se refiere y el que se roba la película con sus diálogos es el genial Christoph Waltz (merecidísima nominación al Oscar de por medio). Otro que aporta buenos momentos, sobre todo desde la comedia, es el habitual colaborador de Tarantino, Samuel L. Jackson. Además de las grandes actuaciones, Django cuenta con la gran banda de sonido a la que nos tiene acostumbrados el director: los habituales Ennio Morricone y Luis Bacalov (imprescindibles para cualquier western) y otras canciones anacrónicas completan la impecable lista. Django sin cadenas demuestra la vigencia de un Tarantino que, si bien cuenta un relato conocido, le agrega su sello personal y lo hace único. Una puesta visual apabullante y grandes actuaciones hacen de Django un film de culto más que agregar a nuestra lista.
"Son dos historias separadas que siempre quise contar", decía Tarantino en una entrevista hace poco, "Primero, siempre quise hacer un western. Segundo, siempre quise recrear cinematográficamente el mundo previo a la Guerra Civil, el Estados Unidos esclavista. Quería generar un contexto, no sólo desplegando una obra histórica -pasó esto y después aquello- sino una narración de género, transformar lo que sucedió en una aventura excitante". Tarantino consiguió lo que decía arriba y más, con sus modos y formas de filmar, haciendo divertidas cosas históricas que para muchos no lo son y para gente del resto del mundo, quisás menos. Qué hace éste director para cautivar a tanta gente con una película de casi tres horas? Lo mismo que hizo siempre, tomar cosas que le gustaron de chico, de sus pelis favoritas, y meter un poco de cada cosa, el tan criticado robo/homenaje, del cual ya se ha discutido mucho y podremos charlar en otra oportunidad. Esto le quita mérito? En este caso puntual, no, al menos no es tan obvio y como de costumbre, nos atrae con su fuerte: los diálogos. El maneja los diálogos como pocos, las relaciones entre personajes con diálogos y temas tan certeros vuelve riquísimo el film, pueden hablar por horas y en primeros planos, que no se vuelve tedioso ni sofocante. Dos años antes de que explote la Guerra Civil Americana (1861 a 1865), King Schultz es un cazador fugitivos alemán que anda tras la pista de unos asesinos, le promete a un esclavo negro llamado Django dejarlo libre si le ayuda a atraparlos... y ahí comienza la aventura. Tenemos a Jamie Foxx interpretando al protagonista principal, Django, un esclavo que deja de serlo para volverse un ayudante de cazarecompenzas, paseandosé como si nada en su caballo, llamando la atención en ésa época por ser un negro con privilegios que cualquier blanco. Christph Waltz hace del Dr. King Schultz, en lo que es el mejor papel del film, coprotagonizando junto a Foxx, extremadamente natural y justo. Leonardo DiCaprio encarna a Calvin Candie, el villano principal, e increíblemente debe ser la primera peli en la que DiCaprio no termina haciendo de un mentiroso, pero como casi siempre, hace muy bien su trabajo. Mención especial para Samuel Jackson haciendo del jefe de sirvientes: Stephen, mostrando una vez más que hace perfectamente y absolutamente bien cualquier tipo de papel, sea el bueno, el villano, el viejo amargado, un ladrón, policía, lo que sea. Cabe mencionar que Tarantino siempre dijo "Con el apenas nos miramos, nos entendemos". El resultado final es muy interesante, nos deja una película preciosa pero malsana para el tipo de sociedad que tienen hoy en norteamérica, en donde decir "negro" es mala palabra, se relaciona automáticamente a éstas épocas de esclavismo, al racismo y es un tema extremadamente sensible. Esto hace que al menos para su país de origen, sea una peli que mete el dedo en la llaga y por ejemplo, ya hayan prohibido la comercialización de los muñecos de la misma, luego de su salida, por considerarlos racistas, volviendolós objetos raros y preciados para los coleccionistas. El tema no termina ahí, en una reciente entrevista en vivo, por TV, a Tarantino, éste le respondió "mal" a un periodista porque le preguntó por la violencia en sus films intentando llevar la nota para ése lado. Los medios de allá comenzaron a hablar, nuevamente, de la violencia "extrema" de sus películas, y de la ley de tenencia de armas en Estados Unidos. Tarantino dijo "Yo tengo una y creo que si uno quiere, debe tener una para poder defenderse". Django Unchained es una aventura con algo de acción, excelentes diálogos y despojada de cualquier vergüenza a la hora de hablar de lo que se tenga que hablar. Entretiene con creces y hasta te deja con ganas de más. Tiene las típicas puestas de cámara y gags tarantinescos son un acierto al igual que una música destacable. Los críticos de allá la tildarán de grosera, escandalosa, exagerada y hasta desagradable, pero hay que tener en claro cómo son allá de amarillistas, y cómo les gusta armar un circo de cualquier cosa. Si querés ver un lindo homenaje al spaguetti-western clásico y pasar un buen rato, andá al cine a disfrutar de Django Unchained.
Libertad se escribe con sangre Con restos de la cultura popular de hace varias décadas -el ya habitual cine clase B de sus películas-, y, específicamente en este caso, el denostado spaghetti western -producto italiano que proliferó en los 60-, curiosamente, Tarantino construye una película singular, con un humor a veces siniestro y otras paródico, pero siempre cruel. En “Django sin cadenas” el tributo, homenaje o inspiración -o como se quiera denominar a las referencias al cine del Oeste producido en Italia- es notable. Allí están Franco Nero, protagonista de “Django” (1960) y actor fetiche de aquel subgénero, y “Mandingo” (1975), revoltijo posterior a “Django” en el que se mezclan las relaciones interraciales y las peleas a muerte entre esclavos. Todo eso y más -paisajes amplios, el uso del zoom, música estentórea, tipografía ad hoc- está en “Django sin cadenas”, magníficamente interpretada por Christoph Waltz (Schultz), Leonardo DiCaprio (Candie), Jamiee Foxx y, sobre todo, Samuel Jackson (Stephen), como un ser tan despreciable como su dueño, el aborrecible Candie. Django es comprado por Schultz, un cazarecompensas, para que lo ayude a encontrar a dos asesinos. Luego, ambos continúan juntos para liberar a la esposa de Django, esclava en el campo de Candie. Con esa pequeña anécdota Tarantino es el artífice del rescate de un estilo de cine por el cual transmite su pasión y conocimiento. Y por supuesto, es violento, muy violento, como lo fueron también las dos “Kill Bill”, “Perros de la calle” o “Bastardos sin gloria”. Por un extraño procedimiento, en el que pesan el humor en medio del horror, la banda sonora, el ingenio para el reciclaje de películas y actores (Nero, Travolta y el mismo director, que aparece en un cameo), la ironía y el cinismo, Tarantino caricaturiza la violencia y la vuelve grotesca al ubicarla en un primerísimo primer plano. Y no ahorra críticas. Caen todos por igual en la picadora de carne: Stephen, el esclavo mimetizado con su dueño, y los blancos racistas, retratados como subnormales en una escena hilarante. Si hay algo por lo que se tolera el exceso de violencia de Tarantino es porque, detrás de esta anécdota, deja picando algunas ideas entre montañas de balas, brutalidad y baldazos de sangre: está del lado del vulnerable; la libertad tiene un precio, las acciones consecuencias, y la venganza es una de ellas.
Un elenco de lujo. Humor negro y violencia desbordantes en un film que tiene el sello de Tarantino. El director, guionista, productor y actor estadounidense Quentin Tarantino nacido en Tennessee hace 49 años, vuelve a atrapar a sus seguidores y aquellos que no lo son tanto. Sus películas siguen siendo convocantes. Este es un relato muy violento sobre la esclavitud en 1858 en el sur de Estados Unidos: dos años antes del comienzo de la Guerra Civil; desde las primeras imágenes mantiene la estética, la fotografía, los colores, la música y los acordes de aquel recordado “Django” (1966) dirigida por Sergio Corbucci protagonista Franco Nero. Es un homenaje desde lo citado anteriormente y todo lo relacionado con el western, aportando la banda sonora del spaghetti western, especialmente Morricone y Bacalov (quien le aportó el sonido al Django original), música country, rap, ritmos afroamericanos, tema de RZA, pieza originalmente compuesta para la película en la letra participó el mismo cineasta. Comienza cuando un dentista alemán, el Dr. King Schultz (Christoph Waltz), en algún lugar de Texas, conduce una carreta con una muela gigante en su techo (ya tiene un toque de humor), se encuentra con unos hombres que llevan a un grupo de esclavos negros encadenados, durante una noche fría. Este dice que se encuentra buscando a unos individuos, bajo un interrogatorio descubre que uno de esos negros es Django (Jamie Foxx), y sabe como hallarlos. En medio de la noche logra llevarse a Django, a cambio este le pide que lo ayude a encontrar a su amada esposa Broomhilda (Kerry Washington), que es esclava de un excéntrico millonario Leonardo DiCaprio el sádico algodonero Calvin Candie, dueño de Candyland y comerciante de hombres que luchan hasta la muerte, (como los espectáculos de animales salvajes y hombres en el coliseo romano por ejemplo de Nerón, o similar a las riñas de gallos, pero con humanos), y todos los presentes disfrutan del espectáculo. Ahora Django recupera su libertad y hasta gana dinero trabajando junto al Dr. Schultz, este lo entrena como un pistolero, porta armas, monta a caballo y usa ropa diferente; ellos juntos se enfrentan una noche a fanáticos racistas cercanos al Ku Klux Klan; continúan su trabajo en distintas épocas del año, incluso durante crudos inviernos. Siguen encontrando muchos criminales, hasta llegar a ganar una fortuna. Django llega su objetivo que es rescatar a Broomhilda quien se encuentra capturada en la plantación Candyland propiedad del soberbio y macabro Candie Calvin. En el elenco sobresale cada uno a su medida: Jamie Foxx muy bien interpretando su protagónico, nuevamente vuelve a brillar; Christoph Waltz, es malo a veces, por momentos es bastante afectuoso; Leonardo DiCaprio excelente, sádico, violento, cruel y inhumano. Una injusticia que no fuera nominado a los Premios Oscar; Samuel L.Jackson muy bien maquillado, compone un sirviente que ayuda en todo a su amo y termina siendo odiable, como espectador le deseas lo peor. Prácticamente todo el elenco se destaca con actuaciones entretenidas y hay participaciones especiales como la de Franco Nero y la del director Tarantino. Su trama es divertida, muy violenta y cruel, sangre en todas las escenas, cuerpos destruidos, explosiones, tiros, hasta tiene un lugar el humor, con todos los toques de su director, una historia muy bien contada, su duración es extensa. Son 165 minutos que pasan rápidamente, quédate a ver hasta el último de los créditos. Este film tiene 5 nominaciones al Oscar 2013 como: Mejor película, mejor guión, mejor actor de reparto (Christoph Waltz), mejor fotografía, mejor edición de sonido. Ya obtuvo dos Globo de oro Mejor actor secundario (Christoph Waltz) y Mejor Guión (Tarantino).
OTRA VENGANZA Otra vez Tarantino busca venganza. El filme se ambienta en el sur de los Estados Unidos, antes del comienzo de la Guerra Civil, y nos presenta a Django (Foxx), un esclavo liberado que se asocia con un cazador de recompensas (Waltz) y salen a buscar asesinos por todo el lejano oeste. A cambio de ayudar a su nuevo dueño, Django tratará de liberar a su esposa, que esta en las manos de un desaforado terrateniente de Mississippi. Armada sobre grandes secuencias, el filme no tiene la maestría de “Bastardos in gloria”, pero el talento de Tarantino igual se hace ver: tensión latente, diálogos filosos, imágenes impecables. La primera parte es magnífica, pero el filme decrece en su interés cuando estos cazadores llegan a la estancia para liberar a la muchacha. Allí aparecen algunos lunares: demasiada sangre, demasiados minutos, demasiadas exageraciones. Es un homenaje al spaguetti-western, un filme de acción y de amor que orilla los excesos y la parodia. Otra vez Tarantino cuenta lo que le hubiera gustado que hubiera sucedido, no lo que realmente pasó.
Más palabras que ideas ¿Qué comunica Tarantino en sus películas, cuáles son las ideas y valores que revela como artista? Es difícil precisarlo, ya que en las citas paródicas y los homenajes a las distintas variantes del cine clase B parecen agotarse sus ambiciones. Sus declaraciones públicas no ayudan mucho: recientemente confesó que odia a John Ford porque “mataba indios sin rostro como a zombis” (desestimando su importancia como director), que comprende a quienes asisten a campos de tiro y coleccionan armas (“es una cultura en sí misma y la respeto” ha dicho, además de igualarlos con los coleccionistas de comics), que le gusta imaginarse como uno de los mejores artistas de su época, y cuando se le preguntó cuáles son las diez mejores películas que ha visto destacó sólo producciones estadounidenses (como puede apreciarse aquí). Su pasión y su capacidad como realizador son indudables, como lo demuestran la afilada astucia narrativa de Perros de la calle (1992) y Jackie Brown/Triple traición (1997), o, sin ir tan lejos, el brillante comienzo de Bastardos sin gloria (2009). Pero ese diestro manejo de los resortes cinematográficos nunca está al servicio de algo más que historias fuertes o morbosas para chacotear entre amigos, como si no hubiera otra cosa más allá de su admiración por cierto cine y su valoración de subestimados remanentes culturales (estrechez conceptual que también se aprecia, de alguna manera, en los hermanos Coen). Estas carencias se hacen particularmente manifiestas en su último largometraje, en torno a un esclavo negro que se convierte en compañero de aventuras de un inescrupuloso cazarecompensas, poco antes de la Guerra Civil en EEUU. En principio, Django sin cadenas cubre sus casi tres horas de palabras, escatimando ideas originales en cuanto a puesta en escena. Todo el tramo en la casa del esclavista Calvin Candie (Leonardo Di Caprio), por ejemplo, bien podría representarse en un escenario teatral, en tanto los flashbacks son de una fealdad chirriante y las explosiones de violencia, más que sorprender, salpican. Por más que algunos elementos recuerden al Django original (que Sergio Corbucci dirigió en 1966 y protagonizó Franco Nero, que aquí aparece fugazmente), sostener que está hecha sobre el molde de un spaghetti western es no tener idea de lo que es un western. Sumando algo así como bloques de distinta duración, Quentin Tarantino (1963, Knoxville, EEUU) se limita a reunir personajes-actores sobradores dialogando con malicia y suficiencia –con excepción de un Jamie Foxx adusto, pura presencia–, con atractivas canciones de fondo y surtidas escenas de tortura. Al mismo tiempo, racismo, discriminación y venganza rondan con descuido la trama, en la que hay negros esclavizados pero también traidores, y donde hechos históricos e injusticias ciertas se banalizan y confunden. Tarantino es como esos compañeros de escuela divertidos para arrojar tizas o burlarse de alguien (no importa mucho de quién), pero que, ante un asunto que exige algo de responsabilidad, dejan claramente en evidencia su inmadurez.
Sangre muy roja y bien spaghetti En un registro capaz de emular el western italiano y la mirada crítica sobre Estados Unidos y los negros en el siglo XIX, el director despliega un cine de cinefilia, con diálogos prolongados y acción rojísima. ¿Quién puede acordarse del italiano Sergio Corbucci sino Tarantino? En verdad, la pregunta tiene respuesta y alternativa: el cineasta Alex Cox (Repo Man, Sid & Nancy) ha dedicado al spaghetti western una oda literaria imperdible: 10.000 formas de morir (Fan Ediciones, 2011), donde detiene la mirada en Django (1966) y explica su "cruel nivel de violencia surrealista", así como "el simbolismo religioso del héroe con las manos heridas situando el enfrentamiento final en un cementerio". Fue el gran protagónico para Franco Nero, descubierto en esta película, a la par de su antológica imagen de ataúd con metralleta. Un montón de problemas con la censura inglesa, molesta por el tono anticlerical, acompañaron el film de Corbucci junto a una difusa circulación por Estados Unidos, merced -parece- al retrato del Ku Klux Klan. Entonces, ¿cómo no generar también un clima convulso con Django sin cadenas? Logrado esto -y siendo Django uno de los personajes más veces revisitados por el cine- hay una tecla justa que Tarantino pulsa. Que comunica con una esencia, digamos, "corbucciana" en consonancia con las maneras cinematográficas del propio director. Porque el Django de Tarantino tiene lazo de continuidad con Bastardos sin gloria (2009) y su despiole histórico, que tanto ha alterado a muchos: si en aquélla se acribillaba a Hitler, aquí se ajusticia a los esclavistas. Mixtura delirante que, atención, nunca traiciona al cine. ¿Por qué? En Bastardos sin gloria no hay una sola referencia cinematográfica -dicha, mostrada, o aludida desde la narrativa- que no sea cierta, que no respete el momento histórico y que no exprese, por ello, el parecer de Tarantino: el cine nazi de Leni Riefenstahl, el colaboracionismo de Emil Jannings, la admiración por Henri-Georges Clouzot. En Django sin cadenas no sólo se asiste a la puesta al día -melancólica, postmoderna- del spaghetti western ("Amo la manera de contar de estas películas", refirió el director) sino su asunción como manera de entender el mundo o, lo que es lo mismo, el cine. Es decir, no se trata solamente de "copiar" recursos, resoluciones, vistas en tantas películas que Tarantino disfruta, sino de asumir lo que significan, de entramar un discurso. En este sentido, observar el proto?Ku Klux Klan que en su Django el cineasta delinea es también espejar la construcción del encuadre desde David Griffith y El nacimiento de una nación (1915), película fundacional para el cine así como celebradora de la primacía blanca. Con la diferencia de que en Django sin cadenas el KKK no será heroico sino, palabra del film, "cobarde", sumiso a sus esposas, ridiculizado. Por las dudas, hay que recordar que la nueva película de Tarantino propone un Django negro (Jamie Foxx), esclavo liberto con una venganza que cumplir (nudo del cine de Corbucci). Su compañero de andanzas es el doctor King Schultz (Christoph Waltz), falso dentista en quien se esconde un caza recompensas taimado, que encuentra en el esclavo la posibilidad de identificar a varios forajidos. A partir de allí, el acuerdo para la ayuda con Django, el rescate de su esposa, los ajustes de cuentas. En medio de ello, el cruce al que obliga la figura de Calvin Candie, un adicto a los mandingos (referencia obligada, aquí, hacia la película Mandingo, 1975, de Richard Fleischer) que Leonardo DiCaprio interpreta con finura grosera, de dientes manchados de tabaco. En él se cifran, así como en el notable Christophe Waltz, muchos de los diálogos casi interminables del film. Que han encontrado en el cine de Tarantino una suspensión temporal rara, demasiada, que anuncia un efecto estallido que duración corta. Cuando la explosión aparece, los cuerpos revientan como bolsas de tomate, con sonidos semejantes. Tan delirantes como el soplido sonoro que acompaña cada zoom de la cámara, tan frecuentes en aquellos westerns. La película es violenta, pero desde la referencia hacia un verosímil de sangre imposible, cowboys interminables, balaceras dementes; en cuanto al segundo término, podrá argüirse con razón que una película no es "B" ni "spaghetti" si lo que hace es emular aquellas formas, consecuentes con un contexto irrepetible. Pero, a esta altura, en Tarantino hay una obra dentro de la cual su Django sin cadenas es un eslabón más, acorde con una época distinta, y en la cual cada vez más brilla, capaz como es de abordar -desde el rejunte, la mixtura, la cinefilia- el cine noir, el surf, las artes marciales, el blacksplotation, la guerra, el western. Su violencia es, ahora sí -antes quizás ambigua- nada ingenua, encarnada en la figura de un héroe oscuro, que sabe muy bien "cómo son los norteamericanos". La música, que pasa por Luis Bacalov (Django), Franco Micalizzi (Trinity) y, por supuesto, Ennio Morricone, incluye una composición original de este último, notable músico. En suma, un disfrute que contagia porque quien ha disfrutado con cada encuadre, transición entre toma y toma, y salpicaduras de sangre, ha sido el propio director.
Sentido y precioso homenaje al “spaghetti western” de Sergio Leone Desde 1992 Quentin Tarantino se erigió, con un puñado de películas, en uno de los iconos de nuestro tiempo. Diálogos filosos, personajes desconcertantes e impredecibles, situaciones de charla convencional que hacen “real” la cuestión (como ese desayuno posterior a la apertura de “Prros de la calle” , de1992). El hombre de Tennessee tomó todos los elementos culturales y sociales de la clase media-baja estadounidense y las licuó en películas. Allí están todos los objetos que definen una idiosincrasia: El cine clase B con las piñas sonando como parches de una batería vieja, los pochoclos, el fast food, los autos y las motos, la cerveza en lata, el rock and roll escuchado por la radio, hablar puteando casi todo el tiempo, y el resto de los factores que influyen en la cultura kitsch del siglo pasado y en lo que va del presente. Tanto es así que el lenguaje popular ha agregado una palabra nueva para definir estilos y tanto para los críticos como público ya tenemos para siempre acuñado el término “tarantinesco”. Al reconocerse embebido de todo este contexto, este artista fenomenal se convierte en una suerte de cronista popular de su época. La violencia y lo bizarro están también presentes, y desde esos lugares es donde nace el morbo y el humor negro y ácido que también conforman una parte importante de su cine. Bien salido de la vida real. Sí. Quentin Tarantino es de los que tendría sintonizado el canal Crónica TV si viviera en Argentina. Todos los géneros y temáticas que él veía de chico cuando iba a esos cines de doble programa en continuado (como entre nosotros el Select Lavalle o el Electric ¿Se acuerda?), las vemos plasmadas en sus producciones. Policías y ladrones, autos potentes, karate, cine bélico, y ni que hablar de gángsters salidos de historietas tipo Ernie Pike, Skorpio o Nippur. Faltaba el western. Su sentido y precioso homenaje al “spaghetti western” de Sergio Leone. A pesar del título, deberá saber que “Django sin cadenas” no tiene nada que ver con aquél personificado por Franco Nero en la década del ’60, aunque viniendo de éste director a lo mejor se encuentra con alguna sorpresa. Django (Jamie Foxx) es un esclavo negro que, encadenado junto a otros, marcha camino al mercado apenas un par de años antes de la guerra que cambiaría el destino de la esclavitud en los Estados Unidos. Son interceptados por el Dr King Schultz (Christophe Waltz), momento a partir del cual (una secuencia magistral), seguirán juntos unidos por un objetivo común más allá de las diferentes motivaciones de cada uno. Adelantar más sería injusto. Todo será una gran aventura, preciosamente filmada en el marco socio-político mencionado anteriormente. El guión, cabe destacar, se ocupa muy puntualmente de establecer, con crudeza en algunos momentos, y mucho humor en otros, un reconocimiento a la crueldad e injusticia a la que eran sometidos los negros, a la vez que algo mucho más universal más allá de los bandos. Esto del hombre siendo lobo del hombre y de la maldad está presentes en la humanidad por sobre las etnias. “Django sin cadenas” está animada por un elenco de lujo. Además de los mencionados, encontramos a Don Johnson, Leonardo Di Caprio, Samuel Jackson y varios cameos, incluyendo al director mismo que una vez más prescinde de música original para realizar otra brillante selección que subraya magistralmente la tensión dramática de la narración. Tampoco faltan los zooms veloces a la cara de los personajes (como hacía Leone), ni los juegos de miradas característicos del género y, por supuesto, las escenas de acción cada vez mejor filmadas y montadas. Una de las imperdibles en lo que va del año.
Entre hombres Algo raro tratándose de Tarantino es que en Django sin cadenas haya desperdiciado de manera tan flagrante el único personaje femenino de la película. Se me podrá decir que en realidad no desperdicia nada, que precisamente no hay ningún personaje femenino de relevancia en Django, que su historia transcurre entre hombres, que son ellos los que importan de verdad en la película, y que la única mujer que hay tiene un peso que es menos real que figurado, decide al protagonista a embarcarse en la empresa que le propone ese misterioso cazarrecompensas alemán pero permanece siempre en un plano simbólico. Pero me sigue pareciendo que ese personaje, el de Broomhilda, la mujer perdida del héroe a la que hay que recuperar, insinuaba una fuerza potencial formidable que Tarantino decide extrañamente dejar de lado, lo que es más curioso todavía si se tienen en cuenta las mujeres de armas tomar que habitan algún momento de casi todas sus películas –la excepción es el bofe Perros de la calle– cuando no son directamente sus protagonistas centrales. En la Django de Sergio Corbucci la mujer también podía disparar un rifle sin problemas, y la verdad es que no cuesta mucho imaginársela a Broomhilda en otra película, protagonizando otras escenas posibles: junto a su marido al final, por ejemplo, en medio de una lluvia de balas, con la ropa ensangrentada y los ojos furiosos de miedo, mientras se miran con una ternura que resultaría graciosa y emocionante bajo el tiroteo, cada uno con un arma en la mano y quizá con alguna bala en el cuerpo, o con más de una. Es que hay una escena en la película que me parece que pone en evidencia ese carácter de empatía absoluta entre los dos fundada en una clase de padecimiento y de humillación prehistórica, oceánica. Es cuando a Django, que se hace pasar por otro tipo, uno que no es del todo él pero tampoco resulta tan diferente, es decir, un hombre que se sobrepuso a sí mismo, que se volvió irreductible, una sola pieza de dolor y olor a pólvora, ese hombre que se transformó en otro, transfigurado, al que en esa hacienda en la que se encuentra de incógnito y disfrazado, le informan dónde está la chica que busca: esa mujer cuyo modesto refinamiento logra sustraerla de los trabajos pesados de la servidumbre y la entrega al placer ajeno como una muñeca exótica. Resulta que la mujer está recluida en un cubículo ínfimo, castigada como una bestia salvaje, una ratonera en la que yace desnuda sin poder incorporarse y en la que apenas consigue moverse: ahí, en el momento en que levantan la tapa, vemos el cuerpo desnudo de la chica hecho un ovillo sobre el que empiezan a tirar baldazos de agua y Tarantino muestra que por lo menos en esa instancia ya ni siquiera es un objeto deseable el que está metido en ese agujero. Esa mujer, de golpe, no es nada sino un pedazo de carne inútil, que solo espera que se la reconstituya un poco, se le apliquen algunos afeites imprescindibles y se la arregle para volver a adquirir un valor de cambio y poder ser empleada de inmediato en la distracción de los visitantes. La escena es estremecedora no solo porque el tipo, cuando ve eso, trata de disimular con todas sus fuerzas lo que siente para no echar a perder el plan –que para Django tiene el rescate de la chica como objetivo principal pero para su socio no–, en un pico de tensión que recuerda poderosamente a la secuencia del bar en el sótano de Bastardos sin gloria, pero también, sobre todo, a aquella en la que la protagonista femenina ocultaba no solo su condición de judía sino de víctima directa de ese coronel alemán que estaba sentado frente a ella comiéndose tranquilamente un strudell. El impacto emocional de esa escena, en la que Django ve a la mujer que ama convertida en animal por sus opresores, resulta demasiado logrado como para desestimarlo no ahondando en el carácter de identificación visceral en el sufrimiento que de ella se deriva. Pero en la película no hay algo así como una historia paralela de Broomhilda, que persiste apenas como evocación y motor invisible del protagonista, en la que pase de víctima a mujer de acero, trabajada por el dolor y el amor propio como le sucede al protagonista masculino. Django sin cadenas no consigue tener una unidad general de tono como Bastardos sin gloria, o quizá no le interesa tenerlo, de modo que Tarantino, después de algún amague en el que se presentó como narrador, vuelve a su papel de diseñador de secuencias sueltas, de ensamblador de partes robadas con amor y dedicación, de gran soldador de souvenirs de la historia del cine. Nada demasiado grave: sus elecciones más o menos pertinentes, más o menos sorprendentes o simplemente justas, siempre han constituido, después de todo, uno de los motivos de regocijo más perdurables que puede deparar su cine. Death Proof, mientras tanto, la película que acaso lleva hasta el paroxismo la política de retazos del director, sigue siendo su obra maestra.
Spaghetti all’americana En la teoría de José Pablo Feinmann sobre el western “Made in USA”, el relato es un momento congelado en el proceso del pasaje de la “barbarie” a la “civilización”. La historia paradigmática en esta teoría es la que enfrenta al “vaquero bueno” (que lucha por el futuro, los granjeros, aun sabiendo cual Moisés que le está vedado ese futuro, que él pertenece al pasado) con el “vaquero malo” (que busca preservar el mundo de los ganaderos, sin vías ni rutas, y sin más autoridad ni ley que el revólver más rápido). Podríamos pensar una teoría propia para el spaghetti western: como ese mundo no es parte de su pasado reciente, de algunas generaciones atrás (Tom Mix, el primer vaquero del cine, fue vaquero en serio), para los italianos “el Oeste” es un territorio de la imaginación, eterno en el tiempo, como un mundo de épica fantástica. En ese mundo circulan cazarrecompensas y justicieros solitarios, que se enfrentan a rancheros y salteadores. Si John Ford es el emblema americano y el Duque John Wayne su fetiche, Sergio Leone es el de los italianos, con el “yankie prestado” Clint Eastwood como estandarte. La retroalimentación de Leone con Akira Kurosawa (¿quién filmó primero un duelo desde la entrepierna de los contrincantes?) fue capital en la formación de Quentin Tarantino, que la plasmó en “Kill Bill”: esos duelos demorados, con música silbada... Pero fue Sergio Corbucci con el protagónico de Franco Nero quien hizo la “Django” de 1966, un clásico del spaghetti western, con su héroe arrastrando un ataúd. De allí tomó el nombre Tarantino para su nueva realización, un punto de inflexión para la idea de western. Cruza de vertientes Porque lo que hace el peculiar director es unificar las dos escuelas del género: construye la historia de un esclavo liberto por un raro cazarrecompensas alemán, el “dentista” King Schultz, que se asocia con éste para una misión y luego para rescatar a su esposa todavía esclava. Todo esto en Texas y Mississipi, en las vísperas de la Guerra Civil (las cosas del cine hacen casi coincidir el estreno de “Django” con el de “Lincoln”). Así que ahí está la “foto fija”, que preanuncia el indetenible fin de la esclavitud y las plantaciones como la Tara de “Lo que el viento se llevó”: la lucha individual de Django vendría a ser el anticipo del fin de una economía basada en la explotación del hombre por el hombre (o en una forma arcaica de ella, diría el buen Marx). Para completar ese lado, allí están los vastos paisajes de la América feraz, con sus horizontes corridos del medio de la pantalla como mandaba Ford; y los planos generales que muestran el entorno sólo para mostrar el escenario de la acción y luego irse acercando a las figuras humanas. Pero la “sangre italiana” aporta lo suyo: el héroe solitario que viene a enfrentarse a un poderoso, el pistolero infalible, las duplas desparejas, la princesa que hay que rescatar como en un cuento: no casualmente la esposa del justiciero negro se llama Broomhilda. Por el lado estético: está el tema del argentino Luis Enríquez Bacalov de la “Django” original, muchas melodías silbadas, e incluso un tema compuesto por el mismísimo Ennio Morricone (el patriarca de las bandas sonoras del spaghetti western) junto a Elisa Toffoli, “Ancora qui”, cantado en italiano por esta última. También están las tipografías de los créditos, y desde las primeras escenas esos terrones de roca más propios de la Almería española donde filmaban los “tanos” que del sur de Estados Unidos. Un fino trabajo de fotografía mimetiza ambas estéticas con buenos resultados. Tarantino explota su estilo personalísimo en la violencia descarnada, fiel a su idea de que el cuerpo humano tiene al menos 30 litros de sangre. Nadie ahorra balas ni sadismo, ni siquiera los paladines. Los últimos 40 minutos son de antología, con un regodeo por la sangre, los balazos, la dinamita y el sufrimiento. Haciendo honor a nuestros abuelos, fanáticos de “los convoys”, estamos realmente ante “una de tiros”. Y para veneno de Spike Lee (quien criticó el tratamiento de la esclavitud), se permite la incorrección política de reírse de la gestación de las máscaras del Ku Klux Klan. Elenco estelar Al carismático y durísimo Jamie Foxx como el protagonista se le suma el siempre solvente Christoph Waltz como Schultz, un bizarro alemán hecho a su medida. Kerry Washington se suma como la sufrida Broomhilda, bonita a pesar de los latigazos y los hierros al rojo. Por el otro lado, se luce Leonardo DiCaprio como el esclavista Calvin Candie, dueño de la plantación de algodón Candyland. Pero el verdadero genio del mal está en Stephen, el mayordomo negro que tortura a su etnia, perfectamente detestable en la interpretación de Samuel L. Jackson. Siguendo el gusto del director por rescatar viejas figuras, se destaca un irreconocible Don Johnson como el esclavista Big Daddy, precursor de la razzias contra los negros, y Bruce Dern como el viejo Carrucan, antiguo dueño de la parejita romántica. Franco Nero, el Django original, tiene una escena y una charla de antología, sobre la pronunciación del nombre Django. Después, siguen los nombres: James Remar, Michael Parks, los medio hermanos Robert Carradine y Michael Bowen; y si no fuera por los créditos no se nos ocurriría buscar al veterano Russ Tamblyn y a su hija, la excepcional actriz y escritora Amber Tamblyn. Y siguen firmas... La crítica siempre busca el canto del cisne del western: puede que este sea, puede que no. Pero repetimos: es el punto de encuentro entre dos vertientes míticas. Y quizás demuestre que el género tiene cosas para dar todavía. O que al menos todavía está bueno ir a ver “una de convoys”, donde el chico bueno puede exterminar a una banda de pistoleros, quedarse con la chica linda y pitar lentamente un cigarrillo, con guitarras y silbidos de fondo.
¿No es lindo volver a ver a Don Stroud, siquiera por 2 minutos? Para nosotros dicha inclusión es suficiente como para agarrarle la mano (negra) a Django y subirnos a su cabalgata de tres horas en las cuales -si nos ponemos en giles- podrían estar de más algunos clips. Pero en verdad no nos molestaron. Tenemos entendido que en aquél lugar del tiempo, el espacio era extenso. Y para ir de una finca a la otra -dejando esclavistas destrozados en el camino- podías tardar meses. Consideramos que la mejor manera de transcurrir esos trayectos interminables es junto a tu mejor amigo alemán, mientras la música de Luis Bacalov (es ARGENTINO, carajo) brota fuerte y clara desde las cumbres y los campos de algodón. Porque a Django lo liberan de sus grilletes y empieza a gestar una venganza que necesita casi 3 horas de cocción. En el camino adquirirá algunos conocimientos diplomáticos por obra y gracia del Dr. Schultz, interpretado por Christoph Waltz. Lo relacionado al buen gusto no lo aprende de ningún lado: Lo lleva consigo a cada paso, incluso cuando luce un trajecito eduardiano color azul. Y a fuerza de látigo y rifle iremos disfrutando una suerte de shocks justicieros que -créanme- resultarán brillantes pero menores ante el show final, que puede esconder doble recompensa si ejecutamos los movimientos con precisión. Creemos que las críticas duras contra este ejercicio (aquéllas que no perdonan divertirse con el pasado) quedan zanjadas con 2 (dos) flashbacks en los que podemos observar lo que realmente sucedía, aquéllo que los libros ya han aclarado, aquéllo que Steven Spielberg anticipó en Amistad con lujo de detalles. Torsos femeninos destrozados a latigazos. Gritos de dolor. Negros encadenados llorando, pidiendo un atisbo de clemencia que no recibirán jamás. Estas escenas -amén de resultar estupendas en composición y ejecución- duelen tanto, pesan tanto, que lo único que queremos es que Tarantino abandone el flashback justificativo y retome la locura imposible de llevar a buen puerto las intenciones violentas de su súper negro justiciero. Si entrás a la sala con ganas de justificar tu conocimiento y decir que Django es un insulto al western, ó concurrís buscando un melodrama con final anunciado, entonces te equivocaste de film y estás pidiéndole peras al olmo (ó certezas históricas y de género a Tarantino, que en este caso es exactamente lo mismo). En cambio, si vas con ganas de disfrutar de una mezcla de elementos (llevada adelante por un cineasta adicto a chupar escenas maravillosas de cines ya idos) que desemboca en la aventura definitiva sobre todas las que no pudieron ser (en tanto negros matando blancos), entonces Django Sin Cadenas te va a volar el gorro y vas a querer que el metraje dure hasta las 10 de la mañana del otro día. Deseamos con violencia que Tarantino continúe metiéndose con los puntos más oscuros de la historia universal a través de su selección personal de préstamos cinematográficos. Ojalá siga eligiendo los momentos más perros de la historia para llenarlos de brillo y color, de finales tan felices como improbables. Queremos más damas incendiando cines repletos de nazis. Queremos más negros hermosos destrozando a latigazos (y en cámara lenta) a sus antiguos dueños. Yo quiero agitar mi corazón con esta clase de revisiones históricas disparatadas. Para siempre.
Sueño cumplido, y con creces, por Tarantino Se sabe que Tarantino es un fanático admirador de los spaghetti western y su sueño era filmar su propia versión del género, un proyecto que le llevó diez años para concretarlo. Por su ambientación en el sur de Estados Unidos, lo bautizó como "southern". Django es un personaje legendario del Lejano Oeste, que recibió numerosas revisiones desde la primera versión del italiano Sergio Corbucci en 1966, hasta la más reciente titulada Sukiyaki Western Django1 (2007), del japonés Takashi Miike. La gran diferencia de esta versión de Tarantino con la saga italiana es que el personaje de Django no es un blanco sino un esclavo negro liberado. El filme de Corbucci fue protagonizado por Franco Nero y Tarantino lo homenajeó convocándolo para un paneo como un sheriff. La historia comienza en 1858, dos años antes de la Guerra Civil, en "algún lugar de Texas". Allí el alemán y falso dentista King Schultz (Waltz) encuentra al esclavo Django Freeman (Foxx), lo compra, lo libera y lo lleva consigo para que identifique a los hermanos Brittle. Schultz es un cazador de recompensas que cobra muy bien por su trabajo de capturar, "vivos o muertos", a los forajidos condenados por la Justicia. Es solidario con Django, pero despiadado con los delincuentes. Y a pesar de su ascendencia, descree --dice-- de las supremacías raciales. Schultz convierte a Django en su socio, lo que significa conceder a un negro las justicieras prerrogativas de poder disparar y matar a los blancos. También le promete rescatar a Broomhilda von Shaft, la esposa de Django, también conocida como Hildi, quien trabaja en la plantación algodonera Candyland, propiedad de Calvin Candie (un desaforado Di Caprio), quien además de explotar y maltratar a sus esclavos, también organiza luchas entre negros, conocidos como "mandingos". La película está divida en tres partes diferenciables. La primera, una suerte de buddy movie, se ocupa de Schultz y Django como cazarrecompensas e incluye entre otras varias subhistorias, una parodia a los orígenes históricos del Ku Klux Klan. La segunda se desarrolla en la propiedad de Candie y en este segmento aparece el negro Stephen (Jackson), un hombre locuaz, servil y esclavista que oficia de secretario de su patrón. En la tercera parte se resuelve el conflicto dramático, que se introduce en la historia desde el momento que Django menciona la existencia de su esposa y su difícil sueño de liberarla. Los segmentos más atractivos son el primero y el tercero, mientras que el más dramático es el segundo. Tarantino ha dicho que su película "es en esencia un western hecho y derecho, con aportes del género tomados en sus expresiones europeas o negras". Es cierto, pero prevalece el espíritu lúdico del spaghetti western, más algunas dosis de melodrama romántico y todo "matizado" con escenas de violencia extrema. El director también desliza algunos apuntes políticos sobre la brutalidad de los blancos esclavistas, resumidos en una acotación que Django le hace a un Schultz asombrado por una escena de crueldad. Que no puede tolerarla --le dice-- porque por su condición de extranjero está menos acostumbrado a los norteamericanos. El filme respira pasión por las imágenes, observable en especial en los bellísimos planos largos, e incluye varias actuaciones meritorias y, a manera de homenaje, fragmentos musicales de Ennio Morricone, Riz Ortolani y el tema original de Django compuesto por Luis E. Bacalov.
Tarantino es un director tan especial, único y con un sello tan reconocible que uno obtiene de sus cintas exactamente eso que uno desea encontrar. Más de diez años demoró en poder concretar su gran homenaje el western italiano y tal vez por ello se le hizo casi imposible recortar la duración de su extensísima propuesta de vaqueros, cazarecompensas y un salvaje, cruento oeste norteamericano. El otrora dentista Schultz está detrás de la pista de los hermanos Brittle y sólo un esclavo, Django, podrá conducirlo hasta ellos. Con la promesa de concederle su libertad luego de asesinarlos, los dos hombres deciden continuar juntos a pesar de haber cumplido su misión. Pero redoblarán la apuesta cunado intenten rescatar a la esposa de Django, esclava del tiránico terrateniente Calvin Candie (un desaforado y temible Leonardo Di Caprio). Será una prueba de valor, engaños, lealtad, amistad y amor, todo con un desgarrador y sangriento estilo Tarantino. Christoph Waltz y Jamie Foxx como el dúo dinámico de la historia son impagables, cada una de las escenas que comparten es de una delicia absoluta. Las piezas musicales elegidas resaltan el perfil, a veces bizarro, que impone Tarantino desde su dirección, desde sus encuadres, sus asesinatos violentos y exageradamente sangrientos. Cada muerte es celebrada por la platea como un triunfo por parte de los buenos del relato, incluso cuando por ángulo o distancia sea físicamente imposible que los cuerpos vuelen y se destrocen como lo hacen al ser alcanzados por los proyectiles.
Tarantino químicamente puro En el sur norteamericano de mediados del siglo XIX, un cazador de recompensas libera a un esclavo para que éste lo ayude en su tarea. Cuando se entera de que la esposa del esclavo permanece cautiva en una plantación decide ayudarlo en la empresa de liberar a la mujer. Algo especial ha de tener este señor Tarantino ya que, con menos de una decena de largometrajes dirigidos en su haber, ha impuesto sus filmes como "películas de Tarantino" aunque en el elenco figuren nombres rutilantes como los de John Travolta, Harvey Keitel, Bruce Willis, Uma Thurman, Kurt Russell, Brad Pitt o (en este caso) los enormes Christoph Waltz, Leonardo DiCaprio, Jamie Foxx o Samuel Jackson. Una de las (tantas) características que distinguen al realizador entre sus colegas es la creatividad de la que hace gala tanto en los aspectos formales de sus filmes como en las atrevidas situaciones que propone desde los guiones. La utilización osada de la música, el escaso respeto por el rigor histórico que enmarca a sus historias y los permanentes guiños cinéfilos a la platea figuran entre sus apreciadas marcas de fábrica. Todo esto aparece en estado puro en este western que a lo largo de casi tres horas divierte, entretiene y sorprende al espectador. Una historia de sangre y violencia que transcurre en ese sur norteamericano en el que ya se palpita la guerra civil que está a punto de desencadenarse; un dentista alemán que en realidad es un cazador de recompensas, un esclavo que pretende liberar a su esposa cautiva en una plantación, un despótico traficante que promueve peleas a muerte entre esclavos y un servil amanuense negro que maneja tiránicamente a sus congéneres son algunos de los ingredientes con los que Tarantino arma un imperdible plato, ornamentado con una excelente fotografía y un sobresaliente manejo de la música. El realizador avisa de entrada que va a ofrecer un western con todas las de la ley, e inmediatamente comienza a salirse de los márgenes del género para escribir su propia historia. Amaga con proponer una reflexión sobre la esclavitud y la intolerancia racial y termina por utilizar ese marco anecdótico para esbozar una parábola sobre la venganza y la redención. Las actuaciones (extraordinario, una vez más, Christoph Waltz) son otro punto descollante de la producción. Jamie Foxx encuentra el tono justo para su Django, y concreta una transición sorprendente entre el esclavo temeroso de los primeros minutos y el pistolero infalible del final, y DiCaprio confirma sus dotes de gran actor y se luce con los cambios de humor de su personaje; el resto del elenco aporta tipos exactos para cada una de las situaciones diseñadas desde el guión. En definitiva, todo suma para que Tarantino cuente "su" western, que critica, caricaturiza y, al mismo tiempo, homenajea a aquellas producciones italianas que marcaron una época dentro del cine de acción. Y hay que destacar el sentido del humor que campea sobre toda la proyección, con tramos antológicos como el de la incursión de una suerte de "pre Ku Klux Klan", una secuencia que por sí sola devuelve el precio de la entrada.
¡LIBERTAD, LIBERTAD, LIBERTAD! En su nuevo film, Quentin Tarantino deja en claro que la libertad se paga con litros y litros de sangre, que mancha las paredes como si fuera salsa de spaghetti. El director muestra, sin restricciones, toda la crueldad de la que es capaz el ser humano. Y de paso, claro, homenaje a uno de los géneros que más lo influyó en su carrera: el western. Sin embargo, la película no es sólo cabalgatas y tiroteos. Hay, también, una puesta en escena con momentos casi líricos (plantas de algodón salpicadas de rojo), grandes secuencias de humor (la discusión de los encapuchados hace reír hasta las lágrimas), escenas construidas con paciencia en base a diálogos afiladísimos y, principalmente, un grupo de actores que brilla con sus interpretaciones. Pero hay uno que sobresale, por naturalidad y carisma, y ese es sin dudas Christoph Waltz en el papel de King Shultz, un cazarrecompensas alemán que sorprende con su manera tan formal de hablar y con su capacidad para mostrarse -casi siempre- en control de la situación. Es este hombre de barba canosa y vestimenta gris quien una noche fría, en medio de un bosque, se presenta ante dos traficantes de esclavos y les ofrece realizar una transacción. Sucede que Schultz necesita ayuda para capturar a tres hermanos y el único que los conoce de aspecto es ese esclavo a quien busca, uno cuyo nombre empieza con una D que no se pronuncia: Django (Jamie Foxx). Los bandidos se niegan a realizar el negocio y Schultz, con una habilidad asombrosa, les paga con balas certeras. Una vez que Django queda libre de sus cadenas, se une al alemán en el negocio de la cacería de recompensas. Cuando la particular dupla llega cabalgando a un pueblo, todos los habitantes quedan asombrados: es que nunca habían visto a “un negro a caballo”. Vale la pena aclarar que la palabra usada en inglés es “nigger”, cuyo sentido es mucho más despectivo que el de “negro”. Así como los pueblerinos, impactados ante lo inconcebible, los espectadores de DJANGO SIN CADENAS atravesarán por varios momentos de sorpresa y horror ante lo que verán a partir de ahí en la pantalla. No deja de ser curioso como, más allá de las exageraciones que caracterizan al cine de Tarantino, la crueldad de los señores sureños hacia sus esclavos sucedió en realidad: los latigazos y las humillaciones no son una hipérbole. Y no hay forma de tratar un tema así sin suavizarlo. El director lo entiende y filma con crudeza, porque esos fueron tiempos crudos. Y cuando pensábamos que no podíamos ser testigos de más brutalidad, entonces aparece el sádico Calvin Candie (un Leonardo Di Caprio desatado, aunque exagerado y gritón en algunos momentos). Él es un millonario sureño algo loco y fanático de las peleas de esclavos, a quien nuestros héroes se acercan, escondiendo sus identidades, con el objetivo de rescatar a la esposa de Django, Broomhilda (Kerry Washington), quien está cautiva en Candyland, la plantación de Candie. Allí conocerán a Stephen (un inmenso Samuel Jackson), un intimidante anciano que fue esclavo y ahora maltrata a otros negros como si él fuera un blanco. Todos estos personajes confluyen en la mansión de Candie, en donde tiene lugar una escena en el comedor en la que a Tarantino le basta con sus actores y los diálogos para crear una tensión creciente de manera magistral. La resolución, totalmente explosiva, apabulla. DJANGO SIN CADENAS tiene momentos que se extienden más de la cuenta, en un claro regodeo de Tarantino con sus personajes, con su historia y sus diálogos. Es como si el director se negara a resumir aquí o allá por su ego o por un simple enamoramiento de su propio relato. Parece justo que él decida no limitarse en una película que, más allá de un homenaje, resuena como un impactante grito de libertad. La película retrata tiempos difíciles y violentos, en la que la mayor batalla, la más heroica, se da en el interior de los personajes: parece imposible que alguien escape de su pasado (se muestra que muchos bandidos intentan llevar vidas normales con nuevas identidades, hasta que Schutlz y Django les dan caza) y de su futuro, ya sea por decisión propia o porque otros los han atado (Candie se pregunta en un momento por qué los negros no se rebelan y matan a los blancos). Pero de vez en cuando aparece alguien que lucha contra todo eso, ese “uno en diez mil”, que entiende que para romper las cadenas de los otros, primero debe romper las suyas.
Desarma y sangra El último trabajo de Tarantino es como un mal alumno, tan personal como caprichoso en su afán por ser incorrecto, un más de lo mismo en el que se pueden encontrar algunos chispazos de genialidad, mucho ingenio y un ya clásico regodeo por la sangre, sobre todo en la última media hora. Curiosamente, hay más de Sergio Leone en Bastardos sin Gloria (2009) que en este western demasiado conversado y recargado de marcas autorales como para parecerse a otra cosa que no sea una película de Tarantino, y que abunda en ejemplos de explotación que van de lo metafórico a lo literal (basta con ver el pequeño papel que se reserva el propio director). La única salida posible, otra vez, parece ser la venganza. Lo cierto es que la película se deja ver con fascinación, más allá de que algunos la consideren una obra maestra y otros un lujoso salto al vacío. Tarantino se encarga de poner las cosas en su lugar. Ni tanto ni tan poco. Lo que queda es un vehículo perfecto para el lucimiento de los actores, en donde Waltz repite papel y vuelve a encandilar con lo suyo, y también se luce Samuel Jackson, que siempre crece cuando está a las ordenes de Quentin. Di Caprio y Foxx también cumplen y solo Kerry Washington parece tener un papel decorativo. La violencia (por momentos estilizada, por momentos gratuita) también le deja lugar a pasajes más líricos como el de la leyenda de Brunilda y Sigfrido, que el Dr. Shultz (Waltz) le relata al protagonista, un esclavo que juega al amo.
Por mis Pistolas Quentin Tarantino no es un prodigio de creatividad, sino es más bien un maravilloso copista. Calca a la perfección al cine de los 60, 70 y 80 que seguro vió mucho cuando trabajaba en una tienda de videos, y que su visión en extremo cinéfila lo lleva a rendir culto a un cine de subproductos, aún más abajo de la clase b y el cual redondea con una absoluta estética bizarra, sin embargo desmesurado como es retorna ahora con cierta prolijidad narrativa. Su cine homenajeó antes al género blaxploitation ("Jackie Brown"), a los filmes de acción asiáticos ("Kill Bill"), a las bélicas de grupo ("Bastardos sin gloria"), a las de carretera ("A prueba de muerte") y muy relevantemente al género Noir/Crimen ("Perros de la calle", "Pulp Fiction"), ahora la arremete con sentido culto al género "Spaghetti-western", tomando prestado al personaje ícono "Django", nacido en 1966. Aquí salvo el nombre y la utilización de cierta música original, más la presencia gentil y breve del intérprete de aquella: Franco Nero, nada reviste concomitancia o similitud, esta propuesta es otra cosa. Partiendo de un "Django" negro y esclavo (Jamie Foxx contenido) que es liberado a cambio de información por el cazarecompensas Schultz (brillante y excepcional Christoph Waltz)para embarcarse en una historia de caminos y venganzas, Tarantino aquí apuesta por mostrar como pocas veces individuos de alma, o sea por no decir humanitarios, donde irán a recuperar la esposa del personaje principal, una negra que es martirizada y también esclava dentro de una plantación inmensa llamada Candyland, donde su dueño Calvin (Leo Di Caprio al palo) tiene como entretenimiento adiestrar esclavos "mandingos" para que se maten entre ellos. La brutalidad y ferocidad de éste se acompaña con su lacayo (Samuel L. Jackson, negro pero déspota infame y sumiso de su amo). Sin dudas el pecado uno de Q.T. es alargar una historia que bien podría ser más corta, llenarla de imágenes generosas en balaceras y estallido sanguinolento, pero que entretiene y hasta divierte como las reflexiones de Schultz o inolvidables diálogos cómicos entre los jinetes que se parecen al "Ku Klux Klan". Reviste de coloración y fotografía al estilo de aquellos filmes de cowboys del pasado y hasta incluye una interminable banda sonora con re-utilización de soundtracks de Ennio Morricone, del argentino Luis Enríquez Bacalov -autor de los temas de otrora de la peli "Django"-, algunos modernos rapeados o llamativos como James Brown, Jim Croce, Johnny Cash, hasta Franco Micalizzi con su tema de títulos de "Me llaman Trinity". Igual hace con hacer participaciones curiosísimas que solo pueden disfrutar los cinéfilos avezados, mete en papeles rápidos o a veces insignificantes a veteranos actores como Russ Tamblyn, Don Stroud, Tom Wopat -uno de los "Duques de Hazzard" de la tevé-, Ted Neeley -aquél Jesús de "Jesucristo Superstar"-, Lee Horsley -olvidado actor de "Matt Houston", éxito de los 80 de la TV-, Robert Carradine, Bruce Dern, Michael Parks, y así. El Tarantino "style" sigue vigente, y puede ser muy "cool" para sus fans, y -en el caso nuestro- agradecido hacedor de homenajes tardíos, pero si se puede hacer arte de esto con su ya cimentada estética del copiado, a lo cual suma más, entonces estamos por cierto ante un espectáculo valedero y fiel asi mismo.
Esclavo Rises "Django Unchained" es la última película de Quentin Tarantino que llega para decirnos nuevamente que la venganza es el placer de los dioses. Siguiendo lo que podría considerarse ya su estilo tradicional, el director norteamericano nos presenta una historia de vendetta y redención enmarcada en un período histórico teñido de violencia e injusticias sociales. Como ya lo hiciera con "Bastardos sin gloria" en 2009, elabora una historia ficticia a partir de hechos históricos que sí sucedieron, como la 2da guerra mundial en aquel film y ahora con la guerra de secesión en "Django...", y les imprime su estilo cómico-bizarro-violento. La trama de este último trabajo se centra en la historia de Django (Jamie Foxx), un esclavo negro que perdió a su esposa en una venta de personas. Por esas cosas del destino, la suerte lo lleva a conocer al Dr. Schultz (Christoph Waltz), un odontólogo devenido en caza recompensas que necesita de su ayuda para atrapar a los hermanos Brittle, unos tipos malísimos que fueron amos de Django en el pasado. Al agarrarle el gustito al trabajo de cazar blancos y matarlos por dinero, Django decide quedarse con el Dr. Schultz y elaborar un plan para rescatar a su amada Broomhilda (Kerry Washington) que se encuentra esclavizada en la plantación de Candyland, tierra de un sádico personaje llamado Calvin Candie (Leonardo DiCaprio). Como se imaginarán abundará la sangre, la venganza, la tensión y las situaciones bizarras, plagadas de diálogos que son realmente para memorizar. Los seguidores de Tarantino podrán encontrar algunas técnicas cinematográficas muy similares a las utilizadas en "Kill Bill" y "Bastardos sin gloria" como por ejemplo el acercamiento de planos, la música histriónica que acompaña los momentos de tensión, las secuencias de acción y la sutil caricaturización de los personajes. Debo decir que aquellas dos películas me parecieron superiores a este último trabajo del afamado director, lo que no quiere decir que sea aburrida o de baja calidad, pero no creo que se haya llegado a superar el entretenimiento, el timing y la trascendencia que se logró con aquellos. Quizás mi sensación tenga que ver con la repetición de su fórmula cinematográfica que no aporta muchas cuestiones nuevas a lo que viene mostrando desde hace casi 10 años. Un western bizarro que será del agrado de los tarantinistas y que quizás logre atraer a nuevos adeptos que irán a verlo debido a su popularidad creciente al estar nominado para los Oscars 2013. El resultado de su trabajo es bueno, pero espero que aporte algo más innovador en su próxima propuesta.
Divertimento que huele a lo mismo de siempre Resulta triste la idea de que un director haga películas prescindibles, o un cine innecesario. Esa sensación tengo con Quentin Tarantino, un realizador que tuvo su época de gloria en los 90, y ahora pasa el tiempo referenciando a sus influencias y auto-homenajeándose constantemente, como pasa con Django Unchained (2012). La película tiene una primera hora divertida y muy lúcida, pero no encuentra el camino hacia un cierre digno, a pesar de que el reparto sostiene con carisma una nueva locura del director de Pulp Fiction. La música, los títulos y los efectos de sonido evocan (o intentan hacerlo) a los spaghetti western con los que Tarantino creció, y de hecho en sí toda la propuesta es un homenaje a las películas de Django, empezando por la de Sergio Corbucci en 1966. Sin embago, el resto es más de la impronta tarantinesca: inmensas conversaciones que no van a ninguna parte, hemoglobina en exceso (ya casi a un nivel patológico) y constantes citas o referencias al género en sus años de gloria, o peor, a su propia filmografía. Si en su anterior obra, Inglorious Basterds (2009), a pesar de todos estos componentes tenía cierta originalidad en su propuesta, cierto aire a libertad artística que lo hacen un realizador respetable a nivel mundial, en Django Unchained todo eso no se ve, a pesar de que el creador de Kill Bill logra un relato sobrio en tres cuartos de film, una narrativa que se sostiene por sí misma, sin necesidad de clichés ni collages cinematográficos. Y en realidad ahí entra la pregunta de qué sería de esta película sin Christoph Waltz, quien se adueña de la pantalla porque Jamie Foxx no soporta el peso de su personaje ni de lo que le pide el ambicioso guión de Tarantino (el cual fue escrito pensando en Will Smith, pero este rechazó la propuesta) y porque sencillamente es un actor maravilloso, con esa elocuencia que en realidad no sabemos si viene del escritor o de su propia dialéctica tan prolija (lo que se confirma con tan solo ver una entrevista suya o alguna aparición pública donde abra la boca para decir "buenas tardes" haciendo valer cada letra). Lo mismo va para Leonardo DiCaprio, quien está asombroso en su papel, en una de sus caracterizaciones más anticipadas y esperadas de los últimos años. Los mejores momentos de la película son los que toman tintes cómicos, donde surge toda la espontaneidad. Así se destaca la participación de Jonah Hill, quien le da un toque particular (como en todo lo que hace) a sus pocas líneas en una escena lo suficientemente hilarante como para zafar de la parodia fallida a ¿los albores del KKK? Quizás lo mejor de Tarantino es que como director sabe usar lo que tiene. De ahí su éxito en la taquilla y su aceptación con una crítica cinematográfica que ya cada vez lo adula más (con menos motivos) por tradición. El director optimiza sus ideas con repartos muy fuertes, y no deja escapar ni un sólo detalle. Rescatamos así como ejemplo un accidente que tuvo DiCaprio en cámara durante una escena clave (la mejor, tal vez, en toda la película), en la que terminó con su mano cortada, y que el realizador aprovechó como recurso estético y de caracterización, aunque, por supuesto, el mérito es más de DiCaprio, por aguantar ese traspié y usarlo para improvisar. Aún así, Django Unchained no deja de ser un ejemplo más de la gratuidad creativa por la que atraviesa Tarantino, y se coloca entre sus trabajos más difíciles de definir. Quizás esté entre lo peor que haya hecho, aunque se pueden rescatar cosas positivas. Es un divertimento, que en su mayoría está bien narrado (eso sí, en el último acto, todo es una porquería, exceptuando la aparición del propio director haciendo un breve papel), pero el producto final es poco convincente. Una película irregular, que trata una temática muy rica con mucha pobreza, sobre explotando una temática vigente en sus últimos cuatro opus en pos de la orgía visual que busca siempre y del espectáculo de efectismos dramáticos (algunos usados de forma excesiva, rozando el melodrama). A Tarantino se le empezaron a ver los hilos.
ÚLTIMA “Escuchar a Morricone mientras ejecutan a un nazi con un bate de béisbol es glorioso. Escuchar a Morricone mientras dos tipos cabalgan por el oeste es absurdo”. L.M. Django sin Cadenas pide a gritos dos enfoques. 1. Obra merecedora de latigazos elogiosos como Jamie Foxx castigando a su antiguo dueño. 2. Séptimo largometraje de Tarantino. El enfoque 2 obliga a pensar una filmografía. El enfoque 2 es odioso y necesario. A Tarantino la genialidad le calza tan bien como ese traje desaliñado al recibir el oscar de guionista. Supo imponer caprichos en grandes productoras, gastando millones para filmar lo que sea. Un genio enamorado del cine y eso debe ser bueno.
No voy a inventar la brújula, señalando que el director californiano tiene una predilección tanto por el spaguetti western (subgénero bastante menor al clásico cine americano) como por la violencia explícita en sus films. Que guste de fagocitar antiguas películas de dudosa calidad, resulta, a estas alturas, un verdadero cliché. Y que logre sacar partido de guiones divertidos, resucitando a actores sumidos en el olvido, para darles un tanque de oxígeno a sus carreras, es algo que la mayoría asumimos. Esta premisa puede ser un molde, una base, sobre la cual se sustenta, superficialmente, el cine de Quentin Tarantino. Sin embargo, sus historias, esconden, como las de todo director con talento, muchos de sus gustos, ansiedades, traumas o aspiraciones. Durante los 90’s, con sólo 3 films, Tarantino logró imprimir a guiones propios o adaptados (como es el caso de Jackie Brown, quizás la mejor de todas) elementos que le daban un toque diferenciador a lo que se hacía hasta ese minuto. No eran sólo esos elementos estéticos tan característicos de su cine, sino que se respiraba oscuridad, vaguedad, cierta amoralidad en sus personajes. Desde el fracaso que supuso la citada Jackie Brown, el cineasta se tomó un tiempo para volver con el taquillazo que resultó “Kill Bill”, que giraba en torno a la idea de la venganza. Esta idea de venganza, desde entonces es un tópico presente en las producciones del director. Saltándonos “Death Proof”, la premisa central de “Bastardos sin Gloria” giraba en torno a la venganza de Shoshanna contra los nazis. Hoy, en 2013, el nudo argumental de “Django Unchained”, es nuevamente la venganza, pero de un esclavo negro (Jamie Foxx) en contra de los explotadores blancos que hicieron la vida imposible de él y de su mujer, la cual cae en manos de un hacendado de Missisipi, muy bien caricaturizado por Leonardo Di Caprio. Obviamente, Django no puede llevar a cabo su arremetida contra el poder blanco de manera solitaria. En esta cruzada, lo ayuda el caza recompensas alemán Dr. Schulz (Christoph Waltz, nuevamente extraordinario), un personaje que deja muchas dudas, sobre cuáles son sus reales motivaciones para comportarse de manera casi paternal, con el hombre al cual compró su libertad. django unchained 2 new tv spots and clips Django Unchained: Los excesos de Tarantino cine El film que tiene una duración de más de dos horas y media, goza de una intensidad abrumadora, que tiene como gran fin, la entretención. Lo demás sería buscar oro, donde no lo hay. El guión de “Django…” es de una simpleza que llama la atención. Aunque en honor a la verdad, la mayoría de esos films que evoca Tarantino, eran igual de básicos en su nudo argumental. Pero no nos equivoquemos, al director estadounidense, podemos exigirle más. La gracia de su cine, es transformar la nostalgia del cine B, llenos de diálogos torpes, carentes de ritmo, en una serie de cruces hilarantes, bizarros y algunas veces, muy amargos. Estamos ante un film sumamente entretenido, lleno de excesos, con escenas para reírse a carcajadas (como la del Ku Klux Klan), pero asimismo, con baches brutales en la narración. Cuando vivimos tiempo en que nadie quiere darse el tiempo de ver algún clásico, por muy malo que sea, Quentin te los da como un McDonald, como un combo, un todo en uno. Un verdadero Big Mac, llamativo, que resume un montón de cine basura en algo visualmente de calidad. Y ni la palabra plagio cae parada acá. A Sergio Leone, el padre del spaguetti western, Kurosawa lo demandó por copiar el guión de “Yojimbo” (1961) en el clásico “Por un puñado de dólares”. Por tanto, plagiador que copia a plagiador, tiene cien años de perdón.
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Súper esperado, cumplidor y 100% “Tarantinesco” Un film del que se viene hablando hace tiempo, con un jugosísimo tráiler que no hizo más que acrecentar la ansiedad, sobre todo en seguidores del prestigioso y particular Tarantino. Por dónde empezar, un tema dificultoso. Podemos destacar, una vez más, luego de una magnífica interpretación encarnando a Hans Landa, el papel que lleva a cabo de manera sublime Christoph Waltz, en esta ocasión del lado contrario, si hilamos fino y encontramos ciertas similitudes con Inglourious Basterds, dado el racismo crudo que se muestra en el relato. Lo de Jamie Foxx está más que bien pero sorprenden y/o atrapan aún más los personajes interpretados por Leonardo Di Caprio y Samuel Jackson. En lo que respecta a la historia, Django Unchained ya comienza con una mística interesante y en la primera escena ya presenciamos un poco de acción. El guión está bien tramado, el relato nos lleva por sí solo a buen puerto y el ritmo de la película es ameno, con mucha dinámica y seguidillas de secuencias en donde los tiros copan la pantalla. Y aquí llegamos a los 60 minutos iniciales, en donde todo marcha bien pero la historia parece caer en una incertidumbre. Y es donde nos preguntamos qué sucederá en la hora y cuarenta y pico restante. Un giro da con la aparición de Di Caprio y a partir de ese momento éste comienza a tomar protagonismo a partir del carismático pero detestable Candie, mientras el personaje de Waltz se va haciendo cada más querible con el correr de los minutos. A partir de allí es donde Quentin le imprime su sello en aquellas escenas en donde priman los diálogos extensos pero con una tensión que crece a grandes escalas. Momentos en los que todo parece marchar bien pero algo está por saltar para “pudrir” el ambiente y que derive en una carnicería. Si nos preguntamos si es excesiva la cinta, la respuesta es un sí sin titubeos, es que si no lo fuese no encontraríamos la huella de Tarantino. Gritos desgarradores de víctimas de disparos que nos rompen el tímpano para hacernos sentir la crudeza que le busca estampar el director, sangre a chorros e intriga respecto de quién/es se salvarán. Estamos en presencia de uno de los mejores y más esperados films del 2012, sin lugar a dudas. Distinto y polémico, si se quiere, como siempre, Tarantino nos ofrece una muy buena pieza aunque no a la altura de Inglourious Basterds o la majestuosa Pulp Fiction. LO MEJOR: la historia, la tensión característica que se le da. La intriga, los giros, la musicalización en sincronía de los sucesos y personajes. Christoph Waltz: un genio. LO PEOR: casi 3 horas de duración que podrían resumirse en mucho menos. PUNTAJE: 8,40
Lejos está de ser lo mejor del director, pero de todas formas Django desencadenado se disfruta. Quizá esta vez la unión de géneros y temas no le hizo bien (racismo, western de montaña, mansiones lujosas, peleas, etc). A mi parecer esta mezcla disgregó la atención y dejó a toda la historia sin eje. En tema central no tuvo la fuerza necesaria y la historia secundaria (los porqués de Waltz y su vida) ameritaban más explicación. Muchas de las acciones de este odontólogo no están desarrolladas de la manera coherente y eso se debe a que faltó indagar desde el guion en su parte más humana. La resolución está muy tirada de los pelos, a mi parecer poco creíble (hasta para el universo Tarantino), y coincido con la mayoría de mis colegas bloggeros que estiraron demasiado la trama (una primera hora y media que es un lujo, cae estrepitosamente luego), siendo otra de las cosas que contribuyen a que todo se diluya incluido el interés. De bueno tiene lo que suele tener el sello tarantinezco, humor, ironía, y algún que otro homenaje o referencia al cine, en este caso en la manos de la hermana del malvada. Del estilo western tiene también algunas coas, como los cortes bruscos de planos muy amplios a planos cortos; los planos americanos (de la rodilla para arriba) que digamos que son una necesidad en el western; la cámara siguiendo grandes recorridos en lugares despoblados, la iluminación, los colores tierras y verdosos (desde los lugares, hasta la vestimenta) y los tiroteos al por mayor. Faltó más. Después de soberbia referencia cinéfila en Malditos Bastardos, esto fue solo un aperitivo. Asi y todo, Tarantino sigue entreteniendo, sus películas siguen siendo un gozo y aunque en este caso no lo aplaudo, de todas formas lo super recomiendo. P.D.: Di Caprio en manos de un guion mejor, sería un excelente villano.
La mesa está servida Es difícil al intentar escribir una reseña de Django Unchained no autoreciclarme. Porque para dar un contexto a esta nueva película de Quentin Tarantino, parece inevitable subrayar el enciclopédico conocimiento del autor de géneros como el western –y su subgénero más celebrado, el Spaghetti- el cine de artes marciales y la estética de la novela negra y el movimiento blaxploitation, como ya lo hice anteriormente. Sin embargo, y a diferencia de sus trabajos pretéritos, esta vez Tarantino apuesta a rendir tributo al árido cine de Sergio Leone y Clint Eastwood. Con su particular visión de un universo repleto de etiquetas, quiebra el molde con la descabellada propuesta de un cowboy negro montando en pelo en el segregacionista sur de los Estados Unidos de finales del Siglo XIX. Así, con la idea puesta sobre la mesa, despliega nuevamente su arsenal de recursos técnicos y estéticos para dar forma a un cúmulo de ideas originales que transitan un derrotero narrativo ágil y sin fisuras. Un ejercicio cinematográfico que si bien hemos visto en sus anteriores películas, está en este caso trabajado en función de evitar la repetición cíclica, sin que esto signifique renunciar al sello distintivo y ya casi nobiliario del universo Tarantino. Django sin Cadenas En su película más larga (mas no más ambiciosa) el director recorta con una tijera cuyo filo asomó también en “Inglourious Basterds” un universo paralelo. Como en su anterior trabajo donde un grupo de judíos cazaba nazis en la Francia ocupada, en este contexto un esclavo negro obtiene su libertad y vestido de cowboy mata blancos por dinero y, por supuesto, por venganza, sentimiento que ha emergido casi como un leitmotiv en los guiones del director. Locuras fuera de contexto que hacen a la historia y que gracias a la buena conformación de los personajes, no parecen descabelladas aún siéndolo. Y ese logro es en gran medida mérito del excelente trabajo individual de los actores. Enorme Christoph Waltz en el papel del doctor King Schultz, un cazarecompensas disfrazado de dentista que destaca no solo por sus finos modales e histrionismo sino también por su particular manera de asesinar gente con una afable sonrisa que acentúa una sangre fría escalofriante. No es casual que se elija siempre hablar de Waltz ante que del Django de Jamie Foxx. Si bien el moreno no desentona es eclipsado totalmente por el austriaco, y también por un Samuel L. Jackson delicioso, caracterizado como un esclavo de 75 años que ha pasado toda su vida bajo al servicio de una familia acomodada y cuya idea segregacionista es tan radical como la del más rancio terrateniente blanco del sur yankee. Un negro que delezna a los negros. Una contradicción antropológica absurda que asusta por su verosimilitud con el (absurdo) mundo real. Jamie Foxx en Django sin Cadenas Tarantino vuelve a hacer cine con los zapatos (en este caso las botas) del fanático orgullosamente puestas. Vomita en la pantalla la estética distintiva del Western, con planos generales de los interminables e inhóspitos caminos que transitaban caballos y diligencias y una fotografía destacable que por momentos recuerda mucho al volumen 2 de “Kill Bill”, así como el tiroteo en la casa mayor del bastante insípido Monsieur Candie de Leonardo DiCaprio, remite directamente a la épica batalla de Beatrix Kiddo/The Bride con los Crazy 88, en el volumen 1 de la perfecta película que beatificó a Uma Thurman. El inicio de la cinta remite directamente al “Río Bravo” de Howard Hawks y la inclusión de Franco Nero es un guiño para fanáticos acérrimos que disfrutaron de la original “Django” de Sergio Corbucci. El homenaje a las obras que lo formaron como realizador, vuelve a rendir sus frutos en esta (¿la última?) cinta. Llamado a ser uno de los directores contemporáneos más consecuentes en su trabajo, capaz que atraer al crítico más cerrado y al público masivo en igual medida, en “Django Unchained” Tarantino sirve una mesa repleta de vino rosso y apetitosos spaghettis.
Si hay algo que no se puede negar, es que Quentin Tarantino sabe hacer muy bien su trabajo a la hora de despilfarrar (en el buen sentido de la palabra) todo su potencial y los recursos que viene archivando de todas aquellas cintas que vio a lo largo de su vida. ¿Y quién no lo haría con tremendo argumento?. Django sin Cadenas es una defensa de los derechos de la gente de color allá por el año 1858, en el cual la esclavitud era moneda corriente y los blancos se creían con poder sobre los otros. Comprar y vender personas era el mejor negocio sin dudas, pero había quienes no pensaban de ese modo. Este es el caso del Dr. King Schultz, un Christoph Waltz "tiernizado" y muy alejado de su multipremiado papel de Hans Landa, el malévolo coronel cazajudíos de Bastardos sin gloria (Inglourious basterds, 2009). Volviendo a Django, se podría decir que combina elementos de un buen western con otro poco de acción. Está presente además el gore típico de Tarantino con una banda sonora más que sobresaliente (se atreve a jugar con el rap y el rock clásico al mejor estilo Elvis Presley, hasta una música melódica o más rítmica para las escenas en que vuelan las balas, salpica la sangre y revientan cerebros) y una fotografía increíble que sabe mechar distintos matices y colores al mismo tiempo. Para quienes no lo conocen demasiado el estilo "tarantinesco", puede resultar a veces excesivamente violento y puede pasar del drama más profundo y desesperante de un esclavo que intenta recuperar a su mujer comprada por los blancos hasta el más absurdo humor conservando siempre los diálogos brillantes. Este director de improvisado no tiene nada. En sus películas todo puede pasar. Si de personajes hablamos, en el de Jamie Foxx se destaca su construcción y evolución; en Leonardo DiCaprio vemos a un despiadado líder de pandillas asesinas que mantiene cautivos a miles de esclavos y comete con ellos las peores atrocidades, hecho que nos desconcierta y le arranca al espectador todo rezago de sus personajes anteriores; y por último, es colosal el rol de Samuel L. Jackson que interpreta a un ser detestable que se desquita con la gente de su misma condición. El guión contiene varios saltos y es de ritmo vertiginoso. Aun en las escenas tranquilas se percibe la acción y la incertidumbre, y seguramente quedarán grabadas en la retina las secuencias más ruidosas y salvajes llenas de tiros que no son poca cosa. Se repiten a lo largo del metraje pero nunca resultan ser igual. En resumen, Django sin Cadenas (que difiere mucho de la Django de 1966, en especial por su personaje principal) no es la mejor película de Quentin Tarantino, pero sin dudas forma parte del catálogo de obras maestras del cine actual. El realizador toma un tópico complicado y hace y deshace a su gusto. Eso sí, toma una clara postura y destierra al racismo de la misma manera que destroza la ideología nazi en Bastardos... Una película para sentarse no sólo a ver sino también a disfrutar. Una estética formidable con giros y sub géneros que redefinen el western como tal de un modo personal. Imposible aburrirse con tremenda pieza de cine de autor y menos aun con las increíbles actuaciones con las que cuenta. 4/5 SI Ficha técnica: Título Original: Django Unchained Dirección: Quentin Tarantino Guión: Quentin Tarantino Estreno (Argentina): 31 Enero 2013 Género: Western Origen: Estados Unidos Duración: 165 minutos Clasificación: AM 16 Distribuidora: SONY PICTURES Reparto: Jamie Foxx, Christoph Waltz, Samuel L. Jackson, Leonardo DiCaprio, Amber Tamblyn, Walton Goggins, Jonah Hill, Don Johnson, Zoe Bell, James Remar, Kerry Washington, Robert Carradine, James Russo, Tom Savini, Bruce Dern
Publicada en la edición digital Nº 5 de la revista.
Publicada en la edición digital Nº 5 de la revista.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
Publicada en la edición digital #248 de la revista.
Idealismo Tarantinesco Si hay algo a lo que Quentin Tarantino nos tiene acostumbrados es al gran cine gran, y esta vez no es la excepción. Django compila todos esos elementos que hacen de Tarantino un director tan singular. Y los combina de manera tal, que demuestra tanto a sus fieles fans como a sus fieles detractores por qué su nombre resuena tanto en la industria del celuloide. “Django sin Cadenas” cuenta la travesía de un ex-esclavo (Jamie Foxx) quien luego de ser liberado por un supuesto dentista, Dr. Schultz (interpretado por el magnífico Christoph Waltz) emprende un viaje por la patria que lo vio crecer (y esclavizar) en busca de su esposa, Broomhilda. Hasta acá todo bien, claro que siempre podemos agrandar el combo y por unas balas más tenemos extra sesos, sangre y un western muy logrado. Si bien la película puede resultar un poco larga, se podría dividir mentalmente en dos capítulos o volúmenes (hablando en idioma Tarantinezco). Sin embargo, los personajes y los eventos se desarrollan de tal manera, que se siente como si estuviésemos leyendo sus pensamientos en las páginas de un voluptuoso libro, uno de esos que no podemos largar hasta no llegar al final. El “journey motif” del protagonista se funde con la moral e ideales de su compañero en armas, y resultan una combinación letal. Junto con sus filosos diálogos, guiños históricos y culturales, cameos estelares, momentos absurdos y un cast brillante (cabe destacar la labor de Leo Di Caprio y de un señor para nada ajeno a este mundillo, Samuel L. Jackson), “Django sin Cadenas” es una excelente opción para empezar este año más sanguinarios que nunca. Para tener en cuenta: la música, que le ofrece un marco exquisito a la historia y una aparición de Quentin que no tiene desperdicio. La moraleja Sí a la cerveza (siguiendo el ejemplo del Dr. Schultz) y no a la esclavitud.
"Encadenen a Tarantino" Después de años de meditarlo seriamente finalmente me atrevo a decirlo: Tengo un problema con Tarantino y es que me está cayendo tremendamente pesado en sus últimas producciones. Luego de la magnífica “Kill Bill” y de las mejores películas de su filmografía “Perros de la calle” (para mí la mejor de todas), “Pulp Fiction” y “Jackie Brown” el realizador más original, violento y políticamente incorrecto del cine norteamericano se convirtió en una caricatura de sí mismo. Desde que hizo la somnífera y aburrida “Death Proof” y consiguió un éxito desmedido por la correcta (pero lejos de ser perfecta) “Bastardos sin Gloria”, Tarantino tiene los humos subidos hasta la cabeza y se cree lo suficientemente grande para hacer lo que se le cante en el cine, sabiendo que el público y la prensa van a seguir alabando sus producciones pase lo que pase. La verdadera y tangible realidad de esto último es que el público más fiel que Tarantino viene acumulando gracias a sus más recientes trabajos es un grupo de adolescentes y jóvenes que tienen desconocimiento total de la obra a la que hace referencia el realizador y por lo tanto no pasan a conocerla gracias a él, sino que directamente se la atribuyen como si fuera completamente suya. Por eso que haya espectadores que salgan de ver “Django Desencadenado” y hablen maravillas, por ejemplo, de la banda sonora del film sin saber quiénes son Luis Bacalov, Riz Ortolani, Jerry Goldsmith y Ennio Morricone es algo que como cinéfilo te altera por completo. Ni hablar cuando estas mismas personas piensan que Django es un personaje salido de la cabeza de Tarantino y omiten sus más de 45 años de existencia y los más de 12 grandes actores que lo interpretaron a lo largo de ese tiempo, entre los que se encuentran iconos del verdadero Spaghetti Western como Franco Nero, Terrence Hill y Antonio de Teffe. Que pase esto a Tarantino le encanta, como así también que gran parte de la prensa lo siga tildando como “original”,” atrevido” y “autor clásico”, cuando en realidad ya es un realizador que viene hablando de lo mismo (la venganza) desde hace 21 años y no tiene intención de cambiarlo. Ojo: Hay directores que supieron hacer una excelente carrera por hablar siempre de lo mismo, pero en el caso de Tarantino resulta absurdo e irónico que un director al que se lo considera tan talentoso (y en cierto punto el sabe que lo es) se quede estancado en ese círculo de “falsa” seguridad para mostrar cada vez menos destellos de su calidad. Por eso hasta aquí llegue: Yo no compro más bajo ningún punto de vista ver 165 minutos de verborragia repetida, personajes calcados de otras películas suyas, violencia desmedida que se utiliza como elemento de humor y el mismo esquema argumental que solo cambia de personajes y de época película tras película. “Django Desencadenado” es innecesariamente larga, lo cual le hace perder ritmo y deja a la vista sus dos grandes errores: en primer lugar el hecho de tener un personaje secundario (Chris Waltz) más interesante que su protagonista (Jamie Foxx) y sus patéticos villanos (Samuel L. Jackson y Leonardo Di Caprio). En segundo lugar su guión, que también gira una y mil veces sobre diferentes situaciones (algunas muy divertidas, es cierto) pero ninguna de estas terminan siendo necesarias para convertir al producto final en algo interesante. Las últimas películas de Tarantino perdieron esa dosis de suspenso que solían ser clave y caracterizaban a sus primeras producciones. Nuevamente la fotografía de Robert Richardson, la dirección de arte de David Klassen y los vestuarios de Sharen Davis son puntos altos en una película se infla y se desinfla constantemente a medida que avanza el relato, dejando en evidencia que Tarantino perdió por completo el buen pulso que lo definía. Proba ir al baño mientras ves esta peli y vas a ver que cuando vuelvas no pasó nada significativo e impredecible en el relato, lo cual habla brutalmente de la calidad del mismo. Pensé que Tarantino no podía caer más bajo después de “Death Proof”, pero se esmeró bastante y aquí está su trabajo más aburrido e insignificante hasta la fecha.
"...Personalmente me gustó mucho la película y no a todo el mundo le va a gustar, por esta cuestión de violencia; pero al que le guste el cine de Tarantino, va a salir conforme de ver Django Sin Cadenas, una película que tiene una excelente fotografía, que tiene una banda de sonido muy interesante..." Escuchá la crítica radial en el reproductor (ver link).
El niño Quentin nuevamente nos invita a jugar Django unchained está lejos de lo mejor de Tarantino. En lo personal la ubico un escalón por debajo de Bastardos sin gloria, su film anterior. Habiendo dicho esto, igualmente, debo aclarar que un Quentin a media máquina sigue estando por encima de la mayoría de los realizadores actuales. Es un cineasta que sigue jugando con los géneros y las convenciones del cine. Que sigue arriesgando y filmando lo que quiere. Y que ofrece esos momentos únicos que nos hacen recordar lo genial que puede ser el cine. Que Tarantino es un fanático de los spaghetti westerns ya lo sabíamos. Su admiración por la obra de Sergio Leone y afines fue explicitada por él públicamente y luego fue plasmada en sus filmes, aplicando elementos de este sub género en Kill Bill y Bastardos sin gloria. Ahora, finalmente, Quentin se despachó con este pseudo homenaje a los spaghetti western (la conexión realmente sólo está dada por el nombre del film). En realidad lo que Quentin entrega es un western fiel a su estilo: libre en su interpretación de la historia, políticamente incorrecto, exageradamente sangriento, con grandes actuaciones, momentos brillantes y lleno de excesos y caprichos. Tarantino utiliza una vez más al genial Christoph Waltz, dándole un rol más protagónico y querible que en Bastardos... El Dr. Schultz es un caza recompensas que en pos de capturar a los hermanos Brittle, unos forajidos buscados por la ley, se vale de Django, un esclavo que los conoce físicamente, para encontrarlos. A partir de allí se formara la típica pareja despareja, un cliché del cual Tarantino se vale pero que explota en formas originales. Django, por su lado, tiene su propia agenda: reencontrarse con su esposa, una esclava de la cual fue separado tiempo atrás. Hasta ahí, los motores iniciales de la historia. El resto no lo pienso contar. El placer de las películas de Tarantino no está tanto en lo que cuenta sino en cómo lo hace. Una vez más, los diálogos son fundamentales (aunque no brillan tanto como en Bastardos). Y también las actuaciones. Además del gran Waltz se destaca Leonardo DiCaprio, con su detestable Calvin Candie, un terrateniente que compra esclavos para ganar dinero en las peleas de mandingos. Es una creación que vuelve a demostrar que DiCaprio es un actor cada vez más completo. En medio de estos poderosos personajes Foxx entrega un Django en un registro menor, tal vez demasiado por momentos. Aunque al tratarse de un esclavo oprimido desde su nacimiento el tono apocado tiene razón de ser. Por último, hay que destacar la presencia de Samuel Jackson en el tramo final del filme. Su Stephen, un esclavo racista que actúa como una especie de mayordomo y asesor personal de Candie, es el personaje más revulsivo y polémico de la película. Los cameos y apariciones están a la orden del día (el propio QT se reserva un pequeño rol que sólo sirve como innecesaria distracción). Y es justo mencionar a Don Johnson como el pintoresco Big Daddy, un típico sureño adinerado que acumula esclavas como si fuera un harén. En mi opinión el film flaquea en su parte final, extendiéndose más de la cuenta (dura 165 minutos) y perdiendo el pulso narrativo. Pero como dije, un Tarantino con fallas es mejor que la mayoría. Y nos sigue regalando momentos cinematográficos incomparables. Se trata de un director al que apelativos como transgresor, provocador y polémico no le caben como simples lugares comunes, sino como explicaciones cabales de su arte. A seguir disfrutándolo.
Antes de su estreno se dijeron muchas cosas sobre la última película de Tarantino. La principal, que se prestó a muchas confusiones, fue que se iba a tratar de un homenaje al Western. Los que conocían la admiración que siente Tarantino por Sergio Leone decían que en realidad iba a ser un homenaje al Spaghetti Western. No voy a extenderme sobre la definición de cada uno pero quiero comentar que las diferencias no sólo tienen que ver con las condiciones de producción. “Los Spaghetti Western se llamaban así porque se filmaban en Italia”, dirán algunos. Bueno, no; primero porque no solamente se filmaban en Italia y segundo porque las maneras de posicionarse que tenían los directores de cada género frente a las historias que se contaban eran totalmente opuestas. La diferencia fundamental reside en que mientras en el Western –cuyo director emblemático e indiscutido es John Ford- mostraba a personajes con una fuerte conciencia histórica, comprometidos con el devenir de su tiempo y con una marcada posición moral (independientemente de si uno como espectador estaba o no de acuerdo con ellos), los personajes del Spaghetti –que tiene como director casi excluyente al genial Sergio Leone- se preocupaban solamente por sus propios intereses. Estos personajes eran, en general, cazarrecompensas o bandidos. Además, el tono general era de una comedia paródica. Django, sin cadenas es un homenaje al Spaghetti Western básicamente porque los personajes persiguen sus propios intereses, más allá de que varios de ellos sean nobles. A grandes rasgos, la historia es bastante sencilla y lineal. Un cazarrecompensas alemán, el doctor Schultz (Christoph Waltz, en un papel que lo confirma como uno de los grandes actores de la actualidad), necesita encontrar a tres fugitivos cuyas caras desconoce. Para ubicarlos compra a Django (Jamie Foxx), un esclavo que estuvo en la misma finca que ellos. Luego de que los encuentren, los maten y se lleven sus tres cuerpos, el doctor promete ayudar a Django para que encuentre a su mujer, que seguramente es esclava en algún lugar. Esta relación, que comienza siendo de conveniencia, rápidamente se transforma en una suerte de amistad. Lo que moviliza este relato, como todos los que nos cuenta Tarantino (salvo quizás Kill Bill), es el motor de la palabra. El doctor Schultz es un hombre que sabe hablar. No tiene grandes atributos físicos, es de contextura pequeña y a uno le da la sensación de que si lo necesitara no podría correr ni 30 metros. Puede ser rápido y preciso con su arma pero no intimida con su presencia, como sí lo hacían Lee Van Cleef o Clint Eastwood, grandes exponentes del género. Su capacidad, decíamos, es la de hablar bien, de convencer a los otros con la palabra, de mover los cuerpos que tiene delante para que hagan lo que él quiere. Eso lo diferencia de los otros, que en general quedan como brutos o directamente imbéciles. Por ejemplo Calvin Candie, el hombre que tiene en su finca a la mujer de Django. El personaje interpretado por Leonardo Di Caprio es un yanqui que quiere ser elegante y refinado pero que en realidad es un imbécil. Se hace llamar Monsieur Candy y no Mister Candy, aunque no sepa una palabra en francés, y se siente orgulloso de no poder estar ni dos semanas en Boston. El legado de Schultz sobre Django es su capacidad de hablar. Gracias a eso, el cowboy negro avanzará hacia el éxito y rescatará de la esclavitud a su mujer (que puede hablar en alemán, una cualidad que la diferencia de las otras esclavas). En este punto Tarantino se aleja de Leone, director más inclinado a estirar los silencios, a detenerse en largas secuencias en las que los personajes sólo miran. Revisen sino una de las escenas iniciales de Érase una vez en el Oeste, cuando aparece por primera vez Charles Bronson y sostiene durante un tiempo largo la mirada sobre tres tipos que está por despachar; o el triple duelo de El bueno, el malo y el feo, cuando Clint Eastwood, Lee Van Cleef y Eli Wallach se miran, se miden y se disparan con los ojos. Si en Django, sin cadenas la narración se detiene, alejándose del clasicismo, no sucede porque su director instale un clima de silencio sino porque el suspenso se construye a partir de largos diálogos. En ese sentido, la comparación más precisa sería con Howard Hawks, el director favorito de Tarantino. Hawks era un director que sabía hacer hablar a sus personajes. El ejemplo más claro es el de Cary Grant en His Girl Friday, una comedia en la que el protagonista a través de sus largos monólogos logra reconquistar a su ex mujer. Pero en Tarantino la palabra no es lo único que se pone en marcha. La cinefilia del director, alimentada por una sobredosis de películas de distintas procedencias, se recicla y da como resultado algo más que una galería de citas. Su cine, como el Doctor Schultz o el mismo Django, puede parecerse a otros pero es único. Por su capacidad expresiva, por su despliegue de cuerpos, de duraciones y trayectos y por el uso que hace de la música. Muchos prefieren el gesto snob de denostarlo simplemente porque es un director popular y otros le sueltan condenas ideológicas porque su eterno motivo es la venganza. Todos ellos se están perdiendo a uno de los pocos directores de la actualidad que entienden que una película no es única cuando aborda grandes temáticas o cuando es repetitiva con ciertos recursos, sino cuando hace hablar a las imágenes con un lenguaje propio.