La velocidad funda el olvido En el marco del 29 Festival Internacional de Cine de Mar Del Plata se exhibió este fin de semana la película Birdman, de Alejandro González Iñárritu dentro de la sección AUTORES. Riggan Thompson (Michael Keaton) es un actor que durante los años noventa se hizo famoso como Birdman, un superhéroe que obtenía su energía del sol, y que le permitió realizar tres films sobre su historia. En la actualidad Riggan aún continúa intentando despegarse de aquello que fue, y busca ser respetado como artista y no como un mero personaje. Para ello prepara la adaptación para Broadway de De que hablamos cuando hablamos de amor, de Raymond Carver, ya que cree que así logrará afirmarse como un gran actor multifacético y además como director teatral. En ese camino hacia lo que a primeras luces generaría trascendencia para Riggan habrá incontables obctáculos: un actor mediocre que se lesiona y demanda a la producción, un Edward Norton con ego agigantado que se dedica a indicarle al director lo que debe hacer (su fama en la vida real lo precede), histerias románticas durante los ensayos, etc, etc, etc. Pero eso no es todo, Birdman como tal también está presente en todo momento, como una voz interior que altera y exaspera a Riggan en los peores momentos, mientras le dice que lo único real es él, el pasado como Birdman y el inminente regreso al que Thompson se niega por realizar proyectos teatrales snobs. De esta forma podría pensarse que Birdman en realidad puede reducirse a narrar las carreras y trayectorias por un lado de Keaton y por otro del propio Iñárritu. Del primero cabe recordarse que desde 1989 y durante un par años alcanzó la fama internacional al encarnar a Batman en los films dirigidos por Tim Burton, en una suerte de regreso del mundo de los superhéroes al cine, para luego abandonar al personaje y desaparecer de la mirada pública. De hecho en una escena memorable, mientras Riggan mira televisión en su camarín, ve una entrevista a Robert Downey Jr. durante una presentación del nuevo film de Iron Man, y Birdamn dice que “esos bastardos no serían nadie sin nosotros. Nosotros fuimos los pioneros, y ahora todos nos olvidan “, mientras que en otra gran escena, productor y director buscan un nuevo actor para que co protagonice la película, y se dan cuenta que sus 4-5 primeras opciones no están disponibles por encontrarse en rodajes de films ya sean secuelas, precuelas, etc sobre SUPERHÉROES ! Entonces podríamos tomar Birdman como el padecimiento en primera persona de Keaton por ese personaje que fue, y Birdman como el nuevo renacer -estético- en la carrera cinematógráfica de Iñárritu, ya que esta película vendría a funcionar como su producción más entretenida, y “liviana” si la comparamos como los típicos dramas grises cargados de miserias que suele dirigir. Birdman puede tomarse como el re lanzamiento del realizador en géneros que ya conoce pero con una nueva perspectiva y forma de filmar. Lo único criticable resulta esa necesidad constante de explicar todo lo que va a ocurrir, así como también todo lo que todos los personajes sienten, piensan, demuestran, ya que eso quita fuerza al relato, y al agobio que el protagonista experimenta. En mi humilde opinión, lo mejor que Birdman ofrece es su forma de filmación: realizada como si fuera un solo plano secuencia continuo -con algunas escenas sueltas al principio y fin- de dos horas que dan la sensación de encierro, de laberinto mental, tal como el que Keaton padece en su encrucijada personal. Naomi Watts, Zach Galifianakis y Emma Stone completan el elenco principal de este drama personal que en líneas generales aborda el tema de la fama, la moda de superproducciones sobre comics, el paso del tiempo y la angustia agobiante que las personas sentimos al notar que fuimos o seremos olvidadas.
La farsa del respeto profesional. Ya era hora de que desde el mainstream surgiese una obra furiosamente sardónica como Birdman (2014), no sólo una sátira para con un Hollywood volcado al infantilismo y la estupidez sino también una interesante antología de todos esos lugares comunes en los que suelen caer los actores intervinientes en el proceso creativo y el ámbito cinematográfico en general. La película nos presenta a Riggan Thomson (Michael Keaton), un intérprete que conoció la fama décadas atrás componiendo en la pantalla grande al superhéroe del título, y bajo el pretexto de mostrarnos los esfuerzos del susodicho en pos de montar una adaptación en Broadway de What We Talk About When We Talk About Love, un cuento de Raymond Carver, de a poco nos ofrece un collage de ironías superpuestas en el que se combinan un régimen formal arrebatador, la poesía surrealista, mucho humor negro y una angustia sutil. De hecho, la intensidad de los personajes y su psicología malograda constituyen sin dudas las vedettes del film, funcionando en términos prácticos como catalizadores de un cúmulo de escenas orientadas más al retrato de su idiosincrasia particular que a la progresión narrativa tradicional. Aquí somos testigos del renacimiento artístico de Alejandro González Iñárritu, un realizador que comenzó su carrera con aquella extraordinaria trilogía -en colaboración con Guillermo Arriaga- compuesta por Amores Perros (2000), 21 Gramos (21 Grams, 2003) y Babel (2006), para luego tocar fondo con la flojísima Biutiful (2010), casi una autoparodia involuntaria que por suerte no llegó a desdibujar sus conquistas de antaño. Nadie esperaba que su primera comedia hecha y derecha fuese tan eficaz y que para colmo resultase vitalizante en relación a un género que no deja de ser bastardeado por la industria. Con vistas a simular una extensa toma secuencia, el mexicano apeló a la fotografía de su genial compatriota Emmanuel Lubezki y a la edición de los ya conocidos Douglas Crise y Stephen Mirrione, redondeando una de las experiencias visuales más sublimes del cine reciente, rebosante en todo momento de originalidad, inteligencia y un enorme dinamismo. Más allá de la obvia analogía entre Riggan y Keaton y sus respectivos álter egos, Birdman y Batman, la historia pone en perspectiva el ombliguismo de los actores, su vehemencia cotidiana, la inestabilidad del trabajo en grupo, los problemas financieros que aquejan al contexto teatral, la pedantería bobalicona de la crítica, la irresponsabilidad paterna, el Complejo de Edipo postadolescente de algunos jóvenes, la patética dependencia para con las nuevas tecnologías, las luchas de egos tras bambalinas y la lógica de la insatisfacción. Las fantasías del protagonista vinculadas a la telequinesis y la levitación, junto a sus duelos verbales con su colega Mike Shiner (Edward Norton) y su abogado/ productor Jake (Zach Galifianakis), rankean en punta entre los sketchs más apasionantes de los últimos tiempos, un claro ejemplo de lo que ocurre cuando el talento está al servicio de un guión cargado de múltiples capas analíticas, en esta oportunidad firmado por el propio González Iñárritu, Alexander Dinelaris y los argentinos Nicolás Giacobone y Armando Bo. En consonancia con lo anterior, no podemos dejar de celebrar el regreso triunfante de Keaton al primer plano cómico y el devenir jazzístico de una banda sonora caracterizada por la maravillosa batería de Antonio Sánchez. Esta pequeña obra maestra del sarcasmo y el ingenio se ríe a carcajadas de todas esas mentiras en torno a la concepción vulgar del respeto profesional…
El vuelo a ninguna parte México y sus cineastas han estado pisando fuerte en el cine norteamericano. El año pasado el muy talentoso Alfonso Cuarón ganó un merecido Oscar por Gravedad y ahora –y una vez más- Alejandro González Iñarritu vuelve a la carga con Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia) luego de haber tenido ya sus nominaciones por Babel. No son los únicos, y bastaría nombrar a Guillermo Del Toro –menos prestigioso pero más taquillero- para completar un podio de mexicanos en el cine de Estados Unidos. De los tres, González Iñarritu era el más prestigioso, hasta que Cuarón arrasó con los premios con Gravedad. Pero también el director de Amores perros es el más polémico. Muchos se han fascinado con películas como la mencionada Amores perros y con sus obras posteriores 21 gramos, Babel y Biutiful. En su película inicial mostró fuerza para filmar, amor por las estructuras rebuscadas y una cierta crueldad pretenciosa que no termina de mostrarse en plenitud. 21 gramos es el resumen perfecto de solemnidad, pretenciosidad, crueldad y banalidad que suman todo lo malo que uno puede decir de Iñarritu. Pero claro, al mismo tiempo aumentó su prestigio y el gremio de los actores que se toman demasiado en serio empezó a quererlo también. Subió la apuesta con Babel, más de lo mismo, con algunas pruebas extras de crueldad que parecían acercarlo a los cineastas más sádicos del cine actual. El éxito lo acompañó, el prestigio también, pero también hay que decir que se volvió difícil seguir tolerando su filmografía. Luego de Babel González Iñarritu perdió a su colaborador, el guionista Guillermo Arriaga. Los guiones de Arriaga le quitaban protagonismo al director, sus estructuras obtenían más fama y luego de la pelea la pregunta era saber cómo seguiría la carrera del realizador. Siguió mal, tal vez menos rebuscada, pero igualmente pretenciosa y cruel. Nuevos guionistas llegaron a la filmografía de Iñarritu, los argentinos Nicolás Giacobone y Armando Bó (nieto del legendario director Armando Bo) colaboraron en los guiones de Biutiful y Birdman. A su vez, ambos escribieron una gran película argentina llamada El último Elvis, dirigida por el propio Armando Bo. En Birdman se ven algunas ideas de El último Elvis, pero sepultada por el trabajo del director y con algunos giros de timón que no parecen haber sido soñados desde el comienzo del proyecto. Esperemos que Giacobone y Bó encuentren otros directores con quienes trabajar o hagan otro film en Argentina como el que ya han hecho. Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia) no ensaya los niveles de crueldad infame de la filmografía anterior e intenta, tal vez a través de los guionistas, algo de piedad y humanidad en el personaje protagónico. El resto de los personajes está pintado con un nivel de superficialidad no buscada tan grande que hasta el nombre personajes le queda algo grande. Merecería un espacio mayor el análisis del espantoso título completo del film, pero lo mejor es olvidarlo, dejemos solo Birdman, seamos piadosos y no ataquemos por todos los frentes. Pero lo que ahorra en maldad a nivel guión, lo multiplica al infinito con la puesta en escena. González Iñarritu aplica los más improcedentes movimientos de cámaras para llamar la atención sobre su trabajo, pero llama la atención en un sentido negativo. La búsqueda de un plano secuencia que abarque la puesta en escena solo consigue molestar, distraer, irritar, aburrir mucho. No quiere que el guión lo tape, pero no se da cuenta de que lo que cuenta no se corresponde con la forma en que lo cuenta. Michael Keaton interpreta a Riggan una ex estrella de cine, que se había vuelto famoso interpretando tres veces al Birdman del título. Nunca ha podido salir de aquel encasillamiento y Riggan ahora busca obtener prestigio interpretando De que hablamos cuando hablamos de amor de Raymond Carver en teatro. Como muchos actores que han hecho grandes películas que los han convertido en estrellas amadas en todo el mundo, Riggan solo quiere ser prestigioso en el teatro. Por suerte el guión y la puesta en escena suman tanta confusión que es imposible reflexionar acerca de qué posición tiene la película sobre Hollywood. Igual la industria ama que la critiquen, que la destrocen, que hablan mucho sobre ella. Demasiados actores votan en la Academia y así esta película olvidable, mínima en su importancia, termina con nueve insólitas nominaciones al Oscar. Pero gustos son gustos y acá yo estoy para decir porque no me gustó Birdman. Lo que no me gustó es el mencionado trabajo con una cámara entregada al desastre con la idea de explicar lo que ocurre en el interior/exterior del personaje. Los actores, desatados, anticinematográficos, hacen su show, como solían hacerlo en la peores películas de Robert Altman. Y me imagino que a los que les guste mucho el Altman de The Player esta película, aun siendo muy inferior a aquella, tal vez les agrade. Michael Keaton, que en la vida real fuera de esta película supo ser dos veces Batman en las películas de Tim Burton sin duda encuentra aquí el guión que le permite que lo premien, mezclando su propia vida con la de su personaje. Riggan escucha la voz de su personaje que le habla, que se le aparece y le dice cosas acerca del mundo en el cual le toca vivir ahora al actor. Hay una leve ambigüedad acerca de eso que luego va en aumento, como en aumento van todas y cada una de las arbitrariedades del guión. Todos los estereotipos se repiten y –oh sorpresa para mí- en supuesta clave de comedia. Si Birdman es una comedia, Una Eva y dos Adanes es un western. ¿Ironías sobre la industria u verdades de perogrullo? Todo esto, no lo olvidemos, al ritmo de una cámara loca que haría sonrojar al más desatado Claude Lelouch. Qué Birdman sea visualmente muy fea y que sus actores estén fuera de registro y todos sobreactuados no son los únicos defectos. Cuando ya ha pasado la primera hora de película y por breves instantes Keaton consigue darle corazón a su personaje, entonces empieza la debacle, una seguidilla de falsos finales que le otorgan al relato una dispersión que rompe todo clima e interés. Cualquier escena podría ser el final y cualquiera de esos finales sería malo. Entonces, como era de esperarse, se llega al peor, al más ridículo de los finales. Y allí sí, sin problema alguna, se termina de rematar esta película que pasados los dos meses de premios, difícilmente llegue a provocar, al menos en mí, un instante más de reflexión. Poco cine, mucho ruido, y esperemos que no le gane a verdaderas grandes películas con las que compite.
“No pertenecemos a este hueco de mierda”, ¿no podría ser tranquilamente una frase de Raymond Carver?: puede haber algo más despojado, realista y sucio que esa frase? Sí, puede haber. La que le antecede, “Este lugar es horrible, huele a cojones” por ejemplo. Juntas, ambas lineas conforman la voz en over con la que empieza Birdman una pelicula que describiría, si me permiten, como una mirada particular realizada desde cierto mainstream latinoamericano hacia la cultura norteamericana. Una cultura que aparece densamente conformada por distintas sustancias: teatro, cine, Nueva York, un imaginario algo ingenuo que alimenta gran parte de los comics, los medios de comunicación y la tecnología. Una densidad inigualable que Carver expuso sin piel en su literatura. ¿Y conseguiste lo que querías de esta vida? Lo conseguí. ¿Y qué querías? Considerarme amado, sentirme amado en la tierra. ÚLTIMO FRAGMENTO Nuestro amigo Luis Zas en la nota hecha sobre Birdman durante el Festival de Mar del Plata, no puede dejar de pensar el hecho de que los guionistas son argentinos, los mismos de El último Elvis relación que me parece atinada y justa. Y que su director es mexicano: Alejandro González Iñárritu (Amores Perros, Babel) que, aunque cada vez más firme en las ligas mayores de la gran industria del cine: las 9 nominaciones al Oscar lo confirman, no deja de provenir de otro mundo, caracterizado por imaginerías distintas, por maneras de abordar lo urbano, incluso, de manera atiborrada, caótica, descentrada sobre todo en el momento en que Riggan cruza la avenida semidesnudo porque se quedó afuera del teatro y es invadido por una multitud que lo reconoce: no es la Nueva York de Woody Allen donde todo parece bajo control. Hay un permanente grado de alienación, y de frustración que tensa la pantalla. Y en ese sentido, la elección conceptual del recurso del plano secuencia es perfecto, un afluente visual que conecta objetos y situaciones en el transcurrir de la historia, no queda nada oculto de esa cámara que se mueve por los pasillos del teatro, por el escenario, por la platea, incluso por la parrilla: la totalidad del espacio es abarcada por ese montaje en plano en el que habrá que ir descubriendo suturas y fracturas. Pegado en el vidrio del camarin, el lugar mágico de la pelicula, hay una frase: “Una cosa es una cosa, no lo que se dice de esa cosa”, referencia a esta época plagada de comentarios: la modernidad está condenada al comentario dijo una vez Foucault. El comentario del critico de teatro pero tambien el comentario del twitter, uno y otro ensalzan o destruyen, todo en un solo segundo, indistintamente. Riggan no va contra eso, sólo resiste eligiendo a Carver, (alguien pasado de moda segun su hija) aunque también a él parece interesarle poco, incluso el texto se escamotea en el film, se mezcla con el proceso del ensayo, son las previas de prensa, de invitados las que vemos. Sabemos sí que se trata de la obra”De qué hablamos cuando hablamos de amor” , la escena final antes que nada la vemos tres o cuatro veces. Sabemos también que Riggan invirtió todo su dinero. Pero se trata sólo de dinero? La tapa principal del diario con la foto del irreverente Mark (Edward Norton) logra ungrado de conflictividad tal que la historia abandona al personaje de Mark, su ego, sus caprichos, y se dedica definitivamente a Riggan. Se trata sólo de fama? La fama del superheroe volador (literal hombre pájaro del titulo, (verdadero superyo del personaje), superheroe de taquilla vrs el actor serio, que, sin querer, o inesperadamente, llega a “crear esa nueva categoría: el superealismo”: los dueños del realismo mágico hablan del superealismo teatral norteamericano, despues de homenajear al realismo sucio que concluye en una fantasía. En definitiva, Birdman no es una pelicula sobre el teatro, es una pelicula sobre la naturaleza del espectáculo en los EEUU, incluida la improvisación, el jazz y una omnipresente batería como única banda sonora (otra vez, como en Whiplash) hasta todos esos grados de heroicidades y de fantasías sólo imaginadas por el cine desde hace 120 años a esta parte.
Un guión verborrágico y acelerado, un elenco de grandes actores donde todos hacen valer su condición de “estrellas” (porque no dejan de brillar en toda la película) y un apartado técnico magnifico del que sobresalen la fotografía de Emmanuel Lubezki y la original banda sonora de Antonio Sanchez, son los ingredientes perfectos para acompañar este glorioso desembarco de Iñárritu en la comedia negra. Riggan Thomas (un sublime trabajo de Michael Keaton) es un actor reconocido en todo el mundo por haberse calzado hace ya un tiempo el traje de “Birdman” para protagonizar una exitosa trilogía de acción basada en las aventuras de ese superhéroe. No obstante, esos años ya pasaron y Riggan busca desesperadamente volver a ser una figura reconocida dentro del mundo del entretenimiento, solo que esta vez quiere posicionarse entre los talentosos del medio. Para eso no tiene mejor idea que montar una obra de teatro en Broadway basada en la obra de “What We Talk About When We Talk About Love” de Raymond Carver junto a un grupo amorfo de talentosos actores, la ayuda de un productor desesperado y el apoyo poco convencional de su hija y su ex esposa. Junto a la impecable actuación de Keaton se encuentran los excelentes trabajos de Edward Norton, Naomi Watts, Andrea Riseborough, Emma Stone y Zach Galifianakis, quienes en igual medida aportan su talento para convertir al nuevo trabajo de Iñárritu (y pensar que lo vimos dirigir dramones del calibre de “21 gramos” u “Babel”) en una comedia muy ácida y vertiginosa que reflexiona sobre los inalcanzables límites de la estupidez humana cuando se encuentra fomentada por la necesidad de ser iluminada por las luces del éxito. Con una cámara incapaz de quedarse quieta, y que a su vez ofrece unos planos secuencia que son una delicia para el buen paladar del cine (y un dolor de cabeza para aquellos valientes que se animan a trabajar con ella), Iñárritu recorre los pasillos del teatro donde tiene lugar la obra y aprovecha todos y cada uno de los deliciosos momentos tragicómicos que ofrece el guión escrito junto a Nicolás Giacobone, Alexander Dinelaris y el argentino Armando Bo para brindar escenas gloriosas. Por ejemplo, la primera escena que tienen juntos Keaton y Norton en la historia es uno de esos momentos gloriosos del cine que pagan por completo la entrada de la película. Incluso si no te consideras un fanático de esta clase de propuestas, toda esa secuencia te deja con la mandíbula por el piso y te saca más de una carcajada. Lo maravilloso del nuevo trabajo de Iñárritu es que, siguiendo la línea de sus producciones anteriores, sus personajes son tan amplios y ricos en contenido que en ningún momento la propuesta resuelta aburrida o redundante ya que siempre encuentra una ventana abierta por donde “literalmente” puede arrojarse al vacío y salir volando hacia otras aguas. Que ese dialogo intrapersonal constante con el que vive Riggan Thomas, el cual se ve reflejado como una discusión entre un hombre abatido y otro disfrazado de superhéroe, termine en una de las escenas más psicodélicas del 2014 es magnífico. Magia pura. Y de eso se trata el cine. “Birdman o (La inesperada virtud de la ignorancia)” es una propuesta apabullante por donde se la mire. Una de esas obras, o mejor dicho, uno de esos obsequios no perecederos que el cine suele regalarnos muy de vez en cuando.
Riggan Thomson (Michael Keaton) levita en su camarín como si aquel don del supehéroe del titulo se le hubiera quedado pegado en el alma. Su camarín es el centro de su universo en donde juega a un caprichoso Dios tratando de gobernar su planeta que es un teatro perdido en Broadway. levitación El ex Batman intenta ser director de teatro de una obra de Carver (“De qué hablamos cuando hablamos de amor”) con actores de pasado “aéreo” como Naomi Watts (a través de las manos peludas del amigo Kong), Edward Norton (dando saltos verdes cuando se transformaba en Hulk) y con una asistente / hija como Emma Stone (que viene de colgarse de las telarañas de Spiderman) y en un segundo plano Andrea Risenborou (la pareja “atmosférica” de Tom Cruise en Oblivion) como su atribulada pareja. En este teatro / mundo Micheal Keaton es gobernado por la histeria del inminente estreno y por eso vuela a través de los pasajes laberínticos del teatro tratando de aumentar sus problemas personales y artísticos que un serio Zach Galifianakis (me gusta más con resaca) como amigo y productor intenta desesperadamente solucionar o por lo menos aplacar, todo atravesado por la luminosa presencia técnica de un excelente Emmanuel Lubezki otro especialista en ingravidez como lo demostrara en la película del otro mexicano Alfonso “Gravity” Cuarón. En este clima de vuelo ácido, la película de Iñarritu parece un cambio de sus anteriores producciones mucho más dramáticas y “pesadas” (si hasta “21 gramos” nos recuerda el sistema de pesas y medidas) aquí reina la ironía y la crítica al mundillo artístico, la “Babel” propia transformada en el infierno tan querido. Si hay una constante con sus anteriores producciones es la dialéctica de la conservación/búsqueda/perdida del amor, en Birdman no hay accidentes que cambien la vida de los personajes (muerte, enfermedad y discapacidad como en las anteriores), no hay historias paralelas ni realismo crudo que convergen en un punto, hay una historia de desamor rica en matices que esperan ser interpretados. Como en Tlön, Uqbar, Orbis Tertius de Borges la ficción se apodera de la realidad y el texto de Carver se hace cargo de darle una definición a la vida de un esperpéntico actor/director/ ex – superhéroe que además de querer volar necesita un destino. Algo del clima de Birdman me recuerda a la inigualable All That Jazz de Bob Fosse, en su feroz autocrítica del mundo ególatra del espectáculo y en el derrotero de los artistas Michel Keaton y Roy Scheider (¿No lo rescata Fosse a Scheider del pesado traje del heroico “jefe Brody” del Tiburón 1 y 2?). Sin embargo All That Jazz le saca distancia en casi todos los rubros empezando con la diferencias de guión que en ATJ está magistralmente construido como un musical dentro del musical y en Birdman nos encontramos con un guión irregular, poceado, como los baches que tanto conocen Giacobone y Bo (guionistas argentos de la película) de la linda Buenos Aires, con momentos interesantes como los monólogos interiores/exteriores del joven Birdman y Riggan y los diálogos suicidas de la dupla Stone/Norton en la terraza del teatro y con otros trayectos algo desparejos y esterotipados como los diálogos entre la crítica todopoderosa del The New York Times y Keaton y los lamentos culposos de nuestros actor y héroe principal. Armando Bo Jr. y Nicolás Giacobone, recuerdo, tuvieron su estreno local en el Bafici 2012 con El último Elvis, la opera prima de Bo Jr., que también retrataba a un artista deprimido y marginal cuyo mérito era ser imitador del gran Elvis con similares problemas familiares que Birdman, siendo todo su sueño conocer un lugar mítico y desconocido llamado Graceland. Señala Diego Battle en su crítica a la película que el cambio de firma que hace el director del Gonzalez Iñarritu por el de G. Iñarritu anticipa el cambio que después vemos en el film, yo agregaría que con la inclusión de Gicobone y Bo, el armado de un nuevo colectivo se parece más a un cierto despojo autoral y a una economía formal que recién empieza. Si no contamos a Patoruzú, nuestra cultura carece de superhéroes con tanto pecho inflado, pero sí tuvimos en el 29 festival de Mar del plata una importante representación de selectos y ultramimados directores locales y extranjeros que se pavonearon en algunas conferencias a veces hasta tomando el pelo a los espectadores/periodistas que preguntaban. ¿Qué tipo de película hubieran hecho Iñarritu/ Giacobone/Bo si se hubieran inspirado en nuestra autóctona fauna narcisa? UP IN THE AIR.
El problema de Birdman es que la película cree que es bastante más inteligente y lúcida que sus personajes. El director retrata sin piedad a unas criaturas miserables, frustradas y ambiciosas, pero la puesta en escena no se mezcla con ese universo decadente, más bien al contrario: los largos planos secuencia, muchas veces injustificados, exhiben orgullosamente un impostado virtuosismo técnico que contrasta con la materia degradada del relato. Iñárritu pinta el peor de los mundos y lo hace pavoneándose con su cámara por los pasillos y camarines del teatro: la impiedad con la que el mexicano construye sus historias van de la mano con extensos planos acrobáticos. Cuando empieza, Birdman amaga con ser una farsa, una oda al engaño y al humor grotesco al mejor estilo de Noises Off de Peter Bogdanovich en la que también se narraban las desventuras de una compañía teatral delante y detrás del escenario. Pero la farsa demanda ligereza y un espíritu burlón, y no la solemnidad y la autoconsciencia afectada de las que presume en todo momento Birdman. En el fondo, la película no hace otra cosa que apelar a los prejuicios más rancios que el público pueda tener sobre los actores de Hollywood, de Broadway y sobre el ambiente en general que gravita en torno a esos espacios. La tesis del director no es más que la actualización de una idea precocida; el guion no demanda nada a su espectador, solo le sirve en bandeja un montón de lugares comunes hiperbolizados y ya masticados listos para digerir. Iñárritu señala con el dedo a todos y no rescata a nadie, salvo en parte a Mike Shiner (Edward Norton), un cínico de campeonato al que el relato parece observar con un poco más de interés por el solo hecho de complicar una y otra vez los planes de Riggan Thomson y de poner al descubierto las inseguridades de los demás. Como Shiner, la película es incapaz del más mínimo gesto de humanidad; al igual que en el resto de su filmografía, el director demuestra que posee un ojo solo apto para capturar la maldad y la miserabilidad. No es nada nuevo: muchos mercachifles apuestan a que la miserabilidad en cine luce bien, que vende, y ahí está para probarlo el éxito de Slumdog Millionaire, Ciudad de Dios o de la reciente 7 cajas. Iñárritu hace una película que lleva como título el nombre de un superhéroe, pero Birdman desprecia el género e intenta una deconstrucción que no es más que un comentario bobo con ínfulas de intelectualismo acerca de la supuesta vacuidad del cine de espectáculo. La tontería de la pretendida crítica se aprecia enseguida en la escena en que Birdman le habla en el plano a Thomson y en el fondo se ven explosiones y enormes monstruos salidos directamente de la mente del protagonista: el director realmente cree que una película de superhéroes se reduce a eso, a un par de explosiones y a un gigante hecho en CGI, y en consecuencia la película imagina a un espectador ideal igualmente prejuicioso e ignorante. Iñárritu incluso se toma el trabajo de conseguir como protagonista a Michael Keaton, primer Batman en cine después de Adam West, como para sumar una capa extra de sentido que disimule en parte la chatura de todo el conjunto. De paso, el director recluta a Emma Stone y Zack Galifianakis y los pone en la piel de personajes grises y horribles, como si disfrutara del experimento de observar a dos grandes comediantes retorciéndose bajo sus órdenes. La película es cruel y no conoce límites a la hora de someter a sus personajes a la humillación y el sufrimiento. Un foco de luz cae sobre la cabeza de un actor y lo lesiona severamente, un embarazo que termina de manera abrupta deja deshecha a la futura mamá, un personaje (por culpa de un accidente) debe salir a la calle en calzoncillos y someterse al escrutinio de cientos de transeúntes; el guion no escatima en situaciones degradantes y cada personaje carga con dosis suficientes de malicia como para justificar semejantes vejaciones. Birdman no entiende de calidez o de solidaridad, solo puede escenificar el resentimiento, como en el encuentro que tiene Thomson con la reconocida crítica de teatro: ella, fría y malvada, le anticipa que va a “destruir” su obra incluso sin haberla visto, argumentando que el protagonista ocupa un espacio que no merece. No es raro que una película que piensa y reflexiona tan mal como la de Iñárritu imagine tan pobremente a un posible interlocutor: algo similar pasaba con el crítico que hacía Bob Balaban en La dama del lago de M. Night Shyamalan, otro director demasiado pagado de sí mismo y de su lugar de auteur. Finalmente, la obra basada en un cuento de Raymond Carver resulta un fracaso pero la recepción y la difusión son excelentes. Así es como la película realiza su acto de cinismo mayúsculo, diciendo que estos personajes tan horrendos existen no en calidad de excepción sino como expresión acabada de toda la sociedad, la misma que premia y aplaude ese teatro mal hecho. Los diálogos finales, igual de groseros que los de toda la película, se encargan de explicar bien la moraleja: basta con poner en escena alguna clase de show truculento para que un público embrutecido lo festeje y para que el periodismo se haga eco del asunto. Así, la película cierra el círculo: Iñárritu crea un mundo con personajes ruines a los que el relato se encarga de punir oportunamente por sus bajezas, pero que terminan triunfando a pesar de todo porque los espectadores son igual de tontos y malvados que ellos. La cosa con los misántropos de cuarta categoría como Iñárritu es que están tan seguros de qué cosa es el mundo y de cómo es la gente que lo habita que no queda lugar para la discusión o la duda. De todas formas, nada parece haber cambiado mucho: con los años, el cine de Iñárritu parece haber cosechado un buen número de seguidores siempre dispuestos a confirmar los prejuicios más obvios y a elogiar cualquier clase de artilugio cinematográfico que se evidencia como tal. Antes era la manera de entrelazar las historias de sus relatos corales, ahora serán los planos secuencia, una misteriosa voz en off y el baterista ese que aparece a cada rato y en cualquier parte.
Mimesis enajenada. La sociedad del espectáculo pretende generar un negocio a partir del entretenimiento mientras que el arte aspira a transformar la vida, cambiar la percepción y crear una combinación de elementos que trastoque el entramado social. Contrapuesto al arte, el espectáculo es la repetición de lo mismo una y otra vez reciclado, es la reproducción de nuestra vacuidad sin ningún significado, con el solo fin de vivir en una inacción apática seudo hedonista esperando que nuestro tiempo se acabe y nada cambie. Birdman (2014), la última película del guionista y director mexicano Alejandro González Iñárritu, marca un abandono absoluto de las características sociales solemnes de su reconocido estilo realista para dar lugar a una obra enajenada, intempestiva, fuera de control, imbuida de un atípico ritmo de fanfarria a través de una percusión corrosiva e incómoda que cuestiona el mundo del espectáculo y sus pretensiones artísticas a través de la puesta en escena de una obra de teatro basada en un cuento de Raymond Carver, What We Talk About When We Talk About Love. Durante los ensayos y los pre estrenos de la adaptación de la obra de Carver, el actor, director y productor de la obra, Riggan Thomson (Michael Keaton), es acosado por dudas existenciales respecto de su calidad como actor, la importancia del arte como medio de comunicación social, la necesidad de trascendencia en un ámbito con tanta exposición y el significado de la mimesis como forma de expresión. Casi al borde de un ataque esquizofrénico y del realismo mágico, Riggan es atormentado por la sombra de uno de sus alter egos, Birdman, un personaje al que interpretó a principios de la década del noventa, que fue un éxito de taquilla en su época y la cima de su carrera. Como una alusión a la saga de Batman dirigida por Tim Burton y personificada por Keaton, el personaje de Birdman ataca las pretensiones estéticas de Riggan y lo estimula a retomar al superhéroe y las superproducciones cinematográficas, mientras el susodicho lucha en una batalla desigual por sostener sus convicciones y dejar una huella a pesar de las crisis de presupuesto y la conflictividad de los actores de la obra. La ofensiva de Birdman contra la actual saturación de adaptaciones más o menos aceptables de comics de superhéroes es brillante y lúcida, enfatizando la relación entre el carácter de espectáculo de estas obras, las necesidades de expansión, el fetichismo de la industria cultural y la demanda y oferta de deseo insatisfecho por parte de la lamentable publicidad contemporánea, a través de los análisis intelectuales del filósofo y semiólogo estructuralista francés Roland Barthes y los perspicaces diálogos respecto de la presumida importancia de las efímeras y morbosas redes sociales. El extraordinario guión de Iñárritu, Alexander Dinelaris y los argentinos Armando Bo y Nicolás Giacobone (autores de El Último Elvis, 2012) no solo crea una oposición dialéctica entre la ficción y la realidad y la necesidad de su unificación en la vida, como planteaban las vanguardias en sus obras y sus provocadores manifiestos a principios del Siglo XX, sino que agrega la puesta en jaque del rol de la crítica y la necesidad de aprobación del inestable teatro independiente, y la introducción de elementos fantásticos que funcionan como dispositivo cínico para ironizar y escarnecer las recientes películas de superhéroes y la industria cultural por su miopía estética. Birdman adapta de esta manera las reglas del arte a su propuesta y propone un drama existencial elevado por la calidad de las interpretaciones de Michael Keaton, Edward Norton, Naomi Watts, Emma Stone, Andrea Riseborough, Amy Ryan y Lindsay Duncan, para devolvernos la esperanza de que la fantasía y la realidad se unan para despertarnos de esta somnolencia cinematográfica y reconstruir la posibilidad de seguir soñando despiertos con nuevas historias e imágenes.
Alta comedia. El absurdo descontrolado y el simbolismo polisémico presentes en Birdman hablan de una jugada atípica en el imaginario de un Alejandro González Iñárritu que decide cambiar la poética cruda de sus melodramas contemporáneos por una ironía naif sobre el trasfondo artificial latente en la industria norteamericana. El martirio lacrimógeno del director muda su piel y se permite varios delirios surrealistas para fomentar una parodia inusual en el mainstream. Ante semejante viramiento, una sinfonía de ladridos desmesurados opta por acusarlo como un border en estado grandilocuente que atenta contra su propia faena y que en una táctica desesperada por reinventarse, termina alimentando una película ciclotímica con tecnicismos precarios (un falso plano secuencia que divaga por la trastienda de una obra teatral y que cuando quiere sale al exterior) y desenfundando un lenguaje sarcástico que no le corresponde. Birdman trabaja como una epopeya codificada pero no por eso llega a ser la anomalía que desvirtuase el esquema tradicional de su autor. Al romper con el patrón amargo que alumbra sus producciones y testeando una risotada burda, se conciben unos acotados chistes de salón, repartidos dentro del ambiente caldeado que intentan emular (un ensayo fatídico y las miserias que se soportan en bambalinas). Este trato cargoso con el calvario hipócrita del espectáculo sirve para evidenciar la posición externa (tengan en cuenta que detrás de esta idea hay varios latinos) frente al clima conservador que afecta al mercado cinematográfico actual. Esta es la base que dirige Iñárritu para difamar el caretaje contaminante en los artistas (el protagonista es acosado por la voz de un superhéroe parido en un blockbuster al que interpretó tiempo atrás), pero quien la liga con énfasis es todo el rejunte de Broadway. El realizador mexicano genera una apuesta extravagante para mojarle la oreja al mismo sistema que actualmente le da de comer mientras de paso saca a la superficie el lado oscuro de todos sus implicados (desde el público hasta el sindicato no se salva nadie). Otra referencia básica del sello Iñárritu como es el reparto étnico a lo largo de una historia, esta vez decide volcarse específicamente a estrellas nativas norteamericanas. Así tenemos al enorme Michael Keaton alardeando con su caripela de culto como Riggan Thomson, el actor frustrado que lucha por encausar su carrera, aunque soportando una dilatada autoestima y las deudas financieras que se le fueron generando. La idea es representar sobre el escenario What We Talk About When We Talk About Love de Raymond Carver, pero una serie de eventos desafortunados le complican la existencia a Riggan, mientras que es secundado de cerca por los comics reliefs de su rival (la pedantería sarcástica de Edward Norton) y su fiel manager (la acidez moderada de Zach Galifianakis). En el apoyo logístico se lucen Amy Ryan y Emma Stone, conformando el entorno puro de un artista vapuleado por la prensa esnobista y abandonado por los productores. Los valores locales de Armando Bo y Nicolás Giacobone desempeñan un guión de apertura física y mental encausado a ser una apuesta arrogante en su fusión de carisma new age y sketchs improvisados. Birdman se convirtió en una obra galardonada y de modismos avalados por el gusto académico, pero ciertos fundamentalistas obstinados en adoptar una pose canchera condicionan su accionar y ningunean su propósito. Hablamos de la difamación chabacana que le busca el pelo al huevo para despuntar el vicio persecuta en palabras de detractores verborrágicos y sus malas lenguas. Mucha palabrería exótica para marcar tendencia, ya que a falta de un argumento sincero para con la obra, se insiste en defenestrar su envoltorio.
The winners are… las biopics y la autocelebración Aunque diferentes, Birdman (o La inesperada virtud de la ignorancia), de Alejandro González Iñárritu, y Whiplash: Música y obsesión, de Damien Chazelle, son películas sobre temas caros para los estadounidenses: la búsqueda del éxito y la competencia en los ámbitos del arte y el espectáculo. La tragicomedia filmada por el mexicano Iñárritu con elenco estadounidense sigue de cerca los miedos y contradicciones de un actor (Michael Keaton, siempre querible perdedor) que busca redimirse con una obra teatral. Las dudas entre el mainstream y el prestigio, la desconfianza entre colegas, el ego, la dependencia de las reacciones del público y de la crítica, son volcados en una película algo histérica, de un virtuosismo formal no siempre justificado, pero de todos modos graciosa, con ese clima de nerviosismo e inseguridad emocional propio del medio y alguna secuencia muy bien resuelta, como la del protagonista saliendo forzosamente a la calle tras un incidente durante la representación de la obra. Su escasa sutileza y unos toques fantásticos que la acercan al pastiche se compensan con la energía de sus actores y su buena música. Seguro ganador del Oscar, el film de Iñárritu es de esos productos que Hollywood adora por considerarlos adultos y divertidos, audaces y populares al mismo tiempo. Whiplash, en cambio, es más modesto y embarazoso: acompañando a un joven empecinado en tomar clases con un profesor-tirano para alcanzar excelencia como músico, el film lleva al espectador a sentimientos encontrados, poniendo en discusión la excesiva importancia que suelen darle muchos artistas a la superación profesional y la influencia que pueden tener ciertos maestros. Si comienza como El diablo viste a la moda (2006, David Frankel) en el mundo del jazz, luego va enrareciéndose y cambia dos o tres veces de rumbo, tensionando y estimulando el debate. Es cierto que el guión tiene algunas trampas (que el pibe se quede dormido en una instancia inicial, que la chica le diga seriamente que no para confesarle al instante que era una broma) y que la relación profesor-alumno orilla lo masoquista, pero también hay en Whiplash escenas hábilmente resueltas (como la del accidente), una buena actuación de Miles Teller (J.K.Simmons, en cambio, nunca parece confiable) y un final que evita la manipulación emocional. Recuerda, claro, el juego de dominador-dominado de Foxcatcher, con la diferencia de que quien allá tiene el dinero aquí es dueño del saber, y que el as guardado bajo la manga para el desenlace deja, en este caso, al espectador más pensativo que angustiado.
Volando alto La cinta del particular Alejandro González Iñárritu (venerado por muchos y reprobado por otros) ha generado un interesante revuelo desde que se dio a conocer su primer tráiler. La ansiedad comenzó a precipitarse aún más ante las primeras voces que llegaban desde Venecia vaticinando que se trataba de una de las joyas de las que se hablaría largo y tendido en el 2015 (o al menos en el inicio del corriente año). Birdman supone un cambio de registro de parte del director de 21 gramos, conocido por sus films de historias cruzadas. Aquí se vuelca hacia una especie de comedia negra favorecida por una puesta en escena soberbia, a través de la que Iñárritu despliega una buena cantidad de recursos que magnetizan al espectador. La historia nos remite a Riggan, un actor que ha alcanzado la fama gracias a la personificación de un superhéroe, pero que en la actualidad se encuentra en la lucha por triunfar al mando de una obra teatral en Broadway. El desafío radica en demostrarle a la gente y también (o principalmente) a sí mismo que es capaz de reinventarse y ser reconocido nuevamente desde un personaje o rol distinto al que supo engendrar en su pasado. Más allá de los conflictos internos de cada uno de los partícipes del relato y de sus miserias, Birdman intenta sacar a la luz un tono burlón, aprovechando el baño de tragicomedia (por decirlo de alguna manera) que se aplica sobre la narración. Es allí donde brillan Michael Keaton y Edward Norton, acompañados con solidez por el resto del reparto (Emma Stone, Naomi Watts, Zach Galifianakis), porque Birdman es además una película de actores y de actuaciones. No es una cinta de risas, sino de un humor irónico, socarrón, de momentos fugaces y ocurrentes incluso adornados por pasajes surrealistas que amplían un poco más la variedad de componentes de los que se vale el realizador de Babel. Iñárritu acierta cuando se propone presentar los acontecimientos con la difícil tarea que requiere la utilización de planos secuencia (la apariencia de que fuese uno sumamente extenso está impecablemente lograda) que acaban transportándonos de un lado hacia otro, siguiendo a diferentes personajes que desfilan por el interior y por los alrededores del teatro. Esto dota de dinámica y de agilidad a la proyección, ganando puntos en entretenimiento y en enlace. Birdman avanza con un efecto asolador que contagia, y, salvando algunas cuestiones de excesos tal vez instalados por la frenética de su creador, mantiene expectante y conforme al público. Hay tela para cortar, Iñárritu se encarga de dejarnos retazos acerca de las figuras del espectáculo, así como también de quienes critican y analizan las producciones que estos llevan a cabo. Todo con un sarcasmo disfrutable. Probablemente sea la mejor obra concebida por el director, algo que queda para el debate. LO MEJOR: la dirección. La agilidad del film. Planos secuencias. Actuaciones, principalmente de Keaton y Norton. LO PEOR: algunos pequeños excesos innecesarios. PUNTAJE: 8,4
Diferente y dispar. Así se siente Birdman, el último experimento del cineasta mexicano Alejandro Gonzalez Iñárritu. Lo que parece anticipar una sátira al género de los superhéroes - a final de cuentas la trama guarda demasiados puntos de contacto con la vida real de Michael Keaton, su protagonista -, es en realidad una comedia experimental que dispara dardos a medio mundo - desde la cultura pop y las redes sociales hasta el hermético mundo teatral de Broadway (prohibitivo para aquellas estrellas devaluadas y surgidas de un medio tan superficial como el cine) - y termina acertando en su mayoría. El punto es que provee una conclusión mas vaga que satisfactoria, con lo cual resulta mas interesante la travesía que la llegada. Aún así, hace un montón de cosas novedosas, lo cual termina resultando atractivo por lo inesperado de su enfoque y de su propuesta. Ya las cosas empiezan extrañas cuando vemos a Michael Keaton meditando en su camerino y flotando en el aire. Hace 20 años el protagonista encabezaba una exitosísima franquicia basada en el superhéroe del título, lo cual le daba fama y fortuna pero no terminaba por satisfacerlo profesionalmente. Habiendo renunciado al papel, el siguiente par de décadas se desarrollaron en un declive constante, siendo el actual momento el mas bajo de su vida. Ahora el tipo precisa meter un éxito para generar un comeback y, de paso, sentir que ha hecho algo de valor con su profesión. Y mientras el tipo reflexiona esto, mueve cosas con la mente o se manda a volar cuando está aburrido. Uno no sabe si el tipo está pirado o, - como un clásico sketch de Saturday Night Live, ése en donde Christopher Reeve iba a una audición para Superman y todos testeaban si podían parar balas con el cuerpo o quemar papeles a la distancia con su visión de rayos laser -, el tipo realmente tiene superpoderes. Y mientras que las referencias al género se multiplican por doquier - la vida de Riggan Thomson es tremendamente similar a lo que pasó Michael Keaton en los ultimos 20 años cuando abandonó la saga de Batman; están Edward Norton y Emma Stone, protagonistas de sendas franquicias de la Marvel como fue Hulk y El Increíble Hombre Araña; Keaton bromea sobre George Clooney y Robert Downey Jr; e incluso hay un cameo de Spiderman -, el filme no se engolosina sólo con eso. Es como que ese toque cómico y autorreferencial (que por momentos me hace acordar al tono de JCVD, ese extraño experimento en donde Jean Claude Van Damme hacía una versión no demasiado ficticia de sí mismo) fuera el punto de partida, el primero de una larga lista de temas que Alejandro Gonzalez Iñárritu quiere tratar en el camino. Está el mundo del teatro, lleno de prejuicios y egos; está los insufribles actores de método - como Edward Norton, el cual quiere emborracharse y fornicar en escena para empapar en realismo a su personaje (!) -; está la paternidad castrada por la obsesión por la carrera, lo cual ha provocado todo tipo de daños en los hijos; está la burla a las redes sociales, una entidad superficial marcada por seguidores y likes, y en donde uno debe tener una cuenta para poder "existir" en el mundo real; y está la tragedia de los actores en desgracia, los cuales necesitan mantener su dignidad por cualquier medio posible. Y mientras tanto, todo este licuado está narrado cinematográficamente en una toma única (tal como pasaba con La Soga de Alfred Hitchcock), lo cual le da un toque tremendamente surrealista al generar un flujo espacio - tiempo único, continuo y abreviado. Keaton toma la audición a Norton, se va a su camarín y habla con sí mismo, va por el pasillo y le deja una propina al percusionista que está haciendo un solo de tambor en la cocina (y que casualmente es el ritmo real de la banda sonora), y regresa al escenario en donde el teatro está lleno y el elenco está enroscado en medio de una escena, con lo cual los tiempos narrativos están abreviados en la mente del protagonista. Birdman es diferente e interesante. Como la estructura es inusual, uno no sabe muy bien para qué lado va a terminar disparando todo esto. ¿Acaso Keaton terminará matando a Norton por una cuestión de choque de egos?. ¿Es Keaton un suicida que dar el golpe de gracia a su carrera, matándose en el escenario?. ¿Existe todo esto realmente, o sólo pasa en la mente de Keaton?. Lo que uno siente es que la historia no tiene una conclusión limpia y quizás por eso el libreto prefiere embarullar un poco las cosas para dar un final criptico. En Desde el Jardín Peter Sellers podía caminar sobre el agua, y ello implicaba el caracter celestial de su personaje. Aquí Keaton vuela, pero la lectura es mucho mas compleja, ya que su personaje no tiene nada de inocente como para tener semejante don angelical. Lo más probable es que su mente asocie que, los únicos momentos en donde fue feliz y se sintió realizado, fué al interpretar / apoderarse de ese superhéroe que tanto odió, y que le hizo ser quien es. Quizás el quid de la cuestión sea el proceso de reconciliación entre el actor y el personaje que lo encasilló; resaltar los cojones que precisó para encarnar un papel enfundado en un traje ridiculo y volverlo creíble para millones de fans, con lo cual hay un verdadero talento dramático escondido en su cuerpo... el cual precisa despertar para asumir un rol mas jugado, dramático y convencional como es el de la obra de Raymond Carver. Birdman no es una sátira sobre el género de los superhéroes, sino una comedia dramática salpicada de detalles autorreferenciales, y que trata sobre la tragedia de un actor en el ocaso de su carrera. Las perfomances son muy buenas - Keaton comienza como Keaton, maniático y chispeante, pero a mitad de camino se transforma y termina brindando una interpretación de gran altura; Emma Stone posee una enorme intensidad (especialmente en el discurso en donde le reclama a Keaton su indiferencia como padre); Norton es Norton, camaleónico como siempre; y si bien el resto del elenco es muy bueno, el que mas me sorprendió es Zack Galifianakis, yendo contra natura (y con gran efectividad) en el rol de sufrido manager y amigo personal del protagonista. Definitivamente Birdman no es para todos los gustos, ni probablemente satisfacerá todas las expectativas. Es rara e inusual, pero está bien construída y es inteligente. En el fondo se podrían haber omitido las referencias pop al mundo de los superhéroes y hubiera quedado como otra de esas obras sobre la decadencia de los artistas - como El Vestidor o Sunset Boulevard -; pero esas adiciones le dan cierto condimento paladeable para las masas, razón por la cual la hemos incluido en este portal.
Birdman o (La inesperada virtud de la ignorancia), es un film con una historia sumamente atractiva sobre la fama y la decadencia que no se puede dejar de ver en pantalla grande para poder disfrutarla a pleno. Los diálogos son excelentes y muy ricos, ya que prácticamente cada línea que se dice aporta un dato sobre cada uno...
Una lisérgica tragicomedia en plano secuencia Cuando me puse a revisar la oferta de películas en el Festival de Mar Del Plata y vi que en el listado figuraba Birdman, inmediatamente paso a mi lista de indispensables; la que tenía que ver o ver. La prensa internacional de todos los sabores y colores dijeron que se trata de toda una proeza a nivel dirección por parte de Alejandro González Iñárritu y un laburo de Michael Keaton que está para llevarse todos los premios. ¿El producto final estará a la altura de tanto hype? A continuación mis dos centavos al respecto. Entre el ego y la locura Riggan Thomson (Michael Keaton) es un actor que supo conocer la fama a dar vida a un superheroe llamado Birdman en una trilogía de películas estrenadas durante los años ’90. Los años posteriores no lo trataron muy bien, y ve en la adaptación teatral de un cuento de Raymond Carver (¿De que hablamos cuando hablamos de Amor?) la posibilidad de recuperar no solo su estatus perdido, sino de alcanzar el prestigio artístico que le fue esquivo incluso cuando conoció las mieles de la fama. Pero esta no es la única de las preocupaciones de Riggan, es apenas un escenario, literal y metafóricamente, donde los dilemas de su vida personal y profesional empezarán a pasarle factura: una hija a la que prácticamente desconoce (Emma Stone), un excéntrico actor obsesionado con el realismo que no hace más que darle dolores de cabeza (Edward Norton) y una amante quien le reprocha su falta de compromiso (Andrea Riseborough). Seamos justos; esta es una historia que ya vimos mil veces, con subtramas que hemos visto mil veces, pero no puede negarse que Iñárritu y sus guionistas le encontraron vueltas originales, cómicas, hasta incluso fantasiosas. También se las arregla para atacar a los críticos y a la predominancia de las redes sociales que están tan en boga estos días. Las preguntas son ¿La comedia es funcional a la trama? Sí. ¿La fantasia es funcional a la trama? Si, pero hasta ahí. Pero estos dos elementos ayudan a sostener la historia en un nivel básico, mas que ayudar a sólidificarla. Pero que conste en acta una cosa: Que te doblás de risa, te doblás de risa. La Jaula del Pájaro Birdman es toda una proeza técnica, cabe decirlo. La mejor manera de resumirlo para que se den una idea, lectores, es apelar al famoso plano secuencia de El Secreto de sus Ojos, que no es un plano secuencia hecho y derecho sino varios planos cosidos entre sí mediante efectos visuales para que parezcan uno solo (en caso de que recién te enteres, lamento haber roto la magia). Bueno, Birdman es 115 minutos de eso. Aunque hay veces donde se percibe claramente el paso del tiempo, la continuidad emocional en la marcación actoral fue crucial para que el truco salga fluido. Por el costado actoral, Michael Keaton entrega una interpretación sólida, comprometida y multidimensional. Aunque para mi tiene mas madera de nominado a premios que de ganador asegurado, no me cabe la menor duda que la industria lo va a empezar a ver con mejores ojos, y a apostar en él como no lo hicieron antes. Por fuera de Keaton, el resto del reparto entrega interpretaciones hilarantes y a la altura del desafío transmitiendo a la perfección la neurosis de sus personajes; en particular Naomi Watts, Andrea Riseborough y Zach Galifianakis. Pero el que se roba la película y se lleva las palmas (cuando apareció su nombre el publico aplaudió a manos rojas) es definitivamente Edward Norton. El actor al que da vida es políticamente incorrecto, escatológico y absolutamente desopilante; cuando comparte escena con Keaton es todo un duelo. Conclusión Aunque el resultado final es muy sólido, crítico, y definitivamente entretenido, Birdman no me parece el caballo para temporada de premios que muchos creen. Pero aunque la propuesta es definitivamente inusual, y hasta demasiado artística para las sensibildades mainstream, van a pasar un muy buen rato en el cine. Si la eligen, mal no la van a pasar.
PLANO SECUENCIA DE LA LOCURA Con su sensación de eterno plano secuencia Alejandro Gonzalez Iñárritu intenta plasmar gráficamente su idea de tránsito que en “Birdman o la inesperada virtud de la ignorancia” (USA, 2014) se propone como eje temático. ¿Tránsito hacia qué? Hacia algo mejor, que el protagonista Riggan (Michael Keaton), intenta conseguir luego de su fugacidad como estrella y el deseo de volver a recuperar un lugar dentro de los medios de comunicación y estrellato. Gonzalez Iñárritu explora ese intento de volver con una comedia verborrágica (al mejor estilo Woody Allen) pero con un guión que deja muchas puertas abiertas e interpretaciones libres al espectador. Riggan quiere volver y en el detrás de escena de una obra de Carver veremos cómo su vida real le impide trascender y transitar hacia ese lugar diferente del que quiere estar. Para el caso, más que él y las voces que lo acechan, hay un grupo de personas (su hija, sus compañeros de trabajo, su ex, su amante, su representante, etc…) que le ponen obstáculos y a pesar de todo esto el sigue avanzando con su idea de poder hacer su regreso con gloria. Pero “Birdman”, el superhéroe que interpretó durante años, le complica mucho las cosas, y cada decisión que deba tomar estará tamizada por su conciencia y la del personaje, sin que nadie pueda darse cuenta de esto. Riggan está loco? Es Bipolar? Esto es algo que nunca se termina de definir, pero claramente es uno de más de las miles de personas que diariamente se esfuerzan para aparentar algo que ya no son. "Birdman…” tiene algunos momentos interesantes y logrados (Riggan caminando en slip por Times Square, o la obsesiva personificación de Edward Norton como la competencia a superar dentro de su propio espectáculo), pero luego todo se presenta como un ejercicio vago e impreciso que solo en la puesta en escena, con ese eterno plano que termina mareando, el director pretende justificar todo. PUNTAJE: 4/10
Ser actor no es tarea fácil. Cuando interpretas a algún personaje por más de una película (cosa común en el hollywood actual con tantas secuelas), puedes caer en la situación en el que la gente siempre te reconozca por el mismo personaje y no te crea capaz de interpretar algo diferente. O pregúntenle a Elijah Wood, Daniel Radcliffe o Mark Hamill. Esta situación es la que enfrenta Riggan Thompson (un fenomenal Michael Keaton), quien interpretó a un superhéroe, Birdman, durante varios años, y por el cuál la gente siempre lo reconoció sin detenerse a pensar en otros trabajos del actor. Por ello, se enfoca en la dirección, producción y actuación de un guión de Shakespeare en el teatro (De qué hablo cuando hablo de amor), para demostrar al mundo que Riggan es más que Birdman. Recuerdo que hace un par de años, después de que Babel se presentara a los oscares, y se anunciara al mundo que Iñárritu estaba trabajando en Birdman, pensé, como muchos otros, que adaptaría una historia más de super héroes, esta vez con el hombre con disfraz de pájaro, salvando al mundo de una catástrofe, y nos preguntábamos si era buena la idea. Ahora que nos encontramos con la realidad, Birdman no debe salvar al mundo, solo debe salvarse a sí mismo, al hombre dentro del traje y eso, en lugar de ser drama, es una maravillosa comedia negra, Toda la historia se desarrolla dentro del teatro de las presentaciones y sus alrededores. Su agente, otros miembros del casting y las mismas alucinaciones de Riggan se pasean en una ininterrumpida toma como si se tratara de una absoluta obra de teatro dentro de la obra de teatro. Todo gracias a la magia de la fotografía de "El Chivo" Lubezki y de "El Negro". Lo que sobresale es el casting, obviamente, pero también la propuesta arriesgada de Iñárritu, uno de los grandes directores del cine mexicano actual. Y es que, si bien no es su género, pues nos hemos acostumbrado a verlo más en drama que en comedia, hace un estupendo trabajo con un casting de renombre: Edward Norton, Emma Stone, Zach Galifianakis, por nombrar algunos, se ponen a las órdenes de Iñárritu en una historia que comparte mucho de paralelismo con la vida real. Basta recordar que después de que Keaton interpretara a Batman bajo la dirección de Tim Burton, el resto de su carrera la pasó en un perfil realmente bajo. Por ello resulta irónico que sea él mismo el que de vida a este extraño personaje. O incluso recordar los mismos rumores a los que Norton se vió expuesto sobre su personalidad después de no volver a firmar con Marvel para ser Hulk. Cualquier historia que encuentren tendrá siempre alguna coincidencia (intencional o no) con alguien famoso. Birdman es sin duda una de las propuestas más originales y extrañas de los últimos tiempos a la que bien vale la pena darle una oportunidad
Es difícil supongo, ser original en el enfoque de una película tan debatida por la crítica mundial. "Birdman" es sujeto de discusión en todos los estratos de la industria. Para muchos, es una cinta sin imaginación, que abusa de algunos tecnicismos (la cámara cenital y el plano secuencia con el que acompaña la acción, por ejemplo), rígida e incapaz de despegar de su espíritu "teatral". Eso, sin contar que no todos están de acuerdos con su cosecha en la temporada de premios de enero... Se opina en algunos círculos que Alejandro González Iñárritu es un director sobrevaluado por sus colegas y que sin su guionista estrella, Guillermo Arriaga (peleados después de un duelo de cartel en la presentación de "Babel", hace tiempo, en Cannes), sus propuestas carecen del delicado equilibrio que él podía lograr con sus diálogos...No lo se. Realmente no me parece tampoco importante. Desconocer el talento del director de "Amores Perros" (una de las mejores películas lationamericana de los últimos 20 años) es, cuanto menos, temerario. Este tipo sabe de cine y cuando filma, da gusto verlo. Y si, con nuevos escritores, vienen ideas distintas. Aunque el mexicano conserve su intenso arsenal hay otro estilo aquí, neurótico y desenfrenado. O sea..."Birdman" podrá gustarte o no, pero discutir su calidad cinematográfica es ir por el camino equivocado. Para los que no lo saben, Iñárritu se agenció un par de grandes guionistas (Nicolás Giacobone y Armando Bo, argentinos!) y se lanzó a explorar el mundo del espectáculo y el ego de los actores a través de este nuevo proyecto. La historia (que trae la emocionante reaparición de Michael Keaton en un papel que lo devuelve a los primeros planos después de años) es la de un actor que alguna vez fue famoso (Riggan Thomson) por interpretar a un superhéroe llamado "Birdman" y que intenta volver a los primeros planos sobre las tablas en Broadway, con una obra de Carver. Hace tiempo que no goza del favor del público y eso se nota. Pero además (y más importante), su ego le juega una dura competencia: nuestro protagonista sufre de un desorden psicológico que ha dado vida (fantaseada, por supuesto) al mismo Birdman en persona. Con él, discute diariamente los pormenores del accidentado montaje de su obra (él la produce además) y otros aspectos de su vida personal. Digamos que a su particular visión de las cosas (con esta dualidad inflamable), se le suman los problemas naturales de sostener la cohesión de su grupo de actores, dentro de los cuales se encuentran algunos secundarios lujosísimos (Naomi Watts y Edward Norton encabezan este grupo) y encauzar la complicada relación con su hija, Sam (Emma Stone), entre otras cuestiones, todas muy importantes y urgentes. Iñárritu le imprime a la cinta un trato vertiginoso, desperdiga escenarios móviles y personajes nerviosos, irritados y eufóricos. Invita al espectador a sostener un ritmo de acompañamiento, casí físico diría, por los pasillos y camarines del teatro donde se prepara la obra. Discusiones económicas, de cartel, odios, amores y decepciones desfilan a ritmo veloz, mientras Riggan intenta sacar a flote su resurgimiento como actor de primera línea, a cualquier precio. "Birdman" habla de los sinsabores del ocaso, la complejidad de trabajar con las emociones (el rol dramático) una vez que te volves popular y la lucha de egos que hay en el show business de cualquier actividad creativa. No, no es perfecta. Sí es intensa, adrenalínica y voraz. Hay en "Birdman" una preocupación por conmover, afectar y comprometer afectivamente a su audiencia como pocas veces en estos últimos tiempos. No se trata sólo de la vida de Riggan y su destino, sino de como se abordan y desarrollan las emociones que aquí convergen. Fracaso? Exito? Doble personalidad? Dolor? Angustia? Desarrollo personal? Muerte? Legado? Aparecen todas ellas y se juegan en cada línea, en cada cruce de escaleras o arriba del escenario. Keaton hace, seguramente, el mejor papel de su carrera. Y los guionistas se llevan los laureles al entregarnos 119 minutos de feroz entretenimiento. Comedia y drama en partes iguales, no es un viaje para estómagos delicados, desde ya. Tampoco para melancólicos. Polémica y visceral, despareja y discutible (sobre todo por las escenas de ensoñación y el cierre post-climax), "Birdman" es un plato artificioso que rara vez se encuentra en el menú. Así que ir por él. Está a un precio justo y su calidad está probada. Merecidas nominaciones a su elenco y equipo. Para alentar debates y discutir sus valores, hay que verla.
“Birdman” fue el personaje que hizo a Riggan Thompson una estrella de Hollywood. Hizo la primera, la segunda y la tercera entrega, pero algo en él se rompió y ya no pudo firmar para la cuarta. Desde entonces es un actor en busca de su retorno al spotlight y por eso se decidió a adaptar una obra, dirigirla y actuarla en un teatro en Broadway (frente al tradicional Majestic donde aún se da el Fantasma de la Ópera) que alquiló con lo último que le quedaba puesto. Esta es la historia de esa posibilidad y lo que significa para él. Que Alejandro González Iñárritu (Amores perros, 21 gramos, Babel) haya elegido para el papel principal a Michael Keaton es probablemente uno de los guiños más atractivos de la premisa, ya que nuestro querido Batman ochentoso vuelve para interpretar una historia que perfectamente puede ser la de él. Filmada con una cámara nerviosa, que muchas veces no puede mantenerse estática mientras los personajes están en ebullición, cuenta con una batería interesante de actores entre los que se destacan un enorme Edward Norton, Emma Stone y Naomi Watts. No puede dejarse de lado la música impecable que quiere irrumpir en escena cual si fuera parte de la historia, lo que le da un tono absurdo y teatral maravilloso. Aún así, no todo es rosa en este film. Hay muchos temas que no intenta explicar pero que resultan innecesarios, hay personajes que aparecen y desaparecen y delirios que se manifiestan de una forma relativamente débil como para los extremos a lo que lo quiere llevar. Y es como si fuera dividida en dos: todo lo divertido y lo liviano se queda en la primera mitad y luego vamos en espiral hacia toda la basura humana que tanto le gusta al director para revolvernos ahí y encontrar lo más bajo que pueda presentar de una manera que al principio descoloca un poco. Si bien tiene un tono definido, este quiebre en los momentos del film genera ruido. El resultado final es una buena película que tiene excelentes actuaciones. Si bien no es mi favorita de Alejandro, creo que tiene mucho de su mala leche (para hacer humor sobre personajes más te vale tenerla) y, aunque se hace un poco lenta, la verdad es que la disfruté, la encontré renovadora, un enfoque entretenido y una vuelta al candelero de actores que hace mucho perdí de vista.
Soy Batman, corrección, Birdman… Este film fue concebido inexplicablemente por Alejandro González Iñárritu, un director que personalmente no banco, al igual que muchos otros. En Birdman algo se fue de sus manos, tal vez producto de la conjunción con un nuevo grupo de guionistas, el tratar distintas temáticas o el hecho de no caer reiterativamente en el golpe bajo, como en otros de sus proyectos. Aquí Iñárritu, con salvedades, construye un personaje fascinante, el de Riggan (Michael Keaton). La película juega con el parecido evidente entre Birdman y Batman: superhéroe de acción, con secuelas varias, y un actor detrás olvidado luego de haber llegado al pico de su carrera gracias a este personaje. Al igual que en la realidad, el personaje de Birdman/ Batman se comió al del actor Riggan/ Keaton, y esta es una de las premisas más interesantes que tiene el film para mostrar y desarrollar. Atrás quedan otras posturas, o lo que Iñárritu tiene para decir sobre el cine actual. Que Broadway está en decadencia no es novedad, que se busca a actores de Hollywood para encarar roles allí y así atraer a mayor cantidad de adinerados turistas para ver las obras tampoco. Ahora bien, la crítica sobre justamente la crítica profesional, y que actualmente el cine postmoderno, si vemos la taquilla anual, está constituida mayoritariamente por películas de superhéroes tampoco es mentira. Habría que hacer un largo análisis sobre estas cuestiones, si es lo que preferimos o lo que nos toca lamentablemente aceptar. El cine de superhéroes se ha constituido como un nuevo género dentro de la cinematografía mundial; films que, a través de un personaje disfrazado, sirven para desarrollar otros temas implícitamente, explícitamente o tocando bajito. El ensamble de Birdman, si bien está integrado por un grupo de actores magníficos, siento que está muy desaprovechado. Con destellos fugaces, la pelea de egos entre Keaton y Norton es muy cómica, la participación de Watts también pasa desapercibida, así como las inverosímiles situaciones en las que se ve involucrada Stone. El final del film, cosa que no contaremos, en cierta manera contradice lo que Iñárritu imprime en todo el largo, lamentablemente. Y es así como deseo al menos quedarme con el recuerdo de lo bueno de este film, que no es poco: el regreso de un muy buen actor a un protagónico principal, al que se animó a componer como si fuese su propia vida la que se estaba retratando. Con todas estas salvedades, estamos ante un film que parece no haber sido dirigido por el propio director. Una rareza, por demás disfrutable.
Iñárritu levanta vuelo Como la recordada El arca rusa, del ruso Alexander Sokurov, Birdman está construida íntegramente en un (falso) único plano-secuencia (se pueden adivinar dónde están los empalmes o los efectos digitales para unir diferentes tramos). En ese sentido, el trabajo del DF Emmanuel Lubezki (el mismo que ya hizo maravillas con Terrence Malick o con Alfonso Cuarón en Gravedad) es, otra vez, prodigioso. La propuesta del director mexicano Alejandro González Iñárritu -en su mejor trabajo desde Amores perros- permite, además, el lucimiento de un brillante elenco encabezado por Michael Keaton (uno de esos regresos a lo grande que tanto gustan en Hollywood) como Riggan Thomson, veterano actor que se hizo famoso un par de décadas atrás como protagonista de la trilogía de superhéroes de Birdman y en la actualidad intenta conseguir el prestigio que nunca tuvo produciendo, dirigiendo y actuando en Broadway la obra De qué hablamos cuando hablamos de amor, de Raymond Carver; Edward Norton (un insufrible y egocéntrico intérprete que lo secunda); Naomi Watts (la tercera en discordia sobre el escenario); Emma Stone (la hija rebelde de Riggan que acaba de salir de rehabilitación); y Zach Galifianakis (abogado, coproductor y amigo del personaje principal). El film está lleno de humor negro, ingenio e ideas (incluso cuando aborda conflictos propios de la fauna teatral ya transitados muchas veces desde Opening Night, de John Cassavetes, para acá), pero pierde un poco cuando se regodea en su brillantez formal, en sus citas pretenciosas a Borges y Barthes, en sus referencias berretas al mundo de Hollywood (y su torpe ajuste de cuenta con los críticos) o cae en cierto desprecio no exento de crueldad y sadismo tan propios del cinismo de Iñárritu y de sus ya habituales coguionistas argentinos Armando Bo y Nicolás Giacobbone. Sin embargo, la película jamás deja de fluir y atrapar, e incluso alcanza en determinadas zonas (como la relación entre ese padre ausente/culpógeno y su hija) una intensidad emocional que el realizador de Babel y Biutiful nunca había conseguido antes. Ni la voz en off de los monólogos interiores, ni el sonido omnipresente de la batería (como en la reciente Whiplash: Música y obsesión) ni los momentos que están al borde del patetismo (Riggan corriendo en calzoncillos por Times Square y siendo filmado por decenas de personas) alcanzan a distraer de un film en el que, esta vez sí, el talento de Iñárritu le gana por goleada a sus excesos. Por suerte.
La inesperada virtud de Birdman Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia) (2014) es tan buena que cualquier intento de crítica o análisis peligra de convertirse en una explicación sobre por qué es tan buena. Repasemos pues las críticas más obvias. Ya que su temática es la introspección, se la tilda de engreída; ya que sus personajes son divas e histriones caprichosos, se menosprecia su relevancia; ya que su cámara nos pasea indiscretamente por elaborados planos secuenciales, se la considera efectista. Hay un común denominador a todas estas críticas: la pretensión de la película. ¿Es Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia) una película pretenciosa? ¿O sea, pretende ser algo que no es? A simple vista es una historia de redención. El protagonista es Riggan Thomson, interpretado por Michael Keaton e inspirado sin duda por su carrera, no importa cuánto lo niegue en las entrevistas. A saber: Thomson es un paria de Hollywood que alguna vez conoció el éxito y la fama como un amado superhéroe en la pantalla grande, hasta que colgó la capa, renunció a su celebridad y se sumió en el remordimiento al comprobar que no tenía nada más que ofrecerle al mundo. Olvidado y fracasado, Thomson decide “volver a sus orígenes” y montar una obra de teatro en Broadway, adaptando un cuento de Raymond Carver (“De qué hablamos cuando hablamos del amor”) y protagonizándolo. Sus co-estrellas son Mike (Edward Norton), Lesley (Naomi Watts), y Laura (Andrea Riseborough). El elenco lo completan Emma Stone como Sam, la resentida hija y asistente de Riggan, y Zach Galifianakis como Jake, el productor de la obra. El film cubre los días previos al estreno de la obra, alternando entre los intensos ensayos en el escenario y los turbulentos cruces entre los actores tras bambalinas. “Turbulencia” es la palabra clave. Mientras la cámara se mueve con coreografiada serenidad por los pasillos del teatro, una banda de percusión de jazz marca las entradas y salidas de los actores, y miren si no se devoran absolutamente cada una de sus escenas mientras discuten, pelean, dudan, entran en pánico, reflexionan y empiezan de nuevo. Las actuaciones son impecables, y hay algo muy “teatral” en la forma en que las escenas se dan casi siempre entre dos personajes, saliendo uno y relevándolo otro. Cada actor básicamente interpreta una versión exagerada de sí mismo, o al menos de la imagen que pregonan: Keaton es el más obvio, su personaje ha sido mandado a hacer para él; Norton es un fundamentalista e insoportable actor de método, Stone es una maníaca chica hípster y Watts hace de una joven entusiasta a punto de debutar en Broadway, retomando en parte su personaje de El camino de los sueños (Mulholland Dr., 2001). El único actor que se sale de las casillas es Galifianakis, si pueden creerlo, haciendo del tipo más sensato y responsable de toda la película. Pasando al reino del realismo mágico, Riggan levita en su camarín y posee el poder de la telequinesis, además de conversar frecuentemente con su alter ego enmascarado –Birdman– quien quiere engatusarle para que abandone su búsqueda artística y regrese al mundo de los superhéroes con “Birdman IV”. En definitiva todo se resume en una cuestión de amor. ¿Nos jugamos por el amor propio o el amor de los demás? ¿Sacia Riggan sus inquietudes o les da a los demás lo que quieren y esperan de él? “Tu problema es que siempre has confundido el amor con la admiración,” le dice su ex mujer, Sylvia (Amy Ryan). El mayor logro de la película –pasando por la incuestionable destreza cinematográfica con la que ha sido orquestada– es su habilidad para ilustrar la tempestad interna y externa de su protagonista, y su actualizada reflexión sobre la dualidad artística-consumista del mundo del espectáculo. La dirección de Alejandro González Iñárritu (guionista junto a Alexander Dinelaris y los argentinos Armando Bo y Nicolás Giacobone) es firme y no da pasos en falso: cuenta una historia íntima y divertida, lo hace de manera original, y ofrece una mirada nueva sobre el paradigma del entretenimiento.
Mi problema principal con las películas de Alejandro González Iñárritu siempre (o en la mayoría de los casos) termina siendo el mismo: no logró descifrar que me quiere decir al final, sobre todo, porque sus puntos de vista no son del todo claros. Al igual que “Babel” (2006), “Birdman (o la Inesperada Virtud de la Ignorancia)” (Birdman: or The Unexpected Virtue of Ignorance, 2014) tampoco se la juega para revelar sus verdaderas intenciones que, en realidad, son las de su director y las de sus guionistas, entre los que se encuentran dos argentinos. Cualquier forma de arte es subjetiva y el cine no es la excepción. Es imposible tratar de entender que pasa por la cabeza de un artista a la hora de generar una obra y es por eso que cada uno puede tener su propia interpretación. Pero el mensaje no puede ser contradictorio y es ahí donde reside el problema principal de esta fantasía casi onírica que nos propone el director y guionista mexicano. “Birdman” es una fábula donde la realidad y la fantasía del protagonista se entremezclan en un drama que intenta colar algunos pasos de comedia que van desde erecciones en público y referencias hollywoodenses tan actuales que, por ejemplo, mi mamá o mi abuela, jamás entenderían. Es una película “moderna” con un protagonista que no lo es, un tipo de otra época que rechaza las redes sociales, pero al mismo tiempo se niega a vivir en un pasado donde su popularidad encabezaba los titulares. Riggan Thomson (Michael Keaton) se hizo famoso interpretando a un icónico superhéroe, Birdman. Tras haber rechazado la cuarta entrega de sus aventuras cinematográficas el tipo cayó en el olvido y ahora quiere demostrar que es mucho más que un papel comiquero y prepara su debut en Broadway como director y actor de una adaptación de “What We Talk About When We Talk About Love” de Raymond Carver. Riggan tiene sus razones personales que lo vinculan con este material en particular, pero el ámbito teatral no es amable con la farándula que llega a sus salas para demostrar que saben y pueden actuar. A pocos días del estreno el caos se desata a su alrededor causando un sinfín de problemas: uno de los actores principales (uno muy malo, por cierto) sufre un accidente y es reemplazado a último momento por Mike (Edward Norton), un tipo entregado a su arte al cien por ciento cuyo ego sólo se compara a su gran talento. Sam (Emma Stone), la hija rebelde que no tuvo la suficiente atención de su padre y termina convertida en su asistente tras haber abandonado un centro de rehabilitación, los problemas financieros que exceden la venta de entradas, el terror de recibir las peores críticas por parte de la más prestigiosa periodista (Lindsay Duncan) y la sombra de Birdman que (literalmente) lo sigue a todas partes. En medio de tanto problema surgen las dudas, sobre su carrera, su matrimonio fallido, las culpas por haber sido un padre ausente, su verdadero talento y su vida en general, tan ligada a un personaje que lo hacía sentir liberado y ahora lo oprime hasta cortarle la respiración. Las comparaciones entre Thomson y Keaton no se pueden obviar, pero tampoco es un casting azaroso. El ex Caballero Oscuro busca una segunda oportunidad y se pone en la piel de esta estrella que alguna vez supo ser, un poco renegando de su pasado y de aquello que lo hizo tan popular. Keaton es el protagonista absoluto y los demás sólo pululan a su alrededor dándole el pie. Imposible justificar las nominación al Oscar de Edward Norton y mucho menos la de Emma Stone, que sólo despotrica en un par de escenas y muestras sus ojos, tan creepys, como personaje de animé. Zach Galifianakis, Naomi Watts y Amy Ryan completan el elenco de esta película que aspira a nueve estatuillas doradas, incluyendo las categorías principales y algunos premios técnicos como la maravillosa dirección de fotografía de Emmanuel Lubezki que logra convencernos de que “Birdman” está filmada en una larguísima y única toma que, en realidad, no es más que una sucesión de planos secuencias unidos de forma muy disimulada. Nada muy diferente a lo que hizo Alfred Hitchcock con “La Soga” (Rope) en 1948. “Birman” es una película que hay que ver, más que nada, por sus formas “innovadoras”, pero tanta técnica no permite una completa conexión con la historia ni con el protagonista (ni hablar de una banda sonora que termina por resultar bastante molesta) cuyo drama se diluye en una fantasía inconclusa. Pero su problema principal es que no decide, se supone que es una crítica, pero no termina de definir quien es su verdadero objetivo: el vacío sistema hollywoodense que genera blockbusters, pero no puede crear arte (del que Iñárritu forma parte, aunque reniegue). El snobismo de las tablas, sus representantes y sus críticos que creen tener la razón absoluta sobre las correctas formas estéticas. Ambas cosas o ninguna. ¿Es una crítica a la crítica? No queda claro y enseguida nos viene a la mente “Chef: La Receta de la Felicidad” (Chef, 2014) que lidia con los mismos temas, pero en otro ámbito y de forma más sencilla, y por supuesto “Ratatouille” (2007) y el monólogo de Anton Ego, una joyita indiscutida.
La primera vez que vemos a Michael Keaton en Birdman éste se encuentra de espaldas, literalmente elevado por los aires haciendo la posición del loto. Cómo ha alcanzado ese estado de elevación aún no lo sabemos, pero sospechamos de entrada que ésta película de Alejandro González Iñárritu será, cuando menos, distinta. Distinta al promedio de estrenos (aún en temporada de Oscars) y, mejor aún, distinta respecto a su gastada filmografía. A diferencia de la narración fragmentada que había utilizado hasta el hartazgo en Amores Perros, 21 Gramos y Babel, en Birdman la secuencialidad no se limita únicamente al desarrollo de la historia (que es, para colmo, contada en tiempo real) sino que hasta se infiltra en el aspecto técnico: en esencia, aún con cortes disimulados, la película está compuesta por un único plano secuencia. A esta altura, tenemos la certeza ya de que nos encontramos frente a una de las películas más interesantes y delirantes del año. Birdman es una devastadora crítica al arte interpretativo desde el teatro y el pomposo status de “celebrity”, pero es también una lectura del estado actual del cine, las franquicias, el voyeurismo y, sobre todo, el narcisismo exacerbado, arriba de las tablas medido en reseñas, abajo estupidizado en posmodernas selfies. La vida de Riggan (Keaton), otrora protagonista del film de superhéroes del título (y paralelismo evidente con la real interpretación de Keaton del Batman burtoniano), trastabilla entre delirios de grandeza y la necesidad de reconocer que, de no poder convencer al mundillo del espectáculo que puede ser un gran actor, podría caer presa del más cruel olvido. Ese mismo olvido que lo llevaría inevitablemente a tener que repetir un personaje exitoso pero ciertamente no respetado. Riggan es, sin embargo, tan sólo un actor más obsesionado con la idea de “inmortalidad a través del arte”: conviven allí Edward Norton, un soberbio y pedante -pero reconocido- actor de Broadway, Naomi Watts, una actriz menos apasionada pero moderadamente talentosa y Zack Galifianackis, su representante eternamente preocupado por números y contratos. Ninguno de ellos, de todos modos, siente tanto el peso del arte dramático como Riggan, que en verdad más bien lo padece. Por eso impacta ver cómo aún con ese peso el aquejado hombre con el tiempo se eleva, al igual que lo hace la película a medida que el dilema existencial que lo sofoca se va tornando cada vez más oscuro. El delirio se convierte netamente en pesadilla y la línea entre lo real y lo ficiticio termina de borrarse cuando, ante un aparente salto al vacío, alguien pregunta “¿esto es real o es una película?”. La respuesta, claro, es la segunda opción. Iñárritu lo sabe y quiere transmitírselo al espectador. Y para ello elige hacerlo a través de una impecable lección de cine.
Disquisiciones sobre el oficio del artista. El film de González Iñarritu, uno de los grandes candidatos a los premios Oscar, vuelve sobre el débil debate entre el supuesto prestigio del actor de teatro por sobre el de cine. Michael Keaton, sobresale con su protagónico. Sed Riggan es un actor veterano que bastantes años atrás fue célebre por interpretar en el cine a Birdman, un superhéroe que alcanzó una notable popularidad. Un par de décadas después, el protagonista intenta montar en Broadway De qué hablamos cuando hablamos de amor, de Raymond Carver, una obra seria que se supone que lo volverá a poner en carrera, pero sobre todo, le dará el prestigio que nunca alcanzó cuando fue parte de la aceitada maquinaria de Hollywood. Durante mucho tiempo hubo un malentendido sobre el prestigio del actor que sólo hacía teatro vs. la falta de preparación y la liviandad del que trabajaba en cine. Sobre ese falso debate del que todavía algunos participan, se asienta Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia) para hablar de los demonios de un artista y la desesperada búsqueda del respeto de sus pares. El director mexicano Alejandro González Iñárritu, alejado de las estructuras narrativas cruzadas que caracterizó su trabajo en conjunto con Guillermo Arriaga con el que realizó Babel, 21 gramos y Amores perros, apuesta por un relato lineal –con la colaboración en el guión de los argentinos Nicolás Giacobone y Armando Bo– pero complejo, donde se expone el caótico proceso de la obra de teatro en etapa de ensayo, con el egocéntrico Edward Norton que se parodia de manera despiadada, Naomi Watts como el vértice de un triángulo más o menos amoroso entre artistas, Zach Galifianakis como el productor que debe lidiar tanto con la locura del protagonista como con los números que no cierran y la asistente de Riggan, su hija, que acaba de salir de rehabilitación y reclama a un padre ausente. Y en el otro plano está Birdman, personaje ficticio que funciona como la conciencia del actor y le recuerda todo el tiempo que está metido en un lío tan grande como el ego que lo impulsó a jugar en una liga que no le pertenece. Rodada íntegramente en un plano secuencia –como el Arca rusa de Alexander Sokurov, como el comercial de una popular cerveza que actualmente se ve en la televisión–, un recurso arriesgado que demuestra su acierto al crear una tensión extraordinaria para reflejar los estados alterados del protagonista marcado por el sonido de una incisiva batería que recuerda a la alienación de Barry en Embriagado de amor e interpretado de manera tan desaforada como brillante por Michael Keaton, en un protagónico que lo ubica con justicia en la terna como mejor actor en la próxima entrega de los Oscar, en donde Birdman también competirá por la estatuilla a la mejor película.
Cuando Christian Bale era todavía un desconocido, Michael Keaton era Batman. Hizo del célebre murciélago en dos películas de Tim Burton y fue el superhéroe del siglo XX, además de convertirse en superestrella en el camino. Pero pasaron los años, y Keaton se tuvo que contentar con armar su carrera con papeles menores y mediocres en películas insulsas. El tiempo lo convirtió en un nombre de pasada, que no llegaba al oído de las nuevas generaciones ni por casualidad. Y de pronto llegó Birdman. La nueva película de Alejandro González Iñárritu inauguró en agosto una nueva edición del Festival de Cine de Venecia, y a partir de ese momento el mundo comenzó a susurrar: "Keaton está de vuelta". Y estos susurros se convirtieron en aullidos que llegaron resonantes a los oídos de la Academia, que nominó al filme en nueve categorías, incluyendo mejor película, mejor director y mejor actor. Birdman podría definirse -si se quiere y si es totalmente necesario- como una tragicomedia con elementos fantásticos, de esos que no se cuestionan ni tienen explicación, muy al estilo García Márquez o Murakami. Riggan Thomson (Keaton) es un actor caído casi en el olvido, que se hizo famoso años atrás por su papel como el superhéroe volador Birdman. Con el objetivo de alcanzar un reconocimiento de la crítica y del público por igual- que él cree merecer- lucha por recuperar su tan codiciada fama junto con su autoestima y valía al montar una obra "de calidad" en el despiadado Broadway. Y son los paralelismos entre la vida de Keaton y el personaje de Riggan los que hacen que esta concepción brillante de Iñarritú haya cobrado vida de una manera inesperada y grandiosa. Filmada en lo que para el ojo inexperto parece a primera vista una sola toma, Iñarritú logra armar una película cuya continuidad y narrativa va en crecimiento hasta el momento del clímax en un estilo a lo chejoviano, en el que todo se derrumba y a la vez renace. Y Keaton interactúa de una manera inverosímil y espectacular junto con sus compañeros de elenco, que incluye a Edward Norton, Emma Stone y Naomi Watts, que interpretan a personajes que parecen ser parodias de sus propias vidas y personalidades. Birdman es una obra maestra. Y no es precisamente sorprendente que haya salido de la intrincada y peligrosa mente del mexicano que también dio origen a Amores Perros, 21 Gramos y Babel. Pero la energía de esta película es única e inesperada, y rebota minuto a minuto como un cohete que busca desesperadamente encontrar la salida para estallar en miles de chispas relucientes y vivas, y alcanza, de este modo, el éxtasis final con un bang y un par de alas.
Una ex estrella quiere volver a brillar Aunque la fluidez de la cámara, las poderosas actuaciones y una sensorialidad que arrastra puedan hacer pensar que se está ante una obra mayor, cuando se escarba un poco se descubre que el quinto opus del director mexicano “suena” más de lo que es. El título original de Birdman, nuevo film del mexicano Alejandro González Iñárritu y peso pesado de los Oscar 2015 (nueve nominaciones, tantas como las de la gran Gran Hotel Budapest, posible gran perdedora) es, traducido literalmente, Birdman o la inesperada virtud de la ignorancia. Frase tan llamativa como elusiva, The Unexpected Virtue of Ignorance es, en la ficción de Birdman, el título de una nota periodística, cuyo valor en la trama es francamente menor. Algo semejante sucede con la nueva película del realizador de Amores perros y Babel. La arrobadora improvisación en batería que impone una rítmica sostenida, la algo ostentosa fluidez de la cámara, poderosas actuaciones y una sensorialidad que arrastra pueden hacer sentir que se está ante una obra mayor. Si se escarba un poco, tal vez se llegue a la conclusión de que, como su título original, el opus 5 de Iñárritu “suena” más de lo que es.Si la historia de Birdman parece una reescritura del film argentino El último Elvis, es porque los guionistas de aquélla son también los de ésta. Dos años antes de El último Elvis, Nicolás Giacobone y Armando Bo (nieto de Armando e hijo de Víctor) habían escrito Biútiful para Iñárritu. En esta ocasión, tienen la amabilidad de moderar el volumen de aflicciones, adicciones y enfermedades terminales de aquélla. Escrita a ocho manos junto al realizador y el hasta aquí desconocido Alexander Dinelaris, Birdman narra, como la ópera prima de Bo, el intento de resurrección de un personaje con un pasado entre glorioso y penoso. Ex estrella de la industria cinematográfica que carga ese antecedente como el suicida la piedra, el Riggan Thomson del extraordinario Michael Keaton (una de las nominaciones, junto con las de Mejor Película, Director, Guión, Actriz y Actor Secundario, Dirección de Fotografía y Edición y Mezcla de Sonido) podría verse como inversión del protagonista de El último Elvis, que siendo un mero simulacro de Presley era buenísimo en lo suyo.Obvia y muy oportuna referencia al Batman de Keaton, el personaje que dio fama a Thomson es el Birdman del título, superhéroe cuyos poderes incluyen –a diferencia del Hombre Murciélago– el vuelo y la telequinesis. Con serios problemas para diferenciarse del personaje, Riggan cree ser dueño de esos superpoderes y la puesta en escena juega a no desdecirlo: Riggan levita, abre puertas con un gesto, rompe todo su camarín con sólo concentrarse un poco. Mientras para huir de su pasado de Hombre Pájaro ensaya una obra de teatro que escribió, dirige y protagoniza (una versión bastante horrible, por lo que puede verse, del cuento de Raymond Carver De qué hablamos cuando hablamos de amor), Thomson siente que la voz de Birdman le habla, le taladra el cerebro, intentando convencerlo de que vuelva atrás.Broadway y Hollywood, el cine de efectos especiales y el teatro se supone que para pocos, la sensación de impotencia y su contrario, la ex y la pareja actual, el actor y su doble, realidad tangible y realidad alterna: una de las posibles lecturas de Birdman supondría el film como inmersión en el cerebro de un esquizofrénico. Personajes que rodean a Riggan podrían ser proyecciones de sus temores y deseos: la hija, que sale de Rehabilitación llena de reproches (una Emma Stone muy alejada de papeles previos, también notable y nominada), su actual pareja y miembro del elenco, que también le recrimina, una actriz que lo duplica (Naomi Watts, maravillosa una vez más) y un actor teatral “de prestigio”, que representa todo lo que Riggan siente que le falta (Edward Norton, haciendo casi de sí mismo y también nominado).El film de Iñárritu se propone como tour de force. No sólo se mantiene casi enteramente (con excepción de tres únicas escenas) dentro del decorado del teatro donde se pondrá la obra, sino que además simula estar filmada en un único plano. Ilusión cuya concreción impone el truco del corte escamoteado. La steadycam del enormemente virtuoso Emanuel Lubezki (también nominado, como es obvio) va y viene, de los camarines a la azotea y por los pasillos hasta el escenario, incluyendo dos salidas a la calle. Como en La soga, de Hitchcock, pero con menos encierro, la presunta falta de cortes da fluidez, continuidad y sensación de tiempo real. Pero como allí, la apuesta choca contra sus propios límites. Así lo demuestran las escenas en que, para pasar de la noche al día, la cámara se eleva al cielo, contrariando la apuesta por el tiempo real e incurriendo en un recurso cuyo primitivismo se da de patadas con la intención de sofisticación técnica.Por otra parte, si el tema es la disociación del actor llevada al límite, ¿la filmación sin cortes no representa acaso una puesta en escena inadecuada, para decir lo menos? Habría que ver, de todos modos, si el tema es ése o, en cambio, el narcisismo o infantilismo masculino, la intangible ignorancia a la que el título original refiere o la disección del mundo de la escena, a la manera de La malvada, de Joseph Mankiewicz. Tal vez el tema sea el fracaso, con el guión de Giacobone y Bo empujando una vez más las cosas, como en El último Elvis, hacia una clase de tragedia que parece obsesionante. Pero ¿es la de Birdman una tragedia o, por el contrario, el registro de una locura? ¿O acaso una celebración del triunfo de la magia? La falta de respuesta a todas estas preguntas es producto de la mirada de un tercero que, en el último plano de la película, introduce un punto de vista diverso al del héroe, echando por tierra el verosímil que el film había construido hasta allí. 5-BIRDMAN Birdman or The Unexpected Virtue of Ignorance,EE.UU./Canadá, 2014Dirección: Alejandro González Iñárritu.Guión: A. González Iñárritu, Nicolás Giacobone, Alexander Dinelaris y Armando Bo.Fotografía: Emanuel Lubezki.Música: Antonio Sánchez.Duración: 119 minutos.Intérpretes: Michael Keaton, Emma Stone, Zach Galafianakis, Edward Norton, Naomi Watts, Andrea Riseborough, Amy Ryan.
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Como te ven, te tratan... Birdman es la obra de un artista, Alejandro González Iñárritu, que se abrió camino en Hollywood con sus obras oscuras, sus personajes desesperanzados y su cinismo. En Birdman el mexicano se vuelve más poético -es la mejor manera de entender y disfrutar las dos horas de la proyección- al hablar de la búsqueda de redención del protagonista, y también se saca varios puñales que siente (el protagonista y el realizador) le han clavado en su carrera. Decimos que el sendero poético es clave en Birdman -esa mezcla de sátira al show business y al mundo de la actuación, a Hollywood, y a los críticos (y la lista sería tan larga como cada plano secuencia con que rodó el filme)- porque sino estaríamos hablando de la locura del protagonista. Algo de eso hay. Riggan triunfó como actor en la trilogía del superhéroe Birdman, pero se bajó del exito. Y décadas después quiere redimirse, o reinventarse (esa es la palabra clave aquí), demostrándose a sí mismo y al público (y a los actores y a los críticos) que es un tipo con talento, adaptando, dirigiendo y protagonizando en su debut en Broadway una obra de Raymond Carver. En fin, Riggan quiere que lo quieran. Pero el protagonista tiene una relación en su cabeza con Birdman. Habla con él. No se lo puede sacar de encima (ni de adentro). No es su único problema, ya que Riggan no entabla relaciones sanas con nadie que lo rodee: sus compañeros de elenco, su productor amigo, su hija que acaba de salir de rehabilitación, su ex, los críticos. Siente que el tiempo pasa, y que no lo acompaña. Ve todo desde una perspectiva depresiva. O cambia o muere como actor. Y como padre, y como amante. La maestría de Emmanuel Lubezki con la cámara, para que todo parezca realizado en una única y sinuosa toma -sólo se adivinan los cortes, con fondos oscuros o efectos especiales- es lo más llamativo del filme y, paradójicamente, lo que le juega en contra. Si uno queda atrapado en el tecnicismo es porque algo del relato no termina de atrapar. ¿Birdman sería igual, rodada de manera convencional? Iñárritu se rodeó de un elenco excepcional. Michael Keaton sabe de lo que está hablando Riggan, tras ser Bruce Wayne en las dos películas de Batman de Tim Burton. Lo suyo es un regreso con gloria. Edward Norton está perfecto como el insoportable y egocéntrico Mike, el actor que entra como reemplazo para salvar las papas. Y están Emma Stone, Zach Galifianakis, y Noemi Watts, algunos con personajes menos dibujados que otros. Egocentrismo. He ahí otra clave. A esa cuota de poesía -imposible entender el final desde la lógica- Iñárritu le suma que la película ofrece no sólo distintas interpretaciones acerca del final, sino varios finales. Cuando parece que termina, no, hay otro rulo. Y otro. Y otro más. Como dice Mirtha, Como te ven, te tratan. Riggan tiene un problema más allá de la autoestima. Mejor dejarlo volar.
Verdad o consecuencia Y ahí va Birdman, deambulando por su Universo Teatro en busca del éxito Sol. Éxito que puede pavonearse cual ave humana al desplegar frente a la cohorte obsecuente que viraliza cualquier estupidez en segundos. Segundos que tarda en vencer la ingravidez y a la par de un Ícaro ingenuo buscar ese ansiado y artificioso Sol éxito, para finalmente precipitarse como ese telón que baja en el último acto de una obra de teatro, baja la representación o la ficción de la vida para que suba la realidad o la ficción de la realidad. ¿Cuánto pesa la verdad? ¿ 21 gramos, igual que el alma? Y ¿el ego? es precisamente lo que nos hace vulnerables a la gravedad. En definitiva, se trata del despojo o de ese eterno trabajo de despojarse de todo lo que sobra para no cargar con tanto peso muerto. Hace poco descubrí que para alcanzar el Nirvana no hace falta ser budista, sino simplemente comprar sus discos en Musimundo y ya está… bue… Y ahí va entonces Birdman con su actor a cuestas, monologando o discurriendo mientras se acerca al abismo por haber perdido la esencia, o tal vez el amor de una hija que, fiel al estereotipo, entró en las drogas por tener problemas con papá y ahora trabaja junto a papá para tenerlo más cerca y así poder destrozarlo con la honestidad que no reflejan los espejos, ni tampoco los monitores de televisión o pantallas HD cuando las celebrities dicen que son felices y anuncian proyectos serios o inspiradores que finalmente les servirán para crecer actoralmente y despojarse así de ese encasillamiento letal que atenta contra cualquier noble intento de autorrealización. Y junto a Birdman, va Raymond Carver con su realismo sucio, que rompe adjetivos y adverbios con la misma fuerza que intenta hablar del amor absoluto un actor devenido superhéroe hollywoodense, que lo único que quiere es que lo amen en el crepúsculo de su vida. No hay Sol en el crepúsculo, pero puede haber verdad y si hay verdad hay libertad. Y con Carver, un guión a ocho manos retrucándolo todo, hablando de todo sin decir nada y por eso sus notables virtudes y defectos equiparan la balanza, a sabiendas que el caos se puede controlar si detrás de cámara dirige un perfeccionista, ególatra, cínico, que en su temprana infancia navegó por el mundo y conoció mucho de ese mundo imperfecto, áspero, descolorido, loco (perdón Carver por el exceso de adjetivos), que vivió Amores perros y seguramente sufrió tanto como un perro al ser abandonado por una mujer, y que luego optó por la música y el cine para probar suerte en la Babel hollywoodense. Va un director ombliguista, quien cínicamente hizo una película sobre el ego; un mexicano que apela a la comedia negra para reírse de sí mismo y de la industria que lo utiliza y lo premia porque es rentable. La ecuación perfecta para que todos ganen, con elenco de lujo que conoce el paño celebrity y que en su mayoría formaron parte de proyectos comerciales inspirados en comics como por ejemplo Edward Norton con Hulk. Y junto al director, etiquetado por muchos de manierista, van el cine y el teatro, dos universos parecidos pero diferentes y un plano secuencia de 119 minutos tan artificioso como el agua que reemplaza al whisky en la representación teatral mientras la crítica todopoderosa espera con ansias ganar la batalla con 500 caracteres para no decir nada de nada. ¿Birdman es una megaproducción de un Superhéroe con poderes telequinéticos inspirado en un comic de los años 70 que llegara a la pantalla chica como dibujo animado?; ¿ Birdman es una comedia sardónica al estilo Robert Altman en La regla del juego que pone el ojo en el impostado mundillo de los actores y la industria del cine? ; ¿Birdman es acaso el retrato descarnado y cruel de un actor fracasado que busca redención en las artes serias o la lucha de un hombre analógico en la era digital? ; ¿Birdman es otro exabrupto de Alejandro González Iñárritu que vuelve a reflexionar sobre el sentido y la existencia en la incansable búsqueda por la autenticidad? Ahí va Birdman, con sus preguntas a cuestas, en busca del Éxito Sol y del último aplauso, segundos antes que descorra el telón. Veanlá y saquen sus propias conclusiones.
Buena parte de la crítica mundial y, sobre todo, aquellos que deciden quiénes se llevan los mayores premios cada año entienden que Birdman es una obra maestra, cuando en realidad es un ambicioso e irregular ejercicio cinematográfico que es difícil de analizar como un todo. A lo largo de su carrera, Alejandro González Iñárritu se ha regodeado en la miseria humana y ha acumulado en pantalla perpetuos sufrimientos para sus personajes, en busca de una redención que no llega. Los "especialistas" lo han celebrado, lo han llenado de galardones y le han permitido encarar proyectos como el que nos compete, en el que un estudio grande lo deja rodearse de una enorme cantidad de talento para embarcarse en un emprendimiento difícil. Sin duda hay una apreciable ruptura respecto al resto de su filmografía dado que es una película más liviana y de mejor digestión, una comedia dramática dinámica que aún así tiene esos toques del cineasta mexicano que la impiden ser un trabajo superior. El planteo de que es más fácil ir por las partes se debe a que Birdman es una acumulación de elementos notables. Su ambición empieza por el deseo de filmarla como si fuera un largo plano secuencia, algo que no es novedoso (Rope, La Casa Muda) pero sí una rareza. Así el premiado Emmanuel Lubezki se consagra como uno de los directores de fotografía más importantes de la actualidad, dado que la película es inquieta y sus personajes se mueven de un lado a otro, no obstante tiene el pulso y la capacidad para que la iluminación y todo su armado se mantenga uniforme y la toma larga no se quiebre. A eso hay que sumar la enorme labor del baterista Antonio Sánchez, cuyo perpetuo jazz hace un matrimonio perfecto con la cinematografía del otro y se retroalimentan. Sin embargo el logro es limitado, dado que por más brillante que sea su trabajo, el film sufre por codicia. No es una toma larga al servicio de la historia sino al del ego del propio realizador. Su efectismo resiente la narrativa, sus personajes pierden intimidad y naturalidad. Hay un ensamble destacado que lideran Michael Keaton, Emma Stone, Edward Norton, Zach Galifianakis, Naomi Watts, Andrea Riseborough y Amy Ryan que no puede terminar de brillar como tal, a disposición de una sátira sobre el mundo del espectáculo que se enreda en su pretendida grandeza. No hay que buscar más lejos que en su título para encontrar un ejemplo claro. Esa ridícula expansión a Birdman or (The Unexpected Virtue of Ignorance) (O La Inesperada Virtud de la Ignorancia) pone en evidencia un film que se cree más inteligente de lo que es, al que no le queda claro que su mérito principal es el de suponer una mirada humorística al detrás de escena del espectáculo. Keaton interpreta en forma destacada a un actor acabado cuya fama le llegó por encarnar al superhéroe del título años atrás. Es un papel autorreferencial porque, si bien se mantuvo activo en la industria, su éxito nunca volvió a equipararse con el que obtuvo cuando fue el Batman de Tim Burton. Con la excusa de una caótica puesta en escena de "De qué hablamos cuando hablamos de amor" de Raymond Carver, la película se permite poner su ojo mordaz sobre el estado del show business moderno. Actores de método tan conflictivos como aclamados, hijas salidas de rehabilitación, actrices que pasan una fase lésbica, la cantidad de seguidores en Twitter como indicio de éxito, el espectro es amplio para que hinque el diente el guión del realizador junto a Alexander Dinelaris, Nicolás Giacobone y Armando Bo –la dupla argentina con la que escribió Biutiful-. González Iñarritu se despacha también contra la crítica y contra un tipo de cine que él cree que está por debajo de lo que hace. Su forma de hacer arte es, entonces, señalar con el dedo hacia lo que cree que no lo es. Y lo que pudo ser una sátira afilada, en sus manos es una obra ampulosa y pretenciosa, demasiado preocupada en que su mensaje se escuche fuerte y claro, al punto de hacer una representación literal de aquellas producciones que desprecia. Autoindulgente y sobrador, quiere hacer un intrincado ensayo sobre todo lo que el espectáculo tiene de ridículo hoy, pero en favor de su glorificada toma única se impide apreciar los grandes puntos de interés y concentrarse en ellos. Conectada en espíritu con The Wrestler, termina por ser superficial donde aquella era sentida. Su indagatoria en la personalidad de una figura acabada se limita al recurso humorístico del alter ego exigente, su intento por recuperar a su familia se siente vacío e inacabado y así su final no es ni de cerca tan satisfactorio. A pesar de sus problemas, puede considerarse un paso adelante de un González Iñárritu que, si bien sigue empecinado en revolver mugre, en este caso lo hace con una temática más ligera y menos "trascendental". Su ego de autor se pone en el camino de lo que pudo ser un film especial en su totalidad, subrayando lo obvio y haciendo explícitas sus opiniones como si aún no confiara en la belleza de un toque sutil. Pero la calidad final del proyecto se sobrepone a las partes que fallan e incluso a la grandilocuencia de su director. Birdman tiene sus méritos y ayuda a poner una vez más en el centro de la escena a un Michael Keaton necesitado de un comeback desde hace años y, en caso de no ganar su Oscar, la nominación servirá para volverlo relevante una vez más, como ocurrió con John Travolta o Mickey Rourke.
La importancia de llamarse BIRDMAN No es para nada fácil para un actor poder desprenderse definitivamente de aquel personaje que lo ha lanzado al estrellato y que lo ha marcado para toda su carrera. Se me ocurre como ejemplo, los denodados esfuerzos de Daniel Dadcliffe por despojarse definitivamente de la piel de Harry Potter, las acertadas elecciones de su comañera de elenco Emma Watson para sacarse a Hermione de encima o en otro plano, los intentos de Michael J Fox para que haya vida en la pantalla grande después de su icónico Marty McFly. Christopher Reeve seguirá por siempre en nuestro imaginario colectivo adherido al traje de Superman, Linda Carter será eternamente la Mujer Maravilla y entre otros, Don Adams es sinónimo absoluto de Superagente 86. Este es netamente el punto de partida y sólo el puntapie inicial de "BIRDMAN" (y será sólo el punto de arranque porque luego el guión aborda desde otros lugares situaciones mucho más complejas que sencillamente esto). En ésta, la nueva película del mexicano Alejandro González Iñárritu, el directo ya instalado en Hollywood logra romper con la estructura de tríptico de su éxitos anteriores como la inolvidable "Amores Perros" y las posteriores "21 Gramos" y "Babel" y por sobre todo, abandona el aroma a muerte y pesadez narrativa de la tremendamente densa "Biutiful" donde parecía regodearse en el dolor y en ese tan particular descenso a los infiernos del personaje de Javier Bardem. En "BIRDMAN" el personaje central interpretado por Michael Keaton intenta, pluma por pluma, arrancarse el traje alado del superhéroe que da nombre a la película y que ha sido el papel que lo ha marcado en su carrera. Tendrá, entonces, su particular tránsito por el "purgatorio" en cierto modo, pero la mirada de Iñárritu a sus criaturas, esta vez (y por suerte) está llena de ironía, de humor sutil y de mucho nervio para la mezcla entre el drama y la comedia. Los personajes laten, viven, se expresan, se aferran a sus deseos, alejadísimos de ese letargo que se imponía en su última producción. Y evidentemente, cuando logra alejarse de la solemnidad, Iñárritu gana en impacto, en creatividad y en el verdadero sentido de su cine. Ya entonces desde la presentación de este personaje central, y sabiendo todos los espectadores que justamente Keaton ES el Batman de Tim Burton (en ese regreso al cine del hombre murciélago acompañado por un Guasón discutible pero inolvidable de Jackson Nicholson y la presencia de la magnética Kim Basinger), arranca la historia con un gran sentido del humor y la autoreferencia. Esta autoparodia, casi una caricatura de si mismo que construye Keaton, invita desde ese primer momento al juego y al guiño cómplice del público cinéfilo -justamente cierto sector de la crítica le reprocha que tenga demasiadas referencias, nombres, chistes, menciones, que son como para un cierto grupo "gourmet" del cine-. Si sumado a todo esto, la forma que elige Riggan Thompson (tal el nombre del personaje central y casi el alter ego de Keaton) para exorcizar definitivamente su pasado es demostrar(se) que puede pisar un escenario en pleno Broadway, y plantear así un giro a su carrera, las referencias al mundo del espectáculo multiplican el juego. Así el guión puede dispararse y hablar de los egos actorales y de los egos empresariales, de la ferocidad y el poder de la crítica, del negocio del espectáculo, de lo instalado que está en el show business que se supone que un actor es más talentoso cuando puede exponerse a un texto de "calidad" vs. el entretenimiento meramente popular. Como podemos ver, Iñárritu multiplica las referencias que se abren como un juego de espejos que se miran a sí mismo y se agiganta a medida que corre el relato. Si queremos profundizar más aún, también el guión nos sumerge en referencias literarias porque Thompson/Keaton no elige cualquier texto para subirse al escenario de Broadway. Lo hace nada menos que con las potentes palabras de un texto nada simple de Raymond Carver, "De qué hablamos cuando hablamos de amor?", el que fuera resumido por la crítica en "historias de parejas que se despedazan, compañeros que parten desesperadamente a la aventura, hijos que intentan comunicarse con sus padres, un universo injusto y violento, tenso...". Asi es Carver y obviamente no está elegido aleatoriamente, sino, todo por el contrario de la forma más estudiada y premeditada posible. Y dentro de la película está la obra de teatro, que a su vez tiene dentro a sus personajes pero también a la vida privada de los actores que la representan y dentro de los actores está Thompson luchando en el vínculo con su amante, con su ex y con su hija... y con el star system. Cada uno de estos personajes está brillantemente interpretados. Sus compañeros en la obra teatral son Noami Watts y Edward Norton -ideal para disparar una lucha de egos que estalla dentro y fuera del escenario y son de las mejores químicas dentro del elenco-. Para "las mujeres de su vida" el casting también es acertado y excelente: Emma Stone es su hija y entrega una actuación con un giro diferente a sus últimos trabajos, Andrea Risenborough se pone en la piel de su amante y un delicado trabajo de Amy Ryan, como su ex, con una mirada compasiva a quien ha conocido el infierno de Thompson y sus fracturas, desde adentro. Completa este elenco absoluto de primeras estrellas, el dream team que arma Iñárritu, un Zach Galifianakis al que parece costarle todavía desprenderse de la veta de cómico y una notable aparición de Sandy Duncan como la despiadada crítica de teatro en un par de escenas donde se sacan chispas con Keaton, absolutamente impecables. Dentro de los rubros técnicos, la idea de que todo parezca un plano secuencia de inicio a fin, hace que la cámara recorra los camarines del teatro internándonos en ellos como su fuésemos a meternos en las tripas de la "bestia". Los interiores, estos camarines, la escenografía, los técnicos, los vestuaristas, los pasillos laberínticos, la boca del escenario, ver la sala desde donde nunca la hemos visto, estar por un minuto en el punto de vista con el que los actores pueden ven al público, hace que los latidos de la película se hagan cada vez más intensos y acelerados, que estemos absolutamente imbuidos del mundo en el que Iñárritu quiere sumergirnos. El actor de teatro no tiene posibilidad de mejorar en la sala de edición, se entrega sin red, directo al público, se desnuda y se expone cada noche. Y esa especie de vértigo, de presencia, del arte más vivo se siente durante toda "BIRDMAN". Como si esto fuese poco, el guión también se da el lujo de oponer tanto naturalismo con escenas que escapan totalmente a la estructura central y el tono general del relato, como una subtrama dentro de la trama: el universo de Birdman que aún anida en la mente de Thompson. Para aquellos que amamos el cine y nos gusta el teatro, "BIRDMAN" tiene una catarata de guiños, nos invita a sacar nuestra parte más "cholula" visitando el entramado y las entrañas de un teatro nada menos que en pleno Times Square y nos regala, diagonalmente, esas vistas a las marquesinas, las luces de la noche de la Avenida más importante del mundo para el teatro y nos deja inmiscuirnos, por unas dos horas, en la vida de los actores y sus personajes. Absolutamente con un elenco sin fisuras que se disfruta en cada una de las escenas, con un guión creativo y desbordante, "BIRDMAN" se ha constituido como una de las grande nominadas a la hora de los Oscar de este año. Intuición de cinéfilo, no creo que pueda alzarse con demasiado de ellos, pero sí puede ser que sea la gran sorpresa de la noche, en caso que a último momento, por esas cosas completamente azarosas del negocio hollywoodense, se alce con alguna de las estatuillas doradas... que, a este punto, es lo de menos. Ya ha quedado un película magnífica dentro de la filmografía de Iñárritu, que además nos saca los sinsabores de algunos de sus trabajos anteriores y una vez sacudida esa densidad y ese masoquismo con el que había narrado sus últimas historias, esperamos que esta mirada cínica, aguda y despiadada pero amorosa con sus personajes, vuelva a la carga en los próximos trabajos de este director que sabe como sacudir a la platea. Y en "BIRDMAN" me regaló dos horas de buen cine que disfruté plenamente.
De qué hablamos cuando hablamos de fama “La popularidad es la prima barata del prestigio” suelta Mike Shiner (Edward Norton) en una de las mejores líneas de la película. Ésta es una de las principales premisas en torno a la cual gira el argumento de “Birdman“: Fama, éxito, fracaso y felicidad son relativizados con maestría en esta historia dirigida por el mexicano Alejandro González Iñárritu. Escrita por él mismo junto al equipo de argentinos Armando Bo y Nicolás Giacobone y al dramaturgo teatral Alexander Dinelaris, desde el comienzo de los títulos queda clara la visión que subyace tras estos cuestionamientos y cuál es la única respuesta posible, pero sus trágicos protagonistas no tienen ni la más mínima pista. En el afán por trascender su imagen de actor pochoclero venido a menos, Riggan Thompson (Michael Keaton) lo arriesga todo para despegarse del infame estatus de celebrity y convertirse en un artista respetado, escribiendo y dirigiendo una osada adaptación teatral que él mismo protagonizará. La crítica juega un papel fundamental para el futuro de Riggan y su obra, aún más que la reacción del público o de sus propios colegas. Es casi irónico que una buena parte de la crítica y el público de esta película la denuesten, calificándola de “aburrida” o “pretenciosa“. Para merecer semejante adjetivo, tendría que intentar ser más de lo que en realidad es. Sin embargo, Birdman es todo lo que quiere ser: una sátira aguda, autocrítica, bien escrita, genialmente actuada y técnicamente impecable. Habiendo ya paseado por varios festivales de cine y vista en casi todo el mundo mucho antes que en nuestro país, su gran repercusión se debe a que tiene la cualidad de despertar pasiones: se la ama o se la odia. La crisis existencial de Riggan es tan realista -aún con sus delirios- que nos sacude y nos transporta muy dentro de la pantalla. Las actuaciones que nos brindan cada uno de los personajes secundarios se complementan a la perfección, pintando un cuadro de humor negro y crudo análisis de la industria. Acompañada por la inquietante banda sonora y la irritante voz del superyó del protagonista (la voz de Birdman) se va creando un clima que moviliza al espectador a cada segundo. Es ahí donde reside una de las más grandes virtudes del film: la de crear sensaciones todo el tiempo, estremecer, identificarnos con uno y otro personaje alternativamente y encariñarnos con todos, a la vez que nos reímos de ellos y de nosotros mismos como espectadores. Hacernos reflexionar, que es la función principal del arte en todas sus formas. El efecto completo se termina de lograr con las bellísimas escenas producto de una cuidada cinematografía: proezas técnicas como los larguísimos planos secuencia, que con ritmo frenético nos permiten recorrer la intimidad del teatro y sus integrantes. Trucos de cámara frente a los espejos, grandes elementos cargados de simbolismo dentro de esta historia. Primeros planos que juegan un papel fundamental a la hora de los monólogos, y logradas escenas en locaciones reales (algunas con gente ajena al elenco). Incluso los efectos visuales generados por computadora son impresionantes, como si los necesitáramos. Todo en esta película es amor al detalle, todo es adrede y busca causarnos sensaciones, remitirnos a algo que ya conocemos, homenajear y criticar al mismo tiempo: desde el subtítulo y el incómodo paréntesis, hasta la elección del reparto. Lo cual nos lleva a la obviedad de la relación Birdman/Batman con respecto a la carrera de Michael Keaton. Mucho se ha dicho sobre la autorreferencialidad del protagónico, que no hubiera funcionado de igual manera sin el chiste implícito. Pero Keaton negó en reiteradas oportunidades el identificarse con su papel, e incluso Iñárritú declaró en una entrevista que era en realidad su propio ego descontrolado lo que había inspirado el personaje de Riggan. Casualmente -o no- dos de los principales actores secundarios también trabajaron en adaptaciones (bastante fallidas) de superhéroes de cómics a la pantalla grande: Edward Norton como Hulk y Emma Stone como Gwen, la novia de Peter Parker (“El Sorprendente Hombre Araña”). A su vez, Zach Galifianakis casi se encasilla como el gordito torpe de la trilogía “Qué pasó ayer?” y prácticamente el mismo papel en “Due Date”. Si nos ponemos en inquisidores, todos los artistas involucrados de esta película pueden estar referenciando y/o parodiando sus propias carreras. Pero más allá del chiste para la industria y para el cinéfilo, la naturaleza estremecedora de Birdman habla por sí sola y nos invita a verla y disfrutarla más de una vez.
IÑÁRRITU VUELA ALTO A lo largo de su carrera, el mexicano Alejandro González Iñárritu ha demostrado ser un especialista en la presentación de películas culturales y de alto nivel de creatividad. Siempre se mantuvo centrado en historias que contaban vidas paralelas a las nuestras pero distintas entre sí, que se cruzaban una a la otra, y en la creación de personajes expuestos a situaciones límite o al borde la muerte. A través de todas sus historias, demostró cómo un pequeño detalle puede alterar por completo el orden de las cosas y desatar el caos. No es casualidad que hasta lo hayan llamado las grandes marcas, con las que obtuvo premios importantes en publicidad. El director ahora presenta conceptualmente una disparidad entre la efervescencia de una cultura posmoderna enloquecida por las redes sociales y el contenido banal, frente a una visión crítica de este mundo que valora la expresión humana y la representación artística de las emociones. Él pone ambos polos en juego y consigue el equilibrio. En esta esperada ocasión, el director sorprende con su argumento, y en vez de mostrar mundos desconocidos o personajes de clase media, nos sitúa en el lugar más industrializado del planeta y con personajes popularmente conocidos. A través de un único infinito plano secuencia y una batería que acompaña con mucho estilo, se sumerge fantasmalmente de principio a fin por los pasillos del teatro Broadway en Nueva York y chismosea cada una de las vidas que tienen los miembros del elenco de una obra que está cerca de su estreno. En algunos pasajes, el film se vuelve un tanto retórico haciendo que el relato escape por algunos instantes de la ficción. ¿Si no se puede hacer poesía en el cine cuál es el lugar indicado? En este caso, esto no hace más que embellecer el mensaje y dejar pensando al espectador. En cuanto al reparto, perdonen el término, pero la mejor manera de describirlo es diciendo que es “de puta madre”. El hecho de tener que interpretar justamente a actores parece que los favorece a casi todos, ya que por contexto, ellos se encuentran en su verdadero espacio y eso hace que el relato gane fuerza en cuanto a verosimilitud. Un soberbio Michael Keaton (ex “Batman” de Tim Burton) es el que casualmente encarna a un actor que había ganado su fama por hacer a un viejo superhéroe, Birdman. Ahora, Riggan Thomson es un hombre lleno de ira que solo está ansioso por el estreno de su propia obra en el gran teatro Broadway, con la que quiere dejar legado de su grandeza. Para salvar y fastidiar al mismo tiempo la vida de este señor, lo tenemos a Mike, un muchacho interpretado genialmente por Edward Norton que justifica su éxito diciendo que “arriba del escenario es el único lugar donde no tiene actuar”. Es excelente su papel y la forma en que lo interpreta, un genio bipolar. La tercer figura que sobresale es la de la carilinda Emma Stone, quien hace a Sam, la hija y asistente de Riggan. Sin mover un pelo ni pestañear, la verán haciendo un poco de catarsis frente a cámara. El de ella es uno de los personajes que no participa en la obra teatral, al igual que Sam, el productor interpretado por el gordito más querido de Hollywood, Zach Galifianakis. Por último, tenemos también a Naomi Watts, a quien se la nota mucho más seria y comprometida respecto a sus anteriores actuaciones en pantalla grande. Al parecer, Gonzalez Iñárritu sabe cómo sacar lo mejor de ella, como ya lo hizo hace más de diez años en “21 gramos”. Watts hace a Lesley, otra pieza del elenco que tendrá que soportar los ataques de Mike y Riggan. Es importante mencionar que esta maravillosa comedia dramática, en la que hasta las desgracias humanas se aplauden, cuenta con la participación de dos guionistas argentinos: Armando Bo y Nicolás Giacobone. Ambos ya habían trabajado con el director en “Biutiful” y en nuestro país habían cobrado protagonismo por ser los creadores de “El último Elvis”. En estos últimos días, “Birdman” ganó el premio BAFTA a Mejor Fotografía, pero perdió en las otras nueve categorías en las que estaba nominada. Probablemente, tenga su suerte en la próxima ceremonia de los premios Oscar a celebrarse el domingo 22 de febrero, donde competirá para Mejor Película entre ocho ternas más. Piezas artísticas que vuelan como esta, están sin dudas en el rango de las cinco estrellas.
Un film hecho de trampas. Hay muchas, demasiadas trampas en esta nueva película del director mexicano Alejandro González Iñárritu, que ha cosechado nada menos que nueve nominaciones para los Oscar que se entregarán el domingo 22. La primera es de forma: la simulación de un larguísimo plano secuencia que no es tal (la secuencia más larga tiene en realidad unos quince minutos, lo demás es enorme pericia del director de fotografía y su equipo de colaboradores), una artimaña cuyo valor dramático resulta discutible -igual que la insistente percusión de la banda sonora-, pero naturalmente dio para llenar de merecidos elogios a Emanuel Lubezki, quien ya había impactado con el famoso plano secuencia inicial de Gravedad, trabajo por el que fue premiado con un Oscar que probablemente repita este año. La idea revela con claridad las ambiciones de González Iñárritu, demasiado preocupado por la grandilocuencia, un síntoma que se detecta en toda su filmografía (21 gramos y Biutiful representan el clímax de esa pretensión), igual que su sobreactuada misantropía y la crueldad con la que suele retratar a sus personajes, una inclinación que remite a lo peor de Robert Altman, cuya satírica The Player es obvia referencia para este film (la otra podría ser Noises Off, excelente comedia de Peter Bogdanovich que fracasó en la taquilla). Aquí el protagonista es Riggan Thomson (Michael Keaton), un actor de Hollywood que llegó a la fama gracias a su trabajo en una trilogía dedicada a un superhéroe e intenta ahora legitimarse artísticamente montando en Broadway una obra de teatro basada en un relato del prestigioso escritor Raymond Carver. Iñárritu aborda en una misma historia una buena cantidad de tópicos: la superficialidad de la industria del cine (de la que él supuestamente estaría exento), la alienación provocada por la adicción a las redes sociales, las miserias de un padre ausente y la paranoia de las estrellas, material este último con el que el año pasado David Cronenberg edificó una obra maestra ambigua e inquietante (Polvo de estrellas). También aparece la preocupación por la relación con la crítica, plasmada en el caricaturesco retrato de una mujer resentida e insidiosa cuya opinión sin embargo resultará muy importante para la trama: no queda del todo claro si la obra teatral que ocupa el centro de la escena en Birdman es buena o mala, pero sí que tiene un público confundido -y menos inteligente que Iñárritu- que aplaude por reflejo condicionado y una consagración que libera al protagonista de sus traumas a partir, justamente, de una reseña positiva de esa bruja despiadada de la que el director se había burlado cinco minutos antes. Detrás de la acrobacias formales, los golpes de efecto y los chistes de dudoso gusto (Naomi Watts, relegada a un papel sin desarrollo y a fetiche funcional a una cita vacía a David Lynch, habla de "compartir la vagina" para referirse a un amorío), hay contradicciones muy nítidas. Iñárritu pretende ser punzante con la chatura, el efectismo y las truculencias del mainstream, pero apela a las mismas herramientas para su cine, impostado hasta la médula.
“Birdman”, o la angustia en clave de brillante comedia. Ya ganó 139 premios y ahora es candidata a nueve Oscars: film, director, guión, protagonista, actor y actriz de reparto, dirección de fotografía, mezcla y edición de sonido. Se los merece todos, pero más que un actor y una actriz de reparto todo el elenco debería subir al escenario. Y los montajistas, que injustamente quedaron afuera. Por nuestro lado, lo que más nos interesa es ver en el escenario a Nicolás Giacobone y Armando Bo, los argentinos que participaron en el guión junto al director mexicano Alejandro González Iñarritu y el neoyorquino Alexander Dinelaris. Así es, acá están Bo, Giacobone y el Iñarritu, el mismo trío de "Biutiful", contándonos otra historia agónica de un hombre apasionado, lleno de angustias y de ansias de lograr su sueño y sentirse bien. Solo que "Biutiful" era un dramón inconmensurable, apabullante, que hablaba de la necesidad de volcar amor, y de los prodigios desventurados, y "Birdman" es una comedia. También inconmensurable, apabullante, pero comedia. Ácida, eso sí. Que habla de la necesidad de recibir amor, y de la naturaleza de los actores que expresan la verdad sobre el escenario, y fuera del mismo son, o parecen, tan inciertos. El personaje protagónico tuvo su pico de popularidad en las películas de superhéroes y ahora quiere mostrar que es un actor en serio, y aún más que eso. Y lo quiere hacer con su propia versión teatral de un cuento de Raymond Carver, "De qué hablamos cuando hablamos de amor" (el mismo que aquí, años atrás, tomó Adrián Canale con el Colectivo Teatral Puerta, cuando hicieron "Hablar de amor"). La cuestión es que el ex superhéroe quiere trascender, alcanzar el prestigio, lograr incluso el respeto de la crítica desdeñosa que lo condena solo por sus orígenes artísticos. ¿Acaso van a quererlo más, y quienes lo desprecian lo admirarán? ¿Y a fin de cuentas, vale la pena tanta angustia y tanto esfuerzo, por otra parte tan desnivelado? ¿Pero quiénes son los demás para exigirse tanto por un aplauso, o un cariño? Ahí reacciona el ego de distintas maneras, y del alter ego ni hablemos. Y como él, con similares aflicciones, hay otra gente del elenco. Y otra, también con similares aflicciones, sentada en la platea. Por ahí va la mano. Porque los actores expresan, hermosa, loca, apasionadamente, sentimientos que anidan en el alma de toda persona, pero que no sabemos explicar, ni aún menos sabemos comprender a su debido tiempo. Alguien lo dirá a lo bruto, y otro con estilo. Subtitulada "La inesperada virtud de la ignorancia", con Michael Keaton y gran elenco, aguda en sus diálogos y caracterizaciones, regocijante casi a todo lo largo, llena de sorpresas hasta el último plano, "Birdman" hace convivir naturalmente persona y personaje en la misma cabeza, fantasía y realidad ante nuestra vista, el mundo del teatro y nuestro propio mundo. Para más, cada tanto nos cruzamos con un baterísta cuyos golpes recuerdan los del circo anticipando el lanzamiento del trapecista sin protección alguna hacia la gloria o la muerte, y un arriesgado mecanismo de planos secuencia hace más vívida la búsqueda cotidiana del protagonista y su compañía, no da respiro, y vuelve asombrosa hasta la ostentación esta película, con movimientos que evidencian enorme trabajo previo de actores, técnicos, escenografía, luz y cámara (y también montaje, porque muy hábilmente se aceleran ciertas partes y se pegan distintos registros). Y cuando creemos haberlo visto todo, el artista sale prácticamente desnudo a la calle, qué decimos calle, una avenida llena de gente, y la diversión, la metáfora y el asombro se duplican. Quizá la obra tiene un solo defecto: como una comida demasiado abundante, ofrece más de lo necesario. Pero así es el cine de González Iñarritu, intenso, visceral, recargado, "más grande que la vida", como dice una vieja máxima del espectáculo. Vale la pena, y ojalá gane.
La inesperada virtud de la muerte Cuando miré Birdman tuve la sensación de meterme en un laberinto sin salida. Un laberinto plagado de criaturas aterradoras que salían de todos los recovecos posibles para arrastrarme con ellos de vuelta a sus miserias. Pero esta fue solo mi primera impresión. Una vez que me adentré en la historia empecé a distinguir que este lugar donde me había metido no eran más que los pasillos detrás del escenario de un pequeño teatro en Broadway y que estos monstruos aterradores sólo eran las personas que componen la historia. Birdman no me resultó fácil de ver. Tampoco es una película típica. Quizás eso la hace tan interesante. Michael Keaton se pone en la piel de Riggan, un ex actor de Hollywood, quien, luego de meter tres éxitos de taquilla como Birdman, lo pierde todo. Por eso es que decide poner su cuerpo y la poca alma que le queda en una nueva obra de teatro que dirige y actúa. En el medio de un ensayo uno de los actores sufre un accidente que lo inhabilita y su lugar lo toma el taquillero actor Mike que es interpretado por Edward Norton. El tema es que este actor viene a revolucionar la obra de teatro y a todos los personajes en ella, sobre todo al ex Birdman, con una visión muy particular del mundo y del teatro. Como mencioné antes, la película es difícil de ver. Es oscura, intrincada y la banda sonora (a cargo de Antonio Sanchez) por momentos se torna exasperante. Pero todo esto deja de importar una vez que uno se mete un poco más en la historia y en estos personajes que cuestionan una y otra vez la importancia de ganarle a la muerte y lograr trascender. Dejar un legado, algo, lo que sea para no caer en el olvido. Birdman también explora el temor a la soledad y las distintas formas que tienen las personas de relacionarse para evitarla. Temas sumamente interesantes y con los que la audiencia puede identificarse fácilmente. Yendo al aspecto más técnico, Birdman utiliza en reiteradas ocasiones el recurso narrativo y estético del plano secuencia, que, en los laberínticos y cerrados pasillos del teatro, atrapa al espectador y lo hace parte de la claustrofobia que viven los personajes. La fotografía descarnada y oscura, con tonalidades verdosas transforma a los cuerpos y los hace frágiles, expuestos y vulnerables. Simples mortales. Todo esto hace que uno sienta la confusión y el temor de Riggan y de todos los que habitan ese teatro en primera persona. Las actuaciones son increíbles. No puedo ponerme de acuerdo conmigo misma para definir cuál de todos es el que se roba la película. Emma Stone, como la hija de Riggan, hace la actuación de su carrera. Bien merecido tendría el Oscar al que está nominada. Edward Norton continúa explorando con personajes oscuros y retorcidos, con resultados impresionantes. Y Michael Keaton en su papel de tipo triste que no puede escapar de su pasado se lleva todos los aplausos. En conclusión, Birdman es una experiencia atrapante, que entrelaza historias y dramas complejos, la gran habilidad para la narración de González Iñarritú y unas actuaciones asombrosas. No se la pueden perder. Por Mariana Van der Groef
Con múltiples nominaciones a la próxima entrega de los premios Oscars, llega la nueva película de Alejandro Gonzalez Iñárritu con el regreso de Michael Keaton como protagonista. “Una cosa es una cosa, no lo que digan de ella”, se lee de manera poco sutil en el camarín de Riggan Thompson, un actor que sólo es recordado por el superhéroe al que supo interpretar y hoy quiere ser algo más que un producto comercial por lo que se dispone a escribir, dirigir y protagonizar su versión teatral de una obra de Carver. Riggan no quiere ser lo que todos dicen que es, apenas la sombra del protagonista de una película que tiene todo lo que la gente ordinaria quiere: “La gente ama la sangre. Les encanta la acción. No este chamuyo depresivo y filosófico”, como le dice la voz de su conciencia, la de Birdman, que claro, también sin sutilezas, se parece mucho a la de Batman. Como si alguien pudiera no acordarse todo el tiempo de que Michael Keaton fue el primer Batman. Filmada como un largo falso plano secuencia, con una cámara inquieta, nerviosa, que gira constantemente alrededor de sus personajes o los mira desde arriba, Birdman o La inesperada virtud de la ignorancia, título completo del film, es más bien una crítica al sistema hollywoodense. No sólo a su público, de quien se espera que sólo tengan éxito las películas con efectos especiales y nada más, sino a la crítica, encarnándola de la manera más estereotipada, con los prejuicios más típicos hacia este ambiente. Los actores no están mal, al contrario, hay un par que se destacan. Algunos pueden ser tildados de exagerados, pero es fiel al tono que, se cree, porque a veces no nos termina de convencer, busca la película. Quizás quien más se luzca sea Edward Norton, en el personaje del actor que parece que viene a salvar la obra pero, si bien su talento es indiscutible (porque en el escenario es en el único lugar en el que en realidad se siente como sí mismo), su inestabilidad y compromiso extremo con sus personajes no hacen más que desestabilizar al resto de los actores, especialmente a las actrices. Actrices a quienes se las refleja de un modo poco agradable, como tontas y propensas a humillarse con tal de seguir perteneciendo al ámbito. Es que Birdman parte de ideas interesantes pero nunca termina de explotarlas. Sus problemas principales son dos: uno, las pocas sutilezas, lo subrayado que está todo; y la segunda, que es una película que pretende ser más grande que lo que es en realidad. Que las vidas de los protagonistas se confundan con las de los personajes que interpretan en el escenario (aunque peque de tornarse muy repetitivo), que una de las voces más cuerdas provenga de quien a simple vista es un hermoso desastre (Emma Stone está muy bien pero su personaje no termina de desarrollar lo más interesante que tiene), el cambio de registro que sufre el personaje de Mike (Norton) cuando se encuentra con Sam (Stone) en la azotea, son algunas de las cosas a las que se podría haber hecho un poco más de énfasis para no terminar en la típica historia del actor que vive tras la sombra de un trabajo del cual ni siquiera se siente orgulloso. Con un guión escrito a ocho manos, entre los que están los argentinos Armando Bo y Nicolás Giacobone, como seguramente ya muchos se enteraron, la película nunca termina de jugarse; y al final rompe con esquemas que había impuesto en un principio. Lo irónico, lo satírico, la comedia negra, nada termina de serlo.
LA ERECCIÓN Con algunos momentos intensos y un buen trabajo de Michael Keaton, la nueva película del ambicioso director mexicano Alejandro González Iñárritu no deja de ser un film endeble protegido por su histeria interpretativa y prodigios formales. En todas las películas hay un instante en el que se exhibe su “inconsciente”, lo que realmente pretenden ser y no enuncian, y que en cierto sentido es el eje organizador de lo que se ve. En Birdman: La inesperada virtud de la ignorancia, la secuencia en cuestión pasa por una erección. En busca de un realismo contundente (una preocupación generalizada dentro y por fuera del film), la estrella de cine que interpreta Edward Norton tiene una escena frente a un teatro repleto de gente en la que su miembro eréctil está a punto de traspasar su calzoncillo. Todos ríen, y quizás el público de la película también. Es un chiste, y como tal es un poco más que eso. La erección principal de este retrato de la redención o el gran regreso de un actor condenado al olvido (y en un doble sentido: Michael Keaton en sí y como personaje que interpreta) es la forma elegida de registro: el (falso) plano secuencia. Todo lo que se ve está sometido a un régimen de continuidad perpetua, es decir, no hay corte en el registro, aunque los cambios de escena que implican el paso del tiempo muestran excesivamente su aceleración. Como se sabe, el genio de Emmanuel Lubezki pudo vencer con la ayuda de un software los problemas de la discontinuidad de la luz. Se trata de planos secuencia adulterados en esta era del cine digital que los hace posibles: esencialmente caprichosos, muy distintos a los tres ejemplos digitales sin fraude de por medio como El arca rusa, Ainda Orangotangos y PVC-1. En otras palabras, el plano secuencia es la erección formal del film, aunque se trata de una elevación asistida. He aquí la invención del plano secuencia “viagra”. ¿De que trata Birdman: La inesperada virtud de la ignorancia? El superhéroe aludido en el título remite a un viejo personaje que catapultó a la fama a Riggan (Keaton). Sumido ligeramente en el olvido, en verdad Riggan quiere ser reconocido por hacer lo que ama, o más bien desmarcarse del mote de celebridad. A punto de estrenar una adaptación de su autoría de un cuento de Raymond Carver, “De qué hablamos cuando hablamos de amor”, la ansiedad domina y las presiones estrangulan, en especial cuando uno de los actores se accidenta. El reemplazo será un aliciente y una esperanza. Un actor del momento tomará ese papel. La taquilla está asegurada. La película se sostiene en los ensayos y lo que sucede entre éstos, hasta llegar al día del estreno, en el que habrá una sorpresa inesperada. El desenlace, por cierto, puede incitar al debate. ¿Qué es lo que verdaderamente ha sucedido? La banalidad de la resolución y la variación del punto de vista tienen tanta importancia como las discusiones teológicas acerca del sexo de los ángeles. Resolver el enigma no sumará nada, pues el ingenio del guión está a la altura de un crucigrama. La erección formal, cuyo registro se circunscribe a constantes movimientos ampulosos de cámara, viene un poco a distraer la atención frente al riesgo de que todo esto no sea otra cosa que teatro filmado. De ahí la necesidad de sacar a Keaton a pasearse desnudo por las calles de Broadway, en ese instante en el que Riggan queda por accidente fuera del teatro y puede llegar a perderse su entrada al último acto: un poco de aire y de espacios abiertos ayudan a conjurar el riesgo de la dramaturgia; un poco de humillación se justifica: el fin justifica los medios. ¿Los actores se lucen? Parece que sí, pues tienen sus momentos, performances en las que el actor sabe bien que se juega en un gesto la credibilidad de su método. Véase para eso el primer repaso de texto entre Norton y Keaton. No faltará quien diga que estamos frente a un duelo de colosos. El falso naturalismo del método tiene aquí su apoteosis. Por cada ademán, el alma humana se revela. Pero hay una excepción notable: el primer rodeo amoroso entre el personaje de Emma Stone y Norton; la secuencia tiene lugar en un balcón y es un instante de cierta autenticidad, pero en el mismo lugar se repetirá la cita y restará la honestidad de ese momento distinto. Y si se trata de teatro, a fin de cuentas, será un teatro de la crueldad camuflado de cine. De inicio a fin, a cada uno le llegará su merecido, incluso a la hija de Riggan (Stone), asistente del padre y exadicta. El tema de fondo en Birdman: La inesperada virtud de la ignorancia estriba en mostrar cómo el mundo del espectáculo estimula un desequilibrio psíquico colectivo. Los actores son narcisistas (y vengativos), los críticos resentidos y el público no es más que una multitud chusma que delira con la vida de las estrellas. González Iñárritu intuye aquí que, detrás de todo esto, la psicosis acecha. Por eso Riggan levita, vuela, mueve con su mente objetos diversos y escucha la voz del pajarraco que solía interpretar. Pero sucede que para filmar la psicosis del espectáculo hay que tener una firme lectura de ella, no un esbozo crítico que culmine abrazando un nihilismo chato en el que la muerte se confunde con la liberación.
Cuando se fue Guillermo Arriaga, su libretista estrella, el cine del mexicano Iñarrritu cambió y para mal lado. “Amores perros” y “Babel” siguen siendo sus mayores logros. Pero a partir de allí, empezó a decaer. Hasta tocar fondo con la decepcionante “Biutiful”. Ahora ha querido levantar la puntería (como su protagonista), pero no hay caso. “Birdman” es confuso, burdo y efectista. Juega con el mundo del cine y el teatro. Carga contra la fama, los actores, los críticos. Retrata a Riggan (Keaton) un actor que se hizo tres films de superhéroe (recordemos que Keaton hizo dos veces de Batman) y que quiere sacarse ese pasado de encima montando una pieza teatral sobre un texto de Raymond Carver. Necesita hacerlo para probarse y rearmarse, para tratar de recuperar estima, familia y nombre. Recicla un par de artistas sacados, habla con el superhéroe y desafía al público. ¿Lo que vemos es lo que sucede o es parte del delirio del protagonista? ¿Es cierto lo de los poderes ocultos? Film rebuscado y pretencioso, cruel y a ratos chocante, que está buscando siempre el impacto, con personajes estereotipados y un final que es puro efecto.
Iñárritu es garantía de buena película, eso ya lo sabemos hace algunos cuantos años... Pero con "Birdman" (9 nominaciones a los Oscars, incluyendo mejor película) sobre pasa lo que ya hemos visto de él. Una historia interesante, atrapante, con personajes profundos y la magnífica actuación (una de sus mejores) de Michael Keaton, que demuestra quien es en pantalla grande (para levantarse y aplaudirlo de pie). Emma Stone, Edward Norton, Zach Galifianakis, Naomi Watts, etc, etc hacen que la película sea la perfección. El elenco defiende la narración con grandes personajes interpretados de manera soberbia. La dirección de la peli es de otro planeta... un gran plano secuencia (con algunos cortes que ni se notan) hacen que nunca puedas bajarte de esta montaña rusa de sentimientos y puntos de giro de un guion excelentemente escrito. Una película para ponerse el cinturón de seguridad y no relajar hasta los títulos finales. ¿El plus? No es una más de las que salís del cine y te olvidás de lo que viste... Da para análisis con amigos/familia, porque no solo la fama es el tema principal, sino las relaciones, la soledad, el egocentrismo, etc. Una muy buena peli para este fin de semana.
Alejandro Gonzalez Iñárritu se ha jugado creativamente por un film- entre sus mejores desde “Amores Perros”- que tiene la estructura de un falso y único plano secuencia, con un muy buen guión y una factura técnica impecable. También contó con un elenco de lujo, el regreso con gloria de Michael Keaton, Emma Stone, Edward Norton, Naomi Watts. Un actor al borde de la locura, ex protagonista de una trilogía de un héroe que da título al film, se juega con una puesta en Broadway para demostrar y demostrarse que es alguien, que tiene talento. Con elementos mágicos, con excesos que son su marca de fábrica, con abrumadores momentos, la película es una seria competidora para el Oscar.
Volando sobre Broadway Riggan Thomson (Michael Keaton) es un actor que se hizo famoso interpretando al superhéroe Birdman en varias películas de principios de los noventas, y que fueron tremendos tanques de Hollywood. Ahora, ya pasados los cincuenta, Riggan quiere ganar fama como actor serio montando una obra de Raymond Carver ("What We Talk About When We Talk About Love ") en un teatro de Broadway, la cual adaptó y también dirige y protagoniza. La analogía entre el personaje y su actor es obvia, Keaton protagonizó dos películas como Batman, en una época donde no existía el furor por los cómics que hoy explotan tanto Marvel como DC. El ambicioso proyecto de Riggan no solo se está llevando todo su dinero sino también toda su energía, ya que la obra no presenta más que contratiempos. El actor principal debe retirarse un día antes del preestreno luego de un accidente en el escenario, y para su reemplazo la producción consigue mágicamente que Mike (Edward Norton) -un prestigioso actor del under de esos con mala fama y que despotrican contra el cine y la tv-, acepte trabajar en la obra. Pero lo que parecía un milagro termina convirtiéndose en una pesadilla. Mike es un gran actor, pero también es insoportable, egocéntrico y capaz de hacer cualquier cosa arriba del escenario para lograr que su interpretación sea realista, dejando al resto de los actores al borde de un ataque de nervios. Los problemas de Riggan no hacen más que acumularse, dentro y fuera del escenario, no solo debe lidiar con la presión de la obra y la prensa, sino también con una ex esposa y una hija adolescente recién salida de rehabilitación, que lo acusa de haber sido un padre ausente. Este último ángulo es tal vez el más flojo del guión, por constituir un cliché en sí mismo que resta vuelo a un relato que procura llegar muy alto. En armoniosos planos secuencia -acompañados por una batería que regula sus beats de acuerdo a lo que le pasa al protagonista, y con inteligentes y funcionales puestas en escena que permiten jugar con el paso del tiempo-, Riggan recorre el teatro y sus alrededores, sumergido en el caos, con una voz que lo persigue, como un lado oscuro de su conciencia que le recuerda una y otra vez que esto no es para él, que no es así como ganó su fama, que lo suyo son las películas de acción, esas con superhéroes magníficos y carismáticos. Ese lado oscuro es nada menos que Birdman, el personaje que le dio fama, pero al que no puede sacárselo de encima. A través del personaje de ficción, y desde ese lado surrealista, la película construye una reflexión sobre el cine, el entretenimiento, el público y los críticos. Cargada de ironías, con bastante humor negro, riéndose de los lugares comunes, y paseando por todas las situaciones en las que puede encontrarse un actor. Birdman, es una película técnicamente impecable, cargada de poesía, donde el mundo real y el inconsciente se funden para mostrarnos un mundo tan complejo como el de la actuación y sus circunstancias, con extraordinarios diálogos, y excelentes actuaciones.
Ser o no ser Después del fracaso artístico que supuso Biutiful, el chilango exitoso en Hollywood Alejandro G. Iñárritu quema todas las naves en Birdman, un trabajo que jaquea la corona de Amores perros como obra maestra del mexicano. Una de las candidatas fuertes a los premios Oscar que se entregarán el 22 de febrero (compite en nueve categorías, entre ellas mejor película, mejor protagónico, mejor guión y roles secundarios), Birdman presenta a Michael Keaton como Riggan Thomson, ex intérprete del superhéroe de Marvel en la pantalla grande (suerte de parodia, siendo este el único gran héroe de Marvel que aún no trascendió a 3D), y desde ahí todo se despliega en espejos. Para el gran público, Thomson está asociado a Birdman así como Keaton al Batman de Tim Burton, pero mientras no sabemos cómo Keaton se lleva con su relativo paso al costado desde los noventa, Thomson quiere desesperadamente ser tomado como un actor en serio. Y para eso decide producir, dirigir y protagonizar una adaptación de De qué hablamos cuando hablamos de amor, de Raymond Carver. La apuesta es para él seria, pero para el resto (incluyendo a los protagonistas), Iñárritu la muestra como es: grotesca. El film es magistral desde un punto de vista técnico. Arranca con el protagonista en una extraña posición de loto, de espaldas a la cámara y (dato no menor) levitando, enganchado en un monólogo interior con su otro yo, es decir Birdman, y seguidamente Iñárritu persigue a Keaton en un extenso plano secuencia, desplazándose por un pasillo y cruzándose con asistentes, su manager y luego un ensayo de la obra en el escenario del teatro; desde allí, la trama fluye, va y viene generando un estilo de narrativa circular. Birdman deja una serie de interrogantes obvios (sobre el mundo del espectáculo) y no tan obvios (la búsqueda, la completud) con un notorio, perceptible aporte en el guión de Nicolás Giacobone y Armando Bo, nietos del legendario realizador argentino. Difícilmente pueda el porvenir dar una Birdman pochoclera. Y si la habrá, deberá lidiar con este antecedente.
El desprecio En una escena poco después del comienzo de Birdman o (la inesperada virtud de la ignorancia) en la que vemos una ronda de prensa, un periodista “intelectual” -caracterizado como la idea que un niño de 12 años tendría sobre “un intelectual”- menciona a Roland Barthes en una pregunta dirigida a Riggan Thomson (Michael Keaton). Una periodista de espectáculos que también está presente en la rueda de prensa pregunta quién es Roland Barthes y si actuó en alguna de las tres películas de la saga Birdman que Thomson protagonizó veinte años atrás. Este es sólo un ejemplo entre tantos que muestran a las claras lo canallesco de Iñárritu y sus guionistas: crean un personaje con el sólo objetivo de ridiculizarlo; de ponerse por encima de él y hacerlo objeto de escarnio por representar una supuesta “baja cultura”. Porque esta gente -Iñárritu y secuaces- todavía cree en esa imbecilidad que es la supuesta existencia de una “Cultura Alta” y una “cultura baja”, y extienden esa diferenciación a toda la película desde un lugar que ellos suponen elevado pero que en ningún momento deja de ser de una elementalidad bastante alarmante. Iñárritu es tan creído de sí mismo que hasta se atreve a remarcarnos que su película es una obra de arte mayor: en una secuencia, Birdman, la voz en la cabeza de Riggan, le dice a este último que al “gran público” que, obviamente, es estúpido, no le gusta “la mierda filosófica” -que es lo que Iñárritu nos vino mostrando hasta ese momento-, y que prefiere ver explosiones y cosas que se rompen. A continuación, vemos cómo todo se convierte en una secuencia de acción que hace creer que Iñárritu en su vida vio una película de acción (¿y por qué iría a hacerlo, si Iñárritu pertenece a la “Cultura Alta” que no ve “esas estupideces”?) para luego volver a (optar por) “la mierda filosófica”, aquella que convierte a Iñárritu en el “artissssta” que él cree ser. Rara vez se ha visto ese nivel de megalomanía en un director (se me ocurre aquel autobombo espantoso en las placas del final de La mala educación, la peor película de Almodóvar, con su zoom en la palabra “pasión”), pero lo peor de todo es que esa megalomanía no se condice con el resultado final de la película: Birdman o (la inesperada virtud de la ignorancia) se cree que es algo así como la mejor película de la historia, pero es puro humo. Se hace la virtuosa con esa “propuesta estética” que consiste en falsear un plano secuencia eterno y mover mucho la cámara, pero eso no es más que ostentación. No hay nada que justifique que la película esté filmada de esa manera. En la extraordinaria Niños del hombre, de Alfonso Cuarón (y con Emmanuel Lubezki como director de fotografía), los planos secuencia tenían una razón de ser: transmitían una tensión y una urgencia que aportaba emoción a la película. Lo de Iñárritu es un “miren qué bien filmo”; es pura acrobacia visual vacía de ideas. Y encima está llena de momentos visualmente feos, especialmente cuando la película trabaja con planos cerrados. Pero es a la hora de “bajar línea” donde la película demuestra su torpeza y su infantilidad. Ya hablamos del temita de las culturas alta y baja, pero Iñárritu también se propone hablar sobre las redes sociales (sin conocerlas), sobre la crítica (desde el lugar más común de todos; aquel del “artista frustrado”), sobre el “show business”, sobre el público (diciendo básicamente que son todos tarados) y, en todos los casos, lo hace desde la obviedad más rampante. Aquella escena de “la periodista estúpida que no sabe quién es Barthes” debería ser suficiente como para descartar esta película como la tontería que es, pero resulta ser que hay mucha gente que piensa que Birdman o (la inesperada virtud de la ignorancia) es realmente una obra maestra. Incluso, hay muchos detractores de las películas anteriores de Iñárritu que piensan que esta es una excepción a la carrera del mexicano. Jamás entenderé esa postura: Birdman o (la inesperada virtud de la ignorancia) es Iñárritu en el más puro de sus estados, y esta es su película más personal, lo cual, en este caso, significa que es la peor de las películas posibles: ahí está esa gravedad (si bien se supone que esta es una comedia, no veo rastros de este género en ninguno de los 119 interminables minutos que dura) y esa autoimportancia que caracterizan a su cine; ahí lo tenemos a Iñárritu torturando a sus personajes, haciéndolos sufrir, humillándolos de las peores maneras posibles (la escena de Riggan Thomson corriendo en calzones por el Times Square debe ser uno de los momentos más vergonzantes de los últimos 120 años de cine); ahí tenemos a un director que cree que la calidad de una actuación es directamente proporcional al volumen en que el actor en cuestión grita y a la brusquedad con la que este se mueve. Lo más terrible de Birdman o (la inesperada virtud de la ignorancia) es que va a hacer historia. Mi amigo Diego Papic dijo, en su crítica para la Agenda Cultural del Gobierno de la Ciudad, que prefería una chantada como esta película por sobre las chantadas insulsas que son La teoría del todo y El código Enigma. Pero una película muy mala como El código Enigma (no menciono La teoría del todo porque a mí me gustó mucho) será olvidada al día siguiente de la entrega del Oscar, porque ¿acaso alguien se acuerda de El discurso del rey? No; esas películas están diseñadas para competir por el Oscar y esa es su fecha de vencimiento. Pero Birdman o (la inesperada virtud de la ignorancia) es de esas películas que generan fanatismos acérrimos; va a convertirse (o ya se convirtió) en una de las películas favoritas de demasiada gente; tal vez muchos jóvenes se decidan a estudiar cine gracias a esta película y la tengan como referencia. Y, cuando eso sucede con una película que, para uno, representa lo peor del cine, termina siendo muy triste y desesperanzador. Encima tiene un título de mierda.
LA IGNORANCIA DE UN BUEN TÍTULO Ya no podía contenerlo mucho más pues sentía todo su cuerpo tenso y la voz en su cabeza lo atormentaba con más frecuencia que nunca; aún lo hacía después de años, décadas, desde el final de la trilogía en 1992. Tenía que hacerlo, era preciso… entonces chilló. Pero no era suficiente, debía volar. Sólo de esa manera podría volver a su sitio “arriba de todos” y recuperar su esencia… en el cielo él era Birdman. El resto se limita al fracaso, al menosprecio, al olvido. Su ego está para mucho más que eso; ya lo había demostrado con sus éxitos taquilleros del superhéroe en años anteriores. Pero, ¿dónde está ahora? Los fanáticos le piden fotos a Birdman, no a Riggan Thomson (Michael Keaton), la industria lo ignora y parte de la prensa lo subestima. Por tal motivo, Thomson decide desafiarlos a todos: adapta el cuento ¿De qué hablamos cuando hablamos de amor? del escritor estadounidense Raymond Carver y monta la obra en Broadway. De esa forma, busca obtener una doble satisfacción: resurgir como actor y convertirse en una gran figura otra vez. Sin embargo, llevar a cabo una obra teatral se torna complicado: tras un “accidente”, Thomson debe incorporar a un nuevo actor; éste no es otro que el reconocido Mike Shiner (Edward Norton). Pero lidiar con otros egos hará que el protagonista tome medidas extremas para alcanzar su meta y sobrellevar la presión. En principio, si se consideran los elementos más preponderantes de la nueva película del mexicano Alejandro González Iñárritu, se podría pensar a Birdman o La inesperada virtud de la ignorancia como una especie de ficcionalización sobre la vida de su protagonista, Michael Keaton. Él, al igual que su personaje, consiguió gran éxito vestido como el murciélago tanto en Batman (1989) como Batman Regresa (1992), y luego quedó relegado por la industria. Con esa misma frustración, encarnada en el poster que cuelga en una de las paredes de su camerino, Thomson debe lidiar todos los días. Si se elude esta analogía ocurre algo interesante con la elección del título de la película. Birdman o La inesperada virtud de la ignorancia está conformada por dos segmentos autónomos y con peso propio que, al intentar ponerlos en relación, se deslucen por completo. Y ese es un grave error del director: intenta agotar ambos segmentos durante toda la película. Este planteo se convierte en algo errado pero, además, sólo consigue que el espectador quede aturdido. ¿Se trata de la historia de Birdman? ¿Cuál es esa historia? ¿O el acento está puesto en el encasillamiento de los actores, en esta inesperada virtud de la ignorancia que lleva a los profesionales a acceder a situaciones límites con tal de recuperar un poco de brillo? Entonces, como ambos segmentos saturan de información al espectador se reducen a simples excusas para hablar de otra cosa o para citarse mutuamente sin lograr éxito. Allí radica la falta de eficacia del filme. Por ejemplo, en la escena donde Thomson es seguido por su alter ego/Birdman y vuela sobre los edificios, explotan los autos y aparecen monstruos que acechan la ciudad; esa metáfora pareciera indicar que Iñárritu se mofa de la industria de los superhéroes, en lugar de presentar al propio. De la misma manera se opacan las discusiones entre Thomson y su hija Sam (Emma Stone) que abordan concepciones existenciales o la expresión de sentimientos. Ya bien se lo revela su ex esposa Griffin Murray (Amy Ryan) : “Es lo que siempre haces, confundes el amor con la admiración”. Cabe destacar el trabajo de fotografía de Emmanuel Lubezki y el uso de la cámara que no sólo aporta vértigo, sino que también introduce al espectador tras bambalinas. También logra atrapar la labor musical de Antonio Sánchez que repite el motivo de la batería en diferentes escenas y lugares. De esta forma, Birdman o La inesperada virtud de la ignorancia se convierte en una sumatoria de temas o subtemas expuestos que saturan y desbordan pero, al final, quedan sin profundizar. Por ejemplo, la concepción manipuladora de la prensa encarnada en una periodista que, sin mirar siquiera la obra, le advierte a Thomson que la destrozará. Entonces, a través de esta multiplicidad de temas y del fallido intento de unificación de ambos segmentos del título, Birdman…se vuelve un rompecabezas, un rompecabezas que, quizás, sólo pueda ser comprendido a través de la reiteración de un cartel colocado en el espejo del camerino del protagonista: “Una cosa es una cosa, no lo que se dice sobre ella”. Por Brenda Caletti redaccion@cineramaplus.com.ar
En los últimos años el cine de Alejandro González Iñárritu perdió su frescura y las historias que presentó se estancaron en fórmulas argumentales con las que el realizador se sentía muy cómodo. Aunque no hay trabajos mediocres en su filmografía, las propuestas que ofrecía en un momento dejaron de sorprender. Cuando te sentabas en el cine a ver uno de sus filmes, ya sabías que te ibas a encontrar con los personajes más atormentados que se concibieron en la historia de la ficción y que a lo largo de dos horas iban a sufrir todas y cada una de las desgracias que podría experimentar un ser humano en una vida. En sus relatos no había salvación posible ni esperanza y el mundo en el que se desenvolvían los protagonistas era completamente desolador. Aparentemente el propio Iñárritu también se cansó de hacer este tipo de películas y para su siguiente proyecto creó una obra radicalmente diferente a todo lo que había hecho en su carrera. Esta vez abandonó su zona de confort creativa, que eran los dramas intensos, y buscó un nuevo desafío. El resultado fue Birdman, una de las películas más complejas y apasionantes de su carrera. Una propuesta que no sólo se disfruta por el conflicto que propone, sino que además sorprende por el trabajo que tuvo en su realización. Un actor que en los años ´90 fue famoso por una serie de películas pochocleras intenta recuperar la gloria perdida con una obra de teatro en Broadway. Con esa premisa tan sencilla Iñárritu desarrolla un film absorbente que trae de regreso en la pantalla grande al mejor Michael Keaton de los últimos años. Un artista maravilloso que brindó películas fabulosas en las décadas del ´80 y ´90 y que en los últimos años su trabajo estuvo concentrado en producciones independientes que no llegaban a los cines y papeles secundarios en proyectos familiares de Disney. Riggan Thompson quedará en el recuerdo como uno de los mejores papeles de su carrera, donde pudo fusionar en un mismo rol su talento para el drama y la comedia. Una particularidad tan interesante de esta película es que tanto la trama como la escena final pueden tener diversas lecturas y plantea discusiones interesantes a la salida del cine. En mi caso vi a esta historia como un gran cuento sobre los conflictos internos que genera un ego desequilibrado. En la primera escena vemos que Riggan Thompson intenta seguir un camino más espiritual con la práctica de meditación e imágenes de Buda en su camarín, sin embargo, es un hombre que no puede estar en paz consigo mismo porque su ego, representado en la figura de Birdman, es más fuerte que él y lo domina por completo. Me pareció muy interesante como el film trabaja este tema a través de los distintos personajes que sufren con mayor o menor intensidad el mismo problema. Todos los individuos que aparecen en esta historia están tan centrados en sí mismos que tienen una incapacidad absoluta para conectarse sanamente con otras personas y el mundo que los rodea. La batalla constante con el ego es un tema apasionante y este film lo abordó muy bien sin tomarse todo tan serio, que es algo que le faltaba al cine de Iñárritu. En este proyecto el director jugó más con el humor y ofrece momentos fabulosos, donde sobresalen especialmente las escenas que comparten Keaton con Edward Norton. Más allá de los temas interesantes que plantea el film y el trabajo de los actores, donde se destaca también una excelente Emma Stone, el visionado de Birdman se convierte en una experiencia fascinante por el trabajo que tuvo en la realización. Iñárritu narró a la historia con varias tomas extensas que generan la ilusión que toda la acción se desarrolló en un plano secuencia. Originalmente el realizador mexicano quería hacer el film en una sola toma, pero luego cambió de idea cuando se dio cuenta que el rodaje iba a ser un infierno. Cabe destacar con nombre y apellido la labor de los editores, Douglas Crise y Stephen Mirrione, quienes hicieron una tarea brillante a la hora de realizar las transiciones adecuadas entre los distintos planos secuencia. Tambien jugó un papel clave la fotografía de Emanuel Lubezki que debía ser muy precisa para evitar que las distintas escenas no quedaran desarticuladas desde la estética y se mantuviera la ilusión de la toma única. La verdad que el trabajo que tiene Birdman detrás de las cámaras es realmente impresionante y si sos fan del plano secuencia va a tener ganas de ver este film varias veces en el cine. Si hubiera que objetarle algo a este trabajo de Alejandro Iñárritu es que la crítica que presenta la película sobre la industria de Hollywood cae en cierto discurso pretencioso donde queda la sensación que los guionistas y el director también fueron víctimas de sus "Birdmans" interiores. Por momentos el mensaje que expresa el cineasta mexicano es "todo el cine de Hollywood es una mierda, menos lo que yo hago que es el verdadero arte." Sin embargo, me quedó la duda si esto no habrá sido también parte de la sátira que propone el film sobre el mundo del espectáculo en la que los propios realizadores también terminaron incluidos. Iñárritu es un artista demasiado inteligente como para caer en ese tipo de pensamiento limitado. No sé si Birdman será disfrutada por todos los públicos, pero para muchos cinéfilos apasionados por este arte creo es una propuesta fascinante que no deberían dejar pasar en el cine. El Dato Loco: Michael Keaton comentó en una entrevista que junto a Edward Norton armaron una lista con los actores que cometían errores en los numerosos planos secuencia del director. Al final del rodaje quedaron los siguientes resultados. Emma Stone fue la artista que más tomas arruinó durante la filmación, mientras que Zack Galifianakis se destacó como el actor que menos errores cometió.
Alejandro González Iñárritu vuelve a sacar de su manga una película que forma parte de lo mejor de su filmografía. Una proeza cinematográfica con el poder de sorprender, entretener y, por sobre todas las cosas, impresionar por su fotografía, sus actuaciones, su guión y su historia.
SOLO SE TRATA DE SER COOL En un cruce que mantiene con su hija, Riggan (Michael Keaton), estrella en declive que supo triunfar en Hollywood cuando filmó la trilogía Birdman y actual perdedor que intenta ser buen padre, enuncia: “Escuchame… estoy tratando de hacer algo importante”. Las palabras de Riggan esconden (y al hacerlo revelan) la posición de Iñárritu que, ya desde el título (¿por qué llamar a su película Birdman o la inesperada virtud de la ignorancia y no simplemente Birdman?), anticipa el que será, más para mal que para bien, uno de los temas centrales de su quinto largo: el ego. Riggan y Keaton, Birdman y Batman, el pájaro y el murciélago. Ambos sufren el dolor de ya no ser. Riggan ha trocado el cine por el teatro y busca algo de la gloria perdida en Broadway que, según Iñárritu, comparte todas las desdichas de Hollywood: los críticos son arpías, el público aplaude cualquier cosa, los periodistas escriben boludeces y los actores son, todos, miserables. Su obra se llama De qué hablamos cuando hablamos de amor, pero delante o detrás de cámara, arriba o abajo del escenario, al amor se lo fagocita el ego. El ida y vuelta con el teatro es constante y una de las principales revelaciones de Riggan se da sobre las tablas. Inárritu busca desmarcarse de lo teatral a partir de un plano secuencia falso pero eficaz, prodigio del siempre admirable Emmanuel Lubezki, director de fotografía de joyas como Children of Men y Gravity, que durará toda la película. El abuso de este recurso, antiteatral por naturaleza, redunda en un agobio potenciado por otro que sí es característico del teatro: el diálogo. Las interpretaciones de Keaton, Emma Stone, Edward Norton, Naomi Watts y el resto de la compañía se apoyan demasiado en una palabra que termina matando al gesto. Al parecer los guionistas argentinos Nicolás Giacobone y Armando Bo, coautores junto con Iñárritu y Alexander Dinelaris, candidatos al Oscar luego de haber ganado el Globo de Oro, se han preocupado en exceso por que las cosas queden claras: nada se sugiere, todo se dice. Tal es así que pasada la mitad de la película, un borracho se cruza con Riggan gritando una conocida frase de Macbeth que indica que “la vida es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y furia, que no significa nada”. En su exasperada búsqueda por ser cool (¿a qué viene el beso lésbico entre Watts y Riseborough?, ¿y ese final a todas luces efectista?) Birdman termina pareciéndose demasiado a la vida según Macbeth. Uno se pregunta por qué el opus cinco de Iñárritu no cuenta con la sensibilidad de The Wrestler (Aronofsky, 2008), otra película que marca el comeback de su protagonista; o con la agudeza de Maps to the Stars (Cronenberg, 2014), que se sumerge de cabeza en la psicosis que resulta de formar parte de la industria hollywoodense. En ambas circula el tema del cuerpo herido o fragmentado, como el de Riggan. Pero, si la psicosis siempre fragmenta, ¿por qué narrar la historia de un psicótico desde la continuidad de un plano secuencia interminable? ¿Originalidad? ¿Capricho? ¿O es que, otra vez, solo se trata de ser cool? La diferencia entre las obras de Aronofsky y Cronenberg y Birdman es que en ellas sus directores han sabido dejar su marca con seguridad, profesando una preocupación sincera por sus criaturas, sin necesidad de esconderse tras un plano secuencia. Lejos de darle alas a su arte, Iñárritu la confina a un ego desbocado que, por temor al olvido, pretende expresarse a cualquier costo.//?z
Fama o Prestigio El director de "Amores perros", "21 gramos" y "Babel", entre otros films, plasma en su nueva película -nominada a 9 premios Oscar- una feroz crítica a las celebridades y la absurda inmediatez actual de la fama en tiempos de Facebook y Twitter, sumada a la eterna disputa sobre al arte entre el teatro de Brodway y la industria cinematográfica de Hollywood, en una propuesta que atrapa tanto a nivel visual como argumental. La película plantea al espectador un juego de espejos entre los personajes de la ficción y sus intérpretes, donde Michael Keaton interpreta a una antigua estrella de películas de superhéroes -como si tratase del Batman de Tim Burton- que pasados los años se empeña ahora en convertirse en un reputado actor y director teatral de éxito dirigiendo en Broadway una adaptación de la obra “De qué hablamos cuando hablamos de amor”, de Raymond Carver, a pesar de que el mundo le ha encasillado por su papel como el superhéroe Birdman. Con un comienzo que trae a la memoria el magistral plano secuencia de The Player -1992-, de Robert Altman, Iñárritu construirá un relato sin cortes aparentes en un largo y trucado plano-secuencia que deambulará entre bambalinas, pasillos y camerinos de un gran teatro –incluso el mismísimo Times Square - con el que iremos descubriendo los diferentes personajes, todos ellos conflictivos y desquiciados, y sus historias relacionadas, donde el centro de todo es el actor, con sus vanidades y sus miedos. Nadie mejor que Keaton, encasillado en el papel del murciélago de Tim Burton, para dar vida a un Birdman que ha sido pero ya no es y quiere volver a ser pero diferente, en una especie de Quijote incapaz de amoldar sus sueños con la realidad. Y un Edward Norton, dispuesto a reírse de sí mismo -son bien conocidas sus problemáticas relaciones con directores y productores-, en el papel de la ególatra y arrogante estrella de Broadway que intenta arrebatar el control de la obra a Riggan, conformarmando estupendos duelos interpretativos que parecen reales. A pesar de que todos los personajes son creados para ir definiendo a Birdman, la jerarquía de un elenco de estrellas hace que también brillen Zach Galifianakis, su abogado y mejor amigo Brandon, demostrando que no solo puede hacer comedias absurdas; Naomi Watts la actriz que intenta hacerse un camino a la fama en Broadway y la siempre fascinante Emma Stone -nominada a mejor actriz de reparto-, en su papel de joven rebelde y traumática. Con sarcasmo y pinceladas de surrealismo, Birdman construye una interesante historia que satiriza la naturaleza cambiante de la fama, la figura del actor, el teatro y sus egos, la pugna entre la fugacidad del éxito y el miedo al fracaso, en un mundo donde las redes sociales se imponen y diluyen los límites entre fama y prestigio. Birdman atrapa desde el comienzo y absorbe al espectador casi hasta el desenlace, donde dilata un poco el final ya anunciado, pero se redime con una ingeniosa vuelta de tuerca que dejará volando a varios espectadores. Mención aparte merece la banda sonora, que usa inteligentemente los solos de batería -por momentos diegética y por otros extradiegética- para marcar el ritmo el y movimiento de una cámara que no para de seguir a sus personajes.
LA INESPERADA VIRTUD DE IÑÁRRITU Riggan Thompson camina por los pasillos de un teatro neoyorquino. La cámara lo sigue persistente. No se aleja, no corta. Riggan esquiva actores, asistentes y demás personas. Casi que huye por los recovecos asfixiantes del lugar. Ya en su camerino, intenta callar la voz dentro de su cabeza. No puede huir de sí mismo. Aquella voz penetrante lo llama a volver a la grandeza del espectáculo de masas. Desde el interior del atribulado actor, su alter-ego Birdman clama por salir a la superficie, por reconquistar la gloria. El único impedimento es el mismo Riggan, quién se niega a usar un disfraz de superhéroe nuevamente. La cámara se mantiene sobre el hombre, observa desde un lugar privilegiado su discusión interna. El plano sostenido permite al espectador adentrarse en la mente conflictuada del protagonista y presenciar la manifestación de los poderes de Birdman, que desaparecen al irrumpir un nuevo personaje a la escena. Esto podría funcionar como punto de partida para el análisis de uno de los elementos más significativos de BIRDMAN (O LA INESPERADA VIRTUD DE LA IGNORANCIA) (2014), de Alejandro González Iñárritu. La elección del (falso) plano secuencia para narrar la historia dota de una fuerte identidad al último film del director mexicano, a la vez que potencian las emociones contenidas en el relato. Las escenas cobran vigor al realizarse en un único plano sostenido y la tensión general de la película se ve potenciada. Esto se refuerza también por la decisión de Iñárritu de enclaustrar la historia dentro de un teatro, donde los personajes, la cámara y, por tanto, los espectadores están atrapados. Los personajes logran salir en contadas ocasiones del edificio. Ellos respiran, al igual que nosotros, antes de ser devueltos al torbellino interior de ese lugar oscuro y misterioso en que se convierte el detrás de escena del teatro neoyorquino. El guion, escrito a cuatro manos por Iñárritu, Armando Bó, Nicolás Giacobone y Alexander Dinelaris Jr., decide no enfocar la historia únicamente en Riggan. Un grupo de personajes geniales secundan al protagonista en su búsqueda de la elevación artística. Cada cual aporta su pequeña historia, su cuota de miserias humanas. Un grupo de descastados que sigue al ex superhéroe en su intento de adaptar un cuento de Raymond Carver al teatro, de manera exitosa. El abanico de personajes (interpretados de manera brillante por un casting de lujo) refuerza el dispositivo del plano sostenido, al darle movilidad. La cámara alterna entre unos y otros, se aleja de Riggan para seguir los caminos de los que lo rodean. Esta decisión devela secretos al espectador, al tiempo que nos oculta caprichosamente otros. La trama se va construyendo a medida que la cámara móvil descubre el mundo interno de los personajes para nosotros. El punto en contra del falso plano secuencia es que, por momentos, la historia parece ceñirse a la necesidad técnica, con lo cual ésta deja de ser "invisible". Algunas transiciones de tiempo (del día a la noche, por ejemplo) se sienten forzadas. Quizás un par de cortes no habrían incidido mayormente en la película, lo que despierta la duda (al menos en mí) de si el uso de este falso plano secuencia no responde más a la búsqueda de elogios y premios que a la de una narración más fluida. La película sigue el periplo de Riggan Thompson (encarnado de manera brillante por el ex Batman, Michael Keaton), un viejo actor de cine, famoso por haber interpretado al superhéroe Birdman, en su alejamiento del entretenimiento popular y la búsqueda de la fama en el mundo del teatro. Dentro de esta premisa están contenidos los dos grandes temas abordados durante el film (aunque, con mayor desarrollo en uno que en el otro). El foco está puesto en la lucha interna de Riggan con su propio ego, con su concepción del arte de la actuación, que se refleja a gran escala en la discusión del entretenimiento de masas (el cine) enfrentado a las formas artísticas más elevadas (el teatro). Si bien, en el trasfondo de la historia puede verse este enfrentamiento, es innegable que pierde protagonismo en el guion frente al conflicto interno del protagonista. En este sentido, algunos elementos quedan minimizados y tratados de manera casi arquetípica. El actor problemático (genial Edward Norton, interpretándose a sí mismo quizás), la crítica de teatro cínica y amargada, el público como masa uniforme y manejable. La película decide no profundizar demasiado sobre ellos. Sus historias nos son develadas, pero quedan opacadas frente a la construcción dramática de Riggan y su alter ego, Birdman. Debo admitir que Iñárritu nunca fue santo de mi devoción. Sus películas solían despertar una profunda apatía en mí. En esta oportunidad por el contrario, la temática elegida, el tratamiento estético utilizado, los actores involucrados y los participantes en el guion, despertaron todo mi interés. Y definitivamente no fui decepcionado. BIRDMAN está a la altura de lo que se propone y se convierte en una de las películas más interesantes de las ternadas para el Oscar a Mejor Película. El film invita a las múltiples interpretaciones, al debate y la discusión cinéfila. No se encasilla en un único mensaje (aunque la visión de Iñárritu sobre el cine hollywoodense y los superhéroes están muy presentes) y abre el juego a los espectadores, para que estos completen la historia desde su propia percepción. BIRDMAN llegó sin mucho ruido y se ubicó en los lugares altos de las películas de año. Bien merecido lo tiene.
El misterio del hombre pájaro Alejandro Gonzalez Iñárritu es un director que ha entrado por la puerta de grande con su megaproducción Amores Perros. Impactante por lo visual y su radiografía –for export- de las diversas clases sociales de la capital mexicana, Iñárritu es un director al que le gusta dar lecciones morales, haciendo padecer un poco a los personajes y bastante, a los espectadores. Por ese momento, su relación con el guionista Guillermo Arriaga producía un efecto interesante. Más allá de los moralismos, Arriaga es un escritor neto, que podía demostrar personalidad narrativa independientemente de la cámara publicitaria de director. A la distancia, sin embargo, Amores Perros es un cuento efectista, sobrevalorado y con una mirada fría, más propia de un burgués que mira todo con altura y a la distancia que de un realizador con los pies imbuidos en el barro de la sociedad. Sin embargo, el experimento bastó para que Hollywood pose sus ojos en el mexicano y lo compre, con Arriaga incorporado. La primera obra en tierras anglosajonas fue 21 gramos. Película subvalorada y bastante atacada, pero en la que sin dudas, la presencia de Arriaga era mayor que la de Iñárritu. El guión completamente desfragmentado y desarmado, presentaba una acumulación de golpes bajos, pero que terminaban teniendo una coherencia narrativa con el mensaje –más optimista que el de Amores Perros- y un retrato con un poco más de los pies en la tierra. Además el trío compuesto por Watts, Del Toro y Penn conseguía sacar a flote cualquier desnivel narrativo. Y así llegamos a Babel, película por la cual Iñarritú inexplicablemente ganó el premio como mejor director en Cannes. Si bien varios colegas la odiaron, yo admito que no me pareció tan mala, pero tampoco la pongo en el pedestal donde la pusieron los críticos y la academia de Hollywood. En sí, la idea y la historia son interesantes, aunque su acumulación de golpes bajos y mensaje conciliador terminaba por irritar más que de asombrar. Nuevamente, se nota la mano de Arriaga, pero aquí pesa más la producción de Brad Pitt y el estilo de Iñárritu que la narración. Esto Arriaga lo vivió y decidió distanciarse del director. Hizo bien. La cuarta obra de Iñárritu, Biutiful, co escrita por los primos argentinos Armando Bo y Nicolás Giacobbe es una de las peores torturas cinematográficas que existen. Debería formar parte de las herramientas sádicas de Christian Grey. Bardem sufre todo y de todo en una película interminable y asquerosa de principio a fin. De esta manera conocemos el perfil de Alejandro González Iñárritu, un director más preocupado por impactar que por narrar, por calar en la retina del espectador, pero no en sus huesos. Y así parece que Iñárritu, tras chocar con más detractores que defensores decidió hacer una “comedia”. Claro. La idea de comedia para Iñarritú es insultar actores, a la industria de Hollywood y a los críticos, pero sin perder su eterno perfil moralizador. En este caso, las drogas y el alcohol. Y el ego, una adicción de la que, según el realizador, sea en Broadway o Hollywood, todos forman parte. Lo triste es que no se da cuenta que él también. Y Birdman es más que nada eso. El capricho de un nene que lo tiene todo, lo usa pero realmente no sabe que contar con todo eso. O mejor dicho, no se decide. No se puede decir que el guión co escrito por el director y los primos argentinos, más un dramaturgo de Broadway, sea malo, pero sí, pomposo. watts-keaton-birdman La idea, el collage de personajes que tratan de sobrevivir a la neurosis del director es interesante. Un actor que desea salir de su encasillamiento de super héroe está por estrenar una obra de teatro, y justo con los nervios típicos de un estreno, se accidenta uno de los actores, por lo cual entra como reemplazo, el típico intérprete de método, un Marlon Brando, mujeriego, soberbio que planea quitarle la obra a su director, haciéndose figura y neutralizando a la competencia en escena. O sea, el propio Riggan Thompson, aka Birdman, director de la obra. Si esto fuera poco, la novia de Riggan cree que está embarazada; tiene como asistente a su hija, que acaba de salir de un programa de rehabilitación de drogas, con la cual intenta recuperar una relación perdida por el estrellato, y un publicista y abogado que lo presiona constantemente. A todo esto, la sombra de su superhéroe no le da descanso, como una mala conciencia que le pide volver al personaje que lo catapultó a la fama. Hasta acá, fantástico. Podría tratarse de un típica screwball comedy con la ironía de Billy Wilder o Neil Simon. Pero no. Es Iñarritú y todo debe ser IMPORTANTE y notorio. Si bien, como en las comedias de enredos, se abren y cierran puertas constantemente, Iñarritú decide filmar todo en un falso plano secuencia emulando a La soga de Hitchcock, pero con elipsis espacio temporales incluidas, lo cual, podría ser ingenioso, sino resultara demasiado artificial. Y es que el artificio es parte de la estética buscada. Los actores hablan con lenguaje teatral, y por momentos, uno como espectador no sabe si están actuando la obra o la película. El chiste funciona, una, dos veces. Después cansa e Iñárritu se da cuenta demasiado tarde. En el medio de las situaciones “hilarantes”, Iñárritu mete su crítica a la moda de tanque hollywoodense. Personajes del universo de Marvel y Transformers se cruzan gratuitamente en la pantalla y el escenario solamente para mostrar la aversión del director por esos géneros. El resultado es inepto porque toman tanto protagonismo visualmente, que nuevamente, el chiste. Se agota. O sea, no es suficiente tener a Michael Keaton – ex Batman- con remordimientos por haberse negado a seguir con las secuelas de Birdman –lo mismo que hizo el actor en la vida real con el personaje del hombre murciélago- y a Edward Norton- ex Hulk- interpretando a un buen actor con mal carácter y mucho ego –como se dice que es Norton en la vida real, y para enfatizarlo incluso en un plano dentro del plano secuencia es iluminado con un tono verdozo y parece el mismísimo Hulk enfurecido, así como tampoco parece casual que Naomi Watts sea nuevamente compañera de elenco porque laburaron juntos en Al otro lado del mundo- también Spiderman da vueltas por ahí para simbolizar el ocaso del intelectualismo en la sociedad estadounidense por culpa de los cómics, que además destrozan actores. Y así entre artificio intencional hasta la monotonía, delirios de grandeza y una batería que –como diría el personaje de J.K Simmons en Whiplash- nunca está al tempo con las imágenes –en forma intencionalmente caprichosa- se construye Birdman, una suerte de telenovela mexicana, disfrazada de comedia irónica y cuento intelectual, pero telenovela al fin. Ni las actuaciones, ni la música, ni la fotografía de Emmanuel Lubezki, que en forma independiente a la película, suenan y se ven impresionantes, logran ser correspondientes y coherentes entre sí, brindando uno de los films más sobrevalorados de los últimos tiempos, orquestadas por un director egomaníaco, subido a su super yo creativo, que está tan vacío de ideas genuinamente cinematográficas como la industria que decide criticar. El universo de los actores y directores se puede ver reflejado en esta ironía. Todos se han topado con estos egos y enfrentamientos entre intenciones artísticas, marketing y decepciones personales –tanto en el ámbito personal como profesional- pero no por eso se debe ver solo el envoltorio de un paquete que es demasiado grande y ruidoso por afuera. Los colores y sonidos se venden solos, y son fáciles de comprar, pero en el fondo de todo, solo hay un director queriendo demostrar que es un artista completo, que no es un mero director de publicidades cancheras que filma “lindo”. El problema es que cuanto más desea mostrar otra cara, más cae en un vacío redundante y pretencioso publicitario. Acá no se trata de vender un producto, sino sencillamente, de contar una historia. Y eso es lo que menos se entiende de todo esto.
La película nominada a nueve Oscars, es una de las favoritas para llevarse el premio que todos desean, el de “Mejor Película”. Birdman, gracias a un gran elenco, encabezado por Michael Keaton que le da vida a Riggan Thomson, un actor que luego de haber interpretado a un superhéroe una década atrás decide dirigir, escribir y protagonizar una obra de teatro en Broadway para lo cual debe poner todo su dinero y su vida (mental) en juego. El film está lleno de mensaje y “palos” al mundo teatral, critico y al mundo en sí. Keaton, con un gran desempeño logra ponerte en su lugar, entendiendo toda su frustración y su esfuerzo para poder salir de la sombra de Birdman y poder ser recordado por Riggan Thomson y no por un superhéroe. Edward Norton, un egocéntrico actor, Emma Stone, la hija “rebelde” de Riggan, Zach Galifianakis coproductor, abogado y amigo de Riggan, Naomi Watts, una actriz debutante que los acompaña en el escenario y Andrea Riseborough, pareja de Riggan y también compañera de escenario, forman junto a Michael Keaton un elenco dinámico que gracias a la mano de Alejandro González Iñárritu no paran un segundo. Iñárritu (Amores perros) filma de manera genial, con un -falso- plano secuencia, falso porque podemos notar cuando hay cambio de tiempo, porque sino la película debería durar cuatro días, además te dejar interactuar con la mente de Riggan y mete la compañía del sonido de la batería durante casi todo el film. Entonces, Birdman genera muchas peleas, están los que la disfrutaron muchísimo y los que se aburrieron, no suele haber intermedio. Ojalá la disfruten porque Iñárritu escribe con los argentinos Armando Bo y Nicolás Giacobboneun, además, un poco de humor negro y crisis de los cincuenta nos vienen bien de vez en cuando.
Pajarones Iñárritu dilapida su talento en ideas conservadoras sobre el arte y el cine. Alejandro González Iñárritu es un pelotudo. Un pelotudo con talento pero no con tanto como para justificar su ego y su soberbia. Y como todo soberbio no tan inteligente, persiste en el error con un énfasis irritante. Y como tiene talento, sus películas son atendibles, son vistas, discutidas y hasta cierto punto disfrutadas. Birdman es el ejemplo máximo de esto: es una de esas películas hechas deliberadamente para que la gente ame u odie. Birdman se construye sobre la idea equivocada de que no hay arte en el cine llamado “comercial”, plagado de películas de superhéroes, y sí lo hay en el teatro independiente. Su protagonista es Riggan (un desaforado Michael Keaton), actor que alcanzó el estrellato interpretando a un superhéroe (el Birdman del título), y decidió bajarse de ese éxito. Ahora está a punto de dirigir y actuar en una adaptación para el teatro de De qué hablamos cuando hablamos de amor, de Raymond Carver, y la película es un frenético plano secuencia de casi dos horas en el que la cámara lo sigue por todos los rincones del teatro -a él y a otros personajes- y otros lugares de la ciudad durante el ensayo y el estreno de la obra que marcará el éxito o el fracaso de su decisión y de su vida. Sin dudas Birdman es un prodigio técnico en el que brilla -además del Iñárritu director- el DF mexicano Emmanuel Lubezki, que tiene todo para ganar su segundo Oscar consecutivo después del que ganó el año pasado por la extraordinaria Gravedad. El problema es todo lo demás. Los planos secuencia y los movimientos de cámara ingeniosos son como efectos especiales para estudiantes de la FUC. Iñárritu pretende bajar una línea artística echando mano de trucos visuales tan artificiales como los que pretende criticar. Por eso enfrenta a una Guardianes de la galaxia no con una adaptación de Carver sino con Birdman, una película que es pirotécnica en otra dirección, aunque menos honesta en sus objetivos. La prueba de esto es la pila de nominaciones al Oscar que recibió. Probablemente sea casualidad y no tenga relación con los guionistas argentinos Armando Bó y Nicolás Giacobone, pero el personaje de Riggan recuerda un poco al Julián Lamar de Juan Minujín en Vaquero, sobre todo por la voz en off que le discute a su personaje todo el tiempo. Pero Lamar era un cínico que mediante su stream of consciousness criticaba tanto al negocio como a sí mismo; Riggan en cambio, sin bien no deja de ser un poco ácido, expresa las ideas retrógradas, conservadoras y anti-cinematográficas de Iñárritu: el arte está en el teatro, en Raymond Carver, y no en el cine. Es difícil de tragar, entonces, el conjunto, sobre todo cuando el frenesí de la cámara es acompañado por un grupo de actores que sobreactúan y gritan: Keaton, las lamentables Emma Stone y Naomi Watts y el inverosímil Zach Galifianakis. Se salva un poco Edward Norton quizás porque en él está depositada la única mirada más o menos crítica de ese mundo, quizás de casualidad: encarna el lugar común del actor de teatro egocéntrico. Y sin embargo… es muy fácil destruir Birdman como un esclarecido que descubrió el truco, que desenmascaró al farsante de Iñárritu mientras cosecha sus premios. Es muy fácil interpretar el papel de la crítica que decide destruir la obra de Riggan aún antes de verla -tan fácil como escribir ese papel, también hay que decirlo- pero hay momentos de Birdman que son inolvidables: la desesperada huída de Riggan a través de Times Square en calzoncillos es uno de ellos. Y aunque uno pueda pensar que la película de Iñárritu es una chantada, es preferible a otras chantadas insulsas como La teoría del todo o El código Enigma.
Las vivencias de un actor días previos al estreno de una obra. Esta propuesta llega de la mano del prestigioso director mexicano Alejandro González Iñárritu (51), quien ya lleva cinco largometrajes nominados para los premios Oscar, “Amores perros” (2000), “21 Gramos” (2003), “Babel” (2006), “Biutiful” (2010) y ahora “Birdman” (2014) aclamada por la crítica mundial. Sus trabajos han recibido premios y nominaciones; y cuenta con los coguionistas argentinos Armando Bo y Nicolás Giacobbone de buena reputación que vuelven a trabajar con Iñárritu. En este film, así como ha sucedido con otros, su elenco se luce en esta nueva historia. Se destacan Michael Keaton (realiza un muy buen trabajo, de hecho se encuentra nominado en la categoría mejor actor, pero Eddie Redmayne probablemente se lleve el Oscar), interpreta a un actor muy conocido como es Riggan Thompson, estrella de cine a principios de los 90, que protagonizó una trilogía de películas sobre un superhéroe llamado “Birdman”, viene de un fracaso y quiere recuperar su carrera con una nueva obra. Ahora se encuentra dirigiendo y actuando en Broadway en una adaptación de un cuento de Raymond Carver. Su vida personal se encuentra bastante desordenada y resquebrajada, divorciado, saliendo con una actriz del elenco y con una hija rebelde llamada Sam (Emma Stone) que acaba de salir de rehabilitación. Riggan se encuentra trabajando junto a Lesley (Naomi Watts) y Ralph (Jeremy Shamos), además de Jake que es su amigo, coproductor y abogado Jake (Zach Galifianakis). La mayor tensión ocurre cuando se incorpora un conocido actor de nombre Mike (Edward Norton, “El gran hotel Budapest”). Durante los ensayos de la obra teatral surgen los conflictos, nos metemos en los días y las noches viendo cómo pasan esos momentos, y están los constantes tormentos y una voz en off que lo persigue al protagonista. El film contiene mucho humor negro, aborda los conflictos teatrales que padecen algunos actores, varias referencias al mundo Hollywood, situaciones claustrofóbicas y utiliza un buen recurso larguísimo planos secuencia y tiempo muerto. Toca temas como el padre ausente, contiene una gran carga emocional y muestra a un crítico ensañado con Riggan como actor. La fotografía a cargo de Emmanuel Lubezki (“Gravedad”) es uno de los elementos que le da buen ritmo. También existe un homenaje a Hitchcock contiene alguna similitud por ejemplo con: “La soga” o "Rope" (1948), "Under Capricorn" o "Atormentada" (1949), entre otras. Contiene una fuerte crítica a las distintas redes sociales, como un comentario en twitter, fotos en Instagram, las corridas de los paparazzi, las revistas, los fanáticos y curiosos. Aborda el comportamiento humano, rozando la locura, con momentos oscuros y jugando con situaciones absurdas. Cabe destacar que “Birdman”, junto con “El gran hotel Budapest”, con 9 candidaturas a los Óscar es la película más nominada de este año, y en su caso incluye: Mejor Película, Mejor Director, y Mejor Actor.
Acaso lo de la “G” en lugar de González –como firma ahora sus películas para las confusiones de Googles e IMDBs– sea un gesto más importante de lo que parece en el cine y la carrera del director de AMORES PERROS. Uno podría pensar que es un “gesto” puramente comercial: para hacer su nombre más fácil de recordar, más corto, para que no ocupe la mitad de los carácteres de un tuit. Pero lo cierto es que también parecería haberle quitado “pomposidad” a su apellido, alivianado el nombre del que firma, como si se quitara algún peso de encima. Algo de eso sucede en BIRDMAN, su película más liviana, entretenida, amable y simpática en una carrera llena de drama, sufrimiento y miserias. De todos modos, G. no logra del todo quitarse el González: pese a su frescura y originalidad, los destellos de la pesada carga pseudo-existencialista de sus películas sigue presente, solo que bastante más contenida que en sus anteriores filmes. Digamos que BIRDMAN tiene también un tema, un elenco y un formato narrativo que son irresistibles y que tornan al menos los primeros 90 minutos de la película en un deleite constante y hasta sorprendente. La trama es más sencilla de lo que parece pero tiene ribetes amplísimos. Se centra en lo que sucede en los días previos al estreno en Broadway de una adaptación teatral de DE QUE HABLAMOS CUANDO HABLAMOS DE AMOR, de Raymond Carver. Lo curioso del caso es que el protagonista es Riggan Thompson, un actor en decadencia que supo ser famoso como el “Birdman” del título, un superhéroe de la ficción de la época en la que no había tantos superhéroes como ahora y que no tiene ninguna reputación seria, mucho menos como actor y director de teatro. birdman1En el curso de esos días, en los ensayos y en los “previews” (funciones públicas de prueba a las que la gente puede ir pagando mitad de precio) Riggan tiene que convivir con los nervios y la presión de un estreno y un mundo para el que no está preparado, con las respectivas tensiones de los otros actores y el productor, con cambios de último momento que obligan a traer a un actor muy respetado de teatro pero también pedante e insoportable, con su hija recuperándose de una adicción a las drogas, su ex mujer y su “otro yo”, esa voz interior del superhéroe en cuestión que, como un diablillo en el hombro, le habla y trata de convencerlo de volver al cine de los efectos especiales y dejar estas “snobeadas” que no le importan a casi nadie. Y, como una situación surrealista extra, Riggan parece tener algún tipo de superpoder en la vida real… Lo primero a tener en cuenta es que Riggan es interpretado por Michael Keaton, un comediante que a fines de los ’80 se hizo famoso por encarnar a Batman en las dos primeras películas de la saga –las dirigidas por Tim Burton– y luego decidió no participar más y, de hecho, desapareció bastante del mapa. Eso, que hace que la película tenga un eje casi realista/documental, se complementa con la presencia de Edward Norton en el rol del actor talentoso, respetado e insoportable que trata de decirle a los directores lo que tienen que hacer (exactamente la fama que él mismo tiene). Naomi Watts, Zach Galifianakis y Emma Stone completan los roles principales de un elenco que se luce en cada una de las complicadas escenas. birdman3Lo segundo a tener en cuenta –y ahí viene lo de “complicadas”– es que BIRDMAN está filmada como si fuera un solo y continuo plano secuencia de dos horas. Más allá de alguna escena suelta al principio y al final, el extraordinario fotógrafo Emanuel “Chivo” Lubezki conduce la narración a través de los laberínticos pasillos del teatro de Broadway (y de la mente de Riggan) y sus calles de alrededor con una cámara flotante que sigue al protagonista en movimiento constante. Obviamente que hay varios trucos digitales que permiten sostener esa ilusión (solo unos pocos son evidentes), pero lo que genera ese modelo de puesta en escena es una energía permanente, un nervio y una vitalidad que son únicas. Y es eso también lo que hace notable la performance de los actores, sosteniendo sus dramas y situaciones personales en medio de un laberíntico y seguramente muy calculado mapa de movimientos. Temáticamente, la película apuesta por dos ejes centrales que se combinan: el drama personal de Riggan y una mirada más general a la industria del cine. El paso de Riggan/Keaton del cine al teatro, la sensación que hoy en Hollywood no se hace otra cosa que superproducciones sobre cómics, la discusión sobre la reputación del actor y su relación con el mundo del teatro y la relación de los artistas con la crítica son los temas, si se quiere, más generales que la película aborda. Temas que si bien son tópicos (algo que sucede también en MAPS TO THE STARS, donde muchos de los chistes están ligados a actores conocidos de hoy, chistes que tal vez pierdan sentido en la posible larga vida útil de la película) funcionan muy bien ya que la propia película se basa en un concepto de casting del mismo orden. birdman2Otra verdadera sorpresa –al menos para mí– es el guión, escrito por los argentinos Armando Bo Jr. y Nicolás Giacobone, que parecen tener un conocimiento profundo del mundo y el vocabulario del teatro de Broadway y la industria de Hollywood. Si bien colaboraron ambos con un tercer guionista (Alexander Dinelaris, debutante como guionista pero autor y adaptador teatral de experiencia en Broadway) y con el propio G. (desde ahora Iñárritu será solo G. aquí), la línea narrativa y los diálogos son de una consistencia y un realismo excepcionales para tres personas que no vienen del riñón de la industria. En ese sentido me es difícil no comparar BIRDMAN con EL ULTIMO ELVIS, la opera prima de Bo Jr., también centrada en un artista algo deprimido, considerado de segunda (un imitador de Elvis, no más que eso), con problemas familiares irresueltos y con un sueño a cumplir: conocer Graceland. Más allá de las diferencias (de estilo, de ambición, de tono), es sorprendente la cantidad de puntos en común que hay entre los dos filmes. No olvidemos, además, que Bo y Giacobone vienen también de una complicada familia de artistas que han tenido sus idas y vueltas con el éxito, el fracaso, la crítica y la “mala reputación” artística… Hay dos ejes del filme que, para mí, no registran a la altura de los demás. Uno, si se quiere, es más personal. Otro, me lleva directamente a la zona más mística/metafísica/recargada del cine de G. cuando era “González”. El personal tiene que ver con la relación de la película con el mundo de la crítica. Un personaje importante en la trama es la crítica de The New York Times, a la que los responsables de la obra ven como la persona que decidirá si la pieza funcionará o no comercialmente cuando escriba su review. Y la mujer –que bebe cocktails y escribe en un anotador en un bar próximo al teatro– es una mujer amarga que ya ha decidido que Riggan no merece la pena y que no hay nada que ese actor mediocre pueda hacer bien. Si bien la situación luego pegará un giro, los diálogos entre Riggan y ella repiten los clichés más desagradables y banales de los artistas hacia los críticos: que son prejuiciosos, que no saben de lo que hablan, que en unas horas destruyen el trabajo y sacrificio de años. En ningún momento, claro, se toma en cuenta que ese trabajo, por más años que haya tomado hacerlo, puede ser horrible ya que se da por sentado que debe ser excepcional y que la crítica será incapaz de mirarlo con su miopía y prejuicios. Revelar más sería spoilear la resolución de esa situación, pero es una zona gris del filme que me resulta molesta. birdman5La otra, la “González”, también aparece con todo sobre el final haciendo que la energía y liviandad del filme (aún con las cosas “graves” que suceden hay un tono jovial durante gran parte del relato, algo rarísimo en el viejo Iñárritu) vaya desapareciendo dando paso al “levantamiento de pesas emocional” que el mexicano lleva como una pesada carga de 21 GRAMOS a esta parte. Deberán ver el filme para tener en claro a qué me refiero, pero es una pena que la película no logre mantener esa ligereza hasta el final. Si bien es cierto que la carga dramática de la trama va creciendo y pesando más y más en el momento del estreno, me da la impresión que ahí a la “G.” se le apareció el resto de “González” (“se le escapó la tortuga”, diríamos por aquí) y BIRDMAN saca a la luz la zona menos interesante del realizador. De todos lados, considerando la masacre ampulosa de su anterior BIUTIFUL –filme que me da escalofríos de disgusto al solo recordar el título– no puedo menos que celebrar este impresionante cambio de rumbo de Iñárritu que si bien no alcanza a dejar del todo atrás a su “otro yo” tortuoso y angustiado, al menos lo reviste de una capa de ligereza que es más que bienvenida. Obviamente que el otro gran mérito es el de Lubezki (que se apunta para su segundo Oscar tras GRAVEDAD), del ya comentado guión, de todo el elenco (mis respetos y admiración para la siempre luminosa Emma Stone, cuyos ojos y mirada levantan a cualquier muerto), de la notable decisión de musicalizar casi toda la película con un gran solo de batería de jazz (con sus distintos ritmos y movimientos muy acordes a los cambios tonales del filme) y de la siempre interesante aunque discutible mirada sobre el mundo del espectáculo y sobre el ego y los temores de los artistas. Los actores, especialmente, se sentirán muy identificados viendo este filme que, finalmente, habla de ellos y de ese momento en el que “poner toda la verdad sobre el escenario” significa mucho más que un derroche de técnica: es encontrar una verdad, allí, adelante de la gente, que acaso justifique toda su existencia.
El vuelo en plano secuencia Cuando en el mundo cinéfilo azota "50 sombras de Grey", a Riggan Thomson lo persigue otra sombra, la de Birdman. Le habla al oído, le pide que vuelva, que no lo abandone. Riggan Thomson (Michael Keaton) es un actor que se lució interpretando a Birdman, un superhéroe alado que encandiló al universo de Hollywood. Pero Thomson se cansó de ese registro fantástico y quiere pasar al teatro serio. Por eso elige interpretar una obra de Raymond Carver, cueste lo que cueste. Pero para contar este universo, González Iñárritu optó un camino tan intenso como atrapante y creativo. Porque se cargó la película al hombro en un plano secuencia casi continuo. Y esto no es sólo un hallazgo técnico, sino que esa decisión de usar la cámara de ese modo (que al espectador le da la sensación de una toma única) va de la mano con el vértigo del personaje. Las asociaciones del mundo real con el ficcional son inevitables, dentro y fuera de la película. Porque el personaje de Keaton, en un giro de realismo mágico, está tan poseído por Birdman, que hasta siente que tiene súper poderes. Y el guiño, metafórico, atraviesa la pantalla porque el mismo Keaton también le dio vida a un superhéroe como Batman y su rol de actor tiene cierta similitud con el derrotero de Thomson. De hecho el próximo domingo va por el primer Oscar de su carrera. "Birdman" plantea los conflictos de pareja del protagonista, las diferencias padre-hija, el ambiguo sabor de la fama, la tiranía de la crítica especializada y la batalla de egos de los actores. Una película con vuelo propio.
Una de las grandes películas en lo que va del 2015, por su vitalidad y propuesta estética Alejandro González Iñárritu debe ser de los pocos directores en el mundo (en Argentina es tremendo) que predispone a la crítica a un estado de confianza ciega o de rechazo absoluto, y aún en este último caso se revela, en los que hablamos y escribimos sobre cine, cierto grado de saña, con la consiguiente e inevitable sensación (para quienes leen esas opiniones) que la obra puede gustar o no; pero no pasó desapercibida. Nada mejor pues… Nada mejor que el arte incomode. Cuando esto sucede, los adjetivos aparecen de forma inmediata. ¿Se cuenta una historia? Sí, claramente. Se puede simplificar bastante: En busca de una nueva oportunidad en su carrera, la reivindicación de su talento, y sobre todo el reconocimiento como actor, Riggan Thomson (Michael Keaton), otrora estrella del cine comercial que tuvo su apogeo al haber interpretado a un superhéroe (el del título), decide adaptar, actuar y dirigir un texto corto de Raymond Carver (1938-1988),“De qué hablamos cuando hablamos de amor” (1981), para estrenar con toda pompa y boato en un teatro de Broadway. Ambiciona la concreción de su “gran regreso”, de prender su estrella. Tal vez por eso la primera imagen de este drama con mucho humor irónico es la de un bólido incandescente en caída libre. Pero hay cuestiones mucho más profundas en ésta película. Múltiples Preliminarmente es fácil caer (y quedarse) en la superficie de la forma, capas de texto y subtexto que se van descubriendo a medida que transcurren las acciones, e incluso días después de verla. Es como escuchar “Set the twilight reeling” de Lou Reed, un disco que en la primera escucha parece una exacerbación de la distorsión, pero luego el oído agudo va descubriendo otras capas de sonidos, sutilezas de la mezcla sin las cuales la intención sonora no sería posible. Los cuatro guionistas, incluidos los argentinos Armando Bo y Nicolás Giacobone, escribieron la historia sobre un actor que no se da tregua en esto de la ambición. Un actor que comienza concentrado al punto de la levitación. Se aleja de su ser, para dejar entrar al personaje de la obra que intenta poner a punto. A la vez, su antigua estrella, el personaje que lo llenó de popularidad hace veinte años, le habla, lo pincha, pone el dedo en llaga. “¿Qué hacemos acá?” le (se) pregunta Bridman a Riggan. Querer (perdón, codiciar) la trascendencia en el mundo de la actuación lo coloca en una posición de rechazo ante el “tener que ser”. El ícono cultural que lo llevó a la fama se transforma en un némesis que lo persigue. Lo tienta. Intenta llevarlo al lugar de la comodidad, “hagamos la 4, y que se vayan a cagar” suena en su mente, y cada vez que esto ocurre los súper poderes de la popularidad le hacen creer en su poder de telequinesis. Los estados de ánimo por los que transita Riggan están condicionados por los encuentros esporádicos y reiterados con otras personas: tanto su hija Sam (Emma Stone) que salió de rehabilitación por drogas y ahora es su asistente, como su productor y mejor amigo Jake (Zach Galifianakis), como Mike (Edward Norton) un actor mediático asegurador de venta de entradas que ingresa al elenco a partir de un (¿accidente?), y el resto del elenco (Naomi Watts , Lesley, y Andrea Riseborough, Laura) conforman el universo motriz que justifican la razón de seguir adelante, con lo cual “Birdman”, o la inesperada virtud de la ignorancia”, trastoca las temáticas a abordar según el momento. Cada uno de los personajes funciona en el relato como una suerte de mojón en un camino hacia la (¿evitable?) autodestrucción. El hombre necesita enderezar su camino artístico. Buscar otras fronteras. Explorar otros lugares del mundo de la actuación. ¿Demostrar al mundo que no era sólo un actor comercial? Sí, puede ser eso también. Es él. Esta historia es sobre él, sus miedos e inseguridades lo han dejado en este presente. Al contrario de lo que puede suponerse, Riggan no desea volver al nivel de popularidad fácil que le regaló Hollywood, sólo desea confirmar que puede recorrer otros caminos en su profesión. La ambición se transforma en codicia, la generosidad en falta de escrúpulos, y la humildad se vuelve egocentrismo. El director decide contar todo a lo largo de dos o tres días en una acción continua, creando la ilusión de estar frente a una película de una sola toma secuencia. Con trucos de montaje a la vieja usanza, una suerte de homenaje a George Meliés (salvando las distancias temporales). La cámara no se detiene nunca. Hace un recorrido quirúrgico por los pasillos, camarines, telones, butacas, azoteas y ventanas. El trabajo de Chris Haarhoff en la steadycam y el de Emmanuel Lubesky en la fotografía tiene una estupenda coordinación que colabora con los climas teatrales de la película y se transforma en una radiografía visceral de ese teatro enorme. “Birdman” es como recorrer el esqueleto de un dinosaurio devorador de proyectos artísticos, cuya destrucción se reduce a la venta de entradas. En su interior habitan seres de todo tipo, pero son seres que sólo pueden habitar en ese lugar y en ese contexto. Muy lejos del afuera y muy cerca de una visión sesgada de la realidad. Esa burbuja dentro de la cual viven los artistas (de ahí el sub título “la inesperada virtud de la ignorancia”). Esto se complementa con la percusión de Antonio Sánchez en la banda de sonido. Sus golpes repiquetean en la mente de Riggan y en todo el entorno. Se detiene, avanza. La banda sonora late con los personajes. “Es fácil vivir sin enterarse”, decía la letra de John Lennon. Los habitantes de este microcosmos no pueden ver más allá de sus narices, a excepción de Sam que (a lo mejor) por venir de una rehabilitación por drogadicta tiene una pequeña luz de esperanza al reinterpretar la circunstancia de su padre con una mirada. Entiende los códigos, en especial esto de “irse de gira”. Brilla el elenco. Michael Keaton ofrece un personaje riquísimo en complejidad que por cierto (como sucede en el teatro) necesita del talento del resto. En especial Edward Norton y Zach Galifianakis. “Birdman”, o la inesperada virtud de la ignorancia, es una obra llena de vitalidad pese a la oscuridad del relato y su humor ácido. Con un director que se juega a fondo por su propuesta estética y su manera de narrar. Una de las grandes películas del año.
El interesante narrador de historias, ALEJANDRO GONZÁLEZ IÑARRITU comanda esta verdadera muestra de pericia técnica, una historia filmada a base de planos secuencias imponentes, con un elenco notable, que homenajea a la escencia actoral, y en donde se destaca MICHAEL KEATON en el papel de su vida, una auto parodia que jamás teme al ridículo. Un intérprete batallando contra sí mismo, un ejercicio sobre el precio de la fama y el amor al teatro. El buceo en el interior del ego del artista, desarrollado con tan buen gusto como contundencia. Claro que todo el reparto está a la altura, en especial EDWARD NORTON megalómano, excéntrico, quien nos devuelve su explosiva personalidad, perdida en los últimos años. Sin ser original en su trama, su belleza visual, y el hipnotismo de los intérpretes la convierte en una cinta seminal,un clásico instantáneo.
Crítica emitida por radio.
Un film para no dejar de ver, para amarlo o para odiarlo “Birdman (La inesperada virtud de la ignorancia)” es uno de esos film tiene una fuerza narrativa y visual realmente arrolladora. González Iñárritu es uno de esos directores mexicanos que irrumpieron de golpe con películas oscuras, dramáticas como fue “Amores Perros”, luego se americanizo un poco sin dejar ese dramatismo en “21 Gramos”, “Babel” y “Biutiful”.- Esta vez nos presenta un film diferente. Un film que se podría ver como una comedia pero que sin embargo tiene un transfondo oscuro al que le da un final sorprendente. Todo esto hará que las críticas de este film, seguramente estén divididas, como lo estará el público que la vaya a ver. Habrá espectadores y críticos que la amaran y otros que la defenestraran. Por lo general no soy de hablar en primera persona pero en mi opinión, este es un film excelente, La historia es simple. Un actor (Riggan) que quedo encasillado por ser el protagonista de las películas de “Birdman” un superhéroe de esos que emergieron en cantidad en los últimos años. Pero Riggan, para demostrar que es mucho más que un actor que solo puede hacer películas de superhéroes, que es un actor serio y de verdad. Para eso monta una obra de teatro en Broadway y con ella demostrar que es un gran actor. La historia parece simple pero no lo es tanto. Filmada como si fuera toda en un solo plano secuencia (sin cortes de cámara), con el mismísimo Birdman como alter ego de Riggan y con un montón de personajes que rondan alrededor de él demostrando virtudes y miserias, González Iñárritu realiza uno de los mejores y originales films (dentro de lo que se puede) de los últimos años. El subtitulo de “la inesperada virtud de la ignorancia” es una declaración clara de lo que muestra el film. Los espectadores la podrán ver como banal, como un entretenimiento más, pero si uno luego de verla la piensa bien se da cuenta que tiene una gran profundidad y que sus autores tienen un gran conocimiento sobre la ignorancia del hombre sobre el hombre mismo. El film, que es técnicamente impecable, tiene un ritmo arrollador y unas actuaciones fantásticas que viran entre el drama (poco), las emociones, el grotesco y la comedia pura. Michael Keaton como Riggan realiza uno de sus mejores trabajos, Naomi Watts demuestra su talento y Edward Norton, con un papel más bien grotesco, esta impecable. Si el año pasado no hubiera ganado el mexicano Cuaron con “Gravedad”, “Birdman – La inesperada virtud de la ignorancia” seguramente sería la ganadora de este año en los premios Oscar ya que está nominada a mejor película, mejor director, mejor actor (Michael Keaton), mejor actor de reparto (Edward Norton), Mejor Actriz de reparto (Emma Stone), Mejor Guión (Alejandro González Iñárritu, Alexander Dinelaris Jr y los Argentinos Nicolás Giacobone y Armando Bo), fotografía, sonido y edición de sonido. “Birdman – La inesperada virtud de la ignorancia” es una película imperdible, después saque su propia opinión.
ATENCIÓN, ARTISTAS TRABAJANDO Me acaba de llegar un mensaje muy divertido. El cineasta norteamericano James Benning compartió un texto en su página de Facebook en el que un tipo dice que la noche de los Oscar hubiera sido un buen momento para robar las mansiones de las celebridades presentes en la ceremonia. Este sujeto lo propone como una forma de redistribución de las riquezas, un pequeño paliativo hasta la llegada de una próxima guerra de clases. No sé si es un chiste o no, pero de una u otra forma tiene como ingrediente una dosis de resentimiento, el contrapunto a la adoración que profesamos a las estrellas. Después de todo, somos parte de una cultura global obsesionada con las vidas de las estrellas de cine, que los medios de comunicación se encargan de documentar al detalle: sus casas de lujo, sus vacaciones, sus salidas, sus sueldos, sus fiestas. Parece que a cambio de poder llevar esas vidas supuestamente perfectas lo único que se les pide es que cuando actúen su tarea sea ardua, por lo menos un tanto sufriente, para compensar. Eso explicaría, en parte, porque no hay premios para las comedias: lo único que falta es que encima la pasen bien en el trabajo.En mi versión de la broma, el Método sería lo único que previene que se termine por desatar la guerra de clases quea enuncia el amigo de Benning, y la máxima ganadora de los Oscar de este año continúa esta tradición conservadora que mantiene el frágil equilibrio social. La película de la que hablo es Birdman, del mexicano Alejandro González Inárritu, donde Michael Keaton encarna a Riggan Thompson, un actor que está tratando de relanzar su carrera y para lograrlo monta una obra de teatro en Broadway, basada en los cuentos de Raymond Carver. El problema es que el tipo está loco. Lo que muestra con mucha sorna la película es que en realidad todos los actores están locos, pero el caso de Thompson es aún más extremo porque alucina que es el personaje que lo lanzó a la fama, y que tiene los poderes del superhéroe del título. Entre ensayos, vemos la inestable vida emocional de los actores y el suspenso se construye en torno a ver si este grupo de chiflados va a poder hacer que la obra sea un éxito en la noche de su estreno. El planteamiento esboza la pregunta de qué tan lejos se puede llevar el arte y qué sacrificios hay que hacer en su nombre, y el director hace que la forma de la película parezca la agresiva búsqueda de las respuestas a esos interrogantes. El cine de Iñárritu gira en torno a una idea de ferocidad aplicada, esto es tanto el mundo que describe, como la forma en la que lo hace. En Birdman ese mundo es el de los egos implacables de los actores, que viven su disciplina como una competencia (contra sus colegas, contra los críticos, contra ellos mismos). El director pone de relieve la ética de sus personajes con una dramaturgia que establece sus parámetros de calidad en términos de decibeles, hinchazón de venas y fluidos derramados en escena. Todo eso sería sinónimo de intensidad y verdad. En ese sentido, el plano clave de la película es uno donde los personajes de Michael Keaton y Edward Norton tienen un diálogo encendido durante la obra. En ese momento, la cámara los rodea y los muestra a contraluz de los grandes reflectores, para que veamos como vuelan de la boca de los actores varios escupitajos mientras recitan, desaforados, sus parlamentos. Esos rastros de saliva son la prueba material, acaso cuantificable, del trabajo de los actores. La forma que adopta Birdman es ostensible: la película no sólo toma como procedimiento el plano secuencia sino que, mediante algunos trucos de montaje y pos producción de la imagen, simula ser un solo gran plano secuencia que narra la historia de principio a fin. Resolver escenas tan largas sin cortar requiere de una maestría técnica que la película no puede sino subrayar. La cámara tiene un pulso nervioso y se mantiene muy pegada a los personajes, nunca pasa desapercibida. Los lentes gran angular ocasionalmente deforman la imagen (como en la diatriba que Emma Stone suelta contra Keaton) y algunos planos sugieren una especie de voluntad 3D, en el sentido que las imágenes parecieran querer salir de la pantalla. Queda claro: el director también está trabajando, él no es menos que los actores. El histrionismo dice presente adelante y detrás de cámara. No es de extrañar entonces que Iñárritu haya elegido el plano secuencia como dispositivo narrativo, sin duda una rareza en el cine de Hollywood, que repite mecánicamente la lógica del plano/contraplano. La interpretación de este gesto como algo revitalizador es entendible, pero errada. No hay que caer en la trampa: la concepción del plano para el director es la de un truco que hace evidente su presunción de talento antes que una exploración del tiempo y del espacio con los elementos del cine. Doble advertencia: no sólo es un truco, es también un nicho de mercado prácticamente no explotado. La ganadora del Oscar de este año es, por encima de todo, una validación, disfrazada de sátira, del mundo de los que hacen las películas y quienes las premian. Las raras ocasiones en las que sale a la calle, la ciudad de Nueva York, caótica y extraña, parece parte del delirio del protagonista. Para la película el mundo exterior al teatro no tiene mayor interés y se resguarda entonces en el mundo del espectáculo. Hay un momento en el que Norton y Keaton se agarran a piñas y la cámara se aparta unos segundos para mostrar a dos empleados del teatro, que los miran con desconcierto. Ese contraplano simbólico de la clase trabajadora los hace cómplices de la mirada del director, que los utiliza paramostrar lo ridículos que pueden llegar a ser las estrellas: sin embargo los empleados no tienen voz y no vuelven a aparecer en pantalla. Cuando Keaton y su elenco logran completar la obra, Iñárritu devela su apego a su status social y celebra a los suyos, al tiempo que su actor principal toma vuelo ante la mirada maravillada de su hija. Después de ver durante casi toda la película un mundo despiadado, en el que lo que define a las relaciones entre los personajes es el egoísmo, la mezquindad y la vanidad, se nos afirma que en el escenario han logrado una performance sin precedentes y, por lo tanto, admirable (algo que el director pretende que sea una analogía de su propia obra). En pocas palabras, la película de Iñárritu continúa una línea prestigiosa del cine contemporáneo, de la cual Lars Von Trier es su máximo exponente. Un cine que nos dice que el mundo es desagradable, pero que el trabajo de los directores es magnífico. Detrás de esa mirada hay un cinismo inapelable: la dignidad de los personajes puede ser sacrificada si el lucimiento personal permite llevar el arte lo suficientemente lejos como para que sea una vía para el ascenso social, una carrera muy bien remunerada y una puerta de entrada a las mejores fiestas, donde los artistas y los miembros de la industria celebran otro año en la cima del mundo.
Una antigua estrella de Hollywood, famoso por interpretar a un superhéroe alado éxito de taquilla, decide redimir su pasado montando una obra de teatro seria y reflexiva. Michael Keaton, quien fuera el actor de Batman, interpreta ahora a Riggan Thomson, el actor que hace veinte años fuera Birdman. No parece casualidad (aunque quizá lo sea), lo cierto es que Birdman o (la inesperada virtud de la ignorancia) es una película sobre el mundo de las películas, el comercio del espectáculo, el teatro, la fama y la decadencia, los egos y las estrellas, la realidad y la ficción, y en medio de estos cruces y laberintos se construye esta comedia negra que puede reírse de sí misma y de su mundo. Para alejarse del universo de los superhéroes Riggan Thomas eligió una obra de Raymond Carver "De qué hablamos cuando hablamos de amor", y en el proceso de ensayos entabla un debate consigo mismo, en la piel de Birdman, su antiguo personaje. A través de una voz que sale de su interior o por medio de la imagen corpórea del hombre pájaro, este alter ego no deja de cuestionarlo, burlarse o recordarle constantemente que no puede descartar su pasado así nomás. Los compañeros de ruta en el proyecto teatral son Mike, un actor de moda que puede garantizar el éxito en la obra a la vez que quemar los nervios de todo el equipo; Sam, su propia hija, con quien tiene una conflictiva relación; las actrices, un amigo productor, su ex-esposa y una ácida crítica teatral. En cada cruce y diálogo se traslucen las dudas y angustias del "antihéroe", padre ausente arrepentido, actor para consumo masivo que está en el fondo tratando de remontar. Los personajes y situaciones se construyen a partir de un guión escrito por el propio Iñárritu junto a dos argentinos (ambos primos y nietos de Armando Bo), Nicolás Giacobone y Armando Bo (director de la muy recomendada El último Elvis). La música tiene el peso de otro personaje, con una batería que sacude, acompaña la locura y las reacciones salvajes. No deja claro si está ahí, si brota de las catacumbas del teatro, hasta que podemos verla, sin comprender si siempre estuvo ahí, o si la estamos imaginando como Riggan a Birdman. El mundo del teatro por dentro es recorrido por una increíble cámara que no descansa. Un plano secuencia que se presenta como continuo (aunque en verdad no lo sea) y que recorre con una fluidez increíble todos los escenarios, pasillos y camarines que se le presentan, dando lugar y rodeando a uno u otro personaje, según los planos vayan descubriendo. La cámara recorre el detrás de escena y el cine muestra la vida del teatro tomando parte de sus códigos, escenas largas, sin descanso, sin cortes, todo ahí, expuesto. El director de fotografía Emmanuel Lubezki es el responsable de este gran trabajo técnico que es una de las varias dimensiones de la película. Los actores demuestran su capacidad en largas tomas que exigen su máxima concentración y acercan la actuación cinematográfica a las exigencias del teatro. La película de Iñárritu ofrece múltiples dimensiones. En la analogía con la realidad no sólo se encuentra Keaton, sino también Edward Norton, un famoso actor que interpreta a un famoso actor, y que en la vida real también pasó por productos envasados de Hollywood como El increíble Hulk. La oposición Hollywood vs Brodway, producto de entretenimiento (o genocidio cultural como lo define Mike en la película) vs una obra teatral seria (también diseñada para hacer estallar la taquilla), no escapa a la dimensión de una producción artística presa de las exigencias del mercado. La misma película critica y se burla de la superficialidad del sistema que la produce, pero esto no es nuevo, es parte de una estrategia de las majors de permitir renovaciones y críticas para que la rueda siga girando y el negocio rindiendo. La productora de Birdman es una división de la 20th Fox (Fox Searchlight Pictures) que se especializa en películas independientes. Ningún género o estilo queda por fuera del negocio. Finalmente, son las imágenes que se destacan y suceden dando lugar a un mundo propio. Con planos que revelan a Riggan a través de las arrugas en la cara de Keaton, con corridas en calzoncillos por el medio de Brodway y el refugio de una licorería escondida en medio de un enjambre de lucecitas de colores, hay un mundo de Riggan/Birdman que no se encuadra en la realidad pero tampoco en el sueño, que está en el límite y que no es necesario encasillarlo. Si en la película, la crítica de Nueva York describe la puesta de "De que hablamos cuando hablamos de amor" como un "nuevo realismo", nosotros, los espectadores de Birdman, podemos descubrir con gusto un poco de surrealismo en las pantallas.
Y sí, media estrella. Esta es la historia de un actor que interpretó a un superhéroe en la pantalla (Michael Keaton, de a ratos lo mejor de la película) y que quiere triunfar en el teatro neoyorquino, tratando de encontrar prestigio. Es decir, el cine de efectos especiales no es prestigioso, los que lo hacen no son actores, etcétera, la ironía grosera es que Keaton fue Batman para Tim Burton, films geniales para cualquiera con sangre en las venas. Hay una actriz frágil (Naomi Watts), un actor pedante (Edward Norton), una hija díscola (Emma Stone) y una crítica que es mala y perversa e ignorante y que no “crea nada”. Es decir, una sarta de lugares comunes. No sería un problema. El film está montado para que todo parezca un solo plano secuencial –puro efecto digital, en suma–, y no se justifica más que para que digamos “¡Faaaaahhh…!” por lo técnico (¡Oia!, igual que la reacción que busca Transformers). Tampoco es un problema: es inocuo pero no molesta. El problema es que Alejandro González Iñárritu cree que insultar con carcajadas es humor. Y no, es insulto del peor: del que se coloca en un lugar de superioridad incluso respecto de sus personajes. La anacrónica diferencia “gran arte-arte popular”, que hace de lo masivo algo deplorable (pobre Shakespeare, no…) es la prueba de que Iñárritu no entiende el cine más que en su aspecto técnico, ni los guiones más que en lo declamativo. Si quiere probar, adelante: de lo pésimo también se aprende.
Virtudes, desmesuras y el Oscar bajo el brazo La carrera actoral de Riggan quedó anclada en su interpretación de un superhéroe, Birdman. Pasaron los años y nunca pudo despegarse del personaje. Apuesta entonces por montar una obra teatral en Broadway, una fórmula para demostrar (y demostrarse) su real capacidad artística. Los días previos al estreno se tornan caóticos, una montaña rusa emocional de la que Riggan es incapaz de bajarse. Uno de los principales activos de “Birdman” es su carácter revulsivo. Desde el estreno viene dividiendo aguas, entre el elogio y la descalificación. Así de ambivalentes fueron la valoración crítica y las apreciaciones de los espectadores. Profunda o pretenciosa. Emotiva o superficial. Bien actuada o sobreactuada. Inteligente o auterreferencial. Y ni que hablar de su construcción formal, ese interminable (y falso, no podía ser de otro modo) plano secuencia que recorre la película de principio a fin. “Birdman” provoca numerosas sensaciones, pero jamás indiferencia. Sólido punto a favor. De lo que jamás podrá acusarse a Alejandro González Iñárritu (AGI) es de padecer el síndrome de la pereza artística. Puede ser excesivo, desmesurado, capaz de hacer levitar a Michael Keaton o de hundir a Javier Bardem en el pozo de “Biutiful”. De acuerdo. AGI cuenta con todas las cartas para jugar a lo seguro. Eso se traduce en rodar muchas películas sin sacar los pies del plato, lo que en Hollywood equivale a ganar mucha plata. Y premios, por supuesto. Pero AGI se embarca en búsquedas, más de una vez arriesgadas. Como filmar “Birdman” en una sola toma, por ejemplo, que no es lo más importante del asunto ni significa el descubrimiento de la pólvora, pero sí ratifica su intención de salirse un poquito de las convenciones. Todo a sabiendas de que van a criticarlo (por pretencioso, claro). Desde que Sean Penn le entregó el Oscar a AGI se instaló una lectura: Hollywood se premió a sí mismo. Como si los actores, actrices y directores que votan se reconocieran en el drama de Riggan. Una estrella que le debe lo que es y lo que no es a un personaje tan improbable como un superhéroe. Los diálogos interiores de Riggan bien pueden expresar más de una frustración o mil anhelos secretos. No deja de ser psicología barata y, por sobre todo, una injusticia con la película. AGI, Dinelaris y los primos Bo-Giacobone llevaron al extremo a Riggan y a la fauna que lo rodea. La obsesión de Riggan por reivindicar su carrera, y de paso por legitimarse frente a su familia, es desmedida, paródica, dolorosa y divertida. No tan caricaturesco como Mike (algún día llegará el Oscar para Edward Norton), cuya autoproclamada devoción por el teatro le impide conseguir una erección si no está sobre el escenario. El de “Birdman” es un tour de force por la previa de un estreno en Broadway (y nada menos que de una pieza de Raymond Carver), con todo lo que eso implica: vértigo, dudas, cambios de última hora en el elenco, vanidades, sexo, funciones de prueba y el revoloteo de algún crítico con ínfulas divinas. AGI lo plantea desde la perspectiva de Riggan, colmada de inseguridades, construida desde los escombros del Birdman interior que le baja línea, y condicionado por la presencia de su ex mujer y, en especial, de su hija (excelente Emma Stone). Puede ser mucho. Lo es. Emmanuel Lubezki había conquistado el Oscar el año pasado gracias a su exploración del espacio profundo (“Gravedad”). Aquí su misión es bien terrenal y vuelve a ganar la partida a caballo de su condición de extraordinario iluminador. Entre pasillos, camerinos y bambalinas se mueven sombras, algunas inquietantes. La fotografía de Lubezki es un lujo, para “Birdman” y para cualquier otra película. Al compás de una línea de batería que sube y baja con sincronía jazzística, Riggan avanza hacia su epifanía, que es la de “Birdman”. Es el papel de su vida para Keaton. Merecía el premio que le dieron a Eddie Redmayne. En la historia del Oscar hay multitud de interrogantes y sinsentidos. “Birdman” está lejos de descollar entre las ungidas como Mejor Película (lástima, debió ser el año de “Boyhood”). Tampoco es la peor. Obedece, a fin de cuentas, a un tiempo y a un lugar precisos. Habla de sueños y de desengaños, de un modo particular y decididamente personal. Los premios oscar que obtuvo el domingo pasado: Mejor Película; Mejor Director; Mejor Guión Original (González Iñárritu, Alexander Dinelaris y los argentinos Armando Bo y Nicolás Giacobone) y Mejor Fotografía (Emmanuel Lubezki); contaba con postulaciones en otras cinco categorías.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
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Cuando los superhéroes vuelan bajo El sendero poético con sus representaciones simbólicas que permiten salirse de la lógica es una de las claves para transitar por “Birdman” y su corrosiva sátira al mundo de la actuación, sus conflictos y negocios. Saturada de significaciones, es ya desde la superficie, una reflexión sobre el cine norteamericano actual que se mueve con doble ética en términos comerciales, como lo demuestra la resurrección de superhéroes y sus sagas que han invadido exitosamente las pantallas en todo el mundo, contribuyendo a una suerte de genocidio cultural, manipulado por empresarios y publicistas que desplazan al arte genuino. Pero quizá el punto más importante de “Birdman” es la deconstrucción que hace no sólo del personaje principal, sino de diversos aspectos de la fama y la celebridad, experiencias que se adivinan vividas en carne propia por el mismo Iñárritu, quien se abrió paso en Hollywood con sus personajes desesperanzados y oscuros. Nada queda a salvo de la mirada crítica que desmenuza el microcosmos que abarca a los actores, productores, ayudantes, críticos y público. Todos entran en esta amarga parábola sobre el arte y la creación; particularmente, el rumbo del cine actual. También es irónico considerando el magnífico reparto, la circunstancia de que Keaton se calzó el traje de Batman (suena tan parecido a Birdman) en los noventa y que -palabras aparte para sus inmensas actuaciones secundarias- también Norton participó de “Hulk” y Emma Stone en “Spiderman”. El pasado que condena Michael Keaton interpreta a un actor que encarnó a un superhéroe décadas atrás y que, tras dejar al personaje, a pesar del éxito comercial, el afecto y reconocimiento del público masivo, quiere reconstruirse, demostrando que puede incorporarse al circuito artístico de Broadway, que a su vez es totalmente esquivo a este tipo de celebridades exprés. El protagonista, caído en el olvido y aun acosado por penurias económicas, no pretende regresar al mundo anterior sino integrar el clan prestigioso de los grandes actores y directores de obras consagradas desde otro lugar que el anterior. Intenta conseguir el prestigio que nunca tuvo, produciendo, dirigiendo y actuando sobre la obra de Raymond Carver. Busca renacer y desprenderse del pasado pero su alter-ego le atormenta, tratando de hacerle volver a lo que ya hizo, retroceder hacia lo que ya conoce. El duelo se produce en tiempo real, como proyección física de sus pensamientos. Su propia sombra es ese hombre disfrazado de pájaro inexpugnable, parte negativa de él mismo, el fantasma del creador que quiere crecer y expresarse a contramano de las arrasadoras tendencias que imponen las redes sociales y sus trending topics más allá del talento. Costuras y artificio “Birdman” está construida íntegramente en un (falso) único plano-secuencia (se pueden adivinar dónde están los empalmes o los efectos digitales para unir diferentes tramos). Ésa es una constante del eje significativo: exhibir el detrás de escena, donde la cámara recorre pasillos, invade camarines desprolijos y sucios que huelen a flores rancias. Desde el comienzo, al iniciar los títulos se filtra una voz “empezamos por...” que pone al descubierto al hacedor detrás de lo que vemos. Desplegando una narrativa autorreferencial, donde no se oculta el artificio y desafiando la irritación de los amantes del cine clásico, la película juega permanentemente entre los límites de la realidad y la ficción. A esa constante oscilación se le suma que el film ofrece no sólo distintas interpretaciones acerca del final, sino varios finales. Cuando parece que termina, no. Existe otro cierre, más sorprendente y superador. Pese a todo y dando lugar a las múltiples interpretaciones, queda rotundamente anclada la afirmación de que los superhéroes vuelan hacia abajo, mientras los creadores -apenas de limitados carne y hueso-, pueden elevarse mucho más que arriba.
El cine de Alejandro González Iñárritu se ha caracterizado, durante varios años, por mostrarnos múltiples personajes entrelazados, unidos casual (o causalmente) en los dramas más descarnados de la vida. Su nuevo trabajo, triunfante en variadas premiaciones y nominado en varias categorías de los premios Oscar, es el retrato tragicómico de un personaje. Si bien está acompañado por diversos personajes, de arquitectura concreta y de perfección dramática, el centro de la historia de Birdman es Riggan Thompson (Michael Keaton), este actor de cine comercial y taquillero, venido a menos que busca reivindicarse (o encontrarse a sí mismo) a través de Broadway. Podríamos decir que esta es la película más distinta y de verdad sorprendente dentro de la carrera del realizador mexicano. No solo porque la historia es harto profunda y humana sino porque conjuga un sinfín de elementos amalgamados con perfecto arte. Birdman es una película sobre la muerte real y la muerte interna, sobre los fracasos despiadados dentro del cine, el sinsentido del éxito, los limites borrosos entre realidad y ficción… Riggan está atrapado en su propio yo, pero ese yo es múltiple: es Birdman, el personaje que lo llevó a la fama, el disfraz que lo consagró y que no ha podido quitarse; lo acecha, es su propia sombra. Es también un padre y marido frustrado, y un hombre en el ocaso de su éxito. El personaje de Birdman, que casi todo el film es una voz contundente y apabullante, contiene un peso importantísimo, ya que es el que enuncia explícitamente las críticas al sistema del éxito, la crueldad que representa lo efímero de la ficción y es, básicamente, la voz de la realidad gritándole al oído. Riggan y el resto de los personajes transitan frenéticamente los lúgubres pasillos del teatro, en una puesta barroca de locura, patetismo, histeria, erotismo, llanto. Saltan de la realidad a la ficción casi sin puente, se arrojan visceralmente a la desnudez del escenario mientras, tras bambalinas, concurrimos a un canibalismo (propio y hacia los demás) sin límites. Riggan parece ser el depositario de todos los insultos, para solo despertar bronca, su semblante amargo inspira la bofetada física y verbal; su cinismo se reduce a un rostro arruinado, atormentado por los fragmentos de identidad que lo rodean sin dejarlo escapar. Su sombra, el héroe que alguna vez fue, es lo único real que le queda. Michael Keaton logra con gran maestría el carácter de la derrota, en la representación del hombre hundido en su propia miseria, representando en el escenario su propia tragicomedia. El gran Edward Norton no podría haber sido mejor elegido para este papel secundario pero indispensable; uno de los personajes que más aporta comicidad al film y que encarna la parodia en sí misma de los actores. Emma Stone con su belleza moderna y una actuación contundente, Zack Galifianakis, con pocas pero brillantes apariciones, Naomi Watts a quien nunca habíamos visto tan lejos de su papel de diva. Un puñado de seres que transitan las emociones más fuertes en el ocaso del éxito, sumidos ya en el fracaso. El mundo mágico de Hollywood se ha ido para dejar la sombra de algo que Riggan fue pero que nunca lo dejará ir. Una excelente crítica al mundo del cine, una excursión a lo más patético del ser, la gran pregunta sobre la efectividad del éxito, resuelta en dos horas de metraje… No eres un actor, eres una celebridad.
La Hoguera de las Vanidades El mejicano G. Iñarritu con el guión de los dos connacionales (la dupla Nicolás Giacobone y Armando Bó, más Alexander Dinelaris)nos ofrece el intento de resurgimiento estelar de un actor con un pasado entre exitoso -en lo artístico- y doloroso en lo personal. Que a un tipo que tuvo su cuarto de hora con cintas de acción y efectos especiales se le dé por intentar conquistar Broadway, ese centro neurálgico del ostentoso mundillo teatral donde se puede ganar prestigio o caer del todo para no levantarse nunca más, es muy similar a muchas bifurcaciones de carreras así en USA como en otros sitios del mundo. Pero todo esto para el personaje que encarna estupendamente Michael Keaton es también un desafío a si mismo, cargado de intencionalidad, desprejuicios, batallar contra su inmenso ego, y claro la recuperación de su familia. Casi nada. En el medio van tambien una adaptación de Raymond Carver a los escenarios, las interminables peleas con el actor desbordado que compone relevantemente Edward Norton, los choques con una hija confundida (Emma Stone notable) y otras yerbas que dan al filme premiado este 2015 una serie de acabado zarpe, sátira pretenciosa quizás pero meritoria en su crítica, tan feroz como puede ser la realidad misma de ese ámbito, por ello la creemos certera y recomendable.
BIRDMAN Y EL MEJICANO QUE VA POR LA CORONA Alejandro Iñarritu es quizás el fundador de una corriente de directores mejicanos, que fueron jóvenes hace no demasiado tiempo, y que hoy son figuras mundialmente reconocidas. Comenzaron haciendo cine en su país y fueron posicionando sus obras filmando en Estados Unidos, peleando en reiteradas oportunidades en los Óscar a mejor película en lengua inglesa (es decir, en la terna donde compiten las mejores de Estados Unidos y no en la destinada a películas extranjeras). Tal vez por su cercanía geográfica con la meca del cine del norte, hubo un proceso de asimilación muy fuerte en Hollywood de esa camada de directores. Maestría técnica, profundidad conceptual e innovación estética, caracterizan al cine del mencionado grupo de realizadores que, además de Iñarritu, integran Alfonso Cuarón y Guillermo Del Toro. Estos últimos más volcados al género fantástico, aunque sin dejar de lado componentes autorales, como el rigor histórico en la recreación de una época (El laberinto del Fauno, Hellboy), la exploración estética (Harry Potter y el prisionero de Azkaban) y, en casos, la indagación filosófica (Gravedad, Niños del hombre). Vale aclarar que el año pasado ya Cuarón competía a mejor película en habla inglesa con su monumental obra Gravedad, quedándose finalmente con el premio a mejor director. Autor de la poderosa Amores perros en 2000 y Babel (candidata a mejor película en 2007), Iñarritu hoy vuelve a estar bajo la lupa de los críticos del mundo con el estreno de Birdman, la que más chances tiene de ganar el premio a mejor película en los próximos Óscar. El relato que pone nuevamente a Michael Keaton (el mismo que hacía de Batman en la saga de Tim Burton) en un papel protagónico de peso, demuestra que el director mejicano es versátil y puede contar historias muy diferentes entre sí. Si Amores perros, 21 Gramos y Babel (no así Biutiful) se parecían al contar muchas narraciones en una, todas ellas cruzadas por ciertos factores sociales o vinculados a la condición humana, en este caso la narración está centrada en un único personaje y el tono ya no es el de un drama realista sino el de una comedia ácida y existencial. Birdman es una película muy personal del director y al mismo tiempo no. Esto se debe a que trata sobre los fantasmas interiores de un dramaturgo (que podrían ser los de un cineasta) pero al mismo tiempo es, como lo aclaró Iñarritu en la entrega de los Globo de Oro, una historia guionada por él junto a otros tres autores (dos de ellos argentinos) y por lo tanto todos ellos, y ninguno, están reflejados en el personaje principal. Sobre la elección de Michael Keaton para el papel habría que hacer algunas consideraciones aparte. Se eligió al actor, no tanto por sus características actorales propiamente (más allá de hacer muy bien su trabajo), sino por sus características personales. La figura del artista que tiene su momento de gloria (como Keaton en Batman) y luego cae en el olvido, fue el insumo psicológico que sirvió al actor para recrear el mismo tópico en la ficción. La película cuenta la historia de un dramaturgo, ex actor en una película de super-héroes, que intenta demostrar su capacidad actoral y autoral estrenando una obra en Broadway, lo que por cierto le trae unos cuantos dolores de cabeza. En su camarín, este apesadumbrado ser tiene un póster de Birdman, el personaje que en otros tiempos lo llevó a la fama, y que se parece mucho al hombre murciélago de Tim Burton. Incluso escucha la voz de ese súper-héroe con apariencia de ave, que le habla desde el póster en los momentos de extrema angustia y soledad, ninguneándolo por no haber hecho nada importante más allá de haberlo creado a él. La voz áspera y profunda de Birman recuerda al Batman de Tim Burton, más tarde recreado nuevamente por Nolan. Es un elemento sumamente ácido del relato que esa misma voz oscura y temeraria, en este caso solo presente en la mente alterada del protagonista, se dedique a decir vulgaridades y provocar cínicamente al actor que le dio vida en el pasado. Pienso que el debate hoy pasa por aquellas obras y autores que han logrado dotar al cine de un lenguaje audiovisual y narrativo más moderno. El aprovechamiento de nuevos movimientos de cámara (Gravedad es un hito en eso), la manipulación digital de la imagen o la exploración de nuevos tipos de banda sonora (como las que utilizó Iñarritu en Amores Perros o Biutiful, de la mano de Santaolalla, o en Birdman utilizando un solo de batería), son algunos de los elementos modernizadores que marcan la diferencia en un medio que tiende permanentemente a normalizar la oferta, no solo en los circuitos comerciales, sino también en los que reivindican lo propiamente artístico de una obra. Hay modelos establecidos de películas ganadoras en Cannes, así como los hay para llegar a los premios Óscar. Una virtud de Iñarritu, y de esta película en particular, es precisamente su modernismo. Rompe con los esquemas clásicos del relato con contenido moral y políticamente correcto, tan habituales en los Óscar, y está contada de un modo que apuesta a la innovación técnica y estética. Algo muy parecido puede decirse de Relatos salvajes de Damián Szifrón, que compite en la terna de extranjeras, pero sobre ese punto nos explayaremos en próximas notas.
Birdman es un maravilloso truco de magia envuelto por increíbles actuaciones y un guión brillante. Un trabajo de cámara que genera una sensación de urgencia constante al ritmo nervioso del beat de una batería de jazz. Como el personaje de Keaton, Iñarritu da un salto al vacío que aterriza de manera perfecta. Birdman es todo lo que un film debería ser y mucho más: una coreografia que parece improvisada, un comentario acerca de la fama, el culto a la celebridad, el actor de método (Norton) vs. la estrella de cine (Keaton), el teatro, la industria y la crítica. Es irónica sin ser pretensiosa, es original, inventiva, vital y desafiante visualmente. Una obra maestra.
Basada en un ego real. González Iñárritu ha sabido hacernos sufrir. Amores Perros y 21 Gramos fueron dos grandes películas que revolucionaron el cine dramático, a lo que Hollywood le encontró el costado comercial, como siempre. Los proyectos posteriores del director mexicano cayeron en la monotonía absoluta y en la repetición de una tortuosa fórmula que impacta una o dos veces, y luego simplemente fastidia. Hacer sufrir al espectador hasta el hartazgo a veces es contraproducente, y González Iñárritu lo ha entendido. Birdman es una fantástica reinvención de su arte, y es perfecta por donde se la mire. Técnicamente no debería haber debate: Birdman es cinematográficamente insuperable. Es una película filmada enteramente en plano secuencia, sin que se perciban las transiciones, lo que habla de un arduo trabajo del director, los actores y los editores. Es muy difícil lograr el resultado final de esta obra maestra, porque necesita de todas las piezas funcionando en perfecta armonía. Lo curioso es que lo logra, y la experiencia es original e inédita: algo así como una obra de teatro de escenario dinámico y con edición digital interactiva. En lo narrativo habrá seguramente un debate más acalorado. Birdman es una minuciosa introspección del ego humano a través del mundo del espectáculo, ámbito sin lugar a dudas paradigmático en la materia. Es drama, pero también es comedia. Es trágica y cómica a la vez, pero por sobre todas las cosas es sutil. El director juega mucho con su currículum fílmico dentro del guión, amagando constantemente con hacer resurgir la receta que lo hizo conocido. Me gustó ese juego interactivo con la audiencia, porque de alguna manera sirve de autocrítica de su trabajo pasado, al tiempo que sorprende con una frescura inédita en su modo de relatar historias. Birdman es completamente diferente a todo lo que ha hecho González Iñárritu a la fecha, en el mejor de los sentidos. Los premios no definen la calidad de una película, y un Oscar suele no ser garantía de nada. Birdman no es excelente por haber ganado el máximo galardón de la industria, sino por despuntar una tragedia de la vida real con deliciosa cinematografía y compromiso argumental. Es uno de los dramas mejor ejecutados que he visto en mi vida, y sin dudas la mejor película de 2014, junto con Her.
Convertirse en personaje "Birdman" es una de esas sorpresas que llegó con poca promoción a las salas de nuestro país. Venía con muy buenos ingredientes y referencias, pero como toda película de corte independiente y de autor, no recibió mucha atención por parte de las grandes distribuidoras y salas de cine. Desde el inicio se perfiló como film potente para competir por premios cinematográficos, entre ellos el Golden Globe y el Oscar 2015. Dirigida por el prestigioso director mexicano Alejandro Gonzalez Iñárritu ("Babel", "Amores Perros") y protagonizada por Michael Keaton ("Batman", "Beetlejuice"), Emma Stone ("Historias Cruzadas"), Edward Norton ("El Ilusionista") y elenco; la historia nos muestra la vida de Riggan, un ex super héroe de acción de la gran pantalla hollywoodense, que luego de dejar su emblemático personaje, lucha por ser tomado en serio en el cruel ambiente artístico, para lo cual monta una importante obra de teatro en Nueva York con la que pretende consagrarse, cosa que no le va a ser para nada fácil. Puntos fuertes de esta propuesta: En primer lugar quiero resaltar la trama. Tomar una historia simple como el ascenso y el descenso de un artista en Hollywood no parece ser la gran cosa, pero el enfoque que le dieron los guionistas argentinos Armando Bo y Nicolás Giacobone, junto a Alexander Dinelaris y el mismo Gonzalez Iñárritu, es soberbio y logran dotarla de tensión, comedia y dramatismo al mismo tiempo. La historia de Riggan es tragicómica, es dura, genera rechazo y adhesiones, todas cuestiones que el equipo de escritores y el director supieron transmitir muy bien en los momentos importantes del film. Otro punto fuerte es la cinematografía. Todo sucede en un falso plano secuencia que está muy bien editado, tanto que pareciera que realmente se filmó en una sola toma. La estética está muy bien cuidada, con mucha dirección de arte, algo que encantó a la crítica y los espectadores ligados al mundo del diseño y el arte. Por momentos creo que se exageró un poco con estos factores cinematográficos y artísticos, como si hubieran sido pensados exclusivamente para cosechar premios y engatusar al público más artístico. No está mal, pero por momentos se notan un tanto forzados. Lo último que quiero resaltar como pilar positivo está ligado a las interpretaciones de los protagonistas. Michael Keaton regresa con fuerza y un despliegue de talento increíble. Firme candidato al Oscar. Me pone contento su vuelta a la cima del cine. Por su lado Edward Norton, Emma Stone, Naomi Watts, Andrea Riseborough y Zach Galifianakis hacen un muy bueno trabajo de acompañamiento, sobre todo Stone que se la puede disfrutar en un rol distinto de lo que nos tiene acostumbrados y Norton que aplica esa excentricidad a lo "Wes Anderson" que tanto le gusta. Ahora lo no tan bueno: Creo que si bien hay un muy buen manejo de una historia común que fue transformada en un relato para recordar, se nota que el director estaba yendo en busca de premios. Hay algunos elementos que sólo suman excentricidad, que son caprichos snobistas para cierto público y eso creo que le baja un poco la calidad. Se supone que uno como espectador no debería advertir estas cuestiones, pero acá están bastante claras. En general creo que la película es un muy buen entretenimiento, con mucho talento puesto al servicio de la historia que se quiso contar. Personalmente le habría bajado un poco el tono snob, pero más allá de eso, creo que estamos ante una de las mejores películas que vamos a ver en 2015.
Todos los años, entre febrero y marzo, a pesar de guerras, invasiones y otras calamidades, se realiza la entrega de los Premios Óscar, la fiesta donde las celebridades se muestran, desfilan y rinden pleitesía a un gigante que no tiene cara. La novedad de esta entrega fue que por segundo consecutivo un mejicano ganó el premio a Mejor Director: en la entrega anterior fue para Alfonso Cuarón y en esta para Alejandro González Iñárritu. Una diferencia no menor es que Birdman, la película dirigida por el segundo, se llevó también el premio a Mejor Película. ¿Importan estos datos? ¿Importa la Academia? Como decía hace un tiempo en ocasión de 12 años de esclavitud, más allá de la frivolidad de la ceremonia, lo que interesa es la manera en que a través del premio la Industria de Hollywood vuelve a definir lo que, según ella, debe ser el cine. El imperativo podría encontrar una síntesis entre varios elementos: un tema “importante”, virtuosismo formal y actuaciones desbordadas. Si Gravedad no ganó el premio mayor se debe a que no cumple con ninguna de las tres, ni siquiera con la segunda, a pesar de haber ganado casi todos los rubros técnicos: su propuesta visual y sonora nunca es pirotécnica sino precisa y sutil. González Iñárritu, por otra parte, es uno de los máximos referentes del cine que promueve la Industria, un cineasta que desde Amores Perros fue activando progresivamente el detector que identifica lo que el mercado quiere ver y lo que se suele definir como el “gran” arte. Para decirlo de otra manera: el efectismo del peor cine norteamericano y la solemnidad del peor cine europeo. Birdman cuenta la historia de Riggan Thomson, interpretado por Michael Keaton, un actor venido a menos y reconocido por haber interpretado a un superhéroe llamado, precisamente, Birdman. La última película de la saga Birdman fue estrenada en 1992, el mismo año en que Keaton filmó Batman. Desde ese momento Thomson no hizo nada relevante. Ahora, inmerso en una crisis personal decide adaptar, dirigir y protagonizar en Broadway una obra de teatro de Raymond Carver titulada ¿De qué hablamos cuando hablamos de amor? Parece un intento de reivindicación: un actor de películas de super héroes, blanco fácil de la crítica de cine, quiere interpretar a Carver, prototipo de artista honesto y visceral. Unos días antes del estreno de la obra, en medio de ensayos y preestrenos, un golpe “accidental” nockea a uno de los actores y Thomson, junto con Jake, su productor y amigo, lo suplantan por Mike Shiner, el actor del momento en el mundillo teatral. Al elenco de la obra lo completan Lesley, la novia de Shiner, una actriz que quiere llegar a la cima del mundo del espectáculo y Laura, la novia de Thomson, otra actriz con las mismas pretensiones. Detrás del escenario deambulan el mencionado productor, preocupado por sostener los andamiajes de la empresa, la hija de Thomson, una joven rehabilitada por consumo de drogas con pose depresiva, y la ex mujer de Thomson, cuya breve aparición intenta representar todo lo (poco) que se perdió el protagonista si se hubiera dedicado a su familia. La experiencia cinematográfica implica una evidente asimetría: hay alguien que decide, a veces antes de que exista el plano, cuáles elementos se van a ver, cuáles no y por cuánto tiempo. Siempre hay manipulación, el asunto es en qué medida. Lo que sucede en Birdman (accidentes, peleas, entrevistas con la prensa, amores cruzados) se escapa muy poco del espacio donde se interpreta la obra. El gran escenario está atravesado por varios travellings que, como hace sesenta años en La soga, simulan ser uno solo. Ni en aquella película ni en esta el recurso tiene una verdadera función. En la de Hitchcock, el arma que se utiliza para cometer el asesinato le da nombre a la película y funciona como excusa plástica, pero la historia podría haber sido narrada con cortes sin que nada cambie. Incluso hubiera sido mejor: en varias secuencias uno se desprende de la intriga e intenta descifrar cómo se las arregló el director para lograr la continuidad visual en una época en la que los rollos podían filmar hasta diez minutos. En Birdman, a pesar del salto que implica el digital, pasa algo parecido: cada plano, mérito principal de Emanuel Lubeski (el mismo Director de Fotografía de Gravedad), no busca la integración del espacio ni la inmersión del espectador, sino sacarlo de la trama para que recuerde la pericia del artista que está detrás. A pesar del narcicismo, la apuesta podría tener un costado lúdico, pero el director se toma tan en serio a sí mismo que nunca se permite esa posibilidad. La egolatría de los artistas, el deseo de ser amado, la realidad y la ficción, la alta cultura versus la baja cultura, el teatro, el cine, la crítica de arte, el poder, el jazz, la inmediatez de las innumerables plataformas comunicacionales que nos rodean y otros tantos tópicos están metidos a presión en una película que le guiña el ojo a la misma crítica “culta” que dice cuestionar. Sin embargo, si uno quisiera disfrutarla (cosa que se puede hacer tranquilamente porque, seamos sinceros, esta no es 12 años de esclavitud), debería olvidarse de la enumeración que figura en el párrafo anterior. Es todo un esfuerzo, pero vale la pena introducir una voluntad lúdica en una película que no se lo permite, olvidarse de las sentencias graves que escupen los personajes cuando se refieren al mundo o a sí mismos y concentrarse, finalmente, en la manera en que la cámara de Lubeski se desliza por el espacio y en la omnipresencia potente de la batería jazzera que atraviesa todo el relato. Si nos animamos a ese ejercicio, que no intenta escaparle a la profundidad a través de un camino banal, quizás logremos disfrutar de la película y comprendamos que el problema no es tanto su ampulosidad formal, sino el exceso de importancia que carga como lastre.
Birdman es una película rara. En pocas palabras, trata sobre un momento particular en la vida de Riggan Thomson (Michael Keaton), un actor de cine quien supo tener el mundo en sus manos allá por los '90s, cuando interpretó a BIRDMAN, un superhéroe del comic. Este momento lo encuentra a Riggan intentando relanzar su carrera, esta vez en Broadway, como escritor, director y "actor serio" de una obra de Raymond Carver. En síntesis, un tipo casi en bancarrota que se juega la vida con su último truco. Al ver de qué se trata la película, Michael Keaton resulta el casting obvio para ocupar el rol protagónico. El actor nos muestra a un Riggan Thomson con muchas inseguridades; por más que quiera, no puede evitar sentirse un fracaso. Un hombre que llegó a la fama haciendo películas de mierda. Riggan es un one-hit wonder del cine. Cuando da entrevistas, le preguntan sobre Birdman, la gente le pide fotos en la calle por una película que filmó hace más de 20 años y, para complicar un poco más las cosas, cada tanto escucha hablar al personaje dentro de su cabeza. Birdman plantea una crítica contundente al aparato cinematográfico de Hollywood y nos invita a reflexionar sobre ciertas cuestiones que involucran al mundo de la actuación, como por ejemplo: ¿Qué es lo que hace a un artista, un artista?, ¿qué hace un actor cuando empieza a perder vigencia?, ¿cómo maneja el ego un actor que genera miles de millones de dólares y es reconocido en el mundo entero? Acompañando a Keaton, la película cuenta con grandes actores de la talla de Edward Norton, Emma Stone, Zach Galifianakis, Amy Ryan, Andrea Riseborough y Naomi Watts, entre otros. De esta prestigiosa lista, son Norton y Stone quienes salen mejor parados. El primero interpreta a la pareja actoral de Riggan, y la jóven actriz es la hija y asistente de Thomson. El resto de los actores cumplen un buen papel, pero se los ve poco aprovechados dentro de la trama de la película. Birdman es definitivamente una película de director. El mexicano Alejandro González Iñárritu (Amores Perros, Babel, Biutiful) es la fuerza que impulsa el film. Todas sus decisiones se reflejan con perfección en lo que uno ve a través de la pantalla. Utiliza muchos recursos retóricos para enriquecer su narrativa. El ejemplo más claro de esto se nota en aquellas escenas en las que podemos ver al actor utilizando súperpoderes para resolver situaciones convencionales. Este recurso, tan simple como efectivo para describirnos el ego de Riggan, suma un valor agregado muy interesante a la obra. La película transcurre casi por completo dentro del teatro en dónde se estrenará la obra de Thomson. La fotografía es de una calidad técnica impresionante. El manejo de cámara cumple un rol fundamental en la narración. La película tiene muchos cambios de puntos de vista resueltos con maestría. El trabajo de Emmanuel Lubezki es el punto más alto del film: es precisamente gracias a su sutileza y buen gusto que la película nos genera la ilusión de haber sido filmada en un solo plano secuencia (una sola toma, sin cortes) de dos horas de duración. El único aspecto técnico discutible del film es, sin duda alguna, la elección de su banda sonora. Gran parte de la película es acompañada por un solo de batería jazzístico que, de entrada, ya molesta. De todas formas, a lo largo de la obra, uno se termina acostumbrando y hasta le encuentra un sentido. Paradójicamente, el brillante logro técnico de esta película es lo que termina perjudicando su resultado final. La grandilocuencia con la que Iñárritu nos trata de vender su Birdman hace que se pierda de vista el relato, que tiene un ritmo muy lento y aburrido. Alguna gente dirá "esto es cine arte, no entendés nada". Incluso el mismo director parece decirnos "esto en una escena de acción desopilante" promediando los tres cuartos de película. De todas formas, uno como espectador no puede evitar bostezar en varios pasajes del film. VEREDICTO: 7.5 - HUMO DEL BUENO Hay muchas cosas para alabar sobre Birdman. Tiene un carácter técnico impresionante y una gran actuación de su personaje central. Seguramente gane muchas estatuillas, pero a fin de cuentas, termina siendo una película tan virtuosa como aburrida.
Un vuelo poético para unos pocos Primero hay que aclarar que Birdman seguramente no es una película que todo el público la disfrute. Se trata de uno de los trabajos más complejos del mexicano Alejandro González Iñárritu, quien aquí abandona su afición a los dramas intensos para buscar un nuevo desafío plagado de ironías hacia Hollywood. Cuenta la historia de cómo un actor --muy popular por haber interpretado años atrás a un superhéroe en cine, el Birdman del título-- lucha contra problemas económicos, la crítica, su familia, los celos de otros colegas y especialmente contra su propio ego, para montar una obra teatral en Broadway que lo regresa a la fama y le devuelva la fe en sí mismo. En medio de esa crisis emocional y ante la posibilidad cierta de un rotundo fracaso, Riggan Thomson toma una serie de decisiones que le producen más problemas, frente a los cuales comienza a crecer la voz interior de su conciencia. Así se va un relato --muchas veces claustrofóbico-- que algunos elogiarán y del que otros querrán escapar, como el vuelo del final.
Estamos en la vida de Riggan Thomson (Michael Keaton) un actor que no vive con todos los lujos que viven las grandes celebridades, pese a que él fue Birdman. Birdman, el héroe sensación del cine en los 90´ está acabado y en pocos días deberá afrontar una oportunidad para re-lanzar su carrera y volver a hacer una estrella de Hollywood, nada menos que en Broadway uno de los teatros más importantes de New York. La obra y la actuación es pésima, al mejor estilo Sandy Lyle (Philip Seymour Hoffman) en “Mi Novia Polly” Thomson cree que no consigue un actor de nivel para compartir la obra con él y para completar tiene al personaje de Birdman comiéndole la cabeza entonces, la obra no podía ser cancelada y Riggan debería triunfar como sea. Así es como consiguen al actor de nivel, Mike Shiner (Edward Norton) está disponible y no solo está disponible sino que se sabe los diálogos de toda la obra, así que en la “primer entrevista” entre Shiner y Thomson deciden actuar de una y la obra comienza a tomar un tono más profesional, todo parece perfecto. El pre-estreno venía de diez, hasta el momento de ingresar en acción para Thomson, ahí descubre que Shiner está bebiendo alcohol de verdad y no “agua” como debería ser, así que en plena improvisación el actor dice sus lineas mientras cambia la botella de alcohol por la de agua, grave error. Shiner vuelve a beber y descubre lo peor. No tiene problemas en putearlo delante de todo el público de Broadway por la estupidez de Thomson. El telón se baja y la obra es una incógnita. Birdman vuelve a hacer de las suyas y Thomson quiere que despidan a Shine, a lo que su productor (Zach Galifianakis) le explica que es imposible, el actor es querido por el público y su talento traerá mucha ganancia a la obra. Así es como debe luchar el actor que simplemente protagonizó una franquicia de películas de superhéroes para interpretar “What We Talk About When We Talk About Love” de Raymond Carver y demostrar a todo el mundo que no es simplemente un actor olvidado. Mientras Thomson decide arreglar su vida, tratar de recuperar a su familia, luchar contra Birdman y contra él mismo la obra se estrenaría en tan sólo algunos días. No queda otra, pese a que era un arrogante infumable Mike Shiner tenía talento y lo iba a necesitar en la obra. Las cosas se “arreglaron” y siguieron trabajando adelante. La obra pasa un pre-estreno aceptable en el que Thomson se ve afectado por quedarse afuera del teatro de una manera increíble a lo que recurre a dar toda la vuelta por New York pasando por Times Square para ingresar a la obra por la puerta de adelante con un vestuario bastante llamativo. A horas del estreno de su vida, su vida sigue siendo una mierda. Thomson decide liberar a su ego (Birdman) y en una noche de alcohol comienza la locura extrema. Podemos decir que el día del estreno de “What We Talk About When We Talk About Love” Riggan se transformó completamente en Birdman. El monstruo está suelto y se dirige con una resaca terrible para el teatro a dar la mejor actuación que hayan visto. La obra es un éxito total y Riggan Thomson obtiene una de las mejores críticas por parte de los especialistas del NY Times, el diario que te consigue la buena reputación o te manda directamente al infierno. Thomson lo hizo una vez más, lo tenía todo preparado, siempre supo lo que iba a pasar, aunque el precio fue muy caro. “Birdman” de Alejandro González Iñárritu es una belleza de película. Con un estilo de filmación único y poco visto en el cine, una banda sonora ideal para viajar con la trama (no piensen que estan viendo “Whiplash”) y un reparto en el que resaltan obviamente las actuaciones de Michael Keaton y una sublime tarea de Edward Norton con su aire de frescura y calidad, pueden llevar a Birdman a arrasar con los Oscars.