El impactante universo de Anderson Paul Thomas Anderson es uno de los mejores realizadores que dio el cine estadounidense en los últimos tiempos; y con obras profundas que excavan entre lo más interior y desgarrador de la personalidad humana, ha desarrollado un estilo único y personal...
Las grandes ambiciones de un maestro del cine Un gran autor norteamericano dispuesto a doblar la apuesta con su genio incorruptible. Una película alejada de todo cálculo o contención. Paul Thomas Anderson y la notable The Master. Todo empieza con una pantalla en negro y con el ruido de las olas del mar. En realidad, el ruido de los remolinos formados en la estela de un buque de guerra. Espirales que, como el moño de Vértigo, advierten al espectador de que está a punto de embarcarse en una aventura sinuosa e imprevisible; incluso onírica. Y es que, a pesar de su espíritu analítico, The Master, la nueva película de Anderson, se recuerda como un sueño febril, una pesadilla habitada por bestias salvajes. A un lado del ring, Joaquin Phoenix como el taciturno, encorvado y alcoholizado Freddie Quell, un hombre incapaz de reacoplarse al orden social tras su participación en la Segunda Guerra Mundial; aunque resulta difícil imaginar que Freddie pudiera ser un chico “normal” antes de su paso por la Marina: el tipo es un animal, una bestia tosca y primitiva que se mueve por instintos básicos. Y, en el otro lado del cuadrilátero, Philip Seymour Hoffman como Lancaster Dodd, el Maestro del título (inspirado en la figura de L. Ron Hubbard, el creador de la Iglesia de la Cienciología): un hombre que, como el Tom Cruise de Magnolia, aspira a (re)inventarse a sí mismo y rodearse de seguidores rendidos a su expansivo poder de seducción. En gran medida, The Master es una película sobre la atracción que se establece entre estos dos hombres; casi una adicción mutua. Ambos aspiran a entenderse a sí mismos a través del otro. El Maestro ve en Freddie la prueba definitiva para su poder de sugestión, mientras Freddie encuentra en el Maestro y su corte a una de esas familias adoptivas que abundan en el cine de Anderson. No es sólo una cuestión de amistad o de camaradería masculina (expresada en miradas cómplices y abrazos efusivos, un poco a la manera de Maridos, de John Cassavetes): también hay sometimiento y dominación, la fuerza del macho alfa que aspira a imponer su fortaleza tosca y maléfica. “Do you find interest in people?”, le pregunta el Maestro a Freddie en uno de su agresivos interrogatorios (parte del proceso de asimilación a The Cause, el culto “cienciológico”), Y Freddie contesta: “Not really”. El diálogo, casi palabra por palabra, estaba en Petróleo sangriento, la película de Anderson que más se parece a The Master: ambas se encierran a cal y canto en el rincón más oscuro del alma humana, refractarias a toda forma de nobleza o ternura. De hecho, entre las muchas razones que hacen de estas películas objetos anómalos en el contexto del cine norteamericano actual, destaca su negativa a ofrecer al espectador ningún tipo de asidero emocional. Son films en los que resulta casi imposible empatizar con ningún personaje (quizás por eso, aquellos que crecimos identificándonos y queriendo a las criaturas de Magnolia o Embriagado de amor somos incapaces de experimentar estos films como experiencias completamente satisfactorias). Y, sin embargo, a pesar de los muchos parecidos entre las dos últimas películas de Anderson (el pirotécnico histrionismo de Phoenix remite casi directamente al de Daniel Day-Lewis), The Master parece algo completamente nuevo en la trayectoria del director de Boogie Nights: Noches de placer. Y esa diferencia viene marcada, sobre todo, por la languidez interior del personaje de Freddie Quell. Todas las películas de Anderson hasta la fecha poseían una suerte de enérgica determinación que supuraba del interior de sus personajes: incluso el apocado Barry Egan encontraba una dirección, un impulso vital, en su amor por Lena. En The Master, Freddie es un personaje abatido, insalvable, consumido por los traumas, el dolor y la estupidez. Su relación con el Maestro trae algo de luz a su vida, pero su sino es el vagabundeo existencial. Y, detrás de él, va la película, que parece ir a la deriva (un poco a la manera de Michelangelo Antonioni), merodeando por la realidad de Freddie a golpe de elipsis y algún que otro flashback esporádico. A ratos, la película adquiere fuerza, electricidad, como en su mejor pasaje: aquel en el que Freddie acepta ser adoctrinado (de forma más bien brutal) en los mandamientos de La Causa y debe luchar contra su falta de fe. Sin embargo, esta secuencia monumental no forma parte de ningún crescendo prolongado: The Master posee una estructura difusa, voluble, con subidas y bajadas, pero sin un arco dramático definido. Se impone la fragmentación, la espiral narrativa: The Master existe para ser habitada, y luego abandonada con un regusto amargo en la garganta. En una de las primeras grandes escenas de The Master, escuchamos en la banda sonora un discurso en el que Douglas MacArthur anuncia el inminente fin de la Segunda Guerra Mundial, mientras Freddie, vestido con el uniforme de la Marina, se las apaña para abrir una enorme bomba y extraer de ella una sustancia alcohólica que primero beberá directamente del explosivo y luego (intuimos que) utilizará para afinar sus dotes de destilador. The Master transcurre durante la posguerra, un período de esperanzas, luto y desconcierto en el que surgieron nuevos cultos que, entre otras cosas, aspiraban a llamar la atención de los traumatizados soldados llegados del frente. En este sentido, Paul Thomas Anderson desempolva a conciencia algunos escenarios del pasado americano. En su primer trabajo después de la guerra, Freddie se dedica a retratar a familias en unos grandes almacenes: las instantáneas, tratadas como deslumbrantes tableuax vivants, evocan una versión idealizada del sueño americano que remite al universo de Norman Rockwell. Más adelante, apoltronado en un bellísimo cine que parece sacado de un cuadro de Edward Hopper, Freddie medita sobre un amor perdido: la única luz en su patética existencia. Además, Anderson explicó que utilizó el documental Let There Be Light (1946), de John Huston (se puede ver aquí), como referencia para las escenas del tratamiento que recibe Freddie contra el estrés postraumático en un hospital militar. En resumen, uno tiene la impresión de que Anderson aspira a dejar una huella indeleble en el gran relato fílmico de la Historia Americana. El director puede tener muchas virtudes, pero la humildad y la discreción no están entre ellas. Su ambición parece ser la de colocar a Freddie y al Maestro al lado de, por ejemplo, el Fred Derry (Dana Andrews) de Los mejores años de nuestra vida (1946). Cuando recordamos a Derry, le vemos deambulando por aquel cementerio de aviones de guerra, perdido entre despojos de la guerra, a punto de emprender su camino a la redención. Sin embargo, cuando de aquí a unos años recordemos a Freddie, lo que nos vendrá a la cabeza será seguramente su rostro desencajado, en primer plano, siempre al borde de la carcajada demente, con el mentón apuntando al frente y un gesto de sospecha y amenaza: una imagen recurrente de la película que, en algunos momentos, me transportó enigmáticamente a la fuerza arrolladora e inquietante del expresionismo alemán. Queda claro que Anderson piensa a lo grande, pero con un nivel de libertad y riesgo asombrosos. Más allá del revuelo mediático que puedan despertar las buenas críticas y su relación con la Cienciología, parece difícil que una película tan compleja como The Master pueda cautivar al gran público. Rodada en el casi obsoleto formato de 70mm -el último film hecho por completo con este tipo de película fue Hamlet (1996), de Keneth Branagh-, The Master conjuga una suerte de épica intimista a la que le gusta concentrarse en primeros planos, aunque también es capaz de recrearse en paisajes exteriores. Una buena muestra de ello la encontramos en la enigmática y aislada secuencia en la que Freddie y el Maestro se adentran en un desierto rocoso para recuperar los “textos no publicados” del líder de The Cause. Pioneros en un mundo que reniega de ellos, los protagonistas de The Master nos llevan a lugares que probablemente no querríamos visitar. Paul Thomas Anderson, ese director que obsesiona a tantos cinéfilos de mi generación, sigue evolucionando como cineasta sin miedo a dejarnos atrás. Por ello, debemos estarle doblemente agradecidos.
La ferocidad del engaño. No podemos más que celebrar el grado de irreverencia e inconformismo con el que Paul Thomas Anderson ha administrado su carrera como realizador. Claramente hablamos de una de las pocas figuras que subsisten en el firmamento cinematográfico construyendo obras adultas que habilitan múltiples interpretaciones, siempre portadoras de una riqueza intrínseca sin igual. El primer testimonio de su talento lo tuvimos mediante esa trilogía de comedias dramáticas sardónicas con las que se dio a conocer, léase Juegos de Placer (Boogie Nights, 1997), Magnolia (1999) y Embriagado de Amor (Punch-Drunk Love, 2002), opus tajantes cargados de una inusitada virulencia formal y destinados a la polémica...
The master es una clase magistral de actuación y una interesante propuesta para ver un cine distinto. Lo más destacado que tiene este film es la brillante interpretación de Joaquin Phoenix cuya composición física, gestual e interna que hace de su personaje es fabulosa. Esto es realmente actuar y no decir solamente un texto con mayor o menor sentimiento. Y la labor...
Cada película dirigida por Paul Thomas Anderson es un reto para el espectador, por cómo él dirige a los actores y les saca su máximo potencial, por cómo crea una historia retorcida, profunda y meticulosa sobre las emociones humanas, por cómo se ve acompañado por un grupo técnico impecable que siempre plasma sus intrigantes planos en pantalla, y por cómo no deja indiferente al público luego de verlas. En esta oportunidad, vuelve a brillar con una historia difícil de contar y caótica, llevada adelante con inteligencia, con sorpresa y con la calidad que lo caracteriza.
Clase de Cine Se deben contar con las manos los directores que pueden confluir un relato original, ambiguo, que consiga despertar interés por las sensaciones que intenta generar, que amalgame una osadía visual, pero a la vez un concepción del armado de los encuadres meticuloso, pensar cada plano en forma individual, cada secuencia como unidad visual, única, pero a la vez que en el producto final signifique mucho más que una escena, conseguir crear personajes extraños que no abusen de su extrañeza, que tenga anclaje en personas reales, pero tomando vida propia, gracias al trabajo de un elenco que no busca destacarse por su rostro bonito sino por un talento para componer, crear, ocultar sentimientos o explotar, mostrando una gama de rostros diferentes según lo que solicite la escena...
La Ilusión de la Realidad El realizador Paul Thomas Anderson, recordado por su trabajo en Magnolia del año 1999, donde también convocó al camaleónico y oscarizado Philip Seymour Hoffman, pone el ojo en una historia tan complicada como interesante. Excelentemente ambientada en los años ´50, luego de la Segunda Guerra Mundial, coloca en primer plano a un joven marino llamado Freddie (el oscarizado Joaquin Phoenix y desaparecido después de rodar Los Amantes), que sin rumbo se pasea de empleo en empleo, siempre acompañado de sucesos fortuitos y de bebidas alcohólicas caseras. Mientras intenta huir de un pasado nada fácil, su camino se cruza con un carismático líder del Clan llamado “La Causa” (el maestro Lancaster Dodd). Un personaje intelectual y persuasivo interpretado de manera excepcional por Philip Seymour Hoffman, quien intentará cambiar el rumbo del ex marino. Entre creencias, peleas y técnicas poco convencionales, emprenden un camino hacia lo inimaginable, con aciertos y errores, pero con la convicción de Dodd. La película cuenta con una gran estética, una fotografía cuidada y, por sobre todo, actuaciones destacadas de los nombrados y de Amy Adams (Los Muppets, El ganador) The Master es un film que trata sobre segundas (o más) oportunidades, donde tanto el conflictivo Freddie, como su líder espiritual, deben aprender a convivir. CALIFICACIÓN: MUY BUENA Dato de Interés: Por esta producción Joaquin Phoenix está nominado como Mejor Actor y Philip Seymour Hoffman en la categoría Mejor Actor de Reparto.
Náufrago El cine de Paul Thomas Anderson es un cine que se ama o se odia. Luego de Boogie Nights, fue tornándose cada vez más extremo en la rareza de sus narraciones, lo que ya forma parte de su estilo como director. Pero en The Master es tal el nivel de abandono narrativo que directamente se anula la narración al llegar a la mitad del metraje. Esto impide el avance y desarrollo del argumento. Aquí tenemos por un lado a Lancaster Dodd (Phillip Seymour Hoffman), creador de una pseudo religión -La Causa- y por el otro a Freddie Quell (Joaquin Phoenix), veterano traumado -con esa incomodidad extraña que caracteriza a todos los personajes de PTA- de la Segunda Guerra Mundial. A partir de un encuentro azaroso, surge una relación entre ambos, por momentos homoerótica. Y eso es todo amigos...
Paul Thomas Anderson ya no es el de las historias corales de Magnolia y Juegos de placer. Más allá de esa rara avis que en su carrera suponía Embriagado de Amor, el joven cineasta estadounidense parece haber encontrado un nuevo modelo narrativo en su obra, una estructura por demás puntillosa, a partir de Petróleo sangriento. Con The Master, Anderson lleva aquella premisa hasta extremos inéditos. Formalmente, su estilo de autor se torna cerebral y meticuloso, lo que parece importarle es recrear una atmósfera de lugar y de época merced a una estrategia ajena a la de sus primeros films (superpoblación de personajes, de situaciones). Aquí se impone, por el contrario, un esquema de relato consistente en la supresión paulatina, cuyo fin reside en el privilegio de una atmósfera enrarecida, absurda, obsesiva en cuanto a sus detalles y matices. Petróleo sangriento no entregaba certezas sobre la cruel naturaleza de su protagonista, aunque la acción se desarrollaba de manera lineal, clásica si se quiere. Nada de ello ocurre en The Master, donde la forma elegida es la parábola, recurso kubrickiano por excelencia. El director de La naranja mecánica, de hecho, empleaba ese encaje en servicio de su visión nihilista del mundo, reflejada en la condición innata de sus antihéroes, mientras que en este caso la trama exhibe, respecto a sus propósitos, un carácter impreciso, confuso. En 1950, Freddie Quell (Joaquin Phoenix) acaba de volver de la guerra. Trastornado y alcohólico, su andar errante y el azar lo llevan a conocer al líder espiritual Lancaster Dodd (Philip Seymour Hoffman), con quien entabla una tormentosa amistad. Dodd, también conocido como “El Maestro”, es el creador de una extraña filosofía de autosuperación a la que bautizó La Causa, por medio de la cual intentará curar los tormentos del recién llegado. Si bien éste nunca termina de comprender de qué va la prédica de su nuevo compinche, no duda en embarcarse con él, su familia y sus seguidores en un misterioso crucero a lo largo de la Costa Este. Muy a menudo, las elecciones temáticas de Anderson parecen estar guiadas por la curiosidad que le despiertan ciertos personajes de la mitología americana reciente. Noches de placer adaptaba, happy ending mediante, la leyenda del inolvidable John Holmes. The Master hace lo suyo con L. Ron Hubbard, controversial fundador de la Iglesia de la Cienciología. Si el director hubiese intentado aproximarse con mayor pretensión de fidelidad a la figura de Hubbard, quizá habría logrado eliminar las contradicciones del guion, ya que, si algo caracterizaba al astuto autor de Dianética, era precisamente su fenomenal capacidad para ganar dinero. ¿Qué podría haberlo llevado a interesarse en un revoltoso fracasado como Quell, y más aún, a incorporarlo a su círculo íntimo? Por otra parte, es de suponer que “El Maestro” original, responsable de un imperio en ciernes por aquellos años, jamás habría perdido la calma ante el cuestionamiento de un solitario escéptico frente a la alta sociedad neoyorquina, como muestra el film. Son éstas las circunstancias diegéticas que hacen del último trabajo de Anderson una narración oscura, descabellada, incoherente. Ahora bien, ante todos los pronósticos, la cosa funciona. Phoenix y Hoffman (y una demacrada Amy Adams, de excelente performance) se hacen carne en las contradicciones mencionadas y salen fortalecidos, sobre todo el primero. El de The Master es un mundo degenerado y repugnante, opuesto a la estampa idílica, tantas veces proyectada por Hollywood, de la América de posguerra, con sus héroes quiméricos y sus banderas flameantes. Este planteo aparece ilustrado a través del enfermizo personaje de Quell, cuyas visiones pornográficas nunca dejan de lado la repulsión de la carne en varios de sus aspectos –la escena en que imagina desnudas a las seguidoras de Dodd resulta, sin duda, perturbadora–. A fin de cuentas, Anderson se vale de un depuradísimo poder descriptivo, reforzado en cada plano por la maniática banda sonora de Jonny Greenwood y la fotografía de Mihai M?laimare, para la confección de una historia rara, chocante, incómoda y repleta de angustia, que acaso requiera más de un visionado para su justa aprehensión.
Una odisea temática que cuestiona el concepto de religión. Paul Thomas Anderson es uno de esos cineastas que es la viva prueba de que lo que no importa es la cantidad sino la calidad. Tiene pocas películas en su haber, algunas separadas por unos cuantos años, pero difícilmente haya una película de este realizador que, y esta es una opinión personal, no me haya gustado. El de Anderson siempre fue un cine más temático que de cualquier otra cosa, con personajes pintorescos al milímetro, reconocibles por el espectador, que son los elementos con los que Anderson demuestra o refuta sus tesis. Para su último título Anderson toca una vibra que más de uno va a reconocer: la de la religión. Más precisamente en dos aspectos; la misma como la necesidad de creer en algo y, al aceptar esa creencia, el control mental en el que se introduce sin darse cuenta. ¿Cómo está en el papel? The Master es la historia de Freddie, un veterano de la segunda guerra mundial que tiene problemas en adaptarse a la posguerra. Cuando pierde su trabajo como fotógrafo, vaga por el país hasta encontrarse con Lancaster Dodd, el fundador de un movimiento filosófico-religioso llamado “La Causa”, que toma al perdido Freddie bajo su ala. Esto, palabras más palabras menos, es el argumento de la película, ya que no sigue la estructura de introducción, nudo y desenlace en el sentido tradicional, aunque no quiere decir que no la tenga y no la siga en ese orden. Como en todas las películas de Anderson, no hay lo que se dice una progresión sino que cada escena es un cuadro en una larga galería donde la actitud de los personajes es lo que domina la acción. La película tiene, entre otros temas y como mencionamos anteriormente, el rol que tiene el control mental en la religión (se sospecha que una de las muchas bases del guion de Anderson son los orígenes de la Cienciologia de L. Ron Hubbard), pero mucho más subyacentemente el de la creencia en uno mismo. Esto no se abarca del modo edulcorado que lo haría una película apta para todo público, sino que adopta una posición mucho más adulta sobre el concepto, y surge como el producto de la larga travesía de un personaje que se debe debatir entre ver si las creencias de esta religión funcionan para él o si la fe ciega que esta pretende es demasiado pedir. Que de paso cañazo, es el debate que mucha gente tiene con la religión, cualquier religión, en la actualidad. ¿Cómo está en la pantalla? La única diferencia marcada que existe entre este y otros títulos de la filmografía de Anderson, es que no mueve tanto la cámara como antes. Para este título abandona ese enfoque en favor de una cámara muchas veces estática, intimista y rica en primeros planos. Las actuaciones de Joaquín Phoenix y Philip Seymour Hoffman son excelentes; aunque muchas veces es más la del primero que la del segundo. Una de las mejores escenas de la película es una donde Hoffman le hace unas preguntas a Phoenix y el solo ver sus expresiones entre pregunta y respuesta llama la atención por lo que dicen con sus rostros más allá de la palabra. Conclusión Un título desafiante que indudablemente no es para todo el mundo. Si querés ver a dos grandes actores hacer lo que saben hacer mejor, mírala. Si te gusta el cine de Paul Thomas Anderson, mírala; mantiene la línea de sus anteriores trabajos. Si querés ver una interesante puesta sobre las religiones extraoficiales, mirala. Es una película muy difícil de catalogar y explicar en pocas palabras; pero, por otro lado, también lo es la temática en la que se mueve. Es una de esas películas de las cuales al salir te preguntas que fue lo que acabaste de ver… aunque ya lo sabes.
Cree en mí El realizador de Boogie Nights: Noches de placer (1997), Magnolia (1999), Embriagado de amor (Punch-Drunk Love, 2002) y Petróleo sangriento (There will be blood, 2007), construye con The Master (2012) una película en donde la ambigüedad es central. Grandes labores actorales de Philip Seymour Hoffman, Joaquin Phoenix y Amy Adams. Freddie es esa clase de soldado de guerra propio de la narrativa de Ernest Hemingway: alcohólico, encorvado, deseoso de una mujer que le quite las tensiones que acarrea. La esperanza palpita en él pero no como un impulso hacia el futuro, sino como un amargo quejido que deja entrever aquello que no fue. En su alrededor la sociedad se instala en un presente menos convulsionado (nos referimos al fin de la Segunda Guerra Mundial), pero algo en él es disonante, pesimista, casi psicótico. Cualidades que un actor como Phoenix puede aunar en una criatura tosca y a la vez querible, ente gravitacional sobre el que se suceden los hechos que narra el film. Mucho se ha debatido sobre qué es lo que cuenta Anderson, pero resulta evidente que el foco está puesto en los inicios del Cienciología, doctrina religiosa (señalada como secta en más de una ocasión) que muchos conocerán porque tiene entre sus filas al actor Tom Cruise. No es incongruente que Freddie sea un personaje al borde de la animalización y que el Maestro se transforme en su guía. Ambos son emergentes del Desastre (así, con mayúsculas), el perfecto reverso de un mundo que se re-define y que necesita creer en algo. Hasta cuánto Freddie puede creer en lo que ve queda en una nebulosa, como así también hasta cuánto es cálculo en Lancaster Dodd, el Maestro. Un personaje al que Seymour Hoffman (otro tamaño actor) le imprime una ambigüedad enérgica, vibrante, por momentos demencial. El realizador construye una puesta en donde impera la magnificencia; de hecho, la rodó en el anacrónico formato de 70 mm. Esa construcción grandilocuente se extiende en la predilección por fotografiar grandes espacios (el mar, el desierto) o espacios más reducidos que gracias al uso de lentes devienen enormes, aspecto que transforma a Anderson en el cineasta contemporáneo más emparentado con Stanley Kubrick, otro cineasta “de la ambigüedad”. Volviendo a los personajes centrales, el acercamiento de estos dos hombres no arroja una tesis (ni positiva, ni negativa, si bien hay algo truculento en cómo se relacionan). Tampoco The Master propone una identificación con alguno de ellos, pero esa indeterminación en el vínculo resulta revulsiva, incómoda y a la vez tierna. Freddie es como una fiera a la que Lancaster intenta domesticar, un conejillo de indias que le sirve para construir La causa. Alrededor de ellos está su propia familia, que tiene como matrona a Peggy (Adams, dejando para siempre su aura a chica Disney), quien ve con desconfianza a la presencia de este nuevo integrante. Con humor sórdido y sin heroicidad, The Master es proclive a ser pensada como una fábula amarga sobre la fe en la sociedad norteamericana, oscilante entre el pragmatismo y el afán lucrativo. Es, al mismo tiempo, la consagración de un cineasta mayúsculo como Paul Thomas Anderson, quien con el “otro” Anderson (Wes) son hoy en día los directores autorales de Estados Unidos que más ideas proponen y con marcas de estilo más identificables. The Master, en suma, es una película a la altura de sus ambiciones.
Las causas y sus consecuencias Cada película de Paul Thomas Anderson representa un enorme desafío para todo aquel espectador que busca que el cine lo problematice o inquiete a tal punto de dudar de lo que se está observando en pantalla. Como si en la textura cinematográfica de cada fresco visual, lo visible o revelado, existiera una capa más profunda e insondable a la que puede llegarse superando el mero formalismo. Petróleo sangriento es el ejemplo acabado de esta idea al plantear en los parámetros de un drama intenso y con personajes fronterizos la crítica contundente al modelo capitalista, bandera de Los Estados Unidos y estandarte del falso sueño americano que con The master, último opus de este gran director, se derrumba y precipita desde el costado menos visible que no es otro que el humano. Cómo pasar entonces de la tensión irresuelta de conceptos abstractos como poder, sometimiento, obediencia, odio, amor, fe, religión, culto, seudociencia, dogma, sino a través de la historia de un solo hombre o de un grupo de hombres inmersos en un experimento social que pretende elevarse por encima de los valores intangibles para proponer algo nuevo. Si hablamos del hombre en su constante lucha interna por vencer la animalidad intrínseca para conectarse con algo mucho más elevado y trascendente como el espíritu es imprescindible señalar un contexto histórico o época para comprender las causas y las consecuencias. La postguerra por ejemplo, escenario donde comienza este viaje iniciático y alucinatorio, significó para el planeta un momento de crisis de valores muy profundo que habilitó la necesidad imperante de unir en vez de continuar fragmentando. Los modelos de pensamiento más radicales vieron en ese momento crítico un terreno fértil en principio en aquellos sobrevivientes y su conflictivo modo de reinserción en un mundo donde la paz y la concordia fueron absolutamente derrotadas y el cinismo y escepticismo superaron con muy poco esfuerzo a la fe o a la esperanza del escape religioso para fusionarse en otras ramas y despabilar conciencias dormidas o masas dóciles que no se atrevían a siquiera preguntarse cuál es el sentido de la vida y qué nos une o separa a los unos de los otros. La película de Paul Thomas Anderson establece como estructura central la convulsionada y ambigua relación entre un líder carismático, Lancaster Dodd (Philip Seymour Hoffman), propulsor errante de una filosofía cuestionadora que se enrola a partir de una serie de postulados en algo que se denomina La causa (aquí se debe agregar el dato que este personaje se inspira en el creador de la cienciología) pero que en realidad puede sintetizar conceptualmente la figura de cualquier gurú, que a fuerza de retórica, técnicas de persuasión y adiestramiento cognitivo acapara voluntades de fieles y los somete a verdades que dan respuestas a las angustias existenciales más primarias pero que también cataliza los deseos individuales para transformarlos en metas colectivas bajo la pretensión de una selectividad frente a la masa ignorante que siempre genera una amenaza para los objetivos de la empresa seudoespiritual. En ese camino de reclutamiento de voluntades débiles o necesitadas de contención se atraviesa Freddie Quell (brillante actuación de Joaquin Phoenix), ex marino alcohólico y capaz de elaborar tragos destilando las sustancias más insólitas, que regresado de la guerra no encaja bajo ningún concepto en las coordenadas de la vida mundana ni tampoco califica como modelo para concretar ese ansiado American Dream. Conejillo de indias, golpeado por las circunstancias de la vida y el despecho amoroso provocado por el distanciamiento de la guerra; o desafío personal para Lancaster Dodd y su séquito la relación entre maestro y aprendiz se desdobla en un constante juego de seducción y manipulación psicológica en el que el objetivo fundamental consiste en desprogramar los hábitos o derrumbar la estructura psíquica de Freddie para que no reaccione de manera violenta e irracional frente al dolor o la frustración. Sin embargo, despojar al hombre de su personalidad para construir uno nuevo no siempre persigue un fin noble y en ese grado de ambigüedad y dialéctica entre dominado y dominador transita de manera vertiginosa la audaz propuesta del director de Magnolia con la mirada escrutadora y poco complaciente ante lo religioso y el libre albedrio en permanente roce pero sin descuidar la vulnerabilidad de los hombres que se estancan en un tiempo o repiten un episodio traumático del pasado que se resignifica en el presente y ahuyenta el futuro. ¿Es posible reparar algo que está roto? En consonancia con esta mirada introspectiva se asocia otra mucho más aguda e histórica que se arraiga con la propia historia de una Norteamérica que tras la guerra y las sucesivas cicatrices de otras guerras se enfermó de su propio cáncer social, de lo que puede desprenderse el triunfo del capitalismo salvaje y la ambición desmedida que deja víctimas en un largo tendal hacia un horizonte que parecería ser infinito. Como contracara del mito del buen salvaje explotado hasta el hartazgo por el cine, Paul Thomas Anderson intenta desmitificar sin cinismo este preconcepto para ir más allá de los postulados antropológicos o filosóficos convencionales y sumergirse en las profundidades del agitado océano de la consciencia, la irracionalidad, bajo las olas de la sensibilidad y la emoción que estallan en la pantalla y salpican a cada espectador que se entregue al enigmático universo de The master.
Un film excelente con destino de clásico T he Master , como todas las películas de Paul Thomas Anderson, permanece en la memoria mucho tiempo después de que se encienden las luces de la sala. Podrá gustar más o menos, pero el cine del director de Boogie Nights: Noches de placer , Magnolia y Petróleo sangriento está hecho para perdurar y trascender. En una industria como la de Hollywood, que realiza tantos productos efímeros, la existencia de un autor tan estimulante, audaz, provocativo y, si se quiere, hasta megalómano resulta una bienvenida anomalía. No es The Master una película fácil, pero es una gran película. Concebido a contramano de la demagogia y la superficialidad que dominan al cine contemporáneo (no es fácil empatizar con sus protagonistas), este film propone un implacable y demoledor ensayo sobre la manipulación psicológica, la dependencia emocional y las más profundas miserias humanas. El protagonista es Freddie Quell (Joaquin Phoenix), un tosco marino dominado por el alcoholismo, la obsesión sexual, la desesperación, el dolor y la angustia existencial que, tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, profundiza su derrumbe hasta que cae en manos de Lancaster Dodd (Philip Seymour Hoffman), el Maestro del título (personaje inspirado en L. Ron Hubbard, fundador de la controvertida Iglesia de la Cienciología) y opuesto complementario de aquella alma en pena: un líder brillante, seductor y carismático de esos capaces de encandilar y someter a sus seguidores. El film -ambientado en los años 50, esa época de posguerra en la que se cimentó el sueño americano- se centra en la relación de dependencia, de atracción mutua entre estos hombres tan disímiles (en todo sentido) entre sí. Freddie encuentra cobijo y protección, casi una familia adoptiva, mientras que Dodd tiene el cobayo ideal para desplegar sus técnicas experimentales, desarrollar sus investigaciones y aplicar su doctrina. La película puede resultar un poco árida por momentos, algo caótica en otros (el director prescinde de una evolución dramática tradicional), pero nunca deja de fascinar y atrapar. Es que The Master tiene tres pilares para sostenerse en las alturas: la inteligencia como guionista y el virtuosismo como narrador de Anderson y las descomunales actuaciones, pletóricas de matices (del intimismo a la grandilocuencia), de la dupla Joaquin Phoenix-Philip Seymour Hoffman, muy bien acompañada por una Amy Adams (Peggy, la esposa de Dodd) que en pocas escenas y desde las sombras se convierte en un personaje decisivo. Trágica y cómica, bella, amarga y desgarradora a la vez, The Master constituye una experiencia que exige (y merece) una activa participación del espectador. Paul Thomas Anderson entrega una película inasible, fragmentaria, pero con unos cuantos pasajes en los que aflora el gran cine (como el interrogatorio resuelto a puro primer plano), esos momentos sublimes que lo convierten en un film con destino de clásico.
El lado B del sueño americano En The Master, Paul Thomas Anderson, un autor a la europea pero hecho en Hollywood, propone un particular retrato generacional, concentrado en dos personajes que de tan antitéticos no pueden sino atraerse, como polos imantados. Con apenas seis largometrajes realizados a lo largo de quince años, Paul Thomas Anderson es, a esta altura, una suerte de tótem cinéfilo. Tal vez no a la altura de un Stanley Kubrick, pero sí lo suficientemente esporádico y extravagante como para que cada una de sus nuevas obras sea esperada con una importante dosis de reverencia. En otras palabras, esa rara avis, el autor a la europea made in Hollywood. The Master, gran perdedora a la hora de las nominaciones de los Oscar 2012, es un film excéntrico en más de un sentido. La decisión de rodar en 65mm, un formato virtualmente extinto, hizo agua las bocas de los fetichistas del celuloide, aunque la película poco y nada tiene que ver con los relatos épicos usualmente relacionados con esa tecnología: el film de Anderson es, en gran medida, un drama de interiores. (De todas formas, se produjeron tan sólo 16 pocas copias en 70mm y ninguna de ellas llegará a la Argentina.) Más allá de este aspecto técnico, que semeja a una empresa quijotesca en plena conversión de la industria cinematográfica al digital, The Master no se parece a muchas otras películas de su mismo origen. Apenas fue anunciado el proyecto, la polémica se instaló sin que Anderson hubiera rodado un solo plano. Pero The Master no podría estar más lejos del retrato biográfico de L. Ron Hubbard, el controvertido creador de la Cientología –la “filosofía religiosa” con altas dosis de autoayuda que tantos adeptos ha ganado en la costa oeste americana– que le sirve de inspiración. El realizador propone en cambio un particular retrato generacional, concentrado en dos personajes que de tan antitéticos no pueden sino atraerse, como polos imantados. Freddie Quell (un Joaquin Phoenix siempre al límite del estallido total) deja pasar los últimos días de la Segunda Guerra a la espera de su regreso a casa: en las primeras escenas se lo ve teniendo sexo virtual con una mujer de arena o preparando tragos con ingredientes poco ortodoxos, incluido el combustible de un navío. Ya de regreso en la vida civil y con un nuevo trabajo como fotógrafo, la emprende a golpes con uno de sus retratados en pleno centro comercial, delante de decenas de clientes. Resulta evidente que su psiquis está bastante maltrecha, pero si Quell es un “loco de la guerra” o ya estaba arruinado de antemano, no es algo que el film descifre. Ni falta que hace. Anderson sigue a Quell en su búsqueda (o escape) de sí mismo hasta que se topa con el doctor Lancaster Dodd, interpretado por un favorito del realizador, Philip Seymour Hoffman. Dodd es El Maestro, el líder de La Causa, un movimiento que entrecruza la psicoterapia, la fe religiosa y las ansias de superación personal. Ese encuentro, que semeja más un choque estelar, guiará el resto del relato hasta la última escena. Pero antes quedará claro que el inestable Quell, obsesionado con el sexo, el alcohol y la violencia, necesita a su mentor, el aparentemente autosuficiente y procurador Dodd, tanto como éste necesita a su protegido. En realidad, ese “ser primitivo”, el hombre bestial encarnado por Quell está bastante más cerca de Dodd de lo que las apariencias parecen indicar. La suya es una simbiosis fuera de serie, que incluso amenaza con desestabilizar el orden de la particular familia de seguidores del carismático caudillo religioso. Entre ambos, la esposa del Maestro, Peggy (Amy Adams), personaje no sólo relevante sino imprescindible en la historia, mente rectora y racional, el único personaje que parece ser dueño de algo parecido al autocontrol. O tal vez ese sea otro espejismo. Anderson se niega a ofrecerle al espectador algo parecido a la empatía con sus criaturas, al tiempo que evita una construcción narrativa con arco dramático transparente, dos de los aspectos más estimulantes de The Master. No es éste un film con moralejas o de claras intenciones descriptivas –más allá de la notable reconstrucción de época–, sino una compleja amalgama de emociones, impulsivas y violentas en su mayor parte, que el realizador despliega en capas, por acumulación y sedimentación más que por el tradicional procedimiento de la construcción secuencial y cronológica. Hay algo pesadillesco e inquietante en The Master, que el director convoca sin los excesos de estilo de su largometraje anterior, Petróleo sangriento, aspecto que se hace extensivo a la dirección de actores y al uso de la música, compuesta por el guitarrista de Radiohead, Jonny Greenwood. El bizarro grupo de familia de The Master se suma a otros creados por P. T. Anderson previamente, desde la troupe porno de Boogie Nights hasta la particular relación padre-hijo que estaba en el centro de Petróleo sangriento. Aquí propone una imagen en negativo del sueño americano de posguerra, con sus relaciones filiales claramente definidas y ese utópico futuro de progreso indefinido, donde la realización personal está a la vuelta de la esquina. Si Quell y Dodd son detritos de una sociedad que comienza a (re)construirse después de la aventura de la guerra, o bien dos de sus esencias constitutivas, es algo que la película no intenta ni desea aclarar. Nuevamente, ni falta que hace.
Cine de ideas para ver y reflexionar El nuevo film del siempre original Paul Thomas Anderson es un cuerpo extraño dentro de la industria cinematográfica. Con los protagónicos de Philip Seymour Hoffman y Joaquin Phoenix, una cinta para mirar y volver a ver. Ningún film se parece a otro en la obra de Paul Thomas Anderson. Ninguna de sus películas son fáciles de digerir, más allá del carácter festivo de Boggie Nights, la estructura coral de Magnolia, la comedia negra que proponía Embriagado de amor y el debate dialéctico entre dos visiones confrontadas de los Estados Unidos en Petróleo sangriento. Pero la mirada del director está en cada una de ellas, deslizándose entre lo real y lo onírico, planteando dilemas sin solución, colocando su bisturí cinematográfico donde más molesta. Y, por si fuera poco, desconcertando a propios y extraños, valiéndose de un talento y de una acumulación de ideas que poco tienen que ver con el adocenado y conservador cine estadounidense. Por eso, The Master es su película más ambiciosa, con más subas que bajas, planificada para la reflexión y no para el goce inmediato, tal vez necesaria de dos o tres visiones antes de arribar a conclusiones definitivas. El pretexto argumental se relaciona a los años siguientes a la Segunda Guerra Mundial donde se presenta un personaje ajeno a la razón y a lo normal, Freddie Quell (Joaquin Phoenix), un indócil sujeto que carga con las secuelas del conflicto bélico pero que se sospecha que siempre tuvo un comportamiento similar. En su desprolija existencia se cruzará azarosamente con Lancaster Dodd (Philip Seymour Hoffman), inspirado en L. Ron Hubbard, líder de la Iglesia de la cienciología, un sujeto manipulador, creyente a rabiar en lo suyo, un maestro con todas las letras. De allí en más The Master establece su tesis, que parece de vuelo corto pero infinita en sus capas donde se superponen diferentes caminos para conocer la verdad, lo absoluto, el sometimiento, la revelación, las idas y vueltas de una trama que juega con las contradicciones y las preguntas sin respuestas (o al revés, con muchas certezas al mismo tiempo) en lugar de aferrarse a las afirmaciones absolutas. En ese punto, Anderson elige una puesta en escena gélida desde la empatía hacia los personajes, cuidadosa al detalle desde la forma y cerebral y nunca concesiva al espectador. Las muchas conversaciones cara a cara entre Freddie y Lancaster, la formidable secuencia donde el aprendiz acepta los mandamientos de La Causa y el pasaje donde los dos personajes vagan por el desierto, resumen las ambiciones y las libertades expresivas de la película. Entre lo real y lo onírico, la cinta es un bienvenido desafío al público y al cine mismo de los últimos años. Debate dialéctico, suspensión de lo real, actores magníficos (impresionante Phoenix; autocontrolado Hoffman para bien de la película; notable Amy Adams en su ambigua criatura sometida y poderosa al mismo tiempo), The Master ni ahí es puro entretenimiento pero tampoco es un ejemplo de cine arte concebido por Hollywood. Es un cuerpo extraño dentro del sistema, un ovni cinematográfico digno de ver, disfrutar, analizar y volver a mirar.
Encuentros trascendentales El ser humano es frágil por naturaleza. Ciertas experiencias de vida pueden dejar secuelas traumáticas, y en ese estado cualquier persona es lo suficientemente vulnerable como para necesitar una mano, alguien que lo guíe hacia una salida. El personaje de Joaquin Phoenix, Freddie Quell, es un veterano de la segunda guerra mundial, alcohólico, que no sabe qué hacer de sí mismo hasta que se encuentra de manera fortuita con un hombre algo peculiar, Lancaster Dodd (Philip Seymour Hoffman), quien le propone que se deje ayudar, sin decirle muy bien de qué forma va a hacerlo. Dodd a su vez se siente inspirado, casi fascinado, por esta suerte de chanchito de Indias que el destino puso en su camino. La película se centra en un período de la historia de un filósofo, Lancaster Dodd, creador de una corriente de pensamiento que resuelve los problemas de las personas adjudicándolos a traumas surgidos en vidas pasadas. Esta corriente va sumando adeptos, a la vez que gana detractores y enemigos. Sin embargo, a pesar de lo que se puede pensar de antemano, la película no profundiza los conceptos que en la ficción se adjudican a Dodd, y en la realidad corresponden a la polémica iglesia de la Cienciología. Por el contrario, se muestra la confusión, y la falta de un método sólido que en ese momento sufre la doctrina. El filme entonces se aboca a la relación entre ambos personajes, discípulo y Maestro, siempre atravesada por la filosofía de Dodd, que trata de utilizarla para redimir a Quell, que no es sujeto fácil para ese objetivo. La solidez de la película se encuentra en dos pilares fundamentales que son las actuaciones de Seymour Hoffman y por sobre todo Joaquin Phoenix. Son excelentes en lo suyo, y no se cansan de demostrarlo. Están muy bien secundados por Amy Adams, quien compone a la joven esposa de Dodd. Por otro lado hay un excelente trabajo técnico, de fotografía, de reconstrucción de época, y tanto la banda de sonido original del filme así como las canciones elegidas sostienen un criterio muy cuidado, que hacen a una producción muy prolija. La carencia del filme es no haber podido salir de la anécdota, del encuentro entre estos dos personajes para reflexionar mínimamente sobre los alcances de una filosofía que si bien se propone laica, termina convirtiéndose en culto seudo-religioso. El espectador entonces siente al final que se le ha contado poco, y que la trama se mantiene en un plano algo estanco, sin lograr levantar vuelo.
El dependiente El precio que uno está dispuesto a pagar por sentirse refugiado y comprendido es el eje del filme, con un Joaquin Phoenix excepcional. Las películas de Paul Thomas Anderson son algo así como la antítesis del Hollywood tradicional, que da soluciones a toda trama, es simple, nunca incomoda y da todo semideglutido para el espectador. El creador de Magnolia es todo lo contrario. Plantea sus historias de una manera nada convencional. Involucra al público en historias que a veces parten de un joven tratando de encontrar refugio en una familia o congregación o como se le quiera denominar al clan de Boogie Nights o a la Cienciología. Son seres impulsivos ( Petróleo sangriento), cuando no indecisos, necesitados de afecto ( Embriagado de amor), contención y comprensión. En The Master el tema es el precio que uno está dispuesto a pagar por sentirse protegido o formar parte de lo que sea -puede ser una religión, como en esta ficción sobre la Cienciología, o una ideología o movimiento político- cuando los límites se tornan difusos y ya no se sabe si se cree en lo que se le dice o si el lavado de cerebro fue tal que condiciona cualquier pensamiento. El problema es el abuso de confianza. Pero Anderson también propone -y desarrolla- la necesidad de convivir o congeniar con otro, y no precisamente como pareja, cuando la relación de camaradería entre dos hombres se torna casi como una adicción irrefrenable, patológica. Freddie (Joaquin Phoenix) es la inestabilidad caminando. Reciente veterano de la Segunda Guerra, le cuesta horrores reinsertarse en la sociedad. También es muy probable que antes de enlistarse haya sido un rebelde inadaptado y marginado. Lo cierto es que conoce a Lancaster (Philip Seymour Hoffman), padre de La Causa -eufemismo por Cienciología-, quien con distintos métodos lo convence, o al menos Freddie se vuelve su adláter. Pero sería minimizar decir que uno tiene un corazón salvaje, y el otro es un charlatán -eso sería en una película media de Hollywood-. Anderson presenta cada encuentro entre Freddie y Lancaster como un tour de force . Y en eso las interpretaciones -no actuaciones- de Phoenix y Hoffman son significativas, sustanciales. Ya desde lo físico, encorvado y con la mirada inyectada de morbo, el actor de Gladiador construye un personaje único, de innumerables matices, al que sus tonos de voz y su crispación lo vuelven tan magnético como hipnótico es el que edifica Hoffman. Son dos caras de una misma moneda, unidas no sólo por los cócteles explosivos que con solvente el alcohólico Freddie le prepara a su maestro. Los daños emocionales que el maestro le inflige a Freddie, ¿hablan de una posterior cura? Freddie, tras conocer al Maestro, ¿está mejor? Es esa dependencia insana, casi mutua, esa devoción -otra constante en la filmografía de Anderson- la que vuelve a la historia tan enigmática. Trata sobre la lealtad, también sobre la traición y la pasión -los personajes femeninos, como el de la esposa de Lancaster, por una Amy Adams excepcional- cuando nada de ello está edificado sobre bases firmes. Y desde lo formal, rodada en 70 mm, la iluminación de Mihai Milamare Jr. -vino a la Argentina a hacer la fotografía de Tetro, de Coppola- y la banda sonora de Jonny Greenwood, apuntalan la columna vertebral del filme. El cine de Paul Thomas Anderson tiene una entre otras enormes virtudes: incomoda. The Master nos pregunta por la malicia de ciertos cultos, si hay esperanza en el ser humano, y cuestiona la fragilidad de su esencia.
Secretos de una rara doctrina Filme polémico en el que cualquier verdad puede ser cuestionada y los semidioses caen y se elevan según las situaciones, "The Master" retoma temas universales ligados al libre albedrío, la culpa y el amor al prójimo. El nuevo filme de Paul Thomas Anderson ("Magnolia") plantea las conflictivas relaciones entre dos individuos, uno obsesionado por una ideología apologética que transmite a sus seguidores; el otro por un pasado que lo ata a la Segunda Guerra, como veterano de la Marina, ahora una suerte de despojo, ahogado en alcohol. La acción se desarrolla en la década de 1950, Lancaster Dodd (Philip Seymour Hoffman) está dedicado a la prédica del dogma con su mujer Peggy (Amy Adams) y Freddie Quell (Joaquin Phoenix), un vagabundo torturado. Por alguna misteriosa razón ellos se atraen. UN EXTRAÑO CAMINO Su itinerario de difusión de "La Causa" (ideología asimilable a la Cienciología, en cuyo creador se había inspirado el director para esta película), los llevará por un viaje interior, confrontando ambigüedades, chocando y buscando una luz que puede no estar en el final del camino. El director Paul Thomas Anderson se centra en elementos esenciales del imaginario norteamericano, que su recordado "Petróleo sangriento" exteriorizaba a través de ese hombre solo, llamado Daniel Plainview, a cargo de Daniel Day-Lewis, un maratonista implacable en la carrera hacia la fortuna. "The Master", de alguna manera, reactualiza la historia de los pioneros del Oeste, ésos que John Steinbeck ("Viñas de ira"), en el ámbito rural o "El ciudadano" de Orson Welles en el urbano, retrataron con mano maestra. PARA LA POLEMICA Con ascéticos acercamientos a la Naturaleza, un guión complejo y una extensión que se alarga sin salida, "The Master" enfrenta un soberbio duelo de actores. Curiosamente, el reaparecido Joaquin Phoenix, en la vida real es hijo de una pareja que predicó la polémica doctrina de la secta "Los niños de Dios" por América latina, de ahí su nacimiento en Puerto Rico. Filme polémico en el que cualquier verdad puede ser cuestionada y los semidioses caen y se elevan según las situaciones, "The Master" retoma temas universales ligados al libre albedrío, la culpa y el amor al prójimo. Un tema aparte es el tratamiento formal en sus imponentes y revindicados 70 mm. de definición (formato en el que es exhibido en la mayoría de las salas), relacionados de alguna manera a un filme desconcertante por momentos, amargo y nihilista, justamente acompañado musicalmente con temas que incluyen a la inolvidable Ella Fitzgerald en "Vete de aquí Satanás".
Si bien la película de Paul Thomas Anderson, resulta larga, tediosa y difícil de seguir, nadie puede negar los enormes hallazgos actorales que posee. Los dos protagonistas realizan un verdadero “tour de forcé” al servicio de uno de los argumentos más retorcidos y crípticos del cine independiente americano. Anderson necesita dos horas y media para exponer su crítica a los cultos o sectas pseudomodernas, en donde adivinamos una más que explicita mención a la Cineciologia. Y lo hace de manera hermética, sin dar muchas explicaciones sobre el porqué de las cosas ni el pasado de cada uno de los intérpretes. Es una pieza recomendable solo para cinéfilos en búsqueda de un cine de autor de elite o festivalero.
Amo y esclavo. Paul Thomas Anderson es definitivamente uno de los directores más emblemáticos del cine actual, con tan sólo seis películas y conciencia suficiencia para desarrollar sus proyectos con tiempo – su ante último filme Petróleo Sangrieto (There Will Be Blood) es de 2007- vuelve a sorprendernos con The Master. Protagonizada por Joaquin Phoenix, Phillips Seymour Hoffman y Amy Adams, el director agudiza en un tema más que transcendente dentro de la historia norteamericana y que pocas veces fue visto en el cine. Un tema que sucumbe, que deja huellas como son los problemas psicológicos (en este caso) que trae aparejado una guerra. – El director se basó en varias anécdotas del actor Jason Robarts para llevar adelante esto –. Y cómo a partir de estos horrores vividos, surgen nuevas e interesantes religiones, movimientos de fe, o como se llamen, a apaliar semejante dolor. Freddie Quell, es un borracho veterano de la II Guerra Mundial que después de los sucesos vividos, está psicológicamente afectado. El vicio por el alcohol y el sexo, lo llevan por una vida errante. De lo que Anderson logra mostrarnos del personaje, poco sabemos si alguna vez antes de la guerra estuvo mejor, pero lo cierto es que pos impacto bélico Quell está vulnerable, enérgicamente violento e impredecible. Un día, escapando de un granja acusado de matar a un compañero con su mezclas de alcohol y veneno, se mete de intruso en un barco. Allí, se festejará el casamiento de la joven hija del carismático predicador y psicoanalista Lancaster Dodd (interpretado por Phillips Seymour Hoffman e inspirado en el creador de la Cienciología, L. Ron Hubbard.) El vínculo que nacerá entre ellos, será una relación de amo y esclavo, donde uno pondrá su poder, oratoria y persuasión al servicio de sus interés sobre el otro, mientras que éste, cederá frente a áquel por un espacio, confort e incluso control. Mucho de lo que Dodd puede darle a Quell es aprecio, eso es mutuo. Cada uno necesitará del otro por motivos diferentes, ante la existencia de ésta y tras ella, el director nos pone en lo que ha sido el surgimiento (para muchos) de una nueva religión. Uno que crea y uno que cree, de esta dicotomía surge The Master y detrás de esto irá toda la película, mostrando las continuas correcciones que le hacen a Quell. Nadie, salvo El Maestro, lo quiere. La Sra. Dodd (una genial Amy Adams) es quien definitivamente con su carácter frío, calculador y ambicioso, no confía en el sirviente de su marido. Digo, sirviente, jefe de prensa, hacedor de bebidas, entre otras posiciones que va teniendo a lo largo de relación con ellos. Quell es uno más, es apreciado pero no es indispensable, y en la medida que la reciprocidad no es mutua, poco probable sea que el mismo Quell sienta que estar con su Maestro sea igualde indispensable. Paul Thomas Anderson logra ese clásico estilo intimista, profundo y de cero empatía con sus protagonista. Nos muestra, nos cuenta pero no nos involucra. Deja que cada escena y cada fotograma, nos convoquen a entender, a pensar y a evaluar, no a tomar partido. Y definitivamente, en The Master, no hay forma de tomar partido. Sus personajes son ajenos, están ahí pero solo ahí, en la pantalla. El acercamiento viene con la imagen, con la angustia de esos espacios sombríos, melancólicos, caóticos y perturbadores. Viene con los flashbacks, con la música y con los extensos y perfectos diálogos. Solo tres escenas del filmes, dan cuenta de la importancia de los diálogos, de las miradas y de las potencia de ambas: la entrevista del Maestro sobre Quell, la pelea en la cárcel y el final. Ahora y desde un lugar más subjetivo, admito que Paul Thomas Anderson hizo una película demasiado larga. Hay momentos que podrían haberse obviado, muchas escenas reiterativas con un mismo significado (quizás a propósito o no) pero que quitaron mucho de la poca fluidez que debería haber tenido el filme. A pesar de ello, el guión es excelente, la dirección es impecable , música y fotografía merecen un cuadro destacado aparte, y las actuaciones son el postre de la cena. Pero (siempre hay uno) no termina de cerrar, hay algo en la nebulosa de Anderson que no logra que ésta sea una obra más brillante o maravillosa. Está ahí de serlo, pero (otra vez está) todo lo sobresaliente no termina siendo suficiente para que uno salga del cine diciendo este pibe es la gloria (me paso con Petroleo Sangriento y ni les digo con Magnolia). En cambio, Phoenix renace en un papel que se siente como propio, pareciera que respiraba a ese borracho psicótico. Hoffman es un diez siempre, no hay manera de revalidar su trabajo porque siempre se supera. Aquí logra una de sus mejores performance, creo que hasta el propio Hubbard desearía tener ese poder de oratoria. Y Adams, logra un papel extremadamente justo y equilibrado La película recibió tres nominaciones en los premios Oscar, pero lamentablemente no se llevó ninguno: Amy Adams como Mejor Actriz de Reparto, Phillip Seymour Hoffman como Mejor Actor de Reparto y Joaquin Phoenix como Mejor Actor, The Master es -sin dudarlo- de esas películas que todo amante del cine no puede dejar de ver. @Belloysublime
Contra viento y marea I'd love to get you on a slow boat to China All by myself, alone Get you and keep you in my arms evermore Leave all your lovelies weeping on the far away shore Los puntos de contacto entre The Master y el anterior film de Paul Thomas Anderson, Petróleo Sangriento, son varios y permiten vislumbrar un desplazamiento en la narrativa construida por el director, hacia rumbos inciertos y -justamente por eso- excitantes. Así como en Petróleo Sangriento el espacio a conquistar definitivamente (o sea, usufructuarlo comercialmente) es el desierto que se extendía por el oeste hasta el océano, acá los peregrinos de siglo XX de Anderson ya llegaron al mar (aunque después vuelvan al desierto). Este movimiento -de vaivén, como las mismas olas- es uno de los tantos que permite leer a The Master en díptico con Petróleo Sangriento. El mar es, en un principio, el fondo sobre el cual se recorta la desgarbada figura de Freddie Quell (Joaquin Phoenix) cuando nos es presentado por Anderson en sus tiempos muertos en la marina militar americana, en plena Segunda Guerra Mundial. También es donde el público puede inmediatamente notar su comportamiento errático y su fijación sexual de tendencias exhibicionistas (pero hey, quién puede culparlo después de varios años encerrado en un barco y en plena guerra). Pero de regreso a su país, Freddie no logra adaptarse a la nueva sociedad americana de post-guerra, que avanza en pleno boom económico y no se da vuelta a ver los que quedaron atrás. No podemos saber con total seguridad cómo Freddie llegó a ser como es, un alcohólico que fabrica sus propias bebidas con diluyente de pintura y los químicos que tenga a su alcance, de postura encorvada, autodestructivo para los parámetros de la american way of life de la época, más allá de la incidencia del conflicto bélico al que sobrevivió y la mención posterior de algunos traumas familiares y una chica que aún lo espera. Al contrario de Daniel Day-Lewis en Petróleo Sangriento, al cual observamos deformarse físicamente a lo largo del metraje y de la puesta en marcha de su ambición, Anderson propone y Phoenix ejecuta complejamente a un hombre cuya deformidad física (como reflejo de sus perturbaciones internas) es previa y parte de la gran incógnita sobre quién es y qué quiere. El mar y un barco es también donde Freddie, tras ser echado de una changa literalmente corrido por sus compañeros, conoce a Lancaster Dodd (Philip Seymour Hoffman) y su familia, que están celebrando la boda de su hija. Dodd se fascina inmediatamente por Quell y sus brebajes, lo invita a viajar en su navío y formar parte de La Causa, el movimiento filosófico-religioso que lidera, pese a los reparos de su esposa Peggy (Amy Adams). A través de Freddie como forastero vamos descubriendo a este grupo y parte de sus dinámicas de poder; otras son reservadas al par de escenas en las que el personaje Phoenix no aparece físicamente pero como referente de las conversaciones: la intimidad de Lancaster y la muy embarazada Peggy, y una cena familiar donde se confronta al patriarca sobre su creciente obsesión con el outsider. En ambas, Peggy se revela como el motor de ambición, la madre osa determinada que hace las veces de superyo en este triángulo. Amy Adams realiza un trabajo impecable de fuerza actoral, tanto en sus momentos de explosión como de restricción. Si en Petróleo Sangriento la religión y el capitalismo -los dos pilares de la institución de la sociedad americana: la libertad de religión que buscaban los primeros peregrinos que llegaron a la costa este y la libertad de comercio de la segunda oleada que se desplaza para terminar de conquistar el territorio hacia el oeste- se entrelazan, desafían, conviven turbulentamente, se utilizan y hasta amenazan con anularse el uno al otro, en The Master tenemos la síntesis en La Causa, el movimiento ficiticio de Dodd basado en la muy real Cienciología fundada por L. Ron Hubbard en los '50. Este aspecto fue uno de los más comentados en el seguimiento de la producción del film por parte de la prensa. En un momento en que el culto -que tiene infinidad de adeptos en Hollywood por la promesa de contactos que ofrece- está bajo acusaciones de explotación laboral de sus miembros menos pudientes, demanda de cifras siderales a cambio de cursos interminables que prometen la iluminación sobre la existencia de Xenu (el extraterrestre que habría traído a los seres humanos hace millones de años a la Tierra) y el escrutinio de una de sus divisiones, la Sea Org que impone una vida monacal a sus integrantes, se especuló con que el film de P.T. Anderson hiciera las veces de denuncia del movimiento, del que su ex-protagonista Tom Cruise es una de las caras más visibles. En un nivel, The Master funciona efectivamente como tratado sobre las sectas y sus métodos de deconstrucción -interrogativos, hipnosis, ejercicios repetitivos- del que llega desde afuera y está dispuesto a integrarse, para doblegar su ego y que se funda en el ser colectivo del culto. Pero este argumento funciona más como una capa para mostrar los mecanismos perversos de los amores obsesivos -en este caso la fascinación homoerótica de Dodd por Freddie- donde se deconstruye al que se quiere llegar a conocer y se ama. Freddie Quell es un objeto de deseo y para someterlo, Lancaster Dodd debe desarmarlo primero. Seymour Hoffman demuestra una vez más por qué es uno de los grandes actores de su generación, cuando construye las frustaciones de su personaje en el paralelo que se arma entre su imposibilidad de despojar de deseos propios a Freddie (justamente por la dificultad que implica averiguar qué es lo que realmente desea) y los obstáculos que padece en la expansión de su culto. El cine de Paul Thomas Anderson gira en torno a hombres como Lancaster Dodd, que se construyen a sí mismos de la nada, los llamados self made men que suelen ser acreditados como la fuerza impulsora de Estados Unidos. Ya sea en la ya mencionada Petróleo Sangriento, como también los personajes de Mark Wahlberg (y más aún, Burt Reynolds) en Boogie Nights, Tom Cruise en Magnolia y hasta el empresario que le encontraba la vuelta a unos cupones interpretado por Adam Sandler en Punch Drunk Love. No es casualidad que tanto Petróleo como The Master transcurran en momentos instituyentes de ese país como potencia: la conquista (del capital) sobre el territorio en el siglo XIX y la bonanza producto de la guerra de mediados de siglo XX. El mar, finalmente, es el que marca el ritmo del desarrollo narrativo en The Master. Mientras que Anderson construyó Petróleo Sangriento al compás de las máquinas extractoras y el empuje avasallante del capitalismo industrial, en The Master deja que el film fluya con la cadencia de las corrientes marítimas y el leit motiv de la banda sonora compuesta por Jonny Greenwood (de la banda Radiohead). El director, sabia y magistralmente, permite e insta al espectador a que se deje llevar por la marea.
“The Master” o la fuerza del carisma Paul Thomas Anderson es un director personal que puede llegar a hacer cosas realmente extrañas, algo que deben recordar los que vieron la lluvia de sapos de «Magnolia», por ejemplo. Sin embargo, nunca hizo un film tan extraño y difícil de describir como este drama sobre un veterano de la Segunda Guerra Mundial bastante desorientado en la vida civil, que logra sentirse contenido, aunque sea por algún tiempo, por una secta llamada La Causa liderada por un excéntrico y carismático gurú. «The Master» tiene un ritmo lento que va describiendo de a poco el lamentable estado mental del protagonista, estado que lo lleva tal vez por casualidad al barco donde los miembros de La Causa están por celebrar una boda. El ex marino tiene una petaca conteniendo brebajes de fuerte contenido alcohólico compuesto por recetas propias hechas a base de, entre otras cosas, aguarrás, y este recipiente es el pasaporte perfecto para ser adoptado casi como discípulo principal por el imprevisible maestro. La Causa propone un viaje hacia vidas pasadas, y también gira en torno a misteriosos libros que el Maestro presentará a su debido tiempo, aunque en el medio de estas insólitas Escrituras el grupo puede perfectamente ponerse a practicar algo así como orgías musicales o ruidosas experiencias en motocicleta para sentirse libre en cuerpo y alma. Sensaciones Anderson consigue que el espectador se sienta un poco inclinado a creer que hay algo serio detrás de las enseñanzas del Maestro, y lo logra con un ritmo narrativo casi hipnótico, las imágenes formidables de todo el film y, sobre todo, gracias a las increíbles actuaciones de sus dos protagonistas. Joaquin Phoenix se luce especialmente en la primera parte del film, donde debe plantear la desubicación de su personaje en la vida civil (las escenas de cuando trabaja como fotógrafo de una gran tienda están apoyadas, además, por la excelente dirección de arte de Jack Fisk, una gloria en su rubro en films de David Lynch, por ejemplo). Luego, cuando se encuentra con el Maestro, la película empieza a girar con cierta lógica alrededor del personaje de Philip Seymour Hoffman, quien logra transmitir todo el carisma que tiene que tener este tipo de personajes para arrastrar a un montón de gente en sus locuras. Hay un momento en el film que el equilibrio tiene que intentarlo el desorientado personaje del veterano de guerra, que no puede dejar de notar que todo eso de La Causa es una chantada sin pies ni cabeza, lo que no significa que quiera perder su lugar en la estructura de poder del absurdo culto. «The Master» es un film extraño incluso para los niveles de Paul Thomas Anderson, y en manos de otro director, este material sería realmente difícil de digerir. La película plantea todo tipo de dudas y en un momento magistral hasta logra que el espectador no pueda separar la realidad de los delirios que le pasan por la cabeza a sus protagonistas. Quizá éste sea el mayor logro de un film que obviamente no es para todos los gustos, y que incluso podría indignar a aquellos que prefieren que le den todo servido. De cualquier manera, lo que nadie podrá negar es la fuerza de las imágenes y la calidad de las actuaciones.
Todo empieza con unos remolinos dibujados sobre la estela de un acorazado de la Segunda Guerra Mundial. Espirales que advierten al espectador de que está a punto de embarcarse en una aventura sinuosa e imprevisible, al borde de lo onírico. Y es que The Master serpentea como un sueño febril: una pesadilla habitada por dos bestias primitivas que aspiran a explicarse mutuamente. A un lado Joaquin Phoenix, encorvado y alcoholizado, al otro Philip Seymour Hoffman, el titiritero que aspira sanar -embaucar- a una América sedienta de nuevas esperanzas. The Master ha sido desde su estreno un tema controversial, ya que todos asumen que el film de Paul Thomas Anderson no es más que una crítica apenas encubierta hacia la Cientología. No hay dudas de las similitudeds entre La Causa de Lancaster Dodd y los días tempranos del movimiento de L. Ron Hubbard, pero la realidad no podría estar más alejada de eso. Lo que sea que signifique esta religión, ya sea algo malo o bueno, eso queda a criterio del espectador, ya que Anderson en cambio elige concentrarse en la relación entre su creador y el borracho Freddie Quell, para que todo lo demás quede en territorio secundario. El de Phoenix es un triste sujeto que vive mayormente haciendo unas pócimas etílicas terriblemente venenosas, perdiendo un trabajo tras otro. Es un hombre con absolutamente nada de control por sobre sus emociones o acciones, un papel que le viene como anillo al dedo a un actor candoroso que nunca baja la guardia y mantiene ese semblante entre duro y tonto, incluso con esa mueca visible de forma constante. Esta imprevisibilidad hace que el personaje de Hoffman intente tomarlo como su protegido, generando un contraste único y bien vistoso: el uno es atolondrado e impulsivo, como un nene que necesita ser castigado constantemente, mientras que el otro, a diferencia de quedar bajo una sombra siniestra, es un señor con todas las letras, carismático y con una lengua afilada y un porte acorde. El resto del elenco gira en torno a la fuerza gravitatoria generada por estos dos brutales actores, siendo la gran destacada una Amy Adams que sorprende por una acidez que se opone al resto de sus papeles, normalmente cálidos e infantiles. P.T. Anderson entrega un drama familiar de hombres empeñados en reinventarse a sí mismos, y por el camino descubre nuevos horizontes de ambición, libertad y complejidad. Así, The Master -un film clásico y moderno al mismo tiempo- se entrega a una suerte de vagabundeo narrativo por los recodos más oscuros de la mente humana. Un gran relato americano que, a golpe de un intimismo concentrado sobre primeros planos, se alza como una obra tan hipnótica como hermética.
Cualquier película de Anderson no necesita mucha presentación. Después de Magnolia y Petróleo Sangriento ya tiene nuestra alma y nosotros lo seguimos. Si a esta fórmula volvemos a sumar al impresionante Phillip Seymour Hoffman, ya cerramos trato. The Master tiene lugar en 1945, cuando Freddie (Phoenix), un marine, vuelve a casa. Pero la reinserción a la sociedad no le resultó nada sencilla. En vez de mostrarnos toneladas de flashbacks, Anderson opta por hacernos testigos de su comportamiento errático y violento como una tensión constante en pantalla y es lo que al final siempre nos tiene en vilo con el personaje. Todo el tumultuoso mundo de este hombre llega a someterse cuando conoce a The Master, que no es otro que Seymour Hoffman. Como todo líder de un culto, este hombre cuenta con el carisma y la oralidad que harían envidiar al resto de los mortales. Despierta a su alrededor fascinación y odio y será el nuevo depósito de la obsesión de Freddie. Phoenix no hizo mi rol favorito en su carrera (es un actor que respeto mucho) pero creo que cumple. De todas formas, me aburre verlo casi siempre como ese adicto border a punto de quebrarse. El método que utiliza este culto es una mezcla de hipnosis y vidas pasadas, en sesiones eternas de preguntas en las que el Master tiene la información para luego hacerte encontrar la respuesta a tu situación actual. Dejar de sufrir. En una época en la que tanta gente había perdido tanto, no es loco que haya tenido éxito. Imperdible el duelo verbal con sus detractores. Tengo que hacer una mención aparte para Adams que se merece, a esta altura del partido, ganar todo. Todo. Hasta el Bingo de la vuelta de su casa. Lo que logra esta actriz es monumental. Con esa expresión austera y dulce, se yergue con todo su esplendor como la verdadera fan y titiritera que en otra ocasión podría hasta martillar las piernas de su escritor favorito en Misery. Los matices de su personaje y cómo termina de construir el magnetismo de The Master, es brillante. Yo lo quiero más a Phillip después de verlo a través de los ojos de ella.
Siete impresiones imprecisas he Master es una gran película ¿The Master es una gran película? La duda quizás tenga que ver con haberla visto hace pocas horas. O quizás con su propia naturaleza. Eso sí, The Master es una película insoslayable de un director insoslayable. 1. The Master tiene una calidad de encuadre y de luz que impactan: hay algo de perdurable en esas imágenes filmadas en 70mm. Aunque en Argentina no se ha estrenado en ese formato, el impacto fotográfico permanece: el color del mar y la moto en el desierto son obvios ejemplos, pero todas las imágenes son de una calidad superior. Los rostros y los cuerpos revelan sus imperfecciones y exhiben una humanidad expansiva, hasta molesta. Hay algo de hipnótico en descubrir cómo Amy Adams ya no es la chica perfecta de Los Muppets y aquí es un personaje que da miedo desde el gesto y desde su ambición, pero también desde su piel. 2. Como en la mayor parte del cine de Paul Thomas Anderson, en The Master se impone una puesta cerebral, que hace chocar las pulsiones y pasiones y violencias de sus personajes que nos interpelan y nos acercan con encuadres y movimientos de cámara y una organización que nos distancia. Quizás la menos distanciada sea su película más scorsesiana, Boogie Nights. En esa película, la familia del porno se peleaba, había mezquindades y problemas, pero de fondo había cierta calidez. La familia, el grupo de The Master, tiene una base fría, hay poco de clan sanguíneo al modo italiano. The Master atrae y expulsa. Y Anderson no señala qué es lo que hay que pensar de este señor líder de “La causa”. La película no tranquiliza nunca: es inestable en muchos aspectos, incluso en qué es sueño o imaginación. Y hasta de quién son los sueños, llegado el caso. 3. Es inestable, pero no confusa. Es una película clara en su exposición. Pero este mundo que expone no se revela fácilmente. Sueños, neurosis, represiones, recuerdos, el pasado y las vidas pasadas. El método del líder místico cientificista ambicioso bondadoso iracundo alcohólico paternal calmo reiterativo esquivo hosco gregario no se condena. Y tampoco se festeja. Sin embargo, puede pensarse que la propia película “extrae” de sus personajes una inestabilidad que parece inducida por los métodos del líder de “La causa”. 4. Y a la vez, todo puede ser también explicado de forma básicamente psicoanalítica. Casi en forma de chiste soez: por el principio y el final de la película (no entro en detalles para no arruinar nada), por la masturbación que se ve al principio y la secuencia del baño del líder y su esposa, por la abundancia de referencias sexuales, puede pensarse que The Master propone que lo que necesitaban estos personajes (y la década) era meramente sexo. Y pensado en décadas: esos cincuenta de apariencia inocentes necesitaban desembocar, acabar en los sesenta. 5. Película dual, hasta geométricamente: los cubos contiguos, las celdas de la cárcel de los dos personajes principales muestran comportamientos disímiles, que derivan en consecuencias muy distintas para los cubos idénticos y que dejarán de serlo en pocos minutos. Esa dualidad, por otra parte, es propuesta desde las actuaciones: Joaquim Phoenix siempre caliente, enojado, a puro estallido; Philip Seymour Hoffman con una variedad apabullante de recursos; Amy Adams con una frialdad quirúrgica, cercana a lo malvado. 6. Película en su primera parte sobre el alcohol, peligroso y embriagante, características que la película parece tener en mayor medida cuando corren esos intrigantes preparados de Freddie. Hernán Schell dice y fundamenta, en su crítica para El Amante, que The Master tiene mucho de Kubrick. Yo suelo tener, en mi catálogo de referencias, a Kubrick obturado. Y quizás por eso pensé en Malick y La delgada línea roja (la Segunda Guerra Mundial en el Pacífico, el recuerdo de la mujer soñada). Tal vez sea una afirmación bajo influencia (es una película embriagante e invita a tomar alcohol), pero quizás no sean tanto influencias como emergencias de “cines pasados”. 7. Obviamente este texto plantea lo poco que plantea para quienes hayan visto la película. Volvamos al principio: sí, hay que verla. Y volvamos al principio. Sí, sin signos de pregunta: es una gran película. De esas que confunden porque, como bien la definió Jaime Pena en Caimán-Cuadernos de cine, está en la frontera de la atonalidad.
Intriga saber qué pensarán los seguidores de la Cienciología teniendo al personaje que da nombre al film inspirado en en L. Ron Hubbard, fundador de esta controvertida iglesia. Más allá de esta pequeña curiosidad, jamás se nombrará a este movimiento aquí rebautizado como La Causa, la película de Paul Thomas Anderson es un tratado sobre la religión, el poder de dominar la mente y la voluntad de las personas y sobre la influencia de ciertas figuras de poder sobre las acciones de aquellos que deciden seguirlos a pies juntillas. Tras la Segunda Guerra Mundial, un veterano de la marina (Joaquin Phoenix) se cruzará casi por accidente con Lancaster Dodd (Philip Seymour Hoffman) quien junto a su mujer Peggy (Amy Adams) son los líderes de La Causa, una agrupación que ejerce una significativa presión en la vida de sus seguidores, convenciéndolos de la importancia y la carga que significan las acciones realizadas en las vidas pasadas. Lancaster encuentra inspiración en Freddie para escribir su segundo libro, donde cambiará sutilmente el enfoque del movimiento, creando cierta confusión en sus seguidores más devotos. “No somos presa de nuestras emociones” repiten cual mantra ya que “accediendo a los recuerdos guardados de vidas anteriores se pueden llegar a curar enfermedades, entre ellas ciertos tipos de leucemia”. Cuando los “principios” son cuestionados, responden a través de la agresión, el patoterismo, el insulto y la intolerancia, aquello que se supone que ellos mismos condenan. Aquí se mezclan religión, hipnosis, incredulidad y principios sectarios que pueden ser muy peligrosos en mentes débiles o necesitadas de contención. Paul Thomas Anderson es un realizador que se arriesga y jamás apuesta a lo seguro, aunque en este caso –con una historia compleja que requiere de un espectador atento- la Academia lo haya ignorado casi por completo. Cultor de un bajo perfil y con una personalidad huraña, ver a Phoenix en pantalla es siempre cautivador. Tan alejado de la frivolidad del show business sólo en sus interpretaciones tenemos la posibilidad de verlo y notar su evolución actoral, en este caso magistralmente acompañado por Hoffman y Adams.
Vamos juntos a la par Puede que a las películas de Paul Thomas Anderson le sobren minutos pero jamás ideas como para justificar su condición de autor cinematográfico, sin caer, claro, en la araña fantasmal que dicha noción suele atraer. Allí están los films para confirmar una serie de rasgos temáticos y formales que lo posicionan como uno de los directores norteamericanos más originales e interesantes de la actualidad. The master no es sólo una exquisita galería de actuaciones memorables sino una suerte de depuración estética respecto de trabajos anteriores, a la vez que una enriquecedora lectura de la tradición, con mirada propia. De sus relatos corales, donde la figura de grupo operaba con fuerza en tramas novelísticas abiertas (Hard Eight, Boogie nights, Magnolia) al estilo de un Robert Altman, pasamos a la actualización de la comedia absurda de un Jerry Lewis (Embriagado de amor), como a esa especie de megalomanía característica en el Erich von Stroheim de Avaricia (especialmente visible en Petróleo sangriento), hasta esta última producción, deudora, en más de un sentido, del cine de John Huston (siempre presente en los rezagados del éxito, fuera de tiempo). Pero si algo comparten las dos últimas es el recorte de un par de personajes para dejar como fondo siempre la idea de grupo. The master se basa en el líder de la cienciología, esa secta de elite que le saca dinero a las estrellas hollywoodenses; lejos de someterse a los designios de lo biográfico o de la contextualización histórica explicada (apenas se filtran algunos datos a través de radios), Anderson se concentra principalmente en la relación que el personaje de Seymour Hoffman sostiene con un inadaptado, un fuera de ley y de todo orden establecido, interpretado magistralmente por Joaquin Phoenix. Luego de un prólogo acelerado por el montaje de imágenes poderosas (recurso caro al director), la película nos embarca en la particular afinidad de estos dos seres que parecen predestinados a ser las dos caras de una misma moneda, como si se conocieran de toda la vida. Ahora bien, desde un principio, el mismo vínculo de atracción/repulsión que mantendrán se traslada al juego del director con el espectador, capaz de quedar subyugado por las hipnóticas imágenes en pantalla pero sin lograr una empatía absoluta con los personajes. En este sentido, la habilidad de Anderson radica en construir una poética de distanciamiento en la forma en que mira (y nos muestra) a sus criaturas como en la música que elige para acompañar los tramos que parecen ser de mayor tensión. A esto hay que sumarle la duración por momentos extendida de cada plano, o los efectos de repetición en los duelos dialécticos y corporales a base de tortuosos interrogatorios, propicios para generar una sensación de incomodidad aún cuando la estética visual sea deslumbrante. En relación al conflicto, hay un tenaz descentramiento, basado en líneas de fuga narrativa emparentadas tal vez con el movimiento de las olas en ese mar irresistible del comienzo o las huidas en moto por el desierto en una instancia culminante de la historia. Que el conflicto no sea el centro es la manera de insistir con el conocimiento mutuo de los dos personajes en un trabajo notable sobre lo vincular: la sensorialidad animal de uno frente a la conflictiva espiritualidad del otro. No hay espacio para la razón en este encuentro; ambos son embusteros: uno con los tragos que prepara, el otro con la falsa prédica. Comparten las prácticas impulsivas, improvisadas, y tienen también su encanto hacia los demás, hasta el preciso momento en que develan su extraño proceder (dos escenas memorables al respecto: Phoenix como fotógrafo que desata su violencia contra un cliente y Seymour Hoffman derribando el mito de sus ideas de líder sectario ante una curiosa Laura Dern). La relación maestro/discípulo es retomada por Anderson en The master como si fuera la resultante de fuerza irracionales, predeterminadas, y escenificada en el encuentro de palabras y cuerpos hasta límites casi inaceptables. La cámara enaltece a los personajes con contrapicados, mantiene la distancia para los juegos afectivos y se acerca para sus contiendas verbales como físicas, pero jamás los desprecia. Por ello, es una mirada atenta, que nunca suelta al espectador, sin necesidad de manipular explícitamente. No obstante, más allá de la riqueza en el armado de climas como en la construcción de los personajes, existe un componente residual ligado a la sensación que deja el film y que se liga con la naturaleza del dispositivo cinematográfico en tanto mecanismo capaz de generar marcas oníricas. The master pertenece a esa clase de películas donde la tensión entre el registro de lo real y el rasgo alucinatorio conviven en el mismo campo, al punto que ciertas formas visuales y sonoras quedarán insertas en las retinas/oídos por largo tiempo. Un misterio, difícil de explicar, que se vivencia con las grandes obras.
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Inspirada en la historia del creador de la cientología, la religión o secta que recluta a famosos como Tom Cruise o John Travolta, esta historia da pie al talentoso Paul Thomas Anderson para realizar una reflexión profunda sobre las heridas indelebles que deja la guerra en los seres humanos y las relaciones que un ser manipulador puede lograr. Un film inteligente, polémico, hay que verlo.
Antes que nada sí, vale la pena ver esta película, el nuevo trabajo de uno de los directores más intensos y creativos del Hollywood actual, Paul Thomas Anderson. Que, no cabe la menor duda, tiene como empresa realizar una especie de psicoanálisis de los mitos estadounidenses a partir de personajes intensos y de las imágenes más que de las palabras. Eso fueron Boogie Nights, Embriagado de amor y Petróleo sangriento. Aquí narra la historia de un veterano de la Segunda Guerra Mundial (un tenso Joaquin Phoenix) que termina como asistente de una especie de perdicador -o un charlatán- interpretado por Phillip Seymour Hoffman. El contraste entre ambos personajes es evidente en la superficie y relativo en el fondo, y ese doble juego es justamente lo que analiza plano a plano Anderson, que parece llevar al extremo el ejercicio de rodar con tensión absoluta cada secuencia que, alguna vez, fue la marca distintiva de Martin Scorsese. Pero lo más interesante es cómo el realizador va trazando, film a film y como si se tratase de una enciclopedia, el mapa del malestar americano, de sus taras, sus complejos y sus psicosis. Si la película no es una obra maestra, se debe a que hay un exceso de planificación: por momentos, se “nota” que el director hace prestidigitación con la cámara o los planos, que los actores, en un “plus” de intensidad, “están actuando”. A pesar de ello, una película diferente de la mayoría que aparece en nuestras pantallas, para tomar o dejar.
Líderes y fanáticos en filme intenso y sensible Las criaturas de Paul Thomas Anderson son intensas. Van hasta el fondo. Sus filmes no buscan la emoción, quieren atrapar cierta verdad esencial. Es un cine confuso, algo extravagante, pero audaz y exigente. “The Master” se apoya en dos personajes que se complementan, se necesitan, chocan y se atraen: Freddie el soldado que vuelve de la guerra, un tipo desquiciado, perdido que transmite puro desamparo; y el profesor Lancaster, una figura inspirada en L. Ron Hubbard, creador de la Cienciología, un manipulador que lo usa y también lo quiere, que lo necesita para poner a prueba su método, pero que también le ofrece a ese náufrago la promesa de una isla salvadora que al menos lo contenga y le dé algún sentido a su vida. Anderson filma con todas las ganas. Sus primeros planos, sus diálogos, esas entrevistas reveladoras, dejan asomar el alma de sus criaturas y compensan por algunos lunares: narración a veces deshilachada, falta de progresión, altibajos. “The Master” habla de la falsa prédica de tantos salvadores, de la dependencia emocional, de líderes aprovechadores, de reencarnaciones y seguidores fanáticos y de un movimiento que se pasea entre la psicología, la religión y la autoayuda. Pero lo que valen son los personajes. Lo de Joaquin Phoenix (sin duda merecía el Oscar) conmueve. No hay un plano ni una pose ni una mirada que no transmita temor, confusión, desamparo, incertidumbre. El filme se sostiene en ese Freddie que no puede sostenerse, que le hace el amor a una mujer de arena y bebe cócteles explosivos, un extranjero en un mundo que lo rechaza, un desequilibrado que sólo tiene un recuerdo de juventud para darle un poco de sentido a esa vida sin deseos.
Sobresalen tres excelentes interpretaciones, todas nominadas. Que “The Master” no se haya alzado con ningún Oscar obedece probablemente a dos razones. Por una parte, sus tres actores nominados tuvieron seria competencia en sus respectivos rubros, los que quedaron en al menos dos casos (Daniel Day-Lewis, Anne Hathaway) en manos de los favoritos. Por otro lado, “The Master” no estuvo nominada a mejor película, director, guión o fotografía lo que seguramente le quitó peso a la hora de los premios. Paul Thomas Anderson, en lo que es su sexto trabajo como realizador, ya se ha ganado un justificado lugar entre aquellos que son capaces de ofrecer obras de gran originalidad y que escapan a visiones más convencionales en cine. Basta repasar parte de su breve filmografía para corroborar la afirmación precedente. Desde sus segundo film “Boggie Nights/Juego de Placer”, pasando por “Magnolia” y sobre todo “Petróleo sangriento”, que le permitió a Daniel Day-Lewis su segundo de tres Oscars, Anderson ha demostrado ser un director siempre atendible. En el caso que ahora nos ocupa, sobresalen las actuaciones por encima de una historia que no a todos interesará con igual intensidad. Que Lancaster Dodd, el personaje que da título al film e interpreta brillantemente Philip Seymour Hoffman como jefe de la “Causa” esté o no inspirado en el fundador de la Cienciología (algo que Anderson no ha confirmado) parece un hecho secundario. La historia ambientada a inicios de los ’50 lo cruza con Freddie Quell (Joaquin Phoenix), veterano marine de la Segunda Guerra Mundial, al que vemos al principio en una playa junto a numerosos compañeros de armas. Ya esa brillante escena inicial acompañada de una extraña percusión, donde Freddie simula hacer el amor con una mujer de arena, sugiere que se está frente a un personaje excéntrico. El siguiente encuentro con un médico del ejército, que le hace ver imágenes abstractas y en las que el joven cree ver exclusivamente órganos sexuales, confirman la sospecha de que se trata de alguien con un comportamiento impredecible. Su apego por la bebida, incluso la preparada por él, y su respuestas violentas como cuando saca fotografías en un centro comercial preceden al encuentro con el “maestro”, que se produce en un barco donde su hija está celebrando su boda. De allí en más las vidas de Dodd y Quell quedarán en verdadero estado de simbiosis, pero darán pie a que aparezca un tercer personaje, cuya presencia poco visible es en el fondo relevante. Se trata de Peggy (Amy Adams), la esposa del “guru”, que desde bambalinas parece manejar a su esposo. Esto mismo es lo que sugiere una fuerte escena en un baño, donde ella lo satisface pero al mismo tiempo le señala claramente al marido los límites en posibles relaciones extraconyugales. La sutileza con que el director revela al personaje femenino es uno de los puntos fuertes de la película y una confirmación de que estamos frente a una actriz mayor (recordarla en “El ganador” y “Julie y Julia”). Como ha ocurrido con la mayoría de las películas nominadas a los Oscar, se exceden las dos horas de duración. Ello casi inevitablemente conduce a que haya algunas escenas alargadas o parcialmente obviables. Es lo que al menos a este cronista le sugiere una escena, en pleno desierto, en que tanto maestro como discípulo se suben a una moto y la manejan a gran velocidad. Mejor logradas son aquellas en salones y teatros donde se le promete al público “liberarse de sus traumas pasados” o “tomar control de su vida” y que ofrecen la oportunidad de ver a Laura Dern en breve aparición. Cerca del final se producirá un reencuentro en Londres, instigado por Dodd quien logra finalmente ubicar a su alejado discípulo. Pero no todo será como antes como sugiere un comentario de la esposa que percibe en Freddie un aspecto enfermizo y al que ve sin intenciones de mejorar. El epílogo resume de alguna manera la afirmación de “que todo hombre necesita de un guía”. “The Master” no es un film lineal y por momentos puede desorientar a cierto público acostumbrado a un cine más convencional y predecible. Será sin duda muy apreciado por un público más cinéfilo, aunque las excelentes actuaciones ampliarán sin duda el interés a quienes decidan ver una propuesta original con imágenes que se ven realzadas al estar rodadas en el formato de 70 mm. Muy bella la canción “No Other Love (Can Warm My Heart)” de Jo Stafford. Hay que celebrar el regreso de Joaquin Phoenix (“Gladiador”) al cine. Se ha señalado con justa razón que su personaje no logra la empatía del espectador. Lo que sí se percibe es que en más de una oportunidad no debe haberse ceñido totalmente al guión, lo que enriquece sin duda su notable performance.
Como domar un dragón Película extraña, pero potente y que genera su atracción en el choque de sus dos polos opuestos. El costado más animal del hombre contra su lado más intelectual casi completamente enajenado. Una pelea fascinante que se enmarca en el deseo primordial del hombre por el control y la dominación. El hombre torpe y violento es absorbido por una secta cuyo líder al sentirse fascinado por su carácter lo somete a su voluntad para así poder revelar un nuevo secreto del universo. Un relato seco y muy psicológico cuyas asombrosas actuaciones y excelente despliegue técnico son tan impresionantes que hacen de una trama supuestamente apática en algo sumamente emocional. Joaquin Phoenix es un hombre reprimido, pero que no sabe de qué. Esta obsesionado con el sexo y bebe cócteles alcohólicos tan fuertes como auto-destructivos. Es un hombre perdido, solitario, sin razón de ser, totalmente bruto y siempre al borde de estallar en una ira tan violenta que se le hace inmanejable. Philip Seymour Hoffman es alguien también reprimido, busca algo que no sabe ni entiende. Tiene modales, es carismático, siempre esta rodeado de seguidores e incluso es también violento, pero no de forma física sino verbal y psicológica. Ambos aunque tienen una existencia totalmente diferente, comparten fuertes puntos en su personalidad que los vuelven fascinantes entre ellos. En un cierto modo los intriga y los seduce. Los opuestos se atraen. Hoffman utiliza su intelectualidad para descifrarlo, mientras Phoenix en su condición de animal se rinde ante su amo. Sin embargo, la relación será completamente caótica y los experimentos serán tan intensos como terroríficos llevando al personaje de Phoenix a un continúo caminar por la cornisa de su equilibrio mental. Phoenix es la bestia primitiva a la cual Hoffman debe investigar y analizar. Él sabe que en ella se encuentra la clave para su próximo descubrimiento, por lo tanto de ahí en adelante somete a su protegido (así lo llama) en una tremenda batería de terapias llamadas “Processing” donde el conejillo de indias es llevado a niveles insoportables de agotamiento mental (tanto para él como el espectador) y cuyo desarrollo dramático atraviesa cualquier límite tolerable por la mente humana llevándola a un saturamiento que no puede dejar otra cosa más que heridas. Incluso se verán escenas tan oníricas como maníacas donde los ojos de las personas mutarán o las mujeres de una habitación serán vistas sin ropa. Una enajenación tan brutal que desencadena el descubrimiento de que recordar puede ser lo mismo que imaginar. Resultados que para una mente sensata podrían ser un disparate, pero para los fanáticos de "La causa" son dignos de admiración. Tal vez, el mayor atractivo de "The master" se encuentre en su peculiar forma de narrar hechos que nunca llegan a ser entendidos completamente por si solos. Cada escena encierra momentos de incertidumbre de los cuales es muy difícil descifrar las verdaderas intenciones detrás de los protagonistas. De esta manera se exige la presencia de un espectador ávido de buscar respuestas que revise, analice y este atento a los detalles de la trama. Un relato que narra lo justo y suficiente sobre sus personajes cuya falta de certezas en lo que se refiere a su objetivo más existencial hacen de la película una experiencia sumamente atrapante. Son los pequeños/grandes misterios sobre porqué Joaquin Phoenix se deja someter con tanta facilidad (qué pretende obtener), si Philip Seymour Hoffman es realmente un manipulador criminal o simplemente cree en sus delirios, o si el círculo más profundo y gobernante de "La causa" ha sido verdaderamente cautivado por lo que sostienen o son simples soldados de lucha, lo que hace fascinante a la trama porque no se tratan de agujeros sin tratar en la película, cada una de estas interrogantes se plantean en la historia como hipótesis con su pros y sus contras dejando al espectador sacar sus conclusiones. No son casuales como escenas similares a la de Philip Seymour Hoffman llevando a Joaquin Phoenix a desenterrar un cofre con viejos manuscritos, encierren el misterio de la disputa entre el fanatismo extremo o la manipulación absoluta. Son confidentes o es otro acto de sometimiento. Un punto también asombroso en esta película es la presencia del interés romántico de Phoenix por un chica en sus días previos a la guerra y su promesa de volver. Ella es la personificación del sueño americano de la época, es la "Sweetheart" (novia cuya traducción exacta corazón dulce) que los médicos del ejército resaltan en sus exámenes psicológicos posteriores a la guerra donde dan a entender que ella es en cierta medida el camino correcto o la salvación. Ella es el cable a tierra, la última carta bajo la manga que le queda a Phoenix para sanarse. De ahí que una vez terminada la guerra ya no puede volver con ella, no se siente apto y termina deambulando por el país sin ningún rumbo. Es el fortuito encuentro con Hoffman lo que luego lo libera y le da el valor de regresar. Sin embargo, en su máxima derrota se entera que ella siguió con su vida, se casó, formó su propia familia y que incluso ahora casualmente se llama Doris Day, exactamente como la famosa actriz de cine. Por lo tanto, en un acto más que significativo Phoenix termina desparramado en un cine viendo en una película (no me consta que sea Doris Day quien actúa en ella pero probablemente así sea) el sueño de vida que nunca tendrá. No obstante, todavía le queda a Phoenix un último sufrimiento, el rescate de Hoffman quien, ya habiendo extraído de su protegido todo lo que necesitaba, ahora le exige la máxima obediencia a cambio de la posibilidad de seguir con su amistad.
Un mundo nuevo El adjetivo por excelencia (a veces por pereza) que suele acompañar indefectiblemente el nombre de Paul Thomas Anderson es, sin dudas, “ambicioso”. Pero casi ninguna de las notas que lo utilizan se toman el trabajo de explicar en qué consiste esa supuesta ambición, descuentan que el lector sabe de qué se habla. En todo caso, se la describe apuradamente como la voluntad del director por contar la historia de personajes bigger tan life, o por cierta monumentalidad de su puesta en escena. Salvo por Petróleo sangriento, en general no comparto esa idea: creo que Magnolia es una película pretenciosa antes que ambiciosa, y que lo que mueve a Noches de placer y Embriagado de amor no es ambición sino interés por los personajes y la búsqueda obsesiva de una forma adecuada para narrar sus desventuras. En The Master la cosa cambia. No noto esa ambición tan mentada en la elección del relato ni en la manera en que la película elabora una estética acorde con su tema, sino en la propuesta un poco silenciosa (pero nunca secreta o inaccesible) de reinventar la imagen, de prácticamente aspirar a resetear el ojo. Todo sucede a un nivel bastante primario en el que la mirada le gana a cualquier reflejo mental, a tipo de reflexión: el agua del comienzo (y que habrá de repetirse, como un leit-motiv extraño a la narración), celeste, cristalina, que se abre en cámara lenta por el paso de una lancha, resulta subyugante y ofrece un placer solo visual que se resiste a toda clase de interpretación posterior. El protagonista atormentado, Freddie Quell, lejos de estar inmerso en un mundo terrible, oscuro y siniestro, se encuentra rodeado de un sol cegador, colores vivos y es presentado en un paisaje casi de ensueño: una playa donde soldados estadounidenses, tras conocerse el fin de la guerra, se dedican despreocupadamente a jugar, divertirse y emborracharse. El malestar de Freddie no necesita subrayados, alcanza con hacerlo surgir en medio de ese paraíso. Anderson nos obliga a reacomodar la percepción; la desesperación no se enmarca con claroscuros ni tinieblas sino con los contornos de un brillo y una paleta artificialmente hermosos. El director se enamora de su personaje y de su actor, y no puede parar de filmar su cara, de encuadrarlo e iluminarlo de la mayor cantidad de maneras posibles: la película parece querer redescubrir las posibilidades fotográficas del rostro, y no se cansa de recorrer el relieve de los rasgos demacrados y complicados de Joaquin Phoenix, el destello de sus ojos agotados, el pelo grasoso y escaso que corona su cabeza afiebrada. Lo mismo vale para su interpretación: la gesticulación exaltada de Phoenix, su lenguaje corporal errático y exagerado, sus accesos de furia repentinos y a veces impredecibles, sus risas inseguras y algo tontas; la película nos pide que pongamos en suspenso las nociones de actuación que tenemos, que nos olvidemos por un rato de lo que consideramos excesivo y de lo que entendemos por contenido. Nos pide eso porque The Master crea un mundo en el que Freddie y su figura torturada e impulsiva hallan un lugar sin desentonar con el resto, o desentonando justo en los momentos que hace falta, cuando en realidad ese es el papel que se espera que cumpla (el hombre angustiado y fuera de sí que compone Phoenix no tiene nada que ver con el griterío o la ampulosidad de malos actores como Sean Penn, que accionan sus descalabros emocionales en películas narrativamente estándar y que son incapaces de contenerlos, de encontrarles un lugar). Todo cobra un sentido distinto cuando Lancaster Dodd empieza a aplicar su tratamiento sobre Freddie. Ejercicios mentales y físicos, terapia, hipnosis, todo apunta a recordar fragmentos de memoria olvidados y a aprender de nuevo a conocer el mundo; indagar en el pasado más traumático y a la vez preguntarse por la calidad de los materiales que roza la mano. En la escena en que Freddie es obligado a caminar de un extremo a otro del salón, apoyando su mano contra una pared y una ventana y tratando de definir lo que siente mediante el tacto, el director devela su propuesta: el espectador es como el protagonista, llevado por la película a redescubrir a través del ojo el color y la luz de las cosas, su textura y sus contornos, todo a través de una imagen que, aunque cinematográfica, tiene como programa ser algo distinto del cine, al menos del cine que conocemos y de sus convenciones visuales. Así, la escena en que Freddie trabaja de fotógrafo funciona como alarde de virtuoso pero también como manifiesto: la gente posa esperando la foto y la película copia con una fidelidad y una minucia impresionantes una imagen obtenida en los 50’. Solo que un color excesivo y una luz demasiado fuerte que terminan por desencajar la mímesis, como si el director no estuviera tan interesado en la reproducción visual de una época como en la lenta deformación de la misma, y en el proceso invitarnos a mirar de nuevo, como si fuera la primera vez, esa estampa de la década del cincuenta que es y no es, que se parece pero que también es distinta. Así como Freddie toca muchas, muchísimas veces la misma pared al tiempo que debe describirla en voz alta, Anderson (cual Lancaster Dodd) nos ofrece el plano del agua en más de una ocasión, incluso cuando la narración no lo justifica. Esa agua es nueva, es hipnótica, no se parece ni se mueve como ninguna que hayamos visto en una pantalla de cine. Más allá del paralelismo, lo cierto es que Freddie es un desesperado y Dodd trata de curarlo con un método polémico que la película se abstiene de juzgar (es decir, que no condena pero tampoco aprueba), mientras que las intenciones de Anderson son otras. La famosa ambición del director, en The Master no se limita solo al retrato de una época o de un apócrifo fundador de la Cientología, sino que se cifra en esa voluntad de volver a descubrir las cosas del mundo, y junto con ellas también la mirada que las barre y el velo del cine, que las separa pero también las conecta en formas nuevas e impensadas.
Tras cinco años sin dirigir, la última fue "Petróleo Sangriento" (2007), Paul Thomas Anderson ("Magnolia") regresa con esta nueva propuesta cinematográfica parcialmente basada en L. Ron Hubbard, fundador de la Iglesia de la Cienciología en la década de los '50. ¡Ojo! No es un drama biográfico. Si bien los orígenes de esta secta (para algunos, una religión que ha cosechado miles de seguidores, entre ellos Tom Cruise, John Travolta y otras personalidades de Hollywood) no están directamente explícitos en el argumento, la película desarrolla a través del personaje interpretado por Philip Seymour Hoffman (nominado al Oscar por este papel), los primeros días de Hubbard como "Maestro" y la creación de esta nueva "filosofía". Ambientada en los Estados Unidos luego de la Segunda Guerra Mundial, la historia de "The Master" (El Maestro en inglés) gira en torno a un veterano llamado Freddie Quell (Joaquin Phoenix), un ex-oficial marino incapaz de establecerse en la vida cotidiana de la sociedad de aquella época luego de la culminación del mencionado conflicto bélico. Debido al estrés postraumático que padece, vagabundea por la vida sin rumbo fijo (y sin trabajo que le dure) en un estado de agresividad y ebriedad importantes, además de que evidencia problemas mentales (hereda de su madre el gen de la esquizofrenia) y una fuerte obsesión por el sexo. Su "viaje" se torna impredecible cuando tropieza con un incipiente movimiento religioso/filosófico conocido como "La Causa" y con su carismático líder, Lancaster Dodd (Philip Seymour Hoffman), quien toma a Freddie bajo su tutela y lo ayuda a superar sus problemas. A partir de ese momento, este hombre trastornado se une a Dodd, su poderosa e influenciadora esposa Peggy (Amy Adams) y el resto de su familia en la tarea de propagar las enseñanzas del movimiento cuya premisa es la sanación a través de la exploración de las vidas pasadas mediante una especie de regresión bajo hipnosis a la que se someten los pacientes que creen en esta ideología. El conflicto del film reside en que el personaje de Phoenix, una especie de experimento de Dodd para probar sus métodos, no logra superar sus adicciones por más que siga los pasos de "La Causa". Con una estructura compleja, larga y con varias escenas lentas, algunas de ellas innecesarias y aburridas, Anderson (quien también escribió el guión) no sólo quiso mostrar sutilmente los comienzos de la Cienciología sino las condiciones en las que regresa un soldado después de una guerra. Además, explora la relación entre los personajes formidablemente intepretados por Phoenix, Seymour Hoffman y Amy Adams, todos nominados a un premio Oscar en las categorías mejor actor, actor de reparto y actriz de reparto, respectivamente.
Un mundo misterioso Unos días después de la ceremonia del Oscar, donde no obtuvo ningún premio pese a sus tres nominaciones, se estrena en la Argentina THE MASTER, la nueva película de Paul Thomas Anderson, el celebrado director de BOOGIE NIGHTS, MAGNOLIA, EMBRIAGADO DE AMOR y PETROLEO SANGRIENTO. Es una de las grandes y originales películas de los últimos años. Aquí, la crítica del filme protagonizado por Joaquin Phoenix, Philip Seymour Hoffman y Amy Adams. Un hombre que después de la Segunda Guerra Mundial vuelve a los Estados Unidos convertido en una suerte de bolsa de residuos físicos y mentales, y un gurú/profeta/charlatán que lo acoge en su bizarro Club Med de autoayuda son los protagonistas de esta historia centrada en un encuentro que es también un choque, el del maestro y su discípulo, el del curandero -el místico, el inventor, el chamán, el chanta- que se topa en su camino con el sujeto perfecto para su investigación sobre el ser humano: un hombre convertido en puro impulso bestial. Freddie Quell (Joaquin Phoenix) es ese hombre: un obseso sexual, alcohólico y violento –bebe unos potentísimos brebajes que él mismo prepara y que incluyen hasta removedor de pinturas-, es una madeja de tics y nervios a punto de explotar. Camina con el cuerpo encorvado y mira con una intensidad que da miedo, pero sobre todo parece una bestia perdida, un animal fuera de su hábitat natural. O de su zoológico… En su regreso a los Estados Unidos y tras ser echado de un trabajo como fotógrafo en una tienda de departamentos tras golpear sin motivo aparente a un cliente, Freddie termina trabajando en una granja donde se mete en problemas aún peores ya que uno de sus brebajes envenena a uno de los inmigrantes que trabajan allí y debe huir, literalmente, campo traviesa. Freddie terminará escondiéndose en un barco que funciona como sede ambulante de La Causa, una suerte de secta filosófico-mística liderada por un hombre, Lancaster Dodd (Philip Seymour Hoffman), que queda encantado con las potentes bebidas que prepara Freddie y lo suma al grupo que viaja en esa especie de Crucero Curativo. Al conocerlo un poco más, Lancaster descubrirá que el sujeto es perfecto para esa especie de terapia de vidas pasadas que él llama “Processing” y lo tomará casi de “conejillo de Indias” y discípulo en su gira mágica y misteriosa por los Estados Unidos. THE MASTER, de Paul Thomas Anderson, es por un lado una exploración intensa y enrarecida de esa relación y, por otro, una mirada a otra etapa fundacional de los Estados Unidos, la posguerra, pero en su lado más oscuro y tenebroso, en el que las consecuencias de las batallas se mezclan con los traumas familiares creando una especie de retrato de una “extraña América” de seres dañados: violentos, charlatanes, tramposos, gurúes de salón, encantadores de serpientes, maniáticos sexuales y alcohólicos irredimibles. Formalmente impecable y narrativamente extrañísima, filmada en impactantes 65mm., THE MASTER es una película única, que intenta remedar el estilo de épica íntima del Hollywood de los ’50 (entre GIGANTE, de George Stevens y el cine de Douglas Sirk), con una dupla actoral que busca triplicar la apuesta maníaca de intérpretes del Actors Studio de esa época como James Dean o Montgomery Clift (en el caso Phoenix) o, en el caso Hoffman, más cerca de Orson Welles. Como si fuera una curiosa secuela de PETROLEO SANGRIENTO, el director vuelve a crear una tensa relación metafórica de padre e hijo –o maestro/alumno- en la que política, la religión, la psicología y hasta la historia misma de un país se ponen en discusión. Y esa discusión no parece ser otra que la de cuestionar el realismo psicologista que organiza buena parte de la cultura norteamericana. Estas criaturas (reales y ficcionales) salen a la búsqueda de una verdad que siempre los elude, de una curación que nunca alcanzan, creando una religión en la que “recordar” e “imaginar” parecen ser lo mismo, y en la que los procesos de autoayuda no funcionarían del todo bien. Como en EMBRIAGADO DE AMOR -primera parte de una trilogía-ensayo sobre “la furia humana”-, cuando el cerebro está por explotar resulta difícil distinguir entre realidad o ficción. En paralelo, PTA crea un mundo misterioso que se va enrareciendo cada vez más narrativamente, con secuencias que pueden ser -o no- sueños/pesadillas y situaciones que no son fácilmente explicables de manera lógica. De a poco y sutilmente, ayudado por la música siempre discordante de Jonny Greenwood combinada con standards de la época como “Get Thee Behind Me Satan” o “(I’d Like to Get You on a) Slow Boat to China”, PTA nos va metiendo en un universo más cercano al de un David Lynch, y ya no sabemos si lo que vemos no es otra cossa que el producto de la mente arruinada por el jugo de kerosene que beben sus protagonistas. Las referencias cinéfilas son muchísimas, desde las escenas de entrevistas a los veteranos de guerra que son calcadas del documental LET THERE BE LIGHT, de John Huston, hasta momentos específicos de los personajes que parecen sacados de películas de Nicholas Ray como BIGGER THAN LIFE o REBELDE SIN CAUSA. Esas erupciones insensatas de violencia que llevan a fracturar la relación entre Lancaster y Freddie tienen una intensidad que asusta: por momentos parece que Phoenix no tuviera control de sus actos y golpea a otros, a objetos o a sí mismo con una violencia inusitada. Una escena en una celda a la que alumno y maestro van a parar tras violentarse con alguien que pone en duda las enseñanzas de La Causa (motivo permanente de esas erupciones de agresión que hacen de Freddie una especie de perro guardián del grupo) es particularmente shockeante. El filme está lleno de esos momentos actorales pasados de rosca que se veían en PETROLEO SANGRIENTO: las sesiones terapéuticas entre ambos son casi un duelo a muerte, los ejercicios de Freddie tienen crescendos dramáticos insoportables y su relación con Peggy, la esposa de Dodd (Amy Adams) -verdadera mano dura, a lo Lady Macbeth, por detrás de su marido- tiene momentos casi surrealistas, como una escena en la que el color de los ojos de ella cambia. Y la postura física monstruosa de Phoenix está más cerca del expresionismo alemán que de la escuela Strasberg. PTA parece mirar a aquella “weird America” de los archivos folclóricos, de los grandes novelistas que intentaron abordar el lado misterioso e insondable de su país (de Faulkner a Pynchon pasando por la Beat Generation) o de las impresionistas canciones de Bob Dylan (circa “The Basement Tapes”) y lo hace sin tenerle miedo al ridículo. Su ambición puede ser excesiva (da la sensación de estar creando de a poco su versión del Siglo XX norteamericano, su Gran Novela) pero ese riesgo, ese sistema de ensayo y error, es bienvenido. De las muy buenas películas estadounidenses del 2012 es la única que parece, como sus personajes, atreverse a ir más allá de lo permitido, explorar ambigüedades, asomarse a lo desconocido. No es una película sobre la Cientología en el sentido estricto. Pero sí lo es, en cierto modo, porque toma una secta similar a aquella para ponerle un espejo deformado a la cultura de la salvación espiritual, de las técnicas de autoayuda y a sus lógicas imposibles. Así, como a un paciente en conversión/tratamiento, THE MASTER va llevando al espectador a ir modificando su percepción de los hechos, como si la película funcionara a la manera de una droga alucinógena, de un antipsicótico o de esas bebidas mezcla nafta y soda cáustica con las que Freddie –y también Lancaster- maltrata lo que queda de su cerebro. Recordar, imaginar, inventar. Acaso sólo sean diferentes formas para una misma cosa, soluciones de ocasión para problemas irresolubles.
Excelentes actuaciones de Philip Seymour Hoffman, Joaquín Phoenix y Amy Adams. Del mismo director de “Petróleo sangriento” y “Magnolia”, entre otras. Se encuentra ambientada en los 50 en Estados Unidos, luego de la Segunda Guerra Mundial, y gira en torno a Freddie (Joaquin Phoenix), un veterano de la marina, con un pasado tormentoso, en forma de juego o no, tiene sexo con mujeres hechas de arena en la playa, que regresa a su casa después de la guerra, él desea estar con una mujer, es alcohólico, pesimista, psicótico, es casi un animal, desequilibrado emocional y con un futuro incierto. Su vida cambia cuando conoce al carismático líder, Lancaster Dodd (Philip Seymour Hoffman) allí encuentra cierta protección en este ser místico, a quien las masas siguen, escuchan y admiran. Para todos es “el maestro” de una religión “La Causa”… o la Cienciología (lo que pueden lograr las palabras bien aplicadas). Mostrando crudamente gran parte de la sociedad como juega la ambición y el capitalismo. El director y guionista Anderson cuyos trabajos por diferentes razones logran quedar en la memoria de los espectadores, tiene la gran virtud de dejarte pensando, aquí muestra algunas coincidencias con la historia de la Cienciología (su creador L. Ron Hubbard), su origen y sus prácticas. De esta manera Freddie siente un gran interés por Dodd, en su interior o memoria le recuerda algo y ambos en ese algo se complementan. Dodd siempre se encuentra apoyado por su fiel seguidora, su esposa Peggy, quien lo cuida, protege y admira. Es tanta su devoción que es capaz de enfrentarse a todo por él. La película puede resultar por momentos algo confusa, le sobran unos treinta minutos, resulta un poco lenta, difícil de ingresar en todos los públicos por su contenido, algunos quedarán fascinados y otros la cuestionarán. Hasta se comenta que el actor Tom Cruise (50) después de este film se enojo con el director Paul Thomas Anderson (42). Contiene humor, es bella y atractiva, un muy buen guión, maravillosa fotografía y la banda sonora de Jonny Greenwood, las actuaciones son excelentes y se puede ver un verdadero duelo actoral entre Joaquin Phoenix y Philip Seymour Hoffman. Acompaña Amy Adams que interpreta a Peggy, la esposa de Dodd, muy interesante. Correcta las actuaciones de los jóvenes actores Jesse Plemons (En cine: “Paul”; Landry en la reputada serie de televisión “Friday night lights”) es Val Dodd y Rami Malek (fue Benjamin en “La saga Crepúsculo: Amanecer Parte 2″; “una noche en el museo”) como Clark.
Un mundo perfecto Lo primero que hay que decir de este filme es que por no ser condescendiente con el espectador medio termina por ser de difícil visión, y esto no debe leerse como soberbia o de manera peyorativa, ni para unos ni para el producto en sí mismo. Se trata de una realización que necesita ser visto varias veces para finalmente poder disfrutarlo como lo que es, una gran película. Constantemente Paul Thomas Anderson plantea una dualidad impuesta de manera extraordinaria desde el texto, esto que esta siendo narrado, en contraposición con las imágenes que lo constituyen. Como parámetro abre con la imagen de un mar de color intensamente azul, bello, casi hipnótico, y enseguida vemos que se trata de un barco de guerra, temporalmente ubicado durante la segunda guerra mundial. De ahí a las consecuencias que el conflicto bélico produjo en las personas involucradas, léase los soldados, sólo hay un paso. Una escena y un cierre de secuencia que podría haber caído en el mal gusto, pero que se define de otra forma. De esta manera el director nos presenta a Freddie Quell (Joaquin Phoenix), y con muy pocos detalles sobre el personaje deja instalado las características principales del mismo. En su deambular por la vida sin rumbo ni proyecto, mostrando su cada vez más deteriorado psiquismo, se cruza de manera azarosa con Lancaster Dodd (Philip Seymour Hoffman), personaje con muchos puntos de contacto con Ronald Hubbard, el creador de la iglesia de la cienciología, a la que son muy adeptos algunos actores famosos de Hollywood, entre ellos John Travolta y Tom Cruise. En esa confluencia de momentos de cada personaje se instala entre ellos una clara doble dependencia, no sólo puede ser vista como la alegoría del amo y del esclavo, sino que todo apunta a otras profundidades psíquicas. Ya no esta en juego que para que exista un amo debe de haber un esclavo, sino que Lancaster manipula de tal manera a la frágil e influenciable psiquis de Freddie para tenerlo como otro fanático para su proyecto llamado “La Causa”, mostrándole la posibilidad de vivir en un mundo perfecto, pero no de manera inocua sino como casi un frente de defensa contra aquellos que perturben su crecimiento, y en esta situación queda atrapado en ese sometimiento dual que se retroalimenta. Por supuesto que con grandes diferencias entre ambos. Siempre aparece Freddie como subyugado ante el carisma de su maestro. Es desde ese lugar que cobra importancia el personaje de Peggy Dodd (Amy Adams), la esposa del maestro, quien juega de equilibrio entre ambos, pero sobre todo protegiendo de los propios desatinos de su marido, poniendo al mismo tiempo ciertos limites al discípulo preferido. Otra marca clara de esta elección de hipnotizar con las imágenes y provocar con lo narrado, se visualiza notoriamente en varias escenas, algunas netamente oníricas, como el sueño de Freddie o, mucho más realista, como la que esta filmada a espalda de Lancaster junto a su esposa, frente al espejo, notable y genial momento de Amy Adams. Por este filme estuvieron nominados a los premios de la Academia de Hollyood, sus tres actores principales ya mencionados. Sobre la increíble caracterización de Joaquin Phoenix sólo podía ser relegado por la de Abraham Lincoln, digo que la excelente interpretación de Daniel Day Lewis corría con el caballo del comisario, en este caso, en realidad, de un presidente. Hoffman choco contra la impecable actuación de Christoph Waltz en “Django sin Cadenas”, y para Amy Adams parece que no sólo no era su momento, sino que Anne Hathaway se lo “robo” con su interpretación de Fantine en los “Los Miserables”, aunque no se puede hablar de injusticia, pero…
Uno concluye el visionado de The Master con el cerebro hecho una esponja llena de líquido: Cargadísimo y drenando. En un momento en el cual gran parte de los films que consumimos se encuentra hipertrofiado de rayos (y centellas), lo mínimo que podemos hacer es agradecer esta generosa cuota de cine puro (que no primitivo) elaborada por Paul Thomas Anderson, un individuo especialista en parir films en base a estados mentales. Freddie (Joaquin Phoenix, el Marlon Brando de su generación) no vuelve de la guerra: Vive en guerra y gran parte de sus suspiros lo retrotraen a aquéllas playas en las cuales afianzó su adicción a los handjobs intensos y a los cócteles con líquido de frenos. Nunca fué un hombre normal, pero su gris retraído se tornó definitivamente oscuro y violento sirviendo al Tío Sam. Hallará en Lancaster Dodd (estupendo y pecoso Phillip Seymour Hoffman) una figura de autoridad (y por elevación, una institución) a la cual bardear a gusto hasta el momento en el cual la Doctrina Dodd de Autosuperación haga metástasis en sus órganos vitales. No adelantaremos más detalles de la historia, pero sí confirmaremos que se trata de un proceso terapéutico retratado con máxima eficiencia e intensidad, teniendo en cuenta al analista y al anaizado, antagónicos en físico, fortuna, historia y reacción, aunque no en carácter (ambos se sacan cuando están hinchados las pelotas, aunque uno de ellos sabe controlarlo un poco mejor). Resulta imposible pretender un desarrollo lineal cuando llevamos adelante una obra cimentada en nuestros recuerdos, impulsos y reacciones. La primer escena del film (una obra maestra en sí misma) nos advierte y nos prepara para un film impredecible y pleno de vaivenes, tal y como sucede en una gran y buena sesión terapéutica. Algo similar ocurre con la banda sonora (Greenwood, calladito como es, sigue acumulando bandas sonoras sobresalientes): Esta clase de musicalización no responde a ritmos a los cuales estemos acostumbrados, nuestros cerebritos esperan un 2 x 4 y reciben cualquier otra cosa, generando un ping-pong de hemisferios que nos descoloca, sometiendo nuestra materia gris a una gimnasia inusual a partir de la cual ya no esperamos nada esquemático y quedamos en una tierna deriva, listos para disparar allí donde Freddie (ó Lancaster) sepan llevarnos. Incluso a la cárcel. Para dejarlo más claro: Nunca un impulso hormonal estuvo tan bien expresado. Y sólo hizo falta un violín y algunos palillos. Etapa oral bien resuelta. The Master es la clase de film que no entra en ningún tipo de clase. Se trata de un maravilloso estado mental en el que (al contrario de lo que rezan varios artículos) podemos identificarnos con cualquiera de los protagonistas si nos permitimos superar la incomodidad de la gimnasia inicial. El film se encuentra tan cargado que incluso pasamos de largo tres ó cuatro planos secuencias absolutamente increíbles, en los que los protagonistas (Phoenix primero, y Hoffman después) responden con una ductilidad impresionante, propia de auténticos profesionales. Uno se cansa de leer que Phoenix lleva a su personaje al límite, cuando en realidad el límite no debería vislumbrarse en ningún sitio si estás interpretando a un veterano de guerra trastornado y adicto al tolueno. ¿Qué límite? Sólo hay un límite en el film: Es un accidente geográfico con forma de cocodrilo. Y Phoenix lo pasa a los pedos, con 150 centímetros cúbicos de cilindrada. Ningún límite. Pocos films son capaces de retratar con tanta pericia lo bien que puede hacerte fumar un cigarrillo mentolado. Lo necesario de ciertas pajas disciplinarias (más si te las hace una Amy Adams fastidiosa con tu forma de ser). Lo revelador que resulta un grito, un golpe ó un beso en la mejilla. Carne de terapia, sin duda. Plastilina sentimental para moldear y reconocer como propia. Condición inquebrantable: Disfrutar esta sesión en el cine.
El gran cine Paul Thomas Anderson, comenzó su carrera en Hollywood, como el nuevo “Scorsese”, asimilando el montaje de su segunda película “Boogie Nights” de manera muy similar al de “Godfellas” o “Casino”. Su forma de narrar era trepidante, contando historias de personajes huérfanos de afectos. Con su siguiente film, “Magnolia”, su carrera tomó un giro inesperado, quizás la gran película de la década recién pasada, una obra coral en que la palabra “maestra” le queda corta. De ahí en más, el director americano, ha ido avanzando a un cine mucho más clásico, alejado de los arquetipos y las caricaturas propias de la mayoría de los creadores de su generación. “There Will Be Blood” (2007), es una película grandilocuente, donde las imágenes nos hacían recordar al mejor John Ford, en que sus protagonistas transmitían el salvajismo de una época, en que ganar a punta de escopetazos era la norma, en un Estados Unidos que explotaba sin misericordia sus recursos naturales. En “The Master”, queda más claro el camino que se ha ido trazando Anderson: la búsqueda de contar historias centrada en sus personajes, en que el entorno sea parte de esa misma narración. De ahí su obsesión por filmar en 65 mm., algo inusual, ya que la norma es 35 mm. Es decir, mostrar en toda su dimensión el peso de la imagen, de una época en que Estados Unidos, embriagado por la victoria en la 2ª Guerra, deriva en un camino de pubertad religiosa, entregada a contemplar la aparición de numerosos líderes carismáticos. “The Master” cuenta la historia de Freddy Quell (interpretado por el extraordinario Joaquin Phoenix), un ser inestable, que luego de pelear como marine en el Pacífico, da tumbos en una sociedad a la que no se adapta. En este camino tortuoso, que lo lleva al desempleo y a vagar como errante, hasta que se encuentra con Lancaster Todd (Phillip Seymour Hoffman, nuevamente vuelve a brillar con Anderson) el líder de una incipiente secta que busca sanar a las personas mediante su “reeducación”, quien recluta a Quell como a un verdadero soldado, un brazo derecho al servicio de su obra. La propaganda no oficial de este film, hablaba de una verdadera biografía del creador de la Cienciología, Ron Hubbard. Sin embargo, la historia que nos cuenta Anderson trata sobre dos personajes salvajes, que se atraen de manera brutal, enmascarados en creencias burdas. Para Todd, la transformación de Quell, se convierte en su leit motiv, su obsesión. El camino de este supuesto cambio parece dar un paso adelante y dos atrás, lo que contagia al entorno del gurú, que no logra entender la obstinación de su líder con este sujeto que a ojos del resto, vale tan poco. En la parte final de Rocky IV, Balboa gritaba eufórico “Todos podemos cambiar”. Al contrario de esa idílica escena, Anderson parece creer que los cambios son tenues, grises, plasmables en pequeños gestos, pero que al final del día, en una suma y resta, los demás no perciben. Con “The Master” Paul Thomas Anderson se matricula como uno de los grandes directores de cine en las últimas décadas, entregándonos una película oscura, compleja, sutil en las referencias, que no debe reducirse a un ensayo sobre una secta, sino verse en la dimensión de lo que es: es el despliegue de un gran cine, uno que ya no se hace, de un clasicismo visual ambicioso, donde los personajes con sus miradas, con sus rabietas y sus silencios, con sus axiomas y sus interrogantes, que sucumben a la exposición de sus creencias, pero que no pueden cambiar sus propias esencias, esas que los desnudan como seres básicos, y tristes. Muy tristes.
Antes que la reconstrucción de los orígenes de la Cienciología, "The master" expone la compleja relación entre dos hombres que nunca terminan de conocerse. Nuestro comentario. The Master -palabra que en inglés puede significar tanto "el maestro" como "el amo"- no es ni una destrucción ni una exaltación de Ron Hubbard, el fundador de la Cienciología, esa religión de ricos y famosos que cuenta entre sus adeptos a Tom Cruise y John Travolta. Sin bien toma muchísimos elementos de la vida de Hubbard para componer al personaje de Lancaster Dodd (Philip Seymour Hoffman), lo que le interesa a Paul Thomas Anderson (Magnolia, Petróleo sangriento) es precisamente las condiciones de amo y maestro, y para que se ejerzan ambas hace falta otra persona, alguien que encarne al esclavo y al discípulo. Esa dupla es la que forman Dodd y Freddie Quell (Joaquin Phoenix) y la relación que se establece entre ellos va todavía más allá porque incluye componentes indiscernibles de amistad, rivalidad y necesidad mutua, a lo cual se suma la decisiva influencia de la tercera esposa de Dodd, Peggy, interpretada por Amy Adams. La película tiene una ambición de relato histórico: empieza con el fin de la Segunda Guerra Mundial, y en la figura de Quell concentra buena parte de los traumas de los soldados que tuvieron que volver a integrarse al sueño americano después de haber atravesado semejante pesadilla. Quell sufre varias perturbaciones físicas y mentales, camina medio encorvado, se ríe cada dos palabras y es adicto a emborracharse con combustibles y otros líquidos nada saludables. Más que haber perdido todo en la guerra, parece haberse perdido a sí mismo y sentir una especie de tentación por el abismo que lo lleva a comportarse como un loco en un país que acaba de inventar la fórmula de la felicidad: el capitalismo consumista. El momento del encuentro entre Dodd y Quell se da en un barco no inocentemente llamado Alethia ("verdad", en griego, en el sentido de despertar y descubrir), pero es toda una sutil declaración de principios del director que la relación entre ambos se origine en el brebaje de Quell, lo que puede leerse como un comentario irónico sobre el rol de la drogas en la Cienciología. Mientras desarrolla esa relación en sus distintos avatares, Anderson no reduce sus personajes a caricaturas ni a un catálogo de trastornos psicopatológicos; tienen obsesiones, tienen síntomas, sin dudas, pero sus personalidades, tanto la de Dodd como la de Quell, desbordan esas limitaciones, se vuelven tan grandes (o tan pequeñas) como la vida misma, y por eso nunca terminan de conocerse. La manifiestación de esa insondable grandeza en la pantalla puede ser el primer plano de una planta de repollo, el desierto de Arizona atravesado por una moto o la estela espumeante de un barco en el océano. The Master se concentra en la etapa inicial de la Cienciología, a principios de la década de 1950, cuando aún no era una religión sino un método de superación personal llamado Dianética; de allí que se le dedique tanto tiempo, tal vez demasiado, a las sesiones de sanación a las que es sometido Quell y cuya eficacia resulta por lo menos dudosa. En un mundo donde se impone un fundamentalismo progresista que sólo distingue entre el blanco y el negro en cuestiones morales y políticas, es probable que se acuse a Anderson del pecado de omisión, por no denunciar los aspectos oscuros de lo que después se convertiría en una prueba definitiva de que no hay mejor negocio que una religión. Sin embargo es mucho más lo que la película gana en verdad humana con esa omisión de lo que pierde en verdad documental.
Comunión de ángeles caídos Artificio digno de un realizador dispuesto a ocupar sus propios casilleros en el esquema siempre digitado de la industria del cine norteamericano, The Master, como las películas anteriores de Paul Thomas Anderson (Petróleo sangriento -2007- y Embriagado de amor -2002-, entre las últimas), resulta una pieza única. Esta unicidad se debe sobre todo al entramado argumental, pero no menos cierto es que su tratamiento formal, aunque convencional en su elección estética, también aporta hallazgos que funcionan sincronizadamente con la materia viva de esta singular historia. Anderson logra construir en The Master un relato complejo, duro, impredecible, de una estructura sutil y huidiza, que se afianza a medida que el entramado abre posibilidades impensadas en la sucesión de hechos; en cada atajo la dimensión de la epopeya de los dos protagonistas, el maestro sanador y su discípulo enfermo, dos ángeles caídos que se descubrirán sin redención, va adquiriendo una espesura que alberga una infinita oscuridad, un tinte opresivo y vanidoso que tiñe un camino falsamente sembrado de esperanza. Basado en el inicio del culto de la Cientología y en el personaje real de L. Ron Hubbard, su creador, el relato se ambienta a comienzos de los ’50, en el florecer de una sociedad estadounidense que volvía de ganar la Segunda Guerra y de perder muchos de sus hijos allí, una herida que no cerraría nunca. Una parte considerable de los soldados volvía con algún desquicio mental, aunque Freddie Quell, el personaje al que anima con increíble destreza Joaquin Phoenix, venido de esa guerra cruel en el presente de esta ficción, parecía traer consigo desde siempre un extrañamiento esquizofrénico traducido en una intempestiva irresponsabilidad para andar su vida. En uno de esos vericuetos a los que lo conducían sus conductas anonadadas y caprichosas, cada vez descendiendo más los peldaños de las suertes laborales –de fotógrafo en grandes tiendas a cosechador de repollos–, con una latente e insatisfecha carga sexual a cuestas, Quell se topará con ese líder carismático, pleno de entrega y bonhomía en su calculada humorada gestual, disparándose en ese cruce un cortocircuito de humanidades alternas que van a fundirse y separarse en un tácito pacto sustentado por la engañosa filosofía religiosa que propugna el maestro Lancaster Dodd. Esta línea de teoría curativa tendrá su galope tendido en las estrategias con las que el maestro se afanará en sanar el alma enferma de Quell –un alcohólico con brebaje propio y un estresado comportamiento sexual–, tan insensible para alcanzar los efectos bienhechores de la templanza. Sin embargo, Quell tendrá para el maestro el mismo efecto revitalizante que éste busca para su protegido; será utilizado para actuar las bondades del culto y será para Dodd el hilo de esa cuerda que tira sin cesar hasta ir variando los preceptos de superación que construyó con su doctrina en una incierta búsqueda de avance. La particular comunión de estas almas tendrá su cenit de profundo hastío y una andanada de palpitaciones generosas; se irá conformando más allá de la familia del líder y de sus seguidores, involucrando a la mujer de Dodd, que con perversa insistencia en su idea sobre cómo debe funcionar la empresa de autoayuda familiar apela a toda clase de artilugios para mantener la casa en orden. Es The Master un film construido en el tanteo de estas relaciones y entre éstas y el contexto de una sociedad creída en su opulencia y en su capacidad invencible para alcanzar la materialidad de sus sueños; el relato posee una violencia estertórea, velada –a veces explícita y sin dirección definida–, un ritmo que podría decirse épico en su intrínseca batalla de emociones y alterados subterfugios que ponen en el centro de la escena a dos náufragos –en sitios distintos de una misma balsa– condenados a ahogarse en el lastre de un mundo disfuncional. Como suele suceder en buena parte de los films de Anderson con los grupos o familias que comulgan conjuntamente en pos de algún designio (Boogie Nights -1997-, Magnolia -1999–), los individuos que los integran parecen no enterarse de la descomposición en la que están sumidos.
Dos náufragos de la vida La Segunda Guerra Mundial dejó graves secuelas en millones de hombres y mujeres. Luego de la conflagración muchos ex combatientes intentaron reintegrarse a las sociedades a las que pertenecían con diversa suerte. Freddie Quell (Joaquin Phoenix) fue uno de esos ex soldados que, vagando en busca de un destino esquivo, se cuela una noche en un barco donde se realiza una extraña fiesta previa a la partida, y se convierte en polizón involuntario de un viaje sin destino. El hombre al que la guerra le quitó el equilibrio emocional conoce así a Lancaster Dodd (Philip Seymour Hoffman), un enigmático personaje que cuenta con un grupo de acólitos que siguen sus peregrinas teorías esbozadas en “La Causa”, un libro que pretende resumir las ideas directrices de un nuevo movimiento espiritual. Sobre esa base, el director Paul Thomas Anderson reconstruye una historia que parte de hechos reales y ofrece un duelo actoral digno de verse. Las composiciones logradas por Joaquin Phoenix y Philip Seymour Hoffman son brillantes, aunque luzca más la labor del actor que alguna vez personificó a Johnny Cash en el filme “Johnny y June”. Phoenix asume el rol de un hombre solitario que no consigue encajar en el mundo que dejó antes de ir a la guerra. El gurú que lo adopta se aprovecha de sus debilidades y lo convierte en su hombre de confianza. Una historia brumosa, narrada con pericia y buenas imágenes que muestra a dos actores en la plenitud de sus carreras.
Causa y suma de voluntades Paul Thomas Anderson ya ha dado en corto tiempo algunos títulos impresionantes en el cine como Magnolia(1999) o Embriagados de amor (2002), otros en menor escala como Boogie nights (1997) y Petróleo Sangriento (2007), es decir un muestrario de jerarquía en tan endeble cine americano de los últimos años. Ergo, es una mosca blanca dentro de Hollywood, como Wes Anderson por ejemplo. "The Master" sea posiblemente una de sus obras más jugadas aunque no conforme un todo de redondeo para ser una pieza maestra del cine. Inspirada en la figura de L. Ron Hubbard, hombre llave de la denominada "Iglesia de la ciencialogía", que por los años 50, época de postguerra y crecimiento de nación estadounidense, ejercitaba un método de superación personal: Dianética. Pseudosanación social que con las décadas derivaría en la explosión colectiva que hoy ya ha generado adherentes famosos como Tom Cruise, Travolta, la hija de Elvis Presley etc. En verdad hay mucho misterio alrededor de este sistema de creencias y enseñanzas, propuesto como una filosofía laica y posteriormente, reorientado como una suerte de "filosofía religiosa aplicada". En los Estados Unidos está aceptada como una religión, por lo que está exenta de pagar impuestos pero algunos la definen como secta y que su interés es netamente económico. Joaquín Phoenix es aqui un ex-marine que su vuelta a la civilización, lo manifiesta carente de estabilidad emocional, algo irascible, psicótico, violento y hasta adicto a su propia bebida alcohólica destilada que entre otras rarezas suele llevar...."Diluyente de pinturas" (Thinner). Conocerá en su vagabundeo al "Master" Lancaster Dodd (Phillip Seymour Hoffman en una actuación memorable para la historia del cine) que verá en él, algo nuevo para experimentar, para convertir en un casi "Conejito de Indias", pero con la inestabilidad y la incertidumbre del primero no será cosa fácil. El carismático Dodd tiene una esposa(Amy Adams notable), personaje que con pocas palabras puede mostrar porqué atrás de un supuesto tipo líder puede estar una mujer influyente. El filme es un muestrario de actuaciones calificadas, trae una banda sonora magistral y ni que decir de la estupenda fotografía que resalta la totalidad de un viaje cinematográfico a ninguna parte, porque igualmente a la película le falta pasión, y su guión hace agua. Faltó algo para haber montado una obra mayúscula, es lógico indicarlo que esto hará que no sea un filme para cualquiera, ya que es algo compleja, sino se sabe apreciar un cine de más incógnitas individuales sembradas en el espectador que bondades servidas en bandeja.
Filme que se queda a mitad de camino Ni muy buena, ni muy mala. Entre ambos extremos, The master es de esas películas que ofrecen mucho más por lo que de antemano aparece en las cartas de presentación que por la experiencia de su tránsito y la conclusión que ofrecen al espectador. Con un elenco de talentos que fue postulado a los premios Oscar de la Academia de Hollywood; el nombre de Paul Thomas Anderson (Sydney, Boogie nights, Magnolia, Embriagados de amor y Petróleo sangriento ) en los trazos fuertes del crédito, y el premio del Festival FIPRESCI 2012, promete, aunque no cumple en su totalidad. Inspirada en Ron Hubbard, el fundador de la Iglesia de la Cienciología, y en relatos de experiencias de soldados de la Segunda Guerra Mundial, se centra en la vida de post-guerra de Freddie Quell (Joaquin Phoenix), un hombre originario de Massachussets. De un día para el otro y por razones políticas fuera de su alcance, el hombre es instado a dejar atrás su experiencia como marine y retomar alegremente su vida de civil, con escaso apoyo psicológico y sin una red de contención que le permita reinsertarse en una sociedad en profundo cambio. Acostumbrado a velar por su supervivencia; con una sed de mujer que aplaque la nostalgia por el abrazo, y presa del alcoholismo --que, lejos de ayudar a mitigar sus penas, lo hunde en el abismo--, Quell es uno más de los lanzados a su suerte y a la incomprensión del entorno. Entre unos y otros trabajos, va tambaleando hasta que, en plena borrachera, se refugia en un yate que resulta ser la sede trashumante de "La Causa", un culto que se sostiene sobre la experimentación científica y que recorre la costa este de los Estados Unidos buscando adeptos y patrocinadores. Al frente del grupo se encuentra Lancaster Dodd (Hoffman), líder del movimiento filosófico, quien se interesa en Quell y lo acepta en el movimiento. Freddie demuestra interés en La Causa, tanto que empieza a viajar con Dodd a lo largo de la costa Este para difundir sus enseñanzas. Apenas toma contacto con Quell, Dodd siente una fuerte curiosidad por aplicar sus teorías sobre él y entabla una relación casi paternal. La protección de Dodd hacia Quell --y la fascinación por la bebida "espirituosa" que el soldado fabrica-- es tal y tan errático el comportamiento del muchacho, que el líder comienza a trastabillar en sus certezas y argumentos. Entonces surge la disyuntiva. Dodd se ve compelido a bajar a Quell de su nave, o a empecinarse en probar sobre él teorías endebles, y naufragar. Formalmente impecable --las actuaciones se convierten por momentos en verdaderos duelos--, The Master se extiende por más de dos horas para dejar al espectador con la sensación de haber invertido demasiado en relación con lo obtenido.
Extravagantísimos y densos pasajes que hipnotizan al espectador The Master es una película sumamente particular, rarísima como pocas. Resulta difícil realizar una crítica objetiva sobre ella, dado que cuenta con puntos brillantes, majestuosos, como lo son las actuaciones de Joaquin Phoenix y de Philip Seymour Hoffman; pero a la vez contiene un ritmo tan manso y a veces soporífero y confuso que genera miles de dudas a la hora de analizarla. El film aborda un tema interesante como es el de la cienciología, algo así como una organización religiosa que ofrece cursos de mejoramiento personal y autoayuda a niveles elevados. Opera transportando a las personas hacia un pasado, invitándolas a un viaje imaginativo que les permita recordar o idear eventos antiquísimos, con el supuesto de que al volver de ese estado casi hipnótico el sujeto libere ciertos malestares, sintiéndose mejor. De trasfondo, un postulado o una reflexión acerca de cómo ciertos hombres vagabundean sin rumbo ni sentido de pertenencia hacia ningún sitio, esclavos de su soledad y de sus conductas bestiales e inadaptadas. A pesar de estar ambientada en los años ´50, The Master parece tener una lectura atemporal y cuenta con la peculiaridad de contener y enseñarnos una relación que trasciende lo que podría entenderse como un vínculo entre padre e hijo o entre amo y esclavo, más bien definido por su director como “una historia de amor entre dos hombres, casi como el amor de sus vidas”. Un drama que flota sobre una atmósfera densa, repleta de escenas tortuosas pero con la extrañeza de mantener una cierta expectativa por conocer qué demonios está sucediendo y cómo culminará todo. Quizás pidamos, de a ratos, que la película termine de una buena vez, pero cuando sentimos que se aproxima el final, es probable que nos invada la imperiosa necesidad de solicitar que lo que se resuelva sea lo más esclarecedor posible para que no queden cabos sueltos en la historia y nuestra mente pueda elaborar una conclusión certera. Difícil de puntuar, The Master puede pertenecer al conjunto de esos films en los que el espectador termina de ver y necesita buscar información adicional en internet, datos que le sirvan para acomodar sus ideas y establecer una reflexión concisa que lo saque de un estado puro de incertidumbre. Con puntos negativos y positivos, claramente no es para todos los gustos y es factible que genere encantamiento en algunos y rechazo total en otros, sin grises. LO MEJOR: las magníficas actuaciones de los protagonistas. Phoenix ha hecho quizás el mejor papel de todo el 2012. Lo interesante o hipnótica que puede resultarnos de a ratos. LO PEOR: por momentos confunde, hace rezongar al espectador. Grosera innecesariamente, muy larga. Escenas bastante pesadas.
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Anderson el complicado Para entender un poco esta película hay que necesariamente conocer un poco acerca de su director. Paul Thomas Anderson es un realizador y escritor californiano con un gran talento y una mirada original sobre como hacer cine. Algunos de sus trabajos más conocidos son "Petróleo Sangriento" que estuvo nominada a 8 premios de la Academia y "Magnolia", aquel maravilloso film en el que actuaba Tom Cruise y se exponían las miserias y bellezas de distintos personajes del San Fernando Valley en Los Ángeles, Estados Unidos. Si hay algo que no se puede negar de este director, es su mirada interesante y psicológica acerca de aspectos sociales y políticos de su país, nunca cayendo en lugares comunes del cine y siempre imprimiendo su sello narrativo. Dicho esto, debo decir que "The Master" me resultó muy complicada de querer y creo que es de los trabajos menos interesantes en su haber. En "Magnolia", "Petróleo Sangriento" y "Embriagado de amor" las temáticas, si bien estaban enfocadas en sucesos y personajes estadounidenses, eran de un tipo más universal y atractivas. Con este nuevo trabajo, la trama es tan lejana y particular de los Estados Unidos que el espectador que no pertenece a ese país y cultura es más bien un frío observador de lo que sucede en pantalla que alguien que puede ponerse en el lugar de los protagonistas. Los dos personajes principales son prueba de ello, Freddie Quell (Joaquin Phoenix) es un veterano con estrés post traumático producido por los horrores de la 2da guerra mundial, y por otro lado está Lancaster Dodd (Philip Seymour Hoffman) como un intelectual excéntrico que está en las puertas de la fundación de una nueva religión llamada "la causa" que basa sus métodos en la introspección temporal de las personas. Un poco lejano para estos pagos, ¿no?. La trama se balancea por la relaciones guía-aprendiz, doctor-enfermo, manipulador-manipulado que hacen a la esencia de la historia. Las actuaciones y la fotografía de la película son simplemente espectaculares, al igual que algunos diálogos entre los personajes de Phoenix y Seymour Hoffman, pero la dinámica narrativa es tan personal y poco convencional que por momentos agota. No se sabe muy bien hacia donde nos quiere guiar el director, ni donde terminamos luego de los 144 minutos que dura el film. Diría que "The Master" definitivamente no es para un público convencional, sino más bien está dirigida hacia los estudiosos del séptimo arte, esos que buscan experiencias distintas en el cine y que gustan de los trabajos de autor. Esta última cinta de Anderson es la más complicada de todas y la que menos empatía produce, asique cuidado a la hora de elegirla como opción.
EL ABRAZO VIOLENTO Los cuerpos erotizados Negro. Un sonido. Un sonido reconocible, un sonido familiar, un murmullo que hemos escuchado alguna vez- alguna vez en algún lugar. El título que se sobreimprime en la pantalla. Y la luz. El sonido crece, ya no murmullo. Un mar- el mar- visto desde arriba, en un plano cenital, como desde la popa de un barco, un mar verdoso, de aguas transparentes- un mar del caribe, de mil colores. Y una estela, la estela de un barco, lo que queda de un barco. Un barco al que no vemos pero que pasa- allí está su evidencia- y un barco sobre el que nos encontramos ahora, mirando a este mar- el mar-, desde acá arriba. Viajamos, estamos viajando. O el recuerdo de un viaje, o su deseo. Un acorde, música. Música plástica, segura, agresiva. Una provocación frente al sonido del mar. La estela, nuestra vista sigue a esa estela. No sabemos a dónde vamos, sólo avanzamos- está claro que avanzamos porque el mar es movimiento y el mar nunca está quieto. La minuciosa composición de cuadro tiene momentos de una belleza abrumadora. La cámara en un primer plano cerrado de nuestro personaje con un casco de soldado nos sumerge rápidamente en un estado de guerra que concluye con el cerrar de sus ojos. Luego irrumpe con una música externa que de a poco se funde con los sonidos internos a la escena que combinan en una rítmica casi perfecta. Esa música se entrelaza con el sonido de su machete, colgado a una palmera tratando de conseguir un coco. Un ambiente que parece querer confluir en la realidad, aunque sea la más estereotipada, de la de un individuo en un estado primitivo. Mientras tanto, de fondo, un grupo de jóvenes, hombres, mantiene una lucha física en la arena, que bien también parece encarnar y decorar todo este espacio primitivo en el que la fuerza y el cuerpo se convierten en las herramientas de supervivencia. Finalmente, lo que termina de generar el plano es ese exterior, como un tercer plano, que despliega una playa y su gente común a ese universo. Entendemos que se trata de marines sobrevivientes de ese primer plano de guerra. La forma en la que bebe de su coco, los cuerpos amoldándose los unos con los otros como una danza masculina de aquellos jóvenes soldados que siguen en la práctica de la lucha aunque la guerra ya haya terminado. Algo así como el estereotipo de sus culturas-destino, algo de lo que jamás podrán huir, que se queda impregnado en esos cuerpos, ahora danza, como forma de divertimiento. El cuerpo quebrado, manifiesto, susceptible y polimorfo será el fluir de todo el film. Aquello que permite que cada plano se entrelace y que se expanda en una sola naturaleza: la animal. Allí donde el erotismo es una exaltación, es la tensión constante entre conciencia e instinto. Su primera intervención será la explicación de cómo combatir las ladillas, en particular en las zonas genitales, en las que abiertamente cuenta cómo pasar de rasurar un testículo al otro para terminar con ellas. La forma en la que lo explica se asemeja a la del tono de un niño. Un niño que recién ha comprendido que la vida es deseo, de vida y de muerte. Y esto se continúa ya de pie, observando como los demás compañeros, en ronda, también como niños o adolescentes, dibujan la figura de una mujer en la arena. Ya no es el deseo del niño por construir un castillo por el cual penetrar si no el deseo de un hombre adoleciente por el cuerpo de una mujer a la cual penetrar. Impulso que sin duda ha sido reprimido, cohartado o adormecido por ese factor externo de guerra. Y él no puede más que soñar con acostarse sobre ella y liberar su cuerpo encorvado a un juego sexual que deberá finalizar en un auto complacerse. Sin dudas se abre espacio al círculo de un hombre que se halla más cerca del impulso primitivo con el de un niño que descubre la sexualidad y despierta la ansiedad, hasta terminar abrazado junto a esta mujer de arena. Tal vez se trata de ese abrazo violento del que habla Bataille y al que veremos desplegarse y tomar forma y sustento a lo largo de todo el film. El abrazo violento de aquél que no puede canalizar su sexualidad cohartada más que a través de la violencia - no solo potenciada por el alcohol- y el amor de la inocencia, de las lágrimas y la risa de un hombre que ha dejado de ser un hombre “común” y se ha retraído a los espacios más puros y menos racionales de la civilización entendida como tal. La figura del incomprendido social de aquellos que vuelven de la guerra. Un tema que no es tratado por Anderson de la manera más figurativa y explícita si no que se logra a través de la construcción de su personaje. Tal vez sea este uno de los puntos más interesantes de la forma de narrar de este director. Una estructura poco convencional, que sin duda pone en riesgo la mirada y la atención de más de un espectador. Un lenguaje sutil que puede movilizar o disolverse en una sensación de que no pasa nada. Y a su vez, pasa todo. La extrema ausencia de límites de estructura que converge en una presencia casi total. La imagen llena, atiborrada, absolutamente denotativa en su superficie. Es que The Master es catalogable como un film inasible, una película resbaladiza, compleja de ver en conjunto sin perderse en sus inconmensurables laberintos internos. La primera imagen a la que podría remitir la estructura narrativa de The Master es la de una espiral, ya que hay una progresión, un devenir, pero el mismo no es claro, no tiene bordes. Su relato es absolutamente imprevisible, casi a imagen y semejanza del mismísimo Freddie, aquel "navegante de los mares", según lo definirá en su último encuentro Lancaster Dodd. De hecho, la figura del mar es una de las piezas claves del film. No sólo es la primera imagen, que a su vez será un plano recurrente a lo largo de todo el metraje, sino que claramente se le adjudica a aquel escenario natural una posición primordial a nivel metafórico. No sería errado señalar que hay una primera parte en el relato de The Master que finaliza con aquel plano del barco zarpando, aquel barco en el que se ha subido Freddie, navegando hacia el atardecer. La escena siguiente comienza con el protagonista durmiendo, y una joven despertándolo: "¿Quién eres? ¿En dónde estoy?". "Estás a salvo, estás en el mar." El despertar, el estar a salvo, rodeado de mar. Es justamente en el mar, estando a la deriva, que Freddie conoce a Lancaster, su "maestro". Y a este mar se le asocia constantemente el acto de viajar, el acto de movilizarse de un lugar a otro. Hacia el final del film, cuando Freddie se dirige a Inglaterra, a su último encuentro con Lancaster, el viaje es resumido en una sola imagen: aquella del mar, muy similar a la primera del film pero en un plano más cerrado y que levemente se va quedando con la estela. Cuando llega al instituto, una de las secretarias le dice "Parece que ha viajado hasta aquí." Freddie responde distraídamente: "¿De qué otra manera se llega a un lugar?". Es así que el mar cumple también un rol de función sintética, elíptica, casi como sinécdoque: el mar es viajar, el mar es movimiento, es no estar quieto- llegar a algún lado y no estar en ninguna parte. Desde la lectura propuesta, el erotismo es ruptura y a la vez creación de una nueva figura. En el test psicológico todo lo que él ve son formas que dibujan vaginas. En ese sentido su deseo no es ninguna sutileza pero sí total fantasía, un juego que también estará presente en aquél primer encuentro que se nos muestra con una mujer y que no concluye en ningún acto sexual como parecía suponer. Este silenciamiento de lo concreto también presente cuando la hija de Lancaster Dodd, de quién él ha presenciado su casamiento, intenta jugar con él, acariciándolo, intentando alterar los cuerpos y él no responde más que con la mirada, un momento de tensión fugaz. O cuando en ese flashback Freddie va al encuentro de el “amor de su vida” que está por dejar y su impulso se vuelca en la forma en la que se presenta en su casa- la manera en que rompe aquel mosquitero, como un animal, puro impulso, pura vitalidad violenta-, pero no hay ningún contacto físico. Como si siempre terminara por vencer lo que está imposibilitado. Y eso refuerza lo cohartado. O se representa en la masturbación con un fin manipulador para que Lancaster lo deje a Freddie porque así lo quiere su mujer. Llevarlo a la exaltación, aunque sea de la forma más distanciada, para responder a su deseo propio. Hay, en la estricta formalidad de Anderson, una tendencia que prevalece y que, en su insistencia, complementa esta noción del fuera de campo como represión, como decisión de no mostrar: la utilización, casi en su totalidad, de teleobjetivos- imágenes cerradas, sin profundidad de campo, el cuadro repleto, rebosante de sentido, sin lugar para otra cosa que la imagen denotativa como contrapunto del rasgo puramente connotativo del film. Un horror vacui llamativo en un director como Anderson, tan predilecto a la utilización de angulares en toda su filmografía. Escenas compuestas de manera brillante casi enteramente a través de primeros planos, como es el caso del test psicológico que Lancaster le realiza a Freddie. Es así que esta noción del fuera de campo se materializa no solo en esta elección formal, en esta ausencia de profundidad en el cuadro, sino también a nivel narrativo, en aquello que no podemos ver: no sabemos qué le hizo Freddie a aquel opositor luego de su discusión con Lancaster, ni tampoco llegamos a ver ninguna escena de sexo, sólo masturbaciones, hasta el mismísimo final del film: como una liberación, una explosión, lo reprimido simplemente sucede. Hay también otro rasgo interesante en los aspectos formales, y esto tiene que ver con la simetría de la composición de plano. En toda la primera parte del film abundan los motivos perfectamente centrados, composiciones de una simetría complejísima. Sin embargo, a medida que avanza la película, y particularmente a partir de la secuencia en la que arrestan a Lancaster y a Freddie, esta tendencia a la simetría se irá defasando, pervirtiendo- los motivos comenzarán a tener un, si se quiere, paulatino descentramiento que es llamativo si se lo contrapone con los primeros momentos del film. La utilización del sonido y su abstracción: el gemido del correr y su componente sexual. Retomando, The Master se funde a cada rato en este erotismo que muestra que el cuerpo todo el tiempo está pidiendo, deseando algo propio. Constante transformación, constante manifestación. Y que debe ser canalizado. No sólo son los gestos que muchas veces se ensayan en un primer plano donde no hace falta la palabra para desear. Hablan por sí. La fidelidad se canaliza a veces en una violencia física cuando golpea a esa figura que amenaza la palabra de su maestro y otras en un abrazo de cuerpos pegados revolcándose, constatando esta mutua necesaria dependencia por la que tal vez se hayan tenido que encontrar. Y la risa, la risa de Freddie, esa risa orgánica, pura consecuencia, a la que Lancaster tanto se refiere y de la que tanto habla. Sobre este punto, y relacionado con los dos libros que escribe Lancaster, se podría entablar un paralelismo con Aristóteles y su obra, la Poética, la cual estaba compuesta de dos libros, el primero sobre la tragedia y el segundo sobre la comedia (éste último nunca fue encontrado). Es que es llamativa la forma en la que Lancaster, junto con Freddie, realiza aquel peregrinaje místico para buscar sus escritos, e igual de llamativa es la manera en la que se refiere a su segundo libro en la presentación del mismo, hablando únicamente de la risa, y observando, entre todo el público a Freddie. Relación padre hijo, porque Freddie busca el padre que no tiene y Lancaster encuentra en él al hijo que no tuvo, el hijo vital, rebelde, lejano de su verdadero hijo, tan estático, tan conformista. Sin ahondar mucho en este tema, se puede afirmar que la escena en la que Freddie regresa junto a Lancaster no deja de ser una reversión de la parábola del hijo pródigo, el retorno al hogar de aquel que se ha ido y ha defraudado. No es, sin embargo, su única lectura. Porque es también una relación perversa, que enlaza ternura y poder, en la que uno ordena y el otro obedece y es felicitado al igual que su dueño a un perro. O como un niño, un niño soldado, un niño fanático- un perro fiel. Balanceo que estará siempre latente en la relación entre ellos dos. Un vínculo que implica intimidad, confesión, fidelidad y un crecer conjunto de cuerpos que se fusionan con y a través del otro. Ambos necesitan del otro para ser, para poder vivir, para tener un por qué. The Master es una película atravesada por el erotismo. The Master no es sino esa violencia desesperada del erotismo. Un cuerpo verborrágico que corre por sensaciones extremas dilatadas en el fluido que acaba en una risa o un llanto descontrolado que da lugar a una pequeña muerte.
Rareza espiritual es la este director. Porque no es obvia ni explícita ni forzada; está en el fondo de su cine y aparece intermitentemente, como las burbujas de un monstruo escurridizo sobre la superficie de un estanque. Esta teoría fugaz sobre la rareza espiritual de Paul Thomas Anderson se percibe en el choque de un montaje clásico con otro contrapuntístico, de un guión sólido con otro sinuoso, de una música atonal entreverada con canciones pegadizas. Libertinaje plástico tan espontáneo como aséptico.
Si Joaquin Phoenix no ganó el Oscar como mejor actor fue porque tenía del otro lado a Daniel Day Lewis interpretando a “Lincoln”. Paradojas de la vida, el mismo Daniel Day Lewis había sido dirigido por Paul Thomas Anderson en “Petróleo Sangriento” y ganado el Oscar al mejor actor. En este caso, el director no pudo lograr lo mismo con Phoenix aunque encontró una excelente interpretación. Pasada esta reflexión, debo confesarles que la peli me aburrió un poco. Es cierto que Paul Thomas Anderson no es para cualquiera, tiene una forma particular de enfrentar los diálogos y las narraciones en el cine que distan de lo que nos tiene acostumbrado Hollywood. Pero en este caso tampoco me terminó de cerrar la historia y tiene algunos puntos flojos que tiran para abajo. Ambientada en Estados Unidos, luego de la Segunda Guerra Mundial. La historia gira en torno a Freddie (un excelente Joaquin Phoenix), un veterano de la marina, que regresa a su casa después de la guerra con una inestabilidad emocional y un futuro incierto. Sin otro oficio más que deambular, encuentra refugio en ‘La Causa’ y en su carismático líder, Lancaster Dodd (Philip Seymour Hoffman). Amy Adams interpreta a Peggy, la mujer de Dodd, quien ejerce una poderosa influencia, aunque sutilmente reveladora. Hasta ahí parece interesante, promete meternos en el mundo de una “secta” o “culto” para conocer como ponen a prueba a este “débil mental” Freddie y logran aplicar los métodos de “La Causa”. Sin embargo, fracasan estrepitosamente y las repeticiones y diálogos sin sentido (a veces aburridos y extensos) fracasan con ellos. Lo que salva a la película son las actuaciones. Seymour Hoffman vuelve a demostrar sus artilugios actorales y Joaquin Phoenix interpreta (desde mi punto de vista) el mejor papel de su carrera artística. En cuanto a la fotografía y los planos del filme, sabemos que estamos frente a un director capaz de cuidar todos los detalles y es un poroto más que se suma en muchas escenas. Sin embargo, la trama es muy retorcida y a veces monótona y la resolución… habrá que verla. Muchos la clasificaron como un nuevo clásico del cine contemporáneo, yo prefiero guardar el lugar para alguna nueva película…
No hay camino, sino estelas en la mar Freddie Quell es un veterano de la Marina de la II Guerra, con una serie de problemas psicológicos y familiares que vienen de antes de los traumas bélicos. Aunque los doctores de la fuerza le prometan como a los demás las posibilidades de la reinserción en la sociedad, su personalidad errática, violenta y por momentos hipersexuada, su afición a destilar y consumir bebidas alcohólicas destiladas de las peores toxinas, y hasta su presencia física rara y algo bestial le impiden aferrarse a algo o alguien. Hasta que un día se mete borracho en un barco, clamando por trabajo. Allí conoce a Lancaster Dodd, quien se le presenta como “un escritor, un médico, un físico nuclear y un filósofo teórico. Pero por encima de todo, soy un hombre, un hombre irremediablemente curioso, igual que tú”. Dodd es el fundador de “La Causa”, una especie de secta pretendidamente científica cuya terapia principal es la recuperación de recuerdos de vidas pasadas a fin de desactivar traumas y “programas” que afectan la actual encarnación. Rápidamente, el “maestro” encuentra en Freddie un conejillo de Indias interesantísimo para poner a prueba sus técnicas, y Freddie encontrará en “La Causa” algo parecido a una pertenencia, lo que lo llevará a convertirse por momentos en matón, y de alguna forma lo ayudará a lidiar con algunas cosas no resueltas (ir a buscar a alguien de su pasado, fundamentalmente). Pero en algún momento llegará el distanciamiento, fogoneado por algunos seguidores de “La Causa”, especialmente Peggy, la joven y dura esposa de Dodd. Redenciones Paul Thomas Anderson se mete sin referencias “directas” (alguno dijo: “Como el Charles Foster Kane de Orson Welles está inspirado en William Randolph Hearst”) con la Iglesia de la Cienciología de L. Ron Hubbard. No sólo por el personaje del “maestro”, sino por la terapia de vidas pasadas, el diálogo con un “auditor” y la búsqueda de programas condicionantes -“engramas”, para los cienciólogos-. (De seguro, a Tom Cruise y John Travolta esta película les resultará poco graciosa). El director y guionista ha reconocido que tomó entre sus influencias el documental “Let there be light”, que John Huston hizo sobre la rehabilitación de soldados. Esto puede ser para toda la primera secuencia de la vida militar y post-bélica, pero aclaramos (sin contar demasiado) que los problemas de Freddie distan de haber comenzado con la guerra, y que lo más probable (como se ve un poco en las escenas del comienzo) es que haya atravesado esa experiencia como todas las otras de su vida. Por lo demás, si el espectador espera encontrar un argumento que lleve a alguna parte, quizás se sienta decepcionado: la historia, con un ritmo algo moroso, pasa por la contradicción dialéctica entre “redentor” e irredento, y quizás el final lo deje con cierto gusto a poco. Pero quizás es la forma que encuentra el autor de reflejar “un fragmento de vida”, la materia prima de la existencia, la sucesión de eventos que la conforman. “Si encuentras una manera de vivir sin servir a un master (amo/maestro), cualquier master, deja que el resto de nosotros lo sepamos, ¿quieres? Porque serías la primera persona en la historia del mundo”, le dice el “maestro” a Frankie, desde cierto sincero interés en ayudar (a su manera) a quien anda por el mundo como “bola sin manija”, tanto desde la perspectiva de “La Causa” como desde la del pensamiento ordinario de la sociedad. Y tal vez ésa sea la forma de Frankie de hacerlo, seguramente sin pretenderlo... pero tampoco es un camino que pueda traer felicidad... o sí: tendríamos que ver un poco más de metraje después del final, para saberlo... Lecciones actorales Donde Anderson muestra maestría es en la elección del elenco, especialmente en los dos roles protagónicos. Joaquin Phoenix da cátedra como Freddie, a través de un trabajo corporal pleno: la postura encorvada y algo ladeada; una forma de hablar ladeada que saca partido de la cicatriz de su labio leporino; la mirada bestial, llena de furia y traumas contenidos; las explosiones de furia con fuerza descomunal (se suponía que en la escena de la celda, el inodoro no debía romperse); la capacidad de sostener unos diálogos de gran complejidad. Del otro lado del mostrador, está Philip Seymour Hoffman, uno de los actores fetiche del director: su Dodd es una mezcla de piedad, charlatanería, encanto, soberbia y por momentos cierta sumisión a Peggy, que por cierto está en las buenas manos de Amy Adams, quien ya había demostrado que era una actriz gigantesca en “El ganador”, capaz de hacer los personajes más duros. Peggy es un halcón detrás de los modales suaves y los vestidos recatados: sólo hay que saber ver a través de sus ojos. Por lo demás, la puesta visual, más allá de la delicada reconstrucción de época de la dirección de arte, pone el rodaje al servicio de esas actuaciones: primeros planos para los diálogos, para capturar mejor esos rostros; planos generales para las escenas más físicas; tomas luminosas para las escenas del mar; y la estela del barco que se repite en todos los viajes, tal vez una imagen del tránsito vital y una estela que se deshace rápidamente. Así, concreta Anderson uno de sus proyectos más personales, y quizás por eso menos tenido en cuenta por los premios y el público. Y eso también es parte de la vida.
Publicada en la edición digital Nº 5 de la revista.
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LAS MANCHAS Freddie Quell (Joaquin Phoenix) el protagonista de The Master no es agradable. Su figura notoriamente encorvada es casi animal cuando se lo ve de lejos masturbándose frente al a playa. La guerra termina y él debe volver a la vida real. El examen psicológico que le hacen deja mucho que desear. Tanto por quienes se lo toman como sus respuestas. Nosotros lo sabemos, nos queda claro, su reinserción en la sociedad no será sencilla. En esos minutos el personaje queda definido, en ese prólogo no hay dudas de que se trata de un ser antisocial, sin chance alguna de integración. Anderson entonces decide que el primer trabajo que ese personaje tiene es el de fotógrafo en una gran tienda. De la inequívoca idea de la locura del personaje pasamos a fotografías tradicionales familiares, con luz y gestos de Estados Unidos de la post guerra. La idea de una sociedad bella y feliz, en retratos tan rígidos como inquietantes. Pero el fotógrafo es Freddie y como en el test de Rorschach que le tomaron al salir de la marina, la respuesta frente a esas imágenes es diferente a la de cualquiera. No es sorprendente que frente a esa sociedad que intenta mostrar belleza, bienestar y orden, Freddie termine respondiendo con inquietante violencia. Su posibilidad de integrarse una vez más se deshace. Incluso su pareja sexual ocasional, una modelo que ofrece vestidos en la misma tienda, queda en el camino. Desamparado, desclasado, incluso de un trabajo mucho más proletario y marginal en el campo del cual sale corriendo, Freddie va sin rumbo. Un dato muy interesante. Ambos trabajos son perdidos por figuras que podrían representar una figura paterna. En la tienda se pelea con un señor de mayor edad y figura formal y solemne que lo termina corriendo a golpes. Y en el campo le da alcohol clandestino a un anciano que Freddie dice le recuerda su padre. Esa búsqueda y pelea con la figura paterna, y esa búsqueda también de un lugar en el mundo lo llevarán a un espacio tan inestable con el del comienzo: un barco. Pero en ese barco aparecerá un padre en la figura de un líder religioso llamado Lancaster Dodd (Philip Seymour Hoffman). Lascaster Dodd es la cabeza de un grupo autodenominado La causa. Mucho se ha escrito acerca de que The Master se basa en la vida y obra L. Ron Hubbard, escritor de ciencia ficción y fundador de la Cienciología. Como aquella apuesta que hiciera Orson Welles en El ciudadano al elegir a William Randolph Hearst como modelo de base, Paul Thomas Anderson elige una figura controversial para construir su película. A pesar de varias similitudes, el film no se centra en esta idea como motor de sus temas. Reducir a The Master como una crítica de la Cienciología es como reducir a El ciudadano a una crítica a Hearst y el manejo de los medios. Ambas películas, por suerte, incluyen eso, pero van mucho más allá. Ambos protagonistas sí, hay que decirlo, tienen muy poca tolerancia a las críticas exteriores. Y el sistema de Kane es a través de empresas, de objetos, mientras que el de Dodd es a partir ideas. La vigorosa y decidida puesta en escena de Paul Thomas Anderson de todos sus films se confirma y se potencia aquí. La belleza de los encuadres es arrebatadora. Y aunque se trata de un largometraje que posee gran sordidez y se aferra a la imperfección (notoria imperfección) de los rostros y los cuerpos de las personas, hay belleza aun en eso. Aunque tiene muchos momentos claustrofóbicos propios de su cine, Anderson se luce acá en la forma en la que filma exteriores. Su paleta de colores es amplia subyugante, cada escena tiene vida propia. El trabajo de fotografía y de encuadre es intenso y minucioso. Como también nos tiene acostumbrados, la potencia narrativa es excesiva. Las escenas crecen en violencia física pero sobre todo psicológica. El espectador no podrá estar jamás relajado en las más de dos horas de película. La tensión es casi la marca de fábrica de Anderson. Al igual que en Petróleo sangriento la relación padre hijo es parte fundamental de la trama. Así como también las conductas enfrentadas entre ambos protagonistas. Paul Thomas Anderson muestra en sus personajes que la pulsión más primitiva del ser humano no puede ser aplacada por la civilización. Tal vez sí para la mayoría de las personas hasta cierto punto, pero no para aquellos que él elige retratar y que son, de alguna manera, muestra de la condición humana en general. Aunque los rodeé un mundo un poco más ordenado, o falso, o capaz de conducirse de forma civilizada, los personajes de Anderson explotan tarde o temprano. En Embriagado de amor el protagonista tiene explosiones de violencia sin consecuencias del todo graves. En un momento le pregunta a su cuñado acerca de consultar a un psiquiatra. Su angustia es porque no sabe si el resto de la gente es como él. Argumenta que él no conoce a otra gente. En The Master el protagonista siente esa soledad, esa conducta aislada que choca siempre al confrontarse con el mundo a su alrededor. Pero Freddie, lo termine de entender o no, es incapaz de integrarse al mundo. Lo perturbador que es aun sabiendo eso nosotros lo vemos interactuar con otras personas a lo largo de la historia, esperando el momento del desastre. La mujer que el ha esperado y ha mantenido en su memoria, Doris, ya se ha casado años más tarde cuando Freddie va a buscarla. Se ha casado con un hombre apellidado Day. Freddie sonríe al descubrir que ahora, casada, ella se llama Doris Day. Más allá de los matices y lecturas que hagamos de la carrera de Doris Day hoy, hay que decir que para el imaginario popular ella representa la forma más amable, lavada y feliz de la vida. Ambientada al comienzo de la década del 50, The Master exacerba aun más el contexto su tensión entre el Sueño americano y una realidad más sórdida, más violenta, más salvaje. Realidad que hasta el propio cine de Hollywood de esa década había entendido perfectamente, pero que no se exponía con tanta crudeza desde hacía bastante tiempo. Las criaturas deformes, ambiguas, complejas de Paul Thomas Anderson suelen vivir en momentos de gran tensión, chocando de frente contra su propia naturaleza. En Boggie Nights la idea de retratar ascenso y caída del cine pornográfico en su período histórico más importante, es la manera de llevar este enfrentamiento entre el deber ser que imponen las sociedades y las conductas humanas ingobernables. La sexualidad ocupa un lugar muy importante en The Master, ya que abre y cierra con sexo y el sexo está a lo largo de toda la trama.
Publicada en la edición digital Nº 5 de la revista.
En The Master (2012) Paul Thomas Anderson, el realizador de Juegos de Placer (Boggie Nights, 1997), Magnolia (1999), Embriagado de Amor (Punch-Drunk Love, 2002) y Petróleo Sangriento (There Will Be Blood, 2007), entrega una gran obra que se apoya en las interpretaciones de sus protagonistas. Freddie (Joaquin Phoenix) es un reciente veterano de la Segunda Guerra Mundial que no puede reinsertarse en la sociedad. Alcohólico, desesperado y psicótico, pasa sus días desempeñándose en diferentes trabajos hasta que conoce a Lancaster Dodd (Philip Seymour Hoffman), el “Maestro” del título (personaje inspirado en L. Ron. Hubbard, fundador de la polémica iglesia de la Cienciología). En Dodd, Freddie encuentra a su opuesto: un hombre carismático y seductor capaz de persuadir y someter a sus seguidores. Los personajes construidos por Anderson son las dos caras de una misma moneda:un alma perdida que no encuentra su lugar en el mundo y el líder que le dará cobijo y lo utilizará como conejillo de indias para reencauzarlo y a la vez lograr que sea útil al movimiento. La interpretación de Joaquin Phoenix es magnífica: ese hombre deprimido, encorvado y a punto de estallar es de lejos su mejor actuación hasta el momento. Asimismo, Philip Seymour Hoffmann realiza un trabajo monumental. Por momentos calmo y reflexivo y en ocasiones al borde de la locura, el actor ganador del Oscar por Capote (2005) funciona como un contrapunto ideal en esta relación de poder y sumisión que desarrolla Anderson en The Master. Amy Adams hace su aporte al movimiento que lidera su esposo desde las sombras. La elección de Anderson de filmarla en el anacrónico formato de 70mm hace de The Master una obra magnífica. Todo es grandilocuente en la cinta: lo infinito que parece el desierto o la extensión del océano y hasta las escenas que tienen lugar en los espacios cerrados dan la impresión de encontrarnos ante escenarios enormes. La fotografía a cargo de Mihai Milamare Jr. y la banda compuesta por Jonny Greenwood son elementos fundamentales. Los primeros planos adquieren una relevancia significativa y los cambios en la luz manifiestan el estado de ánimo de los personajes. Paul Thomas Anderson dejó nuevamente su marca en una industria acostumbrada a entregar productos que no requieren de una participación activa por parte del público. Realizó una película incomoda que, si bien no busca la identificación del espectador con alguno de los dos protagonistas, establece claramente que será este quien tenga la última palabra. 5/5 SI Ficha técnica: Dirección: Paul Thomas Anderson Guión: Paul Thomas Anderson Estreno (Argentina): 28 de Febrero 2013 Género: Drama Origen: Estados Unidos Duración: 144 minutos Clasificación: AM 16 Distribuidora: Diamond FIlms Reparto: Joaquin Phoenix, Philip Seymour Hoffman, Amy Adams, Laura Dern.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
Belleza compulsiva ¨Cuando haces una película te metes en una situación absurda: crees que a todo el mundo le va a gustar. Te sientes un psicópata, pero es la única forma de hacer cine¨. (Paul Thomas Anderson) Joaquin Phoenix luce una sensual y extraña cicatriz en el labio superior izquierdo de su boca; la herida no ha sido cocida correctamente provocando que no se unan bien las dos partes, generando un ruido visual tan irritante como adictivo. The master también exhibe, orgullosa, una enorme cicatriz torcida y despareja que atraviesa todo el relato, provocando una confusión narrativa crónica, desestabilizando el hemisferio izquierdo del cerebro del espectador durante todo el metraje. Tal clima enrarecido es marca registrada en su filmografía: en Embriagado de amor (2004) el relato nos cacheteaba sin previo aviso con escenas desconcertantes y misteriosas -el vuelco de la camioneta y la posterior entrega de la pianola, o los inserts abstractos que teñían a la pantalla de infinitos colores- que jamás serían justificadas o explicadas- ; incluso los movimientos de cámara sembraban distintas trampas visuales provocándonos una extrema desorientación espacial. Su nueva película no presenta el efecto de extrañamiento desde los recursos técnicos, la trampa se esconde en la estructura narrativa: Paul Thomas Anderson construye una estrategia para congelar los móviles narrativos y, aún así, captar hipnóticamente nuestra atención los 144 minutos. ¿Cómo consigue logro semejante? Ya lo decía Jack Horner, el rey del cine porno en Boogie nights: ¨ ¿Cómo haces que las personas se queden en el cine después de acabar? Con belleza… y con buena actuación (…). No quiero hacer una película donde llegan, se sientan, se masturban…se levantan y se van antes que termine la historia. Es mi sueño, mi objetivo, mi idea es hacer una película…que los atrape…que cuando escupan ese líquido de la alegría se tengan que quedar…que no se puedan mover hasta saber cómo termina la historia. Paul Thomas Anderson alcanza con éxito el sueño de Jack Horner, atando al espectador a la butaca de la sala a través de la belleza compulsiva que nace en la meticulosa composición de cada plano. Y las imágenes son tan poderosas que logran tatuarse en la retina, perdurando en la memoria y acampando, por días y días, en los sueños nocturnos. La película comienza con un Joaquin Phoenix sexualmente activo -luego de mostrarnos que ha sido soldado en la segunda guerra mundial-, su personaje llamado Freddie penetra desaforadamente a una mujer construida con arena mojada en una playa. Le besa sus efímeros pezones y la masturba violentamente agujereando la escultura. Así nos presenta Paul Thomas Anderson al protagonista de la película; un ser primitivo, con una conducta más parecida a la de un animal que a la de un ser humano. ¨Parece un mono que se ha colado en un set de rodaje¨, dijo el director sobre la potente interpretación del ardiente actor carilindo. De hecho, uno de los afiches de la película -el más valioso- ilustra a los personajes ordenándolos en el espacio de tal manera que construyen la figura explícita de una vagina. Freddie se mueve por instinto y su único objetivo en la vida es tener sexo, tiene la idea fija, desconociendo por completo los comportamientos que debe tener un ser humano en una sociedad civilizada. Como un molde de sus otros personajes -Barry Egan de Embriagado de amor, Daniel Plainview en Petróleo sangriento (2007)- , Freddie es agresivo, violento e impredecible: de un momento a otro se raya y golpea salvajemente a un cliente, expresando una ira contenida que estalla por todos sus poros. Hasta que conoce a Lancaster Dodd, el ¨maestro¨ (Philip Seymour Hoffman), personaje que representa -con elementos reales e inventados- al verdadero fundador de la cienciología, Ronald Hubbard. Desde el instante que se chocan por primera vez, por casualidad o causalidad, la antítesis que existe entre ambos provoca una relación homo-erótica que oscila entre la pasión y el rechazo, cada plano que comparten refracta una tensión electrizante que pinta la pantalla de una ambigüedad inquietante. Pero la ambigüedad no pertenece exclusivamente a la pareja de hombres, se propaga por todo el relato porque habita en la mirada del director. En The master no hay certezas ni afirmaciones, los interrogantes se reproducen como conejos a medida que avanza el relato. Paul Thomas Anderson, como un gran artista contemporáneo, no está interesado en dar respuestas sino en poder formular preguntas que molesten e inquieten al espectador, dentro y fuera de la sala de cine. Y es tan exorbitante su capacidad creativa que se toma el riesgoso permiso de desilusionar a sus seguidores -y a sus detractores- , construyendo en cada nueva obra, una propuesta totalmente distinta a la anterior. Nunca creí en la etiqueta de ¨genio¨ que estampaba el período renacentista y que todavía, en 2013, se sigue avalando como una iluminación divina. Sin embargo, devorando mi descomunal orgullo, me cuesta negar que Paul Thomas no lo sea.
Los años 50 estadounidenses son el marco ideal para contar la historia del encuentro entre dos mundos: el de “El Maestro” Lancaster Dodd con el del ex marine de guerra Freddie Quell; y para esta tarea no hay nada mejor que un director ecléctico, impredecible y virtuoso como lo es Paul Thomas Anderson quien ya asombró y regocijó con las excelentes: Sydney (1996), Boogie Nights (1997), Magnolia (1999), Embriagado de amor (2002) y Petróleo sangriento (2007). Las relaciones paterno-filiales conforman marcadamente el universo andersoniano y The Master no es la excepción. Freddie parece necesitar de un padre, de un guía, y Lancaster (a pesar de tener hijo propio) siente el deseo de adoptarlo como su retoño; y así, como toda relación familiar cercana, tendrán diferencias, deslumbramientos, obsesiones y situaciones de amor-odio. Cada uno opera como la salvación (y también como la inspiración) en el otro, no obstante Lancaster desborda ilustración y Freddie primitividad e instintos. The Master mientras muestra la convivencia de los opuestos narra cómo funciona –es decir, el detrás, la cocina- una religión (“La Causa”) en plena consolidación pero no por eso exenta de las más feroces críticas hasta por parte de sus más fervorosos fieles; en ese proceso saldrán a la luz también las contradicciones y la negación de las mismas. Anderson se vale de un ingenioso y desestructurado guión para “denunciar” a la hoy tan en boga cienciología y a su creador: L. Ron Hubbard; Pero toda gran cruzada religiosa no sería posible si no hubiese una figura capaz de controlar, calmar y poner orden: Peggy, la última joven esposa de Dodd; vale aclarar que ésta no es la única mujer de peso en la historia, Doris la acompaña en importancia aunque su imagen aceche desde otro lugar; sin embargo, hay que decirlo, el realizador sin dudas utiliza el tema místico como excusa para hablar de lo que realmente le interesa: la complejidad de la condición humana. En medio del ascenso cienciológico y de la guerra fría (con su acoso comunista incluido) se irán develando los miedos, fracasos y aspiraciones de Freddie, quien a los ojos de todos debe “curarse” espiritual y psíquicamente por lo que deberá someterse a sesiones de hipnosis y grabaciones si quiere quitarse los traumas de vidas pasadas que ha heredado. Los actores protagónicos (Joaquín Phoenix, Philip Seymour Hoffman y Amy Adams,) y la fotografía de The Master no podrían haber sido mejores, derrochan excelencia; eso sí, para completar el deleite visual, el relato está atravesado por el movimiento del mar y por la música del excelente Jonny Greenwood (guitarrista de Radiohead).
Hay ficciones en las que parece que no pasa nada, pero pasa. Y pasa mucho. Tengo una sana envidia con quiénes logran ese recurso, entre ellos Paul Thomas Anderson. The Master es una película que empieza y termina en un clima de incertidumbre del espectador, una sensación fuerte de inminencia, de caminar al borde del abismo. Y hay en ese logro un trabajo importante del director, facilitado ciertamente por tres actores increíbles, Joaquin Phoenix, Philip Seymour Hoffman, y Amy Adams. Los dos últimos ya habían prefigurado un dueto increíble en “La duda”, y lo confirman encarnando a la pareja Dodd, el mesiánico líder de una secta y su mujer, tan fanática como él, pero ambos convencidos y comprometidos con su propio relato, la única manera posible de hacer creíble la fe o acaso un engaño. Y en manos de ellos cae Freddie Quell, un alcohólico que vuelve de la guerra -con todo ese horror en la espalda-, interpretado claro por Phoenix, cada vez mejor, cada vez más actor. Y aquí me detengo con el argumento, porque si hay algo realmente exquisito de esta película, es su vocación contra intuitiva, nunca sabremos que va a suceder en lo sucesivo, como la vida misma, volviendo quizá a la vieja y buena costumbre del cine de imitarla como se debe, es decir, de mostrarla inevitable e impredecible. “The Master” es una joya, un cubilete de personajes que pueden ser todos perversos y a la vez vulnerables, y descansando durante 144 minutos sobre una corriente de belleza argumental que fluye sin descanso, pero a la vez con armonía y precisión. Todo se ve. La desesperación humana, la fractura que provoca la guerra en la razón, la podredumbre de una sociedad que tuvo que reinventar sus deseos y sus creencias en la posguerra. Las escenas que comparten Seymour Hoffman y Phoenix son memorables, el primero con los cambios de ánimo en un mismo diálogo, el segundo verbalizando respuestas que su mirada contradice, ambos cómplices de este juego. La historia alcanza por momentos una gran intensidad, sin recursos físicos ni torceduras argumentales, tan sólo guión y actuación, cine en estado puro. Más allá de los artificios de la Academia que la motivan a premiar o no a una película, este film de Anderson es una cosa seria.
Lo bello y lo bestia Paul Thomas Anderson, el gran cronista del malestar en la cultura norteamericana, vuelve a entregar, como en Petróleo sangriento (2008), una película que está a la altura de sus ambiciones desmedidas, y que bien puede tener destino de clásico. Y lo hace con un notable aprovechamiento de todos los recursos disponibles. Desde la bella y nostálgica fotografía de de Mihai Malaimare a la extraordinaria y disonante música de Johnny Greenwood, dos puntos altos que contribuyen a generar un clima enrarecido que atraviesa toda la trama, eludiendo cualquier fórmula, para incomodar y fascinar a la vez. Cosa que también consiguen las interpretaciones de Joaquin Phoenix como un errático veterano de guerra y Philip Seymour Hoffman como el seductor líder de una secta claramente inspirada en la controvertida Cienciología. Basta con ver la escena del interrogatorio en la que el personaje de Phoenix responde a todo que no, pero cada gesto y cada demora al contestar dicen más de él que lo que pueda llegar a hacer explícito con palabras. Desde ese momento, Anderson comienza a construir un hipnótico juego de dependencias entre maestro y discípulo que termina desdibujando las referencias y las certezas que ambos creían poseer. Y lo hace de una forma tan intensa y sinuosa a la vez que no es comparable con ninguna otra película que provenga del Hollywood actual, solo con su propia obra anterior. Que la acción transcurra en los años ´50 resulta clave para sostener esa mirada ácida del director sobre el lado oscuro del sueño americano.
Publicada en la edición digital #248 de la revista.
Publicada en la edición digital #248 de la revista.
El mesianismo de los gurúes Sexto filme de este director que ha logrado crear un estilo narrativo propio y muy personal, como lo demostró en Magnolia (1999) y Petróleo sangriento (2007). Anderson reconoció que la idea le surgió después de leer un artículo que decía que los períodos inmediatos posteriores a las guerras eran propicios para la fundación de nuevas sectas u organizaciones religiosas. También se inspiró en algunos episodios de la vida de John Steimbeck, autor de Viñas de ira, y en confesiones que le hizo el actor Jason Robards en ocasión del rodaje de Magnolia, sobre el consumo de combustible mezclado con jugo de frutas, cuando prestó servicios como soldado de la Marina, hacia el final de la Segunda Guerra Mundial. Otras fuentes fueron la biografía de L. Ron Hubbard, creador de la secta de la Cienciología, de fuerte arraigo en Hollywood; la película Los mejores años de nuestra vida (1946), de William Wyler; y el documental Let there be light (1946), que John Huston filmó por encargo del Pentágono sobre los veteranos de guerra. Anderson comentó haber incorporado a su filme diálogos textuales de ese documental. La historia de The Master se desarrolla desde la inmediata posguerra y hasta mediados de la década de 1950, y centra la atención sobre dos personajes claves. Uno es el ex soldado de la Marina Freddie Quell, un hombre extremadamente agresivo, que padece pesadillas y arrastra problemas psicológicos y de integración social. El otro es Lancaster Dodd, un personaje construido sobre la figura de L. Ron Hubbard, "un intelectual brillante y de fuertes convicciones", según se señala en el filme, que funda una secta y recorre distintas ciudades (Nueva York, Filadelfia, Phoenix) para difundir sus propuestas. También publica dos libros, titulados La causa y El sable partido, en los que enuncia sus teorías sobre la posibilidad de liberar traumas y dolencias a través de "viajes" hacia el pasado, pero acusa una galopante megalomanía. Por azar, Freddie (Phoenix) toma contacto con Dodd (Hoffman), quien se fascina con su estado de desesperación, lo incorpora a su secta y establece con él una relación de maestro-discípulo. Ambos intérpretes, como siempre, concretan excelentes actuaciones. Al director le interesó especialmente el contexto histórico en que se originó y desarrolló la secta de la Cienciología, además de la naturaleza intrínseca de las religiones y el mesianismo de los gurúes, que prometen milagros y cautivan a sus adeptos con sus charlatanerías. Anderson rodó la película en 70 mm, un formato ya en desuso por el peso y tamaño de la cámara, y logró un producto de notable calidad técnica. Claramente lo demuestra el haber ganado los premios al mejor director y de la Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica (Fipresci) en el Festival de Venecia.
Es un gran ejercicio escribir sobre el nuevo trabajo de Paul Thomas Anderson, ya que se trata de un film que hay que invitar a ver para poder luego reflexionar sobre el mismo de manera conjunta y sacar varias conclusiones que merecen ser compartidas y analizadas. Podes ver tranquilamente esta película con un grupo amplio de personas y al salir de sala todos ellos tendrán una concepción completamente distinta acerca de lo que vieron en este relato ya que cada uno se adueñara del mensaje de este nuevo film del realizador de “Petróleo sangriento” de formas muy diferentes. “The Master” es de esas películas que significan el equivalente a mirarse al espejo y ver, según el día y el momento, una imagen distinta de nosotros mismos que nos lleva a preguntarnos “¿Cómo llegue hasta acá?”. El camino que recorremos, las decisiones que tomamos y las situaciones que nos toca sobrellevar nos van construyendo como seres humanos incapaces de vivir en soledad en todo sentido: Desde lo físico, pasando por lo emocional y hasta llegar al plano de lo intelectual. Siguiendo los pasos de Freddie Quell (interpretado de gran forma por Joaquin Phoenix), un ex soldado de la segunda guerra mundial que vuelve a los Estados Unidos con serios trastornos mentales y una importante adicción al alcohol, “The Master” ofrece un relato acerca de la necesidad de tener en ciertos momentos de la vida un guía, un líder, un protector que nos ayude a tomar esas decisiones difíciles para superar determinados conflictos que no podemos solucionar solos. Esa relación de complementariedad e interdependencia que plantea Anderson con los personajes de Freddie Quell y “El Maestro” (un excelente trabajo del siempre eficiente Phillip Seymour Hoffman) logra unos momentos muy interesantes dentro de la película, dejando en evidencia que ninguno de estos estilos de vida se encuentra lo suficientemente afianzado y seguro para seguir dando los pasos necesarios que conduzcan a la felicidad. “The Master” es una interesante propuesta que reflexiona sobre cómo se puede alcanzar esa meta en nuestras vidas, ya sea siendo un líder o un simple discípulo, sin que esto signifique que algún momento no sea necesario invertir los roles para poder seguir adelante esa búsqueda constante nuestro ideal de la felicidad. Lo que también hace muy destacable al trabajo de Anderson es que dicha reflexión se encuentre dentro de un argumento polémico e inspirado en hechos reales acerca del creador de la cienciología, uno de los movimientos religiosos más controvertidos del siglo XX. Lancaster Dodd (el personaje al que le da vida Hoffman) está moderadamente basado en la vida de Ron Hubbard, el creador de este sistema de creencias que con el correr de los años fue adquiriendo la fama de ser una secta, donde algunos de sus integrantes abusaban de otros por medio de diferentes técnicas persuasivas. Anderson sin embargo trata de evitar por momentos los lugares más polémicos que plantea hablar sobre esta religión (que al igual que todas, genera más interrogantes que respuestas) e implícitamente solo ofrece pasajes donde refleja la dudosa forma de obtener ingresos que tuvo la cienciología años atrás, como así también sus primeros choques fuertes con algunas ramas de la medicina y círculos científicos. Lo más flojo que ofrece “The Master” es la sobrevalorada actuación de Amy Adams (increíble que haya estado nominada al Oscar por esta película) y el abrupto desenlace con el que Anderson cierra de forma casi de obligada un relato de más de dos horas que, por momentos, también nos pasa factura. De todas formas, al igual que en sus trabajos anteriores, Paul Thomas Anderson empieza atrapándote por una hermosa fotografía (a cargo de Mihai Malaimare Jr.), unas suaves y escasas melodías (compuestas por Jonny Greenwood)) y grandes actuaciones para posteriormente introducirte en un extenso espiral de donde solo podes salir reflexionando sobre lo que ves en la pantalla.
Yo, el supremo Naseem Hamed, el pugilista de origen yemenita, defendía su corona con estilo irreverente, casi marcial. Tras su aspecto simiesco, de farsa, había una amenaza latente. Y lo mismo ocurre con Freddie Quell, el primer rol de Joaquin Phoenix tras su aparente derrape en el falso documental I’m Still Here. La genealogía de Quell también puede rastrearse en el celuloide: es un psicópata sexual como Alex DeLarge, un retardado como Forrest Gump, un borracho que destila licores con lo peor de la tabla periódica. Para 1950, es un veterano de guerra en caída libre. Y entonces aparece Lancaster Dodd, “el maestro”, un loquito iluminado y estafador de poca monta; el personaje que Paul Thomas Anderson prácticamente calcó de L. Ronald Hubbard, padre de la cientología. Quell y Dodd (el siempre impecable Hoffman) se medirán y habrá atracción mutua; el primero se cree mesías, el otro es un salvaje sin freno. Son amo y esclavo, civilización y barbarie al servicio de un plan superior. Como los personajes de Wahlberg y Reynolds en Boogie Nights, como el público cebado por el charlatán televisivo de Magnolia (Tom Cruise, embajador de la cientología, para más intertexto), Anderson tiene el don de volver a sus actores criaturas ingobernables. Los matones que el cine hizo grandes son un chiste frente al frenesí de Quell (quell: acallar, sofocar; aunque sea con alcohol fino). No hay método que enseñe tanta locura. Y en The Master, esa relación enfermiza, destinada al fracaso, transmuta una suite impresionista. Anderson inserta paisajes en 65 mm, contrapuntos pendulares de cuerdas y bronces (gran trabajo del guitarrista de Radiohead, Jonny Greenwood), discursos engolados que entretejen escenas. Y una sutil elipsis allí donde se aguarda estridencia. Cuando Quell decide vengar al maestro, sólo se muestra el antes y después de la paliza, pero la cámara se regodea en esos momentos. Como ya se dijo, The Master es sobre cientología, y algo más. Al igual que el Aguirre de Herzog, Quell y su maestro recrean la verdadera historia. Y en ese tránsito fundan un mundo nuevo.
Antes de escribir algo sobre The master voy a decir que me sorprende –y hasta me preocupa- que no se haya estrenado en las salas comerciales de Río Cuarto. A primera vista, todos los elementos estaban puestos al servicio de la afluencia del público; un grupo de actores conocidos (Phoenix, Hoffman, Adams), un director popular y con prestigio como Paul Thomas Anderson (Magnolia, Petróleo sangriento) y tres nominaciones a los premios Oscar. Alguien, en algún eslabón de la extensa cadena del mercado, debe haber supuesto que a nadie en Río Cuarto le iba a interesar una película que dura 144 minutos, con una narrativa escurridiza y una temática polémica. Esto me recuerda aquella paradoja fundamental que dice que no hay cine sin espectadores. Una certeza que, además, implica que la única forma de averiguar si a alguien le puede interesar una película es exhibiéndola. El que no lo hace, a pesar de las evidentes probabilidades de éxito, es porque supone tener un conocimiento que otros no tienen ni tendrán nunca. Un tipo de asimetría similar es la que sustenta la lógica de esta película, posiblemente una de las mejores del año. The master recuerda otras paradojas: no hay maestro sin discípulo, doctor sin enfermo, líder sin grupo. Los primeros ejercen un poder sobre los segundos pero necesitan de estos para existir. Joaquín Phoenix interpreta a Freddie Quell, un veterano de guerra borracho, desquiciado y salvaje, que anda por el mundo a los tumbos. Su cara es un compendio de tics y sus aficiones son agarrarse a trompadas, masturbarse y tomar un brebaje extraño que incluye diluyente y veneno. Si bien en los primeros minutos la película pareciera proponerlo como el único protagonista, Quell se encuentra con Lancaster Dodd, el personaje interpretado por Phillip Seymour Hoffman. Dodd, que está inspirado en Ron Hubbard, el polémico creador de la Cientología, es un líder carismático que reclutará a Quell para salvarlo de sus problemas. Paul Thomas Anderson filma a los dos protagonistas como si fueran un tándem y renueva, casi de costado, el eterno vínculo del cine clásico norteamericano: el de padre e hijo. Más que un maestro, distante y autoritario, Dodd impone su poder del modo natural en que lo puede hacer una figura paternal. El director construye a este personaje como el reservorio de un saber que se aleja –estratégicamente- de lo que entendemos como ciencia. Para algunos, en diferentes momentos de la película, será el farsante líder de una secta y para otros una suerte de iluminado. Una de las grandes virtudes de Anderson como cineasta es que sus personajes podrían ser héroes épicos o tipos macabros pero nunca llegan al extremo, a excepción de Daniel Plainview, el protagonista de Petróleo Sangriento. Son seres que cada tanto, con explosiones periódicas, se revelan como animales contenidos. Dodd, el padre controlador, le puede decir a Quell que es un animal asqueroso pero en la escena siguiente se muestra como un mentor comprensivo y generoso. Para mí está loco, para mí es peligroso, para mí que quiere tener relaciones conmigo, le dicen a Dodd los miembros de su familia. Dodd responde: si nosotros no podemos ayudarlo, si él sigue enfermo, deberíamos preguntarnos qué hacemos mal. Gestos como ese no implican necesariamente que se trate de un personaje bondadoso; hasta los tipos más crueles tienen buenos gestos alguna vez o disimulan por un rato sus perversiones para lograr algo después. Pero ahí está el punto: si rechazamos a Lancaster Dodd no es porque en algún momento de la película se nos revele como un malvado que usa su liderazgo para acostarse con las mujeres de la comunidad o para ganar mucho dinero, sino porque la falsa idea de que alguien pueda ser eternamente superior a otro nos genera una razonable incomodidad. Algunas críticas vinculan a Anderson con el cine de Kubrick. No sé quién es mejor y quién es peor y tampoco me importa, pero aún así me animo a hacer esta distinción: mientras en Kubrick la cámara está puesta al servicio de los espacios, en Anderson está puesta al servicio de los cuerpos. No es menor que sus actores principales hayan sido Adam Sandler, Phillip Seymour Hoffman, Joaquin Phoenix, Daniel Day Lewis y Tom Cruise. Cada uno de ellos puede ser cerebral por un rato pero Anderson sabe, porque es un gran director, que siempre esconden una enorme combustión animal. The master es una película que impone su libertad formal e ideológica en contra de la lógica embrutecedora de gurúes y maestros. Quizás por eso alguien haya pensado que lo mejor era no programarla: se trata de una película demasiado libre.
El maestro que no enseña nada The master es un drama que se cocina a fuego lento, tomándose el tiempo necesario para desarrollar los personajes y permitiendo que los actores se luzcan en sus interpretaciones. Ése es precisamente el punto más destacado de la película, las actuaciones, y en especial el inconmensurable trabajo que hizo Joaquin Phoenix, a quien deberían haberle entregado todos los premios habidos y por haber luego de este papel. Por lo demás, esta nueva entrega del director de Magnolia y There will be blood en realidad decepciona. Lento no siempre significa aburrido. The master baja las revoluciones promedio a las que usualmente transcurren los hechos en la pantalla grande en aras del protagonismo, para que el espectador pueda observar con detenimiento cómo piensan, sienten y hasta gesticulan quienes llevan adelante la historia. Sin embargo, el ritmo no fastidia, porque el director sabe distinguir lo sustancial de lo abusivo, y entiende hasta dónde puede estirar un plano o un diálogo sin irritar al espectador. Hay también un gran trabajo fotográfico y de vestuario para retratar una época en forma perfecta, lo que garantiza que nos traslademos en tiempo y espacio desde recién comenzado el filme. La película presenta los personajes exhaustivamente y luego avanza sobre el desarrollo del vínculo entre ellos. El problema es que ese desarrollo nunca culmina. La relación entre los protagonistas, que en un principio engancha y entretiene, no hace más que dilatarse indefinidamente hasta alcanzar un final inocuo, instancia en la que será inevitable preguntarse para qué se ha invertido tanto tiempo y talento en componer personajes tan promisorios, si en realidad no terminan yendo a ningún lado. La trama también se estanca en un círculo vicioso que finalmente aburre y decepciona. Evidentemente el director partió de una gran idea que no supo cómo continuar, y mucho menos concluir. The master promete pero no cumple. Quienes conserven sus esperanzas y esperen un final redentor a lo There will be blood seguramente se verán defraudados. Entre ellos, quien suscribe.