¿Qué queda de Iñárritu si se lo saca de la zona de comfort que para él representan los relatos corales, la miseria urbana y el comentario social? No mucho, o por lo menos eso parece exhibir El renacido, su primera película de época, localizada enteramente en un escenario natural y que sigue una única línea narrativa. Sin una galería de personajes estereotipados ni un relato que conecte impensadamente a unos y otros, a Iñárritu no le queda otra que centrarse en un puñado de protagonistas, pero el director demuestra que lo suyo nunca fue la construcción narrativa: tanto los rasgos de los personajes como los vínculos que entablan resultan gruesos y toscos, como si la película necesitara gritar, por ejemplo, que Fitzgerald será el villano, anunciándolo con casi una docena de líneas de diálogos suyas. En este sentido, al menos, la elección de los actores no es desacertada: Di Caprio, que hace tiempo muestra una predilección por papeles difíciles, complejos, bigger than life, entrega ahora una actuación sufriente, esforzada, oscarizable, de esas que siempre quedan bien. Tom Hardy, por su parte, después de la última Batman y de Mad Max, continúa en la senda de personajes enloquecidos aunque sin poder dar con una locura verdaderamente cinematográfica: el acento sureño, la voz quebrada y los ojos desorbitados son los recursos con los que intenta imprimirle, sin demasiado éxito, exceso a su actuación. Pero el director le falla el pulso también a la hora de descerrajar alguno de los largos planos secuencia que componen la película. El ataque indio del comienzo deja en claro que el mexicano no sabe cómo aprovechar los grandes espacios ni imprimirle vértigo a las imágenes: cuando empiezan a silbar las flechas, la cámara traza movimientos previsibles y recorta el plano cerrando el campo visual, desaprovechando la vastedad del escenario. Para sumar alguna variación y que la escena no resulte tan monótona, el director opta por seguir ya no a un personaje sino a una serie de fechazos, disparos y peleas que conforman una breve secuencia casi experimental. La cosa no estaría mal sino fuera porque, en el medio, la película pierde de vista a sus protagonistas, de los que nada se sabe. El gran problema llega al final de la secuencia: cuando los cazadores se retiran a la costa para huir en bote, aún en medio del tiroteo y la gritería, la música (a cargo del gran Ryuichi Sakamoto) irrumpe callando los disparos y el sonido ambiente; la acción está todavía en su punto culminante, pero el director no puede evitar la tentación de hacer presente su mano aún en un momento semejante; el trabajo del fotógrafo Emmanuel Lubezki es opacado por la veleidad del director. A fin de cuentas, ahora que se encuentra fuera de su hábitat natural, Ilñarritu deja ver que nunca fue más que apenas un director veleidoso, canchero, que necesita estampar visiblemente su huella a cualquier costo. De la marcha terrible de los protagonista el guion no extraer nada que no sean conflictos chatos y perfiles unidimensionales; no hay sorpresas o matices narrativos de ninguna especie, incluso hasta se llega a poner en boca de un jefe indio un diálogo tan políticamente correcto acerca de las invasiones europeas que prácticamente destruye la versomilitud del conjunto. Fuera de algunos destellos técnicos, como el combate con el oso, la película no es muy distinta de cualquier relato de época violento. Sin embargo, sobre la mitad, cuando el relato gire más claramente hacia la historia de venganza, algo cambia. La película parece adoptar un tono vital que no había sido capaz de elaborar hasta el momento: la fotografía gris y apagada vira hacia el color y regala algunas de las mejores imágenes de la película (Lubezki imita lo hecho por él mismo en películas de Terrence Malick); los elementos, hasta el momento mayormente ausentes, hacen sentir su fuerza en la imagen: el agua de un río se vuelve increíblemente real, y el fuego, aunque austero, afecta físicamente al protagonista y su entorno (las fogatas, y la oscuridad que las circunda, se vuelven un motivo recurrente); el derrotero de Glass (Di Caprio) se libra de a ratos del mandato narrativo y su historia respira: ahora el relato cuenta una otra aventura, la de un hombre que debe aprender de nuevo a moverse, a medirse con una naturaleza desbocada que se manifiesta a través de signos inescrutables como la caída de un cometa o una estampida de búfalos. Ante ese desborde de luz, color y vida, la película privilegia la contemplación y el contacto con la materia, casi como si el paisaje mismo, con su inmensidad y sus pliegues, impusiera su propio ritmo por sobre el del director. Hay planos y escenas en los que Iñárritu pareciera querer imitar a otros autores, pero la empresa se revela enseguida como un mero amaneramiento: El renacido, demasiado ocupada en hacer funcionar los mecanismos de un guion rudimentario, está muy lejos de la poesía malickiana, la naturaleza salvaje e incomprensible de Herzog o de cierto lirismo a lo Reygadas. Para Iñárritu, en cambio, la poesía se traduce en un flashback insistente que cumple con la función de remarcar una burda metáfora sobre el tronco de los árboles y la resistencia ante la adversidad que apuntala el sistema moral de la película. Sin poder contar ya con los dispositivos narrativos que le calibraba su antiguo guionista Guillermo Arriaga, ni con la ciudad como fuente de miserabilidad y espacio sobre el que declamar sobre los males de la humanidad, Iñárritu se muestra más débil que nunca, con una película a la que nunca puede controlar del todo y de la que pierde las riendas rápidamente, aunque eso tal vez sea lo más interesante que tenga para ofrecer El renacido: cuando la tierra brutal y el recorrido sin rumbo del protagonista se imponen por sobre orden narrativo y a las exhibiciones técnicas de su director, la película gana en espesor y belleza visuales.
La estabilidad del baqueano. Luego de la extraordinaria Birdman (2014), el “segundo acto” en la reconstrucción personal de Alejandro González Iñárritu como director es El Renacido (The Revenant, 2015), una película por encargo que el mexicano transforma en una epopeya prodigiosa tanto a nivel humano como visual, circunstancia que pone de relieve el talento del señor en lo que atañe al difícil arte de combinar la sensibilidad mainstream con su laconismo y su virulencia seca, características por antonomasia desde el inicio de su carrera. El film en esencia propone un balance narrativo sustentado en dos extremos, correspondientes al western de venganza y al drama de supervivencia en la naturaleza indómita, pero sin dudas -a medida que transcurren los minutos- ésta segunda opción de a poco va tomando más fuerza y termina prevaleciendo gracias al registro minucioso de la lucha del protagonista por resistir en un contexto feroz. Basada a lo lejos en una novela de Michael Punke, inspirada a su vez en la historia real de Hugh Glass, un mítico trampero estadounidense del siglo XIX, la trama abre con un pelotón de mercenarios/ traficantes de pieles, comandados por el Capitán Andrew Henry (Domhnall Gleeson), siendo emboscados por un malón de la tribu Pawnee, quienes se llevan parte del botín de la expedición para entregarlo a tropas francesas a cambio de caballos y armas. En plena huida, los norteamericanos se ven obligados a retrasar su marcha cuando el cazador más experimentado del grupo, Glass (Leonardo DiCaprio), es atacado por una hembra de oso pardo que vagaba con sus dos crías. Henry decide dejar al herido al cuidado de su hijo Hawk (Forrest Goodluck) y los colegas Jim Bridger (Will Poulter) y John Fitzgerald (Tom Hardy), lo que eventualmente deriva en el abandono de Glass y el homicidio de su vástago. Si bien el opus de González Iñárritu toma como pivote una premisa prototípica del western revisionista, la centrada en un personaje misterioso que es dado por muerto y luego regresa en pos de una revancha que ajuste los tantos, a decir verdad el guión de Mark L. Smith y el propio realizador esquiva el molde del “antihéroe” bucólico símil spaghetti para exacerbar el derrotero de autoconservación (una vez que dejan al susodicho enterrado vivo y con la única posibilidad de arrastrarse para avanzar), el origen mestizo de su familia (su esposa indígena fue asesinada en una razia militar) y una coyuntura majestuosamente caótica que destruye cualquier certeza (a la implacabilidad del clima y las mutilaciones corporales, se suma el peligro latente de ser capturado). La crónica además obvia el simplismo maniqueo del western clásico y la levedad bufonesca y palurda del cine de aventuras de nuestros días. Aquí nuevamente el genial Emmanuel Lubezki demuestra por qué es el mejor director de fotografía trabajando en la actualidad: al explotar con inteligencia la profundidad de campo, apabulla a través de un ballet óptico apuntalado en tomas secuencia, travellings etéreos y primeros planos que enfatizan la carga emocional de los protagonistas en el momento justo, sin caer en las redundancias del Hollywood más conservador. Al negar la dialéctica de los cortes abruptos y constantes para las escenas de acción -o la misma progresión narrativa- desaparece esa impronta higiénica de buena parte del cine contemporáneo, el cual esconde la sangre y la brutalidad para garantizar que hordas de adolescentes y adultos infantilizados consuman el mismo producto estéril, reproduciendo el esquema de la necedad acrítica y los caprichos individualistas que conducen a una cacofonía de pavadas en la industria cultural. El poderío de la obra recae en una naturaleza que se va helando mientras avanza el metraje (con locaciones bellísimas en Estados Unidos, Canadá y Argentina) y en la gran labor de DiCaprio (un intérprete con un profesionalismo exquisito que gusta de elegir proyectos que impongan un quiebre con respecto a los anteriores). En El Renacido se destacan muchos momentos de una enorme calidad y audacia; sobre todo la secuencia de la arremetida inicial contra el pelotón, el asalto en sí que sufre Glass, el encuentro con el Pawnee en el camino al Fuerte Kahowa, la “escena del caballo” y el desenlace en su conjunto. El grado de ambición que presenta el film es francamente admirable, por un lado recuperando el desparpajo del Nuevo Hollywood de la década del 70 y por el otro construyendo un adagio acerca de la “estabilidad” necesaria para fijar nuestra trascendencia, seamos o no humildes baqueanos…
La nueva película del director ganador del Oscar Alejandro González Iñarritu, nos sitúa en el año 1820. Un grupo de cazadores, en un viaje para conseguir pieles para vender, es atacado por indios, y deben huir, abandonando la mayor parte de su cargamento. El Capitán Andrew Henry, confía ciegamente en Hugo Glass (Leonardo DiCaprio) creando un antagonismo instantáneo con el personaje de Tom Hardy (John Fitzgerald), que no esta de acuerdo con las decisiones que toman y considera que les harán perder los meses de trabajo, el dinero y lo más importante, sus vidas. Sin dar mas detalles de la trama, DiCaprio queda abandonado a su suerte, tratando de sobrevivir en un ambiente increíblemente hostil, para vengarse de quienes lo han traicionado. Lo primero que llama la atención de la película es la fotografía. La mano de Emmanuel Lubezki (Birdman, Gravedad, Children of Men, El Árbol de la Vida), se ve en cada fotograma. Cada uno de ellos parece un cuadro, perfectamente balanceado. Y eso acompaña extraordinariamente a este nuevo vicio que tiene Iñarritu de crear falsas tomas secuencias, que dan la sensación de ser un solo plano, pero no lo son. Técnicamente se crea la ilusión de estar inmerso en el caos del principio de la película, o estar junto a DiCaprio tratando de sobrevivir, conseguir comida, encontrar el rumbo, escapar de indios, etc El manejo de la cámara, y las locaciones son extraordinarios. Los lugares donde han filmado no se pueden creer. Al mismo tiempo bellísimos y peligrosos. Majestuosos y aislados. Se nota que la película fue filmada en locaciones reales, no hay maquetas, no hay estudios, no hay efectos. Fueron hasta el fin del mundo con una cámara, y filmaron ahí. La música a manos de Ryuichi Sakamoto (con quien Iñarritu trabajo en Babel) es minimalista, pasando por momentos desapercibida, pero acompaña muy bien el metraje de la cinta. Para terminar, la actuación de DiCaprio, como viene pasando últimamente, es superlativa. Sinceramente si esta vez no le dan el Oscar que no trate más, porque no es para él. Todo el resto del reparto acompaña, incluyendo a Tom Hardy, pero hay que destacar la actuación del otrora galancito. Película recomendable, que competirá seguramente por varias estatuillas, y ganará varias (Fotografia y Actor anticipo).
Cuestión de piel El Renacido -2015- como su nombre lo indica es una historia sobre la transformación de un hombre, quien debe adaptarse y volver a nacer en todas sus dimensiones y facetas humanas ante un entorno sumamente hostil y para el que sólo cuenta con su instinto de supervivencia en estado de latencia y la misma sed de venganza. La nueva epopeya fílmica de Alejandro González Iñárritu -con doce nominaciones al Oscar entre rubros principales y técnicos- seduce cuando fluye en el caos de una naturaleza imponente y hostil y pierde solidez cuando el control del propio director sobre todas las secuencias se impone desde su postura grandilocuente. DiCaprio entrega otro papel visceral y oscarizable, desde todo punto de vista, no así el resto del elenco en piloto automático, entre ellos, un antagonista básico como el que interpreta Tom Hardy. El renacido será una película reconocible y recordada en el tiempo más allá de la suerte que tenga con los Oscar a partir de la enumeración de secuencias de alto impacto. Eso implica entre otras cosas que la propuesta de González Iñárritu en su conjunto, en términos integrales, no convence del todo por exhibir desequilibrios palpables a lo largo de 156 minutos, donde además del exceso en cuanto a metraje se refiere también aparecen fallas de guión y criterio cinematográfico. Optar por un rodaje en locaciones naturales (Estados Unidos, Canadá y Argentina) con un énfasis importante en los paisajes y escenarios donde se desarrollan secuencias complejas, despliegue de recursos técnicos y movimiento de extras, implica por un lado encontrar el lugar para la mejor exploración con la puesta de cámara. La fotografía en ese sentido cumple a rajatabla con la idea dramática desde la belleza propia de los encuadres, con los contrastes de colores o aquellos tenues matices que ganan las composiciones, a veces pictóricas, y de la mano del talentoso Emmanuel Lubezki, aunque en lo que a dirección se refiere no ocurre exactamente lo mismo. Si bien los planos secuencias construidos meticulosamente por el director de Birdman -2014- hacen de la acción su punto clave, la recurrencia al orden dentro de ese supuesto caos le quita la tensión y el dramatismo adecuados. Por momentos pasa desapercibido ante tanta parafernalia, movimiento de cámara en el mismo espacio sin apelar al corte de montaje es cierto, pero nada queda librado a la suerte y eso se nota. Ocurre exactamente lo inverso por ejemplo, en la escena del ataque del oso, resuelta de manera magistral y con la increíble verosimilitud que aporta DiCaprio y su cuerpo lacerado. Ahora bien, el relato de venganza que también supone la premisa de El Renacido se ve opacado por otro relato de supervivencia mucho más concentrado en el conflicto interno del personaje protagonista y en su derrotero por territorios desconocidos y hostiles. El guión no genera ningún planteo profundo y por momentos no abandona el maniqueísmo por encontrar en el rol del antagonista el chivo expiatorio que representa lo peor del hombre, en un contexto donde el tráfico de pieles es la disputa entre los explotadores y el botín a repartirse entre norteamericanos y franceses a expensas de la miseria de los nativos. El Renacido no profundiza sobre estos pilares y eso genera incertidumbre teniendo presente que detrás del proyecto se encuentra Alejandro González Iñárritu, tal vez ganador como mejor director por esta sobrevalorada película.
Una epopeya que solamente se puede disfrutar en todo su esplendor en pantalla grande. El realismo brutal y visceral con el cual se narran los hechos hacen de esta historia algo grandioso que seguramente no sea del agrado de todos, sobre todo de los muy sensibles, ya que...
El rebuscado La principal crítica que se postuló contra Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia) (2014), el anterior opus de Alejandro González Iñárritu, fue que su película era demasiado pretenciosa. Dícese de aquello que pretende ser algo que no es (ej. importante). La historia de un actor que redescubre el amor propio a través de una serie de tribulaciones cerebrales polarizó tanto al público como a la crítica. Según la Teoría de la Motivación Humana de Abraham Maslow, la falta de autoestima es un conflicto menos popular que el hambre o un oso grizzli. Hete aquí Revenant: El renacido (The Revenant, 2015), en la que un hombre es brutalmente despedazado por un oso grizzli y dado por muerto por sus compañeros. La escena del ataque es de una visceralidad tal que da miedo, más miedo que el grueso de las películas de terror, aún sabiendo que a Leonardo DiCaprio le quedan al menos dos horas de fílmico. El oso le da tantos zarpazos que termina dibujándole un nuevo cuerpo, lisiándolo y dejándole al borde de la muerte. Su personaje forma parte de una expedición de cazadores/peleteros a principios del siglo XIX en la gélida intemperie norteamericana. Luego de ser escarmentados por un raid de nativos Arikara, la expedición pone pies en polvorosa y decide dejar atrás al moribundo Hugh Glass (Leonardo DiCaprio). Con él se queda un ser nefasto, Fitzgerald (Tom Hardy), quien promete enterrarlo por dinero. Fitzgerald decide acelerar la no tan inevitable muerte de Glass y en el intento no sólo lo deja vivo sino que le da un buen motivo para salir a buscarlo y cobrar venganza. Glass debe sobrevivir su patético estado, sanando sus heridas rudimentariamente, arrastrándose rumbo a la civilización y preparándose para su reencuentro con el traidor Fitzgerald. Revenant: El renacido es pues una película de venganza, o de redención; es fácil confundir ambos y a efectos del film nunca queda claro. La premisa es sencilla, y sin embargo la película logra ser aún más pretenciosa que Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia) al insistir ingenuamente sobre la importancia de sí misma. Por gran parte del film Glass se la pasa alucinando o soñando con su esposa muerta, escenas que no solo no aportan absolutamente nada a la historia o al protagonista, sino que se las ilustra con la vulgaridad de una propaganda de perfume. También hay flashbacks (bastante confusos) a sucesos que no importan ni importarán a la trama. Evidentemente Glass está viviendo una epifanía – un renacer, si se quiere – pero Iñárritu se limita a pretender que es importante en vez de demostrarlo. Hay una semblanza al misticismo naturalista de Terrence Malick, pero incluso Malick parte de una tesis, por más desorbitada que sea. Iñárritu pretende generar sublimidad y no sabe por dónde empezar a buscar. ¿Cuán rebuscada es la película? Hay una trama subsidiaria que no tiene nada que ver con el desarrollo de la principal y sirve únicamente como relleno. Involucra una tropa de Arikaras que, sin contexto alguno, están buscando a una tal Powaqa, hija del jefe. Glass se entromete en su historia por accidente, y la resolución es otro accidente aún más increíble. Las varias desventuras de Glass recuerdan a las de Astérix y Obelix en el desierto: los sumerios los atacan al tomarlos por acadios, los acadios los atacan al tomarlos por hititas, los hititas los atacan al tomarlos por asirios, etc. “Hay demasiada gente en este desierto,” concluyen. La verdad es que Hugh Glass no es un personaje tan atractivo como para dedicarle dos horas y media de cámara. Leonardo DiCaprio da una actuación intensa, un verdadero tour de force, pero el film caracteriza a su personaje tan poco y tan mal que sus calvarios no resultan interesantes aun cuando espectaculares. A falta de un conflicto más atrapante, la película recurre al melodrama, insistiendo con la esposa muerta y otras tragedias personales o accidentales que simplemente no resuenan con la historia que Iñárritu supuestamente está contando. ¿Qué ha aprendido Glass al final de todo? ¿Cómo ha cambiado? ¿Cómo refleja su decisión final el cambio? ¿Cómo se relaciona con la presencia de los Arikara? La mirada que DiCaprio dedica a cámara en el último plano significa lo que quieran que signifique. Muchos alabarán – justamente – la hermosa fotografía (a luz natural) de la película, y la forma en que el director Emmanuel Lubezki coreografía las grandes secuencias de acción, componiendo caos violento de manera tan prolija. Pero si algo u alguien se roban la película es el inestable Fitzgerald, interpretado enigmáticamente por Tom Hardy. Fitzgerald engendra todos los buenos momentos de la película, desde la burda eutanasia que intenta aplicar a Glass hasta las trastornadas reflexiones que hace sobre Dios. Siempre es un alivio cuando aparece en escena. Una película mejor lo tendría de protagonista. Con Werner Herzog dirigiendo.
VENGANZA Renacer desde la oscuridad. Buscar luz en donde no existe más que la posibilidad de empujarse por la fuerza del deseo y los recuerdos. Si el cine es experiencia “Revenant: El renacido” (USA, 2015) es una de las más acabadas muestras del ingenio del séptimo arte, que bucea en el cine de venganza y revancha, un género ya constituído con filmes como “Taken”, “Kill Bill” y otros, y que intenta, a partir de una construcción clara y precisa de sus personajes, la empatía con una narración que no da tregua. El nuevo filme de Alejandro Gonzalez Iñarritu, el provocador realizador mexicano, amado y odiado en partes iguales, y que viene de ganar durante toda la temporada de premios anteriores con “Birdman”, vuelve a sorprender con la historia de Hugh Glass (Leonardo DiCaprio), un expedicionario miembro de un grupo de cazadores que intentarán, en un breve lapso, superar a los indígenas y hacerse con pieles de animales para vender posteriormente. Dentro del grupo de Glass, además de una serie de experimentados valientes, se encuentra Fitzgerald (Tom Hardy) un ser despreciable, que principalmente se contrapondrá a Glass por su espíritu de liderazgo, conocimiento del terreno, y porque éste no está solo en la camada, ya que su hijo mestizo lo acompañará en su aventura. Iñarritu arranca el filme con escenas oníricas que luego serán parte de los flashbacks que conformarán toda la historia de “Revenant…”, y que le sirven para, además, reforzar su propuesta de acercamiento extremo a la historia con planos envolventes, subjetivos y detalles de aquello que los protagonistas van atravesando. La obsesión con la cámara llega al punto que si por ejemplo, el protagonista queda expuesto en una situación límite (de las múltiples a las que el guión lo llevará) y la culminación de ésta es cercana al lente, el mismo se empaña. Todo hace al verosímil y al acercamiento extremo que al director tanto le gusta conseguir en sus realizaciones. En el arranque de “Revenant…” a Glass le dicen “el viento no puede derrumbar un árbol con raíces fuertes” y esa frase será el postulado con el cual el guión narrará la historia en cuatro etapas: presentación, caída, renacimiento, venganza. Presentación: los personajes son introducidos de manera concreta con las especificaciones que luego repercutirán en las siguientes instancias. Caída: el liderazgo de Glass es puesto a prueba, y luego de sufrir su primer accidente es aprovechado por Fitzgerald para terminar con él y su familia. Renacimiento: ya dado por muerto, Glass se recupera para comprender su verdadera suerte tras el asesinato de su hijo. Venganza: el climax del filme, un duelo a muerte en el que ni Glass ni Fitzgerald (impecables DiCaprio y Hardy) tienen asegurada la victoria. La idea de civilización y barbarie atraviesa todo el filme, y mientras el guión avanza a paso rápido, con una tensión in crescendo, y una recreación de época increíble, el despojamiento de los protagonistas se suma a la potenciación de la naturaleza de personaje secundario a protagonista clave del relato, apoyándose en la precisa y bella fotografía de Emmanuel Lubezki, que hacen de “Revenant: El renacido” una de las experiencias cinematográficas más logradas de los últimos tiempos. Puntaje: 10/10
Inmediatamente después de Birdman, el mexicano Alejandro González Iñárritu -con El Renacido– duplica la apuesta que arrancó ya en su ópera prima. El prólogo se asemeja mucho al de la película anterior: un puñado de planos que intentan sintetizar lo que se verá en el terrible “tour de force” del personaje Hugh Glass (esfuerzo extraordinario de Leonardo DiCaprio). A continuación llega un intento por imitar el fantástico comienzo de Rescatando al Soldado Ryan, en el que Spielberg y su fotógrafo Janusz Kaminski adoptaban una estrategia documental para representar el desembarco de Normandía. Iñárritu, en cambio, utiliza el efectismo más torpe y menos expresivo en la invasión de un malón de indios a un campamento de cazadores. El baño de sangre deja más bajas en los blancos, liderados por un joven Capitán (Domhnall Gleeson) que confía en Glass para llevarlos seguros nuevamente a casa; el contrapeso villanesco lo pone el mercenario John Fitzgerald (Tom Hardy), conocedor del pasado oscuro del guía. En el inicio del segundo acto llega la secuencia icónica, de la que se habló y se hablará mucho: el ataque de la osa al pobre de Glass, una larga situación dramática que el director decide estirar hasta la tolerancia máxima del sufrimiento. Al mismo tiempo se puede leer esta secuencia como el inicio del enfisema con el que Iñárritu enfermará a todos los personajes, desde los que se esfuerzan por ser los villanos más desalmados hasta los que tienen un pequeño rapto de misericordia. Ni siquiera desde la narración se propone un camino de caminos paralelos, todo es unidimensional. Las situaciones por las que atraviesa Glass tras “volver de la muerte” son azarosas, es así que la motivación para seguir con vida -la venganza contra Fitzgerald- se difumina entre los diferentes retos de supervivencia que debe afrontar. Esta única línea narrativa carece de sustancia, los conflictos dramáticos son chatos y la consecuencia de ello está en el exceso de postales que abren y cierran las secuencias. Donde Iñárritu no supo aprovechar lo inconmensurable del escenario natural -por ejemplo, acortando la profundidad de campo en la batalla inicial- aparece la majestuosidad visual reproducida por la cámara de Emmanuel Lubezki. El envoltorio retórico (igual que en Birdman) emerge para ser un parche de los huecos inventivos que la débil historia presenta. Los momentos de mayor reposo, esos en los que el director aprovecha para dejar su huella con flashbacks pretenciosos, son los que dejan entrever el estilo fotográfico más contemplativo, el mismo que Lubezki explotó en las películas de Terrence Malick, especialmente en El Nuevo Mundo, con la que El Renacido posee muchas similitudes narrativas. La historia de supervivencia en un escenario hostil, más aún para un hombre que debe reaprender a movilizarse por sus propios medios, tiñe a la historia de venganza, la cual cobra fuerza recién en la media hora final. Este vía crucis por lo salvaje es una reverberación de un Herzog más maduro, suelto y poseedor de un pulso firme para el retrato de un escenario incompatible con el paso del hombre; incluso los intentos poéticos del director esbozan una precariedad en la sutileza, los cuales se evidencian en los flashbacks de Glass junto a su esposa o en los diálogos políticamente correctos de los indios. La formalidad más técnica es el único dispositivo que aparece bajo una configuración que se vincula con el escenario natural casi virgen en el que se desarrolla la película, pero lejos está de armonizarse con situaciones dramáticas, desde el punto de vista narrativo. La contemplación representa un problema para Iñárritu, porque ante la hostilidad del derrotero de Glass se interponen innecesariamente momentos perfectamente planeados para exprimir el sufrimiento; un estadio (como enunciado) que se cuela para transmitir que la supervivencia ante semejantes aberraciones opera como el derecho ganado para el acceso a la preciada venganza.
El director mexicano busca repetir el Oscar tras el suceso de “Birdman”, esta vez con una historia mucho más cruenta y descarnada inspirada en hechos reales. Iñárritu somete a sus actores a las condiciones más extremas, pero mucha de la emoción y la empatía se pierden bajo una capa de violencia innecesaria y un surrealismo que desentona. Soy la primera en admitir que Alejandro González Iñárritu no es santo de mi devoción. Me cuesta entender su postura (o la falta de ella), y su estilo “ecléctico” no me llama para nada la atención, mucho menos me emociona. El punto más fuerte del realizador son sus colaboradores y, es a tipos como el director de fotografía Emmanuel Lubezki, a los que hay que agradecerles que obras como “El Renacido” (The Revenant, 2015) sean mucho más llevaderas. No es casualidad que los últimos trabajos de Terrence Malick hayan sido fotografiados por el “Chivo”. Iñárritu saca ventaja de ello y de alguna forma intenta emular esa “fascinación” por la naturaleza y cierto tono “surrealista” que, en seguida, nos recuerda al elusivo realizador de “El Nuevo Mundo”, pero acá se pierde, en contraste con la “brutalidad” de los hechos que se nos presentan. Basada en la novela homónima de Michael Punke, a su vez inspirada en hechos reales, esta dramática aventura sigue a un grupo de comerciantes de pieles fronterizos a mediados del siglo XIX que, no sólo debe lidiar con las extremas condiciones climáticas y la complejidad de su trabajo, sino con la constante amenaza de algunas tribus de nativos americanos que no les facilitan las cosas. Ya volviendo de una expedición, el grupo del capitán Andrew Henry (Domhnall Gleeson) es atacado y casi diezmado. Los hombres sobrevivientes deben abandonar su cargamento y atravesar las inclemencias del clima, y un paisaje hostil, comandados por Hugh Glass (Leonardo DiCaprio), hombre que conoce perfectamente estas tierras y el único que puede guiarlos hasta la seguridad del fuerte. En un descuido, Glass es atacado brutalmente por un oso, sus heridas casi mortales obligan al grupo a detenerse quedando, así, expuestos a sus enemigos y las heladas. Pero el capitán es un hombre piadoso y le ofrece a un par de sus hombres una cuantiosa recompensa para quedarse junto al herido hasta que pueda recibir ayuda o muera a causa de sus lesiones. Lo que ocurra primero. Esta tarea recae en John Fitzgerald (Tom Hardy), el joven Bridger (Will Poulter) y el hijo mestizo de Glass, Hawk (Forrest Goodluck), que hará lo que sea para mantener a su padre con vida. Pero Fitzgerald no cree que la vida de Hugh valga tanto el riesgo y, empujado por la codicio y cierto odio, decide abandonarlo en mitad de la intemperie y hacerles creer a los demás que cumplió con su misión dándole al difunto una cristiana sepultura. Fitzgerald comete un gravísimo error y uno aún más grande al dejarlo con vida. Con lo poco que le queda de aliento, Glass buscará el camino de regreso a casa y la venganza contra aquellos que lo abandonaron. Sí, hay algo más en juego, pero estaríamos entrando en terreno de spoilers. Pero tienen que saber que a Glass lo empuja un sentimiento mucho más fuerte, que es el amor de un padre por su hijo. Todos tienen una historia dramática para contar y tratar de justificar sus acciones. Estos tiempos de conquista no son tiempos felices, e Iñárritu se esfuerza al máximo para hacérnoslo saber con cada imagen. Todo es cruento y salvaje al extremo y es ahí donde reside el problema de “El Renacido”. Todo este drama no nos da tiempo a asimilar la violencia, ni conectar en profundidad con estos personajes tan sufridos. DiCaprio se esfuerza, Hardy se esfuerza, pero al final la forma mata al contenido y sólo nos queda el morbo exacerbado y unos paisajes bellísimos, claro está, a cargo de Emmanuel Lubezki. Habrá gente conmovida por las historias personales y por la extrema actuación de Leo que ya se embolsó el Oscar aunque no sea tan merecido, pero a mí no logró convencerme ese falso aire “Terrence Malickiano”, ni mucho menos la carga de cada personaje. “El Renacido” termina siendo más una experiencia sensorial cargada de gore, que una historia dramática que nos invita a empatizar con sus protagonistas. Hay un cortocircuito en el relato que el director trata de recomponer con extrañas secuencias oníricas y algunos flashbacks, pero lo salvaje todo el tiempo termina apabullando lo humano, tal vez, el verdadero objetivo de Iñárritu, pero con él nunca se sabe. “El Renacido” no es para cualquiera y, al igual que “Birdman”, tendrá sus fanáticos y sus detractores. Visualmente es imponente, pero la historia (a pesar de sus casi tres horas de duración y sus doce nominaciones al Oscar) se queda por el camino. Dirección: Alejandro González Iñárritu Guión: Mark L. Smith, Alejandro González Iñárritu Elenco: Leonardo DiCaprio, Tom Hardy, Domhnall Gleeson, Will Poulter, Forrest Goodluck, Paul Anderson, Kristoffer Joner, Joshua Burge.
Pare de sufrir Para Alejandro González Iñárritu, si un protagonista suyo no sufre, no merece estar en su película. Tomando una página de su compatriota Alfonso Cuarón, The Revenant es para Leonardo DiCaprio lo que Gravity fue para Sandra Bullock. Aunque ella la pasó pésimo en el espacio, él se lleva la torta con una travesía sangrienta que no le da respiro casi en ningún momento, y por el que llegado a cierto punto uno como espectador ya quiere implorarle a la Academia que le entregue un Oscar así no tiene que volver a pasar por estas situaciones con tal de obtener la preciada estatua dorada. Para una odisea de dos horas y media, la fábula de supervivencia y venganza de Iñárritu en colaboración con Mark L. Smith tiene un ritmo melodramático pausado, pero nunca soporífero. Al menos, hay que otorgarle eso a Alejandro. Como guía de una expedición de cazadores de pieles que debe abandonar su tarea por el ataque de una tribu de nativos en busca de una de los suyos, Hugh Glass -DiCaprio- no empieza la película con el pie correcto. Con una responsabilidad enorme de poner a salvo al restante de la expedición, y con el asedio de uno de los participantes que se ha ensimismado con él y su hijo mestizo, las cosas no se pueden poner peor hasta que un oso destruye la poca estabilidad del grupo. Ese feroz ataque es el punto de inflexión de la trama, que opta por separar al grupo y deja a un malherido Glass al borde de la muerte. El resto de la historia se va contando sola... De no ser por la inestimable cooperación del director de fotografía Emmanuel Lubezki, y las fascinantes interpretaciones de Leonardo y un cruento pero fantástico Tom Hardy como el antagonista de Glass, The Revenant hubiese pasado con más pena que gloria. Conocido es el ego inflamado de Iñárritu de querer hacer de sus proyectos obras maestras sin pasar por el test del tiempo, y su último film no le escapa a esa arrogancia que amenaza con quemarlo todo. La historia tiene pasajes increíbles por la nitidez de su acción, la crueldad de los actos humanos y una belleza insoslayable, cortesía de un Lubezki siempre dispuesto a hacer de cada fotograma una obra de arte. El problema de Alejandro es que el cuento que quiere contar en esta ocasión es uno que ya se ha visto antes, muchas veces aquí y allá. The Revenant no es una copia ni un homenaje, pero a veces quiere ser tan absoluta y sesuda que se pierde el mensaje, si es que hay uno. Es como si Iñárritu quisiese marcar una línea y decir: "Nadie nunca va a hacer una historia de venganza y supervivencia como la que he contado yo. Vamos, los desafío a hacerlo". Pero no por eso la película se desintegra por completo. Si se puede dejar de lado el infantilismo del director, hay muchas otras variables que hacen del tortuoso destino de Hugh Glass un pasaje más ameno, si se lo puede llamar así a la cantidad de ataques y escenas de violencia de la cual Apocalypto de Mel Gibson estaría orgullosa de llamarse prima. DiCaprio supo aprovechar su oportunidad y lo entrega absolutamente todo en la interpretación del guía al que no le sale una bien. Ya en algún que otro momento se escapa la risa nerviosa con todo lo que le pasa, pero Leo sigue indemne y entregado en alma y corazón al personaje que finalmente puede abrirle las puertas al Oscar. Definitivamente no es uno de sus mejores papeles, pero su tenacidad no puede ser ignorada. Hardy es la contrapartida de DiCaprio, interpreta a un ser detestable y sin escrúpulos. La factoría del actor británico no parece tener fin y él sigue bordando personajes controversiales y, de alguna u otra manera, inolvidables. El resto del elenco es muy sólido, con jóvenes promesas como Domhnall Gleeson y Will Poulter endureciéndose en el frío invierno americano. El amor que le tiene la Academia a Iñárritu es verdaderamente inexplicable. The Revenant es la película que más nominaciones tiene de cara a los próximos premios y se entiende desde los aspectos técnicos, porque es maravillosa desde esa óptica, pero en general es una película que deja con gusto a poco si se la mira un poco más en profundidad pasando lo visual y el duelo interpretativo de DiCaprio y Hardy. Si la ven en el cine, lleven una dosis de adrenalina para inyectarse después de terminada la película, porque van a necesitar un golpe fuerte para despertarse de este sueño onírico y violento que preparó el controversial director mexicano.
pescado La nueva película del director de Birdman representa un catálogo de destrezas cinematográficas de alta complejidad, pero cuyo aporte al film no siempre resulta positivo, empezando sus agobiantes planos secuencia filmados con una lente gran angular. iDurante la primera mitad de la década de 1990, una figura del punk vernáculo (a quien se evitará mencionar por su nombre, porque la cita es de memoria y las palabras quizá no sean exactas) criticó a Charly García por usar el eufemismo “dinosaurios” para referirse a los militares, convencido de que al hijo de puta no hay mejor manera de llamarlo que esa. Algo parecido decía un cartel pegado en el espejo del protagonista de Birdman, en la primera escena del trabajo con el que Alejandro G. Iñárritu arrasó el año pasado en los Oscars: “Una cosa es una cosa, no lo que se dice de ella”. O sea: Un hijo de puta es un hijo de puta, no un dinosaurio. Los puntos de vista son atendibles, aunque en esencia lo que ambos proponen es un desprecio por los recursos básicos de los que suelen valerse los artistas. En este caso, la metáfora. Algo de eso también vale para The Revenant: El renacido, film que otra vez coloca a Iñárritu entre los favoritos de la Academia.Desde que comenzó a girar por el mundo, el elogio repetido para The Revenant viene por el lado de lo arduo que resultó su rodaje, tanto para los actores como para el equipo técnico. Es lo primero que dijo el conductor de la transmisión realizada por la cadena TNT cuando la película gano el último de sus tres Globos de Oro. Un reconocimiento que intenta posicionar al film en la categoría de hazaña, por poco a la altura de la conquista del Polo Norte o la subida al monte Everest. Eso se debe a que fue filmada en salvajes escenarios naturales, durante un crudo invierno real y auténticos 20 grados bajo cero que lo congelaban todo, desde cámaras y equipos hasta los huesos del propio Leonardo DiCaprio, protagonista y nominado a Mejor Actor. Porque el frío no debe ser sólo una idea y parece que al mexicano no le alcanza con que el actor lo actúe, sino que es necesario frizarlo para que padezca lo mismo que su personaje. El famoso método de Lee Strasberg pero llevado a nivel Iñárritu. Ya se sabe: la cosa es la cosa y no lo que de ella se pueda decir. En contra de semejante despliegue de producción (y pretensión), la historia del cine está llena de películas increíbles filmadas dentro de un estudio cerrado, usando escenarios de cartón piedra y en las que los actores actúan, nomás. Claro que del mismo modo hay que recordar a favor de The Revenant que también existen Buster Keaton y El maquinista de la General, Coppola y Apocalypse Now! o Werner Herzog y Fitzcarraldo.Sin dejar de ser relevante a la hora de hablar de cine, todo lo anterior no necesariamente importa al evaluar lo que se supone es lo importante: el resultado final. La película misma. Lo cierto es que The Revenant representa un catálogo de destrezas cinematográficas de alta complejidad, pero cuyo aporte al film no siempre resulta positivo. Mucho se ha hablado de la grandilocuente labor del camarógrafo Emmanuel Lubezki. Sin dudas impactante, pristina, capaz de aprovechar cada fotón de luz para componer imágenes que parecen más vivas que la propia vida, la fotografía de Lubezki es el alma de The Revenant. Por eso es ahí donde los excesos del trabajo de Iñárritu (un director decididamente barroco que profesa una fe ciega por el exceso) comienzan a hacerse visibles. Por un lado en el uso desmedido de grandes angulares, que termina produciendo el efecto contrario a la inclusión que parece buscar. Durante la secuencia inicial –que dialoga de manera abierta con el comienzo de Rescatando al soldado Ryan, de Steven Spielberg–, en la que un malón de indios masacra a un grupo de traficantes de pieles, la mirada panorámica consigue crear una proximidad agobiante que permite sentir que se está ahí, deambulando entre los protagonistas, pero sin necesidad de anteojitos ni de 3D. El resultado es perturbador. Pero a medida que el relato avanza, esa misma amplitud comienza a dejar al espectador afuera, reduciendo el asunto a un ejercicio de contemplación ampliado.Sin embargo, tal vez la mayor flaqueza de The Revenant radique ahí donde se supone habita su principal virtud, en el complejo trabajo coreográfico que demandan los numerosos planos secuencia que componen la película. Si bien en principio pueden provocar asombro (la misma secuencia inicial alcanza como botón de muestra), lo cierto es que quizá nada, más allá de la vanidad, justifique desde lo dramático semejante despliegue. La obsesión de Iñárritu por ese tipo de dispositivos parece tener más que ver con un virtuosismo vacuo que con un ethos narrativo. Excesos formales en los que se cifran excesos de otros órdenes y que confirman a Iñárritu como un director más preocupado por el tamaño de sus travellings que por los sentidos que estos deberían hacer circular dentro de sus relatos.
Muchos recursos y poca poética Basada en el libro de Michael Punke, la película de González Iñárritu muestra su visión del mundo con innecesarios subrayados y una pretendida profundidad que no es más que ruido. Según parece, la historia de Hugh Glass es bastante conocida para los estadounidenses y Revenant, el libro de Michael Punke editado en 2012, no hizo más que refrescar la leyenda del explorador y guía que a fines del siglo XlX en lo que hoy es Dakota del Norte (en la frontera con Canadá), sufrió el ataque de un enorme oso grizzly, fue abandonado por sus compañeros y contra todo pronóstico, logró sobrevivir a pesar de que tenía el cuerpo despedazado y sorteó las condiciones más hostiles en pleno invierno para vengarse de quienes lo habían abandonado en el bosque. Alejandro González Iñárritu (Birdman, Biutiful, Babel, 21 gramos, Amores perros), junto a Mark L. Smith, adaptó el libro de Punke para contar una historia de supervivencia, de la determinación que se impone a las dificultades, de la venganza y también, por qué no, de la comunión con la naturaleza. Así enumerados, parecen bastantes los objetivos a cumplirse en una película y efectivamente lo son, sobre todo cuando el relato es pretencioso, en parte por las metas que se autoimpone, aunque sin lugar a dudas la mayor imposición tiene que ver con la certeza de estar contando algo significativo, revelado. Es en la frontera donde se desarrolla la historia y como tal, es un territorio de tensiones en donde los cazadores y comerciantes de valiosas pieles necesariamente deben adentrarse en el territorio de los aborígenes que resisten el avance de la modernidad y donde la ley es apenas una idea. El ataque de los indios a los cazadores, la huída, el encuentro con el oso –tremendo, hiperrealista, inolvidable– y después el abandono y la posterior venganza, se inscriben en el cine de aventuras, pero Iñárritu siempre tiene algo que agregar, así que en el medio hay que asistir a raptos de revisionismo histórico sobre el exterminio de los pueblos originarios, la majestuosidad de la naturaleza vs. la miseria de los hombres contada desde la trascendentabilidad de Terrence Malick y claro, también algo de la épica de Werner Herzog. La pretenciosidad es un tema a tratar cuando se aborda el cine de Iñárritu, un director que siempre demuestra una enorme cantidad de recursos, pero que en definitiva desconfía de su propia poética y entonces siente la necesidad de dar su visión del mundo con innecesarios subrayados y una pretendida profundidad que no es más que ruido narrativo. Con El renacido estas ambiciones desmedidas hacen que quede en el camino la historia de Hugh Glass –con una caracterización esforzada de DiCaprio–, un personaje extraordinario que al final, queda como el tipo que sobrevivió al ataque de un oso.
Imponente esplendor visual Amado u odiado casi en partes iguales y sin términos medios por los cinéfilos, el mexicano Alejandro González Iñárritu busca su segundo Oscar consecutivo (tras ganar en 2015 como mejor director por Birdman) con Revenant: El renacido. Una proeza que han conseguido John Ford y Joseph L. Mankiewicz, nada menos. El realizador de Amores perros y Babel se inspiró muy libremente en la novela The Revenant: A Novel of Revenge, de Michael Punke, para reconstruir la historia real de Hugh Glass (Leonardo DiCaprio), un experto explorador que en 1823 y 1824 trabajó en expediciones dedicadas sobre todo a la caza de animales y la comercialización de sus pieles. Mucho se ha escrito del épico y accidentado rodaje del film, que si bien está ambientado en las regiones de Dakota, Montana, Wyoming y Nebraska, fue rodado en locaciones naturales de Canadá y la Argentina (Ushuaia) en condiciones extremas que hicieron crecer de manera exponencial su presupuesto final y determinaron renuncias masivas en el equipo técnico. Pero se sabe en cine las excusas no se filman y, en ese sentido, Iñárritu salió más que airoso del desafío gracias, sobre todo, a dos colaboradores esenciales: DiCaprio y el eximio director de fotografía Emmanuel Lubezki. Sin el descomunal aporte (físico y psicológico) del actor de El lobo de Wall Street y la sensibilidad lírica de las imágenes (verdaderas pinturas) que suele conseguir el iluminador también mexicano, Revenant: El renacido no hubiese sido la subyugante película que es. Iñárritu fiel a sus ínfulas de gran artista y a sus siempre audaces apuestas juega aquí en las ligas mayores del cine de Terrence Malick y de las épicas de Werner Herzog, como Aguirre, la ira de Dios y Fitzcarraldo. Lo hace abordando mitos y leyendas fundacionales del espíritu del oeste estadounidense, apelando a escenas muchas veces extremas (como el muy comentado ataque de un oso gigante a Gass), pero sobre todo con una narración que aquí prescinde casi por completo de los diálogos para concentrarse en el poder evocativo y poético de las panorámicas de montañas nevadas, bosques con árboles gigantes o ríos correntosos, marco de las tortuosas y peligrosas travesías que empiezan muchos y luego continuarán sólo tres personajes: Glass, su hijo Hawk (Forrest Goodluck) y el manipulador y ambicioso Fitzgerald (Tom Hardy). No pocos podrán objetar el excesivo simbolismo, algunas recargadas frases filosóficas o una corrección política demasiado calculada a la hora de retratar los pueblos originarios (gracias a unos flashbacks sabremos que Glass ha tenido una esposa de la tribu Pawnee y también aparecen los guerreros Arikara). Por momentos presuntuoso, en otros algo sádico (hay brutales escenas a puro gore e imágenes impactantes con flechas que se incrustan en la yugular), Iñárritu trasciende todo tipo de cuestionamientos con un esplendor (y espesor) visual, con un imponente dominio del lenguaje cinematográfico a fuerza de virtuosos planos secuencia y con una categoría artística (allí aportan también la climática banda sonora de Ryuichi Sakamoto y Alva Noto o el diseño de Jack Fisk) que hoy pocos colegas pueden ostentar. Esta vez sí el realizador mexicano estuvo a la altura de sus ambiciones.
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El nombre de Hugh Glass se destaca entre las grandes figuras del folclore norteamericano junto a David Crockett, Jesse James y Buffalo Bill. Un aventurero del siglo 19 que fue pirata, guerrero honorario de la tribu de los indios Pawnee, explorador y cazador. Glass se hizo famoso en 1823 luego de sobrevivir el brutal ataque de una osa grizzly. Con su cuerpo mutilado, heridas infectadas y una pierna rota, el cazador recorrió solo una distancia de 320 kilómetros hasta que pudo conseguir ayuda en el Fuerte Kiowa, en Misuri. Durante la travesía vivió todo tipo de situaciones extremas, como permitir que los gusanos comieran la carne muerta de sus heridas para evitar la gangrena, y su hazaña lo terminó por convertir en una leyenda del Oeste de los Estados Unidos. Esta historia ya había sido trabajada previamente en el cine en el clásico de John Huston, Man in the Wilderness (1971), con Richard Harris en el rol principal. Al igual que ese film, el nuevo trabajo del director Alejandro González Iñárritu presenta una historia de ficción inspirada por la vida de Hugh Glass. En este caso abordaron la aventura más famosa de este cazador a través de un cuento clásico de venganza con villanos sádicos incluidos. Con esta película me pasó algo muy particular. No es una propuesta que me enamoró y probablemente no vuelva a verla otra vez, pero me pareció extraordinario el trabajo de dirección de Iñárritu y por eso recomiendo disfrutarla en el cine. El cineasta mexicano logró en su narración que el espectador acompañe literalmente al protagonista en la odisea que le toca vivir. Durante el transcurso de la trama podés sentir las condiciones climáticas que atraviesa Glass; la nieve y el agua congelada, el acecho de los animales salvajes, los sanguinarios enemigos, tal cual como si estuvieras ahí con el protagonista. Iñárritu te sumerge en la aventura por completo y como espectador te ves transportado a ese mundo brutal en el que se desenvuelve el personaje principal, donde un arco y una flecha pueden ser armas aterradoras. Esta es una de las grandes virtudes de esta producción junto con la extraordinaria fotografía de Emmanuel Lubezki, quien previamente había colaborado con el director en Birdman. En El renacido trabajaron la estética del film con un tratamiento anti-Hollywood al filmar la historia con luz natural en las locaciones escogidas. Uno de esos delirios de Iñárritu que probablemente le sería negado a otro director por los directivos de los grandes estudios, ya que esta elección artística genera un gasto enorme de tiempo y dinero. La película tiene numerosos momentos intensos y algunas escenas que no son aptas para estómagos sensibles. Muy especialmente la escalofriante secuencia que recrea el famoso ataque de la osa. Sin embargo, la violencia extrema que presenta El renacido está justificada dentro de un contexto histórico. El período que trabaja el film era brutal y salvaje tal cual se muestra en esta historia, donde la vida humana valía muy poco. Queda claro que el director apostó por trabajar la acción con un enfoque más realista en lugar de construir el relato con momentos hollywoodenses La trama consigue ser atractiva cuando se enfoca en la aventura, pero el ego de Iñárritu siempre es más fuerte y no pudo evitar agregarle al film algunas secuencias surrealistas donde abundan los simbolismos para hacer más "artística" la película. Dentro del reparto, Leonardo DiCaprio lleva adelante con mucha dignidad un personaje que le demandó un enorme desgaste físico, pero creo que el actor brindó interpretaciones más jugadas en el pasado que no fueron valoradas como se merecían. Su trabajo en J.Edgar, de Clint Eastwood, es un claro ejemplo de esta cuestión. Tom Hardy en realidad es la gran figura de este film y se destaca con un personaje que parece un antepasado del soldado Barnes de Pelotón, interpretado por Tom Berenger. En varios momentos de la historia llega a lucirse más que DiCaprio y está muy bien en el rol de villano. El punto débil de El renacido pasa por su extensa duración de 157 minutos que se sienten en la butaca, especialmente hacia el tercer acto. Para la clase de historia que presentaba el conflicto no era necesario que la película fuera tan larga y con 40 minutos menos el relato podría haber sido más redondo. Más allá de esta objeción personal celebro que el director Iñárritu siga explorando géneros diversos en su filmografía y su nuevo trabajo merece su visión en el cine
Me gustaría que alguien me explique el odio y rechazo que hay en gran parte de la comunidad cinéfila hacia Alejandro González Iñárritu. Sus credenciales y su Oscar como mejor director poco importan a la hora de criticar su trabajo de forma casi visceral pero sin mayor sustento más que una falsa intelectualidad. Pero en fin, así es el arte. Lo cierto es que puede gustar más o menos pero no se puede negar que las películas de este hombre causan algo y eso es lo bueno de El Renacido, porque logra incomodar al espectador. Ahora bien, también hay que decir que el film se hace demasiado largo y que por momentos puede llegar a resultar aburrido. Si miramos a este estreno como un todo (que es lo que hay que hacer siempre) nos encontramos ante la película más floja del director mexicano. No solo por la lentitud que señalaba antes sino por unas graves inconsistencias y arbitrariedades de guión. Pero si desmenuzamos el film nos vamos a encontrar con genialidades, siendo dos las que hay que resaltar: primero la espectacular y apabullante fotografía por parte de Emmanuel Lubezki -quien suele trabajar con Iñárritu y con su compatriota Alfonso Cuarón- donde las fugas hacia los grandes paisajes (de Canadá y Tierra del Fuego) son impresionantes. Lo mismo que las subjetivas que dan la sensación de estar ahí. Y segundo, el señor actor Leonardo DiCaprio, que si no gana su merecidísimo y retrasado Oscar en esta oportunidad, tiene el derecho de prender fuego la sede central de la Academia. No estoy seguro si este es su mejor papel porque ha tenido otros muy grosos, pero la intensidad que le pone a su personaje es descomunal. Deja todo ahí, se transforma. La escena de la pelea con el oso es formidable en todo sentido, lo técnico (VFX, cámara y sonido) impresiona pero es la interpretación del protagonista la que te hace creer y agarrarte la cabeza. El resto del elenco está muy bien pero es Tom Hardy el que se roba los aplausos. Lamentablemente no se puede alabar más de esta cinta que su elenco y fotografía, cosa que no es poco pero que no alcanza para los galardones que está recibiendo. No porque sea pretenciosa e irreal en un contexto que no es tal sino porque tiene demasiados defectos muy bien maquillados por DiCaprio. De todos modos, El renacido se encuentra nominada al Oscar y es deber de todo buen cinéfilo ir a verla (en el cine).
Es sin dudas un film especial. Técnicamente perfecto: la inmensidad del paisaje solitario y helado, contrapuesto a la pequeñez del hombre, y el talento y la desmesura de González Iñárritu para meternos en el medio de esa desolación blanca y virgen, pero también en la violencia sin piedad alguna de los ataques de los hombres y las tribus, la cacería sangrienta y “el ataque” del oso al protagonista por demás impresionante. Lo demás es una anécdota mínima, un hombre abandonado a su suerte, revive y resiste solo para la venganza. Los primeros cien minutos dejan sin aliento, el resto decae. Puede verse como metáforas varias. Debe verse
Civilización y barbarie. El Renacido (The Revenant, 2015) es el último film del ya consagrado Alejandro González Iñárritu, quien ha saltado a la fama por Amores Perros (2000) y se ha hecho más popular por 21 Gramos (2003), Babel (2006), Biutiful (2010) y la más reciente, Birdman (2014); películas bien diversas entre sí y de temáticas dispares. En lo personal valoro más sus primeros largometrajes que los últimos. El Renacido explora lo más cruel de la humanidad, esa costumbre de atacarse los unos a los otros para sobrevivir. Está ambientada en el siglo XIX, en un bosque cuyas coordenadas exactas desconocemos -sólo se hace mención a Missouri- y habitado principalmente por indios nativos, aunque éstos conviven con los franceses y norteamericanos. Tanto franceses como norteamericanos están invadiendo territorios indígenas con el fin de obtener beneficios económicos, y ambos grupos “blancos” se enfrentan con los pueblos originarios en batallas sangrientas y crueles. Hugh Glass (interpretado espléndidamente por Leonardo DiCaprio, a quien desde esa inolvidable escena de El Lobo de Wall Street nos hemos acostumbrado a verlo arrastrándose por el suelo) es parte de la tropa norteamericana y su guía, ya que conoce bien el territorio y habla el idioma nativo. Dentro de este grupo se encuentran el Capitán Andrew Henry (quien posee poder adquisitivo y por ende, poder de rango) y otro miembro destacable de la expedición, John Fitzgerald (Tom Hardy). En este grupo las diferencias y los recelos estarán presentes desde el comienzo, sobre todo para Fitzgerald, quien cuestiona constantemente a Glass y a su hijo “mestizo”. La cuestión esbozada aquí reside en la no pertenencia del mestizo al grupo, algo similar a lo que se expresaba en el film Australia (2008). El Renacido expone lo más cruel de la humanidad y su venganza, sin importar la cultura o el origen. En términos del antropólogo Claude Lévi-Strauss, cabe preguntarnos en el film, ¿quién representa la “civilización” y quién la “barbarie”? Puesto que justamente estas categorías -inventadas por el hombre de sexo masculino, blanco y europeo- pueden adjudicarse a cualquiera de estas tres culturas, todos son “salvajes”. En esencia tenemos dos grandes grupos, blancos e indios, el primer grupo a su vez subdividido en franceses y norteamericanos. He aquí la primera falencia de la película: construir como crueles imperialistas “salvajes” a los franceses cuando los norteamericanos son tan colonizadores e imperialistas como ellos (tanto norteamericanos como franceses abusan de las mujeres nativas). Aunque El Renacido pretende no dividir en buenos o malos lo termina haciendo, ya que si bien todos los grupos muestran crueldad, hostilidad y ensañamiento, los personajes pueden dividirse arquetípicamente en buenos y malos: están aquellos con quienes nos compadecemos y aquellos que despreciamos por la bajeza de sus actitudes. Incluso en la bien lograda escena de DiCaprio con el oso (una batalla entre la humanidad y el reino animal) comprendemos el ataque del oso ya que sólo está protegiendo a sus crías, y es lo mismo que hace Glass con su hijo (aquí aparece la necedad humana y su vocación por querer dominar la naturaleza). Este relato dramático de aventuras comienza con una narración atrapante que desafortunadamente -a partir de la mitad- comienza a estancarse por carecer de acciones que hagan avanzar el relato, desde una serie de peripecias que exacerban el “todopoderoso” personaje de Glass, el cual sobrevive a tantos imposibles que en un punto resulta tedioso y no heroico como se pretende. El relato posee cierta circularidad que está vinculada al metafórico renacer del personaje, encarnado en el símbolo de la espiral de la cantimplora. La sed de venganza y batallas excesivamente sangrientas perturban no por lo sangriento sino porque no pertenecen a la poética (si fuese una película de Tarantino, no nos molestaría en absoluto porque es parte de su código). En consecuencia, a pesar de la belleza de ciertos encuadres, se considera que la base del film tenía un gran potencial que no se supo aprovechar del todo porque a la mayoría de los guionistas y directores de la actualidad se les dificulta crear resoluciones y buenos finales.
No todo lo que brilla es oro, y filmar en condiciones extremas no hace a una buena película. Tampoco exponer a los actores a condiciones climáticas extremas para conseguir mejores actuaciones. El Renacido (The Revenant) es una gran apuesta de Alejandro González Iñárritu, director de Birdman (ganadora como Mejor Película en la edición pasada de los Oscar), pero que no llega al nivel de obra maestra por el flojo guión que no acompañó a las actuaciones ni a una fotografía descollante del gran Lubetzki. Leonardo DiCaprio vuelve a mostrar maestría actoral sin ser su mejor personaje. Hugh Glass era un cazador furtivo que en 1823 formó parte de una expedición por los bosques de Norteamérica en busca de pieles, que en esa época era un negocio más que redituable. En medio de una discusión con sus compañeros, luego de ser atacado por una tribu de Arikaras, Glass decide explorar el bosque solo en busca de un camino soportable para sus compañeros y recibe el ataque de una osa grizzly que defendía a sus cachorros. Este hecho casi lo mata, pero logró salvarse por su resistencia y experiencia en situaciones extremas (y dicha escena es de lo mejor de la película). En un estado moribundo, sus compañeros deciden cargar con él para, en el peor de los casos, darle un entierro digno en civilización. Pero en su camino está Fitzgerald, el antagonista del film: un hombre que formaba parte de la expedición y no contento con las decisiones de Hugh, se interpone en su camino hasta que llega la hora de imponer su ley. Este salvaje y descontrolado personaje, interpretado de gran manera por Tom Hardy, decide acelerar la muerte de Glass, y en el intento no sólo lo deja vivo, sino que le da un buen motivo para renacer luego de la experiencia con la osa, ir a buscarlo y cobrar venganza. El Renacido trata de cómo Glass debe poner a andar su cuerpo, pese a las condiciones nefastas en las que se encuentra, esquivar a los Indios y sobrellevar la fiereza con que la madre naturaleza le tratará de impedir llevar a cabo su objetivo: la venganza. En el guión está claro el objetivo del film (pese a lo testarudo y caprichoso que se vuelva el relato): la intensión es contar la valentía y el esfuerzo de un hombre frente a la naturaleza y cómo el instinto vuelve ciego al hombre, un animal sin poder de raciocinio en busca de lo más deseado, es decir, la supervivencia sin importar el costo de la misma. Pero más allá de esta declaración de principios, de esta fidelidad a narrar esta historia tan extrema, el sobrante de metraje es evidente. No solo por las extensas escenas donde se ve sufrir en demasía al protagonista, sino porque las subtramas se vuelven irrelevantes. Por ejemplo, la historia de los Indios Arikaras, tribu que está en búsqueda de una tal Powaqa, hija del jefe, no toma el valor necesario como para que importe en los momentos donde cruzan al relato principal. Toman un carácter de nimiedad en el que el espectador llega a preguntarse: “¿y esto para qué fue?”. Otro de los elementos fallidos que posee el film es el de una historia que no justificaba los reiterados flashbacks en clave de revelación que atormentaban a Glass. Esto genera una extensión sin sentido y que solo ayuda al relleno de muchas escenas. El ritmo de la película comienza muy bien, y le devuelve al público la ansiedad con la que llegó al cine, pero empieza a cansar una vez establecida la meta del protagonista. Queda claro que Alejandro González Iñarritu ha evolucionado en muchos aspectos como director pero ha mermado en otros. Subido al caballo de “filmar diferente”, asume riesgos para lograr un tipo de relato más realista, pero se pierde un poco el foco de lo que se está viendo cuando enfrenta al personaje de DiCaprio a la soledad del bosque y a las tormentas de nieve que lo acechan constantemente. La trama consigue ser interesante al comienzo y al final cuando se enfoca más en la acción, pero Iñárritu y su ego siempre serán más fuertes y buscarán lo arriesgado, lo extremo y ahí es donde se pierde claridad mientras la película carece de sentido. Por el lado del reparto, Leonardo DeCaprio asumió el personaje de Hugh Glass, un hombre que figura entre los grandes personajes de la historia norteamericana como Jesse James y Buffalo Bill. El antecedente cinematográfico de este personaje es una película de 1971: Man in the Wilderness, dirigida por Richard C. Sarafian y protagonizada por Richard Harris y John Huston, que también está inspirada en la historia de Glass. DiCaprio, motivado por ganar el Oscar que se le hace esquivo hace años, tomó este papel y se expuso a condiciones climáticas extremas que se reflejan en la pantalla y el esfuerzo en interpretar a Glass finalmente está dando sus frutos en la temporada de premios. Lamentablemente, y pese al gran nivel actoral expuesto en El Renacido, si este año se hace dueño del premio a Mejor Actor, no será por el mejor papel de su carrera. El inolvidalble Howard Hughes es difícil de superar. Tom Hardy también exhibe un nivel actoral sobresaliente. Su John Fitzgerald es tan lineal como complejo. Uno de los mejores papeles del protagonista de Mad Max: Furia en la carretera, que cierra un gran año en su carrera, lástima su paso por Leyenda. Los momentos donde aparece Hardy son una bocanada de acción que vuelve a introducir al espectador en lo importante de la historia. Antes de cerrar, ovación de pie para introducir a Emmanuel Lubezki al texto. Dentro de la extensa duración (157 minutos), Lubezki vuelve a demostrar por qué es uno de los directores de fotografía más importantes de la actualidad. Gravity (2013), dirigida por Alfonso Cuarón y ganadora del Oscar a Mejor Fotografía en 2013, marcó un antes y un después en su trayectoria y aquí logra un empate técnico con aquel trabajo. Toda la película está iluminada con luz natural y al experimentar lo logrado por Lubezki, no queda más que aferrarse a la belleza visual en los momentos donde el guión cae y pierde interés la historia.
Finalmente se estrena “The Revenant” -El Renacido-, la película con 12 nominaciones a los premios Oscar y que ya se llevó varios galardones, entre ellos los Globos de Oro para mejor actor, mejor director y mejor película dramática. La gran aventura de DiCaprio sufriendo de mil maneras es una ambiciosa producción donde los méritos técnicos sobrepasan la historia. El director mexicano Alejandro Gonzalez Iñárritu parece ser la nueva estrella mimada de Hollywood. Luego de una trilogía conformada por Amores Perros, 21 Gramos y Babel, películas que tocaban de cerca el tema de la muerte y que contaban diferentes historias interconectadas entre sí, pasó a la olvidada Biutiful y finalmente una suerte de éxito masivo repentino de la mano de Birdman or (The Unexpected Virtue of Ignorance), proyecto que lo catapultó a las ligas mayores y le dio una cantidad impresionante de premios, incluído el Oscar a Mejor Película y Mejor Director del año pasado. Ahora llega con The Revenant, película que lo encuentra al director saliendo de su zona de confort para contar una historia épica sin mucho diálogo y filmada completamente en lugares naturales, sin luz artificial, bajo las condiciones climáticas más adversas del planeta (algunas escenas fueron filmadas en el sur de Argentina). Está basada en los eventos reales de Hugh Glass en 1823, en el que un grupo de exploradores son atacados por indios, logran escapar pero uno de ellos (Glass, interpretado por Leonardo DiCaprio) luego resulta gravemente herido. Al ver su estado de salud y la dificultad de llevarlo en la nieve, sus compañeros se ven obligados a abandonarlo en el bosque. También acompañan las actuaciones de Tom Hardy, Domhnall Gleeson y Will Poulter. El film es una mezcla de western con elementos de venganza y supervivencia, y tiene una particularidad que es, a mí entender, la razón por la cual puede resultar difícil de ver: la historia es muy sencilla para la cantidad de tiempo que se toma en contarla. El fuerte de Iñárritu siempre estuvo en la profundidad de sus diálogos y la complejidad de las historias. Acá, parece encontrarse buscando otros rumbos a la hora de narrar pero las dos horas y media no lo ayudan del todo. La película sale adelante principalmente por la gran actuación de DiCaprio (aunque mínimamente exagerada en algunos momentos), Tom Hardy, las imponentes locaciones y, en especial, por el trabajo de Emmanuel Lubezki en fotografía. The Revenant es una belleza visual y sonora que hace que uno se enamore fácilmente de la película y el problema es que más allá de las maravillas técnicas, no hay mucho más de dónde agarrarse para mantenerse interesado. La cámara se mueve de un lado a otro entre los bosques nevados, las flechas salvajes y los ríos congelados de tal manera que uno siente que está ahí mismo, la experiencia en la que Iñárritu nos lleva es sin dudas majestuosa pero no hay un vínculo emocional fuerte con ninguno de los personajes por el que podamos sentirnos identificados, somos simples espectadores de una película que pone distancia y no nos deja entrar. El tiempo que dura la complicada travesía del personaje es más un test de supervivencia para nosotros mismos en ver cuánto aguantamos sin aburrirnos, en lugar de ser momentos en el que sufrimos junto al personaje. Por otro lado, y más allá de la dificultad de la película en atrapar al espectador, las escenas individuales son muy efectivas. En particular, una escena con el ataque de una osa tiene una ferocidad y un realismo admirable en el que cada rasguño y cada golpe traspasan la pantalla. Iñárritu tiene una sensibilidad muy propia para transmitir ese tipo de escenas viscerales, y en The Revenant hay muchas. Son las que mejor funcionan en una película donde los diálogos no aportan demasiado y el paso de un lugar a otro y de un sufrimiento a otro, ocupan la mayor parte del tiempo. Intentando algo distinto en su filmografía, este es otro ejemplo de la capacidad que tiene Alejandro G Iñarritu para hacer un cine que da que hablar, para bien o para mal. The Revenant es una película como muy pocas, por momentos difícil de soportar, por otros fácil de admirar, pero que emocionalmente es tan fría como el clima donde transcurre.
El director mexicano Alejandro G. Iñárritu entrega una película de aventuras de extremo realismo y con un solvente trabajo de Leonardo Di Caprio. El film está nominado a 12 premios Oscar. Inspirada en hechos reales, El renacido es la nueva creación del mexicano Alejandro G. Iñárritu -Birdman, la ganadora del Oscar el año pasado- que está postulada para 12 premios de la Academia de Hollywood, incluyendo el de "mejor película". Un crudo retrato sobre la supervivencia es el que plasma el director de Amores perros en este inhóspito ambiente del oeste americano en 1823. El explorador Hugh Glass -Leonardo DiCaprio- es un cazador de pieles que es atacado por un oso y abandonado por los miembros de su propio equipo. Malherido y lejos de su hogar, junto a su hijo mestizo, Glass emprenderá a duras penas la búsqueda del hombre que lo dejó librado a su suerte y traicionó, John FitzGerald -Tom Hardy-, en medio de un invierno brutal y una sangrientas guerra entre tribus nativas. Con un registro pleno del cine de aventuras -el antihéroe enfrentando varios obstáculos para sobrevivir-, el realizador logra a través de una historia simple capturar la atención del espectador a lo largo de más de dos horas y media. Los temas del hombre enfrentado a la naturaleza y la defensa de la familia aparecen, junto a la venganza, como motores de un relato que sacude. Y no tiene que ver solamente con la precisión narrativa y la belleza de los escenarios naturales registrados magníficamente por la fotografía de Emmanuel Lubezki, sino también por la brutalidad de las situaciones que se presentan. El comienzo con el combate contra los indios y el ataque del oso resultan de extremo realismo e impactan por igual, sin mencionar otras escenas que aquí no adelantaremos. Rodada en exteriores de Canadá y Ushuaia, en medio de una nieve que se va transformando en rojo sangre, la trama progresa con pocas palabras, mucha violencia y tópicos del western. Di Caprio entrega un impresionante trabajo actoral que lleva a su personaje a un gran proceso de transformación, mientras Tom Hardy sorprende por los matices de su rol antagónico. Ambos arrastran al público a una batalla sin límites.
Exhibicionismo de talento ‘Revenant: El renacido’ es una película intensa que podría haber sido mucho mejor si Iñárritu no se empeñara en que creamos que es un genio. Iñárritu nos cae mal. Su ego es demasiado grande y evidente. Su actitud de artista mexicano en Hollywood se acerca a la parodia. Podría ser un personaje de Capusotto y de hecho ya tiene su parodia en Twitter. Probablemente esté equivocado en casi todo lo que piensa y seguramente lo piensa con el énfasis de quien se cree un genio. Casi siempre estos defectos se dejan entrever en sus películas, en algunas más que en otras. Revenant: El renacido, su sexto largometraje, es quizás la película más refractaria a su ego, aunque de ninguna manera sale totalmente indemne. A diferencia de lo que hizo en Birdman, su película anterior, Iñárritu no nos taladra en Revenant con sus opiniones acerca de nada, aunque él haya dicho que su película “es un comentario sobre cómo esa época (siglo XIX en los Estados Unidos), que ha sido pintada como del individualismo, como el heroico sueño americano, fue en realidad una historia de enorme codicia, de increíble explotación”. Es recomendable no leer sus declaraciones, no escucharlo y no mirarlo. El argumento de Revenant es el más sencillo, por lejos, de todas sus películas. No es una historia coral ni cuenta miserias demasiado elaboradas, más allá de pasiones básicas como la venganza y la supervivencia. En resumen y sin develar demasiados detalles de la trama, se trata de un cazador moribundo (Leonardo DiCaprio) que tiene que enfrentarse a los peligros de la naturaleza para no sólo sobrevivir, sino llegar al fuerte más cercano y ejecutar una venganza. Pero la película no sólo es larga (dos horas y media), también es intensa, extrema y no ahorra crueldades. También se regodea en el virtuosismo técnico, sin llegar a la exageración de Birdman pero poniendo bien en primer plano la mano de Iñárritu y del director de fotografía, su compatriota Emmanuel Lubezki, que está a un paso de ser el primer DF en ganar tres Oscars consecutivos. Puede ser un ejercicio interesante comparar la secuencia del ataque indígena con la del desembarco en Normandía de Rescatando al soldado Ryan. Las dos se parecen en su extensión, en la crueldad de las imágenes y en la proeza técnica de lograr sumergirnos en la violencia tumultuosa de una batalla. Pero en los movimientos de cámara y en el montaje se adivina que Spielberg tiene el pudor de ocultarse, mientras que Iñárritu es un exhibicionista. Spielberg se avergüenza de mostrarnos ese horror, pero lo tiene que hacer; Iñárritu lo disfruta. Es un detalle, porque esa secuencia del ataque indígena es igualmente extraordinaria, y el puntapié inicial para zambullirnos en un mundo fascinante y brutal, y en una historia que avanza con parsimonia pero firmeza. Pero no es un detalle cuando en los momentos culminantes Iñárritu sucumbe a su ego y hace una de más, como el delantero que la complica a dos metros del arco para exhibir su habilidad. Y a diferencia del fútbol, en donde todos los goles valen uno, esa ostentación de virtuosismo le quita brillo a una película que podría haber sido mucho mejor. Iñárritu está al borde de ganar un segundo Oscar consecutivo -aunque la victoria de La gran apuesta en los PGA puso en duda esa posibilidad- y corre el peligro de terminar rindiéndose del todo a su lado oscuro, a su narcisismo, a su necesidad obstinada de que lo reconozcan como un genio. Y no es un genio, es apenas (y nada menos) que un tipo muy talentoso con algunas ideas equivocadas.
"El renacido" es la gran elegida por los críticos alrededor del mundo y la super nominada a 12 premios de la Academia en la próxima entrega de los Oscars, entre las que se destacan las categorías de Mejor Película, Mejor Director y Mejor Actor. Hablando de Leo DiCaprio, su trabajo es magistral, y claramente debería ganar, pero por si no sucede, ya tiene un Golden Globe por este trabajo y estamos más que contentos. Tom Hardy y todo el elenco contribuyen a que la historia sea tan cruda como la imaginó Alejandro Gonzalez Iñárritu, un director de otro planeta que vuelve a traernos una propuesta más que interesante, plagada de momentos difíciles, intensos y con algunos planos secuencia que te van a dejar boquiabierto. Por todo esto y mucho más, es que deberías tomarte casi dos horas y media de tu vida para experimentarla en pantalla grande. Iñárritu y DiCaprio no defraudan para nada, sacá tu ticket ya.
El Renacido se desarrolla en las profundidades de la América salvaje del 1800. El guía de montaña Hugh Glass resulta gravemente herido tras ser atacado por un oso y es abandonado moribundo por un traicionero miembro de su equipo. Con la fuerza de voluntad como su única arma, Glass deberá enfrentarse a un territorio hostil, a un invierno brutal y a los peligrosos nativos americanos, en una búsqueda heroica e implacable para conseguir vengarse. Estamos ante una verdadera obra maestra del séptimo arte, el mexicano Alejandro González Iñárritu nos presenta una historia de supervivencia, de manera cruda, visceral y atrapante. Entre la aventura y el drama, con momentos de puro western, es una combinación perfecta de gran espectáculo y cine de autor. De una belleza visual impactante, cada secuencia fotografiada por Emanuel Lubezki es una pintura. Pero además, con la base de un guión más tradicional que sus anteriores trabajos Iñárritu elabora una película compleja, técnicamente prodigiosa en donde la puesta, el montaje, el sonido y los silencios están puestos al servicio de la trama y su tinte dramático. De Leonardo DiCaprio solo hay que decir que este es el papel de su vida. Una composición física tremenda y una interpretación gestual que conmueve e inquieta a la vez. El Renacido es una experiencia fílmica intensa, un clásico instantáneo, todo lo que el cine debe ser.
Hechos (imágenes) y no palabras El filme con DiCaprio y 12 candidaturas al Oscar tal vez no se convierta en un clásico, pero hoy es la manera clásica de filmar lo que a Hollywood le gusta. Si Revenant, El renacido termina llevándose el Oscar a la mejor película dentro de un mes es porque abrevia, glorifica y expande dos temas que el cine de Hollywood viene exprimiendo y ensanchando últimamente: la superación y la venganza. La alta definición del cine digital da una imagen y resolución prístina, pura. Así que si Birdman, al margen de la maestría de Emmanuel Lubezki para guiar la cámara en plano secuencias, era todo verbo, aquí es todo visual y muy, muy poco diálogo. Basada en una novela que refiere a ciertos personajes reales y a expediciones por 1820, remontando el río Missouri para cazar animales y llevar pieles, las matanzas (de animales y de humanos) y en especial cierta pelea cuerpo a cuerpo acercan a Iñárritu a Tarantino. ¿Y nos parece o tomó prestada la escena de Glass acurrucado en el vientre del caballo de Historias de caballos y hombres? Los que siguen los filmes de González Iñárritu saben que a sus protagonistas les cuesta pasarla bien. Hugh Glass es un guía viudo que tiene un hijo indio, es atacado por un voluminoso oso pardo que -aunque de composición digital, por lo que el filme podría llevarse el Oscar a efectos visuales- lo deja maltrecho, queda acechado por indios rees y los compañeros prácticamente lo dejan abandonado a su suerte. Ah, alguien acuchilla y asesina a su hijo. Así que ahí tenemos a Glass, malherido y superando obstáculo tras obstáculo, y sediento de venganza al ser testigo de quién asesina a su hijo. Todo el relato gira entorno a Glass, lo que es decir, a DiCaprio. El actor, que por quinta vez aspira a un Oscar hasta el presente esquivo, está el 95% en pantalla, y el otro 5% el resto de los personajes hace referencia continua a él. Como suele gustarle a Iñárritu en su versión romántica, hay flashbacks de la esposa asesinada de Glass, hay visiones y hay cuerpos suspendidos alla Birdman, y algunos golpes de tambores por cierto remedan a la película con la que el realizador de 21 gramos y Amores perros ganó el Oscar el año pasado. ¿Repetirá, como un postre? Pero por un lado decíamos que El renacido es casi la antítesis de Birdman en cuanto a que aquel filme estaba soportado en la palabra y una catarata de diálogos ingeniosos e inteligentes, que a muchos espectadores les resultaban pretenciosos. En El renacido la palabra casi no existe, y cuando Iñárritu hace hablar a sus personajes es porque resulta indispensable. Aquí, el poder lo tiene la imagen. Y la imagen es puro esplendor visual. Además de la potencia su forma de narrar, el paisaje nevado y los amplios horizontes son de una belleza indescriptible. Rodada en California, en Canadá y en Ushuaia (toda la secuencia final, cuando en el hemisferio Norte se quedaron sin nieve), la imagen en pantalla grande justifica el precio de la entrada. Como Fitzgerald, el malo de la película, está Tom Hardy, que es el nuevo Mad Max y ya peleó siendo Bane contra Batman en la última de la trilogía. Y aquí parece que lucha con Superman, porque Glass podrá tener apellido en inglés frágil, pero está construido a semejanza de los grandes héroes épicos, movido por la venganza. Y tal vez El renacido no se convierta en un clásico, pero hoy es la manera clásica de filmar lo que a Hollywood le gusta.
Descarnada historia de supervivencia Sin hilar muy fino, se puede decir que "El renacido" es un western con mucho de cine de aventuras en la frontera, con mucha más crudeza de lo habitual y mucho menos revisionismo histórico dado su estilo setentista. De hecho, es una especie de remake de un olvidado film de 1971, "Furia salvaje" ("Man in the wilderness") protagonizado por Richard Harris y John Huston, cuyo director Richard C. Sarafian no podría creer que una remake de uno de sus opus menos festejados pudiera estar nominado a 12 Oscar. Está concebido con una expresa intención antiépica, lo que no implica que no tenga formidables escenas de acción y un tema básico sobre una venganza que no es precisamente original, ya que debe haber sido la premisa de más de un tercio de todos los westerns producidos a través de las décadas. También, menos repetido pero tampoco desconocido, está el tema de la supervivencia en condiciones extremas. El argumento es previsible en el conjunto, pero sorprende en sus detalles, y muchas veces también en su estilo. Todo el principio, realmente logrado, podría definirse como la idea de western que podría tener un Herzog (cuyos clásicos, ya fueran "Aguirre" o "Nosferatu", surgieron del cine de género, épico o fantástico). Y a propósito de Herzog, la pelea con un oso que resultaba demasiado explícita en el film de Sarafian está muy mejorada e intensificada en esta insólita favorita de la Academia, que muy pocas veces se dignó a premiar un western. En todo caso, la larga, temible secuencia relacionada con el oso justifica por sí sola esta película. El personaje de DiCaprio es el baqueano Hugh Glass, que hacia 1826 es guía de un grupo de cazadores de pieles que cuentan con sus conocimientos del río Missouri y el vasto terreno para escapar de un feroz ataque piel roja. Habiendo sobrevivido, apenas, al oso, nadie querría dejarlo atrás, pero eso es lo que sucede, con ingredientes no previstos de extrema traición a cargo de un brillante Tom Hardy (el villano curiosamente parece haberse inspirado más en Richard Harris que el protagonista). Ni el mismísimo Jesse James se arrojó a tantos riscos ni sobrevivió a tantas cataratas, mucho menos en semejantes praderas nevadas, ni tampoco ningún colega de Davy Crockett tuvo tan pocos diálogos, ni fue sometido a tantas escenas que lo obliguen a arrastrarse por terrenos de todo tipo, suplicar por comida en idioma pawnee o padecer tantos sueños esotéricos. Ni este último detalle, ni mucho menos la música anticlimática de Ryuchi Sakamoto, ayudan mucho, especialmente promediando la mitad de los 135 minutos de metraje. Hay un momento en el que el espectador podría empezar a preocuparse seriamente, pero por suerte la película no se estanca más que por unos instantes. La verdad es que la acción no cesa, el uso de locaciones canadienses y argentinas realmente aporta tensión y dramatismo, dado que aquí el rigor de la naturaleza es uno de los protagonistas principales. En un nuevo milenio en el que un posible espectador virgen de "Tiburón" de Spielberg podría indignarse ante el maltrato sufrido por el monstruo protagónico, tal vez lo interesante sería pensar los motivos que llevan a directores como el de este film o el Ron Howard de "En el corazón del mar" a plantear la relación del hombre y la naturaleza en términos poco vegetarianos. Por último, en medio de una ola de calor, esta película da frío aun en un cine con aire acondicionado defectuoso.
La negación de la aventura Me costó dilucidar por qué El renacido no me disgustó tanto como otros films de Iñárritu, quien supo indignarme con adefesios como 21 gramos, Babel y Birdman. Lo atribuyo a lo siguiente: Iñárritu es un cineasta (es un calificativo un poquito elevado, lo admito) del y sobre el presente, en el peor sentido posible, que ha venido abordando tópicos contemporáneos representando e interpelando a un importante sector de los espectadores -y críticos, no nos hagamos los zonzos- a través de una mirada donde conviven las sentencias facilistas, la manipulación extrema y los gestos canallescos. Su cine es la traslación a lo audiovisual del típico gesto de los individuos que miran todo por televisión diciendo “¡pero qué barbaridad!”, pero a la vez se sienten muy cómodos con el estado de situación actual. Lo de Iñárritu es la sentencia, es el confort de decir siempre que todo, absolutamente todo, está mal, y que no hay forma de que eso cambie. Y si se tiene que arrastrar a los personajes a situaciones entre imposibles y miserables para confirmar todo esto, no hay problema, porque lo que importa es la tesis, el argumento, y que este se cumpla, y no lo que les pasa a los seres que habitan la pantalla. Porque en el fondo, para Iñárritu el cine es apenas un medio para decir algo y no ve la necesidad de hacerse cargo de lo que está filmando, y sus preocupaciones pasan lejos de lo ético y lo moral. En base a esto, la indignación no se me hace tan patente en El renacido básicamente por una cuestión temporal: Iñárritu aleja su foco de la sociedad actual y posa su mirada en un hecho lejano, la historia real de Hugh Glass (Leonardo DiCaprio en plan “la paso lo más para el culo posible, a ver si me dan de una vez el Oscar”), un guía, cazador y explorador que es atacado por un oso durante una expedición en la década de 1820, queda herido casi mortalmente y luego es abandonado por sus compañeros de expedición, pero consigue recuperarse y emprende un camino de venganza. Es que la lejanía en el tiempo se traslada a toda la atmósfera de la película: El renacido es tan banal, vacía, antojadiza, mal narrada y efectista que lleva a que todo lo que sucede en ella importe realmente muy poco. Y por ende, esté lejos de causar algo similar a la polémica, pues sus dos horas y media sólo nos resbalan en medio del aburrimiento, transcurren allá lejos, muy lejos, logrando exactamente lo contrario a lo que uno podría -y querría esperar- de este tipo de cine: en vez de ser una experiencia inmersiva y conmovedora, nos produce un absoluto distanciamiento. Y eso que Iñárritu se esfuerza, y mucho, para generar algo en el espectador y la increíble sucesión de padecimientos que atraviesa Glass es funcional a lo que quiere decir el cineasta, quien se enreda mucho y se toma dos horas y media -compuestas en gran medida por bellos contrapicados del cielo y los bosques- para transmitirnos algo en extremo simple: que el mundo no sólo es una mierda ahora, sino también dos siglos atrás. Bravo, felicitaciones Iñárritu, pero mirá vos, yo no me había enterado que el hombre era un ser repugnante también en 1820, yo creía que como había muchos movimientos independentistas en Latinoamérica estaba todo fenómeno. Es tan tonto, tan vacuo en su pesimismo lo del director, que ni siquiera es verdaderamente enojoso, por más que insista en su discurso, y para eso nos muestre todo tipo de calamidades. Lo que sí termina siendo un tanto indignante pasa por otro lado, y es en el desprecio -alimentado por su evidente ignorancia- que muestra Iñárritu por el género de aventuras -algo que también mostraba en Birdman respecto al cine de acción y superhéroes-. Porque la anécdota El renacido la inserta dentro de ese género, dentro de la aventura más pura y dura, ciertamente oscura y brutal, pero aventura al fin. Lo que pasa es muy básico, muy simple (un tipo es herido, lo dejan abandonado, se recupera y busca venganza), y aún así con un inmenso potencial, pero Iñárritu piensa que eso no es suficiente, que detrás debe haber un mensaje porque si no pierde “importancia”. Esa subestimación del género nace también del desconocimiento y se percibe en muchos aspectos técnicos, formales y narrativos. El Hugh Glass de DiCaprio es alguien que aparece en la historia, sin adquirir jamás un pasado, presente y futuro realmente potentes; el villano que encarna Tom Hardy es un villano porque sí, porque tiene que ser malo, porque así lo decide el guión; en ningún momento Iñárritu consigue darle tensión a los momentos que lo piden (ver por ejemplo el escape del inicio, compuesto por varios planos secuencia que se cortan a destiempo porque el director no termina de decidirse sobre cómo ir construyendo el espacio y los movimientos de los personajes); no hay un camino de aprendizaje y crecimiento por parte de los personajes que sea realmente coherente; y la necesidad del director por dejar en claro su presencia a través de complicados planos es tanta que obtura toda chance de que haya una real fluidez narrativa. Vale la comparación con otro film de aventuras centrado en personajes en medio de un ambiente hostil, como es El líder. La película de Joe Carnahan -realizador esencialmente desparejo, que no es un genio precisamente, pero que algunas cosas claras tiene- construye personajes, les plantea conflictos palpables, los pone a dialogar con un contexto natural que va más allá del paisajismo y les permite recorrer un camino de crecimiento, donde las decisiones y cambios de los momentos finales guardan una sólida coherencia, alejándose de la mera bajada de línea atea. En cambio, El renacido sólo ofrece personajes unidimensionales, el paisaje no pasa de la mera postal, sus conflictos sólo se sostienen en su aire de autoimportancia y se la pasa forzando una mirada supuestamente innovadora sobre la venganza, la justicia por mano propia, la crueldad y el papel cuasi evangelizador de los indígenas que jamás sale del lugar común. De Iñárritu ya hablamos suficiente y lamentablemente DiCaprio merece un párrafo aparte: es un gran actor y ya debería haberse llevado el Oscar un par de veces por sus papeles en Atrápame si puedes y El lobo de Wall Street, pero su voluntad impostergable por finalmente ganar el premio lo lleva a seguramente ganarlo por una de sus peores actuaciones. Su interpretación no tiene matices, es sólo un continuo esfuerzo por mostrarnos cuán mal la pasa, cuánto sufrió -él, DiCaprio, no Glass-, cuánto merece ser galardonado. Seguramente triunfará por cansancio, todo será algo así como “y bueno, ya está, ya entendimos, si tanto insistís, te premiamos”. Y es una pena, DiCaprio no debería necesitar estar haciendo tanto esfuerzo por convencer a la gente de la Academia y menos aún someterse a los designios de un realizador que no entiende lo que debe narrar. Apología barata del sufrimiento, donde Iñárritu, en vez de hacer padecer a varios personajes, concentra todos los martirios en uno solo, con una mirada paternalista sobre el castigo y el perdón -lo del final roza lo increíble en su absurdo-, El renacido es otro viaje propuesto por un director que ha logrado convencer a demasiados de que es un genio absoluto, un artista con todas las letras. Y es apenas un artesano mediocre, incapaz de decir algo medianamente original. Que estemos discutiéndolo es todo un retroceso.
Es complicado entender por qué pueden odiar tanto a Iñárritu pero más complicado es hacer que eso te condicione a la hora de ver una película. El odio que puede generar una persona porque es muy “egocéntrica”, en el caso de este señor, ese ego lo ayuda a tratar de que sus películas tengan todo extremadamente pensado y con la ayuda de Emmanuel Lubezki hacen que podamos disfrutar de “Birdman” o en esta oportunidad de “Revenant: El Renacido”. Leonardo DiCaprio le da vida Hugh Glass un hombre que luego de haber perdido a su mujer, lo único que tiene es a su hijo. Ellos dos están guiando a un grupo de hombres que comercializan pieles en territorio indígena. Luego de ser atacado por un oso, Glass queda al cuidado de John Fitzgerald (Tom Hardy), su hijo Hawk (Forrest Goodluck) y Jim Bridger (Will Poulter)
Llega a nuestras salas “Revenant: El Renacido”, la más reciente realización del mexicano Alejandro Iñárritu protagonizada por un torturadísimo Leonardo Di Caprio. Parcialmente basada en la novela homónima de Michael Punke, “Revenant” se centra en la historia de Hugh Glass (Di Caprio), un norteamericano envuelto en el mercado de pieles quien, junto a su hijo mestizo, se encuentra en medio de una travesía mercantil por los inclementes bosques que rodean el Río Missouri. Luego de ser violentamente atacado por un oso y casi perecer a causa del mismo, Glass se ve imposibilitado de seguir adelante y su moribundo cuerpo (y suerte) queda a cargo de tres de sus hombres. Sin embargo la naturaleza humana también le jugará una mala pasada y lo que aparentaba ser un mero “viaje de negocios”, se termina convirtiendo en una odisea de venganza y redención pocas veces vista. Si bien el contexto histórico no está enteramente explícito (se presume que la historia sucede en las primeras décadas del siglo 19), el mismo no es relevante para la comprensión de la trama ya que sus temas (el amor, la supervivencia, la venganza, la muerte y la redención) son tan básicos como nuestros instintos primarios. Un paisaje inigualable sumido en un aterido invierno sirve como marco ideal para explorar dichas cuestiones y a su vez jugar con la dualidad de naturaleza vs humano inherente a cualquier historia de tales características. Otro aspecto interesante que se explora en un plano más secundario es el imperialismo, ya que está ligado a la historia personal de Glass y a varios de los personajes que van a apareciendo, y las consecuencias del mismo. Es destacable como en una escena clave aparece la frase en francés “todos somos salvajes” sobre todo considerado que dicho idioma -en esa época- era considerado sinónimo de cultura y sofisticación. Filmada parte en Canadá y parte en la Patagonia Argentina, el ambiente juega sin dudas un rol protagónico en la historia de Glass y la inmersión del espectador en el mismo es tal que la experiencia se siente más que real. La combinación de las actuaciones con la exquisita filmación hacen que cada helada, zambullida y noche al interperie se sufra en carne propia. Y si hay algo que probablemente le sobre a la película es eso, sufrimiento. Se entiende que la historia sea cruda y que el personaje de Di Caprio la pase mal (quizás un poco peor de lo que se cuenta en la novela) pero llega un momento en el que ya resulta demasiado. La extensa longitud del metraje ayuda a que esto suceda y la crudeza de algunas escenas se remontan al estilo del Iñarritu de “Amores Perros“. Si hay algo en particular para destacar de esta película es la dirección, no solo por la calidad visual del producto terminado sino por el trabajo fuera del mismo también. La manera en la cual el mexicano dirige a su equipo se traslada a los aspectos técnicos y actorales los cuales -indudablemente- vienen de la mano de un gran equipo de producción y elenco. La fotografía a cargo de Emmanuel Lubezki es suprema y el hecho de que haya utilizado íntegramente luz natural ayuda en un 100% a la construcción del ambiente. Las actuaciones son igualmente destacables, desde los actores protagónicos (Leonardo Di Caprio y Hardy) hasta aquellos que ejercen un rol menor, pero no por eso menos importante, que incluyen a Domnhall Gleeson (“Star Wars: El despertar de la fuerza“, “Brooklyn” y “Cuestión de Tiempo“) y Will Poulter (“Maze Runner“). Con unas 2 horas y media de metraje, “Revenant: El renacido” se hace por momentos larga y cruenta, la actuación magistral de Leonardo Di Caprio da cuenta del espíritu inquebrantable del protagonista pero quizás en este caso la ficción se torna demasiado real e insufrible. Indudablemente es una película para ver en cine hecha por gente que ama el cine pero eso sí, hay que verla sabiendo ésto: la tortura física y mental no acaba hasta el minuto final.
"El renacido", supervivencia al límite Hugh Glass fue uno de los exploradores que dejaron su huella en la historia de los Estados Unidos. No se conoce mucho de sus orígenes, pero sí que se hizo famoso por realizar un viaje de más de 320 kilómetros después de haber sido atacado y herido violentamente por una osa grizzly que le destrozó la garganta, le rompió una pierna y le comió parte del hombro. Glass fue dado por muerto y abandonado por dos de sus compañeros -John Fitzgerald y Jim Bridger-. Para encontrar ayuda tenía que ir hasta el Fuerte Kiowa, entonces comenzó a arrastrarse. Para sobrevivir hizo cosas como utilizar gusanos para que le comieran la carne muerta y así evitar la gangrena, comió bayas silvestres y raíces, hizo una balsa rudimentaria hasta que fue encontrado por unos nativos que le cosieron las heridas y lo ayudaron a llegar a destino. Después de una larga recuperación, fue en busca de Fitzgerald y Bridger para vengarse. Al segundo no le hizo nada, supuestamente debido a su juventud, y Fitzgerald se había enlistado en el Ejército y matar a un soldado estaba penado con la muerte. Esta odisea fue retratada, aunque los nombres son otros, en la película "Furia salvaje" (1971), protagonizada por Richard Harris. 45 años después esta historia vuelve a la pantalla grande de la mano del mexicano Alejandro González Iñárritu y del próximo -sin lugar a dudas- ganador del próximo premio Oscar al Mejor Actor Leonardo DiCaprio. Lo que se cuenta en este largometraje es, prácticamente, la historia relatada arriba, con algunos cambios sustanciales. Por ejemplo: Glass (DiCaprio) emprende su venganza no sólo porque es abandonado a su suerte sino también porque su hijo es asesinado por los hombres que debían cuidarlo (no hay registros de que el verdadero tuviera un hijo). Otra variación es que los traficantes de pieles francesas, acá retratados como antagonistas, en realidad lo ayudaron a regresar a salvo. Y el final que… Tranquilos, nada de spoilers. Sólo vamos a decir que las escenas finales fueron las que se filmaron en nuestro país. Los primeros 30 minutos son gloriosos, filmados de una manera impresionante con una fotografía increíble, cortesía de Emmanuel Lubezki. La escena en que la expedición es atacada por los indígenas es cruda, realista, violenta, tan bien hecha que es casi comparable a la del desembarco en Normandía de "Rescatando al Soldado Ryan" (1998). Perfecta. Inárritu elige una manera de filmar y de poner la cámara que, al principio, sirve perfectamente al relato pero que con el correr del tiempo atenta con el propio filme. Hace uso y abuso y lo que logra es irse de la historia, y para cuando la retoma -casi al final- es tarde. DiCaprio, que para este filme aprendió a disparar un mosquete, a hablar dos lenguajes de nativos americanos (Pawnee y Arikara) y hasta devoró en una escena un pedazo de hígado crudo siendo él vegetariano sólo para darle realismo a la toma, está soberbio en su actuación. Como nunca. El actor está muy bien acompañado por Tom Hardy, Will Poulter y Domhnall Gleeson (es el Samuel L. Jackson blanco, ya que aparece en todas las películas importantes). "El renacido" encabeza las nominaciones a los Oscar con 12, entre las que están Mejor Actor, como dijimos, Película y Director. Un filme que retrata el espíritu de supervivencia y lo que puede hacer un hombre llevado a circunstancias extremas. No se lo pueden perder. Ah, y hagan campaña por Leo porque, insistimos, verdaderamente se lo merece.
Danza con osos Luego de su ópera prima, Amores perros, Alejandro González Iñarritu se lanzó a una de las carreras más decididamente abyectas del cine contemporáneo. No me refiero a como él armó su carrera, sino al contenido de sus películas. 21 gramos, Babel, Biutiful y la ridícula Birdman conforman un cuerpo cinematográfico cuya única coherencia es confundir crueldad con arte y solemnidad con importancia. El renacido le ofrecía, al menos en teoría, la posibilidad de alejarse de la bajada de línea del siglo XXI y viajar al lejano XIX, donde tal vez podía disiparse un poco su solemne discurso sobre el mundo contemporáneo. Pero casi no ocurre. El siglo XIX y la historia que elige no lo hacen desviarse mucho de su mundo. Aunque no del todo coherente, insisto, Alejandro González Iñarritu sabe como torce cualquier material que llegue a sus manos. No lleva mucho tiempo darse cuenta hasta qué punto El renacido es una película con poco vuelo. Aferrado a sus habilidades técnicas, y secundado por el extraordinario director de fotografía Emmanuel Lubezki, Iñarritu quiere decir a los cuatro vientos que su película es importante. No permite que su propio material lo demuestre, sino que lo grita desde el comienzo. Los actores también buscan desesperadamente la misma prueba de importancia. Largas tomas con un gran angular no producen la belleza estética de un buen plano secuencia, sino la prepotencia forzada de quien quiere hacer como sea algo llamativo. Es muy feo el comienzo de la película, y no es algo buscado. La grandilocuencia necesita una espalda ancha para sostenerla, de lo contrario cae con demasiada facilidad en el ridículo. Como varios cineastas contemporáneos amantes de la crueldad, el director busca un impacto superficial para que el espectador quede atontado y no reflexione. La historia se ve acompañada por tu un costado espiritual con apariciones, chapucerías místicas e imaginario de paternalismo pro indio que una vez más es forzado y delirante. Pero todo gritado, todo sangriento, todo golpeando al espectador para que no reaccione. Con una escena llamada a ser clásico de las parodias con un oso y Leonardo Di Caprio en una lucha terrible por disimular los efectos especiales que por momentos se notan y por momentos no, nuevamente debido a la violencia de la escena. Leonardo Di Caprio ya no sabe cómo obtener el prestigio que no necesita. Di Caprio entró en la historia grande del cine hace rato, pero el deber ser le indica que necesita premios. Y Alejandro González Iñarritu tiene una larga experiencia en pedir premios a los gritos. Y seamos sinceros: ¿Si tanto quieren premios porque no van a dárselos? Sumemos a un más que sobreactuado Tom Hardy. Di Caprio seguramente recuperará su carrera aunque gane el Oscar, Iñarritu dudo que alguna vez vaya en otra dirección. Si le ha ido bien hasta ahora, no es la intención de este texto corregirlo o cambiarlo, para nada. Si él cree en lo que hace y es su cine sería algo absurdo decirle que cambie. Simplemente lo que me gustaría mencionar es que para mí no hay arte ni profundidad en este paquete que el suele fabricar. Qué ser crítico frente a una obra tal vez ayude a liberar a los espectadores de los lugares comunes que a veces lo encierran. Nadie tiene demasiado tiempo para discutir si alguien que dice ser un genio lo es no. Pero es bueno recordar que no todo lo sórdido es arte, que no todo lo cruel es profundo, que lo que aburre no es bueno en ningún caso y que la calidad de una película la termina evaluando el espectador. Autodefinirse genial desde cada fotograma es una fórmula que termina agotando.
Un espectáculo visual y actoral sin parangón, con un guion justo pero que sufre por su extensa duración. El mexicano Alejandro Gonzalez Iñárritu es uno de los directores más viscerales que hay en la actualidad. Si bien no soy lo que se dice un fanático extremo de su filmografía (eso sí, sus tres primeras películas son impecables), me veo obligado a reconocer que tiene una habilidad visual, una manera de guiar las actuaciones y un modo de que estas confluyan de una manera tal que se nutran mutuamente que es digno de análisis para cualquiera que se anime a esto de hacer cine. Pero también debo decir que desde que se separo de Guillermo Arriaga, y aunque sus películas se afilaron y superaron tanto en los aspectos visuales como actorales, los guiones de Iñárritu, aunque claros en sus intenciones y estructura, se han vuelto demasiado extensos, demasiado crípticos. El Renacido se aleja de este cripticismo, pero se debilita por una nimiedad. Todo un Parto En 1823, Hugh Glass, un cazador furtivo, es parte de una expedición que surca los bosques de Norteamérica en busca de pieles, que esa época eran de muchísimo valor. Tras el ataque de un oso que casi lo mata, ve como uno de sus compañeros mata a su hijo, y lo deja a su suerte. El Renacido es la historia de cómo Glass, debe recuperar el uso de su cuerpo, esquivar a los Indios y sobrellevar la crueldad que la madre naturaleza le echa encima para poder llevar a cabo su venganza. Si hay algo que no le puedo criticar al guion de El Renacido es que sea poco claro en sus ideas. Es una historia de venganza tremendamente sencilla, con personajes motivados muy claramente y que recurre al dialogo muy esporádicamente, dejando que las imágenes y las acciones hagan todo el trabajo; como debe ser. Pero lo que si voy a criticar es que se extiende demasiado. Es una historia que no justificaba los miles de flashback esotéricos que posee y no justificaba la extensión de muchas escenas. Pasadas las escenas de acción (el ataque indio del principio y la por todos conocida escena del Oso) el ritmo de la película empieza a reptar como una babosa, empieza a aburrir. No fluye, y es una pena, porque con los elementos visuales y actorales que poseía, una duración menos extensa, y un tratamiento mas directo, sin vueltas y al punto le hubiera beneficiado increíblemente. Por el costado técnico, ovación de pie, silbidos y vuvuzelas para Emmanuel Lubezki, porque su utilización de la luz natural es magistral. Tanto en el día como en la noche. Su tratamiento visual en esta película es digno de análisis, estudios, imitación, etc. porque la nitidez y claridad que consiguió el famoso “Chivo” en absolutamente toda la película es de una extrema riqueza. Por el nivel actoral, la pregunta del millón es ¿Cómo esta Leonardo DiCaprio? Lectores, se los pongo así: Si a DiCaprio no le dan el Oscar, seria la mayor injusticia de la vida. Ninguno de los otros cuatro nominados se expuso una onza de lo que tuvo que sufrir este hombre para dar una interpretación conmovedora. Se salió a miles de kilómetros de su zona de confort, desafiando su mente y su cuerpo para un papel que en muchas ocasiones no le permitía usar la palabra. Este hombre no solo se empujo hasta el límite, lo paso a tal punto que es un pelito, un punto. Ahora, si somos justos, aunque la actuación de DiCaprio es meritoria y merecedora de todos los premios que se le pueda dar, Tom Hardy no se queda para nada atrás. Su Fitzgerald es tan simple como lo es complejo y tan violento como lo es racional. Uno de los mejores papeles de un actor que sigue creciendo. Conclusión El titulo local de El Renacido le viene de perlas a esta película porque su extensión la hace, sinceramente, un parto. Un ritmo que desafía al extremo la paciencia del espectador; una lentitud innecesaria para una historia que no tiene tantos rebusques. Si querés ver una buena narración, con ritmo y fluidez, te podes desilusionar. Pero si querés ver unas visuales impresionantes, esta es tu película. Si querés ver a DiCaprio hacer el compromiso más extremo que puede hacer un actor para con su profesión y ver como lo borda como un verdadero maestro, esta es tu película.
Nos encontramos frente a una de las mejores películas del año. Basada en una historia real, relatando la odisea que vivió Hugh Glass para sobrevivir y quien le da vida a este personaje es Leonardo DiCaprio (41) de excelente actuación, se luce en cada gesto, mirada y situación (físico y emocional) y esta vez seriamente se merece más que nunca ser galardonado con el Premio Oscar. Impresionante el trabajo de cámara del gran cineasta Alejandro González Iñárritu (filma de maravilla), donde hace lucir a su protagonista en un terrible ataque que le produce un oso grizzly, el encuentro con la tribu de Arikara, saltar al precipicio, se arrastrar por las heridas, nada en ríos congelados, subsiste a temperaturas bajo cero encontrándose desnudo, hasta habla en otras lenguas, transmite sus emociones, miedos, la tristeza, el dolor y desdicha. Los fantasmas del pasado se ven a través del flashback. Otro de los personajes secundarios: el capitán Andrew Henry (el irlandés Domhnall Gleeson), el villano John Fitzgerald (Tom Hardy, otra gran actuación y una vez más se destaca). Estupenda ambientación en escenarios naturales. Acompaña a la perfección la música a cargo de Ryuichi Sakamoto (“Babel”, “El último emperador”). Se filmó en Canadá y dos semanas en la Provincia de Tierra del Fuego (Argentina) porque la producción necesitaba capturar las condiciones invernales para terminar el filme.
Aventura congelada El renacido se apoya en sus paisajes majestuosos y nevados para remendar un preocupante vacío. El filme compite por 12 Oscar y tal vez le dé el suyo a Di Caprio. A pesar de que el centro de El renacido parece ser la naturaleza, el filme de Alejandro G. Iñárritu se sostiene puramente en la técnica, como ya lo hiciera Birdman, en la que el montaje unía escenas separadas en un plano secuencia. El experto director de fotografía de aquella película, Emmanuel Lubezki, vuelve a aportar su oficio a El renacido en la forma de majestuosos y grandilocuentes paisajes nevados en 65 mm digitales. Esa espectacularidad visual, que expulsa más de lo que subyuga, es lo mejor que tiene para dar El renacido en sus innecesarios 156 minutos, a la vez que se ampara en ese recurso para suplir su vacío. Tal esterilidad panorámica, que sólo se sacude en los momentos de acción como el ataque del oso o la persecución que termina en un precipicio (nuevamente, más efectos especiales que naturales) podría asociarse a la ausencia de Dios que sugiere todo el filme y que deja al pobre Hugh Glass a la deriva del género mixto de la supervivencia y la venganza, dos grandes matrices de Hollywood que aquí resuenan como una falsa épica. Y es que en El renacido Dios es Iñárritu jugando a los dados con Leonardo Di Caprio, que como al Javier Bardem de Biutiful le pasa de todo sin que le pase nada: sin dinámica interna, quien queda expuesto a las inclemencias de los caprichos del director es el espectador. Leonardo Di Caprio es Glass, un aventurero fronterizo en la Norteamérica del siglo XIX, de origen verídico, que se gana la vida recolectando pieles en el feo invierno junto a un grupo de hombres malogrados como él. El duro trabajo los obliga enfrentarse con los aborígenes de la zona ya en el mismo comienzo, un soberbio plano secuencia extático atravesado por flechazos, disparos y caídos en combate que promete una intensidad que no llegará. A Glass lo acompaña Hawk (Forrest Goodluck), su hijo indio, que aporta información de su borroso pasado junto a algunos flashbacks en que la mujer nativa del explorador recita un mantra panteísta sobre que es mejor aferrarse al tronco de un árbol que a sus frágiles ramas. Otro sabotaje del pretendido naturalismo, en este caso por cuenta de un realismo mágico un tanto cursi, al que se suma la corrección política de un filme que se supone feroz: Di Caprio es el hombre blanco del lado de los indios mientras que John Fitzgerald (Tom Hardy), a quien lo atará un destino de venganza, es el racista cruel, dualidad banal que hace echar en falta los exabruptos de Tarantino. La máxima india ayudará a Glass a sortear los obstáculos que le esperan, que son muchos y espaciados como los niveles de un videojuego: el peso, el aliento y las garras de un oso; el ingerir entrañas de bisonte; meterse en el interior sangriento de un caballo para soportar la tormenta de nieve o sumergirse en la corriente de un rápido helado. Ninguno de los gruñidos, esfuerzos físicos y expresiones al borde de la muerte de Di Caprio superan aquella gloriosa escena de reptante hombre-goma lisérgico a través de unas escaleras de El lobo de Wall Street, aunque posiblemente El renacido sea recordada por haberle al fin labrado el premio dorado al actor estadounidense. Más cerca de las recientes y comunes Into the Wild, 127 horas o Alma salvaje que de las históricas Fitzcarraldo o Apocalypse now!, El renacido confunde exceso con maestría, retina con visión, técnica con autor y alma con calor.
Los osos más odiados Una de las primeras cosas que me impresionó de El renacido fue la osadía del director al atreverse a jugar con el espacio tan abierto, tan desbordante que ofrecen estos parajes escogidos de la naturaleza como escenario luego de haber filmado la claustrofóbica Birdman en los angostos pasillos de un teatro. Y también, ya con una mirada un poco más profunda, el haber salido de la parodia -y auto parodia en el caso de Michael Keaton- que nos ofrecían los personajes y situaciones de esa comedia dramática tan ligada a los egos del artista y al implacable paso del tiempo. Todo para meterse casi de inmediato en una aventura salvaje y de supervivencia digna de ser retratada por autores de la talla de Werner Herzog, por citar un nombre que se lleva bien con este tipo de historias. Supongo que algunos tendrán el insulto a flor de labios -sobre todo los detractores de Iñárritu- ante la evocación de ese director tan prolífico y que goza de tanto prestigio, pero no se puede dejar de reconocer la ambición en el proyecto de este cineasta (¿latino?) al presentarnos la historia de un sobreviviente motivado por la venganza y obstaculizado de la peor manera por la cruel naturaleza. El renacido toma la historia real de lo que le sucediera a Hugh Glass, un guía explorador que en los inicios del Siglo XIX acompañó a un grupo de soldados en su avanzada y luego de ser atacado de manera casi fatal por un oso, fuese traicionado y dado por muerto por algunos de sus compañeros. A partir de allí la historia consta de una sucesión de desgracias que se abaten sobre este hombre cuyos objetivos principales son sobrevivir y vengarse. La premisa es simple pero ese viaje se ofrece llenándonos las retinas de puro espectáculo, merced a la impecable fotografía que nos envuelve y hace descubrir a la naturaleza como personaje. Porque más allá de un oso voraz y salvaje de garras afiladas, lo que acompaña en ese renacer a Glass es ese entorno en que las aguas heladas no dejan de fluir ni la nieve deja de golpear con fuerza impulsada por vientos tan gélidos como inclementes. Es esa misma naturaleza furibunda que cansada de ser invadida expulsa a modo de anticuerpos a los intrusos que osan intentar violarla y aquí cobra protagonismo de manera singular. Y puede reprochársele a esta película quizás, un exceso de metraje o una falta de profundidad argumental pero nunca que su máximo responsable haya dejado de dirigir hasta hacer explotar a ese personaje tan fascinante e impredecible, disfrazado de gigantesca locación. Iñárritu estuvo trabajando varios meses en Ushuaia, al sur de nuestro país luego de un buen tiempo rodando en el norte de Canadá. La elección de nuestro suelo no fue por decisión en primera instancia de la producción sino por las inclemencias climáticas que comenzaron a azotar los sets en los que estaba previsto el total del rodaje. Y tal como dijo alguien por allí, gracias a eso podría tomarse también a esta película como a una hermosa colección de wallpapers. ¿Juega eso en su contra? Claro que no, así como tampoco lo hacen los pretenciosos planos secuencia a los que es tan afecto el director mostrando una pequeña batalla al principio que no hacen más que hacer de prólogo a la verdadera acción y a lo que vendrá de la mano de lo peor de los instintos de hombres blancos o indios por igual. El Hugh Glass interpretado por DiCaprio es un hombre que sufre casi desde el minuto cero de la historia, la intención de que el espectador empatice con su personaje es evidente en este sentido, al margen de la demostración de amor por su hijo mestizo que también lo pone en el lugar de padre querible. Y así su supervivencia se convierte en la nuestra, haciéndonos sentir la dualidad del disfrute de esos paisajes tan bien fotografiados -con cámaras tomando sólo con luz natural- frente a la necesidad de que este hombre vapuleado pueda salir de esos parajes tan hostiles. Por otro lado tenemos a Tom Hardy -ese actor tan en boga de rendimiento desparejo- logrando un perfil odiable necesario como para convertirse en el objetivo de la venganza del personaje central. Un tanto sobreactuado, es probable, pero nada que no se pueda soportar. Y al menos logra que nos olvidemos por un momento de que DiCaprio sigue buscando su Oscar y se le noten esas ganas en cada lágrima que suelta aunque no haya –esta vez- garras de oso que lo atraviesen. Pero esto no arruina los climas como así como tampoco el escaso background que tenemos de los personajes. El de Glass, más elaborado, nos muestra una familia perdida y eso completa el panorama, aunque tampoco haga tanta falta en esta historia de supervivencia en la que el director logra trasladar esa sensación de claustrofobia de su película anterior al espacio abierto, del que cuesta tanto salir y corta tanto el aliento como en el pasillo más angosto de un teatro o un ascensor. El resto del elenco que cuenta con nombres cada vez más frecuentes como el de Domhnall Gleeson (Star Wars VII, Cuestión de tiempo) o el tradicional Lukas Haas (Testigo en peligro, El origen) aporta la solidez de las caras conocidas de siempre que en cierta forma son utilizadas como garantía de calidad. El crimen es, en realidad, que se los aproveche tan poco. Personalmente no considero que Iñárritu sea un genio insuperable, de hecho no me vi sorprendido por su obra previa hasta Birdman -que casualmente también despertó odios por doquier-, sí creo que es un narrador audiovisual notable que sabe dotar a las locaciones y ambientes en los que trabaja de vida auténtica, a veces más elocuente que la de sus propios actores humanos. El renacido tiene todo para convertirse en un buen film de aventuras y supervivencia pero también la crudeza suficiente y solemnidad necesaria para excluirla del multi-target. No estoy en condiciones de vaticinar si DiCaprio finalmente se llevará el Oscar por su interpretación, aunque la película tenga serias chances de ganar varias estatuillas. De lo que no me caben dudas es que de que aquí en más tendremos una mirada más cautelosa sobre los osos aunque se llamen Yogui o Winnie The Pooh.
No existe el concepto de pequeño y sencillo en el universo cinematográfico de Alejandro González Iñárritu. Todo es grande, tremendo, importante, trágico y sublime a la vez. La premisa puede ser pequeña pero la ambición es enorme. BIRDMAN no es “una historia de un actor” es La Historia de El Actor. Y una película como THE REVENANT no es un western de revancha sino es el western de revancha para acabar con todos los demás. La idea detrás de muchas de sus películas parece ser la de dar una versión definitiva de algo. Como si estuviera diciendo: “¿A ver quién se atreve a desafiarme?” o alguna versión más chabacana y grosera de esa misma idea. Lo que es cierto –e innegable a esta altura de su carrera– es que tiene algunas ideas, colaboradores e intuiciones cinematográficas muy buenas, que a menudo nos sorprende con escenas muy logradas e impactantes y que no le teme al ridículo ni a la exageración. Esa omnipotencia que tiene como director es su peor y su mejor característica a la vez, la que es capaz de entregarnos imágenes y escenas de alto impacto e inolvidables junto a otras que, bueno, se acercan a la vergüenza ajena. REVENANT-master675-v2Tengo la impresión que en BIRDMAN y en THE REVENANT sus tendencias más miserabilistas y crueles están un tanto más controladas –es lo que más me molestaba de sus tres anteriores películas: 21 GRAMOS, BABEL y especialmente BIUTIFUL— y que su foco narrativo es más claro. El único asunto del que Iñárritu no puede desprenderse es el de pasarse siempre de rosca, en agregar más de lo necesario a casi todo. Es un director con talento que, si se me permite utilizar una metáfora futbolística, siempre quiere hacer un gol eludiendo a un par de rivales más de los necesarios y termina tirándola afuera. Y ahí es donde uno siente que buena parte de la innegable capacidad que tiene para crear potentes imágenes se echa a perder. THE REVENANT es una versión para consumo masivo de una serie de influencias que son claves en el cine de Iñárritu. Hay un poco del cine cósmico/visionario de Terrence Malick por acá, otro tanto del Andrei Tarkovski de STALKER y ANDREI RUBLEV por allá, un toque del Werner Herzog sudamericano (AGUIRRE, FITZCARRALDO), planos largos y el gran angular de SOY CUBA, algo del cine norteamericano de los ’70 (LA VIOLENCIA ESTA EN NOSOTROS, APOCALIPSIS NOW, JEREMIAH JOHNSON) y, quizás sin quererlo, un combo en el que entran tanto el Kevin Costner de DANZA CON LOBOS como nuestro Lisandro Alonso. De esa ensalada de referencias –en la que el western clásico casi no figura; esto es más un filme de supervivencia y aventuras– sale THE REVENANT, una ambiciosa, intensa, ampulosa, por momentos fascinante y por otros irritante saga de la vida fronteriza en los Estados Unidos de principios del siglo XIX. THE REVENANTLa trama es sencilla. Un grupo de duros hombres conquistadores del Oeste norteamericano que recogen pieles de animales para comerciar son atacados por una tribu indígena en medio de una expedición en su territorio. La escena, que abre la película tras una suerte de flashback que luego explicaremos, es impactante (vuelan las flechas por todos lados, la mezcla de sonido es atronadora) y destruye la tensa calma que hasta ahí se vivía. El grupo se desmembra y sobreviven unos pocos en un barco, quienes deben tratar de regresar al campamento. El baqueano de la expedición es Hugh Glass (Leonardo DiCaprio, el Cristo de este via crucis de 156 minutos), quien sabe cómo llevar a los hombres a destino. Pero no todos coinciden con sus ideas y tampoco les gusta que tenga un hijo mitad indígena. Es allí que un enorme oso ataca por sorpresa a Glass en una escena violenta que Iñárritu filma con muy pocos cortes –algo que se repite en toda la película, lo mismo que el uso del gran angular– y que deja al protagonista en un estado calamitoso. La expedición debe decidirse entre continuar con él o dejarlo morir allí, algo que termina resolviéndose de una cruda y confusa manera cuando John Fitzgerald (Tom Hardy), su mayor enemigo dentro del grupo, lo abandona a su suerte para salvarse él. revenant5Pese a su deplorable estado, Glass consigue recuperarse de a poco y lo que sigue es su epopeya para retornar a algo parecido a la civilización. Pero antes de eso debe enfrentar cuestiones más básicas: comer, beber, no congelarse, evitar ataques de indios y hasta ponerse de pie, ya que el oso lo dejó no solo lleno de heridas en todo el cuerpo sino casi imposibilitado de caminar y hasta de hablar. Durante un largo trecho de la película, como en la famosa escena de EL LOBO DE WALL STREET en la que su personaje está drogado, DiCaprio debe literalmente arrastrarse para avanzar. Y, también como en aquella película, cuando consigue algo para movilizarse (un caballo, no un auto deportivo) también termina de la peor manera posible. Suerte de superhéroe silencioso que puede con todo y todos –soporta caídas tremendas, cascadas imposibles, heridas descomunales, hambre y sed de días, etc–, Glass es casi un dibujo animado realista, como una versión del Coyote y el Correcaminos, que siempre salen caminando como si nada tras caerse de precipicios. La intensidad y el compromiso a cara de perro de DiCaprio para soportar estas torturas físicas hace que sea bastante creíble lo que le pasa a Glass, por lo que la película no termina de desbarrancar nunca en ese sentido. Y el trabajo realista de el “Chivo” Lubezki con la luz natural y los planos largos ayudan también a crear esa impresión de plausibilidad. revenant1Es más complicada –bah, decididamente fallida– toda la visualización de la historia previa de Glass y cómo se presenta en forma de sueños o flashbacks. Glass vivió un tiempo con una comunidad pawnee, tuvo un hijo con una mujer allí, vio como eran masacrados y ahora su hijo, Hawk, lo acompaña en la aventura. Pero también están en sus visiones cuando queda solo y desesperado en medio de la nada. Esas cliperas visiones funcionan entre el realismo mágico (gente suspendida en el aire, iglesias destrozadas con pinturas ad hoc) y esa forma entre cósmica y pseudofilosófica de representar cinematográficamente a los pueblos originarios que no solo ya es vieja y gastada, sino que se queda en el puro gesto políticamente correcto con la intención de humanizar al protagonista con un par de marcas al uso del siglo XXI. De hecho, todos esos elementos –y otros personajes y subtramas paralelas ligadas a la “cuestión indígena”, digamos– son agregados que no estaban en el libro original sobre esta figura real pero mitologizada en el que el filme “en parte” se basa. Si Iñárritu fuera capaz de evitarnos esos “extras” (aquí, en BIRDMAN y en casi todo su cine) uno podría simpatizar más con sus películas, lograr que no nos saquen de clima una vez que estamos adentro, que no nos vuelvan autoconscientes y nos hagan perder esa “suspensión de la incredulidad” que, dicho hasta por el propio director en entrevistas, es necesaria para meterse de lleno en la historia llena de penurias y sufrimiento de Glass. Es esperable que en algún momento logre desprenderse de esa zona de misticismo grandilocuente que tiende a bajarle unos puntos a todas sus películas, aunque a juzgar por los premios y nominaciones que sigue teniendo tal vez haya algo en eso que funcione con cierto público: les ayuda a tolerar mejor una historia que de otra manera podría ser demasiado cruenta y brutal. the_revenant-620x412Pero eso, en definitiva, es lo que tenía para contar en THE REVENANT (aquí llamada EL RENACIDO, reforzando más sus metáforas religiosas): una cruenta y brutal historia sobre la supervivencia y el sentido o no de la revancha, ya de por sí un eje importante para darle a la película el peso moral que Iñárritu parece buscar. Pero escaparle al bulto y adornar la película con espejitos de colores (o palomas, fantasmas y levitaciones), como lo hace en varias ocasiones, es una traición a la propia lógica palo y palo de la historia y de la época. Es una película cuya trama por momentos parecería ser de un filme de aventuras de Clase B, pero su tratamiento es demasiado reverencial y declamadamente sublime como para entrar en esa categoría. Iñárritu no quiere hacer películas, quiere hacer obras maestras y esa diferencia es clave, ya que esa ampulosidad, esa grandilocuencia, ese “ir por todo” conspira contra lo mejor que su cine –y especialmente, en sus muchos buenos momentos, THE REVENANT— tiene para ofrecer.
No se puede decir que una película es mala porque su director es un señor bastante pedante: la pedantería abunda entre buenos y malos directores, y también entre buenos y malos críticos. Es una cuestión de personalidad y lo que nos interesa es el film. Ahora bien: cuando la pedantería es el sostén de un film, la cosa cambia. El Renacido es una especie de western: un grupo de cazadores de pieles se ve atacado por indios. Sobreviven como pueden a la batalla. El guía de la expedición trata de llevarlos por el mejor camino posible con poca pérdida; va con su hijo. Y entonces vienen más desgracias: lo ataca un oso, un compañero “malo” mata a su hijo -mitad indio-, lo dejan por muerto, sobrevive una y mil veces a una y mil torturas. Dicen que filmó con luz natural, dicen que fue una tortura para los técnicos, pero no importa: lo que sí importa es que Iñárritu hace sufrir a Leonardo Di Caprio (que mereció el Oscar mil veces) solo para mostrar su pericia técnica, mucha de ella prestada por el excelente fotógrafo Emanuel Lubezki. Hay simbolismos, escenas inútiles (la espectacular caída por un barranco, seguida por la evisceración de un caballo para utilizar su carcasa como carpa y “renacer”) y, siempre, la técnica por encima de los personajes. Un film exhibicionista y pedante, de esos catálogos de “lo que se puede hacer con las máquinas hoy” y con menos corazón -y más sadismo gratuito- que cualquier gran espectáculo de superhéroes y monstruos. Iñárritu hace lo mismo que Michael Bay en Transformers, solo que se lo toma en serio.
El frío en todas sus formas La nueva película de Leonardo DiCaprio, Revenant: El Renacido, nominada al Oscar, traza un camino diferente al de las anteriores películas de Alejandro González Iñárritu, director del film. Allí, la estrella de Hollywood es líder en una expedición de caza de animales para obtener sus pieles. Pero no todo sale como estaba planeado. Alejandro González Iñárritu quiere su segundo Oscar consecutivo y no oculta ese deseo. Al menos ese parece haber sido el principal motivo para dirigir “Revenant: El renacido”, tras haberse llevado todos los laureles con su experimental pero aclamado “Birdman”. En la helada tundra de América del Norte, a fines del siglo XIX, Hugh Glass (Leonardo DiCaprio) es líder en una expedición de caza de animales para obtener sus pieles, pero una emboscada de los nativos Arikara mata a muchos hombres de su equipo. Los sobrevivientes logran escapar pero en pleno retorno un oso pardo enorme lo ataca y lo despedaza pero no logra matarlo. Es encontrado por sus compañeros que deben decidir si llevarlo con él con la esperanza de que sobreviva o abandonarlo en el impiadoso invierno a que la naturaleza termine el trabajo del oso. Fitzgerald (Tom Hardy), un cazador contratado por la compañía con amor solo por él mismo, hará todo lo posible por matarlo para que no sea una carga para el grupo (mejor dicho sus propios intereses) y tras una situación límite, escapa y lo deja inmovilizado y sin chances de sobrevivencia. Sin embargo, Glass “renace” y decide tomar revancha de Fitzgerald. Lo que parecía ser una historia de autoconocimiento (nacer de nuevo) termina siendo un policial de venganza en tiempo de colonia. La primera parte del filme se encarga de atraer la atención hacia Glass para que no perdamos de vista que es el protagonista, obligándonos a creer en el héroe, a pesar de las subhistorias que no aportan nada y hunden “El renacido” en el divague de cómo se conectarán esos relatos al principal. Casi sin líneas de libreto (DiCaprio habla poco y nada) a pesar del guión, “Revenant” traza un camino diferente al de las anteriores películas de Iñárritu, muchas veces complejas pero con un cierre estricto, como sucede en “Babel”, o con un desenlace onírico pero un transcurso complejo, tal es el caso de “Birdman”. En “Revenant” los caminos son inconclusos y por ello queda un tufillo a pretencioso, a pesar de sentir que vimos una buena (no gran, tan sólo buena) película con la gran actuación de Leo y Tom Hardy.
Una de las películas más presentes en esta temporada de premios (ni más ni menos que con 12 nominaciones al Oscar), es "The Revenant", lo nuevo del mexicano Alejandro González Iñárritu, un realizador capaz de generar las más dispares emociones en el espectador. Intento siempre ser lo más objetiva posible cuando se trata de este realizador, pero lo cierto es que su cine y yo no logramos congeniar. "The Revenant" me parece un mejor producto que lo que fue "Birdman" (ganadora el año pasado como Mejor Película en los Oscars), pero eso no es decir demasiado de todos modos. El film comienza de manera prometedora. En medio de una expedición de cazadores de animales para vender sus valiosas pieles, estos son atacados por un grupo de nativos. Pero la trama comienza realmente cuando el personaje interpretado por Leonardo Di Caprio (un hombre de pocas palabras, de sabia apariencia, en quien el comandante confía plenamente, y quien viaja junto a su hijo mestizo) es atacado salvajemente por un oso y no puede continuar el camino junto al resto. Sin embargo no es acá cuando se termina la travesía de Glass, el personaje en cuestión. Porque una traición producto de un personaje que desde un principio demuestra que no lo quiere para nada, interpretado por Tom Hardy como otro de esos personajes poco cuerdos que parece disfruta interpretar, lo deja sin nada pero a la vez lleno de fuerzas y deseos de venganza. La película basada libremente en la novela de Michael Punke y escrita por Mark L. Smith intenta abarcarlo todo. No es sólo una historia de venganza propiamente dicha, sino también un retrato sobre la posición del hombre junto a la naturaleza, lo pequeño que podemos ser ante ésta y también el uso y abuso que a veces hacemos de tal. Es acá cuando el director no teme mostrar imágenes poco amigables, en escenas que siempre se sienten más extensas de lo necesario (y a veces hasta inverosímiles). Así, Iñárritu quiere abarcar más de lo que es capaz. Sus influencias son claras, Malick y Herzog principalmente. Pero el desarrollo de su película se termina sintiendo estirado, aburrido y reiterativo. Y como siempre, no puede ser sutil, subrayando mensajes y metáforas. La fotografía de Emmanuel Lubezki es de lo mejor que tiene para ofrecer el film, tomada sólo con luces naturales. Por otro lado, las interpretaciones. Leonardo Di Caprio ya demostró hace años que se merece un Oscar, pero la Academia no lo ha querido demasiado aunque parece que este es el año en el que finalmente se alzará con el premio. Merecido, claro, porque él se entrega por completo a su personaje, pero honestamente ha tenido mejores performances a lo largo de su carrera. Tom Hardy también está nominado, aunque con menos posibilidades, como actor de reparto y lo cierto es que su nominación tampoco está regalada. Otra interpretación a tener en cuenta es la de Domhnall Gleeson, actor que viene haciéndose tímidamente su lugar en la industria, y apareciendo hoy en cuatro de las películas con nominaciones al Oscar (además de la película en cuestión, Star Wars: El despertar de la Fuerza, Ex Machina y Brooklyn). A la larga, "The Revenant" es una película que se siente artificial y forzada, se la siente pretensiosa una vez más. Tiene sus méritos pero al final se queda a medio camino en su indecisión. Muchas escenas innecesarias (además de las poco agradables que menciono anteriormente, los flashbacks sobran casi todos), un muy buen comienzo, un desarrollo extenso y pobre, y una resolución que repunta pero no lo suficiente terminan de hacer de esta película algo que no llega a la altura de lo que uno espera con sus reconocimientos (aunque se podría recordar que tiene más nominaciones que premios ganados por ahora, lo que no la sitúa entre las más favoritas para llevarse el premio mayor de los esperados Oscars).
Al mexicano Alejandro González Iñárritu le gusta que sus personajes sufran. La violencia extrema es parte sustantiva de su bagaje estilístico. Aquí cuenta la historia de Hugh Glass, un experto explorador que en 1823 y 1824 trabajó en expediciones dedicadas a la caza de animales y la comercialización de sus pieles. Tras el escalofriante ataque de un oso (una escena tocante) sus compañeros lo abandonan. Y quedará allí, a merced de osos, nativos y una naturaleza que no da tregua. El contraste entre la desolación de esta escapada y el esplendor de un deslumbrante paisaje es el sustento de un film políticamente correcto que deja ver, por detrás de una trama cargada de suspenso y desamparo, un homenaje a los pueblos originarios (son casi todos buenos) que contrastan con la codicia, el desprecio y la maldad de los blancos. DiCaprio pone su cuerpo literalmente al servicio de esta epopeya valerosa, que se alimenta de tenacidad, esperanza y coraje. La expresión de la naturaleza (los ríos transparente, los cielos azules, la nieve purificadora) alivia los detalles sangrientos de un realizador que no le teme a los excesos y que aquí parece tentado, como el Terrence Malick de “El árbol de la vida” a dejar muchas veces que la naturaleza hable más que sus personajes. Otra historia repleta de nieve y venganza.
La última película en cartel de Alejandro Iñárritu es una de las grandes candidatas al Oscar. Por supuesto, que el haber ganado en la premiación anterior los dos mayores galardones (mejor película y mejor director) por su film Birdman lo pone en una situación ventajosa. Contar con la presencia de Leonardo Di Caprio tampoco es algo despreciable. En rigor de verdad, Iñárritu filma The revenant antes que Birdman, pero por diversas cuestiones, termina estrenando primero la que le mereciera las dos estatuillas de la Academia. Más allá de estos datos de color y especulaciones que ingresan en la órbita de lo predictivo, su “último” trabajo tiene algunos elementos para destacar. La historia es muy sencilla, hasta se podría decir clásica: en la lucha por conquistar terrenos a los indios nativos americanos, un grupo de soldados vive en perpetuo enfrentamiento. Uno de ellos es el personaje de Di Caprio, quien es el “rastreador” del grupo. No sólo es peculiar este talento de conocer el terreno y encontrar huellas en el camino, sino que lo más destacado del personaje pasa a ser su filiación con los indios pawnee (ya que ha estado enamorado y ha tenido un hijo con una mujer de esta tribu). Vengar la muerte de este hijo mestizo a manos de un “compañero” se convierte en el único objetivo de vida del personaje. El gran acierto de la película es conjugar el hiperrealismo con lo fantástico, de manera tal que no parezcan dos cosas en tensión, sino las dos caras de una misma moneda. Lo fantástico viene dado, en primer lugar, por el título del film: “revenant” es una palabra muy particular que habla de un fantasma, alguien que regresa. Si uno no posee esta información, es posible que entre en crisis la verosimilitud del relato. El personaje de Di Caprio, sortea la muerte en más de una ocasión (no sólo sobrevive a los brutales ataques de los Rojos -los Sioux- sino a un enfrentamiento con un oso Grizzli y a intentos de asesinato por parte de sus compañeros de armas). Lo más importante, es “enterrado” en varias oportunidades (en una tumba, dentro de un animal, en una carpa). De allí que cada vez que salga de estos confinamientos, se transforme en un “renacido”. Así como es fundamental este aspecto fantástico, hay que destacar que para lograr el hiperrealismo se hace un uso acertado de los planos secuencias digitalmente creados, con una cámara que se mueve de manera circular, atrapando en el centro de la acción al personaje, pero al mismo tiempo generando en el espectador un efecto visual muy cinematográfico: el sentirse dentro de la escena. A partir de esta marca registrada técnica que le valiera tantos elogios en Birdman, Iñárritu da cuenta de su capacidad para contar un relato que apela a la experiencia sensorial. Para reforzar dicha experiencia, también hace uso de unos flashback (los que refieren a su vida familiar con los pawnee) en los que, al mejor estilo Terrence Malick, la cámara lenta y el contraluz proporcionan un oasis a la violencia del tiempo presente, y funcionan también como un refuerzo de lo fantástico, o lo mítico, que proviene del mundo no occidental, nativo-americano. Concluimos, entonces, que aunque no sea el ganador por dos años consecutivos del Oscar, definitivamente Iñárritu se está convirtiendo en uno de los directores que dentro de la maquinaria de Hollywood, puede aportar al mismo tiempo tanto la espectacularización que la industria requiere como temas más profundos sobre los conflictos humanos. Share this: Click to share on Twitter (Opens in new window)10Click to share on Facebook (Opens in new window)10Click to share on Google+ (Opens in new window) Related
Miseria constante Alejandro González Iñárritu basó –muy libremente- El renacido en la novela The Revenant: A Novel of Revenge, de Michael Punke, generando así, su primer film de época. En El Renacido, Iñárritu nos presenta a Hugh Glass (Leonardo DiCaprio), explorador que hacía el año 1820 guió varias expediciones a lo largo de Estados Unidos con el objetivo de cazar animales y posteriormente, comercializar sus pieles. El personaje de Glass es presentado como alguien callado, reservado y misterioso, alrededor del cual se tejen diferentes mitos, entre ellos, que asesinó a un soldado. Lo acompañan más exploradores y cazadores, entre ellos John Fitzgerald (Tom Hardy), quien desde un primer momento y mediante decenas de diálogos –sabemos que la sutileza no es una virtud que Iñárritu tenga- es presentado como su gran adversario. Más allá de las amenazas y constantes ataques de indios nativos (Pawnee y Arikara, entre otros), el clima del grupo explorador vira cuando Glass es atacado ferozmente por un oso, quedando prácticamente muerto y abandonado por su grupo de cazadores. Desde este momento, el explorador atraviesa innumerables sufrimientos, dolores, y miserias con un único objetivo: la venganza. Sin embargo, la película no es mucho más que eso: sufrimiento, sangre, y el constante renacer de Glass, con dos escenas puntuales que, de nuevo, al querer mostrarse desde un comienzo como simbólicas y representativas de ese renacer, terminan siendo burdamente alegóricas, porque tal como su pedantería lo requiere, Iñárritu siempre tiene que ser quien nos explicite todo y esclarezca cualquier posible intento de interpretación personal. Esto se repite hacia la segunda hora del film, que nos presenta diversos flashbacks en torno al concepto de resiliencia, aparejándolo con la metáfora del tronco del árbol y su fortaleza, pero donde nuevamente, todo es abordado en la más literal de las formas. En El renacido, Iñárritu trata de imitar/homenajear a varios realizadores: hay claras similitudes con The New World (2005) de Terrence Malick, o referencias varias al cine de Werner Herzog, pero no es consciente de sus limitaciones tanto visuales, como narrativas. Lo visual busca ser magnánimo –y lo logra- gracias a la increíble labor de Emmanuel Lubezki, pero en lo narrativo notamos desde el comienzo las fallas de un guión rudimentario, que no sabe muy bien que desea expresar, pero si sabe que necesita del exceso: exceso de simbolismos, de corrección política, y de escenas que exhiban una y otra vez lo villanesco de Hardy y lo persistente de Glass, quien en un momento de lo más descolocado, encuentra en un indio una figura de padre protector un poco –demasiado-forzada. Más allá de eso, es innegable el magnífico trabajo y esfuerzo, tanto actoral como físico de Leonardo Di Caprio –recordemos que el largometraje se filmó en escenarios naturales y que su proceso tuvo varios inconvenientes, accidentes, renuncias de equipo técnico, etc, etc – y del resto del elenco, excepto tal vez Tom Hardy, que brinda una performance ultra sobreactuada. En síntesis, con El renacido Iñárritu logra una vez más dividir aguas: están quienes lo amen, y quienes lo odien, pero resulta difícil permanecer indiferente ante este film, que si se hubiera enfocado más en lo contemplativo de la narración, y menos en lo narcisista de su realizador, sería muchísimo más interesante.
V de venganza El renacido Año 1823. En las profundidades de la América salvaje, el explorador Hugh Glass (Leonardo DiCaprio) participa junto a su hijo mestizo Hawk en una expedición de tramperos que recolecta pieles. Glass resulta gravemente herido por el ataque de un oso y es abandonado a su suerte por un traicionero miembro de su equipo, John Fitzgerald (Tom Hardy). Con la fuerza de voluntad como su única arma, Glass deberá enfrentarse a un territorio hostil, a un invierno brutal y a la guerra constante entre las tribus de nativos americanos, en una búsqueda implacable para conseguir vengarse. Creída por momentos, cruel en otros, la nueva película del director de Amores perros (2000), Babel (2006) y Birdman (2014), Alejandro González Iñárritu, fue un camino bastante caótico de transitar, lo que se convirtió en un rodaje épico. Llevar a la gran pantalla la libre inspiración de la novela The Revenant: A Novel of Revenge, de Michael Punke, resultó un tanto accidentado, rodando escenas en las regiones de Dakota, Montana, Wyoming y Nebraska y además locaciones naturales de Canadá y Argentina (toda la secuencia final en Ushuaia, cuando en el hemisferio Norte se quedaron sin nieve), en condiciones extremas que hicieron crecer de manera exponencial su presupuesto final y determinaron renuncias masivas en el equipo técnico. Los pilares de la película Pero bien sabemos que no se llevan al cine las excusas, por lo cual si no fuera por dos esenciales personas, El renacido no está a la altura del cine de Terrence Malick y Werner Herzog, del cual es muy probable Iñárritu quisiera apropiarse, pero dista bastante de su excelencia. Cuando hablamos de dos destacados colaboradores, nos referimos a Leonardo DiCaprio y el sublime director de fotografía Emmanuel Lubezki. Qué decir del monstruoso aporte físico y psicológico que desplegó el actor de El lobo de Wall Street (The Wolf of Wall Street, 2013), El origen (Inception, 2010) y Los infiltrados (The Departed, 2006). Su actuación es excepcional, logrando que nos encontremos con escenas inolvidables, cargadas de dureza durante dos horas y media en medio de una travesía sangrienta que no le da respiro prácticamente en ningún momento. Supo reflejar cómo superaba cada obstáculo en cada situación. Es notorio que DiCaprio no va en busca de obtener por fin su Oscar, sino que más bien se mueve por los proyectos que le causan un reto interpretativo importante (lo que incluye tener que vivir entre cadáveres de animales, comer hígado de bisonte, desnudarse en temperaturas bajo cero y zambullirse en un río helado). Y donde Iñárritu no supo aprovechar la grandeza del escenario natural, aparece la majestuosa sensibilidad de las imágenes que consigue Emmanuel Lubezki, ganador del premio Oscar en dos ocasiones, convirtiéndose en el mexicano con mayor número de reconocimientos de la Academia por su trabajo como Director de Fotografía en Gravity y también en Birdman. Sin este imbatible trabajo visual, El renacido no hubiese sido la alabada película que es por la gran mayoría de la crítica. A World Unseen es un asombroso documental de 44 minutos (pueden verlo acá) sobre el complicado rodaje de El renacido y la lucha contra los elementos que sufrió el equipo técnico. Entre otras cuestiones es posible ver a Lubezki creando magia con su cámara. Para aumentar la información técnica, podemos decirles que Lubezki utilizó una amplia gama de lentes angulares, que iban desde los 12 milímetros a los 21 milímetros, para así poder crear una profundidad extrema. Alejandro González Iñárritu El director nos relata un cuento que ya vimos muchas veces antes, posiblemente adornado de otra forma, pero el mensaje no deja de ser el mismo. Incluso el inicio se asemeja mucho al prólogo de Birdman, con planos intentando esquematizar lo que veremos en el largo recorrido de Hugh Glass durante toda la película. Luego vemos una intención de imitar el comienzo de Rescatando al Soldado Ryan (Saving Private Ryan, 1998) de Spielberg, como un falso documental. Y acá sí debemos mencionar que El renacido nos presenta, gracias a los movimientos de cámara de Iñarritu (se mete por donde quiere, manchándose de sangre, barro y agua) y la fotografía de Lubezki, una cátedra de violencia bien filmada, en medio de una batalla entre indios y colonos. Los que son asiduos a la filmografía de Iñárritu saben que siempre coloca a sus protagonistas en un lugar poco cómodo: selecciona historias con personajes a los que les cuesta pasarla bien. Para el caso de El renacido, Hugh Glass es un guía viudo con un hijo indio, y es atacado por un corpulento oso grizzli creado digitalmente, por lo que nuevamente juega muy a favor lo visual del film por sobre la narrativa. Tenemos además flashbacks de la esposa asesinada de Glass, cuerpos suspendidos y visiones y golpes de tambores (¿recuerdan Birdman?) que no pasan desapercibidos por una buena edición de sonido, pero que sí debemos objetar el resto de la de la música, que no se caracteriza por ser incidental como uno supondría, y pasa bastante desapercibida. Retomando a Lubezki, es muy valorable la decisión conjunta a Iñárritu de rodar la película en orden cronológico, de forma tal de conservar el curso natural del viaje del protagonista, y solamente con la luz del sol y el fuego (prescindiendo de luz artificial) para ampliar la creatividad. Es así que el film alcanzó un presupuesto de 135 millones de dólares, superando el inicial de 95 millones de dólares, aumentado en gran parte porque la filmación requirió de mayores esfuerzos humanos y técnicos de los planificados. El multifacético Tom Hardy Tom Hardy es uno de los actores mejor valorados del momento. Luego de su éxito con Mad Max: Furia en el camino (Mad Max: Fury Road, 2015), el último trabajo que vimos en pantalla grande fue Leyenda (Legend), donde también se lo halagó por su doble personaje, interpretando a los hermanos Ronnie Kray y Reggie Kray, dos gemelos que hacen del crimen su oficio (conocidos como los Kray twins) a pesar de que la película queda a mitad de camino. Pero lo que la mayor expectativa fue la que generó su papel alrededor de El renacido, personaje para el cual admitió no siempre fue la primera opción, dado que anteriormente le había sido ofrecido a Sean Penn, quien lo descartó. A Hardy el trabajo le llegó a través de su buen amigo Leonardo DiCaprio, protagonista del film, y podemos decir que en realidad es la gran figura de esta historia, donde se destaca en muchos momentos luciéndose más que DiCaprio con su rol de salvaje y descontrolado villano. Tom Hardy se roba los aplausos, exhibiendo un nivel actoral dominante con su complejo John Fitzgerald, el cual es el causante de que la acción retome en cada momento del largometraje, luchando contra Glass, ese personaje construido a base de venganza. Síntesis El renacido es una película con puntos muy a su favor: la ilustre fotografía, los escenarios naturales que acompañan los momentos de crudeza y las actuaciones de DiCaprio y Tom Hardy. Pero se trata de una película demasiado cerebral y fría como la nieve que muestra el film. No parece ser una obra que logre cautivar la empatía del espectador, excepto por uno o dos momentos donde uno se estremece con lo que sucede, y no logra llevar a cabo el poder de síntesis que una buena película debería al menos intentar: 156 minutos son demasiados para el cuentito que Iñárritu nos intenta contar. Estamos frente a una película centrada en deslumbrar a los ojos, pero no encuentra el medio para llegar a nuestras almas.
El imperio de la imagen El drama de la supervivencia es un lugar frecuentemente explorado en la cinematografía; basta con citar “Viven”, “El náufrago”, “Una aventura extraordinaria” y “Hacia rutas salvajes”, para que se aparezcan imágenes de personas heridas y hambrientas que luchan por mantenerse a salvo. Lo cierto es que “El renacido” ofrece una historia donde la supervivencia y la sed de venganza se disputan como protagonistas. Dirigida por el mexicano Alejandro González Iñárritu, quien viene de ganar el Oscar por “Birdman” en 2015, se postula como una de las favoritas para los premios de la Academia que se entregarán el 28 de enero, con doce nominaciones. ¿Pero hasta qué punto no es un filme “inflado”? Primero, es necesario saber que se trata de una película extensísima, por lo que es necesario estar 160 minutos expectante, y tener en cuenta que no se trata de una joya de Tarantino que vale cada minuto. Segundo, vegetarianos abstenerse: a la hora de sobrevivir todo vale, desde comer las entrañas de un jabalí hasta dormir adentro de un caballo muerto. DiCaprio -nominado al Oscar a mejor actor- encarna a la perfección al verdadero Hugh Glass, un estadounidense conocido por sus hazañas en el Oeste de Estados Unidos durante el siglo XIX. Rodada en California, Canadá y Ushuaia, acá la magnificencia de las imágenes supera ampliamente el relato y su falta de diálogos, por lo que la estatuilla dorada a mejor fotografía está asegurada.
CONTRA NATURA Cuando tus ambiciones son enormes, es muy difícil estar a la altura de ellas. Alejandro G. Iñarritu siempre se puso la vara muy alto, -eso que muchos le señalan como arrogancia- y en “Revenant: El Renacido” lo hace una vez más, aunque esta vez se quedó -apenas- corto. Filmada supuestamente en condiciones casi infrahumanas de temperatura y locación, ¿el resultado final valió realmente la pena? Esa pregunta se responde en los primeros 15 minutos, cuando un grupo de cazadores de pieles, que se prepara para navegar a casa en el río Missouri a principios de 1800 después de meses de caza en la naturaleza, es atacado por una tribu de de indios de la zona. Las flechas y hachas de guerra vuelan, rifles se disparan y los hombres mueren de maneras horribles. La estrella de la escena es una vez más – y como en el resto del film- la cámara de Iñárritu y el fructífero reencuentro con su director de fotografía Emmanuel Lubezki, que fotografía el caos con maestría y en luz natural de una manera que nunca se ha visto antes, colocándonos en medio de la batalla con tal intensidad que la escena inicial de “Saving Private Ryan” palidece. La secuencia es extraordinaria y no va ser la última vez que la cámara tome ese protagonismo y nos deje boquiabiertos. El bosque, se convierte en el lugar inhabitable que uno supone debía ser en aquella época y funciona para recordarnos que la naturaleza siempre está en contra del hombre. Leonardo DiCaprio (Hugh Glass) realiza una actuación basada en la fisicalidad que es exactamente lo que el papel le requería, no hay demasiadas sutilezas cuando estás muriendo y renaciendo a cada momento. Siendo el centro emocional de la película, los recursos actorales de DiCaprio impiden que la película se hunda en un horror solemne. Su personaje podría funcionar como una personificación de nuestro instinto innato para sobrevivir, pero DiCaprio también le da un alma. Su antagonista desalmado, John Fitzgerald (Tom Hardy) tiene mucho más material para trabajar su personaje. El actor disfruta de la odiosa profundidad del personaje con el que está jugando. Pero Iñárritu es en última instancia, el principal atractivo del film. Todo en esta gigante y desgarradora película está al servicio de lo que vemos. El hecho de que la última línea de diálogo se habla cinco minutos antes de los créditos finales lo pone en claro: las palabras importan poco. “Revenant: El Renacido” es una obra que descansa sobre las sensaciones. Y la historia que cuenta pone al frente la idea de la movilización de un hombre mutilado, motivado sólo por la pura rabia de una venganza que es tan genuina como como inútil.
La venganza como experiencia visual. Crítica a ‘Revenant: El renacido’ Revenant: el renacido, el último film de Iñárritu protagonizado por Leonardo Di Caprio y Tom Hardy, en una dupla que recuerda demasiado a la de Liam Neeson y Pierce Brosnan en Perseguidos por el pasado (Seraphim Falls), donde uno caza al otro en busca de venganza a través de una norteamérica salvaje. Pero esta referencia, un tanto tendenciosa, no socava los méritos y logros sobre los cuales se erige este film, los cuales se asientan tanto en la oscilación narrativa como en la sublimidad estética experimentada. Revenant es uno de esos escasos film donde cada escena ilustra la capacidad conceptual y artística de un maestro, por lo cual lo escrito siempre tiene gusto a poco y lo destacado parece del todo arbitrario. Aún así, nos proponemos la humilde tarea de analizar de esa tsunami barroco cinematográfico aquello que más ha perdurado en la memoria. En el primer acto se plantea el estilo, una toma secuencia acelerado y estrepitosa que pasa que pasa del cuadro de la batalla al microuniverso de la muerte en un santiamén y sin ningún pudor ante la necesidad reflexiva suscitada. Tanto hemos visto arqueros en el cine últimamente, (Hawkeye, Katniss, Legolas) pero nunca nadie mostró el instrumento en todo su mortalidad. En este film, se siente el impacto, la carne abriéndose paso ante la punta de acero o piedra, provocando ese sonido húmedo y gutural que emite la sangre y las tripas. La violencia se presenta en este escenario primitivo como una fuerza de la naturaleza, sorpresivo como el rayo, pero probable como la lluvia. Tom Hardy interpreta a John Fitzgerald, una suerte de muerto viviente hambriento de riquezas, riquezas que no son más que un puñado de dólares manchados de sangre y una pieles podridas. Con Fitzgerald no se trata en sí del tesoro, se trata de la sed, del hambre, puesto que lo único que lo mantiene caminando. El mismo expresa la filosofía de infeliz, del ser insignificante, cuando dice “Yo no tengo vida, todo esto es solo para llevar comida a mi boca” (paráfrasis). Hardy vuelve a interpretar en este film a uno de esos personajes que funcionan como agentes de la violencia, no solo al producirla, sino al provocarla en los demás, a obligarlos a valerse de este, a justificarla. Será la sabiduría de aquellos más cercanos a lo espiritual que mostrarán un camino distinto y consagrarán a Fitzgerald como la expresión humana de lo terrenal. La naturaleza no es un lugar amigable, por el contrario es hostil y temible. El ataque del oso a Hugh Glass interpretado por Leonardo di Caprio, es una escena terrible que recuerda la violación a Monica Bellucci en el film Irreversible, un hecho que es tratado con precaución en toda su consumación, como si fuese parte de una liturgia o un ritual. Pero no solo los animales se congregan como la manifestación del poder de la naturaleza, el cielo también expresa el interior de los personajes. Varias veces durante el film los personajes levantan la vista para encontrarse con un reflejo metonímico de su destino, esto es una suerte de metáfora o visión de lo que vendrá. Son de conocimiento público las condiciones en las que se realizó este film. Leonardo diCaprio encarna a la perfección ese proceso. Su cuerpo se ve todo el tiempo maltratado por la intemperie, envejecido por la incesante lucha por mantenerse cuerdo, solo impulsado por una venganza necesaria que termina nunca de estar en su control. Aún así, el film se traiciona por momentos, se pierde en una serie ensoñaciones místicas que no terminan de ser ni delirio ni una experiencia chamánica. Revenant es una experiencia cinematográfica elevada que debe apreciarse con delicadeza y compromiso. Aquel que no pueda desprenderse de falsas expectativas no encontrará nada más que un retrato tedioso y eterno de la patética vida de un hombre dado por muerto. Puntaje: 9
El universo cinéfilo practica de vez en cuando el deporte del sacrificio del realizador, que consiste en elegir a un director más o menos reconocido por el público, más o menos premiado, más o menos beneficiado por la crítica mayoritaria, y tirotearle cada película, cada escena, cada fotograma. Alejandro González Iñárritu es, por estos tiempos, el coto de caza favorito de quienes gustan de esa práctica. Sucedió con Babel, film sobre el que que podríamos coincidir en algunas criticas feroces que se leyeron por ahí. Pero el gustito del todos-contra-Iñárritu parece que fue rico y así es que a Birdman, un pequeño gran prodigio de guión, performances y factura final, también se le pegó como si se tratara de la última bolsa de arena del gimnasio. Era previsible, entonces, que con The Revenant los puristas del sacrificio del realizador tendrían material jugoso para sus jornadas de cacería. El renacido es un film de autor, de un autor que se planta a contar una historia como se le antoja incluso tratándose del encargo de un gran estudio. Y claro que se trata de un tipo como Iñárritu, que no le esquiva el bulto a la grandilocuencia, que donde pone el ojo pone la bala de cañón y si pudiera también un hongo nuclear para que quede claro lo que plantea. Sí, es un tipo que sobreimprime, un barroco enamorado de la puesta y el despliegue.
Ganadora de tres Golden Globe y nominada al Oscar en doce categorías, El renacido genera controversias por una ampulosidad y una crudeza que algunos encuentran carente de sustento, al tiempo que reafirma la capacidad del mexicano Alejandro G. Iñárritu para no serle indiferente a nadie. Basada en hechos reales, la película sigue la odisea de un grupo de colonos perdidos a inicios del siglo XIX, bien al norte de Norteamérica. En el intento por regresar al fortín, colonos y soldados deberán sortear las inclemencias del tiempo, el hambre, la sed y un puñado de indígenas que desearían ver a los colonos de vuelta en Europa. El explorador Hugh Glass (Leonardo DiCaprio) es uno de los blancos que comprende a los locales. Glass convivió con una india que fue asesinada por el ejército y ahora integra la comitiva con su hijo mestizo Hawk (Forrest Goodluck). Pero el oficial del ejército John Fitzgerald (Tom Hardy) es uno de los blancos que no simpatiza con sus semejantes, menos aún con los locales y peor con quienes les dan cobijo. Así que cuando Glass queda malherido tras el ataque de un oso, en una de las escenas más tensas del cine en los últimos años, el oficial Henry (Domhnall Gleeson) lo deja al cuidado de Fitzgerald, y al conflicto de supervivencia se suma el choque humano. Iñárritu muestra con crudeza inusual en las grandes producciones lo que significa lidiar en un entorno hostil, sin las herramientas que el hombre produjo del siglo XX en adelante. El tratamiento puede resultar innecesario, pero hace honor a la historia y allí se percibe el reconocimiento al ruso Alexei Guerman o, sin ir más lejos, Mel Gibson. La picardía es que ese tono, estilizado por la fotografía de Emmanuel Lubezki y la música de Ryuichi Sakamoto y Alva Noto, en algún punto se vuelve una tragedia inverosímil, rocambolesca, que hace trastabillar la seriedad de la trama. Una vez más, Iñárritu muestra ser un director de buen gusto y buenas ideas, con un ansia de grandeza que no está a la altura de su talento.
El renacido: la estructura de la tragedia según Iñárritu 1. La metáfora del choque Primera lección de Iñárritu: cómo filmar una guerra. La tensión entre causalidad y azar de los acontecimientos parece ser un tema que obsesiona al director mejicano desde tiempos de Amores perros, para mi gusto obra maestra junto con Babel y El renacido. En las escenas de batalla, generalmente asistimos a contiendas individuales entre combatientes de bandos opuestos. La cámara pasa, realizando cortes, de uno a otro choque de fuerzas entre dos guerreros, mostrándolos aisladamente y sin ligarlos al resto de la batalla. En la escena bélica propuesta por Iñárritu, en cambio, cada choque entre combatientes parece quedar ligado a los demás, ya sea porque la cámara realiza un paneo, sin dejar de filmar, cuyo destino es una contienda vecina de la que acabamos de ver; o porque se posa y sigue a un tercer personaje que acaba de tener participación en la contienda anterior, salvando la vida de uno de los contendientes o simplemente pasando cerca de los hechos. Se intenta mostrar que las historias individuales están atadas a otras historias, a veces como producto del caos, otras de la deliberación humana y con connotaciones más trágicas. Di Caprio está a punto de morir a manos de un guerrero de la tribu enemiga, pero pasa alguien y lo salva. Ni los espectadores, ni Di Caprio, ven quién salvó su vida. La cruenta batalla continúa inmediatamente, sin detenerse en este hecho, que pasa como uno más en medio de una ráfaga de acontecimientos. Pero Di Caprio sabrá que puede morir a manos de otro hombre y también que puede vivir gracias a la intervención de un desconocido. En la misma batalla, otro de los combatientes es salvado de igual forma, pero esta vez sí sabrá quién fue el responsable de mantenerlo con vida y tendrá con él una especie de deuda de honor. La clave de Amores perros era precisamente que las historias individuales estaban ligadas al conjunto: podían desencadenar situaciones trágicas en otras historias individuales. Recordemos la escena del choque automovilístico que junta las piezas de tres historias en apariencia inconexas. Una modelo exitosa que quedará paralítica, unos apostadores de peleas de perros que corren por su vida y un sicario, ex-guerrillero izquierdista, cuyo único gesto de humanidad en el presente es cuidar perros en su casa, como el que acaba de robar del lugar del accidente. A Iñárritu parece interesarle la idea de que los individuos son fuerzas materiales y simbólicas que entran en colisión con otras fuerzas de la misma naturaleza, es decir con otros individuos. Aunque no únicamente, como lo muestra la lucha a muerte de Hugo Glass (Di Caprio) con el oso. O sus estrategias de supervivencia frente a las continuas y devastadoras heladas. Pero el enemigo fundamental de los personajes de Iñarritu son los otros hombres, con igual instinto de supervivencia y vocación de imponer su propia moralidad por sobre la del resto. En esa paridad de fuerzas, aparece la verdadera sustancia dramática y trágica de las historias. 2. Tesis sobre el indigenismo Me animo a decir que El renacido tiene mucho de Apocalypto de Mel Gibson. Fundamentalmente por la recreación escenográfica de los territorios aztecas y de civilizaciones originarias, en tiempos en que fueron arrasadas por colonizadores europeos. Montículos piramidales haciendo referencia a antiguas construcciones precolombinas, fogatas agonizando al fondo del plano indicando las dimensiones del etnocidio perpetrado e indígenas sin consuelo por delante de las quemas, son imágenes que se repiten y constituyen metáforas poderosas de la historia de la región. Esas imágenes son algo nuevo en la pantalla hollywoodense. O habían aparecido tal vez por primera vez con la película ya mencionada de Mel Gibson, a quien se criticó mucho pero que en mi opinión supo respetar la memoria de civilizaciones que habitaron América antes de la llegada de los conquistadores europeos, porque él mismo es australiano y la historia de colonialismo eurocéntrico se repite en su país natal. Tanto Iñárritu como Gibson, logran nutrir al cine norteamericano (que es el cine con alcance planetario) de imágenes más certeras acerca de la tragedia vivida por los pueblos conquistados. No he leído ninguna crítica acerca de El renacido, principalmente porque a veces prefiero pensar el planteo de una obra sin condicionamientos previos. Tratar de entablar el diálogo crítico directamente con el director, que ya propone ciertas ideas y las somete al debate público a través del lenguaje narrativo del cine. Hay sin dudas una idea fuerte sobre la piedad del conquistador en la película de Iñarritu. La tesis de que en las guerras de conquista había dos clases de hombres: los “sin dios”, racistas, anti-indios, individualistas y crueles con propios y ajenos, como Fitzgerald (encarnado por un brillante Tom Hardy); y los piadosos y compasivos frente al padecimiento del prójimo en general, y del indígena en particular, como Glass. Actos de bondad y empatía, por un lado, racismo y desprecio, por el otro. Las dos posturas posibles en un contexto de guerra y destrucción, donde no solo participaban los hijos de ingleses que ya iban constituyendo una identidad de nativos en el territorio, sino también tribus originarias, muy peligrosas en la batalla, y franceses, que querían su parte del botín en esa guerra. Había una anarquía de poder que se iría inclinando en favor de los norteamericanos. En consonancia con la concepción del director, El renacido propone que un choque civilizatorio es el cruce de fuerzas humanas (materiales y simbólicas) que colisionan y van alterando el equilibrio en un complejo entramado de poder. Sobre la caracterización de los conquistadores franceses en la película hay que hacer algunas salvedades. Estos sí son malos, incluso más malos que los norteamericanos que, sacando a Fitzgerald, parecen todos cristianos compasivos, o al menos gente que adscribe al principio de la piedad frente al que sufre: cuando Fitzgerald sostiene que hay que deshacerse del cuerpo agonizante de Glass, luego de la lucha con el oso, todos desprecian su egoísmo y falta de compasión. La brigada de franceses, en cambio, está compuesta por mercenarios y violadores de mujeres indígenas. Hay un cartel, que clavan junto a un guerrero indígena que matan y cuelgan, que dice en francés “Todos somos salvajes”. No creo que sea casual esta demonización de los franceses. Iñárritu tiene una visión clara y compleja sobre el etnocentrismo. Intenta desplazar el foco que señala a Estados Unidos como la fuerza imperialista, salvaje y demoníaca por excelencia, y ubica a los franceses, que suelen ser vistos como ejemplo universal de buena civilización occidental, como los malos de la película. No dejan de ser interesantes los planteos de Iñárritu, profundos y merecedores de atención. No es cualquier director norteamericano del selecto club de los premiados por un Óscar. Es un mejicano hablando al mundo entero desde la meca del cine mundial. 3. Moralidad y teleología No hay alusiones directas a una fe religiosa del personaje de Glass, que simboliza claramente al hombre compasivo. Solo al final de la película, al hacer propia la frase de un guerrero indígena que le dice que la venganza (sentimiento que guía todos los actos del personaje de Di Caprio en esta historia) está en manos de dios. No hay que leer de modo simplista una adscripción del director a un determinado credo religioso, sino un planteo más teórico si se quiere según el cual una ética de convicciones profundas estaría necesariamente atada a la fe. Suponer que hay fines elevados para la humanidad, como el bien y la justicia, es lo que en filosofía se denomina “concepción teleológica”. Las religiones partieron de este tipo de supuestos, pero también las ideologías seculares, como las teorías del desarrollo económico o las concepciones revolucionarias. Otorgar sentido a la realización de acciones “buenas”, como la compasión, la solidaridad o una violencia justa, es lo que diferencia a personajes como Glass de otros como Fitzgerald, que como ya señalé representa a los “hombres sin dios”. Sea cristiana-occidental o propia de cosmovisiones originarias de América, la fe parece ser el fundamento de la moralidad del individuo en la película de Iñarritu. La frase “La venganza está en manos de dios” puede leerse como una alusión más a que, en última instancia, la voluntad de los hombres no tendrá la última palabra respecto a lo que finalmente suceda. Arrojados a un mundo caótico (a la manera existencialista), donde infinidad de voluntades humanas chocan entre sí y contra fuerzas de la naturaleza, y con mayor o menor incidencia del azar, los individuos actúan de acuerdo a sus escalas de valoración ética, muchas veces contrapuestas y hasta enemistadas. En El renacido la abstención final de Glass a dar cierre él mismo a la historia, y la propia tendencia hacia la realización de la justicia del curso de los acontecimientos, puede estar confirmando la fe de ciertos personajes del relato en que las cosas, a fin de cuentas, tienden hacia cierto Bien. Pero también puede interpretarse que el azar, en ese desenlace en particular, jugó a favor de los justos. Lo interesante de la fórmula de Iñárritu es que deja abiertas esas posibilidades por la compleja trama de factores que intervienen en el universo que recrea. Cierto espíritu trágico y existencialista recorre las colosales historias del director mejicano, sofisticadas piezas de ingeniería narrativa que, a medida que se suman a la cuenta de su filmografía, se consolidan como poderoso tratado de estética cinematográfica.
QUÉ MAL QUE LA ESTOY PASANDO Hace casi un año publicábamos la crítica de Birdman cuyo título completo es Birdman o la inesperada virtud de la ignorancia. El título implícito de El renacido bien podría ser El Renacido o corrección política para todos y todas. Se ha hablado mucho de lo último de Iñárritu cuyo guión está basado de manera libre en la novela de Michael Punke que ficcionaliza la historia real de Hugh Glass, un famoso trampero, cazador y comerciante de pieles que vivió entre 1780 y 1833 en el Oeste de los EE.UU. El Glass de Di Caprio es un poco Moisés y otro poco Jesús. Primero porque debe liderar a su gente hacia esa tierra prometida que es el Fuerte Kiowa y luego porque tendrá que enfrentar un verdadero vía crucis que incluye enfrentarse a una osa enfurecida, sobreponerse a la traición de los suyos, al asedio de los indios, a la parálisis, a la muerte de seres queridos, a inclemencias climáticas, a ríos caudalosos, a intentos de entierro, y a alguna que otra caída gratuita. No habría problema si se tratara de una película de supervivencia, como la reciente y recomendable Everest, de Baltasar Kormákur, pero Iñárritu sigue queriendo demostrar que es cool (y no, no lo decimos porque haya decidido someter a sus actores y a su equipo técnico a filmar con veinte grados bajo cero). Vuelve a tomar el camino del regodeo y el exceso formal: mucho travelling porque sí, mucho plano contrapicado para retratar el oh-frío-y-salvaje-aunque-poético-bosque. Ni hablar de la duración del film, al que, si se le quitaran los momentos new age a la Terrence Malick donde se susurran palabras supuestamente significativas en rituales risibles o donde los indios hacen su descargo como especie invadida por los malvados blancos que solo quieren saquear, violar y robar, el espectador se ahorraría por lo menos cuarenta minutos. Iñárritu, sin embargo, va más allá, y la pueril dicotomía entre los indios buenos y los blancos malos se esfuma frente a un cartel en el que se lee explícitamente: “todos somos salvajes”. Para el director de Babel y Amores perros somos meros animales apolíticos. Lecturas pobres si las hay. Resulta curioso que se hable de las condiciones extremas a la hora de filmar. ¿La película vale más si demanda sufrimiento a la hora de filmarse? No. Una película vale por sí misma y es por eso que Iñárritu falla allí donde triunfaron Francis Ford Coppola y Werner Herzog, que han filmado en condiciones similares pero han sabido entregar verdaderos hitos como Apocalipsis Now y Fitzcarraldo. Se ha dicho en tuiter que “hasta la nieve sobreactúa en The Revenant”. Pues sí, pero quizás recordemos a El renacido como la película que le valió a Di Caprio su ansiado y demorado Oscar. Será una anécdota. El director mexicano, que busca ganar su segunda estatuilla consecutiva como director (algo que solo lograron Ford y Joseph Mankiewicz y que no ocurre desde 1950), sigue más preocupado por el tamaño de sus películas que por el cine. Alguien que por favor le explique que una cosa es tenerla grande y otra, muy distinta, saber coger.//∆z
HAY TANTO VIVO, MUERTO! Revenant: el renacido es la película con más nominaciones (12) al Premio Oscar de este año. Lo que no significaría mucho si no significara tanto para su realizador. El mexicano Alejando González Iñárritu ha hecho de su carrera cinematográfica (21 gramos, Babel, Biutiful, Birdman) un alarde de cine importante. Siempre sentenciando sobre los males que nos aquejan como humanidad en estos tiempos “miserables”, su filmografía se ha ensañado en aumentar el miserabilismo y regalarnos personajes cínicos, pedantes, vacuos, filósofos de la new age que creen encontrar algún atisbo de redención en marcar las faltas de los demás y transitar su camino para comprender que si no pueden cambiar el mundo por lo menos pueden intentar mejorar ellos. Ahora, para entender a qué se refiere esa mejora es necesario haber leído a Osho, escuchar a Ravi Shankar, practicar el arte de vivir o repetir como un mantra el lema de que “lo que sucede, conviene” mientras nos regocijamos en lo acumulado económicamente. El filme está basado en parte en el libro de Michael Punke (The Revenant: A Novel of Revenge) que narra la vida real de Hugh Glass, un explorador y frontiersman del Oeste de EE.UU., que vivió entre 1780 y 1833, y superó varias aventuras que lo convirtieron en una especie de leyenda para los norteamericanos. Lo que hace Iñárritu es proponer una película de sobrevivencia y venganza, con toques de género (western y aventuras) pero donde su mirada prima y se vuelve ostentosa y explícita. Si el guión no consigue que sus personajes desarrollen medianamente un arco de transformación o, al menos, de cambio (todos empiezan y terminan iguales, salvo los que quedan en el camino), la edición tampoco logra producir los efectos requeridos: las elipsis para “resolver” heridas y curaciones en los cuerpos son más propias de un cine clase B que de una superproducción de este calibre (que así se autodefine y se vende). Y especialmente cuando se hace un culto desde la puesta en escena en exacerbar la “realidad” y presentar a un héroe martirizado desde lo corporal, al mejor estilo de Gibson en La pasión de Cristo o con el mismo cariño que les dedica Von Trier a los suyos. Los encuadres y los primeros planos constantes sobre los personajes provocan exactamente lo contrario de lo que buscan, en lugar de hacernos sentir en la escena y de condolernos por sus padecimientos nos alejan y nos muestran el artificio. Y sabemos perfectamente que no es la reflexión lo que nos pide Iñárritu sino que busca el atontamiento y la emoción irracional que nos haga empatizar sin más. Si no cómo se explica que se olvide del fuera de campo y nos sumerja en una especie de porno sádico y gore donde la violencia está siempre en primer plano y la sangre nos baña en cada fotograma. Pero tampoco logra, esa misma edición, sostener la tensión cuando, por ejemplo, tenemos por lo menos tres situaciones dándose a la par en el relato y no logra hacerlas imbricarse o contraponerse y lo que es peor, ¡no consigue contarlas! Esto es lo que sucede cuando lo que queda de la expedición original se ve dividida por una cascada enorme debiendo decidir el camino a seguir, el villano Fitzgerald y el joven Bridger (tras haber enterrado vivo a Glass) van marchando para alcanzarlos y Glass también se ha puesto en carrera. Cómo esa avanzada expedicionaria llega a destino no lo sabremos pues le importa tan poco al director como el querer construir algo por encima de las historias de vida que abundan en los telefilmes. Pero eso sí, lo viste muy bellamente, lo engalana de espejitos de colores. Emmanuel Lubezky vuelve a demostrar su experticia para la fotografía (por lo que seguramente se alzará con su Oscar), en aguas correntosas y paisajes helados, en panorámicas diurnas y nocturnas exquisitas, pero de un preciosismo vacuo de postal grandilocuente. Aprovechando el contexto el mensaje que se ofrece sobre los pueblos originarios es políticamente correcta, que es lo mismo que decir de un paternalismo blanco dominante que reproduce lo peor de siglos de colonialismo: su primera aparición es ser artífices activos de una masacre (que aunque después se exponga su justificación no impide pintarlos brutales y sanguinarios), más allá del discurso de un jefe aborigen explicitando que han sido aniquilados y robados por los blancos, no dejan de tener intercambios comerciales (pieles robadas por armas y caballos) con los franceses que además los engañan y traicionan (los blancos malos son los franceses jamás los norteamericanos que apenas aportan un malvado individualizado y castigado. Castigado con la muerte por los indios que así le pagan un favor al héroe y lo libran de ensuciarse las manos con sangre de un igual por más malo que sea y aunque estuviera justificado ese accionar). Los niños aborígenes, que aparecen antes de que Fitzgerald y Bridger entren al fuerte, parecen remedos de los niños de Tire Dié,y las nativas que se observan o son la mano de obra en el interior del fuerte o el cuerpo sexual dominado doblemente (por indias y por mujeres) en el bar-lupanar que se muestra. Cuando deja las crudas batallas de lado y se permite alguna otra imagen (que no sea de la naturaleza agreste) Iñárritu se descuelga con la “poesía” de un pájaro saliendo de una herida de bala o una iglesia derruida en medio de la nada o una mujer levitando sobre el cuerpo yacente del protagonista en uno de esos imposibles traslados cinematográficos de lo que fue el realismo mágico latinoamericano en la literatura. En cuanto a los actores, Tom Hardy está sobreactuado y sin matices, y Leonardo DiCaprio sufre todas las penurias posibles, gruñendo, arrastrándose, babeando, con el ceño fruncido y con toda la voluntad digna de mejores causas pero que le dará finalmente el tan esquivo Oscar (aunque, hay que decirlo, siendo el actor que es no se merecía tener que pasar por esto). Los demás hacen lo que pueden o lo que les deja un guión pobre y una dirección que no se preocupa por ellos. Malos tiempos estos en que González Iñárritu accede a premios y halagos de la crítica casi constituyéndose en uno de los directores más reconocidos. Sólo nos queda apostar por el público que, si lo acompaña, lo hace tibiamente, y por lo bajo sale bostezando de las salas y seguir reflexionando sobre por qué no hay que comprar este producto pretencioso y vacío. Por Javier Luzi @elejavier
Escuchá el audio haciendo clic en "ver crítica original". Los sábados de 16 a 18 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli.
Cine hecho carne Es muy interesante el viraje que están tomando ciertas superproducciones hollywoodenses, y en particular el hecho de que esta, la película mundialmente más taquillera del momento y una nominada a 12 óscars utilice a la propia naturaleza como base misma del espectáculo. No es algo menor; luego de décadas de ponerse el énfasis en los efectos especiales, (y ultimamente en la creación digital) esta vuelta a los rudimentos se siente como algo notablemente fresco y novedoso, como si de pronto se volviese a cuarenta años atrás y se redescubriera el poder fascinante e hipnótico de los planos abiertos y la magnificencia hostil de los territorios agrestes que caracterizaron a películas de Lean, Herzog, Kurosawa y Tarkovsky. Las películas de supervivencia suelen ser experiencias extremas y trepidantes, y la propuesta del director mexicano Alejandro González Iñárritu no se ahorra ninguno de los malos tragos que pudieran acontecer en un micromundo en que el ser humano y la naturaleza conspiran contra la integridad física de un individuo. Es así que, basado en la historia real padecida por el explorador y peletero Hugh Glass, el abordaje enfatiza el padecimiento físico y mental de un individuo que toca fondo de múltiples maneras y que de todos modos se empeña en continuar viviendo. Es ahí donde se encuentra lo mejor y el sustento mismo de la historia: Leonardo Di Caprio brilla como pocas veces en una actuación totalmente corporal y desgarrada, atravesando con dificultad un inagotable cúmulo de adversidades. Un ataque de indios a su expedición es envolvente, caótica y abrumadora; una larga y agónica lucha contra un oso es de las más imponentes y realistas peleas cuerpo a cuerpo que se hayan visto en el cine; un período de inmovilidad física angustia en su radical sensación de impotencia; inmersiones en el agua, en la nieve, en pequeñas cuevas y hasta en espacios insospechados vienen cargadas con las palpitaciones de la desesperación. El renacido corta el aliento tantas veces como podría ser posible y se trata de un cine vívido, poderoso y sobresaliente. La notable fotografía del mexicano Emmanuel Lubezki (Gravedad, El árbol de la vida, La leyenda del jinete sin cabeza) imprime personalidad equilibrando maravillosamente la adversidad más íntima y cercana con fondos impávidos e infinitos. Pero con premisas sumamente sólidas y una concreción tan brutal, es una verdadera lástima que unos cuantos aspectos del guión hayan sido descuidados. Destaquemos solamente tres: en primer lugar, Tom Hardy es un talentoso actor que podría haber sido el villano perfecto en su representación del odioso Fitzgerald, un resentido trotamundos, impaciente de retribuciones mínimas. Pero hay un énfasis constante para señalar que es el malo, un machaque que se repite en casi todas las líneas de diálogo que le toca proferir. Y un acto de truculencia final riza el rizo de lo absurdo, cuando se le antoja quitarle el cuero cabelludo a un enemigo abatido, aún cuando sabe que lo persiguen. Otro problema son ciertos tramos oníricos en los que la película incurre, lugares comunes que quitan originalidad al planteo, como cuando el protagonista abraza a una visión en una iglesia en ruinas y finalmente lo vemos con sus brazos alrededor de un árbol. Son escenas que no aportan nada, los espectadores ya conocemos el justificado sufrimiento del protagonista por un asesinato horrendamente injusto –que vimos con perfecta claridad– y no era necesario que Iñárritu lo recordara. Finalmente hay alguna secuencia de difícil explicación, como el hecho de que luego de que unos quince hombres fueran a la búsqueda del desvalido protagonista a través de un bosque helado, sólo dos salieran, poco después, detrás de un peligroso asesino en fuga; esto último podría haberse solucionado con arreglos mínimos en el libreto. No se puede negar que Iñárritu es un notable director, un entusiasta y un creador que empeña hasta sus propias vísceras. Esto es admirable y festejable, pero también sería genial un poco más de cuidado, a fin de lograr una coherencia interna sin fisuras. Poco faltaba.
Cuando se abandona el cine tras haber visto El Renacido uno tiene la sensación de haber vivido algo grande. Una de esas películas que encontrará su lugarcito en los anales de la historia del cine. a historia versa sobre temáticas ancestrales: la venganza y la supervivicencia, y cómo una sirve para nutrir a la otra. Seguimos los pasos de Leonardo DiCaprio como el explorador Hugh Glass (cuya histórica completa real es aun más impactante que la porción en la cual se centra la película) que no es exactamente un héroe. De la misma manera que su contraparte, Tom Hardy, tampoco es un villano tradicional. La dicotomía está planteada y es muy fácil tomar partida por uno de los dos ya que cada uno de ellos se comporta acorde a la simpleza de lo que se reconoce como buenos y malos. Aun así lo interesante es que en el fondo los personajes no tienen motivaciones viles sino que cada uno vela por su propia supervivencia y venganza. Concepto que en el marco histórico en que se centra la historia tenía una connotación noble que hoy no existe. Lo que aquí sucede es una cruda (aunque dramatizada y algo exagerada) realidad. No la idealización de cómo debería ser la existencia de un personaje o héroe. Adornada por la fotografía de Lubezki, cada plano destila una belleza extraña y violenta que hace ecos de Terrance Mallick, quien ya no parece ser el único que, como indicó la crítica en más de una oportunidad, filma "poesía audiovisual". Las escenas a veces desprovistas de diálogos se valen de un sobrecogedor preciosismo que parece tallado por la mano del artesano más fino. Acompañadas por la impactante actuación de DiCaprio que pide a gritos que le reconozcan su Oscar que por lo visto este año nadie podrá quitarle. Lejos de la pomposidad y del dilema moral de una ex estrella de cine entrada en edad, Iñarritu abstrae a lo más básico su historia para valerse de los mejores recursos audiovisuales puestos en función de una historia simple que sugiere poco y muestra mucho. Si bien algunas temáticas comunes a sus guiones se encuentran presentes (la relación con el padre), el relato se desarrolla de una manera más pura y frontal. La primacía de la imagen sobre el relato por momentos vuelve a las emociones impermeables o algo frías. Sin embargo la intensidad es tal que pone a prueba los sentidos. Se puede oler el bosque, senir el viento y sufrir el frío de los parajes que atraviesa Glass y compañía como si estuviéramos allí con ellos. Revenant es toda una experiencia cinematográfica.
Hijo del Oso y del Caballo Por su ambientación enmarcada en el salvaje espacio ilimitado y su indoblegable espíritu de aventura, “El Renacido” se acerca al género del western, con los infaltables personajes rudos que generan antagonismos (venganza, duelo y deudas a saldar). Todo (y más) está contenido en el formato elegido como un nuevo desafío del director mexicano, quien viene de una película tan opuesta como “Birdman”, que transcurría en los espacios cerrados de teatros y camarines. Con un giro brusco, Iñárritu ahora pasa del mundo hipercultural hacia lo primordial, donde la naturaleza se impone. En consecuencia, no sorprende que la narración prescinda de diálogos para concentrarse en el poder evocativo y poético del paisaje dominante y peligroso como marco de arriesgadas odiseas solitarias. La trama está anclada en los inicios del siglo XIX, época de pioneros y colonos que confrontan con los pueblos originarios, pero (según el film) sin idealizaciones de ningún bando, lo que ya distingue a la película del nutrido repertorio de odas y diatribas sobre los unos o los otros. La historia (seca, cruda, realista y real) versa sobre dos temas ancestrales: la supervivencia y la venganza. No hay honor, sólo sed de sangre. No hay solidaridad, sino dinero a cambio de favores. En ese inframundo, la venganza y la supervivencia son lo único que puede hermanar a hombres heridos. El eje de la trama son las peripecias de Hugh Glass (Leonardo DiCaprio), un experimentado cazador de animales salvajes que lidera un grupo expedicionario dedicado al comercio de las pieles, una actividad que implica combatir a las belicosas tribus originarias y ser expertos conocedores del agreste territorio. Pero además, en esta epopeya oscura se suman las propias internas, a lo que el grupo del protagonista no es ajeno y donde uno de sus miembros, Fitzgerald (Tom Hardy), disputará con las peores artimañas el liderazgo de Glass. Con escenas brutales y desgarrantes pero sustentadas en su imponente dominio del lenguaje cinematográfico, el director realiza una construcción clara y precisa de sus personajes en una narración que no da tregua. La Fuerza de la Voluntad El realizador de “Amores perros” y “Babel” se inspiró muy libremente en la novela de Michael Punke, para reconstruir la historia real del cazador Hugh Glass (Leonardo DiCaprio), quien tenía un hijo mestizo y perdió en un incendio intencional de los blancos a su esposa india. Desde el arranque se escucha una frase que se reitera como leit motiv: “El viento no puede derrumbar un árbol con raíces fuertes”, y esa frase será el postulado con el cual el guión narrará la historia en cuatro etapas: presentación, caída, renacimiento y venganza. Si hay una constante, es el mensaje de que todo participa de la naturaleza salvaje, donde el sentido de la vida es pelearla, mientras se respira, nunca entregarse, sobrevivir y que la muerte es capaz de dar vida. Para esto el itinerario del protagonista desanda la escala humana y se mimetizará con el oso, el caballo o las iguanas que se adaptan en la tierra yerma y desolada. Existe un permanente buceo en la naturaleza de la condición humana que se desanda más allá del siglo retratado (el de los pioneros y colonos); si no, basta con recordar el primitivismo ancestral de las escenas comiendo carne cruda o luchando casi cuerpo a cuerpo, con hachas o palos. Aunque en la novela la acción transcurre en las inhóspitas regiones de Dakota, Montana, Wyoming y Nebraska, el film fue rodado en locaciones naturales de Canadá y Argentina (Ushuaia) en condiciones extremas que hicieron crecer su presupuesto y determinaron no pocas renuncias del equipo técnico. Iñárritu sale de la maraña de dificultades y autoexigencias que siempre se impone, gracias sobre todo a dos factores esenciales: las esforzadas actuaciones y la solvente factura técnica. Acercamiento extremo La película integra -casi como un oxímoron- brutal realismo y poesía visual en una puesta de casi tres horas que conforma una experiencia sensorial movilizadora en su avalancha de sangre, agua, fuego, nieve y violencia, donde la cámara se empaña en su propuesta de acercamiento extremo a la historia con planos envolventes y detalles de aquello que los protagonistas van atravesando. A lo largo de su excesivo metraje hay cierta frialdad o distanciamiento, como la misma nieve que cubre los parajes que nos va mostrando; sin embargo, llegan momentos en los que es imposible no estremecerse, porque la historia que se cuenta es simple, lo increíble es cómo y desde dónde está contada. El rol de DiCaprio es incuestionable, tal vez en la actuación más puramente física de su carrera. La edición de sonido es discreta pero precisa, casi imperceptible, en un guión que privilegia los silencios y el sonido ambiente. Además la película empieza y termina entre silencios, tan bruscos como los protagonistas de este retrato visceral de la resistencia humana en condiciones casi insoportables.
Un western que demanda mucho interés y tiempo La favorita de la próxima edición de los Oscar está en los cines bahienses. Un desafío para valientes. Las dos horas y casi cuarenta minutos de metraje imponen el primer desafío para el espectador de El renacido. El siguiente, llega con la crudeza con que se describe la experiencia de un cazador de pieles del 1800 en territorio salvaje norteamericano, herido gravemente, bestialmente despojado de su hijo mestizo, y abandonado a su suerte por un compañero de grupo a quien no le simpatizaba. Leonardo Di Caprio, excelentemente secundado por Tom Hardy, lleva a las órdenes de Alejandro González Iñárritu la bandera de un western inequívoco, una película donde el escenario es el protagonista inmanente, que se opone al hombre sin intención pero con una fuerza mucho mayor que la de su peor enemigo. El objetivo de Hugh Glass es superarla para llegar a un fin ulterior, el de vengar, más allá del abandono, la muerte de su hijo. La labor de fotografía y edición de sonido representa buena parte de esta producción, porque le da entidad propia a ese paisaje agreste, nevado e inmenso hasta el agobio. Los extensos lapsos sin diálogos, dedicados a la descripción visual de la travesía de Glass, transmiten una necesidad de autosuperación que trasciende a la pantalla. Will Poulter (Las Crónicas de Narnia) y Domhnall Gleeson (Ex-Machina, Star Wars: el despertar de la fuerza) se destancan en el reparto. El 28 de febrero Al Oscar, con sus 12 opciones El Renacido, pisó fuerte en la elección de los miembros de la Academia de cine de Hollywood. Con 12 nominaciones, la propuesta de Alejandro González Iñárritu y Mark L. Smith es sin duda la favorita, con la posibilidad de darle a Leonardo DiCaprio su primera estuilla, luego de tres amagues y de haber conseguido otros premios. Por otro lado, González Iñárritu podría llevarse por segundo año consecutivo la estatuilla a mejor director y su filme consagrarse como la mejor película como sucedió en 2015 con Birdman. La producción, que incluyó escenas de rodaje en la Argentina, recibió las candidaturas también a mejor actor de reparto (Tom Hardy), fotografía, edición, vestuario, maquillaje y peluquería, edición de sonido, mezcla de sonidos, efectos visuales. La noche del 28 de febrero será el momento de la verdad.
Todos somos salvajes Alejandro González Iñárritu lo vuelve a hacer. Con "The Revenant" plantea nuevamente la polémica acerca de su forma de hacer cine y sobre la historia que está contando, pero sin dudas no pasa desapercibido. Ya el año pasado recibió elogios y críticas por su película "Birdman" que finalmente terminó ganando el Oscar como mejor película. Este año vuelve a repetirse la historia con mucha gente que disfrutó al máximo "The Revenant" y mucha otra a la que le pareció un moco. Personalmente me ubico entre los espectadores que disfrutaron mucho su cinta y paso a explicar el porqué. En primer lugar, creo que AGI toma historias comunes y las dota de visceralidad, belleza y reflexiones. En este caso, toma un relato típico de venganza y redención al que le agrega una reflexión muy actual: "Todos somos salvajes" aparece en un cartel colgado de un personaje asesinado, y el espíritu de la narración se apoya sobre esta premisa. Etnias aborígenes que asesinan a otras etnias aborígenes, hombres "blancos" que asesinan a otros hombres blancos, aborígenes y hombres blancos que se asesinan entre sí, hombres y bestias que se enfrentan en una lucha territorial, todo enmarcado en una época de expansión y progreso de europeos en tierras americanas a principios del siglo XIX. Leí que mucha gente se quejó de la violencia que exhibe AGI en este film. ¿Acaso no son más violentos los videos que vemos día a día como parte de las noticias? ISIS decapitando y quemando gente, Rusia haciendo volar en pedazos a personas en zona de guerra, un delincuente embistiendo con un auto robado a una mujer con su bebé de 7 meses en brazos... Todos somos salvajes dice AGI y yo le compro la reflexión. ¿Se podrían haber evitado algunas secuencias violentas y obtener aún así un resultado Por otro lado, es imposible no resaltar el magnífico trabajo de fotografía que hizo el mexicano Emmanuel Lubezki ("Birdman", "Gravedad", "El árbol de la vida"). La selección de paisajes y la iluminación utilizada, combinados con los planos super amplios y los primeros planos de AGI hacen de la película un deleite visual imposible de no disfrutar. Esto es importante porque permite que el espectador pueda experimentar de manera vívida junto a los protagonistas las condiciones del ecosistema donde se lleva a cabo la historia. Otra cuestión ineludible es la interpretación de sus protagonistas, sobre todo la de Leonardo DiCaprio ("El Origen", "El lobo de Wall Street"), que si bien considero que no es la más memorable de su carrera (para mí la mejor es como Jordan Belfort en "El lobo de Wall Street"), es espectacular y confirma que hace rato merece el máximo galardón para un intérprete; el Oscar como mejor actor principal. Mención aparte merece el gran Tom Hardy ("Mad Max: Fury Road") que viene ascendiendo como un cohete y demuestra también que le sobra talento. Una propuesta que cierra por todos lados. Si se quiere es un tanto discutible la exhibición de violencia o la larga duración. Lo demás, es impecable.
Ambientada alrededor del año 1820, la película nos cuenta la historia de Hugh Glass, interpretado por Leonardo DiCaprio. Glass forma parte de un grupo de exploradores en la búsqueda de animales y sus pieles en territorio indio. Ahí se ven perseguidos y atacados por los nativos, y se ven obligados a adentrarse en la espesura de los bosques para salvar sus vidas. En medio del camino, Glass se ve atacado por un oso grizzly que intenta proteger a sus crías. El hombre sale victoriosos del enfrentamiento, pero al borde de la muerte. Incapaz de seguir adelante, el capitán Henry (Domhnall Gleeson) le paga al mercenario John Fitzgerald (Tom Hardy), a un jóven y al hijo nativo de Glass, para que se queden con él para que tenga una muerte digna. Predeciblemente, a Fitzgerald no le importa Glass, sino el dinero, por lo que deja tirado en una zanja y mata al hijo de Glass. Luego de esto, Glass va a hacer todo lo posible para conseguir vengar a su hijo, a pesar de que todas las probabilidades estén en su contra. Este podría definitivamente ser el año y la película que le den el tan ansiado Oscar a Leo DiCaprio. Su actuación es muy buena, a pesar de que no es una actuación convencional, sino una reacción ante el sufrimiento y las condiciones adversas. El personaje de Domhnall Gleeson se destaca con su bondad entre los actores secundarios, pero es el maestral papel villano de Tom Hardy el que se roba la película. Interpretación que le valió una nominación a mejor actor secundario en estos Oscars 2016, nos muestra a un mercenario desalmado y manipulador. La agresividad de su actuación completa un estilo que viene construyendo desde hace años con personajes como Max Rockatansky (Mad Max), Bane (Batman), Charles Bronson (Bronson) y Tommy Conlon (Warrior), pero sin dejar de lado diferentes tamices que diferencian y hacen únicos a cada personaje. El director Alejandro Iñarritu es parte de una cepa diferente de directores. El mexicano inició su carrera magistralmente con Amores Perros (2000), siguiendo con 21 Gramos (2003), Babel (2006), Biutiful (2010), y Birdman (2014); una película mejor que otra, siempre diferente, siempre innovando, manteniéndose diferente y fresco en cada producción. Y El Renacido sigue ese camino. El director decidió usar escenarios reales en vez de pantallas verdes para tener actuaciones e iluminación reales (ambas dieron resultados con creces). Sí, el film tiene ciertos efectos especiales -no le podemos pedir a DiCaprio que pelee con un oso real, o a los extras que peleen con armas reales- pero pasan totalmente desapercibidos por su sutileza. Lo más destacado de la película es la fotografía y el trabajo de cámara de Emmanuel Lubezki (Gravedad, Birdman, Los Hijos del Hombre). Continuamente nos vemos embelesados con tomas extraordinarias que desafían nuestro capacidad de entender el cómo, pero definitivamente entendiendo el porqué. Tán sólo tomemos como ejemplo el plano secuencia de batalla con el que abre la película: una obra maestra digna de ser enseñada en escuelas de cine. Más allá de todos lo halagos que le puedo hacer al film, tiene algunas cosas que no terminan de encajar. Las escenas de los flashbacks/sueños están llenas de clichés, y me pareció que tuvo una duración excesiva que terminó diluyendo el impacto de un final totalmente predecible. Puntaje: 8 – La combinación de elementos hacen que esta película destaque fuertemente del resto, pero como muchas películas hoy en día, la duración les juega en su contra.
The revenant/El renacido: El camino del dolor El renacido (The Revenant, 2015) es una notable película dirigida por Alejandro González Iñárritu y actuada por Leonardo DiCaprio, Tom Hardy, Domhnall Gleeson y Will Poulter, entre otros. La fotografía, por momentos deslumbrante, estuvo a cargo de Emmanuel Lubezky. La sobria, ominosa banda de sonido fue realizada por Ryuichi Sakamoto y Alva Noto. En los párrafos que siguen se cuentan aspectos del argumento y algunas escenas y momentos de la peli, así que están avisados. “El tema de la película es la supervivencia y el crecimiento espiritual a través del dolor físico“, les dice el director a los actores y personal técnico en un corto sobre el proceso de realización de la misma. “Ya no tengo miedo a morir: ya lo he hecho“, dice, por su parte, el personaje de DiCaprio. En esas dos frases se encierra buena parte del sentido de la obra. Su estructura sigue un esquema clásico de la literatura y el cine de América del Norte: el viaje, el cual no sólo consiste en un recorrido por el espacio sino que es también una travesía del espíritu. La acción transcurre sobre las nacientes del Río Missouri, posiblemente en Wyoming (en algún momento se habla de Yellowstone), cerca de Canadá, en el Oeste nevado y frío de los EEUU. (En los títulos del final se señalan tres lugares de rodaje en exteriores: Montana, California y… ¡Tierra del Fuego!). Los escenarios son los del bosque boreal y la pradera en un gélido, húmedo invierno de comienzos del Siglo XIX. Abundan las tomas atmosféricas al estilo de las de Terrence Malick (la bruma en la mañana, el sol entre las nubes, la noche estrellada, el bosque en silencio), minimalistas y grandiosas a la vez, acentuando el deslumbramiento del personaje principal en el devenir de la historia. El tono general de la obra recuerda a los cuentos de Jack London sobre los buscadores de oro en Alaska (e.g., “La hoguera”). Esto es, la lucha del hombre contra sus circunstancias, lucha que desembocará en triunfos o derrotas épicas o, más raramente, en el despertar de la consciencia. Hay un constante juego de dualidades en el desarrollo de la trama: frío-calor, hambre-saciedad, culpa-justificación, espiritualidad-materialismo, justicia-venganza. De todas ellas, la más lograda es la primera: el frío es algo que se siente casi físicamente, ya sea en las escenas que transcurren en el bosque húmedo como en las que muestran caminatas por la llanura nevada, cabalgatas en medio de una violenta lluvia invernal o la fuga a través de un río helado. El espectador agradece la luz amarillenta de los fuegos, el abrigo que proporciona una piel de oso o el calor de un trago de whisky. Otra tensión, menos lograda, es la que contrapone la espiritualidad que se desprende de cierto orden cósmico con el materialismo de los cazadores de animales. La primera se percibe en los sueños del personaje principal, en las visiones del bosque y en las tomas con cámara fija de los grandes paisajes de las llanuras norteamericanas. El materialismo es palpable ya desde la primera escena, en donde se muestra un aquelarre de cadáveres de castores, los que son despanzurrados para la extracción de su piel. Los cazadores son la más perfecta expresión del capitalismo extractivo de los siglos XIX y XX. Depredadores brutales, genocidas prolijos, capaces de incendiar el mundo por un fajo de billetes. El personaje central es Hugh Glass (DiCaprio); la primera toma de la película consiste en un paneo vertical de la cámara sobre un lecho en el que descansan Glass, su esposa y su hijo. La toma, un evidente homenaje al Tarkovski de Stalker, nos anticipa que Glass es más que un explorador a sueldo: es el guía, el sherpa, el conductor de hombres. La segunda escena, una caminata en silencio por un bosque inundado de agua, constituye otro homenaje al director ruso (esta vez, el de La infancia de Iván) y nos dice que el bosque es el escenario de un recorrido pero también el espacio sagrado, la tierra del espíritu. Todo lo importante de esta peli ocurre en el bosque y sus alrededores. El drama de El Renacido se desarrolla en cuatro actos, personificados por cuatro animales, cuatro mamíferos que marcan el tono y el ritmo de la obra, a saber: (1) el alce (conflicto), (2) el oso (dolor), (3) el búfalo (piedad), (4) el caballo (metamorfosis). 1.Alcanzamos a ver el alce apenas un instante, en la punta del rifle de Hugh Glass segundos antes del disparo. Todos los conflictos de la obra se muestran en este acto que dura unos veinte minutos: el de la conquista del Oeste, la lucha entre los conquistadores y los nativos (que concluye con el exterminio de estos últimos), el ecocidio europeo en América (los colonos arrasan con las poblaciones de castores para obtener su piel), los dilemas de la huida por el bosque, el desprecio de Fitzgerald (Tom Hardy) hacia el hijo de Glass, el resentimiento de Glass hacia los que destrozaron su familia. La espectacular escena de batalla entre colonos e indios del comienzo va a figurar en los libros sobre la historia del cine: es brutal, quirúrgica, y al mismo tiempo elegante y fluida como sólo el cine sabe hacerlo cuando lo dirige un maestro. 2.El segundo acto es el más extenso; dura alrededor de una hora y comienza con una de las escenas más sanguinarias que nos ha tocado presenciar en el cine: un oso pardo destrozando minuciosamente a un hombre (Hugh Glass). Al padecimiento físico producido por el oso se le agregan otros desgarros; en primer lugar, la desesperación de Glass ante la muerte de su hijo. La garra asesina del oso y la mano asesina de Fitzgerald marcan el tono del dolor en buena parte de sus manifestaciones. DiCaprio enseña por qué es un gran actor en escenas de tormento que casi no incluyen palabras. La recuperación de las heridas implica más dolor; el recuerdo del hijo y de la esposa lo vuelven casi insoportable. 3.El tercer acto comienza cuando un indio se apiada del hambre de Hugh Glass y le permite comer de un búfalo que él ha rescatado de los lobos. Poco después es Glass el que siente compasión ante el cadáver de ese mismo indio, ahorcado por colonos franceses. Glass, un hombre que ha navegado entre dos culturas, la de los colonos europeos y la de los indios pawnees, amplía su compasión al etnocidio involucrado en la Conquista (véase al respecto la crítica de Alvaro Fuentes en La Cueva de Chauvet). En una serie de escenas oníricas extiende la piedad a su familia, masacrada por el ejército, así como también a los varios eventos de extinción por sobrecaza ocasionada por los europeos en América (una escena muestra montañas de cráneos de búfalos). A medida que se abre el corazón de Glass, emerge en él una religiosidad y una percepción de lo trascendente. Glass sueña recurrentemente con una iglesia en ruinas (símbolo del alma sin dios), en imágenes que constituyen un homenaje al Tarkovsky de Nostalgia. 4.El cuarto y último acto muestra a Glass saliendo de las entrañas de un caballo muerto, en el amanecer posterior a una gélida tormenta de nieve. Otra vez se nos aparece la religiosidad de Tarkovsky en las gotas de agua que inician la escena. Como un insecto adulto emergiendo de una pupa seca, el Glass que sale del caballo es otro hombre, un ser diferente del que fue hasta ese momento. Concordantemente, su planteo moral es distinto: “La venganza está en manos de Dios, no de los hombres”. Si la película hubiese terminado aquí, estaríamos hablando de una obra maestra del cine. Lamentablemente no es así, y en la innecesaria media hora que sigue no se entiende si hay justicia o hay venganza en el final. Curioso en un director que supo hablar con maestría de la reconciliación en su primera (gran) peli, Amores perros. Queda claro, sin embargo, que El renacido es una de esas obras que nos hacen salir del cine agradecidos. No es que interese demasiado más que a los propios actores, pero no les extrañe que este domingo el Oscar al mejor actor se lo lleve Leonardo DiCaprio; tampoco pongan el grito en el cielo si Tom Hardy se lleva otro (fue nominado como mejor actor de reparto). DiCaprio pone más el cuerpo, pero la actuación de ambos es extraordinaria.
El equilibrio loco de un hombre solo Un film por momentos aterrador, suspendido en momentos de acción y alucinaciones. DiCaprio se ofrece de manera sacrificial, desde sus esfuerzos físicos y la propuesta estética: un contrapunto que se hace abrumador entre indios y blancos. Habría que quitar algún diálogo obvio, de esos que dicen de manera clara, porque explicitan y no hacen falta. Allí cuando entre franceses, el jefe indio dice que él no es ladrón, que les robaron a ellos primero. Pieles por caballos y rifles franceses. Las pieles son de los americanos, los indios los asaltan ‑en la secuencia inicial, bestial‑ entre flechas, disparos y hachas. Sucede que la hija del jefe ha sido raptada, todo es por ella. Pero también, y antes, porque lo que ya se les ha robado es la tierra. De todas maneras, que se enuncie tal situación no hace mella en Revenant: El renacido. Por un lado porque es inevitable, se trata de una película de presupuesto enorme, marca Hollywood, tiene que encontrar su medianía explicable para todo público. Por el otro, porque por encima de ello sobresale la puesta en escena de su realizador, el mexicano Alejandro González Iñárritu. En este sentido, que se hable de indios, franceses y americanos, desde la mirada de un latino del cine mainstream, no es poca cosa. Mejor aún cuando el hacer del cineasta ya se encuentra alejado de cierta grandilocuencia cuyo cenit fuera Babel ‑que de tan megalómana resultaba pedante o ingenua‑, para acercarse a maneras más íntimas. Esta intimidad inicia con la notable Biutiful, continúa en Birdman ‑capaz de ahondar en el meollo del negocio cinematográfico, actual y decadente, todavía fénix‑, y se traduce en Revenant. Acá también hay un personaje solo, atravesado por su entorno, nada inocente, parte y contraparte. Si hay que buscarle un equivalente, sería el Sargento Kirk, la historieta de Oesterheld y Pratt. Es decir, el Hugh Glass de Leonardo DiCaprio no es inocente, sino que sabe cómo viene la mano, quiénes son los indios, quiénes los blancos. Se sitúa en una frontera que lo lleva a batirse internamente, para sobrevivir en ambos bandos. El inicio del film deja en claro su esencia, su móvil: Glass es en función de su historia, de su mujer india y del hijo de ese amor. Hawk tiene, como recuerdo filial, mitad de la cara malherida, con cicatrices que recuerdan una procedencia dual, mestiza. No hables, le grita el padre, ellos sólo ven el color de tu piel. Hazme caso. Mientras, los dos conviven con el grupo de exploradores americanos, a la caza de pieles con las que comerciar. Si el rostro partido de Hawk es consecuente con la vida sesgada de Glass, también lo es con el duelo a muerte que éste habrá de perseguir con Fitzgerald, interpretado por un magnífico Tom Hardy. Glass y Fitzgerald como expresiones de un contrapunto que tendrá en jaque la narrativa del film, así como a todo western. Qué es lo que hizo Fitzgerald no conviene revelarlo, sino en todo caso señalarlo como la acción que transgrede el equilibrio delicado de Glass. De a poco, los detalles de la relación familiar del explorador serán revelados, en imágenes que así como informan con flashbacks también convergen con un sentir afiebrado, que alucina y que, por eso, entronca con el mismo proceder del que se valía Biutiful para Uxbal, el personaje de Javier Bardem. En todo caso, hay una experiencia de vida que ha sido reveladora para Glass. Ya no es el mismo, atribulado por lo que presumiblemente ‑tal vez, no es algo que se sepa‑ ha hecho, enamorado y padre de hijo mestizo, vuelto víctima de la desgracia que él mismo ‑o su gente, lo mismo da‑ ha impulsado. Lo único que le queda es su hijo, por él es que prosigue, por ese signo que el hijo es, de convivencia malherida entre pieles rojas y blancas. Ahora bien, lo que finalmente habrá de quedarle es la confrontación, con un impulso asesino que no cede. El "renacimiento" aludido por el título no es exacto, antes bien, lo que se producen son muertes sucesivas. Pausadamente, Glass recibe muchas heridas letales, algunas en el propio cuerpo. Cada una de ellas es un azote hacia su capacidad de mantenerse en pie. Le acompaña el susurro de su mujer india, como un mantra que le recuerda seguir, respirar. Es un fraseo que se confunde con el viento, también con notas musicales. Acá, sensiblemente, debe tener que ver la impronta de Ryuichi Sakamoto, encargado de la partitura musical junto con Alva Noto. Glass contiene la furia, el dolor, la meditación y la persistencia de un samurai. Todos elementos que hacen eclosión, que le balancean hacia un lado y otro, en función de la premisa que le guía: encontrar a Fitzgerald. Este también tiene su cuerpo lacerado: el cuero cabelludo luce una cicatriz espantosa, desgarrado por indígenas. Cuando Fitzgerald cuenta sobre su padre, a la luz del fuego, la inmanencia mística a la que apela al pensar en Dios se diluye bestialmente. Él cree en lo que toca, mata y come. Así como su padre. La pregunta es si Glass, finalmente, creerá también en matar. De esta manera, la cacería se convierte en un viaje de abismo, que confronta a los personajes consigo mismos. Se traduce en frío de nieve y acciones de vértigo. El viento toca los huesos, el cuerpo será llevado a puntos límites. La supervivencia es difícil porque lo que se juega, justamente, es la consecuencia moral. La carne podrá ser herida y tajeada cuantas veces sea, pero hay algo profundo que la hoja del cuchillo no toca. O tal vez sí. En este sentido, el plano final que elige el film es perturbador. Que todo lo referido sea expuesto desde las consignas de un cine de secuencias de acción, bellamente fotografiadas, con planos‑secuencia de elaboración admirable, no hace más que enaltecer la propuesta. Hollywood está en un plano técnico absoluto. Observar cómo se despeñan caballo y jinete desde un plano cenital así como el ataque de un oso, desde tomas sin corte, no puede menos que asombrar. No son pura superficie ni golpes de efecto, sino partes estéticas de ese espectáculo que la película es. Un film bestial y huraño. Con un DiCaprio de decir indio, afónico y dispuesto a lacerarse. La experiencia es abrumadora.
Que Leonardo DiCaprio, uno de los actores más cotizados en Hollywood nunca haya ganado un Oscar, se ha convertido ya en motivo de broma para muchos y en protesta por injusticia para otros. Su más reciente trabajo junto al realizador mexicano Alejandro González Iñárritu, The Revenant, donde tiene un gran protagonismo con un papel contundente, ha creado grandes expectativas con respecto a este tema. Nominada en varias categorías, la película se presenta como uno de los platos fuertes de la edición número 88 de los premios Oscar. Desde que el director mexicano dejó de lado las historias cruzadas y los diálogos en español, podemos esperar una superproducción que le plazca al mundo entero y que tenga los elementos que tanto le gustan los jurados de los Oscar. The Revenant es de esas películas que encajan justo en la lógica hollywoodense, esos portentosos films de los que la crítica habla por mucho tiempo, que no para de llenar salas y abarcar públicos disimiles. Tiene todos los condimentos para ser, al menos, una película atractiva: su director, Gonzalez Iñarritu se llevó la estatuilla por mejor película el año pasado con Birdman, por lo cual su nuevo trabajo ya nos tiene con muchas expectativas. Elige a un actor consagrado, galán que ha demostrado fuertemente ser más que una cara bonita y se promete como película trascendente. Filmada parte en Canadá y parte en el sur argentino, la película es arrolladora con sus bellísimas postales de paisajes gélidos e imponentes. Está repleta de estos momentos, porque el espacio es un personaje tan importante como DiCaprio: es la naturaleza en estado puro, quieta y amenazante a la vez; entre frenéticas cascadas, glaciares, montañas extraordinarias e intrincados bosques, los personajes transitan como fieras, en estado primigenio. Hugh (DiCaprio) es un casi un animal, golpeado y repleto de dificultades, acechado, escurridizo va sorteando todos los obstáculos y echando mano a los recursos naturales, mientras se mimetiza cada vez con esta naturaleza salvaje. Por momentos se vuelve una suerte de Ulises, en una odisea que parece no terminar nunca y donde los peligros son cada vez más cercanos. Todo esto motivado por la venganza, esa fuerza que lo convierte en “el renacido” y lo levanta de lo que era casi su lecho de muerte, convirtiéndolo en un héroe que todo lo puede, movido por la fuerza del amor de padre e imposible de vencer. En relación a esto, la película se torna innecesariamente larga; con la intención de dar cuenta del gran camino recorrido por el protagonista y la enorme fortaleza de la que es poseedor, los minutos siguen corriendo, con escenas similares y climas esperables. Al mismo tiempo, los clichés abundan, tanto que por momentos parece que estamos viendo The Edge (1997) y los personajes son completamente malos y completamente buenos y víctimas. En fin, The Revenant es una película complaciente: con un guion que no se la juega demasiado, con personajes de baja complejidad pero con los que es muy fácil empatizar (o todo lo contrario) y con un despliegue cinematográfico y técnico realmente sorprendente. Desde los efectos visuales hasta la música, The Revenant es impecable y sobre todo, grandiosa. Pero al salir de la sala, sentí que algo faltaba, que dos horas y media para contar esa historia, había sido demasiado.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
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El último filme del mexicano Alejandro Gonzáles Iñarritu, quien nos regalara la maravillosa “Amores perros” (2000), para luego tener que esperar 15 años para que volviera a darnos alguna sorpresa, para caer en su propia trampa. Se podría decir que la carrera de éste director se presenta con picos de gran talento para luego ir en clara decadencia. Luego de esa primera película dirigió mostrando un declive progresivo increíble “21 Gramos” (2003), “Babel” (2006), en la que repite formato, pensando erróneamente que no depende de la construcción de los actos sino de la forma aparentemente novedosa lo que seduciría al espectador. Para terminar de desbarrancar con “Biutiful” (2010), y hubo que esperar cuatro años para que devolviera la esperanza de estar frente a un talento con “Birdman” (2014), con la que ganó cuatro premios de la academia de Hollywood, entre ellas mejor película y mejor director, lo que muestra ser un despliegue de talento y audacia. ¿Pero fue sólo una ilusión?. Este opus tremendamente pretencioso parece estar confirmando esa suposición. La intención de ir por más premios se muestra evidente, obra grandilocuente desde las imágenes, gracias a la dirección de fotografía de Emmanuel Lubezki, con el invalorable aporte del diseño, efectos y montaje de sonido, pero que en cuanto a producto terminado resulta vacuo, insustancial, espejitos de colores. La realización constantemente se muestra como efectista, tanto de lo que se ve en imágenes como de la forma o las elecciones para ello, léase movimientos y posiciones de la cámara, desde el contrapicado hasta el cenital (siempre entendida como la mirada de Dios), con el ralenti utilizado hasta en planos secuencias con travellings circulares. Todo, absolutamente todo lo técnico esta puesto en función del efecto y no respecto del texto o de la progresión dramática. Por lo que se desprende que estamos frente a una mala construcción en cuanto a la estructura narrativa, le sobran al menos 40 minutos, con la repetición hasta el cansancio del recurso del flash back o de la voz en off, para dar cuenta del origen de la historia del personaje, con el sólo fin de justificar la acción del mismo, repeticiones que nada agregan, no permite evolucionar al texto, y terminan aburriendo. Del mismo modo que la unidimensionalidad de los personajes, pobreza de evolución, maniqueísmo barato, que en su acepción no religiosa sería que el malo es malo por definición y el bueno lo es por no tener variables. Tampoco depende de los actores, en principio el ascendente Tom Hardy, bastante más contenido que en otras producciones, sobre todo porque su personaje es demasiado chato, sin evolución, y previsible en sus actos. Por otro lado, el tour de Force al que se obligo Leonardo DiCaprio, sólo se entiende que vaya por el premio, no le hace falta para saberse un muy buen actor, y si existiera la figura del Oscar retroactivo, (algo así como La Academia Arrepentida) posiblemente le darían uno por su actuación en “A Quién ama Gilbert Grape” (1993) como actor de reparto. La historia transcurre la década de 1820, (lo cual no implica que no pueda leerse la bajada de línea desde el siglo XXI). Una expedición de ingleses con el único fin de comerciar las pieles de los animales, llega al desconocido Oeste norteamericano donde, todavía habitado por tribus nativas, son atacados y expulsados por los mismos. En la huida Hugh Glass (Leonardo DiCaprio), un baqueano, guía, trampero, es brutalmente atacado por una gigante osa. Resulta gravemente herido, sus compañeros no le dan esperanza de sobrevivir, es abandonado, y su hijo asesinado frente a sus narices, y de allí en más lo mueve el deseo de venganza. En su ambición por seguir con vida, Glass demuestra ser un Duro de Matar del siglo XIX. Gobernado por su voluntad, nuestro héroe puede, debe lidiar con el frío y nevado invierno, la hostilidad de los nativos, el hambre, el viento, comer carne cruda de Búfalo y Sushi (perdón, pescado crudo), caídas de precipicios, sobreviviendo a todo en una búsqueda incesante para vivir y encontrar paz en la venganza. Una aventura épica, seguro, sangrienta por demás, basada en el personaje histórico de Hugh Glass, que inspiró a Michael Punke para escribir la novela “The Revenant: A novel of revenge”. Con un intento de realismo brutal y una extravagancia visual inocua, que se suelen ver en el nuevo cine de masas americano, apoyado sólo por los efectos visuales, los responsables, todos, han creado un sensacionalista retrato de lo que podría entenderse es la resistencia humana bajo el impulso de la venganza y en condiciones casi intolerables, tanto para el personaje como para el espectador. Como dato, la escena del ataque de la osa es para muestra basta un botón, y tanto cruza la línea que se retorna inverosímil. El cierre de la historia es la frutilla del postre.
No es un film más. Muestra la crueldad del hombre en todo su ser, y de lo que es capaz. Nos invita cual “voyeurs” a ser testigos. El animal no es el oso… es el hombre. El director revalida su título como maestro de dirección. Con una fotografía impecable, locaciones de ensueño y terrenales. Entre ese maravilloso collage de imágenes, encontramos partes filmadas en la Argentina. Capítulo aparte Leonardo Dicaprio (acompañado de un gran elenco con excelentes interpretaciones) que dejó de ser ese muchachito que corría a estribor en un barco que se hundía y enamoraba a “Rose” y a millones. “Jack” se convierte en un gran actor. No es aquel carilindo… es quien se banca con el cuerpo un papel que bien merecido tendría la estatuilla al mejor actor. Y te mira y te hace cómplice. En “El Renacido” no hay un protagonista, el protagonista sos vos.
Iñarritu es soberbio, hace lo que quiere y tiene a su merced a toda la producción para que le cumplan sus caprichos. El resultado de esa ambición por ser el mejor en el rubro es positivo y "The Revenant" es un claro ejemplo de ello. Está claro que el filme no hubiese sido el mismo sin esa manía del realizador por hacer, lo que es para él, la mejor película de supervivencia de la historia (el paso de los años dirá si se convierte en clásico o pasará al olvido). Los planos secuencia están bellamente dirigidos, al igual que los actores y las escenas de acción. La decisión de hacer que el espectador se transforme en testigo de los hechos casi en primera persona, gracias a un gran implemento de los primeros planos, hacen que el filme se disfrute y el sufrimiento de los personajes se sientan reales. El ataque del oso y el plano secuencia del inicio son las dos mejores escenas de la película.
La nueva película del director mexicano Alejandro González Iñárritu permite un gran lucimiento de Leonardo Di Caprio y abunda en escenas de una inmensidad asombrosa pero peca la falta de emociones. A tan sólo un año de haberse quedado con los Oscar en las categorías Mejor Director y Mejor Película, el director mexicano Alejandro González Iñárritu se despacha con The Revenant: El Renacido, otro filme que se alzó con varias candidaturas y le dio a Leonardo Di Caprio una nueva oportunidad de quedarse con la preciada estatuilla. En este punto, habría que definir este hecho en dos partes bien diferenciadas: por un lado la interpretación de Di Caprio es sublime. Es a su personaje, Hugh Glass, al que le tocan pasar todas las penurias que un guionista se puede imaginar: el ataque de un oso, el abandono, la huida de un grupo de indios que cortan cabelleras y el deseo de venganza y de todas ellas el intérprete sale bien parado a fuerza haberse metido hasta la médula en su personaje. Una y otra vez, Di Caprio demostró que su pasión por el film no tenía medida: comió carne cruda de bisonte, se desnudó en temperaturas bajo cero, se zambulló en un río helado e incluso se dejó una tupida y enredada barba a la que todos los días "maquillaban" con barro y glicerina para que parezca mugrosa. Un actor descomunal que ojalá que en esta ocasión no sufra la indiferencia. Tom Hardy, el otro nominado por Mejor Actor de Reparto también hizo lo suyo. Si bien se cruza pocas veces con Di Caprio en el filme, el actor de Crímenes Ocultos y Mad Max (filme que también tuvo varias nominaciones ) logra momentos de gran tensión a base de profesionalismo y entrega. También él debió soportar los avatares de la filmación en la nieve e incluso llevar puesto un maquillaje que simula un corte de cabellera que le hicieron los indios algún tiempo atrás. Por su parte, el filme muestra al Iñárritu más puro, ese que muestra paisajes increíbles con detalles surrealistas y combina tomas lentas (de esas que logran que el filme dure más de 2 horas y media) para "relajarse" con otras de una acción descontrolada en la que la cámara gira de aquí para allá registrando la acción en primera persona y en la que la fotografía de Emmanuel Lubezki aporta más de lo imaginable. El ataque del oso que sufre Di Caprio es desgarrador (literalmente) y el espectador puede sentir en carne propia la situación gracias a la cámara que registra una escena que dura minutos en una sola toma y al talento e Di Caprio, mientras que una persecución que tiene lugar ya en la segunda mitad del filme está hecha con tanta maestría y una planificación tan minuciosa que no se puede decir en qué momento se hizo el corte de edición para agregar los efectos especiales de una caída a través de un barranco. Con todos estos halagos, el espectador puede ir tranquilo a ver un filme de impecable manufactura que, sin embargo, no provoca más que sensaciones de encontradas entre tanta violencia descarnada y la sensación que todo está mal en ese mundo, algo que el director busca que suceda pero que puede generar incluso odio por la película en sí misma. Fiel a su estilo nihilista, Inárritu se despacha con una obra darwiniana en la que gana el más fuerte, el que vence a la naturaleza y a sus pares pero al costo de perder su humanidad. Di Caprio le aporta la empatía del espectador con la obra cada vez que recuerda a su hijo o sufre las inclemencias del clima y de sus heridas mientras que los demás personajes sólo transmiten frialdad, y no porque viajen kilómetros y kilómetros a través de la nieve. Sin embargo, The Revenant, al parecer de este ojo crítico, es superior a Birdman, y es probable que también obtenga otros premios de la Academia a pesar de la dura competencia que tendrá por parte de los otros contendientes, que este año son muchos y buenos. The Revenant es, entonces, una de esas películas que todos quieren ver la primera vez pero no saben si volverán alguna vez en su vida para no sufrir más, pero vale la pena experimentarla y degustarla para después contarle a los demás.
Supervivencia épica. Hay historias simples contadas de modo espectacular e historias espectaculares contadas de modo simple. The Revenant pertenece al primer grupo. Se trata de, lisa y llanamente, una leyenda de supervivencia y venganza encarada desde la épica fílmica y se vive en imágenes con una intensidad inusual. La falta de complejidad narrativa es suplida con sofisticación cinematográfica. La fotografía y la edición de The Revenant son excepcionales al límite de la perfección. Gonzáles Iñárritu vuelve a demostrar (como si hiciera falta luego de Birdman) que quizás sea el mejor director de la historia del cine a la hora de filmar planos secuencia. Las escenas de acción y combate alcanzan un realismo pocas veces visto en la pantalla grande y la experiencia es sinceramente impactante. Han agregado ciertos condimentos emocionales al guión, quizás para dotar de más sustancia al relato y sus protagonistas, pero el verdadero mérito del filme es sin lugar a dudas su cinematografía inmersiva y envolvente. Quienes entiendan al cine como un arte de impacto sensorial donde priman las imágenes, van a quedar deslumbrados con El Renacido. Por otro lado, quienes necesiten de una historia sofisticada y mucho diálogo van a encontrarla aburrida. Yo creo que el cine es ambos y disfruto de uno y otro estilo sin condicionamientos. Para mí ha sido una experiencia increíble.
El tan esperado film de Alejandro González Iñárritu, que -para muchos- por fin le daría el premio de la Academia como Mejor Actor a Leonardo Dicaprio, llegó a los cines. ¿Realmente es tan bueno? ¿Leo se merece el Oscar, o se quedará tirado en la nieve, moribundo, viendo como se le viene encima una incesante avalancha de memes? La trama de The Revenant (o El Renacido) es bastante sencilla: ambientada en el noroeste de Norteamérica en 1820, cuenta la historia de una expedición de cazadores de pieles (un oficio muy común en aquella época), a cargo del Capitán Andrew Henry (Domhnall Gleeson, de Star Wars: The Force Awakens y Ex Machina), con la ayuda del rastreador experto Hugh Glass (DiCaprio) y su hijo indígena, Hawk (Forrest Goodluck). Luego de una emboscada por parte de los indios locales (que están en busca de alguien), el grupo de Glass se ve diezmado y gravemente reducido en número, obligado a emprender una retirada y modificar su ruta. Luego, cuando Glass sale a cazar solo, por su cuenta, es brutalmente atacado por una osa parda (¡que no, no se lo viola!) que lo deja al borde de la muerte. Imposibilitado de hablar, y menos aún moverse, el capitán Henry -un hombre leal y justo, que sabe que le debe la vida de sus hombres a Glass- decide que lo trasladen entre todos en camilla hasta el campamento, para que allí sea tratado debidamente. Pero esto no hace más que retrasar aún más la ya difícil travesía de su expedición; ante el descontento de sus tropas, y sabiendo que el grupo de indios les pisa los talones, Henry ofrece una recompensa a quienes decidan quedarse cuidando de Glass el tiempo que sea necesario hasta su natural deceso, para luego enterrarlo debidamente. Los voluntarios son John Fitzgerald (Tom Hardy, de Mad Max: Fury Road), un hombre que ya tuvo ciertos roces agresivos con Glass, y el joven Bridger (Will Poulter, de We're the Millers). Ah, y Hawk, el hijo de Glass, claro; se queda con su padre, que es el único que lo cuida. Y ahí están los tres, sosteniéndole la vela encendida al pobre Glass, esperando a que se muera apaciblemente de una buena vez. El problema es el siguiente: a Fitzgerald le importa tres carajos que Glass muera en paz; él solo quiere volver rápido al campamento, cobrar la platita que le prometieron, e irse bien lejos a comprar un terrenito. Así que decide tomar cartas en el asunto y... apurar los trámites, digamos. Pero luego de enterrar vivo a Glass y mentirles a todos al respecto, resulta que éste -que estuvo siempre consciente y viendo todo lo que ocurría a su alrededor- logra escapar a fuerza de voluntad y mucha baba, poco a poco recobrando sus fuerzas, comiendo lo que puede como puede, durmiendo en los lugares menos habituales (ya van a entender...), y emprendiendo así su viaje de regreso hacia el campamento con un sólo objetivo en mente: vengarse de Fitzgerald. La trama, a pesar de que quieran adornarla como una historia de amor de padre e hijo, o de crecimiento espiritual, es una venganza hecha y derecha. Si bien tiene un ancla emocional en la relación de Glass y Hawk, ese sentimiento es el medio para justificar el fin. Y el fin es hacerlo cagar a Fitzgerald. Así de simple. Hay algunas subtramas que luego terminan no aportando demasiado, pero el principal combustible que lo impulsa a Hugh Glass a pasar las mil y unas es su profundo deseo de revancha. El director mexicano es, a esta altura, y especialmente luego de Birdman, un abonado a los planos secuencia, y en esta oportunidad vuelve a utilizar este recurso constantemente: Iñárritu intenta introducir de lleno al espectador -aún cuando éste no quiera- ahí, dentro de la pantalla, junto a los personajes, con su cámara inquieta yendo y viniendo de un lado hacia el otro, a una velocidad lo suficientemente lenta como para no marearnos y permitirnos apreciar el maravilloso paisaje. El ataque inicial al campamento de tramperos, por ejemplo, es impactante y salvaje; piensen en el desembarco en Normandía que daba inicio a Saving Private Ryan, pero con indios en lugar de nazis y flechazos en lugar de balas. Cabe mencionar que este grado de realismo se debe no sólo a la insistencia del director por meternos en la escena, sino también a la sabia decisión tomada por Iñárritu y su Director de Fotografía, Emmanuel "El Chivo" Lubezki, de filmar los escenarios naturales con luz ambiental. Es que, por si no lo sabías, The Revenant fue filmada sin utilización alguna de luz artificial, exclusivamente con luz natural. Este dato, que quizás para el lector promedio pueda parecer un mero detalle anecdótico y sin mayor relevancia, es de una vital importancia técnica, permitiendo que los colores se vean representados tal cual se percibieron en la locación real, evitando además el granulado y la textura propia de la película química tradicional con alta sensibilidad. Y permítanme dejarlo bien claro: el resultado final es de una belleza absoluta, sensación que se incrementa exponencialmente al recordar que lo que estás viendo en pantalla carece de aditamentos tecnológicos. Además, en varios tramos de la historia, Glass tiene visiones, sueños, donde se le aparece su esposa fallecida; estas visiones son de un carácter increíblemente onírico, por momentos similares a un film de Terrence Malick (The Tree of Life), dejándonos con la sensación de estar viendo una hermosa pintura en una pantalla gigante y a oscuras. Por su parte, al igual que la elogiada fotografía, el diseño de sonido de The Revenant es de la más alta calidad, y otra de las razones que obligan a ver la película en cines (¡nada de torrents, carajo!). Desde el silbido de las flechas zumbando de un extremo a otro de la pantalla, pasando por el crujido de cada rama que existe en el bosque, el croar de cada rana escondida en los arroyos, o el tenue y tímido reposar de los copos de nieve, el sonido es totalmente inmersivo, metiéndote de lleno en la historia. Ahora vamos a uno de los puntos de mayor debate: ¿qué tal la actuación de DiCaprio? Si bien aún no he tenido oportunidad de ver las actuaciones de todos los nominados (aunque Michael Fassbender siempre es número puesto para pelear el premio), lo más probable es que 2016 sea el año en el que, finalmente, y ya sea por mérito propio o por presión del público, Leo se lleve la estatuilla. Pero que quede claro: lo que sufre DiCaprio en pantalla en The Revenant no se veía hace rato en un actor de este calibre. Su Hugh Glass se la pasa imposibilitado de hablar -debido a la gravedad de sus heridas-, babeándose, arrástrándose, con los ojos rojos de furia y sed de venganza durante gran parte de la duración del film. Por supuesto que The Wolf of Wall Street requirió una actuación muchísimo más completa de su parte -se trataba de un personaje que atravesaba prácticamente todos los estados emocionales-, pero aún así no se lo ganó. Aunque... seamos sinceros: a los miembros de la Academia de Hollywood les atraen los personajes sufridos. Y Hugh Glass sufre. Mucho. Y ya que estamos, debemos mencionar la tan hablada escena del ataque del oso (osa, bah). Sí, ya sabemos: más de uno pensará "A esta altura, luego de haber visto dinosaurios vivos como Susana, galaxias enteras, invasiones alienígenas, árboles que hablan, y tantas cosas más... ¿tanto lío por un oso?". Por un lado, quien piensa eso tiene algo de razón. Pero por el otro lado, la interacción entre la osa y DiCaprio es tan fluida, tan natural, que realmente parece que hubieran adiestrado al animal para que lo sacuda y lo zamarree de un lado al otro al actor. Es impresionante. El resto de las actuaciones también son muy buenas, destacando por supuesto a Hardy y a Gleeson: la reacción que tiene cada uno, diametralmente opuesta, al enterarse de que Glass permanece con vida es sobresaliente. Algo que me llamó poderosamente la atención es lo siguiente: durante la mayor parte de sus 156 min. de duración, Iñárritu intenta hacernos parte integral de la historia; quiere que suframos con Glass, quiere que experimentos su dolor (físico y emocional), que tengamos frío -de hecho, mis compañeros espectadores lo sintieron... ¡pero por lo alto que estaba el aire acondicionado!-. Sin embargo, hay ocasiones donde el director elige romper la cuarta pared entre film y espectador, y recordarnos que esto es una película. La primera de estas situaciones (que, de hecho, ocurre un par de veces) es cuando la cámara está tan pero tan cerca de los personajes, que el lente se empaña. Otro momento es cuando, durante la pelea final entre Glass y Fitzgerald, la sangre salpica el lente y queda ahí durante algunos minutos, "manchando" la imagen. Pero sin lugar a dudas el momento más alevoso de todos es cuando Leonardo DiCaprio mira directo a la cámara, nos mira directo a los ojos; y no al pasar, sin querer, no no: se queda ahí, inmóvil, observándonos fijamente. Más allá de la intención del director, de lo que nos quiere decir, esto, personalmente, me generó cierta... incomodidad, sacándome del verosímil, desconcentrándome; convengamos que me senté en la sala para ver a Hugh Glass, no a Ferris Bueller o a Deadpool. Ah, una advertencia final: si sos fácilmente impresionable, no veas El Renacido. Si no te gusta ver sufrir a los animales, si sos de esas personas que ve una foto de un perrito con dos patas en Facebook y siente un hachazo en el pecho, no vayas. Porque posiblemente la vas a pasar mal. La película es bastante gráfica y no escatima en imágenes de cierta crueldad hacia los animales (aunque es todo mentirita, obvio, pero bueno...) VEREDICTO: 8.50 - DIGNO GANADOR El Renacido es un film visceral, crudo y, a su vez, casi de manera antagónica, de una calidad técnica sublime e indiscutida: fotografía, sonido, puesta de cámara, locaciones... todo es del más alto nivel y merece ser premiado en cada rubro. Aún así, la trama no deja de ser una historia de venganza y no mucho más. Y ciertamente podría estar un poquito editada, durar 10 ó 15 minutos menos. En cuanto a DiCaprio: no jodan, dénle el Oscar de una buena vez, pobre hombre. ¡Se comió un hígado crudo! ¿Qué más pretenden de él?