12 Años de Esclavitud está basada en relato autobiográfico de Salomon Northup, un hombre libre de Saratoga Springs, estado de Nueva York, quien fuera secuestrado y vendido como esclavo en Louisiana. Si bien el tema de la trata de esclavos ya fue retratado en diversas ocasiones, la película de Steve McQueen nos permite ver el punto de vista único de quien experimentara tanto la libertad como la esclavitud. Northup (Chiwetel Ejiofor) es un hombre de familia con una vida agradable, que se gana tocando el violín para la alta sociedad. Pero en medio de una gira, es secuestrado por un vendedor de esclavos, y su vida cambia del modo más radical posible. Así comienza una odisea que lo llevará desde Washington D.C., donde estaba trabajando, hasta Louisiana, y que terminará abarcando los doce años que le toma recuperar la libertad. Como espectadores, acompañamos la lucha de Northup por sobrevivir y preservar su dignidad en el contexto de la ardua y denigrante vida en las plantaciones...
De Steve McQueen, 12 años de esclavitud narra la vida (o una parte de ella) de Solomon Northup, un ciudadano afroamericano que, de disfrutar su libertad co su familia, una mala noche es engañado, secuestrado y convertido en esclavo. Justo así como le sucedía a mucha gente años antes de la guerra civil en Estados Unidos. Con las actuaciones de Michael Fassbender, Lupita Nyong (lo más sobresaliente), y Chiwetel Ejiofor en el papel principal, la película intenta reflejar de alguna manera la vida de un hombre que vive en carne propia la esclavitud a la que son sometidas las personas por su color de piel, y el racismo y la indiferencia con la que estos son tratados. Sin embargo, cabe decir que de todas las películas que tratan temas similares, podemos acusar a McQueen de irse por la fácil y tratar una historia que, si bien viene de una adaptación y como tal debe reflejar lo que el autor (quien es el que cuenta su historia) y no añadir elementos extraños, es muy superficial la forma en la que refleja las torturas y los abusos que sufrían las personas. No podemos negar que gente como el primer amo (Benedict Cumberbatch) eran buenos con su servidumbre, y otros mas crueles, como el mismo Fassbender. Aún más, gente que incluso estaba en contra de esos tratos, como el personaje de Brad Pitt (reparto de lujo como pueden apreciar). Pero si fue por darle más espacio al drama o por suavizar todo, la única escena realmente fuerte ocurre hacia el final en la tortura de la pequeña Patsy. Honestamente, 12 años de esclavitud está muy sobrevalorada. Con todas las nominaciones y los premios que ya ha tenido, nos preguntamos si en realidad la premiación de esta película sólo ha ocurrido por esa tendencia de los "expertos" en premiar sólo aquellas cosas que hablen de historia norteamericana, o en su defecto, hablen de simple superación personal. Porque lo cierto es que el protagonista en ningún momento sufre más que por extrañar a su familia. Siempre es querido, apreciado, y si bien en algunas ocasiones es forzado a hacer cosas que no desea, tampoco es que su martirio haya sido enorme. Lo difícil aquí es la separación y el ser testigo de la vida de los esclavos que, de nueva cuenta, drama como tal, sólo un par de escenas y lo demás transcurre en diálogos de poca fuerza y poca trascendencia. En resumen: una película para ver una sola vez.
Humanismo e igualdad. Sin lugar a dudas, estamos ante la película definitiva sobre la esclavitud, una que supera los slaveploitation del hipócrita de Steven Spielberg, léase El Color Púrpura (The Color Purple, 1985) y Amistad (1997), y en especial las bazofias del año pasado que en un patético intento por tratar el tema, terminaron cayendo en el ridículo: hablamos de Django sin Cadenas (Django Unchained, 2012), de ese payaso cleptómano llamado Quentin Tarantino, y El Mayordomo (The Butler, 2013), del sensacionalista barato Lee Daniels. Por suerte hoy 12 Años de Esclavitud (12 Years a Slave, 2013), del británico Steve McQueen, llega con toda su visceralidad para llamar a las cosas por su nombre, reflotar los aspectos más valiosos del melodrama hardcore y establecer un régimen discursivo autosuficiente que borra de un plumazo a esos bodrios cinematográficos recientes, condenándolos al olvido. Tenía que venir un extranjero para -por fin- brindar un paneo demoledor por sobre una de las principales llagas de los Estados Unidos, un conjunto de atrocidades que tranquilamente pueden extrapolarse a muchas injusticias de la actualidad. En 1841, Solomon Northup (Chiwetel Ejiofor) es un hombre negro libre, natural de New York, que se dedica a labores de carpintería y a tocar el violín. Dos blancos lo engañan bajo el pretexto de realizar una gira con un circo, lo drogan y lo entregan a un esclavista para su venta: a partir de allí comienza un calvario de atropellos que desemboca en la brutal plantación de algodón de Edwin Epps (Michael Fassbender), un tirano que justifica todo maltrato a través de la Biblia. En el análisis de un film como el presente debe primar la perspectiva política por encima de las sonseras de la crítica palurda y su clásica irresponsabilidad ideológica.
Impotencia y cabeza gacha 12 años de esclavitud forma parte de uno de los estrenos del 2014 con mayores nominaciones a los premios Oscar. Estamos en presencia de una proyección sólida en cuanto a estructura argumental y narrativa, dotada de una musicalización correcta que sabe en qué momentos aparecer para sonar y reforzar las imágenes. Lógicamente, el pulso de Steve McQueen se hace notar, pese a poseer tan sólo tres largometrajes en su filmografía. Pero, ¿es realmente 12 years a slave tan buena película? Con ese ítem de “basado en hechos reales” que parece siempre otorgar un plus en cuanto al redondeo final en la performance de un film, la historia nos adentra, a mediados del 1800, en la vida de Solomon Northup (Chiwetel Ejiofor), un músico negro (y libre) que es engañado para ser vendido como esclavo, condición bajo la cual comienza a ser sometido a los actos más repudiables de racismo y violencia física y verbal. Durante el desarrollo de la narración, nuestro protagonista es comerciado como mera mercancía y fuerza de trabajo a distintos amos. El primero, el más agradable y comprensivo aunque sin la fuerza necesaria como para enfrentar y rebelarse ante el mecanismo esclavista dominante, bajo la buena interpretación de Benedict Cumberbatch. El segundo, más impulsivo y capaz de exteriorizar incontenibles estados de ira, se descubre desde la más que interesante labor que lleva a cabo Michael Fassbender (el actor fetiche de McQueen). Con un transcurso que se va disolviendo lentamente en cuanto a ritmo y con ciertos pasajes algo latosos y rutinarios, el relato intenta remarcar, con crudeza, la injusticia y los grados de estrés a los que fueron sometidos, sin oportunidad a la mínima réplica, los esclavos. Las sensaciones que experimenta el espectador son de impotencia, aunque también de agotamiento. La actuación de Ejiofor es de alto calibre gracias a su convincente expresión gestual, tanto en su angustia como en su sublevación. El director refleja el mensaje de no rendirse a través de la figura y el modo de ver las cosas de Solomon. El intérprete principal resalta su postura de no caer en la desesperación, y a pura perseverancia y mentalidad firme aspira a salir del calvario que lo hostiga. 12 años de esclavitud es un buen producto, que encuentra sus puntos claves en la ambientación, en la fotografía y en el solvente trabajo de su reparto. Más allá de los pros, no es acreedora de escenas trascendentes ni que se salgan de la vaina a la hora de retenerlas como memorables. Probablemente tampoco sea de esas películas en las que nos es indispensable y llamativo verlas nuevamente. LO MEJOR: la dirección, todo lo que tenga que ver con lo técnico y las interpretaciones, en especial la de Ejiofor. La impotencia que ocasiona ante los abusos. LO PEOR: de a instancias cansina, lenta y reiterativa. No cuenta con secuencias de carácter inolvidable. PUNTAJE: 6
Las venas abiertas de América del Norte. La explotación del hombre por el hombre fue y sigue siendo uno de los temas tabú de la cultura, ya que cuestiona todas las características sobre las que definimos nuestra civilización y nos coloca como bestias en una lucha por el poder, la dignidad y los productos del trabajo. Así como en el Siglo XIX la esclavitud marcó ese punto de inflexión bajo el cual se agrupaban todos los males del sistema de producción en el sur norteamericano, cuestionar hoy el sistema de trabajo capitalista asalariado en un mundo controlado por las multinacionales y su búsqueda de beneficios a corto plazo mediante la subyugación económica de los Estados nacionales, se ha convertido en la nueva pregunta incomoda que ataca la injusticia en su esencia. 12 Años de Esclavitud (12 Years a Slave, 2013) es el tercer film dirigido por el británico Steve McQueen (Hunger, 2008; Shame, 2011) que indaga sobre las heridas abiertas por las condiciones sociales modernas. En Hunger, McQueen relata un episodio de la represión británica sobre Irlanda a partir de la huelga de hambre de un preso político, mientras que Shame narra las consecuencias de un caso severo de adicción al sexo. 12 Años de Esclavitud es la adaptación de la obra de Solomon Northup, un afroamericano libre en los años previos a la Guerra Civil norteamericana secuestrado para trabajar en el sur de Estados Unidos como esclavo. La adaptación de la obra estuvo a cargo de John Ridley.
Horror y sumisión Llega una de las pelìculas más nominadas para la próxima entrega de los premios Oscar. En su tercer largometraje (luego de Hunger y Shame: sin reservas), Steve Mc Queen aborda el tema del racismo previo a la Guerra Civil. Salomon Northup (el nominado Chiwetel Ejiofor), un músico negro y libre que vive junto a su familia, es tentado para formar parte de un espectáculo itinerante con una buena paga. Lo que al prinicipio resulta atrapante se desmorona cuando es secuestrado y vendido como esclavo. A partir de ese momento, su vida será un infierno porque pasa de amo en amo como si se tratara de una mercancía. Desde Ford (Benedict Cumberbatch), el jefe más comprensivo aunque no pueda escapar del clima esclavista de la épóca, hasta Edwin Epps (Michael Fassbender), el más violento, que vive bajo la sombra de una esposa siniestra, y sospecha una inminente fuga de su esclavo. "No quiero sobrevivir. Quiero vivir", asegura Solomon y enfrenta la crueldad (el ayudante de su amo, encarnado por Paul Dano) con la cabeza baja mientras también se ve impulsado a azotar a su amiga Patsey (Lupita Nyong'o) en una de las escenas más crueles de la película. En el duodécimo año de su odisea, su encuentro con un abolicionista canadiense (Brad Pitt) abre la esperanza de un futuro mejor. La película (cargada de horror, sumisión, prejuicios y violencia) encuentra en su intérprete central, la capacidad de transmitir la angustia y el drama cotidiano con su sola mirada. Es lejos lo mejor de la propuesta. Desde la recordada miniserie Raíces, pasando por El Color Púrupura hasta la más reciente El mayordomo (injustamente olvidada en las nominaciones) mucho se ha filmado sobre el tema. El film emociona e incomoda y quizás resulten exageradas tantas posibilidades para acceder a la codicada estatuilla. El director coloca el dolor en primer plano y lo muestra de la manera más descarnada.
Sangre, sudor y lágrimas Steve Mcqueen (todavía hay quien le confunde con el mítico actor estadounidense) es un realizador de origen británico formado en el terreno del video arte vanguardista que alcanzó fama y prestigio en 2008 gracias a su aclamada ópera prima Hunger (vista en algunos Festivales de cine argentinos) que, entre otros, le sirvió para ganar el Premio Cámara de Oro de Un Certain Regard en el Festival de Cannes. Siempre acompañado de su inseparable actor fetiche y reciente megaestrella Michael Fassbender, el director repitió elogios y parabienes con su siguiente trabajo, Shame: sin reservas, por lo que su salto a terrenos hollywoodienses era tan sólo cuestión de tiempo. Y parece ser, por la cálida acogida de público y crítica a 12 años de esclavitud -su primer trabajo en tierras americanas- que ha entrado con muy buen pie, ya que se habla de este film como uno de los firmes candidatos a alzarse con un buen puñado de estatuillas en la próxima edición de los Oscars. Basada en un hecho real ocurrido en 1850, narra la historia de Solomon Northup, un músico negro que vivió con su familia en Nueva York hasta que fue secuestrado y vendido como esclavo en una plantación del sur de Louisiana. Durante más de una década, sufriría multitud de vejaciones y humillaciones por parte de una serie de amos (massas) que lo trataron como si fuera un animal. Aunque no se trata de la primera película sobre el tema de la esclavitud en los EEUU (ahí están títulos como la clásica Mandingo o la más reciente Django sin cadenas, sin olvidarnos la mítica serie de televisión de los años setenta Raíces), puede afirmarse que es una película que aborda el tema sin ningún tipo de tapujos ni limitaciones ante la cámara. Así, las escenas de latigazos y demás muestras de violencia física son tan crudas como escalofriantes. Desde un punto de vista épico, la película narra lo que ocurre cuando se obliga al cuerpo y a la mente a actuar por encima del límite, y el resultado del conjunto visto en pantalla es simplemente espectacular. No hay que olvidarse cuando se nombran las virtudes del film de la presencia de un elenco actoral en auténtico estado de gracia. Empezando por el protagonista, un sublime Chiwetel Ejiofor (visto en Gánster americano y Niños del hombre), quien aguanta el peso de la acción mediante una actuación matizada y apabullante. Especialmente en secuencias como en la que debe azotar a su compañera de penas o en aquella otra en la que, rompiendo en mil pedazos la cuarta pared cinematográfica, fija su dura y brutal mirada en el impertérrito pero arrepentido espectador; siguiendo por una pléyade de grandes actores contrastados, que cumplen a la perfección su cometido: el obligado Michael Fassbinder, en otra interpretación impresionante (y van…); el emergente Benedict Cumberbatch (en un papel no muy extenso pero que le permite lucirse igualmente); el guapo Brad Pitt (quien ejerce a su vez labores de productor y a quien se le ha encomendado el rol de bueno de la función, lo que no le favorece en demasía) y otros de la talla de Paul Dano, Paul Giamatti o Sarah Paulson; y finalizando con la que para quien suscribe es la auténtica revelación de la función: la joven actriz Lupita Nyongó, quien nos regala un auténtico recital interpretativo sobre todo en las escenas más duras del film. Los seguidores más acérrimos de Steve Macqueen, aquéllos que gustan de su estilo visual más aséptico y neutro, quizás no estén muy contentos con que el cineasta haya primado en esta ocasión más el contenido que el continente, en una clara muestra de domesticación por parte de una industria, la americana, que no suele ser muy amiga de artificios y experimentos. Aquí la estructura narrativa de 12 años de esclavitud es lineal y simple, pero no por ello el desarrollo de la trama pierde un ápice de su fuerza y brío.
12 Years a Slave no es una película que se pueda olvidar fácilmente. Su temática, basada en la cruenta realidad norteamericana de la esclavitud, tiene una mirada para nada parcial sobre el asunto, y eso corre por cuenta del director británico Steve McQueen. En palabras del productor del film y actor secundario del mismo, Brad Pitt, se necesitó de un inglés para hacer la película definitiva sobre la esclavitud en Norteamérica y nunca el blondo actor estuvo más acertado. Los doce años del título se concentran en la odisea de Solomon Northup, un joven caballero felizmente casado, padre de dos hijos y orgulloso violinista, que de una situación aparentemente inofensiva se ve empujado a una pesadilla sin escape visible. Durante estos inmisericordes años es donde Solomon se cruzará con un sinfín de personajes que le demostrarán las mejores y las peores caras del ser humano. La gran virtud del film de McQueen es nunca tomar una posición, ni intentar aleccionar al espectador. Estos lamentables hechos de lesa humanidad ocurrieron y no hay un aumento gratuito de violencia para que las acciones se sientan aún más profundas y deplorables. Dentro de este marco de esclavos y dueños, el elenco se luce desde el protagonista hasta el último extra. Chiwetel Ejiofor es la cara misma de la congoja, un verdadero tour de force ya sea sufriendo en carne viva las vicisitudes de ser un esclavo, como al personificar la antorcha misma de la esperanza, un hombre que hará todo lo posible para sobrevivir y volver a casa con su familia. Su persona se contrasta con excelencia a la par de Michael Fassbender como el brutal Edwin Epps, un ser totalmente repelente que cree verdaderamente en la superioridad del blanco por sobre el negro, en una actuación desbordante y completamente atemorizante. La estrella, el vehículo de lucimiento además de Ejiofor, es la novata Lupita Nyong'o. Muchos se ven escépticos al ser este su primer gran papel en Hollywood y colmarla de premios, pero la Patsey de Lupita es simplemente descollante, una verdadera joyita entre tanta oscuridad. Es un papel pequeño, pero resonante por la afectividad que genera y por la brutalidad que debe enfrentar. Corporizar a seres detestables no debe ser una tarea fácil para un actor, pero las interpretaciones secundarias de Sarah Paulson, como la esposa de Fassbender, Paul Dano, como un capataz de la hacienda Epps, y Paul Giammati, como un vendedor de esclavos, se antojan tan reales y sin esfuerzo que asusta la naturalidad con la que este trío se entrega a sus papeles. El gran logro que eleva a 12 Years a Slave a alturas impensables no son los artilugios técnicos que representan la dirección avasalladora de McQueen, la fotografía sobria pero detallada de Sean Bobbit, el guión de John Ridley o la música del gran Hans Zimmer, sino una combinación de todas las partes mencionadas y la amalgama que generan. Al ver los durisimos 134 minutos del film, uno no puede dejar de pensar en la injusticia y la vergüenza que significan los hechos que desfilan en pantalla. El film de McQueen es tan poderoso y golpea tan fuerte que uno se pregunta si vale la pena ser un ser humano cuando estas atrocidades se han cometido, y probablemente se sigan cometiendo. ¿Realmente nos merecemos ser la especie reinante del planeta?
Golpe a la mandíbula 12 años de esclavitud (12 years a slave, 2013) es una película shockeante. Por lo que narra y por cómo lo narra. Muestra con crudeza el sadismo ejercido por los hombres blancos hacia sus esclavos. Un sadismo ejercido audiovisualmente del mismo modo que en el film de Mel Gibson La pasión de Cristo (The Passion of the Christ, 2004). El director Steve McQueen (Shame, Sin Reservas) vuelve sobre los cuerpos atormentados para hablar –esta vez- de la esclavitud sufrida por Solomon Northup (Chiwetel Ejiofor). Basada en un hecho real como anuncia en sus comienzos, la película se basa en el libro autobiográfico que el mismo Solomon escribió en 1857, luego de ser secuestrado y transportado a un campo de algodón como esclavo. Solomon era un hombre libre, culto, artista y vivía feliz con su familia. Fue despojado hasta de su identidad, para ser vendido como esclavo. En los campos recibirá el peor de los tratos y su vida correrá peligro constantemente. La película elige mostrar los avatares sufridos por Solomon de manera frontal, directa y sin tapujos, con torturas y desgarramientos de piel en primer plano. El problema surge cuando, mediante este procedimiento, se imposibilita la reflexión al espectador. El shock produce parálisis de los sentidos, bloqueando la distancia entre el hecho y la oportunidad de razonarlo. No hay reflexión, no hay procesamiento del fenómeno vivenciado. 12 años de esclavitud reitera planos de espaldas siendo desgarradas a latigazos, primeros planos de esclavos desechos en llantos, imágenes muy fuertes difíciles de procesar. Su impronta lo es todo y no permite tomar distancia de lo visto. La banda sonora –y nos referimos a todo el sonido, no sólo a la música- es fundamental en este armado. Los sonidos generan climas de tensión invariable y una atmósfera inestable. Los arranques de violencia son resaltados por la edición de sonido, reforzando el impacto causado por la imagen. No juzgamos la veracidad de lo narrado, muy ciertamente lo expuesto en el film de Steve McQueen sucedió así como otro sin fin de atrocidades. Lo juzgable es la manera de representarlo en pantalla, la forma efectista de impactar al espectador sin permitirle digerir el suceso planteado. Como si la violencia cinematográfica fuese el único medio para comprender la gravedad de los hechos representados. 12 años de esclavitud se ubica en el grupo de películas que trajo a la actualidad el tema de la esclavitud: Lincoln (2012), Django sin cadenas (Django Unchained, 2012), El mayordomo (The Butler, 2012). Pero sin lugar a dudas esta película es la denuncia más violenta y descarnada –en todo sentido- del episodio negro de la historia de los Estados Unidos de América.
Admirando el horror Raíces, El color púrpura, Amistad, Gloria, Amada hija, Rosewood, la reciente El mayordomo (y no olvidemos, claro, Lo que el viento se llevó)… El racismo y, sobre todo, la esclavitud es un tema importante para el cine y la TV de los Estados Unidos y, por lo tanto, suele ser abordado con reverencia, solemnidad, algo de culpa y con el manual de la corrección política siempre abierto (Quentin Tarantino tuvo el mérito de salirse del libreto con Django sin cadenas). Sólo así se entiende el consenso casi absoluto que 12 años de esclavitud tuvo entre la crítica norteamericana (promedio de 97/100 según que las 48 reseñas compiladas por el sitio Metacritic). No digo que este tercer largometraje del inglés Steve McQueen no pueda ser elogiado por más de un especialista, pero me resisto a creer que TODOS la consideren una obra maestra, una película PERFECTA. Para mí hay algo de temor en esa unanimidad, algo del estilo “a ver si me consideran un racista si le cuestiono algo”. Muchos textos elogian el virtuosismo formal del director de Hunger (otra sobre un preso sometido a vejámenes varios) y Shame: Sin reservas (otra sobre el cuerpo como prisión), así como la “valentía” expuesta en la crudeza extrema de sus imágenes (esclavistas que hacen gala de un enorme sadismo psicológico y físico con violaciones y torturas incluidas). Yo sentí exactamente lo opuesto: el esteticismo, el regodeo con esos planos-secuencia esplendorosos de 10 minutos, esa cámara cenital, esas panorámicas circulares o todos esos “firuletes” de videoartista que tanto le gustan a McQueen, me resultaron contradictorios con la pretendida honestidad, visceralidad y credibilidad del relato inspirado en el libro de memorias que Solomon Northup publicó en 1855. Sí, la reconstrucción de época es impecable, muchas de las actuaciones (empezando por la del británico Chiwetel Ejiofor como ese violinista y padre de familia en Nueva York que es engañado en 1841 y luego esclavizado en el Sur profundo hasta su liberación en 1853) son impecables, hay escenas en las plantaciones de algodón de Louisiana que logran transmitir esa sensación de impotencia, de injusticia, de degradación absoluta de la condición humana, y que trabajan de manera incisiva tanto la cotidianeidad del protagonista como los alcances del sistema esclavista, pero de allí a convertirse por eso en “la” película de 2013 hay -siempre según mi criterio y mi sensibilidad- una enorme distancia. Hay también en 12 años de esclavitud un (raro) mérito que proviene seguramente del tenor, de la dimensión, de la singularidad de su propuesta: algunos salen extasiados, conmocionados por la experiencia que propone; otros, en cambio, terminan no sólo decepcionados sino incluso indignados. Estamos ante uno de esos films que generan sentimientos diversos, muchas veces encontrados, pero que jamás dejará indiferente al espectador. Luego de tantos premios recibidos (e, intuyo, aún por recibir), es tiempo de la polémica, de la apasionante discusión cinéfila, también en la Argentina.
Fuerte candidata al Oscar como mejor película La clásica advertencia “basada en un hecho real”, que suele aparecer al inicio de muchas películas no sólo norteamericanas, está ampliamente justificada en el caso de “12 años de esclavitud” (“12 Years a Slave”). Efectivamente, Solomon Northup, su personaje central, existió y escribió un libro sobre su experiencia como esclavo a mediados del siglo XIX. El director Steve McQueen no es estadounidense como lo fuera su célebre homónimo, sino inglés. Su filmografía no es muy extensa ya que está conformada por apenas tres largometrajes aunque todos han tenido cierta trascendencia. “Hunger”, el primero y único no estrenado localmente relata la famosa huelga de hambre del irlandés Bobby Sands. Quien lo interpretara era el hasta entonces poco conocido Michael Fassbender, nacido en Heidelberg y que pasó parte de su juventud justamente en Irlanda, en el pequeño pueblo de Killarney, al oeste de Dublín. Fassbender se ha transformado en el actor fetiche de McQueen al haber sido también el actor principal en “Shame: sin reservas”, la siguiente producción del realizador. Ahora ha resignado el rol protagónico pero su relevante interpretación como Edwin Epps, un despiadado terrateniente le ha valido una nominación al Oscar como mejor actor de reparto. En el papel de Solomon Northup el director ha optado por el inglés, de origen nigeriano, Chiwetel Ejiofor. Pese a su juventud, poco más de 35 años, se lo ha visto en varias producciones importantes como “Amistad” sobre un tema afín, “Negocios entrañables” junto a Audrey Tautou con la batuta de Stephen Frears y más recientemente en “El plan perfecto” y “Niños del hombre” ambas junto a Clive Owen. Ejiofor está nominado como actor principal mientras que la joven Lupita Nyongo en el rol de la esclava Patsey lo está en el rubro mejor actriz de reparto. Estas son apenas tres de las nueve nominaciones que incluyen además la de mejor director y película y con buenas chances de ganar en estas dos últimas categorías. Es probable que uno de los mayores atractivos del film sea su tema central: la esclavitud imperante en el sur de los Estados Unidos hacia 1840, que es cuando comienza la acción. Hasta ese momento Solomon era un violinista, hombre libre que vivía felizmente con su familia en Saratoga Springs (estado de Nueva York). Engañado por dos truhanes se dirigió a Washington para trabajar en un supuesto circo por algunas semanas y de pronto lo vemos despertar con grillos en las manos y piernas para ser luego conducido a un estado sudista (Louisiana), donde lo obligarán a trabajar juntos a otros esclavos. Luego de algunos intentos infructuosos para escapar y sometido a duras torturas no le quedará más remedio que intentar pasar lo más desapercibido posible, como le aconsejan algunos de sus miserables compañeros. Va pasando de mano en mano hasta que lo compra el cruel Epps. Este lo increpará y le propinará tremendo castigos al no soportar, según afirma, la “mirada de odio e insolencia”, justificándose al afirmar que no es un pecado su proceder ya que “al ser de su propiedad tiene derecho a hacer lo que quiere con él”. La película tiene escenas muy fuertes sobre todo aquélla en que la joven Patsey, abusada repetidamente por el terrateniente, será torturada a instancias de la celosa esposa (Sarah Paulson). Lo que quizás se extrañe en esta producción es un crescendo dramático que la historia necesitaba. Por momentos se parece más a una acumulación de viñetas, en general bien resueltas, pero a la que les falta cierta unidad. Hay varios intérpretes importantes como Paul Giamatti, Benedict Cumberbatch, Alfre Woodard y Paul Dano que aparecen algo desaprovechados en cortas intervenciones. Brad Pitt lo hará hacia el final aunque su personaje tendrá gran importancia en el desenlace. De todos modos “12 años de esclavitud” no dejará indiferente al espectador, siendo además como ya se señalara una fuerte candidata al Oscar como mejor película.
Pegame que me gusta El amigo Steve McQueen (el director, nada que ver con el clásico actor yanqui) tiene como marca registrada hacer películas intensas, viscerales, que se te quedan en el bocho después de verlas. Esto me pasó sobre todo con Hunger, su primer largometraje y el que propició el cruce de charco a Estados Unidos de Michael Fassbender. El tema es que, si bien 12 años de esclavitud sigue siendo intensa y visceral como las anteriores, todavía no estoy seguro si me gustó o no. Esto no me pasa con muchas películas, así que voy a aprovechar esto para intentar llegar a una conclusión. 12 Años de Esclavitud Hay ciertos temas que entran en la categoría de “sensibles”. Temas con los que no se jode. El caso más típico es el del genocidio perpetrado por los nazis en la segunda guerra mundial. Desde nuestras pampas podríamos sumar también los desaparecidos de la última dictadura. Y toda la época “oscura” de la esclavitud, para los norteamericanos (tienen un presidente de color, imagínense la vergüenza!) entra de lleno en esta categoría. En las historias de este último caso, en general los blancos son unos enfermos malvados y los negros son las víctimas que sufren sus suplicios. Pensando sobre esto es que de pronto se me revalorizó, por ejemplo, Django Unchained, la última película de Quentin Tarantino, porque ahí podemos tener la satisfacción que nunca jamás vemos en las otras películas sobre el mismo tema: Ver a los esclavizadores sufrir a manos de los esclavizados. Y viendo 12 años de esclavitud me queda mas claro que haber hecho esa película necesitó de más “eggs” de lo que creía. Una conclusión extraña, la verdad. Pero es parte de lo que mencioné antes: esta película te queda dando vueltas en la cabeza un laaaargo tiempo. Pero no todo es tan “standard” en la obra de McQueen, porque en este caso no solo nos estamos basando en una historia real (las favoritas de Goldstein), sino que además estamos ante un hombre que era libre y fue secuestrado por traficantes de esclavos. Básicamente lo que hicieron con el personaje de Chiwetel Ejiofor (un actorazo que se luce en cada papel que hace) es muy similar a lo que sucedió acá con los desaparecidos de la última dictadura militar. Directamente lo agarran, le dicen “sos un esclavo” y listo. Sin posibilidad de discusión. Sin ningún lugar a recurrir. Solomon Northup (el personaje en cuestión) es un desaparecido de los esclavizadores. Y así permaneció por 12 años, para su familia, sus hijos y sus amigos. Esto es lo más terrorífico que presenta la historia, nosotros sabemos que Solomon no “pertenece” ahí, y él también lo sabe y cada cosa que intenta para hacerse entender sobre eso es inútil y termina (como podemos suponer) en duros castigos. Toda la primer secuencia de la película, donde tenemos una breve aparición de Benedict Cumberbatch, hasta que Solomon cae en las garras de Edwin Epps (interpretado por Michael Fassbender) es muy interesante desde ese punto de vista. 12 Años de Esclavitud Hasta ese momento incluso pensé “Cómo se viene conteniendo McQueen!”. Lo mínimo que esperaba del director era ver vísceras flotando por los aires a partir de vejaciones constantes. Pero hablé muy tempranamente, porque luego de toda esta secuencia prácticamente caemos en la típica película sobre la esclavitud. El dueño desquiciado y sanguinario (Fassbender), los trabajos forzados, los latigazos constantes, el hacinamiento, la desesperanza. Todo sigue su curso hasta que, de alguna forma (como sabemos por el título de la película) Solomon recupera su libertad. Lo cual llega un poco por sorpresa, porque la historia viene avanzando con muy buen ritmo (si hay algo que le tengo que reconocer a McQueen es que sabe llevar adelante el ritmo de sus películas) y de pronto, de un segundo al otro, pasaron 12 años. Pero en el transcurso no se nota este terrible paso del tiempo. Vemos como van sucediendo las peripecias que debe sobrevivir Solomon pero no llegamos a intuir qué pasó todo ese tiempo. Si tuviera que ponerle un cálculo, por lo que me quedó de la película podría haber pasado un año como mucho. 12 Años de Esclavitud Pero igualmente eso no le quita fuerza al papel de Ejiofor, que deja la vida en cada escena. Hay secuencias en las que solo se ve su rostro en primeros planos dejando lucir su desesperación y desesperanza que son geniales. Cuando se rumoreaba que este muchacho podía llegar a ser el nuevo Doctor Who me hice pipí encima. Y acompañándolo tenemos al ídolo de Michael Fassbender, que le pone tanta energía a su “malo maloso” que prácticamente me dejó agotado de solo verlo. Los gestos que hace y los cambios de humor son realmente aterradores. El hecho de que nosotros sepamos que Solomon era libre aporta un punto de vista distinto sobre los hechos, pero si nos ponemos a pensar, salvo los nacidos en cautiverio, ¿no fueron todos los esclavos libres? Porque en la película pareciera que el único que tiene “derecho” a su libertad es Solomon, porque era un “norteamericano” libre. El resto de los esclavos casi pareciera que se merecen estar en ese lugar. Eso me llamó la atención, me imaginaba que en algún momento se iba a generar cierta empatía entre Solomon y el resto, pero siempre lo vemos como “el outsider”. 12 Años de Esclavitud Y después llegamos al final. Esto puede ser un mínimo e ínfimo spoiler, aviso por las dudas. Al final de la película, Solomon regresa a su familia y “The End”, la película termina. Viene toda una serie de placas donde nos cuentan cómo el Solomon original intentó llevar a juicio a quienes lo secuestraron en distintos estados, presentó evidencias de que secuestraban negros libres para esclavizarlos y luego dedicó su vida a pregonar sobre el abolicionismo de la esclavitud. Y nada mas. ¿Pero entonces me estás contando la historia de un esclavo que era libre, y solo me mostrás su esclavitud? Acá es donde tenemos una historia “disinta” para contar sobre el tema! ¿Cómo hace para regresar a su vida normal? ¿Cómo vuelve a relacionarse con su familia? ¿Cómo es que logra encontrar gente que lo apoye para llevar a juicio a sus secuestradores? Ni hablar de cómo es que logra llevarlo a cabo verdaderamente sin que le pegaran un tiro en la cabeza (no debe haber sido fácil). ¿Cómo vivió su familia todos esos años en que él no estuvo, por ejemplo? Por lo menos mostrame como hizo para dormir su primer noche libre! Ni siquiera nos muestran cómo cambió su visión de la vida misma luego de pasar tanto años en ese suplicio. Eso queda todo relegado a una serie de placas de texto, muchas puntas interesantes dejadas de lado para mostrar las laceraciones de los látigos. 12 Años de Esclavitud Pero algunos dirán “Bueno, el director está adaptando la novela y en la novela está escrito eso”. Y me parece perfecto, pero la novela no la leí y en definitiva, terminás encontrando exactamente lo que esperabas. ¿La película es fuerte? Si. ¿Tiene escenas crudas? Si. ¿Los esclavizadores son unos desalmados? Si. Y así podemos seguir. Si pensamos en otras películas que tratan el mismo tema, como Amistad (donde también tenemos a un hombre libre), El Color Púrpura o incluso la ya mencionada Django, 12 años de esclavitud cae en el lugar común. Eso no quita que sea un relato intenso e impactante, que probablemente te deje temblando luego de verla, pero creo que dándole vueltas a la historia podría haber aportado mucho más, como creo que sí hacen las antes mencionadas.
Cuando hablamos de etapas oscuras en la Historia de la Humanidad, siempre me pregunto a mí misma qué van a traer de nuevo. Hemos visto millones de films sobre el Holocausto, y sólo recordamos algunos pocos porque creo fervientemente que si vamos a encontrarnos con lo peor de nosotros mismos como raza, al menos tiene que ser con algo valioso que la diferencie. O hacemos una absoluta ironía como Tarantino hace tanto en Bastardos sin Gloria como en Django Sin Cadenas, o estudien 10 años y hagan como Spielberg, lo mejor de su carrera como con La Lista de Shindler con un planteo perfectamente ambiguo de un prócer. En este caso, basado en la novela homónima y que se trata de la vida de su autor, la novedad es la historia en sí. No es una historia sobre la esclavitud habitual porque casi siempre nos presentan personajes que directamente son esclavos y pueden, o no, ganar su libertad hacia el final. La película (gracias a la novela, claro), explora los secuestros que se realizaron a personas libres que se vendieron como esclavos a partir de un caso en particular. Solomon es un hombre libre que es músico, en determinado momento es engañado y vendido como un esclavo. A partir de eso, y teniendo en cuenta el título, sabemos cuánto tiempo se la pasa así y el final. Pasando esas primeras secuencias, tenemos un desfile de varios estereotipos como el servicial esclavo que no saldrá de ahí, el revolucionario, la mascota del amo, el “Amo Blanco” que se considera cordial pero no tanto como para dar un trato igualitario, el Amo abusador pero que no es peor que su mujer, y todo se jura sobre una Biblia. Steve McQueen es un director muy particular. En sus dos films anteriores ha sabido conmoverme y revolverme el estómago sin dejarme tiempo para respirar. Hunger, allá por el 2008, es un film visceral sobre el peso de una idea y de una misión de existencia, Shame sobre el abuso que somos capaces de hacer sobre nosotros mismos y nuestro cuerpo (en la imagen de hipérbole de un adicto al sexo) y debo confesar que la elección de esta temática me sorprendió. De alguna manera parece un intento obvio por entrar a la industria (y la película es co producida por Brad Pitt como para cerrar esta idea). Sí, estamos de acuerdo que no es un film a la altura, sobre todo, de Hunger, pero no deja absolutamente de lado su estilo. Tiene una fotografía preciosa y un montaje sonoro brillante. La película logra coquetear con encabalgamientos sonoros y con tiempos muertos que tienen mucho que ver con la necesidad de que el espectador sienta el peso del personaje principal, el agobio, para que se comprenda lo difícil que es no caer en la desesperación. Sigo sin poder olvidarme de un travelling circular alrededor de Solomon con muy poca profundidad de campo que termina con una mirada profunda y triste del personaje directo al espectador. Ese tipo de genialidades hacen que no te sientas totalmente afuera de lo que estás viendo. Te pide que te involucres, que te indignes. En cuanto a lo actoral, debo confesar que Chiwetel está correcto pero que por momentos pienso que lo que más me gusta es cómo logra explotarlo McQueen. Algo de él no me llegó tanto como me hubiera gustado. Lupita, que tan festejada ha sido, de verdad, no sé si es porque el personaje no tiene un verdadero peso en la historia o porque ella no se luzca, pero no ha sido para remarcar. Lo de Brad Pitt es tan de panfleto como olvidable (está en pantalla como 5 minutos), pero debo confesar que Fassbender y Paulson pudieron darle forma a sus personajes y son los que más me gustaron. Usando no sólo la violencia sino la supuesta excusa de la Biblia y las escrituras, hasta logran considerarse buenos y justos. Ella es inclusive peor que él por lo que se convierte en la bestia de la sonrisa cristiana. Fassbender está como ese personaje sin mucha inteligencia, lleno de ira, bestial. Me pareció una gran actuación que es lo más rescatable de la película en ese aspecto. El resultado final es “una típica película de premiación” con una estructura muy cercana al cine clásico (amén algún que otro Flashback como la historia de Eliza) que no termina de explorar algunos personajes que están desperdiciados y que el mérito final parece más del director que de los mismos actores. Extrañé un poco más de esa humanidad cruda que McQueen usa tan bien, pero creo que es la ambición de adaptar una novela sobre diez años lo que provoca un ritmo desparejo (si no, recordemos los 10 años agónico de Zero Dark Thirty el año pasado). Nadie puede no salir satisfecho, pero no puedo evitar sentir que faltó algo más.
Hay películas que están pensadas para ganar, o por lo menos ser firmes candidatas, en los premios Oscar. Esto es tan innegable como que pareciera haber una fórmula para asegurarse esta premiación o candidatura (que por otro lado trae dividendos que muchas veces el film de otro modo no traería); y que esa fórmula varía, en pequeñas proporciones temáticas, dependiendo, claro está, del momento histórico/político de la sociedad norteamericana. En los últimos años, presidencia de Barack Obama y post atentado 11-S y guerra contra Irán, afloraron los relatos sobre la libertad, sobre una mirada regresiva a su propia sociedad, algún conflicto contra Oriente, y más aún, las historias sobre el segregacionismo de la raza negra. 12 años de esclavitud, salvo en el tópico Oriente Medio, no se priva de ninguno de los puntos clave para ser oscarizable; y algo de razón debe tener, es el segundo film con más nominaciones a estos premios en este año (detrás de Escándalo Americano), y ya se llevó importantes premios en el sector dramáticos de los Globos de Oro. Ahora, pasado el brillo de las ceremonias, ¿recibir estas premiaciones automáticamente lo convierte en un buen film? Aclaro, antes de seguir, que no soy un fiel admirador de la filmografía de Steve McQueen, a mi modo de ver un cineasta acostumbrado, con tan sólo tres films (incluyendo este, por supuesto) al golpe de efecto, al impacto, a la polémica para atraer público. Hecha la aclaración del caso, vemos que aquí el protagonista es Solomon Northup (Chiwetel Ejiofor) un hombre, de color (como les gusta decir a los norteamericanos), músico, culto, y lo más importante, libre. Pero estamos a mediados del Siglo XIX, y Solomon es engañado, y es vendido como esclavo... durante 12 años. En este período, Solomon pasará por varias manos, varios amos, y aunque variarán los perfiles (el primero, Ford, interpretado por Bennedict Cumberbatch hasta parece buena gente) con cada uno vivirá un tormento diferente. Tormento que McQueen no se arriesgará a insinuar, sino que pondrá toda la carne al asador, literalmente. A Solomon lo latiguean, lo laceran, lo vejan de miles de formas, todo en primer plano y con música y sonido rimbombante como para que el espectador lo acompañe en el sentimiento. Formalmente 12 años de esclavitud luce fríamente calculada, su fotografía, de impacto, es más que correcta, se logran planos complejos, juegos de luces, y un manejo de la cámara para nada reprochable. Pero a su vez, este correctismo sumado al impacto constante de las imágenes que la llevan a un regodeo lo vuelven un film, precisamente, frío, distante, sin real alma. El relato es lento, perezoso, como si tuviese miedo de profundizar en datos y recae siempre en lo obvio, en el golpe de impacto, en la carne mutilada. Ejiofor, ya está acostumbrado a hacer de esclavo, y su labor es muy convincente; lo mismo podríamos decir de Cumberbatch y otros roles secundarios como el de la también nominada Lupita Nyong’o. Pero otros, sobre todos los malvados, y en especial el Edwin de Michael Fassbender (actor fetiche de McQueen) lucen demasiados estereotipados, casi caricaturescos en su “maldad” lo cual los convierte en difícil de asimilarlos a la realidad. Por supuesto, como manda la regla, tenemos la placa “Basado en un hecho real” (se basa en la biografía del Solomon real); pero lo que se ven en pantalla no parece querer ajustarse a un hecho histórico real, sino al regodeo de una tortura. Por otro lado, es interesante la acumulación de estos films de denuncia salidos de una sociedad que aunque abolió la esclavitud, sigue manteniendo las diferencias raciales intactas; tan intactas como para realizar un film en el que la cuestión de la esclavitud es reducida a ser tratada de un modo similar que en un film gore.
Para nosotros la libertad Fuerte candidata al Oscar, es un filme sobre la degradación, con fuertes imágenes. Steve McQueen, salvando todas y cada una de las distancias, tiene algo en común con el fallecido Stanley Kubrick. Ambos sostienen en sus películas que la maldad anida en todo ser humano, y puede surgir, brotar de manera inesperada y bajo distintas formas, a veces como locura, y en cualquier momento. El joven realizador británico de color, que ya hizo Hunger (sobre los vejámenes a un preso del IRA) y Shame: sin reservas (sobre una compulsiva adicción al sexo) aborda el racismo en 12 años de esclavitud. Y sobre el protagonista, Solomon Nothrup, se descargan todas las torturas, físicas y psicológicas en una época que en los Estados Unidos tienden a querer olvidar. Cuando la esclavitud era legal y, si cabe el término, normal. Engañado, emborrachado y secuestrado, el hombre se despierta alejado de su familia y vuelto esclavo en una plantación en el Sur. Músico y hombre letrado, Solomon no puede creer y menos entender el calvario por el que está atravesando. Pero si se rebela, sabe que lo castigarán, o le harán cosas peores. Basada en una historia real, el debate que plantea la visión de la película no es tanto si es o no merecedora del Oscar por su posición políticamente correcta, sino si se justifica la crudeza con que McQueen muestra la violencia a la que se somete a Solomon y otros esclavos, su manera de exponer la degradación humana. Ya lo había explicitado en sus dos películas anteriores, así que no debería sorprendernos. McQueen estudió arte y diseño, y sus películas tienen, siempre, una lograda combinación entre el armado estético de la imagen y las actuaciones. No podría acusárselo de regodearse con la tortura y el maltrato, aunque la crudeza que exhibe -¿en busca de verosimilitud o de hacer partícipe al espectador?- bien puede lograr el cometido contrario. La utilización de planos secuencia, con la cámara rodeando y balanceándose alrededor de los personajes, da mayor fluidez al relato. Pero sin la fiereza y lo visceral de la actuación de Chiwetel Ejiofor otra sería la historia, lo mismo puede decirse de Lupita Nyong’o. Michael Fassbender, habitual en el cine de McQueen, es el más pérfido amo. Y si hay muchos más talentos en papeles secundarios (Paul Giamatti y Paul Dano como malvados, el muy de moda Benedict Cumberbatch como bueno), el aquí productor Brad Pitt se quedó con el personaje más bueno. El del hombre blanco que ve lo que ningún otro en ese manojo de nervios, expresividad y dolor que es Solomon.
En la temporada del Oscar de 2013 hubo dos películas de dos grandes autores que tenían a la esclavitud como uno de sus ejes: Django sin cadenas, de Quentin Tarantino, y Lincoln, de Steven Spielberg. Ninguna de las dos abordaba ese tema de forma directa: una era un trabajo de barroquismo genérico sobre el spaghetti western, y la otra, un brillante tratado sobre la negociación y el arte de la política sin dejar de lado la tersura narrativa. Steve McQueen (el director británico de Hunger y Shame , no confundir con el mítico actor de Hollywood) aborda hechos reales con una idea lamentablemente más lineal. La historia es la de Solomon Northup (Chiwetel Ejiofor), hombre negro libre de Saratoga que es secuestrado y vendido al sur esclavista y que soporta allí el período de esclavitud del título. Primero con un amo menos malo (Benedict Cumberbatch, actor europeo de moda) y luego con uno más malo (Michael Fassbender, el otro actor europeo de moda). La película es mayormente esos años de esclavitud, las barbaridades a las que es sometido Solomon (cuyo nombre de esclavo es Platt), las barbaridades que observa Platt y la barbarie general. No hay demasiada rebelión aquí, se trata más que nada de observar lo terrible que era la esclavitud y lo mal que estaba esa práctica. Un asunto que ya estaba más que claro hace tiempo y que unas cuantas películas y miniseries y libros habían tratado previamente. Pero la película de McQueen parece pensarse a sí misma como una pionera, como si fuera la primera vez que se contara una historia parecida. Y si la excepcionalidad es porque "se trataba de un hombre libre con una vida hecha", la película suma más problemas: 1. Tiende a dejar a los demás esclavos como mero decorado, cosa que hace incluso con la más relevante Patsey, un personaje al que humilla una y otra vez más que nada para ver la reacción (o no reacción) de Solomon. 2. Abandona con demasiada rapidez la importancia de la vida anterior y familiar de Solomon-Platt. Y si afirmamos que es la película la que humilla al personaje de Patsey no es un error: más allá del maltrato que le propina Edwin Epps (Fassbender), el film exhibe una puesta de cámaras ostentosa, con travellings que hacen florituras en los momentos de tortura, planos cosméticos que detallan algún objeto -ese jabón- para sumar obviedad y yerro estético (los planos exhibicionistas de los efectos del dolor físico ya estaban abusados en Hunger ). En estos y otros momentos, McQueen hace un show sobre la esclavitud, con los detalles visuales antedichos y con otros: con la música de Hans Zimmer, que se dedica a ser ominosa eléctricamente, sobre todo en la primera parte; con el show de intensidad actoral de Fassbender, con el personaje del productor Brad Pitt, que aparece para ser bueno y sintetizar ideas de forma totalmente artificial, como si fuera la declaración universal de los derechos del hombre hecha hombre. Si la película se sigue con cierto interés es antes que nada porque la búsqueda o el anhelo de libertad -la nunca conocida o la extirpada- es una historia de alcance universal y atractivo constantemente renovado, a pesar de los intentos de McQueen por devaluarla y filmarla con bella fotografía.
Sufrir el calvario y vivir para contarlo Basado en la autobiografía de Solomon Northup, el film es uno de los favoritos para la próxima entrega de los Oscar. Describe las vejaciones físicas y psicológicas sufridas por el protagonista, un negro de clase media que es vendido a los traficantes de esclavos. Con nueve nominaciones a los premios Oscar y una mirada laudatoria casi unánime de la crítica norteamericana, el tercer largometraje del británico Steve McQueen (y su primer film realizado en los Estados Unidos) se ha convertido en uno de los favoritos a llevarse el premio mayor en la inminente entrega de los premios de la Academia de Hollywood. De ahí a suponer que se trata de una gran película, de una obra de enorme jerarquía artística, hay una cierta distancia. La misma que dista de las mentadas “estatuillas doradas” y el mejor cine producido durante los últimos 365 días. Lo cierto es que si 12 años de esclavitud hubiera sido producida hace unos cincuenta años en el seno de la industria del cine made in USA podría hablarse sin ponerse colorados de una película corajuda, importante e incluso necesaria. En 2013, se trata de una discreta aproximación al tema de la esclavitud, realizada con un nivel de pacatería narrativa y corrección política notables. La corrección política acompaña la película, que tiene nueve nominaciones a los Oscar. Basado en el libro autobiográfico Twelve Years as a Slave, escrito por Solomon Northup y publicado en 1853, el guión de John Ridley presenta a su protagonista en un mundo poco menos que idílico. Northup es un negro emancipado en los Estados Unidos pre Guerra Civil, pero lejos de las dificultades que cualquier afroamericano –esclavo o no– debía soportar como consecuencia del omnipresente racismo, el film lo muestra como un hombre de familia de clase media, orgulloso de su posición social, querido por sus vecinos blancos. A partir del momento en el que es raptado mediante engaños y vendido bajo un nombre falso, 12 años de esclavitud se dedica a describir los sufrimientos, vejaciones y torturas físicas y psicológicas a las cuales eran sometidos la gran mayoría de los esclavos en las plantaciones y campos del sur americano. El caso de Northup es famoso por tratarse de uno de los escasísimos cautivos que lograron recuperar su libertad y vivir para contarlo. A poco de comenzada la odisea, el film de McQueen –que en sus películas anteriores, Hunger y Shame: Sin reservas, hacía las veces de estilista innovador– adopta un tono que nunca abandonará a lo largo de sus poco más de dos horas de metraje: una suerte de realismo romántico que hace del protagonista un héroe de la resistencia, el deseo de sobrevivir y la esperanza. Incluso bajo esos primeros golpes que, a manera de bienvenida a su nueva vida, le propinan salvajemente un par de traficantes de vidas humanas. Lo que sigue es un retrato de la relación entre el protagonista, sus compañeros de calvario y dos o tres de sus eventuales dueños, hasta el feliz momento de su liberación luego del encuentro fortuito con un carpintero librepensador (cualquier inferencia religiosa corre por cuenta del espectador). En Django sin cadenas, el film de Quentin Tarantino estrenado el año pasado –que no hace más que crecer en la odiosa comparación con el de McQueen–, el juego de la fantasía violenta lograba por momentos mostrar en toda su ferocidad el horror de la institución de la esclavitud, sus componentes políticos y económicos, su cualidad de orden social y cosmovisión dominante. 12 años de esclavitud, con su énfasis en el sadismo personalizado y una descripción de tipos sureños casi caricaturescos (característica no intencional, muy a su pesar), se transforma en una de esas películas con “temática seria” diseñadas para el consumo y digestión veloz de un público ideológicamente cautivo. Porque, claro está, ¿quién puede estar a favor de esos terratenientes esclavistas que usaban y abusaban de otros seres humanos como si se trataran de meros objetos personales? La de McQueen es una película biempensante por demás, trillada y obvia, cuya audiencia sólo puede asentir con la cabeza y repetir “qué tiempos terribles, aquellos”, quizá como exorcismo individual para alejar tantas violencias y esclavitudes –literales y metafóricas– contemporáneas. Hay una escena que roza lo que algunos podrían diagnosticar como abyección, no por su contenido, sino por la manera en la cual es expuesto. Luego de obligar a Northup a castigar con el látigo a una joven esclava, el sádico latifundista interpretado por Michael Fassbender continúa con la tortura de manera mucho más salvaje. La cámara, que hasta ese momento había registrado la situación de manera tangencial, se ubica de pronto de frente a la espalda de la muchacha, y el uso de efectos especiales digitales permite apreciar cómo el impacto de la soga penetra en la carne, haciendo saltar fragmentos de piel y sangre. El viejo juego del shock, calculado y medido para el efecto aleccionador. 12 años de esclavitud, con su convencional humanismo de salón, está más cerca de la pornografía emocional edificante que de la denuncia de algún tipo. Eso sí, realizada con importantes recursos y evidente talento técnico y actoral. Esa corrección por la cual el cine americano es famoso desde tiempos inmemoriales, generadora de obras maestras y otras que intentan o simulan serlo.
Un relato sólido y definitivo La historia se teje con mucho inventario y utiliza a los cuerpos para describir la injusticia. Solomon Northup era un hombre libre y gozaba de ciertos privilegios como tener un trabajo remunerado, un dato para nada menor teniendo en cuenta que era negro y vivía en los Estados Unidos de la primera mitad del siglo XlX. Pero un día, atraído por la promesa de un trabajo muy bien pago, fue engañado, secuestrado y enviado a Giorgia, uno de los estados esclavistas. Durante 12 años, Northup fue un esclavo y finalmente fue una de las pocas víctimas que pudo volver a su antigua vida y contar en un libro su terrible experiencia. El film del director británico Steve McQueen se basa en ese texto para construir un relato con mucho de inventario de las diferentes estaciones del calvario esclavista, un mapeo de las distintas maneras de explotación, tortura, humillación y actos criminales de un sistema aberrante, con una mirada fría, rigurosa pero también con algo de efectismo sobre lo que quería contar. Firme candidata a alzarse con más de una estatuilla en la próxima entrega de los premios Oscar –una de esas historias que Hollywood adora, con un elenco sólido, un director prestigioso y Brad Pitt como productor–, la película de alguna manera dialoga con Django sin cadenas, que actualizó el debate sobre la cuestión de la esclavitud, un tema cuidadosamente esquivado por el establishment estadounidense. Pero además, sin demasiado esfuerzo cualquiera podría imaginarse a Salomon Northup (buen trabajo de Chiwetel Ejiofor), espalda contra espalda y bajo el sol abrasador de un campo de algodón con Django, para después, por la noche, compartir experiencias sobre los niveles de crueldad de sus respectivos amos, tanto el malvado Calvin Candie (que interpretó Leonardo Di Caprio en el film de Quentin Tarantino) como el Edwin Epps que compone Michael Fassbender en 12 Años..., dos personajes diabólicos, psicópatas a sus anchas con un entorno y una época favorable para desplegar su crueldad. Pero a diferencia de Django..., el film de McQueen aspira a la profundidad, con un protagonista que va revelando un complejo sistema económico, sí, pero sobre todo social, con diferentes lugares para los esclavos, primero como explotados en los campos, pero también como sirvientes, amantes de los dueños de las plantaciones, sujetos de celos descontrolados y por lo tanto víctimas de juegos perversos y crueles. Al igual que en la extraordinaria Shame o Hunger, McQueen vuelve a utilizar los cuerpos para escribir y describir el dolor y las injusticias que sufren sus criaturas, aunque en este caso, la espalda lacerada por los latigazos mostrada en todo su horror no agrega demasiado y es apenas una acentuación innecesaria del infierno que atraviesan los personajes. Sin embargo, en su conjunto el relato es sólido y es probable que con el tiempo adquiera la categoría de film definitivo sobre la esclavitud.
La injusticia y la crueldad existen Un buen guión, un tema retomado en el mejor momento y un director inglés, Steve McQueen, pueden alzarse con varios de los mayores premios de la Academia hollywoodense. Por el momento la película recibió nueve nominaciones al Oscar. El filme está basado en las memorias de Salomón Northup (1852). Cuenta los hechos reales que rodearon la increíble historia de un carpintero y músico, hombre negro y libre, que fue llevado con engaños y vendido por esclavo, permaneciendo doce años en cautividad en varias plantaciones de algodón, en el sur de los Estados Unidos. Hablar del tema de la esclavitud en Estados Unidos recurriendo a una historia melodramática y personal, no es una originalidad. Ya lo hicieron directores como Victor Fleming en "Lo que el viento se llevó" y Steven Spielberg en "El color púrpura", entre muchos otros y con distinta suerte. Sin embargo, la increíble acogida que ha tenido "12 años de esclavitud", luego de su estreno en Estados Unidos, estaría de acuerdo con una época en que los derechos humanos son apoyados y la justicia social se esfuerza por ser aceptada. El filme del director Steve McQueen se desenvuelve dentro de las líneas tradicionales del relato, con respeto histórico y un inusual equipo de excelentes intérpretes. Quizás lo único que excede las líneas clásicas sea ese regodeo en la violencia y cierto acento en la tenebrosidad de algunos personajes. LAS VICTIMAS Las escenas en las plantaciones respetan las locaciones del libro escrito por Solomon Northup y el desgarro de ciertos momentos "guignolescos" pueden afectar a desprevenidos. Esperemos que la víctima de la mayor violencia, como es el caso del personaje a cargo de la debutante Lupita Nyong"o (Patsey), una esclava sometida por su amo (a cargo de Michael Fassbender) sea compensada con el Oscar a la mejor actriz de reparto, bien merecido por su notable caracterización. Si se resalta la labor de la joven Lupita, no se puede olvidar a los demás, Chiwetel Ejiofor hace una creación austera y sentida de su papel de Salomon Northup, mientras Michael Fassbender (Edwin Epps) y Paul Dano (Tibeats) se llevan las palmas por los villanos; en tanto Sarah Paulson, como (la señora Epps), esposa del personaje que cubre Fassbender, se destacan por sus meritorias interpretaciones. Un buen guión, un tema retomado en el mejor momento y un director inglés, Steve McQueen, pueden alzarse con varios de los mayores premios de la Academia hollywoodense. Por el momento la película recibió nueve nominaciones al Oscar.
Como tímidamente expresé en mi Facebook ni bien salí de la privada, Steve McQueen es un canalla hijo de re mil putísima y merece ser esclavizado y torturado durante 12 años por haber hecho esta película. Un puñado de pseudo progresistas podrán sentirse atraídos y hasta conmovidos por este film, y algunos hasta podrán cuestionar la mordacidad de mis apostillas y horrorizarse ante mis comentarios, tildándome de racista por desearle la esclavitud a McQueen porque es negro (sic). Mis deseos hacia el director británico tienen que ver con otras cuestiones, como también pretendo demostrar que 12 Años de Esclavitud (12 Years a Slave) es cualquier cosa menos progresista. Mi punto es el siguiente. Si el director se va a regodear en el sufrimiento; si va a hacer (como bien dijo la colega Florencia Gasparini Rey) pornografía de la violencia; si no va a dejar nada fuera de campo; si va a valerse del efectismo más vil para intentar despertar en nosotros determinadas emociones; si va a retratar una temática archi-conocida y archi-retratada tanto en la literatura como en el cine, para hacer un alegato híper solemne y canalla, echando mano a todo tipo de golpes bajos; si va a montar un espectáculo de la violencia y las vejaciones, solo porque eso le garantiza un pase directo al Oscar -que suele premiar ciertas películas aparentemente comprometidas y progresistas-, ese director merece el más profundo de los desprecios. Como diría Pauline Kael, 12 Años de Esclavitud es una mala película clave, de esas que se creen importantes y trascendentes (porque, claro, tocan temas históricos terribles), de esas que hay que ver y rever, para entender qué no es el cine, para entender qué es una película canalla que solo persigue un efecto pavloviano en el espectador: estímulo-respuesta universalmente común. En todo caso, común para determinado tipo de público pueril, que es capaz de llegar tan lejos como para afirmar que estamos ante la obra definitiva sobre el esclavismo (sic). Pena. La más profunda de las penas surge a partir de una cosmovisión tan acotada, que sucumbe ante una artimaña tan básica: la convicción de que el supuesto realismo y la extrema crudeza de ciertas escenas retratan los hechos tal como sucedieron y tienen un impacto mayor en el espectador. McQueen construye su película sobre la base de escenas de tortura mostradas en primer plano. Y de personajes muuuuy muuuuy buenos, los esclavos, y de personajes muuuuy muuuuy malos, los esclavistas del sur de EEUU. Y somos testigos de la odisea de un hombre durante 12 años (Salomon Northup, interpretado por Chiwetel Ejiofor), un hombre que, además, es culto, buen padre, buen marido y buen ciudadano (cuando va a comprar a una tienda y un negro esclavo –no como él, que es un hombre libre, antes de ser esclavizado- entra, su amo lo viene a buscar y lo reta por haber cometido semejante acto, Salomon lo defiende, porque es bueno y consciente de que a otros negros como él los están tratando como animales, y es capaz de conmoverse, aunque solo sea eso, conmoverse y apiadarse). Porque claro, McQueen tiene que crear determinado perfil de hombre, un perfil, de por sí, maniqueo, que hace que las mentes pueriles que mencionaba arriba sientan mayor empatía porque se trata de un hombre ejemplar. No basta con cagarlo a palos; además tiene que ser un modelo de hombre, así nuestra indignación frente al horror es aún mayor. Es un lugar cómodo para el pseudo progre conmoverse frente a este tipo de películas en apariencia comprometidas y de denuncia, pero que, en realidad, esconden una visión absolutamente reaccionaria: ¿cuál es el objetivo de resaltar, una y otra vez, que Salomon es culto, que es un gran violinista, que es un gran padre, presente, que cría bien a sus hijos, es cariñoso y compañero con su esposa, es prolijo y de buen corazón? ¿Y si no fuera todo eso, las atrocidades cometidas por los esclavistas serían menos terribles? Frente a un hombre de clase media/alta, la atrocidad y la humillación resultan más aberrantes (de hecho, se remarca constantemente la diferencia entre él y el resto de los esclavos: él es especial). Esa es la verdadera ideología de esta película “comprometida y progresista”. Volviendo al golpe bajo, hay dos escenas particularmente ilustrativas, que permiten tomar real dimensión de la canallada perpetrada por McQueen. Una, cuando Salomon, tras haberse enfrentado a un capataz de la plantación, es colgado de un árbol y casi ahorcado. El “casi” se transforma en una escena de 5 minutos en la que vemos a Salomon luchar por su vida, con una soga amarrada al cuello y colgada de la rama de un árbol, a un movimiento de la muerte, con los pies apenas rozando el barro, y lo vemos durante esos 5 larguísimos minutos, cómo va apoyando dificultosamente la punta de los pies para evitar perder el equilibrio, tensar más la cuerda y morir ahorcado. El director decide gentilmente regalarnos semejante deleite visual, y hace una composición de plano fascinante: en primer plano, Salomon casi ahorcado; en profundidad de campo, sus compañeros de la plantación, victimas como él, que arrancan con sus labores diarias matutinas sin acusar recibo alguno de que hay una persona colgada de un árbol. La excesiva duración deliberada de la escena, la posición de la cámara, el plano fijo y Salomon que trata desesperadamente de no perder el equilibrio con los pies, son parte de una absoluta artimaña golpebajista. No, pero ojo, McQueen quiere decirnos que los esclavos vivían tan aterrorizados de lo que sus amos les pudieran hacer que eran capaces hasta de ignorar a un hombre agonizante y continuar con sus quehaceres sin inmutarse. Ilustrativo. La otra escena memorable tiene destino de culto, como la célebre escena de tortura de La Pasión de Cristo de Mel Gibson. En esta ocasión, no es Salomon el centro sino una compañera suya de la plantación, Patsey, la “protegida” de Epps (un Fassbender ridículamente hiperbólico), que, por haber robado un jabón, recibe el castigo preferido de McQueen: latigazos. Oh, yes. El regodeo más canalla jamás visto. Primero, la cámara nos deja la espalda de Patsey fuera de campo; solo vemos la sangre que brota con cada latigazo pero, por supuesto, eso jamás puede ser suficiente para alguien cuyo único objetivo es hacer una exhibición vulgar de la tortura para causar determinado efecto. No. La cámara hace un movimiento circular y sí, ahí, para deleite de las mentes imberbes, amantes del golpe bajo, que se sentirán excitadas a la vez que acongojadas frente al horror, vemos la espalda mutilada de Patsey. Vale aclarar que varios de los latigazos fueron propinados por nuestro querido Salomon porque, claro, él tampoco puede enfrentar a su amo, ni siquiera cuando le ordena que azote a su compañera negra. Y asistimos al regodeo en primer plano de la espalda mutilada. Y entre tanta pero tanta miseria y crueldad, aparece de la nada el ángel redentor en forma de sureño progre cool (Brad Pitt), -algo impensado e inverosímil en ese momento, pre Guerra Civil- cuya aparición fugaz hace dudar, una vez más, de las buenas intenciones y de las habilidades de McQueen como narrador. El personaje de Brad Pitt viene a proporcionar la sobrexplicación: un hombre bueno que llega a la plantación en la que está Salomon, se manifiesta abiertamente abolicionista, tiene largas charlas con Epps y con Salomon, y es quien, en última instancia, termina salvándolo. Lo obvio, lo subrayado, la maniobra forzada frente a la falta de recursos. Una vez liberado, Salomon llega a su casa y encuentra a una familia que lo espera, todos parados como soldados en fila, impávidos. Y las palabras finales de nuestro negrito castigado son: “Perdón, perdón por haberme ido”. Aquí tienen, defensores a ultranza de “la” película comprometida. Steve McQueen, falso progre, pornógrafo de la tortura, ni olvido ni perdón. Esclavitud, latigazos y muerte.
La libertad es decisión sólo de Dios y de los blancos Hay una escena que define en medida la ética de 12 años de esclavitud: allí Edwin Epps (Michael Fassbender) decide castigar a latigazos a Patsey (Lupita Nyong’o), una de sus esclavas y también amante. Primero lo hace él, pero como no le da mucho el estómago, decide forzar a Solomon Northup (Chiwetel Ejiofor) a completar su labor. Cuando Solomon ya no puede más, Edwin vuelve a tomar el látigo. Es una escena larga, de varios minutos, filmada con un plano circular que nunca se corta y en el que va rotando el protagonismo y centralidad de cada personaje, con una gran precisión en el uso del espacio. Ese plano secuencia deja en evidencia a un cineasta con un gran conocimiento de las herramientas cinematográficas y que no tiene miedo a usarlo para impactar al espectador. Ese plano también delata a un realizador sin ningún tipo de reserva moral, que busca embellecer estéticamente un hecho terrible. A Steve McQueen, director de esta película, no le importa (o como mínimo no es consciente, lo cual hasta en cierto modo es peor) el horror que está contando. Todo el metraje está plagado de planos donde impera la preocupación por la composición, pero no por el pudor por los cuerpos oprimidos, pisoteados, violentados, humillados. Esos cuerpos sufren y son convertidos en mercancía no sólo por las circunstancias concernientes al relato, sino también por la puesta en escena del film, que nunca les otorga una real jerarquía y que hasta pugna por convertir lo terrible en bello, cayendo en la obscenidad. Uno de los colaboradores de FANCINEMA, Javier Luzi, señaló con acierto lo siguiente: “el problema con 12 años de esclavitud (entre otros tantos) es que para la película (y sus hacedores) la libertad y, su reverso, la esclavitud, no son una cuestión ética, ni siquiera política, sino puramente moral”. Esto se puede ver de forma muy patente en todo el calvario que atraviesa Northup, un hombre negro libre que es secuestrado y convertido en esclavo durante doce años en la era pre-abolicionista de los Estados Unidos. Este personaje, que encima es el protagonista, jamás decide su propio destino y nunca pasa de ser un brazo ejecutor de los deseos de otras personas o una mera herramienta discursiva de la película. Esto se traslada a todos los demás esclavos que aparecen en el relato -en especial Patsey, totalmente reducida a una presencia meramente objetual (de hecho, todas, absolutamente todas las mujeres son objetos)- e incluso a los blancos esclavistas, de los cuales hay dos casos paradigmáticos: el interpretado por Benedict Cumbertbath es visto como alguien culposo, que esclaviza porque no tiene remedio, pero que en el fondo es bondadoso; mientras que el encarnado por Fassbender es un psicópata absoluto, un fanático enfermo que aborrece y abusa de los negros porque sí, porque no le queda otra. El único personaje con capacidad de decisión es el Brad Pitt -que por otra parte es totalmente inverosímil en su construcción- y lo hace cuestionando la esclavitud pero invocando “verdades universales” en detrimento de las “leyes” o “sistemas sociales”, silenciando a la vez la posibilidad que tiene un individuo de decidir su propia libertad, de luchar por ella. No hay lucha en 12 años de esclavitud. Su protagonista y todos los personajes que aparecen en cuadro son sumisos frente a “las verdades universales” y jamás dan pelea. Esto está encuadrado en una elección moral, y también ética, de la película, que es tomar una historia real situada en la era previa a la abolición y avalar su postura ideológica, que no critica a la esclavitud como acto inhumano y opresor, sino simplemente la violación de normativas referidas al sistema que lo sostenía. Para el film, lo que en el fondo está mal no es que Solomon pase años como esclavo, sino que lo haga cuando había nacido como hombre libre, y lo que lo hace un caso destacable no es que haya recuperado su libertad, sino que haya expuesto una fisura en el cumplimiento de las normas. La esclavitud desde el nacimiento, la que construye a los individuos socialmente como meras cosas, nunca es realmente cuestionada. Burocrática como es en su muestrario de calamidades, le otorga la potestad a los blancos -como vehículos de la fe divina- de decidir la libertad de los negros, reeditando un paternalismo y racismo que atrasan un mínimo de dos siglos. Da para comparar a 12 años de esclavitud con Lincoln, porque mientras la primera se dedica a exhibir estéticamente la esclavitud, sin cuestionarla realmente a nivel político o ideológico, dejando deliberadamente fuera de campo la lucha por la libertad, la segunda -con todos los problemas que se le pueden enumerar- se hace cargo de las tensiones políticas, de las perspectivas en disputa, de los cuerpos buscando liberarse. Y lo hace reivindicando a la democracia como instrumento que sirve como trampolín para liberarse, primero como una decisión ética, propia del sujeto, y luego como parte de una posición moral, propia de una sociedad racional, humana, terrenal. Teniendo en cuenta lo anteriormente dicho, es preocupante que 12 años de esclavitud tenga grandes chances de convertirse en la próxima ganadora del Oscar a mejor película. Si tomamos al galardón de la Academia como un termómetro de la mirada hollywoodense sobre el mundo y, especialmente, el acontecer estadounidense, la visión que se transmitiría banalizaría por completo determinados pilares de los Estados Unidos, referidos a la igualdad entre razas y la democracia como base de la libertad individual. Estamos hablando de leyes, normas y reconocimientos logrados después de muchos años (y vidas) de lucha en ese país. Que se desentierre una mirada colonialista sobre las razas y mercantil sobre los cuerpos, en tiempos donde resurgen las pugnas en terrenos como el de la inmigración, es una mancha difícil de quitar.
Steve McQueen nos relata la historia de Solomon Northup, un afroamericano libre que es engañado, secuestrado y vendido como esclavo en los Estados Unidos previos a la Guerra de Secesión. En aproximadamente 2:15 horas el director logra desarrollar un relato de mero tono ilustrativo y que no genera más que lástima por esas pobres personas que fueron vendidas e utilizadas como objetos. ¿Es esta una historia más de esclavitud? claro que no. ¿Es Solomon un héroe que intenta contra viento y marea cambiar su destino? Tampoco. Es simplemente una persona presa de la circunstancias y que hace carne ese refrán que dice “persevera y triunfarás”. Son doce los años que aguarda, hasta que un golpe de suerte, por llamarlo de alguna manera, lo pone frente a un hombre que le pueda traer justicia a su arruinada vida. La esclavitud aquí parece ser algo así como una cuestión de fortuna, si te toca el “amo bueno” la pasarás más o menos bien y si te compra el “amo malo” la pasarás mal o muy mal. Quien pueda hacer la lectura de este proto-sistema capitalista reflejado en esta historia podrá decir que muchos de nosotros seguimos estando bajo esas mismas circunstancias en nuestras relaciones laborales de dependencia. Más allá de esta relativización del esclavismo, el film refleja bien, como tantos otros, este flagelo, que en pleno siglo 21 sabemos sigue existiendo, aunque no de la forma burda de los siglos pasados, por la aceptación social que tuvo. Salomón es un esclavo, es un hecho, pero uno que comparado con sus pares corrió mejor suerte y hasta se podría decir que por momentos hasta gozó de privilegios. Y tuvo la inteligencia de no revelarse lo suficiente como para terminar muerto. Aunque un evento, lo obligó a defender lo poco que le quedaba de dignidad, arrebatándole la posibilidad de seguir con un `amo bueno`, amable y hasta justo (dentro de los parámetros de un esclavista) para pasar a ser propiedad de alguien que es todo lo contrario siendo exactamente lo mismo y repito: un esclavista. Con un montaje por momentos caprichoso y en otros inentendible, acompañado de música disonante que quiere obligarnos a prestar atención, el británico McQueen, más allá del título del film nos hace difícil darnos cuenta del paso del tiempo en la vida de este pobre y resignado hombre. Tampoco nos informa mucho de su vida anterior, lo que seguramente podría haber sido mucho más interesante para el relato. El film no sorprende y puede impresionar con algunas secuencias por el poco respeto que se le tiene a la vida de los esclavos, cosa que ya todos sabíamos y que a veces no es necesario remarcar . Obviamente al tratarse de hechos reales basados en un libro es correcto que los sucesos se cuenten de la misma forma y que se respeten, pero queda muy en claro que la adaptación cinematográfica del mismo puede resultar carente de ritmo e interés para el espectador. Sin dudas la elección del reparto, que nos deleita con nombres como Brad Pitt, Paul Dano, Michael Fassbender, Paul Giamatti, Benedict Cumberbatch, quedan sólo ahí en el encanto de saber que participan, porque ninguno tiene una actuación destacada que merezca ser recordada, un desperdicio de capital actoral para un film de semejante duración. En definitiva, 12 años de esclavitud nos muestra demasiada corrección política y al igual que su personaje protagonista, no le surge la rebeldía necesaria como para que quede en la memoria (como un buen recuerdo cinéfilo), ni para generar las ganas suficientes para volver a toparse con él.
Sangre, sudor y lágrimas "12 años de esclavitud" la aclamada película del director británico Steve McQueen finalmente llega a las salas de nuestro país para demostrar con fundamentos el porqué de tantos elogios. El guión, el cual está basado en las memorias de Solomon Thorpe y adaptado visceralmente por John Ridley, cuenta la historia de como Solomon (Chiwetel Ejiofor), un hombre negro educado y libre quien reside en New York (en la época pre-guerra civil), es secuestrado y vendido como esclavo (un modus operandi que aparentemente era muy común en la época) en un desafortunado viaje a Washington. De ahí en más, sus minutos, horas, días y eventualmente 12 años de esclavitud son relatados de una manera tan cruda y real que es imposible no sentir empatía para con el protagonista. Un desfile de personajes muy bien compuestos, desde el benevolente amo encarnado por Benedict Cumberbatch hasta el sádico esclavista Epps (Michael Fassbender) van nutriendo poco a poco la historia de Solomon o Platt (ya que cuando es secuestrado lo despojan de sus bienes y por sobre todosu identidad). La música ocupa un lugar muy importante en la historia, no solo como acompañamiento en el film (musicalizado impecablemente por Hans Zimmer) sino que Solomon, el cual es una gran violinista, sabe hacer uso de sus habilidades musicales para poder sobrevivir y sobrellevar muchas de las situaciones extremas a las que se ve expuesto. Si bien no se necesita ser un experto en historia para entender los horrores que vivieron las personas que fueron sometidas a estas prácticas esclavistas, McQueen relata esta travesía con una franqueza tal que hace que el dolor físico que les es infligido a los esclavos (en particular al personaje interpretado por Lupita Nyong'o) traspase la pantalla y se traslade al espectador haciendo del film una experiencia sensorial un tanto agresiva. Teniendo en cuenta la filmografía de McQueen (sus anteriores films "Hunger" y "Shame") está más que claro el cuerpo humano es ese objeto de admiración y destrucción del cual es director nutre sus relatos, por lo cual no resulta extraño el uso de este recurso, aunque por momentos resulte un poco extremo. Las actuaciones, tanto de sus protagonistas como personajes secundarios, acompañan a la perfección la obra de McQueen, quien en muchos momentos utiliza primerísimos primeros planos para mostrar un sinfín de sentimientos encontrados, situaciones en las cuales las palabras sobrarían. Chiwetel Ejiofor entrega una actuación sublime al igual que Lupita Nyong'o y Michael Fassbender, todos y cada uno de los premios y elogios recibidos, igualmente merecidos. El elenco secundario compuesto de actores como Paul Giamatti, Benedict Cumberbatch, Paul Dano y Sarah Poulson hacen también un muy buen trabajo. Mención aparte merece Brad Pitt, quien produce el film, y cuya aparición en la historia (encarna a un abolicionista canadiense) resulta un tanto absurda y resulta ser el "toque yankee" que desencaja un poco con la crudeza de la cinta. Si bien puedo estar escribiendo infinitamente acerca del tema, como tantos otros ya lo han hecho, solo me resta decir que "12 años de esclavitud" es a mi parecer un brillante ensayo personal de McQueen sobre la esclavitud: el director británico con antepasados que sufrieron está práctica se animó a contar una historia que no tiene como moraleja la bondad de los abolicionistas ni deja a los espectadores con una sensación de felicidad por la liberación de aquellos flagelados (los cuales llegaron a ser un ínfimo porcentaje). Muy por el contrario el director denuncia (muy explícitamente) una práctica que, lamentablemente, en muchos lugares del mundo sigue siendo llevada a cabo y que necesitó (y necesita) del consentimiento y la "feliz ignorancia" de mucha gente para poder ser practicada. El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra.
El talentoso realizador STEVE MCQUEEN firma esta tremenda cinta, sobre el coraje, la sublimación, y la parte más oscura del corazón de los hombres, un filme de enorme fuerza visual y altos contenidos de impacto emocional. Porque nunca antes en la historia del cine se mostro con tanta crudeza, un momento vergonzante de la historia americana. El salvajismo, la falta de razón, e incluso los golpes bajos, aquí están justificados, y se presentan al servicio de una historia que atrapa al espectador desde el primer fotograma y no lo suelta hasta el último fundido a negro. Técnicamente plagada de virtudes, desde su fotografía hasta los encuadres, pasando por unos inquietantes planos secuencia. Y desde lo actoral, la cinta cumple con creces reuniendo un elenco en donde no hay puntos bajos y en donde el alemán MICHAEL FASSBENDER se luce en cada secuencia que le toca jugar. 12 AÑOS DE ESCLAVITUD es un clásico instantáneo, un filme que hará historia y que nadie debería dejar de ver.
Con toda la dureza de un caso feroz Lo que distingue especialmente a "12 años de esclavitud" es el respeto a una fuente literaria que separa este proyecto de cualquier otro que empiece explicando que se basa en una historia real. Es que el film relata un caso verídico, pero además, se basa en el libro que escribió el protagonista de esta historia. A mediados del siglo XIX, Solomon Northop era un hombre negro libre que vivía en un estado del Norte de los Estados Unidos junto a su familia, pero que mediante engaños fue secuestrado y vendido a tratantes de esclavos que a su vez lo subastaron en un estado esclavista del Sur, donde de malas a peores transcurrieron los 12 años a los que se refiere el título. Solomon, un hombre instruido a todo nivel, con conocimientos de ingeniería, que habia viajado conociendo incluso varias ciudades canadienses, y que tocaba muy bien el violín, de golpe, o más bien a fuerza de golpes, debía asumir la identidad de un esclavo analfabeto de nombre Platt. La sola idea de decir quién era realmente ponía en peligro su vida, igual que mencionar que sabía leer y escribir. Las penurias vividas por Northop en esos terribles 12 años conforman esta extensa y dura película del director inglés Steve McQueen ("Shame"), que si bien no siempre acierta con el estilo formal que el asunto requiere, finalmente triunfa solamente por centrarse en la historia original. Llama la atención que todos los detalles cruentos, incluyendo torturas, violaciones y humillaciones de todo tipo, algunas realmente siniestras, no hayan impedido las 9 nominaciones al Oscar de este film (incluyendo todos los rubros más importantes, entre ellos mejor película, mejor director, mejor guión y mejor actor para el excelente Chiwetel Ejiofor que interpreta a Solomon Northop). Esto también se dio hace poco con el "Django sin cadenas" de Quentin Tarantino, que si bien era una especie de western de fantasía y humor negro trataba temas similares, mientras que excelentes films sobre el tema de los abusos en los tiempos de la esclavitud, como "Mandingo" de Richard Fleischer, eran considerados simples desviaciones exploitation. En todo caso, excelentes actores como Paul Giamatti y sobre todo Michael Fassbender (nominado al Oscar para mejor actor de reparto) le dan toda la locura y bajeza necesarias a sus villanísimos personajes. En especial el de Fassbender, un psicópata que al decir del dueño de otra plantación "suele destrozar a sus negros" y que los utiliza para sus dementers diversiones, como hacerlos bailar por la noche en la sala de su mansión, es quien casi por momentos se roba el film, si se entiende el principio hitchockiano de que "cuanto peor el villano, mejor la película". Pero como ya mencionamos, el estilo del director por momentos le quita fuerza a una película que de todos modos permanece fuerte. Cuando ya casi alcanzando las dos horas de proyección, un cineasta elige sostener durante larguísimos segundos un primer plano del protagonista en silencio al mejor estilo del más snob "cine de arte", el espectador no puede evitar mirar el reloj. En todo caso, pese a estos snobismos y algún que otro esteticismo de McQueen (como culminar una escena de tortura salvaje con un hermoso amanecer sureño) la historia y las actuaciones son el fuerte de una película terrible pero que vale la pena ver.
Un más que acertado despliegue de narrativa visual El tema de la esclavitud es una cuestión complicada, ya que muchos de nosotros hemos nacido en libertad, y por lo tanto podemos empatizar pero no sentirnos identificados. Una cuestión muy distinta, y comparativamente más cercana a la identificación pero aun muy lejos de ella, es cuando uno siendo libre es arrojado a la esclavitud y debe tanto recuperar, redescubrir y volver a valorar esa libertad. ¿Cómo está en el papel? 12 Años de Esclavitud cuenta la historia de Solomon Northup, un violinista afroamericano nacido en libertad, que es engañado por dos hombres para luego ser vendido como esclavo, comenzando así la odisea de 12 años que reza el título, y sus vivencias con sus compañeros esclavos y diversos esclavistas que oscilan desde lo benévolo a lo completamente despiadado. El guion de la película posee una estructura completamente impecable; un ritmo narrativo que no le hace perder el tiempo al espectador. Ninguna de sus escenas esta de mas y en todas confluyen perfectamente el desarrollo argumental y de personaje. Lo que es de valorarse en este último apartado es la capacidad que posee para partir de un lugar común y luego evadirlo por completo. Aunque posee una perspectiva de la esclavitud que no es muy diferente de otros títulos que han tratado el tema, el guion se atreve a meter una cuota extra de dimensionalidad a los personajes, que nos permite ver que entre el sufrimiento, la valentía y la maldad yacen –si bien escondidas aunque muy arraigadas– la debilidad, el miedo y la cobardía. Esto se da en tanto los protagonistas como los antagonistas. Redondeando: Multidimensionalidad, solidez estructural y ritmo. Lo que se dice un guion muy bien escrito. ¿Cómo esta en la pantalla? Aplaudo sobremanera a Steve McQueen, a su director de fotografía Sean Bobbitt, y a su montajista Joe Walker. La economía de planos que posee esta película es brillante, la composiciones de cuadro son prodigiosas, y el montaje es de un acierto quirúrgico; de cortes precisos y no excesivos, cortes que justifican la progresión narrativa y emocional del relato en lo justo y necesario; una virtud que debería ser más apreciada en la actualidad. Por el costado de la actuación, Chiwetel Ejiofor, como Northup y Lupita Nyong’o, como su compañera esclava, entregan interpretaciones que conmueven lo suficiente para que comulguemos con el relato. Pero el pico más alto en el aspecto interpretativo de esta película lo alcanza sin lugar a dudas Michael Fassbender. Su Edwin Epps es una persona sádica y despiadada, pero muy en el fondo es cobarde, temerosa y llena de tristeza. Un mosaico de emociones que confluye a la perfección y se nota sobremanera en cada plano que le otorga McQueen. Conclusión Sin vueltas y al punto, este título es un despliegue narrativo que merece ser destacado. El director de Shame, nos ofrece Un planteamiento visual de mucha inteligencia y una ejecución tan sencilla que conmueve. Al servicio de un guion redondo e interpretaciones que hábilmente guían al espectador por el relato, incluso hasta con los silencios, hacen de este un titulo recomendable. - See more at: http://altapeli.com/review-12-anos-de-esclavitud/#sthash.t87DlNvI.dpuf
Lo peor de dos mundos Este filme cuenta una historia basada en la vida de Solomon Northup, quien habiendo nacido como una afroamericano libre en Nueva York -un hombre que tenia una profesión y una familia-, fue engañado y vendido como esclavo en el sur. Durante esos años Solomon (Chiwetel Ejiofor) vive una pesadilla, conoce todas las miserias de la esclavitud, el castigo físico y el psicológico, las condiciones miserables de las viviendas de los esclavos, y las horas interminables de trabajo en condiciones infrahumanas. En ese estado Solomon debe aprender a sobrevivir utilizando tanto los conocimientos y herramientas que adquirió como hombre libre y educado, así como los métodos de supervivencia que aprende de sus compañeros. Algo así como la cabeza gacha, y los ojos bien abiertos. La película no ahorra detalles para mostrar lo terrible de la situación que debe sobrellevar el protagonista, que por momentos parece demasiado, como los ruidos de los latigazos y las imágenes de la piel abierta; pero por otro lado tampoco ahorra detalles para mostrar lo bien que vivían algunos gracias a esta economía de mano de obra gratuita. Se nos presenta un relato muy realista de la esclavitud, no solo desde la piel del esclavo, sino también desde la mentalidad perversa de quien poseía personas como bienes, y abusaba de esta situación de todas las maneras posibles. Con excelentes actuaciones, una gran fotografía, y un sonido tal vez un tanto exagerado para hacer las escenas aún más dramáticas -como si no lo fueran de por sí-, la película retrata la vida de un sobreviviente, el sistema perverso en el que vivió durante doce años, y su lucha por resistir y volver a ser un hombre libre.
Los horrores de la esclavitud, de un pasado no tan lejano en la historia de Estados Unidos convoca al director Steve McQueen para mostrar las crueldades psicológicas y físicas, teñidas de delirios, culpas e interpretaciones religiosas que sufre el protagonista. Un hombre libre convertido en esclavo. Grandes actuaciones, intensidad, imágenes de estética impecables. Es una de las más nominadas a los premios Oscar.
"12 años de esclavitud" es una peli que viene ganando muchísimos premios y seguramente sea la gran ganadora de la noche de los Oscars, por lo tanto, esa es una de las razones por la que hay que verla. Las actuaciones, sobre todo la de Chiwetel Ejiofor y Lupita Nyong´o, son geniales, la dirección es fantástica, la fotografía, etc... nota para que tengas en cuenta, el corazón de la película, más que nada, es para ver y sentir el sufrimiento de los esclavos... creo que se podía contar lo mismo sin hacer que el espectador sufra tanto viendo imágenes de azotes sobre las pieles, golpes brutales, etc. Una película que ya sabes, tiene momentos muy impresionables, pero está muy bien... Quizás es un poco larga, pero se soporta (no es un castigo). ¿Será la gran ganadora de los Oscars?
La historia de Solomon Northup parece salida de una novela de Dickens. Desde que su libro de memorias se publicó en 1853 mucha gente en Estados Unidos solía pensar de esta manera, hasta que en 1968, un grupo de periodistas e historiadores lograron confirmar y documentar que todos los hechos que narró este hombre habían sido reales. El libro fue adaptado en el cine por primera vez en 1984 por uno de los grandes realizadores del cine independiente de ese país como fue Gordon Parks (Shaft).Un film que en su momento presentó un tratamiento bastante realista de la esclavitud. La producción de Brad Pitt que vuelve a trabajar esta historia para la pantalla grande profundizó mucho más esta cuestión y ese es el principal motivo por el que esta propuesta despertó tantos elogios en el último tiempo. Si viste la versión de 1984 la historia sigue siendo la misma. La novedad pasa por el modo en que el director Steve McQueen abordó el conflicto y su contexto histórico. Otro realizador independiente que en los últimos años se destacó por los filmes que hizo con Michael Fassbender, Hunger (2008) y Shame (2011), esta última estrenada en Argentina. 12 años de esclavitud básicamente es la antítesis de la recordada serie de televisión Raíces que presentó una mirada más light y hollywoodense de la esclavitud en Estados Unidos. Si hay algo que no se le puede objetar al trabajo de McQueen es su falta de rigurosidad histórica. La película es terriblemente brutal y tiene escenas fuertes de ver, que no dejan de ser una recreación realista de cómo se trataba a los seres humanos en el siglo 19 simplemente por tener un color de piel diferente. Un detalle que durante décadas el cine de Hollywood prefirió esquivar. Especialmente el período en que centra este film, cuando la esclavitud era legal y se veía como algo cotidiano en la sociedad norteamericana de aquellos días. Más allá del drama histórico, McQueen ofrece una interesante reflexión sobre la injusticia y la expresión del mal en los seres humanos. Otra virtud de este estreno es que vuelve a rescatar en la pantalla grande a un gran actor como Chiwetel Ejiofor, quien brindó su mejor interpretación hasta la fecha. Un artista que en el 2002 se destacó en Negocios entrañables, de Stephen Frears, y desde entonces no logró encontrar otro rol protagónico relevante. En 12 años de esclavitud estuvo rodeado de un gran reparto donde sobresalen Michael Fassbender, Paul Giamatti y Paul Dano, un muchacho que no deja de sorprender con sus apariciones en el cine. De las películas nominadas al Oscar esta es una de las imperdibles que consolida al director Steve McQueen, como uno de los cineastas más interesantes que surgieron en el último tiempo.
Tras dos películas que llamaron la atención en el mundo de los festivales pero no tuvieron demasiada presencia comercial, el británico Steve McQueen sorprendió al mundo con una película de corte algo más tradicional y con un guión narrativo bastante clásico como 12 AÑOS DE ESCLAVITUD. Sin embargo, para los que siguen su carrera desde el principio, es obvio encontrar en este filme los puntos en común con los anteriores. En principios, todos se centran en personajes que atraviesan situaciones más que angustiantes: un preso político en HUNGER, un adicto al sexo en SHAME y, bueno, un esclavo en 12 AÑOS DE ESCLAVITUD. En todos los casos, más allá de las particularidades, el eje parece estar puesto en la violencia física, en el dolor que experimenta el cuerpo y en la tortura psicológica que deben atravesar los personajes puestos bajo presión o soportando injusticias del tipo político. En lo que respecta a la puesta en escena, como casi era esperable de alguien que venía del mundo del arte, en sus primeros filmes McQueen se caracterizó por utilizar planos muy largos y observacionales, muchas veces exponiendo a sus personajes a situaciones de horror y tensión, y en todos los casos logrando transmitir una enorme violencia (física y/o emocional) a los espectadores, casi al límite de lo tolerable. Más allá del guión organizado más académicamente (escrito por John Ridley), en 12 AÑOS… McQueen sigue fiel a su forma de entender el cuadro cinematográfico como un espacio en donde, básicamente, se ejerce todo tipo de violencia. En cada personaje, entre los personajes y del director a los personajes y a los espectadores. 12-years-a-slaveNarrativamente es una película bastante sencilla. Se centra en Solomon Northup, un hombre negro que vive en libertad con su familia en la zona de Nueva York a mediados del siglo XIX pero que, engañado por dos artistas de circo, viaja a Washington a trabajar para ellos (es violinista) y terminan emborrachándolo y vendiéndolo como esclavo para unos traficantes sureños. Ya el título de la película lo deja claro: la historia seguirá a Solomon durante sus años de durísimo maltrato como esclavo, pasando por dos casas y patrones muy distintos entre sí (Benedict Cumberbatch encarna el primero y más amable, Michael Fassbender es el segundo y aterrador), mientras lidia con diversos problemas y complicaciones, además de ser testigo directo –y sorprendido– de los continuos y cotidianos crímenes que allí se cometen. El conflicto principal para Solomon es tratar de pasar lo más inadvertido posible y no crear problemas, pero le termina siendo inevitable. Si bien debe negar saber leer y escribir (no debe decir que es del Norte), es evidente que resulta más inteligente, capaz y participativo que los demás, por lo que inevitablemente complica su vida. Sea tratando de ayudar a una esclava persistentemente violada por su amo, inventando una forma de cruzar un río con una balsa y hasta colocando maderas en una casa en construcción, Solomon termina más de una vez castigado y azotado, ganándose enemigos por todos lados. 12 Years a Slave - 2014La película es –previsiblemente, tomando en cuenta el tema y el estilo de McQueen–, dura hasta lo insoportable. Y el director parece creer que hay algo de justicia poética en transmitir de forma muy vívida a los espectadores el sufrimiento de sus protagonistas, como si para entender la tortura haya que vivir algo parecido en la experiencia cinematográfica. El sistema es así desde el principio en el filme y ya de entrada vemos que la película presentará escenas difíciles de ver. Hay una secuencia filmada en un solo y largo plano coreográficamente muy elaborado en la que un vendedor de esclavos que encarna Paul Giamatti va mostrando a los compradores a los distintos “especímenes”, golpeándolos, tratándolos como animales y hasta destruyendo moralmente a una madre a la que separa de sus hijos. Son dos minutos, casi, que McQueen muestra en forma de abyecto ballet de humillaciones, prueba de que McQueen tiene pensado un plan bastante macabro para nosotros. Y el asunto sigue así. Las injusticias se apilan y las condiciones de vida son insoportables: un capataz le hace la vida imposible a Solomon cuando le discute algo, un patrón lo azota cada vez que cosecha menos algodón que lo requerido, y McQueen precisa mostrarnos planos secuencias con cada una de las torturas. La peor escena de ese tipo tiene que ver con otra esclava (interpretada por la nominada al Oscar Lupita Nyong’o), la desafortunada que cayó bajo la mirada obsesiva de su virulento amo. Pero aún en esa situación Solomon se ve cruelmente involucrado. 12-years-a-slave-michael-fassbender-600La película es ardua y siempre está al límite de los soportable. No por la tortura en sí, sino por la decisión de mostrarla de manera tan cruenta, como si el director necesitara probar que los actores también fueron azotados en el rodaje, prácticamente volviendo a repetir la situación. Hay otras elecciones que son discutibles, pero ya tienen más que ver con el guión. ¿Es necesario elegir a un “negro no esclavo” para pintar la esclavitud como si él fuera esclavizado “injustamente” y los otros no? ¿Es lógico que en una película sobre la esclavitud tengan mucho más desarrollo y escenas los actores blancos (patrones, esposas, vendedores, capataces y… Brad Pitt) que los esclavos, quienes salvo por el protagonista y dos mujeres, son como extras perdidos en el paisaje? Mi impresión es que se trata de una serie de elecciones dramáticas y de puesta en escena equivocadas por parte de McQueen, lo que no quita que la película sea intensa y dramáticamente potente. Pero eso se logra más gracias a las actuaciones de los protagonistas que a méritos de la puesta. Tanto Chiwetel Eijofor como la citada Nyong’o logran darle profundidad a sus personajes, en la mayoría de los casos gracias a sus rostros, sus penetrantes miradas y sus silencios más que sus palabras. El guión de Ridley no se caracteriza por la sutileza –muchos de los personajes parecen necesitar decir en voz alta cosas que deberían ser obvias para ellos– por lo que son las caras y los cuerpos de los actores los que parecen comunicar mucho mejor que sus palabras. 12yearslupitaEs muy probable que 12 AÑOS DE ESCLAVITUD gane el Oscar a mejor película. Es un tema importante y está tratado con la seriedad y densidad de un texto académico, pero no es una película que funcione en sus propios términos. Está pensada como medicina, como castigo, más cerca de la forma que Michael Haneke tiene de entender el cine (el espectador tiene que sentir en el cuerpo la culpa histórica de su clase o raza) que de una tradición clásica hollywodense, a la que responde más el guión. Es un choque raro, curioso, que genera algunos potentes momentos, pero que le da a la película un tono escabroso y un ritmo desacompasado que no termina de funcionar. Es como si McQueen se sintiera superior al guión y buscara sus resquicios para firmar su obra. Y en ese conflicto no parece ganar nadie.
El desprecio Una película como 12 años de esclavitud, que agrede sin miramientos la sensibilidad del público, que no conoce límites a la hora de desgarrar el cuerpo y la mente de sus criaturas, no merece demasiado respeto, ciertamente ni una décima parte de los elogios prodigados por la crítica de todo el mundo. La tercera película del mediocre Steve McQueen (parece empeorar un poco con cada nuevo trabajo) no aspira, como el cine de otra época, a emitir nada parecido a un mensaje; lo suyo pasa por otro lado, es el “testimonio” lo que le interesa, el narrar hechos verídicos que ya son, en un principio, brutales. Pero el espectador que caiga en la trampa tan vieja como inverosímil de creer que películas como 12 años de esclavitud existen porque “la vida es brutal”, estará olvidando que el cine, como cualquier otro arte, es un lenguaje elaborado a base de códigos y artificios, perfeccionado a lo largo de más de un siglo, en el que no caben los hechos tal cual ocurrieron. No leí las memorias de Salomon Northup sobre las que se basa la película, pero estoy seguro de que no hay allí nada parecido a un plano en el que se observa, sin cortes y bien de cerca, cómo se destroza a latigazos la espalda de un negro libre ahora secuestrado por una banda de traficantes de esclavos. O que en el libro no puede leerse algo como la imagen inesperada que irrumpe bruscamente, por obra de un montaje que busca el impacto a cualquier precio, del rostro de Salomon hinchado por la soga con la que lo levantan para ahorcarlo, impunemente y a plena luz del día, tres hombres dirigidos por un capataz vengativo. Pero la perversión de McQueen va más allá de la acostumbrada por las películas de esta calaña. Lo suyo no se reduce solo a la mostración y el regodeo sobre los padecimientos de los personajes (que son muchos y terribles) sino que también incorpora una dimensión ética que quiere pasar por un comentario lúcido, aunque oscuro, sobre la condición humana: no hay prácticamente ningún tipo de comunidad en 12 años de esclavitud, solo un montón de almas atormentadas que hacen lo posible para salvarse a ellos mismos, incluso si eso implica avalar o incluso participar de las peores y más sangrientas injusticias. El dilema planteado por McQueen es más o menos este: Salomon, que ingresa al mundo de la esclavitud desconociendo sus reglas, habrá de aprender a callarse ante las atrocidades cometidas a sus semejantes, pero ese silencio lo convierte a él también en responsable, entonces la película se encargará de subrayar su condición de cómplice en más de una ocasión, llegando al punto de sugerir que sus propios tormentos son en el fondo merecidos, como cuando permanece colgado por el cuello durante horas con los pies apenas apoyados en el barro, sin que nadie se acerque a ayudarlo. En esa escena, el encuadre, uno que solo realizaría un cineasta sádico y sin escrúpulos, cumple la función de observar las pequeñas torsiones que realiza su cuerpo para no perder el equilibrio, pero también de mostrar a los trabajadores de la plantación continuando con su vida cotidiana como si nada: allí, la película pareciera gritar que Salomon es víctima en realidad de sus propia moral egoísta y cobarde, para que el espectador que todavía no esté indignado con lo que se muestra crea que se encuentra frente a un retrato cruel, pero realista, del hombre. Todo resulta todavía más intolerable si se tiene en cuenta el hecho de que McQueen es claramente un director estéticamente sofisticado: sus tres películas, muy distintas entre sí, dejan entrever una solidez notable para la puesta en escena, en especial para la planificación del cuadro y para la utilización de la luz. Se percibe enseguida en 12 años de esclavitud, cuando la cámara hace sus largos planos secuencia, elaborados casi al borde del virtuosismo, que tanto reconocimiento le valieron de parte de la crítica (aunque lo que muestren esos planos al borde de la perfección sea la humillación y vejación de una mujer indefensa). También parece ser un buen director de actores: Michael Fassbender, por ejemplo, consigue integrarse perfectamente en cada uno de los mundos en los que lo colocó McQueen, por lo que no es aventurado decir que los actores del director de Hunger trabajan esforzadamente para cumplir con lo que se les pide. Aunque, ya se sabe, nada de esto, ya sea la calidad visual o de las interpretaciones, alcanza para salvar 12 años de esclavitud: una película, una obra de arte cualquiera, es algo muy distinto que la suma de sus partes, y una buena actuación aquí o un buen plano allá no la salvan de caer en el más absoluto de los desprecios. Para las películas como 12 años de esclavitud el realismo es solo una etiqueta bajo la que se trafica la explotación del sufrimiento ajeno como un mero espectáculo. Géneros como el terror o muchas de sus vertientes como el gore, por ejemplo, montan ese mismo show de manera transparente y honesta, sin el subterfugio de la ”historia real” ni aspiraciones de ningún tipo; el espectáculo no tiene otro fin que él mismo y no sirve a ningún interés extra cinematográfico, como el de tratar de explicar de qué manera funcionan los resortes insondables del alma humana (es posible imaginarse a McQueen apuntándonos con el dedo y preguntándonos, en cada escena truculenta: “Usted, ¿no haría lo mismo si fuera Solomon?”). Es un verdadero misterio que este adefesio haya recibido las loas inmerecidas que tantos textos le regalan. En última instancia, todo esto quizás signifique que mucha gente todavía gusta y disfruta plenamente de la exhibición de actos de tortura físicos y psicológicos, solo que en vez ir a buscar esos placeres en los baldíos de la clase B y los subgéneros menos prestigiosos, intentan procurárselos con películas oscarizables de grandes temas que les permitan creer que participan de algo más grande y noble, de alguna especie de cruzada progresista. O, en este caso, que de paso crean certificar que el mundo es un lugar horrible, como tratan de remarcarlo las películas cínicas que juegan el calculado juego del desencanto impostado.
¿Qué es lo que hace que uno siga mirando el derrotero de un hombre libre que de un día para el otro pierde su identidad?¿Qué es lo que hace que Steve McQueen logre una de las películas más contundentes sobre un período trágico de la historia norteamericana? Para saberlo hay que ir a las salas a encontrarse con "12 años de esclavitud"(USA, 2012), fuerte candidata a arrasar con los Oscar de este año y con todos los "condimentos" necesarios para poder entretener a todos por igual. La búsqueda del pasado de Solomon Northup (Chiwetel Ejiofor) es el vector de la película, ya que todo se dispara cuando esta persona despierta en un calabozo alejado de su mundo. Allí su suerte de otros tiempos, como distinguido caballero, miembro de la sociedad y señor de familia, termina, y su derrotero entre malvados dueños (Paul Giamatti, Bennedict Cumberbatch, Michael Fassbender) y el exceso de una exhibición carnicera a la que es expuesto durante 12 años lo cambia para siempre. Como toda historia de esclavitud hay planes frustrados para escapar, hay un regodeo con la humillación, pero en esta oportunidad el punto de inflexión es otro. Nosotros sabemos que Solomon es una persona culta y honesta, alguien a quien lamentablemente sus saberes no hacen más que atormentarlo sobremanera y a quien le aconsejan esconder todos estos atributos. "Usted es un negro extraordinario, pero no le servirá de nada" le dice Brad Pitt en una pequeña participación a Solomon (Pitt produce la película tambièn) haciendo referencia a sus conocimientos. Y el sabe que justamente es su perdición. Porque más allá que sea cuestionable un pensamiento como el que voy a exponer a continuación, es la justificación que McQueen hace de la descarnada situación personal del esclavo, el problema de Solomon no es sólo ser negro, sino que, principalmente, es ser una persona culta con conciencia social. A los otros esclavos, ignorantes, incultos, les va mejor que a él. Porque por ejemplo ante castigos a otros cuerpos miran hacia otro lado. Solomon no hace eso, cuando Patsey (Lupita Nyonng'o) es duramente es castigada (aún siendo la preferida del amo interpretado por Fassbender -Edwin-) sale a poner la cara por ella (más allá que el resultado no era el que buscaba). El dolor de los demás es suyo también. La maestría en la dirección y la belleza de muchas de las imágenes que contextualizan la historia, así como también una musica incidental sórdida pero efectiva, hacen que "12..." sea un producto por encima de la media en este tipo de historias. Para ir al cine sabiendo que la crudeza de las imágenes no dan respiro, pero que erigen una historia necesaria para seguir repasando períodos oscuros de la humanidad. PUNTAJE: 8.5/10
¡Todo lo alcanzarás, solemne loco, Siempre que lo permita tu estatura! Decía uno de los viejos poemas de Pedro Bonifacio Palacios (más conocido como Almafuerte) y es una frase que se puede pensar hasta para ver un partido de fútbol, pero hoy toca aplicarla al señor Steve McQueen y a su obra por el motivo del estreno de su última película, 12 Años de Esclavitud, a la que le dedicaremos las próximas líneas. ¿Cuál es la estatura de McQueen como director? ¿La pétrea, inmóvil y sin vitalidad Hunger o la gélida y vergonzosa Shame (calificar a Shame de vergonzosa no es jugar con las palabras ni adjetivar, cuando Michael Fassbender llora mientras coge la vergüenza ajena se apodera de cualquier ser humano con sentido común)? A priori parece una estatura bastante corta, y volviendo a la frase de Almafuerte y desarmándola, más cercano a lo solemne que a lo loco. No hay mejoras a la vista en 12 Años de Esclavitud, por el contrario, las pocas virtudes de sus anteriores películas se desvanecen y el esperpento crece en grosor y el relato se convierte esquemáticamente zonzo y televisivo...
Sadismo ilustrado La película 12 años de esclavitud está basada en el libro homónimo en el que el propio Solomon Northup reconstruye sus dolorosas memorias entre 1841 y 1853, una obra literaria de un valor histórico inobjetable. La lucha por la libertad nunca es abstracta. Establecido en Nueva York, durante un viaje de trabajo a Washington Solomon (Chiwetel Ejiofor) es engañado por unos traficantes de esclavos. De un momento a otro, lo que también implica un desplazamiento del norte al sur de Estados Unidos, su vida feliz junto a su familia en Saratoga Springs será sustituida por la miserable experiencia de convertirse en un esclavo. Después de un largo tiempo, Solomon conseguirá recobrar su libertad y librarse de su último dueño, Edwin Epps (Michael Fassbender), un demente capaz de combinar lecturas del Evangelio con castigos corporales diversos. Eso es todo. No es poco, pero el tema es cómo. No es la primera vez que Steve McQueen retrata una cuestión de extrema violencia en un contexto político. Hunger, su ópera prima, reconstruía la huelga de hambre del mítico líder irlandés Bobby Sands en una prisión británica. Las dos películas tienen una peculiar forma de filmar el padecimiento físico. Fassbender era entonces el protagonista (y la víctima), aquel que vivía en su propio cuerpo la represión de un gobierno. Aquí sintetiza el goce del poder. Gozará castigando a una de las esclavas que viola y gozará también cuando le pida a Solomon que se encargue de darle con el látigo hasta que la carne y el hueso de su sierva preferencial sean uno. Ese segmento es la culminación de una pedagogía para que el espectador sienta repugnancia. Ejercicio de empatía extrema sin mediación de la palabra. Es esto lo que le hacían a los esclavos. ¿Es suficiente? No es novedosa esta forma de ilustrar el sadismo (piénsese en La pasión de Cristo, que privilegiaba mostrar puntillosamente los suplicios de una divinidad). Pero en este modelo estético de impugnación las condiciones históricas y políticas de la esclavitud enmudecen. Todo remite a la maldad esencial de los hombres y no se examina qué tipo de organización social legitima una práctica. La sustitución de un realismo crítico por un realismo sádico termina envileciendo a los personajes como si cada amo fuera por naturaleza un depravado. De allí la unidimensionalidad de todos los personajes. O son buenos o son malos, pues en realidad son figuras conceptuales de un universo reduccionista. Es por eso que cuando en un plano en contrapicado vemos a una esclava cantar un spiritual junto a sus iguales, la película respira como nunca. La paliza se ha detenido un rato para todos.
Crítica de cine: 12 años de esclavitud Climas… eso abunda en este filme. Escenas que se detienen en un plano, para dejarnos en ese clima, para poder sentir lo que pasa alrededor y desesperarnos por la quietud del momento. Ese aspecto del filme “12 years a slave” es, a mi entender, un gran fundamento para entender la valoración que se la ha dado en las entregas de premios. Una película con una gran historia, actores que brillan en cada uno de sus papeles y un director con una gran capacidad para generar climas: una buena candidata. “12 años de esclavitud” está basada en relato autobiográfico de Salomon Northup, un hombre libre de Saratoga Springs, estado de Nueva York, quien fuera secuestrado y vendido como esclavo en Louisiana. El reparto cuenta con nombres como Michael Fassbender, Benedict Cumberbatch (el querido y nuevo Sherlock) y Brad Pitt, pero ellos no brillan tanto como Chiwetel Ejiofor (nominado al Oscar como mejor actor protagonista por este papel) y Lupita Nyong (nominada al Oscar a mejor actriz de reparto, también por esta película). Steve McQueen obtuvo 9 nominaciones al Oscar por este filme, entre los que se encuentra a Mejor Director y Mejor película. Muchas críticas contrarían esas nominaciones. Sin embargo, como les decía anteriormente, la cinta cuenta con hermosos climas y la historia nos logra atrapar acompañado por sus grandes interpretaciones… ¿cuánto más hace falta?
La verdad nos hará libres. Desde la invención de la escritura, el ser humano registra su presente y su pasado de una forma en la cual generaciones posteriores pueden consultar y aprender de la fuente original, la escritura, por lo tanto nos ayuda a trascender en cierto aspecto. El cine por su parte también comparte esa virtud, pero a diferencia de la palabra escrita que son simplemente símbolos que estimulan nuestra imaginación, el cine tiene una imagen y sonido concretos; no nos imaginamos, vemos. Esa característica del proceso cinematográfico es la que nos ayuda más a sentirnos en el lugar que se ve en la pantalla, de transportarnos de manera absoluta a otra realidad, poder vivirla en cierta forma. 12 años de esclavitud es una película que se vive en el cine, nos transporta a Georgia en un Estados Unidos esclavista y nos hace sufrir los padecimientos del protagonista y sus compañeros en la desgracia. Curiosamente la lectura y la escritura son dos capacidades que tiene el protagonista, y esa virtud no solo que no le sirve en su nueva obligación, sino que además puede ser peligrosa y hasta llevarlo a la muerte. En un mundo de falta de libertades y falta de expresión, donde los más poderosos oprimen a los más indefensos o a los distintos; ser educado, pensar, escribir y resistir, son graves ofensas y quizás es mejor esconderlas, para poder sobrevivir más efectivamente. En un mundo opresivo y con esclavitud pasó eso, y no se hasta que punto hemos realmente cambiado. En ese contexto se desarrolla la historia de Solomon Northup, interpretado magistralmente por Chiwetel Eijofor, un neoyorquino de raza negra nacido libre, trabajador y educado; que tiene talento para tocar el violín. Luego de irse de gira durante un tiempo con 2 artistas por Washington es secuestrado y llevado a Georgia para ser vendido como esclavo, ahí pierde su nombre y comienzan a llamarlo Platt y comienza a sufrir los padecimientos de su nueva condición. No solo pierde su libertad, sino además su identidad y posteriormente parte de su alma, demostrándolo e la destrucción de un objeto símbolo a la vez de su familia, pero a la vez de la opresión que sufre. Hasta ahí nomás contaré el argumento. Y cuidado si leen otras críticas porque casi seguro que les contarán el final. 12 años de esclavitud es un filme sobrio, de una narrativa muy clásica. Es casi un ejemplo de libro de texto de cine clásico. Con tomas muy prolijas y fijas y con un montaje tranquilo, pero contundente. Es un filme simple, pero efectivo; de una austeridad en el tratamiento notable. El filme es bastante violento, muestra de manera explícita los tormentos físicos y psicológicos a los que son sometidos los esclavos y por momentos cae en la crueldad, al igual que los esclavistas blancos del filme. Las actuaciones son muy destacadas, especialmente la del protagónico, la de Michael Fassbender que hace de uno de los dueños de Solomon Northup, y la de una de las esclavas interpretada por Lupita Nyong’o que es una mujer a la cual el personaje de Fassbender le tiene una apreciación especial tanto positiva como negativa. Algo que vale la pena destacar es como el director muestra de manera explícita como los blancos usaban la Biblia para justificar la esclavitud, ya que la misma en el antiguo testamento no solo que no prohíbe la práctica sino que da instrucciones explicitas del tratamiento de esclavos y en que casos se puede tenerlos. Curiosamente esos mismos esclavos son cristianos, cantan brillantemente y con fe y temen por sus almas. Una decisión valiente por parte del director, la de hacer ese análisis de una de las justificaciones teóricas de la esclavitud, o quizás podríamos decir, una de las racionalizaciones más bien. 12 años de esclavitud es una experiencia de vida, padecida si se quiere, en la pantalla cinematográfica. Nos invita a la reflexión, nos muestra una sociedad y un sistema en donde no se puede salir limpio, uno debe necesariamente hacer actos inmorales para seguir adelante y nos muestra como a su vez, para lograr lo que fuese, hay que hacerlo dentro del sistema, en este caso representado por el personaje de Brad Pitt en un rol muy pequeño pero importante. Vale la pena verla, me hizo acordar a La Lista de Schindler, aun cuando visualmente y narrativamente son filmes muy distintos. Duele verla pero a la salida del cine uno se va con una experiencia que queda, una historia que emociona hasta las lágrimas y una reflexión que permanece. Puntos a tener en Cuenta: Brillante interpretación de Eijofor, acompañada de excelentes Fassbender y Nyong’o, todos nominados al Oscar. El director se llama Steve McQueen, es británico, negro, y no tiene ningún tipo de relación con el actor que fue estrella en los ’70. La música es de Hans Zimmer, excelente, a veces atrevida, en el principio un poco intrusiva. Un filme duro, austero, sobrio y simple, pero contundente. Llevar pañuelo, emociona mucho. Basado en hechos reales El filme ganó en Festival de Toronto, y ganó el Globo de Oro, El premio PGA (ex aequo), y diversos galardones de críticos Título: 12 Years a Slave Dirección Steve McQueen Producción Brad Pitt Dede Gardner Jeremy Kleiner Bill Pohlad Steve McQueen Arnon Milchan Anthony Katagas Guion John Ridley Música Hans Zimmer Fotografía Sean Bobbitt Montaje Joe Walker Vestuario Patricia Norris Protagonistas Chiwetel Ejiofor Michael Fassbender Benedict Cumberbatch Paul Dano Paul Giamatti Lupita Nyong'o Sarah Paulson Brad Pitt Alfre Woodard . Por Cristian Olcina
Ejiofor es un negro emancipado, pero cae en manos de unos traficantes y es vendido como esclavo. Estamos en los años previos a la Guerra Civil. Y estará doce años, golpeado y desesperado, rodando entre plantaciones rotosas del sur profundo. Filme académico que no agrega nada nuevo a un tema que Hollywood, recargado de culpas y estereotipos, cada tanto retoma. Es prolijo y se mantiene en los límites de lo políticamente correcto. Es cruel y no ahorra torturas, pero no va más allá de ser un muestrario condescendiente y muy calculado sobre las penurias de este violinista bueno, culto y abnegado, un padre de familia a quien la esclavitud le quitó parte de su vida y de su dignidad. El filme entretiene pero no conmueve. Está bien ambientado y la historia, basada en un hecho real, interesa. Pero hay algo de catálogo de calamidades en estas imágenes que no transmiten ni la espesura de tanto dolor ni las profundas implicancias del tema. Steve McQueen parece regodearse en registrar en detalle los castigos físicos, pero su mirada no es rigurosa y sus personajes son muy esquemáticos y demasiado conversadores. Solo en algunos momentos (pocos) el filme se olvida de su cuidada puesta en escena para dejarnos algunos pincelazos sutiles sobre ese horror: el protagonista está colgado de un árbol y un plano largo registra la indiferencia de los otros negros. Es una secuencia implacable y silenciosa, una muestra de que el terror ya había aniquilado no sólo las espaldas sino también el alma de esos esclavos que tenían prohibido hasta la piedad.
Una dura historia sobre el racismo y la crueldad. "No quiero sobrevivir, quiero vivir”. -Solomon Northup. Esta historia basada en hechos reales se desarrolla en 1841, en los años previos a la Guerra Civil de Estados Unidos, el tema que aborda es el racismo, que al igual que el holocausto y la dictadura militar, son tramas bastante trilladas pero siempre resultan duras, dolorosas y crueles. Muchos recordarán en 1977 la serie “Raíces” y películas como:"El color púrpura", "Amistad", "Gloria", entre otras. A los espectadores casi siempre los lleva a la reflexión y al análisis. Una vez más este texto tiene mayor peso porque el protagonista Solomon Northup, existió y escribió un libro sobre su experiencia como esclavo a mediados del siglo XIX. La trama gira en torno a Solomon Northup (Chiwetel Ejiofor, “Niños del hombre”), un negro libre y respetado por su comunidad, con un talento especial dado que toca el violín, el vive feliz con su familia en Saratoga Springs (estado de Nueva York). Se relaciona con dos bandidos que le prometen un buen trabajo en Washington y termina siendo transportado al estado sudista (Louisiana), ahora en condición de esclavo. Así comienza su calvario y será propiedad de: el terrateniente Ford (Benedict Cumberbatch, “Star Trek: en la oscuridad”); Juez Turner (Bryan Batt) y el peor Edwin Epps (Michael Fassbender), un déspota que justifica todo maltrato a través de la Biblia, cruel, despreciable, sádico, odiable, tiene una mirada fría, comete todo tipo de injusticias, abusos, violaciones y barbaridades. Otros malvados son: el capataz de la plantación, Tibeats (Paul Dano, "Looper: Asesinos del futuro") que lo castiga por satisfacción y Freeman (Paul Giamatti) el vendedor de esclavos. El cineasta británico Steve McQueen (44) es un hombre de color, parte de su familia fueron esclavos, y este es un homenaje que le hace a Solomon Northup, como así también a todas aquellas personas que sufrieron esa época. Logra realizar una historia potente, con imágenes brillantes, tan bellas como poderosas y provocativas, una gran puesta en escena, perfecta ubicación de la cámara capturando a cada uno de los personajes, reflejando el horror y la crueldad, no se prohíbe de mostrar o sugerir nada, ni una humillación, ni un golpe. Además cuenta con una estupenda fotografía: esos pantanos, los cálidos tonos de amaneceres y atardeceres, le otorga un toque poético, triste, al igual que su música maravillosa. Correcta ambientación, vestuario y maquillaje, pero le sobran unos 20 minutos. Vuelve a trabajar con su actor fetiche, el talentoso Michael Fassbender como en: “Hunger” (2008) sobre la huelga de hambre irlandesa de 1981 y “Shame: sin reservas” (2001), habla de un hombre adicto al sexo. Ahora para este nuevo personaje busco en su voz un tono sureño, una gran actuación como ese ser despreciable, que se desahoga con los negros volcando todas sus frustraciones y odios, se enamora de una joven esclava Lupita Nyong'o la trata salvajemente y demuestra su poder ante su esposa Mistress Epps (Sarah Paulson) y ante todos los que lo rodean. Se encuentra nominado como Mejor actor de reparto para los Premios Oscar. El protagonista Chiwetel Ejiofor (nominado como Mejor Actor), transmite su tristeza, sus ojos reflejan todo su dolor, de ese hombre que perdió su identidad, ama a su familia e intenta volver a ella pese a los obstáculos. Como actores secundarios impecables los trabajos de :Paul Giamatti; Sarah Paulson; la casi debutante Lupita Nyong'o, nominada como Mejor Actriz de reparto, en su papel como esa joven esclava, expresa mucho en su rostro y una actuación asombrosa; el productor Brad Pitt es Bass el blanco bueno y un elenco brillante. Este es un film efectista donde el tema de la esclavitud es una de esas heridas y de esas vergüenzas que aún no se superan, el espectador siente cada escena, ese infierno, el calor de los pantanos, hasta se identifica y se involucra. Emotiva y que da como resultado esas películas que no se olvidan, además se muestra como era la economía en esa época, las complicidades, queda al descubierto lo peor del ser humano y la historia deja varios mensajes. Es muy posible que se lleve el premio de la Academia de Hollywood de este año.
Para su ingreso al mundillo de Hollywood el realizador británico Steve McQueen vuelve a retratar una historia real (como lo había hecho con su opera prima Hunger). Se trata de un recorte de la vida de Solomon Northup, un hombre negro que era libre antes de la abolición de la esclavitud y pese a ello fue secuestrado y esclavizado a lo largo de un decenio. McQueen es un cineasta talentoso, y en 12 años de esclavitud esto queda de manifiesto en todo momento. Hay rigor en las actuaciones (muy merecidas la nominaciones de Chiwetel Ejiofor, Michael Fassbender y Lupita Nyong’o) y en el tenor del relato, así como un ritmo cadencioso y constante que permite el disfrute de la obra. El director se muestra especialmente hábil a la hora de reconstruir cinematográficamente un espacio determinado (en este sentido es notable la secuencia en la que el protagonista permanece colgado). Pero da la sensación de que esta película llega algunos años tarde. En las últimas temporadas hubo una serie de filmes que abordaban la temática de la esclavitud como gestas políticas (Lincoln), colectivas (Django sin cadenas) y hasta una actualización social de la problemática a través de los descendientes de esos esclavos (Historias cruzadas). En ese contexto esta batalla de un solo hombre reviste un interés algo menor. Por ese motivo señalaba al comienzo del artículo que lo que se representa en escena es tan solo un recorte de la vida de un hombre. La historia de Solomon tiene aristas mucho más interesantes, como es su activismo político. Northup se convirtió en activista del movimiento abolicionista que brindó conferencias y ayudó a otros esclavos fugitivos pero Steve McQueen solo lo menciona fugazmente en una serie de frases que aparecen antes de los créditos de cierre 12 años de esclavitud alcanza el clímax de emotividad sobre el final del relato, es entonces cuando puede sensibilizar profundamente al público. Porque esa es la apuesta y esos son los logros de esta película: emoción y rigor. Algo menos que en la obra precedente de Steve McQueen, algo más que la media del cine estadounidense. Por Fausto Nicolás Balbi fausto@cineramaplus.com.ar
Yo, un negro El cuerpo como medio de resistencia, como materia que soporta los embates de nuestros conflictos: de eso parecen ocuparse las películas de Steve Mc Queen (1969, Londres, Inglaterra). Sin embargo, no son exactamente lo mismo Hunger (2008), Shame (2012) y su flamante 12 años de esclavitud (2013). Su ópera prima reconstruía la huelga de hambre de un líder irlandés en una prisión británica con una planificación meticulosa y una precisa estructura narrativa, incluyendo el registro con un plano fijo de un extenso y revelador diálogo que funcionaba como bisagra entre dos partes bien diferenciadas. Otro tipo de cálculo se apreciaba en su segunda película (cuyo protagonista vivía con culpa su tendencia a satisfacer compulsivamente sus deseos sexuales), en la que la provocación parecía un fin y no un medio, y la estética publicitaria un obstáculo para transmitir sentimientos turbios. 12 años de esclavitud es, finalmente, un poco híbrida, con algo de esa frialdad de la que al director le cuesta desprenderse (tal vez por provenir del campo de las instalaciones audiovisuales y la experimentación plástica) interceptada por arrebatos violentos que llevan al espectador a experimentar incomodidad y angustia. Basada en las memorias de un tal Solomon Northup, hombre negro cuya vida apacible en Nueva York, a mediados del siglo XIX, dio un vuelco al viajar engañado a Washington y ser vendido como esclavo a unos traficantes sureños, es una de esas películas que vuelve a poner sobre la mesa la discusión: ¿cómo exponer en el cine la injusticia, el sufrimiento, el dolor? Decía Jacques Rivette, en su famoso artículo en Cahiers du Cinema sobre la abyección: “Digamos que podría ser que todos los temas nacen libres y en igualdad de derechos. Lo que cuenta es el tono, o el acento, el matiz, no importa cómo lo llamemos: es decir, el punto de vista de un individuo, el autor”. Precisamente, algunas decisiones tomadas por Steve Mc Queen (junto al guionista John Ridley y el fotógrafo Sean Bobbit), resultan discutibles. Los planos de amaneceres, de una luna blanquísima o de ramas de árboles suavemente mecidas por la brisa, apuntan a una visión bucólica que nada tiene que ver con el padecimiento de los personajes. Y si bien, a diferencia de otras películas de época, no hay exuberancia de vestidos y decorados, el acento está puesto más en el detalle formal que en la emoción, por lo cual al encuadrarse un rostro o un gesto parece estar apreciándose parte de una estatua o de una figura retratada en un cuadro. Sólo a veces el director logra transmitir vívidamente sensaciones superando la mera contemplación, como cuando, elipsis mediante, muestra a Solomon (Chiwetel Ejiofor) recostado sobre una almohada dentro de la mansión inmediatamente después de una escena en la que es castigado. Todo esto no significa que 12 años de esclavitud no sacuda en varios momentos. El problema es que, si lo consigue, no es porque el espectador se identifique anímicamente con los personajes –poco se intuye de sus vidas– sino por la crueldad de las escenas en las que son maltratados los esclavos. Ahora bien, respecto a estas últimas: ¿era necesario regodearse en ese sadismo? ¿Hace falta recordarle al público la desesperación que significa un simulacro de ahorcamiento o el dolor de latigazos sobre la espalda? ¿Acaso esos impactos dramáticos no llevan a relegar los resortes políticos y sociales que permitieron durante tanto tiempo que el racismo y la esclavitud se naturalizaran en Estados Unidos (y no sólo allí)? ¿Representar padecimientos es sólo cuestión de realismo? Por otra parte, que el film se centre en unos pocos personajes desperdigados no ayuda a percibir toda una masa de víctimas y victimarios detrás. De todos modos, hay que reconocerle a 12 años de esclavitud algunos aciertos. Nunca abandona el punto de vista de los sometidos: de hecho, debe ser una de las pocas películas de ficción sobre el tema cuyo protagonista es un negro que sufre la esclavitud y no un blanco que los defiende. Hay momentos en que ambos mundos (blancos dominadores – negros dominados) colisionan, con algunos enfrentamientos físicos –en los que intervienen los personajes de Paul Dano y Michael Fassbender– que funcionan como liberación para el espectador. Mostrar a la mujer del malvado amo (Sarah Paulson) casi tan cruel como él, ensañándose especialmente con la joven negra a la que su marido continuamente humilla (Lupita Nyong’o, quien, más que actuar, se entrega físicamente a un personaje mortificado hasta lo intolerable), es una buena manera de no redimirla, evitando el lugar común de mostrar compasión en los personajes femeninos. Incluso el hecho de que Brad Pitt asome distraídamente, sin crear previamente expectativas sobre su aparición en cuadro ni permitiéndole tics o gestos temperamentales, se opone saludablemente a la devoción por el divismo de Hollywood. El planteo de la pasividad, del cuerpo entregado, como peculiar forma de intransigencia (o de supervivencia) recuerda a Hunter. Más interesante es la circunstancia de que quien es esclavizado acá escapa al estereotipo, enfrentándose a una situación de atropello imprevista y al deseo y la posibilidad de escapar (un poco como ocurría en la argentina Crónica de una fuga, de Adrián Caetano), porque, de esa manera, se sale un poco del molde. Otra de las puntas que este film desparejo ofrece para la discusión.
Después de un comienzo autocomplaciente -el color de la piel del protagonista parece solo una curiosidad a mediados de 1800, en medio de una población mayoritariamente blanca- “12 años de esclavitud” entra de lleno en el horror de esa práctica, legal en esa época en los estados del sur de Estados Unidos, pero no en el norte. Lo hace de la manera más cruel: la traición. Solomon Northup, negro, libre y músico, es estafado, separado de su familia, vendido como esclavo y enviado al sur. La historia de Solomon es real y la dejó escrita en un libro del mismo título. El director Steve McQueen (“Hunger”, “Shame”), la rescató del olvido y obtuvo una película impactante, cruel y conmovedora. “12 años...” muestra su parentesco estilístico y narrativo con los filmes anteriores del director -en los tres casos a cargo de Michael Fassbender-, más cercano al cine de autor e independiente que al industrial, como el plano secuencia, el detalle, los silencios y un gran trabajo de edición de sonido, fotografía y montaje. En el último año dos películas se dedicaron a explorar desde distintos puntos de vista la esclavitud, “Django sin cadenas”, de Tarantino, sobre la liberación y la búsqueda justicia por mano propia, y “El mayordomo”, de Lee Daniels (dos Oscar por “Preciosa”) con una historia inversa, la de un hijo de esclavos que viaja al norte progresista y asciende en la escala social sin olvidar su pasado. Pero en “12 años...”, Solomon no tiene tiempo para pensar en una revancha, justicia o progreso: solo intenta sobrevivir. Y si lo logra, quizás, recuperar su dignidad.
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De lo complejo a lo básico 12 Years a Slave viene a representar el miedo de todo cinéfilo que se entusiasma con un determinado realizador. En este caso, el prometedor Steve McQueen, quien debutó con la impresionante Hunger (2008), película que para muchos es una de las mejores óperas primas del comienzo de este siglo XXI. Luego McQueen retomaría la acción con la polémica Shame (2011), donde repitió a Michael Fassbender en el protagónico y lo volvió a llevar al extremo con su actuación, permitiéndole al actor alemán brindar una de las mejores performances de su carrera, sino la mejor. El riesgo tanto artístico como narrativo son características fundamentales del éxito de estas dos notables obras, siendo Hunger una película de una intensidad visual que difícilmente este director inglés pueda volver a alcanzar, mientras que el humanismo impreso en el trabajo con los actores en Shame, más una o dos escenas memorables (el que la vio, no pudo haber quedado indiferente ante Carey Mulligan cantando “New York, New York” en primerísimo primer plano), será recordado como otro punto alto en su temprana carrera. Y con ese bagaje llega esta nueva película suya, que se traduce en una desilusión total. 12 years a slave es académica, básica, melodramática, exagerada y excesiva en todos los sentidos. Es una película que McQueen, más del palo indie, seguramente la hizo pensando en la temporada de premios. Y no sorprende que sea una de las más nominadas para los Oscar, ni que haya ganado el premio a Mejor Película en los Globo de Oro, y que probablemente gane tantos otros premios más. Dentro de su falsa y calculada crudeza (muy alejada de la destreza con la cámara en el hiperrealismo de sus anteriores dos films), se esconde una superficialidad y un tono totalmente amable para con el espectador, que si se deja engañar quedará encandilado con la supuesta intensidad del relato de un hombre afroamericano que es privado de su libertad para trabajar en la zona rural de New Orleans, cuando allí todavía era legal la esclavitud. Este tipo de películas prácticamente se dirigen solas, en piloto automático. Un drama que hace que cada tanto Estados Unidos reflexione sobre su pasado (y su presente) y haga mea culpa, como si hiciera falta aún, con un desfile de súper-estrellas de Hollywood (sobre)actuando de a ratos como si sólo quisieran formar parte aunque sea un poco de este proyecto destinado a ganarlo todo. Este tipo de películas dan asco. El único que se salva de la hoguera es, precisamente, Fassbender, quien a tono con el relato teatral y maniqueo siempre está en el mismo nivel y brinda un par de escenas escalofriantes en su actuación. El protagonista, Chiwetel Ejiofor, también se salva bastante, pero sólo por sus escenas con Fassbender (se destaca la charla a la medianoche con ambos abrazados amenazadoramente, sólo iluminados por un candelabro, con uno intentando persuadir al otro sobre una mentira). El resto, todos sobreactuados de forma espantosa e insoportable en sus participaciones, con Brad Pitt, también productor de la película, haciendo de un prototipo de Abraham Lincoln redentor y todopoderoso, como el colmo de los colmos. Este tipo de películas indudablemente funcionan muy bien en Estados Unidos, tanto para la taquilla como para la temporada de premios, ya que críticos y público con ojo poco entrenado siempre suelen caer en la trampa de este tipo de obviedades en donde cada uno de los elementos del relato están hechos con la única intención de conmover de forma berreta para ganar algún reconocimiento.
Los pliegues de la historia Steve McQueen, cineasta con nombre de actor icónico de los ’70, es un británico descendiente de africanos que hasta ahora había ofrecido dos films muy diferentes entre sí pero igualmente notables: Hunger y la reciente Shame: Sin reservas, acerca de un sexópata incapaz de reconocer su capacidad de amar. Ahora arriba una película fuertemente vinculada a sus ancestros, y a pesar de no ser estadounidense logra con 12 años de esclavitud una lacerante, estremecedora y verosímil visión acerca del execrable período de la esclavitud en gran parte del territorio de América del Norte. Además de narrar con inmensa convicción y talento el drama de un hombre libre convertido en esclavo, el realizador, candidato al Oscar como mejor director, le otorga nuevos matices a una temática sumamente transitada por el cine, que últimamente, acaso por la presencia –inédita en la historia política estadounidense– de un presidente afroamericano, se ha reforzado con títulos como la excepcional Django sin cadenas de Tarantino, y la correcta y emotiva El mayordomo. Entre una con toques claramente bizarros y otra seria y circunspecta, surge ahora con fuerza arrolladora 12 años…, para nada divertida o paródica, pero dotada de un realismo que no desdeña la poesía visual ni la expresividad narrativa. Y con aspectos poco abordados en el cine, como ese acercamiento a hombres de color de la época que formaban parte de la alta sociedad de los Estados Unidos y que nada tenían que ver ni con la servidumbre ni mucho menos con la esclavitud, a través de un protagonista engañado, secuestrado y vendido como una mercancía más, como sucedía habitualmente antes de las medidas abolicionistas de Lincoln y otros estadistas. La excelente, conmovedora y hondamente humana labor de Chiwetel Ejiofor cobra aún mayor intensidad ante la interacción de un elenco de figuras que incluye a Michael Fassbender, que vuelve a sorprender componiendo a un ser abominable.
La esperanza, con dosis de crueldad y sadismo son los temas de “12 años de esclavitud” Steve McQueen, artista visual, ganador de varios premios en esa disciplina, consigue con su primer filme, “Hunger” (El Hambre-2008), vencer en Cannes, (Caméra d'Or) y en el Festival de Sídney, con su segunda película “Shame” (Vergüenza) gana el premio FIPRESCI en el Festival de Venecia 2011 y se instala como uno de los realizadores más prometedores de la nueva generación. Una breve carrera cinematográfica, muchos premios y un futuro promisorio es el de éste talentoso realizador británico. Su destreza detrás de la cámara, cimentando mundos infames, es sólo comparable con Akira Kurosawa. Hasta hoy ningún director se implantó profundamente en el espectador dejando, al mismo tiempo, una sensación de amargura, crueldad, sadismo, dolor y reflexión. En “12 años de esclavitud” la historia es contada por Solomon Northup en su libro de memorias "Narrativa de Solomon Northup, un ciudadano de Nueva York. Secuestrado en la ciudad de Washington en 1841, y rescatado en 1853 de una plantación de algodón cerca del río Rojo, en Luisiana”, parece salida de las novelas del realismo social de Nikolai Gogol (“Almas muertas”, 1842), o “Alekséi Pisemski” (“Mil almas”, 1858), o Dickens. Desde que su obra se publicó en 1953 críticos y estudiosos pensaron que era un símil de aquellas, hasta que en 1968, un grupo interdisciplinario de historiadores, filólogos, periodistas y sociólogos, lograron confirmar y documentar que todos los hechos narrados por el escritor existieron. La nueva propuesta (hubo una anterior muy realista realizada por el director Gordon Parks), “12 años de esclavitud” retoma el conflicto y su contexto histórico, pero apunta a la degradación humana, al mal trato, y a la inescrupulosidad, desde el punto de vista de un hombre libre que se torna esclavo, y por lo tanto su mirada sobre la realidad es mucho más crítica que la de los esclavos mismos. Porque él conoce el potencial de la libertad y los otros ni siquiera lo perciben. No saben leer ni escribir y por lo tanto no se enteran que existen leyes o posibilidades de escape. Para ellos la única salida posible es la muerte. “12 años de esclavitud” no es la primera película sobre la esclavitud en los Estados Unidos, ni será la última, pero sí muestra con crudeza los hechos que realmente sucedieron, no por ser contados en tradición oral, sino de primera mano, como “Chickamauga”, uno de los cuentos sobre la “American Civil War” que escribe Ambrose Bierce (destacado corresponsal de guerra) en 1891. Harreit Beecher Stowe desde la ficción, con “La cabaña del tío Tom”, también se refiriere a la esclavitud y la perversidad de los blancos. Se publica por primera vez el 20 marzo de 1852. La única temática de la historia fue la maldad y la inmoralidad de la esclavitud, pero con un subtema de base: la separación de las familias, que la narración de Northup confirma. En la historia de la humanidad (recorriendo la Biblia, la “Ilíada” o la “Odisea”, etc..., siempre hubo esclavizadores y esclavos egipcios, asirios, persas, griegos, fenicios, romanos, hasta las últimas variaciones en el siglo XX: nazismo y stalismo. En la actualidad, aún, hay mano de obra esclava en América, África y países del Asia, especialmente debido al hambre y con aquellos hombres, mujeres y niños llevados con engaños o raptados: a destilerías de cocaína, talleres clandestinos de ropa, o trata de blancas, etc. “12 años de esclavitud”, escrita por John Ridley y dirigida por Steve McQueen, cuenta la historia real de Solomon Northup, un hombre libre afro-americano que, en 1841, fue secuestrado en las calles de Washington, y vendido a unos traficantes de negros. Luego de mantener sus esperanzas intactas durante 12 años, un encuentro casual con un abolicionista canadiense (Brad Pitt) le permite cambiar el rumbo de su vida y reunirse con su familia. En el excepcional testimonio histórico se muestra como aún siendo esclavo -físico-psicológico y emocional- una parte de su espíritu se mantuvo fiel a su cultura e intelectualidad. El violín o la música lo salva de situaciones más dolorosas o de la muerte (igual que los músicos judíos en los campos de concentración), lo que permite en el film una doble lectura sobre la situación de los negros. Mientras que en el Norte podían experimentar algunos privilegios de los blancos (aunque no podían votar) como la libertad de movimiento, poseer una casa, tener un carruaje, etc., en el Sur eran tratados de modo infrahumano. Pero en ambos casos siguieron siendo individuos negros en la América anterior a la guerra civil y aún después de la unificación, hasta Martín Luther King. “12 años de esclavitud” es a la vez una historia familiar, extraña y profundamente americana del siglo XIX -adorado por Hollywood–, durante el cual la burguesía altamente paternalista mantuvo una doble moral, y sus plantaciones, casas señoriales, y sus modales gentiles sirvieron como telón de fondo para las grandes monstruosidades que cometieron. Otra película que recuerda estas atrocidades es “Mandinga” (1975) de Richard Fleischer, con James Manson y Susan George. En “12 años de esclavitud” la narración comienza con Solomon ya esclavizado en una plantación de caña de azúcar. Una serie de flashbacks cambia la intriga a la época en que Solomón, vivía en Nueva York con su esposa e hijos, y acepta un trabajo propuesto por un par de hombres blancos para tocar el violín en un circo. Pronto los tres están disfrutando de una noche en Washington, sellando su camaradería con vino y la convicción tácita - aunque sólo sea por parte de Salomón - de una humanidad compartida, una ficción que se evapora cuando se despierta a la mañana siguiente con grilletes. En Louisiana, Salomón es vendido por un comerciante brutal (Paul Giamatti ) a un propietario que parece ser un hombre bueno, William Ford (Benedict Cumberbatch), pero su enfermizo capataz (Paul Dano) hará que se vea obligado a venderlo a un fanático, loco y borracho, Edwin Epps (Michael Fassbender), que a su vez lo presta para saldar una deuda. En las primeras escenas de “12 años de esclavitud”, se ve a Solomon Northup (Chiwetel Ejiofor) feliz, en New York, despidiendo a su mujer que se va de viaje con los hijos. La cámara se detiene unos minutos en detalles sensuales, como el abrazo a familia, el adiós desde la puerta del carruaje a los que se marchan, luego un repaso atento a sus manos y su entrada otra vez a la casa. Este tipo de mirada sin premuras, como si el cine sólo fuera un acto de observación más que de reconstrucción, son las que anticipan en el espectador un efecto de inseguridad. Parte de la importancia de las memorias de Northup, y del filme, son las descripciones de la vida cotidiana, que Steve McQueen recrea, con disímiles texturas que intercambia con ritmos diferentes, a escenas de privaciones y crueldades extremas de la esclavitud, a las que siguen otras que se relacionan con un paisaje de gran majestuosidad y un vacío infinito, continuadas por otras con trabajo y rutinas de sol a sol, o veladas musicales en las cuales un conjunto de negros conforman la orquesta, junto con las intimidades inquietantes que se producen entre los propietarios. En un orden desplegado de secuencias el realizador proyecta una oleada de planos que van desde lo estático a otros planos secuencia de increíble densidad, y primeros planos enfocados a valorizar la vergonzosa actitud malvada del hombre blanco. La música de Hans Zimmer da los tonos exactos al cruel y sangriento drama. “12 años de esclavitud” es despiadada, vil, descarnada, valiente, desgarradora, agresiva. En ella puede observarse la excesiva tendencia de mostrar el desgarramiento de un hombre, linchamientos y muertes, hambre, cinismo e hipocresía expresados con todos los medios que posee hoy la cinematografía. Detrás de ella se vislumbra la trama oculta de la narración que es la esperanza. Ésta será lo único que puede mantener vivo al hombre a pesar de los sufrimientos, como sucedió con los macabeos, Spartaco, los judíos de Auswich o Treblinka, los hombres y artistas condenados a los Gulag y otros tantos héroes anónimos que lucharon por su libertad. En síntesis “12 años de esclavitud”, es una historia real sobre la esperanza, la dignidad y el deseo de vivir.
Un descenso hacia la oscuridad Algo más turbio que la historia que retrata es lo que se respira en el film. Un mismo malestar ya presente en los títulos previos del realizador. Lograr momentos límites, casi insoportables. Seguramente, 12 años de esclavitud deba lidiar con la mirada torva que sus nominaciones al Oscar (nueve) concitan. A su vez, inevitable, con la corrección política que caracteriza al premio. Ni qué decir de la incidencia directa de la Casa Blanca: Michelle Obama fue la encargada de entregar el Oscar 2013 a Argo, de Ben Affleck. El panorama de Hollywood nunca fue tan pobre. El Oscar es irrelevante desde hace tiempo, tanto como hoy lo es Hollywood. Más interesa pensar por dónde pasan las preocupaciones de su realizador, el inglés Steve McQueen, cuyos films previos permiten completar una mirada autoral: Hunger (2008), Shame (2011). Los dos con protagónicos insustituibles de Michael Fassbender; en el primer caso, desde la caracterización de Bobby Sands, integrante del IRA fallecido en la prisión de Maze, a partir de una huelga de hambre; en el segundo, a través de una de las mejores caracterizaciones que el último cine ha dado sobre la alienación en la gran ciudad (con Carey Mulligan interpretando la versión más triste de "New York, New York"). Ambos, un tour de force que sumerge al espectador en una dolencia aparentemente física. Es decir, McQueen propone momentos explícitos, a veces terribles, donde los cuerpos culminan por llegar al límite. Una vez allí, la percepción ya es otra, se arriba a algo distingo, casi sonámbulo, de dolencia espiritual. No porque ésta aparezca una vez alcanzado este umbral, sino porque es allí cuando finalmente puede percibirse que el drama ha sido siempre esencial, profundo. El dolor, por eso, como calvario. Cuya exposición no es laudatoria, sino de denuncia; esto es: el mecanismo del dolor como justificación que la sociedad encuentra para sí, ritualizado de maneras simbólicas y religiosas. El cine, otra de estas expresiones, acusa recibo y plasma la violencia física. Pero el cometido es otro. Lo predicho replica en 12 años de esclavitud, film que no sólo vuelve sobre tales temáticas, sino que encuentra su móvil en otro personaje cierto: Solomon Northup (Chiwetel Ejiofor), ciudadano del estado de Nueva York que fuera secuestrado y vendido a plantaciones sureñas, años antes de la Guerra Civil. Más allá del relato histórico, sintetizable en una sinopsis, lo que inquieta del film es la manera a través de la cual encuentra allí su fundamento. Y lo que expone no es ninguna lección de manual -algo que, de todas maneras, fácilmente podría también extraerse y reprochársele al film- sino un descenso hacia la oscuridad, hacia lo bajo, amparada en la direccionalidad misma que la relación nortesur señala. Abismarse, en una palabra. Y tratar de encontrar, antes que una respuesta, la pregunta: ¿la violencia es evitable? Por ello, además de ser un film sobre el esclavismo, es una película que refiere preocupaciones temáticas, distinguibles en su director. Allí es donde importa la propuesta, preocupada por algo mucho más profundo, que culmina por exceder el tema que retrata: cuando se alcanzan los momentos límites, cuando ya no queda por ver más que la carne desgarrada por el látigo. Imagen que el film expone y que podría confundirse con gratuidad, pero nada de esto hay en la película sino, antes bien, una confluencia de situaciones, de posibilidades de montaje, que obligan al paso último. Luego de ello, ya no habrá más que ver porque, de lo contrario, no sólo habría gratuidad sino también obscenidad. En este sentido, fue curiosa la animadversión que, en su momento, provocara el desnudo frontal de Fassbender en Shame, cuando el film sucedía, precisamente, de manera vasta -nunca particular-, con conciencia de su totalidad, de su montaje. En el caso de 12 años de esclavitud se asiste a un despojo progresivo, de movimiento alternado. Progresivo en el sentido del ir dejando atrás lo que ya no es (libertad, ciudad, familia, vivienda, afecto, música), alternado en cuanto a la imbricación narrativa que del montaje resulta: Solomon inicia a los ojos del espectador como esclavo y no como hombre libre. Este no es un detalle menor, sino una decisión: la postal de los negros esclavizados -Solomon entre ellos, el espectador lo reconocerá luego-, con la voz del hombre blanco como sonido primero. Así comienza el film, luego habrá tiempo para desandar lo visto y explicar cómo se llegó hasta allí. Lo que implica un desafío: el grupo de esclavos -de negros amontonados- no escandaliza, así como a nadie interesa distinguir sus rostros. La película, entonces, es una propuesta compleja. Ahora bien, allí cuando ya no se pueda retratar lo que subyace entre tanto desprecio, lectura bíblica, sistema económico, guerra incipiente, aparecen las palabras. Quizás algo evidentes, pero suficientes: el cruel amo de la plantación (Fassbender) -punto último en una escalada que incluye a otros, más o menos benévolos, pero todos engranajes concientes de un sistema perverso- culmina por azotar a su esclava dilecta, mientras Solomon le reprocha el pecado cometido. La respuesta de Fassbender es perfecta: nada de pecado, "con mi propiedad puedo hacer lo que quiera".
Un film políticamente correcto A veces cuando un director hace una muy buena opera prima y su segundo film es aun mejor, la tercera crea muchas expectativas. Más cuando dicho director es un ingles que se le anima a un tema tan urticante para los americanos como es el de la esclavitud. Steve McQueen, de él estamos hablando, nos sorprendió con sus primeros Films, sobre todo con el segundo (Shame) que aquí en nuestro país incomprensiblemente no se proyecto en una cadena importante de cines por la crudeza de sus imágenes. Aquí McQueen narra la historia verídica de Solomon Northup. El caso real ocurrido en 1850 sobre un negro libre quien vive en New York pero que por una maniobra de unos mercenarios mercaderes es vendido como esclavo en el sur donde termina trabajando en unas plantaciones en Luisiana. Allí es despojado no solo de su privilegios y derechos de hombre libre, de su familia y también, y por sobretodo, de su dignidad. Más allá de muy buenas actuaciones y una factura técnica impecable, esa frialdad que a McQueen le sirvió en Shame, le resta en “12 Años de Esclavitud”. Logra una muy buena visión pero vista muy de afuera, como quien no quiere entrometerse en la historia y convierte a un hombre que aparentemente ha perdido todo en un ser demasiado cerebral para las circunstancias que lo rodean. El film no llega a lograr que el espectador se conmueva ni en los momentos más dramáticos. Quizás ese haya sido el objetivo de McQueen, pero sus lauros anteriores ni la frialdad impuesta hacen que uno se comprometa con la historia más allá de seguir pensando que lo que se hacía con los negros era una brutalidad atroz. Uno no se va a poner a discutir si esta bien otorgado el Globo de Oro a mejor film dramático o las nominaciones de los Oscar (9), donde parece pesar y sumar muchos puntos el tema más que el film. “12 años de esclavitud” es un film correcto política y técnicamente, pero no más que eso.
12 años de esclavitud es una muy buena opción en la cartelera de cine siempre y cuando no seas muy sensible y no te dañen este tipo de historias. Si bien el resultado final es muy bueno, no podemos decir que es "la" película sobre la esclavitud, ya que prácticamente todas muestran y denuncian lo mismo. Pero lo que la destaca sobre las otras es que no sólo se queda en...
VideoComentario (ver link).
Los infortunios de la virtud Abandono por un momento la comodidad de los títulos habituales en estas reseñas, que aluden en general a letras de canciones. En este caso lo que se cita es un libro del Marques de Sade. El sadismo es esencial en la incómoda película que nos ocupa, ya que se lo denuncia y a la vez se lo exhibe con fervor. La libertad es el tema central en la filmografía del director Steve McQueen (que, hay que volver a decirlo, nada tiene que ver con el mítico actor). Hunger (2008), su trabajo más logrado, trataba sobre una huelga de hambre en la cárcel. Luego vino Shame (2011), en la que el protagonista (el mismo de Hunger, Michael Fassbender, también presente en 12 años) estaba atrapado en su propia adicción al sexo. Su nueva película es una mirada a las penurias de la esclavitud en norteamérica, aunque el foco está puesto en un solo caso, el de Solomon Horthup, quien nació libre en el Norte y fue engañado, secuestrado y llevado a trabajar a una plantación de algodón en el Sur. Se trata, una vez más, de un hecho real, pero hay un desbalance entre ese caso particular y el de el resto de los esclavos, que operan más como un telón de fondo. Solomon se siente menos esclavo que el resto. Circunstancias muy adversas lo han llevado a ese lugar, cuestiona la injustica de su condición, pero no tanto la de sus pares. Y hasta sus propios amos lo tratan de manera diferente. Esa ambigüedad es interesante. No todo es blanco y negro. Solomon sufre pero a la vez es testigo del sufrimiento de otros, que finalmente lo conmueve. Su estrategia de supervivencia es la simulación, evitando en lo posible confrontar o revelarse. Y la sostiene a pesar de todo. Ese todo consiste en una serie de crueles maltratos físicos y psicológicos que parece interminable y ciertamente se vuelve agotadora. Ese exhibicionismo en la tortura se vuelve el costado más discutible del film.
Todo aquello que no debería hacerse en el cine (estetización del sufrimiento y la miseria, declamación, discursos engolados por parte de una “estrella invitada” -el coproductor Brad Pitt en este caso-, música rimbombante para subrayar lo que el espectador debe sentir, momentos sangrientos para que el espectador diga “pero qué barbaridad”, lágrimas de vaselina, puesta en escena decorativa) está aquí como una especie de catálogo del anticine. El realizador Steve McQueen, que supo ser interesante con Hunger y a quien podíamos ya ver como un probable manipulador con Shame, decide que lo único que importa es que el espectador aprenda la lección. Así, sus personajes, incluso a pesar del gran trabajo humano de ese gigante interpretativo que es Chiwetel Ejiofor, son apenas marionetas que escriben un mensaje unívoco, carente de ambigüedad (los malos son pésimos, los buenos son óptimos) y efectista, como el de la peor publicidad. Sobre la esclavitud, ahí están como grandes ejemplos Amistad, de Steven Spielberg o Django sin cadenas, de Quentin Tarantino. Esto es apenas un director mostrando lo bien que filma: nosotros somos, también, sus esclavos.
Esperanza de libertad a hora de la reflexión sobre “Doce años de esclavitud”, se hace difícil no pensar en “Django sin cadenas”, la lograda fábula de Quentin Tarantino sobre un esclavo liberto y rebelde antes de la Guerra Civil. Aunque las diferencias salten a la vista: mientras que el spaghetti western protagonizado por Jamie Foxx era una fantasía libre basada sobre hechos de la historia estadounidense, el filme de Steve McQueen (con guión de John Ridley) se basa en la autobiografía de Solomon Northup, un señor que padeció en carne propia las desventuras que relata la cinta. Y ya sabemos que la realidad (aunque sea reconstruida ficcionalmente) tiene otras limitaciones. Es que McQueen eligió contar la crudeza de la esclavitud de los afroamericanos desde una perspectiva de excepción: el caso de un negro libre que es convertido en esclavo durante la docena de años del título. Lo cual habilita muchas reflexiones: ¿Vale más la libertad para quien la probó que para quien siempre fue esclavo? ¿Acaso sufre más su falta, o es más consciente de ella? “Nacieron esclavos, no se van a rebelar”, dice uno de los personajes (un esclavo) sobre la posibilidad de un motín. La caída La cosa es que Solomon Northup era un violinista de Saratoga, Nueva York, casado y con dos hijos, viviendo en un ámbito al parecer bastante afable para los afroamericanos libres: al menos en su vida cotidiana, parece sentirse respetado y lo suficientemente confiado como para caer en la peor de las trampas. Durante una ausencia por trabajo de su esposa, que se fue acompañada por sus hijos, Northup decidió hacerse una changa como músico acompañante de un espectáculo de variedades en Washington. Pero los dos empleadores terminaron emborrachándolo y entregándolo a unos traficantes, que alegando que coincidía con la descripción de un esclavo fugado, lo metieron en un barco y de ahí a ser comercializado. Así inicia su periplo en su nueva condición, a la que de a poco se va acostumbrando, a pesar de dos elementos que entrarán en tensión: su rebelión interna contra la humillación y su esperanza de salvación. Es que, a diferencia del resto de sus compañeros de padecimiento, Northup (a quien le impusieron el nombre de Platt) sabe que hay una salida individual para él: la oportunidad de ser rescatado por sus amigos. No arruinamos nada al decir que finalmente lo logrará (de no ser así, no hubiese podido escribir su historia). Otro elemento de tensión está en el hecho de que por ser (en el fondo) hombre libre, su relación es con los hombres libres (aunque sea de conflicto y humillación). Así, Northup (al menos el de la ficción cinematográfica) no parece empatizar ni establecer relaciones fuertes con ningún otro esclavo. De mal en peor El ritmo del relato es siempre cambiante, teniendo en cuenta el período a tomar. Así, se destacan algunos momentos clave dentro de ese tiempo, mientras que en las elipsis se supone que queda la mayor parte de la vida cotidiana del protagonista. De sus experiencias se resaltan los momentos de cambio, de esperanza de salvación o los picos de crueldad. Así se comienza con la llegada a las manos de su primer amo, el benevolente William Ford, que para protegerlo de su propio personal lo transfiere al malvado y psicótico Edwin Epps, quien le hará vivir las de Caín (salvo una temporada que estuvo en préstamo con el juez Turner, otro amo que aprovechó las virtudes del ahora Platts. Y sí, como decíamos, las escenas de mayor sufrimiento físico (explícito) y espiritual tienen un lugar destacado, lo que para algunos es un regodeo sádico y para otros una patentización de la maldad intrínseca de ese régimen conducido por hombres creyentes de Biblia en mano. Es notable la reconstrucción de época, a la altura de las grandes películas que han reflejado ese período (diseño de producción de Adam Stockhausen, dirección de arte de David Stein, escenografía de Alice Baker y vestuario de Patricia Norris), aunque con la ventaja de toda la experiencia de lo ya rodado sobre esos tiempos (que es como mucho, ¿no?). Algún purista puede cuestionar que esclavos sometidos a golpizas y vejámenes de todo tipo tengan tan buena dentadura (algo ya complicado en el siglo XIX para cualquiera), o que las cuerdas del violín parezcan de nylon, pero ya sería entrar en un grado de detalle demasiado profundo. También se luce la presencia de los cantos de trabajo y los spirituals funerarios, origen de la música negra que hoy forma parte indisoluble de la cultura estadounidense (y mundial). En carne viva Los actores, tanto los protagónicos como los secundarios, son artistas de probados talentos, y hay sorpresas entre los no tan conocidos. Pero el tono y las circunstancias del filme aplanan bastante el espesor de los personajes. Así, Chiwetel Ejiofor encarna a un Northup con permanente rictus de pena o de dolor, mientras que Michael Fassbender (Epps, su gran antagonista) parece un villano de James Bond (vicioso, sádico, innecesariamente violento), menos interesante por ejemplo que el personaje de Leonardo DiCaprio en “Django sin cadenas”. El caso opuesto es el de Benedict Cumberbatch, que hace verosímil a su Ford, piadoso pero sin salirse de la lógica esclavista. Sarah Paulson es una siempre enojada señora Epps, resentida con el atractivo que tiene sobre su marido la esclava Patsey (interpretado por la debutante Lupita Nyong'o, quien puede mostrarse un poco entre tanto azote y vejación). Paul Dano está bien como Tibeats, el patán al servicio de Ford, un rol que le queda muy cómodo. Alfre Woodard como la concubina del amo Shaw tiene su momento interesante, en el que con sutileza y acento sureño explica cómo esa condición la sacó del sufrimiento. Y hay lugar para pequeñas apariciones: Brad Pitt (productor del filme) se guardó el rol de Bass, pequeño y sin exigencias, pero clave en la resolución de la historia. Paul Giamatti tiene su aparición como el vendedor del protagonista, y la pequeña Quvenzhané Wallis (que fue la nominada al Oscar más joven por ‘La niña del sur salvaje') fue convocada para encarnar a la hija de Northup. En definitiva: si a alguien le quedaban dudas de lo despiadada que era la esclavitud, aquí tendrá un catálogo interesante (y quizás la justificación a las picardías que hizo Lincoln para abolirla, tal como mostró Spielberg). Y para mejor apreciación, lo más dura que es cuando se ha probado antes la libertad.
Así como está en boca de todos los medios, desde la semana pasada, no podíamos dejar de hablar un poco sobre la película ganadora del Oscar a Mejor Película 2014: 12 Years a Slave, traducida como 12 años de esclavitud. Con un plantel de excelentes títulos en la competencia, 12 Years a Slave parece haber calado hondo en las emociones del público, con una buena ayuda de golpes bajos y clichés emocionales, pero por sobre todo, una durísima historia real (algo que le encanta a Hollywood). La película trata la temática de la esclavitud en Estados Unidos basándose en una lógica de víctimas y victimarios. Solomon es un hombre libre en el periodo de la esclavitud, que es víctima de un secuestro y venta que lo confina a doce años de miserable esclavitud ilegal. Para contar esta historia, basada en el libro escrito por Solomon Northup (nuestro personaje principal), se construyen personajes extremadamente desprotegidos y miserables, es decir los esclavos, contra las figuras de los amos que se presentan como personas absolutamente desagrables, racistas y violentas. La historia se cuenta desde la vivencia de un esclavo, desde su sufrimiento y peripecias para lograr la libertad; y entre medio conocemos los distintos casos con los que se encuentra en el camino. 12 Years a Slave es una película cuidada, con buenas actuaciones, una historia sorprendente pero… tan dirigida a nuestros puntos débiles como espectadores que por momentos pierde su valor. Sucede que este film es lo más esperable y predecible sobre una historia de esclavitud. Tenemos azotes a montón, llantos, blancos que odian a los negros exceptuando por Brad Pitt que no solo es el galán que aparece unos escasos minutos sino también el único con conciencia social justa y moderna. Pero hay un elemento que toma protagonismo en varios segmentos del film y que aporta una veta emocional un tanto más original e indirecta: los esclavos cantando en las plantaciones, durante las horas de forzado e insalubre trabajo como forma de sobrevivir y conectarse con Dios. Esto hace que tanto la figura divina sea central dentro de la historia como una creencia generalizada entre los protagonistas y se presenta como el único amparo frente a la adversidad, la tortura y la inmensa tristeza de estar lejos de sus familias. Uno de los puntos también interesantes del film es la centralidad de la escritura: Solomon sabe leer y escribir (algo inconcebible para un esclavo) y esto lo hace libre al tiempo que pone en peligro su vida. La escritura y la música son su cable a tierra y también un secreto peligroso. En relación a esto pensamos la importancia del testimonio escrito que deja Solomon en la vida real sobre su terrible experiencia, lo cual lo convierte en un militante en contra de la esclavitud. Su contacto con la vida de la libertad lo hace repudiar con fuerzas la esclavitud y luchar incansablemente por recuperarla, a diferencia de otros de sus compañeros que se encuentran en un estado de sumisión y resignación. 12 Years a Slave es una película con alto contenido realista e ideológico y esto lleva a la historia al espacio de la emocionalidad permanente, y apelar al sufrimiento del espectador como identificación es el recurso narrativo por excelencia.
Si le entramos a 12 Years a Slave sin saber que se encuentra basada en un escrito testimonial de aquéllas miserias americanas de antaño, descubriremos un film coral en el cual algunos puntos nos generan más atención que otros mientras lo inmoral oficia de común denominador entre todos ellos y los barre conformando un examen sino definitivo al menos bastante completo respecto a lo sucedido en la tierra de los libres. 12 Years a Slave cuenta con la particularidad de no ser uniforme, y esto no debería considerarse una crítica negativa en tanto su objeto de exposición también lo fue. Los “procedimientos” y “métodos” a través de los cuales la esclavitud prevaleció durante tanto tiempo en gringolandia fueron mutando de un Estado (y patrón) a otro. Es por esto que la Pasión de Solomon (Chiwetel Ejiofor, en un papel digno de la Academia, con todo lo bueno y lo malo que ello involucra) comienza con un secuestro en decorados símil Gangs of New York, continúa a bordo de un vapor cuya bodega y runrún nos recuerda a Amistad, sigue en una estancia con subcomandante y atronadora banda sonora inspirados en el anteúltimo Paul Thomas Anderson (There Will Be Blood) y concluye en un hoyo del infierno en el cual se pueden conjugar todos los estilos anteriores y agregar algunos más. Quienes haya tenido la suerte de observar Jungle Fever (Spike Lee) y recordar el monólogo que Ossie Davies le escupe a Anabella Sciorra en plena cena familiar no podrá dejar de pensar que tarde o temprano, Ejiofor terminará oficiando sobre la carne de Madame Epps (Sarah Paulson), esposa del dueño de la finca. Pero eso no sucede y nos quedamos con la leche (chocolatada). Aclaramos que dicho pensamiento no surge desde lo más profundo de nuestras mórbidas entrañas así por que sí: Dejando de lado que el dueño de la finca -Michael Fassbender- es un violentísimo lunático obsesionado con una de sus esclavas negras (a la cual viola y tortura reiteradamente) el realizador Steve McQueen nos ofrece planos y contraplanos entre Chiwetel y Paulson que evidencian cierta onda histérica unilateral y prometen polvazo. Del mismo modo, hay planos y contraplanos entre Paul Dano y el universo en general que auspician un bardo que nunca llega. Supongo que esos coitos narrativos quedaron inconclusos por que el derrotero de Solomon pega más y anuncia cosas peores para después. Dicho y hecho. Solomon es bandera en tanto canalizador de todo el dolor y sufrimiento de su gente. Su condición de esclavo letrado e instruído lo convierte en espectador privilegiado de un presente devastado y un futuro desolador del cual no puede surgir ningún fruto jugoso, con excepción del gospel (que continúa siendo un lamento, hermoso… pero lamento en carne viva al fin). Pocos esclavos han tenido la bendición de recibir a un ángel de la guarda que escuche sus desesperantes realidades y tome cartas en el asunto. Muchos menos han tenido la suerte de que dicho ángel luzca como Brad Pitt (productor del film), que parece tenerla re-clara y habla en sentencias cortas y categóricas, similares a los 140 caracteres. El film no ahorra detalles respecto a torturas, maltrato y sufrimiento. Carece de trazos finos y sutilezas: Los malos son unos auténticos hijos de puta y lo injusto e inmoral no admite dudas razonables. Hablamos de genocidio. Cuando Schindler´s List se estrenó en nuestro país, cierto crítico entró en éxtasis y consideró dicho film como imprescindible e indispensable. Casi obligatorio. Quien suscribe estas líneas puede matrimoniar con dicha sentencia y permitirse el lujo de repetirla (robarla) para 12 Years A Slave, aunque sin tanto calor en el énfasis y agregando “…para los espectadores jóvenes”. Imprescindible e indispensable para preadolescentes, de ser posible. Para los más cancheritos, esos que ya saben de qué va la esclavitud (y cómo terminó la historia y quiénes vencieron en la misma), o para los más inquietos y ansiosos, quizá resulte mucho mejor un chupetín cinematográfico como Django Unchained, que deja de lado el hecho historico y nos brinda la perfecta fantasía de un negrazo imposible haciendo justicia en nombre de toda la humanidad. Duda al margen: Aún no queda claro para quien suscribe el motivo trastornado por el cual los patrones “premiaban” a sus esclavos más “rendidores” con instrumentos musicales de segunda mano. La música como consuelo-zanahoria no debería funcionar si sabés que tu esclavo solía ser un excelente músico cuando era un individuo libre.
El costado más doloroso de la injusticia Solomon Northup ha nacido libre en el norte de Estados Unidos. Secuestrado y vendido como esclavo aprende a sobrevivir en las plantaciones del sur, sin renunciar al sueño de volver a casa para reencontrarse con su familia. Le toca caer en manos de un amo feroz, alcohólico, obsesionado por la bella y sufrida esclava Patsey. Por esas cosas del arbitrario e incomprensible sistema de distribución cinematográfica “12 años de esclavitud” llega con considerable retraso. Ya sabemos que ganó el Oscar a la Mejor Película y que la Academia premió a Lupita Nyong’o (foto) por su notable interpretación. Lo más antipático del tema es que se habló tanto del filme que la historia y su desenlace son archiconocidos. Nada de sorpresas por ese lado. En fin, miremos el vaso medio lleno y agradezcamos la posibilidad de ver “12 años de esclavitud” en pantalla grande cuando ya parecía un caso perdido. Que el director (Steve McQueen) y el protagonista de la película (Chiwetel Ejiofor) sean ingleses es todo un dato. A un siglo y medio de la abolición de la esclavitud queda mucho por digerir en la sociedad estadounidense. En la lucha por los derechos civiles todavía hay banderas a media asta por allí. Los prejuicios y el racismo, por ejemplo. No es casualidad que en la historia del cine norteamericano las películas que hacen foco en la esclavitud, en lo que su perversidad implica para la esencia de una nación, sean muy pocas. McQueen tomó la autobiografía de Solomon Northup y la filmó de la única manera posible: con crudeza. Si los esclavos fueron humillados, mutilados, violados, despojados de su condición humana, ¿a qué metáfora puede apelarse? McQueen expone la sangre y el sufrimiento. Un enfoque válido y honesto si de abordar la maldad y la locura se trata. Sí, “12 años de esclavitud” es una película cruenta, a la vez tensa. Se percibe en el microclima de la plantación, donde el amo Epps (extraordinario Michael Fassbender) y su esposa (Sarah Paulson, pura gelidez y represión) son dueños de la vida y la muerte. Allí tejen su destino el infortunado Northup (impecable Chiwetel Ejiofor) y Patsey, el personaje que encamina a Lupita Nyong’o hacia el estrellato. Ella colecciona marcas en la piel, pero es en su mirada desesperada donde se leen las infinitas estaciones del via crucis al que se condenó a una raza.
ESCLAVITUD Y DOMESTICACIÓN El 6 de febrero llega a los cines argentinos “12 años de esclavitud”, opus tres del consagrado Steve McQueen y candidata a ser la película del año para muchos salvo para nosotros. “Basada en una historia real”. Son incontables las producciones que arrancan con el conocido aviso, una vil treta comercial que apunta a capturar el interés y la billetera del espectador. La tan naturalizada frase no resiste cuestionamiento alguno: si la ficción, aunque se tilde de realista o de coquetear con el documental no puede dejar de ser una representación, ¿qué importancia tiene que lo que estamos a punto de ver haya ocurrido? La respuesta es simple: ninguna. Lejos estamos de pecar de nietzscheanos pero hace rato que sabemos que los hechos están perdidos y que solo nos quedan las interpretaciones. Si el factor de la historia real tuviera peso, las películas de ciencia ficción pertenecerían forzosamente a un género menor y sabemos de sobra que no es así. Hablemos, pues, de la propuesta de Steve McQueen que, en su tercer largometraje, cuenta la historia de Solomon Northup, un hombre libre de Saratoga, Nueva York, apresado en 1841 y convertido en esclavo tan solo por el hecho de ser negro. De algún modo debería movilizarnos el hecho de saber que esto ocurrió hace poco más de ciento setenta años. Y si el condimento de la “historial real” es insuficiente, no hay problema, se avecinan dos horas de latigazos y humillaciones. Uno de los problemas de “12 años de esclavitud” es que, más allá del color de piel de los amos y los esclavos, es una película de blancos y negros. El pobre Solomon, encarnado por el multinominado Chiwetel Ejiofor es, desde el minuto cero de metraje, presentado como un esposo, padre y anfitrión ideal. De más está decir que cuando pase a integrar las plantaciones de algodón, la pasará verdaderamente mal. El bueno buenísimo de Solomon se cruzará con los malos malísimos que son el Sr. y la Sra. Epps (Michael Fassbender y Sarah “Lana Banana” Paulson), seres abyectos alimentados por el alcohol, la lujuria, el fanatismo y los celos. Los negros, además de recibir botellazos, serán retratados y definidos explícitamente como monos y algunos de los malvados blancos recibirán su castigo patinando en el chiquero. Será no muy sutil pero quizás ese sea uno de los pocos intentos del director por transmitir algo desde la imagen y no desde el diálogo: la idea de que solo un animal puede tratar a los semejantes como animales. De todos modos, si algo de esto no queda claro, llegando al último tercio de película, la aparición de un ángel abolicionista canadiense llamado Brad Pitt alzará la voz para que quede bien claro que la esclavitud está mal y que en el futuro las cosas serán diferentes. Al igual que “Hunger” (2008) y, en menor medida, “Shame” (2011), “12 años de esclavitud” explora las relaciones entre cuerpo, política y poder. Tanto en la primera como en la última hay dos escenas extensas que definen el punto de vista ideológico de cada obra. En un jugoso debate de 17 minutos de duración Bobby Sands, encarcelado por ser voluntario del Ejército Republicano Irlandés, le explica a un cura (Liam Cunningham aka Ser Davos Seaworth para los seguidores de “Game of Thrones”) sus razones para encabezar una huelga de hambre en oposición del gobierno de Margaret Tatcher. “Donde vos ves un suicidio, yo veo un asesinato”, explica Bobby, frase que abre el juego para que el público tome su posición. En la película que nos compete, luego de haber sido ultrajada y de suplicar que alguien acabe con su vida, la esclava Patsey (oscarizado debut de Lupita Nyong’o), recibirá más de cuatro minutos de obscenos latigazos. “Usted es el diablo”, le dirán al Sr. Epps que, sin un ápice de piedad, responderá que un hombre puede hacer lo que quiera con su propiedad y fin del asunto. Se dirá que si una película trata sobre la esclavitud debe ser violenta para no perder autenticidad, pero la crueldad por sí sola no es sinónimo de compromiso. Después de todo, la sangre bien puede ser utilizada para edulcorar. Si había algo en “Hunger” que se perdió camino a la accesible y aleccionadora “12 años de esclavitud” es confianza en el espectador. Por eso, quienes se queden con las ganas de ver una película que aborde la esclavitud en los Estados Unidos del siglo XIX, deberán retroceder solo hasta 2012. Allí se encontrarán con “Django Unchained”, propuesta más original que la de McQueen desde la construcción de los personajes (cómo olvidar al Stephen de Samuel L. Jackson, fiel a su amo al punto de intentar asesinar a los de su misma condición) hasta el uso de la banda sonora (recordemos la escena en la que suena Unchained, rap que vincula a los marginados del pasado con los del presente). En una de las escenas de “12 años de esclavitud” un grupo de negros apresados hablan sobre los que han nacido esclavos y ni siquiera pueden concebir la idea de escapar. La diferencia radica entre los que pueden hablar –resistir– y los que fueron y son hablados. McQueen debería estar alerta. No sea cosa que, a fuerza de filmar historias de cautivos y confinados, el director haya emprendido el viaje a la domesticación que impone esa industria cinematográfica llamada Hollywood.
Pare de Sufrir Hace unos años el Oscar se lo llevó ese disparate prediseñado llamado "¿Quieres ser millonario?" (2009, Danny Boyle) que era la mejor forma de catalogar como "El cine-deleznable", esta vez el director Steve MacQueen la emparda. Oscar y crudeza grosera van de la mano. La historia dramática y sufriente de Solomon Northup que a mediados del siglo XIX, pasa de ser un hombre negro libre que vivía en un estado del Norte junto a su familia, pero que mediante engaños fue secuestrado y vendido a tratantes de esclavos que a su vez lo subastaron en un estado esclavista del Sur, donde irán transcurriendo los 12 años a los que se refiere el título. La propuesta tiene todos los recursos, vicios y trampas posible, donde un argumento cargado de vejaciones, torturas, golpes bajos, maniqueísmo (los negros son todos buenossssss, los blancos son malisssssimooosssss!), todo un "Tutti frutti" que resulta harto redundante, similar a un folletín o telenovela mejicana donde ya se marca de entrada que el triunfo y los logros personales van de la mano, venciendo la maldad...pero forzados. La hijoputez del director llega al extremo en escenas crueles como cuando un capataz cuelga al negro protagonista y este permanece suspendido un buen rato de una soga, agonizando ante la indiferencia de sus propios compañeros de color, o cuando el patrón de la plantación -un exagerado y ruin Michael Fassbender- le propicia un castigo de latigazos -que encima están detalladísimos- a su joven y negra esclava-amante por ausentarse del lugar a buscar un jabón. Uno como espectador tiene ganas de decirle al protagonista -un medido eso si, Chiwetel Ejiofor-, que no sea tan zoquete, que intente huir, o al menos lo intente, que eso seguro lo haría más grande como humano y sobre todo: más digno. Pero esa dignidad esta carente en la peli esta, que con sus bajos recursos tan terribles y perversos intenta impresionar en crudo realismo al público. En mala hora.
Existe un postulado medio misántropo que dice que las películas que ganan el Oscar no suelen ser muy buenas. A pesar de que en la mayoría de los casos la afirmación encierra algo de verdad, lo que interesa es la manera en que a través del premio la Industria de Hollywood vuelve a definir lo que, según ella, debe ser el cine. Este año sucedió algo inusual: Gravedad, la película que más estatuillas se llevó, no fue la que finalmente ganó el premio mayor. La obra maestra del mejicano Alfonso Cuarón arrasó con casi todos los rubros técnicos, incluyendo los Efectos Especiales y la Banda Sonora, y se llevó el premio a Mejor Director. Pero, como era previsible, la categoría de Mejor Película fue para 12 años de esclavitud. La ganadora del Oscar tiene todos los condimentos que definen lo que según la Industria es el buen cine: un tema “importante”, actuaciones que incluyen llantos y gritos, y un mensaje procesado con la facilidad suficiente como para que la masa de espectadores que se atragantan con pochoclos puedan entenderlo y para que después, además, se vayan tranquilos a sus casas. Eso piensa el Hollywood actual sobre el cine y esa es la mirada que tiene Steve McQueen sobre los espectadores que verán las dos horas veinte que dura el trajinar del protagonista. La novela sobre la que se asienta el guión escrito por John Ridley, cuenta la historia, basada en un hecho real, de Solomon Northoop (Chiwetel Ejiofor), un negro libre que es secuestrado y vendido por dos traficantes de esclavos. En una primera etapa llega a la estancia de un hombre que a pesar de tener esclavos no parece tan mal tipo, pero después recae en otra, cuyo dueño es un orgulloso y sádico esclavista, interpretado por Michael Fassbender. En este último destino, Solomon -que a esa altura los blancos llaman Platt- se la pasa juntando algodón, recibiendo insultos, golpes y latigazos. Más allá de los procesos históricos que sustentaron la esclavitud en los Estados Unidos, a Steve McQueen le interesa que veamos y escuchemos con claridad los llantos, la sangre derramada y la coreografía que dibuja el látigo cuando se despliega en el aire. Gran parte de lo que vemos en el transcurso de la película es eso: la estilización plástica y musical de escenas que, por su carga emocional, deberían bastarse a sí mismas. Pero lo que más molesta de la película no es su estilización sino que ni siquiera esboza una mirada universal sobre la esclavitud. El relato se abre y se cierra con las penurias de Solomon, como si la tragedia se fundara sobre el hecho de que antes de ser un esclavo fuera un hombre libre. Para decirlo de otra manera: según McQueen, lo grave de lo que estamos viendo no reside en que la esclavitud es terrible en sí misma sino en que la persona que la sufre es talentosa e inteligente y que antes tenía derechos. 12 años de esclavitud jamás roza la mirada colectiva: salvo el personaje que le toca a Lupita Nyong’o, los otros negros aparecen en el fondo del cuadro y casi no tienen líneas de diálogo. En cambio, todos los blancos que desfilan en la película -incluyendo al mesías disfrazado de Brad Pitt que aparece al final -, reciben un par de pinceladas psicológicas, cobran la entidad de un personaje. La supuesta verdad de 12 años de esclavitud no le llega ni a los talones a Django, la película de Tarantino que se reía del rigor histórico y que transformaba un relato particular, denso y sufrido, en una enorme catarsis, ni tampoco alcanza la tersura narrativa de Lincoln, que a pesar de su exhibicionismo patriótico indagaba en las luchas que desencadenaron la abolición de la esclavitud. Las grandes películas suelen ser incorrectas, imperfectas y destilan una sangre verdadera. Quizás la misantropía sea la mejor alternativa porque en esta edición, como en tantas otras, las grandes películas no se llevaron el premio mayor.
La polémica y la gloria La película de la polémica, criticada y muy combatida por un gran grupo de espectadores y críticos en la última entrega de Oscars. Sinceramente, no entiendo a los detractores más duros que hablan de una "película más" y un trabajo cinematográfico "aburrido" que no merecía el máximo galardón del cine... pareciera que hubieran visto otra película cuyo nombre no es "12 years a slave". Si era el film que debía o no ganar el Oscar se puede discutir, pero ya acusar a este magnífico trabajo de Steve McQueen de ser una película del montón, es blasfemia. Para empezar, es verdad que hay ya varios trabajos en cine sobre la esclavitud y el racismo en USA, pero no son muchos los que han expuesto el tema con la seriedad, el arte y la crudeza con la que se abordó en este caso. La película es un clásico instantáneo, de esos que quedan como obligatorios para tener en la videoteca de todo cinéfilo de ley. Más allá de la temática, cuenta con una producción impecable, tanto fotográfica como artística, con algunos planos secuencia dignos de ser guardados en la cajita mental de las joyas cinéfilas. Otra cuestión muy positiva tiene que ver con las interpretaciones, sobre todo del triángulo Chiwetel Ejiofor, Lupita Nyong'o y Michael Fassbender. Ofrecen actuaciones muy talentosas, creíbles y logran conectar al espectador con sus personajes, algo muy importante para la dinámica del film. En cuanto a la violencia expuesta en la película, esa que tantas críticas le valió, debo decir que leí muchos comentarios señalando como despreciables las escenas de violencia física, cuando en realidad la violencia que más me impactó fue la espiritual e intelectual que sufrían los protagonistas. Hay violencia física, sí, pero a esta altura de la historia del cine criticar esto me parece medio básico. Si hablamos de artimañas creadas para darle un golpe bajo al espectador, creo que deberíamos analizar las que juegan con el intelecto y las emociones, y a partir de ahí hacer un crítica personal de la cuestión, pero ya salir a decir que la película es una canallada por la violencia física expuesta, es un tanto pobre y cómodo. Creo que hay escenas de humillación espiritual de los protagonistas que en su mayoría no me parecieron bajas y creo estuvieron muy bien manejadas, aunque sería un necio si no acepto que hay una en particular que sí apela al gancho de izquierda en el estómago del espectador, pero les aseguro que no tiene que ver con la violencia física. Me la reservo para no spoilear. Repito, se puede poner en tela de juicio la calidad de algunos recursos utilizados por el director Steve McQueen para contar la historia y debatir al respecto, pero tildarla de película intrascendente, es querer poco el cine. La super recomiendo.
Crímenes y castigos de 12 Años de Esclavitud Solomon Northup cuelga de un árbol, su cuello rodeado por una soga que se le clava en la garganta, sus pies apenas tocando el suelo, sus pulmones rogando por aire. Así permanece por horas. El día se convierte en noche, y Solomon Northup sigue colgado del árbol, en una silenciosa lucha por su vida. 12 Años de Esclavitud de Steve McQueen es quizás una de las películas más perturbadoras y a la vez profundamente magníficas de los últimos tiempos. Con una fotografía espléndida y una historia más que aterradoramente real, se impone como uno de los mejores films del año y como uno de los retratos más fieles sobre la esclavitud. McQueen narra la trágica historia de Solomon Northup (Chiwetel Ejiofor), un hombre afroamericano libre que es secuestrado mediante engaños, y vendido como esclavo. El film muestra algunos de los momentos más impactantes de su vida en cautiverio, bajo las órdenes de sádicos que no necesitan ni una excusa para humillar y lastimar. La película está basada en la historia real de Northup, que contó todas sus vivencias el homónimo libro de 1853. Solomon es un hombre culto y toca el violín, pero, para sobrevivir, debe ocultar sus talentos y actuar como "el hombre blanco" lo considera: un simple animal, no más inteligente que un perro. Es obligado a desnudarse y es víctima del látigo continuamente. En su paso por las plantaciones de Louisiana, cae bajo el comando del cruel –un adjetivo que le queda chico- Edwin Epps, interpretado por el brillante Michael Fassbender, que ya había colaborado con McQueen en Hunger y Shame. Pero esta vez no encarna a un adicto al sexo sin remedio, sino a un sádico empedernido que hace todo lo que está bajo su poder para torturar a sus esclavos. Se encapricha con Patsey, el personaje de la novata candidata al Oscar Lupita Nyong'o, que tiene que afrontar la atención no requerida de su amo, además de constantes maltratos y hasta violaciones. Benedict Cumberbatch (Agosto, Expiación Deseo Y Pecado), en cambio, es Ford, uno de los pocos dueños de plantaciones con algo de conciencia, que ve a la esclavitud como un mal necesario. Trata de ser lo más humano posible y hasta le muestra su respeto y agradecimiento a Solomon regalándole un violín. Este film es un gran paso para la carrera de McQueen, que hasta ahora perfilaba más que nada para el cine independiente y de arte. Pero con 12 Años de Esclavitud, el director avanza en hacer de su nombre y de su filmografía en cine de autor con todas las letras, creando historias y personajes inolvidables y reales.
1. Steve McQueen era un actor que se hizo famoso en los años ‘60 gracias a su reencarnación del tipo duro bogartiano (lo apodaban “the king of cool”), así que no podía ser desconocido para ningún McQueen que por aquellos años tuviera que elegir nombre para su hijo. Sea como sea, el actor murió aun más joven que Bogart y a esta altura ya no es tan recordado como para que un nuevo McQueen lamente la osada elección de sus padres al llegar a Hollywood. Pues este descendiente de afrocaribeñas, nacido y criado en el viejo mundo, iniciado como fotógrafo y “videoartista”, con sólo dos películas en su haber cosechó sendos premios en Cannes y Venecia, y finalmente llegó a la Meca del cine para realizar la tercera, consagratoria, con la que vuelve a las raíces y a la vez conquista América… Pero su mirada sobre la esclavitud denota que, como era esperable, parece haber perdido su libertad. 2. Retrospectivamente, podemos pensar que el tema profundo en la obra de McQueen fue siempre la libertad. Sus dos primeras películas son, en ese sentido, extremas y extremos: en Hunger (sobre una famosa huelga de hambre en las cárceles de Tatcher) se trata de de ganar la libertad aún eligiendo la muerte, en Shame –su contracara– de perderla en los excesos (poniendo en escena el paradójico mandato hedónico del capitalismo). Y ahora 12 años de esclavitud propone una extraña síntesis entre ambas: resistir es entregarse, parece decir. Y en esa clave podemos leer también la trayectoria del mismo McQueen en su llegada a Hollywood. 3. No se puede ser bueno en una sociedad mala: esa es la repetida enseñanza de 12 años de esclavitud, que en su impiadoso retrato del sobreviviente está más cerca del Polanski de El pianista que de la mirada de Spielberg en Amistad o Lincoln, donde la esclavitud era un problema jurídico y político, es decir, un desafío a la comunidad, más que el mero efecto concientizador del testimonio personal de una situación límite (pero en ese punto es precisamente donde todo testimonio encuentra su razón y su límite: entender requiere algo más que comprender). Y es como si McQueen hubiera retrocedido hasta El color púrpura (con su retrato del desenvolvimiento de una conciencia y su superación personal), perdiendo de vista la dimensión colectiva presente hasta en un subproducto como Raíces (miniserie que fue en los ’70 para el tema lo que Holocausto para la conciencia tardía del exterminio nazi). 4. La elección de un testimonio (uno más entre los varios que dejaron, de su mano o dictado, muchos esclavos libertos) no responde sólo a una necesidad dramática sino a una comodidad ideológica, del mismo modo que la elección del punto de vista de un hombre libre hecho esclavo. No es lo mismo perder la libertad que nunca haberla tenido, y esa conciencia “blanca” (en todo sentido) es la que el film reclama para sí: el protagonista sufre como cualquiera de nosotros (de hecho no sólo es letrado sino que se gana la vida como violinista, lugar común del arte elevado), como si su color de piel no importara (el film está más cerca de Martin Luther King que de Malcom X, digamos). Por eso la larga secuencia coprotagonizada por Fassbender –actor habitual de McQueen, y aquí antagonista esencial– es algo más que la puesta (blanco contra negro, literalmente) de una idea del bien y del mal: es el amo quien finalmente reclama su “propiedad” como lo único que está en juego, y tiene razón… No se trata de una cuestión moral, sino de todo un orden que (no) es puesto en duda. 5. En ese sentido, el momento clave de la película es el del conato de linchamiento. McQueen hace que el plano se extienda hasta una secuencia imposible de pensar en cualquier film de Hollywood, porque su duración inquieta tanto como lo que muestra (esa vida cotidiana que sigue en segundo plano, mientras el horror acontece). Pero esa rebelión es apenas una forclusión (o un encapsulamiento, si prefieren) de lo que la película elude, ya que esa conciencia de un orden culpable pronto se ve sobrepasada por escenas de azotes que no desentonarían en La pasión de Cristo, haciendo estallar ese meditado distanciamiento en la pura identificación. Nos identificamos con el esclavo… y nos dejamos dominar (¿puede el instruido McQueen ignorar la “dialéctica del amo y el esclavo” de Hegel, o repite la estrategia de su personaje cuando para sobrevivir finge que no sabe leer…?) 6. Ese paternalismo encuentra su cifra cuando aparece Brad Pitt, productor de 12 años de esclavitud, que no en vano se reserva el personaje salvador (increíble pero real deus ex machina). Es él, finalmente, quien enuncia el credo del film cuando nos habla de la justicia del tiempo que vendrá: el nuestro, suponemos, en que un negro (aunque no cualquier negro, claro, sino uno con la extraordinaria suerte del protagonista) no sólo puede dirigir películas, sino acaso hasta ganar un Oscar por ello… A 100 años de El nacimiento de una nación (pecado original de la mala conciencia del cine norteamericano), ¿dejará pasar Hollywood la ocasión de darle el primer Oscar a un director negro? (¿o al menos se lo llevará el latino Cuarón?) Posdata: La esclavitud ha sido (guerra civil mediante) un tema que cada tanto reaparece en el cine, y que desde hace algunos años (asunción de Obama mediante) parece estar en pleno revisionismo en Hollywood (tanto que hasta Tarantino se ocupó del tema). Curiosamente, en América Latina no existe una tradición tan visible (salvo en Brasil, por razones obvias). Y que yo sepa no existe ni una sola película sobre la revolución haitiana, primera de América latina, que terminó con la esclavitud al filo del cambio de siglo y fue por eso violentamente reprimida por Francia con ayuda de todas las potencias coloniales, ya que no podían soportar que una revolución de esclavos reivindicara la misma “libertad, igualdad y fraternidad” que había proclamado por la misma época la revolución francesa. No es extraño entonces que esa revolución primigenia y radical haya sido casi borrada también de la historia y de su representación, salvo casos excepcionales –en todo sentido– como la famosa novela El siglo de las luces de Alejo Carpentier y el notable ensayo La oscuridad y las luces de Eduardo Gruner, por poner un par de ejemplos latinoamericanos (dos textos más provechosos que 12 años de esclavitud, aunque demanden –claro– un poco más de atención).
Nada nuevo, pero muy bueno. 12 years a slave no es la primera ni será la última película en tratar el tema de la esclavitud en el cine. A pesar de ser una historia real y tener una ligera variante en la trama, es un argumento que ya hemos visto en múltiples oportunidades en la pantalla grande. Pero no es el qué lo fundamental en el cine, sino el cómo. La ganadora del Oscar a la mejor película de 2013 quizás no derroche originalidad en su relato, pero está tan bien realizada que es imposible encontrarle puntos débiles. Cualquiera sea la perspectiva cinematográfica, 12 years a slave supera los estándares. Su guion está perfectamente estructurado, el reparto es imponente y la dirección no menos que impecable. Steve McQueen ha sabido componer una obra casi perfecta y, a pesar de la dureza de la historia, es verdaderamente un placer sentarse a ver una película tan cuidada en cada uno de sus detalles. No vale la pena discutir si merece un Oscar o no. Lo que sí importa, sin embargo, es que 12 years a slave es una gran película independientemente de su argumento. Quizás no sea original, pero es un relato contundente desde lo narrativo y sobre todo impecable desde lo cinematográfico. El cine, después de todo, es como la gastronomía: un plato tradicional bien logrado siempre valdrá la pena.