Kenneth Lonergan logra narrar un sentido drama muy alejado del golpe de efecto emocional, recurso del que suele abusar este género. Los géneros, tantos literarios como cinematográficos, se configuran como tal por poseer ciertos rasgos o motivos generales en común, pero últimamente el fenómeno de la hibridación nos ha traído obras que se disponen de un modo muy original y representan un objeto de análisis sumamente interesante. Un ejemplo es La Llegada, de Denis Villeneuve, film que logra fusionar la ciencia ficción con el drama y la intriga, inclusive añade una estética poética. Esta historia, alejada de todo cliché, concibe un modo infrecuente para abarcar este combinado de géneros. Otro caso es Manchester junto al mar, un drama que roza todo el tiempo con lo trágico, pero con un procedimiento narrativo muy alejado del golpe de efecto emotivo. A su vez que utiliza una dosis de humor, que no funciona de modo catártico, sino como un laconismo inmerso en un estado de sufrimiento que jamás se sobresalta. La trama del film sigue a Lee Chandler (Casey Affleck), una especie de conserje que se encarga del mantenimiento de varios edificios. Él repara lamparitas, quita la nieve de los cobertores, hasta destapa inodoros ajenos. Él es un hombre solitario, con la mirada perdida, con muy mal humor, se suele emborrachar y no cede ante los encantos de mujeres bonitas. Nos damos cuenta que algo le sucede y comenzaremos a conocer su historia desde el momento que reciba una llamada telefónica, en la que le informarán que su hermano ha muerto. Regresar a su lugar de origen, el pequeño pueblo norteamericano al que alude el título, será uno de los detonantes que alumbren una dolorosa verdad. Una historia tan fragmentada como su protagonista, que se irá reconstruyendo a través de flashbacks, elemento utilizado de forma consistente por el director, ya que no solo servirá para generar mayor misterio a la trama, sino también para indicar el estado anímico de Lee. Un relato que tomará los tiempos de la cotidianidad, en el mejor de los sentidos, para generar mayor empatía con los personajes y recorrer un entramado tan bien orquestado —con transformaciones y revelaciones— que convergirá en una resolución de conflicto exacta y equilibrada. Casey Affleck se destaca componiendo a un Lee desgarrado por el dolor, al igual que su ex esposa, interpretada por Michelle Williams, quien en una asombrosa escena de pocos minutos, entrega su corazón en bandeja, con una confesión reprimida por años de tormento. Toda esta suma de elementos hacen de Manchester junto al mar un drama que describe de manera conmovedora estados emocionales rabiosamente humanos, bien distanciado de esa autocompasión light que suele caracterizar al género.
Umbral del dolor Al comienzo de Manchester frente al mar vemos el quehacer diario de Lee Chandler, realizando diversas tareas de plomería y limpieza en algún barrio humilde de Boston, aguantando quejas y evadiendo todo tipo de contacto amigable con sus empleadores. Cuando decide tomarse unas cervezas en un bar, no solo se muestra antipático ante los avances de una joven, sino que además decide agarrarse a piñas con cualquiera que apenas le cruce una mirada. A Lee se lo siente llevando una carga terrible sobre sus hombros, marcado por un hecho fatídico, que conoceremos a través de flashbacks que se irán intercalando con el relato principal. Al recibir la no tan sorpresiva noticia del fallecimiento de su hermano mayor Joe (arrastraba una enfermedad cardiaca terminal), Lee deberá volver a su Manchester natal, una ciudad portuaria de climas grisáceos y nieve congelada esparcida por las veredas. Volver a Manchester significa para él volver a enfrentar sus propios demonios y para colmo recibe la sorpresiva noticia de que su hermano le legó la tutela de su hijo adolecente Patrick, por lo que se verá forzado a establecer un vínculo con el rebelde muchacho. Si hay algo que define claramente la corta filmografía del escritor, guionista y dramaturgo Kenneth Lonergan son las diversas formas de lidiar con el dolor. Tal como sucedía con You Can Count on Me, en el que dos hermanos se veían forzados a reconectarse tras la muerte de sus padres en un accidente automovilístico, los personajes de Manchester frente al mar deben resolver cómo seguir adelante con sus vidas después de ser marcados por hechos trágicos. Pero afortunadamente a Lonergan no le interesan las resoluciones fáciles ni hacer uso de un manual de psicología para mostrar los dilemas (para eso pueden mirar las impresentables Belleza inesperada y Un monstruo viene a verme), lo suyo pasa por retratarlos a través de las acciones diarias mas mundanas. Así es como vemos al cerrado de Lee lidiando no solo con los tramites funerarios de su hermano fallecido (entierro, herencias, etc.), sino viéndose obligado a cuidar de Patrick, a quien la muerte de su padre en un principio parece no afectarlo, aunque de a poco empieza a resquebrajarlo por dentro. Pero no estamos ante una historia de redención y segundas oportunidades, ya que es tan fuerte el dolor que siente Lee por los errores que cometió en el pasado que se ve prácticamente imposibilitado de establecer algo parecido al amor y al afecto con su sobrino. Y mientras la dirección sobria y justa de Lonergan, sin golpes bajos arbitrarios y con el tono dramático exacto, ayuda a que sintamos internamente este peso que lleva el protagonista a lo largo del relato, es en la impresionante y consagratoria actuación de Casey Affleck que realmente vivimos ese dolor intenso que significa no poder salir del lado más oscuro de nuestro ser, y si bien hay momentos de luminosidad y humor a lo largo de Manchester frente al mar, en el fondo sabemos que existen umbrales del dolor que son imposibles de cruzar, solo queda lidiar con los mismos de la mejor manera posible y seguir adelante.
“No puedo ganarle; no puedo ganarle”… El cine made in Hollywood pocas veces deja en silencio, sin remate, confesiones como la de Lee Chandler a su sobrino Patrick porque, en general, el exitismo característico de la idiosincrasia estadounidense impone una respuesta alentadora con intención edificante. La transgresión a esta regla narrativa es una de las razones por las que vale recomendar Manchester frente al mar, película que se estrenará en Buenos Aires el 23 de febrero, tres días antes de competir por seis premios Oscar. Kenneth Lonergan escribió y dirigió este film sobrio, a contramano de una sociedad entusiasta con el concepto -a veces devenido en mandato- de resiliencia. Por lo visto, el también guionista de la comedia Analízame tiene sus dudas sobre la pretendida capacidad del ser humano para superar todo tipo de tragedia. Dieciocho años atrás las expresó con sentido del humor; ahora a través del drama. El realizador neoyorkino merece competir por el Oscar al mejor guión original y por aquél a la mejor dirección, así como Casey Affleck merece la nominación al Oscar a mejor actor. Entre ambos, retratan al mencionado Chandler sin golpear bajo ni apelar a subrayados moralizantes. A Affleck lo escoltan los también nominados Lucas Hedges y Michelle Williams en los roles respectivos de sobrino y (ex) esposa del protagonista. Además de sus personajes, los tres encarnan distintas formas de convivir con el dolor que provoca la muerte de uno o varios seres queridos. La sensación de estar mirando una película americana atípica aumenta ante las secuencias que recrean la rutina laboral y familiar del protagonista, plomero y electricista al servicio de cuatro consorcios en Boston (decididamente éste no es el Estados Unidos que Hollywood suele promocionar). También ante una banda de sonido generosa en fragmentos de piezas compuestas por Frideric Handel. A diferencia de otras aspirantes al Oscar, en especial la indigesta Jackie de Pablo Larraín y el esforzado debut de Denzel Washington como director, Manchester frente al mar carece de parlamentos verborrágicos y sentenciosos. La combinación justa entre palabra precisa y silencio elocuente constituye otra gran virtud de este largometraje libre de aforismos.
Familias a la deriva. A pesar de concentrar este relato en el protagonista Lee Chandler (Casey Affleck) y en su derrotero atravesado por la tragedia familiar en dos sentidos, Manchester junto al mar (2016) propone desde su pausado pero constante ritmo aventurarse en el intento fallido de reparar lo irreparable. No por nada Lee Chandler tiene el oficio de conserje, arregla desperfectos domésticos incluido plomería, pero su carácter parco trasluce algo mucho más profundo que supera sus habilidades y que no puede reparar. Se irá descubriendo su propia tragedia familiar como reflejo de otra tragedia, donde está involucrado su hermano y un sobrino adolescente del que deberá hacerse cargo cuando el muchacho quede a la deriva porque el barco de su familia perdió el timón y el capitán. Familias que se ven en un segundo arrebatadas por aquello que no se previene, la ausencia del otro, forman el núcleo de este crudo drama, estructurado por fragmentos, donde el flashback fluye con el presente de Lee y su intento de sobrevivir, de estar en el lugar indicado y en el momento indicado, algo que desde su propia historia no ocurrió por motivos que no se revelarán aquí. Los vínculos y el apego y desapego siempre desde el punto de vista del desamparo afectivo y la contención son el fuerte de esta historia arraigada en las emociones más sencillas y profundas, que por momentos desgarra porque el dolor se recibe desde la reacción más que de la acción. En ese sentido, es de destacar la labor de Casey Affleck, capaz de transmitir con una economía admirable de recursos toda una procesión interior que estalla por instantes, a veces desde la ira acumulada tras una larga jornada u otras en la búsqueda de un espacio donde no sentirse tan vulnerable, pero sin renunciar a lo genuino. La tragedia y el drama entonces unifican esta historia como parte de elementos de un género que se cruza con otro en esa deriva constante de la cotidianidad una vez que el día más trágico pasa para dar lugar a todo el resto de la vida. Seguir y no detenerse parece ser el impulso vital de estos personajes en crisis, apostar a la segunda oportunidad en el caso de algunos o por lo menos intentar reparar alguna herida del pasado y lanzarse una vez más a la tempestad de la existencia.
El dolor a través del tiempo La maravillosa actuación de Casey Affleck como un hombre quebrado por una tragedia del pasado constituye el gran punto a favor de Manchester junto al mar (2016), una obra de emociones contenidas y un patetismo mundano que resulta muy interesante… Hubo una etapa en el desarrollo de la industria cinematográfica estadounidense donde las “películas vehículos” para los actores principales/ estrellas eran la norma en casi todos los estratos, films que se armaban en función del lucimiento de un protagonista que controlaba el proceso creativo y recibía una buena tajada de las ganancias. Ese período desapareció con el arribo de los CGI en el mainstream y la multiplicación de productoras pequeñas -en el caso del indie- que suelen entregar opus para públicos muy específicos. Así las cosas, si hoy nos topamos con una realización que brilla sólo o esencialmente por el desempeño de un actor podemos decir que dicha situación se condice con un “accidente” más o menos premeditado: Manchester junto al Mar (Manchester by the Sea, 2016) es un ejemplo de lo anterior, un trabajo que vive y avanza con soltura por la gracia del genial Casey Affleck. El director y guionista Kenneth Lonergan nos propone una historia muy sencilla que gira alrededor de Lee Chandler (Affleck), un portero de Boston que debe volver a su pueblo natal, Manchester, para enterrar a su hermano Joe (Kyle Chandler), quien murió a causa de las complicaciones de una insuficiencia cardíaca, y para hacerse cargo de su sobrino adolescente Patrick (Lucas Hedges), el único hijo del difunto. Lonergan mantiene el tono del relato cercano al existencialismo sincero, por lo que la esperable confrontación entre Lee y Patrick se da a través de diálogos ásperos aunque inteligentes. El joven no es el típico “cliché con patas” de Hollywood -un descerebrado que grita groserías e idioteces- sino un chico autoconsciente y muy dinámico, y Lee es un hombre bastante parco que arrastra una tragedia familiar previa que a su vez lo motiva a querer abandonar el pueblo cuanto antes. Si bien la película en general es correcta y se hace un festín con ese laconismo formal que suele ir de la mano de todo este andamiaje de reconstrucción de los vínculos afectivos en ocasión de un duelo que nunca se termina, a decir verdad -como señalamos anteriormente- es el extraordinario desempeño de Affleck el que moviliza la trama: aquí el señor da una lección en cuanto al arte de masticar el dolor, la culpa y la expiación, transformándolos en una necesidad imperiosa de silencio y soledad. El realizador le permite al protagonista explayarse a sus anchas y de este modo consigue el mejor trabajo en la carrera de Affleck, superando lo hecho en Desapareció una Noche (Gone Baby Gone, 2007) y El Asesinato de Jesse James por el Cobarde Robert Ford (The Assassination of Jesse James by the Coward Robert Ford, 2007), sin duda sus cúspides más altas a nivel profesional hasta el día de hoy. Tampoco podemos pasar por alto la breve participación de Michelle Williams como Randi, la ex esposa de Lee, en especial por la difícil escena que ambos comparten llegando el desenlace (uno de los grandes momentos del cine reciente y de la actuación en general). Lamentablemente Lonergan tiende a alargar las situaciones y sus remates en pos de enaltecer el naturalismo de base, una jugada que al mismo tiempo se ve compensada vía una serie de flashbacks disruptivos bien insertados y la decisión de privilegiar las tomas amplias -en consonancia con el distanciamiento emocional del personaje de Affleck- por sobre los primeros planos, ese fetiche del cine festivalero y lacrimógeno. La desesperación que se esconde en Manchester junto al Mar incluye detalles de patetismo mundano que ayudan a empardar al film con un retrato interesante de un quiebre anímico irreparable…
Un film melancólico, pero a la vez, lleno de vida y ternura que merece su visión en pantalla grande. Lo más interesante de esta producción es la manera en el que el guión va descubriendo poco a poco el drama de su protagonista, ya que....
Profundo y doloroso viaje hacia el interior de un hombre desolado que, tras la muerte de su hermano debe revisar algunas relaciones, con su familia, con su ex mujer, con su entorno. Ese regreso a su pueblo natal lo expondrá a un sinfín de emociones, las que, tal vez, aún no pueda manejar, o no quiera. En su tercera película Kenneth Lonergan explora el universo de un hombre (Casey Affleck) sin concesiones, con una manera de registrar todo cuasi documental, con cámara nerviosa que recorre los espacios sin detenerse en imágenes bellas, al contrario, tal vez la música incidental le juegue en contra como así también algunos flashbacks que en vez de sumar, restan. Así y todo “Manchester junto al mar” es una de las más sólidas propuestas del cine americano reciente.
Con 6 nominaciones para los Premios Oscar, incluyendo la de "mejor película", llega este relato sobre el amor, las pérdidas, la culpa y el nuevo acomodamiento que atraviesan los vínculos familiares. La película, que acumula 6 nominaciones para la entrega de los Premios Oscar del domingo próximo incluyendo el de "mejor film", es una drama crudo que coloca el ojo -y el corazón- en el reacomodamiento que sufren los vínculos familiares luego de una pérdida. Manchester junto al mar está encabezada por Casey Affleck, en la piel de Lee Chandler, el parco empleado de tareas de mantenimiento y plomero de Boston que se ve obligado a regresar a su ciudad natal luego de la muerte de su hermano para hacerse cargo de su sobrino de 16 años. Sulabor está nominada al Oscar. Con esta premisa que atraviesa el dolor, el director Kenneth Lonergan construye un relato donde el presente se ve caótico y tan desesperanzado como al protagonista, atrapado en un espiral trágico del que no puede escapar. El fuerte de la película reside en ese choque de costumbres y de mundos diferentes, en los silencios y en los "flashbacks" que van contando con cuentagotas lo que ocurrió antes pero, sobre todo, en la frialdad y las explosiones de Chandler para mantener un vínculo sano con quienes lo rodean. Las escenas en las que se relaciona con su sobrino Patrick -una gran actuación de Lucas Hedges nominada como "actor de reparto", logran el mayor nivel dramático de la propuesta que profundiza sobre el entendimiento de la pérdida física de un ser querido. La idea de posponer el entierro por el clima imperante, empieza a dejar sus huellas tanto en Chandler como en el adolescente que no quiere dejar su ciudad para ir a vivir con su tío, ni perder a su novia o a su círculo de amigos. El reencuentro de Chandler con su ex-mujer -Michelle Williams, también nominada como "actriz de reparto" en un rol pequeño pero decisivo- trae ecos dolorosos de un pasado cuyas heridas no parecen cerrarse. Manchester junto al mar muestra a un puñado de personajes que sobreviven como pueden en esta historia quizás demasiado extensa pero que deja un sabor amargo por las situaciones extremas que presenta. Al clima se suma el particular uso de la banda, las escenas con viajes en barco para exponer dramas y las culpas de una familia en la pequeña comunidad costera.
Manchester Junto al Mar: El dolor de vivir. Esta semana se estrena el último de los films que aspiran al Oscar a Mejor Película. Manchester Junto al Mar, un difícil y poderoso drama familiar cargado de emociones con una impecable actuación de Casey Affleck. Manchester Junto al Mar está nominada a seis premios Oscar (Mejor Película, Mejor Director, Mejor Actor, Mejor Actor de Reparto, Mejor Actriz de Reparto, y Mejor Guión Original) de las categorías más importantes. Kenneth Lonergan (Margaret -2011-) nos presenta en su segundo largometraje como director, la historia de Lee Chandler (Casey Affleck) un solitario encargado de mantenimiento de edificios de Boston que se ve obligado a regresar a su pequeño pueblo natal tras enterarse de que su hermano Joe (Kyle Chandler) ha fallecido. Allí se encuentra con su sobrino de 16 años, del que tendrá que hacerse cargo debido a que su hermano le otorgó la custodia. De pronto, Lee se verá obligado a enfrentarse a un pasado trágico que le llevó a separarse de su esposa Randi (Michelle Williams) y de la comunidad en la que nació y creció. La cinta de Lonergan nos ofrece un relato duro y emotivo donde se tocan temas como el dolor, la pérdida, el duelo, la familia, la muerte y las relaciones humanas. Se nota que Lonergan tiene su costado de dramaturgo y guionista a flor de piel (escribió Pandillas de Nueva York, Margaret, Analízame), ya que hizo un buen trabajo al presentarnos una historia dura pero bien articulada y a unos personajes bien complejos y tridimensionales. La trama se va desarrollando tanto en el presente como en el pasado a partir de flashbacks pero no tan señalados o destacados como en los relatos clásicos, sino que se presentan de manera más sutil e ingeniosa, forzando al espectador a prestar mayor atención a los saltos temporales. Así es como uno va a ir descubriendo ciertos hechos esenciales que condicionan el accionar de Lee y su relación con su sobrino y su ex mujer. El personaje de Affleck va recorriendo una “secuencia trágica” (de manera desordenada por la original forma en la que fue narrada la película) de hechos tal como las que se dan en una tragedia griega. Así es como descubrimos su Hamartía (error trágico) que lo lleva a tener su vida actual y una posterior Anagnórisis o reconocimiento de su traspié. Lee Chandler es arrastrado constantemente por la historia a situaciones y lugares por los cuales no quiere transitar. Sin embargo, estos acontecimientos son los que van a llevar al protagonista a enfrentar sus demonios y lograr la respectiva catarsis. La historia es bastante sencilla y poco innovadora pero lo importante es cómo esta narrada y la forma en la que están confeccionados los personajes. En conclusión, Manchester Junto al Mar es un retrato intenso, bien construido y conmovedor sobre el dolor de afrontar la vida sin la compañía de los seres queridos. Un profundo viaje existencial que atraviesan los personajes donde deberán descubrirse a ellos mismos después del duelo. Un film de personajes donde importa más el “Cómo” que el “Qué”.
El esperado regreso del director y guionista neoyorquino de joyas como Puedes contar conmigo y Margaret es un melodrama encabezado por un elenco de lujo: Casey Affleck, Michelle Williams, Kyle Chandler, Lucas Hedges, Matthew Broderick y Gretchen Mol. Nominado a seis premios Oscar, este ensayo sobre la ausencia, el dolor y la culpa está trabajado con un rigor, una sensibilidad y una maestría infrecuentes en el cine contemporáneo. Kenneth Lonergan regresa con otra historia de crisis familiar, que muestra las consecuencias que acarrean hechos tan inesperados como dolorosos. Si en Puedes contar conmigo era la muerte de los padres y su efecto sobre los dos hermanos que sufren la pérdida; y en Margaret, las reacciones que puede producir un accidente, en Manchester junto al mar se desarrolla una historia que, mediante sucesivos flashbacks articulados de manera alternada, va entrelazando dos tragedias. Casey Affleck vuelve a poner todo su talento actoral para crear a Lee, un personaje hosco, taciturno y solitario con una vida nada envidiable en Boston, lidiando con clientes y buscando peleas en los bares, provocadas por su carácter irascible. Las primeras escenas lo presentan con trazos firmes, contundentes: Lee tiene todo bajo control hasta que se dispara su furia.. Su vida se ve alterada con la noticia de la súbita muerte de su hermano, quien ha sufrido un infarto mortal. Cada movimiento que ejecuta Lee genera un flashback por el cual vamos conociendo aspectos de su historia: la amorosa y fluida relación que tenía con su hermano (Kyle Chandler), con una mujer alcohólica y un hijo, y también su delicada condición cardíaca. El hermano lo ha nombrado –sin advertirle- tutor de su hijo adolescente, y esta situación altera la vida de Lee, quien no desea esa paternidad ni tampoco regresar a Manchester, donde lo rodean dolorosos recuerdos. Lonergan va entregando la información de manera dosificada, en sucesivos flashbacks que informan de la tragedia que ha vivido Lee, que lo ha marcado para siempre y que no conviene revelar ahora. Lonergan saca el mejor partido de las locaciones del film, un pueblo en la costa de Nueva Inglaterra en invierno, lo que hace más duro y seco el drama. Un lugar pintoresco que parece tan bucólico y placentero, con un mar imponente y que, sin embargo, constituye una trampa para el protagonista. Mientras tío y sobrino se ajustan a la nueva situación, crece entre ellos una fuerte relación que excede los trámites burocráticos o funerarios, surgiendo una camaradería que a Lee le genera sentimientos encontrados. Porque también reencuentra en Manchester a su ex mujer (la enorme Michelle Williams) y brota entre ellos el dolor del pasado, heridas que permanecen abiertas. El film crece cada vez que Williams está en pantalla, y la escena entre ambos es una de las mejores que he visto este año, plena de angustia compartida, de duelo, sacrificio y también, de amor: escalofriante. Después de la proyección en el último Festival de Viena, Lonergan nos concedió una entrevista. Preguntado por su parquedad en realizar films (tres en 15 años) dijo que además está ocupado con su trabajo como guionista y la puesta de sus obras de teatro. Que no elije los temas sino los temas lo eligen a él, y que la reiteración del asunto no fue una elección consciente, no sabe por qué se produce. Le pregunté por qué eligió temas musicales tan populares –y usados tantas veces en el cine- como El Mesías de Handel o el Adagio de Albinoni para musicalizar largas secuencias –alguna sin diálogo- y respondió que en los Estados Unidos esos temas no son tan masivos, ni siquiera conocidos, y que a él particularmente lo conmueven e ilustran la historia, por eso los seleccionó. Yo encuentro que la banda sonora no ayuda al film sino que lo reblandece, invadiéndolo todo, y entra en contradicción con el tono austero, en uno de los aspectos más débiles. Lonergan maneja el melodrama siempre en el filo del exceso emocional, cuidando de no traspasar el límite. Experto guionista, su película es un ejercicio de psicología en la creación de un personaje del cual tenemos poca información verbal, pero sí actoral, con una personalidad en contraste con la de su sobrino (Lucas Hedges), con quien forman un dúo muy particular y conmovedor y con quienes se permite la comedia.
A pocos días de una nueva entrega de los premios Oscar, llega a las salas locales una de las últimas nominadas rezagadas que cuanta con seis nominaciones, incluyendo Mejor Película. Kenneth Lonergan (“You Can Count on Me”) está acostumbrado a los dramas familiares, intimistas y bastante austeros, y “Manchester Junto al Mar” (Manchester by the Sea, 2016) no es la excepción a esta regla. El director y guionista se despacha con la historia de Lee Chandler (Casey Affleck), un hombre solitario, dedicado a tareas de mantenimiento, que debe volver a su ciudad natal tras la muerte de su hermano (Kyle Chandler) para realizar los arreglos pertinentes y hacerse cargo de su sobrino Patrick (Lucas Hedges), un adolescente con todas las letras. La idea es que Lee se mude a Manchester y se convierta en tutor legal del jovencito, al menos, hasta que éste cumpla la mayoría de edad, una responsabilidad que no puede aceptar. A no malinterpretarlo, Chandler es una buena persona que quería mucho a su hermano y hará lo que sea por el bienestar de Patrick, pero hay un hecho que cambió para siempre su vida, lo obligó a distanciarse de todo (este pueblito costero, su familia, sus amigos) y recluirse, literal y emocionalmente. A medida que pasa sus días en Manchester, Lee va reconstruyendo sus recuerdos más dolorosos, al mismo tiempo que debe buscar un remplazo que pueda hacerse cargo de su sobrino. Esta es básicamente la historia que plantea Lonergan, un conjunto de relaciones humanas ligadas a la pérdida, la aceptación y la culpa. Affleck y Hedges son el alma de este relato sencillo, que no tiene mucho más para ofrecer más allá de esta interacción, aunque esto no es poca cosa. El director se concentra en el peso que carga su protagonista y cómo afecta a cada una de las personas que lo rodean. Estamos acostumbrados a ver grandes actuaciones oscarizadas donde el sufrido intérprete se desborda y estalla en una escena clave cargada de dolor e histrionismo, pero esto nunca sucede con Casey en “Manchester Junto al Mar”, tal vez, uno de los aciertos más grandes de la película. Lee es un personaje contenido que sufre en silencio y se autoflagela emocionalmente, incapaz de conectarse socialmente porque así lo decidió. Por su parte, Hedges interpreta a uno de los adolescentes más verosímiles de la pantalla, un chico normal, acostumbrado a los dramas familiares, que sólo pretende seguir adelante con su vida, rodeado de amigos, deportes, su banda de rock and roll y sus noviecitas. Patrick no quiere mudarse ni alterar su rutina y sólo espera llegar a la mayoría de edad para independizarse. La relación entre tío y sobrino es lo que más brilla dentro de una trama donde los demás personajes parecen meros adornos que sólo aportan un dato por aquí y por allá, sí, incluso las breves intervenciones de Michelle Williams, ex esposa de Lee. Lonergan no tiene necesidad de contar absolutamente todo y deja que el público vaya reconstruyendo el pasado (y futuro) de sus protagonistas. Justamente, lo implícito resulta lo más interesante de su relato y debe agradecerle a Casey por todo esto. El más jovencito (¿y talentoso?) de los Affleck se merece todos los premios a los que aspira, precisamente por esa contención y por no entregar la típica actuación “oscarizable”. Los austeros paisajes costeros de Manchester (Massachusetts), pueblito de clase media baja dedicado a la pesca, ayudan a crear este clima apacible (en apariencia), pero no definen la acción y a los personajes como otras historias marcadas por el contexto socioeconómico y cultural como “El Ganador” (The Fighter, 2010) o “Atracción Peligrosa” (The Town, 2010). Los escenarios terminan siendo un adorno más, un tanto desaprovechado, como la mayoría de los actores de reparto y una banda sonora bastante desencajada. Como otras nominadas de este año (léase “La La Land”), “Manchester Junto al Mar” se destaca en su conjunto (y más allá de algunos desaciertos) con un drama poderoso que emociona desde lo tácito y no tanto por sus golpes bajos. Acá, las lágrimas no son gratuitas y el peso de la culpa marca el ritmo a cada paso. Lo importante es cómo cada ser humano procesa el dolor y se para frente a la pérdida de un ser querido.
Es un film escrito y dirigido por Kenneth Lonergan que se centra en la culpa y en lo irreparable. En tener por delante una vida que nada hará cambiar ni renacer, porque lo que originó ese dolor permanece lacerantemente vivo. La historia de un hombre triste y hosco, un portero de edificios que, cuando se emborracha puede tener brotes violentos. La muerte de su hermano lo obliga a regresar al lugar del que huyó, para hacerse cargo de su sobrino adolescente. Y frente a ese compromiso que ninguno de los dos quiere asumir, surgen situaciones amargas, enojos, mucho humor y fundamentalmente desesperación. Los seres que desfilan ante nuestros ojos, encarnados por excelentes actores aun en papeles chicos, se ven verdaderos, golpeados, casi sobrevivientes. Y en el centro el trabajo conmovedor y excelente de Casey Affeck ese hombre que nunca podrá superar lo que le ocurrió. El dolor insoportable. Con un ritmo melancólico donde el lugar es también el protagonista, el film avanza hasta llegar al hueso del sufrimiento, tomándose su tiempo para que el espectador comprenda en toda su dimensión lo que le ocurre al protagonista y sus allegados. Una construcción dramática que huye de lo obvio, que no cae en convencionalismos y penetra profundamente en el corazón del espectador, de manera implacable. No se pierda esta película.
Pocas películas en el último tiempo abordaron los temas del duelo y la culpa a través de una experiencia tan visceral como la que presenta Manchester junto al mar. Una producción que originalmente iba a representar el debut como director de Matt Damon, quien también iba a interpretar el rol principal. Sin embargo por inconvenientes con su agenda laboral, el actor delegó la realización en Kenneth Lonergan, con quien había trabajado en el film Margareth (2011). Pese a que la trama ofrece un dramón intenso, la película del director Lonergan representa la contracara del cine manipulador que solía hacer Alejandro González Iñárritu (30 gramos) hasta no hace mucho tiempo. Manchester junto al mar nunca fuerza las emociones del espectador ni exagera a través del melodrama la historia de vida de sus personajes. Si bien el argumento es fuerte y no toca temáticas placenteras, el relato evita con éxito los golpes bajos que podría haber tenido el mismo conflicto en manos de otros cineastas. Lonergan nunca abruma al espectador con las situaciones dolorosas que vive el personaje principal y descomprime el tono meláncolico de su relato con algunos diálogos graciosos. Momentos amenos que contribuyen a que la historia no termine convertida en una obra de Corín Tellado. El mismo tratamiento lo encontramos en el enfoque que le dio a Cassey Affleck a su interpretación, quien compuso su personaje desde un lugar muy interno en el que se expresa a través de gestos sutiles. La labor que ofrece en esta película resulta conmovedora justamente por la naturalidad que le dio a su rol y los elogios que recibió hasta la fecha no son gratuitos. Si llegara a ganar un Oscar por este papel sería un premio justo. Otra figura destacada del reparto es Michelle Williams. Aunque tiene pocas escenas en el film, cuando aparece su personaje deja un gran impacto en la historia. El momento final que comparte con Affleck es de lo mejor que vi en el género del drama en mucho tiempo y no en vano terminó siendo la imagen del póster. Mi única objeción con esta producción pasa por su duración, cuyos 137 minutos no tienen razón de ser. Lonergan se excede de manera innecesaria con la resolución de la historia y el film se alarga más de lo debido porque contiene varias escenas que no le aportan nada al desarrollo de los personajes. El mismo conflicto tranquilamente se podría haber narrado en menos tiempo. Al margen de esta cuestión, Manchester junto al mar es un sólido drama que merece su visión si te atraen este tipo de historias.
Otra de las grandes nominadas al Oscar de esta temporada es Manchester by de the sea. Su historia intimista y encuadres casi perfectos la convierten en una película demoledora. En las últimas semanas he escrito sobre más de un film que te hace llorar, puede ser el caso de Moonlight con los golpes bajos o lo maravilloso de Un monstro viene a verme. En este estreno las lágrimas se harán presentes pero bajo ninguna circunstancia se trata de una película a la cual se la pueda considerar como “un dramón”. Es un film de personajes, muy bien escritos, y donde no son los grandes monólogos los que acaparan la atención sino los justos silencios. Planos perfectos documentan la vida de un hombre inmerso en el dolor de la pérdida actual y pasada mientras descubrimos sus secretos. El director y guionista Kenneth Lonergan sorprende en su doble labor por como el film logra abrumar al espectador. Lo mismo sucede con Casey Affleck cuya interpretación es magnífica. Sus miradas solas merecen el Oscar y si no se lleva la estatuilla será una gran injusticia. Todo el elenco es sensacional, sobre todo los otros nominados: Michelle Williams y Lucas Hedges. Siendo este último una gran revelación. Los intercambios de tío-sobrino que tiene con Affleck son una verdadera lección de actuación cinematográfica. Manchester by the sea es una película atípica en el Hollywood actual y que su productora sea Amazon habla un poco de ello. Es un cine que hoy en día se ve muy poco y que solo puede ser disfrutado como se debe en esta época del año en donde las opciones de la cartelera son más que explosiones y superhéroes justamente por los inminentes premios. Más allá de ese análisis de mercado, es un film con un corazón inmenso, unas interpretaciones para aplaudir de pie y una realización soberbia. Buen cine y como debe ser.
Manchester junto al mar, es una de las nominadas a los Oscar como “Mejor Película”. Con actuaciones de Casey Affleck y Michelle Williams, entre otros, nos mete en una historia que camina a paso lento. Su director, nos va mostrando de a poco lo que le pasa a su personaje principal. Como si un cuarto se fuera iluminando gradualmente. Alumbrando cada rincón, vamos conociendo a Lee Chandler (Casey Affleck). El andar de la película es lento, pausado, el ritmo lo impone su protagonista, con una gran actuación, en donde podemos ver su desinterés, su depresión y su única intención de huir de Manchester. Que no es el Manchester que todos esperamos ver, allá en Inglaterra, sino una ciudad de los Estados Unidos. Es una película que se asemeja mucho a lo que pasa cuando perdemos a un ser querido: hay que ocuparse de papeles, elaborar un duelo, uno se ríe, llora. Todos esos condimentos se ven en el film. Sin embargo, uno se queda con la sensación de que después de dos horas de cinta, no ha pasado gran cosa. Kenneth Lonergan (Director), va contando la historia con flashbacks. Veremos una buena época del personaje y su actualidad, en donde perdió a su hermano, tiene que cuidar a su sobrino y además, convive con una desgracia. Manchester junto al mar, es muy real, de sentimientos nobles, sincera, pero es una película difícil de llevar, como una depresión, o angustia. Quizás, fue buscado, pero deja público afuera.
EL MELODRAMA ASCETICO El melodrama es el tono que elige el director Kenneth Lonergan para narrar este drama enorme sobre un hombre que arrastra profundas pérdidas, y al que una -nueva- desgracia familiar pone en posición de enfrentar su pasado y saldar, como puede, algunas deudas pendientes. Es el melodrama un género con profunda raíz en el cine de Hollywood, especialmente el de mediados del Siglo XX, pero también un arma de doble filo: hay que conocerlo en toda su complejidad como para no caer en excesos. O, en todo caso, convertir esos excesos en algún tipo de rasgo autoral como lo saben hacer Pedro Almodóvar o Baz Luhrmann (no curiosamente, dos “extranjeros” hacen bien lo que los realizadores norteamericanos actuales desconocen). Pero lo de Lonergan en Manchester junto al mar es otra cosa, es traficar el melodrama en el envoltorio del indie norteamericano y entregar un film que se edifica en base a esos excesos pero amortiguados por una estética que requiere del naturalismo. La maestría del director y guionista es hacer que estas dos fuerzas, imposibles de homogenizar en apariencia, no sólo puedan convivir en armonía sino que inauguren una suerte de nuevo subgénero, el melodrama ascético. Una catarata de contrariedades arrastran al pobre Lee Chandler de Casey Affleck (impecable en un personaje que nunca termina de ser un enigma), que tiene que regresar al pueblo natal para hacerse cargo de las tareas administrativas que siguen a la muerte de su hermano, especialmente lo que tiene que ver con el cuidado de su sobrino adolescente. No sólo Lee Chandler ha quedado señalado en el pueblo por algunos sucesos que no conviene anticipar, sino que para él mismo ese regreso es poner en primer plano nuevamente una serie de dolores personales que no han cicatrizado del todo. Para exponer esto, Lonergan recurre narrativamente al flashback y lo hace de una manera bastante particular: los mismos surgen en momentos específicos y se imbrican, mediante el montaje paralelo, con el presente. No sólo la película logra de esa manera hacer explícito el loop eterno del calvario del protagonista, sino que cada tramo del pasado que se revela ante el espectador es una forma de entender al personaje en toda su complejidad y en cada una de sus decisiones. Decíamos del arma de doble filo: por ejemplo hay un largo flashback, el más importante de todos, el que nos explica mayormente el origen del presente taciturno de Lee, que resulta un tanto excesivo dramáticamente. En ese momento, Manchester junto al mar está a punto de irse a la banquina (y cada vez que suenan graves y redundantes tramos de ópera también), pero es nuevamente la mano del director la que hace que la película se aleje de la manipulación y el cálculo. En vez de regodearse con el morbo, lo mira a la distancia con una cámara que siempre está en el lugar que tiene que estar y elude el descaro del trazo grueso que gusta tanto a los exhibicionistas (la película es como un antídoto contra el cine Iñárritu). Aunque Lonergan acepta que ese trazo grueso es constitutivo del melodrama, también sabe que en definitiva lo que importa en el cine es el punto de vista y la forma en que se cuentan los hechos. Es una delgada línea la que el director no termina por atravesar, para el bien de su película. Lo curioso en todo caso es que si el melodrama es un género en el que se suelen atravesar las emociones de los personajes con el objeto de algún tipo de reparación de orden moral, en Manchester junto al mar esas reparaciones se encuentran anestesiadas por la presencia de un protagonista de carácter introspectivo. Tal vez para aquellos que busquen en el cine algo cercano a la autoayuda, no encontrarán en el film de Lonergan más que nuevas preguntas sin demasiadas respuestas. Y eso puede resultar frustrante. En esa apuesta que descoloca al espectador, además del melodrama ascético también hay que sumar un sentido del humor muy particular (Affleck y Lucas Hedges construyen un dúo formidable) que no surge tanto como recurso efectista sino más bien como catarsis tragicómica inherente a la historia. Salvo por aquel flashback maldito (que además carga un subtexto molesto), Manchester junto al mar es un film de una melancolía demoledora y de una justeza dramática poco habitual.
La vida como un duelo que no tiene fin. Candidata a seis premios Oscar, entre ellos a los de mejor film, director y actor protagónico, esta tragedia asordinada confirma al realizador Lonergan como un narrador admirable, capaz de manejar con elegancia distintos flashbacks y situaciones dramáticas. Manchester junto al mar confirma que el tema excluyente del realizador, guionista y dramaturgo Kenneth Lonergan es cómo se sobrevive a la muerte. Su ópera prima, la magnífica You Can Count on Me (2000), que aquí se lanzó en DVD, narraba el reencuentro de dos hermanos, que de pequeños habían sufrido la muerte de sus padres en un accidente de autos. La siguiente, Margaret (2011), que no se conoció en Argentina por ninguna vía, desplegaba toda una trama de relaciones a partir de otro accidente y otra muerte, que pesaba sobre la consciencia de la protagonista. En Manchester junto al mar las muertes son dos. Una ocurre bastante temprano y mueve a un hombre a acercarse a su sobrino, mientras que la otra –otra vez en un accidente– tiene lugar hacia la mitad del metraje. En verdad ese accidente ha sucedido años atrás y explica el aire de duelo en el que repta el protagonista, terminando por subsumir la película entera en él. ¿Son demasiadas dos muertes para una ficción, sobre todo teniendo en cuenta que una de ellas es múltiple? De la respuesta dependerá, seguramente, la apreciación que cada uno se haga del opus 3 de Kenneth Lonergan, candidato a seis Oscars (película, director, guión original, actor protagónico, actor y actriz de reparto). La primera hora de Manchester junto al mar es un admirable modelo de construcción narrativa. El relato, instalado en el presente, echa luz ocasional sobre zonas del pasado, en la medida en que el recuerdo se le impone al protagonista, Lee Chandler (Casey Affleck). El hombre es un solitario encerrado en su propio dolor, que trabaja como encargado de edificios en la pequeña ciudad de Quincy, Massachussets, ganándose unos pesos extra con arreglitos varios. Es tan retraído que si una chica quiere sacarle conversación en un bar, fracasará. Lo más parecido que Lee tiene a una forma de socialización es agarrarse a trompadas, alcoholizado, en algún pub nocturno. Si es con varios a la vez, mejor. En medio de esta rutina, Lee se entera de que su hermano mayor Joe (Kyle Chandler), que sufría desde hace un tiempo de una rara enfermedad cardíaca, ha muerto de un síncope. Joe deja un hijo adolescente, Patrick (el debutante Lucas Hedge, nominado por esta actuación) y una madre, Elise (la reaparecida Gretchen Mol, digna de mayor crédito del que siempre se le otorgó) que, con serios antecedentes de alcoholismo y episodios de internación, no está en condiciones de hacerse cargo de él. Joe ha dispuesto que sea Lee quien lo haga. Entrelazado con ese relato cronológico se jaspea una guirnalda de suaves flashbacks, que no se denuncian como tales en términos visuales ni narrativos, de modo que parecerían tener lugar también en presente. Van presentando la vida previa de Lee con su familia: su mujer, Randi (Michelle Williams, algo así como “la” trágica joven del cine estadounidense contemporáneo) y sus tres hijos. Este segundo relato irá a parar al punto nodal de la película, una secuencia culminante que tiene lugar casi justo en la mitad y donde Lonergan toma una decisión desgraciada: la de subrayarla, durante unos cinco minutos o más, con el conocidísimo Adagio de Albinoni. La decisión es errada por varias razones. La primera es que la secuencia no necesita de ningún refuerzo musical, ya que de por sí le sobra intensidad. La segunda es que la idea misma de “refuerzo musical” es equivocada: la propia etimología de la palabra denota que todo refuerzo es redundante. Por último, el Adagio de Albinoni es una de esas que sabemos todos, de modo que su escucha puede llegar a convertirse en un doloroso déjà vu auditivo. Una distracción, un deseo ardiente de que la secuencia termine de una vez. Una vez finalizada, da la sensación –que tal vez sea subjetiva– de que a la película le cuesta reponerse de esa devastación musical. Le lleva un rato pero lo logra, dejando atrás el fantasma de la película-sobre-tío-que-se-hace-amigo-de-sobrino-y-a-la-vez-se-rehace-como-padre, y abriéndose, a diferencia de la primera parte, a distintas líneas narrativas. Mucho tienen que ver con esta recuperación del interés Lucas Hedges y Casey Affleck. Con cierto parecido físico con Jesse Eisenberg, Hedges se comporta, en relación con Lee, casi más como un hermano mayor que como un sobrino adolescente. Pero también puede costarle horrores ponerse un preservativo cuando está con una de sus novias. Lo de Casey Affleck es extraordinario. Lo suyo es pura implosión, puro duelo contenido, salvo cuando no aguanta más y explota. Debería darle clases de actuación a su hermano Ben. No sólo de ellos dos es el mérito. Lonergan hace jugar a los espacios un rol dramático. La estrecha piecita en la que vive Lee expresa todo lo que perdió. Los flashbacks que muestran la relación de protección que Joe tenía para con él permiten sopesar esa segunda pérdida. Lonergan no concede, por otra parte, uno de esos desenlaces “éramos tan Hollywood”, en los que todo lo que era duelo, ausencia y dolor ahora se cura con nuevas oportunidades y un futuro prometedor.
Un mar de lágrimas Cuando se conocen las nominaciones a los Oscars, la cartelera argentina debe ubicar los estrenos de aquellas películas que de otra manera no llegarían a las pantallas nacionales. Una de ellas es el drama Manchester junto al mar que cosecha seis nominaciones, incluida “Mejor Película”. Lee Chandler (Casey Affleck) es un plomero que vive y trabaja en Boston, es un hombre solitario y que se muestra indiferente con el mundo que lo rodea. Un día se entera del fallecimiento de su hermano Joe (Kyle Chandler), quien padecía una enfermedad cardíaca, por lo que deberá volver al pequeño pueblo de Manchester, donde creció y vivió bastante tiempo a hacerse cargo de su sobrino Patrick (Lucas Hedges) de 16 años. Allí Lee deberá hacer frente a su pasado, incluyendo la relación con su ex esposa Randi (Michelle Williams). Escrita y dirigida por Kenneth Lonergan, quien ya dejó en claro en sus dos películas anteriores que gusta de contar historias sobre personas, dirige magistralmente este poderoso e intenso relato. Cassey Affleck da una interpretación brillante, de un hombre al que ya no le importa nada y debe reconectar no solo con su sobrino sino con todo su pasado. Este papel le otorga su segunda nominación a un Oscar y aunque viene ganando todo premio que se le pone por delante (solamente le faltó el SAG) es probable que por las acusaciones de abuso verbal y acoso sexual no le sea otorgado el máximo galardón del cine. Todas las actuaciones secundarias son sobresalientes como la de Lucas Hedges quien muestra el dolor de adolescente que acaba de perder a su padre, Michelle Williams tiene pocos minutos en pantalla, pero sus escenas son memorables. Ambos tienen sus nominaciones a actor y actriz de reparto bien merecidas. La música de Lesley Barber es muy buena, pero llega un momento en que no es necesaria que sea tan intensa porque para eso están las imágenes. Manchester junto al mar es una excelente pero desgarradora película, impecable visualmente, con una muy buena utilización de los flashbacks, grandes diálogos, y que sabe cómo y dónde golpear sin caer en el recurso de buscar las lágrimas porque sí y se convierte en una de las mejores de esta temporada de premios.
Tras otra tragedia, un hombre roto encuentra una razón para seguir viviendo Con apenas tres películas en 16 años, a Kenneth Lonergan le alcanza para ser uno de los mejores guionistas y directores a la hora de abordar cuestiones extremas como la muerte y la culpa. Tanto Puedes contar conmigo como Margaret y ahora Manchester junto al mar exponen tragedias que cambian para siempre las vidas de personajes que alguna vez estuvieron conectados con sentimientos bellos y positivos, pero que luego de determinados imprevistos (enfermedades, accidentes, errores) se ven obligados a lidiar con los peores traumas y fantasmas interiores. Lo que hace del cine de Lonergan algo completamente opuesto al melodrama sentimental y afecto al golpe bajo son su sutileza como escritor, su austeridad y pudor a la hora de exponer la intimidad herida de sus criaturas (sin por eso escudarse, reprimirse o resultar timorato), su talento como narrador (es un maestro de la puesta en escena) y su capacidad para la dirección de actores (la de Casey Affleck es una de las mejores interpretaciones en mucho tiempo y los personajes secundarios también se lucen en diversos momentos). Es probable que muchos espectadores tengan ciertas resistencias y estén ya algo agotados frente a historias que traten a pura solemnidad el dolor, la tristeza, la nostalgia y la ausencia, pero hay que advertirles que pocas veces como en Manchester junto al mar se alcanzan una intensidad emocional y destellos de humor a partir de recursos nobles como los que consigue Lonergan.
Casi normales Drama profundo sobre las relaciones afectivas, cada fotograma respira autenticidad. Gran labor de Casey Affleck. Un drama de aquellos, con dolor, ternura y tonos de humor agrio, Manchester junto al mar es un filme sobre las relaciones afectivas, y familiares, los lazos que se crean más que por sangre, por amor. Tiene un protagonista, Lee, quien taciturno, opacado, ofuscado y a punto de estallar, guarda -o habría que decir retiene- un dolor que sólo aflora cuando, embriagado, arremete a las piñas. Ya tendrá oportunidad de llorar. Kenneth Lonergan vuelve sobre el mismo tema -las necesidades afectivas- que en su opera prima, la bellísima y menos cruda Puedes contar conmigo (2000), con Laura Linney. Primero conocemos a Lee (Casey Affleck) como portero de edificios, en Boston, en un clima frío que parece helarlo. Pero el frío, lo descubriremos gradualmente, lo congela desde adentro. La muerte de su hermano lo lleva a regresar a Manchester, Massachusetts, donde vivió su infancia y de la que se mudó no hace mucho, pero a la que no quiere retornar. Patrick, su sobrino adolescente (Lucas Hedges), ha quedado en la práctica huérfano (su madre alcohólica se fue hace años del hogar) y Lee descubre que su hermano le dejó en cuidado a su sobrino. Lonergan (coguionista de Pandillas de Nueva York) va mostrando en flashbacks tiempos mejores, y otros, hasta que decide desembocar en la tragedia. Cuando escuchen los primeros acordes del Adagio en Sol Menor de Giazotto, prepárense. Pero el realizador evita las trampas del melodrama. No hay otra película estadounidense contemporánea que se exprese de la manera que lo hace Manchester junto al mar, porque suelen ser soberbiamente presuntuosas (hay algo por aquí de Gente como uno, de Robert Redford). El cine de Lonergan es naturalista. Y no es que el director se tome sus tiempos, toma el tiempo que es necesario. El filme tiene “su” ritmo. El director y guionista también tiene buen oído para los diálogos (el encuentro entre Lee y Randi –Michelle Williams- en la calle; Lee y Patrick en el auto que no calefacciona), para el entramado de la historia central con sus derivadas, para imprimir humor donde uno espera otra cosa,y para, en un detalle, remarcar actitudes o tamizar un hecho (una camilla que no logran subir). Hay momentos de humor, pero que suceden en la vida diaria de cualquiera de nosotros. Porque el estilo oscila entre el drama omnipresente y los toques de comedia de tonos agrios. Manchester… es un retrato que, sin ser lo que se entiende como retrato psicológico, pinta en su interior a Lee, un hombre en soledad, que de a poco se ha convertido en solitario, con conexiones emocionales como las luces de un árbol de Navidad. Intermitentes. En más de una oportunidad Lee musita “No puedo”. Los tiempos en que disfrutaba salir de pesca con su hermano y su sobrino en el barco parecen lejanos (“Nos gustaba el mar”), lo mismo que los abrazos con sus dos hijas y su bebé, y su siempre exacerbada esposa Randi. Hay también almas en pena que se esconden hasta que una dirá lo que la otra no quiere comprender: “Ya no hay nada allí”. Hasta cuando balbucea, Casey Affleck -quien vino a rodar Gerry a Salta, con Matt Damon, dirigido por Gus Van Sant- es expresivo y convincente, está creando emoción. No es el suyo un personaje al que le salgan las palabras con facilidad, pero la elocuencia está en su gestualidad y, sí, en lo poco que habla. Los ademanes, los detalles son a veces más potentes que las catarsis para exteriorizar sentimientos genuinos. O con autenticidad. Manchester… también plantea si uno sigue el camino de la vida que desea o el que le toca. En fin, si uno es dueño de su destino o hace con él lo que puede más que lo que quiere. Y cómo se sigue adelante. Tal vez la metáfora del mar embravecido o calmo sea lo único redundante. Hay muchas y variadas maneras de sentir dolor ante una pérdida. Pude ser de amor. La que nos comparte Manchester junto al mar no es unívoca. Vamos al cine para sentirnos, en alguna parte, reflejados. Difícil dentro de la tragedia que es el corazón de Manchester junto al mar, pero no imposible.
HOMBRE AL AGUA Cuando hablábamos de esta película con uno de mis compañeros del staff me preguntó “¿te parece mala o te enoja?”. Y respondí casi sin pensarlo que lo mío era puro enojo y por eso mismo estoy dispuesto a justificarlo. Manchester junto al mar nos presenta en principio a Lee Chandler, un fontanero que trabaja para un consorcio que muestra un pragmatismo insoportable en su profesión -como si fuese un Dr. House de los desagües sin su jocosa ironía- que varias veces lo lleva al borde de la confrontación. Si bien es cierto que algunos de sus clientes son insufribles, podemos apreciar que Lee tiene su carácter o la térmica un poco sensible, como decimos por aquí. En ese trance, es convocado por un amigo de su hermano, dueño de un barco y padre de su único sobrino, que acaba de fallecer y le testó la custodia del mismo pero no en su lugar de residencia actual sino en la Manchester de la que Lee ha emigrado hacía tiempo. Este que es el punto de partida de la historia sirve para marcar el regreso de Lee a Manchester y la resistencia que le provoca. Por medio de flashbacks y de reacciones de gente que lo conoce -o conoce su nombre por una historia sombría que parece casi una leyenda urbana-, se nos va diciendo cuáles son los motivos por los que este hombre no quiere permanecer en la ciudad, aunque no le queden otras alternativas si es que desea cumplir el último deseo de su hermano y hacerse cargo de los últimos años de crianza de un sobrino ya adolescente. Las convenciones dicen que a partir de ese momento podíamos esperar dos cosas: el desarrollo de la relación tío / sobrino que florece para curar las heridas de ambos, y la revelación de eso tan grave que martiriza a Lee Chandler como para que termine de aceptarlo y también pueda sanar. Pero el director decide tomar otro camino que no es el de la redención sino el de la más insoportable languidez y la profundización del dolor. Casey Affleck que para muchos es “el bueno” de los dos hermanos tiene la dudosa ventaja de poder mover un par de músculos más de su rostro que Ben, cuya parálisis facial ya a estas alturas es alarmante, y por poseer una mirada más expresiva que se adapta a lo que el espectador espere de ella. La mirada de Casey es más empática y si la acompaña con media sonrisa, enternecedora. Esta sola característica parece haber conquistado a un sector del público que enaltece su interpretación cuando no se trata de otro Casey al que no hayamos visto antes. Y si vamos a su papel aquí, le aporta la naturalidad justa para que soportemos todos los malos tragos a los que se nos somete. Porque la película toda es un tour de situaciones horribles que generan dolor y momentos incómodos que, a veces de manera sabia, se omiten en otros dramas del estilo y aquí se han colado para darles autenticidad. ¿Funciona? Claro que sí, todo luce demasiado real y descarnado. Desde los trámites que se hacen cuando fallece alguien hasta las reacciones de los presentes que acompañan al familiar cuando sólo expresan “no sé qué decir”. Incómodo, vergonzante, y cuando el recurso se repite varias veces, innecesario. Pero lo más molesto del film, lo irritante, lo imperdonable, es el mensaje. Un mensaje que a veces es igual de crudo y doloroso pero enunciado de manera sorprendente como en La La Land, pero que aquí es de carácter penitente. Lee Chandler sufrió un accidente por negligencia que lo llevó a perder lo peor que puede perder alguien en la vida. Esa negligencia, a su vez, pudo haber sido provocada por una disconformidad generalizada con su vida marital / familiar que lo llevaba a evadirse de manera leve, fugaz, sutil, con reuniones de amigos y alguna dosis de alcohol y sustancias en el sótano de su propia casa. Nada escandaloso, nada anormal pero sí lo suficiente para traer consecuencias nefastas en la vida de varias personas. Cuando dije la primera vez “accidente” alguien me corrigió “no fue un accidente” y ahí está la trampa. Lo que le pasó a Lee le pudo haber pasado a cualquiera, pero no es lo mismo -valga un ejemplo que no es lo que sucede en la película- chocar conduciendo ebrio que por una distracción pero 100% sobrio. Es decir, para las consecuencias del accidente sería lo mismo, pero no para el director que quiere decirnos que “eso no se hace” como si se pusiera en el lugar de un vecino que a raíz de lo que te sucedió -o hiciste- te mirará por siempre con una superioridad moral inaguantable. Y si se hace te pasará como a Lee, el que luego de ese momento no sólo tiene una vida miserable sino que, aunque intente salir de ella y le ponga su mayor esfuerzo, lo que lo rodea atentará por demolerlo una y otra vez y hasta quizás lo logre. Porque Lee se equivocó y debe pagar hasta el fin de sus días y si la película durara más de sus excesivas dos horas y cuarto, seguiría pasando desdichas por su error, que no fue error ni accidente y es lo que quiere que entiendas el bueno de Kenneth Lonergan. Michelle Williams de quien tampoco entiendo la nominación ni los elogios, compone a una mujer que nada hace, ni antes ni después de lo ocurrido, por la estabilidad emocional de Lee. Entiendo que sea efectiva en ese rol, pero tampoco es diferente a lo que se ha visto de su trabajo en otras realizaciones. Lúcido y creíble por otro lado resulta el trabajo de Lucas Hedges como el sobrino de Chandler, que supo escapar a los estereotipos de ese estilo de personajes. En este film la naturalidad está en todo, hasta en los árboles y en el mar, el punto es que valoremos a quienes han trabajado por conseguirla y no a los árboles, que sólo están allí como siempre. En definitiva si lo que quieren es la prueba de que la vida es dura, cruel, miserable y sin esperanza, esta es su película. Lo mismo si creen que existen cosas que no se superan jamás y ni vale la pena pelear por ellas. Los que pensamos distinto nos enojamos un poco, nada más.
Vídeo Review
Su propia condena Llega el estreno de “Manchester junto al mar” film cargado de melancolía escrito/dirigido por Kenneth Lonergan y protagonizado por Casey Affleck, Michelle Williams y Kyle Chandler. Lee Chandler (estupendo rol protagónico interpretado Casey Affleck) es un ser apagado y triste. Su vida pasa por atender esa especie de portería en edificios donde se ocupa de los arreglos. En los momentos libres que le queda los usa para beber y ahogar las penas. Allí aparece el violento. Vive en un pequeño cuarto que parecería ser su celda. Y recibirá un llamado que lo hará volver a su ciudad, Manchester, de la cual se había ido hace un tiempo por causas que nos iremos enterando con el correr de la cinta. Terrible drama dirigido con excelencia. Que sabe relatar de una forma maravillosa y creíble los momentos más tragicómicos en la vida de este ser. Ante la muerte, ante el amor, ante el despertar sexual de su sobrino adolescente, ante una terrible tragedia, por mencionar algunos. Impecable fotografía, con un buen guión, un elenco fantástico y una banda sonora que nunca deja de acompañar, que siempre está. El amor, la tragedia, el auto castigo, esos seres queridos que ya no están, esos espacios que no se volverán a llenar nunca más, la vida que pasa. Y un final que no tiene sentido. Nunca podrá superar aquello que ocurrió. Y terminas entendiéndolo. El dolor ya es compartido. Porque lentamente llego al corazón del espectador.
Manchester junto al mar es una película dura y triste. No hay manera de esquivar eso. Con solo mirar la sinopsis, el póster y el trailer nos queda claro. Lo que sorprende al verla no es eso, sino la intensidad que parece traspasar la pantalla para pegarnos en el pecho, sin medias tintas ni grandilocuencias, casi de una manera sutil, y al mismo tiempo profunda. La historia se centra en Casey Affleck, un hombre de Boston que es obligado a volver a su ciudad para hacerse cargo de su sobrino tras la muerte de su hermano. A medida que la película avanza, mediante flashbacks, se va revelando la historia de Lee (Affleck) y los motivos que lo llevaron a irse de Manchester. Con esa premisa simple, que podría ser desde una comedia hasta una historia costumbrista, el drama de la vida de este hombre, ya sea pasado o presente, se desarrolla frente a nuestros ojos. Sin maquillar nada, dura, real e intensa, la historia nos pega pero al mismo tiempo evita que podamos dejar de verla. Nos atrapa. Nos captura. Nos conmueve. Pero no nos aliena. Nos afecta, pero no nos destroza. Y ese es el merito de esta cinta. Si bien es larga (le sobra media hora por lo menos) y sufre de los vicios de las películas independientes que pecan de snobs y pretenciosas, es una clara radiografía de una persona con el alma dañada. De como esas heridas de la infancia nos acompañan toda la vida, y del peligro de heredarles a nuestros hijos dichas desgracias.
Primero hay que saber sufrir, después amar Candidato en varios rubros al Oscar, en este film se cuenta la historia de un hombre que, al morir su hermano, descubre la existencia de un sobrino. Primero hay uno de esos recuerdos que se guardan para siempre. Después vamos conociendo a un hombre amargo, apagado, a veces irritable. Más que guardarlos, a él los recuerdos le pesan dolorosamente para siempre. Le pesa la culpa de algo que no sabemos. Un tipo joven, de buena estampa, quemado por dentro. Un día recibe noticias de su pueblo natal, Manchester by the Sea, Massachusetts. No queda lejos, pero hace años que este tipo no va. Tendría que ir, porque el hermano está grave. Tendrá que ir, porque le avisan que se murió. Lo que sigue es la incomodidad, la melancolía del regreso, el proceso de duelo, el sentimiento de ausencia, y acaso alguna reflexión. Cosas que no se dicen, pero se notan. También hay varios momentos risueños, propios de la vida. Y algo distinto, que cambia muchas cosas: el hermano ha dejado un hijo adolescente, del que ese hombre amargo y a veces irritable deberá hacerse cargo. Historia sencilla, pesarosa y salpicada de humorismo, hace reír y llorar, y sentir hondo. Por ahí parece detenida, y es cierto que algunos recursos formales son medio molestos, y que se alarga un poco, pero hace sentir. El autor es Kenneth Lonergan, libretista de "Analízame" y "Pandillas de Nuev York", que ya realizó otras dos películas de mérito, "Puedes contar conmigo" y "Margaret", ambas sobre gente destruida por dentro. El protagonista es Casey Affleck, que aquí destaca su estilo contenido, minimalista. Michelle Williams, en breves apariciones, y el chico Lucas Hedges lo acompañan con lindos personajes. Los cuatro son candidatos al Oscar, y también la película, y el guión, bien elaborado, que va soltando datos sin mayores efectismos, solo a través de gestos sutiles y flashbacks bien colocados. Atención a la fotografía, y a los créditos finales, que levantan un poco el ánimo. Un dato curioso: la semilla de esta historia la sembró Matt Damon, cuando estaban filmando "Margaret". Luego, por razones de agenda, no pudo integrar el elenco, su papel lo tomó Affleck y ahora Damon verá la entrega de los Oscar por televisión. Otro dato curioso: el remanido Adagio de Albinoni que acá se escucha no es de Albinoni. Pero esa es otra historia.
LA PESADA HERENCIA A poco de empezar, Manchester frente al mar presenta una tragedia, después rebusca en el universo propio, el que está dispuesto a contar, y hace emerger otra, capas de dolor que se van sumando para conformar un relato sobre la desdicha y la imposibilidad de manejarla. Pero no se está ante una película que se regodea sobre el drama sino que es ante todo el intento genuino de contar una historia triste y los diferentes afluentes que nutren ese estado para conformar el mapa de la desdicha de un grupo de personas irremediablemente lastimadas. Manchester… es apenas el tercer trabajo como director del dramaturgo Kenneth Lonergan, luego de Puedes contar conmigo (2000) y Margaret (2011) -también es actor y guionista- pero demuestra un tremenda capacidad como narrador y una sensibilidad extraordinaria para contar la vida después de un trauma devastador. Desde ese lugar se presenta a Lee Chandler (Casey Affleck), el solitario conserje de un grupo de edificios en donde arregla los desperfectos caseros de los vecinos, se pelea con ellos, en sus horas libres busca roña en los bares y no mucho más. Lee arrastra una depresión terminal -no sabemos qué le pasa pero su andar, su apatía, su relación con el mundo dan cuenta de algo grave, una ausencia irremediable- pero una llamada lo obliga a dejar la ciudad y volver a Manchester, su pueblo natal, donde deberá hacerse cargo de su sobrino Patrik (Lucas Hedges), luego de la muerte de Joe (Kyle Chandler), su hermano mayor. El testamento es claro, de ahora en más deberá ser el tutor del muchacho y desde allí asistiremos a la desesperación del protagonista por no hacerse cargo del chico -Affleck demuestra con la palabra, con el cuerpo el estado del personaje, la carga inaudita que no es capaz de llevar-. A partir de varios flashback se va develando el pasado de Lee, lo que pasó para su presente sea el que nadie imaginó, empezando por él mismo, un hombre común al que lo golpeó el peor la peor de las tragedias. Manchester entonces es su lugar de origen, donde fue razonablemente feliz hasta que se quedó sin nada, en Manchester es también a donde sigue viviendo su ex esposa Randi (Michelle Williams), que le recuerda quién fue, quiénes fueron. Y está su sobrino Patrik, que pelea con la tristeza de haber perdido a su padre pero con otras armas, las de la juventud, la de haber sabido que alguna vez iba a estar solo. Manchester frente al mar es una película de hombres, que se entienda bien, sobre hombres que deben lidiar con el dolor como pueden, desde la casi nula exposición de los sentimientos, desde la caldera de lo íntimo que hasta a veces encuentra un desahogo en raptos de violencia. Nadie sabe bien qué hacer con lo que los consume por dentro, pero Lee Chandler -extraordinario Casey Affleck con una composición reconcentrada que recuerda su trabajo en El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford-, tiene la certeza de que nunca va a poder superarlo. No es que importe demasiado pero con justicia, Manchester frente al mar está nominada en seis categorías en los inminentes premios Oscar (incluyendo Mejor Película, Director y Actor por Affleck), aunque lo que verdaderamente valioso del film es la voluntad de un cine adulto que se arriesga a explorar las emociones sin artificios y sin golpes debajo del cinturón. MANCHESTER JUNTO AL MAR Manchester by the Sea. Estados Unidos, 2016. Guión y dirección: Kenneth Lonergan. Intérpretes: Casey Affleck, Michelle Williams, Kyle Chandler, Lucas Hedges, Matthew Broderick y Gretchen Mol. Fotografía: Jody Lee Lipes. Música: Lesley Barber. Edición: Jennifer Lame. Diseño de producción: Ruth De Jong. Duración: 137 minutos.
En tiempos de un cine hollywoodense pasteurizado, amoldado a un público familiar sea cual fuere el tema que aborde, el primer mérito de Manchester junto al mar es ser una ficción con adultos sufriendo conflictos del mundo adulto. De hecho, comienza mostrando a su protagonista trabajando, y no de una manera particularmente glamorosa: Lee (Casey Affleck) es portero de varios edificios, soluciona como puede los problemas que le presentan distintos vecinos y no oculta la inquietud de no estar ganando suficiente dinero. Tampoco se lo ve muy cordial ni sociable, a diferencia de tantos personajes que suelen ganarse la simpatía inmediata del espectador. Esa hostilidad tiene su razón de ser, sin embargo, y responde a su historia personal, que el film irá desplegando sin ostentaciones. No conviene adelantar por qué Lee anda por la vida con más de una cruz a cuestas, ya que el interés de este drama dirigido por el dramaturgo y realizador estadounidense Kenneth Lonergan (1962, Nueva York, con dos películas anteriores que no tuvieron estreno comercial en cines argentinos) pasa, en buena medida, por la dosificada manera con la que van asomando las piezas del rompecabezas. Lee sube el ascensor junto a un médico, o mira distraídamente por la ventana mientras le habla su abogado, y los recuerdos surgen, sin guiños musicales o efectos que fraccionen de manera tajante presente y pasado. De a poco vamos conociéndolo, comprendiéndolo, compadeciéndolo. Aunque se lo ve solitario, hay (o hubo) familiares con quienes generar un circuito cerrado de ocasionales alegrías, sostén emocional, dudas, culpas y convivencia con dificultades. Está la joven esposa, molesta por cierta inmadurez de Lee, hasta que un trágico hecho imprevisto la da vuelta por completo (Michelle Williams, esposa sufrida también en Secreto en la montaña y Blue Valentine). Está el hermano confiable, de quien recibirá ayuda y a quien auxiliará también, según las circunstancias de la vida (Kyle Chandler, el marido de Cate Blanchett en Carol). Y también los pequeños hijos, un impaciente sobrino adolescente, una ex cuñada algo inestable, y varios amigos. Los días de este grupo humano alternan apacibles jornadas de pesca y momentos de intimidad familiar con otros de preocupación en pasillos de hospital y comisarías. El marco: la ciudad nevada, con sus blancos veleros meciéndose al viento. Algo de esa opacidad, de esa pasividad (del ámbito geográfico y de la personalidad de Lee) se transmiten a la realización. Planos fijos de los melancólicos parajes son casi el único medio, en términos visuales, al que echa mano el director para plasmar su historia, demasiado dependiente de los diálogos –a veces ásperos– y el desempeño de sus actores. Lo destacable, en todo caso, es su contención dramática: están resueltas de manera muy sobria, por ejemplo, las secuencias en las que a Lee y a su sobrino se les comunica la muerte del mismo familiar, con las personas que los rodean sobrellevando el nerviosismo lo mejor posible. Escasos gestos, algún abrazo, ningún subrayado. Esa discreción hace que no parezca efectista una repentina reacción de Lee, con la intervención de un arma: la película no sería la misma sin ese desesperado estallido, por el cual el protagonista demuestra que su dolor y su culpa son ciertas, que lo suyo no es frialdad sino angustia ahogada, que padece más de lo que podría pensarse. Es el único fragmento del film en el que la música subraya los sentimientos. El efecto en el espectador es razonablemente demoledor. Puede discutirse si el dramatismo sosegado de Manchester junto al mar y su estilo casi anacrónico (no hay cámara en mano, ni planos detalle con criterio publicitario, ni montaje paralelo que desvíe el drama hacia el suspenso) son méritos suficientes para cosechar tantos reconocimientos, incluyendo varias nominaciones al Oscar. Probablemente, su valor dependa más de sus resonancias psicológicas y su eficacia como reflexión sobre el modo en que los seres humanos estamos obligados a convivir con la tristeza y a relacionarnos con la muerte. Un aporte indudable a esos fines es el desenvolvimiento general de los intérpretes, exceptuando la inestable credibilidad de Lucas Hedges (el sobrino que forzosamente saca al protagonista de su cómodo letargo) y sobresaliendo la delicadeza del trabajo de Casey Affleck. A diferencia del tipo de actuaciones que suelen ser reconocidas por la industria del cine –en las que valen las transformaciones físicas y los disfraces–, Affleck hace que cobre vida su Lee apelando a mínimos recursos. El deambular cansino, cierto desaliño, sus expresiones de abatimiento o enojo, sus vacilaciones al hablar, delinean la necesidad permanente de su personaje de procurar reprimir y, al mismo tiempo, soltar su tristeza.
Un denso melodrama, pero muy sentido y completo. No hay narración más compleja que la de contar una historia de gente de a pie, gente que nos rodea, gente que bien podríamos ser nosotros mismos. Buscar el interés y el gancho narrativo que pueda atraer a un espectador pura y exclusivamente con los elementos de nuestra cotidianeidad, es el desafío más grande que puede tener un guionista, un director o un actor. Manchester junto al mar consigue mucho de este objetivo a pesar de tener un tropiezo en particular. Virginia Lago presenta: Lee trabaja como conserje de un consorcio de edificios y tiene una vida monótona que abarca del trabajo a su casa, y de su casa al trabajo. Dicha monotonía llega a un alto cuando le notifican que su hermano acaba de fallecer y este le dejó la tenencia de su hijo de 16 años, lo que implicaría tener que mudarse junto a él. A Lee esta idea no le cae demasiado en gracia, y en la búsqueda de determinar que será del futuro del chico, surgirán las fricciones con él y el resurgimiento de una oscura parte de su pasado que creyó haber superado. Manchester junto al mar tiene todos los ingredientes de un guion sólido: conflictos claros y resueltos adecuadamente (¿Qué va a pasar con los restos del hermano? ¿Quién se queda con la tenencia del chico? ¿Se va a mudar a Boston? ¿Qué va a pasar con el bote del hermano?), un desarrollo e interrelación de personajes tan detallados como multidimensionales (la relación entre el protagonista y su sobrino; y la relación del protagonista con su ex-mujer, aunque sea en instancias breves pero intensas) y un tema tan claro como psicológicamente complejo: el reconocer nuestras limitaciones y problemas, que estos no tendrán una solución rápida, pero no por ello debemos aislarnos de los que nos quieren. No obstante, a pesar de estas virtudes, le encuentro un solo defecto que le impide alcanzar total grandeza: el ritmo. La carencia del mismo contribuye a una densidad que en más de una oportunidad hará mirar el reloj. No hay la menor duda que estamos ante los personajes más reales e identificablemente humanos puestos en una película en mucho tiempo, pero siento que esa detallada, lograda e intensa humanidad tuvo un precio y fue la fluidez del relato; una carencia que no echa a perder la película, pero impide que sus partes se consigan lucir como un todo. Casey Affleck brilla con un rol increíblemente complejo que sabe bordar con sensibilidad, calma y sutileza. Este es un papel por el que no pasará desapercibido y hará que se lo tenga más en cuenta. Lucas Hedges, como su sobrino, prueba ser más que un digno acompañamiento, en un rol claramente adolescente pero que sabe bordar aquellos momentos donde el personaje evidencia una madurez más allá de sus años. Michelle Williams, si bien aparece poco, lo aprovecha enormemente. Manchester junto al mar cuenta con una correcta fotografía y un prolijo montaje (más en cuanto a la yuxtaposición de los planos que al ritmo en si), y la dirección de Kenneth Lonergan es más que lograda; hace uso de una economía de planos dignos de estudio. No obstante la desventaja que veo en este apartado es la música, que en mi opinión es sobrecargadamente melodramática (si están pensando en los clichados violines, sus instintos les sirven bien). Es como si la música te dijera no tanto “Acá tenés que estar triste” sino “Necesito que estés triste”. Y no lo necesita; las escenas en las que incurre este abuso ya están lo suficientemente bien escritas y bien actuadas como para subrayarlas de esa manera. Es este exceso el que muchas veces expone a la película al riesgo de parecer un telefilm presentado por Virginia Lago. Conclusión: Manchester Junto al Mar es una película de una intensísima humanidad, sostenida por sólidas actuaciones, una dirección clara en sus ideas y un guion que tiene todos sus elementos en su lugar. No obstante el tiempo que toma desarrollarla es la única piedra en su zapato, y su mayor desafío. Pero estoy en la obligación de decirles que si la tienen paciencia y ven más allá de este problema, se encontraran con una película única, de aquellas en las que Hollywood últimamente ya no apuesta. Esta es, como se dijo una vez de una gran película estrenada en 1980, una extraordinaria historia sobre gente corriente.
La idea de hacer esta película se remonta al año 2011, cuando el actor John Krasinski le contó a Matt Damon la historia sobre un joven ciudadano trabajador de Boston que debía hacerse cargo de su sobrino adolescente luego de la muerte de su hermano, mientras lidiaba con un pasado perturbador que no le permitía volver a ser feliz. Tras esa reunión, la posibilidad de escribir el guión llegó a las manos de Kenneth Lonergan, quien redactó un libro de 150 páginas que en teoría significaría el debut como director para Damon, que además protagonizaría el film. Sin embargo, diferentes circunstancias lo alejaron del proyecto, y fue él mismo quien le ofreció la parte a Casey Affleck. Manchester by the sea, que resulta ser el nombre real de una ciudad en Massachusetts, entró en la famosa lista negra de los guiones todavía no filmados de 2014. Tres años después, está compitiendo para convertirse en la Mejor Película en los Premios de la Academia. Manchester junto al mar tiene dos elementos sólidos: guión y protagonista. Probablemente, sean esos mismos los que le quiten un poco de protagonismo a lo que será una noche arrasadora para La La Land. Michelle Williams prácticamente escribió su nominación con una sola escena de unos pocos minutos -que ilusamente es la misma que sale en el tráiler- y el joven Lucas Hedges (como Patrick) tiene una performance muy rescatable pese a ciertos agujeros hallados en la trama. Para ser sincera, si bien la película se destaca en el plano independiente con un drama desgarrador sostenido gracias a una serie de flashbacks que nos explican qué diantres está sucediendo frente a nuestros ojos, se vuelve pesada y por momentos algo difícil de sobrellevar. Es cierto que hay un conflicto, uno grave, pero la obsesión con Lee Chandler (Affleck) deja afuera algunas cuestiones que también hubiese sido interesante explorar, pues uno queda siempre como a la espera de algo más, a la espera del despegue de otros personajes y otros dramas que funcionan sólo como soporte, pero que en la sumatoria terminan dando un resultado incompleto y hubiesen sido aún más interesantes que el corte final. Ojo, evidentemente el objetivo de su realizador era hacer foco en la pérdida y lo cruel que puede ser una vida condenada a no tener un final feliz, pero no cambio mi opinión de que hay escenas forzadas y de sobra (2 horas y 17 minutos) que acentúan la lentitud del ritmo sin necesidad alguna. A no confundirse, Manchester es una buena película; de hecho a veces muy buena, pero el mismo vacío que siente el protagonista quedó dentro mío cuando abandoné la sala de cine. No sé si eso sea algo positivo o algo negativo, pero lo que sí sé es que una buena fotografía, diálogos inolvidables, humor negro aceptable y una estaca directo al corazón no siempre son una combinación de azulejos que vaya a quedar bonita en el decorado definitivo. Para el tipo de categoría en la que entra este DRAMÓN, destaco muchas otras opciones que están por encima, como ser Los Descendientes (The Descendants, 2011) o Nebraska (2013), por citar dos ejemplos. Jamás me perdonaré a mí misma el hecho de que un padre que pierde todo lo que le importaba en el mundo, y con ello el sentido de la vida, no se haya ganado mi corazón, pero me temo que hay algo en Manchester junto al mar que no obnubiló a mi costado más sensible.
¿Qué ocurre mientras evitamos las conversaciones que no queremos tener? Los tropiezos del lenguaje y los errores del ser humano se entrometen para mostrarnos lo empecinada que puede ser la vida. La camilla que no se desliza, un mal uso de palabras, el pollo congelado que nos recuerda lo que carecemos. Manchester junto al Mar (Manchester by the Sea) hurga en estos detalles como vías para hablar ladeadamente de lo que importa. Para evitar spoilers con detalles, la película trata sobre cómo los personajes enfrentan la muerte desde la evasión. En diversos momentos, Lee (Casey Affleck) le responde a Patrick (Lucas Hedges), su sobrino, que no tiene que hablar de “eso” en ese momento. Como si postergando tal conversación importante, no tuvieran que pensar al respecto. Pero la vida se impone, así como lo hacen las palabras que usamos. Ante tales usos, como espectadores podemos soltar alguna risotada durante el filme con la conciencia de la ironía ante la que estamos. La película no sería lo mismo si el guión de Kenneth Lonergan no estuviera desgranado por las actuaciones tan agudas de todo el elenco. Es posible que Casey Affleck confunda como Lee, pero esto ocurre porque es un personaje que se ha puesto una coraza gruesa ante el sufrimiento por el que pasó. Por lo tanto, Affleck sutiliza su voz y sus expresiones con gestos parcos, pero hay inflexiones que lo delatan. Michelle Williams tiene en la esposa de Lee un personaje breve, sólo que lo explaya con detalles resonantes. Ella abre, si podemos llamarlo así, el corazón de la película para permitirnos entrever los sentimientos embotellados por ambos. Habría que notar en esta última escena entre ellos en donde no refieren lo que ocurrió, sino qué quedó de ellos. Como si hablando de las cenizas, olvidaran el fuego. Tampoco se quedan atrás Lucas Hedges, Kyle Chandler y Gretchen Mol. Hedges traza en sus travesuras cierta indiferencia ante lo que ocurre, pero tal rebeldía silenciosa descubre sus conflictos. Chandler tiene un papel en apariencia callado, sólo que exprime su aparente pasividad siendo el contraste de Lee, su hermano. Y Mol se beneficia de tener en su personaje un cambio fundamental entre la primera parte de la película y la segunda. El elenco, ensamblado con sutilezas, fue nominado a los Screen Actor’s Guild. Por su parte, la música entrama un muy sutil concierto de emociones contenidas. Es por las propias piezas escogidas, y no usualmente por las palabras dichas por los personajes, que drenamos lo vivido como espectadores. El filme fluye entre recuerdos, silencios e, incluso, un sueño. Éstos tienen una textura íntima que agolpa lo callado tantas veces. El humor se entremezcla con la incomodidad de los cotidiano para sobrellevar el dolor. Reímos y lloramos para drenar lo que las palabras no satisfacen. Si nos evadimos por un instante para no seguir en las honduras de la película, recordemos que está nominada a seis premios de la Academia, a celebrarse el domingo. Pero es dudoso que gane más allá de Mejor Guión y Mejor Actor. Incluso en estas categorías tiene competencia fuerte si los académicos quieren mandar un mensaje racial y favorecer a Denzel Washington por encima de Affleck, o reconocer el guión del tren imparable que pareciera ser La La Land (2016).
Después de la estupenda Margaret, el director y guionista Keneth Lonergan, con producción de Amazon Studios, consigue llegar muy lejos con esta crónica de un hombre roto, una película de una tristeza tan abrumadora que te sacude. Sin manipulaciones ni golpes bajos, con una sensibilidad que fluye mientras despliega las capas de su relato. Apelando a un espectador inteligente que puede enfrentar, junto a su extraordinario elenco, las formas en que la pérdida y la culpa repercuten y marcan nuestra vida. Con una puesta del mejor cine independiente, en el que pueden contarse cuando parece que no se está contando nada. Esta es la historia de Lee Chandler -Casey Affleck-, un encargado de edificios que vive en un sucucho desangelado, desatasca los caños de los propietarios, libera de nieve las puertas y así ve pasar los días. Hasta que su vida anterior, su pasado, irrumpe en ese presente: su hermano ha muerto. Es evidente, porque además una serie de flashbacks nos lo van mostrando, que Lee tenía con su hermano una relación cercana y afectuosa. Pero el tipo parece tan catatónico que cuando lo despide, su breve muestra de dolor conmueve. Así que el hombre parte a su ciudad, la del bello nombre y título de la película, donde su hermano, consciente de su muerte cercana, dejó arreglados sus asuntos. La sorpresa, para Lee, es que lo designó tutor de su sobrino Patrick, un adolescente de 16 años (Lucas Hedges) maduro y adaptado pero menor de edad al fin. La relación del tío y el sobrino es cálida, pero está claro que Lee no es capaz, ni tiene ganas, de hacerse cargo de nadie. De a poco, a través de escenas en apariencia anodinas que siguen alternándose con flashbacks, Lonergan va completando el relato retrospectivo hasta revelar el tremendo episodio que lo transformaría en esa especie de muerto en vida, con cara de nada, que tenemos enfrente. Una herida abierta que explica, por ejemplo, que Lee de vez en cuando se emborrache para agarrarse a trompadas con el primero que pase, en estallidos de violencia sordos, animales, profundamente perturbadores. Somos nosotros, espectadores, los que recibimos esas piezas de información y construimos con ellas el retrato de este sujeto, sostenidos inevitablemente por nuestras propias experiencias con los dolores de pérdida, en ese diálogo silencioso que producen las obras de arte cuando son honestas y verdaderamente profundas. Es cierto que Lonergan, en semejante bajón, tiene el talento y la humanidad suficientes como para trasladar a su película el pulso de ese pueblo al que Lee no quiere volver, con sus distintos personajes, de distintas generaciones, y así hacernos el trago más fácil de tragar. Entre ellos, claro, destaca el joven Patrick, sus novias y su grupo de amigos, firmes en la compañía durante el duro momento de su compañero. Su aporte de energía hormonal, en contrapunto con el sombrío tío Lee, produce los momentos más sutilmente divertidos y hasta humorísticos de la película, que los tiene y se agradecen. Y porque sutileza es una virtud tan presente en este duro relato, queda en el debe cierta recarga en la desgracia, incluidas un par de escenas que están al borde de pasarse de la raya del buen gusto general, que parecen de más. Si Manchester by the sea es un viaje tan contundente, sin duda una de las mejores -¿la tapada?- de las nueve nominadas a mejor película en los Oscar, es en buena parte gracias al que parece el premio número puesto, y justo: la interpretación de Casey Affleck (¿alguien duda de que es el mejor actor de los dos hermanos?). Contenido aún cuando estalla, su composición es un verdadero espectáculo en sí mismo: verlo, y escucharlo con su extraña voz característica, es intuir la presencia de su terremoto interno.
Narra los momentos difíciles que vive Lee Chandler (Casey Affleck, Ganador Globo de Oro Mejor Actor y nominado a los Premios Oscar en esta categoría) quien no tiene una buena posición económica ni una buena relación sentimental, está quebrado emocional y económicamente e intenta sobrellevar la desgracia que lo persigue. Ahora ante la pérdida de su hermano debe hacerse cargo de su sobrino un adolescente de nombre Patrick (Por este trabajo se encuentra nominado como mejor actor de reparto Lucas Hedges, “El gran hotel Budapest”). El film cuenta con una muy buena dirección de actores y un manejo de cámara, sobre todo como la misma recorre los distintos ambientes. Con toda esta carga se va elaborando esta historia, con buenas imágenes y muy buenas interpretaciones, resultan muy bien aprovechados los silencios y el flashback. Se suman una buena banda sonora y una gran fotografía con colores grises y pasteles que reflejan los momentos que viven sus personajes, y que en ambos casos enaltecen al film. Cuenta con 6 nominaciones para los Premios Oscar, incluyendo la de mejor película.
Al ritmo del “Adagio Per Archi E Organo in Sol Minore”, de la orquesta filarmónica londinense, y de un conjunto de diferentes planos de la costa, Kenneth Lonergan introduce al espectador a una de las películas más duras que verá en su vida. Con unos Casey Affleck y Michelle Williams arrolladores, Manchester by the Sea llega a los Oscar con 6 nominaciones.
Manchester Junto al Mar: como la vida misma El guionista y director Kenneth Lonergan cuenta una historia que le puede pasar a cualquiera pero que sin embargo conmueve con increíbles actuaciones y paisajes imborrables. Con una escueta carrera como director de cine (tan sólo tres títulos en dieciséis años), el director Kenneth Lonergan demuestra que sus piezas toman tiempo pero afinan de la mejor manera. En Manchester Junto al Mar, este neoyorkino se despacha con una historia que, si bien en un principio puede parecer insípida, a los pocos minutos atrapa en varios aspectos, pero por sobre todo en el nivel actoral. Nominada con justicia a ocho premios Oscar, esta película cuenta la historia de Lee Chandler (Cassey Affleck), un encargado de edificios de departamentos que debe volver a su pueblo natal (el Manchester del título) luego del fallecimiento de su hermano Joseph (Kyle Chandler) y hacerse cargo de la custodia de su sobrino Patrick (Lucas Hedges). Desde este punto, la película juega constantemente con los recuerdos que asaltan la mente de Lee a cada paso que da, con cada situación a la que debe enfrentarse, hasta que promediando el filme, el realizador decide revelar cuál es el motor del accionar del protagonista. Pero lo bello de esta película es que, en sus dos horas de duración, no sólo hay tiempo para explorar la historia de Lee, sino también del resto de los personajes, especialmente el joven Patrick, que debe equilibrar su reciente pérdida con el abandono de su madre –que se fue a rehacer su vida a otra parte- y sus actividades “adolecentes” que incluyen liderar una banda de rock y noviar al mismo tiempos con dos chicas diferentes. Esta historia, que en un primer momento puede parecer simple y chata, esconde en sus fotogramas momentos de alta intensidad emocional, capaces de conmover hasta los huesos con las tragedias, pérdidas, traumas e inclusive con las victorias de Lee y Patrick, gracias a los increíbles trabajos de Affleck y Hedges, ambos nominados con justicia a los máximos galardones del cine nortemaericano. Y acá se abre un paréntesis con respecto a Affleck, que ya ganó el Globo de Oro y el premio BAFTA (más otros innumerables galardones) por su trabajo en este film, y al poco reconocimiento que ha tenido a lo largo de las dos últimas décadas de trabajo. El hermano menor de Ben Affleck lo cuatriplica en talento frente a la cámara pero siempre ha quedado un tanto relegado en el ambiente artístico hoolywoodense a la sombra de su muy famoso pariente. Probablemente eso quede por fin solucionado este domingo en la entrega de los Oscars. En definitiva, Manchester junto al Mar es una película que no sólo ha logrado conmover a la crítica sino que le va a llegar a lo más hondo del corazón una vez que se revele ante usted el motor de esta historia trágica, que sin embargo no está exenta de detalles de humor que aminoran el impacto de los acontecimientos. Como la vida misma.
Manchester junto al mar es un drama íntimo y familiar en el que Casey Affleck encarna a un hombre golpeado por la pérdida. De semblante duro y abatido y mirada nerviosa y aletargadamente desesperada: así compone Casey Affleck a Lee Chandler, el plomero protagonista de la tercera película de Kenneth Lonergan, que se ve impelido a regresar a su localidad marítima de origen, Manchester, a raíz de la muerte de su hermano (Kyle Chandler), para hacerse cargo de su sobrino adolescente (Lucas Hedges). Como Lee, el drama de Lonergan es contenido hacia afuera y turbio hacia dentro, un ejercicio de naturalismo clásico que no se ahorra un par de efectivos cimbronazos. Y es que detrás de su fachada de íntima distancia –apuntalada por constantes y bellos planos de la pequeña comunidad cercana a Boston, de paisajes lacustres, barcazas flotantes y clima helado– Manchester junto al mar ofrece piñas, flashbacks, tragedia de noticiero e intersticios cómicos, de alguna manera una combinación de las dos notables y espaciadas cintas anteriores del director estadounidense, la sobrecogedora Margaret (cuya heroína está marcada por un duelo inexplicable) y la más ligera You can count on me, sobre el retorno al hogar y las relaciones familiares. En una de las primeras escenas se pone de manifiesto la tendencia de Lee a las peleas gratuitas en bares, uno de los síntomas de que algo no anda bien en él, junto a su reticencia a entablar diálogos con mujeres, su andar solitario y cabizbajo y la manera en que otros lo esquivan. Pronto se sabrá que la muerte del hermano no es la tragedia del filme: su deceso estaba anunciado por la medicina, y así Lee y sobrino asumirán el duelo con cotidiana resignación. Lo que Lee acarrea como un peso inhumano es un terrible accidente acaecido años atrás, que lo hizo distanciarse de su mujer Randi (Michelle Williams), quien acaba de tener un hijo con su nuevo marido, y alejarse de Manchester, comunidad a la que ahora debe enfrentar en su incierta estadía. Por fortuna no todo es ánimo apesadumbrado: el vínculo entre Lee y su protegido Patrick se revelará veladamente picaresco, en tanto el mayor hará de chofer y mal cómplice de las aventuras amorosas del más joven, un respiro breve entre tanto desasosiego. En ese sentido, la historia se concentra en las obligaciones de Lee sobre lo dejado por su hermano, en los pormenores y personajes que reflejan la vida de esa población perdida en el mapa. Los dos grandes sucesos traumáticos son sabiamente obviados por elipsis (aunque hay algo de catástrofe sensacionalista dando vueltas, el único acento innecesario de la narración), como así también cualquier sentimentalismo. Esa angustia replegada será determinante para potenciar una de las escenas finales, un encuentro inesperado entre Lee y su exmujer que oficiará de emotiva catarsis. Lejos de la redención, Manchester junto al mar aborda lo irreparable, el dolor acallado que flota como un bote anclado en la orilla.
Retrato de un hombre vacío que no puede con el dolor y la culpa Tragedia sobre la culpa, la desolación y el dolor. Retrato sobrecogedor pero dicho en voz baja, que parece más penetrante aún. Es la historia de Lee, un personaje signado por la culpa que a esta altura no busca redención sino apenas algún desahogo. Es un tipo gris, de reacciones lentas, parco y distante, que trabaja como conserje en Boston, un solitario triste que sólo se expresa agarrándose a las piñas en los boliches. Un día lo llaman de Manchester para avisarle que su hermano murió. Y que lo eligió como tutor de su hijo, un adolescente que mirará de reojo a este tío ensimismado y distante que apenas puede hacerse cargo de sí mismo. Y Lee tendrá que volver a ese Manchester que le dejó una cicatriz que no ha podido superar. Fue el lugar de una tragedia familiar que lo marcó para siempre, el lugar donde vive su ex esposa y donde lo esperan los fantasmas de un pasado que no le hacen lugar ni al duelo ni al alivio. El presente no cuenta. Ni siquiera ese sobrino. En el desasosiego de Lee, todo es recuerdo y remordimiento. “Manchester junto al mar” nos trae una historia dolorosa y conmovedora, contada con mano firme por un realizador austero y pudoroso. Lonergan descree de los estallidos emocionales y deja que el clima, las miradas y el silencio den cuenta del vacío que rodea al desolado Lee, un ser arrasado por cosas muy penosas y muy guardadas. Gran trabajo de Casey Affleck y sin duda uno de los grandes títulos que compiten por el Oscar. Su Lee se contagia del tono contenido de una puesta en escena intensa, seca y despojada. El film muestra el rigor de un realizador que trabaja sobre las pérdidas y los dolores insuperables, sin ceder a las lágrimas fáciles. Sus seres están y seguirán estando en esa zona donde una tristeza irremediable parece dejarlos sin expresión y sin certidumbres. A Lee, la culpa no sólo lo agobia y lo esclaviza, también le impide mirar más lejos o al menos aceptar esa mano de esperanza que le tiende su ex mujer. Tragedia implacable y retrato desgarrador de un hombre absolutamente vacío.
Volver de la muerte Manchester junto al mar es el mejor de los dramas nominados al Oscar: la resurrección de un hombre destrozado luego de una tragedia familiar. Hubo que esperar hasta la última semana anterior a la entrega de los Oscar para que se estrene la mejor de las películas dramáticas nominadas. Es un rubro difícil entre las seleccionadas por la Academia porque suelen caminar por la cornisa al borde del golpe bajo o la corrección política, tocar temas “importantes”, bajar línea en desmedro del relato. Este año tuvimos la demagógica y simplista Talentos ocultos, la interesante pero fallida y demasiado cargada Luz de luna -que igual es la única que tiene cierta chance de arrebatarle la estatuilla a La La Land- y la floja y tramposa Un camino a casa. Pero Manchester junto al mar viene a hacer justicia: es un dramón repleto de tragedias pero narrado con una delicadeza y hasta un pudor tan extraordinarios que pasa como uno de esos whiskies tan buenos que no se les siente la alta graduación alcohólica. Lee Chandler (Casey Affleck) es un encargado de edificios que arregla cañerías, calderas y demás. Es solitario y taciturno. Vive solo en una pequeña ciudad de Massachusetts y cuando termina de trabajar va a tomar cerveza al bar. No parece interesado en las mujeres ni en hacer amigos, todo lo contrario: provoca peleas con los parroquianos para agarrarse a trompadas. Un día, mientras saca nieve a paladas de la puerta de su casa, recibe un llamado: su hermano Joe (Kyle Chandler) ha muerto. Lee viaja a Manchester-by-the-Sea, pequeña ciudad donde vivía su hermano y él mismo unos años atrás, para hacerse cargo del cuerpo y también de su sobrino, el hijo de su hermano. Patrick (Lucas Hedges) tiene 16 años y quedó solo, porque su madre alcohólica abandonó el hogar. Hasta ahí tenemos un drama: un hombre solo que tiene que hacerse cargo de su sobrino, problemático como todo adolescente. Pero hay más, porque a Lee le pasa algo. No está bien. El guión nos da información al pasar: tiene una ex mujer que se llama Randi (Michelle Williams) y los habitantes de Manchester, que se conocen entre todos, lo miran como a un apestado, como a un maldito. Entonces empiezan los flashbacks y pronto veremos que la verdadera tragedia no es la muerte de Joe (que era esperable porque tenía una enfermedad cardíaca) sino otra, mucho más monstruosa. Kenneth Lonergan está repleto de virtudes. En primer lugar, escribió un guión que no exagero en calificar como perfecto. Sin subrayados ni explicaciones innecesarias, pero sin agujeros que puedan pasar por ambigüedad, nos toma de las narices y nos va sugiriendo preguntas y proporcionando respuestas a un ritmo constante, sin perderse en escenas innecesarias: cada línea tiene un por qué y las más de dos horas de la película están justificadas con creces. La sola idea de que el guión de La La Land pueda ganarle el Oscar a este (o al de Sin nada que perder de Taylor Sheridan) me da pavor. Pero también está el enorme trabajo de Casey Affleck, un hombre destrozado, muerto en vida. Es mágico lo que ocurre, y en un punto muy difícil de discernir cuánto es gracias a él y cuánto gracias al guión de Lonergan, pero antes de saber cuál fue la tragedia que lo mató, la adivinamos en sus ojos, en su manera de palear la nieve, en su imposibilidad de sonreír aun cuando una mujer lo encara. Y esa sutileza brilla más en los pocos momentos en los que lo invade la emoción, porque ese es justamente el centro de la película. La resurrección de un muerto que, como todos los que han vuelto de la muerte, vuelve dañado y diferente, pero vuelve.
"Un melodrama de Hombres" Crítica emitida en Cartelera 1030, Sábados de 20-22hs. por Radio Del Plata AM-1030
El potente y devastador drama del director de “Margaret” se centra en un hombre solitario y deprimido que debe hacerse cargo de su sobrino cuando muere su hermano. Pero esto es solo el disparador narrativo de esta notable película sobre el dolor, las pérdidas y las dificultades para superarlos que tiene como protagonista a un excelente Casey Affleck. Hay determinadas películas en las que es difícil sostener el rol analítico del crítico y despegarse personal y emocionalmente de lo que sucede en ellas. MANCHESTER JUNTO AL MAR es una de ellas. La nueva película de Kenneth Lonergan, el director de la extraordinaria MARGARET, te deja como espectador hecho pedazos, tratando de recomponer las piezas, no de la película sino de vos mismo. Es cierto que, a lo largo de sus 130 minutos de duración, uno puede encontrarle sus defectos, problemas y detalles no del todo convincentes, pero eso queda en un segundo o tercer plano cuando el impacto es tan profundo, tan certero, tan de verdad. De hecho, los pasos “erráticos” de la película, la manera poco convencional de narrar de Lonergan, la hacen más honesta y creíble que tanto producto bien afinado para tocar cada una de las fibras sensibles de los espectadores. No, MANCHESTER JUNTO AL MAR no impacta a partir de golpes bajos ni es de esas películas que usan trucos un poco sucios para llevarse al espectador puesto, sino que casi opera de la manera opuesta: Lonergan te ahoga y angustia por la incapacidad y la imposibilidad de su protagonista de salir del pozo en el que se encuentra, de encontrar aunque sea una manera de expresar su tremendo dolor. Los hechos, en sí, que se narran en la película darían pie a que cualquier director lleve al espectador por el lado del exceso o lo haga transitar la clásica separación en tres actos de una narrativa que culmina con algún tipo de alivio, de descarga, de catarsis. Aquí eso existe, sí, pero es tan asordinado, tan humano y realista que uno no puede evitar salir conmovido hasta las lágrimas del cine. La película narra la historia de Lee Chandler (Casey Affleck, en una actuación impecable sobre la que agregaré más luego), un hombre solitario, callado y visiblemente deprimido que trabaja como encargado de unos edificios en un barrio pobre de Boston. Vive en un cuarto semivacío y espartano, y pasa de largo a cualquier tipo de intento de seducción, tanto en bares como de alguna dueña de un departamento. Pronto veremos que de la soledad pasa al exceso de alcohol y de ahí a la violencia contra casi cualquiera que lo mire raro hay un solo paso. Lonergan va narrando la vida cotidiana de Lee mezclándola constantemente con flashbacks, un recurso que al principio resulta raro pero que finalmente termina asentándose. En el pasado, Lee no está así: tiene una mujer (Michelle Williams), tres hijos y pasa tiempo con su hermano Joe (Kyle Chandler, a quien le tocó el mismo apellido que en la ficción) y su sobrino Patrick (Lucas Hedge). Pero ese aparentemente idílico pasado no duraría demasiado más. Volviendo al presente, el ya de por sí bajoneado Lee recibe la noticia de la muerte de su hermano, que tenía una afección cardíaca, por lo que debe viajar a la ciudad que da título al filme –que queda a una hora y media– para hacerse cargo de la situación. La mujer de Joe (Gretchen Mol) ha desaparecido hace tiempo del mapa y Patrick, a los 16 años, ha quedado solo. Sin mostrar mucha emoción Lee va resolviendo los asuntos del hermano (que, como sabía que le quedaba poco tiempo de vida, tenía todo bastante resuelto) pero se topa con una sorpresa: Joe dejó por escrito que quería que él sea el custodio de Patrick hasta que sea mayor de edad, algo que Lee no parece dispuesto a aceptar. Y no es porque se lleve mal con el chico (al contrario, tienen una relación bastante sólida) sino porque su propio estado mental le impide imaginarse hacerse cargo de, bueno, de nada realmente… Promediando la película se sabrá cuál es la causa del estado casi catatónico de Lee pero no la revelaré acá. Lo cierto es que el hombre ha quedado emocionalmente destrozado por un hecho de su pasado y la idea de volver al pueblo y, sobre todo, tomar responsabilidades, no le gusta ni un poco. Pero cuando uno podría imaginar que la película se convertiría en una previsible y emocionalmente satisfactoria historia de segundas oportunidades o de redención, Lonergan ofrece algo más complicado de asimilar. Lee quiere y no puede, o puede y no quiere, y su sobrino –un chico bastante amigable, centrado y poco problemático pese a los duros momentos que atravesó y atraviesa– no sabe muy bien cómo manejarse ante una persona como él. Lo único claro es que desea permanecer en Manchester con sus amigos, sus novias y su banda de rock, pero eso es impensable para su tío que quiere huir de ahí lo antes posible. MANCHESTER JUNTO AL MAR casi nunca recorre los caminos esperados, aún en este tipo de dramas independientes. Tiene momentos de humor en las situaciones más impensadas, se detiene en detalles y personajes secundarios que otros cineastas eliminarían por completo y apuesta a que el espectador ate los hilos no solo del relato sino de las emociones cruzadas de los protagonistas. Lee es un personaje complejo, del que el espectador puede ponerse de su lado pero también notar sus enormes flaquezas, tanto en el pasado como en el presente. Pero Lonergan jamás lo juzga ni le facilita al espectador la tarea hacia una resolución. Es un personaje que boicotea cada una de sus oportunidades, que no tiene la fuerza suficiente para reponerse de algo irrecuperable de lo que además se culpa y que, en el fondo, acaso ni siquiera quiera hacerlo. Y Affleck –que debería ganar el Oscar por este rol sin ninguna duda, dejando una vez más en claro que el actor de verdad de los hermanos es él– es un ejemplo de contención interpretativa de los que se ven pocas veces. Es imposible definir lo que le sucede simplemente como depresión o alienación. Es alguien que no tiene deseos de vivir, que no logra salir ni siquiera un poco de ese enorme pozo, pero también se nota por momentos que lo intenta, que trata, pero vuelve a rendirse. Es una actuación –y un personaje– de una gran complejidad, imposible de enmarcar bajo parámetros simples. Y eso es lo que hace mucho más real y menos cinematográfico. Su viaje, su recorrido emocional, no tiene líneas claras. Es un pantano, enorme y sin salida, con algunas luces en el fondo pero con una oscuridad que casi no deja verlas ni como encontrar el camino hacia ellas. Lonergan filmó un drama sobre el dolor, sobre la pérdida, sobre la dificultad de reponerse de una experiencia traumática y sobre la relación entre dos hombres (un tío y un sobrino) que deben afrontar otra nueva pérdida y, en lo posible, ayudarse mutuamente. Pero no es fácil. Todo es un paso adelante y dos para atrás, como decía la canción de Bruce Springsteen. De hecho, uno podría imaginarse la trama y los personajes de esta película como los de una letra de Bruce: historias de hombres comunes, familias, enfrentados a difíciles circunstancias y equivocando el camino hacia la salida la mayor parte de las veces. Como decía antes, los problemas que tiene la película (unas selecciones musicales discutibles, alguna escena que bordea lo morboso, finales de más) quedan opacados, olvidadas, por la contundencia de la propuesta general, por la apuesta de Lonergan a hacer un cine con la complejidad emocional de la mejor literatura, de esas sagas familiares que tienen en la mira el mito de la Gran Novela Americana. MANCHESTER BY THE SEA es un lugar físico que la película describe a la perfección y es un lugar emocional del que no es fácil salir. Ni para los protagonistas ni para los espectadores.
Lee Chandler (Casey Affleck) es un fantasma de carne y hueso, una especie de sonámbulo que sobrevive como encargado de edificio en algunas propiedades de Boston –un trabajo que no le dura mucho, porque vive borracho de bar en bar, peleándose con todos–. De pronto se superponen dos variaciones sobre un mismo tema; es una escena montada en un flashback. Lee viaja a un hospital en Manchester-by-the-Sea, su ciudad natal, una suerte de suburbio helado al norte de Nueva Inglaterra, para enterarse de que su hermano mayor Joe (Kyle Chandler) tiene una enfermedad terminal y le quedan pocos años de vida; otra escena, pegada como un negativo (de nuevo, como un fantasma), muestra a Lee ya en la morgue, despidiendo al cadáver (de nuevo, helado) de Joe. Y el frío es tan intenso, que Joe permanece congelado, privado por un tiempo de sepultura. Ahora, el fantasma es Joe, y es un fantasma verdadero. Ronda la mente de Lee con recuerdos y con un testamento que le resulta una gran mochila: hacerse cargo de Patrick (Lucas Hedges), el hijo adolescente ahora huérfano de padre, con una madre ausente y alcohólica, con el único solaz de salir a navegar juntos en la lancha averiada que dejó Joe, por el mar que bordea a esta Manchester USA, lóbrega y diminuta. El ánimo menguante de Lee deberá sostener el silencioso duelo de su sobrino; incluso para los momentos en que Patrick desea distraerse con alguna novia o con su improvisada banda de rock, Lee no es el mejor soporte. Aun con el dinero de Joe, Lee abandonaría con gusto a la ciudad natal para volver a pelearse con los consorcistas insoportables de Boston. Y esto es tan sólo la punta del iceberg de lo que ocurre en Manchester junto al mar: la verdadera esencia, el porqué del aislamiento, la impotencia y el cinismo de Lee se comprenden recién llegando a la mitad del film. Desde la melancólica orquestación de Handel hasta el frío intenso que parece emanar de la pantalla, pasando por la naturalidad y el anonimato de los habitantes de esta pequeña ciudad, hay momentos en que uno parece estar viviendo junto a Lee, con el impulso de palmearle la espalda. Atípica para ser americana, morosa como un film escandinavo (pero sin el artificio que a menudo allí se percibe), Manchester junto al mar es dura y triste pero no dramática; conlleva la melancolía y cierto sentido del humor implícitos en la aceptación de la vida. Todo esto no habría sido posible sin el talento del guionista y director Kenneth Lonergan (Margareth; You Can Count on Me), y menos aún sin la descollante actuación de Casey Affleck, cuyo personaje refleja una situación real: despegarse de la sombra de su hermano mayor, Ben. Todo el talento que insinuó con igual o mayor mutismo en Gerry (Gus Van Sant, 2002) finalmente sale a la luz y lo consagra. Hay 5 nominaciones al Oscar para Manchester junto al mar. Si hubiera justicia en el mundo, el suyo está asegurado.
Ya en Margaret (2011) y Cuenta Conmigo (2011), Kenneth Lonergan ya había visitado las temáticas que aborda en Manchester Junto al Mar: las tragedias y su influencia en los más cercanos, la vuelta al pueblo natal y la posterior reconexión con el pasado. La actual nominada al Oscar cuenta un pasaje en la vida de Lee Chandler (Casey Affleck), un empleado de mantenimiento de un complejo de edificios que debe retornar a la ciudad donde creció para cuidar de su sobrino Patrick, luego de la muerte de su hermano. Hay varios elementos narrativos que no solo confluyen entre sí alternadamente en Manchester Junto al Mar, sino que se complementan los unos a los otros y logran conformar un producto que nunca cruza la linea hacia el drama lacrímogeno, buscador del golpe bajo y la lágrima fácil (Lonergan, autor del guión, pone al protagonista ante toda adversidad posible). Se presume como un autentico retrato de un hombre y sus circunstancias con un verosímil tratamiento de éstas. Aparte del recurso fotográfico en aquellos planos de la naturaleza del pueblo de Manchester (los barcos, los arboles, la impavidad del entorno) que hace referencia a la melancolía mas desgarradora, especialmente por su tristeza, ahí también se hace innegable un cierto aire indie, introspectivo y constructor de climas que muestra las relaciones humanas ante la adversidad. Sin embargo, el costumbrismo en la tragedia no son golpes bajos constantes y eso Lonergan lo entendió a la perfección. Es por esto que se tornan fundamentales aquellos dialogos minimos y tragicomicos que encarnan Lee y Patrick (soberbia actuación de Lucas Hedges), no tanto por lo ingeniosos, sino al descomprimir la solemnidad innata de la propuesta principal. El último elemento radica en el montaje de los flashbacks, de aquellas escenas del pasado que influyen directamente en el presente y explican el porqué de la actitud de Lee Chandler. Esas imágenes funcionan a la perfección en su intención de contrastar ambas épocas y en la construcción de la lúgubre y sombría personalidad del personaje. Es precisamente en esta sinergia de elementos que Manchester Junto al Mar sale victoriosa y se convierte en una película que, incluso en su tragedia, es agradable y empática.
La pérdida y el proceso del duelo son un tema fundamental que Manchester by the Sea se atreve a tocar de distintas formas. Todas ellas igual de hermosas y profundas, sabiendo hacerlo con respeto, sentimiento y gracia. Todo proceso válido para hacerle frente tanto a la vida como a la muerte. El director Kenneth Lonergan se posiciona en la relación de un tío y su sobrino para echar un vistazo a las distintas maneras en que estos personajes afrontan la pérdida de su hermano y padre respectivamente. Para lograr ello, se manejan dos líneas narrativas que alternan entre el tiempo presente, en el cual Lee (Casey Affleck) debe hacerse cargo del cuidado de su sobrino Patrick (Lucas Hedges), y flashbacks que ayudan a explorar la vida y el trasfondo de los personajes. Si bien por momentos puede darse un abuso con ese ir y venir de sucesos, la totalidad de los flashbacks van en pos de construir y desarrollar un lazo mayor de intimidad para con los personajes y el espectador. Otorgándole a los personajes (y por lo tanto a los actores) un amplio espacio para lucirse y atravesar plenamente el espectro de sentimientos y dramatismo. Lo íntimo como aspecto compartido. Y si bien todo actor o actriz en escena cumple con su metido, sobre todo con un notable momento entre los personajes de Casey Affleck y Michelle Williams, es la relación tío/sobrino la que destaca por sobre el resto, incluso en sus escenas compartidas como también las individuales. Un recorrido rodeado por la belleza marítima e invernal de esa Manchester, por la sencillez y la calidad humana que nace del film y complementa sus paisajes. Y a la vez, como todo ello se encuentra equilibrado entre la tragedia y la comicidad, entendiendo que ambas formas parte de la experiencia de vida de estos personajes. Incluso necesitando de ambas para afrontar lo perdido. El personaje de Lee trabaja en el mantenimiento de hogares. Reparando inodoros, cañerías, pintando y construyendo, repara todo lo posible. La tragedia que tocó a su puerta, con los propios nudillos de Lee, y la futura pérdida de su hermano lo posicionan en parte como causante de ella y también como, a diferencia de su labor, incapaz de reparar nada del daño sufrido. El film se toma el tiempo para procesar cada estado vivido, y para sanar las heridas y conflictos a través de la relación con su sobrino, el cual lo sobrelleva a través de la música, el bote de su padre y manteniendo relaciones con más de una novia. Sin apresurarse, el film se toma el tiempo necesario para darle su espacio al drama y el humor. Éste segundo no con intenciones de perder el contenido dramático del film, sino con intenciones claras de alivianarlo y naturalizarlo aún más. Manchester by the Sea supone ser un pequeño gran film y una grata sorpresa para todo aquel que lo ve. Un encuentro con el dolor pero también con la caricia y el abrazo que ayuda a superarlo. Un bello acto de amor junto al mar y frente a la butaca.
Si bien esta película se inscribe en una larga tradición de melodramas familiares, no deja de representar un soplo fresco ante la andanada de fantasías descontroladas que –parece– es lo único que nos llega de los Estados Unidos. No porque esas fantasías sean por defecto malas, sino porque nos obligan al menú único. Aquí se cuenta la historia de un hombre joven (un perfecto Casey Affleck), hosco y poco comunicativo que viaja a su pueblo natal ante la muerte de su hermano, para descubrir que ha sido designado guarda legal de su sobrino adolescente. Pero ese viaje es, también, un retorno a una tragedia gigantesca que lo ha consumido y que es casi imposible de mencionar. Se trata, pues, de hacer las paces o, en todo caso, de aceptar los límites que el pasado le impone al presente. Todo se narra de manera efectiva, sin subrayar los saltos temporales –totalmente comprensibles– y con una cámara que se toma el trabajo de ser pudorosa cuando debe. Hay momentos de una emoción gigante y virtuosismos narrativos y formales que no se notan, sino que están allí porque es la mejor manera de comunicar el núcleo de cada secuencia, la belleza o la tristeza –en ocasiones, ambas– que satura la vida de estas criaturas. Los actores hacen de gente común y logran que les creamos: eso es lo más difícil de lograr en la pantalla y no hay fisuras.
Geografía del dolor Manchester junto al mar (Manchester by the sea, 2016) es un sólido drama, centrado en el retorno de un hombre a la ciudad en donde se produjo una tragedia personal. Gran labor de Casey Affleck. Muchas veces el cine se acercó a las tragedias personales, y en varias ocasiones el resultado no fue óptimo en términos dramáticos. Posiblemente, el mayor riesgo sea caer en los “golpes bajos”, esos manotazos del guión que pretenden construir momentos de conmoción si atender el equilibrio entre lo que se cuenta y cómo se lo cuenta. Sin adelantar demasiado, Manchester junto al mar evita ese defecto, en buena medida gracias a una puesta en escena concisa pero contundente, con una transparencia que le permite al espectador mantenerse cercano a su personaje principal, Lee, un hombre que debe regresar a Manchester cuando su hermano súbitamente muere. Allí lo espera su sobrino adolescente, de quien tendrá que hacerse cargo porque la madre tiene problemas con el alcohol y desde hace mucho tiempo ni da señales. La tragedia de Manchester junto al mar se revela en la mitad del metraje, cuando ya conocemos los efectos que produjo en Lee, un encargado de reparaciones en edificios que no quiere ningún vínculo con el afuera. Su personalidad distante y el triste presente que lo muestra con arranques de ira son las marcas de aquel pasado doloroso que parece reactivarse día a día. La película tiene una serie de flashbacks que no sólo se dirigen hacia ese momento crucial, sino que también grafican un pasado más lejano. En cuanto a lo espacial, el realizador Kenneth Lonergan hace de la gélida y marítima Manchester un personaje más. Hay muchas secuencias que transcurren en el exterior, que en conjunción con la banda sonora (desmesurada, similar a la que emplea James Gray, con el que guarda varios puntos de contacto) transmite una sensación de desasosiego y pesar. Otra virtud de la película es la sólida construcción de los personajes secundarios, en especial el sobrino y Randi, la ex mujer de Lee (Michelle Williams). Con el primero, Lee tiene sensaciones encontradas. Acaparado por su pequeño barco, su banda y sus dos novias, el muchacho no consigue fácilmente la comprensión del tío. En manos de una producción mainstream, el vínculo entre ambos hubiera tenido esa pátina entre humorística y ríspida que aquí está, desde ya, pero atenuada, orgánica a la totalidad de del relato. Por otra parte, la aparición de Randi en el presente de Lee revela que no hay papeles chicos para grandes intérpretes. El (postergado) reencuentro con su ex marido entabla una relación metonímica con la película toda. Se trata de un momento graficado de forma sencilla en términos de puesta, capaz de aunar pasado y presente de la historia con un genuino espesor dramático que hace de la mirada y algunos balbuceos toda una geografía del dolor.
Casey Affleck se luce en esta película intensa y melancólica Lee Chandler es un encargado de mantenimiento, que tras la muerte de su hermano, debe volver a su pueblo natal para hacerse cargo de su sobrino adolescente y de paso, enfrentarse a su pasado trágico. En un filme tan dramático y por momentos deprimente, uno de los grandes logros del director Kenneth Lonergan es alivianar la tensión y la sensación de agobio generalizado con claras secuencias que despiertan sonrisas y descomprimen. Un relato construido entre el pasado y el presente con partes de auténtica poesía fílmica, en las que el mar juega un papel fundamental para el desarrollo de la trama. En el pasado teatral del realizador quizás se encuentre el fundamento de la buena dramaturgia que tiene el guión, con diálogos bien construidos y situaciones extremas creíbles. Los apartados técnicos incluyen una buena utilización de las composiciones de Handel y de Albinion, una fotografía de tonos fríos que acentúan la atmósfera depresiva y un montaje tradicional pero efectivo. El filme es un ensayo sobre la tristeza y el dolor, en el que Casey Affleck logra su mejor actuación encarnando a este hombre atormentado, anormal e impotente. Son 135 minutos de metraje intensos, cargados de rabia, una película en la que no existe la redención, solo la soledad y el abismo. Dura, muy dura, pero imperdible.
El director Kenneth Lonergan pone en pantalla un dramón que tal vez sea demasiado bueno para esta temporada de premios. Manchester by The Sea logra adueñarse del público contando una historia llena de golpes bajos centrándose en la vida de un hombre que, a pesar de tener cuerpo y alma, no está vivo. Casey Affleck logra cortar las chances de otros actores de adueñarse con el galardón máximo en actuación masculina ofreciendo el rol de su vida. A pesar de que esta película siga en su totalidad a un hombre, el verdadero protagonista es el pueblo Manchester-by-the-sea. Manchester genera un espectro en toda persona que se ve en pantalla, casi como una religión, se alza como un estigma más allá de los límites que bordean la costa y carreteras. Esto es mérito de Lonergan, que con su sutil ojo pone el mensaje "uno puede escapar de Manchester, pero Manchester va a estar siempre aquí". Es una pintura con colores fríos, casi sin vida pero de alguna forma, resulta hermosa para los ojos del público. Lee vuelve a Manchester, pero también vuelve a su pasado. Debe hacerse cargo de su sobrino –Lucas Hedges brillante- tras la muerte de su hermano. El personaje solitario de Lee, que vive a apesadumbrado, debe rehacerse ante la mirada del adolescente. La tragedia contada de forma realista y la suprema actuación de Affleck hacen que Manchester by the Sea sea mi preferida.En esta temporada de premios los cuales están llenos de película con un nivel similar, el film de Lonergan triunfa por su sinceridad absoluta.
La tercera película del realizador Kenneth Lonergan (“Puedes contar Conmigo”), producido por Matt Damon, es un drama que cuenta con seis nominaciones para los Premios Oscar (incluído Mejor Película) que -a través de la historia de vida del personaje protagónico- desarrolla una trama sobre la pérdida, la culpa y la destrucción como consecuencia de un momento de mal juicio. Lee Chandler (un gran trabajo de Casey Affleck, de eso no hay duda) es un encargado de edificio que vive en Boston. En todo momento se lo ve desganado y con una actitud solitaria que a algunos nos pone un poco nerviosos. Tras ser informado sobre la muerte de su hermano mayor, Joe (Kyle Chandler), debe (y no quiere) regresar a “Manchester junto al Mar”, el pequeño pueblo natal ubicado en el litoral pesquero del noreste del estado de Massachusetts. Allí se encuentra con Patrick (un convincente desempeño de Lucas Hedges), su sobrino de 16 años, del que -sin saberlo de antemano- tiene que hacerse cargo porque Joe lo había nombrado su único tutor mediante testamento. Mientras el film va desarrollando la relación tío/sobrino, varios flashbacks nos irán revelando las razones de la tristeza de este hombre que se ve obligado a afrontar un pasado que lo separó de su esposa Randi (no entiendo la nominación a Michelle Williams como Mejor Actriz de Reparto porque este pequeño papel no lo merece) y la comunidad que lo vio nacer y crecer. La película, es lenta y larga pero no por eso aburrida. Eso sí, de manera muy natural, demasiado directa y detallista, se nos presentan situaciones de la vida cotidiana que a ninguno le gustaría enfrentar y con eso me refiero a los trámites que se deben realizar cuando una persona fallece y aquí, por momento parece que a ninguno de los dos le importa nada… hasta que caen en la cuenta de lo que están viviendo.
Crítica emitida por radio.
La condena del sufrimiento "Manchester junto al mar" narra la historia de un plomero que debe regresar de Boston a su pequeño pueblo natal tras enterarse de la muerte de su hermano. Allí se encuentra con su sobrino, del que tendrá que hacerse cargo, mientras se ve obligado a enfrentarse a un pasado trágico que ha mantenido en secreto durante mucho tiempo. Se estrena una de las grandes candidatas para los Oscar de este año. Ternada como mejor película, mejor director y mejor guión original, el largometraje de Kenneth Lonergan es un drama que nos mete en lo más profundo del dolor. Lee (Casey Affleck) es un plomero correcto y apático que vive en Boston, sin nada que hacer más que tomar cerveza y pelearse con desconocidos en los bares. Su hermano Joe (Kyle Chandler) muere y él debe hacerse cargo de su hijo Patrick (Lucas Hedges), en medio del duelo y el frío invierno de la ciudad de Manchester (Estados Unidos). El extenso filme pone a Lee como protagonista absoluto, y a través de flashbacks va contando cómo fue que terminó teniendo una vida miserable, una tristeza condenatoria, llevando de a pedazos la historia principal a varios momentos de su vida, con una tragedia que lo marca para siempre. El protagonista deberá verse la cara con el pasado en su vuelta a Manchester, por los fantasmas familiares, del amor de su vida y el pueblo en el que es tristemente célebre. La afición que busca la historia, en vez de llegar a través del golpe bajo, es el entendimiento: desde la primera escena notamos que el desencanto por la vida de Lee esconde dolor, no lo vemos como el malo, sino el sufrido, aunque no sepamos cuál es la causa del sufrimiento. Por eso es que la actuación de Affleck es digna de Oscar. Oscuro encanto que no sólo se nota en él, sino en los diálogos y silencios del guión, que explica las causas y consecuencias del padecimiento en pocas tomas y palabras.
Gente como uno Una historia a simple vista sencilla sobre la posibilidad de elaboración de las perdidas a las que nos enfrenta la vida. De una estructura y desarrollo casi clásico, sino fuese por esos intersticios a modo de flashback que nos van reconstruyendo la vida pasada de Lee Chandler (Casey Affleck), un sujeto presentado como un hosco encargado de las reparaciones hogareñas de varios edificios en la cosmopolita Boston. Hasta que una llamada, esperada, nunca deseada, lo hace retornar a su pueblo natal, ese que le da nombre al titulo. Otra vez, como en su vida pasada, llega tarde, no estuvo donde debería haber estado. Cuando arriba a Manchester Joe Chandler (Kyle Chandler), su hermano, ya ha fallecido a causa de esa insuficiencia cardiaca contra la que luchó durante largos años. El recado que le deja a Lee tiene formato de sobrino adolescente, que se haga cargo del joven, tarea de lo improbable cuando se lo muestra imposible consigo mismo. Esa relación debe volver a constituirse, pero ambos son dos desconocidos que se conocen y se aman desde siempre. El laconismo con que es narrado todo, mostrado todo, los espacios físicos son expuestos con esa misma parsimonia que el devenir interior del personaje central. La parquedad sin vida se hace nudo a cada instante. Trabajado desde la cámara, sus movimientos sutiles, casi reacomodaciones, del cuadro, el manejo de la luz y el color paste, crean un verosímil indiviso. La utilización de primeros planos sobre el rostro de Lee o cercano a los personajes, en los momentos actuales, casi sin aire en el cuadro, asfixiando a todos, incluido el espectador, se contrapone a la apertura de la imagen cuando la vida era otra, o era otro el que la estaba viviendo. Tal es la sensación que denota el rostro de Lee, cuando un recuerdo se hace presente. Simultáneamente, la utilización del sonido como narrador, el recurso de la banda sonora en forma empática sobre la imagen y la historia, dando cuenta por momentos que esta cinta homenajea a su manera a ese otro gran drama familiar que es “Ordinary people”, ganador del premio de la academia en 1981. Desde la música coral sin instrumentación, hasta la utilización de fragmentos de música sacra y barroca, el adagio” de Albinoni, suena increíble y justo en la escena del duelo, otro tanto sucede con “El mesiah” de Haendel que no pasa desapercibida. Otros varios elementos en común, la tragedia, dos hermanos, un joven que se apoya en la música y el deporte para sostenerse, su despertar sexual, madres desaprensivas, padres desgarrados. Lo que despega una realización de otra es la performance de Cassey Affleck construyendo un personaje complejo en solitario, como lobo estepario, con una economía de recursos histriónicos increíble sólo equiparada en la escena que sobre el final juega con Michelle Williams en el personaje de Randi, siempre nombrada pero que hace su aparición sobre el final, ese sólo momento le alcanza a la actriz para mostrar su estatura como actriz. Un filme triste, melancólico, que es una radiografía sobre la imposibilidad de perdonarse, y seguir viviendo cuando la culpa no deja de aplastar. Viene precedido de varias nominaciones al Oscar, esperemos que en algunas se le haga justicia. (*) Dirigida por Robert Redford, en 1980,
Como aquel que domina al león con coraje, Kenneth Lonergan es un experto en el manejo de la perilla de intensidad emocional de su cine. Parte de lo más interesante de esa película tan inestable como sorprendente que es Margaret proviene de esas dosis heterogéneas de emociones varias que le inyecta a su protagonista, cuyos estados derivan fácilmente de la angustia adolescente a la histeria colectiva de vivir en una Nueva York post 9/11 que ha perdido los vínculos más vitales de la vida en comunidad. En un espacio convertido en tierra hostil, donde la amenaza colectiva incita a buscar víctimas y victimarios, Lonergan sube el volúmen de la emoción a nível casi ruido blanco, con un accidente filmado con palpitación gore, para bajar luego la distorsión a la calma acústica de una película de cámara, con confianza ciega en la construcción de ese mundo intimista que se quiere épico, sinfónico, abarcativo.
El drama insensible La tragedia individual genera condescendencia y solidaridad colectiva, tanto en la vida como en el cine. Ése es el único argumento que encuentro para justificar el éxito indiscutible de Manchester by the Sea, una película que, para mi gusto, fracasa en sensibilizar a la audiencia. Lo bueno de la cinta radica en el relato. La historia, esquemáticamente, está muy bien estructurada, aunque se cuente con una inmensidad de licencias narrativas. Podría decir, de hecho, que le sobran 40 minutos, dada la enorme cantidad de planos muertos y el constante abuso de la pausa. En lo demás, este es un drama insensible, que carece de sustancia más allá de los trágicos hechos. Los personajes son acartonados y superficiales, los diálogos básicos y las situaciones completamente anodinas. Como resultado, en más de dos horas de película hubo apenas 5 o 10 minutos que lograron emocionarme y luego simplemente me aburrí. Yo creo que la contundencia en un drama se alcanza a través de buenos diálogos o a través de imágenes bien concebidas. Manchester by the Sea, a mi criterio, carece de ambos, lo que la convierte en otro de los grandes misterios de la historia del cine, al menos en cuanto a su notoria celebridad…
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La balada del hombre solitario Maravillosa época de los Oscars que nos trae tantas buenas películas dignas de verse, algunas mejores que otras, claramente, pero todas con algo especial que rescatar. Manchester Junto al Mar (Manchester by the Sea), es una película que si bien pareciera no tener nada que llame la atención a primera vista, a mí por lo menos, me sorprendió, y me propongo que después de esta crítica, a usted lector, le llame la atención también. Quizás me ame por estarle recomendándole esta película, quizás me odie, pero una cosa es clara, primero tiene que verla. Así que compre unos pochoclos y un largo vaso de su gaseosa favorita para ver Manchester Junto al Mar en su cine favorito. La historia de Lee Chandler (Casey Affleck), un hombre solitario, antipático y un tanto violento, es lo que nos lleva a través del metraje. Vemos como el mismo es prácticamente forzado a hacerse cargo de su sobrino, y volver a un pueblo que lo llena de recuerdos, algunos buenos, otros malos, pero todos lo hacen sufrir. El personaje interpretado por Casey Affleck (que nos da una actuación esplendida, bien merecida su premiación en el Oscar) está frustrado por la vida, aburrido de ella, como queriendo escapar de la experiencia de vivir, pero al tener que cumplir con su responsabilidad de tutor, debe enfrentarse a su mayor miedo, el contacto con otros seres humanos. La historia se desarrolla con cierta lentitud, claramente. Kenneth Lonergan se toma su tiempo para contar las cosas, y si bien quizás los primeros minutos resultan un tanto aburridos, a medida que avanza Manchester Junto al Mar uno se va metiendo cada vez más y más en la trama, hasta que llegamos a una secuencia, donde ya no hay retorno, y es curioso que la misma sea un flashback del protagonista. Vale la pena ver Manchester Junto al Mar. El uso de los flashbacks es visceral y se hace sin asco. Lonergan no espera al momento donde nos sintamos cómodos a recibir cierto tipo de información, simplemente nos es lanzada a la cara sin ningún tipo de problema. Y creo que esta decisión es correcta, ya que nos ayuda a percibir las cosas como el protagonista. ¿Acaso no funcionan así los recuerdos? Vienen de la nada, y de la nada se van. El relato del film está claramente focalizado en Lee, pero durante ciertas ocasiones se desvía para ver el punto de vista de su sobrino. ¿Esto es bueno? ¿Malo? Si bien no me convenció demasiado ese cambio de punto de vista, quizás debería dejar que ustedes mismos lo decidan. En fin, vale la pena ver Manchester Junto al Mar, vale la pena sentarse y darle una oportunidad, porque la película lo merece, así como Lee Chandler merecía otra oportunidad en su vida, otra oportunidad de ser feliz. Dense una oportunidad, y den una oportunidad a Manchester Junto al Mar.
Una película detenida en la ausencia El film de Kenneth Lonergan indaga en el dolor de la pérdida y en las responsabilidades familiares. No propone resoluciones mágicas o fáciles, sino una estética que se acerque a lo inasible, al azar y a las decisiones consecuentes. Cómo filmar la ausencia o el vacío, allí está el desafío. Al amparo de las declaraciones del propio cineasta, Kenneth Lonergan, es en el temor por perder la vida de su hija donde radicaría una de las motivaciones de Manchester junto al mar. También en la relación con sus dos títulos anteriores: Puedes contar conmigo y Margaret. En la tríada del director neoyorkino se distinguen problemáticas familiares, encuentros y desencuentros, miedos y renacimientos. El caso de su último film es notable, con el eje puesto en ese actor susurrante e imprevisto que es Casey Affleck. Es él y no es él quien compone a Lee Chandler, este fontanero de vida reposada, algo desvariado, que ve alterados sus días a partir del fallecimiento de su hermano. El viaje a Manchester será la vuelta al hogar de antaño, a los dolores y también alegrías ya pasados. ¿Qué es lo que ha sucedido? De a poco, con una rítmica pausada, sin estridencias, el film de Lonergan sumerge a su personaje en esa historia que sabe no podrá rehuir. Este es apenas el disparador de un camino laberíntico, que toma rumbos coincidentes, con Chandler como punto neural, ya que a su cargo habrá de quedar el sobrino adolescente y una sumatoria de tareas: la casa de sonidos vacíos, la madre ausente o repelida, las novias, los amigos, los ensayos musicales, el motor desgastado del bote pesquero del padre, y la resolución conjunta de sus vidas. ¿Por qué el hermano lo ha elegido a él?, se pregunta Lee. Este es uno de los puntos más singulares del film, en tanto decisión que se sabe inapelable de cara a la muerte, y por eso consciente del compromiso delicado que conlleva. Ahora bien, ¿por qué Affleck compone y no a su personaje? Porque él es el elemento a desintegrar y recomponer desde el montaje. El actor es capaz de dar lo necesario para que el realizador le manipule de manera técnica: los planos sobre su rostro, el sonido cansado de la voz, la articulación temporal de la que sus gestos serán víctima. El Lee Chandler de Affleck surge, de esta manera, como resultado de un desglose que le divide en tantas piezas como sean necesarias. En este caso, los flashbacks podrían parecer convencionales, y sin embargo no lo son, ya que se imbrican narrativamente desde el corte directo, capaz de fundir en una misma línea de acción el pasado con lo que acontece. El film de Lonergan sumerge a su personaje en esa historia que sabe no podrá rehuir. En este sentido, es ejemplar la secuencia bisagra del film, situada en el justo medio, con la sensación precisa de saberse fundamental; no hay alarde de ninguna otra cosa más que de saber cómo contar, cómo narrar: el montaje paralelo se construye en la misma acción referida ‑es de noche, amigos de visita, mucho ruido, una pelea hogareña, la caminata hasta el market, la vuelta al hogar‑ pero también entre presente y pasado, con el Adagio de Albinoni como puntuación musical, que predice los momentos más profundos y acompaña como consuelo. Es por todo esto que Casey Affleck es un gran actor de cine, su rostro está a la altura requerida: parece indiferente, inasible, sin decisión. Cuando la relación dramática le toca, el espectador es quien le completa y lo que surge es desolador, no hace falta acentuarlo desde la acción. Desde ya, Lee tiene reacciones imprevistas, hay un dolor que es inmanente y sí, es cierto que la retórica de la culpa y el castigo dan sus vueltas por allí. Pero no lo hacen desde la moralina o la prédica de la redención, sino desde su inevitable, por necesaria, tematización. "Nosotros también somos cristianos", le dice Chandler a su sobrino, luego del encuentro de éste con su madre, quien ahora convive con alguien cuyos pequeños gestos (desde la interpretación de Matthew Broderick) le delatan como un religioso fanático. La incidencia de los pequeños actos ‑que nunca son pequeños‑ está presente, de manera atenta, en este film. El realizador no necesita del subrayado o de planos detalle que evidencien la puesta en escena, sino que elige descansar en el dolor por lo que ha sido y, dadas las circunstancias, ya no podrá ser. Pero, acá lo extraordinario, mientras se entierra el cajón con los restos del hermano, un bebé llora y es allí donde se cifra el devenir humano, imprevisto: quién y por qué es ese bebé, no será aquí revelado, mejor que sea el espectador quien lo dilucide.
Todos conocemos alguien que haya sufrido una tragedia, alguien que haya perdido a un ser querido. Algunos lo han vivido en primera persona. El personaje de Casey Affleck sufre la muerte del hermano, debe hacerse cargo de su sobrino. Esta es una película humana. Que busca darnos en ese lado, el lado humano. Pero sin descuidar el humor, la película tiene varios momentos que nos sacan una carcajada, quizás ilusionándonos con que todo va a estar bien, o quizás es solo un engaño pasajero par que la película sea amena y no nos haga llorar más de lo que debería. La interpretación de Affleck es envidiable para cualquier actor, con las expresiones dice mucho más que con las palabras. Leí por ahí que lo no dicho de esta película es tan importante (o más) que lo dicho, y estoy totalmente de acuerdo. Es una película de 135 minutos, pero yo lo sentí como media hora, cuando llegó el final me quedé con ganas de más. El director y escritor de esta película no busca conmover con sentimentalismos, sino que elabora una verdad de las relaciones humanas que nos llega, nos toca de cerca y hasta le hecha sal a la herida. No quiero seguir hablando de más por temor al spoiler, pero es una película que hay que ver. Mi recomendación: Hay que verla, si pueden verla en el cine, y apreciar la fotografía y los hermosos paisajes, háganlo, pero si la ven en casa también está bien. No es una de esas películas que hay que ver si o si en el cine.
Podríamos decir que muchas de las películas seleccionadas para el Oscar de este año rondan sobre las mismas temáticas. Tal vez a primera vista no lo notamos, pero detrás de cada historia nos encontramos con personas que intentan superar su pasado o presente, aceptarse a sí mismos y que los demás también lo hagan. Son todas historias fuertes y que quedarán en la memoria del espectador. “Manchester by the sea”, dirigida por Kenneth Lonergan (“Analyze This”, “You Can Count on Me”) sigue esta línea de historias crudas (tal vez sea la más fuerte de todas), en la cual los protagonistas deberán superar distintos obstáculos del pasado y del presente. La película se centra en Lee Chandler (Casey Affleck), un plomero de un pueblo cerca de Boston, quien se ve obligado a regresar a su pequeño pueblo natal luego de enterarse de la muerte de su hermano. Allí se encontrará con su sobrino de 16 años, del que deberá hacerse cargo, mientras tendrá que lidiar con un pasado trágico que mantuvo en secreto durante mucho tiempo. Uno de los puntos más fuertes del film es la actuación de los protagonistas, sobre todo la magnífica performance de Casey Affleck. “Manchester by the sea” recae íntegramente en las emociones, acciones y reacciones de este personaje tan misterioso como introspectivo. A medida que avanza la historia (continuamente tenemos flashbacks que sirven de apoyo) nos vamos enterando más detalles de la vida de Lee Chandler, logrando no solo entenderlo sino empatizar con él. El relato se torna pesado por momentos, con un ritmo lento, justificado por sus casi dos horas y media de duración, pero que a la vez hacen al argumento. No podemos tener un film ligero ni llevadero, sino que la trama cruda necesita de un ritmo acorde que sirva de acompañamiento. Una vez finalizado el film, el espectador quedará angustiado y reflexionando. Además del ritmo, la ambientación también acompaña perfectamente al relato. Un clima sombrío, nevado, frío. El tiempo parece transitar, pero las estaciones no se modifican. En síntesis, “Manchester by the sea” relata una historia fuerte y cruda, a través de la fortaleza de su protagonista Casey Affleck. Con un ritmo lento y pausado, necesario para generar un clima acorde y profundizar los detalles de sus personajes, Kenneth Lonergan realiza un drama que no apunta a los golpes bajos para contar un argumento sobre las tragedias humanas y la superación o no superación de ellas. Puntaje: 4/5
Una historia simple, sin pretensiones, que va de menor a mayor hasta decantar en un producto de gran calidad. Así podría definirse a Manchester junto a mar (Manchester by the Sea), el tercer largometraje del director estadounidense Kenneth Lonergan. Sin caer en sentimentalismos baratos, el neoyorquino logra imponer es su último film un drama familiar que emociona por lo cercano y real de su argumento. Al igual que lo hizo en Puedes contar conmigo (You Can Count On Me, 2000) y en Margaret (2011), el realizador vuelve a recurrir a la culpa y al dolor como temas centrales dentro de una de sus películas, aunque esta vez con personajes mucho más logrados. La historia busca resolver el dilema de cómo sobrellevar los duelos y las perdidas en situaciones cotidianas. Lee Chandler (Casey Affleck) es un solitario y antisocial encargado de edificio que debe regresar a su pueblo natal luego de recibir la noticia de la muerte de hermano mayor. Además de tener que enfrentar en su regreso un pasado familiar trágico, el cual lo llevó a perder a su esposa (Michelle Williams), Lee sufre un nuevo golpe al enterarse que debe hacerse cargo de su sobrino adolecente (Lucas Hedges). Con él tendrá que reconstruir una relación oxidada y olvidada por el paso de los años. Si bien en la película se destacan los papeles de Michelle Williams y el de Lucas Hedges, quien obtuvo el Critics’ Choice Movie Award al Mejor Intérprete Joven, el trabajo de Casey Affleck se encuentra en un nivel superlativo. Tanto es así que, la primera vez que la cámara lo toma, la mirada de su personaje resume en un solo segundo toda la angustia y el dolor de un hombre vacío y anestesiado. Sin embargo, la empatía con el protagonista tarda en llegar. La complicidad se va dando a medida que se resuelve la historia y se conoce un poco más acerca de su pasado. Casey Affleck entendió todo al captar de forma magistral la esencia de un hombre roto en mil pedazos que, obligado por las circunstancias, debe rearmarse a sí mismo. No hay dudas de que su trabajo conforma uno de los pilares fundamentales del film. Manchester junto al mar se estrena en Argentina el próximo 23 de febrero. El film que cuenta con seis nominaciones a los Óscar 2017 repite una fórmula ya conocida y una historia muchas veces vista. No obstante, el meticuloso trabajo realizado por Lonergan en el guión, sumado a los aciertos en la elección del reparto, hacen de la película un drama bien resuelto al que vale la pena esperar.
Manchester By the Sea es una historia de seres rotos, irremediablemente partidos, destrozados, sin fe, sin destino. Lee (Casey Affleck), un oscuro y timorato conserje en Boston se anoticia de que su hermano, el pescador Joe (Kyle Chandler) muere, y debe volver a su pueblo natal para reconocer el cadáver y estar en conocimiento de los deseos de su hermano para que sea tutor legal de su sobrino (Lucas Hedges). - Publicidad - casey Para Lee regresar es regresar a una tragedia, la propia, la de una familia que perdió dramáticamente por su culpa donde la sola presencia de su ex esposa Randi (Michelle Williams) le vuelve a recordar todo el tormento que lleva dentro suyo vaya a donde vaya. En su libro Tragedia moderna Raymond Williams (1921-1988), el autor busca conectar las distintas concepciones de la tragedia dentro de la literatura con lo que podemos llamar la “experiencia trágica” esa forma de percibir y valorar las situaciones dramáticas que vive un individuo/comuidad. Manchester By the Sea tiene a la experiencia trágica en el centro de la historia ya que narra la forma moderna de transitar la desdicha. Lee tiene a la extrema soledad y el más crudo aislamiento como forma moderna e individual del escarnio ético.250px-Raymond_Williams_At_Saffron_Walden En el límite de la verosimilitud, Manchester by the Sea pone en foco a personas al borde de la vida, que no pueden suicidarse y tampoco consiguen un motivo para seguir viviendo. Lee no sabe porque sigue respirando pero lo hace como un náufrago que busca en el horizonte algo por lo cual seguir viviendo. Excelentes actuaciones principalmente de Affleck como Lee y el debutante Hedges que encarna a un sobrino / hijo que debe soportar el duelo por su padre, alejado de una madre ex alcohólica convertida a evangelista y con la imposibilidad de su tío para hacerse cargo de su custodia. 30-hedges-manchester.w600.h600Una narración inteligentemente urdida entre el pasado y el presente de Lee a través de flashbacks muy bien dosificados que permiten conocer los porque de ese hombre triste, autodestructivo y totalmente desorientado. Manchester by the Sea es un film de una sutil complejidad y un estudio psicológico raro de una vida sin sentido, como una forma no cosmética de una historia de zombis. Manchester by the Sea es una narración que en In media res nos expone como el sujeto puede (sobre) vivir en total ruptura con un sentido básico de vida. Manchester by the Sea es el tercer largometraje de Kenneth Lonergan después de You Can Count on Me (2000) y Margaret (2011) y que se iniciara en el cine como guionista de varios films como Analize This (1999), la tremenda Gangs of New York (2002) y la flojísima Analize That (2002). lonnergan Manchester by the Sea ha sido nominada con un total de seis Oscar, incluyendo rubros principales como mejor película, mejor director, mejor actriz, actor de reparto y mejor actor principal. Primera mención de premios para Amazon Estudios, plataforma digital que muestra el vigor de las nuevas formas de distribución y producción de films.
Cada tanto aparece una película que parece un fogón: reúne a todo el mundo. Si hiciéramos un prode de Las Pistas, votaría por Manchester by the sea. Mejor pensar que no todo está perdido, que quedan algunas cosas en común. Manchester… es sobria, sensible, la más triste en años, hermosa, tiene al mejor actor de todos, las mejores escenas, un pueblo al lado del mar que es como sentarse a mirar un faro toda la tarde y un humor desolado. Tiene sobre todo infinitas ganas de que el mundo exista y siga existiendo, a pesar de cualquier cosa. Es como una película de Ford, no hay casi nadie que siga ciego mientras la ve. Es la película milagrosa de la competencia. La experiencia es sencilla: cómo corre el tiempo para alguien que no quiere vivir y está vivo. O sea, cómo pasan los días, cómo se conectan los recuerdos, cómo lidia con los obstáculos que son las vidas cargadas de los demás que por la obligatoriedad del deber familiar y social nunca contraído modifican esa necesidad de hundirse hasta desaparecer. Lee está en su existencia, que consta en pasar el tiempo trabajando y cada tanto aparecer en un bar con la esperanza de hacerse cagar a piñas lo suficiente como para morir durante. Un llamado lo intercepta y tiene que volver al mundo de la gente, el pueblo donde además de un muerto vivo es un paria, a ocuparse del hijo de su hermano que hasta entonces tenía todo lo que a él le faltaba: la certeza de que su corazón no le iba a funcionar más de 5 o 10 años. La película rodea a esos dos hombres (uno está, el otro no) que tienen que vivir sabiendo que tienen el tiempo de vida incorrecto: demasiado o demasiado poco. A través de esa trama con el tiempo es que se hace posible acercarse a vivir como alguien que existe en la tragedia. No es empatía por emoción musical (tiene mucha pero no es un melodrama) ni golpes al corazón escritos en el guión, sino por duración espacial. Cuando un hermano muere el otro tiene que modificar su duración. El tiempo se llenó de ocupaciones que van a desorganizar su intento de vacío mental y cada una va a traer un recuerdo. Firmar los papeles de tutoría de su sobrino, ir al hospital, subirse al barco. Mientras tanto, la experiencia de la película no es el determinismo de un pasado (ver la construcción de un personaje a través de sucesos de su vida que se supone que dan forma directa a lo que es en el presente de la película) sino la construcción de un presente que aparece como esa transformación del tiempo. El pasado puesto en imágenes (flashbacks) moldean lo que pasa y desencadenan acciones que van sacando a Lee del pozo para ponerlo en la vereda de aire helado del norte. Nada de salvaciones absolutas ni cambios abruptos de historias de vidas transformadas con milagros sino detalles de continuidad de una existencia que se sabía terminada. Como en Arrival, la muerte es que un sujeto quede suspendido en el tiempo pasado y atornillado en la mente de los que viven. Hay un momento en que transitó la tierra, dejó unos recuerdo y después de x, eso dejó de pasar. Lo que va a pasar en esta observación sobre el tiempo de los que tienen el tornillo incrustado en la sien es que van a poder coexistir con los muertos paseando un rato por el pasado. Pasa de ser una tortura fuerte a una tristeza constante de una existencia que fue limitada pero efectiva. Si la película siguiera tendría que ensamblarse de otra forma. De hecho la estructura de construcción de la vida diaria con flashbacks termina cuando empieza la primavera y literalmente se derrite el hielo. Después de la escena de reencuentro de la pareja terminada desde la estación de servicio de Los paraguas de Cherburgo, esa en la que Lee se encuentra a su ex esposa paseando a su bebé en las calles llenas de escaleras de pueblo de puerto, que va a desencadenar que acepte por primera vez en voz alta que nunca se va a poder curar la tristeza, una forma de afirmar que va a seguir existiendo a pesar de eso por primera vez, viene la secuencia de la llegada de la primavera. Patty ve que el suelo está blando, Lee trabaja con un hombre y escucha sus historias trágicas sin drama, alguien juega al baseball, vuelan unos pájaros, comienzan los deportes acuáticos, florecen los cerezos, los amigos adoptan a Patty, el hermano tiene su entierro, la tumba familiar tiene un espacio vacío que va a tardar en llenarse, Patty puede comprar un helado, Lee juega con una pelota, tío y sobrino caminan ya un poco más reparados. El tiempo puede pasar más rápido, estar lleno de estímulos del mundo exterior que son bien recibidos, Manchester es un lugar increíble, no hay flashbacks. Cuando deja de creer que se tiene que morir, el personaje se funde con el espacio que habita y puede tener contacto con el mar, tiempo y espacio se juntan. Música bien puesta en un bar.
Una vida posible Uno podría imaginar a exponentes del denominado Nuevo Cine Argentino de 15 años atrás con una sonrisa satisfactoria ante los dos Oscar obtenidos por “Manchester junto al mar”: Mejor Guión Original para el director Kenneth Lonergan y Mejor Actor para Casey Affleck. Porque el protagonista de esta historia de pérdidas y tristezas parece salido de aquellas películas silentes, de jóvenes monosilábicos y adultos hieráticos, como “Nadar solo” (Ezequiel Acuña), “Extraño” (Santiago Loza) y “El otro” (Ariel Rotter). Sin embargo, hay diferencias: mientras que el personaje de Julio Chávez en “Extraño” es una especie de monje budista que se ha vaciado de deseo, y por ende de emociones, el Lee Chandler de Affleck, construido a base de respuestas lacónicas y groseras mantiene como único contenido una rabia silenciosa, que estalla en los pocos momentos en que la deja salir (a veces desinhibido por el alcohol que, como buen descendiente de irlandeses, no escatima). Es difícil actuar esa “nada salvo rabia”: uno puede pecar por exceso o caer en la inexpresividad, pero no es fácil controlar las emociones para lograr esa imposibilidad comunicacional. Esto lo decimos para los que critican la victoria del menor de los Affleck (otro de sus contendientes, Viggo Mortensen, también se ha lucido en personajes que no por parcos son poco intensos). Como la cuestión pasa por la relación entre el hombre y el mundo, Lonergan construye un mundo invernal en un Massachusetts frío y austero como su protagonista: la fotografía de Jody Lee Lipes hace lucir esa naturaleza magnificente pero todavía indómita, centrada en el pueblo real de Manchester-by-the-Sea. Pero al mismo tiempo se constituye un universo paralelo donde ese mismo ámbito puede ser más soleado y amigable, como diferentes los personajes. Ese mundo está en un pasado no tan lejano, que se reconstruye a través de flashbacks. Los cuales van apareciendo de manera intuitiva, como notas al pie del texto principal, cerrando la idea con lo que sucede en el presente; incluso, uno de los roles centrales está, precisamente, anclado en ese pasado. Por cierto, la narración también es reposada, sin decaer: una vez que uno entra en ese ritmo, todo marcha sobre rieles (y no es difícil entrar, por la empatía con los protagonistas). Lo innombrable Repasemos: Lee Chandler es un personaje gris, conserje explotado en un complejo de edificios, que vive en el sótano. Es servicial pero distante, impersonal, hasta que explote contra uno de los habitantes. Su otra oportunidad para explotar es buscar roña y pelearse en los bares. Un día recibe una llamada que le avisa que su hermano Joe murió, y parte hacia su pueblo natal para hacerse cargo del sepelio, de los bienes de Joe y de Patrick, el hijo que éste criaba solo. De a poco sabremos que el hermano llevaba tiempo enfermo, y que previó que Lee debía hacerse cargo del adolescente. También nos vamos enterando de que Lee alguna vez fue un hombre de familia, que lo perdió todo, y que si vive mal y solo es porque ha estado manteniéndose lejos de Manchester. De a poco se va construyendo una relación entre tío y sobrino, un chico complicado, con madre ausente, que vio a su padre empeorar a lo largo de los años. Por momentos, tampoco “cae” en la situación, a la que sobrelleva (como su vida anterior) como puede. Alguno verá en la relación un choque generacional, pero lo cierto es que son dos exponente atípicos de las generaciones: el adolescente chúcaro y el adulto todavía joven, que se vio privado de transitar la paternidad hasta la adolescencia de los hijos propios. Pero al menos, el muchacho tiene una vida social, que no quiere sacrificar, y en la que no puede hacer encajar a ese tío sociópata: los pocos momentos luminosos, pequeñas fintas de humor, se dan en esa relación con las “novias” de Patrick y sus madres. Por lo demás, casi nada es luminoso. Por ahí está Randi, la ex esposa de Lee, que más o menos se ha armado una vida a los manotazos, con la doble culpa de lo que pudo haberle hecho y lo que ahora puede hacerle al emocionalmente tumefacto ex marido. La escena de su reencuentro en la calle (después de un primer cruce en el sepelio), con el cochecito del bebé de ella al lado, es de una tristeza infinita que va más allá de lo verbal: está en las miradas, en las incomodidades, en la silenciosa presencia del coche, en lo que no se puede decir porque no tiene nombre. En la posibilidad de ella de abrirse un poco antes de chocar contra la pared de él. Antes y ahora Para construir una y otra relación, Affleck (que desde “Desapareció una noche” de su hermano Ben se consolidó como prototipo de irish catholic) se sostiene en dos intérpretes con su propio peso. Uno es el joven Lucas Hedges, que se ganó una nominación como Actor de Reparto por su Patrick, una criatura con su propio espesor, con los dilemas de todo adolescente más los que le tiraron encima. Pero el otro hito actoral es el de Michelle Williams, que llegó a su cuarta nominación al Oscar (la segunda como Actriz de Reparto) como Randi: en los 32 días de rodaje pudo variar tanto como su partenaire, entre la esposa guarra, de fuerte personalidad, y el alma desgarrada de pocos años después. Hace rato que sabemos que es una actriz de fuste (su Marilyn Monroe sólo pudo ser derrotada por la Margaret Thatcher de Meryl Streep) y dejó de ser una cara (atípicamente) bonita. Por lo demás, podemos destacar la presencia de Kyle Chandler (justo tiene el mismo apellido que su personaje) como Joe, el hermano mayor que vemos en los flashbacks: un tipo esencialmente afable y bonachón, otro que trasciende los problemas domésticos y es guía para el todavía entero Lee. El resto hace lo propio, ayudando a darle marco a los centrales: C.J. Wilson como George, el amigo de la familia que se hace cargo de muchas cosas; Gretchen Mol como Elise, la ex de Joe, con sus propios demonios a cuestas; Tate Donovan como el entrenador de hockey de Patrick; Kara Hayward y Anna Baryshnikov (sí, es la hija del legendario Mikhail) como Silvie y Sandy, las simultáneas noviecitas, ambas humanas e interesadas; y Mary Mallen como Sharon, la mamá de Sandy, protagonista de una escena liviana junto a Lee. Ojo y oído Para la leyenda quedará que la idea original fue de John Krasinski y Matt Damon, que quería protagonizarla (él también es un irlandés cinematográfico) y debutar como director; que sus compromisos lo llevaron para otro lado, y que Lonergan fue ganando terreno y sumando a un amigo como Casey (Matt y y Ben hace rato que hacen picardías juntos, como ganarse un Oscar como guionistas). De todos modos, el producto final es ciento por ciento Lonergan, quien sorprende tanto por sus aciertos como por sus descubrimientos. Su apuesta por la música barroca, especialmente “El Mesías” de Haendel, es un efecto de sacralidad; la escena más devastadora está acompañada por el Adagio en Sol Menor para cuerdas y órgano, compuesto por Remo Giazotto sobre ideas de Tomasso Albinoni, pero el toque de futilidad de la camilla que no sube (vaya, vea la película y relea este párrafo) salió en el momento del rodaje: a nadie se le hubiese ocurrido, pero hay que tener ojo para dejarlo. No hay mucho más para agregar. Los espectadores podrán cargar tintas sobre las conductas de cada personaje, sobre su manera de lidiar contra las adversidades y construir vínculos. El relato le escapa a lo que pensamos como final feliz; y sin embargo, se respira un cierto aroma a happy ending. Quizás porque encontrar una vida posible sea algo parecido a la felicidad. Excelente ***** “Manchester junto al mar” “Manchester by the Sea” (Estados Unidos, 2016). Guión y dirección: Kenneth Lonergan. Fotografía: Jody Lee Lipes. Música: Lesley Barber. Edición: Jennifer Lame. Diseño de producción: Ruth De Jong. Elenco: Casey Affleck, Lucas Hedges, Michelle Williams, Kyle Chandler, C.J. Wilson, Gretchen Mol, Tate Donovan, Kara Hayward, Anna Baryshnikov, Mary Mallen. Duración: 137 minutos. Apta para mayores de 13 años. Se exhibe en Cinemark.
LA DESAZÓN SUPREMA Hay una dimensión individual que atraviesa la película de Lonergan y que está contenida en el profundo dolor que se imprime en el rostro y el cansino movimiento del protagonista excelentemente interpretado por Casey Affleck, un ser en estado lacónico, suspendido en el tiempo y estancado como el lugar en el que le toca vivir. La principal paradoja es la del que debe impregnar de vida a un sujeto sin vida, y en cuya coraza corporal se cuela el dolor por todos los costados. La historia es pesada, sin embargo, en un momento donde el golpe bajo cotiza en bolsa y se apela al efectismo como principal moneda, el director acertadamente opta por una estructura fragmentada que no descuida la atención sobre el derrotero argumental y, al mismo tiempo, facilita que todo esto no se transforme en algo insoportable de ver. En Manchester junto al mar ocurre un terrible accidente, de esos que no admiten reparación y solo hacen posible una existencia de espectro viviente. Tales son los movimientos de Affleck con sus manos en los bolsillos, a menos que un rapto de violencia aflore como antídoto ante la desesperación. Su familia ha quedado disgregada y un nuevo desafío surge con la virtual adopción del sobrino, hecho que hubiera funcionado a la perfección para ese tipo de historias de redención lumínica y de superación a la que apuestan frecuentemente los estudios, pero que aquí permanece lejos de tal decisión. El hecho en cuestión será la excusa para otra historia donde se expone un dilema ético (como decía Piglia: un cuento siempre cuenta dos historias) en el que queda expuesto el sobrehumano esfuerzo del personaje por desligarse de la responsabilidad más allá del profundo deseo. En esa disyuntiva se construye el pilar del filme, puntuado por la operística música que oficia a modo de réquiem. Y es una desazón que se difumina y que cada personaje canaliza como puede, como si formaran parte de un mismo juego. Por eso es notable también la intervención de Michelle Williams como la ex mujer del protagonista. Si bien la lógica del filme es masculina (no en un sentido misógino, sino como un código de protección frente a la adversidad y las contingencias de un espacio alejado del progreso y del sueño americano), las mujeres tienen sus conflictos y una de las grandes escenas del filme la protagoniza esta chica, en una conmovedora entrega de dolor atravesado (nótese todo el diálogo con Lee, su ex marido). Los motivos del accidente no constituyen un dato menor. Y aquí se habilita la otra dimensión de la película, la colectiva. Más allá del drama emocional, está el otro drama, que es el que cobija a quienes quedan afuera del sueño neoliberal, un derrumbe social que atraviesa la historia. Sin gritar discursos y con matices aportados por las mismas imágenes naturales (ay, esa nieve abrumadora), existe un núcleo familiar partido en pedazos cuyas raíces hay que buscarla en un espacio alejado, olvidado, con personajes laterales neuróticos (nótese al respecto la secuencia inicial) que forman parte de lo que ya hoy se ha transformado en una etiqueta: la América profunda. El mejor escape, el mejor sueño, es navegar, uno de los pocos instantes de legítima y real felicidad de la película. Por Guillermo Colantonio @guillermocolant
Una vez más, Ariel Winograd realizó un film que plantea conflictos de la clase media alta urbana, con una indudable capacidad de retratar conflictos (no demasiado profundos) sobre la vida actual. Así sucedió en “Mi primera boda”, “Sin hijos” o “Permitidos”. En este caso, “Mamá se fue de viaje” narra cómo un gerente entra en crisis cuando su mujer se toma vacaciones y lo deja a cargo de sus cuatro hijos, y pone su vida al borde del colapso. Winograd presenta un elenco correcto, en el que Diego Peretti es el verdadero protagonista. Este film es tan efectivo como convecional: gags constantes, temática que identifica, recorrido emocional previsible y correctamente presentado hacen que “Mamá se fue de viaje” prometa otro éxito de taquilla con una búsqueda de entretenimiento más bien superficial, incluso algo antigüa, aunque bien construida.
El duelo eterno. Manchester junto al mar, la nueva película de Kenneth Lonergan, llega a los cines para mostrar un drama de emociones contenidas que descansa sobre la sólida y agónica interpretación de Casey Affleck. ¿De qué se trata Manchester junto al mar? Lee (Casey Affleck) es un hombre solitario y hosco que trabaja arreglando casas. Pero un día su vida cambia cuando su hermano Joe (Kyle Chandler) muere y lo deja a cargo de su sobrino adolescente (Lucas Hedges). ¿Con qué te vas a encontrar? ‘Manchester junto al mar’ ES Casey Affleck, en un rol que definitivamente lo corre de la sombra de su hermano Ben para dar una interpretación infatigable, de extremo control dramático, donde los gritos y el llanto quedan a un lado para dar lugar a la angustia contenida, latente e inextinguible. El resto del elenco también se luce. La siempre efectiva Michelle Williams ofrece otra magnífica interpretación como la ex-mujer del protagonista. Lucas Hedges pone todo el desparpajo juvenil en función de un personaje que no es sino la antítesis de su indescifrable tío. Si bien la sinopsis nos hace pensar que el conflicto del film es el choque de Lee con su sobrino, el verdadero conflicto es interno y es el de Lee contra sí mismo. Esto hace que la película avance al ritmo del protagonista y su dolor, sin espectacularidad sino a pura calma. El director Kenneth Lonergan hace un acertado uso de los flashback que consigue en estas visitas al pasado algunos de sus mejores momentos. Con una solemnidad que solo se quiebra gracias al personaje del sobrino, ‘Manchester junto al mar’ es un drama que no recurre al golpe bajo pero que por su ritmo y duración puede resultar un poco extenso. Puntaje: 7/10 Título original: Manchester by the sea Duración: 135 minutos País: Estados Unidos Año: 2016
Esta es de las películas más esperadas de la temporada y, por una vez, tanto revuelo está muy justificado. Este melodrama familiar es, sin dudas, de los mejores elencos y de las películas más sólidas de las que vi en esta camada de camino a los Oscars. De la mano de “Amazon Studios” y siguiendo con esta lógica de que el contenido atractivo ya no sale siempre de Hollywood y sus majors, nos encontramos con una historia que cala profundo. Como si necesitaran más datos, entre los productores encuentran a Matt Damon y John Krasinski. La historia se enfoca en Lee Chandler (Casey Affleck) quien tiene que volver a su pueblo. En estas idas y vueltas al pasado, vemos cómo hay un hecho que lo ha separado de quien fue antes y que el espectador va desentrañando. Lo que sí entendemos es que su presente es algo que detesta, trabajando como encargado de un edificio y siendo responsable en su desarrollo, pero no pudiendo hacer contacto real con nadie. De repente: la noticia. Su hermano muere y tiene que volver para hablar con el hijo que deja atrás. Lee tiene que hacer todo lo posible para que los fantasmas no se lo coman, pero no puede conectarse más que con la pérdida, en una suerte de anestesia perfecta, cual si lo narrara Camus como “El extranjero”. Su vínculo con su sobrino será lo más luminoso de su vida y es por recordar su lazo con su hermano y con su padre. Aquello que no puede verbalizar pero que lo ha marcado. Las mujeres en el film parecen ser de lo más prescindibles: ni lo fue la madre de ellos dos, ni la mujer del hermano y su perfecta mujer es borrada de un plumazo. Michelle Williams aparece diez minutos en pantalla y se roba todo. No sólo es de los personajes más queribles sino el que le da otra dimensión al personaje principal que si no, pensarías que no tiene alma. La familia. Los hermanos. La paternidad. El mar. El bote. El sobrevivir. Escrita y dirigida por Kennet Lonergan, el mismo de Pandillas de Nueva York y Analízame, nos cuenta a partir de estos personajes, la nieve y una música que cada vez que avanza la película, más se parece a un réquiem. Es un lavaje de culpas. Es un convivir con culpas. Mención aparte para Lucas Hedges que como ese chico que queda sin padre y a merced de este tío, nos parte el alma y sin necesidad de un monólogo desesperadamente forzado. Es una sólida narración, un guión impecable y unas actuaciones a su altura. Cuando termina, cuesta levantarse de la butaca y creo que me he llorado 2 horas de las 2.15. Pero es maravillosa. La familia. Los hermanos. La paternidad. El mar. El bote. El sobrevivir.
¿Qué le sucede a Lee Chandler? Kenneth Lonergan vuelve a demostrar sus grandes dotes para la composición dramática en Manchester junto al mar; una película que se presenta en frasco chico, con un contenido inmenso. Candidata a seis premios Oscar en la ceremonia que se celebra este domingo, entre los que contamos Mejor Película, dirección, guion original, y actuación protagónica de Casey Afffleck y secundarias de Michelle Williams y Lucas Hedges. Es la historia de Lee (Affleck), conserje de un edificio al que, claramente, le cuesta conectar con las personas. Lee lleva una sombra a cuestas, todo el tempo pareciera estar triste y no tener mayores dotes de empatía. Un día, recibe una noticia movilizadora, su hermano falleció, y debe volver a su natal Manchester. Ahí, no solo debe hacer frente a la terrible situación; debe hacerse cargo del “legado” que le dejó su hermano, su sobrino Patrick (Lucas Hedges), con quien tiene una NO relación, complicada. "Manchester junto al mar" se va construyendo a base de flashbacks constantes que nos llevan a distintos momentos de la vida de Lee y los suyos, además del presente. Lonergan ya se había presentado como un gran constructor de personajes en aquellas dos pequeñas grandes obras como "Puedes contar conmigo" y "Margaret"; y esta no es la excepción en absoluto. Lee es un personaje riquísimo, con una sombra y un misterio a cuestas ¿le sucedió algo en el pasado o es solo su forma de ser? Pero no es solo Lee, Lonergan rodeó al film de grandes secundarios que solo nos hacen querer que estén más tiempo en pantalla. Patrick es un adolescente normal, con todas las preocupaciones típicas de la edad, a las que hay que sumar, una madre abandónica (atención a la gran escena con la nueva familia de la madre), un pare recientemente fallecido, y una incertidumbre total sobre el destino de su futuro. No podemos olvidar a Randi, el personaje de Michelle Williams, que prefiero no develar, pero que cuenta con escasas, pero claves escenas. Lonergan logra transmitir permanentemente las emociones de Lee, y si en los primeros minutos parece una comedia incómoda, pronto se adentrará bien adentro del drama. Todo sin necesidad de golpes bajos, quizás solo un remarcado demasiado fuerte por parte de la banda sonora. Tanto Affleck, como Hedges y Williams merecen sus sendas nominaciones. Affleck realiza una interpretación metiéndose de lleno dentro de su personaje, hay pesar y apatía en cada uno de sus gestos. Hedges es sin dudas una joven promesa y tiene grandes escenas de duelo actoral con Affleck. Williams logra algo impensado, si no fuese por ella, Randi es posible que sea un personaje más; pero cada vez que aparece, las emociones vibran, hasta estallar en LA escena del film. Todo se resignifica pasada la primera hora del film, cuando el misterio sobre Lee y los suyos sea revelado. Hasta ese momento, la narración juega ritmos lentos y quizás algo aletargados, más para una duración de casi dos horas y medias, que sí, pudo ser más breve y concisa. Pero ese volantazo, resignificará lo que habíamos visto y cargará de potencia el tramo final. "Manchester junto al mar", tiene algunos detalles menores a mejorar, pero sin dudas estamos frente a uno de los dramas más potentes y sutiles de la temporada; vale la pena compenetrarse en él.