Buenos Aires, 1971. Un joven carilindo, de ojos celestes y enrulado pelo rubio camina por una tranquila zona de casonas. De golpe, salta el cerco de una de ellas y, luego de constatar que está vacía, irrumpe en el lugar con total desparpajo: se toma un whisky, pone música y descubre el lujoso universo interior. Así se presenta en El Ángel a Carlitos (el debutante absoluto Lorenzo Ferro en un trabajo consagratorio), que no es otro que Carlos Eduardo Robledo Puch, probablemente el asesino serial más famoso de la historia criminal argentina (11 asesinatos y 42 robos en apenas un par de años). El cine argentino en general y los hermanos Ortega (Luis, director y coguionista; Sebastián, productor) en particular parecen haberse fascinado en los últimos tiempos por célebres delincuentes. Primero fue la familia Puccio en El clan, de Pablo Trapero; y en la miniserie Historia de un clan, de Underground (coproductora de El Ángel junto con K&S Films) y ahora es el turno de este adolescente que conmovió a la sociedad de entonces y hoy, 45 años más tarde, es el preso más antiguo de la historia penal argentina. Lo primero que hay que decir de El Ángel es que es una película fascinante, seductora, narrada con brío y elegancia (notable aporte del DF Julián Apezteguia). El tono elegido está completamente alejado de la denuncia horrorizada, del psicologismo tranquilizador, de la demonización y del ensayo sobre la culpa. Es más, si hay un riesgo que corre la película es el de ser demasiado canchera y cool (con cierta influencia tarantinesca en la estilización visual, el off y el uso de hits de los '70 de Billy Bond, Pappo, Manal, Leonardo Favio, Johnny Tedesco, La Joven Guardia y -sí- Palito Ortega) e incluso exaltar por demás a su criatura. A nivel narrativo no hay dudas: es adrenalina pura, con algunas escenas de potencia scorseseana. Si en los Puccio el eje era la familia, aquí las mismas tienen mucho menos peso: no hay un plan cerebral, planes orquestados, golpes minuciosamente planeados, sino algo más cercano al libre albedrío, a la impunidad, a una cuestión impulsiva y hasta podría decirse fruto de un don y de un llamado del orden de lo místico. Carlitos está como poseído, abstraído en muchos casos del mundo real y para él (por lo menos al principio) todo forma parte de un juego, de una ficción de la que es parte pero de la que no tiene demasiada conciencia. Si bien los padres de Carlitos (Cecilia Roth y el chileno Luis Gnecco) y los de Ramón, compañero de colegio, socio de fechorías y eje de una latente relación homoerótica que interpreta Chino Darín (Mercedes Morán y Daniel Fanego) tienen su importancia en la trama (más los segundos que los primeros), el eje de las dos horas del film pasa por las desventuras del protagonista (Ferro está prácticamente en todos los planos) y sus compinches (en la segunda parte se suma Peter Lanzani). Ortega está claramente seducido por su protagonista y logra, por lo tanto, que el espectador se identifique también con él. Es un desafío y un riesgo del que sale airoso construyendo un universo por momentos surrealista con un (anti)héroe escindido de la realidad y dando rienda suelta a sus instintos más primitivos, rebeldes y espontáneos. Un golpe al corazón de la sociedad convencional y conservadora dominada por los prejuicios y la doble moral. En El Ángel, queda claro, el infierno está encantador.
Es imposible no asociar este film a El Clan (Trapero). Ambos se basan en casos policiales que estremecieron a la Argentina por su gravedad y desenlace, para luego permanecer en el imaginario popular. Casos clave, representativos, de los que se habló y se habla; prueba de ello son los libros, las películas y las series televisivas. Luis Ortega fue el responsable de Historia de un Clan, casi en simultáneo al estreno de El Clan pero en formato televisivo. Sus películas anteriores trataban sobre conflictos en ambientes periféricos (Monoblock, Caja negra), convirtiendo el bajo presupuesto en estilo. Historia de un Clan fue el puntapié inicial para atraer inversores y apoyar este nuevo film, su salto a la producción de gran formato. Tras llevar ingeniosamente a destino dicha serie televisiva que alcanzó notorios picos de audiencia, Ortega apunta ahora a otra leyenda de nuestra historia criminalística, el asesino serial Carlos Robledo Puch. La principal revelación del film (sin quitarle mérito a Ortega) recae en la actuación de Lorenzo Ferro, quien interpreta a un Robledo Puch adolescente más cínico que angelical. La primera escena lo deja claro: sus padres no podían concebir, por lo que la madre (Cecilia Roth), luego de ser aconsejada por un cura, le pide a Dios. El joven Puch, entonces, se considera un ángel, un enviado del cielo. No cree en la propiedad privada, todo es de todos y por eso roba. La prensa, encima, lo apoda “El Ángel de la Muerte”. Sus robos iniciales consisten en cosas materiales, ni siquiera para beneficio propio o reventa. El film (que por momentos parece ser demasiado condescendiente con el personaje) aclara que ese accionar es producto de su naturaleza. Eximido de moral o responsabilidad sobre sus actos, El Ángel cuenta su historia en primera persona. En la escuela industrial conoce a Ramón (Chino Darín), un tipo sombrío como él que pronto se convierte en su compinche para el delito. Ramón brinda el nexo para que Ortega pueda mostrar en pantalla otra de las facetas de Robledo Puch: su orientación sexual, claramente vinculada a sus actos. La atracción hacia Ramón no va más allá de la vida criminal, pero sí deriva en celos y en un desenlace por demás adecuado al comportamiento del adolescente. El film tiene una estética muy definida que ambienta los años 70 a la perfección. A esto lo refuerza una selección musical que incluye clásicos de la época como “El extraño de pelo largo” y otros de Ortega padre, Billy Bond, Pappo, etc. Los lugares frecuentados por los personajes (clubes nocturnos, mansiones donde cometen atracos, locales céntricos, una armería) describen una ciudad casi desierta en la que las fuerzas policiales buscan sospechosos por todos lados (los hechos transcurren en 1971). Como el extraño de pelo largo, Robledo Puch vive a contramano de tal coyuntura, “sin preocupaciones” y sin importar las consecuencias. Su habilidad para zafar de situaciones extremas es notable. Una decena de asesinatos y cuarenta y dos robos (declarados) hicieron que Robledo Puch sea en la actualidad el prisionero más antiguo dentro del sistema penitenciario local. A diferencia de lo que observamos en El Clan, la utilización de una técnica casi scorseseana genera aquí un resultado mucho más efectivo. Ortega retrata con acierto uno de los ejemplos de rise and fall más recordados por los argentinos.
Sin duda, El ángel es una película de otra magnitud en la carrera de Ortega. La reconstrucción histórica solamente implica una forma de producción de la que su cine prescindía. De Caja negra a El ángel han pasado muchos años y las diferencias no son solo atribuibles al tiempo: el plantel de actores, la banda de sonido y el diseño de arte pertenecen a otro concepto de cine. Ortega empieza aquí su carrera de cineasta industrial.
GUN CRAZY. Una vez que empieza El Ángel, que la historia esté basada en la vida de un personaje real tiene cero importancia. Nada de lo que ocurrió realmente tiene valor alguno. Les aconsejo que no averigüen nada sobre su protagonista ni sus actos. La película no intenta aportar información, ni cierra con carteles explicando lo que aconteció posteriormente al desenlace de la historia que, dicho sea de paso, tampoco contaremos aquí. Así debería ser con todas las películas basadas en hechos reales, pero en este caso es importante hacer la aclaración porque es obvio que al guionista y director Luis Ortega les resulta ajena la intención de de mostrar al verdadero personaje que inspiró al film. Sin duda Luis Ortega, director de pequeños films, algunos destacables, como Caja negra y Monobloc, ha vuelto al cine con una producción grande y resulta difícil imaginar vender esta historia protagonizada por un actor desconocido si no tiene algún tipo de atractivo comercial. Una vez hecha la película, y una vez que el público entra a la sala, lo único que importa es la película que tenemos delante. Con un cuidado mayor que sus exitosas ficciones televisivas, El Ángel resulta mucho más cercana al origen cinematográfico del director. Aunque suena a una ironía, El Ángel se acerca más a El Clan de Pablo Trapero que a la miniserie Historia de un clan que ese mismo año hizo el propio Ortega. En particular en lo que refiere a confiar en el lenguaje del cine, en no dar tantas explicaciones, ni bajar línea. Carlitos es un adolescente de clase media, que estudia en un colegia privado, que ha tenido problemas de conducta y que, desde el inicio del film, sabemos que le gusta robar. Es un marginal sin urgencias económicas, agarra lo que quiere, no para obtener una ganancia, sino para usarlo y desecharlo después o regalarlo, eso es lo máximo que hace al inicio de su carrera delictiva. Ser rubio y carilindo lo vuelve poco sospechoso, su familia es tradicional, honesta, sin problema alguno con la ley o la sociedad. No hay explicación psicológica ni trauma para Carlitos, él nació para vivir al margen de la ley y así vive. Poco a poco irá creciendo en sus actos delictivos, en particular en su asociación con un compañero de colegio y su familia también dedicada al delito. Como crónica policial, la película aporta poco y nada. La policía parece preocupada por otras cosas, amenaza reiteradamente con torturas y se presenta finalmente de forma alocada como en el final de The Blues Brothers de John Landis. Carlos es un joven irresponsable, que vive en su propio mundo, que pierde la noción de realidad y desconoce la gravedad de sus actos. Asesinar le resulta casi irreal, dispara por reflejo, tiene talento y vocación de ladrón, aun cuando nunca deja de jugar durante sus crímenes. Le preocupa más un cuadro que un hombre herido de muerte, se prueba unos aros en mitad de un atraco, no pierde oportunidad de bailar al ritmo de un tema de moda. Se podrá decir mucho sobre el personaje, excepto que refleja a Carlos Robledo Puch. Tal vez en el futuro se haga una miniserie de ficción o un documental de varios sobre su figura, pero por ahora no hay nada en El Ángel que aporte información policial, histórica o psicológica. La película de un cuidado estético digno de mención, con una banda de sonido verdaderamente brillante, con actores carismáticos e inquietantes al mismo tiempo, sin duda cumple su retrato fascinado de un joven que en teoría tenía todo para llevar una vida normal y decidió salirse por completo del sistema. Ese el verdadero perfil que busca trazar Ortega, ese es su personaje. No se ve una agenda política o ideológica que supere ese tema, aun con los pequeños apuntes laterales que la historia posee. Juzgarla desde ahí sería como juzgar Goodfellas de Martin Scorsese desde ese lugar, cosa que no está prohibida, pero no parece la intención del directo. Sin duda Ortega es mucho más amoral que Scorsese. Acá no hay una reflexión final, ni un aprendizaje. No por casualidad la película termina prácticamente igual que como empieza. Hay consecuencias por las acciones, pero el relato termina antes de que se produzca ese cierre. Esa alegría del protagonista es más angustiante que la certeza moral de saber que es un criminal sin arreglo y debe pasar el resto de su vida en la cárcel. Si el film hubiera respetado la historia real, se habría perdido el corazón mismo de la película e incluso el propio director no habría tenido interés en él. Por suerte, la ficción se impone por encima de la realidad.
La primera escena de “El Ángel” (2018), de Luis Ortega, dictaminará todo el devenir del relato y la simbiótica relación que el protagonista, interpretado por el debutante Lorenzo Ferro, mantendrá con el espectador. Ese vínculo, estrecho y sólido, de total empatía a expensas de su recorrido delictivo, plasmado de manera impactante en imágenes y acciones que omiten juzgar, dejando a la audiencia esa tarea, es uno de los puntos más fuertes de la propuesta. La violencia y los hechos son tolerados porque, desde, y por, el carisma de “Carlitos”, ese asesino que mató y cometió robos con total impunidad y que supo desafectarse de la realidad que lo contenía con otra diferente, atrapa. Ferro hipnotiza, con sus diálogos cortos, su mirada seductora, y bucles que lo hacen aniñado, Shirley Temple del hampa local. Inspirada en la vida del recluso más longevo de la Argentina, Carlos Robledo Puch que mantuvo en vilo a la prensa y la sociedad durante los años ’70 del siglo pasado, “El Ángel” decide transitar un camino diferente al imaginado y esperado. Si bien su regodeo con los robos, con la sexualidad de “Carlitos”, con cierto desparpajo en el vínculo que tiene con su coequiper Ramón (Chino Darín), con acercamientos a los personajes secundarios y con sus decisiones, podrían alejar la relación con el espectador, la atracción del protagonista exige, aunque esté en el 99 por ciento de las escenas, su rápido retorno a la pantalla cada vez que sale de cuadro, por lo que ya no importa qué se cuenta, sino cómo se lo hace. Carlitos delinque, se arriesga cada vez que roba, porque es su manera de gritarle al mundo que está vivo. Harto de la escuela, las obligaciones, la formalidad del trato en su casa, con padres (correctos Cecilia Roth, Luis Gnecco) que no entienden su manera de salir al mundo, son solo tomadas como circunstancias en su vida, hasta que cae en las manos de Ramón y su familia (solventes y divertidos, Merecedes Morán, Daniel Fanego), allí comienza su relato y el devenir en el que encuentra su forma de ser. “El mundo es de los ladrones y de los artistas, el resto tiene que salir a laburar” dice en un momento, y desde allí el universo de música, estética, vestuario, reconstrucción que Ortega propone, recobra sentido e impulsa esa conexión hacia otro lugar. Carlitos se esconde con Ramón en una pensión de mala muerte, en un acto, que lo pinta tal cual es, le deja a un linyera un broche valioso. Carlitos roba por aventura, mata por diversión, no es consciente, o al menos es lo que se nos presenta, de aquello que lo está empujando fuera de los cánones y parámetros sociales. Se frustra cuando Ramón prefiere las luces de la televisión a estar con él. Desde allí, a “El Ángel” no se le pedirá, fidelidad con el caso, con los hechos que se narran, al contrario, sólo se buscará la continuidad de ese eterno presente, fugaz y hermético, donde conviven gemelas, motos, camperas de cuero, pulsiones sexuales, obras de arte y armas. Al avanzar en su aventura, Carlitos se olvida de todo, y comienza a narrar en primera persona su paso por el mundo, su hipnótico encuentro con los padres de Ramón, los desengaños con éste, la incorporación de un tercero a los robos, y, principalmente su soledad. Y si bien, a diferencia de sus producciones anteriores, en donde el minimalismo iba acompañado de una sencillez en los planteos, la opulencia y la ambición que acompaña esta propuesta, se condice con el principal enunciado de esta especie de “Bonnie and Clyde” urbana, en la que la composición de Ferro como ese villano entrañable, potencia su lograda propuesta y borra todo gesto dañino en cada acto de Carlitos.
Violencia y libertad El Ángel (2018) supone por un lado la reconversión definitiva del realizador y guionista Luis Ortega al mainstream, luego de un largo derrotero en el indie y recientemente la televisión con Historia de un Clan y El Marginal, y por el otro la primera ficcionalización del raid criminal de Carlos Robledo Puch, uno de los delincuentes más notorios de la Argentina y el preso con más años en el sistema penitenciario de nuestro país. La película funciona a la par como un retrato de época, léase fines de la década del 60 y comienzos de los 70, y como una suerte de exaltación de los criminales en general -y no sólo de Puch en particular- en tanto representación de un anarquismo libertario que no acepta las pautas y esquemas de la sociedad castradora de siempre, ya que en pos de satisfacer su ego vulnera cada uno de los pequeños baluartes del “sentido común” y de la comunidad que lo originó. Ortega reconstruye la andanada de robos y asesinatos del protagonista pero curiosamente decide dejar de lado las violaciones a puro conservadurismo formal/ ideológico/ comercial, algo que asimismo pretende maquillar vía su innegable simpatía hacia el homicida y un planteo que corre de la mano de la hipótesis acerca de la conexión entre su homosexualidad y su supuesta fascinación con su cómplice Jorge Ibáñez: más preocupado por moldear una estampa de antihéroe vagamente contracultural, a la vez producto y superación de aquel convulsionado período que daría vida al Proceso de Reorganización Nacional o nazismo versión autóctona, que en respetar los hechos y obedecer a su crudeza, el cineasta opta por erigir una figura mucho más romántica que la real en función de los engranajes más clásicos del film noir y algún que otro detalle que subraya su pasado freak e independiente. La movida es definitivamente polémica si uno tiene presente el cruento derrotero de Puch, no obstante hay que reconocer que Ortega sale bien parado porque logra redondear una propuesta impecable a nivel de la dirección de arte y bastante atractiva en materia de la narración en sí, constantemente jugando con el lirismo subyacente a la violencia y la represión sexual del por entonces muchacho aunque quedándose un poco corto en lo que atañe a la verdadera visceralidad explícita/ implícita (de todos modos, este es un problema general del mainstream contemporáneo, el cual se muestra de lo más remilgado y chato en temáticas como la marginación, el sexo y el dolor de consecuencias concretas). Aquí en especial sobresale el trabajo del debutante Lorenzo Ferro encarnando con carisma y gran osadía al protagonista, un burgués de Vicente López que de la cleptomanía salta al sadismo. El resto del elenco sabe acompañar e incluye al Chino Darín, Daniel Fanego, Mercedes Morán, Luis Gnecco y Cecilia Roth, todos funcionales a un relato que retrata el armado de una banda criminal símil western pero sin ofrecer demasiadas precisiones sobre el trasfondo psicológico de turno más allá del homoerotismo ya señalado, circunstancia que traiciona el contexto verídico y en simultáneo conserva el misterio alrededor de semejante personaje, una paradoja tendiente a reafirmar las contradicciones del arte y la cultura en general y la misma riqueza y limitaciones de cada postura/ perspectiva adoptada. A pesar de que el trabajo en esencia es un exploitation de El Clan (2015) de Pablo Trapero, Ortega consigue imponerle su dejo lúdico y algo naif al proyecto a través de detalles contemplativos y sutiles -sustentados en su mayoría en la excelente banda sonora- que traen a colación la apología para con un señor que continúa preso sólo a raíz de la hipocresía de la sociedad argentina y el sistema judicial, ya que así como cualquier cumplimiento efectivo de pena por los mismos hechos ronda los 25 o 30 años, el hombre debería haber salido hace un par de décadas del presidio: entre unos medios de comunicación amarillistas, su fama de “nene bien” volcado a la vida criminal y esas cárceles/ campos de concentración que no reforman a nadie, la historia daba para más y reclamaba no poner punto final en su arresto de 1972, incluso así la película cumple bastante bien para el nivel del cine de género de hoy en día…
El inicio lo dice todo. El Ángel comienza con un joven de rulos desprolijos y contextura menuda ingresando a una lujosa casa vacía. Pone un disco y baila al ritmo de “El extraño de pelo largo”. ¿Así arranca la película sobre Robledo Puch, el mayor asesino de la historia argentina? Sí. Porque no es el relato macabro lo que veremos, sino una visión libre -versión libre- de un personaje inescrutable, fuera y dentro de la pantalla. El Ángel está en los detalles Esta nueva y esperada película de Luis Ortega encuentra sus mayores aciertos en los detalles. Y es gracias a eso que, tras dos horas de una historia sobre un asesino brutal, salís del cine tarareando una canción de Palito Ortega. Hablame de la magia del cine. La película no nombra a Robledo Puch hasta los últimos minutos y no es casual. El Ángel muestra al hombre-niño antes de ocupar titulares, cuando solo era Carlitos. No esperes ver una biopic. No esperes ver una película como El Clan, que muestre la oscuridad y la perversidad de un asesino famoso por su sangre fría. El Ángel es otra cosa. Es un retrato alegre, sí, alegre, colorido, desprejuiciado y libre sobre lo oscuro e inexplicable. Y ahí radica la lucidez. Lejos de ir por el camino obvio, Luis Ortega es audaz y libre para contar una historia que atrapa de principio a fin, focalizando el relato en el personaje de Robledo Puch. Le quita almidón al mito y lo presenta como un chico impulsivo al que no tiene demasiado sentido buscarle explicación. Canciones y estética salvajes Excelente banda sonora (escuchala acá). Te resignifica “El extraño de pelo largo” de un modo que no la podés creer. La música como contrapunto de la imagen es extraordinaria. El arte y la fotografía son acertadas al seguir la misma línea: poner color y estridencia en el lugar menos pensado. Se trata de la historia de “asesinos lindos” y esa premisa se lleva al extremo. Incluso los posters de la película reflejan esa belleza. Actores de El Ángel: un reparto de rockstars Lorenzo Ferro como Carlos Robledo Puch la rompe. El pibe te comienza la película derrochando desparpajo, con una mirada que no es cualquier mirada. El tipo mira, te mira, y ahí está todo. Cargar el peso de una película sobre un debutante es un riesgo enorme, pero la valentía tiene recompensa. Ferro se desenvuelve con una soltura total y una irreverencia innata. Born to be wild. Chino Darín está perfecto como su cómplice. Hay una escena en la que baila y hace playback de Palito Ortega que es todo. Aunque suele hacer dramas y acá interpreta a un asesino, su escena más memorable es, si se quiere, graciosa, absolutamente querible. Maravilloso. Para completar el reparto de caras bonitas -una decisión deliberada de Luis Ortega que contó en la conferencia de prensa que podés ver acá – llega Peter Lanzani, que no para de elegir buenos papeles. ¡Bien por él! El Ángel completa su elenco de actores de primera línea de los que no hace falta decir más: Mercedes Morán, Cecilia Roth, Daniel Fanego y Luis Gnecco. La película argentina sobre Robledo Puch No esperes ver El Clan, aunque es difícil no compararlas. El Ángel, toma otro camino, igual de válido, y nos cuenta una historia inspirada en Robledo Puch, el máximo asesino de la historia argentina. Se corre de lo convencional con lucidez y anda libre. No se trata de violencia lírica sino de un punto de vista diferente y atrevido. ¿Vale la pena? Cada minuto. Puntaje: 10/10 Duración: 126 minutos País: Argentina / España Año: 2018
Mirada de ángel “Eso de lo tuyo es tuyo y lo mío es mío a mi no me va, cuando quiero algo lo tomo” con esa frase comienza El Ángel (2018), la película de Luis Ortega (Lulu) que participa del 71 Festival de Cannes. Toda una declaración de principios de su protagonista (Lorenzo Ferro) presentada al espectador. A través de sus ojos vemos sus actos delictivos, mediante ellos, nos introducimos dentro de su mente rebelde y sociópata, según quién la juzgue. El Ángel surge como una consecuencia lógica de El Clan (2015), otro caso emblemático de la historia criminal argentina que marcó a fuego la violenta década del setenta. Misma producción (de K&S y El Deseo) en la adaptación libre del delincuente Robledo Puch, denominado por la prensa como “el ángel negro” por su cara de niño afeminado, en contra de cualquier estereotipo de criminal. La historia tiene eje en su relación con su cómplice y compinche Ramón (Chino Darín), un compañero de colegio con quién realiza varios atracos. De ahí surge otra línea narrativa: si la primera es la cronología de robos y ascenso en el mundo del hampa, la segunda desarrolla su indefinición sexual expuesta en una sensual atracción por su compañero. Ambas líneas van creciendo en fuerza dramática con los minutos. Lo interesante de la película es desde dónde se elige narrar los acontecimientos, y ese lugar no es otro que la propia subjetividad del joven Robledo Puch. Su mirada es la de un adolescente que desafía los límites de la autoridad. Percibe el mundo que lo rodea como una ficción en la que él tiene el rol protagónico. Así se mueve y deambula por los espacios, con total libertad y desfachatez propia de quién desconoce las consecuencias de sus actos, o simplemente piensa que forman parte de la farsa en la que participa. El personaje burla las propiedades privadas y los objetos de otros del mismo modo que se burla de la sociedad. Luis Ortega asume un riesgo en reposar la mirada en este personaje de dudosa moral, pero logra que la película redoble la apuesta y abra un abanico de significaciones a su alrededor. Para hacerlo distingue a su personaje primero por su característica fundamental: su particular rostro y físico. “Te pareces a Marilyn Monroe” le dice Ramón, en una frase inesperada para un delincuente en potencia. Los otros personajes son aquello que el prototipo indica: su padre (Luis Gnecco), un vendedor a domicilio, es el típico hombre frustrado de clase media que no quiere problemas en su hogar. Su madre (Cecilia Roth), una sumisa ama de casa que llora por su hijo por las noches. Su compañero Ramón (Chino Darín), el macho alfa, es varonil, fumador, porta una rústica campera de cuero y demuestra rudeza en sus modales, mientras que sus padres, (geniales Daniel Fanego y Mercedes Morán) son un ex presidiario de pocas palabras asociado al mundo del hampa y ella, una mujer a quien la seduce jugar al margen de la ley. Por contraste, “carlitos” es la antítesis de los delincuentes: un chico de clase media, sin carencias económicas ni afectivas. Los objetivos también los separan, mientras él roba y mata sólo porque “puede hacerlo”, el resto persigue objetivos económicos, roba por el botín. Su actitud anti sistema se asocia a una idea de libertad muy atractiva para el espectador. El Ángel es un potente producto policial argentino, con una reconstrucción de época y resoluciones visuales de ciertas escenas que demuestran el gran nivel técnico de la película. En el trabajo del sonido, donde aparece una exquisita banda sonora con los mejores temas del rock argentino de los años setenta, también se trasmite la subjetividad del protagonista. Sin juzgarlo ni justificar sus actos, sino tratando de mostrar de manera audiovisual, los argumentos tan válidos como extremos de una mente criminal.
El ángel, de Luis Ortega, recrea la estela criminal de Robledo Puch desde el mito pop, en una fábula estilizada y plagada de citas sobre el final de la inocencia. Quien espere de El ángel una biopic del asesino serial Carlos Robledo Puch se encontrará con la refutación de dicha veracidad: la simetría entre la primera y última coreografía solitaria que Puch (Lorenzo Ferro) despliega a pulso de rock nacional retro eleva al personaje por encima de la progresión dramática, la profundización moral y la oscuridad criminal. Puch y su compinche Ramón Peralta (“Chino” Darín) son artistas (y podría decirse, modelos, actores) que escenifican la apropiación que Luis Ortega hace de un mito urbano y de una época precisa, el angelical y previolento comienzo de la década de 1970, con el fin de activar un artefacto de citas, pastiches y homenajes. Ortega fusiona la narración de eficacia mainstream de sus incursiones televisivas (El marginal, Historia de un clan) con su poco conocido cine de reverencias místico-rebeldes (su anterior, Lulú, puede considerarse antecedente depurado de la hiperconsciente El ángel) en un filme que celebra la ternura ilegal, fantasiosa y existencial en un fuera de campo histórico que se pone pesado. “La gente está loca, ¿nadie considera la posibilidad de ser libre?”, se pregunta Puch al pasearse por las mansiones que profana con su delgada y ligera presencia, mientras que sus asesinatos distan de parecer tales (son accidentales, fortuitos, defensivos, por ahí Puch dice: “Yo no creo que estos tipos estén muertos, si es un chiste todo esto”) y la auténtica inquietud se asoma cuando un jefe de Policía lo acusa de guerrillero, en un contraste entre ilusión y realidad que se acentuará al final. Anticipándose a la inminente recreación tarantinesca de los homicidios del clan Manson, Ortega adopta la figura de Puch para trazar una fábula del fin de la ingenuidad estética y política con la imaginería pop –que nacía entonces– como matrix especular: allí están el frenetismo blues de Manal, los hits tempranos de La Joven Guardia y un vinilo de Billy Bond; el vestuario cool a la moda (camperas de cuero, poleras de cuello alto, vaqueros Oxford, patillas, bigotes, trenzas hippies); menciones a los icónicos Gardel, Evita, Perón, el Che, Frank Sinatra y Marilyn Monroe; el despertar de la homosexualidad reprimida en un filme obsesionado con los genitales masculinos (que evoca soterradamente la tradición gay-ilegal de Villon-Rimbaud-Genet-Arlt); el cruce con el efervescente mundo del arte (Puch coquetea con un joven Federico Klemm) y la autorreferencia explícita a la intervención de la familia Ortega en la cultura popular en una versión de Tengo el corazón contento que el aspirante a famoso Peralta ensaya en una aparición televisiva blanquinegra. El ángel es en definitiva un remix de la argentinidad entendida como dialéctica entre inocencia de clase media y corrupción elitista-institucional (la pobreza aparece en una veloz escena de extrarradio), con Puch como lumpen desclasado que sin embargo toca el Himno en el piano, come la emblemática milanesa con puré que le sirve su madre y busca la cama como consuelo. En su abordaje estilizado, es posible que el filme también sugiera que el cine ya no mata como antes.
Un ángel con mucho de demonio El director Luis Ortega realizó una versión libre para cine de la vida Carlos Robledo Puch basada en el libro de Ricardo Palacios El ángel negro. por Javier Erlij Un film con formato de biopic hubiera sido lo más reduccionista para retratar la vida de Robledo Puch cayendo en un formato más documental pero atreverse a ir más allá de ceñirse a los “hechos reales” es una proeza en el caso del realizador. Ortega logra un abordaje distinto para contar un personaje policial de un adolescente que rompió el paradigma lombrosiano de “portación de rostro”, ya que era un jóven rubio de familia de clase media argentina. El realizador no juzgan el mundo adolescente de Carlos ya que no deja de ser un puber pero capaz de haber perpetrado crímenes. Puch no es nada mas ni nada menos que un producto acuñado desde el seno de nuestra propia sociedad. La música es un componente que marca cada momento del film con canciones de los años 70.A su vez el cineasta impregna ciertas dosis de humor donde la realidad de otro modo sería asfixiante de contar. La acertada elección de Lorenzo Ferro para componer a Puch sumado a un sólido elenco donde los personajes de los padres está a cargo de Cecilia Roth como una madre que no puede con su hijo, para el rol del padre Luis Gnecco que no pasa más de amenazar pero incapaz de establecer un vínculo afectivo con su hijo. El primer compañero como socio en el delito por el que "El ángel" sIente desde una atracción homoerótica amistosa está compuesto por una creíble actuación del Chino Darín, la interpretación de los progenitores a cargo de Mercedes Morán en una lasciva matrona y el padre por Daniel Fanego como un malévolo que inyecta miedo con mezcla de humor. Luis le sumó una estética, frescura y clima de época que hacen una película potente para disfrutar de principio a fin con sólidas actuaciones. Una película que es celebrada como una fiesta para el cine nacional. Puntaje: 9
El cine siempre tuvo la dicha de contar historias sobre policías rectos, auténticos defensores de los derechos de los ciudadanos e inquebrantables ante cualquier hecho delictivo. Sin embargo, al final de cuentas, la gran pantalla tiene una debilidad ante estos personajes desdichados, incomprendidos bajo un mundo de reglas y autoridades. El cine prefiere a los ladrones, los sinvergüenzas que se ríen y mofan de las preseiones morales y éticas que presenta la rutina diaria de los bien intencionados de ser ciudadanos hechos y derechos. El lado oscuro siempre es más seductor, atractivo, divertido o llamativo. Bienvenidos a El Ángel (2018), la película de Luis Ortega (Monobloc, Lulú, Historia de un Clan) que recorre la vida de Carlos Robledo Puch en sus primeros pasos criminales hasta llegar a ser el preso más joven de nuestro país. El Ángel, protagonizada por Lorenzo Ferro, Chino Darín, Mercedes Morán, Daniel Fanego, Luis Gnecco, Peter Lanzani, Cecilia Roth es una de las apuestas cinematográficas nacionales más importantes del presente año, co-producida a nivel internacional por Argentina-España; K&S Films / Underground Contenidos, El Deseo y Telefé. La adolescencia es una etapa donde cada persona empieza a desenvolver su personalidad y a conocerse a sí mismo. En este caso, Carlos Puch (Lorenzo Ferro), en plena época escolar, comprendió cual era su vocación en el mundo: ser ladrón. Potenciado por la atracción, tanto sexual como también por empezar a desarrollar sus habilidades en este ámbito, emprende junto a Ramón (Chino Darín) un viaje de violencia y asesinatos cada vez más oscuro e inconsciente. El Ángel se desarrolla a la perfección como una historia atrapante gracias al carisma de su protagonista -a pesar de haber sido una verdadera apuesta de los productores por la inexperiencia de Ferro-, un cast estelar que lo sostiene haciéndolo brillar en cada escena y una producción ejemplar al llevar a escena la época de los ’70 desde la vestimenta y locaciones hasta la música, otorgando también una fotografía que marcan el estilo y la esencia de la película. En cuanto al guión, la película no maneja bien el ingreso del personaje de Peter Lanzani, además de tomarse la libertad de no explicar o resolver ciertos conflictos para no entorpecer el desarrollo de la trama. La película ocupa su tiempo en desarrollar el despertar sexual de su protagonista y su atracción por su amigo Ramón, evitando socavar más en los conflictos de Puch relacionado a la violencia y su irreverente personalidad. Luis Ortega prefirió abocarse a las diferentes cuestiones de la adolescencia de Puch, el futuro muy lejano y una vida plena que no conoce responsabilidades ni consecuencias de sus actos, entre risas, chistes y comentarios; todo esto, en un escenario de violencia y oscuridad. El Ángel es un retrato de dos horas sobre la mente y la visión -a veces ingenua- de un niño sin conciencia sobre la muerte, quién vive bajo sus propias reglas y moral. Tan contradictorio es el andar de Puch que esto se evidencia hasta de su aspecto: un demonio que juega, se divierte y vive su propia realidad, su ilusión mientras deja en su camino crímenes sin escrúpulos. El Ángel es una película sarcástica y desfachatada por mostrar a un asesino desde otro lugar dejando al espectador la elección y forma para juzgarlo, una visión del director por lo menos polémica al evitar en el film aspectos mucho más oscuros y graves de este dúo del crimen, como las violaciones y asesinatos que cometieron. Se trata de una película con una puesta en escena que genera un ambiente incómodo, seductor y con mucho carácter, todo esto acentuado gracias a un único actor como resultó Lorenzo Ferro. En cada una de sus intervenciones, desfachatadas, incorrectas, fuera de lugar, ácidas y con carácter, Ferro terminó de acentuar todo este mundo de ingenuidad y ladrones que propuso Luis Ortega. La puesta en escena de El Ángel actúa también como una pieza fundamental para entender la esencia del personaje y de la película: con música de Palito Ortega (La casa del sol naciente), Norberto Napolitano (Llegará la paz, Sucio y desprolijo), un vestuario cuidado en detalle en cada uno de sus personajes y locaciones que le otorgan un plus al film. El Ángel, como realización audiovisual, es un producto hecho y derecho de pies a cabeza, sin fisuras graves y con un gran contenido para el espectador. Quedará en cada uno el aceptar la particular visión que tuvo Ortega de un personaje tan nefasto y turbio como Carlos Robledo Puch, al optar por amitir gravísimos crímenes para no sacar del eje esa imagen ingenua, infantil que propone Ferro.
Si hay algo que tiene el cine de Luis Ortega es ternura y poesía. El Ángel es eso. Desborda arte. El film comienza con la voz en off de Lorenzo Ferro relatando una pequeña porción de su visión de la vida. No solo la relata, la describe actuando a lo largo de todo el metraje. Salta una reja de un antiguo caserón y entra. Impunemente, casi inocente, como si su mirada fuese la de alguien que recién descubre el mundo y no la de un bandido completamente malicioso. No es este un film sobre la maldad. Ortega trata a su personaje con amor, no lo juzga, hasta logra que se empatice con él. No es que levante bandera a favor de un asesino, creo, nos está hablando es de otra cosa. Y eso es lo que hay que comprender; una ficción que toma un caso real como punto de partida, y luego ese monstruo es una creación completamente artística. Ya lo hemos visto en filmes anteriores del director, la inocencia de personajes atravesados por la marginalidad de sus pensamientos que viven con una libertad que no es compatible con la sociedad que los rodea. Vemos al ángel caminar por las calles libremente, se divierte y disfruta, pero no por robar dinero o matar, lo que disfruta es la propia vida, lleno de vitalidad. Camina ardiendo de vida. Así conoce a Ramón (Chino Darín), quien lo sumerge en una dinámica familiar totalmente distinta a la suya. Con las caracterizaciones a cargo de Daniel Fanego y Mercedes Morán. Aquí se inicia Carlitos con las armas y los robos organizados. En el medio de las hazañas ve a su compañero desde otro lugar, más de un lado de amor e idealización. El relato continúa, (como empezó) con una música inmejorable (recuerda al uso de las canciones en las películas de Tarantino, el espectador sale de la sala del cine queriendo el disco con la banda sonora completa del film) hasta que los hechos son irreversibles. Ya no más hogar con comida de madre, ya no más caminatas sin más límite que el de la propia imaginación y ya no más bailar como en un juego de niño lleno entusiasmo con la música alta. Esa será su última danza. Una puesta en escena afiladísima con la época. El diseño de arte, junto con el vestuario son clave para la descripción de esos años, la producción del film es impecable. Sin esos recursos no creo posible un acercamiento creíble a la época. Deslumbra Julián Apezteguia con la dirección de fotografía, que es perfecta. Le da al relato lo justo en cada escena y climas. Con su debut en la pantalla grande, Toto Ferro logra destacarse y transmitir todas las características del Robledo Puch de Ortega. Poético, rebelde, atrevido y hasta sutil y emocional. Lo acompaña un elenco extraordinario que sobresalen uno a uno con cada personaje. Si bien nadie se queda atrás el trabajo de Fanego y Morán es admirable, al igual que, en los polos opuestos de la ficción y con menos apariciones, el de Cecilia Roth y Luis Gnecco. Con algunos detalles de personajes ”extraños” , típicos de Luis, termina de dar su firma de autor. El Ángel, llena de emociones disruptivas que dejan un espectador un tanto descolocado, se estrenará este 9 de Agosto en los cines de todo el país.
El asesino serial más famoso de la historia argentina iba a llegar a la pantalla grande y cualquiera podría haber imaginado una cinta totalmente oscura y cruda. Sin embargo, Luis Ortega supo darle la vuelta de tuerca. Ya veremos por qué. Habiendo incursionado de joven dirigiendo películas dramáticas de bajo presupuesto sobre conflictos más marginados como en “Caja negra” (2002) y “Monobloc” (2005), así como también haciéndose cargo recientemente de la miniserie televisiva “Historia de un clan” (2015), “El Ángel”, por su temática, nos recuerda más a este último trabajo sobre la sanguinaria familia Puccio. Sin embargo, el tratamiento otorgado a la película de Carlos Robledo Puch resultó mucho más suave y liviano que el anterior. “El Ángel”, ya desde la elección de su título, marca el tono del film. Éste presenta a un joven Robledo Puch, encarnado magníficamente por Lorenzo Ferro, que genera una atracción y hasta una fascinación extraña desde la secuencia inicial. Integra una familia “normal”, pero de entrada, se distingue de ella y resulta casi ajeno a la misma. Ladrón por hobby y entretenimiento, sin creer en la propiedad privada; despreocupado y distendido. En la escuela industrial conoce a Ramón (Chino Darín), quien será, junto a su familia, el encargado de introducirlo en un mundo más criminal que lo llevaría a su destino. La magia de esta cinta reside en la habilidad de Luis Ortega para trasladar toda esa carga negativa sobre Robledo Puch hacia una visión más liviana, en el sentido de reconocer la locura del personaje, pero realizando una exploración sobre la libertad y la inocencia. Esta última refiere a lo joven que era “Carlitos” cuando conoció la muerte que, a pesar de la ausencia de la culpa por sus acciones, pareciera casi que ni entiende lo que hace. Y de esto se trata la película. De intentar comprender a Robledo Puch, es una exploración total de este sociópata, y aunque no se pueda llegar al fondo, es simplemente esto; conocerlo desde otra mirada pero, que se entienda, jamás intentando justificarlo. Por estas razones “El Ángel” es muy poética, porque juega con la locura hasta su punto máximo. Cuando todas las apuestas daban para una propuesta muchísimo más comercial por la historia que se cuenta, Luis Ortega tomó la arriesgada decisión de afrontarla de otra manera. Pero el resultado fue realmente destacable, haciendo un uso de las imágenes y del mismo lenguaje del cine con la maestría que lo caracteriza, regalando algunas escenas notables que quedarán en la retina de los cinéfilos. Luis Ortega sabía que tenía otra carta a favor y le sacó todo el jugo posible. La época. Los principios de los años ’70 marcaron la cuidadísima estética del filme, con una musicalización fantástica con los mejores éxitos que se escuchaban en ese entonces. Y qué bien la bailaba “Carlitos”. El elenco es formidable y cumple con creces, aunque el que se lleva la película es Lorenzo Ferro, quien le da su propia impronta a un Robledo Puch irreverente y despreocupado. Gran dirección de Ortega para una muy buena película que, como dijimos, no es lo comercial que se esperaba, pero qué acertada decisión. ¡Y qué bien ejecutada! El único punto bajo podría ser algunos diálogos iniciales un poco flojos, y quizá, aunque de carácter más subjetivo, lo que venimos aclarando de la cinta que, con su esfuerzo por encantar más que por entretener, pueda no conformar a alguna porción de la audiencia que se esperaba otra cosa. Para sintetizar, “El Ángel” es una película con un belleza estética y una banda sonora ideales sobre la historia de un criminal, con una propuesta diferente a lo esperada, y con el objetivo, tanto de explorar hasta lo más íntimo de Robledo Puch como también de jugar con la línea de la moral y de la libertad, logrando una hipnosis a la pantalla gracias al magnetismo de Lorenzo Ferro y a la habilidad natural de Luis Ortega para contar historias con su sello particular.
El Ángel: Entre el Cielo y El Infierno. El nuevo film de Luis Ortega centrado en la figura de Carlos Robledo Puch, es una brillante narración que explota cultura pop a lo Tarantino. Carlos Robledo Puch. Uno de los criminales más famosos de la Argentina (sino el MÁS famoso). Aún hoy recluido en el penal de Sierra Chica. Un psicópata. Un niño lindo. Alguien que rompió los paradigmas del “criminal común”. Apodado por la prensa de la época como “El Ángel Negro”, con tan solo 20 años supo tener más de una decena de homicidios, más de 40 robos y otros tantos crímenes tan aberrantes como indecibles. La fascinación por la figura de este joven de la década del 70, un espíritu rebelde quizás, traspasa las fronteras de la realidad y se convierte en mito. Una fuerza de la naturaleza. ¿Una maldad innata? Quien sabe. El Ángel es la película que ahonda en ese mito, sin ser una propaganda que se posiciona de un lado de los hechos, ni mucho menos, una biopic cruda y descarnada. Luis Ortega decide darle protagonismo al entorno y al raid delictivo de “Carlitos (un fenomenal Lorenzo Ferro, gran revelación)”, un joven como cualquier otro, de clase media, que está sumido en un ensueño, el ensueño de la vida al límite. Sin mucha conciencia de lo que pasa alrededor, decide asociarse con Ramón (Chino Darín) y los padres de éste (Daniel Fanego y Mercedes Morán) en un círculo delictivo que lo llevará a transitar los más oscuros lugares de Buenos Aíres. Pero más que una víctima, Carlitos es una fuerza de la naturaleza, un enviado de Dios que cada alma a la que se acerca, termina corrompiéndola. Quizás sin intención. Quizás es solo un chico jugando al “Poliladron”. Los hermanos Ortega (Luis el director y Sebastián, productor) crean en El Ángel una puesta de escena muy pocas veces vista en el cine argentino: la recreación de época (1971), la paleta de colores, la banda de sonido (que incluye “La Joven Guardia”, Pappo, Palito Ortega y tantos otros hits) nos retrotraen a un escenario tarantinesco, kistch, a un mundo de fantasía donde podemos empatizar con el ser más despreciable que se nos cruce; porque, en definitva, sigue siendo humano. El Ángel termina siendo una película que exalta la figura de Robledo Puch y la cultutra pop, pero en ese universo, gracias a la interpretación del, hasta ahora ignoto, Lorenzo “Toto” Ferro, un pequeño gran actor que, si sigue así, tiene el estrellato asegurado. 45 años después de los hechos criminales, volvemos a hablar de la figura de Carlos Robledo Puch. Esta vez, desde el arte. Porque el cine nos da esa posibilidad, la de jugar con personas y transformarlas en personajes. En el caso de El Ángel, un criminal también puede estar al límite de la muerte y ser feliz bailando. ¿Acaso no a todos nos gusta bailar?
A partir de un guión que escribió junto a Sergio Olguín y Rodolfo Palacios, Luis Ortega da su primer paso “mainstream” (al menos en el cine, en televisión hizo Historia de un clan) con El ángel, sobre la vida y los crímenes que cometió Carlos Robledo Puch antes de ser enviado a prisión a comienzos de la década del ‘70. El resultado es un relato sólido, de cuidada producción, que tiene osadía pero toma distancia de las apuestas más autorales del director de Caja negra (2001) y Dromómanos (2012). - Publicidad - “Vagando por las calles, mirando a la gente pasar, el extraño de pelo largo sin preocupaciones va”, dice la letra de El extraño de pelo largo, precisamente, de La joven guardia. Con este tema icónico empieza y termina El ángel, en una elección que no es nada casual. Las estrofas invitan al espectador a pensar qué (se) sabe y qué no (se) sabe de uno de los jóvenes pelilargos más famosos de la cultura popular nacional, aunque hoy sepamos que nada queda de esa melena rubia que enmarcó un rostro angelical. No hay que buscar en esta película una “explicación” sobre la psicología criminal. A Luis Ortega no le interesa predicar tesis alguna. Casi como al pasar, como mero apunte contextual, aparecen en el relato algunas hipótesis criminalísticas (bastante caducas hoy, por cierto) sobre el prontuario de Robledo Puch. Pero a decir verdad nada sirve para comprender de forma positivista qué pasaba por la mente de quien asesinó a once personas y cometió tantísimos robos. El director nos arroja a un tour de force en donde importa lo momentáneo. Ni siquiera el personaje roba por necesidad o se interpela demasiado sobre la materialidad de aquello de lo que se apropia. No es importante. El trayecto de sus crímenes aparece marcado a fuego por la presencia de su amigo Ramón (Chino Darín), su objeto de deseo. En su seno familiar (enrarecido, intrigante, en buena medida gracias a las impecables actuaciones de los padres, compuestos por Daniel Fanego y Mercedes Morán) se empieza a perfilar todo el delirio que finalmente decanta como pura pulsión de destrucción. Es en esa casa derruida en donde se gestan los robos, en una sociedad en principio tripartita (Ramón, su padre y “Carlitos”) en la que finalmente ingresará un integrante más (Peter Lanzani). El ángel también puede ser pensada como una película que, a partir de la fantasía y el derrotero de su criatura, señala la hipocresía y la decadencia de un modelo familiar al que el personaje se rehúsa a pertenecer. El andar cansino de sus padres (interpretados por el chileno Luis Gnecco y Cecilia Roth) sintetiza el agobio de la clase media aspiracionista y es la contrapartida de su paso juguetón, aniñado. Podemos decir que su mirada sobre los crímenes que comete resulta más “amoral” que “cruel”. La estilización de la violencia que propone Ortega nos ubica de frente a los deseos del ángel, a su necesidad de habitar el mundo que él mismo quiere construir, casi como si se tratara de un niño que aún no comprende las reglas que el mundo adulto le impone. Reglas para él y para a todo aquel que se precie de vivir en civilidad. En la estupenda actuación del debutante Lorenzo Ferro colabora mucho el trabajo sobre la mirada; indolente cuando se trata de matar (porque allí no hay vidas, sino impedimentos) pero fantasiosa cuando percibe a Ramón, lo que le permite a la película explorar la tensión homoerótica que se suscita entre ambos. Aunque no tenga las aspiraciones autorales de su obra previa, El ángel confirma a Luis Ortega como un director pleno en ideas. No todas llegan a tener un gran nivel, pero en cada secuencia se percibe el riesgo, la búsqueda constante, la intención de extraer del lenguaje del cine las mejores herramientas. Hay algunos momentos que nos recuerdan al mejor Scorsese, como la secuencia del accidente en el túnel, en donde al casi quirúrgico trabajo de montaje se le suma la voz de Palito Ortega en la bella y triste La casa del sol naciente. Una síntesis de la osadía y el encanto que asumió este Robledo Puch, sin lugar a dudas tamizado por la poética que el realizador propone, en el que se condensan el encanto de un niño, el peligro del criminal y la figura del poeta maldito.
Año 1971. "Soy un ladrón de nacimiento" asegura el joven de rostro angelical y cabello enrulado que se mueve al ritmo de El extraño de pelo largo mientras ingresa en una casa para robar. Este es el comienzo de El Ángel, el personaje inspirado en la vida de Carlos Robledo Puch, el asesino serial más célebre de la historia argentina que se cree que ha cometido más de cuarenta robos y once homicidios. La película de Luis Ortega cuenta su adolescencia hasta el momento en el que es arrestado y presenta la historia de una manera inusual para este tipo de personajes. Con una mirada seductoramente ambigua en lo que a su relación con Ramón -Chino Darín-, su compañero de secundario se refiere, con quien pasa de ser compinche a engranaje necesario de una banda familiar de ladrones. La casa de un anciano rico, una armería, joyerías y un camión blindado son los blancos de su accionar delictivo. El film presenta dos modelos de familia que se contraponen: los padres de Carlitos -Cecilia Roth, preocupada por su hijo y Luis Gnecco, que intenta infructuosamente fomentar la cultura del trabajo en el joven- y los de Ramón -Mercedes Morán y Daniel Fanego, quienes viven en un microclima de corrupción y degradación familiar. La aparición de otro delincuente -encarnado por Peter Lanzani- suma atractivo e interés a la dupla protagónica. El filme combina acertadamente las aristas dramáticas, el policial y el romance en un formato de gran atractivo visual que se apoya no sólo en sus intérpretes -empezando por el debutante Lorenzo Ferro en tamaño rol del que sale más que airoso - sino en la excelente reconstrucción de época -con planos abiertos que permiten ver autos, fachadas del barrio y vestuarios- y la banda sonora vintage colocada en los momentos justos. La visión de Ortega no es evidentemente pegarse a la imagen que todos tienen de Puch o al menos la que construyó la prensa como El Ángel de la Muerte, sino imprimir su impronta narrativa para exponer el costado personal, el periplo de atrocidades que comete y también su faceta sentimental -toca el Himno Nacional al piano- que convive con su lado más oscuro cuando no duda en el momento de apretar el gatillo. Un viaje de descubrimientos, amor y crimen que esconde bajo su apariencia aniñada un comportamiento bestial.
Nada menos que 46 años tuvieron que pasar para que el asesino serial más famoso de nuestro país finalmente fuera retratado en la pantalla grande. Aún así, podemos decirlo con total seguridad: la espera valió la pena. El monstruo con cara de ángel que ilustró la tapa de todos los periódicos de la década del ’70 está de regreso y promete cautivar a todos. La iniciativa resulta más que oportuna si tenemos en cuenta la curiosidad que generan este tipo de relatos en los espectadores. El público argentino suele fanatizarse con las historias criminales y ello ha quedado más que demostrado luego del éxito de El Clan (2015), la película sobre el perturbador clan Puccio, seguida de la aclamada miniserie de televisión Historia de un Clan, escrita y realizada por Luis Ortega, director y mente creativa detrás de este nuevo thriller policial. La historia transcurre en la tranquila localidad bonaerense de Vicente López, en una época turbia de la Argentina que avecinaba la llegada de la sangrienta dictadura militar comandada por Jorge Rafael Videla. Para ponernos en contexto, hablamos de un periodo donde el General Perón vivía sus últimos años en el poder, estrechando lazos con lo más oscuro de la política como el ministro López Rega, quien tiempo después y durante ésta última presidencia del líder popular, daría nacimiento a la Triple A. Con el ejército y la policía militarizando las calles, los adolescentes rebeldes, y sobretodo aquellos que agrupaban las organizaciones de izquierda, constituían las víctimas predilectas de la fuerzas represivas que, muy en sintonía con el panorama actual, gozaban de total impunidad. En este escenario, un joven de clase media, pelirrojo de ojos azules y mirada angelical, se encuentra terminando el colegio secundario. Nada insinúa algo anormal en aquel adolescente tímido de ascendencia alemana, tan solo parece ser un niño atravesando el duro camino de transformación adulta. Un extraño de pelo largoque no puede dejar de cuestionarse el sentido de la libertad. El es Carlos Eduardo Robledo Puch, “Carlitos“, y pronto será conocido por el mundo como el Angel de la Muerte. Durante sus últimos días de secundaria, Carlitos (Lorenzo Ferro) conoce a Ramón Peralta (Chino Darín), un matón que se encuentra dando sus primeros pasos en el mundo criminal junto a su familia. Los padres del joven, Ana María (Mercedés Morán) y José Peralta (Daniel Fanego), aceptan introducir al angelical Carlitos en el clan. No pasará mucho tiempo para que Carlos y Ramón se conviertan en una bestial dupla criminal, dedicándose a asaltar jugosos negocios como supermercados, joyerías y concesionarias. Sin que le tiemble la mano, Carlos asesina a todo aquel que se encuentre en su camino, siempre por la espalda o mientras duermen serenamente. Entre golpes criminales y huidas, la relación del dúo irá develando una fantasía sexual reprimida. La película de los Ortega (con Luis en la dirección mientras que su hermano Sebastián toma el mando de la producción junto a Underground), presenta una libre interpretación de la historia del tristemente célebre Robledo Puch. No es un biopic ni intenta serlo y aquello constituye, sin dudas, una de las mejores decisiones. Lejos de explorar un supuesto origen de la sociopatía del personaje, el relato se sumerge en el día a día de un delincuente juvenil que parece vivir una vida de ensueño. Cabe decir que El Ángel jamás juzga los actos de Carlos, sino que busca retratarlos con elegancia, ritmo, cinismo y varios toques de humor para nada desencajados. El debutante Lorenzo “Toto” Ferro representa la gran sorpresa del thriller. Aunque nunca ha incursionado en el teatro, la naturalidad y frescura con la que se desenvuelve dejan más que claro que lleva el arte en la sangre. Tengamos en cuenta que el hecho de colocar a un joven sin experiencia como protagonista absoluto y en un papel tan desafiante como el de un famoso asesino serial, implicaba todo un riesgo para la producción. Pero Ferro demostró no solo estar a la altura de las circunstancias, sino que posee todas las condiciones para integrar una nueva generación de futuros referentes de nuestro cine nacional. La banda sonora es quizá uno de los aspectos más formidables del film. Compuesta de temas clásicos de artistas como Palito Ortega, Pappo, Billy Bond, La Joven Guardia, entre otros, la música, al igual que la meticulosa estética, logra trasladarnos a aquella época clave del rock nacional. La personalidad del protagonista, sus emociones y creencias, son simbolizadas de forma casi poética por las letras de nuestra música. Podemos afirmar que El Angel es la película argentina del año por excelencia. Quienes vayan a verla se encontrarán ante un relato seductor, atrapante y armónico. Una mirada lírica de la brutalidad que sigue pincelando nuestros tiempos.
En su mundo “El Ángel” es una película nacional dirigida por Luis Ortega (Historia de un Clan, El Marginal), que también la co-escribió junto a Sergio Olguín y Rodolfo Palacios (autor de “El Ángel Negro). El reparto incluye a Lorenzo Ferro (hijo del actor Rafael Ferro), Chino Darín, Daniel Fanego, Mercedes Morán, Peter Lanzani, Cecilia Roth, Luis Gnecco, Malena Villa y William Prociuk. El filme estuvo nominado en la sección Un Certain Regard del Festival de Cine de Cannes. Buenos Aires, 1971. Carlos Robledo Puch (Lorenzo Ferro) es un adolescente fachero que vive bajo sus propias creencias: para él no existe el concepto de propiedad privada (no cree en que los objetos sean personales), por lo que no le parece mal entrar a casas ajenas; le gusta robar pero no por necesidad sino que lo ve como un hobbie (ni siquiera se queda con algunas cosas que hurta); no tiene consciencia de la muerte y sólo pretende disfrutar de la vida a su manera. Cuando se hace amigo de su compañero de escuela Ramón (Chino Darín), éste le presenta a su padre José (Daniel Fanego), hombre que en el pasado estuvo en la cárcel, y a Ana (Mercedes Morán), madre que es cómplice de los actos delictivos. Al ver lo inteligente y enérgico que es Carlitos, la familia de Ramón le transmitirá el gusto por las armas y por las noches los jóvenes afanarán de todo. En la vida real, Carlos Robledo Puch, apodado el “Ángel de la Muerte” por la prensa, fue condenado a cadena perpetua por cometer diez homicidios calificados, un homicidio simple y otro tentativo, 17 robos, ser cómplice de una violación y de una tentativa de violación así como un abuso deshonesto, dos hurtos y dos secuestros. Todo esto ocurrió entre 1970 y 1972, siendo detenido a los 20 años. Sus crímenes y actos violentos lo convirtieron en el mayor asesino serial argentino, por lo que no es de extrañar que se realice un producto cinematográfico inspirado en él. Sin embargo, la nueva cinta de Luis Ortega no es una biopic ni tampoco un drama. No se centra en los asesinatos ni en cada robo, no intenta encontrar una explicación donde no la hay. El director agarra el nombre del sociópata y crea su propio relato, por lo que un 95% de lo que veremos será ficción. Esto puede no gustar a la mayoría y es totalmente entendible, a la vez que muchos saldrán decepcionados argumentando que “ésta no es la historia de Robledo Puch”. En cuanto a los aspectos técnicos, a “El Ángel” no se le puede reprochar nada: se nota el gran trabajo de producción que hay detrás al ver su excelente fotografía, la gran reconstrucción de época y una estética retro que seduce en cada plano. Además, la banda sonora está espléndida al juntar varios clásicos del pop argentino de los 70, muchos de los cuales son obra de Palito Ortega, padre del director. Las actuaciones también son muy buenas, en especial la de Lorenzo Ferro teniendo en cuenta que nunca antes había hecho ni cine, tele o teatro. Que su primer papel sea un protagónico de esta magnitud, donde con sólo su mirada penetrante logra incomodar al espectador, nos asegura que si sigue por el camino de la actuación, tendrá un futuro brillante. La película, como Robledo Puch en la realidad, rompe con el estereotipo de que los ladrones son todos de piel morena, orejudos y descuidados al vestirse. Carlitos tiene la inocencia de un niño, rulos rubios y cara de bebé. Si su madre sospecha de lo que anda haciendo afuera del hogar o si su novia le dice que está mal meterse en casa ajena, él no tarda en tener un argumento para hacer dudar al otro. Lorenzo Ferro construyó a un Puch fascinante por su misterio, rebeldía y frescura. Meterse en cómo él ve al mundo constituye una experiencia muy rara, porque por un lado puede llegarnos a caer bien pero por el otro vemos cómo le dispara a las personas sin tener sentimientos al respecto, lo que nos hace llegar a la conclusión que nunca podremos entenderlo, menos defenderlo. Es un hecho que “El Ángel” va a generar polémica y mucha controversia, ya sea por todo lo que Ortega se imaginó del personaje así por su creencia de que alguien que hace las cosas mal no es necesariamente malo. Difícil de recomendar para el público masivo, la película resultará una buena opción para los que no teman embarcarse en la juventud de Carlitos, un chico que se sentía plenamente vivo al bailar.
Una historia irreal El fantasma de Carlitos Robledo Puch creado por Luis Ortega baila frente a la cámara, y en determinado momento la mira. Así abre El Ángel y toma posición (estética, política; las dos caras de una misma moneda). Porque aunque en esta venta, esperada, de Ortega al mainstream, haya más productores que actores y ya no estemos frente a sus relatos más experimentales e independientes, hay ciertos berretines del director -quizás muchos- que la mosca no se los lleva puestos. Enhorabuena. Ese baile del inicio marca el camino del relato tanto narrativa como ideológicamente. Carlitos, además de un chico, es la libertad. Ortega lo filma con cierta admiración; no al asesino, sino a su criatura, a ciertos mitos que se generaron alrededor de Puch y a la manera en que se puede tomar la vida un chorro. El Ángel cuenta la historia de un tipo libre. El mundo le pertenece a los artistas y a los delincuentes, le dice Ramón (el Chino Darín), su compañero. El mundo le pertenece al que hace lo que quiere, y en ese marco, el asalariado promedio (el espectador) queda afuera. Esta idea de que el trabajador es un boludo -que recuerdo que se la decía Calogero, también un niño, a su padre (Robert De Niro) en A Bronx Tale (1993) y que forma parte del corpus ideológico de Bukowski (si es que existe tal cosa y que, paradójicamente, a pesar de militar literariamente contra el enriquecimiento de los patrones laburó en relación de dependencia muchísimos años)- es un poco la idea que también revolotea en el éter donde se mueve este Ángel. La película es un poco una provocación al que va a ver la biopic del asesino. Es por un lado una burla al pacato homofóbico -porque es una película homoerótica- y por otro un descanso al que se pone la camiseta de la empresa que sea. Claro que el tono de Ortega no es irreverente sino ridículamente dulce. Estamos ante una película de robos que es también una comedia con algo de melodrama marica y de musical adolescente. Ortega, con su película suave, también se pone en contra al buscador de cine músculo, de explotación. Cumple con los parámetros de los productores, del sistema industrial; se obvian las violaciones y la violencia extrema. Cumplir con el mandato le cae como anillo al dedo, porque su película, más bien su idea, es la de una feel-good movie, una película vitalista, paradójicamente, con un asesino serial como protagonista. Acá no hay biopic que valga. Los historiadores saldrán defraudados. El Puch de Ortega baila, incluso cuando parece no haber nada por lo que bailar. El Ángel es una película optimista. A diferencia de, por ejemplo, su hermana subnormal, El Clan (2015), donde las canciones quedan horribles mientras acá te hacen mover la patita. Al niño Ferro habría que dedicarle un párrafo, un capítulo. No hay espacio ni tiempo, pero lo que logra transmitir con su cara es sublime. Casi tanto como la hipnosis que genera el culo de Mercedes Morán con sus más de sesenta pirulos de contoneo. Basta de clanes y marginales craneados desde un bar en París, y más bailes así, como los de Toto Ferro, como los del huevo de Fanego, o el andar de Morán.
“El ángel” dirigida por Luis Ortega es un film basado en la vida de Carlos Robledo Puch, un asesino en serie que conmocionó nuestro país allá por los 70’s. La película tiene una ambientación y fotografía impecables. La banda de sonido acompaña y es protagonista de varias escenas. Las actuaciones son contundentes, sobre todo la de Lorenzo Ferro, quien hace su debut como actor. El joven, logra fascinar con sus gestos, rostro y mirada. Logró un personaje potente, al que queremos ver todo el tiempo en pantalla. La película no es una biopic, ni tampoco es de esos films que cuentan tal cuál sucedieron los hechos, ni tampoco juzga al personaje. Aquí Robledo Puch es un pibe que no siente remordimiento ni valor por la vida, mata y no se le mueve un pelo. Los personajes creados por Ortega están llevados al máximo, son un tanto exagerados y desagradables, como suelen serlo en otros productos. Cargado de tensión, pausas y algunos planos innecesarios, El Ángel, es una película para ver, sin juzgar y dejarse encantar por el gran trabajo de su protagonista.
El Ángel: Una versión edulcorada sobre uno de los mayores criminales de la historia argentina. En su última película, el director Luis Ortega elige un foco onírico y algo condescendiente para contar la vida de Carlos Robledo Puch. “Un ángel caído es una criatura de esencia angelical que por haberse rebelado contra Dios ya no puede regresar al cielo. Satanás fue un querubín creado por Dios que, a pesar de haber sido perfecto y hermoso, se llenó de maldad y fue expulsado del cielo” Tanya Torres. About Español ¿Será mucho comparar a Robledo Puch con Satanás? Posiblemente no. Conocido por todos como “el ángel de la muerte” o “el ángel negro”, Carlitos, como lo llamaba su madre, podría haber hecho honor a sólo una parte de su apodo, al considerarse su nacimiento un milagro ya que sus padres no podían engendrar vida y al pedir un milagro, nace Carlos Robledo Puch y con él una historia de asesinatos, violaciones, robos y horrores que solo dan lugar a calificarlo como el ángel caído, aquel niño en apariencias (para la época y para las estigmas de lo perfecto) bello, puro, rubio, y por dentro un psicópata capaz de disparar a la cuna donde duerme un bebé. Ahora bien, Luis Ortega ya había mostrado su interés en contar relatos criminales sucedidos en el país, con “Historia de un Clan“, para el formato televisivo, lo que le abrió las puertas para poder llegar a la pantalla grande, ahora de la mano de grandes productoras y distribuidoras tras sus espaldas para ponernos de cara nuevamente con el horror generado por Puch, tantos años atrás. Ortega, quien confesó querer hacer una versión libre, o muy propia, o muy onírica, sobre los hechos; nos muestra un Robledo que no condice en su totalidad con el monstruo que acribilló más de una decena de inocentes, a sus compañeros de delitos. El director decide no ir por todo, y omite en su totalidad cualquier escena que tenga que ver con las violaciones perpetradas por el ángel y por su socio en esos tiempos. No se muestran, no se nombran. Su enfoque apunta a la filosofía de vida del personaje, al vivir sin preocupaciones, a que nada es de nadie, y refuerza incisivamente sobre la sexualidad de su protagonista, algo que si bien es parte de quien es Robledo, deja de lado lo importante que podría haberse dicho o mostrado sobre un hombre que más allá de amar a otro hombre, amaba ante todo y todos, el dolor ajeno. Aún cuestionando la decisión del director, es menester reconocer la calidad cinematográfica que posee Luis Ortega, desde la fluidez narrativa hasta la estética lograda, situándonos en el principio de la década del setenta, con una ambientación muy bien lograda, que cuenta con una banda sonora excelente para lograr un combo perfecto. En material actoral el elenco brilla como los rulos de Puch, Cecilia Roth y Mercedes Morán en sus personajes como madres de Carlitos y Ramón, respectivamente, dan clase de actuación, Daniel Fanego demuestra una vez más su versatilidad, y el Chino Darín y Peter Lanzani confirman ser dos de los actores jóvenes más completos en la actualidad. Nos queda entonces el pequeño Lorenzo Toto Ferro, una exquisitez de actor, una gema descubierta, mérito rotundo del realizador quien apostó a alguien sin experiencia, para protagonizar lo que quizás vaya a ser una de las películas nacionales más importantes de este año. Toto Ferro es Robledo Puch, no solo desde el calco físico y postural, sino desde el gesto y la mirada, el relajo ante el otro, la inocencia de aquel que solo quiere pasarla bien. No cabe duda que lo mejor que tiene la película recae en Ferro, quien con destreza y sutileza no tiene nada que enviarle a los mejores actores del momento. Lo que nos lleva entonces a retomar el punto de por qué Ortega no aprovechó tremendo actor, bestial historia para entregar una película lo más cruda posible sobre una realidad desgarradora, en vez de una historia demasiado agridulce con tintes simpaticones.
El ángel encantador El argentino estereotípico tiene un par de características muy sobresalientes. Una de ellas, alimentada por ciertas posturas políticas en los orígenes de nuestra Nación, es la tendencia a mirar hacia afuera. Todo lo que provenga del exterior, en ese entonces de Europa, hoy de Estados Unidos, es superior a lo que surge de nuestra propia tierra. El Ángel refuta estos postulados por partida doble: a través de una película de calidad cuenta una historia inspirada por la vida de Carlos Robledo Puch, el asesino más despiadado de nuestra historia. Carlitos (Lorenzo Ferro) pasa sus tardes metiéndose a casas vacías, robando las cosas que le gustan y diciéndole a sus padres que se las prestaron. Entra a un nuevo colegio donde conoce a Ramón (Chino Darín) y, tras un primer altercado, se hacen inseparables. El padre de Ramón, involucrado en delitos menores, ve el potencial del chico y decide sumarlo a sus golpes, que se van haciendo cada vez más peligrosos. Robledo Puch es una personalidad atrapante. Con menos de veinte años ya tenía las manos manchadas con sangre de once muertes. Con decir que es atrapante me refiero a que es una personalidad destacable en la historia de nuestra criminología, que cuenta con otras figuras de relevancia. No olvidar a Arquímedes Puccio que ya “estuvo de moda” con las dos versiones de El Clan (la televisiva también producida por Underground Trasmedia y la cinematográfica a cargo de Pablo Trapero, con ese Francella inolvidable). Con esto queda confirmado el primero de mis postulados: tenemos personajes enormes a nivel dramático para llevar a la pantalla, y una película anclada en nuestra idiosincrasia no se trata de gente tomando mate y diciendo “che boludo”. El mismo Luis Ortega comentó en la conferencia de prensa que algunas actitudes de Carlos para con su compañero Ramón le dieron la pauta que el jovencito estaba enamorado de él: otra vuelta de tuerca que hace la psicología del ángel más interesante aún. Sobre la parte formal hay dos puntos a remarcar para destacar a qué hago referencia al decir que es “una película de calidad”. En primer lugar, la tensión de las miradas. Carlitos es magnético. Por su belleza, su carisma y su aparente inocencia no podés dejar de mirarlo cuando recién aparece. Esta sensación se replica en el resto de los personajes. Ortega no escatima en planos cerrados para mostrar estas miradas cruzadas, que reflejan desde fascinación y admiración hasta deseo sexual. Es destacable también que no hay un abuso del recurso. Cuando los vínculos quedan establecidos, la cámara elige empezar a mostrar otras cosas, pero a esa altura el espectador ya está tan embelesado con el joven como el resto de los personajes. El otro factor es la musicalización. Si bien hubo una delimitación temporal a la hora de elegir la banda sonora y se incluye un pequeño homenaje a Palito Ortega, las canciones no solo acompañan la banda imagen de modo rítmico, sino que también sus letras otorgan un plus de sentido (googleen la letra de “El extraño de pelo largo”, por ejemplo). Párrafo aparte y ya para dar un cierre: Lorenzo Ferro. El desafío era enorme. Debutar en cine con un protagónico en una propuesta de primer nivel. El papel requiere muchos matices. Carlitos pasa de la euforia a la ira, con una mirada que desborda una ingenuidad que su mente no tiene. El proponer los asaltos como un juego pone de manifiesto el nivel de desparpajo e inconsciencia de Robledo Puch, ligado a un proceder macabro, sin ningún tipo de empatía por el prójimo. Esto se ve reforzado además por un corrimiento en la vieja relación “lo lindo es bueno y lo feo es malo”. Ninguno de los personajes vinculados al mundo del delito podría ser considerado “feo”. Ninguno cumple con el estereotipo. Lejos de estilizar o querer dar una imagen romántica del mundo del delito, Ortega juega con la dicotomía generada por el caso real. ¿Cómo un chico tan jovencito y tan bonito puede ser así de sádico? Responder con creces a esa disyuntiva es la magia de El Ángel.
El ángel es una interpretación libre del director Luis Ortega sobre el caso de Carlos Robledo Puch, quien con sólo 20 años, a comienzos de los años ´70, se convirtió en uno de los mayores asesinos en la historia de nuestro país. El afiche del film es honesto con el público cuando destaca la frase “inspirada en hechos reales” (que no es lo mismo que usar el término “basada”), ya que en efecto es la propuesta que uno va a encontrar en el cine. A diferencia de El clan, donde Pablo Trapero no tuvo reparos en meterse en el barro a la hora de retratar la oscuridad y perversión de aquellos criminales, en esta película Ortega optó por evadir la crónica policial y modificó los hechos para hacer algo diferente. Se trata de una elección artística con la que uno después puede conectarse o no pero es importante resaltar este punto, ya que no se trata de la clásica biopic del asesino serial. Es decir, quienes no tenían mucha información sobre esta historia por una cuestión generacional tampoco van a conocer el caso Puch en profundidad a través de este film. En esta producción el director decidió omitir todos los crímenes sexuales contra mujeres que cometieron Puch y su cómplice, un elemento muy importante del caso ya que se refiere a la psicología de los personajes, con el fin de construir una mirada más indulgente hacia ellos. Por ejemplo, Jorge Ibañez, el delincuente que interpreta el Chino Darín, en la vida real fue un sujeto que secuestraba chicas adolescentes para luego violarlas y ejecutarlas de varios disparos, una tarea que por lo general corría por cuenta de Puch, En esta película en cambio se lo retrata como un pibe chorro con inclinaciones artísticas que es feliz cuando baila canciones de Palito Ortega en la televisión. La objeción no pasa porque a la película le falten situaciones de violencia, sino que al ignorar los femicidios que cometieron Puch y su cómplice se alteró un aspecto importante de la personalidad de los delincuentes. Después es fácil vender una película “diferente” sobre un asesino serial cuando escondés debajo de una alfombra los hechos más turbios, como el bebé al que Puch le disparó en una cuna y afortunadamente logró sobrevivir. Otra situación terrible que también fue omitida en el film. Sería ridículo esperar que Ortega a través de una obra de ficción brinde respuestas a la compleja personalidad del asesino, ya que después de todo esto no es un docudrama, pero creo que un caso tan delicado como este podría haber tenido un tratamiento menos superficial. Más allá de ver a Puch en su La La Land personal, donde cada tanto se le escapan un par de tiros, no hay una exploración profunda del personaje. De hecho, hasta el momento en que aparece Peter Lanzani en escena la película ni siquiera tiene un conflicto definido y esa es una debilidad notable del argumento que cuesta pasar por alto. Un detalle que está mejor trabajado en el guión de Ortega es el contexto de la dictadura militar de 1971 donde surgió este caso y el tratamiento sensacionalista que tuvo en los medios de comunicación. Dos elementos que cobran fuerza en la segunda mitad del film El tema con El ángel es que consigue brindar una producción muy entretenida, cuya descomunal puesta en escena y la labor del protagonista opacan la frivolidad del argumento y en definitiva esas virtudes son lo que quedan en el recuerdo a la salida del cine. La película de Ortega se luce principalmente en los campos técnicos y la interpretación de su figura principal. Desde los aspectos visuales esta propuesta es intachable y sobresale especialmente todo el diseño de producción, que reconstruye los años ´70, la fotografía de Julián Apezteguia y la musicalización que es otro mérito del director. Las bandas de rock locales de aquel período nunca sobresalieron tan bien en el cine como lo hacen en El ángel. No obstante, el mayor impacto de la película lo genera la gran interpretación de Lorenzo Ferro, quien no tenía antecedentes en la actuación y saca adelante con mucho profesionalismo un personaje complicado. Si bien está muy bien acompañado por un gran Daniel Fanego, el Chino Darin y Peter Lanzani, Ferro se carga al hombro el film con mucho carisma y su labor es estupenda. Aunque la historia de Puch fue un caso más complejo que el romance de dos muchachos delincuentes y el film establece una empatía forzada con el protagonista, como producto cinematográfico El ángel funciona muy bien y le sobran sus méritos técnicos para recomendar su visión en el cine.
Y siguiendo con la ola de películas argentinas que llegan a la cartelera, es el turno de recomendar -porque lo vale- la nueva película de los hermanos Ortega, Luis (la co-escribió junto a Sergio Olguín) y la dirigió y la produce Underground Contenidos, El Deseo (de los hermanos Almodóvar), K & S Films y Telefé. Dicho ésto, debo decir que esperaba la verdadera historia de Carlos Eduardo Robledo Puch, pero si van al cine esperando lo mismo que yo, sepan que no va a ser así, encontrarán algo similar, basado en su vida con mucho de ficción y algunos hechos que se han omitido, pero lo que sí van a encontrar son muy buenas actuaciones, gran Dirección de Arte que nos sitúa en la década del 70’, correctísimo vestuario y un sólido elenco. Nace una estrella: la soltura y desfachatez del primer protagónico de Lorenzo Ferro es increíble. La cámara lo ama. Prácticamente todo el tiempo en pantalla, sale más que airoso de su debut representando a un asesino y ladrón de 11 crímenes y 42 robos, con una frialdad que asombra, de matar “porque sí” y “mirá lo que me hacés hacer” le dice a su compañero/socio/objeto de deseo Ramón (Chino Darín) cuando se le escapa un tiro impensado, o no, nunca lo sabremos...A Ramón lo conoce en el colegio y empiezan a delinquir. Hablando de éste último, debo decir que es excelente su dupla con Ferro encontraron buena química y el Chino va encontrando su madurez con cada nuevo rol. El personaje de Lanzani es menor pero no deja de destacarse, otro actor que crece en cine. El director buscó calidad actoral para los padres de Ferro y Darín: ellos son en el caso de “el Angel Negro”, (tal como lo habían bautizado en esa época a Puch) Cecilia Roth y Luis Gnecco, dos personas humildes y trabajadoras que se dan cuenta de que algo no anda bien y hacen todo lo posible por inculcarle la cultura del trabajo y el ser honrado, sin éxito, y en el caso de Darín, los excelentes Mercedes Morán y Daniel Fanego, tan delincuentes como su hijo. Un ser nefasto de nuestra historia muy bien retratado al que le gusta bailar en una película musicalizada como los dioses, entrar a las casas, adueñarse de lo ajeno y matar, casi en forma inconsciente, como si fuera un juego. Un pequeño demonio en el cuerpo de un joven de 17 años, ojos claros, rulos y carisma. --- https://www.youtube.com/watch?v=FWPntt8XQBo ACTORES: Lorenzo Ferro, Chino Darín, Mercedes Morán. Daniel Fanego, Luis Gnecco, Peter Lanzani, Cecilia Roth. GENERO: Policial . DIRECCION: Luis Ortega. ORIGEN: Argentina. DURACION: 117 Minutos CALIFICACION: Apta mayores de 16 años FECHA DE ESTRENO: 09 de Agosto de 2018 FORMATOS: 2D.
Es ineludible que los Ortega, Luis y el productor Sebastián, sienten una atracción hacia el mundo de los delincuentes. Tras Historia de un clan y El marginal, ahora se abocaron a un personaje basado en Carlos Robledo Puch. Y aquí, las influencias más fáciles de detectar pasan por el Tarantino de Tiempos violentos. No hay un complejo de culpa por parte de Carlitos, porque lo que él hace -robar- lo hace por placer. Para él, es un juego. Por eso cuando irrumpe una noche en una joyería, lo disfruta. Baila, se disfraza, se prueba las joyas. Es como el extraño de pelo largo, sin preocupaciones va, como dice la letra del tema de La joven guardia, con el que Carlitos baila al comienzo. Acaba de irrumpir y cometer un robo en una casona en Martínez. No parece interesarle ningún objeto en especial. Se toma un whiskey, enciende el Wincofón, y baila. No tiene doble moral, sí falta de conciencia. Es que Carlitos hace lo que se le canta. No cree en la propiedad privada, lo dice claramente de entrada, cuando Ortega lo hace hablar en off. Para él, lo que hace es una suerte de juego violento. Carlitos es impulsivo y, al no sentir culpa, se siente inocente. Y así lo ve Ortega. A diferencia de Puccio en Historia de un clan, el protagonista no es un cerebrito. No se mueve por la mente o por la sensatez, sino por la intuición. Claro que esta blandura del protagonista sería cuestionable si El Ángel fuera una biografía de Carlos Robledo Puch, preso desde los ’70 por haber cometido 11 asesinatos y 42 robos. Pero no es tan así, porque Carlitos es una ficcionalización del delincuente. De lo contrario, sería banalizar la actitud del protagonista. Y la personificación de Lorenzo Ferro, quien nunca había actuado ni pisado una clase de teatro, es así perfecta, y maleable. Ferro fue, para Ortega, arcilla. Moldeó a su personaje como quiso, ya que Ferro estuvo dispuesto a hacer todo lo que el director le pidió. Así como hay actores de método, Ferro fue material virgen para el realizador de Caja negra. A su increíble parecido físico, entonces, Ferro le adosó una entrega única. Claro que Ortega lo secundó con grandes intérpretes en toda secuencia y momento. Entre los jóvenes cómplices, Chino Darín y Peter Lanzani; entre los adultos, Daniel Fanego y Mercedes Morán, como los padres de Ramón (Darín), y Cecilia Roth y el chileno Luis Gnecco como sus propios padres. Ortega no plantea ni busca entender por qué Carlitos roba sin culpa, asesina y traiciona. No parece tener una situación apremiante -mucho de lo que roba lo regala u olvida y deja abandonado por allí-. No hay tampoco psicología barata, ni tampoco una explicación a un deseo homosexual algo reprimido. No pasa, El Ángel, por allí. Carlitos parece desconectado de la realidad. Sería eso. Cabe preguntarse qué pasa si uno llega a identificarse con Carlitos. Es un antihéroe, en una época como la de la dictadura militar previa al tercer peronismo, en un filme que es arriesgado y potente.
Carlitos camina por las soleadas calles del norte de la provincia de Buenos Aires con la latente impunidad que le ofrece su juventud y su apolínea belleza. Fascinante, incómodo y enigmático, el Robledo Puch de Luis Ortega tiene el mismo pulso perturbador que esa extraña familia de crimen y perversión que retratara con estilizada precisión en la miniserie Historia de un clan. Quizás aquí su mirada se corre aún más de las exigencias del policial, de un caso que fue tapa de los diarios, y hace que ese derrotero de robos extravagantes y brutales asesinatos exude a los ojos del espectador la visceral combinación de escándalo y atracción que solo el cine y su inmensa pantalla pueden alcanzar. Ambientada a comienzos de los 70, la Argentina de Robledo Puch no deja de ser un teatro para ese dandismo criminal que atraviesa aquella sociedad en sus temores más arraigados, más indescifrables. El enigma detrás de la perfidia de ese ángel de alma negra, de la saña de sus actos, de su sexualidad provocadora, es la llave que Ortega mejor maneja. La elección musical, con "El extraño de pelo largo", de La Joven Guardia, a la cabeza, es la mejor prueba de ello, haciendo de cada canción un juego de representaciones, de guiños autoconscientes e irónicos (que incluyen al mismísimo Palito). Sin nunca aspirar a comprenderlo o explicarlo, Ortega muestra la fenomenología de su personaje: el capricho de sus actos, la obscenidad de su violencia, el sinsentido de ese mundo que se teje a su alrededor. El encuentro de Carlos y su compañero Ramón abre la película a ese inquietante retrato de familia que encarnan Daniel Fanego y Mercedes Morán, reflejo invertido de ese hogar de orden y trabajo que dio vida a Carlitos. Es claro que son esas tensiones homoeróticas y esas corrientes subterráneas que explotan en el seno de la banda delictiva las que se apoderan de la película, más que el vértigo de una road movie de ambiciosos y delirantes criminales. Lorenzo Ferro y Chino Darín consiguen adherirse a ese exterior de colores chillones y pasiones superficiales que elige la puesta de Ortega; el primero con ese cuerpo menudo de facciones andróginas, el segundo con esa inconsciencia dramática centrada en la fuerza de su presencia. Más cercana a la fábula pop que a la crónica de sucesos, El ángel no intenta dar respuestas sino que asume la fascinación y la inquietud de saber que hay misterios que son el límite y el fin de todo intento de explicación.
“El Ángel”, de Luis Ortega Por Jorge Bernárdez El mayor asesino de la historia, el chacal, el Ángel de la muerte, el desviado, Carlos Robledo Puch es el personaje más fascinante de las crónicas policiales. El joven que entre 1971 y 1972 asesinó por lo menos a once personas de manera cruel, ha sido objeto de estudio y de fascinación. Desde el famoso artículo que a modo de crónica escribió Osvaldo Soriano para el diario La opinión de Jacobo Timerman, pasando por las múltiples tapas que le dedicó Crónica, hasta llegar a la versión de Rodolfo Ledo en Sin Condena para el Canal 9 de la época de Alejandro Romay, muchos han abordado esa historia y sólo faltaba el cine pero llegó el momento. (Aquí la conferencia de prensa) Carlitos (Lorenzo Ferro) es apenas un adolescente y vive rompiendo las reglas que le imponen tanto en su casa cómo en el colegio secundario. Es provocador, su gestualidad puede parecer algo andrógina y esa cualidad se irá acentuando, pero por lo pronto en el comienzo de la película el joven pasa los días consiguiendo cosas que lo satisfagan. Hay un hedonismo desatado que lo lleva a conseguir desde ropa y discos de moda que lleva a su casa ente la mirada algo atónita de sus progenitores, que ya tuvieron que cambiarlo de colegio y que se encuentran un poco desconcertados ante su conducta aunque no imaginan que su hijo está por hacerlos vivir un infierno. Carlitos es inmanejable y tiene una novia, lo que no evita en que en el colegio coquetee un poco descaradamente con uno de sus compañeros que de entrada se enoja y lo maltrata, pero lentamente Ramón Peralta (El Chino Darín) va cediendo a los encantos de Carlitos que lo enreda y lo confunde. El padre de Ramón es un criminal de avería, un hombre del hampa que rápidamente advierte que ese adolescente rubio, al que su hijo Ramón llama “Rubia”, tiene un indudable talento para el delito. Rápidamente se arma una banda de ladrones con Carltos casi como eje del asunto, al que el padre de Ramón le enseña a disparar. Carlitos es mucho más que un aprendiz y José Peralta (Daniel Fanego) el padre de Ramón, lo califica de “genio” y acepta las ideas de lugares para asaltar que Carlitos propone. La carrera delictiva lleva a que Carlitos se escape de su casa y a que comience a vivir en hoteles de baja categoría junto con Ramón. Luis Ortega, un director que ya desde su primera película logró llamar la atención, es el director de El Ángel y demuestra que puede tomar la viuda de un criminal y contar su carrera criminal creando un mundo particular. El Ángel es una versión estilizada de la cruenta historia real de Carlos Robledo Puch. Ortega juega con la ambivalencia sexual de Puch, muestra como lentamente lo va envolviendo a su amigo y con el tiempo cómplice para meterse en la banda familiar, seducir a la madre de su amigo y finalmente dejándolos a tres para encarar una vida dentro del crimen de manera independiente. La película muestra una versión del raid delictivo de Robledo Puch y traza una especie de panorama de la época. La interpretación de Ortega es un poco libre y no se ata estrictamente a los hechos, pero logra transmitir una mirada de todo aquello. Algunas cosas se cuentan tal cual fueron y otras han sido adaptadas al mundo de Ortega. El flirteo de Carlitos y Román es evidente y los hechos que viven sirven para que el espectador se sienta también fascinado por ese joven de sexualidad ambivalente y dueño de un desparpajo, lo que hace que se sienta una cierta empatía por ese joven que se va convirtiendo en un frío asesino, un asesino al que su familia no puede contener y al que la familia de criminales que lo adopta termina abandonando. El Robledo Puch de la película de Ortega fascina y seduce a todos a su alrededor, enreda a medio mundo y ejecuta a sus víctimas sin sentir el menor remordimiento. Para contar esta versión de la historia el realizador reclutó un elenco ejemplar donde todos tienen momentos de lucimiento cómo Cecilia Roth en el papel de la sufrida madre de Robledo Pucho o Peter Lanzani, como otro de los cómplices de Puch. Ortega sumó una banda de sonido donde conviven desde un hit de Palito Ortega en los sesenta hasta Manal junto a Pappo y se dio el gusto de no volver excesivamente truculento todo lo que pasa, sin por eso profundizar en el perfil de un personaje fascinante. La ambientación es perfecta y la mirada de Ortega hace que el espectador en la butaca se deje fascinar por el mal y por la mirada sobre Carlitos, que pasa por encima de convenciones sociales y muestra que Cesare Lombroso definitivamente no estaba equivocado caracterizando a los asesinos como sujetos estéticamente desagradables y que el mal puede habitar en un joven rubio y bello, que apenas está saliendo de la adolescencia. EL ÁNGEL El Ángel, de Luis Ortega. Argentina/España, 2018. Dirección: Luis Ortega. Intérpretes: Lorenzo Ferro, Chino Darín, Peter Lanzani, Daniel Fanego, Mercedes Morán, Luis Gnecco, Cecilia Roth, William Prociuk y Malena Villa. Guión: Sergio Olguín, Luis Ortega y Rodolfo Palacios. Fotografía: Julián Apezteguía. Edición: Guillermo Gatti. Dirección de arte: Julia Freid. Sonido: José Luis Díaz. Distribuidora: Fox. Duración: 117 minutos.
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La clase media en su caldo En su crónica ficcional de la fugaz y brutal carrera criminal de Carlos Robledo Puch, el director de Historia de un clan resigna el carácter revulsivo que tenía la serie sobre los Puccio para privilegiar en cambio la estética pop de los primeros años 70. Con El Angel y después de El clan, el cine argentino continúa su exploración de lo que podría llamarse “el paso al crimen de la clase media de Zona Norte en los 70”. Vecino de Vicente López, durante nueve meses clavados –del 3 de mayo de 1971 al 3 de febrero de 1972–, Carlos Robledo Puch cometió medio centenar de atracos y se cargó a once personas, antes de cumplir 20 años. Como en Historia de un clan, su propia versión de los sanisidrenses Puccio, el director Luis Ortega elige, en coherencia con sus films anteriores, un enfoque desprovisto de toda moral para narrar la historia del querubín de bucles dorados al que la prensa llamó “El chacal”. Acompañado nuevamente por Rodolfo Palacios (autor del libro definitivo sobre CRP) a quien en esta ocasión se suma el novelista Sergio Olguín, Ortega transmuta al despiadado ejecutor de once víctimas inocentes en un pibe de los 70, que sabe lo que quiere y lo quiere ya. El posadolescente al que algunos comparaban, por lo lindo, con Marilyn (debut de Lorenzo Ferro, tan parecido a su modelo que en las fotos se hace imposible decir quién es quién) empieza y termina El Angel bailando solo. Baila “El extraño del pelo largo” (bonito detalle), puesta al mango en el tocadiscos. Baila demasiado bien para ser real: la primera escena, ambientada en un interior como de Almodóvar, está avisando que ese personaje es de ficción. Esa escena dice también que no va a ser ésta una crónica criminal común y corriente, sino una que, como su protagonista, va a hacer lo que se le cante. Allí está, para confirmarlo, la huida de Carlos, en moto, de la casa por la que acaba de pasearse como si fuera de él. El tema de La Joven Guardia sigue sonando y Carlitos entra en sincro con la música. Un corte de guitarra y mira hacia la izquierda, otro y rota a la derecha: la coreografía sigue arriba de la moto. No hay venganza de clase en CRP, como había en El clan, sino un simple “tomo lo que quiero”, muy de hijo único. Este Robledo Puch, y posiblemente el de la vida real, es un pibe consentido con un chumbo en la mano, al que los límites le chupan un reverendo huevo. Conoce en el cole al que será su cómplice, aquí llamado Ramón (el excelente Chino Darín, ideal para un policial) e inmediatamente a sus padres, que conforman una suerte de clan Barker en pequeño. El padre de Ramón, hombre de avería (Daniel Fanego) le enseñará a disparar, y al pibe le encanta. Se ha formado una bandita. El nuevo trae los datos y se gana su lugar al demostrar una audacia lindante con la locura. Cuando le dispare a un viejo coleccionista de cuadros (víctima imaginada por la película, que parecería querer darle a Robledo un costado de diletantismo artístico) habrá tenido su primera sangre, y ya no va a parar. Antes de abandonar para siempre al padre de Ramón debe decirse que Fanego está más genial que nunca, haciendo lamentar su desaparición de la trama. Están los padres de CRP, modelo de lo que él no quiere llegar ser (Cecilia Roth como sufrida madre de delantal a la cintura, el chileno Luis Gnecco como vendedor de electrodomésticos a domicilio). Está la relación homoerótica con Ramón, que Robledo niega hasta el día de hoy, y está la noviecita rubia que efectivamente tuvo (la excelente Malena Villa, sin muchas posibilidades de lucimiento). Hay un gay exuberante, podrido en plata y en cuadros (inmejorable William Prociuk) y aparece más tarde el tercer cómplice (Peter Lanzani, otra vez muy bien). Están los accesos por los techos, los descuelgues a lo Misión: Imposible y las ejecuciones sumarias. Faltan los tiros por la espalda y las violaciones, que fueron parte del repertorio. A la inversa de Historia de un clan, donde los exservicios devenidos secuestradores cuentapropistas generaban una repugnancia a la altura del estómago, en este caso el realizador parecería querer revertir la condición chocante de su héroe. Es así que el mayor asesino (no en serie, es un error considerarlo así) de la historia policial argentina tarda una hora de película en cometer el primer crimen. Ya no es “el ángel negro”, como se lo conoció. Ahora es El Angel. Sin color. O con muchos, porque El Angel es pop. Lo que le daba revulsividad a Historia de un clan era que con el desagrado convivían los estallidos pop (coreos, máscaras) y encerronas morales (las minis tableadas de las chicas Puccio convertían al espectador en cómplice de esos repugnantes misóginos), mientras que aquí el punto de vista tiende a la dispersión. Así como hay alguna que otra escena de más (una salida y un choque de CRP), planos discutibles (no parecen justificados los primeros planos sobre el soplete en el primer enfrentamiento entre CRP y Ramón) y algún despliegue de efectivos francamente excesivo, como el operativo final de las fuerzas de seguridad, cuyo tamaño le permitiría atrapar a varias bandas juntas, más que a un solo chorro. Todo lo cual habla de cierto grado de confusión que no aparecía en la serie previa, de cuya audacia y disruptividad hay aquí más insinuación que concreción. Sí hay exuberancia, sensibilidad pop (Pappo parece estar tocando en vivo), el gran hallazgo de Lorenzo Ferro, una magnífica dirección de actores y los más altos valores de producción. Con especial destaque de la dirección de arte de Julia Freid, que hace revivir la época, la zona, el caldo mismo en que se cocina la clase media.
EL PERFECTO ASESINO Nuestro criminal más famoso llega a las pantallas grandes y no podemos resistirnos a sus encantos. Luis Ortega sigue sumando porotos en su corta, pero fructífera carrera. Después de abordar el reality crime televisivo de la mano de los Puccio e “Historia de un Clan” (2015), se mete de lleno con el asesino serial más despiadado que engendró nuestro país: Carlos Robledo Puch, quien con sólo veinte años a cuestas fue condenado a cadena perpetua, donde cumple condena desde el año 1972. El debutante Lorenzo Ferro se mete en la piel de Carlitos, un adolescente encantador que, gracias a su actitud relajada y su rostro angelical, va por la vida obteniendo todo lo que quiere… aunque no le corresponda. Carlos, hijo único y “milagroso” de Aurora (Cecilia Roth) y Héctor (Luis Gnecco) atraviesa la juventud sin ningún tipo de filtro, sin distinguir en “lo tuyo y lo mío”, y sin mucho respeto por la existencia del otro. No es un chico de familia humilde que pasa penurias, ni de padres abusadores. Simplemente, nunca conoció ciertos límites y, digámoslo como debe ser, se convirtió en un sociópata. Sin control por parte de papá y mamá, y el mundo como un patio de juegos, Carlitos toma lo que quiere sin pedir permiso, pero sus actos delictivos empiezan a cobrar relevancia (y escalar en violencia) después de conocer a Ramón Peralta (Chino Darín), compañero de la escuela secundaria. A diferencia de Puch, el autodidacta, Ramón viene de una familia “delictiva”. Sus padres -Mercedes Morán y Daniel Fanego- lo reciben con los brazos abiertos y, en seguida lo introducen en el negocio de los robos a pequeña y grande escala. Pero Carlos es impulsivo, y como no siente ningún respeto por el otro, el gatillo se vuelve una moneda corriente a la hora de dar un golpe. Pronto, Carlitos y Ramón forman un dúo demasiado peligroso, pero detrás de esa amistad hay deseos no correspondidos y objetivos muy diferentes que se van a interponer por encima del compañerismo. Ortega no trata, bajo ninguna circunstancia, de romantizar la vida de este criminal precoz y, muchos menos, su abultado prontuario. “El Ángel” (2018) se balancea entre momentos violentos y crudos, y otros un tanto hilarantes y bizarros, manteniendo una estética visual muy particular –que un poco nos recuerda a “Asesinos por Naturaleza”-, que mezcla la música contestataria y cierta imprudencia (¿o es ingenuidad?) de principios de la década del setenta, con ese aire barroco y añejo de las casas ricachonas de Buenos Aires. En resumen, una película de contrastes que entretiene, hecha luz sobre la historia de este asesino -sobre todo para las nuevas generaciones-, y de paso, trata de analizar las razones tras sus actos delictivos y esa “vía libre” que le dio la época y, justamente, esa carita angelical que no levantaba muchas sospechas… en oposición a los “cabecitas negras”, claro. Ferro no es el mejor actor del mundo, pero sale bien parado en esta, su primera película. Actor y director logran encontrar el punto justo para que su Carlitos nos “enamore” (¡miren esa carita, por Jebús!), pero jamás logre nuestra empatía: logramos distanciarnos y no crear ningún tipo de lazo con este ser que, aunque hipnótico, no puede ocultar lo sociópata. Piénsenlo como el Joker de Ledger, un personaje del que no podemos despegar la mirada, pero del que nos despegamos emocionalmente. Ahí está uno de los grandes aciertos de “El Ángel”, que también se destaca por un gran detallismo de la época y su pericia visual. Hay algo “escenográfico” y teatral que se cuela en medio de tanto realismo, siempre apoyado por una banda sonora bien pum para arriba (Billy Bond y la Pesada del Rock and Roll, La Joven Guardia, Pappo, Giguiola Cinquetti y hasta Palito Ortega). El otro punto fuerte es el Chino Darín y su Ramón, complemento y contraparte de Ferro; una amistad y una constante tensión sexual que va moldeando la inestable personalidad del protagonista. Ortega no convierte la sexualidad de Puch en un tópico a tener en cuenta, sino en uno de los tantos aspectos de su complicado temperamento. Es un detalle de color en el cual no ahonda, simplemente, para no darle excusas al juicio del espectador. “El Ángel” es una película visual que describe a sus protagonistas a través de hechos y no de palabras. Nunca emite juicios de valor sobre el comportamiento de Puch o Peralta, y deja que el espectador saque sus propias conclusiones entre canciones, crímenes, algunas humoradas y cierta “ingenuidad” de su estrella principal. Lo bueno es que la inexperiencia de Ferro se apuntala con la trayectoria de un gran elenco que suma diferentes contrastes a este nuevo exponente del reality crime. Lo bueno de Ortega es que moderniza su relato para llegar a una audiencia mucho más joven que ni había nacido en la época de los crímenes de Puch, sumando nombres como el de Ferro, Darín y Peter Lanzani. En “El Ángel” hay un documento histórico que se toma sus libertades, pero también un enfoque vanguardista que lo aleja de la clásica narración policial y eso, en estas épocas de estancamiento, siempre es un punto a favor. LO MEJOR: - A pesar de la inexperiencia, Ferro logra que la cámara se enamore de él. - Que el relato nunca romantiza la violencia ni los crímenes de Puch. - La reconstrucción de época con ese enfoque tan moderno. LO PEOR: - No todos son un diez en ese elenco. - Algunos querrán una historia criminal más detallada.
Nos encontramos, casi con seguridad, ante el estreno nacional del año. No porque sea la mejor película argentina que se estrene en 2018 (aunque se encuentre entre las mejores sin dudas), sino por su impronta y grandilocuencia. Tanto dentro, como fuera de la pantalla. La historia de Carlos Robledo Puch es muy conocida por los argentinos mayores de 40 años y por cualquier joven ávido de información. Se trata de uno de nuestros (pocos) asesinos seriales, y que además tiene muchos condimentos muy dignos de cine. He aquí la película. Ahora bien, paradójicamente, lo que menos destaco de esta producción es la manera en la cual se retrata a “El Ángel”. Porque no se termina de mostrar ni su crudeza ni todos sus crímenes, incluso los más aberrantes. No digo que lo pintan como a un “tipo simpático” pero pega en el palo. Y aquí otra paradoja, porque el film recae en el atractivo y magnetismo de su protagonista. Por ello, me desprendo (y tendrían que hacerlo todos) de la realidad para pasar a la ficción, en la cual se hace adictivo ver a este personaje. El laburo del debutante Lorenzo Ferro no solo es impresionante, más aún teniendo en cuenta que es lo primero que hace, sino también arrollador y eclipsante. No me alcanzan los elogios hacia el actor. Ojalá sea el principio de una muy fructífera carrera, porque tiene todo para llegar a lo más alto. Asimismo, se encuentra muy bien ladeado por el Chino Darín, cuyo curriculum crece de forma maratónica, al mismo tiempo que su habilidad actoral. Posee un gran registro y versatilidad. Completan (también muy bien) Mercedes Morán, Daniel Fanego, Luis Gnecco, Peter Lanzani y Cecilia Roth. Pero la clave radica en la dupla Lorenzo/Chino, o mejor dicho, Carlitos/Ramón. Tienen secuencias formidables y mucha química entre ellos, en una relación que da para mucho debate. Más allá de que coincida o no con lo que pasó en realidad. Luis Ortega, quien estuvo centrado en grandes despliegues de la tv local en los últimos años. Ya sea con Historia de un clan (2015) o El marginal (2016), vuelve al cine a lo grande. Sin dudas su mejor película, donde todos los aspectos técnicos y narrativos son aciertos. La fotografía, el arte, el montaje y la música. Todo brilla. El Ángel es un deleite cinéfilo para todos los sentidos y la película argentina más ambiciosa de este año.
El caso de Robledo Puch es llevado al cine bajo la dirección de Luis Ortega, quien se toma algunas licencias “poéticas” para representarlo. Carlitos (Lorenzo Ferro) es un adolescente que vive su vida de la forma que quiere: realiza robos menores, aunque económicamente no necesita dinero. El disfrute que siente cada vez que efectúa un delito se vuelve completamente peligroso cuando conoce a Ramón (Chino Darín) y a su familia, quienes lo inician en un camino que no tiene retorno. El ángel (2018) es una película que incomoda por el simple hecho de estar protagonizada por un asesino real, condenado a cadena perpetua. En ese sentido, sorprende el enfoque que eligió Ortega para retratarlo, dado que aliviana un poco la tensión concediéndole ciertos valores al personaje principal. Aunque por ningún motivo se pueden justificar sus acciones, ni tampoco el film pretende hacerlo, lo que refleja son sus comienzos en la delincuencia y varios de los delitos, sin recurrir a la morbosidad en las escenas. La década el ´70 está perfectamente recreada, tanto en la vestimenta como en los vehículos utilizados. Pero también la música cumple un papel fundamental en la construcción del clima de la época. Lorenzo Ferro se inicia en el camino de la actuación con un personaje complejo por donde se lo mire. Su interpretación es excelente, al igual que la del Chino Darín. Los dos consiguen escenas que están a la altura de un relato que atraviesa al espectador, y son acompañados por un gran elenco de actores: Mercedes Morán, Daniel Fanego, Cecilia Roth, Luis Gnecco y Peter Lanzani. El ángel le acerca a las generaciones jóvenes uno de los casos policiales más estremecedores de la historia argentina. Y aquellos que son más contemporáneos recordarán lo sucedido desde la mirada del director. Una película fuerte, muy bien realizada.
“La conocen los presos: la libertad” Andrés Calamaro Ya desde su primera escena que El Ángel deja en evidencia el por qué Luis Ortega era el realizador adecuado para llevarla adelante. Carlitos deambula por Olivos a plena luz del sol e irrumpe en una casa ajena con total normalidad. Suena La Joven Guardia y el extraño de pelo enrulado sin preocupaciones baila. No hay una motivación delictiva. Lo impulsa el hecho de ser libre y el poder hacerlo porque sí. Ese vagar errante en los márgenes de la sociedad, de films previos del cineasta como Dromómanos o Lulú, vuelve a estar presente en este nuevo proyecto, uno que se pasa por el filtro de su labor en televisión y conecta de lleno con Historia de un Clan –también dirige El Marginal-, otro relato de uno de los casos más resonantes de nuestro país y con el que comparte cierto criterio estilístico, más allá de la diferencia de década.
PURIFICACIÓN DE UN DEMONIO El Angel, transpolación a la pantalla grande de la historia de Robledo Puch, es una decisión comercial que parece hermanarse con otra de hace unos años de haber llevado – tanto en formato de serie como de largometraje- la historia de la familia Puccio en Historia de un clan (dirigida, al igual que El Angel, por Luis Ortega), y El clan, de Pablo Trapero. Claro está que en algún punto la historia de Puch y la de los Puccio difieren. Ahí donde los segundos eran una familia conectada con el poder (sobre todo en el caso del temible padre Arquímedes), Puch, en cambio, sigue siendo una suerte de inquietante enigma criminalístico: un joven de familia tipo, que no padecía necesidades económicas y cuya historia no estaba signada por padecimiento en el seno de su familia nuclear, que de pronto se convierte en un ladrón y asesino despiadado. Ante una figura tan oscura como la de Puch, cabe preguntarse qué tan fiel a la realidad fáctica podía ser su adaptación a la pantalla. La respuesta es: no demasiado. Hay muchos crímenes macabros de Puch que la película deja completamente afuera -no sólo fuera de campo, sino, en muchos casos, fuera de la narración-, datos sobre una personalidad salvaje que el film de Ortega decide no filmar, quizás para poder encajar a Puch en el molde que el realizador desea: el de un ser que debe atraernos, en lugar de repelernos. En este sentido, la decisión de Ortega resulta en la purificación de un demonio, necesaria para poder hacer de Puch un personaje digerible para el público. La película ensaya alguna especulación respecto de la figura del protagonista. Por ejemplo, la posibilidad de pensar a Puch como un espíritu amoralmente libre que, como señala al principio el protagonista con voz en off, no entendió nunca cómo era eso de que algo es tuyo y algo es mío. El hecho de que la construcción de un personaje tan complejo haya recaído sobre el debutante Lorenzo Ferro es, por un lado, una decisión de casting osada, y, por el otro, un gran acierto. La osadía tiene que ver con haber elegido a un actor absolutamente desconocido para encarnar el papel principal. Decisión nada común en un cine industrial argentino que basa su éxito en que las caras de los protagonistas sean populares (piénsese en el cine argentino industrial copado por primeras figuras, como Ricardo Darín, Guillermo Francella o Natalia Oreiro, sin ir más lejos). Lo del acierto está dado porque el joven Ferro supera con creces tamaño desafío. Amén del parecido físico con el Puch original, que es notable. Hay una manera especial de hablar y caminar que logra Ferro, como la de alguien que, al fin y al cabo, no se pone demasiado nervioso por nada -la lentitud de los movimientos y su tono calmo al hablar son clave en ese sentido-, y no duda ni por un momento de sus acciones, por más aberrantes que estas puedan ser. Esto vuelve a su personaje tan magnético como escalofriante. Puede pensarse incluso que el modo de actuar de Ferro remite a la actuación de Martin Sheen en Badlands, obra maestra de Terrence Malick que quizás haya sido una de las influencias de El Angel. Después de todo, ambas comparten la idea de un psicópata tranquilo y una puesta en escena que más de una vez transmite una parsimonia asombrosa en sus escenas más violentas. De todos modos, Ferro no es el único gran acierto a nivel actoral de la película. Estamos ante un Daniel Fanego extraordinario como criminal inmoral y abandonado, y una Mercedes Morán que compone a un personaje dueño de una sexualidad tan vital como decadente. Así y todo, quien más destaca aquí es “Chino” Darín. En la piel de Ramón, socio criminal de “Carlitos”, logra convencernos de que puede ser un delincuente desalmado y un pibe deseoso de convertirse en estrella musical y así lograr el orgullo de sus padres. Quizás esta vez más que nunca quede puesto de relieve que “Chino” Darín es el digno heredero de su padre.
Con la misma libertad artística y habilidad narrativa que había mostrado en "Historia de un clan", Luis Ortega pinta otro de los casos delictivos más impresionantes que hubo en nuestro país: el de Robledo Puch, alias El ángel, el asesino serial más joven que se haya conocido, y el más bonito. Hijo único de buena familia, se le atribuyen 11 asesinatos, amén de una larga serie de robos y atracos a mano armada, un par de raptos, complicidad en una o dos violaciones, y otros desmanes, todos ellos cometidos en menos de un año, cuando todavía no había cumplido los 20. Desde entonces purga cadena perpetua en Sierra Chica. Con esta sola síntesis, otro director habría hecho una película tremendista chorreando sangre y con forzosas menciones a la violencia social de aquel tiempo, comienzos de los años '70. Por lógica, un poco de sangre vemos, y la ambientación nos ubica en la época, pero Ortega prefiere entregarnos la pintura del rebelde sin causa, ajeno a todo, con su mezcla de cariño y desdén hacia los padres, la fascinación de ser recibido por otra familia que le brinda plenitud vital -familia de marginales-, y los tanteos de una búsqueda sexual fuera de norma, acaso sublimada con cada disparo. El retrato cobra vida en la elogiable caracterización del debutante Lorenzo Ferro, bien acompañado por Chino Darín, Daniel Fanego, Mercedes Morán (los marginales en el barrio decente), Cecilia Roth, Luis Gnecco (los padres débiles), Peter Lanzani, Malena Villa (el tercero en discordia, la novia insípida). A señalar, en medio de los tiros, unos momentos de silencio incómodo, expresivos, como ese donde, después de tanta complicidad, el padre del amigo pasa junto al chico sin siquiera mirarlo, como si para él ya estuviera muerto, o condenado. Detalles así confirman la mano del artista. La banda sonora confirma que él y su principal productor son hijos de Palito Ortega.
Desde el éxito de El Clan, las dramatizaciones de casos policiales acontecidos en nuestro país han experimentado un resurgimiento. El destino ha querido que los productores de aquella película y los realizadores de su contraparte televisiva hayan unido fuerzas para contar en El Ángel otra historia de los anales de la crónica policial argentina. El Ángel cuenta la historia de Carlos Robledo Puch, un joven que entre 1971 y 1972 participó en sendos asaltos y perpetró aún más asesinatos. La película pone el acento en sus inicios delictivos junto a un amigo que conoce en el colegio industrial, y luego se enfoca en todo su extenso derrotero hasta su arresto. A nivel guion es necesario entender dos cosas importantes sobre El Ángel: no tiene exactitud histórica ni la pretende, y no es un policial aunque goce de los elementos del género. Es estrictamente una narración desde el punto de vista de las inquietudes e instintos básicos de un enloquecido adolescente que no tiene conciencia de sus acciones. Una elección que resulta en una severa reducción (y en muchos casos omisión) de los elementos sórdidos del caso real, que son al fin y al cabo la razón por la cual un espectador puede apostar a esta historia. Ninguna de estas propuestas es 100% fiel a los hechos reales. Es una dramatización. Eso la película lo sabe y el espectador lo acepta. Pero tomarse licencia de los hechos no implica hacerlo de los principios narrativos. Aunque se percibe una progresión paulatina en la trama romántica (cargada de un intenso homoerotismo), el elemento policial, por su escasez deliberada, no provee un marco de riesgo sostenido sino hasta el tramo final del film, por una necesidad de resolución más que otra cosa. El Ángel Si vas a contar el punto de vista de un personaje, sus emociones y su mirada de niño, pero por una cuestión de contexto tenés que abrazar ciertas convenciones del género policial, es crucial la elección de lo primero que le veamos hacer u oigamos decir al protagonista. Es la declaración de principios de la película. Es el contrato que esta le firma al espectador. Si lo primero que le escuchamos decir es “Yo no creo en esto es tuyo y esto es mío” por más que bailes El extraño de pelo largo la declaración está hecha y lo que el espectador espera es eso: la vida de un criminal, un policial que -a juzgar por cómo abarca su desarrollo- no es a lo que apunta El Ángel desde su corazón. La película se concentra en lo mínimo indispensable de la vida criminal de Carlos Robledo Puch e indaga por otros lados, valiéndose de un tono que a menudo bordea el grotesco (y en no pocas ocasiones lo kitsch) para relatar la dramatización de su vida. En materia actoral, el desempeño del reparto es más que eficiente: Daniel Fanego, Mercedes Morán y Cecilia Roth dan todo lo que se espera de ellos. El chileno Luis Gnecco, aparte de entregar una performance digna, adopta muy bien el acento argentino. Chino Darín hace un avance meritorio respecto de sus anteriores trabajos y Lorenzo Ferro, que ostenta el protagónico, realiza en su debut una notable performance que de seguro lo pondrá en el mapa. Nada mal para un intérprete sin experiencia previa hasta este trabajo. Por el costado técnico tenemos una elaborada labor de dirección de arte que ostenta gran personalidad. No se limita solo a realizar una reconstrucción de época precisa, sino que se esmera en que los colores sean únicos de ese mundo, únicos a esos personajes. Observaciones que también aplican a la propuesta fotográfica.
Jugarse la vida, ir por todo y sin límites El film narra la vida de Carlos Robledo Puch, uno de los criminales más infames de la historia argentina. ¿Se puede ver hermosura en la maldad? Eso es lo que parece preguntarnos Luis Ortega con su película “El Ángel”, basada en la vida de Carlos Robledo Puch, uno de los criminales más infames de la historia argentina. Ese morbo, ese gusto por lo marginado, o esa intención de comprender la violencia, ya había sido tratado en varias ocasiones en nuestro cine, y en 2015 Pablo Trapero filmó “El Clan”, al mismo tiempo que Underground producía “Historia de un clan” en televisión. Pero a diferencia de lo narrado con los Puccio, esta producción se aleja de la oscuridad al escapar de los hechos reales que componen la vida criminal de Puch. Aquí Ortega aprovecha para realizar su propia interpretación de la esencia del personaje, y en vez de utilizar un guión probable para narrar las características de “El Ángel”, se basa en cuestiones más inverosímiles que podrían ser las que describan al criminal de una forma más completa y pintoresca. “¿Nadie considera la posibilidad de ser libre? Andar por donde se te cante, como se te cante. Yo soy ladrón de nacimiento, no creo en ´esto es tuyo y esto es mío'”, dice en off Carlitos (Lorenzo Ferro) en el comienzo de la película, cuando está a punto de entrar en una casa vacía a robar cualquier cosa que le guste. Esto es, desde joyas para regalarle a su novia, hasta discos de Billy Bond. Tras un tiempo de robar sin querer sacar mucho provecho a lo robado, Carlitos conoce a Ramón (Chino Darín) y a su padre José (Daniel Fanego) que también se dedican al negocio. Tras su primer proyecto en conjunto, Ramón le dice “Nos estamos jugando la vida”, a lo que el joven responde: “Por eso, hay que ir por todo”. Carlitos no tenía límites ni filtros, y vivía la vida segundo a segundo. Es difícil entender cuál es la virtud más acertada del filme: encontrar a un protagonista para la película más importante del año y que el elegido tuviese la frescura de un nóvel desconocido y lograr el exacto equilibrio para que no le pese; un libreto construido sin ruidos “reales” para, paradójicamente, llevar un nivel de verdad sobre quién era Robledo Puch, o su estética colorida, sexual y exacerbada que encaja perfectamente con el tono que vacila entre lo cómico, dramático y psicológico que sirve para describir al asesino.
El debutante actor Lorenzo Ferro posee un extraordinario manejo de su cuerpo, plasticidad pura, acorde a su edad y a su estado físico. El otro punto a su favor es el parecido con el verdadero asesino a esa edad. Ahí se terminan todos sus logros en la composición del personaje, no hay una sola modificación en su rostro a lo largo de todo el filme, sin importar los estados de ánimo por los que transite. El personaje es en realidad una versión ficticia del asesino, violador, secuestrador, y ladrón convicto en la vida real Carlos Robledo Puch, que ha estado en prisión durante los últimos 46 años y continua. Por lo cual estamos hablando de una historia conocida, y que ante la ignorancia, se puede buscar, si se desea, en Internet. Si algo sostiene esta producción dirigida por Luis Ortega en principio es, sin duda alguna, las muy buenas actuaciones de casi todos los actores secundarios, empezando por el Chino Darin, continuando por Daniel Fanego, Peter Lanzani, Cecilia Roth y finalizando con el chileno Luis Gnecco. Todos ellos parecen haber sido extrapolados de los años ‘70, en tanto modismos, formas, composición corporal más allá de los diálogos, pues estos se sostienen desde esos aspectos de actuación Los otros puntos a favor habría que buscarlos en la banda de sonido, todos los temas se presentan como muy bien elegidos, asimismo el diseño de vestuario de Julio Suárez muy acertado, y la dirección de fotografía a cargo de Julián Apezteguia, que no deja de sorprender por su eficiencia. Es por eso que la película funciona en ese rol de tratar de plasmar una época, de libertad, los hippies, el rock, y en una sociedad en la que todavía, ingenuamente, se suponía al delincuente con ciertos rasgos categorizados de feos, para no dar otros calificativos. Volviendo al filme propiamente dicho, algo que se queda a mitad de camino es la construcción de algunas relaciones entre los personajes, al mismo tiempo que la mayoría de las secuencias no llegan a un final, se cortan y continúa con otra sin ensamble alguno, produciendo saltos narrativos, al principio molestos, luego establecido el código, si se puede llamar así, ya no molestan tanto pero siguen haciendo ruido pues deja sin resolver muchos elementos presentados. Por momentos da la sensación de ser sólo un cúmulo de viñetas para exhibir al personaje central, las que debería circular entre la perversión y lo siniestro. Tampoco se toma su tiempo para establecer las constitución de las relaciones entre los personajes, la más importante, entre Carlos y Ramón, su compinche, no esta desarrollada y eso va en contra de la verosimilitud de la misma, salvada por la performance del nombrado Darin. Parecería ser que el director eligió hacer una versión posiblemente muy libre de los hechos reales, extirpando los elementos más perturbadores de los sucesos, intentando incluir a cambio algo de comedia negra que deberían mover a risa. El filme mantiene un ritmo que va de la mano de los actos terribles del personaje, eso hace que el espectador no tenga demasiado tiempo para aburrirse. El director se las ingenia para no intentar explicar nada, sólo mostrar sin ponerse en juez, lo cual se determina en si mismo como un beneficio. Hay otras cuestiones que no cuadran demasiado con el resto del filme, hasta se pretenden, como por demás, la indefinición sexual de los personajes. Si bien la imagen andrógina de Carlos puede dar cuenta de eso, la de Ramón y su familia se muestran como antagónicas, sin serlo. En tanto personaje nefasto la presentación del mismo da cuenta de la falta de límites morales o sociales, “¿nadie se preocupa por ser libre?”, nos dice una voz en off mientras lo vemos robando una casa, tomando whisky, al tiempo que baila al son de un tema musical que el mismo acaba de habilitar en el equipo de música del domicilio. También, y hay que reconocer esos logros, desde el guión se desprende ese perfil de psicópata cuando el personaje argumenta que lo que hace, mientras reconoce que hace, pero no está mal, esta percepción parece no existir para el sujeto en cuestión. Como dice Rudiger Safranski en su libro “El mal o el drama de la libertad” (editorial Tusquets, 2005): “Comparece el mal cuando se invierte el orden de la voluntad, cuando allí donde se ha abierto paso ya la luz, a saber, en la conciencia humana, se alza la propia y egoísta voluntad oscura sobre la voluntad universal, cuando la inteligencia, la luz de la razón, es utilizada solamente para fines egoístas”… El debutante actor Lorenzo Ferro posee un extraordinario manejo de su cuerpo, plasticidad pura, acorde a su edad y a su estado físico. El otro punto a su favor es el parecido con el verdadero asesino a esa edad. Ahí se terminan todos sus logros en la composición del personaje, no hay una sola modificación en su rostro a lo largo de todo el filme, sin importar los estados de ánimo por los que transite. El personaje es en realidad una versión ficticia del asesino, violador, secuestrador, y ladrón convicto en la vida real Carlos Robledo Puch, que ha estado en prisión durante los últimos 46 años y continua. Por lo cual estamos hablando de una historia conocida, y que ante la ignorancia, se puede buscar, si se desea, en Internet. Si algo sostiene esta producción dirigida por Luis Ortega en principio es, sin duda alguna, las muy buenas actuaciones de casi todos los actores secundarios, empezando por el Chino Darin, continuando por Daniel Fanego, Peter Lanzani, Cecilia Roth y finalizando con el chileno Luis Gnecco. Todos ellos parecen haber sido extrapolados de los años ‘70, en tanto modismos, formas, composición corporal más allá de los diálogos, pues estos se sostienen desde esos aspectos de actuación Los otros puntos a favor habría que buscarlos en la banda de sonido, todos los temas se presentan como muy bien elegidos, asimismo el diseño de vestuario de Julio Suárez muy acertado, y la dirección de fotografía a cargo de Julián Apezteguia, que no deja de sorprender por su eficiencia. Es por eso que la película funciona en ese rol de tratar de plasmar una época, de libertad, los hippies, el rock, y en una sociedad en la que todavía, ingenuamente, se suponía al delincuente con ciertos rasgos categorizados de feos, para no dar otros calificativos. Volviendo al filme propiamente dicho, algo que se queda a mitad de camino es la construcción de algunas relaciones entre los personajes, al mismo tiempo que la mayoría de las secuencias no llegan a un final, se cortan y continúa con otra sin ensamble alguno, produciendo saltos narrativos, al principio molestos, luego establecido el código, si se puede llamar así, ya no molestan tanto pero siguen haciendo ruido pues deja sin resolver muchos elementos presentados. Por momentos da la sensación de ser sólo un cúmulo de viñetas para exhibir al personaje central, las que debería circular entre la perversión y lo siniestro. Tampoco se toma su tiempo para establecer las constitución de las relaciones entre los personajes, la más importante, entre Carlos y Ramón, su compinche, no esta desarrollada y eso va en contra de la verosimilitud de la misma, salvada por la performance del nombrado Darin. Parecería ser que el director eligió hacer una versión posiblemente muy libre de los hechos reales, extirpando los elementos más perturbadores de los sucesos, intentando incluir a cambio algo de comedia negra que deberían mover a risa. El filme mantiene un ritmo que va de la mano de los actos terribles del personaje, eso hace que el espectador no tenga demasiado tiempo para aburrirse. El director se las ingenia para no intentar explicar nada, sólo mostrar sin ponerse en juez, lo cual se determina en si mismo como un beneficio. Hay otras cuestiones que no cuadran demasiado con el resto del filme, hasta se pretenden, como por demás, la indefinición sexual de los personajes. Si bien la imagen andrógina de Carlos puede dar cuenta de eso, la de Ramón y su familia se muestran como antagónicas, sin serlo. En tanto personaje nefasto la presentación del mismo da cuenta de la falta de límites morales o sociales, “¿nadie se preocupa por ser libre?”, nos dice una voz en off mientras lo vemos robando una casa, tomando whisky, al tiempo que baila al son de un tema musical que el mismo acaba de habilitar en el equipo de música del domicilio. También, y hay que reconocer esos logros, desde el guión se desprende ese perfil de psicópata cuando el personaje argumenta que lo que hace, mientras reconoce que hace, pero no está mal, esta percepción parece no existir para el sujeto en cuestión. Como dice Rudiger Safranski en su libro “El mal o el drama de la libertad” (editorial Tusquets, 2005): “Comparece el mal cuando se invierte el orden de la voluntad, cuando allí donde se ha abierto paso ya la luz, a saber, en la conciencia humana, se alza la propia y egoísta voluntad oscura sobre la voluntad universal, cuando la inteligencia, la luz de la razón, es utilizada solamente para fines egoístas”… El debutante actor Lorenzo Ferro posee un extraordinario manejo de su cuerpo, plasticidad pura, acorde a su edad y a su estado físico. El otro punto a su favor es el parecido con el verdadero asesino a esa edad. Ahí se terminan todos sus logros en la composición del personaje, no hay una sola modificación en su rostro a lo largo de todo el filme, sin importar los estados de ánimo por los que transite. El personaje es en realidad una versión ficticia del asesino, violador, secuestrador, y ladrón convicto en la vida real Carlos Robledo Puch, que ha estado en prisión durante los últimos 46 años y continua. Por lo cual estamos hablando de una historia conocida, y que ante la ignorancia, se puede buscar, si se desea, en Internet. Si algo sostiene esta producción dirigida por Luis Ortega en principio es, sin duda alguna, las muy buenas actuaciones de casi todos los actores secundarios, empezando por el Chino Darin, continuando por Daniel Fanego, Peter Lanzani, Cecilia Roth y finalizando con el chileno Luis Gnecco. Todos ellos parecen haber sido extrapolados de los años ‘70, en tanto modismos, formas, composición corporal más allá de los diálogos, pues estos se sostienen desde esos aspectos de actuación Los otros puntos a favor habría que buscarlos en la banda de sonido, todos los temas se presentan como muy bien elegidos, asimismo el diseño de vestuario de Julio Suárez muy acertado, y la dirección de fotografía a cargo de Julián Apezteguia, que no deja de sorprender por su eficiencia. Es por eso que la película funciona en ese rol de tratar de plasmar una época, de libertad, los hippies, el rock, y en una sociedad en la que todavía, ingenuamente, se suponía al delincuente con ciertos rasgos categorizados de feos, para no dar otros calificativos. Volviendo al filme propiamente dicho, algo que se queda a mitad de camino es la construcción de algunas relaciones entre los personajes, al mismo tiempo que la mayoría de las secuencias no llegan a un final, se cortan y continúa con otra sin ensamble alguno, produciendo saltos narrativos, al principio molestos, luego establecido el código, si se puede llamar así, ya no molestan tanto pero siguen haciendo ruido pues deja sin resolver muchos elementos presentados. Por momentos da la sensación de ser sólo un cúmulo de viñetas para exhibir al personaje central, las que debería circular entre la perversión y lo siniestro. Tampoco se toma su tiempo para establecer las constitución de las relaciones entre los personajes, la más importante, entre Carlos y Ramón, su compinche, no esta desarrollada y eso va en contra de la verosimilitud de la misma, salvada por la performance del nombrado Darin. Parecería ser que el director eligió hacer una versión posiblemente muy libre de los hechos reales, extirpando los elementos más perturbadores de los sucesos, intentando incluir a cambio algo de comedia negra que deberían mover a risa. El filme mantiene un ritmo que va de la mano de los actos terribles del personaje, eso hace que el espectador no tenga demasiado tiempo para aburrirse. El director se las ingenia para no intentar explicar nada, sólo mostrar sin ponerse en juez, lo cual se determina en si mismo como un beneficio. Hay otras cuestiones que no cuadran demasiado con el resto del filme, hasta se pretenden, como por demás, la indefinición sexual de los personajes. Si bien la imagen andrógina de Carlos puede dar cuenta de eso, la de Ramón y su familia se muestran como antagónicas, sin serlo. En tanto personaje nefasto la presentación del mismo da cuenta de la falta de límites morales o sociales, “¿nadie se preocupa por ser libre?”, nos dice una voz en off mientras lo vemos robando una casa, tomando whisky, al tiempo que baila al son de un tema musical que el mismo acaba de habilitar en el equipo de música del domicilio. También, y hay que reconocer esos logros, desde el guión se desprende ese perfil de psicópata cuando el personaje argumenta que lo que hace, mientras reconoce que hace, pero no está mal, esta percepción parece no existir para el sujeto en cuestión. Como dice Rudiger Safranski en su libro “El mal o el drama de la libertad” (editorial Tusquets, 2005): “Comparece el mal cuando se invierte el orden de la voluntad, cuando allí donde se ha abierto paso ya la luz, a saber, en la conciencia humana, se alza la propia y egoísta voluntad oscura sobre la voluntad universal, cuando la inteligencia, la luz de la razón, es utilizada solamente para fines egoístas”… El debutante actor Lorenzo Ferro posee un extraordinario manejo de su cuerpo, plasticidad pura, acorde a su edad y a su estado físico. El otro punto a su favor es el parecido con el verdadero asesino a esa edad. Ahí se terminan todos sus logros en la composición del personaje, no hay una sola modificación en su rostro a lo largo de todo el filme, sin importar los estados de ánimo por los que transite. El personaje es en realidad una versión ficticia del asesino, violador, secuestrador, y ladrón convicto en la vida real Carlos Robledo Puch, que ha estado en prisión durante los últimos 46 años y continua. Por lo cual estamos hablando de una historia conocida, y que ante la ignorancia, se puede buscar, si se desea, en Internet. Si algo sostiene esta producción dirigida por Luis Ortega en principio es, sin duda alguna, las muy buenas actuaciones de casi todos los actores secundarios, empezando por el Chino Darin, continuando por Daniel Fanego, Peter Lanzani, Cecilia Roth y finalizando con el chileno Luis Gnecco. Todos ellos parecen haber sido extrapolados de los años ‘70, en tanto modismos, formas, composición corporal más allá de los diálogos, pues estos se sostienen desde esos aspectos de actuación Los otros puntos a favor habría que buscarlos en la banda de sonido, todos los temas se presentan como muy bien elegidos, asimismo el diseño de vestuario de Julio Suárez muy acertado, y la dirección de fotografía a cargo de Julián Apezteguia, que no deja de sorprender por su eficiencia. Es por eso que la película funciona en ese rol de tratar de plasmar una época, de libertad, los hippies, el rock, y en una sociedad en la que todavía, ingenuamente, se suponía al delincuente con ciertos rasgos categorizados de feos, para no dar otros calificativos. Volviendo al filme propiamente dicho, algo que se queda a mitad de camino es la construcción de algunas relaciones entre los personajes, al mismo tiempo que la mayoría de las secuencias no llegan a un final, se cortan y continúa con otra sin ensamble alguno, produciendo saltos narrativos, al principio molestos, luego establecido el código, si se puede llamar así, ya no molestan tanto pero siguen haciendo ruido pues deja sin resolver muchos elementos presentados. Por momentos da la sensación de ser sólo un cúmulo de viñetas para exhibir al personaje central, las que debería circular entre la perversión y lo siniestro. Tampoco se toma su tiempo para establecer las constitución de las relaciones entre los personajes, la más importante, entre Carlos y Ramón, su compinche, no esta desarrollada y eso va en contra de la verosimilitud de la misma, salvada por la performance del nombrado Darin. Parecería ser que el director eligió hacer una versión posiblemente muy libre de los hechos reales, extirpando los elementos más perturbadores de los sucesos, intentando incluir a cambio algo de comedia negra que deberían mover a risa. El filme mantiene un ritmo que va de la mano de los actos terribles del personaje, eso hace que el espectador no tenga demasiado tiempo para aburrirse. El director se las ingenia para no intentar explicar nada, sólo mostrar sin ponerse en juez, lo cual se determina en si mismo como un beneficio. Hay otras cuestiones que no cuadran demasiado con el resto del filme, hasta se pretenden, como por demás, la indefinición sexual de los personajes. Si bien la imagen andrógina de Carlos puede dar cuenta de eso, la de Ramón y su familia se muestran como antagónicas, sin serlo. En tanto personaje nefasto la presentación del mismo da cuenta de la falta de límites morales o sociales, “¿nadie se preocupa por ser libre?”, nos dice una voz en off mientras lo vemos robando una casa, tomando whisky, al tiempo que baila al son de un tema musical que el mismo acaba de habilitar en el equipo de música del domicilio. También, y hay que reconocer esos logros, desde el guión se desprende ese perfil de psicópata cuando el personaje argumenta que lo que hace, mientras reconoce que hace, pero no está mal, esta percepción parece no existir para el sujeto en cuestión. Como dice Rudiger Safranski en su libro “El mal o el drama de la libertad” (editorial Tusquets, 2005): “Comparece el mal cuando se invierte el orden de la voluntad, cuando allí donde se ha abierto paso ya la luz, a saber, en la conciencia humana, se alza la propia y egoísta voluntad oscura sobre la voluntad universal, cuando la inteligencia, la luz de la razón, es utilizada solamente para fines egoístas”…
Critica emitida por radio.
Luis Ortega, uno de los directores jóvenes más talentosos tomó como inspiración al asesino serial más terrible, cruel y el preso más longevo de la historia argentina. Pero con inteligencia, si bien se basó en la investigación periodística de Rodolfo Palacios sobre Carlos Robledo Puch, escribió con él y con Sergio Olguín un guión de ficción que le escapa a lo sangriento, lo sensacionalista, lo biográfico, la explicación psicológica, la mirada tranquilizadora para intentar descifrar el horror, como a la peste. Y entonces su película resulta fascinante y elegante, con un protagonista que naturaliza sus actos, que cuando quita una vida o roba, (aquí no se muestran su costado de torturador y violador) siente que está más allá de la realidad del común de los mortales, cree en una ficción donde se mueve con la soltura y la seducción que seguramente tenga la cara del abismo. Lo llamaron “ángel” y quizás, como lo interpreta la religión no experimenta ni discernimiento ni culpa, esta determinado al bien, o cuando cae, irremediablemente al mal. Con el debutante Lorenzo Ferro como protagonista, los ensayos con el trabajo de Alejandro Catalán, fueron largos y dieron como resultado a un ser inasible, un efebo bello, irónico, que adorna lo monstruoso con una inconsciencia letal. En una primera escena, cuando entra a robar a una mansión, se pone al bailar un tema de La Joven Guardia (toda la banda sonora es un acierto), femenino y masculino al mismo tiempo, gozando extasiado el haber cruzado la barrera de lo correcto, define su carácter, su destino, esa incómoda empatía con el espectador. Que puede sentirse tan fascinado con ese ser como un pájaro paralizado por su muerte cercana. Es también un gran riesgo que corrió el realizador, a esta película habrá quien la rechace de plano, o se deje encantar por un ser que sabemos de antemano es despreciable. Todo el derrotero criminal, desprejuiciado, de identificación con su familia substituta, de enamoramiento homo erótico, de violencia cada vez más intensa, forma parte de un juego infernal. La inteligencia del director es haber creado un film que queda en la cabeza del espectador, polémico, molesto, pero definitivamente creativo e inolvidable.
Hay dos caminos posibles para encarar una película sobre la vida de alguna personalidad que haya tenido trascendencia mediática y popular. Existe la tentación de inclinarse a un registro lo más fiel posible sobre los episodios retratados, es decir esas biopics formales y rígidas, que generalmente derivan en ejercicios fríos y poco inspirados en términos cinematográficos. La otra opción, que generalmente resulta mucho más fascinante, tiene que ver con la apropiación que se permite el director sobre los personajes y las historias que aborda. En este sentido, para los estudiosos y puristas de los crímenes de Carlos Robledo Puch, hay que remarcar que Luis Ortega juega claramente con las cartas de un abordaje libre sobre los delitos de unos de los asesinos más legendarios de nuestro país. Y si bien el talentoso guionista y director utilizó como punto de partida el libro El Ángel negro, de Rodolfo Palacios, su película se propone como una experiencia movediza, exenta de la recreación minuciosa de los hechos, y a su vez despojada de una mirada psicologista. Ortega no construye su relato desde el velo del juicio moral, ni mucho menos desde la demonización del protagonista central. En términos de lenguaje, el film arranca con un subrayado tropiezo del que luego logra salir airoso. Vemos a Carlitos (descollante debut actoral de Lorenzo Ferro), ingresando en una elegante casa, recorriendo como un felino sus rincones, mientras en off suenan frases como: "¿La gente está loca? ¿Nadie quiere vivir libremente?". El resto de la película prescinde del monólogo interior, por lo tanto dicho recurso encarado desde un matiz un tanto televisivo, no termina de encontrar su pertinencia. Pareciera que el director quiere blindar de antemano a su antihéroe, o bien anticiparle al espectador el tono de la historia. Una suerte de tutorial sobre cómo abordar su film. Pocos minutos después, queda en claro que la película tiene espalda de sobra para sostener lo que se ese off anunció explícitamente, y que tal vez hubiera sido más climático ver simplemente a Carlos deambulando en ese caserón; hasta elegir un disco y ponerse a bailar con toda soltura en el living. Esa introducción, que podría ser tomada como una concesión, al igual que el momento en que vemos cómo caen un par de lágrimas de los ojos del protagonista, quedan totalmente superados por el andar de una película que logra sostener cada una de sus opciones narrativas y estéticas con notable solvencia. El Ángel no se erige sobre la fórmula del thriller que se regodea en las instancias de violencia, ni tampoco se instala en la pose cool y canchera que transita en la mencionada primera secuencia. Luis Ortega, que ya había tenido una experiencia en la producción industrial con las series El Marginal e Historia de un clan, hace el mejor salto del cine independiente al mainstream que haya logrado cualquier realizador argentino en las últimas décadas, y de paso concibe su película más precisa e inquietante. Esos son los dos conceptos que motorizan este film con destino de éxito masivo: precisión absoluta en su puesta, con una fusión totalmente orgánica entre escenas filmadas desde la más depurada elegancia, con otras que apuntan a un estilo seco y contundente; que remite a la atmósfera visual de algunas películas del Hollywood crítico de fines de los '60 y comienzos de los '70. Mientras que la cuota inquietante, la aporta el carácter movedizo de El Ángel, evitando que toda fórmula que funcione a la perfección en una secuencia, se repita en versión automatizada en las siguientes. Por ejemplo, cuando Carlitos y su aliado Ramón (afilado Chino Darín) cometen su primer asesinato, víctima y victimarios actúan de una manera desconcertante. Hubiera sido muy sencillo para Ortega, replicar esa dinámica en los restantes crímenes, pero no. Más allá de que todos conozcamos de antemano el desenlace, la película se propone como una exploración sobre la misteriosa figura de Robledo Puch. Un viaje multidimensional hacia las entrañas de un joven delincuente. Más allá de cierta dominante que oscila entra la incomodidad y la crispación, el film destila toques de humor e ironía, que están jugados desde un lugar más conectado con el extrañamiento que con el cinismo. Algunos de estos filosos pasajes encuentran su perfecta portadora en Mercedes Morán. Cada vez que ella irrumpe en escena, su impronta es capaz de devorar a Lorenzo Ferro, Chino Darín, Daniel Fanego y Peter Lanzani. Pero no sólo Morán arrasa en potencia, todos dominan sus roles a puro motor de fuerza y presencia carismática, aunque a la madre de Carlitos, interpretada sobriamente por Cecilia Roth, tal vez le falte una vuelta de tuerca narrativa. Que los personajes tengan espesor y no sean meras maquetas, es lo que le permite a Ortega envolvernos en un juego de seducción, que parte de la cautivante mirada con la que el director sigue minuciosamente a cada una de sus criaturas. Se ha hablado mucho sobre el latente homoerotismo entre Carlitos y Ramón, pero lo sustancial es que el vínculo entre ellos atraviesa múltiples desplazamientos, en donde los roles de dominante y sumiso, se intercambian de la manera más descarnada. El Ángel pudo elegir el camino más sencillo, que hubiera sido el del thriller shockeante y ultra violento. También pudo optar por sobrecargar las tintas en el contexto histórico en que transcurre la historia, los tenebrosos comienzos de los '70 en Argentina. La película juguetea con canciones de La Joven Guardia, Johny Tedesco, Billy Bond y el mismísimo Palito Ortega, pero tiene una fuerte conexión con premisas existenciales del presente. No se trata del retrato de una era, y tampoco es un relato generacional de un adolescente. Luis Ortega nos habla sobre la imperante urgencia de vivir el momento, pero también sobre un entramado vincular que hoy puede trazar tanto un chico de 20 años como una persona de 50, 60 o 70. Nos acompañamos como podemos, nos usamos, nos explotamos y nos descartamos; todo sin culpa ni sentencia moral alguna. El mayor potencial de este auspicioso salto de Luis Ortega, de películas independientes de acotada difusión como Caja negra y Lulú, a este estreno que llega a todo el país con cerca de una veintena de funciones diarias en complejos mendocinos como Village y Cinemark; consiste en el aprovechamiento máximo de cada puerta que abre y cada movimiento que propone. En cambio, otros directores contemporáneos argentinos, parten de premisas inquietantes, para luego traicionarse a sí mismos y derivar en caminos más trillados. Tal es el caso de un prometedor cineasta como Santiago Mitre, quien también tuvo sus orígenes en el cine indie, transitando de inquietantes propuestas iniciales como El estudiante y La patota, a una anodina experiencia mainstream como La cordillera, film que tuvo todo el potencial para ser un brillante thriller psicológico, pero que eligió hundirse en las convencionales aguas del estofado político. Ortega en cambio, sabe que la clave del asunto consiste en adentrarse en los repliegues del misterio, y hacer de ese viaje una experiencia fascinante. El Ángel / Argentina-España / 2018 / 115 minutos / Apta para mayores de 13 años / Dirección: Lorenzo Ferro, Chino Darín, Mercedes Morán, Daniel Fanego, Cecilia Roth, Luis Gnecco, Peter Lanzani.
De la mano de un protagonista seductor que se apodera de cada escena, una narración perfecta y un gran soundtrack, El Ángel pinta para ser la mejor película argentina del año. Carlos Eduardo Robledo Puch es el presidiario más longevo de la historia argentina. Lleva más de 45 años preso en el penal de Sierra Chica por 17 robos y 11 homicidios cometidos en poco menos de dos años. Puch es un sociópata cuyo raíd delictivo mantuvo en vilo a la sociedad y su posterior detención sorprendió a los medios y la población debido a sus cualidades particulares. Puch no era el típico arquetipo de criminal: un niño joven y atractivo de rostro angelical, rizos rubios y ojos claros que venía de un hogar de clase media trabajadora y estudiaba en un colegio privado. Luis Ortega ya dirigió dos largometrajes interesantes (Caja Negra en 2002 y Monobloc de 2005) pero el gran público está más familiarizado con su trabajo en televisión ya que dirigió todos los capítulos de dos de las mejores ficciones televisivas de los últimos tiempos: El Marginal e Historia de un Clan (donde también escribió los guiones). Carlitos (Lorenzo Ferro) es un encantador sociópata adolescente de 17 años que vive con sus padres (Cecilia Roth y Luis Gnecco) y se describe como “ladrón de nacimiento”. No por gusto ni necesidad (de hecho, la mayoría de sus botines terminan siendo regalados u olvidados), sino por una irrefrenable pulsión de rebeldía que lo empuja a quedarse con lo que no le pertenece. Su vida cambia al conocer a Ramón Peralta (Chino Darín), un compañero hosco y varonil de su nuevo colegio secundario que se dedica a cometer robos junto a su padre (Daniel Fanego) y con el aval de su madre (Mercedes Morán). No sería una exageración afirmar que estamos ante el mejor estreno argentino del año (hasta ahora). El gran mérito de Luis Ortega es no jugársela por una biopic tradicional ni un relato verídico de los crímenes de Puch (demasiado atroces como para hacer un producto atractivo para la audiencia) sino reinventar la historia real del célebre asesino para crear una película narrativamente perfecta y muy estilizada. Ortega no nos muestra un monstruo ni intenta hacer que empatizemos con el asesino. Nos muestra a Puch como un joven despreocupado y liberal que está completamente desconectado de la realidad. Roba porque es una aventura y le divierte, mata porque si. La película nos muestra esto pero no juzga al victimario ni nos alecciona con una moraleja final. De hecho, vemos el relato de las fechorías de Puch pero nunca llegamos a verlo tras las rejas pagando por sus crímenes. Gran parte del encanto de la película descansa en la genial interpretación de Lorenzo Ferro. El actor debutante brinda una actuación hipnótica y seduce al espectador en cada plano con su mirada que mezcla el encanto angelical de su rostro y la oscuridad de su mente psicópata. Como contrapunto de la delicada locura de Ferro, Chino Darín compone a un criminal consumado que se sorprende por el “talento natural” de Carlitos a la hora de delinquir. Juntos llevarán adelante un vínculo ambiguo e interesante que va desde la amistad más fuerte hasta la tensión sexual. Luis Gnecco y Cecilia Roth cumple con sus roles de padres preocupados pero los que se lucen en papeles secundarios son los “padres criminales” de Carlitos. El Ángel utiliza la cultura pop de principios de los 70′ para otorgarle una faceta cool a la película con su detallada dirección de arte, diseño de vestuario y principalmente la música. El soundtrack de El Ángel está puesto al servicio de la trama y sus pegadizas canciones de rock y música popular argentina (Pappo’s Blues, La Joven Guardia, Manal, Piazzolla, Leonardo Favio, Billy Bond y Palito Ortega. Sí, el padre del director) le otorgan un tono canchero y estilizado “a lo Tarantino”. La fotografía excelente y muy cuidada es la frutilla del postre de esta película excelente y arriesgada que demuestra que el cine de autor argentino puede ser masivo, entretenido y popular brindando un producto de altísima calidad.
11 muertes, 4 lágrimas y un soplete. Además del gran salto de Luis Ortega en lo que hace a su modos de producción y estilos, el riesgo de su nuevo opus El ángel, inspirado libremente en Carlos Robledo Puch, tal vez el asesino más monstruoso de la historia criminal argentina, habla a las claras de la coherencia artística de un director con todas las letras. Luis Ortega ya sorprendía con su minimalismo de Caja negra (2002); con esos personajes extraños, a veces bellos y otras no tanto, para ir asentándose como un realizador de una poética y autoría propia, cualidades que dejaban abierto el interrogante al futuro y a la tentación que el cine industrial lo coartara en términos creativos en caso de alguna posibilidad concreta en un proyecto más ambicioso que tardó -afortunadamente- en aparecer, aspecto positivo teniendo en cuenta sus otras películas como Lulú (2014) o su éxito televisivo sobre el clan Puccio en Historias de un clan. No puedo dejar de ver en primer lugar en la caracterización de Lorenzo Ferro (Soberbia performance del hijo de Rafael Ferro) -bajo las órdenes de Luis Ortega- al Alex de La naranja mecánica (1971), de Stanley Kubrick. Este joven actor consigue en su desparpajo la sensación de libertad para moverse en el mundo, más allá de los rasgos psicopáticos de un muchacho amoral. Si El ángel tiene como punto de partida el retrato de un asesino juvenil, simplemente es por la anécdota policial o el mito periodístico acerca del siniestro Carlos Robledo Puch. No por la intención manifiesta del director de Monobloc (2005) de esbozar un perfil psicológico y criminal de un adolescente de clase media, extravagante y de una inteligencia destacable por su corta edad, que en un período corto asesinó a sangre fría a once personas sin un patrón serial, cometió robos de automóviles, motocicletas, joyerías o casas particulares -sumados secuestros-, pero siempre con una calma y templanza aterradoras. Decía, al comienzo de esta nota el parecido al Alex de La naranja mecánica por la idea de la libertad para hacer realmente lo que se quiere, por ejemplo robar en casas de clase media alta por el simple placer de coquetear con el peligro, aunque también de imponer una manera de arrogancia frente a cualquier autoridad cuando los padres del propio Robledo Puch (Roles encargados a Cecilia Roth y el chileno Luis Gnecco) no hicieron frente a las manipulaciones de Carlitos y su modo comprador y seductor. Y el mismo año que la película de Kubrick tuvo su estreno coincide con el año elegido por Luis Ortega para desarrollar de manera sutil una radiografía de Argentina a principios de los ’70. La música elegida que va desde temas livianos como El extraño de pelo largo (Impresionante secuencia de baile de Lorenzo Ferro) a la contundencia de Manal o Billy Bond y la Pesada del Rock’n’Roll contagia la atmósfera y el contraste con aquel tiempo que presagiaba épocas de violencia y militares en el poder. Lo primero que hay que decir de El ángel y su singular aproximación a una historia de amor entre dos jóvenes delincuentes, traición y despecho es que cinematográficamente hablando el arte de Luis Ortega le gana al testimonio de Robledo Puch. Algo similar ya había sido logrado con Arquímedes Puccio en la citada serie con una fuerte carga simbólica y la constante búsqueda del riesgo para no traicionar una libertad creativa intachable. Esa premisa no sólo funcionó con esta película sino que logró extraer de ese frío asesino adolescente, ese gélido psicópata con cara de inocente, algún que otro rasgo de humanidad sin volcar toda esa energía en un intento de idolatría así como tampoco de estereotipo de los desviados sociales o como la palabra de moda indica marginales. En 120 minutos Carlitos muta en Robledo Puch, muda la piel de niño bien con pelo enrulado y destreza para tocar el piano, mientras mata once personas, deja que se le escurran cuatro lágrimas y empuña con total naturalidad un soplete para terminar su obra de arte maquiavélica y reírse de todos por ser esclavos de la moral y creer en la propiedad privada.
"Inútil es que trates de entender o interpretar quizás sus actos/él es un rey extraño/un rey de pelo largo". En su séptima película, Luis Ortega parece tomar al pie de la letra los versos de la canción central de El Ángel, clásico de La joven guardia. En lugar de tratar de entender o interpretar a su protagonista, menos aún juzgarlo, arma un artefacto audiovisual que es pura oda a lo enigmático, lo fascinante, lo magnético, asuntos todos inútiles de entender. Antes que explicaciones acerca de los motivos que llevan a un chico casi adolescente a robar compulsivamente y luego matar como por deporte, hay un baile solitario, en el espacioso living room de una casa ajena, estampa del animal humano que se retrata, uno al que no le importa nada, que sin preocupaciones va, pero que además va en un raro estado de felicidad. Con esa introducción, para cuando la película empieza a sumar elementos -su familia, su milanesa con puré, su colección de cosas afanadas- ya tenemos una imagen, una idea bastante desconcertante acerca de Carlitos. Que es Robledo Puch, como se nos anunció, pero para nada una biopic. A esto se suma (en cada plano, con algunos detalle que se regodean en su boca gruesa), la jugadisima elección de un debutante, Lorenzo Ferro que, como Carlitos, es una creación de Ortega para el cine. Hasta el amateurismo de Ferro parece jugar a favor de esa creación, fascinante y resbaladiza de tan imprevisible, tan absolutamente peligrosa. El efecto es notable, en el espectador y en quienes lo rodean. Basta ver la mirada de terror/amor de su propia madre, la de las milanesas, -Cecilia Roth, sacándole provecho a cada escena- o la mirada un poco lasciva, admirada de los siniestros padres de su amigo Ramón -Chino Darín-, a cargo de unos estupendos Daniel Fanego y Mercedes Morán. Presencias sostenidas con más misterio y sugerencia que información, para bien del clima cinematográfico. Gentileza de un guión compartido entre Ortega y Rodolfo Palacios, el periodista autor del libro sobre Robledo Puch en el que se basa el film, y el escritor Sergio Olguín. Hay varias escenas de una contundencia memorable, que guiñan al cine de Scorsese y su mirada sobre lo criminal. Escenas en las que la violencia adquiere una extrañeza alucinada, aunque es una violencia estilizada, casi irreal. Y el sexo, otro gran tema de El Ángel, flota, tensa los vínculos, pero no tiene una carga de presencia directa. El uso estruendoso de la música de los setenta es clave, como la dirección de arte y vestuario, la fotografía, rubros en manos de expertos en esta producción generosa que además sale a más de 300 salas en todo el país. Un combo pensado para atraer, en el que la música vintage arropa el relato, marcando la cadencia de una sociedad efervescente y reprimida a la vez, en la que las fiestas libres y "ditellianas" convivían con una policía que amenazaba con picanas y lo siniestro estaba ahí, agazapado entre lo cotidiano. Como Carlitos.
Versión libre y suavizada de un asesino despiadado que dejó sangrientos rastros a comienzos de los setenta. Luis Ortega esta vez ha eludido la reconstrucción de hechos reales, algo que tanto le sirvió para su serie sobre los Puccio. Aquí dejó a un lado lo estrictamente documental para poder contar una historia terrible con más extravagancia que rigor. Lo policial está allí, pero siempre como un telón de fondo. Lo que al film le importa es el personaje, rondar el alma de este ángel perverso, preguntarse cómo un chico de barrio, hijo de gente de trabajo, un día se abraza al horror y allí sigue. Seguramente sea un plato fuerte de un cine nacional que se acerca al gran público”. El debutante Lorenzo Ferro tiene un parecido notable con Robledo Puch, pero no es un buen actor y se nota. Salvo el Chino Darín, nadie brilla a la altura de sus antecedentes. Cuidada y artificiosa, a la película le falta intensidad y fluidez, pero logra sostener el interés por su cuidada ambientación y porque mal o bien todos saben que de manera explícita o elusiva está allí Robledo Puch, un tipo siniestro, inacabado, triste y desalmado. El film renuncia a lo policial para ir en busca de un muchacho que es puro instinto, que no tiene definido ni su rumbo ni se sexualidad, que alimenta su vida con desafíos repentinos y alocados y que desde la primera escena invoca a la libertad como único motor para una maldad que no mide sus alcancen ni sus consecuencias, que mata porque si, casi como una ofrenda a la nada. Con semejante material se extraña la falta de profundidad y fuerza de una puesta algo ceremoniosa, con algunas escenas hogareñas tan recitadas que parecen herencia del cine argentino de los 50. Hasta los actores (Morán, Roth) parecen irse destiñendo para poder darle más relevancia a este ángel maldito, más una víctima que un criminal. Extravagante a veces, inverosímil casi siempre, cuidada siempre, bien ambientada y bien contada, “El Angel” seguramente será uno de los platos fuertes de un cine nacional que se acerca al gran público.
La vida de Robledo Puch merecía una película, y después del éxito que fueron primero El Clan (Pablo Trapero) y luego Historia de un Clan (Sebastián Ortega), el hermano del director de esta última, Luis, entendió la oportunidad cinematográfica que significaba adentrarse en la mente del más temido asesino serial de la Argentina. Y es que la vida de Puch parecía ya condenada a la pantalla grande desde sus primeros pasos como ladrón: si bien el film parte de un Robledo adolescente que está terminando el colegio, testigos afirman que en la vida real el muchacho con cara de ángel habría comenzado mucho antes sus aventuras delictivas. Lo enigmático de un personaje como Robledo es que siempre pareció escaparle a todas las nociones y preconceptos que tenemos de los criminales de su estilo: no creció en un hogar disfuncional, no vivió jamás en la marginalidad (aunque tampoco en la opulencia) y, para colmo, portaba un rostro capaz de enamorar desde la chica más santa hasta la más descarriada. Todo eso lo obtuvo sin esfuerzo alguno y, ni desagradecido ni responsable, simplemente decidió utilizar sus talentos para el mal. Para retratar a Puch, Ortega tomó la sabia decisión de acercarse a Rodolfo Palacios, acaso uno de los periodistas criminales que más tiempo le dedicó a estudiar a dicho personaje. Después de todo, fue quien escribió El Ángel Negro, pieza en la cual está libremente basada la película. El resultado, lejos de ir a lo predecible, sorprende por lo arriesgado de algunos pasajes: a kilómetros de distancia de la crónica policial, El Ángel no tiene problema en ficcionar la vida de Puch y altera así piezas clave de la vida del asesino. Esto último resulta curioso porque, al fin y al cabo, éste es uno de los casos que validan el cliché de “la realidad supera la ficción”. Y, si bien algunos crímenes son presentados tal cual sucedieron, ciertas alteraciones (más allá de nombres y apellidos, lo cual resulta lógico) sorprenden porque se adentran en un terreno pantanoso, ciertamente difícil de explorar. Abundan interpretaciones que quedan latentes acerca de la sexualidad reprimida del protagonista, y mientras que en su mayor parte se lo retrata como lo que verdaderamente fue (y es), es decir, un psicópata, otras escenas parecen olvidarse de ello y buscan explicación a lo sencillamente inexplicable. Quizás se deba una necesidad de clausura que calma las ansias del espectador, impaciente por comprender “por qué lo hizo” cuando, lejos del cine, algunas acciones en la vida real no tienen respuesta. No obstante, un impecable trabajo técnico (resalta el uso del color y la fotografía), junto con la increíble caracterización de Lorenzo Ferro como Robledo, y la buena labor de un elenco que incluye al “Chino” Darín, Daniel Fanega, Cecilia Roth y Peter Lanzani, hacen de El Ángel uno de los mejores films nacionales del año.
En El Ángel, Luis Ortega incursiona nuevamente en un mundo “marginal” pero sin moralina ni explicaciones tranquilizadores y cruza violencia y amor en dosis ajustadas y con la música al palo. Los mundos y los personajes marginales o quizá, mejor dicho, marginalizados por una sociedad que se piensa normal son los que atrapan la atención de Luis Ortega. Al punto de ofrecerles algo más que el tiempo que requiere una película. Me animaría a decir su cariño y su respeto. Porque la filmografía de Ortega así lo demuestra desde Caja negra hasta Lulú pasando por Monoblock y Dromómanos. Por eso no resulta extraño que se haya quedado prendado de Carlos Robledo Puch, el asesino argentino casi por antonomasia que construyó su propio mito y del que aún resuena su nombre y su accionar a pesar del tiempo transcurrido. Un joven babyface de zona norte, rubio, blanco que asesinaba a mansalva y sin pruritos y en un corto plazo de accionar criminal se ganó la cárcel de por vida y a temprana edad (tenía sólo 20 años cuando lo apresaron). Ortega parte del personaje real para construir un relato que sin utilizar las herramientas de la autopercepción ni los conocimientos posteriores del caso y con evidente artificio grita a los cuatro vientos su ficcionalidad. No hay manera de encorsetarla en la siempre ansiada (por los espectadores) mímesis de una biopic ni de nada sirve contrastar los hechos reales y probados (aunque la prueba en este caso en particular tampoco es muy certera) con los que verosímilmente suceden frente a nuestros ojos embelesados. Y es en lo verosímil donde reside la magia y el encanto. Cuasi pop. El Ángel no es más ni menos que una historia de amor. Que no niega la violencia de su protagonista pero ni tiende a la oscuridad para mostrarla ni a explicar nada de lo que la genera. La violencia irrumpe y ahí radica su potencia. Pero es la historia de amor de su director para con su personaje protagonista y del protagonista para con su compañero de fechorías. Una especie de educación sentimental del mal se desenvuelve episódicamente (quizá en eso de los episodios que semejan a capítulos breves de una serie es donde debería haberse ajustado un poco más el guion para no abandonar a algunos personajes que desaparecen o aparecen algo aleatoriamente) en la trama urdida construyendo un protagonista que sin abandonar su candidez tiene arranques de furia disruptivos y va creciendo hasta el clímax. Las canciones aparecen no sólo como una marca epocal (acompañando todo el excelente trabajo de vestuario y arte que viste a los ’70 representados) sino para completar las escenas y contar desde sí lo que la puesta, el encuadre y el guion presentan. Quizá también haya un exceso en la cantidad utilizada pero nunca un error en su elección. De hecho el cuadro de Ramón en la televisión (homenaje al padre del director) con su ruptura del (supuesto) realismo es ese toque particular que quizá hubiera llevado a la película a lugares que Ortega nos hizo transitar en otras de sus producciones (Historia de un clan) pero que aquí luce un poco contenido. Si bien puede suponerse que un material de este tipo con tantas productoras fuertes detrás arriesga pero hasta ahí, no es menos cierto que esta película contada por otro no hubiera podido forzar ciertos límites como esta lo consigue. Todo el elenco luce afiatado y seguro de lo que pretende mostrar y se destacan Morán, Fanego y el Chino Darín como la familia “adoptiva” de Carlitos, cada uno movido por ese extraño que llega a sus vidas para movilizarlos. Pero indudablemente la revelación es Lorenzo “Toto” Ferro que en su primera incursión en la pantalla grande se pone la película al hombro y se gana sin esfuerzo y desde el minuto uno (en la escena primera del baile ya nos tiene rendidos a sus pies) el cariño y la empatía de los espectadores. Y conseguir que nos identifiquemos y queramos a un criminal no es poca cosa. Y menos en estos tiempos de estigmatización a ultranza.
El séptimo film de Luis Ortega, "El ángel", más cercano a sus experiencias televisivas, trae la figura del ladrón y asesino real Robledo Puch, pero de un modo muy particular. Durante la conferencia posterior a la proyección para prensa de "El ángel", su realizador Luis Ortega lo dejó bien en claro y expresamente en varias oportunidades, esto es una idea de lo que, para él, pudo haber sucedido, o le hubiese gustado que sucediera, o le interesaba contar; lo que sea, pero se distancia de lo real. Robledo Puch pasó a la historia como uno de los más famosos y peores criminales de la historia de nuestro país. En 1972, a los 20 años de edad, fue condenado a prisión perpetua, por múltiples homicidios (más de diez), robos, violaciones y abusos, y varios intentos de los tres delitos. Hasta la fecha, cumple condena. La historia de Puch, apodado "El ángel negro", o "El ángel de la muerte", siempre causó curiosidad entre los argentinos. La ficcionalización tampoco le fue ajena en uno de los más recordados capítulos del mítico programa "Sin condena". "El ángel" viene a escribir un nuevo capítulo en aquella curiosidad, y lo hace con peso detrás. Llega un año después del film "El clan" (de los mismos productores) y la miniserie "Historia de un clan" del propio Ortega: ambos revisando la historia de otra de las páginas delictivas más llamativas del país, los Puccio. Todo esto no le será ajeno, "El ángel" se ubica en zona en medio entre ambas, y también hará sentir el peso del apellido del realizador. ¿Dónde queda la historia de Puch entre todas estas influencias? Carlos Robledo Puch, Caritos (el debutante Lorenzo Ferro) es un adolescente irreverente, con un nulo sentido de la propiedad privada. Para él robar es casi como un juego y un estilo de vida. Hijo único de padres de clase media cómoda (Cecilia Roth y Luís Gnecco), Robledo roba autos, los usa un ratito y los abandona; o penetra en casas deshabitadas, roba alguna cosa, y la regala. Ya fue echado de un colegio por mala conducta, y sus padres no pueden controlarlo. Todo se intensifica cuando en el taller escolar conoce a Ramón (Ricardo “Chino” Darín) un compañero que también se dedica a robar, y que lo introduce dentro de su familia (Daniel Fanego y Mercedes Morán), con los que forma una banda delictiva más profesional. A Carlitos le hierven las hormonas. Más que el romance, lo mueve el deseo que siente por Ramón. Carlitos se convertirá en el brazo ejecutor de la banda, y así como sus padres ya le perdieron el control, pronto también se descontrolará dentro de la propia banda, tomando sus propias y arriesgadas decisiones. Repetimos, quienes vayan a ver la realidad de la historia de Carlos Robledo Puch, no lo van a encontrar, fundamentalmente porque la vena principal de esta narración, Ramón y su familia, son una creación ficticia. Puch tenía secuaces, pero diferentes a lo que se ve en la película. También se sentirán defraudados quienes busquen un policial, otro punto que abiertamente reconoció Ortega. "El ángel" es la historia del criminal más peligroso de la historia del país, pero el foco no está puesto en sus crímenes. Es una historia de deseos y pulsiones, y un morbo hacia el costado homosexual, que lejos de ser vanguardia, atrasa hasta décadas muy atrás. Ese mundo onírico que Ortega había creado en "Historia de un clan", y que antes funcionó muy bien; en "El ángel" vuelve a estar presente, pero sin la misma efectividad. Probablemente se deba a que en "Historia…" era funcional a lo que se quería mostrar, lo onírico era sucio y perverso, y ejemplificaba lo trastornado de esa familia. Aquí, lo onírico pretende crear empatía, roza lo naïf, y se apoya en un morbo incómodo sobre un asunto que uno ya a esta altura creía superado desde esa vena. La decisión de no focalizar en el policial termina creando varias escenas de una resolución torpe; y más allá de que el realizador pretenda posar la mirada sobre otras cuestiones, hay escenas que tienen que estar, y tienen que estar bien. Con una fotografía cuidada, un buen sentido del encuadre, y una banda sonora típica para estas película y que subraya lo que ya se intuye; los problemas técnicos aquí vienen del descuido en los detalles. Autos que no explotan, fugas simples, y escenas de robos muy escuetas, ni siquiera queda muy en claro la brutalidad del asesino. Dentro de un elenco en conjunto destacado, con padres, y sobre todo madres, muy contrapuestas (una tímida y sobrepasada, dolida; la otra explosiva); Mercedes Morán – en plan bomba erótica voluptuosa y seductora –, y en especial Lorenzo Ferro, son quienes más se lucen y merecen aplausos. Ortega parece estar queriendo hablar de su familia, no solo en la escena de la canción; Ramón es de clase baja y sueña con ser famoso; y a partir de ahí, empiecen a hilvanar. "El ángel" tiene el elenco, el presupuesto, y el profesionalismo, para ser una apuesta fuerte de nuestro cine. Las malas decisiones a la hora de focalizar, cierto relato que atrasa, y la torpeza para resolver cuestiones fundamentales, restan lo suficiente como para considerarse aprobado.
Quiere caerle bien a todos En 1977 se estrenaba Sorcerer, un film con una una particularidad. Esta película de William Friedkin fue diseñada para caerle mal a todo el mundo. Aquí se le tiraban palos de igual manera a la militancia y el terrorismo palestinos, a la Iglesia Católica, a la industria petrolera, al Mundo Antiguo (Jerusalén e Israel), al Viejo Mundo (Europa) y al Nuevo Mundo (América, sur y norte). Friedkin buscó ilustrar el infierno en la tierra, presentado de antemano por una variación del demonio pazuzu (El exorcista) en sus créditos iniciales. Para sorpresa de nadie, Sorcerer fue un fracaso de taquilla. Pese a ser una de las mayores películas de los últimos cuarenta años, sucumbió a sus marcas de origen: la angustia, la desolación y, principalmente, su necesidad de repartir golpes a diestra y siniestra. El Ángel es todo lo contrario al film de Friedkin, quiere caerle bien a todos. Quiere ser verídica, al mismo tiempo que ahonda en la exageración; intenta una remilgada conciencia social a la vez que se entretiene con los dislates más intrascendentes; desea enaltecer los códigos del protagonista para traicionarlos frente a cualquier eventualidad; busca un planteo visual límpido y cuidado a la vez que se extrema en la mayor desprolijidad. El Ángel es una película sumamente complaciente; no pretende otra cosa que ser querida ¿Qué problemas surgen de esto? Muchos. Uno de ellos: el punto de vista sobre los personajes vive rotando de un lado a otro. Si bien El Ángel parece seguir exclusivamente a Puch, la percepción de los personajes siempre cae en la dispersión. Cuando es necesario, Puch es feroz y temerario; mientras que otras veces resulta enamoradizo y soñador, otras profesional y calculador, otras desprolijo e ineficiente. Esta variación no esta sustentada por una multidimensionalidad en la confección del personaje (la famosa exclamación: “¡Que personaje profundo!”) sino por su afán de cautivar ¿La consecuencia (e indicio) de esto? Cuando vemos a Puch nos encontramos con cuatro o cinco personajes distintos y equidistantes entre sí, presentándose cuando lo decida la eventualidad específica. Es una verdadera lastima, ya que semejante personaje merecía un desarrollo diferente. El Ángel parece justificar a su protagonista con la etiqueta de loco cool, un especie de rockstar setentero con su largo pelo al viento. Se abandona cualquier tipo de lógica o tramado que ayude a apreciar el trazado de sus acciones y crímenes. El dictamen de Polonio “En su locura hay método” no aplica aquí, como -creemos- aplica al Puch verídico. Una oportunidad perdida. El gran problema de El Ángel es que no tiene ningún tipo de método, no tiene un camino donde poder desplegar cine. La variación, la eventualidad y lo adivinatorio es la norma. El mismo proceso rige las influencias del film; de Tarantino se toma la presentación de los créditos y de Scorsese (a lo Goodfellas) se extrae únicamente el ideario musical. Es una lastima (repetimos el lamento) que de Scorsese no se haya reinterpretado uno de los puntos capitales de su obra, que a su vez se ajusta perfectamente al Puch verídico: el personaje que, luego de adentrarse en un sistema de valores pragmáticos (el boxeo, el taxi y su periferia o la mafia) sucumbe por los propios medios que lo elevaron, en una redención pasada por la lupa del dolor. A diferencia de Sorcerer, El Ángel es una película que complace mucho, pero desarrolla poco. No hay ninguna duda de que su departamento ejecutivo y publicitario ha hecho una gran tarea. Para sorpresa de nadie, la película será un éxito.
Hay muchos ingredientes que hacen de "El Ángel" una de las películas más esperadas del año: está basada en la vida de Carlos Robledo Puch, el asesino serial más joven y famoso de la historia criminal argentina; está dirigida por Luis Ortega, que ganó prestigio en el cine independiente pero se consagró en la televisión con "Historia del un clan"; en el elenco figuran actores reconocidos como Cecilia Roth, el Chino Darín, Daniel Fanego y Mercedes Morán, y, como si fuera poco, tiene toda la publicidad de una producción internacional. Sin embargo, lo mejor de "El Ángel" es que, así empaquetada como un producto de lujo y todo, se aleja de una mirada previsible y convencional. Los que esperen una biopic de Robledo Puch —que cometió 11 asesinatos y 42 robos entre 1971 y 1972— van a salir defraudados. Ortega no tiene como meta la veracidad. Su protagonista es Carlitos, un pibe tan carilindo como cínico que no tiene necesidades económicas pero que roba por placer, por transgredir, por sentirse libre. Entra en una casa ajena, se toma un whisky y roba sin el menor apuro. Se mueve como si los actos no tuvieran consecuencias. Cuando se relaciona con un compañero de la escuela (Chino Darín) que viene de una verdadera familia de delincuentes, Carlitos entra con el mismo desparpajo en los bajos fondos de los robos más pesados, en los cuales hay que matar para sobrevivir. Por su temática, estética y su potente narrativa, "El Ángel" nos remite (tal vez demasiado) a "El clan" de Pablo Trapero. Ortega no subraya, ni baja línea ni demoniza. Más bien todo lo contrario. Por momentos parece fascinado con el misterio que encarna su protagonista, un chico de clase media y cara angelical que termina enredándose en crímenes cada vez más oscuros, y refleja esa misma fascinación en el espectador. El director y coguionista tampoco busca explicaciones psicologistas, aunque detrás de la familia aparentemente normal de Carlitos y de su homosexualidad reprimida se adivinan ciertas grietas que Ortega muestra con mucha sutileza. Lo que se le puede reprochar a la película es poco: las situaciones violentas muchas veces quedan fuera de campo y eso le quita carnadura a escenas puntuales, que parecen muy estilizadas. Y la música es excelente (Billy Bond, Pappo's Blues, Manal), aunque por momentos suena invasiva. Igual, la carta ganadora de "El Ángel" está en la mirada singular de Ortega y su jugada decisión de elegir como protagonista a Lorenzo Ferro, un actor sin formación ni experiencia que él moldeó como artesano para crear a su extraña y trastornada criatura.
El baile de la muerte Ha llegado el estreno de una de las películas nacionales más esperadas del año, El Ángel (2018), inspirada en la vida del criminal Carlos Robledo Puch. Desde El Clan (2015), de Pablo Trapero, y la serie televisiva Historia de un Clan (2015), de los mismos realizadores de El Ángel, ha reflotado el gusto del público por el género policial. No es casual que la productora K&S Films (Kramer y Sigman) haya producido ambos largometrajes. Para quiénes no conocen los delitos de Puch, fue condenado por diez homicidios calificados, un homicidio simple, una tentativa de homicidio, más de quince robos, cómplice de una violación, tentativa de violación, abuso deshonesto y dos raptos. Delitos que han permitido, debido a su rostro de niño, que la prensa de la época lo llame “El ángel negro” o “El ángel de la muerte”. Sabiendo esto, es posible analizar el film desde dos puntos de vista, uno que interprete la realización de la película reconociendo todos estos delitos apegándonos a los hechos reales o leer el film como una versión libre que realiza un gran recorte y se aleja de lo sucedido en los 70. Desde el primer enfoque, lo primero que se puede cuestionar a su realizador Luis Ortega es el recorte que hace de los hechos; es una decisión ideológica y, por ende, un punto de vista el dejar fuera del relato todos los episodios que vinculan a Puch a delitos de abuso sexual. Por supuesto que en un film, incluso en un documental, siempre hay un punto de vista y por ende una selección, pero lo que aquí se cuestiona es dejar de lado, sin siquiera mencionarlos en el relato, delitos cuya moralidad es totalmente condenable. Sobre todo en los tiempos que corren donde hay una ampliación o intentos de ampliación de los derechos de la mujer: no mencionar estos delitos, de ninguna de las múltiples formas que permite el lenguaje cinematográfico, es sin dudas polémico. A partir de la segunda perspectiva de análisis, el enfoque que se realiza del antihéroe en cuestión equivale a un retrato idealizado de un criminal. El personaje de “Carlitos” representado en El Ángel es un joven ambicioso e inescrupuloso que se opone a las leyes y las normas canónicas de la sociedad en la que vive. Un adolescente que no cree en la propiedad privada, el esfuerzo y el trabajo, sino un joven que cree en el enriquecimiento veloz y “sencillo” a través del robo y el asesinato. A través del recurso de la narración desde el punto de vista de Carlos, por momentos se enaltece lo que él entiende por libertad, aunque también se le realiza una leve crítica si se retoma la estructura clásica del camino del héroe, así su soberbia lo lleva a cometer “errores”. Constantemente se representa a Carlitos como el menos medido de los delincuentes, como el más excesivo e improvisado de los mismos. Desde los tres jóvenes ladrones, Carlos (Lorenzo Ferro), Ramón (Chino Darín) y su segundo secuaz Miguel (Peter Lanzani), hay una representación de una nueva generación de jóvenes que desean el enriquecimiento rápido y sin esfuerzo. Según Ramón (nombre y personaje que homenajean con humor al padre del realizador, “Palito” Ortega), “el mundo es de los ladrones y de los artistas”. Desde ambos puntos de vista, lo más hermenéuticamente llamativo y rechazable del relato es que las víctimas parecen no tener importancia en el mismo, a diferencia del cine de Martin Scorsese, quien a pesar de generar la empatía del espectador con los criminales nunca se olvida de las víctimas. Ortega también intenta generar la empatía del público con el protagonista a través de la cercanía de la narración en primera persona, sin embargo no lo logra en su totalidad. En contraposición, un elemento interesante del film es el vínculo sentimental entre Ramón y Carlos, el cual abre lecturas contrahegemónicas sobre la sexualidad de ambos. En este sentido, realiza una fuerte crítica a la prensa de la época que lo llamó “invertido” como si la sexualidad que difiere de la norma tuviese para ellos una asociación directa a la criminalidad o podría ser una causa de la misma. Este es otro aspecto interesante de la película, ¿cuál es el origen del ímpetu criminal de Carlos? Pues éste se desconoce, toda su actitud sale de la norma y de lo explicable. En cuanto a lo formal y estético, El Ángel se destaca por su ambientación de época, la caracterización de los personajes y la acertada musicalización, que es sin dudas un personaje más dentro del film. El Ángel posee una estructura circular, puesto que abre y clausura con un baile del joven al ritmo de El Extraño de Pelo Largo (cuya letra tiene una relación directa con la personalidad del joven en cuestión), en el cual se destacan la espontaneidad, la irreverencia y el talento del debutante Lorenzo Ferro, dejándonos con expectativas sobre su futuro actoral. Es notable el nivel parejo de interpretación que poseen todos los actores: todos resultan verosímiles en la composición de sus personajes y en buena medida sobresale Mercedes Morán desempeñando un personaje moralmente distinto a los papeles de mujer burguesa “buena” que suele representar en la mayoría de las ocasiones. En conclusión, estamos ante un film entretenido e intrigante, con elecciones polémicas de enunciación pero que aun así abre la puerta a la interpretación de los espectadores, lo cual siempre es positivo aunque hoy resulte cuestionable.
El director Luis Ortega con El Ángel ofrece un film centrado en la figura del famoso criminal argentino Carlos Robledo Puch (interpretado por el debutante Lorenzo Ferro), pero a diferencia del mote que le fue dado al protagonista, la obra de Ortega carece de ángel. El director se encarga de abordar y plasmar la historia de Puch desde distintos ángulos: la familia, la amistad, la sexualidad y obviamente su vida criminal. Sin embargo, ninguno de esos elementos es trabajado en profundidad. Algunos de ellos llevan consigo una mayor importancia dentro del relato, pero incluso los que resultan sumamente interesantes son abordados de manera un tanto superficial. El film hace uso de una gran suma de elementos estéticos y narrativos visualmente que le brindan al mismo una apariencia llamativa y seductora que va acorde a la personalidad de Puch. La ambientación setentosa de la época, la forma y el lugar en que la cámara se posiciona para darle estilo e identidad a la obra conforman una estética que destaca por sobre todo lo que la constituye. Incluso la banda sonora compuesta por el rock nacional de dicha época funciona dentro de todo como uno de los buenos aciertos estilísticos que le dan personalidad a un film que no lo posee demasiado en su historia, si bien su utilización por momentos se encuentra algo injustificada y se presenta más como un capricho estético que como contexto de la escena que acompañe. Ortega en el proceder y armado del film sufre de una inconexión, como si el director no se decidiera por cuál de los temas que toca centrarse, lo que lo lleva a en realidad no decantarse por ninguno. Todos los elementos que describen la personalidad y el accionar de Puch están presentes. Su filosofía de vida y el espíritu libre captados en un encantador baile o el bello simbolismo de lo sexual convertido en elemento criminal y viceversa, en una mano que se desliza por la entrepierna de Ramón (Chino Darín) y otra que hace lo mismo en la de Puch para encontrarse con la fría dureza del revolver que lleva en su pantalón. En dichos momentos el film brilla con una historia y un personaje que son excelentes para la pantalla del cine. Pero si bien logra traducir de manera impecable la personalidad y el mito del personaje en lenguaje cinematográfico, la indecisión presente es la que hace que el resultado dado sea más depositarse en el virtuosismo visual que en atreverse a explorar a fondo lo salvaje de un personaje que ofrecía mucho más que lo dado. Si por un lado tenemos a un asesino que se juega la vida a todo o nada, que de manera un poco inocente y otro poco monstruosa, va por lo que quiere sin importar las consecuencias, por otro lado tenemos un director que opta por lo opuesto. Un director que decide bordear la superficie de todo ello sin atreverse a un verdadero desarrollo ni a tomar de forma responsable postura alguna acerca del material que tiene en manos. El bello estilismo que atrae la mirada del espectador así como la belleza del joven Carlitos hace lo mismo como seductora tentación, poniendo como factor relevante en el film un fuerte componente sexual. La identidad sexual del personaje entra en relación con el goce del robo y el asesinato, una pasión generalmente compartida entre él y Ramón que traslada el significado de cometer un crimen al plano de un acto íntimo de deseo y placer… o incluso de representación de los celos en la forma de la aproximación de un soplete a un rostro. Y es eso tal vez lo que funcione como lo más interesante y jugado de un film que usa todas sus armas para seducir más no satisfacer. Eso, sumado al hecho de que la ambigüedad latente a lo largo del film no entra como un juego buscado por el director sino más bien como una falta de intenciones a realmente atreverse a abordar plenamente las temáticas tratadas. El Ángel en apariencia resulta ser un film atrevido, provocador, que atrae con la belleza que realmente tiene, y a cantidad, pero que a diferencia de Carlitos decide no ir a por todo, tal vez con miedo a las consecuencias. En cambio, opta por emplear sus virtudes de manera frívola, no dispuesto a ganarse al espectador sino a jugar al viejo e insulso juego del histeriqueo. El Ángel abre de forma seductora el apetito por todo lo que promete pero tan solo decide dar una pequeña mordida que se disfruta al primer contacto entre espectador y film, pero que lejos está de perdurar.
El Ángel es sin duda una de las películas más esperadas del año. Dirigida por el realizador y guionista Luis Ortega (Caja negra, Monobloc, Lulú, Historia de un clan), quien contó con la colaboración en el guión de Rodolfo Palacios y Sergio Olguín, la cinta recorre parte de la vida delictiva del famoso criminal argentino Carlos Robledo Puch, encarcelado en febrero de 1972, cuando solo tenía 20 años de edad, después de cometer una serie de robos y asesinatos. Vale también remarcar que el filme en cuestión fue nominado en el pasado Festival de Cannes para el premio Un Certain Regard. Ya desde sus minutos iniciales, El Ángel nos muestra a un joven Carlitos (interpretado por el debutante Lorenzo Ferro) como a un personaje carismático, de buena familia, pero con una marcada tendencia a delinquir. Su fascinación inicial es la de entrar en lugares descuidados y robar pertenencias, que parece ser más un juego o un pasatiempo, a una forma de vida. Sus padres (llevados a cabo en forma correcta por Cecilia Roth y Luis Gnecco), no son presentados como una mala influencia, por el contrario Ortega los expone como ejemplos a seguir, aunque quizás con cierta debilidad en el control para con su hijo y las actividades que realiza. Posteriormente conocerá en la nueva escuela a Ramón (Chino Darín), por quien sentirá cierta curiosidad, y estableceré un vínculo amistoso, convirtiéndose en compañeros de aventuras, tanto románticas como delictivas. La aproximación a Ramón, no tardará en acercarlo a la familia del mismo (Mercedes Morán y Daniel Fanego); de un tipo más liberal, lo cual lo incentivará más en sus impulsos criminales, y lo volcará definitivamente a su idea de ser un ladrón. La idea de Luis Ortega en El Ángel es ir más allá de la carrera delictiva de Puch, centrarse en su personalidad carismática, su cara de ángel, su aspecto de confianza, e incluso en su procedencia de una familia modelo. Quizás mostrar cierta naturaleza que va más allá de lo hecho, no como justificativo, sino como una realidad, y hasta generar cierta empatía con el protagonista, quien realiza sus actos de forma impulsiva e inconsciente, alejado de todo tipo de planificación. La reconstrucción de la época está entre lo más destacado del film, así como parte de la musicalización (aunque no en su totalidad). La actuación de Ferro no es sobresaliente, pero a medida que avanza la película convence un poco más, y se mete al espectador en el bolsillo, generando esa extraña empatía. El resto del elenco cumple, resultando difícil resaltar la labor de uno por encima del resto (quizás Daniel Fanego). Si bien Ortega logra imprimir cierta dinámica a lo largo de las casi dos horas de metraje (Lo cual es un mérito), algunas escenas están dilatadas y otras podrían haber sido obviadas, entendiendo cierta intención del director en incluirlas, pero no por ello compartiendo su postura. Sin ser una obra mayúscula, El Ángel es un trabajo firmemente realizado, y vale como una propuesta digna de verse.
Todo comienza en 1971 y muestra a un joven adolescente que ingresa a una casa lujosa vacía, se sirve un whisky, enciende el tocadiscos pone música y baila el tema “El extraño de pelo largo” (un éxito de La joven guardia) y se lleva varias cosas del lugar. A medida que corren los minutos vemos a un joven desenfadado, él se define como ladrón de nacimiento, después de cada delito regresa a su casa, le miente a sus padres (Cecilia Roth y Luis Gnecco, sus actuaciones impecables) que son gente de trabajo y aparece con ciento de objetos diciendo que son regalos y que le prestan cosas. Luego se hace amigo de Ramón (Chino Darin, un personaje audaz, con soltura, hasta en una escena se atreve a un playback de Palito Ortega) y sus padres (Daniel Fanego y Mercedes Morán. Admirables interpretaciones, se lucen). Junto a Ramón forman una banda dedicada al robo y comparten varias aventuras, a partir de este momento Carlos ya no concurre tanto a su casa y comienza a vivir con estos delincuentes. Con el tiempo aparece en escena otro ladrón Miguel Pietro (Peter Lanzani, compone un atractivo personaje). El protagonista de esta historia es el joven Lorenzo “Toto” Ferro una grata revelación, en una composición fantástica, un gran trabajo de interpretación, además un gran acierto del casting porque tiene un parecido extraordinario con Robledo Puch. Esta es una trama basada en el libro de Ricardo Palacios “El ángel negro”, aquí su director es Luis Ortega (Series de televisión: Historia de un clan y el marginal, Cine: “Lulú”, entre otras) quien realiza una versión libre. “El ángel” es una gran película que no retrata un personaje oscuro, sino un ser audaz que actúa bajo su naturalidad, su locura, un joven que juega a matar, es feliz bailando, un psicópata que busca constantes aventuras. Dentro de algunos elementos que forman parte del film contiene una buena estética, humor, muy buen vestuario, peinados, se encuentra llena de colores, diarios de la época, dentro de la banda sonora incluye una versión en español de The House Of The Rising Sun y a través de otros temas musicales el director hasta se hace un tiempo para homenajear a su padre.
Violencia beat. Mostrar en una película a un personaje bailando solitario una canción pegadiza es siempre un plus, por la libertad y gracia que irradia esa figura: entre los muchos ejemplos que podrían citarse valga el de Sonia Braga en la reciente Aquarius (2016, Kleber Mendonça Filho). El ángel comienza, precisamente, con Lorenzo Ferro introduciéndose en una lujosa casa desocupada para poner allí en funcionamiento un tocadiscos y comenzar a moverse al ritmo de El extraño de pelo largo (hit de La Joven Guardia que, recordemos, mereció una película con el mismo nombre en 1970). En ese baile puede intuirse algo del desparpajo y la enajenación del ser que encarna, pero también la intención del realizador de valerse del mismo para rendirse ante el encanto que desprende un adolescente de actitudes díscolas en medio de los chisporroteos de los años ’70. En la decoración de esa vivienda que asalta Carlitos, el pibe en cuestión, hay ecos de La naranja mecánica (1971, Stanley Kubrick), así como en su ambigüedad sexual y seducción late el Terence Stamp de Teorema (1968, Pier Paolo Pasolini). El Carlitos de El ángel es Carlos Robledo Puch, autor antes de los diecisiete años del asesinato de once personas y robos varios, cómplice de una violación y protagonista de temerarias fugas de unidades penitenciarias, todo lo cual alarmó a los argentinos entre 1971 y 1972, especialmente porque su crueldad chocaba con una apariencia angelical. Pero a Luis Ortega (Caja negra, Monobloc, Lulú, las miniseries Historia de un clan y El marginal) le interesó menos contar la historia de Puch que plasmar una lustrosa ficción en función del look rocker del fotogénico Lorenzo Ferro. A su film le sobra solidez y le falta profundidad. Esto último no porque embellezca al criminal ni porque se desentienda de búsquedas formales, sino por cierta liviandad para retratar a un personaje complejo y por sus imágenes con vocación de poster. El guión escrito por el propio Ortega junto a Rodolfo Palacios y Sergio Olguín, al hacerle decir a Carlitos que roba cosas para regalárselas a otros y que es “un enviado de Dios”, cae en estereotipos con los que el cine ha construido tantas veces rebeldes temidos y admirados a la vez. “El mundo es de los ladrones y de los artistas” es otra de estas frases que suenan adecuadamente maliciosas (aunque problemática por su desdén hacia trabajadores que deben ganarse la vida, por ejemplo, en una oficina o una fábrica). Las canciones que van asomando a lo largo de la película –además de recordar, una vez más, la potencia de cierto cancionero beat y el incipiente rock nacional de esos años– calientan la puesta en escena demasiado calculada. Al mismo tiempo, al sumarse a estas intervenciones musicales vagas alusiones al contexto político y superficiales escenas dialogadas con representantes de la Policía, El ángel parece retomar consignas de Tango Feroz (1993, Marcelo Piñeyro), aunque afortunadamente el resultado es mucho menos ramplón. Hay al menos dos secuencias realizadas con admirable precisión y suspenso: la del robo de la joyería y el asalto al camión cargado de botellas de leche. Hay cambios de planos con positivo efecto sorpresivo, como los que exponen el despliegue de fuerzas de seguridad sobre el final. Y hay también ligeras extravagancias (desde el plano detalle de un testículo hasta Carlitos depositando joyas robadas sobre el cuerpo desnudo de su amigo, además de varias de sus respuestas ocurrentes o inesperadas), que pueden divertir o verse como triviales boutades. Lo mismo puede decirse de la luz casi siempre radiante, dominada por colores cálidos: no es mala idea trocar la crónica sórdida por una fábula colorida, pero cabe preguntarse si ese tono glamoroso no acerca la película hacia el terso producto publicitario. “¿Uno más croto no había?” le reprocha Carlitos a su amigo Ramón cuando conoce a un nuevo y desaliñado compañero de tropelías (Peter Lanzani), pareciendo hacer suyo el afán esteticista de este film en el que nunca llueve y nadie parece transpirar. ¿Qué ocurriría si Carlitos-Puch no fuera un adolescente de rulos rubios y cara de bueno? Del mismo modo que en El clan (2015, Pablo Trapero) e Historia de un clan el extravío anidaba en una familia adinerada, con un joven rugbier como protagonista, acá Carlitos es un efebo simpático que proviene de un colegio privado y recorre ambientes atractivos en su raid delictivo. Ortega ha manifestado más de una vez su admiración por Leonardo Favio, y en el momento en que el protagonista de El ángel escapa intentando trepar una pared asoma un guiño a momentos emblemáticos de El romance del Aniceto y la Francisca (1967) y Juan Moreira (1973), pero tanto Aniceto como Moreira eran jóvenes desheredados, menos decorativos y más sanguíneos. Por sobre reparos menores, como alguna expresión fuera de época (“¿Todo bien?”) y caracterizaciones tan calibradas que ocasionalmente llevan a los actores a la rigidez, se impone la presencia magnética del debutante Lorenzo Ferro, quien por momentos parece un niño jugando con armas o rebelándose caprichosamente a mandatos familiares y sociales. Muchas veces la tensión depende más de sus ansiedades sexuales que de su acción criminal, y así como su amigo Ramón (Chino Darín, reiteradamente fumando con actitud seductora) y el padre del mismo (sinuoso Daniel Fanego) pesan en su vida, cumplen roles menos relevantes las mujeres, incluyendo las víctimas (uno de los desvíos del prontuario real de Puch). Una objeción mayor puede hacérsele al diálogo de Carlitos y Ramón con agentes de policía, defendiéndose diciendo “¿Acaso nos ve pinta de terroristas?”, sin que nadie discuta, ni siquiera al pasar, la imagen que se supone tendría un joven terrorista o las connotaciones de la palabra en esa época. Esto tal vez tenga que ver con el interés que le despierta a Luis Ortega –según puede advertirse en sus trabajos previos– retratar a jóvenes transgresores sin adentrarse en las causas de su inconformismo ni evidenciar alguna forma de incomodidad sobre el rol que su padre Palito Ortega representó (como cantante, actor, productor y director de cine) durante las décadas del ’60 y ’70. Puede resultar simpático que en El ángel agregue, en un momento, a Ramón (Darín) bailando en TV una canción de Palito, pero no tanto que Carlitos le diga sonriente a un comisario “Yo quiero ser policía”, exactamente lo mismo que un chico decía en Brigada en acción (1977, dirigida y protagonizada por Ortega padre), suerte de apología de la Escuela de Policía en plena dictadura. La capacidad y perspicacia de Luis Ortega como realizador de cine y TV no se ponen en duda, pero su rebeldía deja siempre a salvo ciertas zonas que sería deseable pulsar.
Artistas y ladrones Desde la primera secuencia, donde se presenta al protagonista mientras suena “El extraño de pelo largo”, queda claro que El ángel no es una película sobre un asesino múltiple, aunque comparta productores con El clan y explote el interés que despiertan los hechos criminales notorios. Carlitos es un adolescente rebelde, lindo, rubio y desenvuelto, que roba para sentirse libre y tiene veleidades de artista. En todo caso, es un ladrón o un asesino glamoroso como Billy de Kid, como Clyde Barrow o como Butch Cassidy en las películas respectivas. Y también es el Tanguito de Tango Feroz, que no mataba a nadie pero también era un adolescente ingenuo, conflictuado, movido por el arte y la búsqueda del amor. El Robledo Puch de ficción es una criatura de la mitología y la tradición cinematográficas. Desde su debut con Caja negra (2001), tres cosas quedaron claras sobre Luis Ortega: que tiene talento como cineasta, que le interesan los marginales y que es parte de una de las grandes familias del show-business argentino. El ángel es la prueba de ese talento y de ese interés, pero también un homenaje a su padre y al show-business argentino, del cual él mismo viene a ser un heredero inesperado pero nítido. Dos escenas clave de la película tienen a Palito Ortega en la banda de sonido. En la primera, el amigo del protagonista se presenta como aspirante a estrella en un programa de televisión. Canta “Tengo el corazón contento” (en realidad, hace playback del disco de Palito). Carlitos lo ve desde una habitación de hotel y se imagina a sí mismo en la pantalla bailando con su amigo en el set. La escena está inspirada en un clip que Palito hizo con Marisol. El amigo, además, se llama Ramón, como el patriarca de los Ortega. La película coquetea desde el principio con la androginia del protagonista, con su deseo por ese Ramón que es su compañero de escuela y luego de correrías delictivas, un Ramón que la va de macho pero se presta a ser el amante de Federica, un coleccionista de arte que lo vincula con el espectáculo. Curiosamente, nunca se ve a Carlitos en una escena homosexual explícita, pero sí se ve cuando Federica le hace una fellatio a Ramón (en Rocco y sus hermanos hay una escena parecida). La escena en la casa de Federica vincula a los ladrones con los artistas, a los pibes chorros que traen cuadros robados con el coleccionista y su mundo. Carlitos ve a Ramón con Federica pero también mira con asombro la tertulia que preside Fernando Noy. Lo atraen el lujo y la libertad del ambiente artístico, pero también la suntuosidad de las casas en las que entra a robar y en las que se siente cómodo, lugares que contrastan con la modestia de su propia casa pequeñoburguesa con su padre estricto y su madre abnegada. Pero volviendo a la escena en la televisión, Ramón ve en una posible carrera como cantante una salida del delito. En algún momento se dirá en la película que salvo los artistas y los ladrones, el resto de la gente tiene que salir a trabajar (hay un olvido curioso y significativo en esta taxonomía: los hijos de los ricos tampoco necesitan trabajar). Pero Carlitos lo ve de otro modo: lo que lo atrae del arte es que le deja el corazón contento, como la canción (el película podría contarse siguiendo los títulos de las canciones). Una y otra vez el personaje deja en claro que el baile, las joyas, los cuadros, la atracción sexual, su propia audacia para delinquir son más importantes que el dinero. Conviene observar, de todos modos, cómo es el arte que rodea la película, especialmente la música. En la banda de sonido no hay un solo tema que no esté en castellano. Los discos que roba y que escucha Carlitos son también locales. Pero hay una mezcla poco creíble entre los blues de Pappo o de Manal, el rock de Billy Bond, la balada de Gigliola Cinquetti y el rock-pop de El club del clan, el grupo de artistas latinoamericanos que inventó la discográfica RCA con enorme éxito y del que Palito formaba parte. Es raro que un joven de zona norte en 1971 no escuche música en inglés, pero la intención de Ortega es dejar afuera la música extranjera, o de filtrarla mediante covers traducidos. Incluso, el Club del clan es anterior a la época en la que transcurre la película y varias canciones están un poco desfasadas en el tiempo. Pero el efecto es importante: la Argentina de El ángel se autoabastece de cultura, ya que los cuadros son nacionales, los temas musicales también y hasta las referencias son todas criollas (excluyendo una alusión irónica a Frank Sinatra, el gran ídolo de Palito). Hay un momento en el que mientras roban una joyería, Carlos y Ramón se miran en un gran espejo. Los dos tienen un arma en la mano, Carlos se puso joyas encima. Ramón lo toma del hombro y dice: “Somos Fidel y el Che”. Carlitos responde: “No, somos Perón y Evita”. En verdad son Bonnie y Clyde, pero en El ángel, todo está nacionalizado. Así como las discográficas americanas inventaron una música para consumo latinoamericano (y lo volvieron a hacer décadas más tarde), los estudios cinematográficos decidieron en un momento aceptar, convivir y, de algún modo, cooptar los cines nacionales. Hoy el cine mainstream, el que se estrena con cientos de copias incluye las películas de superhéroes pero también El clan o El ángel (distribuida por Fox). Como espejo de lo que fue El club del clan en su momento, hay un cine para consumo local, un cine grande, profesional, con talento en todos sus rubros técnicos. Un cine que remeda el internacional de su época, menos idiosincrásico que el de la era clásica, pero hecho también en casa con altos estándares. Esto no ocurría hace veinte años, cuando el cine argentino era pobre en más de un sentido y estaba separado entre la via mainstream y la via independiente. Hoy, las promesas del ya viejo Nuevo Cine Argentino forman parte del mainstream mientras sus películas se siguen exhibiendo en los grandes festivales: Ortega, Trapero, Caetano, Martel, entre otros nombres, son los artífices del gran cine doméstico donde todo se mezcla, como se mezclan los estilos musicales en la banda de sonido de El ángel. Ortega demuestra su talento de diversos modos. Por ejemplo, en la dirección de actores. No recuerdo una película argentina donde las actuaciones sean tan brillantes. Por supuesto el hallazgo del debutante Lorenzo Ferro, pero también Chino Darín como Ramón, Daniel Fanego como su padre y jefe de la banda en la que Carlitos empieza a delinquir profesionalmente, Mercedes Morán como su madre. Hasta Cecilia Roth está bien y no sobreactúa como la madre de Carlitos. También la ambientación es prodigiosa: El ángel tiene unas locaciones espectaculares. Creo por primera vez desde que escribo críticas voy a citar a la directora de arte o diseñadora de producción: se llama Julia Freid. Ortega filma con garra e imaginación y logra algunas secuencias memorables, como las ya citadas y como lo que marca la otra aparición de Palito en la banda de sonido, esta vez haciendo un largo cover con letra propia de “La casa del sol naciente”, una canción anónima enormemente versionada (sobre todo porque no paga derechos). La música empieza a sonar cuando Carlitos quema un coche que la banda usó para un delito y se ve una explosión hermosa. Luego, sin diálogos, sigue sonando en una escena muy onírica y poco clara, en la que Carlitos abraza a Ramón y este parece como drogado. Después Carlos maneja un auto en un larguísimo túnel (increíble locación) hasta que (por una razón que no entendí) se lanza contra un coche que viene de frente y lo choca. Cuando la música termina, Ramón está muerto y allí podría terminar la película. Hasta ese momento, habíamos visto el ascenso criminal de Carlitos, pero también su infatuación amorosa con Ramón (y también con el padre de Ramón, veterano delincuente y drogadicto, quien le enseña a tirar), su descubrimiento de la pintura, de las joyas, su amor por las motos, por los autos, por las armas de fuego, por el riesgo. Es una sinfonía de sensualidad casi inocente, que le permite a Ortega evocar a su propio padre y jugar con la ambigüedad de su personaje, el ladrón que toca el piano y quiere ser artista. En esa parte de la película, Ortega parece comprometido con su material y entregado a su personaje. Claro que ya habían pasado cosas complicadas. Carlitos había empezado a matar por impulsos repentinos ante situaciones de peligro. La aparición de Miguel (Peter Lanzani), un ladrón mitómano y paranoico le trae a la película un aire lumpen, costumbrista, rastrero. Muerto Ramón, desparecida también de la escena Malena Villa, que hacía de dos gemelas novias de los dos amigos, solo quedan escenas de traición y de violencia, algunas filmadas vistosamente pero sin alma y El ángel se vuelve una película rutinaria, de chorros que se traicionan y de policías desagradables, corruptos y torturadores. Carlitos se fuga de la cárcel, pero ya el personaje no tiene la misma gracia y las escenas de su captura bordean un poco lo grotesco. En esa última parte, El ángel cambia de tono y de registro, acaso presionada por la obligación de filmar la caída del personaje, de reducirlo a su dimensión histórica de criminal después de haberlo glamorizado y se pliega así a la exigencia de sordidez que sigue pesando sobre el cine argentino. Ortega construyó su personaje como un ángel equívoco, alejado de su realidad histórica pero, en lugar de seguir acompañándolo, se limitó al final a justificarlo con excusas endebles: porque las víctimas son vigilantes, hampones, gente desagradable en general o porque Carlos es, en el fondo, la víctima genérica de una sociedad que no acepta que todo sea de todos. La comparación entre ladrones y artistas puede funcionar hacia los dos lados. En esa última parte, los delincuentes invocan los códigos del hampa, pero no hacen más que violarlos y traicionarse. Algo parecido le pasa al film, que invoca el arte como un horizonte de liberación y de sensualidad pero, en un momento, deja de respaldar esa apuesta y se vuelve una película de género ordinaria (una vez más la mezcla de la banda de sonido). Allí, El ángel deja de ser un film sobre ladrones que quieren ser artistas para volverse un film en el que los artistas se comportan como ladrones.
La muerte le sienta bien Llegó la esperada película del director Luis Ortega ("Historia de un clan") inspirada en la infame vida del asesino serial más brutal que tuvo la historia de nuestro país, Carlos Robledo Puch. Y bien puesta está esa palabrita "inspirada", porque de relación directa con los hechos reales que se sucedieron allá por el inicio de los años 70s tiene poco. Es una MUY libre interpretación de Ortega acerca de la historia real que tuvo como protagonista al entonces joven de 19 años. Dicho esto, ¿quiere decir que no es buena la peli? Para nada, de hecho es hipnótica y muy, muy entretenida. La polémica se puede llegar a generar por el hecho de que el director/escritor usa la figura de Robledo Puch y algunos rasgos interesantes de su perfil psicológico para contar su propio relato inventado, mucho más poético y cool que la realidad. Pasemos a la película de lleno. Lo más poderoso que tiene el film es sin dudas su protagonista, Lorenzo "Toto" Ferro. Toto es un chico de 19 años con poca o nula experiencia en la actuación (hasta ahora) que logra en "El Ángel" algo con lo que muchos actores de oficio sueñan durante años, trascender al personaje. El Carlitos que compone es un monstruo de la gran pantalla. Hace sombra y se come a todo lo que está cerca en casi todas las secuencias en las que aparece. Tremendo carisma y una cara que funciona a la perfección para cada una de las sensaciones que Ortega quiso lograr en sus escenas. Cuando tiene que ser inocente, seductor, loco, cínico, niño, hijo, amigo, delincuente, aventurero... lo logra con creces. Dada la poca experiencia de Ferro, creo que es un logro compartido con el director que supo moldearlo con mucha pericia. Esto sin contar el elenco de lujo que acompaña a Toto con nombres consagrados como Daniel Fanego, Mercedes Morán, Cecilia Roth, Luis Gnecco, y los ascendentes Chino Darín y Peter Lanzani. Todos hacen una labor excelente. Aplausos para el casting! El apartado de los aspectos técnicos, es otro gol de media cancha en tiempo de descuento. Una producción increíble que transporta a esos años, una fotografía interesantísima, unos planos que son un fuego, un vestuario colorido y una musicalización fantástica que nos hace redescubrir algunos hitazos tremendos de La Joven Guardia, Pappo y Palito Ortega entre otros. Nada que envidiarle a producciones de otros países más experimentados en el mundo del cine. Si hasta acá venimos todos piropos y flores para "El Ángel"... ¿por qué 4 estrellitas en lugar de 5? Bueno, le bajé un punto por dos razones. La primera es que Ortega hace algunas concesiones que a mi criterio no hacían falta como el inicio con la voz en off donde se presenta a Carlitos y también unos cuantos agregados cool que son más artilugios comerciales que artísticos. Ojo, es personalísima esta apreciación. Y en segundo lugar porque si bien se dijo mucho que se muestra al personaje principal sin carga moral, creo que se percibe una pequeña manipulación para resaltar la supuesta inocencia de un chico que pensaba que la vida era un juego de aventuras y sensaciones. Hay un enamoramiento del personaje y la historia que quería contar el mismo Ortega que se hace evidente y esto difiere de una verdad terrible, Carlos Robledo Puch robó, violó y mató a personas reales. Eso no es cool. Más allá de estos dos puntos, creo que "El Ángel" puede llegar a ser tranquilamente top ten de este 2018. No se la pierdan!
Crítica emitida en radio. Escuchar en link.
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La verdad tenía miedo con El ángel. Por un lado por el director, aun no puedo olvidar su debut con Caja negra... un absurdo todo. Y por el otro la asocié mentalmente con la película que se hizo hace varios años sobre el Petiso orejudo, que terminó siendo cualquier cosa, menos la historia de un terrible asesino argentino ¿Por donde iría este caso? ese era el miedo. Pero la verdad el resultado no es malo, pero creo que omite mucho de este personaje nefasto de nuestra historia. Acá vemos a un pendejo que mató algunas veces, no al tipo que tiene el récord de estar enjaulado en nuestro país (si si millenians... el tipo está preso). El clan fue una película dura que sirvió para ver la locura de aquella familia secuestradora, acá vemos a uno que mató algunas veces pero que bailó más... eso creo que es una falla y no se para que lo edulcoraron por ese lado. La realización es muy buena, la ambientación de época es perfecta, los actores están bien, pero le faltó algo... quizás ser un poco más macabra, como lo fue el personaje en si.
Locura, sexo y sangre Recién comenzada la década del setenta, el país se vio conmovido por un caso policial sin precedentes, un adolescente con cara de "ángel", un chico de zona norte de una familia de clase media era el autor de más de una decena de sanguinarios asesinatos. El psicokiller en cuestión se llamaba Carlos Robledo Puch, un nombre que rápidamente se transformó en sinónimo de sadismo y crimen. Cuarenta y seis años después de ser detenido, llega a la pantalla grande un filme que recrea su raid de sangre, una película de impecable factura que lleva el sello inconfundible de Luis Ortega, un cineasta/autor capaz de dotar una historia tan siniestra como esta de imágenes y secuencias inolvidables. Lorenzo Ferro es “El Ángel” Lorenzo Ferro es “El Ángel” El hijo del actor Rafael Ferro se puso en la piel del brutal asesino: el parecido físico entre ambos es notable El hijo del actor Rafael Ferro se puso en la piel del brutal asesino: el parecido físico entre ambos es notable Lorenzo Ferro (joven actor debutante) es quien da vida a Carlos, en una performance conmovedora e inquietante. Su rostro de niño "angelado" seduce y aterroriza, trasmite todo tipo de sensaciones a través de sus posturas, silencios y una constante pose desafiante. Acompañado por Ramón, un correcto Chino Darín (como su cómplice) la dupla de jóvenes delincuentes se moverá en distintas secuencias que nunca caen en la solemnidad del cine testimonial y el acartonamiento del thriller clásico. Por el contrario, cierto tono lisérgico (ahí es donde más se nota la firma de Ortega) apoya una puesta en escena que por momentos genera algunos pasos de comedia. La relación entre los dos delincuentes está cargada de tensión sexual, un vínculo pasional destinado a la tragedia. Los atracos, asesinatos, traiciones y obsesiones son retratados en una línea argumental que nos presenta la historia contada desde los ojos de Carlos, una mirada oscuramente naif en donde no existe lo malo, solo la concreción de los deseos, aunque esto implique robar, asesinar o violar. Lorenzo Ferro recibe las indicaciones de Luis Ortega antes de filmar una escena de “El Ángel” Lorenzo Ferro recibe las indicaciones de Luis Ortega antes de filmar una escena de “El Ángel” El Chino Darín, Lorenzo Ferro y Peter Lanzani El Chino Darín, Lorenzo Ferro y Peter Lanzani Y si los jóvenes protagonistas funcionan, el elenco adulto jamás desentona. Cecilia Roth, como la madre incondicional y Luis Gnecco como el padre negador, lucen abatidos ante el mazazo que significa descubrir que tienen por hijo un monstruo. La pareja que componen Mercedes Morán (en un rol que destila erotismo) y sobre todo el enorme Daniel Fanego (un ladrón de la vieja escuela que lucha con sus adicciones) como los padres de Ramón, se roban algunas de las escenas más logradas a nivel interpretativo. En los apartados técnicos, no hay puntos bajos, la fotografía de tonos estridentes, la reconstrucción de época impecable (con una dirección de arte que recrea vestuarios y mobiliario correctos) y una banda de sonido autóctona, pop, reconocible, ayudan a redondear una película que nunca decae. Sin subir a un pedestal al asesino, la película tampoco juzga ni toma posición, simplemente nos sumerge en la mente de un psicópata, tan peligroso como atractivo. La seducción del mal en su máxima expresión.
La séptima película del realizador de “Caja negra” cuenta la historia del mítico ladrón y asesino Carlos Robledo Puch que aterrorizó a la Argentina a principios de los ’70 con sus salvajes y brutales asesinatos. Chino Darín, Mercedes Morán, Daniel Fanego, Cecilia Roth y Peter Lanzani acompañan al debutante Lorenzo Ferro en este potente thriller sobre un criminal tan incomprensible como cautivante. “Inútil es que trates de entender o interpretar quizás sus actos él es un rey extraño un rey de pelo largo” (“El extraño de pelo largo” – La Joven Guardia) La canción con la que concluye Carlitos su primer robo no solo es adecuada en términos de época, ritmo y título sino que hasta en lo específico de su letra parece dar algunas claves para entender a un personaje bastante indescifrable como lo fue (es) Carlos Robledo Puch. El rubio y enrulado adolescente con cara de niño acaba de entrar a una lujosa casa y roba algunas cosas sin mostrar demasiado interés en los objetos con los que se queda. Los toma porque puede, porque le divierte, porque no tiene nada mejor que hacer. En medio de su tranquilo paseo por el caserón de turno decorado a la perfección en estilo fines de los ’60/principios de los ’70 (la película transcurre entre 1971 y 1972), el rubiecito pone el mítico tema de La Joven Guardia en el Winco clasico de la época y se pone a bailar en medio del living. Es un shock de adrenalina y una declaración brutal de principios: “El extraño del pelo largo/Sin preocupaciones va”. Así va por la vida Carlos Robledo Puch (alias “el Angel Negro”, alias “Marilyn”, alias “El Rubio”), como alguien que vive en un presente continuo y para quien los actos no tienen consecuencias ni los crímenes, víctimas. Uno puede entenderlo –y más todavía si uno se pone en el clima de esa época– cuando habla de su desinterés por la posesión de los bienes materiales. Y durante un rato es simpático seguirlo mientras roba y deshecha lo que se lleva como si nada, sea una moto, un auto, cuadros u otras cosas que –le asegura a su familia– le prestan o regalan. Pero se complica cuando empieza a hacer lo mismo con las vidas ajenas. El principal misterio de EL ANGEL no es policial. Todos sabemos cómo termina esta historia y el que no la sabe puede imaginarse, más o menos, para dónde irá. Y el cómo es simpático y curioso, pero no más que eso. El enigma de EL ANGEL es porqué Carlitos hace lo que hace, qué lleva a este niño algo pícaro y de rostro angelical a enredarse en crímenes cada vez más pesados, matar, traicionar y volver a hacerlo todo otra vez. Ya lo dice la canción de entrada (“Inútil es que trates de entender o interpretar quizás sus actos”): no busquen explicaciones psicologistas clásicas porque aquí no las hay. Luis Ortega se enfrenta entonces a un problema de compleja resolución: si el caso en sí no ofrece grandes misterios y su protagonista es inexplicable, ¿con qué material cuentan para hacer la película? La apuesta es difícil y el asunto es ganarla. Lo que el director hace es no dar respuestas y llevar al espectador a hacer una investigación personal respecto a los motivos de las acciones de su protagonista. No hay flashbacks hurgando en posibles traumas de infancia. No parece haber una familia más complicada que la de cualquier adolescente común. Tampoco una posición económica apremiante. Lo único que puede ser leído como un tema irresuelto –por lo menos según intentaban explicar los noticieros de la época– es su un tanto reprimida homosexualidad. Carlitos era, para decirlo en términos de los diarios de entonces, “un invertido”, algo que la película da a entender en más de una escena pero es un tanto tímida para ir más a fondo. De una familia de clase media a todas luces convencional (Cecilia Roth y Luis Gnecco encarnan a sus prolijos y preocupados padres), sus inicios en la vida un poco más profesional del crimen parecen comenzar cuando se une a Ramón, su compañero de la escuela (Chino Darín) y al padre de éste (Daniel Fanego) que sí se dedican al asunto con algo más de conocimiento de causa. Y hasta la madre (Mercedes Morán) se suma al perverso juego de roles que hay dentro de esa familia. Pero Carlitos los sorprende ya que roba con un desparpajo y descuido que es, para ellos y también para el espectador, tan atractivo como peligroso. Roba más de lo que corresponde, no tiene problemas en volver a entrar a un lugar cuando debería irse y no se apura porque le gusta disfrutar de lo que hace. Y se ríe, siempre parece reírse mientras se queda con las pistolas y los rifles de un asalto a una armería o con decenas de alhajas de una joyería. Es casi un danzarín del delito: entra y sale de lugares sin ser notado, no despierta nunca sospechas con su cara angelical y parece estar en el mejor de los mundos cuando delinque. El problema es que los robos se van volviendo más densos y las armas no solo hay que mirarlas y lustrarlas sino usarlas. Y ahí Carlitos –que las carga como si estuviera actuando en un western– tampoco parece hacerse mucho problema con nada. El filme avanza mostrando distintos “trabajitos” de los amigos y, en el medio, una relación algo incómoda en la cual se deja ver el deseo de Carlos frenado por la aparente homofobia de su socio. De hecho los dos están de novios con mellizas, lo cual podría prestarse para algún tipo de interpretación que no haremos aquí. Ramón sueña con ser un famoso cantante (que se llame así y que cante una canción de Palito Ortega parece un simpática broma interna) pero a Carlitos no le gusta mucho la idea, ya que teme que esa posible fama lo aleje. Como si eso no fuera suficiente, también los padres de Ramón coquetean con el seductor chico. El parece no ejercitar demasiado el concepto de empatía ni de bronca: ni con sus amigos ni con sus rivales. Va por la vida como si solo pensara en su próximo objetivo criminal. Y ni siquiera en eso. Fluye. Se mete en problemas. Se ríe. Zafa. Y así, una y otra vez. Cualquier similitud con la realidad no es pura coincidencia. Por momentos esa falta de conflicto afecta un poco a la película. Al no haber grandes choques entre los personajes y al no parecer el protagonista jamás muy afectado por lo que sucede, de a ratos cuesta que crezca dramáticamente el filme y el guion no siempre parece encontrar soluciones a ese problema. Eso, por suerte, se soluciona con la aparición de Miguel (Peter Lanzani), un criminal un tanto más “de la calle” que compite con Carlos por el interés de Ramón y que le otorga a la trama un elemento extra de suspenso, celos y potencial caos. Otras tres decisiones de Ortega marcan a fuego EL ANGEL. Por un lado, la selección musical, un notable combo de temas de Pappo, Billy Bond y la Pesada del Rock, Manal, Leonardo Favio y el propio padre del realizador que le dan al filme un espíritu de road movie argentina de los ’70. Por otro, la decisión de no engolosinarse con la sangre, la violencia o la crueldad, que en la mayoría de las ocasiones queda fuera de campo, decisión que se agradece por un lado pero que, por el otro, le quita cierta densidad a las situaciones, que se sienten demasiado limpias. Y por último la gran decisión de elegir a Lorenzo Ferro, un actor con mínima experiencia, para el complicado rol protagónico. Un desafío difícil ya que el personaje es un enigma, pero uno que Ferro afronta con mucha personalidad, haciendo que su Carlitos sea esa presencia magnética ante la que todos caen rendidos. EL ANGEL hace recordar a EL CLAN, entre las grandes producciones argentinas, tanto por el tema como por la época y hasta por cierto sistema narrativo. Pese a transcurrir una década antes que la de Trapero, la película de Ortega toma la decisión de ser menos específica con su tiempo (casi no se hacen referencias más que ocasionales a la tensa situación política que se vivía entonces) y más universal. Robledo Puch podría ser un antecedente de los muchos jóvenes actuales que por diferentes motivos –desconexión con la realidad, fundamentalmente– cometen actos tremendos sin sentir ni responsabilidad ni culpa alguna por las consecuencias, como sucede demasiado a menudo en los Estados Unidos. Como ellos, pero décadas antes de internet, Carlitos ya observaba el mundo y actuaba en él como si fuera un juego, una fantasía, una ficción. Ya lo decía un tal Pappo: “Yo que soy un hombre desprolijo/no tengo conflictos con mi ser/porque en la apariencia no me fijo/piensan que así no puedo ser”.
Labios de churrasco Sería acertado decir que estamos ante la primera película industrial de Luis Ortega, pero esta afirmación solo podría ser válida en términos de producción: elenco de actores reconocidos (con excepción del debutante Lorenzo Ferro, todo un hallazgo cinematográfico), diseño de arte y de producción setentoso, y una ecléctica banda sonora que incluye temas que van de Palito Ortega y los blues de Pappo hasta Piazzolla y Billy Bond. Curiosamente, a pesar de contar con otro tipo de producción, y con la intención de llegar a un público más amplio, se trata de la película más libre y experimental de Ortega hasta el momento. El director de Monobloc, Los santos sucios y Verano maldito, entre otras, vuelve a retratar a un alma libre perturbada que le gusta coquetear con el peligro, y esta vez se basa –muy libremente– en la vida de Carlos Robledo Puch, el principal asesino serial de la historia de nuestro país, que con solo veinte años fue condenado a cadena perpetua, que sigue cumpliendo en Sierra Chica, por once asesinatos, tentativa de violación y varios robos, entre otros delitos. Ortega utiliza la historia real como punto de partida para luego encontrar su propio camino y, al igual que su protagonista, lanzarse a lo inesperado, a la aventura, dar rienda suelta a sus instintos. Aparecen los climas enrarecidos (la relación entre la familia de Ramón y Carlitos, el bar donde se encuentran con Federica, el coleccionista de arte, el plato de milanesas con puré iluminado como si se tratara de una publicidad), las escenas oníricas (el plano secuencia del himno en el piano, el maravilloso momento en el que Carlitos le dispara a un viejito al que le entraron a robar y este continúa caminando como si nada mientras la cámara y los ladrones lo siguen por toda la casa), y el juego que se convierte en el núcleo de la película al ritmo de “El extraño de pelo largo”, con el glorioso baile de Carlitos que da comienzo y cierre a la historia. Y podría seguir enumerando grandes momentos, como el videoclip en blanco y negro en el que Ramón canta “Corazón contento” mientras Carlitos se imagina a su lado y luego lo vemos en el set de televisión, o el –ya a esta altura– famoso huevo de Fanego. El resultado es una comedia lyncheana que se dispone a narrar una suerte de coming of age desquiciado, y que descarta por completo el biopic de asesino serial que profundiza en su psicología y en la brutalidad de sus crímenes. Ahí reside lo verdaderamente inquietante de la película, en el misterio de la conducta de Carlitos, un adolescente que vive en modo anarquía, buscando constantemente su propio límite, y El Ángel se cuenta desde su mente, donde todo es posible y no existe diferencia entre el bien y el mal, ni un segundo para detenerse y tomar conciencia de lo hecho. La vida es puro presente para Carlitos, que hace lo que se le da la gana cuando se le da la gana sin el menor remordimiento. Es un personaje tan ingenuo como perturbador, pero que por más carisma y andar jamesdeaneano que tenga nunca genera empatía con el espectador –ningún personaje lo consigue–. Carlitos está más allá de la empatía o del desagrado y, como los personajes de Lynch, habita en una especie de limbo narrativo, un mundo propio retorcido, con otras reglas, imposibles de aplicar en un mundo regido por la lógica. Como Corazón salvaje, El Ángel es una suerte de road movie desquiciada y, como la película de Lynch, también es una suerte de pesadilla erótica protagonizada por un catálogo de monstruos dentro de una atmósfera onírica e inquietante que funciona como un viaje psicodélico directo a la mente del personaje principal. El trabajo de Lorenzo Ferro es glorioso. Logra traspasar al Carlos Robledo Puch de la vida real y se convierte en otro personaje, uno bigger than life, un extraño de pelo largo nacido y criado para brillar en la pantalla grande.
¿Qué es lo que fascina de lxs asesinxs? Desde series como Mindhunter de David Fincher y True Detective, libros como Magnetizado de Carlos Busqued o Las chicas de Emma Cline, por nombrar solo unos pocos fenómenos, el buceo en las historias y mentalidades de ese tipo de criminales es uno de los rubros más frecuentado por ficciones que siempre ponen un pie en la realidad, ya sea desde lo documental o desde el “basado en hechos reales”. En nuestro país, el clan de los Puccio tuvo su serie, Historia de un clan, dirigida por Luis Ortega, y una película dirigida por Pablo Trapero y protagonizada por Guillermo Francella. El Petiso Orejudo, por su parte, está en el centro de un cuento de Mariana Enriquez en Las cosas que perdimos en el fuego. Quizás se trate de un espejo deformante en el que mirarnos o de algo tan simple como el atractivo de lo que se considera excepcional; la cuestión es que esta vez fue el turno de la historia de Carlos Robledo Puch, tomada como inspiración para la película El Ángel de Luis Ortega, que puede verse tanto como una manifestación más de esta avidez por las ficciones de asesinatos como una muestra de dónde están sus límites. Si unx conoce más o menos la historia de Carlos Robledo Puch, condenado a cadena perpetua por once homicidios –dos de los cuales calificarían como femicidios en la actualidad, porque implicaron violaciones seguidas de asesinato–, es difícil imaginar tanta sordidez metida en una ficción donde también suenan canciones de Palito Ortega. Pero la película de Luis Ortega se desmarca casi por completo de las historias de asesinos, no incluye violaciones y le da muy poca relevancia a las muertes ejecutadas por su protagonista, Carlitos (Lorenzo Ferro) y su compañero Ramón Peralta (Chino Darín). Y en cambio hace del Robledo Puch ficcional una figura más cercana a la de los ladrones de la historia del cine que parecieron vivir bajo el lema de live fast, die young, como Billy the Kid o Bonnie y Clyde. En rigor de verdad Carlitos no muere al final de la película, pero simbólicamente sí, porque a El Ángel no le interesa su protagonista más que como una criatura en libertad, un adolescente desaforado subido a una ola de crímenes como un surfer. Y en el cuerpo de Lorenzo Ferro, un bebé de veinte años con una boca en puchero permanente y roja como una frutilla, ese período de locura adquiere una belleza que pocas veces vio el cine argentino. Empieza El Ángel, con Ferro bailando “El extraño de pelo largo” en una casa solitaria, en una versión retorcida y caprichosa de la canción de La joven guardia, personalísima, y unx sabe que está frente a algo nuevo. Pero Ferro no está solo y es su pareja delictiva con Peralta, el personaje del Chino Darín, la que sostiene la película. Ortega puede ser errático y hacer que El Ángel pierda el ritmo por momentos, pero Ferro y Darín, la tensión entre ellos, la intimidad de criminales que en el fondo son pendejos compartiendo un cuarto de hotel (y una escena brillante, entre otras, donde se representa con joyas en el pubis el preciosismo y erotismo con que la película imagina a sus ladrones), es un botín de lo más deseable. Sobre todo teniendo en cuenta que en el cine argentino ese tipo de imágenes escasea, y mucho. En la ficción de Luis Ortega, Robledo Puch es un pichón de artista, un diamante en bruto, que recorre casas vacías como si lo atrajeran esos otros mundos posibles que representan por cuestiones puramente estéticas. No le interesa la plata pero sí la aventura, y vive tan en estado salvaje que nunca llega a articular, pensar, esa preferencia por los cuadros en lugar de la guita, por la aventura antes que por la ganancia. Aunque se puede ver, en la caída que representa en el relato el ingreso de Peter Lanzani como nuevo cómplice, que el sentido de todo estaba atado a la masculinidad elegante de Ramón Peralta, su delicadeza y esa sensación de posibilidad que se abría cuando se hacía chupar la pija o se dejaba desnudar por Carlitos. Él y Peralta son la pareja queer más excitante que se vio en mucho tiempo.
Una de las consecuencias de este estreno es que muchas personas que no se han asomado a la bella, misteriosa obra de Luis Ortega -un cineasta mayor incluso en sus films menos logrados- van a conocerlo. A partir de la historia real de Carlos Robledo Puch, el mayor asesino serial de la historia argentina, condenado a los 19 años, todavía preso, construye un melodrama con violencia sobre un ser totalmente amoral (más que inmoral). Hay varias líneas en la película: el amor de Carlitos por su cómplice (la tensión sexual entre Ferro -extraordinario debut bancándose casi todos los planos de la película- y el Chino Darín es enorme), la idea de un universo subterráneo de crimen tapado por una “normalidad” relativa (el contraste entre la pareja lúmpen de Fanego y Morán y la de los padres de Carlos, Roth y Luis Gnecco), y el universo en tensión que implicó el paso de los sesenta a los setenta, y que en varios momentos entra por los oídos (nunca se usaron mejor el rock y el pop nacionales en todo nuestro cine). Pero lo principal es que, estilísticamente, todo tiene el aire de sueño o pesadilla, donde nuestros lugares comunes morales basculan hasta dejarnos en un lugar extraño, al mismo tiempo horrorizados por los crímenes del personaje y simpatizando de algún modo con él. Ortega aquí decide combinar elecciones estéticas originales y riesgosas con un lenguaje popular, perfeccionando lo logrado en su miniserie Historia de un clan. De lo mejor del cine nacional en lo que va del año.
El film dirigido por Luis Ortega, y escrito por él mismo junto a Seguio Olguin y Rodolfo Palacios, que brilló en Cannes este año y llegó a nuestra cartelera el pasado 9 de agosto, lleva más de medio millón de entradas vendidas y puede verse en múltiples horarios en numerosas salas del paìs. ¿A qué se debe el éxito? Ya desde que apareció el año pasado el afiche oficial de la película en las redes, la gente comenzó a manifestarse a favor de la misma: querer adentrarse en la historia de uno de los asesinos más reconocidos del país es un hecho que no conoce generaciones, y que atrapa a un público que suele dividirse a la hora de elegir que ver. En este caso, tanto los cinefilos, como quienes van esporádicamente a las grandes salas, se mostraron deseosos de ver la película que cuenta con un elenco de notables actores, y un rubio de cabello enrulado como protagonista principal. Luis Ortega (“Lulu”, “Monobloc”, “Historia de un clan”), llevó adelante un trabajo de dirección, en donde no solo logró el destaque de cada uno de sus actores, sino que supo como enfocar la película desde un punto totalmente diferente al que uno podría imaginarse: “El ángel”, en este sentido, no es una biografía, ni un policial: Alejada de todo estereotipo, el film ahonda en la personalidad de Robledo Puch para mostrar una faceta intimista, un “detrás de escena” del asesino, que logra causar hasta empatía en diferentes momentos. Si bien la película recorre algunos de los hechos delictivos cometidos por Robledo Puch y su banda hasta que es detenido y encarcelado, así como muestra la indiferencia del asesino a la vida ajena de lo demás, lo interesante del relato que construyó Ortega está ligado a los vínculos que el protagonista principal construye con su entorno: una madre consternada, un padre que parece haber perdido las esperanzas, y una familia que lo recibe y lo premia por su desfachatez y habilidad criminal. Uno de los pilares del film, es sin duda el vinculo que logran construir desde lo actoral, Lorenzo Ferro y Chino Darín, quienes se lucen construyendo mucho más que la relación existente entre dos criminales: se vislumbra con estilo y profundidad un lazo cargado de unión, humor y complicidad, atravesado por la propia subjetividad de los roles que ambos actores interpretan. Acerca del ángel en cuestión, Lorenzo Ferro (20), hijo del actor Rafael Ferro, reconoció saber poco acerca de Robledo Puch cuando llegó al casting, y quizás esa falta de conocimiento, sumado a la personalidad del joven actor, lo volvieron ideal para llevar adelante este rol. Desde su primera aparición en la película, hasta la última escena de la misma, el personaje esta brindando información, en cada mueca, palabra o acción que realiza, además del impecable y detallista trabajo de Ortega, está “Toto”, como es conocido Lorenzo, llevando adelante un trabajo que lo transforma en una promesa de nuestro cine. Acompañado con un estelar elenco, y la participación especial de Peter Lanzani como “Miguel”, el relato se vuelve hipnótico, y atraviesa múltiples estadios desde lo emocional, y aquí nuevamente la habilidad de Ortega de realizar un film totalmente creativo, y estéticamente impecable.
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Redescubrir con una melomanía excitante clásicos sesentones que nunca hubiese explorado en mi diminuta vida musical, verme bailando de manera irrisoria con exaltación Corazón Contento de Palito Ortega o tarareando la versión argenta del tema La casa del sol naciente – la original es The Animal- cantada por un Palito hermosamente lisérgico -usada como telón de una escena de amorío y fantasía entre dos rateros- o aún más extraño, poner en el podio de mis temas preferidos en habla hispana El extraño de pelo largo de la Joven Guardia. Me volví fana de la playlist de Billy Bond, la que escucho con insistencia gran parte de mi día. El Angel, de Luis Ortega, hizo que haga doblete con una película argentina – rara vez lo hago en el cine- y que me vuelva animosamente melómana. Al principio me hice la viva y bardeé un poco el tráiler, el hedonismo romántico me daba cierto temor por presenciar el endiosamiento de un asesino serial, después me tranquilicé y recordé que otras películas de facineros como Dahmer de David Jacoson o Monster de la gran Patty Jenkins también han usado un tono novelero para retratar a un criminal que termina por seducir al espectador. Esos rulos mágicos de Carlitos (Robledo Puch) comienzan a moverse desde la primera escena y desde ahí nos paramos ante a este torbellino: con su polera roja de jersey y su pantalón pata elefante se sacude con movimientos agogo con el clásico El extraño de pelo largo. Luis Ortega maneja como los dioses la cámara, hace actuar bien hasta una tarántula, sabe dirigir. Lorenzo Ferro, principiante, tiene una fotogenia divina (hablemos de voluntad), el pibe es un novato que contruye un asesino que comienza a delinquir con cierta inocencia, para transformarse luego en un malhechor despreciable. El coqueteo de Ortega con la cámara, me rememoró ese flirteo esplendoroso de Sofía Coppola en Adoro la Fama, también una película de jóvenes delincuentes (basada en hechos reales). El Angel tiene algo de Coppola: la forma de narrar, esa opulencia elegante de Sofia – además del uso que hace de la banda sonora- con esos paneos hermosos y ese transitar musicalmente popero. Carlitos se enamora de manera platónica de Ramón (Chino Darin) un compañero de la “escuela técnica”, lo busca primero a para irse a las manos y luego para convertirlo en su primer compañero de robo. La histeria y la tensión entre Ramón y Carlitos se muestran de manera lúdica toda la película, se buscan de manera inocente y el deseo se transforma en un estado salvaje de violencia. “Yo quisiera que sepas que nunca quise así, que mi vida comienza cuando te conocí” bailan juntos en una fantasía onírica que cinematográficamente es perfecta y describe el estado idealista de la relación. Ortega es inteligentísimo y se la juega por el título noticioso de la época en donde mostraban a El Ángel como un “invertido” y plantea un ida y vuelta entre Carlitos y Ramón que fluye y atrae. Carlitos es reflejado en el espejo de una joyería, un plano difícil de hacer, allí juega a ser Evita, ese segundo de escena se vuelve lo mejor de la película, los ojos humedecidos de un Puch femenino con aretes de perlas, transforman al joven en una vamp. Ramón lo apoya por detrás y el soliloquio del el ángel se trasforma en una ventana en donde se muestra la comunión de amor de entre una pareja de bandidos. Pero ese esplendor comienza a volverse sórdido y oscuro y el instinto criminal delinea el final fatídico de unos de los asesinos más sanguinarios de la Argentina. Y la entelequia del criminal propuesta por Ortega baila y se mueve al estilo boogie woogie con la música de la joven guardia de fondo y la revitalización de El extraño de pelo largo comienza a apoderarse del espectador, una vez mas. Valoración: Muy Buena
Buenos Aires, 1971, un muchacho joven, un 'extraño de pelo largo' va caminando por la calle. Con cara de ángel, rizos dorados, y actitud de indiferencia, ese muchacho de 19 años que puede caminar por cualquier lado desapercibido, es una persona que ha incurrido en crímenes desde hace mucho, y no le importa admitirlo. El Ángel de la Muerte, es el nombre que le dieron a este muchacho los medios de comunicación, y así se lo conoce hoy en día, que aún cumple condena, acusado de más de 40 crímenes, y 11 asesinatos, incluidos dentro de estos el deceso de dos compañeros de andadas, a quienes en la película dan vida el Chino Darín y Peter Lanzani.
IRREVERENCIA ANGELICAL La habitación del hotel no es más que un lugar de tránsito: una cama para los dos, pocos muebles, paredes descubiertas, luz tenue y el refugio idóneo para el dinero y los objetos de valor acumulados. Tras un importante robo, Ramón sale de la ducha y se recuesta relajado. Carlitos observa el cuerpo inmóvil aún cubierto por las gotitas y le abre la toalla revelando su desnudez. Luego, agarra algunas de las joyas, cubre la zona genital y contempla la obra. Si bien la escena condensa la tensión sexual latente entre ellos, también permite inferir cierta conversión del lazo. Ya no se trata de dos delincuentes envueltos en la adrenalina momentánea, sino del artista y su musa. Mientras el adolescente representa al genio creador, impredecible, con ideas revolucionarias, el compañero funciona como discípulo –aunque ni él ni su familia lo vean de ese modo– y como lienzo. Por consiguiente, quitarle la toalla y volver a ocultar las partes íntimas poco tiene que ver con un goce corpóreo, sino con un gesto artístico, un coqueteo entre sentirse vivo y exhibir la banalidad de los elementos. Pero, ¿qué se esconde detrás de esa imagen? Ésta fue la pregunta disparadora de los productores y de Luis Ortega para focalizarse en la idea de un niño criminal que vive en una suerte de ilusión, sin consciencia de muerte y asesina sin inmutarse. Porque Carlitos no es completamente Carlos Robledo Puch, sino un joven de 19 años que cautiva por su ideal de inocencia con unos labios llenos tipo corazón, unos rizos rubios rebeldes, un cuerpo con resabios infantiles y un desparpajo en la forma de pensar y moverse por el mundo. Frente a la contención de los demás personajes, él se siente libre cuando anda en moto, baila, entra a casas o locales ajenos y dispara armas. Una apariencia que se acentúa con la vestimenta desde los calzoncillos blancos o rojos revalidando su aspecto de querubín o las remeras lisas y rayadas con colores vibrantes; incluso, el filme advierte al espectador del próximo arresto del protagonista cuando usa aquella con líneas blancas y negras. El ángel, entonces, se construye sobre la fascinación como gran hilo conductor entre los personajes, la circulación en los espacios, la estética y como el propio motor del relato. El adolescente se acerca a su compañero de hurtos porque se siente atraído por él en la escuela y la manera para atraparlo es provocativa. La misma lógica se replica cuando va a la casa y conoce a José y Ana María. Con el primero establece un nexo de admiración y desafío desde ver una parte de sus genitales palpitando hasta sentir el cuerpo del padre apoyado en la espalda cuando le enseña a apretar el gatillo o el vínculo dual con la mujer entre cuidados maternales y una clara atracción sexual, por ejemplo, cuando le quita el resto de agua de los labios y ella se chupa el dedo. El lazo con Ramón, por otra parte, se va reconfigurando a lo largo del metraje: como amigo, luego cómplice, más tarde como objeto de deseo y como viejo conocido. Tal vez lo más curioso sea que no manfiesta ninguna atracción hacia la novia y que tanto Carlitos como el amigo salgan con chicas idénticas en apariencia pero disímiles en las personalidades. El mayor acierto del director tiene que ver con la plasticidad de las imágenes y los ángulos de la cámara que se asemejan a composiciones pictóricas. Ya desde la primera escena se muestran arbustos y flores a la izquierda, la vereda del otro y a un joven con rasgos angelicales caminando por la misma hasta treparse a una casa. Luego, el interior de ésta con una decoración de época y recargada, juegos de espejos y la música, adueñándose de los sentidos, con la que el chico baila. Los paisajes, los interiores de los espacios, el contraste, los colores, la idea de meterse en la televisión y las posiciones de la cámara terminan de completar el universo ilusorio, poético y tan maravilloso en el que cree transitar el protagonista. La pregunta anterior sobre qué hay detrás de la foto se vuelve tan compleja como contradictoria: un joven criminal con rostro delicado que quiebra los parámetros fijados sobre cómo debe lucir un asesino y a qué clase social pertenece. Carlitos con una mirada penetrante deja a todos a su merced, se deshace de los objetos vacíos y guarda aquellos que le resultan significativos, roba y mata sin alterarse e intenta transmitirle a los demás el disfrute de cada experiencia. “No creo en eso de que esto es tuyo y esto es mío”, comenta en off casi al inicio reafirmando su concepción compleja, oscura, por momentos libre y hasta vigoroza para habitar el mundo.Una provocación sombría disfrazada de Cupido. Por Brenda Caletti @117Brenn
Crítica emitida por radio.
Luis Ortega abandona ¿momentáneamente? su lugar de realizador ultraindependiente y se pone a la cabeza de una producción de alto perfil que debutó en el Festival de Cannes. Pensada y creada para un público masivo, El ángel no deja de ser una película ciento por ciento Ortega: provocadora, por momentos incómoda, incluso sorprendente, a pesar de estar basada en hechos muy conocidos de la historia argentina reciente. Esta reconstrucción de las mil y una fechorías del joven criminal y asesino serial Carlos Robledo Puch es, en el fondo, una relectura muy personal del cine de gangsters y una no tan encubierta alegoría de una sociedad –la argentina– que se preparaba para atravesar sus años más oscuros. El debut en la pantalla grande de Lorenzo Ferro no podría haber sido más potente: su Robledo Puch es un jovencito rubio y algo andrógino que debajo de sus rasgos angelicales esconde los colmillos más afilados del sociópata. La gran secuencia de apertura, mientras suena “El extraño de pelo largo”, el clásico de La Joven Guardia, anticipa algunos de los placeres y angustias del film: el atractivo brillo del crimen cinematográfico y su contracara, el horror de la violencia y la sangre reales. Daniel Fanego, Mercedes Morán y Chino Darín componen una familia de chorros temible e inolvidable.