LENTA TRANSFORMACION Perplejidad, emoción y amor por el cine son algunos de los sentimientos que aparecen en esta bella (visual, musical, direccional y actoralmente) película de Darren Aronofsky, que desde la introducción comienza a crear detallada y delicadamente una metáfora perfectamente rematada y llevada adelante con una calidad técnica asombrosa y con el talento de cada uno de sus intérpretes. Nina es una bailarina que está tratando de conseguir el mejor puesto en la próxima obra en la que participará. Luego de conseguirlo, se va a ver perseguida por una de sus compañeras que intentará robarle el lugar de cualquier manera posible. Desde el comienzo, con ese intenso prólogo bailado y maravillosamente interpretado, la cinta inicia el extenso desarrollo de los sentimientos de la protagonista, dándole mucha importancia y énfasis a la dura relación con su madre, una mujer autoritaria y controladora, y a los problemas que ella misma va teniendo con su propia identidad y con las exigencias del baile. Todo este desarrollo del comienzo presenta un ritmo que nunca decae, que mantiene intacto el interés del espectador y lo atrapa para seguir observando y experimentando cada una de las reacciones futuras de la mujer. Es así, como la historia comienza a desarrollar diferentes variantes o circunstancias que hasta el último minuto de proyección se mantienen en suspenso y crean, en todo momento, un drama muy bien logrado y un juego entre realidad y ficción sorpresivo y maravilloso. La presentación de los personajes secundarios, ya sea la rival de la protagonista, su instructor, la madre o la mujer a quien ella reemplazará en el espectáculo, presentan una intensidad y una fuerza muy marcada y profunda, cada uno tiene una identidad propia y una historia que comparte algún aspecto con el argumento de la obra interpretada. Todo este desarrollo, de principio a fin, está acompañado con una música que, además de desarrollar el tiempo justo y la perfecta sincronización de los sentimientos y emociones que van apareciendo en escena, es muy rica por sus variantes y por la perfección con la que está interpretada. A su vez, se muestran muchas clases de ballet, que, si bien van mostrando detalles de la futura obra, mimetizan siempre un suspenso y una excelente variedad de sorpresas narrativas muy buenas. Se juega mucho con los espejos de las locaciones, ya sean de los salones de baile, los de los camarines, los de los baños o de una estructura que la protagonista posee en su casa para practicar y perfeccionarse en la técnica. Se crean falsos reflejos y movimientos que aportan un dramatismo increíble al relato y se juega mucho con los ángulos desparejos que apuntan directamente a la imagen en los vidrios. Esto mismo sucede con el sonido, que desde el movimiento del subte, hasta los pequeños roces de los brazos y giros en los ensayos, poseen el característico sonido de los aleteos de las aves. Si bien son muchas las escenas de baile y la belleza visual que se desarrolla, con una determinante y muy bien implementada fotografía que aprovecha los detalles y hace una economía de recursos espectacular, el tinte que en todo momento el argumento desarrolla es dramático, con algunos pequeños pasos de suspenso, pero siempre acentuando la narración en la psicología de la protagonista. No se dejan preguntas sin responder, no hay movimientos de cámaras dudosos, no hay expresiones ni sentimientos que los personajes posean que no estén representados con determinación y no hay situación que no pudiese haber estado mejor dirigida. Es por eso que el trabajo de Darren Aronofsky es, además de perfeccionista y detallista, enceguecedor. Las actuaciones no se alejan de la perfección técnica. Natalie Portman desarrolla con austeridad, lucimiento y mucha expresión un personaje muy complicado, que tiene muchas escenas en las que está sola y que debe enfrentar solitariamente las exigencias del guión. Su interpretación es muy fuerte, realista y variante, tiene una interacción con la cámara (en todos los bailes) pocas veces vista en este tipo de películas. Mila Kunis (Lily), desarrolla un personaje que hasta el final no se entiende, y ella le aporta ese misterio y profundidad necesaria para que se cree en todo momento ese enfrentamiento con la protagonista. Vincent Cassel, en un rol que es autoritario al comienzo (escena a solas con Nina), pero que con el paso de los minutos se va entendiendo, muy bien interpretado. Winona Ryder (Beth) tiene un personaje muy cortito, pero intenso y muy bien actuado. Barbara Hershey (la madre), quizás en el pepel más extraño, por su desarrollo, de la película, aporta talento en cada una de las escenas en su casa. Una historia redonda, con una calidad técnica increíble, con actuaciones soberbias y una música que acompaña y magnifica los sentimientos de los personajes, "Black Swan" no es más que una excelente intepretación de amor por el cine, de perfección y de talento. Una de las mejores películas del 2010 y una de las que seguramente quedará en el recuerdo. Un intenso drama psicológico. UNA ESCENA A DESTACAR: la última media hora, desde que Nina deja a la fuerza su casa y se dirige al teatro.
Al igual que en su último film "The Fighter", el director Darren Aronofsky vuelve a enfocarse en un personaje traumado que dedica su vida a una actividad deportiva/artística exigente. Mientras que en "The Fighter" se seguía la decadente carrera de Randy (interpretado por Mickey Rourke) en el agresivo mundo de la lucha libre, en "Black Swan" se sigue la ascendente carrera de Nina Sayers (interpretada por Natalie Portman) en el elegante mundo de la danza. Nina Sayers es una joven y destacada bailarina que consigue el protagónico en la próxima obra de su compañía de danza, "El Lago de los Cisnes". En esta nueva versión del clásico de Chaikovski, Nina deberá interpretar un doble rol, el del angelical cisne blanco y el del oscuro cisne negro. Pero pronto se sentirá amenazada por Lily, una nueva bailarina que se une a la compañía, y esta rivalidad despertará un lado desconocido en su ser. Este intenso y atrapante thriller psicológico hace un estudio de la transformación que atraviesa el personaje de Nina, una dedicada bailarina que busca alcanzar la perfección en lo que hace. La presión física y psicológica que sufre por parte de su madre y su profesor, sumado a la rivalidad con su nueva compañera, despiertan en la protagonista diferentes emociones que le descubren un lado oscuro y tenebroso. Balanceando el melodrama, el suspenso, el terror y ciertos aspectos sobrenaturales con justa precisión, Aronofsky construye un relato cargado de tensión que mantiene algunos puntos en común con clásicos como "All about Eve" y "The Red Shoes". Así como ocurrió en "Requiem for a Dream" con Ellen Burstyn y en "The Fighter" con Mickey Rourke, el director necesitaba en "Black Swan" una actriz que fuera capaz de transmitir de forma creíble los cambios que vive este personaje. La hermosa Natalie Portman asume el papel más desafiante de su carrera y desaparece en el rol que interpreta. La actriz de "Closer" logra representar a la perfección las dos caras de su personaje, el cisne blanco y el cisne negro. Una impresionante actuación nominada al Globo de Oro, al Independent Spirit Award y al SAG Award, que seguramente recibirá también una merecida nominación (y posible premio, si Nicole Kidman y Jennifer Lawrence se lo permiten) al Oscar. En los roles secundarios se destacan Vincent Cassel, como el exigente profesor de danza que manipula a sus alumnas, Winona Ryder, como la bailarina retirada, Barbara Hershey, como la madre controladora, y principalmente Mila Kunis (nominada como Mejor Actriz de Reparto al Globo de Oro y SAG Award), como la nueva alumna y rival de Nina. Nominada a Mejor Película en los próximos Globos de Oro (y seguramente también lo será en los Premios Oscar), "Black Swan" es el mejor trabajo de Darren Aronofsky a la fecha y una de las primeras en mi top ten de este 2010.
Más vale la gracia de la imperfección que la perfección sin gracia El mundo del Ballet de una u otra manera siempre ha sido representado como un símbolo de la perfección y la delicadeza. Cualquiera que haya pasado por una clase de Ballet puede dar fe que si hay algo que no se concibe es la improvisación absoluta. Gestos, movimientos, posturas, deben ser manifestaciones perfectas de la interpretación musical. Que por esto mismo el mundillo del tutú y las zapatillas de raso sea competitivo en el camino a la "Prima Ballerina", tampoco es secreto. Y si Aronofsky nos contaba con su "The Wrestler" la decadencia de un otrora ídolo, con Black Swan nos pasea por la rocosa subida al estrellato, mostrándonos un mundo ya no difícil sino hasta terrorífico. Con el nuevo film del director newyorkino uno respira tensión, aflige y desconcierta en una historia que tiene como protagonista a una inocente Natalie Portman que lucha sobretodo con la obsesión por la perfección. Nina es una frágil muchacha que vive con su madre, una madre que es absorbente y controladora; pertenece a una compañía de ballet que está a punto de sucumbir por completo y como último manotazo de ahogado estrenará "El lago de los cisnes" con una versión nueva que requiere una protagonista capaz de interpretar tanto a un ángel (el cisne blanco) como a un demonio (el cisne negro). Nadie duda que Nina es la perfecta representación del cisne blanco, dulce y virginal, pero cuando Thomas Leroy (Vincent Cassel), director de la compañía, pone en duda su capacidad para interpretar al cisne negro, comienza la verdadera tortura. ¿Cómo sacar de nosotros mismos aquello que no somos o que al menos creemos no ser?. La infaltable antagonista de Nina, Lily (Mila Kunis), es una muchacha desenfadada y suelta. Ella sí parece tener todo lo que le falta a Nina, espontaneidad, gracia, un natural disfrute por la danza y de inmediato se convertirá en la amenaza perfecta para nuestra protagonista. Entre las presiones impuestas por Leroy- un Cassel impresionante que odiaremos por momentos y entenderemos por otros- la madre, desquiciante a veces realmente, y la propia Lily de la que no sabemos para qué arco juega; Nina terminará hundida en una pesadilla que agota emocionalmente al espectador. La locura va dominando la escena. Y Aronofsky se muestra inmensamente sólido para llevarnos por los recovecos más tormentosos de una mente desquiciada. El espectador se asusta, se pasma, se desespera. Es que si bien la lectura pareciera fácil, "temo a un solo enemigo que se llama, yo mismo" decía Giovanni Papini, las escenas manejadas por este director corren y vuelan causando confusión y susto sobretodo hacia los últimos 40 minutos del film donde el climax es realmente tenso y conmovedor. Black Swan, tal como reza el título de este artículo, no es un film enteramente perfecto. Tiene cosas reprochables, sí, pero se disfruta horrores, impacta y el resultado final, suma de música, coreografía y fotografía, hacen del film un producto que es por lejos uno de los mejores de este año. Portman, además se consolida como una actriz a la que hay que premiar de una bendita vez en la próxima entrega de la Academia. No creo que este sea el mejor papel de su vida, lo digo claramente, pero sí que es innegable la fuerza y la maravilla que despliega con un personaje lleno de claroscuros. Es que a tal punto derrocha talento que se pone frente a un espejo- otro gran protagonista del film- y ya causa inquietud. # Lo reprochable del film podría ser el final. Esa escena final en que Nina lucha contra una Lily que cambia en apariencia entre la propia Nina y ella misma, el asesinato final que termina por ser suicidio y que por ende es el broche concordante con el término de la historia ficcional del cisne blanco, puede sonar facilón. No puedo negar que me ha decepcionado un poco; sin embargo me pongo a pensar más claramente y me pregunto cuál hubiera sido el otro final, el adecuado. El salto final de Nina me recuerda al salto final de ese luchador que deja todo en escena. Ambos prefieren la muerte antes que la desdicha del no ser. Así mismo concuerdo con el amigo Sean Bauer en que la relación con la madre podría haber estado mejor dibujada, es cierto que unas escenas un diálogo nos bastan para tener idea del conflicto central entre madre e hija, pero hay cosas que nos dejan flotando en la ignorancia, como los autoflagelos que se nos insinúan en el pasado de Nina. No obstane el film brilla, es redondo y apasionante En Argentina se espera el estreno en Febrero, será un film que no hay que dejar pasar. Recomenable, maravilloso, lleno de escenas impactantes y que ciertamente se convertirá en El estreno del año.
Estamos sin dudas ante una de las mejores películas del año, un filme contundente que tiene sin embargo sus puntillos débiles. Entre las cosas más reprochables esta lo altamente previsible desde los mismos diálogos de la trama que nos canta como se desarrollará todo. Si bien de todas formas se disfruta y el factor sorpresa no es lo que busca el filme, sino que juega con que nosotros lo sepamos, aún así hubiera preferido menos “previsibilidad”. En cuanto a los personajes, algunos me parecieron poco desarrollados o hasta mal armados como por ejemplo el del profesor, un estereotipo desarrollado pobremente lo que hace a su papel demasiado artificial dramáticamente hablando. El personaje de la madre, aunque ocurre algo similar posee un poco más de elaboración y resulta creíble. El de Natalie me parece perfecto, pero aún en ese personaje hubiera sido bueno más desarrollo, solo un poco. La actuación me pareció muy buena pero no deslumbrante. Al pasarle tanto al personaje uno quizá pretende un despliegue mayor de registro dramático en su actuación pero si lo pensamos bien esto desbarrancaría el poco suspenso de la trama y sería además contradictorio con la actitud que encarna Natalie. Aún así creo que esas variaciones sutiles podrían haber estado desarrolladas de manera más eficaz. Si resalto por ejemplo, el último baile del cisne blanco y la actuación de Portman muy diferente (aún haciendo el cisne blanco) de esa inocencia y suavidad de los ensayos. El cambio es sutil pero bien perceptible; y es que las vivencias transforman al ser humano ;D Aplaudo esa variación pensada y sutil al dirigir esa escena. Y ahora lo mejor (al menos para mi); la gran dicotomía blanco/negro desplegada en toda la cinta y a todo nivel (auditivo, visual, dramático, lumínico, etc) realizado de manera soberbia. No podemos olvidarnos de la historia y la riqueza del contenido dramático, mezclando lo psicológico y artístico de manera sobresaliente. Y como no decir, además, que ese cisne negro es digno de una cabecera en este blog (ya saben que pocas veces cambio la cabecera, pronto verán al cisne ;D), lugar para mujeres antiheroínas, villanas buenazas, etc (salvo Inception que se permitió estar decorando el blog con Cob y Eames dialogando ;D). Recomenda joyita de este año. Todo lo blanco y lo negro esta en Black Swan!!!
Black Swan, es de esas películas que en realidad no sabes qué encontrarás en la sala de cine al ver el trailer, pero sabes que tienes que verla. Es seductora y excitante desde la primera escena, logrando capturar al espectador haciendo que éste sea parte de la película, cosa que es de agradecerse en este tiempo en que pocos directores cuidan ése tipo de elementos de la puesta en escena. ¿Qué de qué trata? Nina Sayers (Natalie Portman) es bailarina de ballet y la compañía de la que forma parte pondrá en escena El lago de los cisnes con la novedad de que la misma bailarina interpretará el cisne blanco y al negro. Por lo tanto el film se convierte en el proceso por el que pasa Nina para convertirse en este último. No sólo nos topamos con una dirección asombrosa y una narrativa espectacular, sino con una actuación impresionante, somos testigos y cómplices de la evolución del personaje principal y en algún momento nos convertimos en parte de él. El baile, la música y la búsqueda de la perfección comienzan a hacerse uno solo y no nos resta más que seguir minuto a minuto el film. Darren Aronofsky presenta un thriller psicológico perfectamente pensado que en momentos no sabes si cerrar los ojos o continuar viendo, te sumerge en un viaje que va más allá de los sentidos y logra tocar las más profundas fibras humanas, aquellas donde el placer y la excitación dejan atrás las enseñanzas morales o socialmente aceptadas… simplemente vemos al humano como tal. Hemos visto muchas películas sobre bailarines, ya sea ballet o algún otro género. Pienso que lo que hace diferente a Black Swan es el tratado que se le da a cada personaje, no sólo Natalie Portman también Barbara Hershey, Vincent Cassel, Mila Kunis y claro Winona Ryder. Vemos una historia con un buen timing y visualmente muy bien narrada, de hecho nos encontramos con pocos diálogos, en realidad la imagen y la música son los que te cuentan la historia. Sobre el asunto de la tan rumorada nominación para los Premios de la Academia para Portman en realidad no importa ella simplemente no deja de sorprender con cada decisión que toma, esta vez muy acertada.
Si bien no aporta nada nuevo a su género, la película tiene un encanto especial que pasa más por el hábitat en el que se mueve y por el modo en que está contado el cuento que por el relato en sí. La unión de la excelente música e historia de El lago de los cisnes, el mundo competitivo del ballet clásico y una bailarina con...
Canción de Cuna para un Cadáver Lo admito, no esperaba tanto de parte de Aronofsky. Hace mucho tiempo que se viene hablando de El Cisne Negro pero, sinceramente, me parecía que debía de ser una de esas obras sobrevaluadas por la crítica, que había impresionado a espectadores sensibles, una película manipuladora y demagógica, impactante, pero superficial. Aronofsky no es precisamente el rey de la sutileza y, aunque los micromundos que arma no carecen de interés, a veces su imaginación es desbordante. Tras ese ejercicio fílmico hecho con dos pesos llamado Pi, donde exponía la paranoia matemática y la enfrentaba contra la ortodoxia religiosa, Aronofsky es considerado como un tipo extremo. Esto se confirmó con la amada/odiada Réquiem para un Sueño, una fábula moralista de extremo efectismo acerca de las adicciones. El amor a nivel existencial lo llevaron a crear ese producto metafísico llamado La Fuente de la Vida (que admito, no vi completa) y, por último, nos trajo el mayor testamento cinematográfico de Mickey Rourke, El Luchador, en donde lo visceral y lo sentimental iban de la mano, pero esta vez con mayor coherencia, equilibrio dramático y ninguna pretensión estética. A pesar de la violencia y la carga emocional, esta era acaso su mejor obra, aunque también es cierto que parecía que Aronofsky había tomado distancia y necesitaba finalmente una donde podría comprimir lo mejor de El Luchador con lo mejor de las anteriores (todas tienen lo suyo, especialmente a nivel estético) y no hacer un producto solamente para ganar premios. El Cisne Negro es acaso, en este sentido, su obra menos pretenciosa porque no cae en el sentimentalismo de El Luchador o La Fuente de la Vida y tampoco en el efectismo moralista de Réquiem. Con El Cisne Negro mezcla la paranoia de Pi con la crudeza del entrenamiento extremo de El Luchador y las alucinaciones de La Fuente y Réquiem. En conclusión, es la obra que mejor resume su filmografía e identidad cinematográfica y por fin lo define como un autor consolidado. Pero más allá de este punto, lo más interesante es que Aronofsky nos devuelve a los cinéfilos un tipo de cine que se encontraba perdido: el del terror psicológico con estética y mirada sesentona y setentosa. Es reencontrarse con el mejor Polanski, De Palma, Aldrich o Friedkin. No es necesario tener mucho presupuesto para saber asustar y entrar en tensión. Sino un buen personaje protagónico y sus obsesiones. De esta manera, el mundo en el que vive Nina, que bien puede ser y es el nuestro, se transforma en una gran pesadilla, donde empezamos a dudar de la coherencia mental de Nina y de nosotros mismos. De su ojo y el de ella. Con pocos escenarios, el director construye climas y se centra en la paranoia de la protagonista. No es difícil vincular a Nina con la Catherine Denueve de Repulsión o la Mia Farrow de El Bebé de Rosemary. Y que el mundo que la rodea sea el propio infierno imaginado por Friedkin en El Exorcista. El tono, por momentos seudo documental, con largos planos secuencias siguiendo a Natalie Portman por pasillos (al estilo de los hermanos Dardenne) y por el departamento típicamente neoyorquino (donde podría vivir Woody Allen), demuestran una meticulosa idea estética de recuperar climas reales, que nos son accesibles, reconocibles, pero se desvirtúan en espacios claustrofóbicos e infernales. No hay dudas de que todo sucede en la cabeza de Nina pero también es cierto que el director engaña bastante, y todas las escenas de tensión tienen un in crescendo impresionante. Todos los excesos están justificados desde la obsesión de la protagonista de ser la única, la mejor y, al mismo tiempo, no perder a su propio cisne blanco al tratar de convertirse en el cisne negro. Esta metamorfosis que sufre Nina, completa y honestamente inspirada en la que sufre el personaje del ballet, es como la transformación de Jeckyll a Hyde, solo que esta vez la droga de por medio no es tanto química como sexual. Aronofsky se burla de su protagonista llevando a una frágil Natalie Portman del extremo más puro (con una asombrosa voz de nena) a la completa oscuridad. Portman, que admito, nunca llegó a convencerme del todo de que era una gran actriz, me hizo comer todas las palabras. Es realmente asombrosa su interpretación. Desde lo físico hasta lo psicológico y emocional se trata de un trabajo de una gran complejidad, un “tour de force” pocas veces visto en el cine últimamente. El personaje está rodeado de espejos que le devuelven caras interiores que a veces es mejor no contemplar. No solamente el uso de los espejos como elementos narrativos es ajustado, sino también a nivel estético, Aronofsky pone en uso todos sus conocimientos plásticos. Pero además, los espejos también son los cuatro personajes que la rodean: Thomas, el seductor y malicioso director, interpretado maravillosamente por el carismático Vincent Cassel, emulando un poco a Bob Fosse y quizás al propio Aronofsky, con Lily (sorprendente desenvolvimiento de Mila Kunis en el drama), la demoníaca compañera / competidora de Nina y especialmente con su desilusionada y también obsesiva madre, en la piel de una Barbara Hershey que parece una reencarnación de la Piper Laurie, madre de Carrie. Esta película, sin duda, es con la que El Cisne Negro comparte mayores similitudes en lo formal. Recordemos que en dicha obra el sexo, la sangre y la transformación de una adolescente virgen a una mujer adulta desquiciada son el tema central. En El Cisne, la autoflagelación y el despertar sexual tardío también tiene un peso fundamental. El trío Heyman/Heinz/McLaughlin conforman un guión extraordinario desde lo formal: cada sub trama pasa por la protagonista. Y no es solamente un thriller sino también una denuncia: a la presión, al perfeccionismo, al maltrato corporal que las jóvenes pasan para “triunfar”. Todo por un sueño. Un maltrato que no solamente pasa por el personaje de Nina, sino también por su predecesora, Beth (pequeño pero soberbio regreso de Winona Ryder). El Cisne Negro es rica por todas las sub lecturas que permite, porque en la meticulosa puesta en escena se pueden descubrir detalles escabrosos, porque absolutamente cada aspecto cinematográfico está confinado a construir una trama, una tensión que no dan respiro. La banda sonora de Clint Mansell es prodigiosa; usando como base la verdadera partitura de Tchaikovski, construye una danza macabra. La fotografía de Libatique se va modificando escena a escena. La locura de Nina se apodera de la estética pero no toma suficiente protagonismo para sacarnos de la cabeza a un personaje enfermizo que nos transmite amor y odio a la vez. Esta mañana, Tomás Luzzani me hablaba de El Camino de los Sueños y a mí se me cruzaba por la cabeza también El Club de la Pelea y El Abogado del Diablo como ejemplos recientes. Y sí, hay de todo eso en El Cisne Negro, pero también hay ingredientes nuevos. Aún cuando algunos elementos narrativos parezcan predecibles, algunas metáforas, obvias y redundantes, la construcción del personaje y su obsesión justifican cada uno de los desbordes que en otro contexto resultarían fastidiosos. Es raro poder afirmar tan inmediatamente que estamos frente a la presencia de un clásico que va a ser visto y revisto. Que será objeto de estudio acerca de la construcción de un personaje en cada área (dirección, guión, actuación, producción, efectos especiales, arte, foto, sonido), que amerita analizar un fenómeno sociológico, que tiene tantas influencias cinematográficas como teatrales, que nos pone a pensar sobre el lugar del sexo en nuestras vidas… Además, la estética es tan hermosa y emocionante que todo aquello que vimos recientemente queda minimizado ante el gran trabajo de puesta en escena que hace Aronofsky. No se queden con las apariencias nomás. No se queden con el terror solamente. Acá estamos frente a un fenómeno distinto que pocas veces se puede apreciar en la pantalla grande. Entre la malicia, la ironía, el terror y la crítica al arte (lo cuál lo emparenta al mejor Robert Aldrich, en Que le Pasó a Baby Jane), Aronofsky me ha sorprendido gratamente. Se consolida como uno de los mejores autores contemporáneos y, de paso, nos brinda una fábula maestra, tan inmortal como “El Lago de los Cisnes”.
La verdad no tenía muchas expectativas sobre El Cisne Negro, pues se ha súper publicitado y ha tenido bastantes comentarios sobre ser la gran ganadora de los premios Oscar. No me quise armar de tanta expectativa para no quedar defraudada, como me pasó hace un año con alguna que otra película nominada y ganadora del Oscar. Si bien las películas de Aronofsky se conocen por la cantidad de efectos visuales, como Réquiem por un Sueño y La Fuente de la Vida, que despiertan amores y odios entre sus espectadores pero nunca un lado intermedio. El hecho de que no haya tenido expectativas sobre este film no significa que haya tenido desinterés por verlo; todo lo contrario, siempre está la ilusión de salir del cine y quedar maravillada. Pantalla negra, letras blancas sutiles con el nombre de la película, fondo de música clásica tenue; empieza la película, escenario negro y una delicada figura de una bailarina de ballet vestida de blanco a lo lejos, sus diminutos pies son enfocados en esta encantadora danza, hasta que la pantalla se ilumina cuando vemos a la bellísima Natalie Portman que personifica a esta bailarina, La entrada de un personaje vestido de negro la vigila y empieza a danzar con ella; ella se siente algo manejada por este personaje pero lucha, hasta que este personaje se vuelve en una figura aún más oscura, aún más diabólica, en medio de la ahora hechizante danza; ella se entrega convirtiéndose así en una princesa cisne que levanta su suave vuelo y se va…. así empieza El Cisne Negro (Black Swan), un film donde se conjugan la danza, el suspenso, la música y los ires y venires de una cámara que fluctúa en el espacio. Este tráiler psicológico de Darren Aronofsky nos envuelve en el mundo trastocado de Nina Sayers (Natalie Portman), una bailarina perteneciente a una compañía de danza clásica de Nueva York, que compite por el papel principal de “El Lago de los Cisnes”; el obstáculo que tiene es que tan solo puede interpretar una parte de su papel, que consiste en hacer dos roles: por un lado, un delicado e inocente Cisne Blanco y, por otro, un sensual y espontáneo Cisne Negro. Esta doble interpretación empieza a menoscabar los lados más profundos de su psiquis, a tal punto que empieza a tener manifestaciones de ella misma. Esta manifestación no se va mostrando como una evolución personal o como una elección propia, sino más bien como una fuerza exterior macabra. Pues aunque parece que lo que pasa alrededor es lo que la trastoca y la atormenta, es ella misma la que se convierte en su propia enemiga. La actuación de N. Portman es de extremos; casi la mayoría del tiempo como la Nina inocente, a tal punto de parecer virginal, tan frágil, delicada y, sumado a todo esto, una voz y actitud de niña sumisa, que uno realmente creería que Natalie es una chica no mayor de 18 años. A contra posición de los pequeños momentos en que despierta o aparece la Nina oscura, perversa, sensual y erótica, que realmente la hacen ver como toda una Mujer. Aunque uno, como espectador, sabe que estos pequeños momentos la conducirían a su autodestrucción, desespera en parte el puritanismo de la Nina que se nos presenta, en un principio, deseando y dejando que el film nos lleve al lado más oscuro de este personaje. La fotografía es muy certera; esa textura medio grisácea en la imagen da una sensación de suspense, propio de las películas de los setentas, o alude a la atmósfera londinense, donde un velo gris en la ciudad inunda la imagen. Me sorprendió y me alegró, ya que las películas de Aronofsky tienen saturación de color y tonos muy vivos (a excepción de Pi, que es a blanco y negro, aunque también contrastados), que no incomodan puesto que la lógica de sus películas así lo requerían, pero en el caso de El Cisne Negro, donde se jugaba el pudor y la delicadeza, estuvo más que certera esta elección. La imagen brilla también por la sutileza de los efectos, sutiles e igualmente impactantes, para nada pretenciosos. El manejo de cámara tiene un concepto único ya que danza con los personajes, no de una manera demasiado obvia, sino como si fuese un baile armónico y suave a la vez, siendo El Cisne Negro una danza macabra, donde Aronofsky saca la belleza dentro de la oscuridad, y da como resultado una película delicada, fuerte y exquisita a la vez. Tengo que admitir que al salir de la película quedé con muchas emociones encontradas y a pesar del calor del medio día tuve que prenderme un cigarro y pensar en cómo voy a empezar a escribir sobre una película que me dejó pensando. Y es que eso sucede cuando ves una película que realmente te gustó a tal punto que sabes que la vas a volver a ver y a ver y a ver, porque con una sola vez no bastó, no porque no la entendieras, si no porque necesitas volver a tener cita con esas imágenes, con esa música, con esos personajes, con esa historia. (Al cine muchas veces no hay que saber entenderlo si no que hay que dejarse deleitar por él).
En que baile me metí... Lamento no compartir el entusiasmo de la mayoría de mis colegas de aquí y del exterior, así como de mis exultantes seguidores de Twitter y Facebook, quienes ya me adelantaron su admiración incondicional por este nuevo film de Darren Aronofsky. Para un crítico de cine más o menos entrenado es casi natural buscar citas, referencias, influencias en cada película que analiza. En el caso de El Cisne Negro, me cansé de leer mil y unas referencias que remite a Las zapatillas rojas, clásico de Michael Powell y Emeric Pressburger (danza + obsesión), al Hitchcock de Psicosis, a Repulsión, a Carrie, al terror gótico y así sigue la lista… También leí una y mil veces lo impactante que -para casi todo el mundo- es la actuación de Natalie Portman (premiada en la Mostra de Venecia y segura ganadora del Oscar), quien se entrenó durante un año para interpretar a una bailarina dispuesta a todo con tal de encabezar una audaz puesta de El Lago de los Cisnes en el mismísimo Lincoln Center de Manhattan. Creo que el film hace bien en desacralizar el universo del ballet y en exponer sus no pocas miserias (las mismas que surgirían en cualquier terreno hipercompetitivo como éste) y se arriesga al llevar la trama hacia el terreno del thriller fantasmagórico y alucinatorio, donde -me parece- aparecen sus principales problemas. Frente a tantas personas conmovidas y fascinadas con esta apuesta por el absurdo, el artificio y la grandilocuencia por parte del director de El luchador, a mí me pareció un ejercicio bastante burdo y autoindulgente (autocelebratorio) propio del más puro trash y pulp -que pendula entre lo real y lo imaginario- con todos los conflictos psicológicos demasiado amplificados, masticados y subrayados que -para colmo- son revestidos con una pompa bastante molesta. Es cierto que hay un gran trabajo en 16mm y digital por parte del DF Matthew Libatique (el uso permanente de la cámara en mano hizo que varios críticos hablaran de la influencia de… ¡los hermanos Dardenne!), que los personajes secundarios (la madre posesiva de Barbara Hershey, la seductora y despiadada Mila Kunis, el despótico director de la compañía que compone el francés Vincent Cassell) están muy bien, pero El Cisne Negro está muy lejos de ser la obra maestra que casi todo el mundo -incluso gente que respeto mucho- insiste que es. Véanla (si es que no lo hiceron ya) y la seguimos discutiendo ¡Que siga el baile!
Precisa como un paso de baile "Tuve un sueño loco anoche. Estaba bailando El Cisne negro", asegura al principio de la historia Nina, el personaje interpretado magistralmente por Natalie Portman. Dedicada obsesivamente a la danza, Nina vive con su estricta madre (Bárbara Hershey), que la presiona y ve que su mundo tambalea cuando entra en juego la competencia por acceder a un rol destacado en la nueva temporada de El Lago de los Cisnes, el cásico de Tchaikovsky. El director de la compañía Thomas Leroy (Vincent Cassel) cree que Nina es su mejor opción, pero ella se verá amenazada por Lily (Mila Kunis), una nueva bailarina. Esa rivalidad encenderá algo más que pasos de baile. El nuevo film de Darren Aronofsky (Réquien para un sueño, El luchador) muestra un mundo frágil y competitivo, donde se ponen a prueba el esfuerzo y la dedicación constante. Y lo hace con un cámara en permanente movimiento que sigue a criaturas que buscan aprobación y reconocimiento. Entrre accidentes (el que sufre la bailarina encarnada por Winona Ryder) y zapatillas de punta, resulta preciso el lado oscuro que aflora en el mundo de Nina. Cada personaje seduce desde su lugar y todos guardan dos caras como en el ballet que representan. Tentaciones, disciplina, sexo y vicios conducen el relato en un entorno clásico pero con una historia alimentada por el "lado B" de la danza.
¿Querés bailar? Dentro de diez años cuando uno recuerde al nuevo filme de Darren Aronofsky lo que pasará por nuestras mentes será un primer plano de Natalie Portman. Porque El Cisne Negro (Black swan, 2010) se sostiene en la gran actuación de la actríz de V de venganza (V for Vendetta, 2006) atormentada por la presión de su maestro de baile, su contrincante, su madre y la cámara, que no la deja tomarse un respiro en todo el relato. Nina Sayers (Natalie Portman) es una bailarina clásica que aspira al papel del cisne negro en el clásico Lago de los cisnes a interpretar en la compañía de baile de Nueva York. Obsesionada con el papel y presionada por su entorno, la joven hará lo imposible –hasta que lo imposible se haga presente, locura mediante- para lograr sus objetivos. Darren Aronofsky ya había demostrado en El Luchador (The wrestler, 2008), que el conflicto psicológico de sus personajes lo materializa físicamente. Es en el cuerpo donde se hacen gráficos los síntomas de autodestrucción. Y en el caso de El Cisne Negro apela a todas las lesiones de la danza: uñas quebradas, pellejos arrancados, quebraduras, etc; para simbolizar la obsesión desmesurada de un personaje al borde de la locura. Así, cuando el daño no es marcado visualmente en el físico, es el rostro de Natalie Portman el que expone los sufrimientos internos del personaje. Torturada, reprimida y presionada en demasía, ella se comporta cómo un mártir del ballet, al que es admirable ver en escena. A la fórmula personaje mártir - entorno hostil - relaciones perversas, se le suma el efectismo explotado por el director de Requiem por un sueño (Requiem for a Dream, 2000) en el montaje, la edición de sonido y los reducidos encuadres que su protagonista soporta. Con estos elementos la nueva película de Aronofsky mantiene la tensión todo el relato y alcanza momentos de alto vuelo poético convrtiéndose en un gran filme, hasta ahora el más logrado de su trayectoria, combinando el enfoque audáz y provocador de sus primeras películas con un personaje frágil, sensible y sufrido, de ésos a los que Hollywood le encanta premiar con el Oscar.
Un film poderoso. ¿Qué ocurre cuando a los cines llega uno de esos films con mucha repercusión favorable de la crítica extranjera, tanto murmullo, nominaciones y premios varios? En cinéfilos y espectadores atentos a la cartelera, genera una movilización aún mayor hacia la expectativa que se pueda tener de la obra, en algunos casos, indagar sobre de qué va el film, ver cada trailer que las distribuidoras van lanzando a medida de saciar esta hambruna, en la actualidad, leer foros, noticias, críticas, notas, comparaciones. El Cisne Negro no escapó a ninguna de estas premisas, a mi parecer constituye uno de esos films “poderosos” en los que la primera visión marca un quiebre en el espectador, las herramientas cinematográficas utilizadas por el director han funcionado de manera tal que repercutieron, generaron cambios, clickearon mentes. Inclusive a nuestra redacción nos ha brindado un incentivo extra para escribir y abarcar distintas ópticas del film. Ahora, toda esa movilización previa que destaco, ¿sirvió para algo?. Indefectiblemente si. Darren Aronofsky, director con trabajos si bien dispares en su haber, de violencia exacerbada, gráfica y oscuros relatos, hace dos años atrás logró la maravillosa El Luchador, film que hizo resurgir la emblemática carrera y performance actoral de Mickey Rourke. El Luchador tenía alma. Luego de ese proyecto, Darren se involucró en otro del cual se desligó de la dirección y hoy, curiosamente, por esas cosas del destino se encuentra entre los mejores films del año 2010, tambien concursando por la famosa estatuilla dorada, El Ganador, otra historia de boxeo, real, dentro de la cual, culminó tomando el puesto de productor. El Cisne…ha de ser infinitamente comparable con Las Zapatillas Rojas de Hans Christian Andersen, aquella obra maestra en Technicolor dirigida por Powell y Pressburger, film preferido de Martin Scorsese, restaurado y exhibido en Cannes hace dos años atrás, donde se imponía la premisa del “danzar por la vida”. Una bailarina de por medio, una compañía de ballet, un jefe, la puja entre la carrera y el amor, la perfección. Tambien contaba con el desempeño de un genio en materia de dirección de fotografía: Jack Cardiff, reconocido por ligar la luz pictórica al traspaso cinematográfico, según sus palabras “la misma cosa”, una pincelada o una filmación, la impresión sobre una tela o sobre un fotograma. Las Zapatillas…se excedía en colores, traspasaba ese umbral, El Cisne…por contrario, sólo se abstiene al blanco y negro, en vestuario, iluminación, decoración, en el mismo personaje, cisne blanco y cisne negro. El Cisne…puede considerarse como una revisión macabra del otro título, ambas navegan por el género dramático, comparten un tono siniestro, pero El Cisne…va un poco más allá, indaga en otras cuestiones inherentes al estado de la bailarina, sus obsesiones, un entorno maternal digno y reminiscente a otro film, en éste caso de horror (Carrie), paranoia, y subsiguiente búsqueda de la perfección. Todo este agregado, no hace más que desbalancear el foco sobre el tema principal, los mejores momentos del metraje, su inicio y fin. En mi opinión, El Cisne…posee un gran problema en su guión y está relacionado a cada uno de los personajes secundarios, no hablo de Natalie Portman, quien logra su mejor rol hasta el momento, virginal, cínica, desprotegida, perfecta, sino hacia el resto, su madre interpretada por Barbara Hershey, sobre quien con menores recursos empleados su rol quedaba implicitamente identificable al personaje de una madre sobreprotectora. Lily (Mila Kunis), como la bailarina que provee la desesructuración de Nina (Portman) y Thomas (Vincent Cassell), el jefe del ensemble del ballet, roles que por el contrario al interpretado por Hershey, jamás llegan a una profundidad tal, a ser “realmente” malos, extremos como podrían haber sido, producto que sólo es entendible gracias al giro argumental que trancurre en la transformación de la bailarina. Y sin olvidarnos del pequeño papel de Winona Ryder, completamente innecesario respecto a cada una de sus limitadas apariciones que la involucran a este film. Nina es la integrante del ballet elegida para encabezar una nueva versión de “El Lago de los Cisnes”, ballet cuya linea argumental atraviesa el acto de la transformación de una mujer convertida en un cisne blanco quien ante la pérdida de su amor a manos de otra mujer se convierte en un cisne negro, su opuesto. Muy pocas veces me ocurre, tuve que ver nuevamente El Cisne Negro, inmediatamente, a razón que el impacto de su primera visión me dejó fuera de muchos elementos cinematográficos que en la segunda visión termino por considerar han estado muy mal utilizados en este film. Es allí donde hago hincapié en toda la parafernaria acción que generó el film previo al ser visto. A veces los resultados finales de nuestra visión difieren de nuestras previsiones, favorable o desfavorablemente el juego de la expectativa y la inducción, terminan cegándonos.
Retrato de una obsesión “Quiero ser perfecta”, dice Nina, la protagonista, en una parte de El Cisne Negro, la última película del talentoso Darren Aranofsky. Ese es su objetivo luego de conseguir el rol principal en “El Lago de los Cisnes”, ya todo un logro otorgado por el exigente y seductor director del grupo. El personaje de Natalie Portman forma parte de un ballet que acaba de despedir “elegantemente” a su histórica líder (una fugaz Winona Ryder). Al comenzar los ensayos de la nueva versión de la pieza, el director admira la forma en que la nueva estrella interpreta el delicado Cisne Blanco, pero destroza su versión inocente del Cisne Negro, aquel que seduce y lleva a la muerte a la protagonista del clásico de la danza. Es allí, cuando aparece ese obstáculo, que comienza una persecución dentro de la propia mente de la joven Nina, acentuada por el constante hostigamiento de su enfermiza madre. Y la figura de Lily, una colega suya, a la que ella identifica rápidamente con su gran competencia. La película, que comienza con un ritmo lento y una Natalie Portman que todos conocemos, logra sus grandes méritos recién en los últimos veinte minutos. Es que recién en el tramo final es cuando el climax de locura y obsesión de la protagonista logran transformar la trama definitivamente, en una metamorfosis no del todo resuelta desde el guión. El libreto, justamente, es previsible y con el correr de los minutos se dan muchos indicios sobre qué será de la suerte de la protagonista. Lo que sí resulta interesante es la forma en la que en el desenlace uno se mete totalmente dentro de su transformación. La realidad y la ilusión resultan inseparables. Portman deslumbra con su entrenamiento en danza (según aseguró, practicó durante todo un año) y consigue con esta actuación una de sus interpretaciones más maduras. Del resto del elenco, se destacan Vicent Cassel y Barbara Hershey. La música de Clint Mansell acompaña perfectamente a la historia. Al igual que los efectos visuales, secundarios pero al servicio de lo que se cuenta. El Cisne Negro se suma a la lista de historias fuertes, en su gran mayoría vinculadas a situaciones psicológicamente profundas, a las que nos tiene acostumbrados Aranofsky. Si bien esta no fue su mejor labor, este director neoyorkino reafirma su capacidad como cineasta, así como lo hizo hace dos años con la magnífica El Luchador.
Como bien afirma Bordwell en su libro “El significado de la Forma Fílmica”, muchas veces las valoraciones de las obras de arte son analizadas de una manera totalmente subjetiva, al menos por la gran mayoría de la gente que solo busca un divertimento que lo aleje de la realidad durante tiempo cercano a las dos horas, y también por la mayoría de las revistas populares, las cuales -prosigue Bordwell- solo pretenden hacerle saber al lector si merece la pena acudir al cine a ver esa película o al teatro a ver determinada obra. Pues también, a lo anteriormente mencionado, me parece válido agregar dos conceptos íntimamente ligados entre sí y también entrelazados rotundamente con el propio cine: la expectativa y la predisposición. Como bien ha de saber aquel quien lea esta crítica, la expectativa por determinado evento tiende a maximizar el estado de anhelo que se genera en la persona; así como logra que uno acuda desesperado a la sala más cercana, también obra como arma de doble filo, dado que un espectador que no ha sido saciado por aquello que tanto esperó y deseó se verá doblemente decepcionado y alentará a todos aquellos que conozca a que eviten la experiencia, quizás traumática, que él vivió. Así, numerosas películas que en sí no prometían más de lo que ofrecían se han visto cruelmente mancilladas por malas maniobras de marketing (un claro ejemplo de esto es La Dama en el Agua (The Lady in the Water, 2006) la cual se promocionó en la Argentina como un film de horror). ¿Pero qué sucede cuando la expectativa confluye, en el espectador en potencia, junto a la predisposición? Sin lugar a dudas, ambos factores beneficiarán a la película y los errores le serán fácilmente perdonados o, en casos más acusados que leves, le serán totalmente obviados. Ahora bien, luego de esta gigantesca introducción, aunque necesaria y, espero, no del todo aburrida, toca hablar de El Cisne Negro (Black Swan, 2010) y de su director Darren Aronofsky, quien sin lugar a dudas es uno de los factores más importantes a la hora de analizar dicha película, no solo por su indudable labor tras las cámaras, sino principalmente por aunar los dos conceptos anteriormente mencionados. El Cisne Negro, como muchas de las películas de directores llamados “de culto”, ya era definida como buena, maravillosa y única incluso antes de ser vista por alguien que no sea integrante del equipo técnico o de producción del film. Y no es que esto sea algo malo necesariamente, y no lo recalco como cosa semejante ya que sin duda el film tendrá sus detractores (como todo), pero sí que dificulta el mero hecho de puntuar la película, de darle una nota justa y apropiada que no sea necesariamente la de “Obra Maestra” como ha sido la norma general. Y no hago esto para pretender desligarme del resto de la crítica, ni para mostrarme como un analista agudo, sino para acallar mis pasiones, para ser lo más fiel posible conmigo mismo y, a la vez, para ser fiel con aquellos que hayan optado por leer esta crítica. Pero antes de profundizar totalmente en la película, es necesario contar de qué trata, narrativamente hablando. Nina (Natalie Portman), una joven, pura y angelical bailarina, aspira a obtener el papel principal en la obra “El Lago de los Cisnes”. Dicho papel necesita que aquella bailarina que lo encarne esté dotada tanto de la pureza necesaria para interpretar al cisne blanco como de la oscuridad propia del cisne negro. La naturaleza intrínseca del papel arrastrará a Nina por un camino que le es desconocido, el de descubrir y ensalzarse en su propia oscuridad interior, a la vez que lucha contra las presiones de una madre sobreprotectora, el “indecente” director de la obra, y su extraña amistad con una misteriosa compañera de reparto, Lily. Por lo que se puede apreciar en tal sinopsis, la trama se encuentra íntimamente ligada a la propia de El Lago de los Cisnes, pero con un cambio de contexto temporal y social (el relato se centra principalmente en ese camino de autodestrucción que es tan común en la gente famosa de hoy en día y, la vez, muestra el terrible paso que supone el abandono de ese mundo idílico que es la niñez, para enfrentar la desazón de la adultez) y un corrimiento narratológico hacia el suspenso psicológico (que no terror), que su director ha optado por imprimirle a la película. A Darren Aronofsky le hallamos entre sus mayores logros el haber realizado Requiem por un Sueño (Requiem for a Dream, 2000) y La Fuente de la Vida (The Fountain, 2006), entre otros films (sin nombrar su logro más importante, el haber salido casi diez años con Rachel Weisz). Y en todos ellos, cada uno de mayor o menor calidad, ha demostrado un pulso maravilloso a la hora de rodar escenas que abarcan casi todos los matices del espectro, ya sea mostrando el dolor que las adicciones provocan en las personas, la impotencia de un luchador antaño afamado, ahora olvidado, o simplemente mostrando a un Hugh Jackman devenido en Buda que flota frente a un aborigen centroamericano. Pero también en todas sus películas ha pecado de exagerar, en menor o mayor medida, prácticamente todos los elementos con los que trabaja, lo que termina varias veces por sacar al espectador de lo que está viendo, en lugar de inmiscuirlo totalmente. O lo que es lo mismo, el señor Aronofsky es terriblemente desmedido. En El Cisne Negro esto también se aplica y puede percibirse en la manera en que cuenta una historia bastante sencilla, y ya conocida por todos, e intenta complejizarla de una manera tal que falla en varios de sus intentos a la hora de despertar tal o cual emoción en el espectador, dado lo artificial y forzado que resulta en determinados momentos. Como también Aronofsky, en ocasiones, pareciera quedarse sin ideas, gira en círculos sobre un mismo evento, solo que potenciándolo cada vez. Pero uno no es tonto, sabe que está viendo lo mismo que vio escenas atrás (no doy ejemplos concretos para no destripar la película), lo que hace que el ritmo se vea gravemente perjudicado. De todas formas, esto no supone que el ritmo en sí sea malo, es más, es superior a la media, pero esos momentos terminan por privar al film de la excelencia en ese apartado. Una pena. En el aspecto técnico se percibe que la película ha sido realizada con mimo en prácticamente todos los apartados, por lo que el espectador se verá deslumbrado ante el gran trabajo de vestuario y maquillaje, como también en los planos artísticos y de puesta en escena, cada uno de los cuales muestra un fuerte enlace con el argumento de la película, logrando de esta manera un clímax increíble, no solo a nivel dramático, sino también técnico, con todos los elementos que muestran lo mejor de sí al mismo tiempo. Lo mismo podemos decir del apartado sonoro y las maravillosas composiciones de Clint Mansell, quien en esta ocasión (como en todas) ha mostrado que su música no solo se ajusta perfectamente a lo que sucede en pantalla, sino que también permanecerá en la cabeza del espectador durante varios días. Es en la fotografía donde es posible hallar uno de los puntos más flojos del apartado técnico del film. Si bien cuenta con gran cantidad de encuadres de excelente composición de los elementos en cuadro, no se puede decir lo mismo de la puesta lumínica de cada uno, simplista en la mayoría, que permanece solo en la exposición correcta de lo que se ve, sin arriesgar prácticamente nada. Y es necesario recalcar esta falta de “agallas” de Libatique, su director de fotografía, porque al ver el maravilloso trabajo que realiza en la primer escena, y sobre todo, en la secuencia que muestra la obra de teatro, sin dudas, uno se queda con las ganas de poder obtener un nivel semejante en la mayoría del metraje (y no me refiero a la pomposidad o majestuosidad de esas escenas, sino a que también es posible mostrar lo no-bello, de maneras harto elaboradas). Por último, toca hablar del apartado interpretativo, el cual, sin lugar a dudas, es lo mejor de la película. Natalie Portman no solo realiza la mejor interpretación de su carrera, sino que también borda la que podría llegar a ser la mejor actuación femenina en lo que llevamos de este siglo XXI. El reparto, como en todas las películas de Aronofsky, no desmerece en absoluto, ya que es posible encontrar a Vincent Cassel, Mila Kunis y Barbara Hershey en gran forma. También merece una mención especial la magnífica aparición, aunque breve, de Winona Ryder, que interpreta a la antecesora de Nina, quien seguramente pondrá nervioso a más de un espectador. Ante todo lo dicho, se puede afirmar que El Cisne Negro no es una obra maestra, pero tampoco se puede negar que es una buena película, muy superior a la media de películas estrenadas durante los últimos años y, sin dudas, una de las mejores películas de 2010. Pero, eso sí, Aronofsky no es Roman Polanski.
A esta altura se sabe que El Cisne Negro es una de las candidatas a Mejor Película en la entrega de los Oscar que tendrá lugar a final de febrero. ¿Merece estar en ese top 10? Decididamente. ¿Puede ser una de las principales contendientes? Es una apuesta que no paga poco. No vamos a descubrir la pólvora al decir que El Cisne Negro es una proto continuación de El Luchador, la anterior película de Aronosfky. Nuevamente se nos muestra una disciplina –de la cual se exhiben los trasfondos- cuya vida útil del profesional no es larga y requiere de un enorme sacrificio y disciplina corporal. Nuevamente hay un protagonismo casi exclusivo por parte del actor principal. El Randy de Mickey Rourke –que estába en el otoño de su carrera- estuvo prácticamente todo el metraje, como lo está la Nina –en la cúspide de la suya- de Natalie Portman. Y nuevamente la cámara en mano se inmiscuye y nos zambulle en un mundo ajeno para muchos. Lo que refiere estrictamente a la trama, Nina es una joven miembro del cuerpo de ballet de Nueva York que esta preparando una nueva versión de El lago de los Cisnes. Ella es la nueva elegida para representar el dual rol de la Reina Cisne, el papel más importante de esa obra. Por su inocencia, fragilidad, carácter sumiso y carente sexualidad es ideal para papel del cisne blanco. No así para personificar a su sensual, manipuladora, violenta y lasciva hermana gemela. Ahí es cuando llega la pujante Lily (Mila Kunis), una virtuosa cuyo baile es sensual por naturaleza y no busca la perfección que tanto anhela la flamante Reina Cisne. La recién llegada puede ser una seria amenaza para las pretensiones de la detallista Nina. Al igual que El lago de los Cisnes, El Cisne Negro trata sobre dicotomías, sobre el otro yo, sobre contrarios. Por momentos Aronofsky usa trazo fino (vestimenta), y por lapsus lo hace con una brocha algo más gorda (el departamento del Thomas de Vincent Cassel). Los espejos, vitales para saber si el movimiento que se esta ejecutando es correcto en un estudio de danza, están presentes en casi todas las escenas. Pueden devolver la mirada u otro puede estar del otro lado. Decíamos que la película trata sobre mitades. Luego que en la pausada primera parte se nos imbuye de los trasfondos de la danza y se plantan los primeros quiebres en la psique de la protagonista, está el complemento donde todo se vuelve más rápido, psicológico sensual y onírico. Por lejos, es lo mejor del film. Para este punto Lily y Nina empezaron una amistad que le termina de allanar el camino a la segunda para lograr personificar –revolución sexual y matriarcal mediante- al hasta entonces elusivo cisne negro. Transformación que se completa en el esperado estreno. Párrafo aparte para la enorme Portman. Si bien no es la primera vez que tiene un personaje que pierde su inocencia y pasa por una transformación extrema –en El Perfecto Asesino fue una niña que quiere convertirse en asesina profesional luego de ver a su familia masacrada y en V de Venganza es una productora televisiva que se vuelve una cómplice de un terrorista- con este protagonismo casi excluyente da la mejor actuación de su carrera. El Cisne Negro le debe algo a El Luchador –hasta sus finales son casi calcados- pero tiene un espíritu propio.
Psicología barata y zapatos de goma. Darren Aronofsky desde su opera prima Pi es cultor de un cine provocador con una estética cool y canchera. En esa película iniciática mediante una encriptada oposición de la idea de ciencia contra la idea de dios, se ubicó en un supuesto lugar de privilegio ante la crítica y los espectadores. Quizás Borges tenia razón una vez mas, y el prestigio del tedio (la película era un plomazo) había arrasado otra vez mentes ávidas. Esa estética sobradora tomo una forma aún mas estilizada y depurada en Réquiem por un Sueño, una hijadeputez artera y canalla disfrazada de cuento moral, donde los personajes son vejados y humillados todo el tiempo. El prestigio ganado le dio lugar a más elogios por La Fuente de la Vida una pavada que ridiculiza cualquier intento de megalomanía por parte del director. Como dato curioso la película logra algo imposible; afear a Rachel Weisz. Con este tríptico, Aronofsky supuestamente se ubicaba a contra corriente del cine mainstream, convirtiéndose en un director de culto en el circuito de festivales de cine independiente y puesto por la crítica en un panteón de jóvenes talentos que llegaban para “modernizar” el cine americano. Esta realidad era falsa y sesgada. Su manierismo y manipulación estética así como su conservadurismo moral, hacían de Aronofsky un director rancio, asfixiante, que no permitía segundas lecturas. La llegada de ese OVNI llamado El Luchador parecía tirar por la borda todo lo mencionado anteriormente. El Luchador es el cine hecho carne, como dice mi compañero Rodolfo Weisskirch, es un testamento fílmico del gran Mickey Rourke. Aronofsky sigue al personaje con cámara al hombro desde atrás, respetuosamente e inmersivamente, como si el espectador acompañara al personaje (como en las películas de los hermanos Dardenne), en un film sobre como ponerle el cuerpo a la decadencia. El Luchador, salvo el detalle del (redundante) discurso sobre el cuadrilátero (y mas adelante volveremos al concepto de “redundante”) es una gran película, simple, sobre el paso del tiempo y la imposibilidad de redención. El Cisne Negro es la antítesis de El Luchador. En la ante última película del director la puesta en escena es simple, honesta y grácil y nos muestra a un héroe oxidado y descarnado de cara a la inexorable tragedia. Indudablemente a esto se le opone con una narración taimada, mentirosa, simulada, de psicología berreta, obvia y mamarrachesca que nos entrega en El Cisne Negro. Aronofsky cuenta la historia de Nina (Natalie Portman) una bailarina de ballet que pretende ser cabeza de compañía en la nueva obra del director Thomas LeRoy (Vincent Cassel), El Lago de los Cisnes, donde la primera bailarina debe interpretar un papel doble; el cisne blanco y el cisne negro. Nina, una mujer niña frágil, de padre ausente y madre dominante tiene por delante el conflicto de dominar fácilmente la técnica de baile para afrontar la parte del cisne blanco, pero la imposibilidad de construir el desenfreno artístico que pretende el director para la aparición del cisne negro donde además, se siente amenazada por Lily (Mila Kunis) con su postura de femme fatal. La presión y la autoexigencia por la necesidad de alcanzar el papel despiertan en Nina brotes psicóticos y picos esquizofrénicos en la cual se construye una realidad que no existe. No me interesa en lo mas mínimo analizar la psicología del personaje ni las explicaciones a los gritos que da Aronofsky respecto a este tema ( mostrar la represión sexual del personaje indicándole a Vincent Cassel que te mande a hacerte la paja, y que Portman lo haga como si estuviera participando en una orgia da vergüenza ajena). No creo que el cine sea el medio para mostrar perfiles psicológicos berretas y explícitos que no permiten segundas lecturas (volviendo al perfil de Aronofsky como director). Para tratar este tema lean el erudito y extraordinario texto de Emiliano Román que vale la pena mas incluso que la película entera. Ahora bien, regresando al tema de la construcción cinética volvamos al tema de la puesta en escena mentirosa. El Cisne Negro funciona perfectamente como una simulación del cine. Como una impostación de la narración cinematográfica. Aronofsky utiliza un batallón de recursos para disimular la teatralidad de la narración (y cuando hablo de teatralidad me refiero al teatro como un veneno para el cine) y definitivamente no lo logra. El ojo del espectador entrenado podrá apreciar que en todas las escenas de ensayos de baile (donde transcurre una buena parte de la película) jamás repite un plano o la utilización de un recurso para evitar caer en la acusación que todo director quiere evitar: que está haciendo teatro filmado. Incluso cae en excesos imposibles como hacer un plano picado colocando un violín en primerísimo primer plano y mostrando el ensayo en profundidad de campo. De aquí viene lo taimado de la puesta: el teatro filmado hubiera sido mas honesto que la simulación del cine. Si Aronofsky piensa que utilizando muchos recursos y no repitiendo planos dentro de un cuarto hace cine está equivocado. No hace más que mostrar el veneno de la teatralidad disfrazado. Siguiendo con la narración embustera, los momentos que el director decide seguir a Nina fuera de la zona del ensayo de baile decide utilizar el mismo recurso que en El Luchador siguiendo al personaje desde atrás con cámara al hombro (que desde ahora llamare Dardenne Cam ya que es imposible despojarse de esa obra maestra llamada El Hijo) ¿Por qué Aronofsky toma esta decisión? No se entiende. Si la inmersión que provoca la Dardenne Cam se justificaba en ese viaje angustiante hacia la nada de Micky Rourke en El Luchador aquí no hay ni un solo motivo estético que justifique el mismo recurso para acompañar a la Nina de Natalie Portman en su paulatina transformación de la cordura a la locura. ¿Acaso Aronofsky solo utilizó ese recurso porque funcionó en El Luchador? ¿O pretenderá revelarse como un nuevo auteur donde el director sistematiza la puesta en escena? Si hay algo donde Aronofsky indiscutidamente no entra, es en la categoría de autor. Nada que ver tiene la puesta de Réquiem por un Sueño con El Luchador o La Fuente de la Vida con El Cisne Negro. La teoría de autor revela que el director debe tener una visión creativa personal, una obra coherente entre sus films desde la puesta en escena con una similitud desde la ética y la estética de la manera en mostrar y retratar el mundo. Aronofsky no tiene esta visión y es un director que naufraga en el eclecticismo cinematográfico. No hay autoria por parte del director pero si sobran obviedad y efectismo hueco. A la legua se ve todo lo que va a suceder (y lejos esta esa sabiduría de la maravillosa sensación de saber lo que va a pasar cuando estamos viendo cine de genero) La construcción de este personaje “atormentado por su inconformismo” tiene la propiedad de dejarnos ver todos los hilos del guión. Ya sabemos que la psicosis no le va a permitir bailar el cisne blanco y va a ser una especie de heroína a la hora del cisne negro. La redundancia, ese mismo pecado que tiene el discurso de Rourke en el cuadrilátero en El Luchador, aunque en esa película se da en un contexto de emoción, se repite en el momento que Nina dice “Lo sentí, la perfección”. Si Aronofsky, ya lo estábamos viendo, no era necesario, como todo el resto de la película.
Magnífica obsesión Natalie Portman es una bailarina clásica en una encrucijada tan sórdida como encantadora. Quiero ser perfecta”. Esas tres palabras definen a Nina y, dichas a poco de comenzar la proyección, desnudan todo lo que importa y vaya a suceder en la nueva película de Darren Aronofsky, que se ha vuelto más preciosista y autoindulgente que en su época de Pi o Réquiem para un sueño . A El cisne negro se la aplaude por develar la hipocresía y la competencia desleal en el mundo del ballet, pero también es una película que aborda el archiempleado tema del doble, la paranoia y la presión que ejerce una madre sobre su hija para que triunfe allí donde ella no pudo hacer carrera. En el combo también entra el despertar sexual. Nina está ante la oportunidad de su vida. El protagónico de El lago de los cisnes está vacante ya que la estrella de la compañía donde se desempeña (Winona Ryder) está pronta a ser jubilada por el coreógrafo y estrella del ballet (Vincent Cassel). Nina baila realmente bien, su técnica es irreprochable. Y es “casi” perfecta, pero le falta la vitalidad, el aire de ser libre que conlleva el cisne negro, la hermana del blanco que es todo delicadeza. Nina no tiene maldad, es prácticamente pura. Y para adueñarse del doble rol en el ballet de Chaikovski tiene que mostrar otra cara, la más oscura. El coreógrafo (y con él, Aronofsky) es explícito al preguntarle al partenaire de Nina si le excitaría acostarse con ella. La respuesta de ambos es no. El cisne negro es un filme que va creando y sumando capas de interés, de agobio y de encierro, de locura. El leitmotiv es el temor al fracaso, a no ser lo que uno ambiciona, a encontrar en sí mismo los límites de la creatividad. Y hasta qué punto uno puede llegar a obsesionarse por algo o alguien. En esos términos, El cisne negro se toca, sí, con aquellas dos primera obras de Aronofsky, cuando su cine era más visceral, cruel y despojado de artificios. Y el director de El luchador vuelve a enfrentar a su protagonista con un sueño, un deseo, planteándolo casi como una necesidad vital. Si Randy (Mickey Rourke) no podía con su vida para volver a ser lo que era, Nina está en una etapa anterior de obnubilación. Aquí el tema del doble es central. Nina se ve a sí misma en la calle, en el subte. Y su transformación en el cisne negro la lleva literalmente en la piel. También lo es la relación con su madre (Barbara Hershey), que la abruma y fastidia, en la que no se quiere reconocer. Y con Lily, la bailarina llegada de San Francisco que parece, sí, perfecta para el cisne negro, por quien Nina siente rechazo y atracción en dimensiones parecidas. Qué es realidad y qué ingresa en el terreno de la imaginación es algo que el espectador deberá resolver acurrucado en su butaca. Aronofsky es más claro que lo que aparenta, y en eso también se diferencia de Pi . Algunos ven en el filme un costado de horror. Si es entendido como angustia y no atrocidad, bienvenido sea el término. La construcción del filme es soberbia. No hablamos del guión, sino de los aspectos artísticos. Al contraponer bondad y maldad como blanco y negro, los rubros visuales -vestuario, dirección de arte, la iluminación de Matthew Libatique (habitual director de fotografía de Aronofsky)- acaparan la atención, tanto como Natalie Portman, entregada a una pasión interna en un filme atrapantemente sórdido y encantador.
Un psicothriller de terror en el mundo del ballet, sobre la búsqueda de la perfección De Las zapatillas rojas , el clásico de Michael Powell y Emeric Pressburger que es referencia inevitable cada vez que un film se interna en el mundo de la danza, lo único que Cisne negro recoge es esa noción romántica del ballet como una vocación tan exigente, absorbente y esclavizadora que puede llevar a la destrucción y la muerte. Pero Aronofsky abreva también en otras fuentes, como Repulsión , de Polanski, y en sus propias obras, de las que toma, además de su frenesí formal y cierta tendencia al efectismo, temas vinculados con la obsesión, la automutilación y la locura. Porque al realizador de Pi no parece interesarle demasiado indagar en el interior de una compañía o en el proceso de la creación de una obra si no en la medida en que ésta agita las zonas más turbulentas y oscuras de la personalidad de su protagonista, una perturbada mujer-niña que ha vivido consagrada a la danza, prácticamente no ha pasado por ninguna experiencia adulta y vive una relación simbiótica con su madre, la clásica ex bailarina que ha sacrificado su propia carrera para atender la de la hija. Se dice que Cisne negro es una suerte de psicothriller de horror en torno de la obsesiva búsqueda de la perfección. O tal vez un intento de asomarse a los abismos de la mente humana siguiendo de cerca los trastornos del personaje central y armando realidades paralelas entre lo que vive fuera de escena y lo que debe representar. Una alegoría bastante ingenua. El tiránico coreógrafo que acaba de concebir la nueva versión de El lago de los cisnes (Vincent Cassel, impecable) resume la historia: una virgen ha sido convertida en cisne blanco; el amor de un príncipe podría romper el hechizo y liberarla, pero un cisne negro logra seducirlo. El cisne blanco se suicida. Nina (esforzadísimo trabajo de la bella y glacial Natalie Portman) obtiene el doble papel. Tiene todas las dotes para componer a la virginal Odette, pero la versión exige para Odile una entrega sensual y una carnalidad que le son esquivas, todo lo contrario de lo que sucede con su compañera Mila (Lily Kunis). Ella será su sombra, su rival, su obsesión. Para asegurarse el papel, Nina deberá indagar en su interioridad, asomarse al oscuro abismo del deseo reprimido, que si por un lado la guía hacia Odette, por otro exacerba su paranoia. Sus alucinaciones y pesadillas son cada vez más reales hasta que ya no se sabe qué es realidad y qué es delirio. Aronofsky crea un clima opresivo, pero explota esa ambigüedad (a algún público le servirá de excusa para rescatar el desenlace del ridículo) y también se permite los clichés, el sensacionalismo y los golpes de efecto. Algo queda claro sobre el final: Cisne negro es de esos films que se aman o se detestan.
Cuando la danza no es un arte sublime Tras un par de fiascos, el director de Pi levanta la puntería con la película más loca y a contramano de las nominadas al Oscar. Natalie Portman parece una candidata de fierro al suyo. Si en Hollywood la hubieran entendido, El cisne negro habría competido por los Razzies (los premios que todos los años se otorgan a las peores películas) y no por los Oscar. No porque sea mala, sino por ser la más loca, enferma y a contramano de las diez candidatas. Y eso es algo que en aquellas colinas se castiga. Versión de Las zapatillas rojas revisada por un imaginario script team conformado por Sigmund Freud, Timothy Leary, Mario Bava, Sacher-Masoch, Dario Argento, el Polanski de Repulsión, el Cronenberg de La mosca y Pacto de amor y una decena de contribuyentes más (todos llevándose entre sí a las patadas), la nueva película del realizador de El luchador se mete en ese ámbito de qualité garantizada que es el mundo del ballet, para demostrar que no existe algo como la qualité garantizada. Con Natalie Portman como una Juana de Arco de tutú y ballerinas, en El cisne negro, Darren Aronofsky corrompe el carácter pretendidamente sublime de la danza clásica, pronunciando tres de las onomatopeyas más infames del vocabulario cinematográfico: camp, trash y pulp. En el prólogo, Nina Sayers (Portman) se sueña bailando El lago de los cisnes, en el papel de la pura y casta Odette. Con su horrible máscara de pajarraco, el mago Rothbart la seduce y hechiza, llevándola a la perdición. Si alguien supone que eso es lo que va a sucederle a Nina, no andará muy errado: El cisne negro es la clase de película en la que las cosas son tal como se ven. Coreógrafo lleno de humos, Thomas Leroy (el francés Vincent Cassel) prepara lo que deberá ser la versión definitiva de El lago de los cisnes. La envidia y el recelo se activan entre las chicas del ballet, todas ellas aspirando al rol protagónico. No será fácil: la versión Leroy extrema la oposición entre Odette, cisne blanco, y Odile, cisne negro, ambas interpretadas por una misma étoile. “Podés ser un magnífico cisne blanco, pero jamás el cisne negro”, le avisa Thomas a Nina y la chica se va a casa llorando. No es raro que lo haga: con su habitación llena de ositos de peluche, Nina parecería fijada en la edad mental de una preescolar. Tanto, que es virgen. Y sucede que la lectura que el coreógrafo (y los guionistas de la película) hacen de la obra de Tchaikovsky está más cerca de Freud, Wilhelm Reich y Milo Manara que del Romanticismo. A Leroy le importa menos la técnica que la entrega: si quiere ser la elegida, Nina deberá descontrolarse, zarparse, devenir mujer. Narrar ese descontrol sonaría falso, si Aronofsky no fuera el primero en tirarse a la pileta. Acá no hay vueltas, todo se juega en plan bestia. Arquetipo del coreógrafo manipulador elevado a la enésima, Thomas parece una suma del personaje de Anton Walbrook en Las zapatillas rojas y el del actor veterano de Nace una estrella. Típica ex bailarina que eligió la condición de madre, abandonando la carrera artística, Erica Sayers (Barbara Hershey, reapareciendo como versión quirúrgica de sí misma) es la mejor protectora de Nina y su peor carcelera. Faye Dunaway en Mamita querida o, si se prefiere, la mamá de Carrie. Cisne negro de Nina, una compañera de elenco (Mila Kunis) será su objeto de deseo, tal vez justamente por parecer su reflejo en el espejo. Nada de sentido figurado: tras una noche de alcohol, éxtasis y calentura descontrolada, Nina invita a Lily a su casa y, con mamá gritando del otro lado de la puerta, se echan un encame que recuerda al de Elizabeth Perkins y Gina Gershon en Showgirls (película que, en su trash desaforado, tal vez sea el más directo precedente de ésta). Nominada a cinco Oscar (película, dirección, actriz protagónica, fotografía y edición), los desafueros de El cisne negro hacen pensar que la sobria y realista El luchador representó para Aronofsky un password de reingreso a una industria que le retaceaba su confianza, tras la calamitosa La fuente de la vida. Logrado el acceso, en El cisne negro el realizador-científico loco vuelve a las andadas, experimentando otra vez con el cerebro como mórbido productor de fantasías. Como Pi y la francamente fea Requiem por un sueño, El cisne negro está enteramente narrada a través de la lente deformante de Nina, que no discrimina fantasía y realidad, sueño y vigilia, imaginería y materia. La chica recibe una mala noticia, va al baño y como si fuera la hija de La mosca empieza a tirar de un pellejo hasta arrancarse una lonja de piel. O supone haberlo hecho. Del mismo modo, la furiosa noche con su compañera de elenco tal vez haya sido una invención. Pero la barrera entre lo vivido y lo imaginado se derriba también en sentido contrario. Otra vez Cronenberg: en algún momento crucial, Nina parecería mutar de especie. Huesuda, ojerosa, con el ceño eternamente fruncido, Natalie Portman –candidata número uno a ganar su terna– hace un trabajo que parece, más que un tour de force, un verdadero ritual de autosacrificio. Bien a la medida de un personaje que aspira a alcanzar la perfección mediante la autoflagelación.
Uno debería comparar trabajos anteriores de los artistas, para poder dimensionar lo que han hecho. Por ejemplo, si vemos a Natalie Portman en Closer y luego vemos Cisne negro… quedaría super claro que es una gran actriz, haciendo dos personajes totalmente diferentes. Si vemos que hace un año Darren Aronofsky estrenaba El luchador, con un personaje muy diferente al del Cisne… es para aplaudir también. El cisne negro es una gran obra cinematográfica. Por el lado de la realización, la película es impecable. Está concebida de una manera brillante. La forma en la cual mezclaron efectos especiales, integrándolos a las visiones o pesadillas de la protagonista, es increíble. La solides de todas las actuaciones le dan mucha fuerza a toda la película. Como mini contra, creo que dura unos 15 minutos de más. Pero la realidad es que si bien no llega a ser Requiem para un sueño, del mismo director, la película no es algo agradable de ver por la historia que muestra. Y por favor que no se malinterprete esto, pero es una gran película sobre un personaje muy perturbado, y el director logra transferir eso al espectador. En Requiem, Aronofsky buscaba casi el suicidio del espectador… acá simplemente lo hace pasar mal. Sin lugar a dudas es una gran película, pero la fuerza con la que golpea al espectador por su historia, quizás confunda en el resultado final de la opinión de quienes la vean. Mucho más allá de que esté nominada, es una película que merece ser vista.
Es interesante como se dieron las cosas. Después de El luchador, el director Darren Aronofsky iba a dirigir El ganador, la biografía del boxeador Mickey Ward, que casualmente se estrenó también esta semana. Sin embargo luego se bajó del proyecto porque no quería volver a repetir otra historia de deportistas si bien las disciplinas y los conflictos eran distintos. Lo cierto es que abandonó esa producción para hacer El cisne negro que paradójicamente tiene más puntos en común con El Luchador de lo que uno se podía haber imaginado. En ambos casos tenemos como protagonistas a dos personas que buscan la gloria y en el camino de esa meta inician toda una odisea de autodestrucción personal, que de a poco los va consumiendo física y emocionalmente. Lo loco de todo esto es que el mundo del ballet, que en teoría es el polo opuesto de la lucha libre, desde la visión de Aronofsky resultó mucho más oscuro e intimidante. En El luchador lo vimos a Mickey Rourke participando de combates muy violentos, pero cuando terminaba el show todos los deportistas tenían una gran camaradería entre sí. Nadie buscaba matar a su oponente en el ring. El fílm hizo mucho hincapié en esta cuestión. Ahora bien, el mundo en el que se desenvuelve la atormentada Nina Sayers (Natalie Portman) en El cisne negro es un gran nido de serpientes donde la competencia saca lo peor de las bailarinas. A través de ese contexto el director desarrolla un intenso cuento sobre la búsqueda obsesiva de la perfección, que en más de una ocasión ofrece momentos surrealistas dignos de películas de David Lynch y David Cronenberg. Natalie Portman brinda una interpretación increíble con este rol protagónico que representa probablemente el mejor trabajo de su filmografía hasta la fecha. Nina Sayers era un rol que demandaba un serio desafío psicológico y físico al que Portman enfrentó con éxito para destacarse en el cine como nunca. Una sorpresa también es Mila Kunis, quien está muy bien en en su papel y hasta hace menos de un año estaba trabajando en producciones clases B que se editaban directamente en video. El cisne negro es una experiencia interesante y oscura con la que Darren Aronofsky suma otra buena película en su filmografía.
Danza con lobas Los personajes torturados tanto emocional como psicológicamente son afines al cine de Darren Aronofsky, si bien con su anterior película El luchador el director de Pi se alejó un tanto de ese universo traumático ahora con El cisne negro vuelve a cargar las tintas sobre la gradual transformación y metamorfosis que sufre su protagonista, Nina (gran desempeño actoral de Natalie Portman). Ella es una joven bailarina clásica, obsesionada por la búsqueda de la perfección en un mundo altamente competitivo y destructivo como el de una compañía de ballet. Admira secretamente a la experimentada Beth (Winona Ryder), cuyo cuarto de hora de fama ha llegado a su fin porque así lo dispone la dinámica del ballet siempre en busca de sangre joven y nuevas caras. Las candidatas a reemplazarla recién comienzan a sentir la presión y se disputan la atención del director de la compañía. Si bien la rivalidad con Lily (Mila Kunis), con quien debe medirse en los ensayos para ver quién termina siendo la elegida para interpretar a la reina Cisne en una nueva versión de la pieza El lago de los cisnes, es una amenaza latente, el mayor conflicto para Nina está relacionado con sus propios demonios internos que le revelan un costado de su personalidad diferente al que exterioriza en su vida cotidiana. Ese encuentro con lo más oculto de su ser; con la oscuridad que la habita y la seduce comienza a manifestarse sutilmente en un camino de introspección, en contraste con el de observación permanente (una cámara que acecha y espia) al que es sometida Nina, quien depende de la mirada del otro; de su aprobación o rechazo, para huir de sus fantasmas y obsesiones, alimentado por las terribles exigencias del director de la compañía Thomas Leroy (Vincent Cassel). Para él Nina debe dejarse llevar por el deseo más que por la técnica del baile y así desentumecer su cuerpo para fluir con el movimiento, la sensualidad y la intensidad de la fragilidad. Todo eso representa El cisne negro no sólo desde la dialéctica de opuestos con el contrapunto explicito desde lo visual entre blancos y negros; luces y sombras, espejos y dobles que se van distorsionando levemente para romper la frontera entre realidad y alucinación, pero que unidos -gracias a una eficaz puesta en escena- conforman el universo de la protagonista en quien el cineasta ancla el punto de vista del relato y de alguna forma dirige la mirada del espectador para no perder de vista el verosímil, en constante ruptura al introducir elementos fantásticos que desvían la historia hacia zonas de mayor ambigüedad de las que habitualmente puede proponer un thriller psicológico focalizado en el enfrentamiento y lucha despiadada entre dos bailarinas, o en un simple relato de autodestrucción como el que podía plantearse en Requiem por un sueño. Sin embargo, para Nina perder el control sobre sus actos supone un riesgo que se va trasparentando en pequeños rasgos de imperfección de su cuerpo: marcas visibles de esa metamorfosis que pretende esconder ante la presencia invasiva de una madre (Barbara Hershey) sobreprotectora, quien ha depositado en ella todas sus frustraciones por no poder seguir la carrera de bailarina al tener que darla a luz. Celos y castraciones de todo orden van dejando sus cicatrices y detonan los mecanismos de autoflagelación que se vinculan estrechamente con el proceso de asimilación de la obra, donde por un lado deberá interpretar al cisne blanco, pura, virginal y frágil y por otro a su antagonista el cisne negro deshinibida, sensual, trágica. Y en paralelo la metamorfosis se consuma en tres actos o comportamientos -que aquí no se revelarán- estableciéndose un principio de simetría entre los personajes de la historia del ballet propiamente dicho y aquellos que deben encarnarlos en el escenario. Simbólica y psicológicamente las represiones que padece Nina se conectan también con la incapacidad de sentir y con el despertar sexual también ambiguo en cuanto al género, aunque en realidad sufre una enorme represión y castración maternal que trasparenta en su errático deambular y su percepción paranoica del entorno. Darle a Aronofsky la posibilidad de bucear en el mundo interior de un personaje tan complejo y exquisitamente construido por Mark Heyman, Andres Heinz y John McLaughlin en un guión sin subrayados que desborda matices y derriba estereotipos implicaba el desafío de encontrar el tono indicado para la tragedia y la actriz capaz de desdoblarse dramática y corporalmente. Por eso lo de Natalie Portman sin dudas marca la distinción y se transforma en el mejor papel de su carrera, aspecto que seguramente le valga el Oscar ya que se destaca y carga con el film sobre sus espaldas desde el primer minuto hasta el último, completamente transformada y creíble para este quinto largometraje de un talentoso realizador que recién comienza a desplegar sus alas.
Anexo de crítica: El extraordinario Darren Aronofsky vuelve a sorprender con El Cisne Negro (Black Swan, 2010), una fascinante mixtura de Las Zapatillas Rojas (The Red Shoes, 1948) y Repulsion (1965). Ya desde el mismo prólogo queda explícito que no seremos testigos de un proceso de enajenación progresiva sino más bien de la manifestación visual de un desfasaje interno: respetando los parámetros del nihilismo a la Stanley Kubrick, todo está perdido desde el comienzo por lo que se torna imperativo trasladar en imágenes la esquizofrenia elemental (así la creatividad y el talento pasan al servicio del horror más sutil, el de la represión engendrada por innumerables ataques externos). Mientras que El Luchador (The Wrestler, 2008) era una obra humanista acerca de un deporte marginal, aquí tenemos su opuesto exacto, una pesadilla freudiana con ribetes existencialistas y tono claustrofóbico sobre un arte extremadamente snob. La labor de Natalie Portman y la secuencia final de la “transformación” son en verdad apabullantes…
DONDE MUEREN LAS PELÍCULAS El cisne negro narra la historia de una bailarina y su obsesión con la perfección. El film es un poco sutil y nada profundo ejercicio de crueldad con el cual su director, Darren Aronofsky, pretende amedrentar al espectador, haciéndole creer que a mayor sufrimiento, más arte. Los premios obtenidos y la fervorosa adhesión de muchos espectadores confirman que su fórmula funcionó una vez más. El cisne negro es una de esas películas que generan un culto fervoroso a su alrededor. Y si bien hay opiniones a favor y en contra de casi todo lo que se estrena a lo largo y ancho del planeta, algunos film adquieren, debido al fervor poco tolerante de sus admiradores, un cierto aura de intocables. Con demasiada facilidad se le ha colocado la palabra arte pegada a cada mención que se hace del film. Analizar y criticarlo no es, que quede claro, un ataque a sus admiradores ni a quienes lo hayan disfrutado. Estoy convencido de que hay que ponerle un límite al sufrimiento gratuito en el cine. Los espectadores ya no pueden someterse mansamente a la experiencia masoquista de ser maltratados por una película. Una obra lúcida y amarga no implica que deba ser cruel y sádica con los espectadores. Con ello no quiero decir tampoco que el final feliz deba ser obligatorio así como tampoco el optimismo en donde no corresponde. Que los espectadores salgan del cine habiendo pasado un mal momento no es una buena señal, no significa necesariamente que han atravesado una experiencia cinematográfica profunda. El problema de films como El cisne negro -y podría citar muchos otros- es que venden su sadismo como arte. Y ahí está el origen del error. Una obra ampulosa, pretenciosa, que mediante escenas sórdidas o terribles reclama a los cuatro vientos que se la califique como obra artística. Claro que se podrá discutir cada caso en particular, pero El cisne negro es una película bastante vulnerable en ese aspecto. Es tan obvia, torpe y posee tan poco vuelo, que se presenta como el caso ideal para exponer las limitaciones de su propuesta y la utilización irresponsable del sadismo para obtener el respeto de críticos y espectadores. Hay muchas películas disponibles en el cine actual, muchas más que antes. Y en esta situación de sobreoferta, algunas gritan desesperadamente por prestigio, se autodenominan artísticas y se colocan en primera fila pidiendo ser tomadas como obras de arte. Hollywood, que tanto placer le ha dado al mundo con grandes films, no deja de sentir cierta culpa y de creer que una película ligera y luminosa jamás podrá convertirse en una obra de arte. Desde Europa se cierne sobre Hollywood este complejo de inferioridad absurdo que desemboca en que Estados Unidos haga films que pretenden imitar el arte europeo dejando de lado la capacidad de metáfora, sutileza y belleza que caracterizó desde siempre al cine norteamericano. Se entregan al desastre de entender mal el buen cine europeo y sólo copian del mismo un elemento: el maltrato y la crueldad hacia el espectador. Darren Aronofsky plantea una combinación de elementos. Por un lado un realismo de cámara en mano y coqueteos con la estética del cinema verité y por el otro un artificio kitsch –no es raro reírse frente las escenas finales– al que se siente habilitado por el universo del ballet en el cual transcurre su película. Dejando de lado las citas a otras películas y las similitudes con grandes films de la historia del cine, El cisne negro no puede avanzar sino a través de golpes de efecto. Ingredientes para impactar a la platea, elementos vacíos que apuntan a distraer al espectador del centro del problema. Y el problema es que la película carece de cualquier profundidad y de cualquier elemento que pueda otorgarle complejidad. Su discurso y su narración son de una obviedad insólita. El guión, anunciado y previsible, no funciona como prefacio de una tragedia, sino como un tortuoso camino hacia una moraleja tan pequeña y pueril que no puede justificar una película adulta. En el medio, el espectador recibe gratuitas dosis de escenas desagradables, momentos que intentan retratar la caída en la locura de la protagonista, pero que no son otra cosa que un manejo irresponsable del tema, tanto por su retrato de la patología como por el tratamiento cinematográfico, que sin estar atado a ningún verosímil, resulta igualmente arbitrario. Mención aparte merece la actuación de Natalie Portman, víctima de los mismos males del film. Si alguna vez la actriz tuvo encanto y talento, lo desperdicia todo aquí con una serie interminable de llantos y una sobreactuación que la sitúa al borde de la peor actuación de su carrera. Pero de la misma forma que el director grita a los cuatro vientos que es un artista, la actriz grita a los cuatro vientos que quiere recibir un premio por su esfuerzo. El único premio que El cisne negro merece es para los espectadores que la toleraron, quienes deberían, de una vez y para siempre, ponerse de pie y no permitir más el maltrato cruel de este tipo de propuestas sádicas que, aunque se disfracen de seda, no pueden ocultar sus serias carencias.
El precio de la perfección Nina Sayers (Natalie Portman) es una joven y talentosa bailarina de ballet, hambrienta de perfección. Nina baila incluso en sueños y se levanta temprano para practicar, con una disciplina de hierro que le trae no pocos problemas. La piel lacerada por una compulsión nerviosa a rascarse, su nula vida social y sus desórdenes alimenticios son un pequeño precio a pagar por esa perfección que anhela, casi tanto como el lugar central en el cuerpo de baile que dirige Thomas Leroy (Vincent Cassel). Cuando la prima ballerina (Winona Ryder) es forzosamente jubilada, por decirlo delicadamente, Nina es la primera candidata para ocupar el puesto. El problema es que Leroy la considera poco adecuada para el papel central de "El lago de los Cisnes", ya que su performance como Odette, la Reina Cisne, es impecable... pero cuando debe transformarse en Odette, el Cisne Negro y su propia contraparte, su falta de nervio y pasión dejan disconformes al director. La presión de una madre absorbente y posesiva (Barbara Hershey en un rol secundario pero poderoso), la irrupción de una posible rival, Lily (Mila Kunis) y su propia obsesión esquizoide hacen que a poco tiempo de empezados los ensayos Nina comience a experimentar una serie de déja vu, extrañas visiones y pesadillas de todo calibre. Consumida por su anhelo de gloria, la aniñada bailarina pronto sentirá que ni su cuerpo ni su alma le pertenecen del todo, sino que hay en ella una fuerza de la naturaleza imparable y rabiosa, que busca abrirse camino a cualquier precio. Se ha dicho de esta película que es, junto a "El luchador", la mejor obra de Darren Aronofsky. Es difícil, con este precedente, sentarse a mirar "El cisne negro" sin expectativas, más cuando las anteriores películas del director han generado comentarios apasionados de todo tipo, en contra y a favor. Sin embargo, desde la secuencia introductoria con el sueño de Nina, queda claro que las controversias se pueden dejar de lado para sentarse a disfrutar de una película. Grande, pequeña, buena o mala, pero una película con mayúsculas. El tablero de juego se dispone con mucha rapidez, y una vez presentados semejantes personajes es fácil imaginarse que el producto final será un filme digno de ser encuadrado en lo que vulgarmente conocemos como séptimo arte. Pequeña obra maestra, gran compendio de notables interpretaciones y sobre todo, enorme estudio sobre la obsesión femenina, la historia de Nina Sayers atrapa al espectador y lo va sumergiendo paulatinamente en una danza feroz cuya apoteosis puede entreverse apenas, pero que lo eludirá hasta el clímax final.
A Nina Sayers (Natalie Portman) la vemos sufrir desde que la película comienza, cuando sueña que el villano de "El lago de los cisnes", el hechicero Rothbart (¿avatar de su madre?) la convierte en ave para hacerla prisionera. Nina está nerviosa. Tiene que conseguir el papel más anhelado por cualquier bailarina, y si lo pierde ahora, es muy probable que no tenga otras oportunidades. Nina no es tan joven. Casi ninguna mujer puede serlo en este mundo en donde tener más de 25 años es sinónimo de oprobio. La muchacha sale a la calle y el peso de toda una vida cae sobre sus hombros. Una fractura. Y una cámara que respira el horror fundamental porque se sitúa justo ahí, en el quiebre del ser, en la grieta que divide la razón del instinto. Es “la percepción de la sombra”, como diría Carl G. Jung. Es el Mr. Hyde que todos llevamos adentro y que en algún momento golpea reclamando su lugar en la identidad. En El cisne negro (Black Swan) los espejos nos asustan como si fuera la primera vez. Nina desespera al verse a sí misma duplicada y la vez partida. Los otros funcionan como potenciales dobles. Porque ella está en el límite. Aún le queda un margen para liberarse y disfrutar de su talento como lo hace la luminosa Lily (Mila Kunis), pero en lo concreto sabe que muy pronto le tocará ser desplazada como Beth (Winona Ryder), para caer finalmente en la peor pesadilla: ser una réplica de su resentida madre (Barbara Hershey). Los dobles se multiplican al infinito en esos siniestros autorretratos que la madre pinta y expone con el absurdo afán de detener el tiempo, por eso no es casual que la actriz elegida para este rol ostente un rostro tergiversado por las cirugías estéticas. En este aspecto El cisne negro excede el ámbito del ballet para referirse a las exigencias de belleza que enfrenta toda mujer en la sociedad de la imagen. Pero aunque ese resquicio de actualidad sea lo más interesante del film, el guión no profundiza demasiado en él y se conforma con los efectos epidérmicos dictados por el género. En el tironeo entre el personaje y sus sombras hay verdaderas ráfagas de terror, una erupción psíquica y física que nos envuelve para hacernos creer y padecer como real incluso aquello que sólo es alucinado (esto se nota sobre todo en dos momentos clave: la escena de sexo y el asesinato en el camarín), sensación lograda por una fotografía más bien opaca que evita desviarse del naturalismo para engañarnos mejor, si bien vale aclarar que los hechizos duran sólo unos segundos: el montaje luego se ocupa de separar puntillosamente la realidad de lo imaginado (volveremos sobre esto). Darren Aronosfky vuelve a centrarse en una psicología perturbada al extremo para abordar desde allí dos temas predilectos: la obsesión y el cuerpo. En El cisne negro el estilo ansioso del director fluye de manera mucho más acompasada que en sus primeras películas, y aunque no busca el realismo descarnado de El luchador (su mejor trabajo hasta hoy), tampoco retoma los ademanes exhibicionistas que en films como Pi y Réquiem para un sueño se hacían agotadores. Sin embargo, más allá de ser una película entretenida con una actriz fascinante capaz de conmovernos, hay algo en El cisne negro que no termina de despegar. Por empezar, el personaje del coreógrafo (Vincent Cassel) resulta demasiado plano y mucho menos seductor de lo que el conflicto requiere, principalmente porque está colocado sólo para explicar una y otra vez la metáfora del cisne, una explicitación que anula enseguida la participación interpretativa del espectador. Por otro lado, llama la atención que todo luzca subrayado al punto de la obviedad: la habitación rosada llena de peluches, la cajita de música con la bailarina, el celular que tiene a Tchaikovsky de ringtone, en donde se lee MOM con letras enormes cada vez que llama la madre. Este “amor a lo no natural”, este “regodeo en la superficie”, es propio del estilo camp, según postula Susan Sontag. Esta fue la lectura que propusieron algunos críticos, es decir, tomar El cisne negro como un mero juego de texturas a expensas del contenido, una idea que tienta un poco más cuando admitimos que esta historia de represión sexual suena un poco anacrónica para el siglo XXI. “El tiempo libera a la obra de arte del contexto moral, entregándola a la sensibilidad camp”, dice Sontag. “Es por ello que tantos objetos apreciados por el gusto camp están pasados de moda, fuera de época, demodé”. (2) Sin embargo, cuesta rastrear una actitud abiertamente lúdica en un film con tantas zonas oscuras, abrasivas, y para ello basta recordar a esa madre perversa y casi incestuosa que hizo un infierno de su hija. Sontag diría que este cisne no tiene la suficiente extravagancia, y creo que aquí radica el problema central: la película, como propuesta estética, no consigue congraciarse con su lado salvaje. “En el hombre, el ser animal (que vive en él como su psique instintiva) puede convertirse en peligroso si no le reconoce y se le integra a la vida”, explica Jung, para quien la solución sería asumir ese instinto para tratar de incorporarlo a la conciencia, una tarea que le corresponde al ego. (3) Nina no lo logra, porque no acepta sus pulsiones. Al no concretar el contacto sexual, la bestia explota a nivel imaginario y acaba devorando al personaje. Todo esto está muy bien para un informe psicoanalítico, pero aquí estamos hablando de cine. Y para proteger a Nina como ser humano, para darle un diagnóstico compasivo, el film elige encerrar la fantasía bajo mil candados. Cada cosa en su lugar. Orden y tranquilidad. Que prime el principio de realidad. Adiós al éxtasis. (Sontag dice que ciertas obras que pretenden ser camp, fracasan porque les falta una cuota de pasión, por eso se quedan en “lo decorativo, lo acomodaticio, en lo chic”. Y aunque Black Swan no tenga ese objetivo, creo que se la puede pensar como cine chic). Lynch y Cronenberg son dos sombras ineludibles en toda esta experiencia. No podemos ni debemos pedirle a Aronofsky que se aproxime a ellos, y es válido que se abstenga de imitarlos, pero son dos sombras pesadas que ayudan a intuir por qué El cisne negro no vuela más alto: porque le teme a lo extraordinario, al delirio, a la desolación del laberinto, a la yuxtaposición indiscernible de registros. Aronofsky se atasca en la lucha ancestral entre los dos instintos estéticos primordiales, una contradicción que no por irresuelta deja de ser atractiva. El cisne negro le pide al personaje que abandone su jaula, que sea menos rígida, menos perfecta, más genuina, pero al final es la misma película la que no puede llevar hasta las últimas consecuencias la tan ponderada voluntad dionisíaca.
METAMORFOSIS Qué lejos quedaron los tiempos en que Natalie Portman se hacía mundialmente conocida por interpretar a la frígida Padme en Star Wars: una joven de gestos rígidos, un bloque de yeso difícil de trabajar, un alma impenetrable. Hoy, más de diez años después, Portman se desafía a si misma con la película más extraña de su carrera y un papel que seguramente la condecorará con el gran premio de la Academia. Nina Sayers (Natalie Portman) es una bailarina clásica más dentro de su compañía, hasta que un día es elegida para interpretar el rol principal en la nueva puesta de El lago de los cisnes. Thomas, el director, interpretado por el genial Vincent Cassel, ve en ella un perfecto cisne blanco. Sin embargo, la verdadera encrucijada de la película va a llegar cuando Nina se entere que además de interpretar a la pequeña princesa de la obra deberá interpretar a su malvada hermana, el cisne negro. Entonces, la casta bailarina deberá dejar de ser ella para lograr su complejo personaje. Quizás por esta metamorfosis, la primera parte de la película nos encuentre con una Natalie Portman insoportable, de una voz chillona y una impermeabilidad extrema, donde literalmente los personajes secundarios pasan a su lado arrasándola. Vale la pena hacer un paréntesis para nombrar al tríptico de actrices que revolotean alrededor de Nina cortándole sus alas: Bárbara Hershey, Winona Ryder y Mila Kuni, tres bailarinas en diferentes etapas de su carrera que aún llevan tatuada en su cuerpo la palabra competencia. Desde el comienzo, El cisne negro se define como una película de géneros mixtos que va desde un logrado melodrama (relato enmarcado dentro de la historia de El lago de los cisnes) hasta un complejo y oscuro thriller psicológico de rasgos sobrenaturales y donde nuevamente observamos la transformación. La obsesión de Nina se hace literal cuando su propio cuerpo es víctima de una mutación. Alejada de técnicas de actuación pasadas de moda, el personaje se encarna en la bailarina corrompiéndola o liberándola (según el cristal con el que lo miremos), haciéndole crecer alas y llenándola de plumas tan negras como las de los cuervos. En este preciso momento, Natalie Portman deja de ser Natalie Portman. Al menos como la conocíamos hasta El cisne negro. No voy a poner en duda las capacidades actorales de la actriz (al menos las alcanzadas por esta película). Sin embargo, me es inevitable nombrar la máxima de las artes escénicas y audiovisuales: “detrás de todo gran actor debe haber un enorme y gigantesco director”. Porque si hay transformación, si hay metamorfosis, es porque Darren Aronofsky está metido en todo esto. Y, si bien, El cisne negro no es su mejor película, no hay dudas de que ha logrado perfeccionar su técnica. Para los que preferimos películas viscerales e imperfectas, El cisne negro resulta marcadamente inferior a Pi o a Requiem para un sueño. Como si Aronofsy, un excéntrico cisne negro capaz de producir las más extrañas puestas en escena, se esté aburguesando, se esté volviendo en un perfecto cisne blanco sin vida. Sin embargo, los aciertos de la película comienzan a aparecen promediando la última media hora cuando, finalmente, el ballet de Chaikovski es puesto en escena. En pleno éxtasis, se nos despliegan veinte minutos de pura penetración audiovisual y nosotros, los espectadores, nos liberamos de todo aquello que nos rodea dejándonos atravesar por la transformación. Es que El cisne negro es una película para ver en el cine. Como corresponde.
Bailarina en la oscuridad Vaya a saber por qué en Hollywood ha gustado tanto este disparate, al punto de llegar a competir este año al Oscar como mejor película. Tal vez se haya considerado novedosa la iniciativa de enrarecer el ámbito del ballet (tan propio del llamado cine de qualité) con ingredientes del cine de terror. O a lo mejor conmovió el esfuerzo al que se sometió la ascendente Natalie Portman para su protagónico, ya que (si bien la expresión de su rostro es casi siempre la misma) llora, grita, vomita, se lastima, se masturba, besa a personas de distinto sexo y ensaya difíciles pasos de baile, todo en una sola película. De todas maneras, el problema no serían las cinco nominaciones para los premios Oscar de El cisne negro, sino qué hizo con el material que tuvo entre sus manos Darren Aronofsky (1969, New York, EEUU), director que alguna vez fue visto como una promesa del cine independiente. Ciertamente, Pi (1998) y Réquiem por un sueño (2000) desplegaban un estilo que podría definirse como experimental efectista, con la música hipnótica de Clint Mansell y un dramatismo bizarro logrando sorprender y perturbar al espectador. Las intenciones de El cisne negro, en cambio, no son tan claras, y, aún siendo ya el quinto largometraje de Aronofsky, exhibe inmadurez en su planteo. Ver a una joven bailarina (Portman) sufriendo por las exigencias de su vocación y por el consiguiente deterioro de su salud física y mental, no es nuevo en la historia del cine. Tampoco que, como aquí, haya un profesor medio despiadado (Vincent Casell), una madre sobreprotectora (la notable Bárbara Hershey, haciendo extrañar los personajes en los que supo lucirse años atrás) y una temida rival (Lily Kunis), o que la disyuntiva sea la fría perfección versus la sensualidad y el riesgo. Es inevitable relacionar a esa madre y esa hija con las de Carrie (1976, dir: Brian De Palma) o la autodestrucción a la que se entrega la bailarina con la de tantos artistas vistos anteriormente en la pantalla. El film de Aronofsky no sólo pierde en la comparación con aquéllos por su falta de originalidad: sus personajes son pura cáscara, como dibujos moviéndose al ritmo de un guión que va mutando del drama al terror hasta alcanzar ribetes ridículos. De hecho, El cisne negro ni siquiera parece necesitar de actores, transformando su acontecer en la sucesión de viñetas de un comic. Aunque con ínfulas de obra adulta y compleja, todo es bastante elemental, desde el descontrol de una salida nocturna hasta la reacción de la aniñada protagonista de arrojar sus muñecas al incinerador. Cuando el profesor (Cassel) y la amiga (Kunis) demuestran, cada uno a su manera y ocasionalmente, afecto por la chica, el film parece tomar un respiro, asomando algo de verdad, pero esos momentos se diluyen en medio de un ritmo videoclipero y superficiales sobresaltos. La cámara en movimiento persiguiendo siempre a la joven se ajusta a su estado de inquietud constante, pero denota, también, falta de criterio en la puesta en escena. En el cine de Aronofsky hay ciertos temas que se repiten (el cuerpo que padece los caprichos de su dueño, las obsesiones que enferman) pero esto no parece suficiente para considerarlo un medio de resonancia de reflexiones estimulantes. Hay en este director, además, algo oscuramente moralista, no tanto porque sus personajes sufran por sus excesos, sino por su falta de humor y la manera en que se resiste a que los espectadores encuentren en sus películas alguna forma de placer y serenidad.
Terror bailado. Existen pocas películas que se convierten en una experiencia cinematográfica distinta, “El Cisne Negro” es una de ellas. Y esto ocurre porque la cinta es en realidad un cuento de terror, con casi todos los aditamentos del género, que por medio de un thriller psicológico relata la historia de una obsesiva adolescente que hace todo por obtener el papel de su vida: nada menos que el protagónico como bailarina de El Lago de los Cisnes del inmortal Tchaikovsky, en una nueva y polémica puesta en el Lincoln Center de Manhattan. Nina (Natalie Portman) sólo vive para ser bailarina. Tiene una madre sobreprotectora (Barbara Hershey) que comparte la profesión con ella, y que no deja de apoyarla tanto como la presiona. Al mismo tiempo que desea lograr su sueño profesional, Nina, vive y respira el mundo híper competitivo de los bailarines, de las puestas en escena y de la conflictiva relación con el director de la compañía (Vincent Cassel) tan genio como déspota. Él no duda en usar los métodos menos ortodoxos para sacar lo mejor de sus bailarinas. En este caso lleva al límite de lo soportable a Nina cuando la fuerza a actuar tanto al cisne blanco como al negro. Es ahí donde el terror y lo fantasmagórico se adueña del relato para ya no abandonarlo. Es distinta a otras películas porque utilizando elementos conocidos -cámara en mano, efectos especiales- logra mezclarlos para generar en el espectador un nivel de compromiso para con la historia que le convierte en una rara avis en el cine. Esto se refuerza mucho más por el hecho de estar nominada a los Oscars como mejor película. “El Cisne Negro” maneja a la perfección el tema “del doble”. Se nutre para ello de planos y contraplanos donde los espejos juegan un papel especial. En su momento, otro interesante cineasta y actor como Kenneth Branagh lo había logrado con su versión de “Hamlet”, delimitando el drama persecutorio y de fantasmas que el príncipe de Dinamarca soportaba. Vincent Cassel (“Irreversible”) como Thomas, el director de la obra, es tan buen actor como casi revulsivo en su presencia. Es muy difícil generar empatía con sus personajes –siempre en el borde- pero al mismo tiempo son tan fascinantes sus interpretaciones, que no se puede dejar de admirar. Y para el final está ella. Desde que Luc Besson, la vió con los pies colgando en una publicidad y dijo: “esa es la nena que quiero para “El Perfecto Asesino””, Natalie Portman paso a paso fue escalando en su carrera. Firme candidata para ganar el Oscar, su Nina es tan frágil y tan fuerte a la vez, que hará pasar al espectador por todos los estados de ánimo. Su entrega parece total como la de su personaje. El director Darren Aronofsky logra impactar, shockear y remover al cine norteamericano tan inclinado, en general, a la película pasatista que no siguen madurando en el espectador con el correr de las horas. Ya lo había hecho con “Pi” y “Requiem para un Sueño”, ahora por suerte lo vuelve a lograr. También es productor de otro excelente estreno de la semana nominado al Oscar como “El Ganador”. No se puede dejar de mencionar que “El Cisne Negro” cuenta con fuertes escenas, que pueden llegar a ser revulsivas para algunos. Pero de seguro, si se intenta el desafío, se llegará a buen puerto.
Se pueden decir muchas cosas al terminar de ver El Cisne Negro (Black Swan de ahora en mas) de Darren Aronofsky (Pi, The Fountain). La mas importante y quizas innegable es que te atrapa completamente e impide no prestar atención a lo que sucede en pantalla desde el primer hasta el ultimo cuadro. Tras su aclamadisima película The Wrestler que le devolvió en parte la carrera a Mickey Rourke, Darren Aronofsky decide embarcarse en otro viaje completamente intimo y personal. En este caso, en vez de mostrarnos el final de la carrera de una celebridad, elige enfocarse en la presión sufrida por convertirse en una. Nina es una joven (pero no tan joven) bailarina que dedico toda su vida al ballet. Su madre era bailarina y tuvo que abandonar su carrera a los 28 años al quedar embarazada. Se ocupo toda su vida de criar a Nina para que sea la perfecta y mas pura bailarina de ballet. La resguardo del mundo exterior y enseño todo lo que sabe de técnica y estilo de vida. Quizás sin dejarle otra opción mas que convertirse en el legado viviente de lo que ella nunca logro ser. En una de las compañías de danza mas importantes de New York, están buscando una nueva estrella principal para una nueva producción de El Lago de Los Cisnes. Obviamente es el puesto mas codiciado por una bailarina, el poder bailar las piezas de el Cisne Blanco y el Cisne Negro. Esa dualidad no es para cualquiera, poder demostrar la perfección del Cisne Blanco y la energía cruda del Cisne Negro. Detrás de estas producciones, se encuentra Thomas, un excéntrico, brillante y lascivo director de ballet francés que empuja a todas sus estrellas al extremo de si mismas. Thomas es personificado magistralmente por Vincent Casell ( el excelente actor francés recordado por sus papeles en Irreversible, Ríos de Color Purpura y Ocean's 12), derrochando toda su clase y al mismo tiempo perversión interna en dosis justas. Es difícil imaginar otro actor en el papel. Thomas finalmente elije a Nina, sabiendo que la perfección de su técnica es ideal para el Cisne Blanco, pero teniendo que empujarla a explorar su lado mas sensual y oscuro para poder convertirse en el Cisne Negro. La presión de haber conseguido el rol mas importante de su carrera empieza a afectar la salud mental de Nina, quien sufre crecientes ataques de paranoia, principalmente dirigidos hacia una nueva compañera de baile, la increíblemente sensual Lily (Mila Kunis). El film tomara un par de giros inesperados que dejaran un poco confusos a mas de un espectador, preguntándose que vinieron a ver, pero nunca dejando de lado una belleza extrema demostrada en pantalla. Con una presentación de las escenas de ballet con un estilo de cámara y acompañamiento de música que genera unas memorables secuencias de baile. Black Swan es otro retorcido, intimo y complejo drama de Darren Aronofsky, en donde consigue con poco mantener al espectador al eje de su asiento observando la autodestrucción de una persona que sucumbe a la presión y el peso del mundo a su alrededor. Párrafo aparte merece obviamente la increíble actuación de Natalie Portman (si quieren apostar plata, gana el Oscar). Llevándonos por este viaje intimo desde un extremo al otro del espectro de colores entre blanco y negro, dejándose completamente expuesta y demostrando su dedicación al papel. No me cabe ninguna duda que Black Swan no es para cualquiera, y algunas personas no lograran procesar la ultima media hora del film. Afortunadamente, los que lo logren podrán disfrutar de uno de los films mas poderosos de los ultimos tiempos.
IMPONENTE FILME CON UNA DESCOMUNAL NATALIE PORTMAN La esquizofrenia es un trastorno fundamental de la personalidad, una distorsión del pensamiento. Los que la padecen tienen el sentimiento de estar controlados por fuerzas extrañas, poseen ideas delirantes que pueden ser extravagantes, con alteración de la percepción y autismo entendido como aislamiento. Nina (Natalie Portman) es una brillante bailarina; forma parte de una compañía de ballet de Nueva York y vive completamente absorbida por la danza. Al verla relacionarse con el resto de la gente y, especialmente, con su manipuladora madre (Barbara Hershey), es posible que padezca un malestar de estas características. Se la ve temerosa, amedrentada por todo la que la rodea. Es brillante en lo suyo y seguramente será elegida por el estricto director de la compañía (Vincent Cassel) para protagonizar el ballet “El lago de los cisnes” de Chaikovski, tema que la tiene muy tensa y estresada, porque está reemplazando a la veterana cabeza de compañía (Winona Ryder). La llegada de una nueva compañera, Lily (Mila Kunis), y la lógica rivalidad con ella se irá agudizando extraordinariamente a medida que se acerca el gran día del estreno. La puesta en escena del ballet necesita de una única bailarina que pueda representar dos roles: el del cisne blanco y el del cisne negro, muy opuestos entre sí, y a Nina se le hace difícil mostrarse sensual y voluptuosa como el cisne negro. En cambio, a Lily, parece no costarle el desafío, y esta tensión provoca en Nina un agotamiento nervioso y una confusión mental que la incapacitan para distinguir entre realidad y ficción. Los pensamientos desorganizados, los delirios, las alucinaciones, van haciendo estragos en la psiquis de la joven bailarina. Sabemos que estamos ante un tipo de personalidad esquizoide; sin embargo, al existir realmente el personaje de Lily, es difícil para el espectador separar qué es realidad y qué no, porque Lily la acosa constantemente intentando ser su amiga. Pero ese comportamiento viene cargado de una ambigüedad difícil de desentrañar. Aunque, tal vez, todo sea producto de la mente de Nina. Se juega mucho con los espejos de los salones de baile, de los camarines, de los baños o de la casa de la protagonista, creando falsos reflejos que aportan un dramatismo extraordinario al relato. Esto mismo sucede con el sonido, que desde el movimiento del subte, hasta los pequeños roces de los brazos y giros en los ensayos, tienen el característico sonido de los aleteos de las aves. La cámara, en continuo seguimiento de su protagonista en planos cercanos (ya sea de frente como por detrás) resulta opresiva, molesta, tanto como el sentimiento del personaje, en constante desequilibrio. Sobrellevamos su realidad a través de su percepción, y resistimos junto a ella los avatares de su entorno. Darren Aronofsky logra impactar con la mutación física que va sufriendo el personaje; nos duelen las plumas y los huesos de cisne que van poblando el cuerpo de Nina, lógicamente, dentro de su realidad. La película es un asfixiante viaje mental. El retrato de Portman de una artista bajo asedio resulta inolvidable, es imposible apartar los ojos de ella, y compone una de sus mejores actuaciones. Aronofsky cuenta esta temible historia con poderoso sentido visual, con suspenso y desasosiego. Con una calidad técnica prodigiosa, con actuaciones espléndidas del elenco y una música que acompaña y exalta los sentimientos de los personajes, "El cisne negro" es una celebración para el cine, llena de exquisitez y de talento. Una de las mejores películas del año que, seguramente, quedará en el recuerdo como un poderoso drama psicológico que estremece al espectador.
Luego de mostrarnos el mundo de la Lucha Libre en El Luchador, Darren Aronofsky se propuso en El Cisne Negro ilustrar con su singular estilo el universo del Ballet. El Cisne Negro nos contará la historia de Nina, una joven bailarina que pasa la totalidad de días inmersa en su pasión: la danza. Nina integra una prestigiosa compañía de ballet comandada por el exigente Thomas Leroy que para sorpresa de propios y extraños elige a la talentosa Nina para el papel principal de la obra El Lago de los Cisnes, teniendo que llevar adelante a el Cisne Blanco y el Cisne Negro, dos personajes absolutamente opuestos. El Cisne Blanco fluye del cuerpo de Nina como si hubiera nacido para ese papel debido a que ella es una prodigiosa bailarina que se exige al máximo para así lograr la perfección, en cambio llevar adelante el personaje del Cisne Negro representa todo un trauma para ella por culpa de su fria personalidad y su terrible falta de sensualidad. El problema mayor para Nina surge cuando comienza a destacarse una nueva bailarina llamada Lily que aparenta tener todas las condiciones que ella no posee. Lily es terriblemente sensual y arriesgada, justo los adjetivos que Leroy le demanda tanto a ella. Sin dudas Lily es una fuerte competencia para Nina. La amenaza latente de su competidora y las extremas exigencias de ella misma, de su madre y de su profesor harán de Nina una persona altamente inestable que queda al borde de la locura. La historia de este film coquetea permanentemente con varios géneros o sub-géneros con resultados dispares. Por momentos podríamos decir que El Cisne Negro es una buena película de suspenso y terror sin equivocarnos en absoluto, al igual que un drama familiar, erótico y pasional, todos con consecuencias satisfactorias. El problema de este film se da en que el "género" predominante es el thriller y es justamente allí donde deja un sabor agridulce. El gusto agrío se debe a que El Cisne Negro en su afan por mantener su hermosa y perturbadora estética redunda demasiado sobre ciertas cuestiones que delatan los acontecimientos finales, que por cuestiones lógicas no voy a poder enumerar. Comentado el trago amargo, les comento que el sorbo dulce viene por el lado que a pesar de ponernos delante de la cara la resolución del conflicto en reiteradas oportunidades, este film no da respiro y atrapa desde el comienzo hasta el final, algo que sin dudas es por demás extraño y llamativo. Es lamentablemente esta mencionada redundancia la que hace que la película se quede a las puertas de ser una gran obra. Resulta llamativo que el mundo que antes nos ilustró Aronofsky sobre la lucha libre sea mucho más benévolo que el del ballet, incluso eligió una estética donde predomina la oscuridad. Esto se da fundamentalmente porque en el anterior film se da un ámbito de compañerismo, amistad y respeto, valores que en El Cisne Negro están desaparecidos por completo reemplazados por la competencia y la envidia. Natalie Portman es la protagonista principal de este film y realmente hay que destacar la inmensa actuación que lleva adelante. Natalie estuvo casi un año preparandose para este papel y los resultados se ven en la cancha, con varias escenas de danza que derrochan estilo y clase por parte de Portman. Otro detalle sobresaliente de su labor es la metamorfosis que lleva adelante hacia las secuencias finales, donde realmente vemos los cambios de su caracterización. Acompañando a Natalie vemos en muy buena forma a la bella y sensual Mila Kunis y el altanero y exigente Vincent Cassel. El Cisne Negro se queda en un intento ambicioso de Darren Aronofsky, que hubiera sido algo muy superior si no se redundaba continuamente en detalles que esclarecen un final que termina siendo muy anunciado.
Anexo de crítica: Con El Cisne Negro los detractores de Darren Aronofsky seguirán teniendo sus motivos para odiar a este talentoso, inteligente y algo presuntuoso director de cine. Huelga decir que sus fanáticos lo van amar un poquito más y quienes recién lo descubren seguramente correrán a conseguir una copia de Pi, Réquiem para un sueño, La fuente de la vida o El luchador, todas ellas grandes películas. En su nuevo opus es tan absorbente el papel que interpreta con exquisita sensibilidad Natalie Portman (en el rol de su vida, sin duda) que casi todo lo demás pasa a un segundo plano, incluyendo a los buenos actores que interpretan a los personajes que interactúan con ella (Vincent Cassel, Mila Kunis, Barbara Hershey). La actuación es tan descomunal como para que algún fundamentalista le sugiera plantearse el retiro: ¿para qué seguir si artísticamente es insuperable? Un tour de force impensado en una actriz que parecía haber llegado a su pico con obras como mucho correctas mezcladas con bastante mediocridad de todo tipo. La imaginación de Aronofsky para la puesta en escena –especialmente en el último acto-, la tétrica ambientación de Thérèse DePrez, las texturas y climas obtenidas por el genial DF Matthew Libatique y el aporte siempre bienvenido del compositor Clint Mansell le dan el marco ideal a esta oscura fábula sobre la búsqueda de la perfección y la represión sexual. Tuvo que pasar casi medio siglo para que Repulsión ya no esté tan sola…
El lado oscuro del corazón El debate es interminable. Que la película es esto, que Aronofsky es lo otro. Que Polanski esto, que Cronenberg lo otro, etc. etc. Pero algo es indiscutible, y es que El cisne negro genera sensaciones fuertes en el espectador, ya sea un amor desbordante o un odio furioso (algunos críticos importantes la calificaron con un 0). El film cumplió su objetivo: el de tener a todos hablando. Intentaré poner un poco de paños fríos a la contienda, pero algo es claro en este asunto, y es que sólo las obras hechas con mucha pasión por lo que se está contando pueden generar semejantes reacciones de amor/odio. Ahora bien, si me preguntan a mí qué es El cisne negro, la respuesta es simple: se trata del trash en su máxima expresión, y no lo digo como algo negativo sino todo lo contrario. Si se hubiera hecho en los noventa, no tengo dudas de que la dupla Paul Verhoeven/Joe Eszterhas la hubiera filmado y una joven Sharon Stone la hubiera protagonizado. El tema es que estamos en el siglo XXI y la película es de Darren Aronofsky, aquel que tanta controversia generó con la abominable Réquiem por un sueño (el peor comercial antidrogas que vi en mi vida), con las rayadas Pi y La fuente de la vida, y quien se encargó de devolverle el estrellato a Mickey Rourke en El luchador. Su cine no es el de las segundas lecturas ni los tonos grises, más bien es el de la provocación y el dolor en su faceta más carnal. Es que los cuerpos y su gradual descomposición a lo largo del tiempo son los temas de cabecera del realizador, y cada una de sus películas se ha encargado de retratarlos de la forma más dolorosa y visceral posible. Sabiendo esto, ¿qué mejor película para él que la historia de una bailarina de ballet clásico que decide sacrificar su cuerpo y su sanidad mental en pos de lograr la perfección artística? En una entrevista que leí cuando presentó la película en el festival de Toronto el año pasado, Aronofsky manifestó que veía a El cisne negro y El luchador como películas complementarias, y que esperaba que en un futuro pudiera realizar una doble función con ambas proyectadas una atrás de la otra. Es cierto, hay similitudes entre las dos, ambas tienen protagonistas que deciden alcanzar la perfección en sus respectivas artes, y deciden finalmente realizar el sacrificio definitivo sin importar sus consecuencias, ya sean físicas o mentales. Pero mientras que en El luchador Aronofsky optaba por la solemnidad y el tono depresivo para narrar el ascenso y (sobre todo) caída de su Randy “The Ram” Robinson, en Black Swan se va al terreno del terror en su vertiente más grandilocuente y pesadillesca, desde el juego de dualidad propio de Brian De Palma hasta el erotismo latente de Lynch, Polanski y el ya citado Verhoeven. Por eso la cámara en mano sigue constantemente la espalda de Nina Sayers, la envuelve en ambientes extremos (espejos por todos lados, corredores interminables, boliches con música tecno infernal), la coloca en un laberinto mental del cual jamás podrá escapar si es que no se deja llevar por sus impulsos primarios. Es que además de ser una historia de sacrificio y locura, El cisne negro es el cuento de una nena de mamá que de a poco empieza a descubrir lo que es su cuerpo y su instinto le pide a gritos que se suelte de una buena vez. Ese despertar sexual de Nina es el que la despojará de ese mundo color rosa y lleno de peluches al que fue llevada por su madre hasta liberarla definitivamente. Pedirle a Aronofsky que filme todo esto con la sobriedad de un Clint Eastwood es inútil, sólo hay que dejarse llevar por el ballet endemoniado que tanto el director como la protagonista nos proponen. Toda perfección se consigue siempre y cuando uno deje entrar la oscuridad en su interior, parece decirnos Aronofsky. Y allí estará Natalie Portman, el conejillo de indias de este científico loco, para padecer los macabros experimentos de su creador. Se lo podrá discutir, hasta repudiar por tal extremismo, pero algo es seguro: nadie va a poder ignorar a El cisne negro. Y con la mediocridad que reina hoy día, eso es todo un logro.
Pegale que le gusta Hay óperas primas o películas bisagras que comienzan a perfilar la mirada personal de un director y que contienen ya ciertos vicios, para bien o para mal. Uno reconoce talento ahí pero no deja de sentir sospechas sobre lo que el futuro les depare como cineastas si potencian esos defectos. Podríamos incluir en una posible lista a Alejandro González Iñárritu (Amores perros), Fernando Meirelles (Ciudad de Dios) y el Lars Von Trier de Contra viento y marea. En el caso de Aronofsky, lo interesante que tenía Pi (1998) se desdibujó rápidamente con Réquiem por un sueño (2000), cuando una idea seductora (la televisión como droga) era desarrollada a partir de metáforas visuales obvias. Luego, con La fuente de la vida (2006), una película totalmente pretenciosa y fallida, todo parecía concluir para este joven director estadounidense, sin embargo, El luchador (2008), con su simpático tono nostálgico y menos ambiciones, lo redimiría por un tiempo. Duró poco, porque llegó El cisne negro (2010), el cúmulo de todos los vicios y una ensalada de referencias cinematográficas que, además de dialogar gratuitamente con Hitchcock, Cronenberg, entre tantos nombres posibles, y algunos clásicos cuentos literarios y cinematográficos, se hermana con el peor Von Trier en su regodeo visual de la tortura y la misoginia feroz al llevar personajes femeninos hasta límites insoportables. La historia de Nina (Natalie Portman), una bailarina aspirante a obtener el protagónico de El lago de los cisnes que debe vencer los obstáculos que le ponen un coreógrafo obsesivo (Vincent Cassel), sus compañeras y su propia madre (Barbara Hershey), conecta a la historia con otras tantas de la factoría industrial hollywoodense (¿alguien recuerda Flashdance?) donde el triunfo de la voluntad de las heroínas las llevará a los laureles de la victoria. No obstante, Aronofsky decide correrse abruptamente de ese esquema e introduce un largo camino de arbitrariedades que van desde metamorfosis a fantasmas pasando por autoflagelaciones y supuestos despertares sexuales, disfrazado de la supuesta incertidumbre que nace al no saber si asistimos al orden de lo real o de lo imaginario. Si la primera parte del film podría enmarcarse dentro del registro documental a partir de la observación de los recovecos de la experiencia diaria del ensayo y de la preparación del ballet, como del entorno opresivo del personaje (muy bien sostenido estéticamente para buscar la identificación con el espectador), la segunda es un muestrario de escenas delirantes al ritmo de un video clip pero con música clásica, donde diversos géneros (melodrama, thriller, terror) desfilan vertiginosamente. Este camino tortuoso es lo que molesta y coloca al filme en la línea de Anticristo (2009) de Lars Von Trier, otro cineasta tramposo (comparar la primera escena de este con la última de Aronofsky, dos monumentos a la abyección), que supo relegar sus ideas provocativas, pero seductoras, para desembocar en un cine efectista y manipulador. En este sentido, El cisne negro es una película pensada para generar ruido, con su precaria mirada hacia el dolor del esfuerzo profesional pero con un marco prestigioso que le asegure su candidatura a los oscars. Debe reconocerse, no obstante, un dinámico manejo de cámara adaptado a ciertos momentos narrativos. En este sentido, la película parece consagrar el esfuerzo interpretativo de Portman, siguiéndola con variedad de ángulos y buscando que, como espectadores, no sólo bailemos con ella sino que suframos su tormento. Yo paso.
La película comienza con un rico y sutil trabajo a partir de miradas y gestos menores pero a medida que se desarrolla la historia, los diálogos recargados, las situaciones sobre explicativas, los gestos melodramáticos, se llevan a la rastra los logros. Cuando la película finaliza, queda clara la perspectiva desde la que el director decidió articular el relato: por sobre las claves psicoanalíticas o los recursos del ballet en cualquiera de sus formas (existen maravillosos ejemplos del acercamiento del cine a la danza), o incluso por sobre la conflictiva relación director / ejecutante, Aronofsky decidió centrar su narración en el melodrama, en la historia llorona, en el registro más elemental, entre las tantas aristas ricas con las que podría haber trabajado. Y no es que no haya visitado cada uno de los tópicos antes detallados. Cada uno de ellos fue parte de la preparación de la escena final, que reduce todo aquello al lacrimógeno final, que todo cierra y que todo redime. Lejos de la complejidad que permite la historia de Nina, una bailarina sacrificada cuyo único sueño –único sueño de su posesiva y frustrada madre tal vez– es ser cabeza de la compañía en la cual baila. Llegado el momento en el cual el director debe elegir a quien reemplazará a la actual bailarina principal, las alucinaciones, la disociación del mundo, las fragmentaciones de la realidad, parte de su complejo cuadro psicológico, acosarán a Nina. Ella deberá asumir el rol del cisne blanco, pureza virginal, y el cisne negro, perverso y sensual. Este es el personaje que Nina no puede asumir en su arte, el que no puede protagonizar, sin poner en cuestión su propia vida al intentarlo. El cisne negro cuenta el conflicto desatado por las marcas de una madre brutalmente castradora del deseo personal, y la demanda de un director que necesita sacar de su estrella la parte oscura, para dar lugar a la creación artística. Si la película comienza con un rico y sutil trabajo a partir de las miradas, de los gestos menores, de algunas pocas palabras, a medida que se desarrolla la historia, los diálogos recargados, las situaciones sobre explicativas, los gestos melodramáticos, se llevan a la rastra todo lo intuido en los primeros minutos. Las actuaciones se multiplican para sostener esta obviedad y la sobre interpretación de los conflictos, de modo que se recurren al histrionismo exagerado, en el gesto sin matices, sin lugar para la riqueza expresiva y dualidad de la locura. La locura de manual, la psicología de autoayuda, el recurso al director autoritario pero genial, y la recurrente historia de la antagonista en el escenario, son los elementos con los cuales Aronofsky, un director algo sobre valorado, hace una película mediocre, con cierto olor a viejo. Los llantos, los aplausos a la actuación de Portman (que como Firth en El discurso del rey, hace lo que se debe hacer para ganar un Oscar), y las vivas a una supuesta obra donde el ballet es parte del arte, son el mito que sostendrá, mientras dure, el efecto de esta pobre película. En El cisne negro el realizador no pierde oportunidad en desperdiciar cada uno de los elementos interesantes que podría haber explotado, si se hubiera animado a asumir el riesgo expresivo que se supone propone en su propia historia.
Aronofsky transformó a Natalie Portman en un cisne negro El mundo del ballet ha sido tomado en las bases argumentales de muchas realizaciones cinematográficas.. Las películas más famosas "de baile clásico" fueron "Las zapatillas rojas" (Michael Powell y Emeric Pressburger, 1948), "Momento de decisión” (William Dieterle, 1977), "Noches de sol" (Taylor Hackford, 1985), y más recientemente la producción de Robert Altman "The company" (2003), películas que se encasillaron en el romance y el drama. El cineasta Darren Aronosfky (“El luchador”, 2008), en realidad concibió la idea de realizar un thriller psicológico y lo ubicó en el ámbito del ballet. El resultado de su película es muy diferente al de las mencionadas en el segundo párrafo, si bien los "balletómanos" disfrutarán de escenas de danza, el fondo argumental dista de ser edulcorado, está muy alejado del romanticismo y es por lo tanto más afín al cinéfilo del siglo XXI. La pieza de ballet "El lago de los cisnes", es el soporte de la trama principal. Nina, la protagonista de la historia, es conciente de que es una bailarina "del montón" que tiende a la mediocridad, por lo tanto la única manera que tiene de permanecer en una profesión tan exigente como efímera es perseverar en su dedicación. (Ver información complementaria) Cuando Nina es seleccionada para "bailar" a la protagonista de la inmortal obra de Tchaicovsky se produce un “shock” en su vida. Se trata del rol más ambicionado por las profesionales de la danza, pero también uno de los más complicados al tener que interpretar a un personaje que se desdobla para mostrar el mal y el bien que cohabitan en su interior. La muchacha frágil, introvertida, con una pureza de pensamiento inusual para el medio en el que se desenvuelve, posee una personalidad que está muy cerca de "el cisne blanco" y eso hace que el director artístico la tenga como primera opción. Pero también deberá interpretar a "el cisne negro”, lo que hace que su inseguridad se incremente y de lugar a reacciones que no puede controlar. La neurosis en la que se sumerge está desarrollada en pantalla con escenas de autodestrucción, paranoia e intentos de desinhibición. El director Aronosfky utiliza los delirios de la joven psicótica para mostrar, mediante subtramas, el mundo del ballet con sus brillos, pero también sus miserias como la competencia que potencia la inseguridad, los celos profesionales, los amores fugaces para obtener un rol, los enamoramientos circunstanciales, las "torturas" del entrenamiento y las secuelas físicas en el cuerpo de los bailarines, además de los instantáneos reemplazos ante la menor eventualidad. También el realizador se detiene en una subtrama que quizá sea la más importante: las ambiciones de una madre proyectadas en su hija y de qué manera recaen en ésta última esas exigencias. Natalie Portman como Nina realiza un trabajo brillante. Más allá de su adecuación al "physique du rol" (tuvo que adelgazar y estudiar las bases técnicas de la danza), y que en determinadas escenas de baile fue necesario (y lógico) que la doblara una bailarina profesional, su labor en esta oportunidad sobresale de todas sus actuaciones anteriores. Son admirables los recursos actorales que utiliza para remarcar los matices de los diferentes estados mentales por los que pasa la protagonista. Vincent Cassel como el coreógrafo Thomas Leroy realiza también una excelente labor, con su imagen ayuda a que el espectador lo asocie a Baryshnikov, y al remarcar a un minucioso puestista convencido de lo beneficioso de la perdurabilidad de una compañía de ballet recuerda al argentino Wainrot. Es destacable la labor de Mila Kunis, como Lily, la antagónica compañera de elenco de la protagonista para quien significa la amenaza de que la reemplace., y también la de Bárbara Hershey como la madre. Un párrafo aparte merece Winona Ryder como la bailarina que ha sido descartada, a la que imprime un estado depresivo que, sin embargo, deja vislumbrar un resto de la energía que la llevó alguna vez al estrellato. Con este elenco tan homogéneo Darren Aronosfky logró el thriller psicológico que elaboró durante quince años. Utiliza todos los elementos del género sin obviar escenas eróticas tanto heterosexuales como de lesbianismo Se trata de una realización con una profundidad subyugante pero dotada de una agilidad que hace que desde la platea se esté de manera permanente atento al desarrollo de la historia. El espectador ve una reposición de "El lago de los cisnes" desde su gestación, pasa por los ensayos y culmina con la representación. Un deleite para los espectadores de danza, y mucho más para los fanáticos de esta pieza de ballet, pero también para los cinéfilos.
Perfeccionista como la protagonista de su última película, Darren Aronofsky parece obsesionado con las historias de gente dispuesta a dejar todo por alcanzar una meta, por más que ello a veces traiga aparejado terror, flagelo y tragedia. Así, su Randy (Mickey Rourke) de El Luchador era capaz de dejar su vida en el cuadrilátero, mientras que el Max de su opera prima, Pi, entregaba su cordura a la ciencia para indescifrar lo indescifrable, al tiempo que en otra realidad paralela, Marion (Jennifer Connelly, en Requiem para un Sueño), cedía su salud a las adicciones, mientras Tommy (Hugh Jackman) era capaz de dar lo que no tenía por comprender un poco más allá el sentido de la vida, la muerte y todo lo que va en el medio. Tercos, orgullosos, obsesivos... así son los personajes del universo Aronofsky, y es por eso que no sorprende (algunos argumentarán, inclusive, que sucede todo lo contrario y eso quizás sea indicio de que el director deba renovarse) que su Nina (Natalie Portman) actual se adscriba a dicho grupo de notables. El Cisne Negro representa para Nina el rol más complicado a interpretarse de "El Lago de los Cisnes", y a la vez, es carne también de sus más reprimidos deseos: mientras que su delicadeza e inocencia le aseguran el trono de Cisne Blanco, la oscuridad la seduce pero nunca llega del todo a contaminar la pureza de su némesis. Dicha confrontación de demonios/ángeles internos se ve acompañada de la presión ejercida por su tutor, Thomas (Vincent Cassel) y una nueva compañera de ballet dispuesta a apuñalar por la espalda en el momento menos esperado. Así, contra viento y marea, Nina se aferra a su obsesión adentrándose en un mundo jamás explorado: el de la ambición y grandeza, con naturales altibajos de orgullo y ego. Conviene no revelar mucho más acerca de un film que, si bien no presenta demasiados giros argumentales (es, de hecho, súmamente lineal en su relato), encuentra en pequeños e inesperados hallazgos sus mejores momentos, uno de ellos perpetuado por la gran Wynona Ryder. El Cisne Negro no es, ciertamente, el mejor film del prolífico Aronofsky, pero sí una entrada más en una filmografía más que interesante, que vale la pena seguir de cerca. Quienes busquen un cambio de aire en la carrera del director, serán felices de saber que sus próximos proyectos incluyen la secuela de Wolverine, y una posible continuación de la saga de Batman (que, hasta ahora, Aronofsky elaboró aunque sea para la historieta).
Sangre, sudor y lágrimas Natalie Portman es Nina, una bailarina del elenco estable de una compañía de Nueva York, que vive con su madre, una ex bailarina, y la relación entre ellas excede la competitividad artística y la proyección de los deseos y frustraciones personales. Los psicoanalistas tendrán aquí un filme (de manual) para el diván: castración, represión y psicosis. Ése es el universo simbólico de Nina, cuyo padre ni siquiera es un fantasma; en el filme, no existe. Después de que la primera bailarina es “jubilada” por el coreógrafo francés Thomas (Vincent Cassel), tan riguroso como mujeriego, Nina se esforzará por obtener el protagónico en El lago de los cisnes, de Tchaikovsky. A su técnica perfecta le falta espíritu y libertad, condiciones que según Thomas resultan imprescindibles para interpretar el lado oscuro del cisne. Masturbarse y soltarse será la propuesta terapéutica del maestro, aunque la descomposición psíquica de la bailarina, obsesionada por la perfección, más bien necesite de un doctor Freud vestido con tutú. Nina obtendrá el papel y literalmente vivirá el destino de su personaje. Ahistórica y esquemática, El cisne negro, más que una película sobre la danza clásica, es un retrato trivial sobre la psicosis. Aronofsky acierta en privilegiar planos cerrados que denotan la experiencia de Nina, de allí que la proliferación del primer plano obsesivo y la predilección por escenarios cerrados son una constante, algo bien secundado por una composición cromática en la que el claroscuro transmite un estado de ánimo. Pero Aronofsky no se detiene allí, e intenta mostrar el desequilibrio psíquico a fuerza de efectos especiales y subrayados de principiante. Véase el pasaje en el que el cuerpo de la bailarina se quiebra paulatinamente, lo que culmina en un plano de una muñequita. Ese tipo de ejemplos es la regla. El sacrificio de Portman es ostensible, y tiene asegurada su recompensa en la noche de los premios Oscar: su determinación como actriz, su look de anoréxica, sus cou-de-pied y sur le cou-de-pied y su martirio interpretativo son atendibles, aunque su personaje no necesariamente despertará simpatía. El cisne negro es al ballet lo que La pasión de Cristo es a la teología: una aventura masoquista coronada por un toque trascendental.
Cine fantástico. Natalie Portman es la estrella, el corazón y la fuerza de El cisne negro, la última película de Darren Aronofsky (Pi, Réquiem por un sueño y El luchador). Ella es Nina Sayers, una bailarina de ballet obsesionada con interpretar el rol protagónico en El lago de los cisnes de Chaicovski. El film comienza con una estilizada coreografía donde ella interpreta a Odette en medio de la oscuridad. Es todo un sueño. El director con el que trabaja (Vincent Cassel) está haciendo una nueva interpretación de la obra, donde la misma persona que haga del cisne blanco, deberá hacer del cisne negro. Nada de grises: blanco o negro. Esta película es todo un viaje: un furia de cine, desordenada y rica. Una de las mejores películas (y experiencias) del año. Aronofsky hace una película sin sutilezas: es apasionada, por momentos caótica, no siempre original. Es fácil notarlo en los momentos donde hay danza: la cámara sigue embobada a la bailarinas. No es que esté en cualquier lugar, sino que está hipnotizada con el ballet. Muchos personajes tienen diálogos increíbles (no en el buen sentido) como señaladores, del tipo: "Estuviste tantos años esperando para este papel... ¡esta es tu oportunidad!". Dicho por la madre de Nina. El problema con este tipo de diálogos explicativos no es su naturaleza, sino cómo y cuándo se hacen presentes. En primer lugar, uno no cree que la madre (con quien ella vive) diga algo así. En segundo lugar, se nota que está para poner en palabras la obsesión de la protagonista. En tercer lugar, después del sueño, eso funciona como un subrayado (por si alguno no entendió: Nina quiere ser la protagonista de El lago de los cisnes). Sin ir más lejos, Aronofosky no cuida demasiado estos aspectos, y se reserva un grand finale con giro incluido y todo. Cuánta originalidad hay en todo, poca. La música contundente (parte de la banda sonora de Clint Mansell es la original de El lago de los cisnes, pero al revés) y la puesta en escena, sin embargo, sugieren que todo es más que lo que surge a primera vista. Por momentos, la película es tan camp que es irresistiblemente seductora, atractiva a la vista (y no lo digo por Natalie Portman y Mila Kunis, solamente) y endidabladamente perversa. En una época donde Hollywood parece orientar a sus producciones a ser lo más original, esta parece una cachetada: toma un montón de clichés, los licua, y los sirve en una mezcla que con el tiempo se hace más deliciosa. Donde hay tantas películas que calculan todo para lograr la (falsa) perfección, esta tiene corazón, sangre. No suda, como ese pedazo de carne ambulante en The Wrestler, que soportaba heridas, cortes y volvía a aferrarse a las cuerdas. Esta chorrea sangre, directamente. No esconde su atractivo de feria, hasta de circo podríamos decir. Sin ir más lejos, podríamos enumerar a todos los directores que homenajea: Roman Polanski (Repulsión), David Cronenberg (La mosca), Dario Argento (Suspiria), David Lynch (El camino de los sueños) y Michael Powell (Las zapatillas rojas). Aronofsky ni siquiera se priva de armar algunos truquitos efectistas como para que parezca un thriller sobrenatural, o mejor dicho, una de terror. Hay algunas imágenes espeluznantes, que revelan la psicosis de la heroína. Esta es la mejor película del director hasta el momento: se complementa con su estilo visual y con sus temas recurrentes. La degradación (o el horror) por el cuerpo humano. Algunas de las secuencias más poderosas son aquellas donde la madre le corta las uñas a la hija, o cuando vemos una aguja pasar muy cerca de sus pies, mientras ella se prepara para el ballet. Por supuesto, estas cosas no funcionaría si no creyéramos en los personajes. Portman seguramente gane el Oscar por su interpretación. Mientras que al principio siempre parece tener la misma cara de susto, vamos descubriendo que lo suyo es gradual: para el tercer acto no es otra cosa que atemorizante. Presten atención al movimiento de la cámara y los ojos de Portman cuando hace el rol dentro del rol dentro del rol: rojos, llenos de sangre, de locura, de desquicio. Que eso no quede en una caricatura pero que tampoco sea de una solemnidad insoportable es muy difícil. Acá se logra y se supera. Ella es un poco tímida, reservada. El director dice que es fría y frígida. Para darle el papel que tanto quiere, trata de aprovecharse de ella. Nada, no hay caso: que sea bella no significa que sea sexy, per se. Para el papel del cisne blanco está perfecta. ¿Pero la otra cara? ¿El cisne negro? Allí se ubica Lily, su nueva compañera. Mientras que Nina es una perfeccionistas, de esas que llegan a todos lados temprano y son incapaces de mostrarse provocativas, Lily (Mila Kunis, perfecta en el psysique du role: si no entienden lo que es, vean la película, o mejor dicho véanla a ella y lo van a entender) es lo opuesto. Es natural, desinhibida, pasional. El director lo sabe. Su técnica no es perfecta, pero tiene lo que a ella le falta: corazón. Esto supone un gran problema para Nina por dos motivos: el primero, podría quitarle el lugar que tanto anhela. El segundo: siente algo más que simpatía por su nueva compañera. De allí la referencia a David Lynch y la soberbia Mulholland Dr. El cisne negro explora (y explota) los rincones más oscuros y perversos del personaje. A fin de cuentas, podríamos hacer una lista con todos los errores de la película. También podría criticar más los subrayados de Aronofsky (la buena usa un tapado blanco, y la amiga perversa, que fuma y tiene sexo, uno negro) pero de eso no se trata la crítica. Por eso tampoco es una enumeración de lo bueno y la malo. Es decir, también podría hablar de las virtudes de la fotografía, la dirección de arte, etcétera. Pero no: esto se trata de pensar cómo nos afectó intelectual y emocionalmente una obra de arte. En este caso, creo que no hace falta aclarar demasiado: es un festín de todas esas cosas por las que nos gusta el cine. Bueno, en parte. Sabrán disculparme los que piensan que con esta crítica (y el puntaje) exagero: es apasionado. Es asburdo, es fantástico.
Los reflejos de la psiquis Aronofsky tiene como claro factor en contra ser un realizador cuyo nombre es de más peso que sus obras. Vendría a ser el Dumont de Hollywood (salvando las distancias). Por equis motivo, películas como Pi (1998), Requiem for a dream (2000) o The wrestler (2008) han trascendido como grandes obras, y se han ganado un grupo bastante numeroso de gente aficionada a estos títulos. Su última película, Black Swan (2010), es una película curiosamente interesante. Apoyada en el desenvolvimiento de su reparto, la cámara inquieta de Aronofsky 'persigue' una historia psicótica y rebuscada, con más matices que certezas y más alegorías que metáforas. Hay poca simbología y mucha subestimación al público, ese que tanto recomienda sus historias. Natalie Portman sobreactúa, pero logra encarnarse bastante bien en su personaje, Nina, una niña-mujer reprimida que tiene el sueño de protagonizar "El Lago de los Cisnes" pero debe luchar tanto contra sus demonios como contra los que la rodean. Esta última frase suena estúpida, pero así lo plantea Aronofsky. Nina es frígida, nerd y, sobre todo, vive una extraña relación casi incestuosa con su posesiva madre (Hershey), y su alrededor está lleno de todo lo que ella no es. Es una Alicia en un país de horrores, que lentamente la irán llevando a su cometido. Cómo, eso es lo importante, y el punto más flojo de la historia. El rol que ocupa la sexualidad en este film es llamativo. Todo el tiempo hay referencias explícitas e implícitas sobre el sexo, con la escena lésbica entre Kunis y Portman como auge. El director de Requiem... acude a la habitual psiquiatría de sus films para recuperar ciertos símbolos muy explícitos que terminan por opacar lo místico de la propuesta, aunque también se deslizan gotas de comedia en escenas como la del viejo baboso en el subte, algo que puede leerse como asqueroso y perturbador pero también como un intento fallido, devenido en una risa desubicada. Debo reconocer que ni bien terminé de ver esta película me pareció una genialidad, pero luego de mucho tiempo para pensarla y analizarla, resolví que tiene muchos clichés y golpes de efecto excesivos, que hacen a un guión que termina siendo esquemático -sí sorpresivo, no vamos a negarlo-. La dirección es la que más me dejó indeciso: ¿el mérito es de Aronofsky o de la fotografía de Matthew Libatique? No quiero dejar que el tiempo arruine mi perspectiva de esta propuesta, pero me es inevitable. Black Swan no resulta ser un film inolvidable, pero quizás algunas revisiones cambien esa idea. ¿No es eso molesto? Un film debe defenderse por sí mismo como una pieza completa sin grietas, y Black Swan las tiene, a pesar de su solemnidad. Sí hay que reconocer que es encantadora la dirección de arte, la atmósfera y las actuaciones de Mila Kunis y Barbara Hershey. La fotografía es todo un logro también -los espejos, una maravilla-, aunque hay muchísima ayuda del CGI -malo, por cierto-, lo cual le resta méritos (hay claros retoques en algunos fotogramas mediante ordenador). La narración es, como decía, interesante, pero nada fuera de lo común y que no se haya visto antes. Aplaudir un film como este sería demasiado condescendiente viniendo de un realizador como Aronofsky. Black Swan es una historia muy buena, bien actuada y bien 'perseguida por la cámara' (insisto, no filmada con rigor). Hay un tipo de cine que diferencia los productos hollywoodenses del resto de la basura que allí se produce, y Aronofsky es uno de los que llevan esa bandera. Esta cinta sí es algo diferente estéticamente, pero el cine no es sólo eso. Sin embargo, la recomiendo para que ustedes también la analicen y se planteen estas cosas.
Por falta de tiempo, muchas veces entro a la sala leyendo la sinopsis de la película a minutos de que esta comience, y si bien siempre veo los trailers con bastante tiempo de anticipación, en el caso de "El cisne negro" tenía una mínima idea de lo que iba a ver en la pantalla grande, lo cual me gusta hacer de vez en cuando, para sorprenderme un poco, y olvidarme que estoy trabajando. Desde el comienzo de la película, Darren Aronofsky (el director), deja bien en claro que no vamos a ver una película convencional, ya que la historia tiene algunos componentes "extraños" (por llamarlos de alguna manera) que logran que sea mucho más interesante, y que encima tenga ese factor sorpresa que tanto nos gusta a los cinéfilos. La actuación de Natalie Portman es realmente excelente, y si bien, siempre estuvo a la altura de los personajes que interpretó, "El cisne negro" le da la posibilidad de lucirse más aún, y mostrar todo el potencial que tiene como actriz. ¿Ganará el Oscar? Posiblemente... El soundtrack me gustó, aunque esperaba un poco más, para esta película que tiene una trama y además lleva un título tan relacionado con la música. "El cisne negro" es una película que sin dudas vale la pena ver en Cine, tanto por la historia en sí, como por la actuación de Natalie Portman. Poco tiempo después de ver la película escribí en Facebook que no la había disfrutado, y eso es por una simple razón, las películas de este estilo NO me llaman demasiado la atención, y no por eso dejan de ser muy buenas películas. Lo aclaro para que no haya confusiones, y no mezclen las cosas...
El día que Aronofsky olvidó la lección Para el creador de El cisne negro no hay preguntas, sólo afirmaciones a través de figuras estereotipadas, lentes deformes, ángulos quebrados, en una atmósfera que pretende borrar límites y que se jacta vanidosamente de ser onírica. El Hollywood de hoy ama el cine pastiche, aquel cine que permite reconocer citas de otros films, cruces de ciertos géneros que baten taquillas filtrándolos por estéticas videocliperas; carteles actorales en boga con nuevas promesas, con algunas presencias de estrellas que marcaron un top ten en otras épocas. Y por supuesto, efectismos. El Hollywood de hoy (mejor dicho el aparato voraz de su industria) ha llevado a torcerles el codo a realizadores europeos y asiáticos, garantizándoles ciertos acomodamientos desde una interesada premiación, sólo fugaz, pasajera. Si alguna vez Darren Aronofsky supo ser original y construyó un espectador activo, a través de films como Pi o Réquiem para un sueño, auténticamente provocadoras, hoy presenta uno de sus film más impersonales, manipuladores, obvios y altamente pretenciosos. Olvidábamos señalar que su último film, El luchador, se encuentra en las antípodas de este. A partir de uno de los films favoritos de Martin Scorsese, Brian De Palma y del mismo Coppola, Aronofsky retoma algunos aspectos del que es considerado obra maestra paradigmática de los films sobre el mundo del ballet: Las zapatillas rojas, de 1948, dirigida por los notables Michael Powell y Emeric Pressburger, con la eximia interpretación de Moira Shearer. Reestrenada en su versión restaurada en el Festival de Cannes del 2009, Las zapatillas rojas es una feliz recreación de uno de los tantos cuentos de Hans C. Andersen. Ambientada en el detrás de la escena de los espectáculos de ballet, pone en juego circunstancias reconocibles fácilmente en El cisne negro, particularmente en lo que hace a la composición seleccionada, El lago de los cisnes del inmortal y sublime Tchaikovsky, y de la relación del coreógrafo con la primera bailarina. Las distintas situaciones, obsesiones y perfeccionismo, hoy vuelven a estar presentes en el film que nos ocupa (y nos preocupa), merecedor de cinco nominaciones al Oscar, entre ellos, mejor film y dirección. Fue en aquel evento celebratorio de 2009, cuando Scorsese se refirió a los presentes narrándoles que a Las zapatillas rojas la había visto por primera vez, junto a su padre, cuando tenía nueve o diez años. Y que desde entonces la siguió de cerca, observando a través de su historia "el misterio de la pasión por la creación artística, el lado más oscuro que de pronto puede despertar sin avisarnos". Este comentario de Scorsese es el que tal vez, aunque sin lograrlo, Darren Aronofsky ha pretendido escenificar, poniendo en las marquesinas la arriesgada relación "arte locura", olvidando la lección de maestros tales como Ken Russell y de Vincente Minnelli. Para el director de El cisne negro no hay preguntas, sólo afirmaciones a través de figuras estereotipadas, lentes deformes, ángulos quebrados, por nombrar sólo algunas, en una atmósfera que pretende borrar límites, que se jacta vanidosamente de ser onírica. Desde una concepción banal de lo freudiano, El cisne negro se pasea por galerías traumáticas que se alojan en la superficie de Repulsión de Roman Polanski, film al que intenta vampirizar en algunos pasajes. Y para ello su director ha elegido un punto de vista subjetivo que lejos de marcar cierta sospecha reafirma lo que se dice de mil maneras, hasta el cansancio. Todo se balancea torpemente entre el negro y el blanco, la inocencia y la maldad, el lado luminoso y el lado oscuro. Así se construye por igual todo el repertorio de conductas maniqueas del film. En el último Festival de Venecia, en el que El cisne negro se presentó el día de la apertura logrando enojosas críticas y aplausos por igual, la actriz Mila Kunis obtuvo el premio "Marcello Mastroianni" a la mejor actuación no protagónica. En el film, ella, Lily, es el reverso de Nina, rol que asume con dureza y eficacia una notable Natalie Portman. Nina, que se esfuerza por ser perfecta, que lucha por conseguir en ese espacio de rivalidad el gran rol de su vida, vive junto a su madre, puritana y orgullosa de su pasado, de su rostro, de su belleza (ahora ya una máscara), en un mundo de fábula, rodeada de animales de peluche. El vínculo tiránico y despótico de su madre recuerda a la madre de Carrie de Brian De Palma y su primer rival, la mala de Lily, funciona como su propia imagen a través del espejo. Todo esto en el film se va repitiendo hasta la fatiga. Y de pronto despertará lo reprimido, lo que pretende ser siniestro (sin alcanzar ni un solo tono de Suspiria de Darío Argento), de tensión con su manipulador director, rol que compone un admirable Vincent Cassel, a través de conductas sádicas y seductoras. Nina vivirá junto a Lily el desborde y el exceso, llegando a fantasear un irrumpir orgásmico, tan burdo y grotesco, como en el más mediocre de los films. Confluencia de gritos y sobresaltos, de golpes escénicos particularmente en lo que remite a su vínculo con el personaje que compone una excluida Winona Ryder, El cisne negro revela su costado más payasesco, a partir de lo que altivamente su director se propone. Pedante y superficial, film poblado de espejos y espejos, espejos y más espejos, con dosis elevadas de truculencia a lo Cronemberg, el film de Darren Aronofsky nos lleva a añorar obras eximias tales como Momento de decisión de Herbert Ross, Invitación a la danza de Gene Nelly, Billy Elliot de Stephen Daldry, uno de los episodios de Fantasía de Walt Disney. Y por supuesto, allí esperan, Las zapatillas rojas.
Ella usó su cabeza como un revólver En un año donde la gran mayoría de las películas nominadas al Oscar llegan a la pantalla grande antes de la ceremonia de premiación, la nueva película de Darren Aronofsky es probablemente la que mayores ambigüedades genere. Tildada por muchos críticos como una obra maestra, y por otros como un título presumido, lo cierto es que El cisne negro no puede estar exento de esa polémica que ya ha levantado. Y es que si bien la prioridad está puesta en desnudar algunas de las tantas miserias que cualquier ámbito unipersonal (deporte, arte) de gran competencia exige, el film también resulta una trampa pretenciosa de marcado (su)realismo sobre la transformación del ser humano y el sacrificio que la perfección exige. La historia sobre a una bailarina de ballet (Natalie Portman, inminente ganadora de la estatuilla) que acaba de conseguir su primer papel protagónico para interpretar una nueva versión de El lago de los cisnes, sobre cómo la preparación y las propias exigencias del director (Vincent Casell, siempre convincente) trastocan su personalidad, más la aparición de una despreocupada colega que amenaza con ocupar su puesto (Mila Kunis), guarda no pocos secretos. Drama disfrazado de thriller psicológico, vinculado directamente al clásico de Michael Powell, Las zapatillas rojas, pero también a parte de la filmografía del Roman Polansky más alucinatorio (no sólo Repulsión, sino también El inquilino o El bebé de Rosemary), el nuevo trabajo de Aronofsky vuelve a mostrar los rasgos de la obsesión que ya había expuesto en su ópera prima Pi o en Réquiem para un sueño. Irreprochable desde el punto de vista técnico, los caminos que comenzará a ahondar se verán bifurcados por una confusa dualidad entre lo real y lo imaginario que muestra los principales problemas del film. Película de espejos y reflejos rotos, de blancos y negros, de escenarios y sueños; la presunta aproximación a lo irracional de la protagonista, más los sometimientos de la propia autoconsciencia terminarán arrastrando al espectador a una resolución de sabor agridulce –sin entender el concepto como una revelación de la trama- que poco tendrá que ver con sus principales encantos. El cisne negro es una de esas películas que impulsa a la discusión, al debate y al intercambio de opiniones. Algunas buenas ideas, y un conjunto de bondades que enaltecen su contenido, chocan con ciertas manipulaciones que por fraudulentas, suenan poco sinceras. A pesar de todo, las cinco nominaciones a los Oscars (que también incluyen Mejor Película), sumados a sus evidentes hallazgos invitan a, por lo menos, sacar veredictos propios.
La relación entre locura y arte es una de las más transitadas por el cine: podríamos citar la magnífica “Sed de vivir”, de Vincent Minelli, como modelo. La relación entre la danza y la locura, también: podemos citar la magnífica “Las zapatillas rojas”, de la dupla Powell-Pressburger. El juego visual para pintar ambas cosas ya estaba mucho en el Ken Russell de los `70. La pretensión estética de tomarse en serio lo que ya se ha vuelto trivial y aderezarlo con escenas propias del cine de terror, alegorías (que además se explicitan en boca de los personajes por si no entendemos), de hacer sobreactuar a buenos intérpretes para que den “intensos”, de mentar el sexo como algo perverso, de usar la cámara como si fuera una pelota de tenis, no tiene nada que ver con los films mencionados y es la raíz de este cisne más bien gris. La historia es simple: una bailarina perfectísima pero sin pasión (Portman) será la nueva estrella de un ballet y hará, al mismo tiempo, el rol del cisne blanco y del negro en –sí, claro– “El lago de los cisnes” versión “novedosa” (el aficionado al ballet verá que de “novedosa” la puesta no tiene nada). Pero... el “negro” no le sale porque no tiene pasión y es una reprimida sexual. En fin, algo así como “La película de la semana” pero con golpes de efecto tremendos (sangre, piel que se rompe, transformaciones digitales, etcétera). El ballet es para el aplauso del fariseo, que creerá que a la gran música hay que saludarla siempre. De cine, nada: un videoclip disparatado, que no deja vivir a sus personajes.
Es tuyo Natalie. La solemnidad de El cisne negro está presente en lo primigenio de su planteo. Aronofsky toma una de las dos piezas de ballet más trilladas, aburridas y convencionales del mundo como El lago de los cisnes (la otra es El cascanueces, también de Tchaikovsky). A partir de esa premisa, el director construye un relato solemne y pretencioso, presumidamente disfrazado de audaz que no hace otra cosa que echar mano al psicologismo más llano y torpe, y como si fuera poco, sobreexplicado, no vaya a ser cosa que alguno por ahí no lo entienda. Aun así, es justo reconocer que, en un primer momento, la película es interesante. Coquetea con el terror y el misterio y cuestiona al espectador. Intriga. Pero los hilos se le notan demasiado rápido. Nina, una fría y perfecta bailarina, se rompe el lomo para ser elegida como la nueva figura del New York Ballet, para eso tiene que conseguir el doble papel de cisne negro y de cisne blanco en una nueva puesta en escena de la obra que apela al desdoblamiento. Es decir, ella sería un cisne blanco ideal: frágil, etéreo, con un aire trágico en su mirada y en sus movimientos. Pero no logra “sacar” al cisne negro: sexual, seductor, vibrante, malvado. Por supuesto, las audiciones son frente a un coreógrafo francés que es un compendio de estereotipos. La competencia entre las bailarinas no se queda atrás. Nina obtiene el rol, claro está, y se hace carne y vida sobre su obsesiva persona. Esta escisión que tiene que operar en Nina para llevar adelante el personaje es lo que se mencionaba como atractivo del comienzo (junto con los planos cerrados sobre Portman). Pero el otro gran problema es que se abusa del recurso para marcar la descomposición de ella: Nina se cruza con su doble imagen –por decirlo de manera simplificada– dos millones de veces y así la modalidad se torna torpe y el posible misterio se vuelve inestabilidad mental de manual. Nina es el cisne blanco, entonces durante toda la película viste de colores claros, simplificando aún más el ya bastante obvio significado. Por supuesto, su doble está de riguroso negro y actitud desafiante. Y así sigue, el tenor opositivo ramplón se utiliza para todo, para con su entorno, sus colegas, la relación con su madre (obsesiva y patológica). Todo es llevado, precisamente, al blanco o negro de esa bendita pieza de ballet. Y no parece consecuencia en el planteo escénico, sino una palmaria forma de simular sofisticación. El colmo de la sobreexplicación barata viene de la mano de la frase “Vos sos tu única enemiga” (dicha varias veces de distinta forma), con lo cual lo que viene detrás es solo puesta en imagen de ese sentido explícito. En el proceso, Aronofsky juega un poco a la sordidez y a la lesión corporal que tanto aparentan gustarle, sin aportar mayor sustancia que puro exhibicionismo de refuerzo. El cisne negro no es otra cosa que una película maniquea y snob, simple y torpe pero con aires de importancia que le quedan demasiado grandes. La idea de Aronofsky de “continuación” de El luchador solo parece darse en el hecho de destacar a sus protagonistas, más allá incluso de sus propios cuerpos. Es Natalie Portman y nada más.
Fuegos artificiales y Tchaikovsky Natalie Portman encuentra en este film una interpretación hecha a medida para los premios Oscar, mientras que el director de Pi y Réquiem para un sueño confirma su propensión al efectismo más altisonante y declamativo. Todo es cuestión de estilos. Y no hay duda de que Darren Aronofsky lo tiene: efectista, presuntuoso, declamativo, energético. Ya en las iniciales Pi (más allá de las ecuaciones matemáticas) y Réquiem para un sueño (más allá de su inmerecido prestigio), el director hacía de las suyas. Nunca perfil bajo, siempre con su estilo altisonante, ideal para el resultado de los anabólicos y la exhibición de tatuajes del resucitado Mickey Rourke (o algo parecido a lo que fue alguna vez) en los rings de El luchador. En este punto, El cisne negro tiene más de un parentesco con aquel outsider de musculatura fabricada en el gimnasio. Ahora es El lago de los cisnes y la elección de la joven bailarina Nina (Portman) para interpretar al blanco y al negro de la obra de Tchaikovsky, al lado puro y al oscuro del mundo del ballet. Desde la primera escena, Aronofsky ofrece su nada sutil estética y, peor aun, con el devenir del relato explica una, dos, tres, varias veces por dónde viene la historia y qué le ocurre (y ocurrirá, claro) a la frágil y glacial protagonista, características que resaltan aun más desde la robótica y oscarizable interpretación de Natalie Portman. Pero el director –al mismo tiempo, ambicioso y vacío a través de su propuesta– apuesta más alto y convierte la trama en una sucesión de escenas de género (terror, melodrama, film-ballet) con momentos realistas, fantasmagóricos y oníricos, transformando a la narración en un vale todo a puro efectismo. Por ejemplo, la relación entre Nina y su madre (Barbara Hershey, otra resucitada para el cine) que remite a la Carrie (de Brian De Palma), con una mamá en versión erudita, claro está, porque se trata de Tchaikovsky, El lago de los cisnes y los conflictos internos de una bailarina impedida de expresar su lado oscuro. Que es el cisne negro, no olvidar. Pero el estilo pirotécnico de Aronofsky no culmina allí. Habrá una escena de sexo entre una borrachita Nina y su competidora (para deleite de la platea voyeurista), un tiránico director del ballet (Vincent Cassel), y la habitual pero nada original competencia que se establece en el mundo de la danza. También hay grajeas de talento para los fanáticos de la cámara en mano y bailes y destrezas bien filmadas, pero siempre con el consabido montaje que impide saber si la protagonista es la que aparece en imágenes, una doble, o quién sabe. Y así es el estilo Aronofsky, un rompecabezas astuto que deja ver sus pomposas costuras a pura euforia estética. Fuegos artificiales tirados al voleo que terminan siendo un par de petardos en oferta que no pueden ocultar su más declarado exhibicionismo.
El cisne negro, la película de Darren Aronofsky por la cual Natalie Portman es favorita a ganar el Oscar a mejor actriz, según dicen los medios. Las disquisiciones sobre quién ganará el Oscar me parecen tediosas, así que pasemos a otra cosa. Si uno va a ver esta película, hay que verla en cine. Es una película-impacto, que apabulla con imágenes bestialmente poderosas, sonorizadas de forma demente. Lo de demente y bestial, aclaro, dicho como elogio. Réquiem para un sueño –tal vez la película de Aronofsky peor tratada por la crítica– tenía algo de este estilo ultra barroco, y también de la delgadez del asunto. En El cisne negro todo el arco narrativo es obvio desde los primeros minutos: Nina (Portman) es una bailarina técnicamente perfecta que deberá lograr conectarse con la pasión, el desenfreno, su lado oscuro, su sexualidad. Y su madre obtura todo eso. Lo demás son detalles, construidos por Aronofsky de forma bombástica, para hacer algo así como una versión psicoanalíticamente más simplista (directamente ramplona) y llena de espejos, espectros y danzas de Carrie de De Palma. No tengo muy claro si El cisne negro es una gran película (no lo creo), pero es una película visceral, sanguínea, pasional (nada de “cine fino”), muy cisne negro y nada de cisne blanco, con una extensa y esplendente secuencia final que puede enfervorizar hasta al espectador más distraído.
Bailando por ¿un…? El cisne negro (Black Swan, 2010), protagonizada por Natalie Portman, flamante ganadora del Oscar como mejor actriz por su actuación, es la última obra de Darren Aronofsky (Pi, Réquiem para un sueño, El luchador). Aquí se narran las vicisitudes de una bailarina de ballet, Nina, que debe interpretar el clásico de Tchaikovsky, El lago de los cisnes, en sus dos papeles protagónicos: el cisne blanco y el cisne negro –en lo que sería una novedosa “puesta vanguardista” por parte del director Thomas (Vincent Cassel)-. El ámbito sobreexigente, competitivo entre las bailarinas; el despotismo y machismo del director/dueño de la compañía son las primeras muestras del “ambiente” en que se desarrollará la historia. Pero hay más: Nina, quien al parecer combina la perfección técnica con la inocencia más pura (y casta), necesita sacar su “cisne negro” (su costado pasional, visceral –si es que lo tiene-) para el estreno de la obra, por pedido expreso del tiránico director. A esto, las “exigencias profesionales”, hay que sumar las “exigencias familiares” de su madre (Barbara Hershey), bailarina frustrada, que sobreprotege (y reprime) a Nina (que también se autorreprime), en una tensa relación amor-odio a la Roman Polansky. En suma, tenemos una película que ilustra el drama de un arte exigente en lo físico y mental, con toques de psicotrilher (alucinaciones + efectos especiales incluidos), donde la realidad y la paranoia se funden... en una sola persona: la archisufrida Nina. Aunque la película atrapa desde el inicio –centralmente por la buena performance de Portman y por la obsesiva cámara que sigue constantemente a la protagonista- peca de una excesiva explicación: hay escenas (como las sexuales de la reprimida y autorreprimida Nina; sola o acompañada) demasiado largas, demasiado explícitas y demasiado evidentes, que sólo hacen más largo el film. Al igual que los diálogos, que explican lo que ya se ve o infiere. Sin llegar a la claustrofobia de un David Lynch toda la historia se desarrolla desde una perspectiva dark, donde los polos alegría-tristeza, ambición-desencanto, euforia-depresión son los conductores de una historia simple y de cantado final. Además, Aronofsky terminó haciendo una película demasiado larga: 108 minutos; que incluso podría haber funcionado mejor si la hubiera reducido a 50 o 60 (como si fuera una serie de TV larga). El cisne negro da (mucho) menos de lo que promete.
Siga el baile, siga el baile Controvertida peli, a cierto sector de público y crítica les encantó, otros tantos la defenestraron, en síntesis es bueno esto de la no coincidencia, da sitio a la charla y /o discusión. Darren Aronofsky tiene un excelente antecedente: "El luchador", un filme notable que además sirvió para remontar la carrera vapuleada de Mickey Rourke y que trataba de un perdedor, aqui va por un personaje al límite de la locura con tanta y tanta exigencia personal, en eso tambien existe cierta concomitancia con el personaje que componía Rourke en la peli citada. Nina es bailarina consumada, y se sabe que el ballet es una terrible, durísima carrera, al tiempo de convertirse para ella en una compulsión, sumado a esto, el control asfixiante de una madre posesiva -parecida a aquella mamá insoportable que dió el cine en Piper Laurie en "Carrie" de De Palma-, y distintas cosas que van apretando y sofocando a la chica protagonista. Con una fotografía móvil de a ratos, con planos sugerentes, climas de intriga, bastante efectismo fílmico que se asemeja mucho a la histeria del personaje, el cual lleva a una actuación contundente y si mayúscula de Natalie Portman, que la hace ganadora de cuanta nominación reciba, se irán retratando obsesión y locura, pies que dibujan arte sobre el escenario al son de Tchaikovsky, deseos y frustaciones, y claro las miserias del ballet, el personaje de la bailarina adulta de Winona Ryder lo muestra claramente. Vincent Cassel tiene la presencia y nervio ideal para el director artístico que compone y la muy querida -digna y amada por muchos cinéfilos-, Bárbara Hershey reaparece como la madre de Nina. Filme correcto, aceptable pese a ciertos excesos de estéticismo cinematográfico, y algunas trampillas que harán que a muchos no les cierre el final de la historia.
Función doble: hagamos sufrir al espectador Esta nueva función doble tiene como sentido poner en consideración a dos películas que comparten un sentimiento que para las audiencias ha sido casi unánime: el espectador sufrió al verlas. Aronofsky e Iñárritu no se parecen demasiado, pero en estos dos filmes logran -cada uno a su forma- poner al espectador en una picadora de carne emocional. Ambos utilizan un enorme despliegue de golpes de efecto, pero mientras que en El cisne negro la intensidad emotiva, más de tono psicológico y perturbadora desde lo visual, resulta un viaje duro, peligroso, pero divertido y hasta conmovedor, en Biutiful, González Iñárritu propone que nos sumerjamos con los personajes en lo más profundo de sus vidas miserables, haciendo que el viaje sea un suplicio insalvable. Miren si será rara la vida, que si nos fijamos sólo en la estructura del guión, Biutiful termina siendo más sólida, pero ante el producto completo me quedo con El cisne... Bienvenidos a una experiencia cinematográfica perturbadora. Hay mucho por decir, debatir y discutir sobre El cisne negro, pero lo unánime entre los que hayan atravesado la prueba de ver la última de Darren Aronofsky es que hace transitar al espectador por momentos de tensión notables. Y les adelanto desde temprano que eso es lo mejor que tiene el filme. El cisne negro cuenta la historia de Nina, una tímida y esforzada bailarina de ballet que lucha por conseguir un papel protagónico en alguna obra, luego de años de buen trabajo y dedicación. Las oportunidades se abren cuando la experimentada figura del elenco es pasada a retiro forzoso y se avecinan los ensayos para la tradicional obra "El lago de los cisnes". Pero no todo será tan sencillo, puesto que el director la encuentra demasiado correcta y poco pasional como para estar a la altura del personaje principal y la aparición sorpresiva de una compañera nueva (el personaje de Mila Kunis), fresca, despreocupada y enigmática, generará una tácita competencia que no le saldrá barata. El nuevo film de Aronofsky (responsable de una interesante filmografía que incluye Requiem para un sueño, Pi, El luchador, entre otras) acierta en la descripción de un mundillo hipercompetitivo como el del ballet, en donde nadie regala nada y las sonrisas son de cartón. Pero más que nada acierta cuando compone un mundo paralelo, surreal, paranoico y por demás terrorífico. Aronofsky lo compone con una predominancia de las tonalidades oscuras, con -quizás excesivos- juegos de espejos, con planos cercanos, cámaras en mano y ritmo vertiginoso, y con una profusión de imágenes perturbadoras y música ominosa a alto volumen. Un cocktail efectista, sí, pero también efectivo, para lograr incomodar al espectador y generarle una inusitada tensión. Un efecto de montaña rusa en donde disfrutamos del miedo y el stress, que por sí solo vale la entrada al cine. Hay otros condimentos que hacen de El cisne negro una interesante propuesta: el elenco está a la altura de las circunstancias, con unos tremendos Vincent Cassel y Barbara Hershey (profesor y madre de la protagonista, claves en la configuración psicológica de Nina), una gran Wynona Rider (su papel es menor, pero su intensidad es alarmante), una enigmática y oscura Mila Kunis, y un estupendo trabajo de Natalie Portman, en el papel de su vida, que se hace responsable de toda la carga emocional con la que debe lidiar Nina y que le pone el cuerpo (más literalmente de lo que solemos utilizar la frase) a su bailarina de forma notable. Nina baila, salta, gira, se transforma, llora, grita, escapa, se asusta, se emborracha, explora su lado oscuro, se violenta y todos los ojos -y en especial la cámara, que se le pone encima casi obsesivamente- se posan en ella. El guión de Mark Heyman, Andres Heinz y John McLaughlin (tres debutantes) funciona muy bien en la construcción del personaje principal, sus presiones y sus consecuencias, se hace bastante evidente en la metáfora de los cisnes y los personajes, y mantiene en vilo al espectador en el entramado de los dos mundos de Nina, aunque en ese juego entre lo real y lo irreal, quizá peca de excesivo al forzar demasiado los límites del verosímil sobre el final del relato. Y para muchos será imperdonable. El cisne negro es una buena película si se la toma como lo que es y no se le buscan pretensiones de cine arte que algunos críticos quisieron encontrar no sé con qué fundamento. Es un thriller psicológico bien construido, que propone momentos de tensión estupendos mediante golpes de efecto válidos y utilizados a la perfección. Aronofsky no está buscando la sutileza, eso está claro: el filme nos grita y nos pone nerviosos. Tanto como la bajada vertiginosa de una montaña rusa. Claro que no a todos les gustan los parques de diversiones.
El precio de la perfección A partir del argumento de una joven, bella y talentosa bailarina que aspira al papel principal en “El lago de los cisnes”, se construyen más de cien minutos apasionantes acerca de la locura (o el delirio) y el rigor del arte que busca la perfección. Sin ser cine realista, “El cisne negro” muestra cosas reales: las grandezas y miserias del mundo del ballet que valen para todo el universo competitivo del arte. Y admite más de una lectura, aunque predomina la sicológica como en “La pianista” de Haneke, “Repulsión” de Polansky, “Marnie” de Hitchcock o “Carrie” de Brian De Palma, en las que la libido reprimida por exceso de rigor se desvía hacia lo patológico. El sustancioso guion va desovillando progresivamente el suspenso y la sensación de extrañamiento, con el eco de múltiples espejos; también la sensación de presión física y sicológica sobre la protagonista (Nina) interpretada por Natalie Portman. Dueña de una técnica perfecta que controla cada movimiento, Nina carece en su danza de vértigo y seducción. Para lograr el protagonismo no le bastará con encarnar al inocuo cisne blanco sino que tendrá que alcanzar el oscuro poder del cisne negro. Atrapada por una madre sobreprotectora, un profesor hiperexigente, la rivalidad cruel entre colegas y el despecho o la envidia de aquellas bailarinas que desplaza, intentará obcecadamente entregarse al riesgo de la plenitud. En la particular mirada de Aronofsky, uno de los realizadores más sorprendentes del actual cine norteamericano, el roce de la perfección se acerca al éxtasis de los mártires; de ahí, una estética muy cuidada que une la belleza al gozo tanto como al dolor, que se transmite hasta hacer doler el cuerpo. En el borde Resulta imposible separar los límites de la barroca vorágine visual del film y sería injusto encasillarlo en un género, siendo recomendable apreciarlo desde el borde, sin otra etiqueta que la de cine de autor. Es cierto que la película incurre en el thriller fantasmagórico y alucinatorio, porque lo fantástico se caracteriza por ser esencialmente ambiguo, a partir de la duda sobre la barrera entre lo real y lo imaginado. Esto se apoya en una constante dinámica de puertas que se abren y cierran sobre externos laberintos sombríos que conducen hacia interiores coloridos pero de iluminación inquietante. La fotografía de Matthew Libatique ayuda a crear una atmósfera malsana y opresiva en cada fotograma, a lo que se suma la cámara en mano, inseparable como una sombra, para espiar en los repliegues profundos del inconsciente. La cámara captura a su personaje y lo encierra dentro de su propio mundo, nos hace partícipes de sus fantasías más secretas y delirios paranoicos. La interpretación sin fisuras de Portman es uno de los puntales para contrarrestar el desenfreno y los excesos, pero también los actores secundarios son de antología: la revelación de Mila Kunis como antagonista, Vincent Cassel como experimentado maestro implacable, la figura materna (Barbara Hershey) que proyecta en la hija su vocación frustrada y la primera bailarina (Winona Ryder) que debe retirarse por el paso prematuro de los años que corren más velozmente para la danza. Sin miedo al ridículo ni al exceso,“El cisne negro” conduce su progresivo delirio hacia un clímax muy alto, jugando siempre al límite del desborde, al filo del prodigio o el desbarranco, en una búsqueda perfeccionista donde el espectador también queda atrapado.
El lado oscuro Algunos espectadores encuentran especialmente interesantes a las películas que muestran los entretelones de la vida de los artistas entre bambalinas; es por eso que se han hecho muchos filmes ambientados en ese particular mundo que está detrás de los escenarios, entre camarines, pasillos y salas de ensayo. Ese suele ser el ámbito ideal para el desarrollo de apasionantes conflictos humanos; si a esto se agrega el hipercompetitivo ambiente del ballet, una bailarina obsesionada con la perfección, una rival tan ambiciosa como seductora, un director artístico cínico y manipulador, una estrella en el ocaso y una madre dominante, los ingredientes para una mezcla explosiva están servidos. El director Darren Aronofsky maneja hábilmente a los personajes de este drama, a pesar de las flaquezas de un guión demasiado obvio. Se apoya en una destacada tarea de Natalie Portman (poco importa la polémica desatada alrededor de sus verdaderas condiciones como bailarina clásica) y del resto del elenco. Pero cuando la obsesión de la protagonista con las características del personaje que tiene que interpretar la llevan al borde de la locura, el libreto pierde en consistencia lo que gana en ampulosidad y grandilocuencia. A Aronofsky (recuérdese "El luchador") le interesan los personajes que le ponen literalmente el cuerpo a su pasión; tal el caso de Nina, quien además debe lidiar con una conflictiva relación con su madre (también bailarina, que dejó la profesión para criarla). Las cosas terminan de complicarse cuando la dualidad que la protagonista debe mostrar en escena invade su vida privada, y la llevan a confundir la realidad con las imágenes que se generan en su afiebrada mente. La película entretiene y los aspectos visuales están muy bien resueltos, con interesantes imágenes logradas por cámaras mezcladas entre los propios bailarines en escena; pero no alcanza la densidad necesaria como para ser algo más que otro filme sobre el mundo del ballet.
Esta no podía faltar, ¿no es cierto? De hecho, todo amante del cine -no tan vago como quien escribe- tuvo que ver esta película de un director de peculiar resonancia. Con ello, llamar a Darren Aronofsky un director "de culto" es, no obstante, algo precipitado. Su obra breve posee, empero, una calidad y un sello inconfundibles que desde Requiem para un sueño (más que desde Pi), lo han llevado a una popularidad a veces inmerecida, pero afortunadamente más merecida que la de otros cineastas menos talentosos. Con Black Swan Aronofsky se lanza a Hollywood, con nominaciones al Oscar incluidas, y en consecuencia a un público más amplio: expone sus predilectos tópicos de la relación entre la enfermedad mental y el cuerpo (azotado prácticamente alla Cronenberg) con una claridad inusitada, pues si en The Wrestler veíamos el flagelo físico, no era tan luminosa la patología mental del protagonista, que de todas maneras encarnaba una figura más romántica que teórica, como la bailarina de El cisne negro. La historia de este nuevo film de Aronofsky es la de la joven bailarina Nina Sayers (Natalie Portman), a quien le fue -a priori- adjudicado el papel principal de el ballet "El lago de los cisnes", en una producción renovada que, bajo el mando de Thomas Leroy (Vincent Cassel), requiere la capacidad de una intérprete que pueda concretar el rol tanto del cisne blanco, como el del cisne negro. Este lado oscuro del personaje ejecutado por la joven es el que no convence a Leroy y hace que Nina se sienta amenazada frente a otras de sus compañeras, Veronica (Ksenia Solo) y, en particular, Lily (Mila Kunis), con una experiencia de vida menos puritana que la de la protagonista, constantemente seguida por la sombra de su madre Erica (Barbara Hershey), quien vive su sueño frustrado de bailarina través de su hija. A partir de la efectiva asignación del papel, la transformación necesaria para la interpretación del cisne negro irá de la mano de una psicosis in crescendo cuyo paralelo puede asociarse al de la desplazada estrella del ballet de Leroy, Beth MacIntyre (Winona Ryder). Es posible preguntarse, con tanto Tchaikovsky y bailarinas, cómo puede resultar una película que pone su énfasis más en la teoría que en el romanticismo. El lado romántico del film es claro, pero pertenece más a la éstetica de la obra, sus contornos, sus formas, que al contenido que pretende evidenciar. Esto es lógico si se tiene en cuenta que la gran lucha de la protagonista es su intento de escapar de la técnica y la perfección que la tiene aprisionada: cuando se despertase el Sturm und Drang del baile, allí se habría alcanzado el descontrol imprescindible para la caracterización del cisne negro. Si queremos sumergirnos en los aspectos psicológicos de la trama -que, a decir verdad, lo son todos-, podemos hablar de una falla en la simbolización del personaje de Portman, propio de la psicosis. Nina no halla una asiento para dar el salto que le permitiría concebir la perfección desde otra óptica distinta a la del control. Esa búsqueda -por supuesto, estéril- hará que Nina oscile entre la sujeción a una castidad en todos los rincones de su existencia y una hybris que pone en riesgo su carrera y la vida propia y de terceros. Esta obra ha sido también debatida en base a su propuesta visual impactante en relación con los padecimientos físicos explícitos y ciertas escenas de erotismo (más bien leve). Hay un público que no soporta esta modalidad, aun cuando en otras películas, bélicas y de terror, la sangre se vierte como de un sifón de soda. Debe aclararse, en defensa de El cisne negro, que el uso de la cámara por parte de Aronofsky no carece del todo de sentido. Más aun, los planos cortos no son sólo de heridas, sino también de partes del cuerpo u objetos relacionados con él que dan lugar a metáforas (los pies y la flexión, esto es, la transformación entendida como torsión) y a expresiones de las actitudes propias de los psicóticos. En efecto, el relato es propuesto hacia el espectador como una historia en primera persona y tales parcialidades corporales las podemos comprobar nosotros mismos, como yo, que veo de soslayo mis manos escribiendo en el teclado el reflejo de mi rostro en la ventana tras el monitor. Explicitada esta cuestión, queda la duda si estos aspectos viscerales van en detrimento de una obra que desarrolla aspectos de la psicosis con una claridad hasta por momentos ligeramente exagerada (aunque se sabe que la exageración es un recurso del arte). No hay demasiadas sutilezas ni misterios que desentrañar y sin embargo novedosos motivos de la pintura siguen apareciendo. Esta relación diáfana entre forma y contenido que abriría la película a un mayor espectro de público puede ser considerada una virtud, ya que no es necesario que la oscuridad sea una característica del buen arte (aunque sea consumida como caviar beluga). No obstante, tiene dos contrapesos "naturales": las escenas "fuertes", que espantan a algunos, y la ineludible necesidad de poseer un mínimo background intelectual. Es poco importante cómo conectemos el sentido de la sucesión de hechos, pero es imprescindible que se le encuentre algún vínculo, sea el de la psicosis o cualquier otro ficticio, mediocre o pergeniado por nuestro gusto y humor del día. Entonces ¿Black Swan para todos? Negativo. Por eso el gusto amargo de la desazón de que este film oscile entre la divulgación y lo exclusivo. De todas maneras, el goce de la música y del arte se hace presente en el film de Aronofsky, quien quiso complacer a Dios y al Diablo. Y debemos reconocer que complaciendo al Diablo, jamás puede dejar de darnos una buena dosis de lo que en el fondo nos encanta.
Había un modo de contar cuánto cuesta volar bien alto y Darren Aronofsky eligió, quizá, el más cruel. El director, el mismo de “Réquiem para un sueño” y “El luchador”, muestra el derrotero de Nina, una bailarina que es elegida para bailar “El lago de los cisnes”, pero le falta exponer su lado salvaje para interpretar bien al cisne negro. El filme se basa en las presiones del mundo del espectáculo, en este caso del ballet, pero desde el universo de un personaje ambiguo, complejo e indefenso. Hay momentos en que la película se codea con registros del género de terror y también del erótico. Sin embargo, lo que prima es una producción de notable corte artístico, de cuidados efectos visuales (el baile del final es bellísimo) y, como si fuera poco, el tenor expresivo de Natalie Portman es superlativo.
En este drama/thriller psicológico Natalie Portman interpreta a una bailarina clásica que tiene la oportunidad de su vida al encabezar una obra, pero deberá sobreponerse a las presiones y rivalidades del ambiente que la llevarán a un estado mental en el que no todo puede ser real. En el 2008 Darren Aronofsky presentaba The Wrestler y con ella lograba un doble rescate, aunque sólo uno trascendiera. Esta muy buena película fue para Mickey Rourke lo que Pulp Fiction significó en los ’90 para Travolta, un gran papel capaz de sacarlo del infierno de las películas insignificantes para devolverlo con gloria al star-system, lo que también supuso un regreso triunfal para el director tras el fiasco de The Fountain. En esta oportunidad el realizador elige un planteo similar al de su último éxito, va a hacerse cargo de mostrar lo que ocurre tras bambalinas en el mundo del ballet, ya que sabe que no todo sigue brillando cuando las luces se apagan y los aplausos terminan. Mientras que en su anterior film la carrera de Randy “The Ram” Robinson estaba terminada, en Black Swan Nina Sayers (Portman) recién la está empezando. Ambos quieren estar ante los reflectores, él buscando un pasado de orgullo, ella aspirando al futuro brillante que tiene por delante. Dentro de este mundo de la danza hay un personaje similar al interpretado por Rourke que es el de Winona Ryder, una bailarina mayor que en su momento fue la mejor, a la que obligan al retiro y a traspasar el trono a otras más jóvenes. Esta inevitable lucha entre generaciones es uno de los temas tratados por Aronofsky, quien hará foco principalmente en las presiones a las que se someten estas nuevas bailarinas para hacerse del puesto. Nina sigue un riguroso estilo de vida sin ningún tipo de libertades, lo cual pone en riesgo no sólo su salud física sino también la mental. A lo largo de toda la película ella experimentará alucinaciones que la llevarán a un estado psíquico peligroso para sí misma, así como supondrán puntos de quiebre en la historia que conducirán hacia caminos insospechados. La compañía de baile ejecuta El lago de los cisnes, obra que se ha realizado hasta el hartazgo pero nunca con la misma bailarina interpretando al mismo tiempo dos papeles tan disimiles como el del Cisne Blanco y el Negro. La protagonista es la elegida para desempeñar ambos roles, disparando un conflicto consigo misma dado que si bien su inocencia y pureza la hacen capaz de ejecutar a la perfección el primero de ellos, no es ni apasionada ni sensual como para desarrollar el segundo. Esto supone un problema ya que Lily (Mila Kunis) forma parte del mismo grupo y, si bien no domina la técnica como la otra, es capaz de ponerse en contacto con sus dos mitades. De la mano de esta, el cisne blanco irá descubriendo su lado oscuro y autodestructivo a partir de la liberación sexual que la opone a su madre castradora (Barbara Hershey) y la lleva a disfrutar del presente y la vida, que si bien es arriesgado conduce a perfeccionar su baile. Párrafo aparte merece Natalie Portman que brinda una gran actuación digna de elogios. Ella sufrió varias lesiones a lo largo de la filmación, las cuales le tiene que haber brindado una perspectiva única para comprender las presiones que enfrenta una bailarina clásica, permitiendo a la actriz llegar al límite tanto físico como psíquico. Los dos cisnes que representa en la obra son las dos caras de un personaje complejo y arriesgado al que logra dominar con soltura y del que se apropia en cada una de sus apariciones. El director logrará sostener con pericia esta lucha interna a lo largo de un film estéticamente impecable. La famosa danza del ‘Cisne Negro’ se hace esperar a lo largo de 108 minutos y, conscientes de su importancia, Aronofsky y Portman la ejecutan con la categoría suficiente como para convertirla en una escena antológica. Bellamente desarrollada, Black Swan es una sumatoria de partes destacables que resultan en un gran todo. Un muy buen trabajo de guión y dirección, sumado a una brillante actuación de Portman y compañía tienen como resultado una gran película cuyo reconocimiento es más que merecido.
DIAGNOSTICAR EN DEMI-PLIÉ Aronofsky hace algo curioso con la plástica. Sus películas se deforman e ingresan en un terreno extraño y narcótico. Si esta sensorialidad no se convierte en cachivache visual es porque Aronofsky utiliza como marco de contención los estados mórbidos de sus personajes. Lo que busca entonces es el contagio plástico, enfermar el lenguaje cinematográfico, que los artificios se desprendan de la patología de sus personajes. A esto lo viene ensayando desde PI y lo continúa con El Cisne Negro. Pero pasaron los años, hay prestigio de por medio y dejó de valer la experimentación pura. Se nota no porque Natalie Portman esté en el afiche o los efectos digitales sean vistosos, se nota porque Aranofsky pierde densidad para ganar sencillez narrativa. La oscuridad mental es for export; sabemos quién es quién dentro de la novela neurótica de Portman y hasta sabemos la genealogía de cada síntoma. Claridad expositiva que hace de El Cisne Negro una psicosis didáctica; película encabezando el ciclo Cine y Psicoanálisis. Pero no está mal. Las herramientas audiovisuales son las más felices para recrear estados esquizoides. El cine en sí mismo es una desconfiguración de tiempo y espacio; un cambio de plano ya es un total disparate. Contar un desmoronamiento mental con tanto recurso plástico termina dándole alegría mórbida a la película. La descomposición visual se concentra en el cuadro clínico de Portman y es una representación honesta de su chifladura. Portman mira una pintura y la pintura se mueve, pero después mira bien y la pintura está quieta. Más o menos eso es estar loco y así de rápido lo expresa un montaje. Claro que este jugueteo va en aumento hasta llegar a un colapso nervioso, incluyendo golpes de efectos tomados del género de terror. Y metáforas que serían imperdonables como las plumas que Portman se saca del brazo terminan siendo adornos visuales fascinantes por su obviedad. Quizá El Cisne Negro esté tan obsesionada por aprobar su tesis psiquiátrica que abusa de clichés: madre arácnida, profesor cubriendo padre ausente, amiga encarnando ideal del yo, psicosomatizaciones varias, impulsos lésbicos y alucinaciones sistemáticas. Sin embargo hay un guiño de autoconciencia elogiable. Con respecto a su obra, el profesor de ballet dice: “sí, hacemos El Lago de los Cisnes que se hizo mil veces, pero esta vez lo hacemos visceral”. Exacto: El Cisne Negro tendrá tics redundantes pero qué importa si los planos quieren ser poderosos, angustiantes y visualmente innovadores. Uno se engancha con este tratado psiquiátrico porque Aronofsky le aplica coherencia plástica absoluta a la esquizofrenia de Natalie Portman, que además hace un perfecto demi-plié.
Un cisne cautivante de oscura visión Y ya entramos en la carrera a los premios de la Academia con una avalancha de films cautivantes, intensos y únicos, en la parte más rica del año para los cinéfilos. Llega a nuestras salas la última película de Darren Aronofsky, singular cineasta cuyo mejor trabajo fue, sin dudas su debut con"Pi", en el año 1998. Es cierto que su llegada a las grandes ligas con "The wrestler" fue intensa, pero este cronista quedó extasiado con aquel primer largo. Aronofsky es un director que ama la fotografía, los encuadres perfectos y las actuaciones ajustadas. Ustedes dirán... "A quién no?" Es su sensibilidad la que lo distingue y muchos especialistas lo consideran como lo más vanguardista en los Estados Unidos en años. Creo que sí, es un sujeto que hay que seguir en la industria. Y "Black swan" es un punto alto de su carrera, sin dudas. Una primera cosa que es bueno que sepan, es que no soy fanático del ballet ni mucho menos. Alguna vez estuve relacionado indirectamente con él, pero desconozco sus códigos y su mundo, por lo cual, debo reconocer que soy fácilmente "impresionable" en ese aspecto. "El cisne negro" es el personaje oscuro del clásico "Lago de los Cisnes", referencia inmediata al universo que experimentaremos durante la cinta. Nina ( Natalie Portman) es una bailarina en una prestigiosa compañía en Nueva York. Su vida es la danza, como la de todas sus compañeras. Su madre, Erica (Barbara Hershey), fue también bailarina pero por razones que desconocemos no logró satisfacer sus aspiraciones personales con la danza. Tiene una obsesión con la carrera de su hija y la convivencia (viven juntas) se hace por momentos complicada. Nina aspira a un rol que le de un salto en su carrera, el rol doble que es el eje central en la próxima temporada: ser la heroína de la compañía en su nueva producción. Cuando el director artístico Thomas Leroy (Vicent Cassel) decide reemplazar a su antigua protegida, Beth (Wynona Ryder), quitarle el lugar de primera bailarina y mandarla al retiro, Nina llegará al lugar deseado: será la encargada de llevar adelante el rol de las dos hermanas en "El lago de los cines". El rol demanda un trabajo intenso y complejo: ella deberá encarnar el cisne bueno, blanco, puro e inocente y a la vez, el negro, siniestro y enigmático, en dos composiciones diametralmente distintas. Sin anticipar mucho más de la trama, hay que decir que el trabajo de Portman es digno del premio de la Academia. Su Nina es un ser frágil, conflictuado e intenso al mismo tiempo. Debe batallar con su mundo interno para poder superar sus conflictos de autoestima baja a la hora de posicionarse como la elegida y sacar adelante un rol para el cual (convertirse en el cisne negro), condiciones técnicas no le faltan, pero si interpretativas. Cuando el director la presiona para que se conecte con su lado oscuro, Nina comenzará un descenso a los avernos sin retorno, donde nada será claro y costará distinguir entre la realidad y la fantasía. Todo, dentro del competitivo mundo del ballet profesional, donde los celos, la dureza del entrenamiento y las ambiciones personales se juegan a cada momento. Darren Aranofsky construye un espacio (esa compañía) con mucha pulcritud. Nos muestra las emociones y sentimientos que se juegan en la creación del arte, y lo hace con solidez. La película respira pasión, entrega e intriga. El director acompaña cada giro en la trama con una banda de sonora impecable (tomada de la misma "Swam lake") y fotografía mágicamente a la hora de retratar la humanidad de cada personaje. Es un thriller psicológico abosrbente. Quizás no a la manera de los clásicos relatos del género, sino con un ritmo distinto, compuesto de acordes que se ensamblan de manera magistral. Es, en definitiva, como una cuidada coreografía que va increscendo hasta llegar a su climax. "Black swan" es superlativa, consistente y enigmática, una enorme película que no debemos dejar pasar, nos guste o no el mundo del ballet...
La danza, al menos en el cine, parece convocar fatalmente a la pasión, la locura y la muerte. Esta especie de maldición que vienen arrastrando las bailarinas desde la espléndida “Zapatillas rojas”, se actualiza en el film de Aronofsky con todos los clichés que pide el género y una puesta en escena con presupuesto generoso. Nina, instigada por su madre, vive consagrada al ballet. Presionada por un exigente director artístico, quien no tardará en seducirla, enfrentada a otra bailarina con parecidas ambiciones y armas peligrosas, ingresará en un espacio inquietante en el que la realidad y la ficción se confunden. Mientras ensayan una puesta arriesgada de “El lago de los cisnes”, Nina se trastorna y, poco a poco, ingresa en una pesadilla sin retorno. Ambicioso y atractivo, aunque previsible, el film catapultó al Oscar a Nathalie Portman como mejor actriz del año. Un premio que no se discute: la actriz deja el resto en cada escena y nos convence de los demonios que la atormentan.
Bailarina en la oscuridad Con una puesta en escena apabullante y una Natalie Portman inmejorable, el director de El Luchador, Darren Aranofsky, vuelve a poner el foco en el cuerpo y su puesta en tensión, aunque deja con ganas de más. A pesar de no ser una buena película, El cisne negro consigue algo increíble ni bien empezada: hacer del ballet un espectáculo cinematográfico cargado de dinamismo y desenfreno, y no -como podría esperarse- un ejercicio de virtuosismo técnico dirigido solamente a los conocedores. Esa búsqueda de la película se parece al reclamo constante de Thomas (Vincent Cassel), el coreógrafo de la compañía de ballet de Nueva York encargado de poner en escena El lago de los cines, quien le demanda una y otra vez a su joven estrella Nina que se abandone a sus impulsos más pasionales. Nina, bailarina talentosa y prometedora que tiene a su cargo la interpretación del cisne blanco y del cisne negro, no puede romper con el rigor de la forma clásica ni con sus propias inhibiciones y entregarse de lleno a los movimientos sensuales y ominosos del cisne negro. Para lograrlo, deberá recorrer un camino lleno de obstáculos y pruebas que giran alrededor de la dominación materna y la inexperiencia sexual. Es en ese recorrido de Nina que la película, como su protagonista, trastabilla, se cae y con enormes esfuerzos se levanta, solamente para verse caer de nuevo. Gran parte de El cisne negro se va en la exhibición de las mezquinas internas de la compañía de ballet. En el revelado de las miserias de sus personajes, la película se vuelve sórdida, cómodamente exhibicionista, pero de a ratos esa sordidez gana en espesor y el clima deviene enrarecido, como cuando se conoce el destino trágico de Beth (la anterior estrella de la compañía) y se muestran sus tremendas heridas y cicatrices. Lo mismo pasa con la aparición de lo sobrenatural: Aronofsky vuelve a un tema del romanticismo, el del doppelgänger,que coincide históricamente con el surgimiento y apogeo del ballet en su vertiente fantástica. Nina intuye la amenaza de otra que podría ser su doble y en esas escenas El cisne negro pulsa las cuerdas de un terror sordo y contenido, aunque no por eso menos inquietante. Hasta que la psicología viene a tranquilizar conciencias: lo de Nina no serían más que alucinaciones fruto de una razón afiebrada y reprimida. Aronofsky juega a ser un romántico del siglo XIX pero en versión nuevo milenio: lo terrible y angustiante de la vida puede contarse solamente a fuerza de convertirlo en enfermedad de la mente. Esa oscilación entre sordidez cómoda y arriesgada, entre lo fantástico y su explicación racional, es lo que le imprime a El cisne negro un aire de cine con grandes ambiciones pero sin el coraje para consumarlas. Lo que termina de salvar la película es la figura enorme, delicada y elegante de Natalie Portman, que tiene un porte clásico como ninguna otra actriz de su generación. Cuando baila, Portman actúa con todo el cuerpo, y ahí es donde Aronofsky triunfa, cuando indaga de cerca con su cámara en el esfuerzo de sus músculos o en la tirantez de su cuello. Así, el interés último del director sigue siendo el cuerpo y su puesta en tensión. Los momentos más intensos de El cisne negro son aquellos en los que los personajes se entregan al goce físico (el director filma una escena de sexo antológica entre Portman y Mila Kunis) o en los que el cuerpo de Nina muta y se desgarra, cuando se le parten las uñas o la piel se le abrasa. Pero fuera de esas escenas fugaces, vibrantes por la indeterminación que las habita, es decir, excepto por los momentos en que Aronofsky se parece a un Cronenberg de qualité, El cisne negro es apenas otro thriller que no se atreve a mirar el mundo sin las anteojeras reductoras y complacientes de la peor psicología. Es inevitable que nos sintamos como Thomas y le pidamos al director que se atreva a abandonar su película a la locura más irracional y desaforada.
Sensaciones al límite. La última creación cinematográfica del director Darren Aronofsky crea en la mayoría de los espectadores una ola de sensaciones que entremezclan la incomodidad, el horror, la belleza estética, la adrenalina y la fascinación, todas juntas en 103 minutos de locura psicológica. Digo la "mayoría de los espectadores" ya que como personas distintas que somos, hay una gran cantidad que va al cine esperando una experiencia que conforte, alegre, que tenga un final feliz y confirme que el mundo es un lugar espléndido para vivir. A éste espectador le digo, absténgase. Para los que buscamos una experiencia artística, Black Swan representa la droga justa, una película que pone las sensaciones al límite. Aronofsky combina elementos de sus 2 mejores obras, la esencia de thriller psicológico e incomodidad que coloca al espectador al borde de un ataque sicótico de Requiem for a dream, y por otro lado pone al descubierto lo que no se ve desde afuera, como las miserias y sacrificios que implican los deportes o disciplinas de competición como en The Wrestler (El Luchador). Terminan de completar esta obra un guión muy bien logrado y las actuaciones de los personajes, resaltando el papel de Natalie Portman como Nina Sayers, un papel que le valió el Oscar como Mejor actriz (y que bien merecido lo tiene). En un negocio que se conduce estrepitosamente rápido, donde todo es descartable y lo que vale es lo que vende, Aronofsky sigue la línea de directores como Quentin Tarantino que descubre nuevos talentos, pero que sobre todo, recicla actores y actrices que habían quedado en el olvido, cuya estrella estaba llegando lentamente a su ocaso. En Black Swan se presentan los casos de Winona Ryder (Beth Macintyre) y Bárbara Hershey (Érica Sayers, madre de Nina), dos actrices cuyas carreras estaban en franco deterioro, y que por más pequeño que sea el rol las coloca nuevamente en el spotlight. Para cerrar, concluyo esta crítica con un aplauso largo y cascabeles (como decía el queridísimo Fernando Peña en su rol de Martín Revoira Lynch) para este film. A los ávidos exploradores de sensaciones artísticas cinematográficas los insto a no perdersela. Esta es la simple opinión de un fanático del cine.
Patito Feo Cualquiera que haya visto su debut con "Pi" -donde seguiamos las desventuras de un paranoide matemático envueltas en un brillante blanco y negro-, o que haya vibrado con "Requiem por un sueño" sabe a ciencia cierta que el cine de Darren Aronosfsky no tiene medias tintas. Hay quienes lo aman y hay quienes lo odian. Por lo tanto, su última película "El cisne negro" ("Black Swan"), nominada entre otros, al Oscar a la mejor película, no podía pretender quedar fuera de esta polaridad que genera el cine de Aronosfsky. No hay un consenso generalizado como sucede con la más agradable "El discuros del Rey" ni ha logrado arrastrar grandes multitudes en la taquilla como "El Origen" o "Red Social". De un lado encontramos quienes dicen que es otra de las genialidades de Aronosky pero casi en la misma proporción hay quienes, desde la otra orilla, la tildan de pretenciosa y obvia. Me enrolo, esta vez, dentro del primer pelotón. "El cisne negro" tiene algo sumamente inquietante que cautiva desde las primeras escenas, que tiene un efecto hipnótico, como lo tienen muchas de sus creaciones -aún con los defectos, las limitaciones y las objeciones que se le puedan hacer-. La trama gira en torno a Nina (Natalie Portman), integrante de una compañía de ballet de Nueva York donde aspira a tener finalmente, un rol protagónico dentro del grupo. El coreógrafo Thomas Leroy (Vincent Cassel) decide abrir la nueva temporada con una nueva puesta de "El Lago de los Cisnes" sumándole una particularidad especial: la que sea elegida como protagonista tendrá a cargo tanto el rol del Cisne Blanco como el rol del Cisne Negro. Pero.... de qué trata "El lago de los cisnes"?: El príncipe Sigfrido cumple 21 años y en medio de una reunión en el palacio su madre le señala que necesita urgentemente: durante el baile en el Palacio, del día siguiente deberá elegirla entre las damas que concurran. Sigfrido queda más seducido por la idea del bufón de emprender una jornada de caza. Es asi, como cuando llega a la orilla del lago de los cisnes, ve algo extraño y extraordinario que permanece observándolo en secreto. La joven parece ser a la vez cisne y mujer: ella es Odette. El lago, le explica, fue hecho con las lágrimas de su madre porque un hechicero malvado, Von Rotbart, convirtió a su hija en la Reina Cisne. Y seguirá siendo cisne, a no ser que un hombre la ame, se case con ella, y le sea fiel. Sigfrido le dice que la ama, que se casará con ella y que nunca amará a otra, le promete su fidelidad. Sólo pide que Odette vaya la próxima noche al baile del palacio, pero ella le asegura que no puede ir hasta tanto Von Rotbart no deje de tener poder sobre ella. Durante el baile, un caballero alto y con barba entra con su hija Odile: está vestida de negro, pero es la viva imagen de Odette. Se trata de Von Rotbart, que se ha transformado a si mismo y a su fingida hija para engañarlo y que rompa la promesa hecha a Odette de que nunca amará a otra. Odile ha logrado enamorar a Sigfrido y éste piensa que no es otra que Odette, por lo que él pide la mano a Von Rotbart y éste da inmediatamente su consentimiento. En ese momento hay un estrépito de trueno. La sala de baile se oscurece. Sigfrido vuelve al lago en busca de Odette entre los cisnes, ya se ha dado cuenta de la trampa en la que fue envuelto. La toma entre sus brazos, pidiéndole que le perdone y jurándole su amor infinito. Odette le perdona pero le dice que no sirve para nada, pues su perdón se corresponde con su muerte. Cuando aparece Von Rotbart, Sigfrido le desafía, quien tras la lucha, es vencido por la fuerza del amor del príncipe a Odette. Es interesante refrescar el argumento de la pieza que vertebra "Black Swan", porque enriquece seguir el juego y los paralelismos que traza el director, entre el guión del film y la pieza de ballet, contraponiendo en forma permanente las dos tramas (los fuertes mandatos de la madre del rey/ mandatos de la madre de Nina, la seducción de Sigfrido por la oscuridad de Odile / la seducción de Nina por la oscuridad de Leroy y Lily -su rival en el el casting por el papel-). Es tan fuerte el deseo de Nina de llegar a ser una prima ballerina que sumado a la exigencia que Leroy imprime sobre ella y la fuerte posesión de su madre (una ex-bailarina que solamente trata de mantener vivo su amor y pasión por la danza a través de la exigencia que ejerce impiadosamente sobre su hija), no va a tardar en quebrarse psicológicamente, envolviéndola en un espiral hacia su propia parte oscura, esa que Leroy le exige que saque para obtener el papel. Una vez quebrada, su propio infierno se pone en marcha: el bien y el mal están presentes en una lucha de poderes, su esencia y su sombra, su don y su oscuridad, todos ya están desatados. Nina sabe que quiere ese papel a cualquier precio y que ha trabajado toda su carrera para llegar a ese punto, por lo cual, no dudará en mimetizarse con ese cisne negro que la lleva hacia una profundidad peligrosa que se le escapa de las manos. Natalie Portman es completamente creíble en la pureza del cisne blanco. Cada gesto, cada mirada y su presencia frágil y etérea es perfecta para el papel. Mientras que su rival, Lily (Mila Kunis, nominada al Oscar a mejor actriz de reparto -lo que quizás sea un poco demasiado-) despliega por otra parte, toda la sensualidad, la libertad y el desenfreno de un cisne negro vibrante de pulsión sexual, al que Nina secretamente admira. Cuando casi poseída en su papel Nina logre su objetivo, ya Natalie Portman tiene el Oscar entre sus manos, en una actuación absolutamente irresistible. Vincent Cassel también está ajustadísimo en un papel un poco diferente a los que le tocaron últimamente en su carrera y así como en su obra anterior, Aronofsky rescató de las cenizas a Mickey Rourke en "The wrestler", ahora le da una oportunidad a Barbara Hershey (la de "Hannah y sus hermanas" "La última tentación de Cristo" "Un dia de furia" o "Eternamente Amigas" -si!, cuesta reconocerla por la cantidad incontable de cirugias en ese rostro hermosísimo que tenía) para que brille en el papel de madre castradora. Justo ahí, cuando Nina encuentre su transformación hacia la oscuridad, Aronofsky comienza a brillar. Y despliega todo su hechizo para atraparnos, con una puesta estética inquietante, fuera de cualquier lugar común. Nos confunde en un laberinto de espejos, sin poder distinguir esas dos caras de una misma moneda que giran permanentemente. No solamente se le agradece la belleza de toda la puesta de ballet en si mismo, sino que ha contrapuesto a la delicadeza de la danza, un ritmo de thriller psicológico oscuro y violento en el que nos sumerge y que anida en el centro de "Black Swan" y que hace que Aronofsky construya una de las películas más interesantes del año. Aún con todos sus pecados, su suntuosidad a la hora de contar esta anécdota, sus juegos y vueltas en el guión, tanto a nivel estético como en el trabajo de un guión hechizante como en el nivel actoral que logra en todo el elenco, aunque seguramente sea olvidada en la mayoría de los premios Oscar a los que ha sido nominada, "El cisne negro" es una de esas rara avis que aparecen cada tanto, nos inquietan, nos hacen vibrar, y siguen su camino.
La metamorfosis Podría decirse que El cisne negro (Black Swan, Darren Aronofsky, 2010) intenta abordar varias temáticas; pero considero que la más llamativa e interesante es la transformación que se opera en la protagonista del film. La historia se nos presenta simple: Nina (Natalie Portman) es una bailarina de ballet de unos veinticuatro años, vive con su madre (Barbara Hershey), quien la trata como si tuviera diez y su vida se desarrolla dentro de los límites de su hogar y la academia de danza de la cual forma parte. En vísperas del armado de la nueva versión de El lago de los cisnes, el director de la academia (Vincent Cassel) elige a Nina para interpretar al cisne blanco y a su antítesis, el cisne negro. A partir de esto, comienza a desarrollarse un verdadero thriller. La protagonista se presenta como una perfeccionista obsesiva, que no se permite experimentar los placeres más sencillos de la vida (comida, sexo, amistad, salidas, etc.) y el papel del cisne negro exige justamente todo lo contrario a su virginal carácter. Este desafío es lo que hará que Nina comience a descubrir los espacios más oscuros de su ser; y la presión del director, la competencia de las otras bailarinas y la mirada materna siempre presente serán los disparadores para este despertar y el camino a la locura. Bien, desde el argumento podemos percibir que estamos frente un film llamativo. A esto contribuyen la adecuada elección del tráiler y el cártel, que ya vienen circulando en cines, canales de tv, internet, desde hace varios meses y que son realmente atractivos. Y, ciertamente creo que una de las principales características de El cisne negro es ser llamativa, atractiva desde todos sus aspectos: principalmente porque el mundo retratado en el film, el del ballet clásico, se presenta como sumamente hostil y tenebroso, mostrándonos un “detrás de escenas” de lo que parece ser un universo de delicadeza y ensueño. Pero, como decía al principio, creo que la característica más interesante de este film es que, conjugando todos sus elementos nos lleva a la gran metamorfosis del cisne blanco al cisne negro. Nina, al verse obligada a crear un personaje para la ficción debe explorar aspectos de su vida que siempre habían estado bajo la alfombra: el descubrimiento de su cuerpo y como consecuencia de femineidad, la importancia de cargar a la técnica dancística del sentimiento que supone ya que la perfección técnica deja de ser suficiente, la dura realidad de ser reemplazada por otras bailarinas, etc. Todas estas cosas irán cargando de un carácter especial a la dulce bailarina, que poco a poco perderá la postura de muñeca de porcelana; mientras sus ojos enrojecen, su cuerpo se llena de cicatrices insólitas y los deseos homosexuales la persiguen, algo dentro de Nina está por explotar. El desarrollo de la historia se lleva a cabo sobre un cambio de esencia a punto de ocurrir. A partir de la necesidad de triunfar en el papel del cisne negro, Nina ennegrecerá de a poco: para poder representar la verdadera esencia del cisne negro debe experimentarla. En este proceso, Lily (Mila Kunis), una bailarina de la academia, sexi, arriesgada y trasgresora, tiene un papel fundamental. Este personaje se convertirá en la obsesión de Nina, la acechará esa imaginen que le atrae pero la aterra. Podría decirse que esta misma dualidad de atracción y terror es lo que reviste todo el film: la misma imagen del cisne es dual, el blanco y el negro. Así mismo, Lily se presenta como la antítesis de Nina, como aquella mitad que se necesita para completar la dualidad. Cisne Negro Poster El Cisne Negro: La metamorfosis cine Pero si hay una única crítica negativa que puedo hacer es a la historia de la niña que crece (retratado en imágenes demasiado explícitas como tirar a la basura los osos de peluche) y se rebela con drogas, sexo y alcohol. Creo que ahí el guión cae en un cliché no muy interesante; pero se puede entender como un retrato necesario en el marco de la historia. Sólo que, a mi gusto, hubiera sido más dramático representarlo más sutilmente y no tan estereotipado. Realmente puedo decir que nuevo film de Aronofsky no me ha defraudado en absoluto, sino que ha sido una experiencia realmente disfrutable y arrolladora, porque inevitablemente la historia me arrastró hacia los lugares más hondos. La estética y la puesta en escena son impecables, acompañado de actuaciones sumamente pasionales que crean este ambiente que tanto atrapa. El proceso de cambio de esta frágil bailarina se sustenta en una narración muy acertada que realmente nos tiene expectantes hasta el momento de la presentación del nuevo Lago de los Cisnes, que en su momento cumbre estalla de la forma más poética posible.
Una ficticia compañía de ballet de la ciudad de Nueva York se encuentra en pleno proceso de selección del staff encargado de llevar a cabo una nueva puesta, adaptada a los tiempos que corren y con mínimas variaciones coreográficas, del clásico “El lago de los cisnes”. Nina es una bailarina que dedica el ciento por ciento de su día a entrenarse y perfeccionarse, llegando al límite de lo tolerable. Con una madre sobreprotectora y abusiva (que otrora dejara su carrera profesional en la danza para criar a su hija), Nina es seleccionada para las audiciones que Thomas Leroy -el director de la obra- tomará en persona. El rol protagónico requiere de una bailarina que pueda interpretar tanto al Cisne Blanco, con la inocencia y gracia que Nina desborda, y al Cisne Negro, la representación de la astucia y la sensualidad. Es aquí donde entrará Lily, su principal rival a la hora de definir quien de ellas dos será la nueva figura central de la compañía. El compromiso con el papel, el entrenamiento las exigencias para ser las dos caras de la misma moneda harán que Nina pronto pierda la conciencia entre lo que verdaderamente sucede a su alredor y lo que su mente comienza a crear. Tras reposicionar a Mickey Rourke en el mundo hollywoodense, el director de “Réquiem para un sueño” y “La fuente de la vida” vuelve a entregarnos un relato plagado de contradicciones personales, de escenas perturbadoras mental y físicamente hablando (la metamorfosis de Natalie Portman en un cisne es maravillosa). El trío conformado por Portman (quien tiene todas las fichas puestas en la próxima entrega de los Oscars), el francés Vincent Cassel y la atractiva Mila Kunis es explosivo. Hasta el final uno no sabe, aunque intuye que nada bueno será de la partida, cómo se revelarán estos personajes.