Excelente! Una entretenidísima película que no te podés perder. Si bien hay muchísimos diálogos (brillantes, inteligentes y atrapantes), la acción, los tiros, el efecto sorpresa y la sangre en abundancia están presentes al mejor estilo Tarantino. En la primer media hora no sucede...
“NO HABRÁ MUCHOS VOLVIENDO A CASA” Un realizador al tope de sus capacidades, seguro y confiado del material creado y con la espalda suficiente para sostener un historia así, tomando todo el tiempo requerido, bajo sus términos y con su estilo. Un amante de los géneros que deja de lado los tropos propios del western y usa los suyos. La película más tarantinesca de Tarantino. Pensado como parte de un cuerpo de trabajo y no “una película más en la filmografía de…”. Una vez más, como en “Bastardos sin gloria” y “Django sin cadenas” Tarantino juega al historiador “what if?”: Bastardos era una fantasía de venganza al Holocausto; Django era un cuento igual de vengativo sobre la liberación de un esclavo justo antes de la guerra civil; ahora nos situamos en los años siguientes a esa guerra, en “Los 8 más odiados” Tarantino imagina cómo norte y sur, el hombre negro y el hombre blanco, podrían reconciliarse. Y al igual que sus predecesoras, la respuesta no es complaciente, la estructura es elaborada pacientemente y el resultado final es irremediablemente violento. Por si no queda claro, la estrella del film es su director, Tarantino es un narrador magistral e hizo un film sobre cuentos e historias, reales o ficticias, en donde sus 8 odiados hacen lo mismo que él, pintan imágenes. La marca de Tarantino resalta en cada fotograma bellamente filmado en 70mm -que logra divisarse en el grano de la versión digital- en la dirección de actores, en el trágicamente gracioso guión, y en un elenco extravagante, que una vez más resulta infalible. El director vuelve a mostrar la destreza narrativa y lúdica de “Perros de la calle” pero esta vez conduce la acción para que, tanto los personajes como la audiencia se pregunten sobre la verdad y la justicia. “Los 8 más odiados” no es una película sobre el pasado de EEUU, sino más bien sobre su presente y la imagen final que presenta es la de un futuro tan oscuro como incierto. Tarantino te lleva otra vez en un viaje salvaje y enormemente entretenido, de la mano de sus obsesiones, sin corrección politica y donde la violencia pende como espada de Damocles sobre las cabezas de todos y todas, lo que algunos consideran su genio y otros su falta de moral.
Tres horas que no se sienten. “Los 8 más odiados” es una película muy violenta, fiel a su estilo, Tarantino se supera a sí mismo. Lo que los fans esperaban. Al comienzo los paisajes llenan la pantalla grande, filmada en 70mm, un deleite visual. Puro Western. Doble mérito del director que escribe y dirige esta nueva película que comienza pocos años después de la Guerra de Secesión, en donde se ve que una diligencia avanza a toda velocidad por el nevado paisaje de Wyoming. Los pasajeros, el cazarrecompensas John Ruth (Kurt Russell) y su fugitiva Daisy Domergue (Jennifer Jason Leigh), intentan llegar rápidamente al pueblo de Red Rock, donde Ruth entregará a Domergue a la justicia. Por el camino, se encuentran con dos desconocidos: el mayor Marquis Warren (Samuel L. Jackson), un antiguo soldado de la Unión convertido en cazarrecompensas de mala reputación, y Chris Mannix (Walton Goggins), un renegado sureño que afirma ser el nuevo sheriff del pueblo. Cuando llegan se refugian en la Mercería de Minnie, una parada para diligencias de un puerto de montaña y se topan con cuatro rostros desconocidos: Bob (Demian Bichir), que se encuentra allí refugiado junto con Oswaldo Mobray (Tim Roth), verdugo de Red Rock, el vaquero Joe Gage (Michael Madsen) y el general confederado Sanford Smithers (Bruce Dern). Puertas adentro podría ser una obra de teatro increíble, con mucha sangre. Hay escenas memorables con grandes diálogos, y mucho humor, gags, ironías e indirectas sobre el pasado, presente y futuro. La violencia extrema es la protagonista, muy buen manejo del suspenso durante tres horas. Resulta un poco molesto cuando golpean y maltratan (una y otra vez) a Jennifer Jason Leigh, (una actriz que perturba en escena, personalmente no me gustaba verla en ese papel…) Sobresaliente actuación de Samuel L Jackson, también un placer ver a Kurt Russell, Tim Roth y Channing Tatum que se lucen en sus increíbles personajes (cualquier actor mataría por esos papeles)
La octava película de Quentin Tarantino (hecho que se nos remarca de esa manera en los títulos, sobre el nombre del director) nos lleva a los años después de la guerra civil en los Estados Unidos. Un caza recompensas (Kurt Russell) lleva a una fugitiva (Jeniffer Jason Leight) al pueblo de Red Rock para entregarla, que la ahorquen y cobrar la recompensa. Atravesando el invierno de Wyoming, se encuentra con dos personas. El mayor Marquis Warren (Samuel L. Jackson), retirado del ejercito del norte y el Sheriff Chris Mannix (Walton Goggins) veterano del ejercito del sur. Juntos, todos ellos llegan a la despensa de Minnie, y se preparan para soportar la tormenta en ciernes junto a Osvaldo Mobray (Tim Roth), Joe Gage (Michael Madsen), Sandy Smithers (Bruce Dern) y el cuidador del lugar en ausencia de sus dueños, Bob (Damian Bichir). Encerrados en el lugar, estas ocho personas deben resguardarse, desconfiando los unos de otros, dejando aflorar diferencias propias de las heridas que la guerra civil y sin posibilidad de irse. Filmada en 70 Mm., Tarantino fotografío lo exteriores en lugares reales, recónditos, alejados, en el crudo invierno, haciendo que el principio de la película sea fotográficamente impresionante. Las imágenes son majestuosas, impresionan. Pero a medida que avanza la historia (casi inmediatamente) empieza a fallar. El guión es un vehiculo para que Tarantino masturbe su ego, y trate de lucirse creando personajes rimbombantes que hablan de manera complicada, sobre adjetivando cada frase, haciendo que la primera hora de la película sea la parte mas lograda solo por la envergadura de los exteriores, y que a partir de ahí, se transforme en una diatriba de cosas ya vistas, y lo que es peor, que ya ha hecho el mismo director. Si tuvieran un hijo “Los 10 indiecitos” de Agatha Christie y “Perros de la Calle” del mismo autor, seria “Los 8 más odiados”. Exceptuando a Bruce Dern, Walton Goggins y apenas Samuel L. Jackson, todos sobreactúan. Tim Roth imita al enorme Hans Landa de Christoph Waltz en Bastardos Sin Gloria, con un acento ingles casi ridículo. Michael Madsen esta a años luz de su personaje de Perros de la Calle y parece casi leer las líneas. Bichir esta irreconocible, y sus intentos para ser gracioso quedan racistas, Kurt Russell grita todo el tiempo para infundir respeto y queda caricaturesco, repitiendo una y otra vez a donde lleva al personaje de Jennifer Jason Leight, que es solamente el receptáculo de insultos, golpes y constantes menosprecios, todas cosas que le han generado enormes criticas a la cinta por ser acusada de misógina. Sinceramente no se que ha ocurrido. Con cintas mejores y peores, todas las películas anteriores del director me gustaron. Desde la sutileza de Jackie Brown, a la novedad de Perros de la Calle, pasando por Tiempos Violentos, etc. Aquí, se nota que es un nene caprichoso, que pidió filmar en 70 Mm., le importo más fotografiar lindo, y escribió los personajes de memoria, repitiendo todo lo que ya ha hecho, pero sin el corazón que ha tenido en ocasiones anteriores. A todo esto se suma el metraje de la cinta, que pasa las dos horas y media, haciendo aun más tediosa la experiencia. Si bien la película tiene todos los elementos que esperamos del director, eso es también su punto mas débil, ya que todo parece repetido y remanido, e inclusive, por momentos, parece esos videos de youtube donde alguien filma “como haría esta escena Tarantino” y lo trata de imitar, careciendo del talento que en otro tiempo he admirado de el. Una lastima, insisto, ya que siempre esperaba con ansias las películas que hacia Quentin. Y después de esta, ya no las esperare tanto, o mejor dicho, espero que se redima de esta.
Crítica emitida por radio.
Cuando Quentin homenajea a... Tarantino En su octavo largometraje, el director de Perros de la calle, Tiempos violentos, Jackie Brown: Triple traición, Kill Bill, la venganza: Volumen I y II, A prueba de muerte, Bastardos sin gloria y Django sin cadenas ratifica el indudable talento que tiene como guionista y narrador, pero cede a la tentación de regodearse con y enamorarse demasiado de su material y sus (auto)referencias. El resultado es un western sangriento (hasta extremos gore) sobre la venganza que se disfruta, pero que resulta mucho menos convincente de lo que podría haber sido sin tantos caprichos. Uno podría iniciar la crítica hablando del talento como narrador, la brillantez como dialoguista y la cinefilia como religión de Tarantino. Algo de todo eso hay en Los 8 más odiados. Pero también -lamentablemente- mucho de narcisismo, egocentrismo, capricho y regodeo innecesario. Quentin se enamoró demasiado de Tarantino y sus películas -que antes celebraban a los clásicos y al cine clase B- ahora parecen homenajear (y por momentos hasta repetir y parodiar) a los films previos de un director que parece enredado y consumido en sus propias obsesiones, en su micromundo de (auto)referencias. En ese sentido, su más reciente trabajo parece una relectura o reciclaje de Perros de la calle + Bastardos sin gloria + Django sin cadenas. ¿Eso quiere decir que Los 8 más odiados es una película floja o fallida? Para nada. Es un film muy disfrutable para todos aquellos que admiran la impronta y el estilo tarantinesco con varios momentos de GRAN cine. Pero también hay que indicar que resulta menos interesante que sus primeros trabajos y, sobre todo, de lo que podría haber sido con un poco más de rigor y “humildad”. Vamos a continuación con algunas consideraciones sobre las principales decisiones de QT: -La duración. Esta película ambientada una década después de la Guerra Civil se extiende durante 167 minutos en la versión para salas digitales (y 187 minutos en la que se exhibe en salas con proyección en 70 mm). Como en la Argentina ya no operan esos proyectores en fílmico de 70mm (el Gaumont y el Cosmos, por ejemplo, supieron tenerlos) aquí sólo se puede ver la de 167 minutos, duración que ya de por sí resulta abusiva e injustificada, sobre todo porque buena parte transcurre dentro de una posada en la que se refugian los personajes en medio de una tormenta de nieve. Si bien el virtuosismo de los diálogos tarantinescos, de los encuadres y de las distintas resoluciones (aquí con mucho de gore) hacen que uno pueda pasarse minutos y minutos disfrutando del festín, lo cierto es que las distintas situaciones se extienden mucho más de lo aconsejable. La sensación de capricho y regodeo que indicábamos al comienzo es muy palpable en ese exceso de un cine ya de por sí excesivo por definición y convicción. Es como si QT ya no pudiera contenerse y hacer una película de “apenas” 90 o 120 minutos. -La filmación en 70mm Panavision con pantalla 2.76 : 1. En su cruzada por mantener vivo el fílmico contra la “dictadura” del digital (allí están también en la barricada sus camaradas Christopher Nolan y Paul Thomas Anderson), QT optó por rodar en ese viejo y anchísimo formato. En el primero de los seis episodios en que se divide Los 8 más odiados (imponentes panorámicas de montañas nevadas de Wyoming, una diligencia que trata de escapar de una tormenta y la música del genial Ennio Morricone en toda su dimensión) la decisión parece incuestionable, pero las dos últimas dos horas de relato transcurren casi íntegramente dentro del refugio y allí la posibilidad de lucimiento en el terreno estético es mucho menor. -Las actuaciones. Los habituales intérpretes tarantinescos (Samuel L. Jackson, Tim Roth, Kurt Russell, Michael Madsen y en menor medida Bruce Dern, James Parks y Walton Goggins) parecen disfrutar de (y hacen disfrutable) la verborragia casi literaria, pero también se notan algunos desniveles actorales que, de todas maneras, no invalidan el resultado final. -La violencia (gore). A QT no hay que analizarlo con el manual de la corrección política en la mano (si alguien se indigna por sus excesos mejor esquivar del todo sus películas). Su cine es una exaltación de la violencia (no exenta de sadismo) y los personajes femeninos (aquí el único con buen desarrollo es el de Jennifer Jason Leigh) siempre están reducidos a los designios machistas de los personajes masculinos (que además de misóginos son bien racistas). La propuesta es revulsiva a-la-Sam Peckinpah, pero llega a un gore tan extremo (chorros de sangre, cabezas que estallan, vísceras en primer plano) que la cosa cae directamente en el humor negro de las primeras películas de Sam Raimi y Peter Jackson. Así, con menor capacidad de sorpresa, con una sensación de que ya filma para los fanáticos e incondicionales conversos a su religión del séptimo arte, el profeta QT construye un western gigantesco en sus dimensiones y ambiciones (con algo de estructura a-la-Agatha Christie en el medio), pero algo menor en su resultado final. Claro que un Tarantino menor (si se permite el adjetivo) sigue siendo más atrapante y fascinante que el 80 o 90% del cine contemporáneo.
La octava maravilla de Quentin Tarantino parece colocarse a la altura de las expectativas de los cultores, y no son pocos los que aseguran que se trata de la mejor película que el director ha filmado hasta el momento. Tampoco faltan los detractores que la señalan como un entretenimiento pueril, vacío, o como un exabrupto de violencia gratuita. Lo cierto es que, a sus 52 años, el cineasta de Knoxville sabe incomodar a tirios y troyanos, y se impone con una película que significa una vuelta a sus bases y al mismo tiempo una importante transgresión rupturista. Las varias complicaciones de su estreno, definitivamente mal parido, ponen la frutilla a la torta a una obra desmesurada y maldita como pocas. Ignoro si en el largo plazo será algo favorable o desfavorable para la industria y para el mismo cineasta, pero lo que sucedió es que esta película se filtró a la web casi simultáneamente a su estreno internacional en una calidad aceptable, por lo que estuvo siendo compartida por una enorme cantidad de internautas. Lo que las compañías reparten como “screeners” –copias previas al estreno, generalmente distribuidas para jurados, miembros de la academia y prensa– tuvieron la gracia de dar con un solidario pirata que decidió expropiar y socializar el material, obteniendo inmediatamente centenares de miles de interesados. La película ya había ganado dos premios de la Asociación de Críticos Norteamericanos, por lo que varios de sus screeners habían pasado por unas cuantas manos. Por lo pronto, los hermanos Weinstein, productores de la compañía Miramax, pusieron el grito en el cielo, y existe una investigación en curso para dar con el corsario responsable, llevada adelante por el mismo Fbi. Lo cierto es que por ahora la taquilla no le viene siendo demasiado favorable a la película. Si bien recaudó 16,2 millones de dólares en su primer fin de semana y se trata de una cifra nada desdeñable, desde 1997 (año del estreno de Jackie Brown) no sucedía que una película de Tarantino obtuviese una recaudación tan baja. Falta esperar y ver cómo funciona el boca a boca y si las cifras se remontan en estas semanas venideras. Pero las cosas hace rato venían mal para Tarantino; ya a comienzos de 2014 se había filtrado a la web una primera versión de su guión, lo que le provocó un enojo mayúsculo que lo llevó a renunciar públicamente al proyecto, y al que sólo volvió convencido gracias a la insistencia de varios de sus colegas, incluido el actor Samuel L. Jackson. Luego, su decisión de estrenar la película en 70 mm (formato de mayor resolución, pero que la gran mayoría de las salas no tiene los proyectores para pasar) acotó sustancialmente sus posibilidades de estreno, pero además tuvo la mala idea de pretender proyectar su película con pocos días de diferencia respecto a la última Star Wars. Con su inmenso poderío, Disney presionó a una de las más importantes salas de cine en la que pensaba estrenarse Los ocho más odiados, y le impuso mantener Star Wars e incumplir sus contratos previos para exhibir la película de Tarantino, bajo amenaza de retirar su película de todas las salas de la cadena de cines. En consecuencia, el estreno de Los ocho más odiados debió postergarse en esa prestigiosa y determinante sala. Furioso, el director denunció la situación mediáticamente, dando a entender que la magia y el encanto con los que se identifica a Disney mal encubren la competencia desleal y el desacato recaudatorio. A fin de cuentas parece ser que uno de los peces más grandes de la industria nada más a sus anchas que los demás, en ese “libre” mercado. Todo esto venía sumado a la amenaza de boicot por parte de la policía neoyorquina a las películas del director. Tarantino había participado en una marcha en Nueva York contra la violencia racial policial, como consecuencia de los múltiples asesinatos perpetrados por agentes policiales sobre la población negra. Consultado sobre su presencia allí, afirmó en plena manifestación: “Soy un ser humano con conciencia. Estoy aquí para decir que estoy del lado de todas las víctimas”, “si se estuviera abordando este problema, los policías asesinos estarían en la cárcel o por lo menos enfrentándose a cargos”, agregó. Fue a partir de este gesto que los cuerpos de policía de ciudades como Nueva York, Chicago, Filadelfia y Los Ángeles hicieron un llamado a boicotear Los ocho más odiados, e incluso un oficial amenazó con estar preparando una “sorpresa” para Tarantino el día mismo del estreno de su película. Pero finalmente los estrenos en las ciudades de Los Ángeles y Nueva York ocurrieron sin incidentes y, lejos de recular, Tarantino redobló su crítica, comentando en una entrevista a la revista Entertainment Weekly: “¿Si me sentí mal porque no quisieran besarme por haber ido? Sí, un poco. Pero no tan mal como si me hubiera quedado sentado en mi sofá viendo gente siendo bajada literalmente a tiros, y luego a los responsables enfrentando un tribunal policial de pacotilla, que los acabó reubicando en trabajos de oficina”. También señaló que situaciones como la muerte del chico de 17 años Laquan McDonald no se explican con el argumento de que hay unas pocas “manzanas podridas” en el departamento, sino que se trata de un “racismo institucional” y de “encubrimientos institucionales que protegen la fuerza policial por encima de los ciudadanos”. Pero polémicas a un lado, lo importante es que Los ocho más odiados es una película inmensamente rica que se transforma en algo nuevo a cada paso, que se presta para los análisis más contradictorios y que reúne en su interior una buena cantidad de temas, compilando asimismo una infinidad de recursos cinematográficos. En definitiva, podría verse como una extensa y pormenorizada clase sobre el lenguaje cinematográfico y sus inagotables posibilidades. A continuación analizaremos algunos de sus elementos más llamativos, pisando una buena cantidad de spoilers en el camino. Por esta razón es bueno alertar que el que no haya visto la película y quiera disfrutar de las innumerables sorpresas de su visionado, debería dejar de leer por aquí. A LO QUE VINIMOS. Un director de cine nunca es simplemente un talento aislado que pare a capricho las películas que imaginó, sino que es, precisamente, un director; un individuo que, rodeado de gente, los mueve y coloca en determinada senda instruyéndolos sobre cierto procedimiento a seguir. Es por eso que un gran cineasta es el que sabe con quién trabajar; una eficaz selección de talentos contribuirá a un trabajo que fluya y juegue a favor de sus intereses. Una de las más importantes figuras que sorprenden en el equipo de esta película es el legendario Ennio Morricone, de 87 años, autor de bandas sonoras inolvidables como las de El bueno, el malo y el feo, La misión, Novecento, La batalla de Argelia y una infinidad más. Tarantino ya había echado mano a algunos temas del compositor para películas previas, e incluso en alguna ocasión Morricone se había manifestado en desacuerdo con cómo las había utilizado. Pero esta vez escribió directamente las partituras pensando en la película, e incluso dio aportes generales que quedaron en el resultado final, como la idea de una secuencia de caballos tirando de una carreta, en su lucha contra un camino nevado. Soberbia, su música emerge ya desde el comienzo como el perfecto presagio de algo maléfico que se avecina; así como una tormenta de nieve pisa los talones de los personajes y se cierne sobre ellos, un aura insidiosa se augura desde esta composición trepidante, creciente, con tambores apagados que palpitan y resuenan en los páramos helados. Una escultura de Cristo crucificado, cargado de nieve, olvidada y sepultada, refuerza la idea de la ausencia de valores imperante en estas gélidas tierras de nadie. Pero el compositor es uno de los tantos elementos que dan forma a este milagro cinematográfico; las grandes figuras están a la orden del día y no podría hacerse una reseña completa de esta película sin nombrar al insuperable cúmulo de talentos actorales que contiene. Lo cierto es que Los ocho más odiados se sustenta fundamentalmente en un gran guión y en diálogos constantes, y por tanto el elenco es su pilar fundamental. Tarantino es también un actor y alguien que sin dudas sabe proponer desafíos a sus pares: al estar dotado el libreto de elementos de comedia y hacerse uso de un humor negro constante, su elenco juega en el arduo doble terreno de cumplir como vehículos de tensión y como comic reliefs al mismo tiempo. En primer lugar está Kurt Russell (John Ruth alias “The Hangman”) un palurdo cazarrecompensas poco interesado en otra cosa que no sea el dinero, que divierte al mismo tiempo que horroriza en su brutalidad constante. Otro fetiche de Tarantino, el gran Samuel L. Jackson es el Mayor Marquis Warren, un negro veterano de la Unión, ahora devenido cazarrecompensas y funcionario de la corte, asesino sin miramientos, y preferentemente de blancos racistas. La verdadera revelación del cuadro y un talento que de ahora en más no perderemos de vista es Walton Goggins (Chris Mannix, sureño rebelde y perfecta antítesis de Warren), quien ofrece tantos cambios de registro y dobleces como son posibles en una sola película. A un nivel más secundario, Tim Roth, Michael Madsen y Demián Bichir cumplen, ya sea para dar un toque de excentricidad (Roth, sin dudas), como presencia intimidante (Madsen), o como simple enigma (Bichir). Pero quien es una verdadera fuerza de la naturaleza y se desenvuelve como nadie es Jennifer Jason Leigh en un rol inolvidable como la sentenciada Daisy Domergue, una mujer que se impone desde su primer segundo en pantalla, y quien en su contención a medias y en su silenciosa malicia va creciendo hasta delinear un personaje único en su especie. Es curiosa la forma en que, en este cuadro de parias realmente odiosos, la empatía del espectador va migrando continuamente hacia uno u otro, sin nunca poder detenerse en ninguno en particular. Esta economía de elementos profundamente cuestionables, dispersos en todos y cada uno de los personajes centrales, y la precisión en los matices que de algún modo los vuelven igualmente cercanos supone una apuesta sobresaliente. LICUADORA DE GÉNEROS. Los ocho más odiados es, a primera vista, un western. La acción se ubica a pocos años de terminada la Guerra de Secesión y presenta a un puñado de hombres armados, con sus típicos sombreros tejanos, caballos y carretas. Pero si los parajes desérticos que son la constante del género se convierten en bosques helados, si se propicia una tormenta de nieve y se coloca a todos los personajes a cubierto en un espacio reducido, ese western pasa a tener muchos elementos en común con The Thing, la obra maestra de John Carpenter. Y si a esto se le agrega un montón de parias, forajidos, delincuentes de diversa calaña (algunos de ellos devenidos representantes de la ley), se aterriza entonces la película en el mundo antiheroico propio del film noir, –que ya había tenido sus ecos en los polvorientos spaghetti westerns y en los pistoleros lúmpenes de los años setenta, bajo la dirección de Sergio Leone, Sam Peckinpah y Sergio Corbucci, entre otros. Hasta aquí todo era ciertamente previsible, considerando los precedentes de Tarantino y sus gustos particulares. Pero los géneros siguen agolpándose y superponiéndose, dándole a esta obra una singularidad única: una trama de mentiras, sospechas, acusaciones entrecruzadas y enigmas a resolver provee las reglas del whodunit, subgénero prácticamente olvidado que supo dar infinidad de obras a partir de los años treinta para acabar muriendo casi definitivamente en los setenta. La investigación policial que presenta un crimen y un grupo de sospechosos fue revisitada hasta el hartazgo y es de allí que viene la frase común de que “el asesino es el mayordomo”. Increíblemente uno de los referentes ineludibles para esta película es Agatha Christie, y los ecos de Eran diez indiecitos, Asesinato en el Expreso Oriente y Tres ratones ciegos son palpables. Pero Tarantino no echa mano precisamente a los lugares comunes del subgénero, sino a sus principales trampas. Esto remite necesariamente a Alfred Hitchcock, quien supo filmar whodunits en los inicios de su carrera y que deja sus huellas aquí en ciertos tiempos muertos y en la información que, por momentos, el espectador tiene y los involucrados no (una cafetera al fondo del cuadro se convierte durante un breve lapso en un magistral elemento de tensión). La muerte repentina de personajes fundamentales en los que depositábamos alternativamente cierta empatía, provocándonos un desconcierto mayor y un vacío importante podrían recordar a Psicosis... bajo los efectos de un cóctel de barbitúricos y elevada a su enésima potencia. Por supuesto que en esta licuadora se ha volcado también mucho gore: la sangre, inesperada, embarrará prontamente la contención inicial del cuadro. Es una sangre poética, desmesurada como suele serlo, en la que resuenan los ecos de despropósitos del giallo italiano y del slasher. Es por eso que se pasa en pocos minutos de bellos planos abiertos tipo La Diligencia a los peores asfixiantes exabruptos de Suspiria y Alta tensión, sin perder nunca las formas ni la coherencia estilística. Pero la influencia decisiva, y seguramente lo que le dé un verdadero vuelo a la obra está algo más solapado: uno de los filmes favoritos de todos los tiempos de Tarantino es Rio Bravo, de Howard Hawks. Allí un grupo de personajes se recluían en un pequeño espacio y se contaban anécdotas, tocaban la guitarra, enfrentaban una amenaza con una naturalidad y un aire de familia que convertían la película en una experiencia única. Es en detalles de este tipo que Los ocho más odiados crece hasta convertirse en la categoría de obra maestra, y en donde más se sienten los ecos de los westerns de Hawks, George Stevens y Michael Mann: así como John Ruth (Kurt Russell) y Daisy Domergue (Jennifer Jason Leigh) se odian a muerte, Ruth también cuida en un principio que ella no quede manchada con estofado, o juntos colaboran con ciertas tareas (como clavar tablones en una puerta floja, por ejemplo), estos elementos contribuyen a construir un aspecto invisible pero insoslayable: la inigualable química existente entre ambos personajes. Y así como existen rencores enquistados, racismo, individualismo, desconsideración y una imperiosa necesidad de perforar a balazos al prójimo, también hay sutiles momentos de humanidad que nos permite acercarnos a los personajes y creer realmente en ellos: están en las infantiles carcajadas de Chris Mannix, en la ingenuidad y en la visible emoción de John Ruth al leer una carta, en el abrazo fraterno que se dan Bob (Bichir), Oswaldo Mobray (Roth) y Joe Gage (Madsen) durante los preparativos de un momento crucial, en la cautela y los intentos de conciliación de Mobray para evitar tempranos baños de sangre o en la parsimonia reflexiva de Warren, en definitiva el Hércules Poirot del grupo. MISOGINIA. Por supuesto no han faltado ni faltarán los que desestimen la película por ser deliberada e impiadosamente violenta (lo es), y muy especialmente los que la acusen de ser una obra directamente misógina –el personaje de Jennifer Jason Leigh es baleado, vapuleado, insultado, bañado en sangre y algunas cosas más a lo largo del metraje–. Algunos críticos, como A O Scott en The New York Times hicieron hincapié en este supuesto “odio” a la mujer, reflejado en la violencia explícita hacia ella. Es comprensible el impacto que varias de estas escenas tienen sobre la audiencia, y especialmente una de las escenas finales, un despliegue de sadismo indisimulado por parte de dos de los personajes hombres. Pero esta mirada superficial por la cual se toma a la parte por el todo, que se queda en aquello que se ve y no en lo que hay por detrás, debería ser desestimada: prácticamente es lo mismo que pensar que Gustave Flaubert era misógino por haberle hecho pasar tan mal a Madame Bovary. El personaje de Domergue es, en definitiva, el personaje mejor trabajado a lo largo de la película, esconde muchos secretos que sabemos actuarán como una bomba de tiempo y, como decíamos, se trata de una de las actuaciones más soberbias del cuadro (comparable solamente con las de Goggins y Jackson). La crítica de cine estadounidense Stephanie Zacharek reflexionaba en la revista Time sobre la indomable insubordinación del personaje: “Cuanto más es golpeada, más sonríe a carcajadas, como si el abuso incrementara la fuerza de su alma en pena. La idea puede parecer misógina, pero es de hecho su opuesto triunfante”. Hay en ese último despliegue de sadismo un subtexto realista y por ello terriblemente aterrador: respectivamente, el sureño más racista del cuadro (Mannix) y su natural antagonista (Warren) disuelven sus desavenencias y se alían para ajusticiar a la única mujer del cuadro: la misoginia es más fuerte que el racismo, y se encuentra profundamente enquistado más allá de fronteras y de épocas. Ambos personajes, Sheriff y Mayor, respectivamente, justo los representantes de la ley en este contexto de energúmenos, acaban contradiciendo en los hechos la idea enarbolada anteriormente por el personaje de Mobray acerca de la pena capital, quien la señalaba como una ejecución limpia, exenta de sadismo. Los dos hombres recostados en una cama, en jadeos post orgásmicos luego del ahorcamiento de la dama trascienden simbólicamente a mucho más que lo que algunos quisieran ver. La lectura subsiguiente de la carta de Lincoln nos remite a un paraíso idealizado, a una tolerancia heroica y a palabras grandilocuentes que suenan muy bien, pero que no dejan de ser una farsa irrisoria, de la cual el crudo cuadro presentado por Tarantino es su perfecto reverso. El irreverente revisionismo histórico del director dispara a quemarropa contra las bases mismas del Sueño Americano.
La posada maldita Los ocho más odiados -2015- es el western con el que Quentin Tarantino revisita el género, se autoparodia, conserva su talento intacto y su posición intransigente en pleno auge del digital para reivindicar la pureza del celuloide en todo su esplendor. La octava película de Tarantino confirma que es el único director que puede filmar como Tarantino. La frase parece una obviedad, pero el sentido no lo es tanto, dada la cantidad mediocres que buscan emular alguna de sus técnicas en cuanto a lo cinematográfico y logran a veces resultados risueños, por no decir lamentables en la mayoría de los casos. En ese sentido, lo primero que debe decirse de Los ocho más odiados es que estamos frente a un western hecho y derecho. El segundo punto es que el director de Perros de la calle -1992- lo rodea de su impronta tanto en el área narrativa, con un guión sólido en la construcción de diálogos y personajes, como en sus tics y marcas personales que apelan, entre otras cosas, a la representación gráfica de la violencia y al exceso en el tono. Si bien la trama adopta la estructura de capítulos (seis), se produce un quiebre en el momento que todo parecía indicar un avance lineal, y ese quiebre es el indicio del cambio de eje de Los ocho más odiados. Un elemento característico del western no es otro que el traslado de un punto a otro, ya sea de una manada de animales o de un prisionero con la idea de camino como pretexto para el desarrollo dramático de cada uno de los personajes involucrados. La diligencia que transporta a la asesina Daisy Domergue -Jennifer Jason Leigh-, atrapada por el caza recompensas John “The Hangman” Ruth -Kurt Russel- se detiene en un camino nevado por la presencia de un extraño –otro- caza recompensas, el Mayor Marquis Warren –Samuel L. Jackson-, quien pide un acto solidario frente a su situación tras las inclemencias del clima para que lo conduzcan hacia un lugar seguro. Fiel a su destreza en la preparación de diálogos, el director de Kill Bill -2003- se las ingenia para construir una relación durante el corto trayecto de la diligencia en la que quedan estipuladas las aristas que marcarán el rumbo del relato, es decir, la desconfianza por parte de John Ruth por partida doble, dado que conduce a una mujer asesina y la poco transparente versión de las historias a cargo del Mayor Warren, salvo la prueba de una carta que daría crédito de su vínculo con nada menos que Abraham Lincoln, una década más tarde de la guerra civil entre sureños y norteños estadounidenses. Sin entrar en detalles, para no traicionar a Tarantino y sus buenas y malas intenciones en este primer acto, solamente queda por adelantar que en los detalles de la puesta en escena y el derrotero de este viaje se encuentra la clave para entender la película y el origen de la subtrama invisible que se desarrolla meticulosamente a partir del trío ya mencionado. El elemento clave no es otro que Daisy, aunque pase desapercibido a los ojos de espectador, pues ella sabe lo que nosotros como público recién llegado al convite iremos descubriendo, estrategia de cualquier novela de misterio y marca registrada de QT, si las hay. Luego, se suma a este western la obligada detención de la diligencia en una posada a causa de la amenaza de una enorme tormenta, hecho que hace a los personajes doblemente vulnerables, tanto a los ardides propios como a la incertidumbre en cuanto al tiempo que perdurarán varados y a merced del encuentro de otros actores, quienes se insertan en la trama recluidos en la posada. Tarantino se apoya en dos pilares fundamentales: la riqueza de los diálogos y la capacidad de sus actores para componer personajes lo suficientemente tridimensionales y así seducir al público y apartarlo de su lugar de testigo con la consabida complicidad engañosa. Plantea nada más ni nada menos que una historia de venganza. Segundo elemento del western con el agregado característico del honor por encima de todo. Hay un sheriff –Walton Goggins-, un verdugo –Tim Roth- y una víctima, entonces el trío cambia de faz, como si se tratara de un cubo de Rubik. La gracia de este juego ahora se deposita en el color que se elija, a sabiendas de que cada movimiento de una pieza arrastra a las otras; desestructura la dinámica y eso es lo que en definitiva Tarantino explota a niveles paroxísticos frente a la verborragia, la cinefilia y su mente calculadora al servicio de la acción, que encuentra los clímax en el camino sin que se noten las suturas del guión. Hay naturalidad en la historia porque las condiciones para que ello se produzca estuvieron planteadas desde el primer minuto. Esa naturalidad contrasta con el artificio constante, como la presencia de una carta del propio Lincoln que no es un elemento decorativo, ni siquiera un capricho del director, sino la pista para seguir el trazo de la telaraña que envuelve una inocente tertulia azarosa que se vuelve un baño de sangre. Los ocho más odiados no es una obra maestra de QT, tampoco resulta tediosa a pesar de la excesiva duración y es inobjetable en términos cinematográficos. Cuenta con una fotografía excelsa y una banda sonora de “g”Enio Morricone, quien por fin se dignó a colaborar y con una película así no podría ser de otra manera.
Esta será una review sincera y frontal. Lo primero que voy a decir es que no soy muy fanático de los últimos dos trabajos de Tarantino. Tanto Bastardos Sin Gloria como Django Desencadenado tienen su cuota de grandes momentos, pero las vi dispares: no me causaron esa euforia que me había producido Pulp Fiction o Kill Bill, ese desborde de originalidad, humor y violencia - constante a lo largo de toda la trama - que Tarantino ha sabido cosechar con su propia marca. Por el contrario, me sonaron a que el maestro había desempolvado bocetos viejos escritos durante su juventud - con dos o tres escenas geniales - y después lo había estirado con un script no tan inspirado. Desde ya, cinco minutos de un Tarantino aburrido tiene mayor creatividad que 10 películas juntas de cualquier cineasta comercial de hoy en día, pero no le vi un nivel parejo de ideas y sorpresas; y desde ya, los finales de ambas peliculas me dejaron un sabor raro en la boca. Lo mismo no puedo decir de Los 8 Mas Odiados, la cual me parece un regreso de Tarantino a su mejor nivel, con la ventaja de mostrar a un cineasta mas maduro - menos propenso al reciclado juvenil y pulp, y mas dedicado a construir personajes y climas hasta detonarlos en la mayor de las glorias - y seguro en sus decisiones creativas. No es un western tradicional sino una de misterio a lo Agatha Christie, sólo que acá las cosas se resuelven con baño de sangre en vez de una melancólica confesión - obtenida diplomáticamente a la hora del te y espetada frente al inspector de policía -. En muchos sentidos lo que hace Tarantino - y que ha ido perfeccionando hasta la maestría durante todos estos años - es generar una suerte de orgasmo cinematográfico: el tipo crea el clima, genera la tensión, empieza a dar vueltas y vueltas hasta que las cosas se vuelven insoportables... y allí desata toda la tensión en un baño consagratorio de sangre. Quizás sea una metáfora grosera, pero creo que es ilustrativa: ese sentimiento orgásmico lo sentí en Bastardos Sin Gloria, fundamentalmente en la escena inicial en donde Hans Landa se sienta con el granjero francés a hablar de bueyes perdidos y pronto la conversación se empieza a ponerse cada vez mas espesa y peligrosa. Si esa escena le pareció larga y explosiva, Tarantino ha reciclado aquí sus mecanismos y los ha estirado hasta el punto de la primera hora y media, que es cuando las tapaderas se deshacen, se dispara la primera bala y empieza el baño de sangre. Hasta ese momento teníamos diálogos y personajes escritos con alto vuelo, y una sucesión de anécdotas que iban de lo chispeante a lo bizarro - como el relato central de Samuel Jackson -. Y cuando toda esta gente se pone tensa, basta el mínimo roce como para que todo vuele por los aires, cosa que termina por hacer en última e inevitable instancia. Es realmente un filme extraño. Tarantino se toma la licencia de filmar en Ultra Panavisión 70, lo que le da una pantalla anchisima y épica - es lo que se usaba para rodar mega clásicos como Ben-Hur o La Gran Ofensiva, películas espectaculares que saturaban la pantalla con fastuosos escenarios y masivos despliegues de extras y decorados -, y la usa para filmar por unos minutos el gran paisaje helado de Wyoming... pero después aplica esa pantalla super widescreen (de 2.76: 1) a un escenario cerrado, lo cual resulta tan impactante como claustrofóbico. El parador donde se encuentran los protagonistas no es mas que una inmensa habitación carente de paredes internas, de manera que estos tipos - se toleren o no - deben verse todo el tiempo las caras mientras charlan (que es lo único que les permite hacer el encierro provocado por la ventisca). Así es como vemos a Bruce Dern en una punta y, 15 metros mas allá (en el cuarto y en la pantalla) a Kurt Russell sacudiendo de lo lindo a Jennifer Jason Leigh para que se calle y le deje cenar tranquilo. Desde ya el clima va in crescendo - matizado por un score original de Ennio Morricone, el cual se parece mas a un soundtrack de un giallo que a alguna de esas legendarias bandas sonoras que escribiera para Sergio Leone -, especialmente porque todos tiene un pasado importante y espeso: no hay ningún nene de mamá sino tipos mas violentos que el diablo y de los cuales el mas memorable resulta ser una mujer. No creo que exista en la historia del cine una mujer mas violentada, bastardeada y ensuciada que Jennifer Jason Leigh (lo mas parecido que recuerdo sería la saranda por la que pasó Linda Blair como la chica poseída de El Exorcista). A la Leigh le rompen la nariz, le voltean un montón de dientes, le dejan un ojo negro, y la salpican con todo tipo de fluidos corporales; pero, cuando la chica tiene la ocasión, saca a relucir toda la maldad que lleva adentro. Honestamente, si no la nominan a un Oscar por esto, debería pegar en el palo. oferta software de facturacion electronica Dificil decir mas cosas sin arruinar el efecto de la trama. El resto del elenco va de lo muy bueno a lo sobresaliente y, desde ya, el otro que descolla es Samuel L. Jackson. Tiene las mejores lineas y las mejores anécdotas y, junto con Kurt Russell, se roban la pelicula con perfomances sacadas y duras hasta la médula. Pero si la tensión es importante y el suspenso lo deja a uno al borde de la silla, las cosas explotan orgásmicamente cuando empiezan los balazos. Los baños de sangre son los típicos de tarantino: gloriosos, sorpresivos y tremendamente cómicos. No importa lo grosero o morboso que sea, el público los festeja de pie porque ése es el efecto que el director ha buscado provocar después de tanta espera y tensión. Los 8 Mas Odiados es por lejos lo mejor y lo más sólido de Tarantino de estas últimas épocas. Sigue siendo un artesano original e impredecible pero aquí ha logrado obtener una de sus obras mas parejas e inspiradas. Sólo él puede elevar la violencia al nivel de hecho artístico y aquí lo ha hecho de nuevo, sólo que con mayor vuelo creativo y menos dosis de reciclaje. - See more at: http://www.sssm.com.ar/arlequin/8-odiados.html#sthash.6Je9ipM7.dpuf
Los ocho del patíbulo Siempre es un placer ver la nueva película de Quentin Tarantino. Sus guiones son originales y tienen fama por su audacia, desafiando las convenciones del género dentro del género mismo. Sus últimos dos films – épicas ambientadas en versiones alternativas de la Segunda Guerra Mundial y el “Viejo Sur” norteamericano – han acrecentado su reputación de revisionista pop impredecible. Como Alfred Hitchcock, ha alcanzado el codiciado punto caramelo entre la reverencia de la crítica y el morbo del público. Le da a la gente lo que quiere, pero no lo que espera. Los 8 más odiados (The Hateful Eight, 2015) bien podría ser una película de Hitchcock, sopesando antes la inflación de la profanidad a lo largo de los años. La premisa no es muy distinta a la de 8 a la deriva (Lifeboat, 1944), una historia de tensión racial y clasicista restringida a una única locación. Tarantino atrapa a ocho extraños en una posada sitiada por una tormenta de nieve (algunos años luego de la Guerra Civil entre yanquis y confederados) con la siguiente consigna: “Uno de ellos no es quien dice ser”. La profecía viene de la boca de John “El Verdugo” Ruth (Kurt Russell). Ruth está transportando a una valiosa prisionera, Daisy Domergue (Jennifer Jason Leigh), camino a la horca. Cuando queda atrapado en una recóndita posada junto un pintoresco elenco compuesto por El Caza Recompensas (Samuel L. Jackson), El Sheriff (Walton Goggins), El Pequeño (Tim Roth), El Vaquero (Michael Madsen), El Mexicano (Demián Bichir) y El Confederado (Bruce Dern), Ruth sospecha que uno de ellos “no es quien dice ser” y conspira para liberar a su prisionera y matar a los demás. De todos los personajes, los mejores son la virulenta dupla Russell-Leigh, literalmente encadenados y unidos en un matrimonio simbólico en el que se comunican a escupitajos y puñetazos. Samuel L. Jackson sigue en importancia, contribuyendo con su inimitable presencia y ligando las mejores líneas. De los demás se destaca Walton Goggins, interpretando al personaje que más hace y cambia a lo largo de la trama. Tim Roth hace de un tipejo avispado cuyos exagerados manerismos recuerdan a los de Christoph Waltz en las películas anteriores de Tarantino. El resto de la troupe representa un excelente casting, pero no le tocan partes tan jugosas para interpretar. Ennio Morricone acompaña la ominosa trama con una insidiosa banda sonora, la cual incluye sobras de su trabajo en El enigma de otro mundo (The Thing, 1982). Si alguna vez una película iba a ameritar desenterrar esas míticas partituras, es exactamente esta. Los 8 más odiados precia por sobre todo la atmósfera, y es un enorme crédito al cinematógrafo Robert Richardson y el equipo de producción que puedan conjurar un Western con una atmósfera e identidad de tanta pregnancia en apenas un par de locaciones. Como es típico de Quentin Tarantino, todos sus personajes son caracterizados con una inmensa riqueza. Les da una voz propia que suena coloquial y a la vez poética. El diálogo es su punto fuerte, tanto como escritor como director de actores. No basta con que un personaje le ordene a otro que se acerque “cual melaza” en vez de “lentamente”. Los actores en una película de Tarantino no hablan, sentencian: desde el prejuicio, desde la certitud moral, con vocabulario e imágenes rebuscadas, y siempre con un desapego tan lúdico que es una delicia oírlos. Dicen cosas chistosas, pero no lo dicen en chiste. Esta es la película más parlanchina de Tarantino, y no por casualidad la más teatral. Fácil imaginar Los 8 más odiados ocurriendo arriba de un escenario (equipado, necesariamente, con varios decalitros de sangre). La trama se va desenvolviendo en una serie de interrogaciones y escamoteos, de alianzas frágiles que se forman con la circunstancia y desaparecen ni bien conviene. La violencia es esporádica, pero cuando llega, es absurdamente gráfica. El menester de Tarantino siempre ha sido ver cuánto puedo prolongar una escena antes de su inevitable (y usualmente violenta) conclusión. La cena de negocios en Django sin cadenas (Django Unchained, 2012). La cantina francesa en Bastardos sin Gloria (Inglorious Basterds, 2009). La primera mitad de A prueba de muerte (Death Proof, 2007). Los 8 más odiados es básicamente una enorme escena dilatada ad nauseam en la que los personajes van agotando el diálogo y las buenas intenciones mientras el suspenso crece intolerablemente. Parecería que Tarantino no tenía una gran historia para contar entre sus manos, pero quería flexionar el estilo y experimentar con un tipo de estructura narrativa caprichosa, llena de tangentes y paréntesis extraños. La película tarda una pequeña eternidad en comenzar, y otro tanto en concluir. El tercer acto rompe ciertas promesas que se hacen en el primero, para el deleite de algunos y la decepción de otros. Con todo dura casi 3 horas. Perros de la calle (Reservoir Dogs, 1992) cuenta la misma historia de desconfianza y traición entre maleantes, en la misma clave de pesimismo nihilista, y dura aproximadamente la mitad de tiempo. Tarantino es un autor de calibre. No va a producir una mala película. A lo sumo ocurre como con otros enfants terribles, como Woody Allen o Martin Scorsese, cuya obra es comparada exclusivamente a sí misma y por lo tanto se la clasifica como menor o mayor. Puede que el destino de Los 8 más odiados sea ser recordada como una de las películas menores del realizador, por su falta de ambición y la inconsecuencia de la trama. O como su película más golosa e indulgente, un brillante ejercicio de estilo y dirección. O que se convierta en una película de culto, como El enigma de otro mundo, su principal fuente de inspiración. Ya le gustaría.
Justicia desapasionada. Y Quentin Tarantino vuelve a entregar un opus interminable que vampiriza desde la sandez y la autoindulgencia a obras infinitamente superiores, lo que en términos prácticos significa que estamos ante el cuarto fracaso consecutivo del norteamericano, un director que en la década de los 90 fue sinónimo de innovación y recambio a fuerza de una vehemencia cinéfila imparable, alimentada por su lectura cáustica del film noir. Aclaremos sin rodeos que lo último interesante que hizo fue Kill Bill (Vol. 1, 2003 y Vol. 2, 2004) y que desde entonces se la ha pasado tratando de adaptar infructuosamente el esquema de sus policiales primigenios al western revisionista y al spaghetti, subgéneros con necesidades específicas que el señor parece desconocer o -por lo menos- no saber plasmar en sus trabajos. Como si se tratase del primo necio de Joel y Ethan Coen, Tarantino regresa a su atolladero reciente. Así las cosas, en vez del laconismo y la dialéctica visual de las películas de sus amados Sam Peckinpah y Sergio Leone, en Los 8 más Odiados (The Hateful Eight, 2015) debemos soportar un cúmulo de diálogos redundantes que en esta ocasión llegan al límite del “teatro filmado” y confirman que el realizador se cree una especie de William Shakespeare de la clase B cool y mainstream. Hoy le toca -de nuevo- al maravilloso Sergio Corbucci ser la víctima del pillaje de turno, concretamente hablamos de El Gran Silencio (Il Grande Silenzio, 1968), aquella obra maestra con Jean-Louis Trintignant y Klaus Kinski: Tarantino roba casi todos los elementos centrales, desde el contexto nevado y el catalizador vinculado a una diligencia que reúne a los protagonistas, hasta la crueldad del contenido y la presencia de Ennio Morricone como compositor (toda una rareza para Quentin, el adalid del DJ mix). Por supuesto que este detalle nos conduce a otra de las grandes contradicciones detrás de Los 8 más Odiados, un convite que prometía espectacularidad en función de dos ítems distintivos, a saber: el formato de 70 milímetros y la vuelta del mítico Morricone al campo de los westerns. Salvo por la secuencia inicial y algunos inserts en cámara lenta, el cineasta desperdicia olímpicamente ambos recursos y transforma a la propuesta en su conjunto en una versión más “humilde” de la ya bastante lastimosa Django sin Cadenas (Django Unchained, 2012), aquí substituyendo al racismo por la misoginia y manteniendo igual de elevado el popurrí de expresiones verbales de naturaleza hiriente. Más allá de un puñado de momentos graciosos y unos primeros minutos atrapantes, dentro de un metraje que roza las tres horas, el relato cae en el mismo desarrollo de siempre, tan reiterativo como exagerado. Con semejante título y las múltiples referencias a El Gran Silencio, sólo resta explicitar que la acción transcurre durante los días posteriores a la Guerra Civil y que los ocho personajes se dan cita en un refugio improvisado por culpa de una fortísima tormenta de nieve, lo que genera un cuento de entorno cerrado y acusaciones cruzadas símil Perros de la Calle (Reservoir Dogs, 1992), opus que a su vez repetía la estructura de Eran Diez Indiecitos de Agatha Christie. La excusa en este caso es un supuesto intento de liberar a Daisy Domergue (Jennifer Jason Leigh), la prisionera de John Ruth (Kurt Russell), un cazarrecompensas obsesionado con llevar a la susodicha ante las autoridades del pueblo de Red Rock para cobrar el dinero correspondiente. Dejando de lado -salvo por una excepción- la lógica marchita del flashback y el flashforward, la historia está confinada a puros automatismos. El regreso de un buen número de caras conocidas en el elenco no compensa la reaparición de casi todos los rasgos negativos de Bastardos sin Gloria (Inglourious Basterds, 2009) y la desastrosa A Prueba de Muerte (Death Proof, 2007), entre los que se “destacan” la prolongación innecesaria de varias secuencias, el carácter indistinto e intercambiable de cada uno de los protagonistas, una dirección que favorece la sobreactuación, la pobreza retórica/ conceptual y una “incorrección política” que ya no es tal porque peca de facilista e ingenua, depositando el peso del relato en latiguillos de manual. Cuesta aceptarlo pero no queda nada del Tarantino revulsivo de Perros de la Calle, Tiempos Violentos (Pulp Fiction, 1994) y Triple Traición (Jackie Brown, 1997), ese que celebraba la justicia austera aunque apasionada de Samuel Fuller, Don Siegel, Robert Aldrich o el legendario Clint Eastwood…
¿Quién es quién? Los 8 más odiados (The Hateful Eight), el octavo film de Quentin Tarantino –tal como se presenta en los créditos de apertura- se ubica dentro del género western, pero además incluye, sobre todo hacia la segunda mitad de la película, muchísimos elementos del gore. La trama que el realizador nos presenta es bastante simple: John “El Verdugo” Ruth (Kurt Russell) debe llevar a la criminal Daisy Domergue (Jennifer Jason Leigh) hacia Red Rock, un pueblo cercano donde será ejecutada, ergo, el cobrará la recompensa por su cabeza. Sin embargo, el primer conflicto llega cuando una terrible tormenta de nieve azota al estado de Wyoming, por lo que la diligencia donde estos personajes se transportan, da transporte y refugio en primer lugar al comandante Marquis Warren (Samuel L. Jackson), un célebre cazarecompensas, y en segundo lugar a Chris Mannix (Walton Goggins), un antiguo rebelde que dice ser el nuevo sheriff del pueblo en cuestión. 3tfS0ZC85iTRSG7duKaJtKInSF_jwe4MVLtyjz1kz5s El segundo y gran conflicto surge con la segunda hora del film ya comenzada, y tiene lugar en la pequeña mercería/posada de Minnie, donde el cuarteto inicial queda “atrapado” a raíz de la nieve junto a otras cuatro personas. Así, el elenco se completa con: Bob (Demian Bichir), quien al parecer está a cargo del negocio mientras Minnie se encuentra de viaje; Oswaldo Mobray (Tim Roth), verdugo de Red Rock; el vaquero Joe Gage (Michael Madsen) y el General Confederado Sanford Smithers (Bruce Dern). Ante tantos personajes y situaciones inesperadas, John Ruth comienza a sospechar que uno de estos cuatro hombres –o tal vez dos, o tres, o todos- está mintiendo y no es quien dice ser, en pos de ocultar su verdadera intención: liberar a la prisionera Domergue. De esta forma, el desarrollo más dramático del film tiene lugar entre estas cuatro paredes –por lo que a Tarantino se le criticó el hecho de filmar en 70mm Panavision con pantalla 2.76, ya que al utilizar prácticamente esta única locación, a partir de la mitad del film, el recurso se luce poco y nada- mientras los personajes desconfían unos de otros, a medida que la tensión y el peligro de muerte crecen. A partir de estas situaciones, el film se torna más “teatral” ya que casi todos los personajes esbozan largos parlamentos, que se suceden entre interrogatorios, demostraciones de identidad y batallas sangrientas dignas del gore más extremo. The-Hateful-Eight-Quentin-Tarantino-70mm-700x465 Sin bien la trama de Los 8 más odiados es intensa, también se dilata excesivamente –tengamos en cuenta que el film dura 167 minutos en la versión digital, y 187 minutos en la versión en 70mm-, generando aburrimiento en más de una ocasión, y logrando que la tensión hacia el final decrezca en vez de aumentar. Más allá de estos puntos negativos, lo más destacable de Los 8 más odiados resulta la maravillosa fotografía –las panorámicas del comienzo son alucinantes-, la banda sonora a cargo del gran Enio Morricone, y la actuación de la dupla inicial Russell-Leigh, además del gran protagonista Samuel L. Jackson. El resto del elenco complementa bien, pero hay algunas elecciones actorales sumamente desaprovechadas – sí, hablo de vos Michael Madsen- que algunos no terminamos de entender. En mi opinión personal, este film no está a la altura de la calidad cinematográfica que Quentin Tarantino suele brindarnos, y desde el vamos pareciera tratarse de un reciclaje de tramas que toma muchos elementos de Inglourious Basterds (2009), y de la reciente Django Unchained (2012). Sin embargo, ésta resulta una producción fascinante de ver, sobre todo al analizar los momentos de gore que logran la risa y complicidad del espectador, algo que este realizador maneja con una virtuosidad envidiable.
Después de todos los traspiés que sufrió tras filtrarse el guión original en la web, finalmente llega el octavo film de Tarantino, un western ultraviolento y verborrágico que, a fuerza de convencionalismos y los elementos más emblemáticos del estilo de Quentin, pretende convertirse en uno de sus clásicos instantáneos. “Los 8 Más Odiados” (The Hateful Eight, 2015) es la octava película de Quentin Tarantino, como bien se nos recalca en los primeros segundos. Esta vez, el director y guionista echa mano de los esquemas más clásicos del género y nos entrega un western que, por supuesto, pasa por el tamiz de su estética y estilo más característicos. Pero también hay algo extraño. “Los 8 Más Odiados” son dos películas (tal vez tres) en una y, por momentos, cuesta conciliar las diferencias que aparecen a lo largo de la misma. Sí, estamos acostumbrados a los excesos de Quentin, siempre y cuando encajen a la perfección como, por ejemplo, en la locura desbordada de “Kill Bill”, pero acá decide cruzar una línea que resulta más incómoda que graciosa. Arranquemos por el principio y una secuencia de títulos interminable que, suponemos, se disfruta muchísimo más en los 70 mm para la que fue concebida, y no en los formatos digitales de nuestras salas. Entendemos el homenaje a los clásicos de Sergio Leone, o incluso el mismísimo John Ford, pero si la hacia más corta, no defraudaba tanto. Partamos de la base que “Los 8 Más Odiados” es una película de excesos. Exceso de tiempo (167 minutos de los que, tranquilamente, sobran unos 60) y exceso de personajes desperdiciados y exceso de tarantinismos. Claro que no sería una película de Quentin sin sus eternas marcas registradas, pero a veces hay que pensar más en el contenido que en la forma y tratar de no forzar algo que no encaja. Estamos en Wyoming, unos años seis u ocho años después de la Guerra Civil, donde todavía las cuestiones entre Norte y Sur no se calmaron del todo. Una diligencia atraviesa las nevadas llanuras de camino a Red Rock y, entre los pasajeros se encuentran el cazarrecompensas John Ruth (Kurt Russell) y su presa Daisy Domergue (Jennifer Jason Leigh), una peligrosísima asesina cuya captura vale unos diez mil dólares. El viaje está cargado de imprevistos. Pronto se suman el mayor Marquis Warren (Samuel L. Jackson) con sus propios negocios a cuestas y Chris Mannix (Walton Goggins), el flamante Sheriff del pueblo. Las sospechas y los recelos no se hacen esperar, pero los tres hombres deberán aprender a confiar entre ellos. Una tormenta los obliga a refugiarse en la Mercería de Minnie donde ya están guarecidos otros cuatro individuos: Bob (Demián Bichir), un mexicano a cargo de la posada, Oswaldo Mobray (Tim Roth), el verdugo, Joe Gage (Michael Madsen) y el general Sandy Smithers (Bruce Dern). La situación es incómoda por dónde se la mire. Ruth presiente que alguien intentará liberar a Domergue y no piensa bajar la guardia. Conforme pasan las horas la situación entre los individuos se pone cada vez más tensa y es probable que la mayoría de ellos no llegue a completar su travesía. Sí, todos sabemos lo que va a pasar al final, el asunto es descubrir el ¿por qué? y el ¿cómo? Es entre estas cuatro paredes donde se lleva a cabo la segunda parte de la acción (esa otra película), la más vertiginosa, sangrienta y, por qué no, desmedida. Acá es donde Tarantino cruza ese “límite” entre la ultraviolencia y el gore que, en seguida, nos recuerda a Sam Raimi y su “Diabólico” (The Evil Dead, 1981), por algún extraño motivo. “Los 8 Más Odiados”, también, tiene mucho de “Perros de la Calle” (Reservoir Dogs, 1992) y, en esa comparación, esta nueva obra flaquea. La situación no es tan diferente, y ya perdió la originalidad y la frescura de aquel impresionante debut tarantinesco. Pero a pesar de sus fallas, lo mejor de Tarantino sigue estando presente: sus personajes, sus afiladísimos diálogos, el humor negro y la acción desmedida. Por momentos, la película es casi teatral y está hecha para el lucimiento de dos o tres personajes en particular, como Samuel L. Jackson y Walton Goggins. Muchos secundarios se destacan, pero la mayoría resultan un tanto desperdiciados, inclusive Roth y su extraña personificación de Christoph Waltz. Hablar de misoginia en una película de QT parece fuera de lugar, pero como ya dijimos, acá se notan los excesos y muchas veces desentonan. Es el caso de Daisy Domergue que, si bien dista mucho de ser una dama, termina siendo objeto de cierta saña (y violencia) injustificada. Ver a dos mujeres sacarse los ojos en “Kill Bill” no molesta, escuchar a la audiencia reírse porque a una mujer le pegan hasta sacarle los dientes, es totalmente incómodo. En estos parámetros se mueve el último film de Tarantino. Para algunos será una obra maestra y para otros una película poco lograda. Lo mejor siguen siendo sus parlamentos y la cuidada puesta en escena junto a la narrativa visual, pero en mi opinión está muy lejos de sus mejores películas. “Los 8 Más Odiados” tarda muchísimo en arrancar, y cuando lo hace termina estampada contra el propio ego de su realizador que, acá, desborda demasiado la pantalla. Dirección: Quentin Tarantino Guión: Quentin Tarantino Elenco: Samuel L. Jackson, Kurt Russell, Jennifer Jason Leigh, Walton Goggins, Demián Bichir, Tim Roth, Michael Madsen, Bruce Dern, James Parks, Channing Tatum.
Quentin Tarantino vuelve a la pantalla grande con su octavo film: Los 8 más odiados (The hateful eight). Con un elenco estelar lleno de caras conocidas como la de Samuel L. Jackson y la de Kurt Russell, el director revive, por segunda vez, al género del western. Wyoming luego de la Guerra Civil. Una tormenta de nieve se avecina. El cazarrecompensas John Ruth (Kurt Russell) se dirige a un refugio en compañía de su nueva captura, la asesina Daisy Domergue (Jennifer Jason Leight). En el camino, y por casualidad, recogen al Mayor Marquis Warren (Samuel L. Jackson) y a Chris Mannix (Walton Goggins), el supuesto nuevo sheriff de Red Rock, pueblo en el que Ruth debe entregar a Domergue. Al llegar al albergue, la Mercería de Minnie, los cuatro pasajeros conocen al resto de los ocupantes: Bob (Demián Bichir), el encargado de la posada en ausencia de la dueña; el veterano general Sandy Smithers (Bruce Dern), quien en su momento estuvo al mando de masacrar a soldados negros de la Unión; Oswaldo Mobray (Tim Roth), el verdugo de Red Rock; y el misterioso Joe Gage (Michael Madsen). Pero alguien no es quien dice ser y esto podría traer encuentros desafortunados entre los ocupantes de la Mercería. Jackson y Leigh resaltan por sobre el resto del elenco, si bien todos los protagonistas están más que correctos. Dos personajes fuertes respaldados por actuaciones de igual potencia. El punto en común que tienen es el de ser representantes en pantalla de dos temas polémicos para el western clásico: el racismo y la misoginia (y no es que en el pasado a Tarantino esto no le haya traído problemas: Spike Lee alzó la voz en 2012, tras el estreno de Django sin cadenas, para decir que se trataba de “una película irrespetuosa”). Jackson, habitué colaborador del director, tiene un papel hecho a medida, un papel que en gran parte de las películas del género sería ninguneado. Leigh, en una interpretación que le valió la nominación a un Globo de Oro por mejor actriz de reparto, encarna a Domergue como una mujer fuerte y de carácter que no se deja pisar (Tarantino tiene tradición de crear personajes femeninos y empoderados, como Jackie Brown o la Novia de Kill Bill). Personalidades interesantes que se ven atrapadas en una historia de venganza, enredos, y (mucha) sangre. Con un guion audaz, escrito por Tarantino, una vez más, un puñado de individuos amorales, con los que es difícil identificarse, es traído a cuento para darle al espectador la (¿falsa?) sensación de que todo es posible, una sensación anárquica. Todo al mejor estilo punk-tarantinesco. Y es que Los 8 más odiados es principalmente eso: una película de Quentin Tarantino. Si Perros de la calle (1992), Bastardos sin gloria (2009) y Django sin cadenas (2013) entraran en una licuadora, el resultado sería este nuevo film: Tarantino se da todos los gustos y entrega una producción que tiene bastante de narcisista. Pero entre muchos auto-homenajes, el director también deja ver las influencias que lo llevaron a la creación de su último producto. Una de las más claras es Asalto al precinto 13 (1976), de John Carpenter (eterno referente del cine Clase B): gran parte de los hechos toman lugar en un solo espacio, un lugar casi claustrofóbico, dígasele prisión en un caso, dígasele Mercería de Minnie en otro. Por otro lado, Los 8 más odiados, en lo que refiere a las relaciones entre personajes, tiene bastante de La diligencia (1939), película del maestro del western, John Ford. Pero la tensión que se genera en Los 8 más odiados, a través de las tres (innecesarias) horas de duración, es producto también del trabajo de Ennio Morricone. Reconocido compositor italiano, fue el responsable de darle música a gran cantidad de spaghetti westerns: varios de Sergio Leone, y ahora también a uno de Tarantino. Una banda sonora preciosa y acertada, que le valió por fin un Globo de Oro. Y también, un cameo de una canción de Roy Orbison de The fastest guitar alive, aquel western medio olvidado pero con un soundtrack que vale la pena. Tarantino tomó la decisión de filmar en 70mm, ese formato viejo y ancho que se opone a la era digital (en Argentina no existen más proyectores en fílmico para reproducir esta versión). Dicha resolución, que puede parecer caprichosa, solo tiene valor para el primer capítulo de los seis que conforman a la película, ya que se pueden apreciar imágenes bellísimas de Wyoming nevada. Y por ahí pasó la mano de otro rostro familiar: Robert Richardson, director de fotografía no solo de Los 8 más odiados, sino también de Kill Bill, Bastardos sin gloria y Django sin cadenas. Los 8 más odiados es una buena película, sin duda alguna. Como se dijo, tiene varios aspectos positivos, pero que en varios momentos se ven contrarrestados por el narcisismo del director, la ambición de verse en el espejo de sus propias obras. Pero si se va un poco más allá, a Tarantino hay que reconocerle que sabe y entiende de cine como pocos directores contemporáneos, y en un mundo en donde todo es efectos, superhéroes y explosiones, un poco de tiros al viejo estilo vienen de maravilla.
Sangre en la nieve. Cada nuevo film de Quentin Tarantino se vuelve un acontecimiento revulsivo dentro de la industria cinematográfica, cada una de sus películas conlleva el peso de un realizador que sabe tomar elementos de distintos géneros cinematográficos, de la música y de la cultura pop -entre muchas otras fuentes- para reformularlos a través de su impronta particular y resignificarlos. Resignificar, homenajear, tomar prestado… todas palabras de interpretación polémica dentro del universo tarantinesco. Por supuesto que su última realización, Los 8 más Odiados (The Hateful Eight, 2015), no puede evitar tornarse un elemento más en esta cuestión. La historia nos sitúa en aquellos momentos inmediatamente posteriores a la Guerra Civil de los Estados Unidos. Ocho sujetos son reunidos por lo que se sospecha son cuestiones del azar en una cabaña de paso, donde deben resistir el crudo invierno de Wyoming, que los obliga a hacer un parate en el camino a sus diferentes destinos. John Ruth (Kurt Russell) es un cazarrecompensas en camino a Red Rock con su prisionera, la criminal Daisy Domergue (Jennifer Jason Leigh). El Mayor Marquis Warren (Samuel L. Jackson) también es un cazarrecompensas que cruza su camino con Ruth, y al arribar a la cabaña en cuestión se encuentran con un colorido conjunto de personajes: el nuevo Sheriff Chris Mannix (Walton Goggins), el verdugo Oswaldo Mobray (Tim Roth), el General retirado Sandy Smithers (Bruce Dern), el vaquero Joe Gage (Michael Madsen) y el mexicano callado Bob (Demián Bichir). Tal como nos anticipan los avances, una de estas 8 personas no es quien dice ser y la paranoia comienza a surgir respecto de los diversos intereses latentes sobre la prisionera femenina. Tarantino decide concentrar toda la acción en una sola locación. El interior de esa cabaña bien podría funcionar como una puesta teatral, con personajes exponiendo al mismo tiempo que comparten el espacio físico con el resto y varias acciones sucediendo al mismo tiempo. Uno de sus fuertes como realizador es el trabajo minucioso en los diálogos, y así como en sus dos films anteriores –Bastardos sin Gloria y Django sin Cadenas– se percibía cierta tendencia a hacer “monologar” a los personajes en una postura un tanto ególatra y vacía de justificación; en este caso el diálogo y la forma de exposición son los modos de razonamiento dentro del relato, la forma en que cada personaje intenta dar sentido a aquello que sucede. El propio director declaró que sus influencias más fuertes han sido La Cosa (The Thing, 1982) y Perros de la Calle (Reservoir Dogs, 1992) al momento de componer Los 8 más Odiados. En La Cosa teníamos la misma problemática de contar con un “extraño” en el grupo, y la única forma de corroborar quién era el traidor era testeando la sangre. En este la caso la sangre no se testea, la sangre se derrama. Si bien la primera mitad es un tanto lenta, el relato toma ritmo conforme avanza y se guarda para su último acto hectolitros de sangre con el “sello de garantía” de Quentin. En cuanto a influencias algo más indirectas, vale la mención a El Gran Silencio (Il Grande Silenzio, 1968), ese western “frío” de Sergio Corbucci, del cual parece tomarse inspiraciones mayoritariamente a nivel estético. Ennio Morricone vuelve a componer el score de un western después de 40 años y vuelve a trabajar con Tarantino tras su experiencia en Django sin Cadenas. Es un dato no menor que esta sea la primera película del director en la cual toda la banda sonora es creada especialmente para el film. Incluso el propio Morricone echó mano sobre composiciones sobrantes de La Cosa, por si era necesario otro punto más de conexión. Más allá de estas referencias puntuales, el film se asemeja bastante a una versión de Clue -el famoso juego de mesa- en clave western. Sin el desparpajo de realizaciones previas ni elaboradas alteraciones de la línea narrativa/ temporal, hoy nos entrega una historia mucho más simple que en otras ocasiones pero concentrada en los diálogos y el poder de sugestión de la oratoria de sus coloridos protagonistas. La misoginia también pica alto en el medidor y la violencia en pantalla hacia la mujer alcanza niveles bastante tortuosos, incluso para los estándares del realizador. Estamos ante una buena película -sin ser excelente bajo ningún aspecto- de un director que nos tiene acostumbrados a una vara muy elevada. A Tarantino se lo puede criticar, diseccionar y debatir, pero es indudable que busca generar algo distinto cada vez que se lo propone.
Sea a propósito o no, Quentin Tarantino se está convirtiendo en el abanderado del western moderno, género injustamente dejado de lado por las grandes productoras. En el camino recupera actores que ya pasaron por su época de fama para darles papeles que exploten su pontencial al máximo. “Los Ocho Más Odiados” es una declaración artística desde el comienzo, demostrando una espectacular habilidad técnica tras las cámaras. La película comienza con un extenso plano que maravilla por el paisaje al mismo tiempo que juega con la percepción del espectador mientras lo predispone -ayudado por la banda sonora del legendario Ennio Morricone- para la permanente tensión y enfrentamiento contenido que atraviesa el film. La película está filmada en cinta, no en digital como la mayoría de los films actuales, y en Panavision 70, un formato en desuso desde hace décadas. Los planos son amplios, lo que no sería un desafío si la historia transcurriera en exteriores. Pero la mayor parte de la trama transcurre en un ambiente cerrado, plagado de primeros planos, que permite a los actores desarrollar sus personajes al detalle. Cada gesto, cada movimiento, cada mirada, tienen un significado. No es coincidencia que recuerde en su estructura narrativa a una serie. Tarantino ha hecho pública su intención de hacer de su próximo proyecto un nuevo western, en este caso en entregas semanales para la televisión. Y su filmografía, siempre apoyada en la construcción de los personajes y en sus diálogos e interacciones, se beneficia de ello. Destacan en sus papeles Samuel L. Jackson y Kurt Russell, dos cazadores de recompensas con tanto en común como opuesto, y Jennifer Jason Leigh, que interpreta a una delicuente atrapada por Russell y en camino al patíbulo. Walton Goggins, Tim Roth, Michael Madsen, Bruce Dern, James Parks, Demián Bichir entre otros, forman un plantel de actores que dan a sus roles interpretaciones más que cumplidoras. En definitiva un film que todo entusiasta del cine de Tarantino disfrutará. Atrapante, plagado de diálogos y de violencia. Un retrato de una época y un género en los que la elección es matar o morir y que no se molesta en ser políticamente correcto, lo que se agradece.
El costado vil del comportamiento humano El octavo film de Quentin Tarantino estuvo a punto de no ver la luz (o al menos no iba a ser este): a principios de 2014 se filtraba en la web el guion de esta película lo que derivó en un Tarantino furioso acusando a la mitad del elenco y diciendo que no iba a realizar el largometraje. Meses más tarde, arrepentido, decidió iniciar la producción de Los 8 más odiados (The Hateful Eight). John “El Verdugo” Ruth (Kurt Russell) es un cazarecompensas que traslada a su presa Daisy Domergue (Jennifer Jason Leigh) hacía el pueblo de Red Rock para que sea ahorcada. En el camino se encontrarán con dos extraños: el mayor Marquis Warren (Samuel L. Jackson), un ex-soldado negro de la unión transformado en un cazarecompensas, y Chris Mannix (Walton Goggins), un renegado del sur que se hace llamar el nuevo Sheriff del pueblo. Una gran tormenta de nieve les impide seguir viaje y deciden refugiarse en un cabaña llamada “La Mercería de Minnie”. Es allí donde se encuentran con Bob (Demian Bichir), un mexicano que se encarga del negocio mientras Minnie cuida a su madre; Oswaldo Mobray (Tim Roth), un verdugo que viaja a Red Rock; el vaquero Joe Gage (Michael Madsen); y el general confederado Sandy Smithers (Bruce Dern). En una puesta en escena casi teatral se pasea por todas las características que se convirtieron en el sello del "cine tarantinesco" desde su primer trabajo Perros de la calle (Reservoir Dogs, 1992), en la cual se pueden encontrar bastantes puntos en común con esta, además de los actores Tim Roth y Michael Madsen. La primera gran decisión que tomó con respecto a esta película fue filmarla en fílmico (Panavision 70mm), una experiencia que promete ser increíble pero que en Argentina no se podrá ver ya que el único que existe está roto. Una lástima no poder disfrutarla como quería que la veamos. La fotografía de Robert Richardson es excelente aún en una copia digital, y los primeros capítulos son donde más se disfruta, dado que es cuando los personajes viajan por los nevados paisajes y se transforman también en protagonistas. La banda sonora del experimentado Ennio Morricone está compuesta de partes que desechó de El enigma de otro mundo (The Thing from Another World, John Carpenter, 1982) y no hay nada que criticarle, una maravilla de principio a fin y demuestra que a los 87 años está en los niveles que lo llevaron a ser una leyenda. Quentin Tarantino siempre tuvo en su haber ser un excelente director de actores y lo demuestra al lograr que los ocho actores tenga su tiempo de brillar en pantalla. La química entre Kurt Russell y Jenniffer Jason Leigh es inmejorable, Samuel L.Jackson brilla y es uno de los mejores personajes, quien junto con Walton Goggins entrega uno de los momentos más hilarantes de la película. Los 8 más odiados entrega todo lo que promete pero tiene un problema: sus 167 minutos de duración ponen a prueba hasta al más fanático. Si bien como película supera a su predecesora Django desencadenado (Django Unchained, 2012), no llega a entrar al podio, ahora queda esperar sus últimos dos proyectos antes de su anunciado retiro.
Feos, sucios y malos. Las controversias que desencadenan las propuestas de Quentin Tarantino al momento de estrenarse se volvieron una costumbre mediática, especialmente cuando los manierismos independientes de Tarantino pasaron a transformarse en producciones monumentales que incrementasen sus ambiciones. Sus detractores consideran que la estructura narrativa de sus historias (personajes dialogando sobre cuestiones superficiales y condimentados con violencia) terminaron implementando estrategias sensacionalistas que ignoraban los contenidos (el compilado de referencias que presentaba Kill Bill abandonaba la instancia clasicista del director para aventurarse en los subgéneros). Actualmente las repercusiones se desprenden del revisionismo que Tarantino viene barajando respecto a determinados acontecimientos históricos (especialmente la esclavitud en Django sin Cadenas). Estos personajes, distanciados de los criminales que compuso durante los noventa, supieron convertirse en justicieros carismáticos (el feminismo que despertaba para vengarse, la resistencia de los cinéfilos frente a los fascistas, el esclavo que le disparaba al aristócrata). El conflicto político de Los 8 más Odiados revuelve las diferencias ideológicas posteriores a la proclamación de la enmienda constitucional que liberó a los negros, una temática constante en la filmografía de Tarantino. La historia, situada en Wyoming un tiempo después de que finalizara la Guerra Civil, presenta una diligencia que se dirige al pueblo de Red Rock. En su interior se encuentra el cazarrecompensas John Ruth (Kurt Russell), quien transporta como prisionera a la asesina Daisy Domergue (Jennifer Jason Leigh), para que sea condenada y ahorcada. En el camino se suman como pasajeros el Mayor Marquis Warren (Samuel L. Jackson) y el supuesto Sheriff Chris Mannix (Walton Goggins). A consecuencia de una tormenta de nieve, los pasajeros deberán refugiarse en la Mercería de Minnie, donde conocen a cuatro sospechosos, los secundarios Demián Bichir, Tim Roth, Michael Madsen y Bruce Dern. Aparentemente alguno o varios de ellos estarían conspirando para liberar a Domergue. El tratamiento aplicado por Tarantino se condiciona con un estilismo de aspecto carpenteriano (ambientes cerrados y paranoia individualista), cambiando el blaxploitation por Ennio Morricone y conjugando el spaghetti western de Sergio Corbucci con las misteriosas investigaciones de Agatha Christie. La narrativa transparenta las diferencias sociales que le preocupan a Tarantino (tomemos como ejemplo las relaciones interraciales en Triple Traición), manifestando un sincericidio sobre las confrontaciones que soportan los afroamericanos en la sociedad estadounidense (concepto establecido mediante las indirectas entre los personajes que interpretan Jackson y Goggins). En Los 8 más Odiados el humor es la característica determinante, presente en las sobreactuaciones que terminan convirtiendo a los implicados en caricaturas (seguramente buscarán acusarlo de misoginia involuntaria a consecuencia del slapstick recreado por Leigh). Lamentablemente los mayores aciertos de la película (la comicidad entre Ruth y Domergue, el monólogo de Warren, la secuencia de apertura y las composiciones de Morricone) sufren algunos altibajos (un Madsen desaprovechado y la resolución del conflicto), pero la propuesta finalmente consigue imponerse, respaldada por los discursos caprichosos de Tarantino que constantemente provocan al avispero del celuloide.
Personajes bañados en sangre Sobre todo en su primera parte, Tarantino desarrolla la narración más clásica de su carrera. Con sus habituales referencias cinematográficas, el film ofrece de todos modos un buen abanico de vueltas de tuerca y se apoya en actuaciones descollantes. Tarantino lo hizo de nuevo. Su noveno largometraje (octavo según sus propios cálculos, que hacen de Kill Bill una unidad indivisible) volvió a separar las aguas y a generar toda clase de polémicas: que se repite e incluso copia a sí mismo, que arremete con una misantropía que es pura pose, que su duración de casi tres horas y el rodaje en un formato extinto habla a las claras de una pretenciosidad sin límites, que es aburrida y superficial. Los 8 más odiados tiene varios puntos de contacto con su película inmediatamente anterior, Django sin cadenas –en principio, una filiación lejana con el western y, por lo tanto, también con el período histórico en el cual transcurren ambos relatos–, pero una mirada un poco menos superficial revela rápidamente que las diferencias superan a las similitudes. Fraccionada en dos mitades –explícitamente, mediante un intermedio, en su versión roadshow, exhibida en apenas unas cien salas en todo el mundo y proyectada en el resucitado sistema analógico Ultra Panavision 70–, la primera de ellas resulta lo más cercano a una narración clásica que el director de Pulp Fiction haya abordado en su carrera. Todo lo contrario de Django.El encuentro entre el cazarrecompensas John Ruth (enorme, inimitable Kurt Russell), su par el mayor Marquis Warren (nuevamente, Samuel L. Jackson) y la líder de una banda de criminales, Daisy Domergue (Jennifer Jason Leigh, en un papel antológico), da inicio a un breve paseo en medio de parajes nevados, escapando de una tormenta en ciernes, que remite al viaje en diligencia con el cual John Ford regresó el western en 1939. Paisajes que encuentran en la fotografía del veterano Robert Richardson la excusa ideal para un sucinto despliegue panorámico que el formato de rodaje parecía habilitar como un canto de sirena. Un cuarto personaje, futuro sheriff del pueblo cercano (Walton Goggins), se sube a último momento al carruaje antes de enfilar hacia un aislado albergue donde, puertas adentro, transcurrirá el resto de la historia. Antes de eso, las tensiones políticas y raciales hacen eclosión dentro del reducido espacio del carromato; en esos extensos y floridos diálogos que funcionan como presentación y descripción de los personajes, Tarantino sienta pacientemente las bases de la escalada de violencias de varios tipos que esperan a la vuelta de la esquina, en la segunda mitad del film.Con la diligencia aparcada en la “mercería” de Minnie –en realidad, una hostería/ restaurante/ bar/ posta y varios etcéteras–, cuatro nuevos personajes son presentados en la pequeña sociedad: un general del Ejército Confederado (Bruce Dern), el verdugo británico interpretado por Tim Roth, un vaquero con ansias de regresar al seno materno (Michael Madsen) y un paisano mexicano temporalmente a cargo del lugar. Claro que no todo es lo que parece ser (pocas cosas lo son, en realidad), y el film tiene reservadas varias sorpresas a partir del momento en que el primer disparo, a los noventa minutos de proyección, deje atrás retóricas secesionistas y disputas raciales más o menos civilizadas para dar paso al enfrentamiento y el daño físicos, primer escalón de una carnicería que no permitirá treguas, pero nunca dejará de lado su costado paródico. Como en un whodunit clásico –con Jackson haciendo las veces de improvisado Sherlock “de color”–, el encierro y la paranoia que el film ya había hecho propios se vuelven aún más pronunciados, a tal punto que (como muchas reseñas publicadas en estos días mencionan acertadamente) Tarantino parece hacerse eco de esa otra reclusión helada, la de El enigma de otro mundo, casualmente o no también con Russell como protagonista.Viniendo de quien viene, allí están desplegadas las infinitas referencias a películas y realizadores, desde el Brian de Palma de los 70 y 80 (incluida una reutilización de su famosa split screen que simula no serlo) hasta un breve plano de altura que remite a otros similares en La conquista del Oeste, uno de los dos largometrajes de ficción rodados en el sofisticado sistema Cinerama. Como ocurría con ese formato de tres cámaras, el sistema de lentes Ultra Panavision no permite mucha cercanía con los actores, problema técnico reencauzado por Tarantino y equipo como virtud formal. En pleno control de las herramientas técnicas y narrativas, Tarantino utiliza la profundidad de campo con fines estéticos y dramáticos y cada recoveco del lugar, como así también la ubicación de los personajes y la posición de la cámara, funcionan como instrumentos y notas musicales en una composición. Nada más alejado del teatro filmado. A propósito de la música, Los 8 más odiados es dueña de la banda de sonido más moderada y minimalista en toda la carrera del realizador, enmarcada por una magnífica nueva composición de Ennio Morricone.Como el título lo anticipa –y los dos flashbacks que atraviesan el presente narrativo lo confirman con creces–, todos los personajes parecen ser dueños de una intensa amoralidad. Una segunda visión del film, con un espectador que ya conoce las vueltas de tuerca y los misterios ya no son tales, permite avizorar una estructura similar a un rompecabezas, cuyas piezas construyen un mundo violento, alejado de la idea de civilidad, cercano en esencia no tanto al western norteamericano clásico como a su par italiano de los años 60 y 70. Universo que Tarantino toma prestado para erigir otro, un estado de la unión en total putrefacción –políticamente incorrectísimo según las reglas del cine contemporáneo–, donde el racismo, la xenofobia, el sexismo y el odio a secas caminan de la mano con la ley del más fuerte. Una vez que la sangre comienza a brotar, literalmente, a borbotones y la presa femenina, bañada en el vital líquido de algunos de sus compañeros de estancia (como una Carrie sin poderes y por ello aún más salvaje), abandona la pasividad para transformarse en una pieza fundamental del destino de los personajes, las máscaras terminan de caer. La última escena, inusualmente desa- gradable y perturbadora, es la que permite que muchos afirmen que Tarantino ha realizado su película más cínica e irresponsable. Sin embargo –gracias a la lectura de un texto apócrifo con el encanto de lo fundacional y esa ingente pila de cadáveres fuera de campo como sedimento–, bien podría pensarse que el viejo Quentin ha hecho su film más secreto y rabiosamente político. Y sin dejar de jugar siquiera por un segundo.
Seguro que ésta no es la mejor película de Quentin Tarantino, pero eso no quiere decir de ninguna manera que sea mala. Cuando uno se dispone a ver un film de este realizador sabe que se va a encontrar con algo atípico, diferente. El ojo más entrenado (más cinematográfico) encontrará genialidades en planos y puestas. En tanto el espectador medio se quedará únicamente con la historia y por lo tanto no saldrá tan satisfecho. Es larga, y la primera hora se estira demasiado la presentación de los personajes. Luego se pasa rápido al ritmo de la acción tarantinesca aunque muy dialogada (con grandes y largos monólogos) de todos los personajes. Y si bien estamos viendo un western, por momentos no lo parece dado a que la gran mayoría ocurre en una sola locación y la división de los actos no está tan clara por ser reemplazada por capítulos. Pero bueno, tiene algunas secuencias verdaderamente geniales y tan divertidas que te reis a las carcajadas si es que disfrutás ese tipo de humor (grotesco y sangriento). La fotografía es un 10 absoluto y la banda de sonido (que acaba de ganar un Globo de Oro) realizada por el mismísimo Ennio Morricone, quien ya ha trabajado más de una vez con el director, es fabulosa. El elenco está muy bien pero en un código llevado al extremo, motivo por el cual parece un poco sobreactuada. De todos modos, el problema es que uno no se logra enganchar con ninguno de los personajes. Algo que resta bastante para este tipo de films. En definitiva, nos encontramos ante la película que menos se destaca en una filmografía impecable pero que es deber de buen cinéfilo verla, y por sobretodo verla en el cine.
Tarantino en pleno dominio de su arte Si en Django sin cadenas, Quentin Tarantino invertía y parodiaba el racismo implícito en El nacimiento de una nación, la película de D. W. Griffith que, en 1915, de algún modo inauguró el western con la famosa cabalgata redentora del Ku Klux Klan en el final, en Los ocho más odiados retoma género y época -la historia se desarrolla a poco de terminada la Guerra de Secesión- para elaborar una película que vuelve a condensar las constantes de su cine, pero añadiéndole una dimensión política más definida. En ese sentido, y más allá de una probable utilización como estrategia publicitaria, suenan coherentes las polémicas en las que el director se vio envuelto en las semanas previas al estreno del film, a causa de su activa protesta contra la brutalidad ejercida por la policía de su país en detrimento de la comunidad negra. Maestro de la audacia estructural, Tarantino arma una bomba de tiempo que tarda en explotar, pero logra efectos devastadores cuando finalmente se activa. Recién a los 100 minutos de película se dispara la primera bala, pero la tensión en el ambiente se respira muy pronto, cuando una diligencia cruza el helado e inhóspito paisaje de Wyoming (todavía hoy el Estado menos densamente poblado del país) con Daisy Domergue (Jennifer Jason Leigh), una inquietante criminal atrapada en plena fuga, y The Hangman Ruth (Kurt Russell), un cazarrecompensas impaciente y golpeador (Kurt Russell), a bordo. A ellos se terminarán uniendo a lo largo del viaje personajes de una calaña parecida: un ex combatiente negro del ejército del norte durante la guerra, también transformado en cazarrecompensas (Samuel L. Jackson, bautizado Marquis Warren en homenaje al director del western televisivo Rawhide, estrenado en la Argentina como Cuero crudo), y Chris Mannix, enrolado en las tropas del sur durante el conflicto y ahora nuevo sheriff de Red Rock, destino final de un viaje que, se intuye rápido, será muy accidentado. La parada en un refugio en medio de la zona montañosa, a la que se ven obligados debido a las inclemencias del clima, no mejorará las cosas. Allí aparecerán otros personajes extravagantes y sospechosamente opacos que, como ocurría en los westerns de Anthony Mann, se evidenciarán ante todo como desesperados que intentan sobrevivir en un territorio sin leyes claras. Tarantino recurre a un formato ideal para la epopeya en grandes paisajes abiertos (70mm), pero reconvierte el gesto nostálgico y fetichista en una apuesta atípica: Paul Thomas Anderson ya había logrado con ese mismo formato transmitir el desaliento del personaje de Amy Adams en The Master con rigurosos primeros planos, los mismos que Tarantino utiliza para sintetizar la resistencia de la indómita Domergue en su magullado rostro, devenido sobre el final en el de la famosa Carrie de De Palma, una de las múltiples citas de un cineasta que ha hecho del reciclaje uno de los pilares de su estilo (Jennifer Jason Leigh está magnífica y debería llevarse un Oscar). Pistas sutiles En pleno dominio del arte de la puesta en escena, Tarantino usa a su favor una banda sonora tensa y gélida como el clima que rodea a esa cabaña solitaria convertida en escenario a pequeña escala de la epopeya americana (después de cinco nominaciones fallidas y el consuelo del Oscar honorífico en 2006, Ennio Morricone también debería llevarse esta vez una estatuilla), le da espacio una vez más a los habituales parlamentos extensos y derivativos que suelen disparar sus personajes, siembra pequeñas y sutiles pistas para que el espectador atento pueda aprovechar los juegos con el tiempo en favor de reconstruir minuciosamente la trama (ahí está esa golosina insignificante que permanece en el piso como una señal que cobrará sentido una vez que entre en juego el flashback) y dosifica con inteligencia la información durante un tiempo prolongado para que al final, cuando la ansiedad nos carcome, el rompecabezas cierre a la perfección. Samuel L. Jackson oscila entre el mercenario amenazante y el comedian cowboy con una fluidez asombrosa. Y Tim Roth y Michael Madsen aparecen como testimonio vivo de la autorreferencia, estadío superior de la marca Tarantino: igual que en Perros de la calle, el dolor insoportable de una herida de bala no es un impedimento para seguir hablando como un loro y representar una amenaza. En el epílogo de la historia hay apariciones sorpresivas, más sangre, pólvora, cinismo y mucho humor negro. Esta especie de Gran Hermano virulento y desquiciado en el que es posible encontrar ecos del arte de John Ford, Sergio Leone, John Carpenter, Sam Peckinpah, Elmore Leonard, Agatha Christie y hasta Harold Pinter es probablemente el film más político y moral de Tarantino. Nos dice que el parto de una nación siempre es sangriento y revulsivo, que implica más perdedores que ganadores y que los crímenes, de una manera u otra, se terminan pagando.
Hablame bien Todos los filmes de Tarantino son, en esencia, un western. Y aquí recupera el valor de la palabra, más que la clásica violencia, en sus personajes. Aunque él diga que es un género que está descubriendo, y que Los 8 más odiados es recién su segundo western, todas las películas de Quentin Tarantino son, en esencia, un western. Piénselo y me dará la razón. Pero ¿qué es lo que más atrae de una película de Tarantino? Viendo alguna de las matanzas en Los 8 más odiados, descubrimos que cuando llega aquello por lo que muchos señalan es su marca en el orillo, la violencia, la sangre a borbotones, esperamos que esos minutos terminen. Que pasen. Porque ya no conmueven, y sabemos que no va a pasar nada nuevo en esas escenas más que saber, al final, quién muere y quién vive. Es mejor aguardar que el (los) personaje(s) en cuestión mueran para meternos de lleno en cuál es el comportamiento de los que sobreviven... Aunque filma como los dioses, los diálogos, descubro, son lo que nos fascinan. Recuerden los diálogos en escenas previas a las terribles balaceras en Bastardos sin gloria, o Django sin cadenas, para no ir a Pulp Fiction o Perros de la calle. Los 8 más odiados, el octavo filme de Tarantino después de sus previos 7 magníficos, tiene varias vueltas de tuerca y sorpresas. Como si fuera un relato de Agatha Christie, en cuanto al suspenso, porque la dama se desmayaría al ver el desenlace de Los 8 más odiados. O un filme de Hitchcock: el maestro del suspenso decía que lo más apasionante era mostrar al espectador que dos personajes se sentaban a una mesa, y debajo de ella había una bomba por explotar, pero los protagonistas no lo sabían. Mucho de ello hay en la construcción de Los 8 más odiados. En la que tampoco nadie es quien dice ser. Tras una toma de apertura monumental (un Cristo nevado cerca del que pasa una diligencia), Tarantino presenta uno por uno a sus personajes. La brutalidad difícil de contener de los 8 se pondrá de manifiesto. Ruth (Kurt Russell) es un cazarrecompensas que lleva a la horca a Daisy (Jennifer Jason Leigh), pero una tormenta de nieve los hace buscar resguardo en lo de Minnie a ambos, al chofer, a Marquis (Samuel L. Jackson), otro cazarrecompensas que levantan en el camino, y al futuro sheriff (Walton Goggins) de Red Rock, destino donde ahorcarían a Daisy. Pero en el refugio no están Minnie, ni Sweet Dave, sino un mexicano (Demián Bichir) que dice estar cuidando el lugar, y otros tres recién llegados: un verdugo, británico (Tim Roth), otro, como Roth, ex Perros de la calle, que es el cowboy Joe Cage (Michael Madsen), y el general confederado que interpreta Bruce Dern. Entonces es mejor admirar la paleta de colores y en 70 mm que utiliza Robert Richardson. La amplísima pantalla no sólo sirve para los exteriores, fíjense cómo recorta a los personajes en primer plano. Y la música de Ennio Morricone -con las disculpas del maestro italiano, parece le han quedado unos cuantos acordes perdidos de Los intocables, que utiliza aquí-, que es como un repiqueteo. ¿Qué hace Tarantino? Ataca nuestra conciencia, las ideas morales. ¿Es políticamente incorrecto? Lo políticamente correcto no le interesa. El tiene su mundo. Y aquí son todos malos, feos y violentos.
Publicada en edición impresa.
El ego y sus riesgos Con Tarantino siempre fue problemático el tema de su ego. Es cierto que ha funcionado como impulso para sus ambiciones: películas como Bastardos sin gloria, con su voluntad imparable para reescribir la Historia poniendo en crisis nociones fundamentales del lenguaje; o los dos volúmenes de Kill Bill, con su voracidad para deglutir y reformular todo tipo de expresiones culturales hasta alcanzar rasgos épicos; no hubieran sido posibles si atrás no había un cineasta con una gran opinión de sí mismo. Ahora, esa misma vanidad lo llevó a Tarantino a regodearse en su capacidad para volcar diálogos sumamente ingeniosos pero que muchas veces no llevan a ningún lado, como en Tiempos violentos y A prueba de muerte (película que todavía da para preguntarse cuál era el sentido de su existencia). Pero es en su más reciente film, Los 8 más odiados, donde la soberbia de Tarantino directamente se transforma en puro ombliguismo y lo lleva a tomar unas cuantas decisiones -formales y narrativas- que son difíciles de justificar dentro del conjunto del film, y algunas de ellas son elementales y están a la vista. Vamos a ser claros y directos: primero, ¿por qué demonios Quentin utiliza más de tres horas para contar una historia que necesitaba a lo sumo algo más de la mitad? La anécdota del film es pequeña, mínima incluso y el núcleo se da en un solo escenario, que es esa cabaña donde terminan reunidos los protagonistas -entre los que se encuentran un cazador de recompensas (Kurt Russell) y su prisionera (Jennifer Jason Leigh), rodeados de personajes truculentos con motivos e identidades difusas- y estallan todas las tensiones acumuladas de diversos modos. Pero antes de llegar ahí, de conformar la reunión propiamente dicha, la película se toma casi una hora y media, donde poco sucede, donde el tiempo transcurre entre diálogos que buscan expresar la rudeza de los personajes (y no mucho más) y claro, golpes, muchos golpes del personaje de Russell al de Leigh, como para dejar bien en claro que estamos ante un relato enmarcado por el machismo. No deja de llamar la atención lo derivativa, intrascendente, agobiante y hasta cansadora que es toda esta primera mitad, y más aún por el hecho de que Tarantino ha sabido ser de esos realizadores que van directo al grano, derecho a la acción, sin vueltas y captando la inmediata atención del espectador. Lo segundo también es obvio: ¿para qué filmar en 70 mm un film que transcurre casi en su totalidad en un solo espacio, para colmo en extremo reducido? La respuesta podría haberse hallado en una utilización de ese espacio que le brinde no sólo profundidad sino también anchura, convirtiendo a la película en una experiencia casi invasiva. Pero Los 8 más odiados es en verdad un film chiquito, perfectamente encuadrado pero a la vez frío, que sólo en las contadas ocasiones en que sale al exterior y recorre el paisaje alrededor de la cabaña adquiere otro tipo de dimensión. El escenario -y los hechos que ocurren en él- no terminan de conectarse con las variables espacio-temporales que corresponden a la materia cinematográfica. Lo que vemos se parece demasiado al teatro pero Tarantino se niega a la evidencia, recurriendo a un formato que se revela como redundante. Pero lo más flojo de Los 8 más odiados viene de la mano de los personajes y las tramas que los atraviesan. El problema no pasa porque sean todos seres despreciables: Tarantino ya nos viene acostumbrando a que sus películas estén plagados de individuos y figuras con múltiples rasgos cuestionables, pero que muchas veces adquieren precisamente en sus defectos y miserias los rasgos que los hacen más atractivos. En su último film hay poco y nada de eso, porque estamos ante personas que no salen de los estereotipos y que ni siquiera funcionan como giros a esas construcciones estereotipadas. Hasta pareciera que ni Tarantino puede identificarse con ellos, y eso es alarmante para un realizador que siempre supo -aunque sea de formas muy retorcidas- amar a sus criaturas, cuidarlas y fascinarse con ellas en sus virtudes y vicios. Para lo que parecieran estar los personajes de Los 8 más odiados es para, en primera instancia, probar las tesis temáticas de Tarantino respecto al racismo, el machismo, la violencia como modo de justicia, la institución de la ley como factor opresivo y las divisiones entre el Norte y el Sur que la nación estadounidense ve permanentemente actualizadas. Están ahí para confirmar un discurso previamente diseñado y destinado inevitablemente a cumplirse. Y claro, para sangrar, y a borbotones. Es paradójico, porque la arbitrariedad de lo sanguinario del último tercio del metraje es lo que termina aportando un poco de libertad y frescura a una narración excesivamente prediseñada y calculada. De la mano de las muertes, de la brutalidad sin vueltas, el film avanza a los empujones, casi sin pensar, dándole una mayor consistencia a toda una serie de revelaciones, a pesar de que en su contenido sigue siendo sumamente facilista. Si Django sin cadenas mostraba que la operación de reescritura de la Historia que tan bien le había salido en Bastardos sin gloria no podía repetirse tan fácilmente y que la violencia volvía a aparecer como simple caricatura, Los 8 más odiados muestra una recurrencia que escala hasta convertirse en carencia de ideas. Tarantino vuelve sobre la estructura de tensiones de Perros de la calle, pero con mucha menos potencia narrativa, una acumulación innecesaria de elementos, una mirada negligente sobre distintos tópicos y una ausencia casi total de ideas verdaderamente cautivantes, con lo que su cine se devora a sí mismo en un acto de autoindulgencia agotadora. ¿Este es el fin de Tarantino? Sería como mínimo apresurado salir a decir eso, porque la misma filmografía del realizador nos advierte de la potencial equivocación: por algo después de su peor película (A prueba de muerte) entregó su obra maestra (Bastardos sin gloria). Pero es indudable que se encuentra en una meseta creativa y eso puede derivar en una espiral descendente de la que sería difícil salir. La respuesta frente a esto muy probablemente pase por ese ego tan particular del cineasta: si es capaz de volverlo a poner al servicio de lo que tiene para contar, si deja de regodearse en el dominio de las herramientas más superficiales, volverá rápido a su mejor forma. Mientras tanto, este festejo de sí mismo aburre y ni siquiera irrita: cuando Tarantino llega a estos niveles de banalidad, hasta pierde su habilidad para generar polémicas.
Volver a los clásicos Unos diez años después de finalizada la guerra de secesión, una diligencia atraviesa lentamente los blancos e imponentes caminos de Wyoming en el medio de una tormenta de nieve, en busca de llegar pronto al refugio. Los pasajeros de la diligencia son John Ruth (Kurt Russell), un cazarrecompensas que lleva a Daisy Domergue (Jennifer Jason Leigh), la líder de una banda de ladrones, para entregarla a la justicia cuando lleguen a Red Rock. A ellos se les sumarán en el camino Marquis Warren (Samuel L. Jackson), un antiguo soldado de la unión también convertido en cazarrecompensas, y Chris Mannix (Walton Goggins), un soldado sureño quien dice ser el nuevo sheriff de Red Rock. Todos se dirigen a la misma posada, y al llegar al lugar todo indica que algo raro pasa; hay personajes desconocidos a los que les cuesta justificar su presencia allí, y la dueña y sus ayudantes no aparecen por ningún lado. Con gran claridad narrativa la historia va y viene en el tiempo para mostrarnos de a poco cómo han llegado todos ahí, y cómo finalmente se ha conformado la escena. Ladrones, representantes de la ley, soldados del norte y del sur, negros, mexicanos, racistas, todos en el mismo lugar, desconfiando unos de otros y rodeados por una tormenta de nieve que les hace imposible dejar el refugio. La muerte no tardará mucho en llegar, una venganza mezclada con sálvese quien pueda, y uno a uno van cayendo todos en un circo de violencia donde no faltan sangre, tripas y las típicas escenas gore de Tarantino. Siempre teniendo presentes a quienes admira, Tarantino construyó un prolijo western con todos los elementos clásicos; extraordinaria música de Ennio Morriconne, y una fotografía maravillosa. Pero por tanto copiar a todos aquellos a quienes admiraba, Tarantino terminó copiándose a sí mismo. Hay mucho de homenaje a sí mismo dentro del filme, mucho hedonismo y mucho amor propio, personajes que andan a caballo pero sostienen largos y cínicos diálogos como los de los gangsters de "Perros de la Calle", mucho humor negro y Samuel Jackson haciendo con distinto traje más o menos el mismo personaje de siempre. La diferencia con otros filmes en los que pegaba todas sus figuritas preferidas -como por ejemplo "Kill Bill", que era un pastiche de personajes y disfraces- es que acá el ensamble funciona, la trama está muy bien narrada y el suspenso engancha, y por otro lado todos sus actores clásicos están realmente excelentes: Tim Roth, Michael Madsen, y los ya mencionados Jackson y Russell. Si bien las casi tres horas de duración son demasiado, y sentimos que el director ha estirado el film regocijándose en su talento y sus gustos y mostrando una y otra vez eso que le gusta tanto y que le sale tan bien, "Los Ocho Más Odiados" es una muy buena película con los típicos juguetes de Tarantino, pero con una interesante línea de suspenso que puede ser disfrutada por los fanáticos de siempre y entretenida para aquellos que no lo son.
Si les gusta Quentin Tarantino van a disfrutar del principio al fin ese nuevo western con grandes actores, diálogos filosos, homenajes. En esos homenajes de la pasión cinéfila del director, está él mismo, recordando “Perros de la calle”, exagerando su propio estilo. Pero el film para sus “fans” es disfrutable del principio al fin a pesar de su metraje. Un entorno nevado, un refugio en el medio de la nada y cada personaje sacándose chispas, mostrando los dientes, su racismo, su intolerancia.
La canción perdida El eje político-vengativo es clave en el desarrollo de la nueva película de Tarantino, pero el exceso de soliloquios conspira contra su trama. “Vayamos más despacio. Vayamos muuuucho más despacio”, dice el Mayor Marquis Warren (Samuel L. Jackson) en medio de la investigación detectivesca en la que en un punto se transforma Los ocho más odiados. En la escena –que se extiende por más de diez minutos–, Warren habla y habla y habla mientras los “sospechosos” lo escuchan casi sin decir nada. Gracias a la habilidad con el monólogo tarantinesco que tiene Jackson (si Tarantino fuese Shakespeare, Jackson sería su Laurence Olivier), la escena nunca decae, pero a la vez no tiene ninguna razón para existir más allá de las ganas del guionista/director de ubicarla ahí. Ese y tantos otros soliloquios de las películas de Quentin Tarantino funcionan de similar manera a la de un solo de guitarra para una banda de rock: son esos momentos en el que el músico más hábil del grupo pela sus talentos para impresionar a la audiencia. En sus mejores películas, esos solos complementan una melodía casi perfecta. En Los ocho más odiados son solos en busca de una canción perdida. Hay mucho de Tarantino que es similar a un guitarrista de rock talentoso pero muy creído de sí mismo. El hombre supo (sabe) componer grandes canciones y patentó una manera de tocar que casi no existía. Aquí, sin embargo, se parece más a esos músicos que ya repiten yeites conocidos a pedido del público extasiado que quiere más y más de lo mismo. En su caso, una referencia visual a un oscuro western clase B, un toque musical inesperado, un personaje llamado como el de tal o cual película, un monólogo que se detiene en simpáticas nimiedades y estira una situación de tensión hasta lo imposible, y así. Cuando llega ese discurso de Jackson uno no puede evitar pensar que está viendo una parodia de sus películas o una hecha por un muy buen imitador suyo, alguien que se sabe de memoria toda su filmografía y trató de hacer una como las de él. Más que un western, Los ocho más odiados es una remake disfrazada con sombreros y engordada con minutos de Perros de la calle. Transcurre en su mayoría en una locación en la que hay que descubrir si alguno de los que están ahí no es quién dice ser y prepara en realidad una trampa. En este caso, para liberar a Daisy Domergue (Jennifer Jason Leigh), una mujer a la que han puesto un precio por su cabeza (10 mil dólares que, en 1870, debería ser una fortuna) y que es llevada a la horca por un caza-recompensas, John Ruth (Kurt Russell), que nunca hace caso a aquello de “Dead or Alive” y prefiere llevar a sus víctimas vivas y verlas morir con sus propios ojos. Viajando en una diligencia en medio de una tormenta de nieve se cruza con otros dos personajes que se suman al viaje y lo acompañan hasta esa parada en la ruta: el citado Warren (Jackson), otro cazador de recompensas con sus propias víctimas, y quien dice ser el nuevo sheriff de Red Rock, el sureño renegado Chris Mannix (Walton Goggins). En el viaje (que se extiende casi 40 minutos) ya queda claro que Tarantino espera que saboreemos cada diálogo como si fuera un delicioso plato de procedencia exótica que nunca nadie probó antes. Pero pese a esos excesos, los intercambios entre los personajes son lo suficientemente ricos como para ir generando expectativa por lo que vendrá. Y lo que viene es la Mercería de Minnie, allí donde se detiene la diligencia y la película también, como si hubiera chocado contra un iceberg con proscenio. En ese paraje encontrarán otros cuatro personajes que harán pensar a los dos hábiles caza-recompensas que los espera una trampa. Ellos son Oswaldo Mobray (Tim Roth), un verdugo de origen inglés; Bob (Demian Bichir), un mexicano que quedó a cargo del lugar ante la ausencia de su dueña; Joe Gage (Michael Madsen), un hombre parco y con cara de pocos amigos, y un general confederado (Bruce Dern) que está buscando a su hijo por esos desolados parajes. La trampa también le espera al espectador, que ve cómo ese potencial western intrigante de exteriores bellos y amplias vistas, en el que cuatro buenos personajes se sacaban chispas mientras avanzaban por la nieve, se convierte al llegar ahí en algo muy parecido a una obra de teatro en la que durante un rato lo más importante parece ser explicar cómo se cierra la puerta del boliche. Lo que une a estas dos partes –y a la tercera, que se inicia cuando la sangre empieza a correr– es un eje temático interesante. Han pasado pocos años desde del final de la Guerra Civil en Estados Unidos y las rivalidades y tensiones que quedaron como consecuencia de esa batalla entre el Sur y el Norte son fuertísimas. Y Warren –un negro emancipado y con un largo historial de actos violentos contra sureños racistas durante la guerra– no es del todo bienvenido por aquellos que, como el sheriff y el general, no se llevan nada bien con la idea de un negro con armas y poder. Como en las anteriores dos películas de Tarantino (la extraordinaria Bastardos sin gloria y la muy buena Django sin cadenas), el eje político/vengativo es clave en el desarrollo de los acontecimientos. Es claro que Quentin está queriendo hablar de algo más que simplemente hacer un juego a lo Agatha Christie de descubrir quién es el culpable. El problema es que, a diferencia de aquellas dos películas, el tema aquí se siente un tanto impuesto desde afuera y no surge naturalmente de las situaciones. Pero el problema de la película no es ése sino que el regodeo de Tarantino en escuchar el sonido de su propia voz (además de los soliloquios inconfundibles, el propio director funciona como narrador en un par de escenas que, raro en su cine, parecen necesitar explicación para ser entendidas) se vuelve agotador y no hay tensión suficiente en la situación que lo amerite. La urgencia y desesperación por sobrevivir a los nazis en Bastardos… era tal que uno podía ver a Christoph Waltz fumar su pipa por minutos sin casi poder respirar de la tensión que eso creaba, pero aquí uno tiene la sensación de que cualquiera puede morir en cualquier momento y nada cambiaría demasiado. Y eso le quita intensidad a esas largas parrafadas “tarantinescas” que preceden a la acción. Y ni hablemos de los “sospechosos”: no hay un villano en la película que atemorice ni inquiete al espectador. Warren siempre parece estar un par de pasos adelante de los demás y es lo más parecido a un héroe (a la manera de Tarantino, claro, pero héroe al fin) que la película tiene. De hecho, los actores que aparecen recién en la cabaña (especialmente Roth y Madsen) están bastante desaprovechados y sus personajes no cobran nunca vida. Recién en su última parte, cuando se nos ofrece, por fin, una necesaria vuelta de tuerca que sacude las agujas del tediómetro, la película recupera la potencia: de allí en adelante es violencia pura, brutalidad al máximo y anárquico gore de película clase B. Es indudable que Los ocho más odiados mejora a partir de ese momento, pero acaso sea demasiado tarde para validar mucho de la larga previa: cuando empieza el rock and roll uno ya está bastante cansado. En más de un sentido, Los ocho más odiados es una película que Tarantino podría haber hecho antes de Bastardos… y después de Kill Bill: le falta la inteligencia política ensamblada en sus historias que hizo que su cine más reciente sea más complejo que el previo, que era el de un cinéfilo memorioso y superdotado que vivía en un mundo que empezaba y terminaba en una pantalla. La película en ese aspecto es un retroceso: parece el producto de un niño caprichoso que se quiere salir con la suya. ¿Cómo? Llevando al estudio a filmar en 70mm cuando el escenario es propio de una obra teatral, a que la duración se extienda lo que sea sin motivo que lo justifique, a tener monólogos de chico provocador (la anécdota brutal que cuenta Jackson, el reiteradísimo uso del nigger, los permanentes golpes a Daisy, la única mujer del grupo y la única que la liga durante toda la película de mil maneras posibles), a filmar sólo en escenarios reales y con nieve natural cuando casi todo es en interiores, y un largo etcétera. De todos modos, sigue siendo un tipo talentoso que puede sacar magia de unos textos a veces deliciosos (generalmente cuando están dichos por Sam Jackson o, en este caso, también Russell) y que todavía nos sorprende con giros narrativos y escenas inesperadas. Pero en este caso se topó con su gran limitación como cineasta: creer que todo lo que se le cruza por la cabeza es genial y merece estar en una película. Y no, no siempre es así.
El western más personal de Quentin Tarantino Luego de mezclar todas sus influencias en la despareja y excesiva "Django sin cadenas", que ya desde el título, era un poco obvia, finalmente Tarantino logró un western personal, capaz de combinar homenajes a films clásicos y de culto sin que las referencias interfieran con su genuino sello personal. La idea básica parece salida de un spaghetti western de los años 70, pero en realidad es totalmente original. En medio de un paisaje helado, y con una tempestad de nieve en los talones, una diligencia es interceptada por un hombre negro con tres cadáveres. Es un exsoldado yanqui convertido en cazador de recompensas que se quedó sin caballos en su camino a cobrar su botín en el pueblo más cercano, Red Rock. Lo casualidad hace que en la diligencia esté viajando otro cazador de recompensas, que lleva una mujer extremadamente desagradable (Jennifer Jason Leigh) por la que espera cobrar diez mil dólares. Los dos bounty hunters se conocen y respetan mutuamente. Los diferencia el estilo con el que ejecutan su profesión: Samuel L. Jackson prefiere evitarse problemas vigilando facinerosos, así que siempre escoge la primera parte de la premisa "vivo o muerto". En cambio, Kurt Russell se divierte llevándolos vivos, así puede disfrutar al verlos colgados en el patíbulo. El hecho de que su prisionera sea una mujer no cambia las cosas, sobre todo dadas las antipáticas características del personaje. Ante la inminencia de la tempestad de nieve, los pasajeros de la diligencia deben guarecerse en la última posta en el camino antes del pueblo, en este caso, una especie de almacén de ramos generales, la mercería de Minnie. Pero antes de llegar a la parada, otras personas se siguen agregando a la diligencia, incluyendo un excéntrico inglés y un tipo sin muchas luces que afirma ser el nuevo sheriff de Red Rock. Como en policiales clásicos como "El bosque petrificado" o "Key Largo", finalmente los odiosos del título quedan encerrados en lo de Minnie. A la mezcla general de personajes hay que agregar a un ex general sureño (Bruce Dern) famoso por negarse a tomar prisioneros entre los soldados negros. El cazador de recompensas afroamericano, conocido por intercambiar cartas con el difunto presidente Lincoln, obviamente tiene que cobrarse una deuda con el militar racista, pero en realidad casi todos están paranoicos, dado que probablemente alguno de los que se agregaron al grupo de viajeros en realidad sea un miembro de la pandilla de criminales liderada por la señorita Domergue. El personaje de Jennifer Jason Leigh (con apellido homenaje a la actriz Faith Domergue, que abandonó a Howard Hughes para casarse con Hugo Fregonese) supera todo lo que esta gran actriz haya hecho antes, eso a pesar de que en películas de culto como "Last Exit to Brooklyn" debía soportar la furia amatoria de cientos de marineros. Por otro lado, Kurt Russell parece salido directamente de "Enigma de otro mundo" ("The Thing"), de John Carpenter, y justamente la paranoia de los personajes demuestra cómo el western es el gran género que puede aportar cualquier tipo de homenaje cinéfilo. Por supuesto también hay referencias al western, y el paisaje nevado y la música de Morricone -excepcional, muy al estilo de "La batalla de Argelia"- parecen apuntar a "El gran silencio", de Sergio Corbucci, por ejemplo. Pero el gran protagonista de este delirante, excéntrico y original western es el formato de pantalla ancha Ultra Panavisión 70 (la misma lente que se usó en "Ben Hur"), que en manos de Tarantino y el eximio cinematographer Robert Richardson se convierte en un tour de force de composiciones y puestas en escena extraordinarias.. Sí o sí, "Los 8 más odiados" es un film de culto que debe ser apreciado en cine, tanto por la estética como por el clima intimista y opresivo que consigue que una de vaqueros tenga elementos del cine de terror y hasta de los más sutiles dramas rusos de Nikita Mijalkov.
“Alguien aquí no es quien dice ser…” declara John “the hangman” Ruth (Kurt Russell) y se siente como si el mismísimo Tarantino le estuviese dedicando esa línea al responsable de filtrar primero el guión y, posteriormente el screener de su octavo film “The H8ful Eight” (“Los ocho más odiados”). Luego de varias idas y vueltas, una supuesta cancelación y numerosas polémicas a su alrededor, llega a nuestras salas esta producción que prometía ser la 8º maravilla en la carrera del director pero que lamentablemente se queda en el camino. Años después de la guerra civil norteamericana, nos encontramos con un paisaje poco alentador en el crudo invierno de Wyoming. Un plano general de dicho entorno con un crucifijo parcialmente cubierto de nieve, una tormenta que empeora a cada minuto y un viaje a Red Rock en carreta junto al cazarecompensas John Ruth y su prisionera Daisy Domague funcionan como introducción al 1º capítulo de la historia. Obviamente nada sale de acuerdo a lo esperado y el viaje se ve interrumpido cuando otros dos pasajeros Major Marquis Warren y el supuesto Sheriff Chris Mannix piden ayuda para llegar al destino final. En este 1º capítulo Quentin se toma su tiempo en el desarrollo de la presentación y no es hasta la llegada a la hostería de Minnie que las cosas comienzan a tomar forma (de seso). Las inclemencias climáticas hacen obligatoria la parada en dicho lugar y es aquí en donde el resto de los personajes (y asperezas) comienzan a surgir. “Los ocho más odiados” cuenta con todos los elementos que conforman una clásica película de Tarantino pero de alguna manera, la interacción e integración de los mismos no logran la naturalidad que sus antecesoras sí lograron, en particular “Perros de la Calle”. La historia arranca de lo general a lo particular, vamos del exterior al interior de manera progresiva y luego la interacción de los personajes se ciñe a las cuatro paredes de una cabaña (una habitación, tal como en Perros). Existen diálogos tenaces pero quizás no tantos como en otras historias (lo cual puede llegar a atribuirse a la clase de personajes a los cuales nos vemos enfrentados), la política vuelve a ser tema central en la dialógica de varios huéspedes y es el elemento más interesante que une -y divide- a los mismos. Si bien la trama se entiende sin necesidad de acarrear un contexto histórico, el conocer los hechos que la preceden y ciertos términos que se mencionan en repetidas oportunidades, ayudaría a disfrutar un poco más de su contenido. Y esa es quizás una de las fallas de esta película, por momentos sobran explicaciones acerca de determinadas situaciones y por momentos faltan. La división de la trama en capítulos se hace totalmente innecesaria y la inclusión de una voz en off llegando casi al final de la película altera considerablemente el ritmo de la misma. A pesar de estar protagonizada por un elenco de grandes como Kurt Russell, Samuel L Jackson, Jennifer Jason Leigh, Tim Roth y Bruce Dern entre otros, los personajes presentados no logran empatizar con la audiencia y, para la mitad de la película, el destino de los mismos resulta importar poco. Es destacable la labor Dern (“Nebraska“) quien con pocas lineas y mucha expresión logra transmitir todo y más. Roth encanta con un acento británico exquisito pero su personaje se asemeja demasiado al entrañable Dr. Schultz de “Django desencadenad0” y es aquí en donde se entiende que Quentin está cada vez más sumido en su propio (y caprichoso) mundo. Filmada en unos gloriosos 70 mm (que no lograremos ver en nuestras salas) “Los ocho más odiados” es visualmente brillante, la fotografía y los planos son exquisitos y vienen acompañados de un score a la medida por parte de Ennio Morricone. Sin embargo tanto esplendor sensorial parece compensar una carencia de contenido y el exceso gore al cual nos vemos expuestos. Quizás muchos argumenten que dicho exceso es una marca registrada de Tarantino y si bien la violencia siempre tuvo lugar en sus narraciones, su tratamiento siempre fue mucho más “medido” y acertado. Éste no resulta ser el caso. Para los amantes del género y los seguidores de Tarantino “Los ocho más odiados” merece ser vista en cine pero vayan sabiendo que no es una de sus obras maestras sino más bien su vástago caprichoso.
TARANTINO 2.0 Que es su mejor película, que es entretenimiento barato, que a Quentin se le acabaron las ideas, que nadie dirige como él, que lo único que le interesa es la violencia, que es un perverso, que es el mejor cineasta de su generación, que es un misógino y así… El octavo film de Quentin Tarantino (que cuenta los dos volúmenes de Kill Bill como uno solo) se abre paso entre defensores y detractores. Hay algo, sin embargo, en lo que todos coinciden: Tarantino ha decidido, esta vez, homenajearse a sí mismo. Como el Cristo que se muestra al comienzo de la película, Daisy Domergue (Jennifer Jason Leigh, recientemente nominada al Oscar como mejor actriz de reparto) está muerta. Le quedan días hasta que John Ruth (Kurt Russell) llegue a Red Rock, cobre su recompensa y la entregue para ser colgada ante los ojos de la plebe. En el camino hay algunos obstáculos: el primero es el Mayor Warren (Samuel L. Jackson), caza recompensas como Ruth, quien logra sumarse a la diligencia por ser el único negro con una carta escrita por el mismísimo Abraham Lincoln; el segundo, que no parece tener muchas luces, es Chris Mannix (Walton Goggins) que dice ser el sheriff del pueblo donde Daisy pasará a mejor vida. Si no se une a la comitiva, pues, no habrá recompensa. El tercero: una tormenta de nieve que se acerca a paso lento pero firme. Luego de un prólogo que se extiende por más de 40 minutos, en el que se habla casi excluyentemente de la guerra de Secesión (es decir: de política) la acción se detiene en una cabaña donde los cuatro viajeros se hospedarán hasta que pase la tempestad. Allí los reciben un general de la Confederación (Bruce Dern), un verdugo inglés (Tim Roth), un vaquero (Michael Madsen) y un mexicano que ha quedado a cargo del lugar (Demian Bichir). Ocurre, entonces, lo que la inmejorable banda sonora de Ennio Morricone, que a los 87 años acaba de llevarse el tercer Globo de Oro de su carrera como compositor, venía anticipando: la tensión de la convivencia derivará en estallido. Con un general conservador y un negro bajo el mismo techo, las tensiones políticas y raciales irán in crescendo a tal punto que el verdugo sugerirá que, para que reine la paz, la cabaña se divida en Norte y Sur, al igual que el país, de modo tal que cada uno pueda disfrutar del territorio que le corresponde. Lo único que une a los ocho más odiados es su aversión a la tormenta de nieve. Afuera, la muerte está asegurada. ¿Y adentro? Cerca del minuto 100 y whodunit mediante, la película mutará del western al splasher y como ocurría en Asesinato en el Orient Express, los integrantes de la cabaña serán investigados por una versión negra de Hércules Poirot que encarnará en Samuel L. Jackson. Con elementos de Django Unchained, Bastardos sin gloria y, sobre todo, Perros de la calle (el Mr. Blonde de Michael Madsen y el Mr. Orange de Tim Roth vuelven a compartir un espacio cerrado en el que circulan la sangre y la sospecha), Los ocho más odiados es la película más ambiciosa, más extensa y, en cierto sentido, la más tarantinesca de todas las que ha filmado Tarantino. Por suerte, Quentin no es Nolan y sus regodeos a la hora de contar historias quedan respaldados por un guión sólido y personajes memorables. Curiosamente, esta vez el mejor de todos es la única mujer. La Daisy Domergue que compone Jennifer Jason Leigh responde a las agresiones que recibe reforzando su carácter desafiante… es quien la pasa peor pero es la que mejor actúa. Su nivel actoral quizás sea la mejor respuesta que el director puede ofrecer a quienes lo tildan de misógino (¿quienes lo hacen habrán visto Kill Bill, Jackie Brown o Death Proof, en la que cuatro mujeres terminan moliendo a golpes a un femicida?) Aun con sus soliloquios excesivos y sus errores de casting (no le podían salir todas bien a Channing Tatum), Los ocho más odiados es una reflexión y una revisión válida de la historia norteamericana. No por nada, sobre el final, hace su aparición la ridícula misiva escrita por Lincoln en la que se describe esa eterna utopía llamada Estados Unidos. Para Warren, esa carta es un arma hecha de imágenes y palabras, la llave para que el mundo se vuelva un lugar habitable. Del cine de Tarantino, como de todo buen cine, puede decirse lo mismo. Como diría el Jep Gambardella de La grande bellezza: es solo un truco.
“Los ocho más odiados”: Un western diferente Luego de una pre producción accidentada (que incluyó retrasos y filtración del guión) finalmente Quentin Tarantino estrena su última producción. Sabemos que al director le gusta experimentar con varios géneros, por lo que es algo inusual que repita un western como ya lo hizo en 2012 con “Django Desencadenado“. Pero este es un western sin desierto y con nieve, con personajes siguen siendo los típicos muchachos inescrupulosos y violentos que el director suele brindarnos. Cazarecompensas, soldados y verdugos se ven atrapados durante una tormenta de nieve en una posada aislada y de a poco conocemos sus diferencias. El frágil equilibrio que permite la convivencia no podrá más que romperse de un momento a otro. Nuestro protagonista es un viejo conocido en el mundo de Tarantino, Samuel L. Jackson, quien interpreta al Mayor Warren, quien corre con una gran desventaja: es un negro viviendo una época de la segregación y donde suele ser el blanco del odio de veteranos perdedores de la Guerra Civil estadounidense. Sin embargo es un cazarecompensas respetado y su incómodo colega John Ruth (Kurt Russell) le permite viajar con el y su prisionera Daisy Domergue (Jennifer Jason Leigh). La historia es larga y lenta, con mucho diálogo y tensión implícita que intenta reflejar la impaciencia de los personajes encerrados a esperar que pase la tormenta. Es extraño, cuando el director nos acostumbró a solucionar todo rápida y violentamente. Cuando está tensión finalmente explota, no lo hace en una forma tan espectacular como para compensar la lentitud de gran parte de la película. La parte violenta es más gore que parodia, aunque seguramente nos recordará a “Kill Bill” o a “Bastardos sin Gloria” pero con personajes que no son tan carismáticos. Si uno conoce al director le quedará la incómoda suspicacia de que se está copiando a sí mismo y que no es la primera vez. Pero si vemos sólo está película como una obra particular, estos asuntos podemos pasarlos por alto y remarcar lo bueno, que no es poco. No sólo la música de Ennio Morricone es una genialidad sino que encontramos una película visualmente hermosa. Los planos no pasan muy rápido ante nuestros ojos y eso nos hace apreciarlos incluso más que usualmente. Hermosos paisajes y composiciones sangrientas se intercalan entre la calma y el impacto visual. Quizá demasiada calma para mi gusto en la primera mitad. El gran error parece ser que algunos personajes no son muy simpáticos al público. No nos enamoramos de ellos como lo hicimos de Vincent Vega, Shoshanna o Mr. Pink. Si tuviéramos un personaje tan impactante como aquellos, el exceso de diálogo o de tiempo poco importaría. Es más, sería una bendición, quisiéramos saber todo de ellos. Pero en este caso, esa conexión no termina de forjarse. Es una típica película de Tarantino a la vez que no lo es. Sin embargo, queda bastante lejos de las genialidades que sabemos es capaz, y es una lástima.
Dan una de Tarantino... Les pido que hagan un ejercicio: piensen cuántas veces van al cine a ver una película por su director, sin importar la trama o el elenco. Son pocos los realizadores que logran que el público pise una sala de cine para ver su trabajo, ¿no? Podríamos nombrar a Steven Spielberg, Woody Allen, Martin Scorsese, Christopher Nolan, David Fincher y James Cameron, a modo de ejemplos. Y en esta selecta lista que haga cada uno también aparecerá (casi inobjetablemente) nuestro ex empleado de videoclub y cinéfilo acérrimo Quentin Tarantino. La diferencia, tal vez, con sus otros colegas es que el tipo dirigió hasta el momento -en una lista muy compleja- sólo ocho películas. Esto les hace dar una idea de lo importante que fue su incursión, lo que generó y la marca que dejó en la industria del cine. Después de la maravillosa "Django sin Cadenas" (Django Unchained, 2012), que le valió su segundo Oscar, vuelve al western con "Los 8 Más Odiados" (The Hateful Eight, 2015), un retrato perfecto de lo que significa el cine para él. Wyoming, pocos años después de la Guerra Civil. Una diligencia con el cazarrecompensas John "El verdugo" Ruth (Kurt Russell) y su prisionera Daisy Domergue (Jennifer Jason Leigh) se dirigen al pueblo de Red Rock en donde ella va a ser ahorcada. Pero una violenta tormenta de nieve hace que tengan que buscar refugio en La Mercería de Minnie, una cabaña cerca de las montañas. En el camino hasta allí se les unirá el Mayor Marquis Warren (Samuel L. Jackson), ex soldado y que también se dedica a buscar fugitivos con la diferencia que prefiere matarlos, y que acarrea los cadáveres de cuatro de ellos. Y también Chris Mannix (Walton Goggins), un joven cuyo padre luchó con los Confederados y que afirma es el nuevo sheriff de Red Rock. Cuando llegan allí no encuentran ni a Minnie ni a ninguna de las personas que suelen estar allí, pero sí a cuatro personajes extraños: Bob el mexicano (Demián Bichir), que afirma que lo dejaron a cargo; el verdugo Oswaldo Mobray (Tim Roth), el vaquero Joe Gage (Michael Madsen) y el retirado General Confederado Sandy Smithers (Bruce Dern). Todos ellos deberán aguardar allí hasta que el temporal pase en un clima tenso, pesado, lleno de dudas y desconfianza que se volverá insoportable. Tarantino afirmó que las influencias para hacer esta película fueron "El Enigma de Otro Mundo" (The Thing, 1982) -se la hizo mirar al elenco-, "Perros de la Calle" (Reservoir Dogs, 1992) y las series "Bonanza" (1959-1973), "El Virginiano" (The Virginian, 1962-1971) y "El Gran Chaparral" (The High Chaparral, 1967-1971). Y algo de eso se nota, además de un enorme conocimiento de los western (hay homenajes y guiños del género por todos lados). Tal vez no haya tanta sangre como en otras de sus obras, pero sí la crudeza, tanto en lenguaje como en lo que muestra, tan característicos de su filmografía. El director sabe mucho de cine y demuestra que puede hacer lo que quiere (en un momento se da el lujo de hacer una pausa, ir para atrás y relatar él mismo lo que sucedió al espectador). Hay violencia de género, racismo, misoginia, discriminación pero, aunque parezca increíble, todo esto sirve al relato para hacerlo verosímil y auténtico. Perfecta la banda de sonido del genio de Ennio Morricone, que ya se llevó un Globo de Oro el domingo pasado. "Los 8 Más Odiados" podrá parecerles larga, que tiene demasiados diálogos y hasta en algún momento aburrida, pero cuando salgan de verla van a notar que se sientes satisfechos. Eso es porque asistieron a un enorme festín de cine y probaron los manjares de uno de los mejores chef del Séptimo Arte. Buen provecho.
Si algo sabe el señor Quentin Tarantino es como contar una historia y hacer que sus personajes digan lo que dicen de la forma que él sueña. Todo eso sucede en "Los 8 Más Odiados", película western impecablemente dirigida por un soberbio Tarantino, quien demuestra que la magia para dirigir actores sigue más viva que nunca y lo hace merecedor de todos los aplausos. Largometraje de casi 3 horas que transcurre en una locación y recuerda a "Perros de la Calle", en donde cada uno de los actores tiene su momento de brillo. Samuel L. Jackson y Jennifer Jason Leigh se destacan por sobre todos y merecen todos los premios a los que los nonimen... El resto: Tim Roth, Demian Bichir, Kurt Russell, y demás, funcionan como un relojito en el nuevo y "hermoso" delirio del director. La música de Morricone, las vueltas en el guión, la ambientación, los diálogos, todo, todo todo hace que lo que estas a punto de ver - si sacas tu ticket - sea lo que muchos denoniman "cine del bueno". Tarantino no defrauda y menos con esta película.
Estreno Los 8 mas odiados de Quentin Tarantino Los 8 mas odiados, la nueva película de Quentin Tarantino que muchos esperaban. Años después de la Guerra Civil Norteamericana, ocho personajes se encuentran atrapados en un refugio en las montañas a causa de un gran temporal de nieve. En un comienzo viajan en una diligencia el caza recompensas John Ruth (Kurt Russell), conocido en esas tierras como “The Hangman” (El Verdugo), y su prisionera Daisy Domergue (Jennifer Jason Leigh), que se dirigen hacia el pueblo de Red Rock donde Ruth pretende entregar viva a la fugitiva ante la justicia. En su camino se les une el Mayor Marquis Warren, (Samuel L. Jackson) un caza recompensas que fue soldado en el pasado, y que en cambio prefiere llevar a cuestas los cadáveres de unos fugitivos para cobrar por su recompensa. Se les unirá a su viaje Chris Mannix (Walton Goggins), un joven cuyo padre luchó con los Conferedaros, quien dice ser el nuevo sheriff de Red Rock. Debido a la enorme tormenta que se aproxima, los cuatro viajeros de esta caravana se ven obligados a refugiarse en una suerte de posada, posta y almacén en medio de la nada, conocido como Mercería de Minnie. Cuando llegan allí, la dueña no está por ninguna parte, y es Bob (Demian Bichir), el que está al cargo. La posada además, ya cuenta con otros huéspedes como el verdugo Oswaldo Mobray (Tim Roth), el vaquero Joe Gage (Michael Madsen) y un retirado General Confederado Sandy Smithers (Bruce Dern). Todos deberán esperar a que termine el temporal para seguir viaje. La tensión no tardará en aparecer, con la sospecha de que algunos pueden no ser quienes dicen ser. Convertido en uno de los niños mimados del actual panorama cinematográfico, reverenciado y denostado en partes (des)iguales, no es extraño que como buen infante, Quentin Tarantino, someta al público y a la crítica (aunque esto último no le importe) a sus caprichos. Tiene suficiente poder como para hacer de cada nueva película suya, un acontecimiento. Y, hábil campaña de marketing o no, los ecos de sus films se desparraman lejos, como las esquirlas y la sangre que brota siempre en alguna escena suya. Quentin es un mago pop, con algún truco viejo, o nuevo, repetido o reformulado. Pero siempre un entretenedor que dosifica a su antojo lo que se espera de él. No tiene la mínima intención de hacerse invisible en sus películas, al contrario, se ubica centralmente, su ego le permite colocarse en los títulos de esta manera: “El octavo film de Quentin Tarantino” ¿pero no es el noveno? No, Kill Bill I y II cuentan como dos volúmenes de una misma película. Ah, esta bien, como quieras. Uno tiene la impresión de que se le ocurrió la idea del guión a partir de enamorarse del número 8, que acostado se representa con las dos serpientes entrelazadas, símbolo del equilibrio entre fuerzas antagónicas. También representa el eterno movimiento cósmico base de regeneración y de infinito.Y en inglés, hateful (odiosos) y eight (ocho) tienen una sonoridad en la que una palabra contiene a la otra. Una de Tarantino dentro de otra de Tarantino. Así es que, arbitrariamente, pudo haber encontrado la excusa para escribir un guión que encajara con la palabra ocho, y que a esos personajes que aparecen como odiosos en el póster, y que están en la posada donde se desarrolla la acción haya que restarle uno y sumarle otro que si está en los títulos principales, pero que no conviene contar para no revelar la peripecia de la trama. Arbitrariedades a las que hay que sumarle un formato de características épicas, en 65 Ultra Panavisión, que casi ningún cine del mundo proyecta y que salvo en la primera parte, en el resto del film no agrega nada. Y por último, o en este caso, por que cada uno podrá agregarle a la lista lo que quiera, depende de que lado de la hinchada se sitúe, una duración excesiva, que provoca por momentos una sensación de tedio. Y esto lleva al agobio, que es una sensación que provoca el encierro, la asfixia. Y esto es lo que Tarantino quiere lograr, de manera que sus dotes de mago están totalmente cumplidos. Nos manipuló durante casi tres horas de Los 8 mas odiados. En un fluir constante. Como una cinta de Moebius, como la representación gráfica del ocho horizontal. Un infinito al que se llega al punto de partida, que autorefencialmente en este caso es a Perros de la calle, la primera película de Tarantino, que revolucionó al cine indie americano a principio de los ’90. En la que también había un grupo de tipos encerrados desconfiando unos de otros. La variante es que aquí hay una mujer, se podrá discutir si hay misoginia o no. Pero es innegable que ella es el centro de la escena. También puede decirse que la atmósfera de Los 8 mas odiados es comparable con la de El enigma de otro mundo, de John Carpenter con la que comparte actor (Kurt Russell) y compositor (Ennio Morricone) y con la mas famosa de las novelas de Agatha Christie, Diez indiecitos, cuyo título original es Ten little niggers, esta última palabra tiene una resonancia especial, por la manera despectiva de llamar a los afroamericanos y que es uno de los disparadores de la violencia latente en el nuevo opus del director de Django sin cadenas. La humillante palabra fue otro de los ejes de la controversia previa al estreno, sobre si Quentin es el más negro de los directores blancos. Polémica con Spike Lee mediante, por el excesivo uso de la palabra nigger en las películas del blanco. Cuando se llega al final de una película del realizador de Pulp fiction uno tiene la sensación de que cayó en una trampa, la de haber asistido a un ejercicio de violencia estilizada. Y haber sido cómplice de un placer culposo. Cuando en realidad el artificio está planteado desde un principio. En Bastardos sin gloria asistimos a la muerte de Hitler de una manera que no sucedió en la realidad, pero la forma es sumamente entretenida y la disfrutamos. Como cuando somos conscientes de que el tigre no desaparece debajo del trapo negro en el truco del mago. Pero nos divierte. Y el mago Tarantino lo hizo de nuevo… en la mas teatral de sus creaciones cinematográficas, Los 8 mas odiados.
En primer lugar nunca fueron realmente ocho, pienso que tiene que ser un juego de palabras que involucre el hecho de que este es el octavo film de Quentin Tarantino, y que para aquellos más estríctos hay personajes que son verdaderamente odiables, más que el resto al menos, sea cual fuese el caso, las matemáticas no me cierran. Y eso no es lo único que no termina de cerrar en este film, el cual, como es de esperarse, tiene grandes virtudes en lo que respecta a la estructura narrativa, a los diálogos y al desarrollo de los personajes, pero no llega a consolidar una fuerza antagónica, o protagónica, clara puesto que no hay valores sólidos puestos en juego, algo que es fundamental en toda historia para generar empatía y poder predecir el comportamiento humano, y no sea solo un disparate absurdo de temperamentos y voces. Es muy difícil ser justo en la crítica cuando hablamos de un film de Tarantino y Los 8 más odiados quizás sea el más difícil de todos, esto se debe a la carga metatextual de sus film, la cual reside en el estilo, no se ve un film como este sin pensar en toda la filmografía del director anteriormente, es en pleno conocimiento de los medios de producción que uno estudia las decisiones artísticas, Jamuel L. Jackson, por ejemplo, no es un elemento menor, es el portador de la filosofía criminal, siempre adelantándose a los sucesos, penetrando en psique de los demás, exponiéndolos constantemente a su verdadero rostro. Con Michael Madsen pasa algo similar, lo vemos en todos los films como el agente de la violencia, no en sus actos, la violencia es parte de la mecánica de este universo, sino en una provocación silenciosa que saca lo peor de todos aquellos que lo rodean. Es así que cuando uno ve Los 8 más odiados, también ve Perros de reserva, Pulp Fiction, Kill Bill, etc. Ahora bien, ¿dónde el film se traiciona a sí mismo? La violencia es el instrumento con el cual los personajes defienden su integridad, uno es capaz de disfrutarla porque la entiende como inevitable y necesaria, en Los 8 más odiados no es ni lo uno ni lo otro, es parte de la agenda insidiosa de hombres en estado salvaje, en bestias más allá de cualquier redención. La propuesta, un contained thriller mezcla de whodunit, siempre fue la de un relato con personajes sin cenit moral y como el que avisa no traiciona todos los vicios y la decadencia están perdonados. Pero es perdonándolo todo que este film no es suficiente.
DE ODIOS Y CINEFILIA Toda nueva película de Quentin Tarantino (1963, Knoxville, EEUU) es celebrada por cinéfilos jóvenes y no tanto como si se estuviera ante una nueva oportunidad de pasarla bien entre amigos: movimiento, colorido, humor paródico, reencuentro con viejos conocidos (actores algo olvidados), canciones con onda, guiños al cine clásico de acción, al pulp y al comic. De hecho, en entregas de premios y otros eventos públicos el propio guionista-director suele verse alegre e informal, desprolijo incluso, como salido de una fiesta. Por otra parte, su cinefilia es contagiosa, y hay en él algo de posmoderna despreocupación, juvenilismo y una suerte de celebración de la cultura estodounidense, lo que incluye desde el amor al western hasta el rogodeo con la violencia (cuando no hace mucho tuvo que elegir las mejores películas de la historia del cine, a pedido de Sight & Sound, once de las doce seleccionadas –como puede apreciarse aquí– eran estadounidenses). Su nueva película se desarrolla pocos años después de la Guerra de Secesión (1861/1865) en nevados parajes de Wyoming, donde van encontrándose y enfrentándose ocho personajes inescrupulosos, ávidos de venganza y de dinero. Extensa, dividida en capítulos y con influencias diversas (Leone, Peckinpah, Hitchcock, Agatha Christie), Los 8 más odiados reúne virtudes y defectos. Lo mejor: – El admirable trabajo de dirección de QT. Aunque en largos tramos se habla mucho y no se sale de la cabaña-refugio (mercería, dice el subtitulado), no hay resolución con la cámara o la luz que parezca insustancial. Sea para revelar un gesto, para ayudar a la caracterización de un personaje, para insertar una seña que contribuya a la intriga, o para crear tensión en ese ambiente cerrado, planos y movimientos se advierten siempre funcionales. Barridos con cámara subjetiva representando la mirada de Warren (Samuel L. Jackson), o enfoques y desenfoques en una misma toma para poner atención a lo que ve Daisy (Jennifer Jason Leigh), son buenos ejemplos del rigor puesto en la realización, con la contribución de Robert Richardson como director de fotografía (evitando la habitual luz plana que convierte a muchas películas en largos avisos publicitarios). En tiempos de cámara en mano con dudosa planificación previa, Tarantino reivindica el poder dramático de un plano bien pensado o un travelling empleado en el momento preciso. No queda más que desear que alguna vez filme un buen guión ajeno. – Las bellas escenas en exteriores, sobre todo las de la diligencia con sus caballos al galope en medio de la nieve. – La eficaz construcción del suspenso en el penúltimo capítulo. – La música del maestro Ennio Morricone, con ese olor a western trágico y a cine de los ‘60/’70. – La autoridad de Kurt Russell y Samuel L. Jackson para los retruécanos y la malicia, la mirada de Bruce Dern, el desparpajo animalesco de Jennifer Jason Leigh y la gracia apenas sobreactuada de Walton Goggins. – Las idas y vueltas en torno a la supuesta carta de Abraham Lincoln a Warren (Jackson), con la realidad, la leyenda, el humor, el deseo, la admiración y la idealización confundiéndose, como suele ocurrir en la Historia misma. Lo peor: – La innecesaria y algo ridícula visualización de los castigos infligidos por Warren a Chester, el hijo del general Smithers (Dern), mientras los relata. – Las deslucidas actuaciones de Tim Roth y Michael Madsen. – La desconcertante hiperquinesia de las mujeres en el penúltimo capítulo. – Cierto grado de sadismo y la crueldad de algunos asesinatos, en general cometidos imprevistamente (rasgos de todo el cine de QT, en realidad): lo discutible, en todo caso, es la insensibilidad con la que los personajes celebran esos actos de violencia. Es cierto que las actitudes racistas, las antinomias políticas y la sed de venganza parecen exceder esa época y esos personajes, como si algo del espíritu de EEUU latiera en el seno de Los 8 más odiados, pero esos jubilosos estallidos de violencia no conducen demasiado a la reflexión.
Quentin Tarantino es uno de esos directores diferentes. Desde Reservoir Dogs en 1992, Tarantino nos ha presentado increíbles películas, con increíbles guiones, diferentes del resto, y ha sabido diferenciarse de la manada de directores normales para convertirse en uno de los grandes que serán recordados y estudiados por muchas generaciones de cinéfilos. ¿Cómo lo consiguió? Escribiendo guiones diferentes y complejos, usando todo lo que le gustaba del spaghetti western y aplicándolo en lugares donde otros no se animaban a hacerlo, mostrando sangre y tripas con una dosis de humor. Los 8 más odiados es un poco de eso… o tal vez demasiado de eso. Ideada originalmente como una secuela para Django (2012), la historia está ambientada en las desoladas y frías montañas de Wyoming, poco tiempo después de la guerra civil estadounidense. El cazador de recompensas John Ruth (Kurt Russell) lleva a la fugitiva Daisy Domergue (Jennifer Jason Leigh) a Red Rock, a manos de la justicia. Sin embargo, su viaje se ve interrumpido por otro cazador de recompensas, el infame Marquis Warren (Samuel L. Jackson), y por un hombre que dice ser el nuevo sheriff de Red Rock (Walton Goggins). Ellos han quedado varados en diferentes tramos del camino al pueblo y necesitan transporte. Atrapados en una tormenta, deciden buscar refugio en una cabaña de paso, donde se encontrarán con varios personajes misteriosos como Bob (Demián Bichir), Joe Gage (Michael Madsen), el general Sanford Smithers (Bruce Dern) y el verdugo Oswaldo Mobray (Tim Roth). Mientras la tormenta azota a la cabaña, pronto se darán cuenta de que uno de los personajes no es quién dice ser, y que tal vez no todos lleguen vivos a Red Rock. Con una duración de casi tres horas, Tarantino presenta una nueva película donde parece que de a poco se le han ido acabando las ideas. Todos los elementos presentados en esta película ya los ha utilizado antes y no tiene miedo de abusar de ellos una vez más, como las largas conversaciones (que en este caso se prolongan demasiado en la presentación de los personajes y se tornan repetitivas), el conflicto encerrado entre cuatro paredes, el personaje que no es quién dice ser, y las aperturas eternas de los créditos. No esperaba una reinvención de Quentin Tarantino, pero sí que hiciera algo diferente con su elementos característicos. En el elenco reaparecen algunas caras que hace mucho no veíamos en la gran pantalla (como Michael Madsen), y me parece que la actuación y el casting está en un muy nivel en esta película. A pesar de lo anterior, la película es llevadera y se sostiene por sí misma. Es un drama pero tiene muchos toques de comedia, un desenlace con mucho gore y sangre (que muchos esperamos siempre en las películas de Tarantino), y elementos de sorpresa que distienden diferentes situaciones. Esta película también significaba el retorno de Ennio Morricone al género del western, sin embargo a mi parecer, está desperdiciado su talento, y la banda sonora no se acerca ni un ápice a la memorable de Kill Bill Vol I y II o de Pulp Fiction. Puntaje: 6 -En esta ocasión, Tarantino peca por su ego. Realiza una película “bonita” en términos cinematográficos, pero su guión no logra convencer del todo y su historia se termina perdiendo en lo que alguna vez fue uno de sus mejores atributos: las largas conversaciones, diálogos y monólogos.
La verdad por mitades 1-Tarantino cineasta Es la octava película de Quentin Tarantino y puede que muchos aún no se dieron cuenta de que es un gran cineasta. Cuando digo cineasta me refiero a su enorme capacidad por manipular las herramientas del lenguaje y el tiempo, por integrar todas las referencias históricas y genéricas para construir una mirada propia. Uno puede jactarse de lo que ha visto y de tener muchísimas ideas; el tema es qué hacer con todo eso. Los 8 más odiados es un festival cinematográfico antes que nada y confirma otra vez que su director está por encima de fans, analistas, críticos y comentaristas, porque su patria (como la de los grandes) es el cine. Sin embargo, varias voces se preocupan por medir los índices de violencia en pantalla cuando, a decir verdad, es la película con menos escenas explícitas en este sentido. Hay una razón: en este último tramo de su carrera, Tarantino se ha vuelto más político y escéptico con respecto al mundo y a su propio país. La diferencia con otros es que no resigna la pasión por el cine ni se consagra al registro más banal ni directo, en una época donde el consumo de la violencia se multiplica en infinidad de pantallas y de formas solapadas. Para tal complejidad, responde con un film, aparentemente sencillo (y que muchos clausurarán en el sistema de referencias) pero que crece a pasos agigantados a medida que nos interna en sus paisajes desolados y asfixiantes, en un cruce genérico que va desde el spaghetti hasta el policial de enigma, paseando por la claustrofobia del terror, para concluir en la tragedia, anticipada desde el comienzo por la magistral música de Morricone y la imagen del Cristo de madera, apagado en la nieve, en una tierra que aparece bella como desolada. ¿Una tragedia? 2-Un poco de Edipo, Freud y Foucault Sófocles escribió Edipo rey, una de las grandes tragedias de la historia, y fue probablemente una especie de Tarantino en su época. La estructura de la obra teatral quiebra la linealidad narrativa de manera tal que son los fragmentos dispuestos en diversos lapsos temporales y espaciales los que permitirán la reconstrucción posterior, uno de los recursos predilectos del cineasta norteamericano. Como todo texto clásico, despertó diversas interpretaciones a lo largo del tiempo. Dos de ellas son las más conocidas y pertenecen a dos pensadores claves del Siglo XX. La primera dio origen a la famosa teoría psicoanalítica sostenida por Freud, el famoso “complejo de Edipo”, y fue el eslabón inicial para que se difundiera una de las formas más perniciosas de lectura del arte cuyo fundamento es psicoanalizar todo y trasladar categorías textuales al inconsciente del creador; la segunda, que devino en una alternativa saludable para conferir siempre un valor relativo a las cosas, pertenece a Foucault, quien descartó el tema del incesto como excluyente y se centró en las relaciones entre verdad y poder, amparado en ciertos signos religiosos y culturales de la sociedad griega de entonces (cuya sexualidad era mucho más abierta). Haciendo una extrapolación necesaria para el caso, se podría decir que existen los críticos freudianos que, con la mejor intención, interpelan las películas de Tarantino y destacan palabras tales como “ego, ombliguismo, vanidad cool, machismo, misoginia”, expresiones todas cuya sentencia implícita parece decirnos que lo que vemos en pantalla es un correlato de la personalidad del director. Se trata de un problema generalizado en el que reiteradas veces incurrimos y puede provenir de primeras impresiones o visiones apresuradas. Modestia aparte, prefiero hoy ponerme del lado de Foucault. Los 8 más odiados es un gran film y no se agota en una sola pasada. Hay, por lo menos, tres o cuatro formas de verlo según focalicemos nuestros ojos. La criticada, por varios, pantalla ancha de 70mm habla de una amplitud para que busquemos esos signos y al mismo tiempo quedemos atrapados en el ambiente como testigos directos. Por ejemplo, podríamos ver la película exclusivamente centrados en la mirada de la prisionera, Daisy Domergue. Y esto es posible porque uno de los ejes de la historia tiene que ver (al igual que con Edipo rey) con el rompecabezas que se nos propone, donde cada personaje tiene un saber, una parte de la verdad, antes de llegar a Red Rock. ¿Qué sabe cada uno del otro? ¿Qué sabemos como espectadores que ellos no saben? Las respuestas vendrán dosificadas en un entramado que se ofrece por mitades, por partes, y para eso siempre es necesaria la presencia de un testigo. Es lo que ocurre desde la aparición de Warren en la diligencia de John Rutt y en la sucesiva incorporación de personajes que se suman al drama. De esta manera, las mitades se van uniendo hasta el estallido final. Se trata de un sutil juego que aparece disimulado, nunca subrayado, porque pese al predominio de los diálogos, las imágenes, el ritmo, los gestos y las miradas harán el resto. Entonces, la verdad en Los 8 odiados se ofrece por tramos (como en Edipo rey), donde saber significa poder, aunque sea transitorio. En este sentido, los roles se desplazan, se complementan, se separan. Warren y Domergue cruzarán miradas extrañamente cómplices frente a Ruth en la diligencia (uno es negro y la otra mujer, dos estratos maltratados entonces y ahora en EE.UU.), y sin embargo, se separarán drásticamente apenas unos minutos después, para no caer en tesis sociológicas facilistas con motes de seriedad. Allí donde el discurso ideológico se asoma demasiado, aparecen las inyecciones de cine. Lo cierto es que hasta la charla más trivial funciona como una excusa para que los interlocutores se pongan a prueba, para indagar qué sabe uno del otro, o qué esconde. En el establo, Warren y el mexicano conversarán sobre la manera de fumar de Minnie. En realidad, finalizado el intercambio, sabremos que era una estrategia para acceder a otra parte de la verdad. Uno de los capítulos se titula “Domergue tiene un secreto” y aparece por primera vez la voz de un narrador asumiendo la del director de una puesta en escena. Un nuevo intérprete de la realidad se anuncia y expresa sólo lo que vemos pero desde otra perspectiva. Tenemos entonces otra parte del todo que enriquece el tablero de posibilidades y que parodia la idea de omnisciencia en tanto y en cuanto sólo repite lo que vemos. Una de las objeciones incomprensibles que se le han hecho al film es su supuesta disparidad en la duración de las partes. Se trata de otra observación apresurada si se tiene en cuenta que todo el tramo inicial va juntando las partes que se irán encastrando y anticipando el tablero donde todas las piezas se junten. El espacio dramático se modifica pero no las intenciones de intensificar la cadena de versiones y el camino a la inevitable fatalidad. 3-Justicia a la americana La venganza y la violencia siguen siendo dos temas fundamentales para Tarantino. Desde Bastardos sin gloria se podría conjeturar que ha estado más asociada a pensarlas en función de cómo es consumida por los espectadores, de manera tal que algunas secuencias son trabajas desde ese punto de vista, enfatizando la posición de la butaca. Puede ser el mismo Hitler en la sala en los momentos previos a la revancha planificada por Shoshana, o el disfrute de Calvin Candie en las peleas de esclavos en Django sin cadenas cómodamente sentado en el sillón (que podría ser el de cualquiera de nosotros frente a la pantalla de televisión). En Los 8 más odiados el recurso se intensifica y se problematiza. En el minuto trece asistimos al primero de los diálogos más jugosos dentro de la diligencia. Rutt manifiesta su intención de entregar a la mujer esposada para que la ahorquen y así cobrar la recompensa. Warren le pregunta si no tiene sentimientos encontrados al respecto y parece inquietarse ante la rotunda negativa del interlocutor. Más adelante, comenzamos a conocer por otro personaje detalles de Warren: el mismo que introducía el tema de la piedad no vaciló en quemar a 37 hombres. Lo revela el sheriff Mannix ante el asombro de Rutt. Luego, cuando el espacio claustrofóbico de la diligencia se traslada al negocio de Minnie, Warren redoblará la apuesta y tendrá su momento de venganza y goce cuando le cuente al general Smithers la forma en que mató a su hijo. Toda la secuencia es un prodigio en cuanto al manejo del tiempo y de los ángulos de cámara. La violencia se incrementa, el tiempo se dilata, y no sólo es suficiente con escuchar, también hay que ver, por ello el flashback inserto con fragmentos de la tortura. En el momento culminante del relato, el rostro de Warren está encendido de lujuria, mientras que el cuerpo de Smithers es el del espectador, apabullado, instigado al límite de lo soportable. La cámara se cierra lentamente hacia el primer plano para indagar en su parálisis momentánea. Luego vuelve sobre Warren, quien lo (nos) desafía a ver cuánto va aguantar esa verdad, que su hijo haya sido ultrajado y torturado en la nieve. Lo que sigue es esperable. Tarantino no tiene careta para llevar la violencia hasta lugares límites (lejos, muy lejos del humo vendido en estos lares con cierta idea de relatos salvajes), mal que les pese a algunas conciencias bien pensantes que se escandalizan con su cine. Hubo una época donde los géneros, aquellos que el mismo Tarantino recicla, gozaban de libertad y se disfrutaban sus excesos como bocanadas de aire fresco y renovable. Ahora, parece ser que la moral de ciertos críticos se torna más férrea ante el legítimo espiral de violencia tarantinesca (¿otro problema para Freud?). Siguiendo la lógica, en el juego establecido entre conocimiento, verdad y poder, la cuestión de la violencia se cruza con el de la Ley. Tim Roth es Oswaldo Mobray, el colgador (muy similar a Landa de Bastardos sin gloria). Cada personaje es una parte del todo que representa el pueblo a donde se dirigen, Red Rock. En medio de una reunión discurre sobre la diferencia entre justicia civilizada y justicia fronteriza, y alega que la diferencia entre las dos está en él, el verdugo. Se trata de un momento verbal único, en el que se dirige a Domergue: “Cuando te cuelgo no siento satisfacción con tu muerte. Es mi trabajo. Un hombre sin emociones. Y esa carencia es la esencia misma de la justicia. Porque la justicia impartida con emociones siempre está en peligro de no ser justicia”. No es ni más ni menos que la banalidad del mal (aquello que tan bien expresara en su momento Berlanga en El verdugo en la imagen misma de Pepe Isbert) en un sistema que avala la pena de muerte y que monta un espectáculo alrededor. La misma idea de “justicia civilizada” (que simbólicamente tiene resonancia en el presente) resurge en el cruce con el policial una vez que Warren, al estilo de Sherlock Holmes, deduce la emboscada preparada por “los cuatro pasajeros” (un clan parecido al de Kill Bill) y arma una especie de juicio. Continuando con el juego de la verdad por mitades, dice y sabe que han conspirado con Domergue pero le falta saber algo. Su argumentación detectivesca, cercana a la perfección, no le impide correrse del terreno civilizado y empezar a liquidar a los sospechosos. Justo en el instante en el que empatizamos con su teoría (y con él mismo como justiciero, pese a todo), las balas que caen al piso abren otro plano y la horizontalidad de la pantalla se quiebra para que surja otro poseedor de conocimiento que ejercerá su poder por unos minutos, Jody, hermano de Domergue. Tarantino recupera esta contradicción y utiliza la última escena de la película como espejo del discurso de Oswaldo, cuando el sheriff y Warren no sólo ejecutan a Domergue, luego de un festín sangriento al estilo de Perros de la calle, sino que disfrutan al máximo de ver el castigo. Nuevamente, la posición de la cámara instala el mecanismo de recepción del espectador: los dos personajes permanecen tirados en una cama como nosotros podríamos verlo desde un sillón o desde la misma butaca de la sala. Mannix dilata la derrota de Domergue, la deja hablar y disfruta con la venganza. Es más, lo invita a Warren a que se ponga cómodo para lo que vendrá (invitación que se desplaza hacia nuestra mirada). El vaticinio de Oswaldo se cumple pero desde la perversa lógica del show y con un grado de violencia desmedida. Quienes participan del acto, ya han barrido con todo, y uno de ellos era el representante de la “justicia civilizada” saca a relucir su siniestro goce. Disparar no es suficiente. Antes de ahorcarla, le dice: “Aguarda Daisy, quiero mirar”, y en medio de un juicio simulado, la ejecutan. Ya lo había dicho otro de los maleantes, John Gage, “las apariencias engañan”. Lo que no es engañoso es la omisión de la Academia que ignoró completamente esta película, lo cual evidencia una decisión política y una apuesta por la corrección que no se banca que le refrieguen la idiosincrasia por la cara. Mientras tanto, han descubierto un nuevo niño mimado: González Iñárritu. Es lo que hay, es lo que queda: un cineasta relegado por un publicista.
Es un film fiel al estilo de Tarantino, un western con toques de comedia negra. Contiene buenos diálogos, sorpresas, gags, muchos tiros, acción, estupenda fotografía y sangre al por mayor. Un deslumbrante elenco: Jennifer Jason Leigh, Kurt Russell, Samuel L Jackson, Demian Bichir, Walton Goggins, Tim Roth, Michael Madsen, Bruce Dern y Channing Tatum. Sobresale cada fotograma, filmada en 70mm, a pesar de sobrarle algunos minutos, entretiene. Recientemente ganadora de un Globo de Oro en el rubro banda sonora original compuesta por Ennio Morricone
La tercera película consecutiva sobre cuestiones históricas del director más emblemático de su generación poco tiene que ver con sus películas iniciales excepto por su fidelidad al sadismo Nada más estadounidense que Los 8 más odiados, octava película (sin contar su episodio de Grindhouse) del director más proclive a ser canonizado como un genio o difamado como una bestia cinematográfica de cierto talento, obsesionado y consumido por la violencia y el goce de su representación. En su última película, Quentin Tarantino cultiva más la sociología pornográfica que el western. Sucede que aquí el capitalismo de rapiña se desnuda de cuerpo entero y la obscenidad de una forma de vida exhibe su única filosofía concreta: el dinero es el espíritu de la Nación. EE. UU es el país de los hombres dolarizados. El tiempo histórico es el posterior a la Guerra de Secesión. A fines de del siglo XIX, la victoria de la Unión es un hecho político, lo que no significa que los ciudadanos estén convencidos de las consecuencias. La economía decimonónica sigue siendo salvaje: los forajidos tienen precio, y los cazarrecompensas van por ellos sin una deliberación moral que matice su objetivo adquisitivo. Es que la justicia es lo de menos, aunque como dice un personaje, que tiene la potestad de ejecutar renegados en nombre del Estado: la justicia debe cumplirse desprovista de pasión. Extraña e indirecta impugnación de la venganza como forma de justicia, inesperada para un director cuyo tema por antonomasia ha sido hasta aquí la revancha por mano propia. El argumento es minimalista: dos cazarrecompensas se encuentran en las praderas nevadas de Wyoming. Uno lleva un par de cuerpos y ha perdido a sus caballos. El otro viaja en una carreta con una rea que vale 10.000 dólares. El destino es el mismo: Red Rock, pero una tormenta de nieve los lleva a pasar la noche en una suerte de hospedaje en las montañas. Un poco antes se encontrarán con el sheriff de la ciudad a la que se dirigen. Allí están hospedados un coronel, un verdugo, un pistolero que quiere escribir sus memorias y un mexicano. He aquí los 8 más odiados. Pero como dice uno de los personajes, no todo es lo que parece. Dividida en capítulos, Los 8 más odiados avanza lentamente hacia su apoteosis sangrienta a través de algunos giros narrativos inesperados, que incluye varios flashbacks, dos de ellos de una violencia tremebunda, habitual concesión adolescente del director que mancilla bastante los grandes momentos del film, pero no lo suficiente para que descompense su desordenada clarividencia: todo hombre es mensurable en dólares. Antes de seguir con el trasfondo de Los 8 más odiados, no está de más reparar en algunas cuestiones formales. Se ha dicho que es un film teatral, tal vez porque los actores hablan mucho y sus interpretaciones están en un registro por encima del canónico naturalismo de Hollywood, tal vez porque más de 100 minutos transcurran en una única habitación. Es cierto que hay varias fugas visuales, como si Tarantino fuera consciente del problema, más allá de los primeros capítulos, que se sostienen en la interacción entre el paisaje y el carro en el que viajan los cazarrecompensas, el botín humano y el sheriff. Habría que decir que todo el estilo actoral virado hacia lo exagerado compensa la contundencia (innecesaria) de la violencia física. Aunque Tarantino no puede prescindir de la vehemencia del golpe y la destrucción de la carne, entiende que una forma de distanciamiento de esa representación inevitable para él consiste en apelar a la caricatura espiritual de todas sus criaturas, como si fueran dibujos animados para los que morir es un trámite sin peso moral ni ontológico, porque el dibujo animado, paradójicamente, carece de ánima. Es una táctica no del todo eficiente, pero denota una inquietud poética sobre las formas de filmar la violencia. El regreso a una superficie encerrada como espacio dramático excluyente recuerda el mejor fragmento de un film de Tarantino, el inicio de Bastados sin gloria. Se repiten las coordenadas: un ambiente, un conjunto de personajes enfrentados, una inminente explosión de violencia. Es un territorio mínimo pero suficiente para fantasear incluso una división política del mismo territorio. En efecto, cuando el personaje de Tim Roth propone una línea que divida a los del Norte de los del Sur, el film replica en miniatura un enfrentamiento que nunca será saldado del todo, ni en el film ni fuera de él. No se puede negar el ingenio de Tarantino para hacer rendir una superficie limitada. Un buen ejemplo es el momento en el que el plano arranca focalizándose en algunas tareas que están realizando dos de los más odiados afuera del albergue; un travelling hacia atrás vuelve luego sobre el personaje de Michael Madsen, que está sentado muy cerca de la ventana, mientras el registro se desplaza ligeramente hacia la derecha para divisar de inmediato la actividad del resto de los personajes y un poco después volver hacia Madsen. Esa erudición formal acerca del movimiento en el plano es una constante en el registro, aunque el momento más hermoso de todo el film recae en otra forma de concebir y filmar el movimiento: un par de ralentís sobre la figura de dos caballos al galope y tirando del carruaje, precedido por una panorámica inolvidable, constituyen uno de los placeres cinematográficos más evidentes del film. Hay varios más. Justamente en ese pasaje Tarantino se permite incorporar un poco de música, demostrando que es uno de los pocos directores que utiliza la irrupción musical exógena a la diégesis siguiendo una lógica expresiva que nunca replica la vida emocional de los personajes, sino más bien una cierta condición anímica que la escena en su conjunto debe transmitir. La banda sonora de Ennio Morricone es soberbia y, en algunas instancias, narrativamente significativa, como en una de las más penosas matanzas que se ve en un flashback. Volvamos al asunto de la película. Como aquí son todos malvados, el único antagonista permanece en fuera de campo, aunque se oirá espectralmente su voz en el desenlace. El heraldo del Bien y la promesa de fraternidad viaja metafóricamente en el pecho de uno de los cazarrecompensas, el único afroamericano. Su impiedad resulta incompatible con la amabilidad que se expresa en una misiva personal firmada por Abraham Lincoln. Pero el punto de vista del film se resuelve confusamente cuando se sabe el contenido de esa carta, leída en el momento justo y con un travelling hacia atrás en elevación que impone un repudio y desmiente ese culto por la violencia. El pesimismo político del progresista cavernícola Tarantino resulta entonces nítido por unos segundos, y desanda –mal que le pese al moralista– la misantropía de sus personajes, que no es la suya. El cine estadounidense siempre vuelve sobre la historia de la nación. Filmar la Historia es la primera misión que reconocieron los cineastas, una tradición que empieza con David Wark Griffith y que siempre estuvo ligada al western. He aquí el contrapunto desencantado de films como Lincoln o Puentes de espías, el último esfuerzo de Steven Spielberg por rubricar la fe en la República. Tarantino descree dolorosamente de una justicia sin fuego y de algún otro valor por fuera del fetichismo de la moneda. La tenue defensa de la familia como institución que se insinúa en Los 8 más odiados es apenas un resorte demasiado conservador para reencontrarse con el camino de Lincoln. La barbarie ha triunfado, y su mejor intérprete y acaso representante sabe filmarla en sus propios términos. Esta crítica fue publicada en otra versión y otro título por el diario La voz del interior en el mes de enero 2016
El octavo lagometraje de Quentin Tarantino se cocina a fuego lento para entrar en ebullición en el trayecto final y salpicar sangre en la cara del espectador. Al mejor estilo Hitchcock, el suspenso se acrecienta lentamente hasta que comienza el frenesí de violencia. Todo acompañado por una impecable banda sonora orquestada por el maestro Ennio Morricone. Su sello personal se evidencia en cada metro de fílmico (de gloriosos 70mm, como el trailer prometía). El guión, los diálogos, las interpretaciones, la violencia, la tensión y el grotesco se encuentran potenciados al máximo. Parafraseando a su Mia Wallace de Pulp Fiction, seguir por el camino de la descripción de su cine, para cualquier conocedor de su filmografía sería "un ejercicio de futilidad". Cuando vemos una película de Scorsese podemos apreciar las referencias u homenajes a los directores que lo inspiraron. John Huston, George Melies, Elia Kazan, etc. En Brian De Palma abundan fundamentalmente los guiños al cine de Hitchcock. Los guiones de Tarantino son un reflejo del cine que más le gusta consumir. Lo lineal sería referenciar a varios spaghetti western con los que sabemos que se nutrió de joven trabajando en un videoclub, pero eso no es todo. Como verdadero amante del cine podemos reconocer que las situaciones y atmósferas que recrea, nos recuerdan también a otros films de diversos géneros como Cayo Largo, aquella película donde Humphrey Bogart se encuentra atrapado en un hotel con uno de los mafiosos más peligrosos de la época (Edward G. Robinson) en el marco de una feroz tormenta que los obliga a adoptar una puesta más teatral que cinematográfica. En los ocho más odiados la tormenta es una nevada que les impedirá a los personajes salir de la cabaña que será testigo del desenmascaramiento de la verdadera naturaleza de cada uno de ellos. La historia tiene ese típico sabor a añejo de los western de John Ford, John Huston y Howard Hawks en donde más que héroes y villanos tenemos un desfile de personajes ambiguos cuyas motivaciones se revelarán recién en el último tramo del metraje. Aunque hay algo concreto. Los ocho personajes que componen la historia pueden no caber dentro de la simple dicotomía de buenos y malos, pero son sin duda indeseables y profundamente miserables. Su moral está podrida, son diabólicamente ruines, sin posibilidad de redención y tan mezquinos y morbosos que cuesta trabajo tomar partida por uno de ellos. Porque en el fondo, simpatizamos con todos por igual, pese a que no nos importa si sufren la más violenta muerte. El director logra sacar lo peor del público quien no podrá contener el depravado regodeo cada vez que explote un cráneo o se desangre un personaje, acompañando esos momentos con la traicionera y cómplice sonrisa que logra que disfrutemos la euforia de la violencia desplegada en la pantalla.
Camino a convertirse en un clásico (aunque él diga que solo filmará dos películas más y se retira), cada film de Quentin Tarantino viene acompañado de una enorme expectativa. En el caso de Los 8 más odiados, su flamante opus, hubo también escándalo: el realizador encabezó una protesta contra la brutalidad policial en Nueva York y la institución intentó, sin éxito, boicotear el estreno del film en su país. Pero previamente había sido el propio Tarantino quien, al filtrarse el guión en Internet, había amenazado con abortar su película. Afortunadamente cambió de opinión, porque nos hubiera privado de disfrutar de tres horas de un cine tan vigoroso como apabullante. En Los 8 más odiados, Tarantino vuelve a ir por todo, utilizando géneros en desuso (en esta oportunidad, el western, continuando la senda de Django sin cadenas, su anterior opus), filmando en un formato grandilocuente como los 70 mm y convocando a una figura retro como Ennio Morricone para la música. De tanto reciclar elementos poco usuales, el director de Perros de la calle y Pulp Fiction parece haber encontrado una formula (que sabe explotar, ¡y cómo!) Al mismo tiempo, mantiene otras características tradicionales en su filmografía, como el cuidado trabajo de los diálogos o la presencia de algunos "históricos" en el elenco (Samuel Jackson, Tim Roth, Michael Madsen). La historia se desarrolla en plena Guerra de Secesión norteamericana (entre 1861 y 1865) y tiene lugar en el estado de Wyoming. Una diligencia transporta a dos cazarecompensas, John Ruth (Kurt Russell) y Marquis Warren (Samuel Jackson), que llevan consigo a la prisionera Daisy Domergue (Jennifer Jason Leigh) y algunos cadáveres. En el camino se topan con Chris Mannix (Walton Goggins), un presunto nuevo sheriff del pueblo donde se dirigen, Red Rock. Una tormenta de nieve obliga al grupo a alojarse en una cabaña que hace las veces de almacén y hostería, donde encuentran a tres desconocidos: Oswaldo Mobray (Tim Roth), verdugo también de Red Rock, Joe Gage (Michael Madsen), un errático vaquero, y el ex general Sandy Smithers (Bruce Dern). Todos los personajes tienen un aura intrigante y nadie parece ser quien dice que es. Pero algunos son conocidos de larga data y la información se irá dosificando hasta llegar a un espiral de violencia sin retorno. Promediando la película habrá un sorprendente punto de giro que alterará la trama, lo que a su vez dará lugar al clásico recurso "tarantinezco" de modificar el punto de vista y la linea narrativa. Este film quizás sea, por estructura, el que más puntos de contacto tiene con Perros de la calle, ópera prima del director. Es cierto que encontramos a un director cada vez más megalómano y recostado en si mismo. Pero en simultaneo, pese a su extensa duración, hay una película que no decae en ningún momento y que respira cinefilia por todos sus poros. Ya es un lugar común la afirmación, pero sí, Tarantino lo hizo de nuevo.
Del mismo barro Una de las facetas que más se está poniendo en evidencia en éste magnifico director es la propia autorreferencia, no sólo a su producción sino simultáneamente a su propia persona. En su sexto filme, “Bastardos sin gloria” (2009), casi de manera elocuente, graciosa, y con la posibilidad de varias lecturas, el teniente Aldo Raine, personaje interpretado por Brad Pitt, al marcar una cruz esvástica en la frente del nazi más odiado, en ese filme obvio, el coronel Hans Landa, papel jugado por Christoph Waltz, dice a cámara “es mi obra maestra”. Posiblemente esa realización sea su nivel más alto alcanzado desde todo punto de vista, la producción, lo narrativo, lo formal, lo estético, lo dialógico, y lo constitutivo de los personajes. Esa última referencia, leída como netamente personal, producía humor. Ahora bien, “Los 8 más odiados”, que es en realidad su octava obra, ¿podría entenderse como una clara alusión a su producción vista desde la academia de Hollywood? La gran meca del cine nunca le entrego un premio como director, ni mejor película, dos veces fue galardonado como guionista, por “Pulp Fiction” (1994) y “Django encadenado” (2012). En esta ocasión se puede visualizar mucho de sus filmes anteriores, principalmente “Perros de la calle” (1992), pero sin dejar sus homenajes a sus antecesores como John Ford con “La diligencia” (1939), o Clint Eastwood y “Los Imperdonables” (1992), entre otros tantos. Desde otras variables de consideración éste ultimo opus del director de “Jackie Brown” (1997) tiene mucho de tratar de combinar, y lo hace de manera astuta con varios géneros que le son familiares: el western con la inmejorable ayuda de Ennio Morricone en la música, el relato de intriga policial al modo Agatha Christie, el invalorable aporte estético de Robert Richardson en la dirección de fotografía. Pues la mayor parte del metraje transcurre en una cabaña asolada por la peor tormenta de nieve de los últimos tiempos, en tanto que la historia es desarrollada varios años después de la guerra civil, en la cual varios personajes quedan atrapados por designios de la naturaleza, encerrados sin poder escapar, y hay un asesino, o más, entre ellos. ¿La duda esta planteada? La propuesta tanto estética como desde su estructura narrativa, emplazada en capítulos nominales, en principio podría tildarse al menos de curiosa, y demuestra que hay bastante talento como para que todo esto no sea una burda imitación de si mismo ni de otros directores, dejando en claro que es Tarantino al ciento por ciento La narración comienza con la imagen de una diligencia atravesando las ventosas llanuras de Wyoming. Sus pasajeros son el cazarrecompensas John Ruth (Kurt Russell) y su prisionera Daisy Domergue (Jennifer Jason Leigh), quienes viajan camino del pueblo de Red Rock donde Ruth, conocido en esas tierras como "El Verdugo”, llevará a Domergue a la justicia para ser ahorcada. En el camino se encontrarán con dos extraños: el mayor Marquis Warren (Samuel L. Jackson), un ex soldado negro de la unión transformado en otro cazarrecompensas, con algunas diferencias entre ambos, el primero se regodea de cómo otro mata a su presa, el segundo los mata él, es más seguro, sin riesgos, y Chris Mannix (Walton Goggins), un soldado del sur que dice ser el nuevo Sheriff del pueblo al que se dirigen. Amenazados por una tormenta, Ruth, Domergue, Warren y Mannix buscan refugio en la mercería de Minnie. Al llegar se encuentran con Bob (Demian Bichir), un mexicano que se encarga del negocio mientras Minnie se ausenta para cuida a su madre, Oswaldo Mobray (Tim Roth), un verdugo que viaja a Red Rock, el vaquero Joe Gage (Michael Madsen), y el general confederado Sandy Smithers (Bruce Dern). A medida que la tormenta arrecia en el exterior, los problemas de convivencia y desconfianza lo hacen dentro del refugio entre los presentes. La película fue filmada en 70 mm, lo que podría entenderse como una puesta en juego de las preferencias de Tarantino, en contraposición de la era digital que va fagocitando, más por cuestiones de costos que artísticas, al viejo y amado celuloide. Esa elección hace que la forma en que expone los espacios abiertos, los exteriores en lugares reales, apartados de cualquier vestigio de civilización y en el pleno crudo invierno, presentando que la historia sea, en principio y fotográficamente, impresionante, las imágenes son majestuosas, subyugan. Luego en los siguientes capítulos casi todo se reducirá a ese espacio cerrado, casi claustrofóbico, pero con una magistral puesta en escena y movimientos de cámara que hacen que sus casi tres horas de duración no se noten, sumado esto a los diálogos, las actuaciones, donde un great team haga dificultoso destacar a uno sobre otro, pero en lista de preferencia Bruce Dern, sin moverse de su sillón da una clase de actuación, lo siguen Samuel L. Jackson, Tim Roth y Jennifer Jason Leigth, cada cual en lo suyo. El resto del elenco cumple acabadamente con su misión de soporte de la historia. Nadie se salva de la mirada escéptica sobre la raza humana que tiene el director, en realidad los 8 más odiados podrían ser más, esos personajes laterales que casi no aparecen en el relato como la mismísima Minnie, la negra dueña del refugio, que odia más a los mexicanos que a los perros, cuyas presencias están prohibidas dentro del lugar. Entonces ya serían 9 los odiados, sino sumamos al “Dulce Dave”, el caficio del marido de Minnie, un misógino explotador, y así sucesivamente podríamos ver que todos los personajes tienen su lugar oscuro más a flor de piel de lo que aparenta. El punto es que esto está sólo puesto en función de progresión dramática y reconstituyendo algo del orden de lo verosímil del relato, no tiene otra función. Pero para ser tarantinesca de manera completa, no podía faltar el regodeo por lo sanguinario, casi al mejor estilo gore, con cabezas volando por el aire o explotando manchando no sólo la lente de la cámara sino también al espectador en la sala de cine, por momentos pareciera que injustificadamente, salvo que sea un guiño a sus fanáticos seguidores. Todo suma. (*) Realizada por Robert Altman, en 1971.
El mejor Tarantino está en su mejor forma. “Los 8 más odiados” potencia las premisas que hicieron del director de “Tiempos violentos” (Pulp Fiction) una estrella extraña de la industria. Tarantino siempre pivoteó con inteligencia entre el negocio y el arte, con productos exitosos, pero sin transigir con el mainstream, contando historias coherentes con su propia estética. Casi como un Woody Allen del pulp, ese género que tan bien recreó en la pantalla grande y en el que la sangre y la miseria suelen cruzar deliberadamente el límite del buen gusto para provocar la risa incómoda y políticamente incorrecta. El director vuelve a reunir esos elementos en una película que evoca una de aquellas historietas policiales que se imprimían en papel barato (las pulp fiction) pero en formato de western. En su segunda incursión en el género, ahora pone a sus personajes en un contexto que sirve de disparador para los conflictos. Como en los grandes relatos de suspenso, todo sucede en un lugar aislado, en este caso una posada en medio de un paisaje helado. Allí un grupo de personajes se ven obligados a convivir sospechando unos de los otros. Tarantino construye un relato impiadoso, crítico y con humor negro, pero que a su pesar (parece sugerir) deja abierta la posibilidad de que las cosas no estén tan mal después de todo.
Tarantino regresa con sus clásicas obsesiones "Los 8 más odiados" cuenta cómo dos cazarrecompensas, un soldado confederado y una prisionera, desviados a causa de un gran temporal de nieve, deben aguardar a que pase pero una muerte desatará la paranoia. Un relato simple, pero de cualidades complejas y minuciosas. Finalmente llegó la octava película de Quentin Tarantino y nuevamente vuelve a sorprender. “Los ocho más odiados” comienza mostrando el viaje de un cazarrecompensas, John Ruth (Kurt Russell), que lleva cautiva a Daisy Domergue (Jennifer Jason Leigh), para que sea juzgada en el pueblo Red Rock. En el camino se encuentra con Marquis Warren (Samuel L. Jackson), un ex militar de alto rango, devenido también en cazarrecompensas. La nieve intensa también lo cruzará con Chris Mannix (Walton Goggins), quien debe llegar a Red Rock para proclamarse como sheriff. Llegan los cuatro hasta un local, en el que encuentran refugio de la tormenta que se avecina y allí conocerán a un par de forasteros y al cuidador del lugar, ante la ausencia de la dueña, Minnie. Oswaldo Mobray (Tim Roth), el verdugo de Red Rock; el vaquero Joe Gage (Michael Madsen) y el general confederado Sanford Smithers (Bruce Dern) serán sus compañeros durante varios días. El encierro y las horas desnudarán sus verdaderas personalidades y una muerte desatará la paranoia y la búsqueda del asesino, cual juego de mesa, pero en versión Tarantino. Apostada fuertemente sobre las características de los personajes, sus historias -que en este caso se narran desde la visión de los otros, quienes alaban sus proezas, una especie de “somos pocos y nos conocemos mucho”- y no tanto en el thriller, clima que conocemos recién pasada la mitad del filme “Los ocho más odiados”, se eleva como una de las grandes producciones del año. Un relato simple, pero de cualidades complejas y minuciosas, obsesivamente narradas como sólo Tarantino puede ofrecer. ¿Quieren sangre? Obviamente que la encontrarán. ¿Humor cínico y negro? Para todos los gustos. Un punto en contra será su duración (160 minutos, aproximadamente), ya que al tratarse de un filme de “estancamiento”, existen vueltas y más vueltas, muy bien contadas por cierto, pero que sólo intentan confundir al espectador, sin la conciencia de manipularlo, y tan sólo por el hecho de contar una historia dentro de la historia central.
Nadie puede decir que Quentin Tarantino sea un mal director: sus dos películas anteriores (por lo menos) demuestran un grado de madurez expresiva y de creatividad notables. Dejó de ser solo un dialoguista eximio y un guionista creativo para torcer la puesta en escena según sus deseos. Pero quizás esta vez fue demasiado lejos quedándose demasiado cerca. Los ocho... no es un western salvo por su territorio e iconografía. Es la historia de una decena de personajes aislados en una cabaña durante una feroz ventisca, dividida en dos partes que son dos películas. La primera está llena de diálogo, el diálogo tarantinesco que llega incluso al grotesco con el relato final de Samuel Jackson. La segunda está llena de muerte y de sangre, sangre y muerte tarantinescas, de venganzas cruzadas y dolores evidentes. Un cazarrecompensas lleva a una mujer a ser ahorcada y recala en ese lugar aislado junto con otros dos: un sheriff con pocas luces y otro cazarrecompensas negro. Dentro hay ya cinco hombres, que tienen un secreto. El juego es saber quién es quién y por qué está ahí, y la presencia de Kurt Russell hace pensar que Tarantino disfraza de western su versión del clásico El enigma de otro mundo, de John Carpenter. ¿Por qué es imperfecta? Porque el ingenio y el amor por las palabras, extendido por demás, disuelven la intensidad de la historia. Tarantino se enamora tanto de su film que lo asfixia. Y con eso, también, al espectador.
No hay duda alguna de que Quentin Tarantino vive en su mundo particular, uno que se nutre de tantas referencias cinéfilas que su propia filmografía ya se entremezcla en este mundo, creando una metareferencialidad increíble. The Hateful Eight es la viva prueba de ello, un western como ningún otro, perverso, sangriento, que no responde a ninguna ley del género excepto las propias reglas del mundo de Quentin. Es obviamente un festín para el fanático acérrimo del director, con todas sus virtudes y falencias ahora bien visibles debido a la megalomanía de un director que le escapó y le sigue escapando a toda clasificación. Ya desde los mismos títulos de inicio, estamos ante una obra dividida en capítulos que, sabemos, será larga. Quentin elude una vez más la edición, y la larga presentación - con una insinuante pieza cortesía del maestro Ennio Morricone que salió del retiro a pedido del director - es una probada sustanciosa de la a veces agónica elongación que posee el octavo film de Tarantino. Minuto a minuto, los personajes se van presentando uno a uno. La última diligencia a Red Rock ya lleva a dos de los protagonistas del título, y en el camino levantará a dos más. En su posta en el camino, el resto de los odiosos ocho se hará presente, no sin dudas de por medio. Este grupo está conformado en su mayoría por actores fetiche del director, y aquellos a los que Quentin ha sacado provecho de sus actuaciones en sus películas. Los selectos personajes le hacen honor al calificativo de odiosos presentado en el título. No hay personaje alguno que se gane la simpatía total de la platea. Si hay testamento alguno de las capacidades de construir un guión bien formado que tiene Tarantino, eso es la de convertir bastardos en verdaderos shows de lucimiento para todos los involucrados. Kurt Russell es lo más cercano a un justiciero nato, aunque se comporta para con su prisionera, la golpeada Daisy Domergue de una reveladora Jennifer Jason Leigh, como todo menos un caballero. Y no es para menos: Daisy es una bocafloja peligrosa que está a la altura de a companía masculina que la rodea. Samuel L. Jackson es el mismo motherfucker que ya conocemos, y no hace falta explayarnos más en la genialidad que es como actor, mientras que Tim Roth regresa a las huestes de Tarantino ocupando lo que en otra dimensión sería un papel ideal para Christoph Waltz pero ya agotó el mismo carisma de siempre. Otro que nunca falta, Michael Madsen agradeciendo obvio que Quentin lo tenga presente. El resto de los ocho los componen un explosivo Walton Goggins - este muchacho no para de arrasar en papeles no convencionales en Hollywood - el mexicano de turno Demian Bichir y el viejo general de Bruce Dern, que tiene poco y nada que hacer en este grupo, pero que igual está en la escena de los hechos. La trama es una de las más teatrales que Quentin haya ingeniado. La mayoría de su metraje lo ocupa la mercería de Minnie como única locación, una cabaña en medio de la nada azotada por una brutal tormenta de nieve. Con unas pizcas de Diez Negritos de Agatha Christie en la mezcla, los ocho no siempre son lo que aparentan ser, y poco a poco la desconfianza irá creciendo entre ellos. Esto le da pie a los usuales monólogos grandilocuentes a los que nos tiene acostumbrados Tarantino, pero es tanta su locura por sorprender y abrazarse a sí mismo que no todos funcionan. Si lo pienso un momento, sólo uno, la historia de Jackson, es la que más se le queda a uno una vez terminada la película. Y eso que momentos no faltan. Como guión, creo que es uno de los menos pensados en la escasa pero valiosa filmografía, y hasta creo que sería un milagro que quede nominada como Mejor Guión en los próximos Oscar, galardón que siempre se termina llevando Quentin casi como premio consuelo. Si algo no falta, es la sangre. Como no podía ser de otra manera, la dupla Nicotero & Berger se encarga de cumplirle los deseos más siniestros a Quentin, y cuando la violencia toma su merecido centro en la acción, no decepciona. Ya conocen a Quentin, y si todavía siguen sonriendo de oreja a oreja con el conflicto final en Django Unchained, imaginen los mismos preceptos de sangre trasladados a la cabaña en medio de la nada. Por eso lado, no saldrán decepcionados, y todos los involucrados le ponen el pecho a la bala... casi literalmente algunos, y no sólo el pecho. The Hateful Eight quizás peque de excesiva y de ser un monumento onanista del propio Tarantino, pero no por ello deja de ser un festival imperdible para aquellos que saben que el tío Quentin siempre ofrece lo mejor de sí, y a veces se le va la mano.
Paranoia A poco de finalizada la guerra civil estadounidense, una diligencia avanza entre el paraje montañoso y nevado de Wyoming buscando evadir una fuerte tormenta y dirigiéndose a un destino incierto. Los paisajes vastos y majestuosos, que solo el formato fílmico Ultra Panavisión de 70mm puede mostrar, en toda su gloria nos hace pensar que Quentin Tarantino, en su octavo opus como realizador, evocará los westerns abiertos propios de John Ford o de su adorado Sergio Leone. Pero los que seguimos a fondo la carrera de este niño terrible de Hollywood sabemos que lo suyo es evadir las expectativas. Una vez presentados los integrantes de dicha caravana (un cazarrecompensas que lleva esposada a una mujer miembro de una banda criminal para que sea ejecutada; un excombatiente negro de las fuerzas del norte, también convertido en cazarrecompensas; y un joven sureño que dice ser el sheriff del pueblo más cercano) la acción se trasladará a una taberna en las afueras de Red Rock, en la que ellos, mas otros cuatro extraños, deberán pasar la noche hasta que aminore la tormenta. De ahí en más la acción no se mueve de ese lugar, y es cuando Tarantino muestra sus verdaderas cartas. Como un globo que se infla hasta reventar cuando menos se lo espera, encerrará a sus criaturas allí creando una olla a presión en las que tensiones de todo tipo (sobre todo las éticas y las raciales) se pondrán a prueba hasta culminar en un baño de sangre y vísceras. Los 8 más odiados, en principio, representa un regreso a las fuentes para el director, ya que tanto la única locación como los choques verborragicos entre los personajes remiten a Perros de la calle, pero al mismo tiempo el film continua con la línea revisionista del pasado que exploró en sus últimos trabajos, Bastardos sin gloria y Django sin cadenas. De esta ultima Tarantino vuelve a retomar la intención política de mostrar una sociedad con un racismo latente y conflictos de clase que aun hoy no tienen solución en su país, aunque afortunadamente en Los 8 más odiados todos los personajes, incluso el que interpreta Samuel L. Jackson. poseen una dudosa moral que tiñe de gris el relato, a diferencia del maniqueísmo más marcado de Django. El verdadero interés pasa por crear tensión y una sensación de paranoia constantes en las que nadie es quien dice ser y un paso en falso puede terminar con una balacera infernal. Las comparaciones con La cosa de John Carpenter son evidentes y no terminan ahí, ya que están los acordes del gran Ennio Morricone y la presencia de Kurt Russell para recordarnos que por más canchero y megalómano que se crea, Tarantino sabe referenciar a la gente indicada. Quizás allí resida su verdadero talento.
Escuchá el audio (ver link). Los sábados de 16 a 18 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli.
Hombre negro, infierno blanco Con una puesta en escena de frío glacial, entre personajes ruines, la octava película de Tarantino ofrece odios compartidos, revanchas y una ética maleable. Una obra molesta, que dispara sin aviso sobre sus personajes y logra fascinar. Si todavía quedan dudas sobre si el cine de Quentin Tarantino es copiar y pegar o cita y homenaje; pues bien, nada de eso. O todo eso pero más. En todo caso, difícilmente pueda entenderse de esta manera simplista el cine de alguien que ya ha imbricado su hacer en la historia fílmica. Tarantino tiene conciencia de montaje, sabe de timing, dónde cortar, cuándo referenciar o parodiar, para finalmente apropiarse de lo ya hecho ‑en esa lista de películas que el rótulo "historia del cine" identifica‑ y hacer lo suyo. Los 8 más odiados rubrica lo que se señala y le consolida como autor. Su cine puede gustar, también no. Provoca discusiones, adhesiones y rechazos. (Rasgo que ya quisieran tantos otros realizadores). Hay una sapiencia que le distingue, que hace que en sus imágenes convivan tantas películas como sea posible. Pero no desde la mera mímesis ‑que puede albergar referencias que van del western spaghetti al cine de artes marciales‑ sino a partir de la imbricación discursiva en la que se insertan. Cuando estrenó Django sin cadenas, Tarantino acusó y discutió al cine de David Griffith y John Ford por igual, la importancia no estuvo en sus dichos sino en la película conseguida, en cómo su Django asumía el legado complejo de un cine grandioso, al hacer comulgar y pelear categorías presumiblemente antitéticas como Ford con Sergio Corbucci. Una provocación que no es menor, que le distingue como un cineasta cuya obsesión por filmar en celuloide es esencial ‑Los 8 más odiados lo hace, y en 70mm‑, a diferencia del oportunista J.J. Abrams con su remozada Star Wars. En Tarantino el celuloide se respira. La pulsión está presente ya desde los títulos que Los 8 más odiados elige, de una tipografía con memoria seventy, en compañía de Ennio Morricone. Acá, por las dudas, poco importa si el gran compositor reutiliza una partitura previa, si no hubiese sido así, ¿cambiaría algo?, ¿por qué? También, por si acaso, Tarantino hace participar canciones de épocas actuales, descoyuntadas del momento histórico que recrea. Es decir, se trata de cine. Esa otra realidad en la que habitar. Una vez dentro, hasta Hitler puede ser masacrado, con Emil Jannings como espectador del estrago. (Tal como sucede en Bastardos sin gloria: el hecho histórico es falso, pero el colaboracionismo del actor alemán con el régimen nazi es absolutamente cierto; Tarantino nunca miente cuando se trata de cine). Así que, una vez en la diligencia ‑esa referencia intrínseca a Ford y al cine todo‑, en compañía de los lobos que son los caza recompensas Ruth y Warren (Kurt Russell y Samuel L. Jackson), el viaje a Red Rock promete tropiezos, diálogos extensos y de filo sinuoso, dedicados a encubrir propósitos, tendientes a dar una pátina maleable al hecho horrible que supone la guerra de Secesión. El escenario estará servido una vez alcanzada la mercería de Minnie, con un reparto de cuerpos en pose, cada uno una historia para oír; todos, eso sí, aspectos que destilan de esa guerra reciente, entre blancos y negros: contrapunto acromático que define, como raíz y justificación estética del plano/contraplano, al cine norteamericano. Ruth y Warren son el pivote que se repele, mientras cargan con sus cadáveres por cobrar. El devenir del argumento les obliga a reunirse, a pactar. Signo inequívoco de una sociedad donde convivir, pero con el negro situado en igualdad de condiciones, dentro de un género ‑el western: génesis de cine y mitología estadounidense‑ en el que tradicionalmente ha sido relegado o ignorado. Tarantino dedica al Mayor Warren de Samuel Jackson una importancia formal que equivale a la de cualquiera de los demás personajes. Dada la igualdad, cuidado, porque ninguno es digno de confianza. Todos, también ella, son ruines. Ella es Daisy Domergue, la asesina capturada por Ruth, a quien el caza recompensa mantiene esposada mientras le propina golpes terribles. Por esto solo, Los 8 más odiados dice más sobre la violencia de género que cualquier otra película. No necesita de corrección ni de moralinas, simplemente muestra cómo el macho bravío ‑blanco y bruto, en la piel del gran Russell‑ la revienta a golpes. Es desagradable, no puede ser de otra manera. El repertorio de personajes se completa, entre otros, con un cowboy taciturno (Michael Madsen), un posible sheriff (Walton Goggins), el verdugo Oswaldo (Tim Roth), el solícito ‑y mexicano‑ Bob (Demian Bichir), y el general sureño Sandy Smithers (a cargo del gran, pero gran, Bruce Dern, quien le compone como si de una estatua de cera se tratase). La mercería de Minnie les ofrece cobijo, a la espera del final de la tormenta de nieve. Pero adentro, el clima se acentúa de manera densa, a través de un relato que Tarantino puntúa en capítulos. Sus diálogos extensos son, como se debe, consecuentes con los ángulos de cámara, cuya composición del grupo hace que ninguno sobresalga porque todos buscan su rédito. De esta manera, como nexo dramático, figura la carta imbatible de Abraham Lincoln, que descansa en la chaqueta del negro Warren. Hasta con referencias conyugales. ¿Cómo no creer en la palabra, de puño y letra, de Lincoln? El recurso preexiste en Rescatando al soldado Ryan. Allí, en un cajón "omnipresente", la papeleta aparecía para hacer oír un discurso de obligación moral, que Steven Spielberg utiliza como justificación estética y bélica. Pero Tarantino no es Spielberg, nada hay de adorable en sus personajes aborrecibles. De esta manera, Tarantino extrema lo que ya hiciera con Django, para ofrecer con el desenlace de Los 8 más odiados una de las mejores imágenes de su filmografía.
Los ocho del patíbulo La octava película de Quentin Tarantino (no es que las estemos contando, pero el director se encarga de hacérnoslo saber constantemente) es un western bien diferente a su anterior trabajo, Django Sin Cadenas. Situado en el far west post-Guerra Civil, con un elenco amplio de reconocidos y prestigiosos actores, filmada en gloriosos 70 mm, pocas locaciones, una duración cercana a las tres horas (168 minutos), y por momentos más dialogo de lo que la mayoría de los seres humanos pueden soportar, Los 8 más odiados es un film que verdaderamente pondrá a prueba y dividirá hasta a los más fanáticos del realizador de Pulp Fiction y Bastardos sin Gloria. John Ruth es un caza-recompensas que recorre las frías tierras de Wyoming con su prisionera Daisy Domergue, peligrosa criminal quien va camino a una fatal cita con la horca. Las hostilidades del clima le harán detener su marcha en una cabaña cercana a su destino final, usada como albergue por diferentes viajantes y en la cual se cruzará con un particular grupo de caballeros, con los que deberá convivir durante los próximos días hasta que pase la tormenta. Ahora, como en toda película de Tarantino las cosas no son tan simples. Daisy Domergue no es una prisionera más. Por entregarla viva se paga una exorbitante suma de dinero y cualquier cowboy de poca moral podría matar a Ruth y entregar él mismo a Daisy a la justicia, cobrando lo suficiente como para empezar una nueva vida (allá lejos y hace tiempo, claro). Por desgracia para Ruth, pero para el placer de toda la platea, ese cowboy de poca moral podría estar alojado en la misma cabaña, fingiendo ser alguien quien en realidad no es. Obviamente la gran pregunta es: ¿quien será?. Los 8 más odiados es una película que nos deja la sensación de estar filmada por Quentin Tarantino para Quentin Tarantino. Como un sueño húmedo que tuvo el director una noche y al despertar al otro día juró transformarlo en realidad. Eso no significa que el público vaya a quedar afuera, pero definitivamente una buena porción tendrá sus reparos para con el film. Como si enumerar tus propias películas no fuera suficiente indicio de un romance a lo Narciso, Quentin se permite un buena variedad de excesos y caprichos que van desde la excesiva duración hasta las interminables lineas de dialogo, sin dejar afuera los 70mm que podrían haber funcionado mejor en Django Sin Cadenas, en lugar de esta cinta filmada un 85% en interiores. Como una Perros de la Calle en el Lejano Oeste, Los 8 más odiados es lo más cerca que estuvo Tarantino de escribir una obra de teatro (existen rumores de que en un futuro podría convertirse en una). En un extenso y muy hablado primer acto se dejan pistas que terminarán por resolverse en el tercero, y donde mientras tanto acompañaremos a ocho odiosos personajes (que en realidad ya de entrada son nueve si contamos al chofer de la carrera) a afrontar su historia y rendir cuentas de su pasado. Sin embargo, aunque la duración y las largas escenas de dialogo con un simple juego de plano y contraplano podrán poner a prueba la paciencia de muchos, Tarantino se mantiene fiel a su estilo. Los diálogos, rápidos y cargados de vulgaridades, están escrito a la medida de cada personaje y cada palabra es una ventana a su interior que ayuda la construcción. Al mismo tiempo todo el elenco le aporta algo especial a sus personajes, dando suficiente razones para volverlos tan odiosos como el título promete. Dada la duración hay suficiente espacio para que cada uno tenga su momento de atención. Tarantino recupera al Russell más duro que supo filmar grandes westerns como Tombstone, y le entrega a Jackson un personaje ya varias veces visto en la filmografía del guionista y director, pero al que de todas maneras es un regocijo volver a ver en la pantalla. Por su parte Jennifer Jason Leigh logra una merecida nominación al Oscar por su papel de la desquiciad pistolera Daisy Domergue, rol que espero sirva como cambio de rumbo en la carrera de esta últimamente poco utilizada actriz. Y no puedo dejar de hablar de las interpretaciones sin referirme a Walton Goggins, quien vuelve a trabajar con Quentin despues de participar en Django Sin Cadenas, esta vez en un personaje más grande y con mayor construcción, y que no tendría problemas en volver a ver en otra película ya que encaja perfecto en el universo por el que suele moverse su director. Conclusión Con Los 8 más odiados daría la sensación que Tarantino busca llevar a su cine a nuevos horizontes, pero sin alejarse de la formula que lo convirtió en uno de los directores más aclamados la actualidad. La película se siente como una mezcla de Perros de la Calle con And Then There Were None de Agatha Christie, libro que maneja una temática similar y que no tan casualmente fue convertido en una obra de teatro algunos años después de su publicación por la misma autora. Tarantino lucha por encontrarse dentro de una propuesta casi teatral, y donde todos los excesos de su cine terminan viéndose como un homenaje a si mismo. Los dialogados, la violencia, incluso hasta el metraje y los benditos 70mm en que fue filmada, todo en Los 8 más odiados está elevado a un nuevo nivel. Pero si alguien puede filmar un western ultra-violento, largo y hablado hasta por los codos, y así y todo salirse con la suya, sin dudas ese alguien es Quentin Tarantino. Y aunque no estemos ante la presencia de la mejor de sus películas, es una propuesta en la que se lo ve intentando algo diferente, con muchos aciertos entre tantos excesos y manteniendo un buen ritmo a pesar de todo. No resultaría extraño que esto haya servido solo como un ensayo, ya que el director viene amenazando desde hace tiempo con su retiro luego del décimo film, y donde un futuro como dramaturgo no empezaría a sonar tan descabellado.
Ópera Western. Luego de sorprender gratamente con su reedición de Django, Quentin Tarantino renueva la apuesta con otro western, aunque esta vez la propuesta muestre matices propias de otros géneros. The hateful eight es una película de pistoleros divida en capítulos, que atraviesa su historia con notable eclecticismo. Policial negro, comedia negra, western y thriller; la nueva entrega del máximo revolucionario del cine lo es todo. Tarantino se toma muchas concesiones en esta oportunidad. Hay planos excesivamente largos y diálogos prescindibles, sobre todo al comienzo, en que se presentan los personajes, pero las deficiencias del filme son compensadas (al igual de lo que sucedió con Bastardos sin Gloria) con escenas quizás insuperables de tensión y acción. Dos horas de película son sublimes. El problema es que la cinta dura más de tres. Por lo demás, no tengo más que halagos. El director, en el trámite de entretener y sorprender a la audiencia, homenajea a Arthur Conan Doyle, Agatha Christie y Alfred Hitchcock, además de hacer catarsis acerca de un período histórico de la sociedad norteamericana. A The hateful eight le sobra, notablemente, más de 1 hora de película. Por ese motivo, para mí, está por debajo del alto promedio al que Tarantino nos tiene acostumbrados. De cualquier manera, vale la pena verla, porque no todos los días el cine convencional recibe una cachetada y es sacudido para romper los estándares. Este western atípico logra eso.
Hombres de hielo y mucho infierno El controvertido director estadounidense reincide con otra historia del farwest, aunque menos tranquilizadora y taquillera que su anterior “Django...”; ahora se aleja del típico western de guión lineal y pocas palabras. En realidad debajo del formato genérico encontramos un filme psicológico, donde se habla bastante y se focaliza en los personajes o mejor dicho en su interrelación inevitablemente explosiva. La primera media hora es un fantástico homenaje al gran John Ford, con una diligencia que avanza a toda velocidad por el invernal paisaje de Wyoming, el Estado menos poblado de EE.UU., que cuenta con una naturaleza agreste y nombres de leyenda como Laramie o Cheyenne. Paisajes nevados, tomas largas, planos cenitales y movimientos muy cuidados de cámara abren el camino hasta que el movimiento se detiene ante un enorme cristo rústico y sufriente, que soporta sobre su espalda y cabeza el peso de la nieve. Tratando de anticiparse a un temporal, la diligencia apura los caballos, aunque se detendrá para recibir solitarios pasajeros imprevistos. El cazarrecompensas John Ruth (Kurt Russell) es quien ha pagado en exclusividad el viaje a buen precio, para llevar una prisionera llamada Daisy Domergue (Jennifer Jason Leigh) hasta el pueblo de Red Rock, donde la entregará a la Justicia. Por el camino, se encuentran con otros dos aspirantes a compartir el viaje: el mayor Marquis (Samuel L. Jackson), un antiguo soldado negro de la Unión que también se ha sumado al oficio de cazar vivos o muertos y tambien subirá un sureño que afirma ser el nuevo sheriff en el destino a donde se dirige la diligencia. En este microuniverso, el film hará convivir ideologías opuestas pero una misma condición humana que en los años inmediatamente posteriores a la Guerra de Secesión transita el mismo juego sucio que iguala a comandantes retirados y forajidos desalmados. Claustrofóbica y desaforada El guión crece exponencialmente en intensidad (no necesariamente lineal) y está contado en capítulos. Es un filme desmesurado, con una violencia al borde del “gore” pero con un sentido de la narración cinematográfica más que interesante, donde los diferentes planos y sobre todo los movimientos de cámara aportan el dinamismo que necesita una acción que transcurre en un espacio tan cerrado. Se estructura en seis capítulos: los dos primeros cortitos y los siguientes cuatro interminables. Allí se desanda el camino cronológico, sorprendiendo con la introducción del mismísimo director como narrador de los hechos, una audacia que hasta parece natural. La película se vuelve más opresiva cuando la tormenta de nieve obliga a los pasajeros a recalar en la llamada “Mercería de Minnie”, un refugio-posada en el medio de las montañas. Cuando llegan al local, los reciben cuatro forasteros: Bob (Demian Bichir), que está allí junto con Oswaldo Mobray (Tim Roth), verdugo de Red Rock: el vaquero Joe Gage (Michael Madsen) y el general confederado Sanford Smithers (Bruce Dern). Entre los recién conocidos se narrarán anécdotas mezquinas de dinero, sexualidad alterada, misoginia y morbosidad; también se alternan diálogos con algunos caprichos sentimentales y contradictorios, como la emoción ante una carta de Lincoln y otros detalles irónicamente heroicos, sensibleros o caprichosos. El espíritu de aventura del western va cediendo paso a otras cuestiones entre estos representantes de la resaca de posguerra, veteranos en asesinatos, con medallas y cargos honoríficos para los que cada hombre tiene un precio, vivo o muerto. Los temas habituales en Tarantino encuentran su corporización en un elenco que sabe ponerle el pecho a las balas, con lucimiento especial para Samuel L. Jackson, Kurt Russell y Jason Leigh, la nada simpática pero única protagonista de este infierno masculino, quien hace su aporte de malignidad a la extraña galería de Chicas Tarantino. Retorcida y desaforada, “Los odiosos ocho” reitera el gusto de este director por la sangre y el salvajismo explícito, más cercano a la desesperación de sus hitos iniciales, en tanto cine de autor no apto para cualquier paladar.
El infierno prometido Tarantino es un onanista, no hay sorpresa ni genialidad en decir esto. La extensión de sus escenas, sus diálogos, y ahora, de sus películas, son claro ejemplo de eso. Es un director al que le encanta saborear su propia mirada y Los 8 Más Odiados (The Hateful Eight) refleja eso. Al mismo tiempo, una especie de homenaje a Perros de la Calle (Reservoir Dogs, 1992) sobrevuela el film. Un encierro, personajes con características peculiares (esta vez no hay colores de por medio), alguien que dice ser lo que no es, violencia y sangre: imágenes ya advertidas del director se revuelven en nuestra cabeza. Tarantino es un cinéfilo, eso tampoco es decir mucho. Todos vimos cada una de sus obras como “un homenaje a”. Que blaxploitation, que cine de kung fu, que policial hongkonés, que western spaguetti. Los 8 Más Odiados homenajea de nuevo y esta vez le toca a la joya de Carpenter: Enigma de Otro Mundo (The Thing, 1982). La reclusión helada, la paranoia, la mujer en el centro de la escena. En el caso de aquella (también protagonizada por el gran Kurt Russell), la llamaba en su ausencia, en esas fauces monstruosas. Aquí es la razón, el foco. Si Carpenter la utilizaba a través de un maravilloso fuera de campo convirtiéndola en la mujer invisible, Tarantino la pone en el altar, la envuelve, la quiere destrozar. Tarantino es cruel, disfruta con la violencia gratuita. Otra afirmación que entiende cualquiera que disfruta de la filmografía del director. Esta constante se ve en el destino de Marcellus (Ving Rhames) o de Vincent Vega (John Travolta) en Tiempos Violentos (Pulp Fiction, 1994). O en el de Louis (De Niro) o Melanie (Bridget Fonda) en Jackie Brown: Triple Traición (Jackie Brown, 1997). ¿Beatrix Kiddo (Thurman) en Kill Bill? Ni hablar, su monstruosa historia justifica el tamaño de su venganza. Los 8 Más Odiados presenta en su inicio la figura de Jesús crucificado enterrado en la nieve. Esa imagen subyugante no es casual (nada en el cine de Quentin lo es). Uno vislumbra que está en la antesala del infierno, el purgatorio de esos personajes condenados. Un mundo desalmado, duro e inhóspito. Samuel L. Jackson es el vehículo perfecto de Tarantino. Tarantino ama el cine, y uno lo siente en cada plano. Desde ese comienzo en la nieve, tan bello y arrebatador. Un blanco espectral que nos adentra en la gran ilusión. Uno lo sabe desde la elección del formato de filmación, esos gloriosos 70 mm. Imposible no devorarse esas imágenes. Lo entiende desde la selección de sus actores, trabajadores del cine. Entre ellos, Samuel L. Jackson es el vehículo perfecto del director. Quizás el fundamental vigor del actor refleja la pasión que habita detrás de cámara. ¿Los 8 Más Odiados? Es un film de Tarantino. Pero además, aunque mantenga esos vicios (o particularidades) nombrados, se lo siente más certero, menos trivial. En algún punto, Django Sin Cadenas (Django Unchained, 2012) me había resultado un juguete que el director no parecía querer soltar, sumándole chistes y canchereadas excesivas. Se percibía una obligación de romper estructuras, de demoler tabús. En este caso, se encierra, se encoje, se ajusta, pero sin dejar de lado la magnificencia habitual. Sigue siendo Tarantino, le sigue haciendo el amor al cine.
En su octavo filme, algo que como siempre él mismo se ocupa de aclarar y enumerar desde los títulos, Quentin Tarantino se mete de lleno con un híbrido que podríamos denominar "western de encierro". Porque "Los Ocho más odiados" (USA, 2015) no es otra cosa que eso, el encierro de ocho personajes en un espacio sin relación "aparente" entre sí. Y si bien en algún momento la opresión que se desprende del mismo espacio, deja lugar a increíbles planos en escenarios naturales, todo el desarrollo narrativo tendrá lugar en una cantina a la que acuden los personajes para protegerse de una fuerte tormenta de nieve que se avecina. Allí cada uno, los que llegan, más los que ya están, comenzarán a medirse entre sí, permitiendo a Tarantino, en este lugar, jugar con sus personajes y construirles un universo y sus particularidades a partir de largos y elaborados parlamentos. La primera etapa del filme, excesivamente largo, por cierto, tiene que ver con una instancia de presentación y contextualización, para luego dejar lugar a una siguiente etapa mucho más activa, en la que los protagonistas comenzarán a desandar los caminos de cada uno hasta la llegada a ahí para ver quién tuvo que ver con cada una de las muertes que van aconteciendo en el lugar y las posibles relaciones que tengan entre sí y con los asesinatos. "Los ocho más odiados" tiene mucho de la dinámica de Agatha Christie en cuando a la colocación de indicios, pistas y claves que funcionan como puntos narrativos para consolidar la propuesta, pero también tiene mucho más de otras obras del propio Tarantino, como "Perros de la calle" en tanto puesta, o la más reciente "Django sin cadenas" en cuanto a tono y creación de espacios. "Los ocho más odiados" avanza lentamente en su primera etapa, y en la digresión se va apoyando en una increíble banda sonora de Enio Morricone, afín a los climas y atmósferas que el director quiere sugerir o imponer. Los intérpretes ofrecen impresionantes actuaciones, desde aquellos que siempre colaboran con Tarantino, como Tim Roth, Samuel L. Jackson o Michael Madsen, o los que recién llegan al universo tarantiniano como Jennifer Jason Leigh, Bruce Dern, Demián Bichir y Kurt Russel, quienes se dejan manipular por la habilidad de Tarantino y su gran maestría para dirigir actores. Si en películas anteriores el director homenajeaba al cine universal y a géneros claves para el desarrollo de éste, en "Los ocho más odiados" la sensación es que todo el tiempo en vez de mirar hacia afuera termina generando un producto autoreferencial en demasía, que dialoga con sus últimas películas, cerrando el universo y el contexto del filme hacia un gran ejercicio estilístico que suena más que a capricho que a una clara intención de seguir creando películas que sorprendan y que aporten algo nuevo a su carrera El espectador menos avezado, y claro está, el que no tenga ninguna referencia sobre Tarantino (algo casi imposible a esta altura), quizás pueda ir a ver "Los ocho más odiados" con menos sesgos y expectativas, y seguramente, claro, se verá atribulado y cansado por el excesivo metraje de la película, pero podrá relajarse y disfrutar de la verborragia y diálogos únicos de un guión que tiene reservado para su último tramo más de un twist y aditamento sorpresa. Aquel que con ansiedad quiera nuevamente poder redescubrir a uno de los directores más revolucionarios y transgresores de los últimos tiempos en su nuevo filme, tendrá que esperar a la próxima, porque en esta oportunidad "Los ocho más odiados" sólo le dará una serie de lugares comunes ya vistos en la filmografía de Tarantino y una potenciación de conflictos e ítems que ya han sido trabajados con anterioridad de una mejor manera. Tarantino se mira al ombligo y ofrece uno de los ejercicios de magalomanía fílmica menos logrados de toda su carrera, a pesar que en los rubros técnicos la supremacía es inobjetable.
Tarantino, como buen cinéfilo, tiene sus raíces en lo que más le gusta ver. Pase lo que pase, él vuelve a los personajes del spaghetti western donde el exceso de violencia, de sexo y de las perversiones, le permite hacer los personajes que tanto le atraen. Es su lienzo en blanco y sabe cómo pintarlo de carmín. Hateful eight es la reunión que se provoca gracias a una tormenta helada que no permite que John Ruth (Kurt Russel) lleve a Daisy Domergue (Jennifer Jason Leigh) a que sea juzgada y cobrar su recompensa. Como el número es importante, empieza a volverse un poco paranoico sobre quién puede querer traicionarlo. Y estar varados en una posada en plena tormenta no ayuda mucho. Como Tarantino nos tiene acostumbrados, hay una serie de constantes que se mantienen en este film también tiene sus características letras amarillas y la historia está dividida en capítulos. Los actores son una galería de sus actores previos, con lo cual hay cierto sabor a collage de su propia obra y todos con sus complejas historias y monólogos que nos hacen una idea de estructura episódica. Tanto es así, que en determinado momento ya no aparece la leyenda del nuevo capítulo, sino que directamente el mismo Quentin nos relata lo que sucede. Cosa que también tiene sentido si pensamos que siempre tiene un cameo en sus films. La película cuenta con algunos elementos remarcables. Para empezar, su fotografía. El manejo de la luz dura recortando siluetas heladas y el vapor que se recorta contra los sombreros, es realmente impecable. El manejo de cámara con planos cenitales, picados, contra picados, esos techos y ese encuadre wellsiano que maneja tan bien hacen que tenga un poder visual inmenso. Si bien es extensa (3 horas y no todas "necesarias"), el guión tiene un lindo punto de giro que la reanima aun cuando pensás que está liquidada y les diría que es cuando más divertida se pone. Pero sobre todo está muy bien defendida por los actores. Jennifer Jason Leigh es más grande que la vida. Así, sucia, golpeada, un poco border, es de lo más hipnótico en el film. Michael Madsen en su mejor forma, con esa mirada de ojos entrecerrados que es su sello. Tim Roth no puede fallarte nunca, ni hablar de Bruce Dern que es una fuerza de la naturaleza. Pero no puedo dejar de adorar a Demián Bichir, es realmente querible, divertido, carismático. Sin dudas de las mejores actuaciones en una película que para mí es de una galería de personajes y profesionales defendiéndolos como pocos. La música de Ennio Morricone termina de completar la escena para hacer de este un hermoso homenaje más al spaghetti western. A lo mejor sin la frescura que tuvo Django, pero con toda la mala leche del genio del autor, termina teniendo vuelo propio. Probablemente de las películas que volvés a revisar más por el personaje que por la historia.
Venganza, nieve, sangre Sobran palabras y sangre en esta historia ambientada en el siglo XIX que dialoga sobre la colonización, la Guerra Civil, el racismo, la justicia. Un Tarantino más conversador que nunca encierra a sus personajes en una trama que combina suspenso (poco) y exageraciones varias. La puesta tiene un aire de suficiencia que molesta. La mezcla de extravagancia y aciertos son marcas de fábrica de un realizador que parece ya haber dicho todo. Es larga, se nota, y los trucos del Tarantino quedan al descubierto más de una vez, aunque siempre deslumbra su capacidad para generar esos diálogos eternos que hacen crecer la historia, el clima y sus personajes. Es Tarantino y es otra violenta indagación sobre la venganza.
Los 8 más odiados es el octavo film de Quentin Tarantino, un trabajo que se sostiene con un diálogo intenso y fascinante, en un intento de homenajear al cine norteamericano en general incluido el suyo en particular. Estrategia que le va a permitir, -finalmente- hablar de toda la historia de su país, aunque pareciera remitirse solo a algunos años después de la Guerra Civil. Si bien toda la filmografía de Tarantino puede leerse como un western.. acá podemos decir que su idea ha sido apostar claramente a un género que fue y es de una enorme trascendencia para la historia del cine. Además de una manifestación artística ligada a lo popular, y a su historia como nación, de allí que la narrativa devenga eminentemente épica…..porque el viejo oeste desempeña hoy un papel mucho más importante, que el estar incrustado en el folklore de Estados Unidos, diría más precisamente que lo está en la sangre, o que le corre por las venas. Y acá en en la posterior reflexión, donde su autor se sale de la ficción para acercarse a lo real. Narrativas no lineales, guiones verborrágicos y referencias dispares son marcas que se encuentran también en Perros de la calle, pasando por Pulp Fiction hasta Bastardos sin gloria, o Django sin cadenas…son parte de su estilo inconfundible. No es casual que Tarantino se defina como nostálgico de los años 90, tan marcados por la violencia, que es otra de las características de su cine. Aunque siempre apunte a desarrollar una violencia estética. No obstante hay en Los 8 más odiados un acento puesto en lo teatral del discurso, a la vez que hay un giro hacia el Suspenso que se construye sobre la marcha del relato. De allí que tanta violencia no violente. Porque sabemos que lo que el espectador desea es que se le revele la verdad, es decir quien es quien, o donde se oculta el secreto. A una movilizadora primera toma de un Cristo cubierto de nieve en el medio de las montañas, se nos aparece una diligencia con un cazador de recompensas y una forajida que va camino a la horca. Todo en medio de una intensa tormenta de nieve, que irá agravándose a medida que van presentando uno a uno sus protagonistas, en donde se incluye a esta como tal. Luego se dirigen a una cabaña donde transcurre todo el film. Y a donde se irán acercando el resto de los personajes, en una escena cómica, ya que cada vez que entran rompen y vuelven a clavar los clavos, para que la puerta no se abra. Esto le permite al espectador que vaya acomodándose a percibir la violencia como un hecho estético no ético. Imposible no recordar a La Diligencia, la obra maestra de John Ford, donde 8 pasajeros se dirigen a Lordsburg. Ford toma los elementos del western primitivo y a su vez adelanta aspectos del western de las décadas posteriores. Por esto los personajes dejan de representarse a sí mismos en cuanto modelo de un universo fácil de ser identificado. (Kurt Russell), el caza rrecompensas que lleva a la horca a Daisy, (Jennifer Jason Leigh), Marquis, (Samuel L. Jackson), otro caza rrecompensas que levantan en el camino, y el futuro sheriff, (Walton Goggins) de Red Rock, destino donde ahorcarían a Daisy y donde se cobrarían esas recompensas. (Demián Bichir), el mexicano que dice estar cuidando el lugar, y otros tres recién llegados: un verdugo, británico (Tim Roth), el cowboy Joe Cage, (Michael Madsen), y el general que interpreta (Bruce Dern) constituyen los 8 odiados, a los cuales les será imposible reprimir su natural violencia. No es nuevo que en los films de este director se encuentren marcados los problemas raciales, y la violencia. Pero siempre en una clave improvisada, preocupado por su carácter estético. Un film que confirma una vez más el gran talento de Tarantino.
Prometió que cuando estrene su décima película se jubilará como director de cine. Le quedan dos (según su conteo, porque en realidad van nueve, incluyendo a Death Proof, que él deja afuera) y por ahora Quentin Tarantino viene logrando lo que sólo unos pocos realizadores pueden sostener después de casi 25 años en el primer plano: sostener una carrera impecable con films a la altura de las expectativas. El caso que nos ocupa es el de su octavo largometraje oficial y segundo western consecutivo, Los 8 más odiados (The Hateful 8), donde -dato al margen- en un coqueteo con los trastornos obsesivos compulsivos, decidió alinear numeraciones. En el que es su film más extenso hasta el momento (187 minutos), Tarantino decide no sólo repetir género sino que además pone todas las fichas a la ruleta rusa que significa encerrar a sus personajes durante más de dos horas en una pequeña cabaña rodeada de una nevada monumental. Pero antes, en una intro donde la claustrofobia también es protagonista, la historia se dispara sobre una carreta. Flashback textual. Corte. Funde a blanco. Música. Los acordes de Ennio Morricone (que volvió a grabar una banda sonora para el género tras 40 años sin hacerlo) dan inicio al relato en títulos de crédito que plantan en pantalla -en majestuosos 70 mm- un escenario cubierto de nieve y con la presencia profética de una cruz que señala hacia dónde se dirigirá el derrotero de los personajes.
La vida sin héroes El problema con la película de Tarantino es que logra perfectamente su cometido: la falta de empatía. La verdadera traducción de The Hateful Eight no es Los ocho más odiados sino “Los odiosos ocho”. En ese pequeño matiz se juega una diferencia: el foco deja de estar puesto en la sensación de los demás sobre ellos (son los otros los que los odian) y se convierte en condición real, fáctica de los personajes: son ellos los odiosos, los que cuentan con la maldad y la violencia como parte sustancial de sus personalidades. El artefacto tarantinesco se pone en funcionamiento y asusta: cualquier atisbo de identificación o empatía, cualquier sensación de qué ganas de que gane este tipo o esta mujer, de que se salven, de que se escapen, vuela por los aires como una cabeza baleada o un vómito sangrante. Todos son malignos, mentirosos y cínicos; todos son potenciales asesinos y disfrutan del dolor ajeno. A pesar del esfuerzo dramatúrgico de la película todos terminan pareciendo un único personaje: el que intenta sobrevivir con todos los medios a su alcance sin importar los costos morales que eso suponga, porque no hay más moral posible que la ley del más fuerte. No solo las acciones concretas impiden nuestra identificación. El ambiente es extremadamente hostil, la época es lejana, cada personaje tiene un acento exagerado y representa una especie caricaturesca de “tipo” social: el inglés, el mejicano, el sureño, el norteño. Claro que los comentarios sobre estas minorías son sutiles y ambiguos: a diferencia de lo que sucedía en Django sin cadenas, aquí no hay “buenos y malos” ni “amos y esclavos”, sino que se parece más a aquello que cantaba Discépolo de vivir todos revolcáus en un merengue y en un mismo lodo todos manoseados. La ilustración de la vida regida por el racismo y los prejuicios da cuenta de una opinión sobre el presente, pero es una enunciación nunca clara del todo que va por un lugar, se contradice, vuelve, se pregunta, se responde con extremas y variadas formas del cinismo. El encierro físico bajo la tormenta parece relacionarse con esa condición extremada de no poder escapar a una lógica vincular embebida de odio y venganza. De hecho, la película no sale nunca de ahí, y a pesar del aparente ritmo vertiginoso, puede pensarse como una película estática, con personajes que nunca se transforman porque claro, deben cumplir con las condiciones de su destino: ser, matar y morir. Nada más. Claro que Tarantino es un maestro poniendo la cámara y transformando un espacio pequeño en un universo infinito: quién puede olvidar el viejo almacén de Perros de la calle y la relación cuerpos-fondo que se establecía en su perfecta austeridad. Acá la cosa es mucho más barroca, mucho más Leone: los objetos, los elementos, los fragmentos de taberna cobran vida y si bien aportan matices posibles en términos dramáticos (allá el café, aquí el piano, allá la silla, aquí la cama o la estufa) pienso que conspiran en contra de un posible pacto de verosimilitud cinematográfica y dejan al espacio caer en claves bastante más teatrales. Por supuesto que esa sensación teatralizada está menguada por el realismo extremo de la violencia, pero también hasta cierto punto porque los símbolos son demasiado evidentes y empiezan a ordenarse en fórmulas: parece una competencia de tipo “las mil maneras de morir” que va subiendo y subiendo la apuesta pero ahoga el espacio de la sorpresa verdadera, esa que necesita más que un simple diálogo lento y seductor o la perfección de un efecto especial, esa que te hace saltar el corazón y que es tremendamente difícil de lograr si se niega toda posibilidad de ternura o vulnerabilidad. Quiero decir, está todo muy bien. Tarantino lo logra: no queremos a nadie, no dejamos de ver que eso es cine, no dejamos de pensar que el director es un capo escribiendo diálogos y manipulando los tiempos narrativos. Pero es como si viéramos un mago sacar de la galera la paloma y pensáramos en lo perfecto que le salió el truco y en qué genio es el mago mientras nos perdemos la belleza de la magia y el movimiento de la paloma en libertad por el cielo. La construcción de un mundo sin buenos, completamente amoral, no me parece la mejor elección para un tipo que es realmente un maestro de la empatía episódica, en hacernos entrar y salir del suspenso enamorándonos de tantos personajes diversos. Recuerdo la escena del rescate de la esclava negra en Django, o a Uma Thurman enterrada viva en Kill Bill, o el inicio de Bastardos sin gloria con la angustia de los judíos bajo el piso, o el “I love you Hunny Bunny”, que debe ser de lo más sexy que vi en mi vida, incluso en la boca de dos ladrones asesinos. Es que al tipo le salían bien los héroes. Una heroicidad “a lo Bowie”, for one day, for one scene, pero heroicidad al fin. Como Bruce Willis cuando va a buscar el reloj que su abuelo guardaba en el culo: uno solo desea que el tipo lo logre y no importa nada más. No hay nada de eso acá; en este goce extremado por lo perverso falta la cursilería, la emoción, lo que se escapa del control de un director para colarse, lúdico e inocente, en la pantalla. Tarantino supo hacer cine “like a virgin” y tocarme cada vez como por primera vez, hasta esta película. Extrañé a sus actores antes de que fueran “sus actores”; extrañé la manera tan única y extraña en que este tipo filmaba el amor.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
Colores Puros Las idas y vueltas para la realización de la octava película de Quentin Tarantino, tal y como él mismo se encarga de aclarar en unos créditos de tipografía a tono con una estética que viajó impoluta desde «Reservoir Dogs» (1992) hasta ahora, permitieron que contrariamente con sus trabajos anteriores el enigma en torno al producto final no sea tan pronunciado. A priori, «The Hateful Eight» asomaba -por ser la segunda incursión del director navegando las turbulentas aguas del género western- como la continuidad natural de «Django Unchained» (2013). Sin embargo estamos ante un trabajo que encuentra más puntos coincidentes con «Inglourious Basterds» (2009) que con la cinta que protagonizara Jamie Foxx. THE HATEFUL EIGHT Me explico: estamos asistiendo a la película más política de Tarantino, quien recrea un escenario reciente de la postguerra civil norteamericana donde desperdiga su arsenal acostumbrado de personajes carismáticos llamados a formar parte ad eternum de la cultura de masas. En ese contexto, aprovecha para plantar bandera y desde un lugar muy sutil, presentar un menú de las idiosincrasias del Siglo XIX y por propiedad transitiva apelar al sarcasmo para evidenciar la vigencia del rancio pensamiento de una burguesía yankee aún vigente. En épocas de marcadas diferencias raciales Tarantino toma postura en una película de diálogos, de extensos y férvidos diálogos. Léxicos rabiosos acunados en tomas eternas que van del plano general con el que da inicio la historia a los primeros planos que introducen a algunos de los personajes principales durante el viaje en diligencia donde los abismos ideológicos comienzan a presentarse como un protagonista insoslayable. Otra grieta. Tarantino se reinventa. Se inmola y reconstruye a lo largo de tres horas en las que nuevamente acciona su férvido fanátismo por el western sin abandonar nunca la tónica que hace tan reconocible su cine. Ese fanatismo que en Kill Bill fue por el cine de artes marciales y la cultura oriental. Esa locura por la narrativa audiovisual que permite al espectador avezado deleitarse con la sospechosa similitud de Jennifer Jason Leigh con la Carrie de Sissy Spacek y Brian De Palma y con la pegajosa brutalidad Cronenbergiana que atraviesa longitudinalmente una historia concatenada con perfección de relojería. THE HATEFUL EIGHT Con esos elementos arma el rompecabezas de un guión erigido en torno a un puñado de parias, buscavidas y sobrevivientes de una guerra implacable. Con ellos, el director convierte una hosteria de mala muerte en los Estados Unidos del sur Confederado y el norte de la Unión, con los respectivos actores sociales de un país dividido cuyos estratos raciales y económicos constituyen un verdadero abismo. En esa coyuntura emerge el racismo como temática central, solapada en una trama propia del género que recuerda los enigmas del Hitchcock de «Dial M for Murder» (1954) o «The 39 Steps» (1935). THE HATEFUL EIGHT Y como si fuera una metáfora de su actor fetiche, es detrás del personaje de Samuel L. Jackson que Tarantino, como dije, toma partido. El personaje del negro que sirvió al ejército que luchó para abolir la esclavitud envía constantes dardos subliminales sobre el pensamiento del director acerca del segregacionismo. Así como los bastardos bajo las órdenes de Aldo Raine mataban nazis a sangre fría, Marquis Warren repudia a fuerza de plomo a quien ose legitimar la ya abolida esclavitud, con una falsa carta de Lincoln como fuero. Y a pesar de que en este juego moral no hay héroes sino más bien un hatajo de sociópatas presentados como villanos, el relato que promedia la historia traza una línea clara: el racismo en cualquiera de sus formas merece el mayor de los repudios, aunque en este caso y a favor de la historia, sea presentado como una humillación de proporciones inconmensurables como una licencia poética grotesca. El cuadro es completado por un equipo de actores liderados por un Kurt Russell interminable, un Tim Roth genial y un sorprendente Walton Goggins. Michael Madsen vuelve a interpretar el mismo personaje que Tarantino parece haber creado para él -esta ocasión como un apático cowboy- y Jason Leigh da forma a su mejor papel desde «Single White Female» (1992) como una bizarra forajida en tiempos donde la villanía parecía una cuestión exclusivamente masculina. Quentin Tarantino consigue una vez más sacudir los cimientos del establishment hollywoodense haciendo gala de cierta impunidad que le otorgó su talento como director y guionista. Resta esperar sus próximos trabajos con la paciencia adamantina de quien aguarda el paso de una inclemente tormenta de nieve.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
Tarantino vuelve y revisita su propia obra Este jueves llega a los cines argentinos uno de los eventos cinematográficos del año (que en realidad es de 2015, pero bueno): "Los 8 Más Odiados", la nueva película de Quentin Tarantino. Y lo es, justamente, por llevar la firma de su director y guionista, uno de los pocos autores con todas las letras que mantienen su vigencia y nivel en Hollywood, algo para nada fácil de lograr. Para este octavo film (y, posiblemente, su antepenúltimo, teniendo en cuenta que anunció varias veces que tras su décima película se retirará), el bueno de Quentin vuelve a sumergirnos en un escenario de otra época, como lo hizo en sus últimas películas ("Django Sin Cadenas" y "Bastardos Sin Gloria") y a diferencia de sus primeras, urbanas y contemporáneas, con los que saltó a la fama. En esta ocasión, la historia transcurre varios años después de la Guerra de Secesión en Estados Unidos, durante una dura tormenta de nieve en Wyoming. En este contexto, un grupo de personas (los "8" a los que hace referencia el título más uno) se resguardan en una posada, esperando que el mal clima pase para continuar con su viaje. Pero claro, no son personas cualquiera: tenemos a un caza-recompensas (Kurt Russell) y a su prisionera, pistolera y asesina (Jennifer Jason Leigh, en un gran papel); a otro caza-recompensa, ex esclavo y ex soldado de las tropas del Norte (Samuel L. Jackson); a un rebelde confederado y nuevo sheriff de un pueblo (Walton Goggins); a un verdugo inglés y muy educado (Tim Roth), a un sereno y misterioso cowboy (Michael Madsen); a un anciano, ex general de los confederados (Bruce Dern); a un conductor de diligencia (James Parks) ; y al encargado del lugar, un mexicano con pocas pulgas (Demián Bichir). Y, claro, no será una noche cualquiera: el encierro y una sospecha despiertan la paranoia en algunos de estos personajes, la cual se justificará luego de la manera más sangrienta. ¿Qué podemos decir de "Los 8 Más Odiados"? Sobre todo, que es una buena película, que exuda "tarantinismo" en cada uno de sus fotogramas. Pero, nobleza obliga, que es una película con más de un punto en contra. A ver, que se entienda: es casi imposible que Tarantino haga una mala película, y este octavo film es otra muestra de ello. Pero, sin dudas, "Los 8..." es una de las menos sólidas de su excelente filmografía. ¿Cuáles son sus falencias? En primer lugar, su longitud. Si bien los diálogos y la forma de contar de Quentin siempre son destacables (y esta vez tampoco son la excepción), para una película situada un 80% en una misma locación, sus más de tres horas de duración se sienten. Uno puede disfrutar cada uno de sus segundos (sobre todo, si es fanático del realizador), pero da la sensación de que lo mismo podría haberse contado en bastante menos tiempo. En segundo lugar, su plot point, el cual falla en algún punto (valga la redundancia). El incidente tras el cual la trama toma la dirección que derivará en su final (que no contaremos para evitar "spoilers") no se entiende del todo bien, ni se explica demasiado. Lo que pasa después se comprende (y justifica) perfectamente, pero su disparador no es claro, y eso conspira con el resultado final. Y en tercer y último lugar, el abuso de "autorreferencialidad". Si bien puede decirse que Tarantino siempre inundó sus películas de referencias a films tanto ajenos (sobre todo) como propias -y que hizo de la referencia una marca personal que el espectador espera-, en esta ocasión las similitudes con "Perros de la Calle", su primer opus, son muchas, evidentes y hasta llegan a descolocar un poco. No las explicitaremos, pero quienes recuerden aquel grandioso debut las identificarán tanto en la propia trama como en varios planos. No obstante, y más allá de lo expuesto, todo lo bueno y distintivo de lo mejor del director vuelve a decir presente: la belleza estética, el montaje inteligente y creativo, la increíble música (esta vez a cargo del legendario Ennio Morricone), el exquisito soundtrack, las ideas y decisiones jugadas (y a veces polémicas y provocadoras), los impecables, interesantes y divertidos diálogos, los excelentes personajes construidos por actuaciones de igual tenor... En fin, como ya dijimos, es casi imposible que Tarantino haga una mala película, y "Los 8 Más Odiados" no rompe esa máxima. Eso sí: sus fanáticos la disfrutarán mucho más.
Las criaturas del buen Quentin Tarantino finalmente estrenó su nueva película "The Hateful Eight", que recordemos estuvo en peligro de no ser realizada debido a una filtración del guión original del escritor y cineasta. Por suerte se hicieron algunos cambios que dejaron contento y motivado a Quentin para retomarla. En esta ocasión nos trae otra de esas tramas violentas que tanto le gustan, de personajes tan atractivos como repulsivos que se ven envueltos en una encrucijada que los enfrenta. La locación tiene lugar en el crudo invierno del lejano oeste en lo que aparenta ser fines del siglo XIX. Un conocido caza recompensas llamado John Ruth (Kurt Russell) está viajando hacia el pueblo más cercano para entregar a la horca a la forajida Daisy Domergue (Jennifer Jason Leigh) y poder cobrar la recompensa que ofrecen por la entrega con vida de la misma. En el camino se cruza con un viejo conocido, el Mayor Marquis Warren (Samuel L. Jackson) que le solicita transporte hacia el mismo pueblo para transportar también a forajidos pero que ya están muertos. Por otro lado, también se cruza con el nuevo sheriff del pueblo, Chris Mannix (Walton Goggis) a quien no quiere llevar, pero se ve de cierta manera comprometido a hacerlo ya que éste es quien autorizará su pago en destino. Como parada obligatoria tienen una taberna intermedia en la que deben pasar la noche junto a otros cuatro personajes bastante coloridos, el mexicano Bob (Demián Bichir), el verdugo Oswaldo Mobray (Tim Roth), el misterioso Joe Gage (Michael Madsen) y el viejo General Sandy Smithers (Bruce Dern). Como se imaginarán, la convivencia no va a ser tranquila, sobre todo cuando descubren que hay uno de ellos que nos es quien dice ser. La maldad inherente de cada personaje junto a la creciente desconfianza hacia sus compañeros de estadía, desatarán un infierno psicológico y corporal que llegará hasta puntos de violencia muy disfrutables. Tarantino arma una historia que si bien es menos intrincada y compleja que varios de sus títulos anteriores, resulta muy atractiva, más que nada por sus personajes, criaturas de la excentricidad y la bajeza que despiertan nuestro lado más morbo. Por supuesto existe una historia central que une a todos esos personajes y que Tarantino se encarga de develarnosla a cuenta gotas para que el momento de clímax se viva con más intensidad. Creo que nos la puso un tanto más fácil que en otras películas y el desarrollo futuro se puede ir intuyendo a medida que pasa el metraje. Podríamos decir que le faltó un poco más de complejidad para llevarnos al desenlace final. De todas maneras el camino que construye hacia ese desenlace es atractivo y permite que disfrutemos de un buen momento cinéfilo, con interpretaciones muy buenas. Para remarcar también la colaboración del gran Ennio Morricone que vuelve una vez más a musicalizar de manera magistral un western. Una nueva entrega cinematográficas de uno de los directores más originales y respetados, que si bien no es de lo mejor que hemos visto de su repertorio, cumple con el objetivo de brindar buen cine y entretener una vez más a sus seguidores.
The Hateful Eight se ubica cronológicamente tiempo después del final de la guerra de secesión, y narra la historia de un grupo de ocho personas (entre las que se encuentran dos cazarrecompensas y una asesina condenada a la horca), que coinciden debido a una tormenta de nieve dentro de una cabaña en medio de las montañas de Wyoming, donde las tensiones internas no tardarán en aparecer. La octava película de Quentin Tarantino marca una rotunda vuelta de tuerca dentro de su filmografía y no es por su habitual estructura en capítulos sino por su inusual clasicismo. El film está dividido en dos partes claramente diferenciadas cuyo punto de inflexión es el momento en que se produce el primer disparo de pistola. La primera mitad se desarrolla con lentitud y un poder de reflexión nunca antes visto en sus anteriores trabajos, la acción es escasa y los abundantes diálogos marca de la casa ayudan a configurar los opuestos puntos de vista y la posición ideológica de cada uno de sus personajes mientras que durante la segunda parte esas diferencias se profundizan y la historia desemboca en un espiral de sangre y violencia sin límites. Su ritmo pausado, lejos de verse como una fragilidad, funciona producto de una progresión detallada que sostiene la verosimilitud del salvajismo y la anarquía que reinan hacia el final. Si el cine de Tarantino se caracterizaba por su vertiginoso ritmo a partir del minuto uno, en The Hateful Eight todo fluye con la precisión de esa compleja maquinaria que es su guión. Con una duración de poco menos de tres horas y desarrollada íntegramente dentro de espacios cerrados durante el transcurso de una escalofriante noche, la película se perfila como una pieza teatral casi en tiempo real. La maestría del director en el manejo de la imagen, la fotografía preciosista de Robert Richardson y el uso de la magistral banda sonora de Ennio Morricone la transforman en una experiencia cinematográfica que sortea con éxito el desafío de llevar a la expresión audiovisual una obra de naturaleza claustrofóbica. La decisión de rodar en 70 mm dentro de un ámbito reducido no es un capricho estético; el director explota su potencial para hacer hincapié en todo lo que se encuentra oculto deliberadamente en la profundidad del cuadro y jugar con la forma en que se direcciona la atención dentro de los límites del mismo. Elogiar la capacidad de Tarantino como director de actores a esta altura resulta redundante. En una perturbadora escena que narra un intercambio entre Samuel L. Jackson y Bruce Dern, ambos toman el ingenio de la prosa Tarantiniana y la convierten en poesía. La violencia no pasa solo por lo físico sino también por la virulencia de todo aquello que se dice o se insinúa, y los intérpretes en la película usufructúan eso. Mención aparte para Jennifer Jason Leigh, su Daisy Domergue representa la única fuerza femenina dentro de un mundo autoritariamente masculino y soporta, estoica, el peso de ser el personaje que marca todos los cambios de rumbo en la trama. Por otro lado la recuperación de Kurt Russell, Michael Madsen y Tim Roth lleva a cuestionar lo infravaloradas que están sus capacidades interpretativas para la industria cinematográfica. Con pasividad y de forma inusitadamente sobria, el realizador no solo se limita a realizar un estudio sobre la segregación racial dentro de su contexto histórico sino también un análisis sobre el perfil salvaje y violento del hombre en situaciones extremas, muy cercano al trabajo de Sam Peckinpah en la gran Straw Dogs, con la que comparte su crudeza a la hora de mostrar la violencia, la objetividad y la distancia ideológica que toma con respecto a lo que retrata. The Hateful Eight es la obra definitiva que condensa la genialidad y la creatividad de su autor con mayor éxito, funcionando como cúspide de una evolución creativa en la que sus influencias ya no son utilizadas para evocar con nostalgia y estilo el pasado (la recuperación del cine oriental en la excelente Kill Bill, por ejemplo). Si en el cine de John Ford el western era el vehículo para relatar el triunfo de la moral y las proezas heroicas de sus personajes durante la guerra civil estadounidense, Tarantino subvierte el género y lo utiliza para realizar una radiografía social extrema (bastante vigente, a pesar de su ambientación cronológica) de la América profunda, donde no existen héroes ni verdaderos representantes del status quo. Una de sus mejores películas sin dudas.
Los Ocho más odiados: un relato que desde el pasado, habla del presente Qué pasa al reunir ocho excéntricos en una misma habitación Los Ocho más Odiados (The Hateful Eight, 2015) es el último largometraje del reconocido guionista y director Quentin Tarantino. El título de la película se debe a una diligencia con cuatro pasajeros: John Ruth conocido popularmente como “El colgador”-interpretado por Kurt Russel-,su prisionera por quien espera cobrar su recompensa Daisy Domergue (Jennifer Jason Leigh), el Major Marquis Warren (Samuel L. Jackson)-otro casa recompensas- y por último Chris Mannix, un renegado que se presenta como el futuro Sheriff de Red Rock, ciudad a la cual se dirigen. Debido a la tormenta de nieve en el estado norteamericano de Wyoming los pasajeros de la diligencia deben detenerse y esperar en “La Mercería de Minnie”, en donde se encontrarán con otros cuatro hombres. Entre estos hombres se haya Bob- un mexicano que aparentemente ha quedado a cargo del lugar mientras Minnie no se encuentra- Joe Gage (Micheal Madsen) y Oswaldo Mobray (Tim Roth). En consecuencia, lo que comenzó como un viaje solitario entre Ruth y Daisy terminará siendo una especie de odisea para llegar a Red Rock en donde se supone Daisy debe ser colgada. Daisy, esta mujer rebelde y alocada en ese universo masculino en el cual no es considerada una dama, nos remitirá a la Carrie (1976) de Brian De Palma, ya que su rostro parecerá, sobre todo en dos oportunidades, una máscara de sangre. Salvo las escenas iniciales de la diligencia en la nieve la acción transcurre en su totalidad en una misma habitación- iluminada de forma muy teatral con acentos- donde la verborragia y los diálogos estarán siempre presentes. Hasta este film, Il grande Silenzio (1968) era el único western con un escenario nevado, éste sin dudas ha influenciado a Los Ocho más Odiados al mismo nivel que The Thing (1982), una comparación realizada por el director. Un estilema de Tarantino es utilizar un vestuario de época pero con ciertas transgresiones, que en la mayoría de los casos suceden a través de las telas o el color, rasgo que en este film se hace muy presente. Tarantino cada vez más cerca del western En dicho relato que como la mayoría de las originales historias “Tarantinianas” posee una narración anacrónica con vaivenes temporales, se inscribe dentro del subgénero del spaghetti western pero con un aditivo de misterio y esa comicidad sarcástica que caracteriza al director. Se considera que puede dividirse a grandes rasgos la filmografía de Tarantino en tres periodos: un periodo inicial compuesto por una “violencia urbana y contemporánea” y cuyos largometrajes representantes son Reservoir Dogs (1992), Pulp Fiction (1994) y Jackie Brown (1997). Seguido de un segundo periodo cuyos filmes pueden enmarcarse temáticamente por la venganza: Kill Bill volumen I y II (2003-4), y Death Proof (2007). Este segundo periodo a su vez establece una transición hacia un nuevo estilo dentro de su cine, en el cual la venganza seguirá presente pero no desde lo personal, sino desde las diferencias culturales y la xenofobia. En esta tercer fase se encuentran Ingloriuos Bastards (2009), Django Unchained (2012) y The Hateful Eight, en todos ellos el género del western estará presente desde distintos aspectos. En Inglorius Bastards desde una reescritura del spaghetti western, en Django Unchained y su último film desde un spaghetti western más cercano al subgénero propiamente dicho, pero por supuesto con las transgresiones que todo film de Quentin presenta. Según Eric Kohn “(…) The Hateful Eight recuerda a Reservoir Dogs situada en el mundo de Django Unchained”. Los aspectos del western estarán acentuados por una musicalización a cargo del célebre Ennio Morricone (quien ha trabajado con Tarantino desde Kill Bill) un experto en componer “sonido oeste” generando climas únicos. Además hay tres temas principales del soundtrack a los que debemos prestarles particular atención ya que están en estrecha relación con el contenido del film y la anticipación de la intriga: “Apple Blossom”, “Jim Jones at Botany Bay” y “There Won’t Be Many Coming Home”, con el cual concluye el film y ha formado parte del soundtrack de la película The Fastest Guitar Alive (1967), la cual también estaba históricamente vinculada a la Guerra Civil Norteamericana. A diferencia de otros filmes de Tarantino aquí la banda sonora está en un segundo plano y no a la par de la imagen, como sucedía por ejemplo en Django Unchained. El compendio del pasado y la actualidad norteamericana desde la xenofobia Este film filmado en 70mm (un formato bastante apaisado) y con Ultra Panavision –que cuenta con dos versiones la que podemos ver en el cine en Argentina y una versión extendida que cuenta con una obertura y un entremedio- tiene como contexto los años posteriores a la Guerra Civil norteamericana y batallas como la de Baton Rouge. Como en varias de sus narraciones este film está estructuralmente dividido en seis capítulos, cuyos títulos sintetizan todo su contenido. En un relato donde las diferencias culturales y la xenofobia están presentes en todo momento compuestas por pares dualistas como: negros y blancos, sureños y norteños, norteamericanos y latinos, hombres y mujer(es). El mundo diegético presentado en Los Ocho más Odiados habla de conformación del estado norteamericano, haciendo referencia a las batallas con los “pieles rojas” (los indios nativos) y los conflictos entre blancos y negros. Con un blanco como Mannix que dice: “cuando los negros tienen miedo, allí los blancos están seguros”, y como un negro como Warren que posteriormente replica: “cuando un negro está a salvo es porque un blanco está desarmado”. En consecuencia, una lectura que puede hacerse sobre el film es que no sólo habla del pasado de Estados Unidos, sino también de su presente, ya que también se muestra cierto recelo hacia en este caso los mexicanos, pero esto podría abarcar a cualquier latino o inmigrante. Haciendo así un resumen de aquellos que representaban un problema para la creación de un “genuino” estado norteamericano: primero los indios, luego los negros y ahora los latinos. No obstante, algo que evidencia el film es que los recelos del pasado siguen presentes y las alianzas entre culturas dependerán de las circunstancias. Con un inicio lento hasta llegar a la “mercería de Minnie”, el relato va en crescendo y una vez ha explotado el conflicto no hay vuelta atrás. La disputa se desencadena cuando el personaje de S. Jackson -quien nos deslumbra con su interpretación- cruza el territorio que habían trazado, dividido metafóricamente entre Philadelphia (norte) y Georgia (sur). ¿Un final punitivo? Por último, con un final que nos dejará pensando sobre todo si retomamos lo esbozado en el tercer capítulo por el personaje Oswaldo Mobray, quien se presenta como el verdugo de Red Rock. Mobray plantea que él cuelga a los bandidos sin emoción alguna, se enuncia como neutral porque para él “una justicia con pasión corre el riesgo de ser injusticia”, entonces es pertinente preguntarse si en el desenlace ¿hay o no justicia? ¿La justicia debe ser apasionada o sin pasión? Se observa como metáfora de esto mismo el cristo autóctono crucificado de madera con el cual comienza el relato. Además aquí los personajes no pueden dividirse de forma dualista como buenos o malos, no son arquetípicos, ni tampoco hay un héroe. Para concluir, en lo personal se considera que la película está muy bien lograda, sus diálogos son muy agudos y complejos, así como también otras sutilezas del relato como una carta de Lincoln o una puerta rota (particularidades que solo a Tarantino pueden ocurrírsele) las cuales parecerán insignificantes pero manejan la intriga. Tarantino con una corta filmografía pero de gran calidad compone este film de forma meticulosa y grandilocuente dejándolo a la altura de sus largometrajes anteriores pero sin superarlos. El director no cesa en demostrarnos que sabe siempre exactamente lo que hace y cómo hacerlo, incluso ha creado su propio lenguaje cinematográfico.
El espectáculo de la muerte En una cabaña, mientras esperan que una tormenta de nieve afloje, un hombre le cuenta a otro una breve historia. Una historia de venganza. Una historia, por eso mismo, de muerte. La indudable pericia del narrador produce en su interlocutor –y en varios otros que tambiénesperan- una atracción inmediata. Desde el principio cautiva su atención y provoca en él miedo. Cada una de las palabras que escucha lo hace temblar, removerse incómodo en su cálido sillón. La historia que escucha es, sin lugar a dudas, terrible. Contiene tortura, sadismo, perversión. Y sin embargo, acaso por un afán provocador irresistible, el hombre que cuenta pareciera truncar de pronto su relato mediante la disposición de una conclusión banal, canchera y sin gracia que precipitará una reacción violenta, un arrebato de furia. La pérdida del hasta ese momento conservado autocontrol. La escena pertenece a Los ocho más odiados (The Hateful Eight, 2015), la última película de Quentin Tarantino. Una escena fundamental, pero no por su repercusión dramática, sino principalmente por lo que revela, por lo que logra evidenciar una vez acabado el film: la notable capacidad narrativa del director norteamericano, tantas veces subrayada, tantas veces apreciada con justicia por su público fiel, se encuentra en la actualidad agotada. Si una de sus característicasfue siempre la astucia –la astucia de su escritura cinematográfica-, cualidad indispensable que le permitió narrar la violencia comoprincipio de placer fundante en su país, esta última película demostrará lo contrario: su desesperanzadora ausencia. Como si al director de Perros de la Calle o Jackie Brown tan solo le importara configurar un escenario ideal que le permita desplegar la exhibición de una violencia que es antes que nada –y antes que todo- gratuita. La octava película de Tarantino es un western. La historia transcurre casi en su totalidad en un único espacio cerrado, pocos años después de la Guerra de Secesión. El conflicto racial, como en Django sin cadenas, será uno de los ejes centrales de la trama. En la “Mercería de Minnie”, un sencillo hospedaje entre las nevadas montañas de Wyoming, un grupo de hombres, con diversos prontuarios y destinos, deberá refugiarse hasta que amaine el temporal. Así entonces se encontrarán compartiendo forzosamente la velada John Ruth, un violento caza recompensas que lleva consigo a su prisionera Daisy Domergue; Marquis Warren (el siempre dispuesto Samuel L. Jackson), un excomandante negro que luego de ser expulsado del ejército se ha convertido también él en un cazador de fortunas; Chris Mannix, un torpe hombrecillo que se presenta como el nuevo sheriff del pueblo; Bob, un mexicano sospechosamente a cargo de la cabaña -Mannie, su dueña, debió partir por asuntos familiares-; Oswaldo Mobray, el verdugo del condado -un breve parlamento de su autoría, sobre la justicia fronteriza y la civilizada, ofrecerá la posibilidad de confirmar el agotamiento de otro de los rasgos de estilo de QT: monólogos queahogados en su condición fetichizada ya no sorprenden-.En la posada también espera Gage, un silencioso vaquero dedicado a escribir su propia vida. Y por último, el General confederado Sanford Smithers (un siempre impecable Bruce Dern), viejo racista ya retirado que busca el paradero de su hijo muerto. La tormenta es feroz y empeora. Ya es de noche.En la cabaña reina la sospecha. Un secreto se esconde. No será necesario mucho más para que todo se pudra. Desde luego queabundarán rostros desfigurados, balas que destruirán cabezas, sesos que volarán por los aires. Pero la balacera y los charcos de sangre terminarán por opacar una narración que se descubrirá finalmente pobre. El estilo de Tarantino, alguna vez definido por el poder de la palabra y por la producción simbólica de la violencia, sustentado en especialpor su lucidez narrativa, se revelará en Los ocho más odiados desinflado, pueril. Casi como una broma de su propia poética, casi como una falsificación grosera de su gran obra. A fin de cuentas, su última película no es más que la contemplación gozosa de la muerte. La celebración alucinada y estéril de su espectáculo. *****